A la hora de los juegos: reseña de El Tercer Reich de

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A la hora de los juegos: reseña de El Tercer Reich de Roberto Bolaño
Por: Fernando Rodríguez Mansilla *
Hobart and William Smith Colleges
Ti t u l o d e l a o b ra: E l Tercer R ei ch
Au to r: Ro b erto B o l a ñ o
E d i t o ri al : Vi n t ag e E s p añ o l
F o rm at o : 3 6 0 p ág i n as
Añ o : 2 0 1 0
* Fernando Rodríguez Mansilla (Lima, 1979) es profesor universitario. Doctor en literatura española por la Universidad de
Navarra, España. Especialista en literatura del Siglo de Oro y literatura rioplatense del siglo XX. Ha publicado artículos y
reseñas sobre temas de su especialidad en revistas académicas de España, Estados Unidos y Perú. En 2008 publicó una guía de
lectura de “Los cachorros” de Mario Vargas Llosa por la editorial española Cénlit.
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Pese a que falleció en 2003, pareciera que Roberto Bolaño sigue escribiendo,
dado el ritmo de publicación de libros suyos en años recientes y el vigor de su obra
narrativa, sobresaliente con Los detectives salvajes (1998) y con visos de genialidad
en la torrencial 2666, publicada un año después de su muerte. Se trata de un fenómeno
común a los autores a los que se descubre tardíamente y cuya obra se aprecia más cada
día.
En Bolaño se combinan las mejores y más diversas tradiciones literarias de
nuestra lengua. A caballo, en lo que se refiere a su actitud ante la creación, entre un
perezoso Onetti (como quien desacraliza el oficio) y un disciplinado Vargas Llosa (con el
impulso que la enfermedad dio a la escritura del chileno en los últimos años de su vida),
Bolaño escribe, como decía algún crítico, las novelas que Borges hubiera pergeñado si
se lo hubiese propuesto. Un ejemplo de ello es El Tercer Reich, compuesta a fines de
los años ochenta, pasada en limpio parcialmente por el propio Bolaño en vísperas de su
fallecimiento y publicada recién ahora, casi dos décadas después de ser escrita.
¿De qué trata El Tercer Reich? Básicamente, de un viaje interior o un descenso a
los infiernos, llevado a cabo, sin habérselo planteado, por la joven promesa alemana de
los wargames, Udo Berger. El protagonista se encuentra, al inicio del libro, en la cumbre
de toda buena fortuna. Es el campeón de Alemania de juegos de estrategia militar, tiene
una novia hermosa e inocente, Inge, y vislumbra una carrera en ciernes. “El sol brillaba
para mí” (41), afirma Udo cuando resume su éxito y ese resplandor lo sigue hasta la
costa catalana, adonde se dirige con la idea de poder trabajar en un artículo acerca de
su pasión: las estrategias para dominar y vencer en los juegos de guerra, en particular
aquel llamado El Tercer Reich. Pero ese ambiente aparentemente pacífico y relajado
empieza a transformarse a poco de instalarse en él. La aparición de una pareja alemana
con la que hacen amistad Udo e Inge viene a producir un amago de inquietud. Charly,
el alemán deportista y salvaje, altera ese orden del jugador reflexivo. Precisamente para
desarrollar este descenso de la claridad del tablero de juego a los rincones siniestros de
la vida cotidiana, Bolaño escoge acertadamente la forma narrativa del diario (de extensa
tradición en Alemania, lo cual es un guiño al origen de su personaje) que adopta a veces
el tono del carnet que ensaya el intelectual que es, a su manera, el protagonista. Página
a página, somos testigos de sus impresiones diarias, sus reflexiones y cómo su relato se
impregna de misterio y más tarde de auténtico miedo, frente a una fuerza desconocida
que lo degrada y le permitirá contemplar el caos.
Los personajes que rodean a Udo presentan conductas misteriosas, las cuales
parecen dar indicios de algún crimen (como la violación en la que habría participado
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Charly, que nunca se aclara). Nuestro protagonista intuye presagios, que progresivamente
van inoculando el miedo en el lector: los españoles en los que no se puede confiar (Udo
habla el idioma, pero es un extranjero igualmente), el enigma que rodea al horripilante
Quemado (cuya piel muestra cicatrices de quemaduras feroces), así como el violento
Charly, cuya desaparición revela la fragilidad de la existencia humana. En este marco
inquietante se desenvuelve otro misterio, el de Frau Else, la mujer del hotel donde se
hospeda el joven Udo, quien empieza a tener sentimientos hacia ella. Frau Else juega
a ser una heroína romántica, desgarrada, entre el dolor de su marido agonizante y la
admiración hacia el talento y la pureza integrales de Udo.
La desaparición súbita de Charly pone en jaque todo el genio de estratega de Udo,
quien hasta entonces exhibía la seguridad del jugador profesional. No cabe duda de que
es el mejor en el juego, sobre un tablero, pero esta estancia en España le demostrará que
en “el juego de la vida”, por así decirlo, es poco menos que un bisoño. “¿Por qué a veces
tengo tanto miedo? ¿Y por qué cuando más miedo tengo mi espíritu parece hincharse,
elevarse y observar el planeta entero desde arriba?” (98). Udo empieza a ver el mundo,
su situación, como el jugador que ausculta el tablero de juego y eso le da miedo, porque
esta partida nunca la ha jugado. Frente a ello, el joven alemán se volverá más y más
huraño. Así ante la indefensión de la pareja de Charly, Hanna, a quien supuestamente
han vejado sexualmente, su novia Inge lo increpa: “Todos la han tocado pero tú [Udo]
estabas encerrado en la habitación con tu guerra. -¿Y eso qué –grité-. ¿Tengo algo que
ver en ese asunto? ¿Es culpa mía?” (151). Esta situación de indiferencia frente a lo
que lo circunda es insostenible. Hacia mitad de la novela, Udo percibe que la realidad
lo empieza a vencer. “Los libros que me prometí leer esperan. Las horas y los días, en
cambio, transcurren aprisa, como si el tiempo fuera cuesta abajo. Pero eso es imposible”
(160).
Sin ganas de trabajar, perplejo ante la desaparición física de Charly y abandonado
por Inge (que marcha de vuelta a Alemania), Udo Berger no alcanza a comprender, al
margen de la pesquisa para resolver el caso de su amigo, qué extraña fuerza lo lleva a
permanecer en el balneario. Entonces se desarrolla el contacto más estrecho entre el
Quemado y Udo, que empieza de forma marcadamente vertical. Son como el soldado raso
y el general estratega. Y Udo lo subestima, claro, pero al estar tan desamparado como él
se juntan cual el perro vagabundo y un amo que lo adopta: Udo no quiere ver la realidad y
cree que el Quemado no servirá para el juego, pero al menos lo escucha, le hace compañía
(varias veces compara su figura con la de un perro fiel) y no tiene que fingir frente a él
lo que no es. Con esa sensación de libertad, Udo monologa y se siente cómodo ya que
llena todo el espacio entre ambos con el juego, lo cual lo desconecta de una realidad que
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no entiende. Conforme pase el tiempo, Udo notará que “el Quemado resultó un alumno
despierto” (175). Asimismo, el juego empieza a ocupar el lugar de la vida, la reemplaza.
Udo pierde por entonces el sentido de la realidad y lo atormentan pesadillas a través de las
cuales puede intuir vagamente lo que ocurre. El Quemado muestra mayores habilidades
y la partida de El Tercer Reich que había empezado con Udo empieza a inclinarse a su
favor. En realidad, el Quemado es asesorado por un personaje oculto, que resulta ser el
marido de Frau Else. Y en este punto se produce la fusión entre la realidad del juego (que
Udo está perdiendo frente al Quemado) y la realidad entendida como juego, ya que hay
otros (los jugadores) que mueven las fichas con una sabiduría que escapa al conocimiento
de Udo. Quien está jugando contra él es el Quemado, pero el Quemado es dirigido por el
marido de la mujer que ama.
El juego progresa en contra de Udo y esto lo va degradando, lo bestializa. Los
camareros lo empiezan a llamar “el loco” (330) y Frau Else lo considera “un elemento
perturbador” (302). Delira, enfrascado como está en “el juego de la vida”. Por entonces
Udo se entera de que los españoles a su alrededor creen que es nazi. Y ocurre que en el
tablero de El Tercer Reich cumple ese papel, ya que conduce los ejércitos alemanes en la
segunda guerra mundial, como si la ficción dentro del tablero invadiera la realidad. Udo
es, literalmente, un nazi dentro del tablero y también lo es fuera del mismo, en las mentes
de quienes le rodean. Como remate de una atmósfera ya asfixiante, el misterio en torno al
Quemado nunca se resuelve, sino que se complica más: de presunto origen sudamericano,
este habría sido supuestamente víctima de los nazis o de un grupo neonazi, producto de
cuyo ataque le quedaron aquellas horribles cicatrices. El encuentro con el marido de
Frau Else (el jugador detrás del Quemado) le revela a Udo que está jugándose algo más
que su reputación, es algo concerniente a su propia vida: “Tampoco estoy hablando del
Tercer Reich sino de los proyectos que ese pobre muchacho prepara para usted. ¡No en el
juego (eso, ni más ni menos, es lo que es) sino en la vida real! (321). La charla fusiona
delirantemente los alcances del juego con los de la vida misma. El juego del tablero y la
existencia están al mismo nivel. No hay salida para Udo.
El fantasma del nazismo se presenta en El Tercer Reich como un rostro más de
lo monstruoso, que asoma tan frecuentemente en las ficciones de Bolaño. Se trataría de
una manifestación más de la inquietante extrañeza de Sigmund Freud, que en las obras
del autor chileno aparece asociada a las perversiones y la violencia desmedida (como en
“La parte de los crímenes” de 2666). A veces esta inquietante extrañeza se origina en el
contacto con lo mítico, que ciertos personajes evocan. En El tercer Reich tal es caso del
Quemado, personaje liminar, de origen impreciso, deshumanizado, al que no obstante se
identifica, en la atmósfera de fantasía y pesadilla que rodea a Udo, con el inca Atahualpa,
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quien aprendió a jugar ajedrez en su cautiverio gracias a sus guardas europeos, a los
que inclusive les ganó algunas partidas: una situación que estarían remedando Udo y
el Quemado. Por otra parte, el marido de Frau Else se compara con don Quijote en su
lecho de enfermo: “Un Quijote postrado, cotidiano y terrible como el Destino” (324).
Se trata del Quijote del poema de León Felipe, el caballero derrotado, aunque ejemplar,
que consuela al vencido que pronto será Udo. No olvidemos que la lectura cervantina
de Bolaño debe contextualizarse en el marco de la aproximación romántica al libro del
ingenioso hidalgo.
Así como don Quijote (personaje evocado por el marido de Frau Else) es derrotado
en la playa de Barcelona, Udo es vencido, también en la costa catalana, por el Quemado,
quien puede resarcir simbólicamente sus heridas. Como el manchego cuando vuelve a
su aldea, se diría que Udo ha muerto en cierto sentido. A su regreso a Alemania es
otro, al que todos saludan con un “Hola campeón” cuando él se sabe derrotado por un
principiante al que él mismo adiestró y con todo aquel “brillo” de las primeras páginas
del diario totalmente desvanecido. Perdida la confianza en sí mismo y por consiguiente
esa adicción por el tablero de juego, Udo ingresa a trabajar como un burócrata, gris y
triste, “administrativo en una empresa dedicada a la fabricación de cucharas, tenedores,
cuchillos y artículos afines” (355).
Desde la otra orilla, la del cuerdo monótono y sin alma, Udo cambia su visión
del mundo. Ahora no le cabe duda de que el jugador es solamente una instancia más del
juego que por encima de él otros juegan: “Todos nosotros éramos como fantasmas que
pertenecían a un Estado Mayor fantasma ejercitándose continuamente sobre tableros de
wargames […] sombras que juegan con sombras” (356) 1. Cuando participa, aunque a
regañadientes, en el congreso de París del cual tanto hablaba en las primeras páginas de
su diario, “llegué a la conclusión de que el ochenta por ciento de los ponentes necesitaba
asistencia psiquiátrica” (358). ¿Qué ocurrió? El juego de la vida acabó con el jugador del
tablero, le reveló su condición irrisoria, de pieza con la que otros juegan. A esto lo lleva
su aventura en España, que se convierte en su propio viaje al final de la noche, en el cual
solo encuentra el absurdo de la condición humana.
Dicha epifanía en torno al absurdo nos recuerda la figura persistente de Franz
Kafka en la obra de Roberto Bolaño, cuya lección el chileno asumió de manera muy
discreta y eficaz. Verbigracia: omnipresente en El Tercer Reich se encuentra la novela
del detective Florian Linden, a la que se alude constantemente. Cabe entenderla como un
símbolo, el que representa la clave de interpretación de los hechos a partir de un proceso
de razonamiento lógico (como el que desarrolla un detective literario, desde el Auguste
1 El pasaje trae a cuento los célebres versos borgianos dedicados al ajedrez: Dios mueve al jugador, y este, la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la
trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonías?
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Dupin de Edgar Allan Poe). Como siempre en Bolaño, la metaliteratura asoma: Udo está
viviendo una especie de novela de misterio, aunque desbocada, y no lo sabe (aunque
en sus pesadillas sí lo intuye). De esa forma, el libro de Florian Linden es un reclamo
de metaliterariedad, de las expectativas genéricas de un tipo de narración que nunca se
concretan, porque la realidad se resiste a ser descifrada por la razón. En varias ocasiones,
el libro mencionado se identifica con una biblia en la que estarían todas las respuestas
(la primera: ¿qué pasó con Charly?), aunque el libro nunca responda o solo muestre su
incapacidad de leer correctamente esa realidad que rodea a Udo. Su persistencia entre el
matalotaje del protagonista lo confirma como símbolo, aunque ya vacío: es el único libro
que se llevará Udo de la habitación de hotel donde fue derrotado. La novela de detectives
es, en esa medida, una reliquia del tiempo en que existía correspondencia exacta entre las
palabras y las cosas. En el mundo de El Tercer Reich no hay lugar a un orden como tal.
Al margen de algunas ideas para el análisis que hemos expuesto sucintamente
aquí, cabe reflexionar en torno a la novela en el contexto de la producción de Bolaño.
Considerando que esta novela fue compuesta hacia 1989, en la etapa heroica del autor
(cuando este malvivía de participar en cuanto concurso literario encontrase, según
lo testimonia en el estupendo relato “Sensini”), resulta sugerente encontrar en ella
precedentes de otras de sus obras, escritas después de El Tercer Reich, pero difundidas
mucho antes. Decisión consciente o inconsciente, los nombres alemanes nos traen a la
mente a otros personajes germanos de Bolaño. Heimito Gerhardt, el austriaco sesentón,
eximio jugador de wargames, ¿es preludio acaso del desorientado orate Heimito Künst
de Los detectives salvajes? En esta última novela, indudablemente la más popular del
autor chileno, aparece como amigo de Heimito Künst un tal Udo Möller (el protagonista
de El Tercer Reich es Udo Berger). Asimismo, todo el conocimiento y la consecuente
fascinación en torno a las campañas militares de la Segunda Guerra Mundial de parte
de Bolaño (que se testimonia también en Soldados de Salamina de Javier Cercas) se
plasmará extensamente en “La parte de Archimboldi” en 2666.
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