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Revista Culturas Psi/Psy Cultures
Buenos Aires, marzo 2016, Nº6, 118-137
ISSN 2313-965X, culturaspsi.org
Letras retenidas. Experiencias de internamiento en las cartas de los pacientes del Manicomio
de Santa Isabel de Leganés, Madrid (1900 – 1950) 1 /Retained Letters: Experiences of
Internment in the Letters of Patients of the Manicomio de Santa Isabel de Leganés, Madrid
(1900-1950)
Olga Villasante2; Paloma Vázquez de la Torre3; Ana Conseglieri4; Rafael Huertas5
Resumen: Las manifestaciones escritas de los sujetos internados en una institución mental han sido
utilizadas con alguna frecuencia para valorar y analizar la subjetividad del paciente. Este trabajo
pretende estudiar ciertas escrituras de pacientes mentales como manifestaciones de una cultura
escrita desarrollada en el espacio cerrado del manicomio y en las que pueden identificarse desde
cartas de súplica hasta expresiones de resistencia. Las fuentes utilizadas provienen del Archivo
Clínico del antiguo Manicomio Nacional de Santa Isabel en Leganés (España), donde hemos
localizado una significativa colección de cartas que nunca llegaron a su destino. Unas cartas cuyos
contenidos muestran el funcionamiento y la vida cotidiana del establecimiento desde la perspectiva
del paciente, así como sus sentimientos, emociones y experiencias.
Palabras clave: Historia de la psiquiatría, España; Siglo XX, Subjetividad, Punto de vista del
paciente, Cultura escrita.
Abstract: The written output of the inmates of mental institutions has been sometimes used in order
to evaluate and analyze the subjectivity of the patient. This work aims at studying certain writings of
patients as manifestations of a written culture that was developed within the walls of the asylum, and
through which we can find all types of letters, ranging from letters of plea, to statements of resistance.
Sources used come from the Clinical Archives of the Manicomio Nacional de Santa Isabel de
Leganés (Spain), where we found an important collection of letters that never reached their
destination. Letters that show us the way the institution worked, and how daily activities were carried
out within this psychiatric institution under the patient´s perspective, as well as their feelings,
emotions and experiences.
Keywords: History of psychiatry, Spain, 20 Century, Subjectivity, Patient’s View, Written culture.
Recibido: 18 de noviembre de 2015/ Aceptado: 5 de marzo de 2016.
1 Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto de investigación HAR2012-37754-C02-01 financiado por el Ministerio de Economía
y Competitividad (España).
Hospital Universitario Severo Ochoa, Leganés – Madrid. E-mail: [email protected]
Hospital Universitario de Fuenlabrada – Madrid. E-mail: [email protected]
4 Centro de Salud Mental de Parla – Madrid. E-mail: [email protected]
5 Instituto de Historia – Centro de Ciencias Humanas y Sociales – CSIC- E-mail: [email protected]
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Introducción:
Desde mediados del siglo XIX, los médicos fomentaron el uso clínico de la escritura de los
pacientes mentales con fines diagnósticos y terapéuticos (Rigoli 2001). Se trataba de acercamientos
clínicos, en los que se tenía muy en cuenta la experiencia interna, subjetiva y emocional del paciente
(Artières 1998). Afirmaciones como: “sus escritos [los de los locos] revelan todas las angustias de su
alma” (Brierre de Boismont 1864), o “la escritura es la viva imagen del espíritu” (Marcé 1864), son
frecuentes entre los alienistas de la época y revelan la importancia de esta práctica en los albores de
la medicina mental.
Sin embargo, la escritura en el marco de un escenario psicopatológico puede considerarse
no solo como una manifestación sintomática, o como la propia esencia de la psicosis (Colina 2007),
sino también como una muestra de las propias vivencias del sujeto, de su estado anímico y, sobre
todo, de la experiencia del internamiento: de su reacción ante los tratamientos, ante la violencia
explícita o solapada ejercida sobre su persona, etc. En este sentido, como señaló el historiador
británico Roy Porter a mediados de los años ochenta del siglo XX, “los escritos de los locos pueden
leerse no sólo como síntomas de enfermedades o síndromes, sino como comunicaciones
coherentes por derecho propio” (Porter 1987; 12). Se estaba iniciando toda una corriente
historiográfica y epistemológica centrada en el punto de vista del paciente (Porter 1985; Schipperges
1985; Stolberg 2003) que ha tenido aplicaciones concretas en el ámbito psiquiátrico (Beveridge
1997; Ríos 2004; Huertas 2013). Entender el trastorno mental desde la perspectiva del paciente
implica descentrar el lugar de la enunciación; es decir, bordear el discurso del experto (del médico,
del psicólogo, etc.) y tener en cuenta el formulado, el enunciado, desde otra ubicación, desde un
lugar subalterno: el del loco y la loca, poseedores de un saber y una verdad “diferentes”, los de su
propia experiencia.
Existen diversos modos de analizar y valorar los escritos de las personas con un diagnóstico
psiquiátrico (Huertas 2012). Por un lado, existe una larga tradición de estudios que han abordado la
obra literaria de determinados autores: Sade, Rousseau, Höderling, Joyce o Virginia Woolf, entre
otros. Por otro lado, ciertos pacientes ilustres e ilustrados fueron capaces de escribir y publicar sus
experiencias tanto en relación con su propio trastorno como con el dispositivo asistencial al que
estuvieron sometidos. Se trata de Memorias que, en algunos casos, tuvieron una innegable
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influencia en determinadas iniciativas de reforma de las instituciones. Así, por ejemplo, John Thomas
Perceval, hijo del que fuera primer ministro británico a comienzos del siglo XIX, narró la experiencia
de su ingreso en un asilo psiquiátrico en una obra que, con el título A narrative of the treatment
experienced by a Gentleman during a state of mental… (1838), propició la fundación de la Alleged
Lunatics' Friend Society (Hervey 1986). Algo similar, salvando la distancias, ocurrió con la
publicación de Mind that found itself (1908) del estadounidense Clifford Beers, inspirador del
movimiento pro-higiene mental (Winters 1969). Finalmente, no podemos dejar de citar aquí las
Denkwürdigkeiten einer Nerverkranken (Memorias de un enfermo de los nervios) (1903) del jurista
alemán Paul Schreber, considerado, en círculos psicoanalíticos, el “gran maestro de psicosis” y que
tanta fascinación ejerció en Freud y en Lacan (Lothane 1992; Álvarez y Colina 2012).
No obstante, sin restar importancia a toda esta literatura, lo que más nos interesa a
continuación es prestar atención a los escritos de locos anónimos que nunca tuvieron como destino
prioritario ser publicados. En los archivos históricos de no pocos establecimientos psiquiátricos
pueden encontrarse textos (diarios, cartas, notas diversas) escritos por los internos. Son unas
narrativas que contrastan con otras, las de los psiquiatras que etiquetan y diagnostican con
pretendida objetividad “científica”, y que ponen en evidencia, según la muy acertada expresión de
Andrés Ríos, la “polifonía de los expedientes clínicos” (Ríos 2004; 23), pues son varias voces (no
precisamente alucinatorias) las que se entrecruzan en el espacio manicomial, por más que unas
resuenen más que otras. No en vano ese espacio institucional lo es de poder y normativización
(Huertas 2008; 29 y ss).
De todo el material escrito que puede encontrarse en los archivos manicomiales destacan de
manera sobresaliente las cartas que, por diversos motivos, nunca llegaron a sus destinatarios y
permanecieron junto al expediente clínico del internado. Aunque existen algunos estudios y
recopilaciones epistolares de artistas que estuvieron ingresados en instituciones psiquiátricas, como
la escultora Camille Claudel (2010) o el poeta John Home (Barfoot & Beveridge 1990), como es
lógico, la gran mayoría de las cartas están escritas por locos y locas desconocidos que generaron
una producción escrita capaz de mostrar y trasmitir, de manera más contundente y descarnada que
cualquier informe administrativo, el funcionamiento y la vida cotidiana de los establecimientos
psiquiátricos desde la experiencia del paciente.
Las fuentes utilizadas en este estudio proceden del Archivo Histórico del actual Instituto
Psiquiátrico – Servicios de Salud Mental “José Germain” (IPJG) de Leganés (Madrid), que conserva
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los expedientes clínicos del antiguo manicomio. El acceso a los fondos de dicho archivo contó con
los permisos necesarios y el manejo de la documentación respetó en todo momento los preceptos
éticos exigibles en este tipo de investigaciones. Para garantizar el anonimato de los pacientes, los
nombres que aparecen en el texto no se corresponden con los reales. Nuestro objetivo es analizar, a
la luz de las mismas, la experiencia subjetiva del internamiento, el “punto de vista” del paciente.
Pretendemos así contribuir a pensar la locura –y la historia de la locura- de otra manera, “desde
abajo”, dando voz a los “sin voz”. No se trata, en esta ocasión, de estudiar lo que dicen los expertos
reconocidos oficialmente, sino de acceder a otro tipo de conocimiento, a aquel saber que solo
pueden generar quienes han sufrido directamente la peripecia vital del trastorno mental en
cualquiera de sus dimensiones. La perspectiva del paciente nos da claves para valorar que lo bio en
salud mental no es solo lo biológico, sino también lo biográfico; nos permite también considerar la
importancia de la experiencia de la locura y de la subjetividad del loco, comprender la violencia del
diagnóstico y del estigma y apreciar los procesos de negociación y de resistencia que se establecen
entre los pacientes, los profesionales y la sociedad.
Escribiendo en el manicomio:
La Casa de Dementes de Santa Isabel o Manicomio Nacional de Leganés, fundada en 1852,
y denominada así en honor de la reina Isabel II de Borbón, había sido inaugurada al amparo de la
Ley de Beneficencia de 1849. Aunque las directrices europeas propugnaban la construcción de
establecimientos “modelo” (Peset 1995), el Manicomio de Leganés aprovechó y adaptó un antiguo y
suntuoso edificio que había pertenecido a la Duquesa de Medinaceli y, posteriormente, a un
adinerado vecino de la villa de Leganés (Villasante 1999). Este establecimiento ha sido objeto de
diversos estudios que han puesto de manifiesto tanto su funcionamiento institucional, como las
características de la población manicomial y los aspectos más relevantes de la práctica clínica
desarrollada en el establecimiento. Investigaciones que han dado lugar a tesis doctorales (Mollejo
2002; Vázquez de la Torre 2012; Conseglieri 2013a) y a un número importante de trabajos
monográficos (Delgado 1986; Villasante 2003). Aportaciones que han identificado las características
socio-demográficas de la población manicomial (Tierno 2008) o la evolución de los diagnósticos
(Vázquez de la Torre 2008) y los tratamientos (Conseglieri 2008) lo largo de la historia de la
institución. En el transcurso de dichas investigaciones se encontraron escritos de pacientes en un
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porcentaje alrededor del 2 % en las más de 2000 historias clínicas abiertas entre 1900 y 1950. A
pesar de esta escasa proporción, se consiguieron reunir más de un centenar de cartas, lo que
constituye el corpus documental en el que se basa el presente artículo.
Los diagnósticos más habituales de estos internos, en cuyas historias clínicas han aparecido
las susodichas cartas, fueron los de paranoia, melancolía, síndromes delirantes, demencia precoz,
esquizofrenia, psiconeurosis, degeneración mental con impulsos, síndrome degenerativo y epilepsia.
Pero no se trata aquí de discutir los juicios clínicos de los psiquiatras de Leganés, sino de valorar
que, independientemente del diagnóstico, las motivaciones para escribir en el interior del manicomio,
como a continuación se verá, fueron diversas y respondieron a un arduo esfuerzo, realizado en unas
condiciones de comunicación muy difíciles, en las que incluso personas con un escaso nivel de
instrucción fueron capaces de elaborar un discurso escrito. Aun así, la mayor parte de estos textos
proceden de pacientes “pensionistas” o “de pago”, con mayores recursos económicos y culturales,
siendo escasos los de autores dependientes de la Beneficencia, dad el alto índice de analfabetismo
de las clases populares españolas durante el siglo XIX y primera mitad del XX (Villanova Ribas
1992).
Existen testimonios de las dificultades de los pacientes para conseguir material de escritura,
como la de un interno que se lamenta “aquí no tengo nada para que pueda escribir con facilidad
aunque lo pida...... mucho mejor sería que nos entendiéramos por telégrafo porque aquí no tengo
nada para que pueda escribir fácilmente”6. Esta situación puede explicar la variedad de soportes
físicos en los que pueden encontrarse las misivas, pues aunque algunas están escritas en “papel de
carta”; esto es, en cuartillas específicas para enviar por correo postal, en otras muchas ocasiones
nos encontramos con papel de escritura procedente de cuadernos escolares, que debieron ser
facilitados por familiares. Incluso se han hallado escritos en papel de envolver tabaco o en papel de
periódico, como el caso curioso de un oficial de telégrafos e ingeniero de 25 años que ingresó en de
enero de 1916 y escribía en los espacios libres de Electrician and Mechanic (publicación
estadounidense publicada desde 1890 hasta enero de 1914 cuando se fusionó con Modern Electrics
para convertirse en Modern Electrics & Mechanics). La revista le era facilitada al paciente por sus
padres y cabe pensar que no solo escribía en sus márgenes, sino que la leía con asiduidad.
Solo algunas cartas, sobre todo en el periodo comprendido entre 1911 y 1929, siendo
director facultativo del establecimiento el Dr. José Salas y Vaca (Villasante & Candela 2014), están
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Historia Clínica número 385 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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escritas en papel con membrete del “Manicomio de Santa Isabel en Leganés”. Al contrario de lo
ocurrido en otros establecimientos psiquiátricos en los que se animaba a los pacientes a escribir con
fines diagnósticos y terapéuticos, en Santa Isabel sólo tenemos constancia de que Salas y Vaca
insistiera en tales prácticas (Candela & Villasante 2013). Al modo de Joseph Rogues de Fursac en
Les dessins et les ecrits dans les maladies nerveuses et mentales (1905), el médico de Leganés
expresaba:
[E]l diagnóstico pocas veces sale completo de un interrogatorio por bien dirigido que se lleve;
en cambio, estudiando los escritos de estos enfermos, abundantes siempre y de ordinario
ampulosos, se encuentra más bien la falsa interpretación de sus concepciones delirantes
(…); dad cuartillas y pluma a cualquiera de estos sujetos y el aislamiento de su casa o el
silencio de su celda les hará, a unos más y a otros menos, trasladar al papel alguna idea
delirante o punto de partida (Salas y Vaca 1920; 44).
En todo caso, independientemente de la interpretación psicopatológica que los médicos
fueran capaces de hacer, estos escritos desvelan, por encima de cualquier otra consideración, la
experiencia de desamparo y abandono vivida por los pacientes. Resulta obvio, pues de lo contrario
esta investigación hubiera sido imposible, que las cartas analizadas nunca llegaron a su destino,
nunca fueron tramitadas por los responsables del establecimiento, que las adjuntaron a la historia
clínica del escribiente como documento anejo capaz de ilustrar o confirmar la patología del sujeto, o
como información adicional con la que valorar sus “resistencias” al internamiento. En definitiva, esta
acción de archivar las misivas de los pacientes formaría parte de la necesidad de mantener un
registro continuo de lo acontecido (Foucault 1977), como un elemento más del entramado
burocrático-administrativo que garantice la vigilancia y el disciplinamiento de la población
manicomial.
Ahora bien, ¿fueron todas o solo algunas las cartas que no llegaron a su destino? Y si no
fueron todas, ¿con qué criterio se tramitaron unas y no otras? No nos es posible contestar a la
primera pregunta, pues carecemos de información al respecto, pero en cuanto a la segunda, las
razones pudieron ser diversas: la voluntad de mantener a los pacientes aislados, sin ningún contacto
con el exterior, como forma de terapia o de castigo, pero sobre todo evitar que las denuncias sobre la
situación o el trato dispensado a los pacientes pudieran ser conocidas por los familiares o, incluso,
por la opinión pública. El control de la correspondencia de los enfermos mentales, con lo que eso
suponía de injerencia en su intimidad, fue una práctica habitual y se puede documentar en
numerosos países (Basaglia 1969; Beveridge 1997; Marchand & Mignot 1949). A pesar del vacío
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legal existente en España al respecto, y la ausencia de alusiones a este control en los Reglamentos
de la Casa de Santa Isabel de Leganés, se puede afirmar que la supervisión de las cartas era una de
las funciones del personal no facultativo (vigilantes, enfermeros) de estos establecimientos. Este
hecho se puede explorar en reglamentos de instituciones como la de Jaén (Reglamento para el
Manicomio Provincial de Jaén 1935), o en los libros de enfermería psiquiátrica que empezaron a
publicarse a partir de los años treinta en España y vinieron a sancionar una práctica ya arraigada
(Duro Sánchez & Villasante, en prensa). En el Manual de la enfermera general y psiquiátrica, editado
en el Manicomio privado de Ciempozuelos, regentado por la Hermanas Hospitalarias, se hace alusión
expresa a esta labor de vigilancia y control:
“Todas las cartas escritas por las enfermas a sus familiares o por éstos a aquellas deben ser
controladas por la enfermera o los médicos. Las cartas de las enfermas que contengan falsedades
que puedan perjudicar al establecimiento no deben enviarse" (Salas 1935; 274).
Merece la pena señalar que el aludido vacío legal no existía en otros contextos, en los que, al
menos sobre el papel, la correspondencia de los pacientes dirigida a instancias superiores no podía
ser requisada. Un buen ejemplo, en este sentido, es el caso escocés, pues ya en 1866, la Scottish
Lunacy Act establecía que todas las cartas escritas por pacientes y destinadas al Board debían ser
entregadas sin ser abiertas, al igual que las cartas que los pacientes recibieran del Board 7.
En cuanto a los destinatarios, la mayoría de las cartas están dirigidas a los familiares más
próximos (hermanos, cónyuges, hijos o padres), aunque también a otros, como primos, tíos, suegra,
entre otros. Téngase en cuenta que la mayoría de los ingresos se realizaba a instancias de un
miembro de la familia que convivía con el paciente y que las dificultades de convivencia debido al
comportamiento del sujeto eran cruciales a la hora de determinar la hospitalización. De ahí que en
muchas ocasiones, como desarrollaremos más adelante, los pacientes escriben a sus familiares
reprochándoles que hayan propiciado su reclusión o rogándoles, cuando no exigiéndoles, que les
libren de su encierro.
La asociación entre el nacimiento del asilo medicalizado y la capacidad de control social del
Estado ha sido matizada en algunas investigaciones que dan cuenta de la intervención de la familia
para recluir a sus allegados con independencia de la opinión de médicos y administradores (Grob
7 “Every letter written by a Patient in any Asylum or House and addressed to the Board...shall, unless especial Instructions
to the contrary have been given, be forwarded to its Address unopened; and every Letter from the Board... to any such
Patient when marked “Private” on the cover, shall be delivered to him unopened”; Barfoot & Beveridge (1990); 270.
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1994; 260-281). La influencia de las familias en los internamientos de pacientes, o los ingresos “a
instancias de terceros” fue práctica habitual en los asilos decimonónicos (Prestwich 1994; Moro &
Villasante 2001). En Leganés, la situación debió ser muy evidente a juzgar por la carta que una
paciente escribe nada menos que al gobernador civil de Madrid explicando que: “los médicos no
cumplen su deber de observar quién está bien y darle salida, sino que lo dejan al capricho de las
familias que si quieren tener aquí metida una persona, la tienen aquí años y años aunque no esté
demente”8.
Las cartas dirigidas a instancias superiores, como la anterior al gobernador civil, u otras a la
Junta General de Beneficencia o al juzgado, no son muchas pero si muy significativas. Los juzgados
de Getafe, localidad próxima a Leganés, fueron los encargados de recoger la información de los
ingresos y el parte semestral de continuación del ingreso de acuerdo con lo estipulado en el Decreto
de 3 de Julio de 1931 (Vázquez de la Torre 2013), siendo precisamente a partir de ese momento
cuando algunos internos se atrevieron a pedir amparo a las autoridades judiciales.
Otra muestra de la variedad de los destinatarios de la correspondencia es la extensa carta
que una paciente remitió en 1901 a Rafael Ginard de los Ríos -nombre que confunde con Rafael
Ginard de la Rosa, director de El País desde 1891-, en un intento de trasladar a la opinión pública la
realidad del manicomio y que, de algún modo, coincide con dinámicas similares ocurridas en otras
instituciones, entre las que recordaremos los dibujos y mensajes que una paciente mexicana
ingresada en La Castañeda envió al jefe del departamento de caricaturas de El Universal (Ríos 2009;
137).
Digamos, finalmente, que un número significativo de cartas fueron dirigidas a los médicos o
responsables de la institución, cuyos contenidos tienen que ver, como veremos a continuación, con
su propia identidad como enfermos mentales.
Paratopías. El manicomio como un no-lugar:
Las cartas recopiladas nos aportan datos acerca de las experiencias, las emociones y las
sensaciones de los pacientes. Si la escritura es el lenguaje del ausente, según explicaba Freud
([1930] 1970; 34) en El malestar en la cultura, si “una carta de amor no es amor sino el informe de
una ausencia”, en el sentir poético de Mario Benedetti (2009; 404), el que da forma a esa ausencia,
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Historia Clínica número 742 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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el que la sufre, el que duda, el que teme el desamor, es el que anhela respuesta, el que espera. Esta
emoción ansiosa de la espera, que Barthes (1977) relaciona con los epistolarios amorosos, aparece
implícita en prácticamente todas las expresiones escritas de los pacientes manicomiales. Una
espera que puede prolongarse durante años de aislamiento supuestamente terapéutico en un
espacio de exclusión que supone una suerte de paratopía, concepto procedente de los estudios
literarios (Maingueneau 2004) y que ha sido aplicado con éxito a otros ámbitos de la cultura escrita
como la generada en instituciones carcelarias (Gándara 2005) o manicomiales (Huertas 2015). Una
paratopía no es sino una ubicación paradójica, un lugar que el paciente no siente como propio, al
que no le vincula ningún sentimiento de pertenencia, un lugar “imposible” en el que no debe ni tiene
por qué estar. Esta impresión paratópica puede rastrearse en buena parte de los escritos
estudiados: “este no es mi sitio”; “yo no tendría que estar aquí”; “me dijiste que saldría de esta casa”;
“sácame pronto”; “no puedo seguir aquí ni un día más”; “a ver si vienes a buscarme que yo no puedo
estar aquí”; “usted habrá observado que yo no estoy loca”.
En íntima relación con este concepto de paratopía, el manicomio aparece como un no-lugar
(Augé 1992); como un espacio de no pertenencia, de tránsito –pues los pacientes esperan, nueva
paradoja, salir de él en seguida-, como un recinto de secuestración en el que a ese sentimiento de
no pertenencia se le añade la negación de la identidad, el lenguaje no compartido, la soledad, el
silencio y, en suma, la alienación. Este habitante de un no-lugar se convierte así en una no-persona
al ser excluida socialmente y perder sus derechos ciudadanos. La desprotección legal de los
pacientes y la violencia del internamiento queda patente en algunas de sus cartas, como la de un
sargento de la guardia civil que ingresó en 1914 en la Casa de Dementes a los 65 años de edad:
“arrebatado por el engaño y la fuerza bruta he sido ignominiosamente separado del seno de mi
familia, recluyéndome en esta casa de dementes sin más razón que la del más fuerte sumiéndome
con ello en la amargura de verme privado de los cuidados de mi familia”9.
Otro ejemplo de indefensión es la que puede apreciarse en la carta que Jaime, militar y
jurista ingresado en 1916, dirige a un amigo suyo expresando la injusticia de la prolongación de su
ingreso y reclamando que: “terminado con exceso el plazo de observación militar y civil, la libertad es
un derecho legítimo”10. Más contundente se muestra Rodrigo, quien en la misma época y con un
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Historia Clínica número 390 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
Historia Clínica número 481 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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diagnóstico similar asegura que “me han encerrado en el manicomio de Santa Isabel que es en parte
manicomio y en parte cueva de ladrones”11.
Muchos de los escritos reflejan no solo la dificultad de los pacientes para entender el
internamiento, sino su deseo de salir cuanto antes de la institución. No obstante, las reacciones
individuales llegan a ser muy diferentes. Por un lado, encontramos situaciones en el límite de la
desesperación, como la de Luis, de 37 años de edad, ingresado a instancias de su esposa, a quien
escribe en los siguientes términos:
“desde hace tres meses vienes así haciendo que mi espíritu este muerto y desilusionado de todo. Si
te da la gana de venir, vienes, pues digas lo que digas, yo se que sales casi todos los días….yo
saldré de aquí para el cementerio”12.
Este paciente llevó a cabo tres tentativas de suicidio y murió en el manicomio por una
meningoencefalitis en 1920, a los cuatro años de ser ingresado. A lo largo de los años estudiados, el
suicidio apenas aparece como causa de muerte en los registros o en las historias clínicas, aunque si
puede leerse en varias cartas como amenaza, y siempre en relación con la sensación paratópica
apuntada y con las ansias de salir de la institución: “estoy harto de esta horrible prisión y si no
recupero pronto mi libertad y mi casa, me mataré”13.
Por otro lado, sin llegar a los extremos del suicidio, el ansia de salir del manicomio se refleja
en otras narrativas, las de los que asumen y las de los que rechazan la condición de loco. Son pocos
los internos que aceptan que padecen un trastorno mental, pero su manera de expresarlo hace
pensar en un intento de negociación con el objetivo último de salir del manicomio. Unas veces la
contraparte de dicha negociación será el médico: “estos datos creo que serán suficientes para que
usted diagnostique mi estado y me imponga el régimen curativo que convenga”14, mientras que en
otras ocasiones será la familia: “en mi alma sé que soy un loco y que me he portado mal con
vosotros (…) si me pudieras perdonar”15. A este grupo pertenece la desgarradora carta de Lili,
nombre que una paciente utiliza para firmar a modo de seudónimo (Conseglieri 2013b). Esta madre
de 32 años, ingresada en agosto de 1944 confía que su marido la rescate para poder retomar su
vida y ver a sus hijos:
“[José] de mi vida: (empezaré diciéndote que ayer día de la virgen confesé y comulgué y tú
Historia clínica número 460 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
Historia Clínica número 472 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
13 Historia Clínica número 482 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
14 Historia Clínica número 573 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
15 Historia Clínica número 725 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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ya sabes lo que eso significa en mí que jamás lo hice....) La vida de una persona puede
cambiar solo en unas horas y la mía ha cambiado y ha sido el golpe tan fuerte y doloroso
que hasta mis ideas se han transformado. Lo único que no cambia por más esfuerzo que
hago, es el pensamiento que lo tengo fijo, obsesionado en nuestros hijos, nuestros, [José],
no lo dudes ni un momento, tuyos y míos, pero sobre todo mi niño, mi [Luisín], ese es mi
mayor martirio. ¿Cómo están? ¿Y qué toma el niño? Si te ofendí perdóname y ven por mí.
Hazlo por su madre y sobre todo por ellos. Lili” 16.
Otro tipo de estrategia narrativa es la de los internos que reivindican su cordura y que,
negando la mayor, exigen su puesta en libertad inmediata. En estos casos, la mayoría de las cartas
están, como es lógico, dirigidas a los médicos y otros responsables de la institución y contienen
desde breves comentarios: "se nos acusa de trastornados, dementes"17, hasta solicitudes más
argumentadas. José María, reingresado en 1913 en el Manicomio de Leganés y diagnosticado de
demencia precoz (tras presentar un primer ingreso una década atrás) en una carta dirigida al director
refería: “han transcurrido 15 meses desde que ingresé en este establecimiento durante los cuales no
se habrá observado nada anormal en mí…espero atienda mi pretensión de darme salida pronto (…)
no hay ningún motivo para mi reclusión”18.
Estas manifestaciones de resistencia y negociación se repiten a lo largo de las cartas
estudiadas. Expresiones como “usted habrá observado que no estoy loca”, y una gran cantidad de
equivalentes, representan, fundamentalmente, la búsqueda de un pacto. Comunican la ansiedad de
la víctima, del que es juzgado; transmiten la emoción del desconcierto, de la espera; suponen la
negación de la presunta condición de loco, pero también la resistencia vacilante e indecisa ante la
locura como destino. Sugieren, en definitiva, la agitación intensa del que se siente indefenso no solo
ante el experto que decidirá sobre su vida, sino ante sí mismo. El enunciado “usted habrá observado
que no estoy loca” no necesariamente muestra convicción, pues demanda una respuesta mientras
cede a la duda y al deseo (Huertas 2015).
La vida cotidiana en el manicomio:
La historia de la vida cotidiana constituye un género historiográfico que tiene en cuenta el
modo de vida de los individuos, tanto las condiciones materiales de su existencia como su
Historia Clínica número 1433 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
Historia Clínica sin numerar del siglo XIX, del Archivo del IPJG de Leganés.
18 Historia Clínica número 17 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
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cotidianidad, lo íntimo, la sensibilidad, la sociabilidad, los afectos, etc.; una historia cultural que va
más allá e intenta responder a otras preguntas que las planteadas por la historia de grandes
acontecimientos. El gran impacto de estos enfoques a partir de trabajos pioneros y nucleares como
los de Ariès y Duby (1988), por citar un ejemplo suficientemente significativo, llegó también al ámbito
de la historia de la psiquiatría, con trabajos que han puesto su punto de mira en las condiciones de
vida en el asilo (Beveridge 1998; Reaume 2000; Rivera Garza 2001; Villasante 2008). Obviamente,
la historia de la vida cotidiana requiere el estudio de fuentes no oficiales y, en nuestro caso, las
cartas objeto de esta investigación nos ofrecen claves imprescindibles para reproducir la vida en el
Manicomio de Santa Isabel de Leganés. Analicemos a continuación de qué manera vivían los
internos su existencia cotidiana en el manicomio centrándonos en las condiciones habitacionales, de
alimentación y vestido, así como condición o estatuto de enfermo.
“Mal instalado en una habitación húmeda y fría”:
La Casa de Dementes de Santa Isabel no fue diseñada como un edificio de “nueva planta”,
edificada con arreglo a su fin institucional y, al aprovechar un antiguo edificio ducal, requirió
numerosas reformas del inmueble que no se atuvieron a un plan organizado. Las sucesivas
ampliaciones y reparaciones se organizaron sobre un trazado arquitectónico que había ignorado
sistemáticamente los criterios médicos y terapéuticos, convirtiendo la edificación en una estructura
desordenada, poco funcional e impropia para albergar enfermos mentales, tal como ellos reclaman
en el contenido numerosas cartas.
Federico redactaba en 1911 una carta al Jefe facultativo de la institución José Salas y Vaca
en la que aseguraba estar “mal instalado en una habitación sumamente húmeda y fría, sin brasero,
helado de frío”19. Las quejas sobre el frío también estuvieron presentes en una carta que Sor Adela,
ingresada en la misma época por una "manía persecutoria o psicosis sistematizada progresiva",
dirigía a un superior religioso en los siguientes términos: “A fuerza de tanto sufrimiento no puedo
más, y tengo ya el corazón que me dan ataques de fatiga con el frío20. Esta Sierva de María alojada
en una habitación sola en calidad de “distinguida” y, por tanto, seguramente en mejores condiciones
que la mayor parte de los internos, expresó sin embargo una gran angustia por el acoso y
persecución que percibía de la superiora de su orden religiosa, lo que le llevó a reunir ropas y
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Historia Clínica número 308 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
Historia Clínica número 351 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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muebles en un punto de la habitación y prenderles fuego. Desconocemos si sus plegarias fueron el
motivo por el que un año después la religiosa fuera dada de alta y trasladada a otro centro de la
Congregación.
Precisamente Salas y Vaca, director médico de la Casa de Santa Isabel entre 1911 y 1929
(Villasante & Candela 2014), se propuso resolver algunos problemas infraestructurales y de
funcionamiento de la institución (Salas y Vaca 1929). No obstante, tales reformas no le parecieron
suficientes a Manuel quien, en una carta dirigida en 1929 al Director General de la Administración
Local, realizaba una dura crítica a la alimentación, al trato y la falta de atención a los enfermos:
Cuando fui interrogado por el Sr. Juez les manifesté el abandono de aquí, su organización
fuera del siglo en que vivimos, lo malo del trato, así como de sus comidas, escasas, mal
condimentadas, y algunas veces en estado de descomposición. Aquí no hay de hecho ni
Director, ni médicos de guardia, y sí los hombres en un completo abandono, hombres
encerrados por vida, amarrados y el resto tirado por los suelos sin distracciones21.
Las reformas no subsanaron la mala distribución del manicomio y, en una carta escrita en
1935 por Carmen, de 54 años, al médico del departamento de mujeres, más modesto que el de
varones, describía: "Distinguido Don Aurelio, […] pues yo con cambiar de manicomio he perdido
mucho por todos estilos, la otra noche por poco me muero y sin tener a nadie a quien recurrir
encontrándome sola y a oscuras completamente, esto está muy mal dispuesto…”22.
Esta pensionista de primera categoría, además de dos cartas a un fraile franciscano del que
estaba enamorada, se dirigía al médico del establecimiento Aurelio Mendiguchía Carriche
(Conseglieri &Villasante 2007). La interna procedente del Sanatorio del Doctor Esquerdo, inaugurado
en 1877 (Villasante & Huertas 1999) y con mejores instalaciones que el Manicomio Nacional, se
quejaba precisamente de la mala distribución del edificio.
Además de las deficiencias arquitectónicas, de sus estancias húmedas y frías, el manicomio
arrastraba una situación crónica de escasez de agua potable (Villasante 2003, 2005). Estas
dificultades de abastecimiento fueron una constante que empeoraba en épocas de sequía ya que el
Ayuntamiento de Leganés suspendía el suministro al manicomio, de modo que, además de carecer
de agua para beber, también afectaba al aseo personal de los internos y al funcionamiento de los
servicios higiénicos. De hecho, en julio de 1932, el Alcalde de la Villa de Leganés escribió al Director
General de Beneficencia, expresándole su preocupación por el posible foco de infección que
21
22
Historia Clínica número 889 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
Historia Clínica número 1080 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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suponía el sumidero del Manicomio de Santa Isabel, ya que la boca de la alcantarilla estaba
construida sobre un suelo más bajo que el de las calles adyacentes, de tal forma que debía
permanecer siempre entreabierta ante las riadas originadas por las lluvias. El regidor señalaba:
[S]uele estar casi siempre en un estado lamentable que, unido a los malos olores que de la
misma emana especialmente en verano, hacen la atmósfera verdaderamente irrespirable,
siendo de notar los detalles de existir un colegio de niñas a 75 metros y a unos 40 la entrada
principal del citado Manicomio de Santa Isabel, prolongándose su fachada hasta la misma
boca de la expresada alcantarilla. Otro de los defectos e inconvenientes que por su
importancia hay que tener muy en cuenta es el de las ratas; estos roedores de gran tamaño
y en bastante abundancia encuentran en la citada alcantarilla campo muy apropiado y
ambiente muy favorable para su desarrollo y multiplicación, propagándose a las viviendas
próximas en buen número y que aparte del peligro que esto supone para la salud pública por
ser agentes transportadores de epidemias existe el no menos importante de mordeduras a
niños, animales domésticos, etc.23.
La ya citada Carmen, trasladada del Sanatorio Esquerdo, también escribió al médico
responsable de su departamento el 8 de julio de 1935, reflejando esa deficiencia en el suministro de
agua y la presencia de ratones descrita en la documentación del propio Ayuntamiento:
[A]quí la mayoría de las veces que vamos a lavarnos no hay agua, está muy escasa, los
retretes huelen muy mal y como aquí no salimos ni hay los jardines que en Casa del Señor
Esquerdo a lo mejor nos entra una peste aquí, esto está lleno de ratones y ya se sabe que
donde los hay huele muy mal. Aquí los vasos que son de plata o de aluminio no los friegan
los secan con un paño que luego secan los demás cacharros a veces están más negros que
mi bata…24.
“Mal alimentado y mal vestido”:
La alimentación y la vestimenta fueron motivo de las quejas más recurrentes encontradas en las
cartas de los internos de Leganés y que, en muchas ocasiones, iban asociadas. También para los
responsables de la institución psiquiátrica fueron motivo de preocupación ya que, en las primeras reglas
higiénicas dictadas se insistía en las precauciones que se debían tomar con los alimentos perecederos
(pescados, leche, verduras y frutas) sobre todo en verano (Mollejo 2011; 55-56), aunque no se
especificaba ni las raciones, ni los horarios de las comidas. Posteriores reglamentos si plantearon una
estricta planificación de la alimentación de los internos, como el de 1873 que recomendaba las
siguientes raciones y horarios de comidas:
150-200 gramos de legumbres (judías, garbanzos, judías secas o arroz); 250 gramos de carne;
20 gramos de tocino y 50 gramos de pan por persona y día, y distribuidos a lo largo de tres
23
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Archivo del Ayuntamiento de Leganés (Signatura 140.003). Véase Tierno (2008).
Historia Clínica número 1080 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
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comidas diarias. El desayuno se servía a las siete de la mañana (sopa para los pobres y
chocolate o café con leche y tostada con manteca para los pensionistas); el almuerzo a las
doce del medio día (cocido para todos los internos, con postre para los pacientes de pago y
sin postre para los de la beneficencia) y la cena a las seis de la tarde (guiso de carne con
patatas o legumbres, al que se añadía ensalada y postre para los pensionistas (Reglamento
1873).
Las diferencias de clase eran patentes en la alimentación. Tanto Isidora como Dolores,
ambas alojadas como pobres, coincidían en su queja por la escasa cantidad y calidad de la comida. La
primera escribía “sigo en esta prisión comiendo de segunda y pasando hambre”25, mientras que la
segunda detallaba: “yo no puedo con las comidas que me dan (…) tengo muchas hambres (…) que
me mande dinero para comer. Estoy enfermando de ambre (sic), por mal guisadas, no ay (sic)
aceite, ni manteca y no se puede guisar bien"26.
Sin embargo tampoco las pensionistas de primera clase como Fructuosa estaban satisfechas
con su dieta: “sin comer más que esta triste sopa del mediodía, el café después que vine no lo he visto;
leche fresca no la puedo tomar tengo miedo desde un día que me dio pepita y me hizo daño y estuve
cinco o seis días mala pues no puedo tomar más que condensada; les pido ya que me tienen aquí que
me manden condensada…”27.
Dadas estas referencias al hambre, cabe suponer, que los internos de Leganés no siempre
debieron tener un aporte nutricional óptimo y que, además de las diferencias en la alimentación de
unos y otros según su categoría social, es probable que en determinados momentos de carestía y
escasez de productos de primera necesidad el fantasma del hambre planeara sobre la institución
(Vázquez de la Torre & Villasante 2016). La dificultad de abastecimiento del manicomio ya es
descrita desde poco después de su inauguración:
[L]ejos de la capital donde, por regla general, se abastece de varios artículos de primera
necesidad, por carecer el pueblo donde se halla establecido hasta de las cosas más
indispensables de la vida, y por tener en él todos los artículos de consumo, así comestibles
como combustibles, incluso la leña, un precio tan subido al menos como en Madrid…en
aquel pueblo no se cultivan más que algunas verduras, algunas legumbres y trigo. Las
carnes, tocino, aceite, etc. ó se llevan de Madrid, ó se acarrean de otras partes (Torres
1859; 570).
Historia Clínica número 482 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
Historia Clínica número 503 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
27 Historia Clínica número 1461 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
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Existen también evidencias documentales en las que los contratistas de legumbres se
quejaban porque no era posible adquirir en la villa el arroz y las judías necesarias para abastecer a
la Casa de Dementes (Villasante 2008). Al contrario de lo que ocurría como práctica habitual en
otros manicomios europeos, en Leganés no se contaba con terrenos, que pudieran ser explotados
por los propios internos, de manera que éstos no podían contribuir con sus productos al
abastecimiento de la institución. Tan solo existió una vaquería, aunque se desconoce la cuantía de
la producción de leche. En todo caso, la situación no debía ser muy diferente de la de otros
establecimientos europeos. A modo de ejemplo, Camille Claudel aseguraba que en su ingreso en
Montevergues estuvo "privada de alimentos, de calefacción y de las más elementales comodidades"
(Claudel 2010; 253).
Cabe decir, finalmente, que aunque la posibilidad no se contempla en ninguna normativa,
puede inferirse que se permitía a los familiares llevar comida a los internos, al menos eso se
desprende de algunas cartas, como la que Juana escribe a su hermano insistiéndole en que le envíe
alimentos:
[T]e escribo esta para ver si tengo más suerte que he tenido con las anteriores, que quiero
que me mandes pues tengo ilusión antes de morirme quisiera tomar una gran cantidad de
azúcar y café, bombones y caramelos de la Mallorquina y agujas de jamón, dos libras de
chocolate, medias noches y huevos ya que tengo la desgracia de estar aquí para siempre se
ha dicho que las penas con pan son menos ten lastima de mi y no me dejes morir sin
haberme dado ese gusto ya que ahora no me pagas pensión ni nada mándame una cuchara
que la que tenia me la ha perdido una enferma y ven tu a verme (…) Manteca blanca y una
perdiz, mándamelo sin que se entere I. que es muy tacaña y no me quiere traer casi nada
con tres o cuatro duros que te gastes en mi ya estoy complacida. Tú te irás a ver las fiestas y
yo me quedo aquí encerrada, a ti te gusta divertirte, a mi también pero ya que soy tan
desgraciada mándame siquiera este pequeño alivio total para ti no es nada para mi es una
alegría grande, pues aquí no más bien que el que no quieran hacer mándalo sin que se
entere Isabel pues se que esta no ha de querer, queda esperando tu hermana28.
En lo referente a la vestimenta, durante los primeros años de funcionamiento de la institución
la ropa y el calzado de los internos fueron suministrados por el Asilo de San Bernardino de Madrid, que
fue durante el siglo XIX un importante lugar de internamiento de los mendigos en la capital.
Posteriormente, en el primer Reglamento interno del manicomio, de 1873, se reguló de manera
detallada la vestimenta que debían llevar los pacientes, cuestión que iba a convertirse en un elemento
diferenciador de clase social, ya que los pensionistas o distinguidos podían vestir con la ropa propia
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Historia Clínica número 42 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
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facilitada por la familia mientras que los pobres debían llevar un uniforme cuya apariencia fue
cambiando con el tiempo, pese a que sus elementos básicos se mantuvieron (Villasante 2008). La
desgarradora descripción que Benito Pérez Galdós hace en La desheredada, novela publicada en 1881,
tan solo ocho años más tarde de la entrada en vigor del citado Reglamento, muestra la indumentaria de
los internos en términos sobrecogedores. Cuando la protagonista, Isidora Rufete, va a visitar a su padre
al Manicomio de Leganés, se encuentra con que: “los vestidos de este sujeto sin ventura eran
puramente teóricos. Había sobre sus miserables y secas carnes algunas formas de tela que
respondían, en principio, a la idea de camisa, de levita, de pantalón: pero más era por los pedazos
que faltaban que por los pedazos que subsistían” (Pérez Galdós [1881] 1977; 18).
Independientemente de las licencias literarias que el autor pudo haberse tomado, no parece
descabellado afirmar que la obra de Galdós constituye un reflejo de la realidad que coincide con la
información obtenida en nuestras fuentes. Alfredo, pensionista de segunda, escribía a sus familiares:
“Estoy materialmente desnudo y cubierto de andrajos”29, y, en términos similares lo hace Fructuosa:
“no he visto tampoco ni el valor de un alfiler vuestro y ahora me tienen entre locos, desnuda, hasta sin
camisa…”30.
¿Una institución terapéutica?: “ni los médicos me hacen caso, ni me dan medicina
alguna”:
La sensación subjetiva de desamparo y abandono que las cartas reflejan, no se limitan solo
al encierro, o a las condiciones materiales de la existencia (habitación, alimentos, vestidos) en el
interior del manicomio, sino también ante el propio acto médico, terapéutico o meramente
asistencial: “ni los médicos me hacen caso ni me dan medicina alguna..., los mozos me
menosprecian”31.
Particularmente significativo resulta el papel desempeñado por las monjas en el
funcionamiento de la institución y en su trato con los internados. El primer convenio con las Hijas de
La Caridad para el servicio económico y hospitalario de la casa se realizó en noviembre de 1852,
coincidiendo con la puesta en funcionamiento del manicomio. Cuando el número de pacientes
rondaba el medio centenar, había ocho hermanas, que se encargaron de la administración, el
gobierno y la economía de la casa (Espinosa, Balbo & Peset 1994). En los siguientes años, se fue
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Historia Clínica número 1461 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés
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aumentando la dotación de religiosas, de modo que las Hijas de la Caridad desempeñaron un papel
muy importante en su funcionamiento cotidiano, ejerciendo un poder omnímodo tanto sobre los
médicos como sobre los pacientes. Resulta esclarecedora, en este sentido, la influencia de las
monjas en el cese como médico-jefe del establecimiento del eminente psiquiatra Luis Simarro, un
neurohistólogo, masón, republicano y materialista que ejerció en el manicomio de Leganés entre
1877 y 1879 (Moro & Villasante 2001). En estos dos años, en los que además pretendió practicar
autopsias a los dementes fallecidos, mantuvo desavenencias permanentes con las religiosas que se
saldaron con la salida del médico de la institución. A finales de siglo, su colega José María Escuder,
en un libro titulado Locos y Anómalos (1895), aludía a este episodio para ilustrar el poder de la orden
religiosa en el funcionamiento del manicomio: “ellas [las monjas] mandan, disponen, ordenan, ponen
camisas de fuerza, y cuando les estorba un médico, consiguen que se aleje.” (Escuder 1895; 307)
Asimismo, algunos escritos de pacientes ponen de manifiesto el papel coercitivo como cuidadorascontroladoras que las monjas llegaron a desempeñar. En una carta dirigida en 1935 por una interna
a un sacerdote, se afirmaba que:
[Y]o no puedo estar con tus compañeras las monjas, porque yo creo que las monjas y los
frailes son una cosa parecida. Pues bien, estoy herida y arañada por tus compañeras, pues 4
años que estuve en Casa del Señor Esquerdo ni siquiera intentaron hacérmelo …y tú a lo
mejor te vistes de seglar y te diviertes con la Dolores y yo en la [higuera] aquí pasando toda
clase de tormentos32.
En términos muy similares se expresaba, algunos años antes, en 1924, una religiosa de la
misma orden que las hermanas del manicomio: “[…] y yo valgo tan poco que me tenéis año y medio
en donde sabes que tratan tan mal como es en Observación, pues tu como has estado en Mazorra,
de Hermana, ya sabes los malos tratamientos de estas clases de casas, donde a cada paso andáis
poniendo las camisas de fuerzas y dando palizas y encerrando en la celda […]”33.
Además de las religiosas, el cuidado de los enfermos estaba a cargo de celadores, mozos
enfermeros o "loqueros", como se conocían popularmente, que les atendían y hacían cumplir las
normas de la institución. Esta ocupación estuvo durante el siglo XIX más próxima a la vigilancia
carcelaria que a los cuidados de enfermería (Villasante 2013). Benito Pérez Galdós describe en un
inquietante fragmento de La Desheredada:
Dos loqueros, membrudos, aburridos de su oficio, se pasean atentos, como polizontes que
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Historia Clínica número 742 (siglo XX) del Archivo del IPJG de Leganés.
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espían el crimen... No hay compasión en sus rostros, ni blandura en sus manos, ni caridad
en sus almas. De cuantos funcionarios ha podido inventar la tutela del Estado, ninguno es
tan antipático, como el domador de locos. Carcelero-enfermero, es una máquina muscular
que ha de constreñir en sus brazos de hierro al rebelde y furioso” (Pérez Galdós [1881] 1977;
19).
Aunque el fragmento que acabamos de leer se refiere al mismo establecimiento del que
proceden nuestras fuentes, no hemos encontrado en ellas más que una alusión aislada a este
personal: "los mozos me menosprecian” 34, ni tampoco hay constancia de denuncias o quejas
formales de sus posibles malos tratos, al contrario de lo que han encontrado otros autores como
Reaume (2000) en Toronto, lo que no quita para que estas fueran ignoradas o silenciadas.
En todo caso, resulta evidente que, al menos hasta bien entrado el siglo XX, el Manicomio
Nacional de Leganés, a pesar de los esfuerzos de algunos facultativos, cumplió más una función
tutelar y de control social más próxima a las instituciones totales de encierro, segregación y
exclusión que a establecimientos con vocación terapéutica y de integración e inclusión social.
Consideraciones Finales:
A través del material epistolar estudiado hemos obtenido una muy valiosa información sobre
las características de la institución, sobre su funcionamiento y sobre la vida cotidiana en su interior.
También nos aportan datos acerca de las experiencias, las emociones y las sensaciones de los
pacientes. La desconfianza, los celos o el rencor son sentimientos que afloran en estas narrativas; el
reproche hacia la persona amada, hacia el familiar o hacia el médico es bastante habitual. Es
posible que, en algunos casos, esta actitud de suspicacia y victimismo respondiera a estados
paranoicos: “se apoderó de mi persona, me encerró en esta casa”; “parece que se divierten a mi
costa”; “la justicia no me oye”. Se trata de escritos que poseen una lógica interna con que la
psiquiatría define el delirio paranoico: sistematizado, coherente, sin deterioro psíquico y con claridad
y orden de conciencia, de pensamiento y de conducta. Por eso, en este tipo de manifestaciones
siempre puede quedar la duda sobre la “verdad” propuesta por el sujeto. En una época, en la que
está demostrada la existencia de ingresos arbitrarios, algunos muy célebres como el caso de Juana
Sagrera (Cuñat 2007; Huertas & Novella 2011), o como el de Vega Armentero (Fernández 2001), no
tenemos más remedio que aceptar un margen de incertidumbre al analizar las múltiples expresiones
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que niegan el trastorno mental, que denuncian el encierro o que reclaman con desesperación un
mejor trato.
No obstante, independientemente de los diagnósticos con que los pacientes fueran
etiquetados, y de su estado psicopatológico “real”, algunos internos fueron capaces de articular un
discurso coherente de rechazo a las prácticas manicomiales. Un discurso además que se mantiene
más o menos constante a lo largo de los cincuenta años de nuestro estudio, un periodo de tiempo
atravesado por los avatares históricos del país: la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo
de Rivera, la Segunda República y la dictadura franquista, no parecen afectar a los habitantes del
manicomio, con lo que su condición de no-lugar cobra una mayor dimensión. Ni siquiera la
importante reforma psiquiátrica que comenzó a ponerse en marcha durante la Segunda República
española (Huertas 1998), supuso un cambio de las condiciones del Manicomio de Leganés o, al
menos, de la percepción de sus internos.
Los locos de Leganés escriben con el objetivo de proponer una “verdad” propia, denunciar el
abuso del internamiento, demostrar que se está mentalmente sano, narrar experiencias vividas y
sufridas, buscar la propia identidad, etc., pero tampoco podemos olvidar la existencia de un pacto
entre médico y paciente (Choquard, 1999; 453), entre el que lee y el que escribe, ya que quien
escribe lo hace, en la mayor parte de los casos, para exponer sus deseos, frustraciones y quejas, en
definitiva su “verdad”. El facultativo, por el contrario trata de confirmar el diagnóstico, archivar datos
para identificar y clasificar los signos de la enfermedad mental, sin responder al sufrimiento ni a las
expectativas del escribiente. Es este “pacto” -ciertamente desigual y donde pivotan elementos de
autoridad, sumisión o resistencia- el que permite explicar y explorar las distintas modalidades
textuales, como la súplica, la queja, el tono burocrático, etc., que hemos podido identificar en los
textos reproducidos y que forman parte, casi siempre, de un cierto ritual de subordinación. Pero
además, el lector que, como hemos visto, no es necesariamente el destinatario del escrito, se limita
a "archivar” sin contestar, sin responder al sufrimiento y a las expectativas del escribiente. Se trata,
en definitiva, de escritos que reflejan emociones diversas, resistencias, intentos de negociación, pero
sobre todo sufrimiento, fragmentos y variaciones de un sufrimiento que fue, al menos en algunos
casos,
capaz
de
canalizarse
a
través
de
la
expresión
escrita.
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