Leyendas y notas históricas - Actividad Cultural del Banco de la

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LEYENDAS
y
NOTAS
HISTORICAS
POR
HERMINIA
GOMEZ JAIME DE ABADIA
BOGOTA
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MUOTECA LUIS· ANGEL AiANGO
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Edición oficial
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LEYENl)1\S
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y
NOTAS
HISTORICAS
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HI<~RMINIA GO.MEZ JAIME
DE ABADIA
B( )GOT A
II\IPHENTA
NACIO:-< AL
1907
BANCO D¿ Ln rki'u3L1CA
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LUIS·ANGfL AiANGo
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Edici6n oficial
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A 1 Sr. General D. Rafael Reyes.
E~xcmo. Sr.
Se dice, acaso con razón, que la gratitud es planta
que no arraiga en el cora.zón del hombre. Por fortuna
para la humanidad aquel principio desconsolador tiene
nutnero~as excepciones: una de ellas el corazón de la
mujer, santuario inviolable donde se refugian los afectos que forman el calor de los hogares cristianos, donde se repiten con cariño los nombres de los que nos
hacen bien y donde al cabo encuentran asilo seguro los
que llegan cansados de las luchas de la vida y con el
espíritu aterido por los fríos del desengaño.
Así pues nada más natural que dedicar este modesto libro al hombre nobilísimo que no sólo distinguió con su amistad á mi padre, sino que con sus encaces cuidados. salvó la vida á uno de mis hermanos
(Abdalasis) cuando postrado por la fiebre, que hizo
tántas víctimas en la campaña de Ayapel, agonizaba
en las playas del Magdalena al frente del enemigo,
casi sin humana esperanza de salvarse.
Estos antecedentes harán comprender que ~n mi
modesto hogar el nombre del General Rafael Reyes
no es el de un extraño. Talla razón porqué la hija y
hermana agradecida se ha atrevido hoy á dedicarle
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~
Ded;cqIQrÙ¡
,
~te toqueRo trabajo, como sencilla ~uestra de su reconoqlmIento.
Pero también ha sido natural é inevitable que al
pensar en la dedicatoria se hayan venido á la mente
todos los méritos del eximio ciudadano, del que con
esfuerzos nunca superados ha levantado el nombre de
la P~tria en los campos de la ciencia, de la milicia.,de
la p~lítica y de la administraci6n. Al recordar los
hechos de una vida tan intensa no se puede guardar
un silencio egoísta y mantener las palpitaciones del
pensfl.mientodentrodelaf6rmula helada de una simple
dedi~atoria. Eso era imposible.
fuando se habla de los hombres excepcionales
cuya!grandeza sobrepasa en mucho las alturas del niweiijumano, es preciso extenderse más de 10 que se
piensa al empezar; porque tras un acto generoso sur~e upa gran virtud; á ésta le sucede un heroísmo; en
3egqida viene un sacrificio; más tarde inspiraciotles
que ~alvan, y por último la gloria que alumbra las divetsas fases de aquella múltiple existencia con los
resplandores de un sol que no tiene ocaso. Hay forzosamente que decir entonces lo poco que puede expresar una alma agradecida, aunque sea bajo la forma
imperfecta que una escasa inteligencia puede darles
aunálas más elevadas concepciones. Eso es 10'que ha
pretendido la autora en las breves páginas que se leerán 'en seguida.
J
HERUINIA
G6~EZ
J.DE
ABAD lA
----_.-.-----._--- ..-..-----.-- ..-..........- ----
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RAFAEL
REYES
Hacia la mitad del siglo XIX nació en Santa Rosa,
ciudad entonces del Departamento de Boyacá, Rafael
Reyes, hijo del Sr. Ambrosio Reyes y de la Sra.
Antonina Prieto y Solano. El suelo de Boyacá ha sido
privilegiado para dar notabilidades á la Patriaen todos
los ramos en que es posible sobresalir.
El Sr. José María Cordobés Moure nos hace saber
en una biografía publicada en el Boletln de Historia
que entre los antepasados del General Rafael Reyes
figuran el opulento y progresista
José Prieto de Salazar, el gran Camilo Torres y el gloriosfsimo Ricau rte.
Las personas que por su intelectualidad
y su
carácter no se conforman con vivir de aire y sol cotnt>
vegetales rastreros, ó que no hallan el summum de la
dicha en coronarse con las flores efímeras de la vltrtidad, deben sentirse abrumadas cuando hay nombres
gloriosos entre sus antepasados, brillante herencia
que sólo sirve para evidenciar su humillante nulidad.
y si tienen aspi raciones, si aman las grandezas del
pasado y sueflan con las auroras de la por venir, debe
ser doloroso acicate ver alzarse á la lejos ei átbù1
poderoso de donde descienden, y sentirse tamá desrnedrada y exangüe, que no dará una hoja siquiera
para la corona de la gloria. En cambio, ¡qué sátisfác-
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Rafael Reyes
6 I
·:jtan
íntima, qué orgullo tan justificado debe experim~~tar el q,ue además de la inteligencia posee el
d6n ~specialíslmo que puede llamarse resorte del alma,
y por esfuerzos propios se alza palmera gigantesca
entre numerosos arbustos que 10 separan del bosque
sagrado de héroes y de sabios! De la altura alcanzada
puede saludados sm inclinarse demasiado, y reco1"dar
sin mengua que de allí nrocede .•
.
Dichoso el que después de un corto intervalo de
tinieblas logra por su propio mérito trazar caracteres
de lùz en el espacio y recordar su origen de astro.
Prieto de Salazar, Camilo Torres, Ricaurte: la
Patria guarda intacto y con veneración creciente. el
tesoro de gloria que ellos le legaron; pero serán pocos
.entr~-sus numer~sos descendientes y retacionad?s los
que an conseguldoáumentar en algo el partIcular
lega o. Rafael Reyes puede adelantarse hacia ellos
con la frente levantada, y enseñarles triunfalment.e el
empl~o que ha hecho de su gloriosa herencia. Aunque
no sea el más cercano por la sangre, es en verdad el
pari~nte más próximo, porque ostenta más visibletUent~lós caracteres que los asemejan.
n
A mediados del siglo XVIII vivía en Santafé el
fastuoso D. José Prieto de Salazar, fundador de la
Casa de Moneda; era por más de un título el personaje más conspicuo de la Colonia y su casa la más
'suntuosa después del palacio virreinal.
Al subir al trono Fernando VI hubo en la ciudad
ios aCostumbrados regocijos, yíos grandes señores se
esforiaron en saludar espléndidamente el advenimiento del!nuevo soberano, fatigados como estaban con el
incoloro v fugitivo gobierno del adolescente Luis l,
ét:sí cqmo con el segundo reinado del melancólico Fehpe v.
:- Fiue entonces cuando D. José Prieto invitó él su
Casa ~ toda la aristocracia santafereña á un banq..uete
d.ç magnificencia tal, que á los postres se sirvIeron
sendaa azucenas de oro á los 1).1,1merosos
convidados.
ir no Paró aquí la generosidad del opulento caballero:
en el ~aseo ecuestre que dieron en la ciudad sus inviJ
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Rafael Reyes
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tados todos lo~ caballos llevaban ex profeso herraduras de plata.
Más tarde, por una serie de ci rcunstanèias,
la
Casa de Moneda fue cerrada y aquel importante edificio parecía condenado al abandono y á la ruina.
Fue el progresista Rafael Reyes quien hizo despertar con el ruido de las máquinas los ecos dormidos
de los grandes salones; la vida circuló bulliciosa, y
los olvidados troqueles funcionando hicieron oír gratamente el martilleo de la civilización. PrietodeSalazar
debió sonreír complacido al continuador de su obra.
Su descendiente no dio banquetes en celebraciones monárquicas; ha dado suntuosas fiestas de familia en que impera el espíritu republicano, y ha depositado azucenas de oro, no en el plato de convidados
orgullosos, sino en el del hijo de la ciencia ultrajado
por el dolor, en el de la viuda desgraciada y en el
altar del arte.
Camilo Torres, el cgreg-io patricio, el inimitable
repúblico, hizo oír su poderosa y convincente voz en
defensa constante de la Patria, y llevó hasta la Península el ardiente reclamo de la igualdad americana.
Con agrado habrá visto el nobilísimo mártir, desde
un mundo mejor, á Rafael Reyes, primero como Delegatario en el Gran Consejo que reorganizó la República, y luégo en el Congreso Panamericano,
haciendo conocer la Patria lejana y siendo entre tántas
lumbreras de :América estrella de primera magnitud.
Adonio Ricaurte, el héroe mitológico que al ofren- .
dar la vida por su patria se hizo un "tren de luz para
subir al cielo, se forjó un sudario con las nubes y escribió su epitafio con estrellas, debe haber visto con
cariñoso interés desde la región de los espíritus cómo
Rafael Reyes habría repetido sin vacilación un San
Mateo, pues que ha dispuesto de su vida en variadas
v fructuosas ocasiones en beneficio de la Patria.
Sin hablar aquí de la epopeya del desierto, en que
los tres hermanos Reyes se hicieron voluntariamente
holocausto de la civilización, y del cual Dios mismo excluyó á Rafael para designios de su providencia, lo hallamos ostentando la sangre de Ricaurte en el peligroso paso del Aganche, cuando se lanzó en las tumultuosas ondas del Cauca para buscar las canoas necesarias á su ejército.
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Rafael Reyes
I
Siien aquel çaso las aguas embravecidasy rugientes nolormaron el sudario del héroe boyace.nse, ni los
fuegos enemigos que llovían sobre él lograron hundir
al gaI ardo soldado, no fue porque no desafiara la
ma~nitud de los peligros para salvar generosamente
la.V1da;de sus compafleros y alcanzar el triunfo para
su bandera .
.M(s tarde-cuando
el hombre de la visión de águila, el que duerme con el aspecto de la vida su suefio
de mátftnol ~n la costa del Atlántico, supo adivinar á
Rafael ¡Reyes, que había de llevar á cabo afios después
!Suhermoso proyecto de la paz n~cional que él nopudo
realizar, y lo llamó 'vencedor de imposibles-volvi6 á
ofrendar su vida con tanta decisión y contagioso en tusiumol que arrastró tras sí una legión de verdaderos
héroes,;
. coin la actividad napo1eónica que 10. caracteriza.
voló en~onces á la costa del Pacífico á cumplir la
pOrtante misión que se le había confiado; debía trasladatse sin pérdida de tiemyo á Panamá y salvar alU
el honor del país comprometIdo.
El 'mar con su inmensidad silenciosa é imp.onente
pretenc!lió por un momento detener aquel atrevido atgonautt que venía á lanzarse en pos del vellocino de
im-
la. gloria.
La verde llanura de las aguas estaba desierta y
apenas se divisaba como una itonía en situadÓtl tan
a:PNini~Ilte una sola embarcacilSn disponible:
la peqttelIa CaBonera Boyacd.
Recostado en la playa cotno un inválido en Su
lecho de mariscos y de arena; tendido al 801 como un
Viejo fa.tigadoque sólo espera como limosna una caricia del mar, ùn pontón abandonad(j co.ttaba con ti.
obscura masa él tono amarillento de la orilla.
Con la. rapidez de las grandes decisiones, con \th
rasgo de atrevimiento heroico del que guió al Ledn de
Aju1"e en sus legendariag ~uesehls del Medio, Rafael
Reye8 hizo temblar los maderos del ponWn al arrancarlos de aquella t.u.mba improvi~a.,.y
~Oh là atleF~
del valolt y la habthdad de una tnteltgenda
práètldL
108 hizo: flotar de nuevo sobte la mas& líquida. PateckS
entóncês que se soldaban los huesos di81ocaoos del yà
inútil navío y que al erguirse
OrgvtlO8O ~ptftdfA
su misi6n de gloria el viejo veterano del pr~reso.
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Rafael Reyes
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Debieron sorprenderse
las gaviota:-s y otras aves
marinas al ver separarse de la costa la que habían
juzgado roca hospitalaria en que reposaban su fatigado vuelo; quizá siguieron con curiosidad la marcha
extrafia de aquel antiguo amigo y luégo volvieron á
mirar entristecidas
el nido de arena abandonado.
El que en el paso del Aganche había hecho como
José Antonio Páez cuando atravesó el Arauca para
buscar entre sus enemigos las embarcaciones que necesitaba; el LI ue se sentía ungido por el patriotismo
para sacrificarse por la grandeza nacional, bien podía,
como la hizo Rafael Reyes, confiar al océano su vida y
la de sus nobles compañeros en un leño excepcionalmente frágil.
El Pacífico recibió en sus aguas el averiado pontón, difícilmente remolcado, y con delicadezas de monstruo guardó sus olas gigantescas y condujo sin embates aquella embarcación que llevaba á Panamá la
heroicidad colombiana, el genio de Carlos Albán y en
Rafael Reyes la futura grandeza de una noble nación.
III
El tiempo da á los hechos un prestigio de grandiosidad inimitable. Aniquilada la pasión por su spplo
poderoso, ninguna tinta sombría alcanza á obscurecer
lo que al través de los siglos obtiene el encanto peculiar de la leyenda.
Es así que cuando pensamos en Gonzalo Jiménez
de Quesada y en sus atrevidos compañeros de conquista, nos llena de sorpresa su valor heroico, su constitución de acero, su energía mara\-illosa y el temple
.espartano de sus almas.
Los vemos subiendo el inexplorado Magdalena,
acechados constantemente
por los indios, atacados
por :fieras y reptiles, hambreados y desnudos yavanzando siem pre hacia lo de&conocido. iQué grandes n05
parecen los hijos de España; qué merecida la gloria
que obtuvieron en su empresa de titanes!
V émoslos luégo con tenacidad incansable trepar
la barrera de cordilleras
que se oponía á su paso,
agarrándose
á las rocas como enormes escarabajos,
asiéndose á cuerdas peligrosas
que los suspendían
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Rafael Reyes
10
r
sobre td1 abisma,
desgarrando
con brazos de acero.
para aijrirse camino., la'veste aún inviolada de la montala gigantesca I Entonces no vacilamos en rendirles
el trib~to de nuestra admiración y en creer que tamaña ~mpresa sólo pudo llevarse á cabo como resto
de hazafias medioevales.
Trbs siglos después repítese algo muy semejante
en la pa.rte del país que ellos no conquistaron y que
sería h~rmosísima hazafia si pudiéramos echar sobre
ella aunque fuera el prestigio de un si~lo.
Eni 1875 tres jóvenes expedicionarIOS emprendieron por su propia cuenta y en un tiempo en que no
era esa la corriente del país, una exploración que no
por ser moderna deja de revestir los más salientes
caracteres de interés y de grandeza.
Lo~ jóvenes Reyes Prietoootenían,
como los
expediqionarios
que partieron de Santa Marta, el
casco Rrotector y la cota defensora, ni poseían más
armadu¡ra que un valor indomable y su decidido amor
por el progreso. Los hijos de Espafia habían crecido
entre los ejercicios de las armas, en el cultivo de la
fuerza, y la poca intelectualidad
de aquellos tiempos
hacía más aptos á los hombres para resistir la dura'
lucha con la naturaleza.
LO$ hermanos Reyes habían crecido en un hogar
cariñoso cuyo calor enerva, en un tiempo en que las
luchas grandiosas
eran sólo recuerdos y en que la
general trapquilidad
adormecía el estímulo de las
empresas difíciles. A pesar de todo esto lanzáronse
sin vacilación en la inexplorada
región oriental, y
como á los conquistadores
de antaño, presentáronse ..•
les para detenerlos los grandes ríos, las altas montafias, los bosques vírgenes, las fieras y los reptiles.
Jiménez de Quesada no experimentó las glaciales
temperaturas de 10° bajo cero, que los hermcinos Reyes
vieron convertirse después en la ardentísima de 45°
del centígrado. Como los conquistadores, deslizáronse
por cuerdas para salvar abismos, desc'!a-jaron la selva
para abrirse
paso y desafiaron impètuosas corrien.r
tes. unas veces á nado, otras con puentes tan rústicos
como peligrosos.
Los indios huían cl1ando los españoles se acercaban: los salvajes de la región oriental que exploraban los Reyes eran en su mayor _parte antropófagos
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Rafael Reyes
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y espiaban Slu cesar el momento de hacer una víc,
tima.
No se puede pem~ar sin conmoverse hondamente
en los resultados de aquella larga y gloriosa odisea,
fecunda en bienes para el país y desastrosa para los
corazones de los mismos generadores
del provecho
patrio ..
Se necesita ser analfabeta de 1m.; grandes sentimientos para no experimentar
la crispatura
de las
vigorosas emociones, ya como hijo de .Colombia, ya
como miembro de la humanidad.
Cuando se piensa en el caudaloso Putumayo,
arrastrando
durante siglos sus ondas poderosas sin
retratar en ellas s-ino su cielo azul, las aves errantes
y el dorso brillante de las fieras; sin guardar otra
imagen que la de alguna piragua fugitiva de salvajes
ó la de los arcos de follaje con que á veces 10 abrazaba
acariciadora la selva, no podemos menos que enorgullecernos al imaginar verlo cortado de repente por las
curíaras de tres blancos heroicos que desafían los
misterios de sus bosques, rompen sus cristales en
nombre del progreso y marchan sobre su lomo sorprendido y domado, como una trinidad de la civilización.
Diez meses después, merced al gigante esfuerzo
de la expedición Reyes, de la cual era jefe Rafael, la
bandera colombiana fue saludada, como insignia hasta
entonces desconocida, en el rey de los ríos, en el mar
de las Amazonas, como pudiéramos llamarlo.
y fue en Enero de 1876 cuando el vapor Tuudama,
nombre que condensaba para los Reyes un mundo de
recuerdos, realizó uno de los más ardientes deseos de
los héroes del trabajo, remontando por primera vez el
majestuoso Putumayo hacia Puerto Sofía, como cisne
impaciente hacia el remanso abandonado.
El grito del vapor debió llegar como grata armonía á los oídos de los expediciona.rios y rasgar el ai re
como el clarín con que la civilización anunciaba su
soberanía al inmenso desierto.
Debió ser un bellísimo espectáculo el de aquella
nave forzosamente histórica. enredando su penacho
de humo en las altas palmeras, destrozando los espejos del río, llevándose con su chimenea cortinajes de
follaje y asustando á los moradores de la selva con su
galopar de fiera y sus extraños rugidos.
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Rafael Reyes
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¡Qtjté íntima satisfacción, qué noble orgullo para
los queirealizaron tan colosal empresa!
Rodrigo Bastidas descubrió en 1500 el río Magdalena, y fue aflos más tarde cuaildo vino â hallar sus
fuentes' Sebastián de Belalcâzar. El nombre del portugués .Jerónimo de Melo lo conserva la Historia
porque recorrió 105 millas desde su desembocadura.
y los hermanos Reyes reconocieroncientí:ficamente,
puesto que levantaron un importante mapa, 1,400 millas det Putumayo (aguas claras en idioma siona).
L6gica ès la consecuencia que de esto se deduce. Durante diez afios que abarcan las exploraciones de los
hermanos Reyes no fue s610el Putumayo el que reconocieron: el Caquetâ, el Napo )~ otros no menos
importantes, con numerosos afluentes, merecieronsti
atehd6rt ..
.·Eltj}éneral
Reves obtt1vdtas' felicitaciones dé 9<1biôs co~nádó~, como el Etri~eradot del B~asil: y de8~
Pèrt6 el ;entuslasmo de los amantes de la clenCHI.
y del
progreso, humano.
Pero ¡qué cara, q,uécostosa fue después esa gldtia
pua. el iniciado: y Jefe de esa e:tploracÎón! .El bien
fue para. la PatrIa, ~l dolór para ~u álma g~tJetosa.
En ~a ptosecuc16n de esa lucha grëindtb8a con la
hattitëileza, los amigos de la infancia, los valerosos
cotnpafferos, los hermanos inolvidable~ petèdeton
desastrosamente. Sal~óse Rafael, porque, como ya
hemos dicho, resetvado para altos destinos, ha habido
tina providencia especialísitna que te ha permitido jugàt lmptInemente con la muerte.
A Enrique Reyes levantaron suntuoso monumento los peruanos en la ciudad de Iquitos, y los dos heritlatios fueron honrosa y metecidatílente recordados
en el.Co~~reso ~a!1~me~~cano,considerándolo~ como
:tttáthres <te la clvlhzaclon. Sil nombre, como el del
General Reyes, se
hecho conocêr en las sociedade!¡
gèüg'rá:fièaS,y la histotia de la ciencia conservatá su
recuerdd con veneración; pero no olvidemos qtie el
i'Ï1áritt1 de la gloriano sirve para enjugar las 14¡irimas
!sibcet'as. ni los laureles, por merecidos qUé sean,
püeden c.urat tas heridas del corazón.
ha
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Rafael Reyes
IV
Son muy pocos en Colombia los caudillos ó eminencias militares que han obtenido lo que se llama
popularidad. Son contados los que han sabido despertar ese entusiasmo delirante de las multitudes,
que
parecen presa de un vértigo de decisión que nada puede contener.
Hay hombres que poseen la que se ha llamado dón
de gentes, y que con esa facultad, aunque no la posean en g-rado máximo, han facilitado su carrera pública ..
Esa especie de magnetismo con que se atraen individuos y colectivi~ades es una propiedad que creemos no puede ser adquirida,
sino que es innata en
aquel que la posee.
Hay genios científicos; existen hombres de notable ilustración en muchos ramos del saber humano;
hallamos modelos de mandatarios, ó ya militares invictos, ó ciudadanos de gran carácter y acrisoladísimas virtudes, que á pesar de sus indiscutibles méritos
no despiertan-cosa
usual y común-sino
una admiración más ó menos intensa y el frío sentimiento
del
respeto y de la estimación.
No sucede siempre así, y debe ser gloria de especialísimo sabor la de atraer no solamente las inteligencias, sino hallar en todas las esferas sociales el
camino de los corazones. Es cierto que algunas veces
se encuentra también la vereda del odio, pero esta es
una consecnencia natural de los grandes prestigios,
la levadura del entusiasmo, la condición sin la cual no
existe la elevación del verdadero mérito.
Bolívar, el genio de la libertad americana, supo
como hombre enloquecer las multitudes; por eso á las
espinas de los desengaños, á las heridas de la inÇ"ratitud pudo oponer frescas coronas de flores naCIdas
en las almas, que refrescaron
su~ sienes y fueron
muchas veces bálsamo para su corazón.
No entramos á juzgar la conducta pública del General José María Obando, pero sí hacemos constar
que tuvo el secreto de la popularidad, el arte misterioso de ser por unos terriblemente
odiado y querido
por otros con exaltación extraordinaria.
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14
Rafael Reyes
I
..
El hobilísimo Juan Jos.é Neira, de desgraciado y
cpremat*ro fin, levantó con su generosa conducta al
más alto grado la gratitud y el entusiasmo;
amor y
admiración tan intensos que si nos fuera permitido
llamaríamos ternura nacional el sentimiento que supo
despertar con su abnegación y patriotismo.
El General Mosquera llenó con su nombre la República Iy se hizo sentir por las consecuencias de sus
hechos, ¡ desde la celda solitaria hasta la ignorada caba,fla. 'll'uvo partidarios decididos y arrastró tras sí
apasionadamente el elemento militar; desencadenó la
tempestad del odio, y siendo tan notable, no ostentó
la corona de la popularidad en el sentido que tratamos.
El ¡Dr. Núñez, con ser una figura luminosa y
g~~de,;no comp3;rte tam~ocoe~adiadetn~.
Se le aborrece, s le adtnlfa con mténsidà.d, y 81 algunas de
Usus·
ías, en que se adivina el corazón, no hicieran
.brotar de su tumba flores perfumadas, su elevación
indiscu1jible impediría consagrarle algo más que una
admiración ardiente ..
Tratándose
del General Rafael Reyes hemos
hecho a~gunas deducciones sugeridas por sus condiciones yicarácter. Probablemente la envidiable facultad de que .tratamos, si bien depende mucho de una
modalidad especialísima de la inteligencia, tiene su
fuente principal en la generosidad del corazón.
El poseer una gran memoria, no dedicada al recuerdo de las ofensas y de los triunfos que endiosan,
sino entre otras cosas importantes á la conservación
de las :fisonomías amigas; de los servicios recibidos,
grandes 'ó pequeños; de las decisiones abnt;"uadas, es
una condición de excepcionalísimo interés en todo
caso, mucho más cuando se trata de hombres que han
alcanzadb las 9.lturas del poder.
La facultad de distinguir entre las multitudes los
ojos amilJos que piden una mirada, la oportunid~d de
rina sonrIsa, el empleo de un saludo, el obsequIO de
una frase cariñosa y la atención á un inferior, producen más. entusiasmo que. una obra notable llevada .i.
cabo lejos del corazón del pueblo, en las abstracciones
del poder, y adhesiones más duraderas y profundas
que el triunfo de algún caudillo ensimismado.
El General Reyes jamás ha hecho callar su corazón bajo las distinciones de la ciencia, las coronas del
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Naj.ul Reyes
15
triunfador y la hermo:-;a banda de la Presidencia.
Es
por todo esto pot la que ha despertado el entusiasmo
y .:ariño de los pueblos y ha sabido conservarlo. El
sahe muy bien que el mandatario no es un sér olímpico. sino un hombre superior que también siente compasión por la desgracia, se interesa por el bien de
todos sus ¡.rohernados y agradece toda adhesión, por
humilde CI ue parezca.
Cuando hizo su maravillosa campaña que terminó
en Enciso, y \'erificó con sn ejército esa marcha milagrosa á tra.vés de fríos páramos y regiones ardientes,
para llegar con prodig-io~,a rapidez en el preciso momento en (lue era indispensable su presencia, pensamos en Bolívar cuando como un l\larte evocado por
la libertad agonizante se presentó en Boyacá de un
modo tan inesperado, como si en \'ez de recorrer caminos se hubiera trasladado con sus heroicos harapientos sobre el alado escudo de sus glorias.
Raf,lel Reyes fue entonces recibido en Bogotá
con tan delirante entusiasmo, que nos vuelve ií. la memoria el genio de nuestra independencia.
A excepciÓn del Lihl~rtador ningt.ln caudillo ha
sido recibido en la capital de la República con mayor
alborozo y popularidad que el General Reyes en las
tre~; entradas triunfales que ha verificado hasta el
presente.
El Genera.l ReYe~ no ha sido vencido ni en los
combates, ni en g-en"erosidad con los que ha puesto en
su poder la suerte' de las armas.
En la época del descubrimiento
en que la parte
conocida del país se denom inaba Costa jirme, sólo uno
de los eonquistadores-H.odrigo
Bastidas- --resalta por
sus sentimientos humanitarios como mandatario, nobleza que vino á costarle la vida.
Más ta.rde, cuando deseu bierto el interior, recibió
el territorio el nombre de Nuevo Reino de Granada, ni
el establecimiento de la Audiencia en 1550 hizo olvidar
la frase de Belalcázar al recibir de España órdenes
en favor de los indios, que sintetiza el desgobierno de
L'SOS tiempo~:
«Se obedece pero no se cumple.»
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16
Rafael Reyes
Fue hasta el establecimiento
de la Presidencia
en 1564 cuando pisó. por primera vez un mandata1'Ío,
en la más elevada acepción de esta palabra, el suelo
de nuestrO país.
D. Andrés DíazVenero de Leiva es la piedra fundamental de nuestra civilización. El hizo el trazado
de nuestro progreso, que la incuria de sus sucesores
borró con culpable indolencia.
Venero de Leiva fue una maravilla de actividad,
y no hubo ramo del Gobierno en que no dictara una
medida salvadora. Es este Presidente el único astro
que luce en la colonia; los otros gobernantes que merecen mencionarse apenas son puntos luminosos de
luz más <> menos intensa.
Antonio González, Juan de Borja, Córdoba y
Coalla, Egües de Beaumont, José Salís, Caballero y
Góngora y José de Ezpeleta hicieron favores notables
á sus gobernados; pero es 10 cierto que sin los esclarecidos Arzobispos que ocuparon la Silla de Santafé,
.Ylos esfuerzos de sacerdotes misioneros y educadores, se habría apagado la luz que dejó encendida Venero de Leiva.
Las grandes figuras de nuestra independencia y
el medio especial en que se hallaron hacen muy difícil
si no falsa cualquiera apreciación con relación á su
gobierno.
Tratándose
de los Padres de la Patria en tan
azarosa época, sólo debemos ver luz en sus acciones,
cegarnos por la admiración y ofrecerles constantemente el incienso de la gratitud.
A ellos debemos
patria y libertad, y á los padres no se les juzga.
Viene luégo la República con una pléyade de mandatarios meritísimos, en que las excepciones son contadas; pero viene con su cortejo de revoluciones, de
inextinguible división que convierte en utopías el verdadero progreso.
Algo empero alcanza á conseguirse en esta hermosa patria llena de nobilísimas aspiraciones, y es el
General Tomás Cipriano de Mosquera en su primera
Administración quien se presenta con más gallardía
en el certamen del progreso. Desgraciadamente
este
hombre tan notable, de quien se ha dicho que no pasaba un día sin que hiciera algo en favor de la Patria,
quitó con su conducta posterior el derecho de admi-
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Rafael Reyes
rarlo, y como en un vértigo de locura é iniquidad
arrojó intensa sombra sobre los caracteres de luz con
que había escrito su nombre. Sin embargo, debe haber
serenidad paraestimarloquc
Mosquerahizo de bueno
en mejoras materiales del país. La estatua que mereció no es la del revolucionario de 1860, es la del progresista mandatario de 1845 á 1849.
Surge después la tig-ur'l indiscutiblemente
grande
del Dr. Hafael Núñez. La ola tormentosa de la pasión
ha llegado embravecida hasta su tumba; ha azotado
con furia el mármol impasible, y cansada al fin de escupi'~ su amargu ra al muerto invulnerable, la marejada
ha cesado poco á poco, destacándose
la blanca piedra
sohr~ el cieno impotente que pretendió mancharla.
)¡úñez tuvo un grandioso pensamiento que no le
fue dado realizar á pesar de su poderosa inteligencia,
y qUI~habría sido el gran complemento de su obra: la
concordia nacional.
En 1904 una de las guerras más largas y sangrientas de nuestra historia había convertido la Patria en una especie de cadáver, y los buenos hijos desesperaban de salvarla. Exangüe por la matanza de tres
años de numerosos combates; empobrecida
hasta el
extremo por el abandono de la agricultura y los gastos ingentes de la guerra; mutilada y dolorida por la
traiciSn separatista de Panamá; perdido en gran manera el sentido moral por los desastres fiscales y las
escenas de harbarie de una revolución, parecía incontenible la disolución nacional.
l~l odio terrible que dejan las guerras hacia palpitar los corazones y palidecer los labios. Declarada
la paz, los dos partidos permanecían frente á frente
como dos gladiadores que sólo esperan la señal para
seguir el combate.
Las fatídicas palabras ,'ojo y godo cortaban el
aire como latigazos de fuego, y era de ver el repugnante relampaguea de las pupilas cuando se pronunciaban y la expresión dantesca de las fisonomías. Parecía imposible que esto se suavizara nunca y que la
denominación de los partidos fueran dos palabras, y
no algo como dos aceros que al cruzarse chocaran con
violencia.
f~l General Rafael Reyes fue elegido para la primera Magistratura
en esta situación al parecer in-
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Rafael Reyes
componible. Sus glorias militares y científicas, así
como sus diversos servicios al país, la hacían ya un
ciudadadano esclarecido. Largo sería relatar las luchas y los milagros de abnegación y patriotismo que
ha necesitado este hombre excepcional para volver á
la vida una nación exánime. Ha habido que cauterizar,
que aplicar remedios enérgicos y dolorosos como se
hace con los mari bundos; pero sólo han corrido tres
años y Colom bia, transformada, es hoy un país que empieza á llamar la atención de las naciones. Hoy posee
una joya sin la cual nada valdrían sus maravillosas riquezas naturales:
la paz, que lleva á la civilización.
El crédito exterior está restablecido;
la instrucción adelanta visiblemente;
la industria se presenta
en formas diversas; los telégrafos saltan los ríos, suben las montañas y corren en las llanuras; los ferrocarriles avanzan en todas direcciones;
los correos se
sirven con precisión europea; el Tesoro se rehace; los
empleados cuentan con el premio de sus afanes; las
bellas artes prosperan, y la Santa Sede mira con predilección un pueblo cuyo Presidente
recibió su bendición profética aun antes de ocupar el solio.
Hay otras muchas cosas que sería largo enumerar y que muestran á Colombia un glorioso porvenir.
Todo esto se debe á Rafael Reyes, á su actividad maravillosa, á su inteligencia previsiva; pero en donde
está el milagro de su talento y de su patriotismo es
en la concordia nacional. Un acontecimiento tan terrible como doloroso afianzó definitivamente la paz de la
República:
el malhadado 10 de Febrero, fecha luctuosa para la Nación, hizo comprender más que nunca
la necesidad de la concordia nacional, y fue la ocasión
de extirpar, arrancándolo de raíz en su primera y última manifestación, el anarquismo.
La Providencia
salvó una vez más, de manera visible, la vida del General Reyes, y al librar felizmente á su hija la Sra.
de Valenzuela, ahorró infinitos dolores y libró á Colom bia de una página de historia tan negra como dolorosa.
Haber alcanzado la paz en la República ha sido
una obra tan difícil como meritoria, y haber hecho
desaparecer esa levadura mortal de godos y rojos que
sin cesar amenazaba la vida y el progreso es el complemento de la victoria. No creemos que el mal se
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Rafael Reyes
19
haya extinguido del todo, porquc tenía profundísimas
raíces; pero las bajas pasiones se han escondido entre
las sombras y no veremos al sol sus juegos dc reptilcs
em bravecidos.
Hoy son todos colomhia10s, y á. fuerza de repetirla calará en las masas el sentimiento fratcrnal y perderá. encantos y vig-or la vieja enemistad por falta de
cortejo y alimento diario.
En cuanto á Panamá, perdimos muchoen el orden
fiscal. y el arg-ullo nacional fue terri blemente herido.
Su pérdida fue en la matcri<Ll mu}' grande, pcro quedó
intacta el alma de Colombia; ning-ún recuerdo querido, ning-una gloria patria, ninguna inteligencia poderosa nos liga á Panamá; tierra mercantil q ne se separó, pl}r interés material, dd g-lorioso manto que la
cubría, pero que no pudo ::lcvarse nada de nuestra
histo~'ia, ninguno de nuestrcs sabios, ningïlnade nuestras glorias militares, ni siquiera uno solo de nuestros
numerosos poetas .
.L\ sí pues al presente Rafael Reyes ha kvantado
la bandera de Colom bia, restañado sus heridas, apag-aùo 'iUS odios y ùáclole el bien inestimable de la paz .
.
Desde 11enero de Leiva es éste el mandatario que
ha alcanzado el punto máxi-no en la escala de los gobernantes,
sin desconocer d mérito sobresaliente -de
rnuch:Js de los notables ciudadanos que la han precedido ('n el ejercicio del poder.
VI
En uno de ¡sus viajes frecucntes al Viejo Continente el General IX.afaelReyes arribó con su familia á
Espafía, en donde rccibió numerosas atencioncs. Disting-ui6lo cariñosamente
el Duque de r.retuán, emparcnta(lo en algún modo con su bella é inteligente esposa D.;:tSofía de Angula ..
Muy grato debió ser al hijo de Colombia levantar
la frente tan alto como el grande de España y hornbrearse con él sin sentir el peso del favor. El caballero español ostentaba un blasón heredado, obtenido por
los méritos del noble caudillo canario, y el caballero
colombiano el de sus propias hazañas, pero con un
cuarÜ~1 más: el de los servicios prestados á la ciencia.
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Rafael Reyes
20
D. Leopoldo ü'Donnell nació en Enero de 1809 en
Santa Cru~ de Tenerife, de una distinguida familia
irlandesa. Siguió la carrera de las armas y fue brillantísima su hoja de servicios. Desempeñó en España
los más altos puestos, llegando á ser una de sus glorias más puras. Gobernó acertadamente
durante algunos años en época de grandes tu rbulencias, y en
1859, siendo Presidente
del Consejo de Ministros al
estallar la guerra de Marruecos, pidió el mando del
ejército, y en no interrumpida serie de triunfos llenó
de gloria el nombre de los españoles. Fue entonces
cuando como recompensa á sus servicios obtuvo el
título de Duque de Tetuán.
Ko menos meritorios han sido en Colombia los
servicios del General Rafael Reyes, y si las monarquías dan á sus leales títulos de nobleza, las repúblicas los inscriben en el libro de la gloria y erigen estatuas á sus grandes hombres.
Actualmente se trata de levantar un monumento.
consagrar un parque ó algo semejante á los hermanos
Reyes, para recordar á las generaciones su sacrificio
generoso; si esto es de elemental justicia patria, no
terminará la presente década sin que la gratitud nacional eleve una estatua al esclarecido ciudadano Rafael Reyes, que ya necesita cabeza de bronce para
sostener sus laureles, ú hombros de mármol para resistir el peso de sus merecimientos.
H. G. J.
DE
A.
Bogotá, 1907.
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ADVERTENCIA
EHte libro no tiene ninguna pretensión literaria
ni de erudición: es simplemente una muestra de afici6n
á la historia y el deseo de despertar este sentimiento
con narraciones sencillas en las personas que miran
con desdén el estudio de 10 acontecido en nuestro país,
Ó que ~e asustan con los libros serios.
Los que posean conocimientos de importancia en
este ramo no hallarán nada que llame su atención,
porqUl:~este es un libro que sólo servirá para completar el aprendizaje de los jóvenes que gustan de detalles curiosos que ayudan á retener ideas y dan interés á los conocimientos.
Para los que nada saben puede ser de alguna utilidad por estar en forma reducida los hechos más notables ó quizá más atractivos de la historia patria;
ojalá los hallen deficientes y entonces correrán á buscarlos en los textos completo~ de esta materia, con la
cual se llenará nuestro objeto: que se estudie la Hista ria.
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-----"- --
.---
Advertencia
-.---.-----.-
..-----.----"--
-------
Al tratar este ramo se está muy distante de la
originalidad, yes muy difícil presentar algo nuevo
cuando no se ha buscado en el polvo de los archivos.
Para llevar á cabo esta obra se han consultado,
entre otros, de preferencia los siguientes autores:
Lucas Fernández de Piedrahita, José Manuel Groot,
Pedro María Ibáñez, José María Quijano Otero, Juan
Rodríguez Fresle y José Joaquín Borda; en cuanto á
los datos ùe actualidad, han sido tomados de documentos oficiales.
Cinco de las leyendas aquí contenidas, escritas
en distintas épocas por la autora, han sido publicadas
en periódicos de la capital; todo la demás ha si.do escrito y arreglado expresamente para el presente libro.
H. G. J.
DB
A.
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LEYENDAS HISTORICAS
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LEYENDAS
HISTORICAS
-----.~.---DAGA~IQLE
Perezosamente
plegado, con f;uaves ondulaciones y dibujando redondeces juveniles como un manto de terciopelo
en que se rebuja una hermosa adormecida,
el bello suelo
de Baganique ostenta sus graciosas colinas, sus vallecitos
encantados, ricos en verdura y matices y oreados siempre
por auras tibias y perfumadas como las del paraíso.
Perfiles azules coronados de errantes neblinas limítanlo
al poniente, y los desvanecidos pliegues de las faldas 6rlanse
con la arg-entada cinta del río, bordada de frescas sauceras;
arroyos cristalinos despréndense
de la cercana serranía y
retratando
cielo y flores ~e pierden
murmurando
en el
manso Jenesano. Hermoso río, sin cauce profundo, sin orillas escarpadas, sin playas arenosas, derramado
sobre la
fresca y aromosa vega como una madeja de plateados hilos
sobre mullida alfombra. La g-rama larga y espesa que tapiza
las orillas se retrata en las aguas y se borda con los diamantes que les arrpbata en beso.~ silenciosos 6 en inquietos juegos con la brisa. Graciosos bosquecillos en que se mezcla el
verde obscuro de los guamcs al endrino de rojos renuevos,
dan nueva vida al risueño paisaje y decoran á uno y otro
lado angostos senderos que cortando la vegetación se ven á
la Ido" como esmerada raya entre los bucles de un peinado.
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26
Leyendas
Corría el año de 1537. En la más elevada de las colinas,
surgiendo bruscamente con su parda masa de entre el tupido follaje, cortando el cielo con su cónica techumbre, alzábase un templo indio; estaba dedicado al sol, y allí Baganique y sus vasallos pedían la dicha de sus corazones y la
prosperidad de sus cosechas. A corta distancia elevábanse
las habitaciones del Cacique rodeadas de hermosos huertos
y se hacían notar por su tamaño entre las apiñadas chozas
de sus súbditos. El gran Jeque de la comarca apareció en
la puerta del templo y al mismo tiempo se vio en la especie
de plazoleta que 10 circuía una joven que hizo bajar la severa mirada del sacerdote para volver á levantarla como el
que teme perder una visión.
Con la hermosísima faz pálida y mustia como las azucenas sin riego, la obsura y copiosa cabellera deshecha sobre
la blanca espalda, los magníficos ojos de corza joven velados
por los anchos párpados, la rayada túnica descuidadamente
ceñida sobre sus formas de Rebe y los labios sonrosados y
húmedos como los de un niño feliz, acercóse hasta el J eque,
Azay, la joven más bella de aquellos contornos, hija de un
guerrero notable y ardiente mente amada por Aramegua el
hijo de Baganique.
Dos lunas hacía que el joven jefe había depositado durante la noche hermosas mantas, ricas pieles y vistosas plumas en la puerta de la choza de Azay para solicitarla por
esposa. El padre había introducido los regalos como señal
de aceptación y sólo faltaba la aprobación de Baganique.
La amante niña había visto sucederse los últimos días
en riguroso ayuno para hacer propicio al sol, según era costumbre y lo exigían sus ritos; le había sido prohibido ver
á Aramegua, y alimentándose de raíces erraba por el bosque hasta hacerse digna de presentar su ofrenda.
Sus mejillas de tintes de aurora habían palidecido, sus
negros ojos estaban lánguidos y entristecidos por la ausencia, pero en su boca había una sonrisa de placer y de triunfo
al penetrar en el templo y entregar al Jeque su mejor diadema de plumas, sus brazaletes de oro y la media luna del
mismo metal con que adornaba sus cabellos.
Cumplida su misión de sacrificio creyó Azay su dicha
asegurada y se escapó presurosa como un pájaro ql!e acaba
de recobrar la libertad.
Quería volar en busca de Aramegua, pero se detuvo
ante las cristalinas aguas que cortaban el sendero.
Sumergióse entre las puras ondas, y como ave juguetona que humedece su plumaje cubrió de trémulos diamantes su ondulosa cabellera; hermosa y fresca como los pétalos que el rocío corona, plegó su túnica con silvestre gracia,
y con florida y flexible enredadera ciñó su cintura y su cabeza de reina de Jas selvas.
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Baganique
27
Miróse un instante en el remanso con infantil alegría
huyó con el corazón palpitante en busca de su amado.
y
il
El valle presentaba
animadísimo a8pecto. Baganique
había aceptado la esposa elegida por su hijo y el enlace se
celebraría á su regreso de Hunza, adonde marchaba con su
corte. Quiminchuatocha
había convocado á los grandes
señores {t una festividad religiosa, 10 cual retardaba la felicidad de Aramegua.
El sol coronaba apenas la cumbre de las montañas y la
luz rosada de una espléndida mañana inundaba el valle de
Jenesano y el ancho cam:no de la vega ocupado por alegre
multitud indígena. Una especie de palanquín cubierto con
mantas de vivos colores y graciosos adornos de oro y plumas
iba ocupado por el anciano Ba~anique y conducido sobre los
hombros de algunos de sus subdit08. Entonces. como hoy,
la risueña vega veía cortar el fresco tono de su menuda
grama, con las fajas blanquecinas de lienzo que los ttdedores indígenas extienden á la acción benéfica del sol; las
mujeres de aquella región, de hermosa raza blanca, presentaban tipos de acabada belleza <J ue aun hoy suelen encontrarse en las graciosas casitas que se ocultan bajo los copu(los sauces ó entre las e8pigas del esbelto maíz.
Antes de pasar el río la comitiva de Baganique, de la
clIal hacían parte sus hijas y Azay y otras j úvenes de la nobleza, se detuvo para organizar lIna danza monótona,seguida
de cantos y copiosas libadones. Así saludaban al río y le
pedían buen viaje.
A la caída de la tarde divisaron desde la colina de Soracá
la gran ciudad de los Zaq ues. Como una ascua de oro resplandecía á los últimos rayos del sol. A su vista Azay sintió
que su pecho se oprimíil_ y se asió con fuerza al brazo de
Aramegua,
como si la sombra de un peligro hubiera caído
sobre su corazón.
Hicieron alto los conductores del Cacique, y todos contemplaron por nn momento la gran colina que limitaba el
horizonte por cllado opuesto. A pesar de la costumbre los
indígenas se estremecieron
al ver aquella agrietada superficie llena de extraños árboles de espeluznantes frutos; el
cruel Quiminchuatocha
había hecho aquella desolada región
el teatro de sus ejecuciones;
numerosas horcas, algunas de
las cuales mecían al viento su terrible
racimo rodeado por
aves de rapiña. destacábanse siniestras, ya sobre el horizonte
que se teñía de rosa con el último rayo solar, ya sobre la
obscura superficie cortada por desgarraduras
rojizas, como
si la abundante sangre d('-rramada sobre aquella altura hu-
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28
Leyendas
-,
biera carcomido la entristecida
tierra. Pocos días después
Quesada llamaba á aquel lugar Loma de los ahorcados.
Lentamente
descendió bacia la ciudad la comitiva india,
y la música y los cantares se redoblaron al penetrar en ella.
Por todas partes veíase apiñada multitud,
y los caminos
cuajados de viajeros presentaban
una animación no acostumbrada.
Cada pueblo lanzaba á porfía los salvajes ecos
de sus fotutos y atambores,
y aquella mezcla extraña de
sonidos sin ritmo y sin concierto producía un ruido ~i no
infernal sí de una singular extravagancia.
Al llegar al cercado del Zaque, Baganique penetró con
su familia y servidores, y sus cortesanos fueron en busca de
otro alojamiento.
La gran fiesta que se celebró al siguiente día no tenía
por su solemnidad ningún rival en los anales reli¡:-iosos de
Hunza. El sol debió quedar satisfecho de sus siervos, porque la sangre de tres mDjas, hermosos jóvenes de quince
años preparados
durante largo tiempo para el sacrificio,
humedeció los altares del gran templo; ofrendas de oro que
trajeron de todos los lugares del Imperio colmaron las hamacas que para recibirlas sostenían los ídolos, é hicieron
rebosar los recipientes de barro colocados á flor de tierra
en la pulida superficie.
En la tarde de aq uel día consiguió Baganique el insigne
honor de presentar al Soberano sus ofrendas.
III
El gran salón que ocupaba el centro del regio cercado
~ y en el cual se alzaba el trono de Quiminchuatocha.
doradG
por los últimos rayos del sol. resplandecía
con su magnificencia acostumbrada
y deslumbraba con sus áureas decoraciones á las hijaR de Baganique y á la sencilla Azay, que por
primera vez penl'ÍI'aba en el suntuoso recinto. Dobladas las
rodillas y bajos los ojos esperaban que el Cacique presentara sn obsequio y fuera despedido por su altivo señor. Medio
envuelto en su manto de plumas, con la adusta faz duramente enmarcada
en la espesa y aun negra cabellera, las
profusas cejas fuertemente
contraídas
por el hábito del
mando y la crueldad ingénita. haIlábase el Soberano de
Hunza, quien con sus extravagantes
y ricos atavíos, su enorme corpulencia. su inmovilidad estúpida y su color de cobre
debía parecer á un europeo un ídolo de piedra de los que
adornan las pag-od<ls del Ganges. Silencioso y feroz elll.nciano parecía indiferente
á cuanto le rodeaba, sin que apenas
se dignara mirar las inclinadas cabezas de sus súbditos. SUB
pequeños ojos erraban distraídos en el gran salón, cuando
se fijaron de repente con una tenacidad extraña;
su empa-
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Baganiquc
29
ña.da mirada brilló COll u il relámpago,
un color de vida
animó aquel barro adormecido y una mueca parecida á una
sonrisa contrajo sus labios como los de un viejo león que
acaba de divisar la presa.
Baganique estaba inquieto por el largo silencio y ansiaba la orden para retirarse.
El regio mOll!\truo parecía .magnetizado. Al fin, dando á uno de sus guardias órdenes reservadas. se dio por terminada la entrevista.
Bagani(!ue HC disponía oí. abandonar
el cercaùo cuando
fue detenido IJar un viejo cortesano.
--Bochica ha bendecido tus canas-'-díjole al Cacique,y Cíha hasonreído [t su antiguo servidor. El más poderoso de
lc-s J·eyes me manda decirtc que dejes para 61la flor pálida
de larga cabellera, que su gracia ha alegrado su vejez y
quiere quc se halle su jlLrfume Cil la corona de su corazón.
Baganiq ue oyó con placer el mensaje al creer Ilue se trataba de alguna de sus hijas; pero cuando se convenció de que
era Azay la. elegida de Quiminchuatocha
y comprendió la
desdicha de Aramegua.le
fue difícil ocultar su pena con fingidas protestas de satisfacción.
Era la prometida de su hijo
predilecto y había (lue entregar1a. sin vacilación [t su regia
dcs\'cntura.
El hombre libre, la imagen de Dios, se agitó
convulsiva é impotente entre el salvaje envilecido, pero la
costumbre
de la tiranía cierra los labios y embota corazón
é inteligencia.
Azay fue llevada a.l departamento
en que se
hallaban las /J¡J'Kl{)'cs, y si Haganique pudo á duras penas
contener los imprudentes
arrebatos de Aramegua, fue impütente contra su inmensísimo dolor. El noble anciano la
obligó á partir con su pe(jueña corte y su familia y él se
qLled() oculto L:11 'runja con solo uno de SllS fieles guerreros,
guiado por secreto pensamiento y animado por lisonjeras
esperanzas.
IV
La luna plateaba ya la cúpula central del edificio cuando la desolada Azay penetró en el triple cercado en que el
anciano soberano guardaba sus tesoros y sus esposas. Hallábase también allí el ancho estanque destinado á sus baños,
sombreado á trechos por desmayados alisos, erguidos arrayanes y obscuros y copudos salvias.
La joven abandonó la habitación en que las curiosas
miradas de sus compañeras
y sus gestos de profunda
sorpresa eran un mudo reproche de su dolor y de sus lágrimas.
Internóse
entre los bosquecillos y luégo recorrió anhelante
la elevada estacada qne circundaba el huerto, como el ave
prisionera se acerca angustiada á los duros alambres de su
reja. La luna, penetrando por entre los altos y fuertes maderos, formaba un fleco de plata sobre el obscuro boscaje, y
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30
Leyendas
Azay, con la frente apoyada en el más ancho de los intersticios, sollozaba en silencio, aspirando con ansia el aire del exterior como un recuerdo de su perdida libertad.
Su llanto
fue elevándose de tono hasta que sus gemidos se hicieron
perceptibles.
Absorta en su inmenso pesar no vio una sombra que se acercaba cautelosamente
por el lado de afuera,
hasta que en baja y conmoYida voz oyó que la llamaban.
Era Baganiq ue, cuyo afecto hacia Aramegua le había
hecho concebir atrevido proyecto y buscaba rondando en
torno del tercer cercado una ocasión casi imposible para
hablar á la novia de su hijo.
Quejas amargas por parte de la joven y animadas J
reiteradas advertencias del anciano, que le enÍl'egó al traves
de los maderos una pequeña redoma de barro, se oyeron
por algunos momentos; después todo quedó silencioso.
Cuando Azay supo que la buscaban con afán porque
Quiminchu~t?cha
la es~eraba, la jo:ren levantó ~on~'ulsa la
redoma reCibida y apuro hasta la ultlma gota el hqtlldo que
c:ontenía.
Gruesa torcida de algodón fluctuando en ancho reci¡.Jiente de aceitc n~getal, como una mariposa de luz flotando
en diminuto lago, moYÍase inquieta, iluminando con intensos
ó moribundos
reflcjos la habitación en que se hallaba el
Zaq uc.
Tapizadas las paredes por finas y pintadas esterillas,
bordadas á intervalos por figuras de oro caprichosamente
cinceladas, destacilbase en el fondo una ancha lámina del
bruñ ido metal, sem brada de esmeraldas, que servía para
cubrir á voluntad la especie de ventana que caía sobre el
huerto.
La noche era fría y algo como un remedo de huracán
hacía vacilar la luz y awtaba en inquieto-retozo los tapices
y los cercanos arbustos;
á veces gemía entre sus ramas Ó
aullaba al venir furiosamente
del Sur entre los intersticios
de las altas y triples estacadas.
Quiminchuatocha,
rebujado en la soberbia piel de un
tigre de la gran llanura, dejaba flotar sobre ella su abundosa melena, entre la cual brillaban ya los fulgores de su
gran diadema, ya las anchas argollas que adornaban su taladrada nariz y sus orejas.
Algo como una fiera coronada, como el terrible minotauro de una leyenda americana
parecía el soberano de
Hunza con su cuerpo amarillo de negras estrellas, su inculta
y alborotada cabellera, su brillante corona y sus ojos inquietos, fieros y salvajes.
De repente sintiéronse pasos precipitados y una ligera
lucha en la puerta de la habitacion. Un momento después
algo blanquecino y suave como luz de luna se deslizó en la
estancia, yendo á caer como una gigantesca flor que hubie-
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Bagafzique
31
ra arrebatado el viento de la noche, sobre una piel de oso
negro que cubría uno de los bancos de madera.
Era Azay envuelta,ensu
blanca tÚnica y medio cubierta
la cabeza con su graciosa tíquira. Ya no lloraba y su descolorida faz tenía la transparencia
y la inmovilidad del m{trmol. Tenía un ligero temblor y sus ojos se cerraban lentamente.
Acercóse solícita la corpulenta
y sah'aje majestad, y
ulla inquietud terrible dibujóse en su fero/. semblante.
Aq uella no era la flor llena de vida con que él pretendi6
cr galunar¡.;e para hacer "onn~ír su viejo coraz6n; las radiante~ e¡"trellas que penetraron
las brum;s dl' su alma parecían
veladas para ¡.;icmpre, y aquel rayo de ~;olansiosamente esperado producía en él el más intenso (e los fríos, el que se
siente cuando b muerte ag"ita cerca d,~ nm:iotros sus pesadas
ah,s.
Llamáronse jeques, adivinos y ügl)reros, pero todo fue
en \'ano: Azay expiró rápillamente
de un mal desconocido.
Al día siguiente Baganique se presentÓ en la corte y
obtUH> sin dificultad el clH:rpo de la jo\"Cn con el objeto de
que sus huesos blanquearar: en el misP10 ~'itio que 105de sus
m"yolTs y que no se privaran sus súbditos de la fiesta de los
funerales.
Caía ('1 sol cuando el Cacique d('~cendía con cortísima
comitiva que conducía el cadáver por el declive (Jue lIe\"a
hacia el riachuelo del Ori~nte para empezar á subir la
agrietada colina que domina la ciuGad, llamada hoy Alto de
.sorani. Viendo que aquellos parajes l;e hallaban solitarios
hiw detener á los ga1u!u!cs que en sus hombros conducían
e1ll'cho de ramas en que descansaba Azay.
Daganiquc colocóla en d escaso c'2sped que á trechos
decora la arenosa orilla del arroyo, il ,"eces torrente impetuoso y que se conoce al presente con el nombre (le Rfo del
Ca/IÙmzo. Sumergió
en el agua la ca'.)cza de la joven é introdujo en su boca una bebida que (t prevención l1evaba.
Azay abrió los ojos y se disipó por completo aquel sueño
que parecía eterno.
Poco después trepaban
con celeridad y entusiasmo, no
exento de vivísimos temores, hacia Soracá. en camino del
río !Jue los españoles llamaron Jenesano.
Oculto tras unos pilares de arci1l1 de los muchos con
que allí se eriza la naturaleza, ostentando
la más extraña y
caprichosa arquitectura,
un súbdito d~ Quiminchuatocha
presenció el paso de Bag-anique y la inesperada resurrección
de Azay.
Pocas horas después una tropa de esforzados gandules
iba en persecución del atrevido Cacique y de la bella joven,
\'íctimas de la más inútil y rastrera de las delaciones.
Habían recorrido la meseta de Soracá y las revueltas
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Leyendas
-----------------------del desierto páramo y empezaban á descender de la fría
región hacia las tibias auras de sus valles, cuando les dio
alcance la tropa del Zaque. Maniatados y llenos de humillación y ùe dolor fueron devueltos á la gran ciudad.
A la mañana siguiente el sol recibió una ofrenda que
debió hacer que se velara horrorizado y que densa nube
envolviera su radiosa faz.
En dos piedras de forma circular y artísticamente
tajadas en la enorme laja en que simétricamente
descuellan y
que aún se hallan al poniente de Tunja y se conocen con el
nombre de Los Cojmes, Azay fue degollada por orden de
Quiminchuatocha,
que rehusó volver á veria por aquella
repulsa desconocida en los anales del Imperio.
En cuanto á Baganique, fue condenado á morir lentamente de hambre, después de «dilatada prisión,:,
Aramegua, heredero del cacicazgo de Baganique, pareció acatar con su silencio la voluntad suprema del tirano;
pero á pesar del servilismo y abyección que en su raza había
pervertido el sentido moral de tántas generaciones humilladas, el joven experimentó el más terrible de los odios y se
juró á sí mismo y á las cenizas de su padre y de su prometida la más espantosa venganza.
Sólo en los países salvaj es prosperan las arbitrariedades,
y aquel desventurado pueblo era tan ignorante y estaba tan
envilecido, que podía el mandatario ejercer con impunidad
la tiranía.
v
«El Valle de los Alcdzares estaba conquistado y fijado
por largo tiempo el pendón castellano en la hermosa altiplanicie. Quesada deseaba saber de qué lugar provenían las
bellas esmeraldas que había hallado, y emprendió una expedición hacia el Nordeste.
gn Tenza tuvieron noticia los
españoles de los extensos llanos del Oriente, y el Capitán
San martín se dirigió hacia aquella región. Cruzó sin detenerse los valles de Baganique,'Siachoque
y Tocavita y luégo
se detuvo en Iza.
«Allí fue sorprendido el Capitán por un espçctáculo tan
extraño como desagradable.
Habían dispuesto todo para
pasar la noche, y á los últimos rayos del sol contemplaban
el paisaje cuando se les presentó inopinadamente
un indio
anciano, de gallarda presencia, con la túnica cubierta de
sangre, cortada la mano izquierda y también las orejas, que
se le veían pendientes del cabello.:'
Manifestó á los españoles que habiendo propuesto á
Tundama,
el Cacique más valeroso de aquella región, que
recibiera
de paz á los ochles, había sido mutilado en tan
horrible forma por su mismo señor, quien lo enviaba como
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B aganique
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emisario para decirles que así trataba el poderoso Tundama
á los cobardes, y que de esa clase eran "1ostributos que de él
debían esperar los extranjeros.
Conmovido oyó San martín las quejas del casi moribundo anciano, y el Capitán Cardoso curó prontamente
sus
heridas con la especial habilidad que en esto distinguía al
bravo soldado ..
Indignado el Jefe por el atrevido mensaje del Cacique,
despachó inmediatamente
diez infantes y siete cab3llos que
hubieron de regresar poco después al campo atemorizados
por un ejército indio tan numeroso como disciplinado.
«Abandonaron á Iza, y los guías indígenas, llevándolos
siempre á la derecha, los hicieron bajar á la laguna de Tota
sin tocar en Sogamoso, su tierra sagrada; los. condujeron
luégo sobre 'l'oca y Bombazá, los entretuvieron
ocho días
en vueltas y rodeos, de tal modo que cuando creían abandonar la. serranía se hallaron nuevamente en Baganique.>
Quesada tenía su campo en Ciénaga y Hernán Venegas
Carrillo fue comisionado para buscar una población abastecida adonde trasladarse
en mejores condiciones. Cumpliendo la orden de su Jefe vino también Venegas á dar
á Baganique. Saqueó varias habitaciones que habían sido
abandonadas por sus dueños y halló entre ellas un templo
de donde saco seis mil castellanos de oro y otras ricas preseas, entre las que se hallaban las ofrendas que la inocente
Azay hizo al sol para que bendijera sus amores.
Iba á retirarse el español con su rico botín cuando cortó
su paso un indio de gentil apostura y vestido como los nobles
de aquellas regiones.
}<~rael joven Cacique del valle que no había olvidado su
juramento de venganza.
Seguro de que ninguno de su raza escucharía sus palabras manifestó á Venegas sus deseos por medio del intérprete.
Díjole que puesto que él y sus vasallos habían sido despojados de la mejor que poseían, su persona no era de desdeñar; que él les seguiría en calidad de esclavo, perdiendo
sus insignias y cortándose el cabello para no ser conocido
de los de su nación, y que çon gusto les serviría de guía
para entregarles al Zaque de 'runja, el más poderoso señor
del territorio, donde hallarían tesoros capaces de satisfacerlos.
Agregó tam bién que ninguno se habría atrevido á hacer
esta revelación por el temor inmenso que inspiraba el soberano; pero que él, protegido por los extranjeros,
quería
-tomar venganza de la muerte que el tirano «dio á su padre
en dilatadas prisiones.> Instó además que inmediatamente
se procediera á preparar el asalto, antes de que Quiminchuatocha se apercibiera á la defensa.
3
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34
Leyendas
Las noticias del joven Baganique fueron oídas de los españoles con el mayor placer, y agasajándolo á porfía, procedieron á su transformación.
Cortósele su larga y hermosa cabellera, señal de su elevado rango, y pusiéronle un bmzete de grana que él halló de
hermosura extraordinaria, y vestido al uso de los indios de
la costa, degradóse el noble americano formando entre los
enemigos de la Patria.
Abandonaron apresuradamente el valle, que ellos llamaron de Venegas, marchando á Ciénaga á dar á Quesada
la importantísima noticia.
El valeroso Cordobés quiso dirigir en persona tan interesante expedición, é instado por el ofendido Baganique
púsose inmediatamente en marcha.
Al siguiente día, 20 de Agosto de 1537,Quesada detuvo
su fatigado corcel en el lomo de la ancha colina que por el
poniente domina la ciudad de Tunja. La mirada del español fijóse con curioso interés en el nuevo paisaje. Hacia el
Norte, hermosa alfombra de verdura que se perdía en el
horizonte recogíase de repente con inusitada brusquedad,
descubriendo amarillenta y polvorosa superficie, teñida á
intervalos con tintes violáceos ó rosado incierto que se prolongaba hacia el Sur y envolvía la colina oriental de Soracá;
surcada ésta por excavaciones extrañas y profundas, semejaba á 10 lejos alvéolos derruidos de prehistórica colmena.
Hacia el Sur el riente y estrecho vallecito de Runta aparecía como un rizo de verdura sobre la calva frente de la estéril meseta en que estaba la ciudad.
Por la mente de Quesada pasó el recuerdo de algunas
regiones de Castilla la Vieja, y aun pensó en 10 que él había
leído con relación á Palestina.
La gran ciudad de los Zaques ocupaba una vasta extensión, y el tinte pardusco de sus pajizas techumbres cortábase ci intervalos por algo incierto pero deslumbrador que semejaba rayos de sol bordando juguetones el grisoso fondo.
El huerto del regio cercado dejaba ver su mancha de
verdura entre aquellos hilos de luz, como gigantesca esmeralda engastada en delicada filigrana.
La tropa hizo alto un momento, pero luégo empezó á
descender con ansiosa inquietud porque el sol iba á ponerse.
No eran arcos triunfales los que hallaron los extranje-ros á su paso: elevadas horcas decoraban la colina y algunas
conservaban todavía las víctimas de Quiminchuatocha.
A medida que descendían notábase en la ciudad extraordinaria animación, y ya llegaban al gracioso repliegue, en
que más tarde la piedad española elev6 un convento y una
simpática capilla, cuando Quesada recibió emisarios del
Zaque con numerosísimos presentes.
La mediQa política del soberano lleg6 demasiado tarde
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Baganique
35
para entretener
al invasor, oí. quien ya nada era capaz de
detener.
Los hilos de luz habíanse convertido en deslumbradora
hoguera;
las placas de oro que decoraban las habitaciones
principales,
heridas por el Último sol, ostentábanse
claramente ante los españoles, al mismo tiempo que mecidas por
el viento de la tarde, chocábanse unas con otras, produciendo una melodía desconocida, semejante á arpas eólicas que
gimieran ante la presencia de los extranjeros.
Ya nada era capaz de detenerlos.
Como siniestra tromba precipitáronse
en la dirección
del cercado del Zaq ue. Escudo al brazo, la honda, la flecha y
la macana listas para el combate, los desventurados hijos de
Hum>:a, á pesar de su número quedaron inermes y paralizados ante los desconocidos seres que caían sobre ellos. Herida
su imaginación por los monstruos en que cabalgaban y por
su inconcebible audacia, perdieron su país y dejaron hundir
su libertad sin siquiera tratar de defenderse.
Rotas sin miramiento y con premura las ligaduras que
sostenían la puerta del primer cercado, penetraron valerosamente los españoles al palacio entre una nube de indios
cuyas vociferaciones deberían haber hecho temblar á otros
corazones menos esforzados que los de los heroicos castellanos.
Entretanto
Quiminchuatocha
con sus sesenta y seis
años y su enorme corpulencia se hallaba imposibilitado de
huir; sus inmensas riquezas, que desde que tuvo noticia de
que los extranjeros se acercaban había hecho colocar en
petacas de piel, eran lanzadas por la parte opue¡;ta del cercado y recibidas por los fieles súbditos, mientras los enemigos forzaban la puerta; largo cordón de indígenas se extendía hacia la llanura del.Norte, y con celo y sorprendente agilidad iban pasando los riquísimos fardos sin ser notados por
los españoles.
Quesada penetró con diez hombres en el recinto en que
se baIlaba el Zaq ue. Numerosos guardias con ricos plu maj es
y protegidos por escudos de oro rodeaban á la real persona.
Quiminchuatocha
permanecía
silencioso é inmóvil en
su trono de oro macizo sembrado de esmeraldas, como si
creyera imposible que ante su majestad continuara el terrible desacato.
Hubo un momento de gravísimo peligro para los españoles, que fue conjurado por la indecible sorpresa que en los
indios produjo el inesperado atrevimiento
del valeroso Antón de Olaya.
Precipitóse sobre Quiminchuatocha
sujetándole
entre
sus poderosos brazos. La real fiera lanzó un rugido que desgan'ó el aire haciendo estremecer
á cuantos le rodeaban.
Miró luégo al que 10 cautivaba, condensando en su mirada
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Leyendas
36
primero toda la rabia de un tigre herido,luégo la majestad
de cien generaciones y por último la amarguísima tristeza
de una raza vencida.
Desde aquel momento selláronse sus labios: no conocía
el lenguaje del esclavo,yel que no había de volver á mandar
pareci6 perder para siempre el uso de su altiva lengua.
Continuamente mudo, rehus6 todo alimento, dejándose
morir de hambre y de tristeza á pesar de las consideraciones de todo género que orden6 Quesada que se le prodigaran. Sus últimos momentos fueron amargos con la dolorosa
nueva de que se había nombrado en su lugar á su sobrino
Aquiminzaque.
Las riquezas halladas á pesar de los numerosos tesoros
que los indígenas consiguieron ocultar eran capaces de satisfacer la más loca codicia. El oro amontonado en el cercado del Zaque era suficiente para ocultar á un jinete y su
cabalgadura.
VI
Días después, queriendo Quesada vengar la atrevida
arrogancia del Cacique de Duitama, fue á encontrarlo en las
llanuras de Bonza. Grave peligro corri6 el jefe español que
perdi6 en la refriega su caballo y que fue salvado valerosamente por Baltasar Ma1donadocuando estaba c.ercano á perecer. En tan recia batalla los indios aliados de los españoles llevaban para distinguirse de los que peleaban por su
patria una corona de hojas verdes; hallábase entre éstos
Baganique, quien desplegaba una gallardía y un valor dignos de mejor causa. Rindi6 á sus pies un noble joven que
ostentaba rico turbante de oro y )?lumas, y arrebatando al
cadáver la suntuosa presea, coloco1aen su frente con aturdimiento, olvidando la corona de hojas con que se habían divisado los traidores.
Pocos momentos después el hierro español traspas6 por
equivocaci6n el coraz6n de aquel desventurado á quien los
excesos del despotismo habían convertido en traidor y. que
en su desgraciada ignorancia no comprendi6 que contra la
patria jamás hay raz6n, y que se debe morir luchando de
frente contra las arbitrariedades, sin envilecer con bajos
medios la sagrada exigencia de los derechos y de la libertad.
Bogotá, 1903.
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Tundama y Sugamu:d
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TUNDAMA
y SUG·AMUXI
Hacía cinco días que la ciudad de Tunja había caído
bajo el poder español, y sus inmensos tesoros no habían alcanzado á saciar la codicia creciente de los invasores que
cspiaban con ansia una nueva vía que realizara sus deseos.
Baganique, que había satisfecho su venganza descubriendo al extranjero el imperio del anciano Zaque, que
había mutilado sus orejas, viéndose odiado por sus compatriotas, resolvió avisar a Quesada la existencia del gran templo de Sugamuxi cuya riqueza adivinó el conquistador.
Sabían los españoles por experiencia que de la rapidez
de la marcha dependía el éxito de la jornada, por 10 cual
con veinte jinetes, alguna infantería y varios indios aliados.
como guías, partió Quesada hacia el norte de la ciudad, sin
haber gastado más tiempo que el preciso para montar los
expedicionarios.
Con la ligereza que lo permitían los jarales y vueltas
del camino apenas practicable para los caballos, llegaron á
Paipa, en donde se detuvieron para pasar la noche.
Fue esta población de fértiles y cultivados campos la que
más tarde fue encomienda de Gómez de Cifuentes, el mismo
español que por servicios prestados á su patria pudo levantar en la esquina noroeste de la plaza de Tunja la famosa
casa de la torre, que duró en esa ciudad unos tres siglos.
Mu)' temprano emprendió Qucsada la marcha hacia la
poblacion del poderoso Tundama, y á los primeros rayos
del sol divisaron un numeroso grupo de indios que avanzaba
hacia ellos. Los guías aseguraron
que venían de paz y que
por su aspecto parecían embajadores. Eran en realid<!-demisarios del Cacique y traían hermosos y ricos presentes.
Enviaba á decir á Quesada el soberano indio que sabedo)" de su llegada, se había apresurado á recoger oro suficiente para ofrecer á los hijos del sol; pero que le suplicaba
detuviera su marcha algunas horas mientras completaba
<ocho cargas,~ q ne era la ofrenda que tenía dispuesta.
No halló mal Quesada la amabilidad india, y por medio
de los intérpretes se ocupó en hacer preguntas á los embajadores. Habían hecho alto bajo un árbol corpulento, y poco
á poco iban mezclándose los soldados con el grupo de indígenas entre los cuales había algunas mujeres.
Con avidez creciente observaban los europeos las finas
mantas que desdoblaba Quesada y los objetos de oro que
hacía lucir al sol y que constituían el regalo de Tundama.
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38
LeyeNdas
Distinguíase entre los españoles por su gallardía Miguel Sánchez, apuesto joven que ostentaba con mal disimulada vanidad una barba negra abundantísima, émula de la
de Jiménez de Quesada.
Miraba el joven con vivo interés 10 que su Jefe hacía,
calculando 10 que había de tocarle en el reparto, cuando una
sensaci6n extraña, un cosquilleo inesperado, le hizo volver
vivamente la cabeza. Una mano pequeña y suave se había
enredado á su barba y se deslizaba entre ella más nerviosa
que acariciadora.
f'
A la altura de su hombro fulguP«6an unos ojos hermosísimos y blanqueaban unos dientes menudos y bellos entre
labios encendidos de infantil frescura.
El primer movimiento del joven fue de ira violentísima
con el atrevido que así le trataba; pero se dulcific6 instantáneamente al divisar á su ofensor. Era una joven esbelta y
ágil que al encontrar su mirada salt6 lejos de él con una
ligereza de cierva, no sin llevar entre sus dedos alguna hebra
de la hermosa barba.
Sánchez la contemp16 algunos momentos con sorpresa
creciente y trat6 de acercarse á la gentil criatura; la india
10 miraba fi~amente y se alejaba retrocediendo por entre
los arbustos á medida que él se aproximaba. Sin poder apartar de ella la vista sentíase fascinado por aquellos ojos cuya
mirada extraña relampagueaba con brillos enigmáticos y
por aquella sonrisa tan atrayente como misteriosa.
Al fin avanz6 resueltamente y extendi6 el brazo para
detenerla; pero temblando de despecho s6lo vio en sus manos la roja líquira que cubría los hombros de la joven y su
escultural silueta de Niobe morena que se desvaneci6 instantáneamente entre el follaje. Sánchez estaba vivamente
conmovido, aunque ninguno de sus compañeros se había hecho cargo de aquel incidente. La disciplina y la prudencia le
prohibían separarse de sus compañeros para seguir á la atrevida joven, y cabizbajo y contrariado recibi6 casi con indiferencia la manta y el aro de oro que en el reparto le tocaron.
El sol se hallaba en la mitad de su carrera cuando cansado Quesada de csperar el riquísimo presente ofrecido por
Tundama, resolvi6 continuar la marcha, y poco después se
haU6 entre los pliegues de las alturas que dominaban la poblaci6n india.
Con honda sorpresa y más que todo con dolorosa humillaci6n el valiente hijo de C6rdoba vio de repente todos los
riscos coronados de enemigos y sinti6 desgarrarse sus oídos
con la insultante algazara de los indios, que precipitando
sobre ellos pedazos de roca y lanzándole flechazos se burlaban de su credulidad encabezados por el mismo Tundama,
que los atacaba con el valor y la tenacidad del que defiende
sus hogares.
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Tttndama y Sugamuxi
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La detención sólo habfa servido para que los indígenas
ocultaran $US tesoros y prepararan
el ataque.
La defensa era imposible por la posición especial de los
indios, con la cual quedaba.n inutilizados los caballos. Entre
una lluvia de dardos y de piedras pasaron los heroicos españoles, haciendo saltar los nobles brutos en un camino casi
impracticable.
Las mujeres ayudaban á los de Tundama en el ataque,
y sus gritos agudos perseguían á los que huían, repercutiendo el eco en las concavidades de las peñas.
Una loca esperanza había hecho que fuera Miguel Sánchez el que cerrara la retaguardia
de la pequeña tropa.
Apenas se oía el rodar lejano de las piedras que aún lanzaban á enemigos invisibles ya, y el eco casi extinguido de las
vociferaciones de los indios, cuando tomando respiro en su
agit<l.da marcha detuvo un momento el sudoroso caballo
cerca de un grupo de rocas que podía protegerlo de los terribles proyectiles si avanzaban sus perseguidores.
Levantó la cabeza y buscó ansioso Ulla figura que había
creído divisar saltando como una gacela no lejos del camino.
Todo estaba solitario, y sin la repercusión extraña de algún
alari.lo lejanobabría parecidollll mal sucñoel pasado peligro.
Iba S{tllchez á continuar su marcha cuando sintió que
su larga barba se enredaba al reborde de la roca j volvióse
con rapidez, r en el hueco sombrío que formaban al unirse
dos enormes piedras vio fulgurar los ojos de su joven enemiga. al mismo tiempo que Sil brazo de diosa indígena se
extendía asiendo con fuerza su poblada barba. Sánchez
sintió un estremecimiento
en que ~c mezclaban el placer y
la sorpresa; quiso retirar la mano que 10 lastimaba y cogerla
á su vez; pero la joven india, protegida por la roca, haló
con violencia, con la expresión de un mono que hace daño,
con los ojos chispeantes y con los blancos dientes mostl"ados
á intervalos por extraña sonrisa.
1<:1 español lanzó una exclamación de dolor y de rabia
y quiso apoderarse de la joven atrayéndola P"lr el brazo con
ademán enérgico.
Lanzó aquélla un grito gutural y prolongado, y un momento de~pués el polvo y el estrépito de un peñasco precipitado de la altura hicieron que Sánchez espoleara vigorosamente su caballo, huyendo de tan peligrosa situación.
Caía el sol cuando dieron los españoles vista á Sugamuxi. El valle estaba cubierto de guerreros
que avisados
por el Cacique de Tundama se preparaban á la defensa de
la Patria. Pero si el hábil é intrépido Cacique bur16 á los
extranjeros en sus riscos, la llanura fue en cambio el lugar
más adecuado para aniquilar á los indígenas y ostentar de
un modo tan rápido como sangriento la superioridad de los
soldados europeos.
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40
Leyendas
Como un torbellino de monstruos desconocidos, como
una irrupción de deidades infernales, caballos y jinetes lanzáronse sobre los escuadrones indios, y penachos y coronas
volaron en terrible confusión entre los cuerpos derribados,
y apareció la llanura como campo de tallos florecidos ante
violentísimo huracán.
No fue aquello un combate, porque ni siquiera se inició
la lucha; vistosamente ataviados y en apretada formación
los hijos de Sugamuxi esperaban valerosamente al enemigo;
pero desgraciadamente la vista de los caballos fue por si
sola una fascinación, y á su terrible empuje no se alcanzó á
pensar ni en la defensa.
La población fue abandonada, así como el gran templo
y el magnífico cercado del Cacique.
Los últimos rayos del sol alcanzaron á mostrar á los
españoles las láminas de oro que de la misma manera que
en Tunja lucían en la fachada de las casas. Apoderáronse
de muchas riquezas; pero las sombras de la noche impidieron el despojo completo, favoreciendo á los indios, que pudieron salvar gran parte de sus tesoros. Quesada prohibió
que se tocara el templo y dejó su reconocimiento para el
siguiente día.
n
La luz melacólica y vaga de la luna menguante envolvía
en gris tristeza la tierra conquistada, y las siluetas indecisas
y silenciosas de algunos indígenas se deslizaban furtivamente en el callado Sugamuxi. No era sin embargo la suave calma de una naturaleza adormecida por la ausencia del sol la
que hacía extinguirse todos los rumores; era algo terrible.
intensamente doloroso, lo que vibraba en los aires, palpitaba
en las sombras y daba á los escasos rayos de la luna tonos de
sudario. En pos de la libertad huirían los dioses, y en el valle
sagrado se verificaría el final hundimiento de una raza.
A pesar del fatigoso día Miguel Sánchez permanecía
despierto, y después de una lucha interior resolvió burlar al
adormecido centinela y abandonar el campo, aunque no llevaba propósito determinado al faltar así á la disciplina. Otra
sombra siguió cautelosamente sus pasos; era Juan Rodríguez Parra, cuyos sueños de oro no le permitían cerrar los
ojos; el rico templo era una obsesión que le producía fiebre.
-Miguel-dijo
en vozbaja, cuando se hallaron á alguna
distancia de su campo,-¿ te diriges al santuario?
Sánchez volvióse sorprendido, pero se calmó al reconocer á Juan .••
-No había pensado en e~J>ero si quieres estoy dispuesto á acompañarte-contestó a su amigq.
-Con la última luz-agreg6 Rodríguez-yo fijé el sitio
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Tundama y Sugamuxi
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donde se hallaba el templo y sabré guiarme hasta él por las
observaciones que hice.
Echaron á andar sin comprender siquiera el atentado
que iban á cometer;
marchaban tranquilos porque no oían
el ruido de sus pisadas, que la tierra muda de dolor é indignación no quería devolverles, ni les inquietaba ningún eco,
porque el aire, impotente para fulminarlos,
guardaba la
mudez siniestra que p¡-ecede á las grandes catástrofes.
Poco después el Imperio muisca veía hundirse el último
símbolo de su nacionalidad y su grandeza j la planta extranjera profanaba su santuario y manos extrañas manchaban
los sagrados objetos de su adoraci6n.
g¡ magnífico templo de no acostumbrada
solidez entre
los indios estaba construido- con maderas preciosas traídas
desde los llanos, habiendo sido colocadas sus gruesas columnas sobre desdichados esclavos que debían al morir convertir con su sangre aún caliente aq uellas maderas en incorruptibles. Las paredes estaban tapizadas con carrizos tejidos
delicadamente
y el suelo cubierto de espartillo con graciosas labores.
Enormes barbacoas sostenían á un lado y otro de la entrada las momias de los personajes más notables, adornadas
de finísimas mantas y espléndidas joyas. Las paredes resplandecían con las ofrendas de oro suspendidas en ellas.
Hacia la mitad del santuario, ancha taza de barro colmada de grasa, difícilmente conseguida entonces, sostenía
una especie de candil usado en muy raras ocasiones.
Aquella noche aciaga, mano diligente había encendido
aquella lámpara más que primitiva, y sus reflejos de cambiante intensidad enviaban misteriosos tonos de luz extraña
á la espaciosa mansión ..
Dos ó tres sombras se dibujaban de cuando en cuando
en giros silenciosos como entregadas á alguna maniobra convenida de antemano. Quizá pretendían poner en salvo algo
muy caro y de mucha importancia para la nación vencida.
De pronto el estallido inesperado y violento que produjeron al romperse las cañas unidas que protegían un ancho
tragaluz, extendió por el templo las vibraciones del espanto,
y el aire al escaparse por aquella abertura lanzó un gemido
prolongado como el adiós que daba á una grandeza que se
hundía.
Sin apreciar la importancia
de su acción y por medio
de un sencillo salto, los dos soldados se precipitaron
dentro
sin pensar que sus plantas hollaban el corazón de un pueblo
y desmoronaban
con sus pasos errores respetados por los
siglos.
Cuando la luz les mostró con mil destellos los tesoros
acumulados en aquel rico y misterioso lugar, Miguel Sánchez, que durante el día había estado hondamente
preocu-
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Leyendas
pado por dos diamantes negros, una sarta de perlas y los
corales de unos labios, todo lo olvidó y sintió que se apoderaba de él la fiebre de la insaciable ambición.
Cogió rápidamente una manta de las que adornaban á
las momias, y con voracidad de hambriento apoderábase de
los dijes que decoraban las paredes y de cuantos objetos
estaban á su alcance. Nada veía, nada oía j aquella faz ordinariamente hermosa estaba repugnante de codicia.
, En el fondo del templo donde las sombras se agrupaban
un anciano de majestuosa apostura miraba con creciente
furor á los dos extranjeros, y sus brazos levantados hacia el
cielo parecían implorar para ellos el rayo vengador. Un temblor nervioso estremecía sus miembros, sus puños se crispaban con ademán conminatorio y sus labios empalidecidos
por la rabia vibraban al paso de la maldición.
Miguel Sánchez improvisó una antorcha desgarrando
los espartillos tejidos que cubrían el suelo, porque la luz le
parecía escasa para escoger el más rico botín. Acercóse á
encenderla sin ver que con, paso y elegancia de felino se
llegaba á él una esbelta figura que surgió de entre la penumbra de un pilar. La luz bañó su rostro de sacerdotisa
indignada, dibujó sus bellas cejas fruncidas por la ira y se
quebró en sus pupilas avergonzada de su brillo.
Sánchez nada vio, ocupado en su tarea, y la mano nerviosa de la silenciosa aparici6n envolvió con rigor en rápida
lazada la barba del soldado, haciéndolo chocar contra gruesa
columna. Volvióse el español con los ojos dilatados de espanto, pero reponiéndose inmediatamente, agarró con la
mano que le quedaba libre la muñeca de aquella joven que
desde la mañana se complacía en atormentarlo.
Al sentirse asida inclinó la cabeza y con la rapidez y
fuerza de un canino joven clavó sus dientes en la mano que
la aprisionaba.
Los dedos de Miguel se aflojaron un momento, y esto
bastó para que la joven se deslizara con una facilidad in<:reíble.
El soldado lanzó un terrible juramento, y dejando en el
suelo la antorcha que podía estorbarle, se precipitó en persecución de aquella extraña criatura. Fue un juego fantástico en que el coraz6n de Sánchez palpitaba con fuerza, su
frente se cubría de sudor y sus esfuerzos eran completamente vanos. La joven se hundía á veces entre las masas de
-sombras y su figura ligera y esbelta reaparecía de· nuevo
en su carrera silenciosa. Al fin pareció desvanecerse, y el
soldado se detuvo jadeante de cansancio y temblando de
despecho.
Entretanto el gran sacerdote habíase adelantado hasta
la antorcha abandonada, de la cual partían ya sierpes de
fuego que empezaban á correr en todas direcciones, pren-
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Tundat1ta ..y Sugamuxi
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diéndose inquietas en las paredes de carrizo y enredándose
á las grandes barbacoas, y tomándola con ademán nervioso
aplicóla impaciente á todos los lugares en que con más rapidez podría el fuego acabar de propagarse.
Una claridad inmensa hizo volver á Sánchez de su ensi·
mismamiento;
alg-o como un día repentino invadió el gran
santuario é iluminó la figura grave é impasible del anciano
sacerdote, que inmóvil contemplaba
el avance del incendio
con la impasibilidad y el aspecto de una estatua desprendida
de una pagoda indostánica.
Las maderas de aq uel edificio secadas por los siglos,
formaron bien pronto una hoguera gigantesca.
Apenas tuvieron tiempo los p¡"ofanadores para ponerse en salvo, cuando un velo de llamas envoh-ié. como sudario luminoso al gran
sacerdote indio, que supo perecer al mismo tiempo que la
libertad de su patria, sus tradicioncs y sus dioses.
El alarma y el dolor de este acontecimiento fue general
entre naturales y extranjeros. Losprimeros
perdían cuanto
tenían de grande y sagrado, y los segundos los inmensos tesoros con que habían soñado.
Dice Castellanos en su Historia general de las Indias al
hablar del incendio de este templo algo que nos parece muy
inverosímil.
«El fuego de esta casa fue durable espacio de cinco
años sin que fucse invierno parte para consumirlo, y en este
tiempo nunca faltó humo en el compás y sitio donde estaba;
tanto grosor tenía la cubierta, gordor y corpulencia de los
palos sobre quc fue la fábrica compuesta.>
El descendi.ente del gran sacerdote heredero del cacicazgo de Sugamuxi fue bautizado más tarde con el nombre
de D. Alonso, y llamó la atención por su despejada inteligencia, por su picdad cristiana y por la afición decidida que tuvo
por la teología.
gn cuanto á Miguel Sánchez y su ambicioso compañero,
tardaron en reponerse de la impresión sufrida, y el primero
poníase hondamente melancólico al mirar la cicatriz de su
mano, sin poder consolarse de haber dejado escapar los tesoros del templo por una Sal"ta de perlas.
Bogotá, 1907.
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44
Leyendas
EL ULTIMO DIA DE AQUIMINZAQUE
1
Tunja, la anti~ua y valerosa ciudad, yacía envuelta en
jirones de tinieblas que la noche abandonaba en su huida
. y que empezaban á ser los impotentes rivales de la luz.
La ciudad de Hunzaúa, la cuna de los zaques, había sido
ya hollada por la planta del atrevido aventurero j de allá de
donde nace el sol habían venido unos hombres cuya mano
manejaba el rayo y á cuya vozobedecían las fieras. La gran
población en que se al'bergaban vírgenes de tez pálida y
cabellos negros había perdido la alegría de sus gloriosas
épocas, y los valerosos hijos de Hunza doblaban con pesar
la frente j su ciudad querida, de aguas puras y azulado cielo.
había sido envuelta por el manto de la humillación salpicado
de sangre, mientras el extranjero reía con la destrucción
de sus hogares y los ayes angustiosos del vencido.
Todavía palpitaban las flores estremecidas de placer
porq ue acababa de despertarlas el primer rayo de la aurora,
cuando el último soberano de Tunja, el bello cuanto desgraciado Aquimenzaque, recibía un mensaje que 10hacía palidecer de emoción y sonreírse de felicidad.
El joven Zaque escuchaba con suma atención al salvaje
que le hablaba.
-:-¿ La entregaste el brazalete que le envié? decía al
indio con marcado interés.
-Sí, hijo de los reyes, y al ceñirlo á su brazo la flor de
tus amores brillaba en él como un rayo de sol en la nieve de
la montaña.
-¿ y la banda roja en que hice colocar hebras de mis
cabellos ?
-La besó con amor al recibirla y envolvióla á su talle.
más esbelto que la palmera de la gran llanura, más flexible
que la enredadera que se mece en tus jardines.
Aquiminzaque levantó su limpia y espaciosa frente, y
un rayo de satisfacción brilló en sus ojos. Luégo pareció
sumirse en una meditación profunda, y poco á poco las líneas
juveniles de su rostro perdieron su acostumbrada dulzura,
y con voz ahogada y conmovida dijo á su compañero, que 10
miraba sorprendido:
-Escucha, amigo mío j la dulce avecilla cuyo arrullo
prolongará mi sueño, la paloma cuyo amante gemido será
la música preferida por mi corazón, Adeinzagá, la purísima
estrella de mi vida, no debe ser vista por el extranjero.
Oyelo bien y no lo olvides, fío en ti y espero que con tu
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El último dia de Aquiminzaque
45
ayuda salvaré mi dicha de los terribles invasores; la blanca
espuma de la fuente no debe ser expuesta al embate de los
huracanes, la flor no debe acercarse á la hoguera, ni Adeinzagá al español.
-Mis oídos han recogido tus palabras y mi corazón las
guardará ..
-Mañana
cuando la luna se balancee en el horizonte,
la dulce prometida de mi alma se albergará bajo mi techo;
entretanto,
amigo mío, ház que Gámeza, con tus consejos,
guarde mi tesoro y no dé lugar á las terribles inquietudes
que como cruel presentimiento
se han apoderado repentinamente de mi corazón.
Aquiminzaque inclinó la cabeza y una sombra de pr~
funùísima tristeza obscureció su frente.
De limpia tez, de negros y expresivos ojos era el último
soberano de Hunza; correcta su nariz, simpática y altiva su
sonrisa, mediana su estatura, gracioso y lleno de regia maiestad su porte.
Veintidós años con taba y era tan amado de sus súbditos
cuanto lo podía ser el último vástago de sus reyes, la única
esperanza para levantar de nuevo la ultrajada raza.
I<~lElector de Gámeza, uno de los poderosos señores del
Imperio, había concedido al joven soberano la más bella de
sus hijas.
Adeinzagá amaba desde su infancia al hijo de los reyes,
y éste por su parte no sonreía sino al recuerdo de aquella
niña, ni temblaba sino ante la mirada de sus dulces ojos.
B~lenlace iba á celebrarse con gran pompa en 'l'unja,
y á {l acudían los más notables señores del contorno.
A medida que el día adelantaba la ciudad parecía inundarse por torrentes humanos; pueblos enteros, llevando al
frente su Cacique, llegaban á festejar el enlace de su soberano, revestidos de sus gala.."y joyas más preciosas; la doble
estacada que circundaba el palacio de los Zaq ues se estremccía con las oleadas de la multitud. Penachos de brillantes plumas, mantas de vistosos colores, deslumbradores
adornos de oro y algunas sartas de cuentas que los indígenas debían á la ?nU11ificencia de los españoles, todo se veía
mezc.1ado con agradable confusión.
'l'al cual cabeza de atavío extraño y de ceñudo rostro
se hacía notar entre la sencilla y alegre muchedumbre indígena. gl extranjero veía con indiferencia y á veces con disgusto la dicha de aquella raza desti.n.ada á la más cruel esclavitud. A medida que el gentío aumentaba los españoles
empezaban á sostener animados diálogos y su rostro á tornarse feroz y desconfiado.
Hernán Pérez de Quesada, rodeado de sus capitanes,
cruzaba con ellos frases que se discutían acaloradamente.
El sol iba á ocultarse cuando una grande algazara y la
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46
Leyendas
música y danzas de los indígenas llamaron más vivamente
la atención española ya sobrexcitada.
En andas riquísimas, cubiertas por fino palio de algod6n bordado de oro y plumas, el Elector de Gámeza y su
hija Adeinzagá eran conducidos en hombros de sus súbditos hacia el Palacio de los Zaques.
El soberano recibió palpitante de emoción á su bella
prometida; instalados en sus habitaciones Gámeza y su hija,
Aquiminzaque se dirigió á la especie de parque que circundaba su cercado, porque la 'felicidad 10 ahogaba y deseaba
respirar libremente y en completa soledad. Su reino terriblemente amenazado por los extranjeros y todas las desgracias de su raza borráronse instantáneamente de su imaginación, y el joven Rey, embriagado por la dicha sumióse en la
contemplación de infinitas delicias.
Tan abstraído estaba en sus sueños de ventura que no
sintió aproximarse un grupo de españoles qué con faz amenazante se dirigían hacia él.
Con indecible sorpresa y con profunda indignación viose rodeado de silenciosos verdugos que apoderándose de su
real persona lo llenaron de afrentosas y fuertes ligaduras.
La prisión de Aquiminzaque con sus terribles consecuencias, fue un crimende
lesa humanidad, que todavía
hiere el corazón de cuantos 10 recuerdan.
¡Parece imposible que aquello sucediera y que seres que
se llamaban hombres desoyeran la voz de todo sentimiento
y llevaran á cabo tamaña iniquidad I
Aquiminzaque fue conducido á una especie de fuerte
construido por los españoles; ni una queja ni un suspiro se
escapó de su pecho; su frente permanecía levantada y solo
al pensar en Adeinzagá sus ojos se empañaban y una amarga sonrisa plegaba sus labios al mirar la actitud y el profundo aniquilamiento de su pueblo.
Un silencio profundo sucedió á la alegría de la mañana j
aquella raza desventurada que parecía anonadada por el dolor y envilecida por el sufrimiento, no exhaló ni un gemido
en defensa del último de sus Reyes.
«El Zaque reúne á sus confederados y á sus súbditos porque conspira y quiere aniquilar nuestro poder"'; esto habían
dicho los españoles á su Jefe cuando llenos de temor vieron
reunirse los sencillos indígenas que venían á solemnizar con
su presencia las bodas de su Rey.
Hernán Pérez oyó la atroz calumnia, y BU carácter ambicioso no halló para apagar la hoguera del peligro imaginario sino la inocente sangre real.
Acostumbrados los españoles á destruir sin piedad la
raza. americana, la muerte te Aquiminzaque fue decretada
para el siguiente día, y resuelta la total destrucción del imperio de los Zaques. de la grandeza de Hunza.
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El tWima dia de Aquiminzaque
47
Il
l~l cielo. de un azul tan intenso que se perdía á veces en
negruras de abismo, mecía en su infinito una luna pálida,
cuyos rayos envolvían melancólicos la ciudad de los Zaques;
la hermosa diosa de los muiscas que los extranjeros
convirtieron en astro, debía mirar compasiva aquella población en
que palpitaban los inquietos corazones de los españoles y se
albergaba la más horrible desesperación de la raza vencida.
-¿Quién va? dijo sobresaltado el centinela que guardaba
á Aquiminzaque, al sentir la aproximación de una persona.
Un gemido abogado y luego algunas palabras suaves
como arrullos, aunque no fueron del todo comprendidas.
calmaron la inquietud del español; sin embargo, interrogó
de nuevo sin cesar en su actitud hostil.
La luna piadosa bañó entonces la fisonomía doliente de
una bermosa mujer, y el centinela bajó el arma examinando con curiosidad á la recién llegada.
Parecía una visión aquel sér encantador y frágil, iluminado esplendorosamente
por la argentada
y misteriosa
luz. De entre el ancho manto recamado de oro surgía su
faz emblanquecida por un pesar sin nombre, y fulguraban
sus pupilas aterciopeladas con el cambiante relampagueo de
las tempestades del dolor.
Era Adeinzagá, la bija de Gámeza, quien rondaba ansiosa la prisión de su desdichado prometido.
El espíritu nacional había muerto herido por la humillación y el infortunio, y la amistad se ocultaba acobardada;
pero velaba el amor, y al derrumbarse
la secular grandeza
de los Zaques, solo quedó á Aquimín el fiel corazón de una
mujer.
El soldado olvidó un instante su consigna y prestó atención á las palabras de la desgraciada joven, cuya lengua le
era ya familiar.
-Extranjero,
óye con piedad el ruego de una infeliz;
escúcba por compasión mi suplica-decíale
Adeinzagá agitada y temblorosa ;-permíteme
entrar en la prisión y dar el
último adiós á Aquiminzaque.
-Retírate-dijo
el español prosiguiendo su paseo ;-no
puedo escucbar una palabra; la presencia de uno de tu raza
basta para perderme y apresurar la muerte de tu Rey.
La joven india ahogo un sollozo de anlfustia y esperó con
ansiedad la vuelta del centinela. Cuando este pasó á su lado
lo tomó del brazo y le dijo con precipitación:
-Si no tienes lástima de mi dolor, si mis lágrimas no
logran conmoverte, escúcha otro lenjuaje que nunca ha desoída el extranjero.
Al decir esto arrancó con ademán febrillos ricos brazaletes y los magníacos adornos de oro que
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48
Leyefldas
-ostentaba en su traje y sus cabellos. El español se detuvo y
miró receloso á todos lados.
-1 Pobre criatura, debe ser muy grande tu desdicha
·cuando porq ue te atienda te desprendes gustosa de todo
,eso!
-Mis tesoros, mi vida, mi dicha entera, todo, todo lo
-daría por ve-rIe.
"
-Ver; y á quién?
-A él, á Aquiminzaque, al que iba á ser mi esposo en
la aurora de mañana, al que me roban los tuyos, al
.
-j Silencio 1 tu pesar te hace imprudente y si hablas demasiado tendré que arrancar de mi pecho la compasión que
-empiezas á inspirarme.
-j Oh ! Gracias, genio benéfico de las hijas de Hunza!
-Míra, es muy difícil lo que me propones; sin embargo, yo voy á arrostrarlo todo porque tu suerte me interesa;
pero á decir verdad el sacrificio que hago merece un re-cuerdo más grande de tu generosidad.
-1Ah ! ya comprendo, espérame que pronto volveré.
La hija de Gámeza desapareció con la rapidez propia
-desu apariencia de visión.
No tardó en regresar acompañada de un indió que
traía un ~rueso bulto bajo el brazo.
Esplendidamente pagado el centinela y tomadas algunas precauciones, la joven penetró con su compañero en la
prisión de Aquiminzaque.
El llanto ahogaba á la infeliz indígena y sus labios se
negaban á articular una palabra. Bella como una flor, pura
como un rayo de luz, amante y dulce como la torcaz de sus
selvas, aquella niña á quien rompían de un solo golpe el corazón, aquel sér inocente que no tenía más delito que amar,
•al mirar al regio sentenciado agonizaba de dolor.
Nada se dijeron aquellas dos almas enamoradas en tan
·supremos instantes; cada una de sus miradas era sin embargo un poema de ternura, cada uno de sus suspiros un
mar de sentimiento en que los dos corazones se inundaban.
Arrodillado trabajosamente por causa de sus ligaduras,
Aquimín contemplaba á su amada de una manera indefinible.
Adeinzagá se arrodilló á su vez y conteniendo sus lágrimas, dijo al joven con el asento penetrante de fervorosa súplica, al mismo tiempo que le presentaba una especie de hoz
de oro afilada y cortante:
-Ruégote, señor, que atiendasá la que amas y le des la
prueba mayor de tu cariño. Dáme la muerte por tu mano,
.'que me será más dulce que enviada por Bochka; derráma
tú mi sangre, que humedecerá gustosa la tierra qUe ha de
recibirte antes de que se convierta en lágrimas cuaI1do te
pierda i ciérra mis ojos que no han de volver á verte i pliéga
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EltUti11l0
49
dfa de Aquimi11zaque
mis labios que no han de decirte sus amores j detiéne mi
corazón que sólo debe latir para el que iba á ser mi esposo.
-¡Oh!
alma mía, no prosigas-exclamó
el joven con la
voz enronquecida
de pesar;-¿ así olvidas lo que empezaba á
enseñarte, de un dios que no es Bochica, que prohibe darse
la muerte y que manda perdonar?
-Entonces,
hijo de los reyes, ¡pide á tu Dios que me lleve contigo! gritó la joven, mientras que sollozos convulsivos levantauan su pecho.
l~l centinela pendró en la pri¡.;ión .Y tomando bruscamente del brazo a A(leinza~dt exclamó con impaciencia:
--AI~jate, m;Írcha en el momento, tu presencia me llena
de inquidud
y voy á pagar demasiado
caro esta impruden..:iá.
-j Por compasión!
en nomure de tu madre, extranjero, d'::jame un momento mií.s-exclamó
la joven mientras
un raudal de llanto humedecía la cabellera
del hel-maso é
infeliz cau tivo.
-El alba va á teñir el horizonte: basta, basta de condescendcncia-dijo
con sequedad el español, al mismo tiempo
que separaba á la joven del pobre A<[uimilllaque.
Adeinzagá exhaló un grito ahogado)'
agarrándose
al
manto del Zaque cayó desplomada sobre el suelo.
gl salvaje que la acompañaba y que se había colocado
durante la entrevista á una distancia respetuosa, acercóse
presu raso y tom{tndola en sus brazos, h uyú de la prisión sin
decir una palabra.
i Pobre hija de mi alma !--murmu1"l> al penllTsc en las
sombras, mientras sus dientes, rechinaban
de l-abia y sus
ojos abarcauan con una mirada de odio y de venganza el
edilicio en que estaba la prisión y q ne guarecía á los españoles.
Cuando Adeinzagá fue arrebatada
Aqnimín se arras·
tró penosomente y alcanzó á besar el manto de la indiana
que an-astraba de los brazos de su conductor.
El Zaque
dio COll el rostro en el suelo, y un sollozo de angustia, ó más
uien un rugido de rabia se escapó de su pecho.
Las ligaduras
no le permitieron
levantarse, y en la
misma penosa posición lo encontró el sacerdote encargado
de auxiliarle. Afortunadamente
para el noble joven hacía
algunos días que se había hecho cristiano, y así fue endulzada la última hora de este mártir de la codicia humana.
Al día siguiente la cabeza del último Zaque rodaba en
la plaza de su ciudad natal, y la sangre inocente de los caciques que asistieron á sus infaustas bodas pedía venganza
al Dios de la justicia.
Refiere
la historia
que seis años más tarde,
hallándose
4
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Leyendas
50
Hernán Pérez de Quesada en el Cabo de la Vela en vía para
Cartagena, donde iba á presentar
sus quejas al Visitador
Armendáriz como víctima de los atropellos de Alonso Luis
de Lugo, un rayo destrozó la embarcación en que se hallaba
y arrebató la vida al valeroso castellano y á varios de sus
compañeros. Así acabó su existencia el hermano del conquistador del Nuevo H.eino; así concluyó aquel hombre que
alzó un día la frente con orgullo porque en ella brillaba la
gloria del valor, y que la doblóluégo con pesar, porque teñidos de sangre sus laureles, marchitáronse
y fueron una
afrenta para las sienes que los ostentaban .
.
- La participación de Hernán Pérez en la muerte de Zajipa y el asesinato injustificable
de Aquiminzaque
fueron
dos manchas que dieron un colorido de sangre á su memoria, dos negras sombras que empañaron su nombre al recibir el justiciero fallo de la historia.
Bogotá, 1882.
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La gratitud
LA GRATITUD
51
de zma Ùtdia
DE UNA INDIA
1
El año de 1538 iba á expirar; la tarde era hermosísima;
una red de oro parecía envolver con sus delgados hilos la
campiña; la fresca brisa iba cargada de perfumes, y las
flores los exhalaban á porfía, estremecidas
aún por el pasado temporal.
La atmósfera
perfectamente
diáfana daba
más brillantez á los colores, y dejaba admirar en un cielo
de profundo azul al astro del día que declinaba.
Gruesas gotas de lJuvia heridas de lleno por el sol temblaban aún en las hojas de los árboles, como ricos diamantes que ostentaba en su bordado manto la llanura.
Una estrecha y torcida senda cortaba con su amarillenta huella la g-rama de los campos; veinticinco jinetes se divisahan en ella y los cascos de los caballos herían lentamente
la tierra reblandecida por la reciente lluvia.
Aq uel camino conducía de Pasea á Santafé, y los viajeros no eran otros que algunos castellanos, fieles cjecutores
de las órdenes de Gonzalo Jiménez de Quesada.
Tristes y
meditabundos cruzaban los hijos de España el fértil territorio muisca; ni una sonrisa asomaba á sus labios, ni una
frase amistosa interrumpía
su silencioso viaje.
Penosa era por cierto la misión que acababan de cumplir:
abandonar á uno de sus más valientes capitanes, á un compatriota, á un amigo querido en un país desconocido, entregarlo desarmado al furor de sus enemigos, e'"a demasiado
para hombres de corazón, mucho más cuando creían que la
sentencia que habían ido il cumplir era una injusticia imperdonable.
Lázaro Fonte fue acusado de haber tomado de los indios una rica esmeralda sin la autorizaci6n del Jefe.
Débil y apasionado el conquistador
Quesada en semejante ocasi6n, oyó la voz de pasados rencores y condenó á
muerte sin apelaci6n y sin piedad á uno de sus Jefes más notables, sin tener en cuenta sus servicios ni el valor indomable de que acababa de dar una relevante prueba en Cajicá.
Apoderados
los españoles de la casa fuerte en que se
había situado el Zipa para resistir al invasor, presentáronse
delante de ella numerosos indios, guiados por el más esforzado y corpulento
de la nación vencida. Aquel valeroso
muisca, armado de su flecha ysu macana, creíase invencible,
porq ue sentía en sí la fuerza que da la desesperaci6n y retaba á singular combate al castellano que á ello se atreviera.
Entonces
un arrogante
joven del ejército español rasga
BANCO DE LA REPUBLlCA
.BIBLIOTECA
lUIS - ANGEl
ARANGO
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52
Leyendas
impaciente los ijares de su noble corcel y penetra como una
exhalación en el campo enemigo.
Profundo silencio reinó por un momento, y ansiedad é
interés indescriptibles
revelaron
los semblantes
de indios
y extranjeros.
De pronto dos gritos simultáneos resonaron
en el espacio: uno de triunfo y entusiasmo en las filas españolas, otro de angustia y de profunda
desesperación
entre
los infortunados
servidores .del Zipa. El atrevido hijo de
España, que no era otro que Lázaro Fonte, conducía asido
por los cabellos al provocador
indígena,
llevándole
«como
á un niño:. adonde estaban sus admirados compañeros. El
espanto que este hecho produjo en los indígenas
bastó para
que huyeran despavoridos y abandonasen
por completo el
campo.
Teniendo frescos aún estos recuerdos del valor de Fonte, fue profundllla
pena que causó á los españoles la terrible decisión de Quesada, y los ruegos y las más vehementes
súplicas de Gonzalo Suárez Rondón y otros Jefes llegaron
hasta el fundador de Santafé, quien permitió al fin al acusado que apelara á }i~spaña; pero en ello hu bo poca generosidad. Fonte fue desterrado
á Pasea, pueblo de salvajes
belicosos y enemigos decididos de los españoles;
allí debía
permanecer
expuesto al furor de los indígenas hasta que
diera su resolución la Corte ó Quesada tuviera á bien llamarle de nuevo á Santafé.
Tan pronto como los habitantes de Pasea divisaron los
jinetes extranjeros,
huyeron
á los montes seguros de que
aquéllos vcnían á aniquilarlos y á consumar la destrucción
de sus hogares.
Lázaro Fonte, fuertemente
atado, fue dejado por sus
compañeros en una de las cabañas abandonadas
que com.ponían la población.
El joven sufría con heroiCa resignación, y oyó con aparente tranquilidad
el trote de los caballos de sus compañeros que regresaban
{l Santafé.
Cuando sintió quc las pisadas de los últimos que habían
marchado se exting-uían confundiéndose
con los rumores
del bosque, no pudo contenerse
más, dobló la frente y un
suspiro ahogado se escapó de su pecho.
La hojarasca
que cubría las cercanías de la cabaña
gimió débilmente y Lázaro levantó la cabeza con precipitación.
Una esbelta y simpática figura se dibujó á su lado.
-j Zora !-gritó
el joven con un acento que vibraba de
gratitud y gozo.
-Sí, Zora, que ha seguido llena de inquietud á su señor y está aq uí para servirle.
La joven hablaba una mezcla de español y muisca que
afortunadamen
te Fonte comprendía
y adivinaba.
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La gratitttd de ttna Ùzdt"a
53
-¡Cuánto
agradezco que me hayas seguido en el destierro y que cuando mis compatriotas me abandonan
baya
siquiera un corazón que me consuele!
-Oye, espaùol,-exclamó
la india con una voz argentina
y dulce como el canto de un pájaro:
yo comprendo poco el
sentido de tus palabras y sólo sé que al seguirte he cumplido
con mi corazón; los de mi raza no olvidan los favores que
reciben; Zara recuerda que hubo un día de sangre para su
naci()n y que en su cabaña invadida uno de los extranjeros
salvó la vida de Sll prometido, respetó las canas de su padre
y la libní á ella de los insultos de sus atrevidos compañeros.
-Eres demasiada buena para que pudieras
ser ingrata. j Bendito el Dios misericordioso que me hizo acreedor á
tu reconocimiento!
Al decir esto una lágrima brilló en la negra pupila del
valet-osa caballero.
}<~nesto apareció á la entrada de la choza un niño de
uno~ diez años que en anchas hojas traía una comida por el
estilo ne las que Zara había aprendido
á preparar á Fonte
en \:):mtafé.
l<:ntre los dos libraron al joven de sus ligaduras y se
aprei-;u raron á servi rIe .
.lora había traído un gran lío bajo el brazo. la cual reparado por el cf;pañol hilO que le dijera con solicitud:
·-Debes estar muy fatigada, Zara; es muy largo para
ti el camino de este lugal" á Santafé .
.. -Lo he cruzado m uchas veces desd e mi infancia, y sobre todo deseo servirte, extranjero.
---Voy it morir muy pronto---dijo
Fonte con acento triste,-y
siento no poder recompensar tus bondades;
numerosos y gTancles servicios me has prestado en la ciudad y ahora en mis Últimos momentos
.
Zara no contestó y dirigiéndose á la puerta elevó hacia
el sol una mirada impregnada de súplicas y Ilanto; la joven
pedía al Dios de sus abuelos la vida del hombre noble cuyas
beIlas acciones le hacían perdonar ser extranjero~
Durante aquella tarde la joven india y su pequeño hermano consolaron al español con sonrisas y frases cariñosas
que él estimaba más quc nunca. en su penosa situación.
Al11egar la noche Zara parecía inquieta, y más de una
vez sus frecuentes
distracciones
revelaron que un pensamiento tenaz la atormentaba.
--Demasiado te ocupa el recuerdo de Zeloar-díjole
de
repente Fonte con amarga sonrisa;-tiempo
te sobra para
pensaI' en él y á mí me restan pocas horas para estar contigo.
La joven tenía los ojos fijos en el horizonte y parecía no
darse cuenta de la que la rodeaba. Al oír al español sacudió
sorprendida
la cabeza y un tinte nacarado inundó su trigueño y pálido semblante.
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Leyendas
-IZeloar
!murmur6 con acento de profunda ternurabien quisiera yo que su recuerdo me ocupara por completo.
-¿Hay pues algo nuevo que absorba tu atenci6n?
preguntó el joven con marcado interés.
-El amor y la gratitud pueden vivir juntos, amo míocontestó la joven con intensa dulzura.
-No me des el nombre de amo-interrumpió
vivamente
el españolj-llámame
amigo, generosa Zara; tu cuna mecida
entre el follaje y arrullada por las aves y los céfiros es mucho más noble que la de todos los soberbios que levantan con
orgullo la cabeza en la pequeña Santafé.
La jovensonri6 al:escuchar al castellano, y extendiendo
el brazo hacia e1.campo exclamó con entusiasmo:
-1\Iíra con qué esplendor vaga en el cielo nuestra madre luna; así estaba la noche en que Zeloar me dijo sus
amores, así gemía la brisa, así murmuraban
los arroyos y
así se estremecían los árboles embalsamando el aire de perfumes.
La hija de los bosques dobló la cabeza como agobiada
por sus recuerdos, y su voz se extinguió como un arrullo.
-Mucho
Je amas, dichoso ese hijo de Hunza que supo
conquistar tu corazón-dijo
Fonte contemplando tristemente á la encantadora muisca.
-¡Oh,
sí! llyclla ma iyzistlca seb!j'zisuca (amo al que me
ama), porque su voz dulcísima ha hecho estremecer
mi corazón, porque su sonrisa me extasía, porque la luz de su
mirada es más grata {l mi alma que los rayos que emanan de
la frente del poderoso sol.
-jDios bendiga tu afecto y te haga tan feliz como mereces !-ùijo Lázaro al mismo tiempo que ocultando el rostro
entre las manos, pareció sumirse en una meditación profunda.
Ni uno solo de los habitantes de Pasea había aún regresado {l sus habitaciones.
La joven india me7.cló á una bebida
que ofreció al español el jug'o de una planta cuyos efectos
conocía, y bien pronto un sueño tranquilo cerró sus párpados ali\'ianùo su fatig-ado espíritu.
Zora lo contempló un momento con afectuo8a compasión, y tomando al niño de la mano abandon6 la cabaña.
II
Al día ¡.;iguiente, cuando el castellano despertó, los primeros rayos del sol coronaban la vecina montaña. Zora estaba á su lado y al mirarla qued6 profundamente
sorprendido j su sencillo traje de la víspera se había cambiado por
completo.
La joven india estaba radiante
de belleza; una túnica
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La gratitud de una india
55
blanca rayada de encarnado, como sólo la usaba la nobleza
muisca, dibujaba los admirables contornos de su talle y dejaba descubiertos sus brazos y cuello perfectamente
modelados.
Un ancho manto de algodón bordado de oro pendía
graciosamente
de sus hombros, como un pétalo ligeramente
desprendido de la flor.
Su negra y abundantc cabellera recogida por una diadema de oro)" plumas dejaba escapar algunos rizos que
descansaban en sus hombros ó iban á acariciar su frcnte pálida. Ricos brazaletes oprimían sus primorosos brazos, y un
sobl~rbio collar de esmeraldas adornaba su garganta.
Sus ojos profundamente
negros, dulces como un rayo
de luna, brillaban con los (lestellos de Sll ardiente corazón,
y sus labios rojos y húmedos
sonreían con la admiraci(ín
que demostraba el español.
-¿ Te has engalado así para presenciar
mi muerte?exclamó Fonte sin poder comprender
la que significaba
aqudlo.
--~ó, extranjero, s610 quiero dar el último paso en defensa de tu yida y de tu libertad.
Al decir esto la jon.:n tam() las cuerdas <lue habían
aprisionado il Fonte. y sin pUller disimular Sil ag-itaci:Jn ató
de nuevo los Ora7.0Sdel español; éstc no opuso ninguna resistencia, y iL cada movimiento de la india su sorpresa crecía de una manera extraordinaria.
Zara concluyó y dijo con yoz h:mblorosa
de emoción:
-i Adiós! mientras vuelvo ruéga {l tu Dios, ft L'se poderoso Señor del extranjero,
qlle guíe mis pasos y proteja mi
mal"cha: si eres interrog-ado dí (lue es cierto cuanto haya
salido de mis labius.
La jo\'<'n no esperó respuesta y abandon() presurosa la
cabaña, lÏèjanclo al español lleno (le admiración é incertidumbn ...
La hermosa l11uisc.acaminaba con rapidez, y de cuando
en c\lanclo el l11m'imiento precipitado de sus cejas revelaba
su inquiet\ld.
Hacia la entra(l;t de la pobbción
detuvo su marcha y
dirigil) con afÚn SllS mira<las al camino.
Largo rato lucía q\le eS¡>t~raba il alguno que debía Hegar, cuando una exclamación :;e escap() de su pecho.
Una columna de hombres,
mujeres y niños, avanzaba
lentamente hacia la poblaci(ín; bien pronto los que marchab:m ;lla cabeza U"garon delante (le la j,wen y ~:edetuvieron sorpl"endidos.
Zara estaba ligcl"amente
prtlida y un tel11blor imperceptible ag-itaba sus labios. Sin embargo
hacía por sonreír
y <lir:gía un saluùo cariñoso rl cuantos se le acercaban.
Cuando el ¡h.~lic:osoPasca llegó basta ella rodeado de
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56
Leyetldas
sus súbditos, adelantóse llena de ligereza y gracia, inclinándose profundamente
ante el Cacique.
Al ver los indígenas que los españoles abandonaban
á
poco tiempo de su llegada su amada población, resolvieron
volver á ella, y reunidos con Pascasu señOl', lo hiciel-on en
la mañana siguiente.
Al divisar á Zora no podían darse cuenta de su aparición, porque la hermosísima
desconocida estaba ataviada
como sólo 10 hacían las esposas de los grandes dignatarios
muiscas.
-j Señor !-dijo
la joven con melodioso acento, dirigiéndose al Cacique, voy á decirte la que ha ocurrido entre
los invasores de nuestro país, y por eso me be atrevido á detener tu paso.
-Habla
lllle te oiré satisfecho-dijo
el Jefe, subyugado por la bella filfura y el dulcísimo acento de la joven.
--Bochica te de su protección' porque te dignas escucharme, valeroso señor; óye, gran padre de los paseas: voy
á decirte á quién debes que tus súbditos no hayan perdido
sus hogat-es. Entr'è los extranjeros,
entre los opresores de
mi pueblo, hay sin embargo un hombre noble. un generoso
corazón; propusieron tu aniquilamiento
y tI de tus servidores, y el bondadoso hijo del sol que teamaporque
yo le he
hecho saber que eres grande y generoso y que tus súbditos
son nobles y valientes, se opuso á los designios de sus compañeros y se atrajo con esto invencible odio.
Zara calló un momento y vio con placer que sus palabras despertaban interés.
El Cacique hizo un gesto de impaciencia y la joven
continuó.
-El jefe de los invasores, que desconoce la nobleza de
los paseas, ha dicho lleno de enojo á nuestro amigo: «Si
tánto amas ese pueblo, te destierro
á él, te abandono á su
ferocidad, y verás cómo paga tu amor y tu interés derramando sin piedad tu sangre. Pasea desconoce la gratitud
y te matara porque no sabe recompensar
la amistad que le
ofreces.~ Yo. gran señor, que quiero ante todo el bien de mi
Patria y mis hermanos, yo que sé que en alianza con el hijo
del sol seremos invencibles, he volado á tus pies para que
desmientas con tus hechos la creencia del Jefe extranjero.
pruébale, poderoso Pasea, que siempre te has distinguido
por tu clemencia, por tu nobleza de alma; aquel que te recomiendo es un valiente digno de tu amistad; la han traído
á tu pueblo atado y sin armas, y es tanto el respeto que ha
inspirado á sus compañeros, con su fuerza é incomparables
hechos, que hallándose en tan triste estado no permiti6 que
destruyeran la población ni que tomaran nada de la que
contienen las habitaciones;
sus compañeros iban á entregarse al saqueo, pero él no 10 permitió con sus mandatos.
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-"---------
La g,-alitud de una india
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57
Así pues, noble Jefe de los paseas, á él debes la tranquilidad de tu naci6n. Vén, yo te mostraré
dónde se halla
ese hombre cuya amistad nos ha sido enviada por Bochica
para librarnos de los enemigos.
Un grito de entusiasmo dado por los indígenas ahogó
las últimas palahras de la joven; ésta tomó el camino del
pueblo y todos le siguieron en tropel.
Pasca fue el primero que penetró en la cabaña donde
se hallaba Fonte; el indio io saludó con cariño~as frases.
pero como el español poco ó nada comprendiese,
el Cacique
dirigiéndose á Zara exclam¿; con afán.
--Díle que todo lo sé, que no ignoro la conducta de sus
compañeros, que en mi hogar tendrá un puesto y que partiré con él gustoso el pan de la hospitalidad.
La joven explic6 á. Fonte la que había 8ucerlido, haciéndolo L'n cono tiempo dueño de la situación.
Una Jágrima de gratitud
humedeció
los ojos del español, quien estrechó en silencio la mano de su salvadora.
Bien pronto las ligaduras
desaparecieron
y Fonte fue
conducirlo en triunfo hasta b habitación del Cacique.
Desde aquel día los paseas la trataban
como á la persona de su señor; el castellano supo captarse en poco tiempo las simpatías de 108 indíg-enas.
Poco hacía que Lázaro Fonte estaba entre los pascas
cuando tUYOocasión de dar una prueoa de su grandeza de
alma y de la g-enerosidad que lo distinguía.
Supo que por el páramo de Sumapaz un ejército español se acercaba á Santafé y que estaba cn peligro la autoridad de su enemi~o. Sin pensar en las ofensas recibidas de
Quesada, envió á este sin pérdida de tiempo un mensaje escrito con almag-re en una piel de venado.
Este oportuno aviso bastó para <lue el conquistador del
Nue\"o Reino se pusiese en guardia y evitara que la expedición de Federmann
le usurpase sus glorias.
Admirado Quesada de la bondad de Fonte, no quiso
quedarse atr;ls en generosidad
y ordenó el regreso del
hidalgo desterrado,
treinta días despups de aquel en que
la hizo partir de Santafé.
Transcurridas
algunas semanas celebr{lronse
el bautismo y las boùas de Zara COll el valiente Zeloar.
Lázaro Fonte asistió á la ceremonia y elevó una fervorosa oración por la felicidad de aquella interesante
joven.
Sin embargo en un día tan venturoso para la hermosa
Zara, una nube de tristeza obscurecía la frente del castellano: sin poderlo evitar, sentía profundamente
no haber
sembrado un sentimiento más fuerte que la gratitud en el
corazón de la india.
Bogotá,
1882.
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58
Leyendas
HEROISMO
DESGRACIADO
1
Ya el águila había abarcado con su altiva mirada la
campiña;
ya las montañas empezaban á desceñir sus frentes de los velos nebulosos con que se envolvieron en la noche,
y el astro del día, orlando de luz el horizonte, bordaba de
temblorosos reflejos la llanura que en un momento de entusiasmo llamó el Conquistador
Valle de los Alcázares.
l~n dirección opuesta al sol, y descendiendo
alegre y
rápidamente
por los ásperos desfiladeros que conducían á
los dominios de los panches, se divisaba á esta hora una tropa de indígenas,
á cuya cabeza marchaba
un hombre de
corpulenta talla, especie de hermoso gigante, de mirada altiva y despejada frente.
En la satisfacción que revelaban los semblantes
y en
los despojos de que venían cargados podía conocerse fácilmente que aquellos hombres, que llevaban en sus labios la
sonrisa del triunfo, acababan de sembrar
una vez más la
muerte y la desolación en los dominios del Zipa.
Aquel grupo de guerreros
acababa de sorprender
el
sueño de algunos pacíficos muiscas, y después de destruir
sus hogares y entregarse al saqueo, aprovechaba
las primeras horas de la mañana para burlar nuevamente las persecuciones del soberano muisca.
Cada uno de los panches examinaba con cuidado los objetos que había obtenido en la rapiña, y veía con sorpresa
que su Jefe, desinteresado
como nunca, marchaha con las
manos vacías, ocupando toda su atención en dos cauti"'as
muiscas que marchaban á su lado.
El gran guerrero estaba pensativo, y no podía disimular la impaciencia que le causaban los continuos gemiùos de
las víctimas.
El sol hundía en el ocaso su frente moribunùa
cuando
los panche¡; victoriosos avistaron sus bog-ares.
Los indíi!\.'l1as se dispen;aron y el Jefe, llegando delante
de una espac1O"ü cabaña. hizo entrar en ella {lIas cautivas.
La anciana llcvalJa cn su fisonomía la huella de un inmenso
dolor; vestía como su compañera una túnica de algodón y
cubría sus hombros con la l¡quira que u>,aban las mujeres
de más importancia entre los chibchas; y mientl-as ella doblaba la frente agobiada por el pesar, sn joven y hermosa
compañera levantaba
orgullosamente
la cabeza y resistía
impasible las miradas del panche.
Los últimos fulgores de la tarde jugueteaban
inquieta-
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Hero(smo desgraciado
----------.--.----
59
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mente en la cabaña y se detenían
de cuando en cuando, ya
en los grandes ojos de la joven, arrancando
destellos dulcísimos, ya en su negra y lujosa cabellera, produciendo cambiantes azulados.
La bella muisca parecía no hacer caso de la admiración
del que era su señor j pero;1 veces sus labios se agitaban, y
tintas rosadas subían hasta ¡;,ufrente p{dida ..
El valiente é indomable guerrero sacudió de repente la
cabeza como queriendo alejar de sí la fascinación que sobre
él ejercía la encantadora cautiva.
Tomóla dulcemente de la mano y la hizo sental- en un
banco cubierto de i:nísimos juncos.
El panche parecía. profundamente
conmovido, y su mirada ordinariamente
fiera, se había tornado húmeda y acariciadora. Sentóse al fin al lado de la joven y exclamó con
acC'nto tembloroso pero vibrante de emoción y de tcrnura.
- Dulce Aquiminzora,
!lor purísima del valle, óye benigna mis palabras; lleguen ellas {I tu oído suaves como el
murmul-io de enamorada
biisa, dulces como los panales de
tus selvas j en tu presenci,l mi s~r entero desfallece; el león
tiembla hoy delantc del cervatillo;
el candor se Ci'itremcce
delante de la paloma, y el rübusto pino daLla sus ramas desmayadas al contemplar la dt::bil enredadera
meciùa por el
céfi ro.
El rostro de la joven ha,}ía penlido su desdeñosa expresión, tenía las mejilla.." inundadas de carmín y sus dedos jugaban nerviosamente con 108 extremos ùe su cabellera.
El guerrero guardó un momento de silencio, y cuando
huho dominado su emoción prosiguió con una voz de timbrc tan dulce y penctrante,
que Aqlliminzora
sin po<1er1o
evii.ar sentía que vibl-ahan ,;\lavcmente las fibras de f<U coraz(ll1.
--;\0 es hoy la vez primera (jue te he visto; aún eras niña
cuando me deslumhn> la luz de tu mirada; aÚn jugabas
con las Hores y las maripo:-:as cuando te hice la ofrenda de
mi cor'l.z(m. r.Ii hnlZO l',; rt1el·tl~ y mi alma no ha sido (10b1('~a¡],l por ningÚn pesar; á mi paso 111ft;;
de una frente se inclina con rl~~pdo, y cllall}~liera mujer se hahl"Ía considerado feliz al ser mi ('spos:!; pero yo te amaba, Aquimil1zora, y
por eso mi cabaña ha estado vacía, mi bogar sin fl1e}~o.r mi
cora;~ón en prüftll1(la soh:(latl.
En t"das mis excur:,;iones l'st<iba fI tu lado sin que tú
la comprl'lHlil'Tas. y l-t'g'lTsaÍla si(~rnpn: suplicando á nnestra madre IUila 'll1(, re,tlizit¡-a mis <lt:SI'OS.
l)c¡-d(,n;,. AqulmilHllïa, si te hl' becho al,anùanar \'iolentamente tu qucrido hl)gar; penlóna (jUt' cun tan duras
ap:l\-icncias haya empezado á manifl'starte
mis afectos, y
puesto que tu padre habita. ya la I"cgi(JI1de los espíritus,
sírvate de consuelo la anciana que he traíùo contigo.
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60
Leyendas
Las flores que he plantado al rededor de mi cabaña han
guardado todos sus perfumes para saludar tu llegada, y las
aves que he alimentado en los días de la paz, todos sus cantos para complacer el alma pura de la única mujer que haría
la felicidad de su señor.
Aquiminzora guardaba silecio y el subido color de sus
mejillas, así como el movimiento nervioso de sus párpados.
denotaban su agitación interior;
en su sencillo corazón librábase una ruda lucha, porque se había prometido odiar
aquel hombre que la había traído cautiva, y al oír su \'oz y
escuchar sus palabras de extraña melodía conmovíase Sll
alma y hallaha que no era unadesg-racia su prisión.
Levantó tímidamente su mirada hacia él, y al verIa pálido y tembloroso como el que espera una sentencia, aquella
hija de la naturaleza sintió fundirse el hielo con que quería
defenderse,
y entonces sin vacilación fijó en el p~nche sus
grandes ojos puros y luminosos.
No había de ser más severa la habitadora de los bosques
con su inocente corazón que la fue Jimena la altiva hija de
la ciudad de Burgos cuando olvidando las inflexibles leyes
del honor castellano, rindióse al amor del Cid, dándcle su
mano de esposa. aunque el noble caballero había sido el matador de su padre.
El valeroso indio esperaba una respuesta con la ansiedad
pintada en la mirada.
La joven se puso de pie y bajando los ojos ruborosa dijo
con suave pero firme ace,nto:
-Guerrero,
no me has tratado como cautiva: trajiste
conmigo á mi madre, respetando sus canas; bas sido noble
con tus prisiüneras y cantando {t mi oído has hallado el camino de mi corazón; que Bochica oiga mi juramento
de
fidelidad y que el Jeque de tu nación me dé el derecho de
habitar en tu cabaña.
Diciendo esto corrió á ocultar su faz enrojecida en el
seno de la anciana.
Muchas veces se había levantado el sol desde que Aquiminzora era una esposa feliz. Más de una vez su llanto había
corrido al ausentan,;c aquel que supo hablará su alma, y más
de una vez también había enjugado el sudor de su frente,
aliviando sus fatigas y arrullando
con sus cantos su sueño
después de los com bates.
Los copudos árboles que protegían la cabaña del panche
se estremecían suavemente acariciando con su follaje perfumado la pajiza techumbre.
La viajera de la noche vagaba misteriosa en un fondo
de profundo azul, y sus rayos melanc6licos, filtrándose por
entre las ramas) bañaban con un tinte de plata el bello grupo
que se hallaba a la entrada de la habitación.
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Hero(smo
desgraciado
61
De pie en el fondo obscuro de la puerta el Jefe indio con
la g-ravedad propia de su raza, fumaba un cigarro hecho con
las hojas traídas en sus excursiones al gran río ..
A su lado. tendida g-raciosamente en una piel de oso negro, AquiminlOra jugaba con un niño cIe dos años.
Cuando d panche hubo acabado de fumar cogió á su
hijo en brazos y le dijo mil ternezas que el niño aún no comprendía. De repente Aquiminzora se levantó de un salto y
acercándose á su marido le dijo como herida por una idea
a.tormentadora:
-··¿lIas desistido de tn viaje á Bacatá?
-Iré maña.na, ya he convocado mis guerrcros·-contest6
el Jefe mientras seguía acariciandoá. su hijo.
La jo\"en apoyó dulcemente su mano en el brazo de su
esposo, y le dijo en el tono más ardiente de la súplica:
- y o te rueg-o <1ue no nos abandones, que no vayas en
busca del hijo del sol; el Imperio del Zipa ha sido destruido
y un presentimiento
doloroso me mue\'e á evitar tu marcha
aun cuando sea PO]" corto tiempo.
J;~lguerrero sonrió al escuchar á su joven esposa, y al
Vl', que ésta insistía
no sólo con palabras sino que su ruego
se convertía en lágrimas, exclamó con ternura:
-i Oh, nó, mi flor querida! No des tánta importancia á
tus temores;
tiemblas como la corza sorprendida j gimes
desde ahora como la torcaz abandonada;
tu voz tiene tristísimos acentos y tus hermosos ojos están obscu recido de pesar.
¿ Porqué temes? Mi brazo est{l armado PO]" nuestra ma(lre
luna para aniquilar á los enemigos de la Patria y para protegèr á la compañera de mi vida. ¿ Cuándo el vanche ha
sido vencido, cU;1I1do no ha vuelto victorioso á su cabaña?
Desécha tus lúgubres ideas. cálmate, amada mía; mañana
pal·tin~ antes que se alce el padre de la luz, y tú tendrás muy
pronto un hermoso co1\a1' y una abrigada manta para mi
hijo .
. A(¡uiminzora nada contcstt~ pero sus lágrimas siguieron
cayendo silenciosamente.
Ir
l!:t licenciado Jiménez de Quesada acababa de realizar
una de las más g1"andes empresas de su tiempo, y el feliz conquistador, contemplando la naciente ciudad de Santafé, sonreía satisfecho.
Coquetamente recostada en una orla del gran manto de
los Andes, la pequeña población parecía presentir
que con
el tiempo sería la sultana dominadora de toda la llanura.
Con espléndido horizonte, sonrosados celajes, vegetación
lujosa y sol magnífico, divisaba desde su sierra dulce y glu.rioso porvenir.
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62
Leyendas
Destronado el Zipa y establecidos los conquistadores,
pensaron seriamente
en la seguridad de sus dominios, y se
proyectaron varias expediciones.
Consultados los naturales sobre el punto adonde debían
dirigirse los valientes que comandaba el Capitán Juan de
Céspedes, los vencidos quisieron hacer un último esfuerzo
para recobrar su libertad.
Los terribles panches fueron inmediatamente
el objeto
de sus miras y esperanzas: ó el extranjero
destruía la naci6n aborrecida, 6 su valor hasta entonces nunca desmentido contribuiría á aniquilar á los enemigos de la Patria.
Satisfechos de cualquiera de los resultados los indígenas de Bacatá dirigieron á Céspedes hacia el territorio panche. Durante el camino más de un aviso hizo comprender
al Jefe lo difícil de la empresa; sin embargo, á medida que
se ponderaba el valor de los naturales,
la columna invasora
ardía más en deseos de humillar la altivez de aquellos guerreros indomables.
Con cuarenta infantes y quince caballos Céspedes llegó,
á través de desfiladeros y peñascos, al territorio de los
panches.
Llegados los españoles á la cumbre de una colina divisaron con sorpresa en el cercano valle el numeroso y bien
ordenado ejército del enemigo.
Perfectamente
organizados y con admirable disciplina,
cinco mil gandules componían el grueso del ejército. Penachos de plumas de diversas formas y colores se mecían uniformemente
al viento, y en su graciosa y simétrica disposición semejaba la columna panche un jardín ambulante que
decorara variablemente la llanura.
Los muiscas que acompañaban á los españoles, llenos de
temor al divisar al enemigo, huyeron, unos hacia Santafé á
llevar la noticia de un desastre imaginario, y otros, ocultándose tras los caballos, manifestaban el espanto invencible de
que estaban poseídos.
Asombrado Céspedes de la apariencia y del crecido número de los panches, habló ásus compañeros del peligro que
los amenazaba, y que s6lo conjurarían con inmenso valor;
é invocando el nombre de Santiago, partió con sus jinetes,
destrozando á poco tiempo la vanguardia indígena.
Horrorizados
los panches á la vista de los caballos, retrocedieron
por el pronto; pero reanimados instantáneamente, cargaron sobre los españoles con su fiereza acostumbrada, y no tardó en estar indecisa la victoria y el campo
cubierto de cadáveres.
Ganando una parte de los panches la cumbre de la colina, se vieron los españoles en gravísimo peligro de ser arrollados por la columna indígena;
pero Juan de San Martín
acompañado de doce infantes y de Juan de Albarracín, Mar-
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Hero(smo desgraciado
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o
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••
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tín Galeano, Domingo de Aguirre y Salguero, se dirigieron
y ejecutando
proezas de inaudito valor hicieron
suya la victoria.
Quinientos indígenas quedaron en el campo, y la noche al
envolver el lugar de la batalla recibió en sus pliegues los
ayes y las lágrimas de las viudas y de los huérfanos que vagaban llenos de desesperación en la llanura.
Más de una vez las tinieblas se rasgaron con el vivo resphmdor de algunas cabañas incendiadas.
Atacados constantemente
por los indígenas, el sueño no
pudo reparar ni lin momento las perdidas fuerzas de los europeos. A la mañana siguiente, fatigados de la lucha y convencidos de 10 difícil que era subyugar tan belicosa naci6n,
resohieron \"olver {l Santafé.
Empezaban {l subir lIna montuosa sierra, cuando de un
peq ueño bosq necillo salió un hom ore ùe aspecto tan extraordinario
q ne hizo detener la marcha de los españoles; sus
gritos de guerra, su alta talla, su musculatura
de atleta y
altiva actitud llamaron mucho la atenci6n de los hijos de
España.
Suponiendo que traería un mensaje de paz () lIna proposición de guerra, esperamn sin temor el resultado de su
aparición, y Juan de las Canoas fue el primero que viendo
destrozada su rodela, midió el suelo al formidable golpe que
con su macana descargó sobre él el atrevido indígena.
Los españoles la atacaron simultáneamcnte,
y no pudieron menos de admirar la extraordinaria
destreza v sereno
valor con que el panche manejaba su macana.
Difícil, casi imposible, parecía arrancar de sus manos el
arma fatal, mucho más cuando había interés en conservar
su vida para conocer el origen de aquella aventura.
gl arrojo, mejor dicho el valor heroico del indígena,
hubo de ceder ante el número, y Juan Hodríguez Gil l\Ielgarejo logró, con increíble agilidad, sujetarle los brazos por
la espalda, con lo cual pudieron desarmado.
Interrogado
por la causa de su Pl'esencia allí contestó
con al ti vez.
- No habéis oído hablar
del gran guerrero
panche y por eso no sabéis q tiC él prefiere la muerte á la deshonra de su patria. Hace dos días que me ausenté de entre
los míos, y al regresar he visto huir cobardemente
á los que
tenía por invencibles;
he hallado destruida
mi cabaña y
muertos los que amaba; ¡todo esto hecho por un puñado de
extranjeros
á quienes mi brazo destruiría!
Loco de pesar
y de vergüenza, he seguido vuestras huellas para vengar yo
sólo á mi familia y á mi patria,
Un momento despues la cabeza del desdichado
panche
rodaba sobre la grama y su sangre generosa empapaba el
suelo que mantuvieron libres sus antepasados.
á ese sitio,
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Leyendas
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Los muiscas tomaron entusiasmados
la cabèza de aquel
hombre tan valiente y la condujeron como glorioso trofeo á
Santafé.
La tropa española prosiguió tranquilamente
su marcha,
y ninguno notó la presencia de una mujer que casi moribunda de fatiga y muda de desesperación,
llegó al lugar de
la sangrienta escena á tiempo de presenciar
los últimos detalles.
Pálida como los hilos de su túnica, temblorùEa como las
yerbecillas que hollaba con su. planta, aquella mujer hizo
un supremo esfuerzo y lleg6 hasta el mutilado cadáver del
panche.
Su mirada se fijó tenazmente
en el vacío, extendió los
brazos y un sollozo seco, un ¡ay! desgarrador
vibró lin mo·mento en aquella soledad.
Si el valeroso guerrero hubiera recobrado en aquel ins.tante la vida, no habría podido menos que contemplar con
lágrimas á su amada compañera, á su dulce Aquiminzora,
viéndola con sus labios contraídos por una sonrisa de agonía
y todo su sér helado y paralizado de pesar.
Ni el incendio de su hogar, ni la muerte de todos los
suyos, ni la de su pequeño hijo, ocurridas en el funesto día,
habían hecho experimentar
á la joven tan inmensa desesperación;
¡ni una sola gota restaba ya en el cáliz de las
amarguras para la desventurada muisca!
Allí estaba frío é inanimado el ídolo de Sll alma. el dulce
.compañero de su vida! La hija de las selvas le había amado
con toda la pureza, con todo el entusiasmo de una primera
y última pasión.
Muerto el dueño de su alma, su espíritu flotaba en el
vacío; la humanidad era una aglomeración de seres á quienes nada la unía; la tierra, un inmenso desierto en que se
·perderían sin eco los ayes de su corazón.
Su mirada no tenía dónde fijarse, una vez apagados
aquellos ojos en donde ella hallaba manantiales de infinita
ternura; ya no volvería á oír esa voz que tan fuerte y sonora
vibraba en los combates y que adquiría tánta dulzura, tan
suaves armonías, cuando con amantes frases cantaba á su
oído como una ave del bosque.
Ni un iay! ni un lamento volvió á interrumpir
el silen·cio de aquel agreste y solitario sitio.
Aquiminzora recostó sobre sus rodillas el cuerpo de su
esposo, y cubriendo con su manto la mutilada garganta,
se
ocupó en frotar las manos para devolverles el calor.
A la caída del sol aún se conservaba inmóvil el doloroso grupo, y las aves de la selva y las inquietas mariposas re·voloteaban tranquilamente
sobre la cabeza de aquella mujer
infortunada.
Si la brisa no hubiese agitado de cuando en cuando la
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Hero(smo
desg-raciado
65
espesa cabellera y los blancos pliegues del ropaje, hubiera
podido creerse que era aquello la obra misteriosa y sublime
que un artista indio hubiera colocado allí para representar
algún interesante pasaje de sus leyendas religiosas.
Al siguiente día una partida de panches pasó casualmente por aquel lugar, y fue bruscamente sorprendida por
tan raro espectáculo.
Profunda impresión causó la vista de
aquella mujer hermosa todavía, cuyos ojos extremadamente ¡¡.biertos se fijaban turbios é inmóviles en el cadáver que
aún conservaba en su regazo.
Sus manos estaban fuertemente
enlazadas con las de su
esposo, y toda elIa rígida y floía como aquel á quien su amante corazón había querido devolver la vida y el calor.
La muerte había invadido lentamente su sér, y el alma
de Aquíminzora, afortunada una vez en medio de sus desgracias, había logrado volar alIado de su compañero antes de
despertar del ensimismamiento
de su pena y de haberse hecho cargo de la inmensidad de su desgracia.
Bogotá-1882.
5
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66
Leyendas
EL HIJO DE LA GAIT ANA
1
Era el año de 1540. El Río Grande, como 10llamaban
los sencillos naturales, 6 de la Ma~dalena, como 10apellid6
Bastidas, corría aún en su parte mas alta con toda la salvaje
esplendidez de su hermosura y ostentaba ante un cielo purísimo los soberbios paisajes de una naturaleza primitiva; la
cercana cordillera dirigía hacia el río los azulados y caprichosos pliegues de su manto, en que á innobles y amarillentos desgarrones sucedían bordados de plateadas corrientes
que iban á hundirse en el suntuoso astracán con que la obscura y rizada arboleda formaba regia franja al terciopelo
de los campos.
La tibia savia circulaba poderosa bajo el verde follaje
que el sol caldeaba y matizaba de diversos tintes, como la
sangre joven bajo la epidermis que la pasión colora. Las
aves enmudecían fatigadas por una atm6sfera reverberante
y la selva se hallaba silenciosa. Tras espesos cortinajes de
verdura tendidos como soberbio palio para un dios misterioso, hallábase un claro del bosque donde el ambiente era
fresco, donde el agua saltaba bulliciosa, donde las mariposas revolaban como pétalos que arranca la brisa de un campo florido y en donde musgos tiernos y odoríferos tapizaban
una gruta que á semejanza de rico joyel servía de asilo á la
hija predilecta de esas selvas.
Algunos arabescos de oro bordaban á intervalos la mullida alfombra, é hilos de juguetona luz besaban solícitos la
frente de la hermosa niña, que descansaba allí arrancando
metálicos reflejos á sus ojos de iluminadora sombra y á su
cabellera de azulada negrura.
El Señor no rega16 á los antiguos griegos el molde de la
belleza absoluta; el Escultor Supremo también da sus obras
maravillosas á los incultos campos y á solitarios bosques.
Esbelta como Diana y deslumbradora de belleza en su
casta é inocente desnudez, alejábase lentamente en direcci6n al río, como si dejara con pesar el delicioso sitio donde
solía pasar las calurosas horas del medio día.
El ruido de ramas que se quiebran, voces extrañas, desusados rumores, hicieron que la indiana apresurara el paso
y que con sus ojos de corza joven interrogara la maleza. El
espanto se pint6 en sus facciones y aquella faz de diosa morena se tornó marmórea.
Pedro de Añasco, el terrible Teniente de Belalcázar,
acababa de fundar la Villa de Timaná, y se ocupaba en someter á su poder los caciques de los alrededores. Aquella
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El hijo de la Gai/ana
67
mañana sus emisarios la babían sorprendido con una nueva
que había hecho temblar aquella fiera humana de sorpresa
y de coraje.
Un joven indio que gobernaba
un corto territorio en
compañía de su madre la cacica Gailana, había rehusado,
con una dignidad y una arrogancia desconocida en aquellos
lugares, su obediencia al yugo de los extranjeros.
Añasco marchó personaJmente
para vengarse, con inhumana rabia, de la noble entereza del hijo de las selvas.
Aquella partida de fieras de ciudad fue la que sorprendió tan rudamente la salvaje paloma de los bosques.
Como la jauría que se detiene un momento delante de
la inesperada presa, así quedaron los soldados de Añasco á
la vista de aquella aparición casi celeste.
Las rodillas de la niña se doblaron de espanto y todo su
cuerpo retorcíase estremecido entre aquellas ardientes miradas, como la hoja fresca ante las llamas de la hoguera.
Añasco se adelantó tambaleándose
hasta posar su mano
en el hombro desnudo de la joven. Al contacto de aquella
piel ardiente, la hija del bosque dio un salto de agilidad maravillosa, y abriéndose paso il través de la aturdida tropa,
dirigióse hacia el río con la celeridad del ciervo.
No fue un grito sino un rugido de impotente rabia el
que lanzó el aventurero, cuando á pesar de su desenfrenada
carrera vio á la niña lanzarse en la corriente. Poco después
sólo se veían las bandadas de sus negros cabellos como las alas
de una ave acuática que cortara rápidamente
la superficie
líquida.
-jFuego!
gritó entonces el bárbaro extranjero,
y el ruido
de los mosquetes atronó las orillas del silencioso río. Apenas
se había desvanecido el humo cuando se alzó en la opuesta
orilla la gentil figura de la indiana; estaba pálida y en su
brazo izquierdo aparecía algo como una cinta roja. Su paso
empezó á ser cada vez más lento, y al llegar al bosque cayó
desf a1lecida.
En vano ofrecía Añasco cuantiosa prima al que se lanzara á la corriente como la había hecho la hermosa fugitiva;
cortaron afanosamente
algunos maderos para facilitar el
peligroso paso, siendo el Jefe de los primeros en llegar á la
deseada playa.
Una huella sangrienta marcaba el paso de la joven india, pero se perdía de repente tras un grande árbol que humedecía sus raíces en las aguas. Con feroz empeño se emprendió en las cercanías una verdadera batida en busca de la
joven, pero fueron vanos todos los esfuerzos que se hicieron.
Algunos momentos habían bastado para reanimarla, y
aplicando á su herida una yerba que le era familiar, siguió
cautelosamente la orilla del río, repasándolo luégo presurosa para llegar casi moribunda á la cabaña de sus padres.
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Leyendas
n
El sol se había ocultado y en la aldea india todo parecía
tranquilo; los grandes árboles á cuya sombra se hallaban
las cabañas destacábanse majestuosos sobre el limpio cielo, y
una brisa perfumada y tibia batía suavemente los penàchos
gemidores de las palmeras.
,
Los guerreros fumaban silenciosamente,
tendidos bajo
los árboles y adormecidos por la arrulladora hamaca.
Grandes hogueras iluminaban alegremente las numero'sas chozas y dibujaban con toques de inimitable luz la silueta de algún salvaje rezagado, sobre la masa verdinegra del
bosca.j e.
El puntiagudo techo de una gran cabaña alzábase atrevidamente perdiéndose entre las ramas de un caracolí gigantesco que le servía de abrigo .
.
Sin paredes y cubierta
solamente del lado del río por
hojas de palmera, podía verse fácilmente 10 que pasaba en
su interior. Algo extraño y sobre todo algo penoso tenía
lugar en aquella habitaci6n cuya forma, tamaño y adornos
indicaban ser la primera de la tribu. Hacia el fondo de la
gran cabaña, y sobre la fina estera que la tapizaba, veíase
un lecho de musgo cuidadosamente
dispuesto, en donde se
fijaban ansiosos los ojos de algunos salvajes.
Con los ojos dulcemente velados por la rizada franja
de sus pestañas, la pálida frente destacándose entre la obscuridad de sus cabellos, los labios descoloridos como una flor
.sin sol, pero entreabiertos
por una sonrisa de amor inefable, veíase á la hermosa niña, cuya vida parecía extinguirse
en el mullido musgo, como una blanca magnolia que ha
sido tronchada sobre el césped nativo.
De rodillas ante ella y revelando en su joven y varonil
'Semblante la más honda de las amarguras
hallábase el más
gentil y valeroso de los jefes ribereños. El hermoso guerrero que dividía el poder con su madre la Cacica Gaitana y
que había dado aquellá mañana una formal negativa al extranjero, era el prometido de la bella niña que ese día había sorprendido Añasco en sus tranquilos bosques.
La herida que había recibido no era de las más graves, pero había perdido tanta sangre que su tez se hallaba
pálida como las azucenas.
La Cacica, de pie y apoyada en el hombro de uno de
·sus servidores, parecía una Juno americana, con su correcto
y enérgico semblante, con la belleza y majestad de su apostura.
Era todavía joven y en sus rasgados ôjos se adivinaba
la inteligencia y la firmeza de la voluntad. Tenía las cejas
fruncidas y la boca contraída por un dolor tan grande como
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El'¡ijo de la Gaitana
69
silencioso. A intervalos dirigía la vista al exterior y parecía
murmurar
terribles
amenazas para un enemigo invisible;
volvía luégo su mirada hacia su hijo y la que tánto amaba,
y parecía impregnársele
de luz y de ternura.
De repente un ruido extraño atronó la tranquila soledad, y un fragor desconocido llenó de horrible
espanto á
los descuidados indios. Ni la Gaitana ni su hijo habían pensado que su negativa de aqnella mañana obtendría
tan rápida venganza y aún no habían convocado á sus guerreros.
Lleno aún de sorpresa el joven indio ceñíase el carcaj
y prepar{dJase á la lucha con los extranjeros
que invadían
su hogar, cuando se sintió asido por los robustos brazos de
un español que babía penetrado por el lado opuesto. ,Entabl(.se una lucha terrible
por la desigual. pues los salvajes
huyeron despavoridos abandonando á sus señores.
Al ver el peligro la madre palideció de espanto, pero la
mujer jefe empuñó valerosamente
el arco. Una flecha vibr6
un instante certeramente
disparada y se clavó temblorosa
en el costado del Ci ue había. aprisionado
al valeroso joven.
Como un jaguar herido saltó entonces sobre sus agresore¡;·.
y ha biendo logrado alcanzar la macana que le ofrecía Sil
mad re, tenùió {Lsus pies los m{Ls cercanos enemigos.
Desgraciadamente
el número ahogó sus titánicos esfuerzos, y
poco después, herido y maniatado, fue arrojado al centro de
la cabaña. La Gaitana había sido desarmada, y convencid'a
de su impotencia, temblorosa y pálida de furor, permane··
cía silenciosa.
Hasta entonces nadie había parado la atención en lG.
agonizante niña; "iose de repente una forma blanca arras··
trarse penosamente POI" el sllelo en direcci()n al prisionero:
la moribunda hoguera avivada en aquellos momentos lanzó
inmensos reflejos y la inquieta luz bañó compasiva el angé··
lico y pálido semblante de la prometida dcl guerrero.
Añasco la reconoció)' lanzó una exclamación de placer
y de sorpresa. Quiso lanzarse hacia ella pero detuvo el paso
para. observar 10 Que allí llevaba {LIa débil criatura.
Púsose trabajosamente
de l"odillas,)' después de besar
la frente del desgraciado joven, ocupóse en limpiar con la
pintada manta que la envolvía el sudor r la sangre que
inundaba aquel bello semblante.
Pero aquel esfuerzo de
amor había sido ya inaudito, y cay{¡ desvanecida.
La Gaitana se adelantó entonces magnífica cn su silencioso dolor y la
levantó en sus brazos para llcmrla cuidadosamente
al lecho.
Añasco se acercó hasta el musgo en que reposaba aquella flor silvestre, y murmuró con rabia;
-j Es casi un cadáver y amaba al soberbio salvaje!
Dio rápidamente
algunas órdenes que sus subordinados se apresuraron
á cumplir, siendo la primera atar fuertemente á la desventurada
madre.
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70
Leyendas
El bos<!uegimió al ser despojado de sus secas ramas, y
poco despues numerosas haces de madera y hojas formaban
una enorme pira en el exterior de la cabaña.
Los viejos tigres de la selva americana debieron ocultarse temblorosos de horror en sus guaridas, mientras sus
cachorros tomaron una lección de crueldad tan refinada
que aún hoy experimentan sus efectos los descendientes de
aquellos de quienes la recibierQ11.
Los anchos párpados de la moribunda niña, heridos por
una claridad inmensa, dejaron ver los negros y rasgados
ojos, y en aquell~ pupilas, abismo de luz, de inteligencia y
de ternura, refle}óse una escena que debió, por BU borror,
dejar paralizada su retina.
Lanzó un j ay ! tan desgarrador que los verdugos sintieron el escalofrío del sentimiento, y abriendo los brazos
ecbóse bacia adelante cayendo con la frente bacia el suelo
para no volver jamás á levantarse.
El valeroso prisionero, el noble joven que sólo babía
cedido al número de sus enemigos, acababa de ser arrojado
con sus fu~.rtes ligaduras al centro de lalujosa hoguera.
Algo como un bramido sordo. como el rugido abogado
dQ~
una fiera, pero nada parecido if. un grito humano, se esGapaba del pecho de la madre, sólidamente atada al gran
caracolí quç servía de sombra á su cabaña. Sus pupilas dilatadas y su faz cadavérica y contraída expresaban el supremo dolor y la más desgarradora angustia del corazón
humano.
Retordase en violenta convulsión á pesar de su·sataduras, y sus ayes de idiota enfurecido subían de tono de igual
manera que los ayes de la víctima.
Cuando la aurora iluminó el teatro de aquella escena
sin nombre, sólo halló las cenizas de un héroe. un bello cadáver y una mujer muda de rabia y sin lágrimas para llorar su corazón despedazado.
Pocos días después seis mil guerreros acudían presurosos al rugido de la leona herida, y el feroz conquistador
vio morir á &Us más atrevidos compañeros, salvándose él
porque vivo 10 quería la madre convertida en fiera.
Muerto de un flechazo el caballo_de Añasco, quedó al
fin en poder del enemigo, y según dice Piedrabita :
" Los bárbaros conducían al Capitán Pedro de Añascc
por todas las plazas y mercados de la provincia, r cortán·
dole un día un brazo y otro día otro, y así todos los demás
miemoros del cuerpo, 10 iban atormentando, hasta que
probados todos los accidentes del susto, pasó por toda la.
sustancia del riesgo el que fue uno de los más famosos conquistadores del Perú."
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PamPlonilla la loca
PAMPLONILLA
71
LA LOCA
1
Una de las personalidades más simpáticas dela Conquista es, á no dudarlo, la de Pedro de Ursúa.
De hermosa presencia, noble y rico, el gallardo español
vino al Nuevo Reino en plena juventud, sin otra mira que
cubl-irse de gloria ..
Habría sido en la historia una figura brillante yatractiva sin la influencia perniciosa que todavía en su tiempo
alcanzaban los crueles procederes
de la Edad Media, no olvidados aún, y que hacían más de una vez verdugos impasibles de los más nobles 1valientes caballeros.
Tal sucedió á Ursua cuando habiendo fundado á Tudela en territorio
de los muzos, temiendo un ataque de los
caciques comarcanos, los convidó de paz y los hizo asesinar
traidoramente.
Los indios arrasaron la nueva población, y
fue en la última década del siglo pasado cuando se hallaron
las campanas de 'rudela en un sitio abandonado que apenas
pudo identificarse con el que ocupaba la ciudad de Ursúa.
En 1549 el joven español se dirigió hacia el Norte en
compañía ¿'e Ortún Velásquèz de Velasco y verificó la fundación de Pamplona, en donde gobernó hasta 1556, dejando
el mando á su valiente compañero.
Lleno de gloria, pero sin que en lo Alto se olvidara su
proeeder con los infelices mu7.0S, Pedro de Ursúa emprendió la conq uista de los omaguas, y al llegar al Amazonas fue
villanamente asesinado por Fernando
Guzm{lll y Lope de
Aguirre.
Quizá en sus últimos momentos comprendió
el
horror de su conducta en 'rudela.
La ciudad de Pamplona prosperaba rápidamente,
y la
fama del oro de sus minas atraía numerosa población.
II
Por la fragosa senda (lue más que camino parecía el
cauce de extinguido torrente,
practicable sólo para los venados que habitaban aquellas soledades y para los españoles
que nada podía detener y habían venido á reemplazarlos,
trepaban trabajosamente
dos personas con el anhelo maniñesto de alcanzar la cima del alto del Fr/o, desde donde ya
divisarían la pequeña Pamplona.
Vacilantes por la fatiga r doblados por el peso de sus
resp;'cti Vascargas, los dos viaj eras apenas podían sostenerse;
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72
Leyendas
él se inclinaba bajo las alforjas y demás adherentes de un
menaje miserable, y ella lo hacía aún más penosamente para
sostener el pequeño y casi desnudo serafín que llevaba en
sus brazos.
Marchaban en silencio, y sólo se oía el chasquido de sus
abarcas destrozadas, al dar en los duros guijarros ó hacer
rodar las pedrezuelas del camino.
Un aire frío cortaba la respiración, y en ráfagas heladas
secaba el sudor que brotaba de"sus frentes.
La viajera exhalaba suspiros fatigosos y seguía su camino arrastrando penosamente los pies, pero sin detenerse
un solo instante.
Al fin doblaron el terrible repecho, y allá á la lejos, graciosamente asentada en el valle, vieron surgir la pequeña
población como una sonrisa de esperanza. Allí estaba al fin
el anhelado término del viaje, y quizá de sus largas desdichas.
-j Pedro !-dijo la mujer con voz tan débil que parecía
un gemido-no puedo dar un paso más, perdóna mi cobardía, pero prefiero morir aquí á seguir adelante! Al decir
esto se dejó caer en el pliegue de un peñasco y se puso á soHozar.
El viajero se volviórápidamente hacia ella y su faz descolorida se contrajo de pena; sus ojos apagados por el cansancio tuvieron un brillo de infinita ternura, y cogiendo entre
sus manos la cabeza de su compañera, le dijo con solicitud:
-Catalina, alma mía, descánsa cuanto quieras y no me
hables de morir, porque me hieres en el corazón. Como ya se
divisa la ciudad, cuando hayas recobrado fuerzas, yo llevaré el niño y podremos llegar antes de que caiga la noche.
¿ Quieres?
Ella cesó en su llanto, y alzando su bella y pálida faz de
dolorosa, sonrió entre sus lágrimas y dijo á su marido:
-Sea lo que quieres, Pedro, y olvída mi flaqueza, que
no será tu Catalina quien se detenga al terminar el viaje,
cuando mar y tierra han sido pocos para seguirte en su
cariño.
El se sentó á su lado, y acariciando al niño que dormía,
dijo con tristeza á su mujer:
-1 Cuánto has sufrido por mi causa, y cuánto habrás de
padecer todavía! Arrancada á tu familia y á tus comodidades por un amor invencible, fuiste mi esposa, y no has cosechado sino lágrimas. Nadie al ver este miserable exterior
adivinará al hidalgo extremeño con estas desteñidas calzas,
el raído jubón y las abarcas del más infeliz de los villanos.
-Cálla, Pedro-interrumpió
Catalina-que tus amargas reflexiones me destrozan el alma.
-Nadie, continuó él, como si no la hubiera oído, imaginará que con la noble fiebre de volver á levantar mi casa
y dar á mi esposa el brillo que merece, vendí los restos de
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PamPlonilta
la loca
73
mi mermada hacienda y emprendí este larguísimo viaje que
tú, alma mía, quisiste compartir.
Nuestro primogénito
nos
espera hace ya dos años, al cuidado de parientes empobrecidos como nosotros, á quienes no hemos podido enviar un
ducado de los muchos que pensábamos bailar con sólo pisar
el Nuevo Reino. La miseria, no ya la pobreza, nos ha atacado sin piedad, y si en esta Pamplona, donde se asegura que
el oro se encuentra con sorprendente
facilidad, no se remedia nuestra suerte, que Dios tenga misericordia de nosotros.
Pedro calló y ocultó en sus manos su frente surcada por
profundas arrugas de pesar.
Catalina separó de sn semblante los blondos y desordenados cabellos que la cubrían, y como animada de súbito vigor púsose de pie y colocando sn mano en el hombro de su
marido, díjole con voz cadenciosa y convincente:
-Sí, Pedro, Dios tendrá misericordia de nosotros; levántate y vamos {l Pamplonaj bemos sufrido mucho, pero El
no nos abandonará, porque en el cielo bemos puesto la confianza.
y aquellos desgraciados
bamhrientos y desnudos pero
armados de fe y c~peranza prosiguieron su penoso camino, y
con la última luz llegaron á la pe(IUeña ciudad. Un vecino
caritativo les dio generoso albergue, .Ypor primera vez descansaron de un modo cierto y restaurador,
desde que salieron de la lejana Santafé.
III
Aún dormía Catalina r'~ndida por la fatiga en la siguiente mañana, cuando Pedro. cuyo sueño había sido turbado
por el paso de varios caballos y el alegre ladrido de los perros, se puso de pie sin hacer ruido y tomando sus alforjas
se lanzó á la calle recomendando
{l la india que preparaba
el desayuno el cuidado de su esposa y de su niño.
Una animada cabalgata á cuya cabeza marchaba ûrtún
Vc1á8quez salió de la ciudad en dirección il la sierra j numerosos indios cargados de cestas y de sacos, guiados por algunos pajes espanoles que conducían los perros, seguían á los
s~ñores con el trote largo del que ha de llegar á horas precIsas.
Pedro se incorporó il ('l1os pensando llue si tanto caballero abandonaua la ciudad debía ser en busca de oro, ousesil:mconstante del desgraciado extremeño. Durante la penosa
ascensión, suavizada por el humor alegre de los españoles y
las risas estúpidas de los indígenas, Pedro pre~to á todos
pequeños servicios y á nadie extrañó en las primeras horas
su presencia.
Al fin COl'onaron las alturas y tuvieron á la vista los extensos páramos;
la mañana era radiante y hermosísima,
y
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74
Leyendas
los jinetes hicieron alto en bullicioso grupo para organizar
la cacería. Desde allí divisaban extensísimo horizonte: abajo
el valle con sus diferentes tonalidades de verdura, en que
bandas de nieblas perezosas se detenían hasta que el sol
las levantaba enredándolas en sus agujas de oro. Arriba la
extensa meseta en que aún brotaban algunos arbustos perdiéndose á la lejos en alturas desoladas llenas empero de
promesas misteriosas para los inquietos cazadores.
Nada más bello entonces pa:ra los jinetes españoles que
aquella superficie agrisada y rugosa sin más sonrisa que alguna faja de verdura vergonzante ó algún arroyo cristalino
que huía presuroso hacia el valle.
En Suavesgradaciones de altura y de colores perdíanse
las montañas esfumándose las crestas azules en las faldas
amatistas de las más distantes, que al fin se desvanecían en
los tonos violáceosde lejanías de ensueño.
Los cascos de los caballos herían sonoramente la seca
.superficie, y á duras penas se podía contener la impaciencia
de los perros. Era de ver el placer pintado en los semblantes y el brillo de entusiasmo con que fulguraban las miradas al extenderse en aquella aridez rica en promesas, en
.aquella soledad poblada de emociones intensísimas.
Iban á ponerse en marcha, cuando un hecho sencillo paralizó los movimientos de los cazadores :un escalofrío extraño crispó con delicia sus nervios y la satisfaccWn y la sorpresa colorearon los semblantes.
Enla cima rocosa de una eminencia cercana recortóse
de pronto sobre el purísimo azul del cielo la elegante silueta
de un hermoso venado. Era un ejemplar magnífico de los
habitantes de aquellas soledades que parecía haber adivinado un peligro y buscaba desde las alturas un enemigo aún
invisible. No tardó en divisar el grupo palpitante que no
perdía ninguno de sus movimientos, y con la rapidez de una
flecha perdiósc entre las rocas.
Vueltos en sí de su sorpresa, culpáronse los cazadores
unos á otros dè haberlo dejado escapar, y como tocados de
.locura pusieron sus caballos á galope y cada uno voló á ocupar su puesto y á cumplir la misión que se le había confiado.
Poco después sólo se oía á intervalos el lejano ladrido
-de los perros.
Pedro quedó con algunos indios al cuidado del suculento almuerzo que á prevención habían llevado.
Algunas horas después loS' españoles abandonaban el
páramo que después se llamó Rico, yen una meseta estrecha
próxima á su cima en donde corría cristalino arroyo que
daba vida á corpulento y solitario roble, hicieron su alegre
campamento preparándose á almorzar sobre la verde grama.
Tres magníficas piezas custodiadas por los indios des.pertaban la codicia de los perros, cuyos hocicos eDro~eëos
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Pamplonilla
la loca
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husmeaban sin cesar como si aún no hubiera terminado la
-caza.
Doblada la graciosa cabeza y abiertos aún los negros
ojos vidriados por la agonía, las pobres víctimas parecían
estirar sus finos miembros y preparar sus pezuñas bruñidas
pal"a emprender de nuevo la carrera.
Pronto el humo azul de chispeantes hogueras que el sol
empalidecía se alzó alegrem'~nte hacia el cielo, y los cuartos
de los venados despedazados hábilmente exhalaron su apetitoso y penetrante olor.
Las gallinas, que el Padl"e Verdejo había traído en la
expedición de Belalcázar á fuerza de prolijos cuidados, abllfidaban ya en Pamplona, y también hacían parte del almuerzo
de los cazadores. Rico vino de las mejores cosechas de la
Madre Patria, que pagaban muy bien los-ricos conquistadores, remojaba con frecuencia sus gargantas secas de contar
'Sus aventuras de la mañana, sus hazañas de babilidad y
audacia, que cada uno creía superior á las de sus compañeros.
Cuando hubo terminado el almuerzo y recostados a la
sombra parecía que iban perdiendo su encanto las ya repetidas narraciones, Ortún Velásquez fijó su atención en el
entristecido
Pedro, cuya faz descolorida y marchita hacía
penoso contraste con las rubicundas
y alegres de los allí
reunidos.
Habíanle dado abundante ración, pero él la había guardado cuidadosamente
para su pobre Catalina. Apenas un
trozo de venado cuyos bocados le parecían amargos, había
calmado su necesidad.
- ¡Ven acá, villano! gritÓ Ortún V elásq uez con imperioso
acento, tú, el de las calzas rotas, el del chambergo abollado.
Las mejillas de Pedro se colorearon de indignación y
de vergüenza, pero descubriéndose humildemente
acercóse
.á los señores:
-No te conozco, prosiguió Velásquez; ¿á qué has venido
aquí, por qué ríos has seguido~
-No se incomode vuesa merced, contestó el desgraciado,
mientras sentía fijas sobre él las curiosas miradas de los señores; soy un pobre cristiano de los muchos que han dejado
s~ patria en busca de fortuna; me noticiaron que en estas
tierras abundaba el oro, y yo seguí á ,;uesas mercedes creyendo ésta mañana qlle irían á donde se halla. Ahora tengo
la C'speranza de·que me indiquen el lugar donde se encuentra. ~:sta merced á un desdichado no la olvidará Dios ..
Una sonrisa de burlona compasión plegó todos los labios, y pronto se hubiera convertido en carcajada si uno de
loS caLadores¡lo hubiera hecho á sus compañeros una señal
de inteligencia. al mismo tiempo que se llevaba 'un dedo á
los labies para indicarailencio.
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Leyendas
Todos callaron con la esperanza de una nueva diversi6n, y el iniciador dijo con gravedad el Pedro:
-Ks justo, hermano, que remedies tu necesidad, y voy
á decirte el lugar donde hallarás cuanto oro necesites.
- Pague Dios á vuesa merced esta misericordia, contestó el extremeño con voz conmovida.
-¿ Ves aquella colina que se halla á la derecha. desnuda de vegetación y en la cual sc divisa una gran piedra?
preguntó el caballero.
-V éola, señor, contestó Pedro mirando en la dirección que le indicaban. Los ojos del cazador chispeaban de
malicia, y sus compañeros a1 ver su afectada seriedad, reían
disimuladamente
para no despertar la desconfianza d~ aquel
forastero ..
-Márcha
hacia la colina indicada, y al pie de la piedra,
arrancando las yerbas SIue allí crecen, encontlarás
todo el
oro que buscas-agrego
en tono solemne el español.
-Pague
Dios á vuesa merced la buena obra de indicarme este camino-dijo
por segunda vez Pedroy echando al hombro las alforjas, púsose á andar en la dirección que
le habían dado.
El eco de carcajadas contenidas hasta entonces llegó á
sus oídos claramente. pero no imaginó que fuera él objeto
de una burla, sino creyó aquello la natural alegría de una
caza feliz.
Cada uno lucía su ingenio comentando la aventura y
celebrando el chasco del crédulo extranjero.
Todas las miradas estaban fijas en el que se alejaba, viéndolo luégo con
interés creciente subir fatigado la pesada cuesta. Alllegar
á la piedra Ull pliegue del terreno ocultó sus movimientos
y por algunos instantes se olvidaron del infeliz, agotando el
vino que aún (luedaba.
Pedro descansó un instante de S11 rápida marcha y
luégo, fiel á las instrucciones recib¡das, empezó á arrancar
las escasas matas de la desnuda colina.
Con relación á lo anterior dice el historiador
Fernández Piedrahita:
"repechando
hasta la piedra que le habían
mostrado, arrancó de las yerbas que tenía al pic; y reconociendo algunas puntas de oro que saltaron con las raíces. se
fue ayudando de las manos. cavando cuanto podía, y continuando la acción con otras matas de yerba, que le correspondían de la misma suerte, hasta que satisfecho con el
peso del oro que había depositado en las alforjillas y le parecía el bastante para remediar su casa, trató de volverse.>
Cuando Pedro hubo concluido su febril trabajo llevado
á cabo con delirante actividad, temblaba como un azogado
y apenas podía sostenerse;
un copioso sudor inundaba su
frente, y presa de un vértigo de emoción y de cansancio, se
.~
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Pamplonilla
la loca
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dejó caer sobre la escasa grama abrazándose
con fuerza á
las repletas alforjas; así permaneció largo rato, respirando
fatigosamente y con una especie de agonía; poco á poco
su sangre circuló mejor y los latidos de su corazón dejaron
de ser el terrible galope qu,~ conducía~, la mucrte.
Cuando pudo levantarse
parecía transfigurado,
y su
semblante era el de otra persona; las hondas arrugas del
pesar se habían desvanecido como por encanto; la juventud
aprisiona(b asomábase de nuevo á los brillantes ojos, y la
vil:a coloreaba de nuevo las mej ¡lias.
De su COl'azón agradecido
elevóse á Dios un himno de
profundo reconodmlento,
)' luégo vino á sus labios el nombn~ de Catalina.
Echóse al hombro las alforjas y dirigióse, con la premura que ]e permitía
el peso de su carga, á dar gracias á
los que él juzgaba generosos caballeros.
Cuando lo vieron reaparecer los cazadores del pequeño
barranco que la había ocultado, una salva de aplausos mezclada á burlonas carcajadas é irónicas sandeces estalló bajo
el {ll'bol.
E] ensimismamiento
de su pena hizo que Pedro no se
apercibiera la primera
vez de que era objeto de una sangrienta burla, y al repetida los que iban á ser providencia]mente chasqueados, tampoco se dio cuenta, ensimismado
esta vez por su felicidad.
-¿Sabes,
Ûrtún, decía riendo nerviosamente uno de los
caballeros, que no puedo imaginar de qué habrá atestado
sus alforjas aquel mentecato
que parece agobiado por su
pcso?
Cada uno hacía un alegre comentario
que pretendía
rivalizar en gracia con los de sus compañeros,
Cuando Pedro llegó hízose el silencio, porque se deseaba no perder una palabra de aquel sujeto tan divertido por
su cand idez.
-Págueos
Dios, nobles señorcs, la merced que acabáis
de hacerme;
con el oro que he encontrado remediaré
mis
necesidades y no olvidare e] beneficio recibido, dijo el extremeño descu briéndose.
"'Nadie contestó porque el estupor había hecho enmudecer á los alegres cazadores:; no daban crédito á sus oídos, y
Velásquez dijo á Pedro entre burlón y temoroso.
-Muéstrame
la clase d~ metal que hallaste, para saber
cuánto mérito tenemos delante de Dios.
Pedro puso de manifiesto su tesoro, y no bay palabras
para pintar la estupefacción
y el placer delirante que se
apoderó de todos: tomaron á milagro la sucedido al forastero, y disipados como por encanto los vapores del vino, corrieron en tropel desordenado, olvidando toda clase de circunspección, hacia la piedra misteriosa.
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Leyetldas
Convencido Ortún Veláéquez de la exis~ncia de riquísima mina en ese lugar, dio parte á la.Real Audiencia y la
repartió entre los vecinos, mtre los cuales' figuró forzosamente Pedro.•
El hallazgo de esta mina, que sólo duró un año, y la
vuelta de Quesada al Nuevo Reino fueron festejados en Santafé con grandes regocijos.
Fue talla riqueza del mineral ballado en la colina, que
los vecinos de la ciudad próxima hicieron en su rápida opulencia tantos y tan extra..vagantes gastos, que la población
mereció durante algunos años el renombre de Pamplonilla
la loca.
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Doña In!s de Hinojosa
79
DOÑA INES DE HINOJOSA
1
Seis lustros hacía que Gonzalo Suárez Rondón había establecidoasiento
de gobierno en la ciudad de Tunja. Aunque hundida la grandeza de los zaques, aún permanecía
en
pie gran parte del caserío de aquella poblacion india, la más
grande é importante de las que aquí hallaron los conquistadores.
El tono pardusco de las techumbres
de paja cortábase
alegremente con el rojo de los tejados nuevos, y la ciudad
dábase aires señoril es con sus toques feudales, ostentando
elevadas casas con portadas de piedra en que campeaban
los escudos de armas de sus dueños; la nota blanca de los
ya numerosos campanarios españolizaba más que todo la capital de los zaques.
Hacia el sur el pequeño templo de San Laureano parecía avanzado centinela de piedad, y el de Santa Lucía guardaba la población hacia el norte. La gran plaza tenía en sus
costados varias edificaciones. notándose entre ellas la casa
de la Torre, recientemente
levantada por el rico encomendero Gómez de Cifuentes.
Era una noche transparente
de hermosura
incomparable; la ciudad tiritaba de frío, y ráfagas cortantes hacían
vibr.ar las veletas de las torres y gemían en las puertas de
las habitaciones;
la luna la miraba con su enigmática sonrisa de diosa y extendía para envolverla sus gasas de plata.
En el costado sureste
de la plaza abríase la calle que
aún hoy se conoce con el nombre de Calle de! árbol, y que llevaba hacia el convento de la Concepción.
Al terminar la:cuadra y hada la derecha yendo en la
dirección antes indicada, alzábase una casa de elevados balcones, fronteriza á una muy semejante del escribano Vaca.
Ante la primera de estas habitaciones levantábase un árbol
gigantesco de gruesas ramas cuyo follaje obscuro rozaba á
veces los sencillos balcones de madera.
En la limpia atmósfera vibró argentino
y doliente el
toque de las ocho, y las campanadas, extinguiéndose con lastimera lentitud, hicieron caer los sombreros de los hombres
y santiguarse devotamente á las mujeres.
La numerosa población india, sin otra luz que la de los
tizones medio extinguidos en el hogar que humeaba entre
ennegrecidas piedras, después de agruparse en cuc1i1las, había cenado miserablemente y apurado en silenciosa fruición
el licor tradicional;
poco después aquellos desgraciados dor_
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80
Leyendas
mían profundamente
en sus míseras viviendas, echados sonre el duro suelo, sin más comodidad y quizá muchos de
ellos sin más aspiración que los perros que para la cacería y
la guarda de sus habitaciones habían introducido
los conq uistadores.
En las tranquilas y cómodas moradas de los hijos de
España las damas, concluida la oración y la cena, se preparaban al descanso; otro tanto hacían los caballeros, aunque
había en ello varias excepciones.
En la casa que hemos mencionado no parecía pensarse
en el reposo, aunque reinaba el silencio, y así 10 demostraban los rayos de luz que por los tres balcones se filtraban.
El portón se hallaba apenas entornado, y á un lado se
veía la gruesa tranca que constituía su seguridad. El ancho
patio, limitado en dos de sus costados por altas paredes de
un gris violáceo y triste, hallábase desierto, 1su suelo sin
pavimentar alimentaba la vegetación heterogenea de un lu_gar abandonado.
Una escalera estrecha conducía al segundo piso, en que
un corredor guardado por barandal de madera apenas labrada daba entrada á las habitaciones. Aunque la casa era
de construcción reciente, adolecía del mal gusto de aquella
época, en que se edificaba sin plano ni concierto.
En el descansillo de la escalera. arrimada á la pared,
con la cabeza doblada, la boca entreabierta
y el rostro cubierto por la hirsuta cabellera, una niña india dormía medio
·abrigada apenas por el raído clzircate y la delgada camiseta.
Era su compañero de sueño un perro negro que con la cola
· extendida y el hocico sobre las manos se hallaba ante la
puerta que se abría al extremo del estrecho corredor.
Era esta casa la de Jorge Voto, profesor de baile y mú,sica que hacía algún tiempo había venido á establecerse en
la ciudad de Tunja con su esposa D~ Inés de Hinojosa.
· oriunda, según se decía, de Venezuela, como su sobrina D~
Juana, que vivía en su compañía.
Esta bella y melancólica joven estaba para casarse con
D. Pedro Bravo de Rivera, y parecía que su natural tristeza
se había desvanecido al contacto de sus nuevas ilusiones.
En la estancia que se abría hacia la terminación
de la
escalera veíase en la noche de que hablamos un velón de
sebo cuyos cambiantes y amarillosos resplandores
proyectaban extrañas sombras en el blanquimiento de las desnudas
paredes.
En un extremo de la habitación, en una alta silla de
brazos, se hallaba una mujer; lloraba sin ayes pero con tan
hondo sollozar, con tan amargo duelo, que parecía cruelísima la pena que la hería en el alma. Sintióse hacia afuera un
.1eve ruido, y ella se levantó estremecida.
La luz iluminó su rostro bañado de lágrimas que no al-
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Ifi Inés de IIi1zojos(Z
81
canzaban á ocultar ni su juventud ni el poderoso encanto de
una belleza seductora. Su talle, fino, hallábase airosamente
ceñido por una basquiña de color granate que la delineaba
delicadamente,
sin más adornos que anchos encajes blancos
que cerraban
pudorosamente
su cuello y caían sohre sus
manos admirables.
Dos trenzas rubias se deslizaban en su
falda, y no ostentaba joya alguna, á excepción de los zafiros
de sus ojos y del oro que en su frente se arremolinaba.
Su llanto debía ser un misterio, pues corrió á lavar su
rostro con agua fresca y {t quitar con cuidado la huella de
sus lágrimas. Parecía muy inquieta
y profundamente
desgraciada. Cuando logró serenarse
se dirigió á la puerta,
pero antes de salir vino á su pecho un nuevo sollozo convulsivo, oprimióse el seno con entrambas manos y sus lágrimas
brotaron á ,-audales.
jOh Dios mío!-dijo
dirigiéndose á un cristo que se hallaba en el testero de su lecho-- ¡cuán desgraciada
soy;
abandonada y huérfana, he vivido ligada á ella, y cuando \'eía
un rayo de esperanza. soy herida en mitad del corazón!
jOh Pedro! Traidor y fE'mentido j icuán desdichada habeisme hecho; castígueos Dio!:' ma] caballero. que así habéis
pagado mi ternura! Cayó de rodillas ante ]a imagen, v un
llanto convulsivo levantó su pecho.
En la habitación contigua la escena era muy diferente;
una sala espaciosa con algunos escaños y grandes sillones de
cuero; en el centro una mesa cubierta de manjar'es y botellas que anunciaban una opípara cena; Cf~rca de ella veíanse
dos indias jóvenes con el traje propio de su clase. camisa cuyo
descote dejaba ver parte de su bronceado busto y sus brazos
cortos y bien contorneados, y e/Úrea/e c¡ue las envolvía de una
manera extraña y dejaba percibir sus pies morenos de pec¡ueñez notable. Afanosas concluían los preparativos con grande
habilidad adquirida en el largo servicio de los españoles.
Había esa noche una especie de c,ena de familia que se
daba al prometido de D<.L
Juana.
Terminaba
el corredor en una pieza parecida á un camarín de honor. pues desde ]a entrada se notaba diferencia
con las otras al ver la mampara llena de grabados con que
se libraba de los vientos del sur. Era en aquella puerta donde
el perro negro se hallaba consta'1temente
tendido como si
hubiera recibido una orden terminante
de su dueño.
Las paredes estaban cubiertas con tapices y el suelo con
hermosas pieles. Un candelabro con bujías iluminaba la rica
habitación, en la cual se reunía cuanto de confortable y
grato había llegado á la colonia; un perfume
penetrante
parecía impregnar los objetos, cosa muy rara en un tiempo
en que los más ricos gozaban de comodidad pero no gastaban ningÚn refinamiento.
En un sil16n bajo de cuero de Córdoba rodeado de mu6
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82
Leye1zdas
llidos almohadones descansaba una mujer; sus pies se apoyaban en la espesa piel de un oso y su cabeza, bañada por la
luz, en el blando respaldo.
Vestía un traje de terciopelo negro, y de sus mangas
flotantes y abiertas hasta el hombro se escapaban sus brazos
de escultural dibujo, ceñidos sólo por un aro de oro, mientras las manos lucían su blancura de nieve cuajadas de diamantes.
Era aquella mujer soberanamente
bella, con un semblante de los que no pueden olvidarse, no por el encanto que
producen, sino por una especie de sorpresa y punzante admiración. Su extraña hermosura debía remover hondamente las fibras de algunos corazones y hacer temblar otros con
misterioso temor. Su altivo semblante de estatuaria correc·
ción era de palidez alabastrina que nada tenía de enfermiza
y antes bien era su mayor atractivo;
sus finas cejas negras
tenían una movilidad inquietante, y su opulenta cabellera
intensamente oscura cortaba con sombra la blancura de su
tez, en que lucían sus labios de un rojo inverosímil. Parecía
aquella mujer una hija de la noche que al besarla había dejado en su frente misterios sombríos y dos luceros bajo sus
pestañas.
Era D~ Inés de Hinojosa la que allí estaba en meditación profunda, tejiendo en silencio la malla de sus crímenes.
El que hubiera sabido 10 que pasaba en su alma, solo habría
visto en su deslumbradora blancura el sudario de sus víctimas, en la negrura de sus ojos el abismo de su maldad y en
el color ardiente de sus labios la huella roja del bebedor de
sangre.
Un golpecito suave dado en la puerta de entrada sacó
á la dama de su ensimismamiento.
-¿ Quién va ?-preguntó
con rudeza.
-Soy yo,señora tía,quien desea hablar á vuesa mercedcontestó una voz ligeramente trémula, y la joven que había
llorado sin consuelo y que ahora aparecía con los ojos enjutos se adelantó en la estancia con temerosa lentitud.
-¿ Venís á decirme que la cena está lista y que esos
caballeros han llegado ?-interrogó
D~ Inés fijando en su
sobrina la irresistible mirada de sus grandes ojos.
-Venía
á deciros, señora, algo que me interesa más y
que es definitivo en mi vida, dijo con firmeza la joven; insisto en ir al c1au!;;trocomo rogado oshe hace mucho tiempo,
porque jamás seré esposa de D. Pedro Bravo de Rivera.
La dama no contestó, y sin separar los ojos de su interlocutora sonrióse desdeñosamente;
sus manos temblaban
ligeramente y en sus pupilas. titilaban los resplandores de
la rabia ..
-D~ Juana-dijo
al fin con calma fingida, íd á concluir .vuestro tocado para cenar con vuestro prometido, y
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1fi blés de Hinojosa
83
olvidad como un mal sueño que atrevido os habéis á contra"
rial' mi voluntad.
Iba il contestar la joven cuando se oyeron pasos en el
corred01", y D<). Inés, tomándola con fuerza del brazo, salió á
recibir á los recién llegados que con el dueño de la casa
habían penetrado en el lugar dispuesto para la cena.
D'!- Juana penetró en el corredor severa y pálida; acababa de tomar la resolución de abandonar
aquella casa á la
mañana siguiente;
su alma noble y enérgica sacudiría el
pesado fardo que hacía años la agobiaba;
sabedora de un
terrible secreto de su tía qu,= nadie sospechaba en la ciudad .Yque ella había sOl'prendido en Venezuela, había sido
desde entonces profundamente
desgraciada.
Cuando pidió
su mano Bravo de Rivera tu vo la esperanza de ser feliz
abandonando aq uel hogar formado por el crimen, y su solitario corazón se lanzó agradecido al que debía ser su esposo.
I<:naq uella tarde la desdichada
joven había sin pensarlo sorprendido
una conversación
entre D. Pedro y D<¡.
Inés, que le destrozó el alma y la llenó de indignación.
Sin
lugal' á la menor ùuda supo que su prometido
y la esposa
de Voto estaban ligados tan íntima como afrentosamente,
y q u,~ella, la noble y pu ra prometida, no era sino la pantalla
de una grande infamia.
Sorprendió
además algunas palabras que la hicieron
estremecer. pero que no le dieron una idea precisa de la
que podía temerse de los terribles
cómplices.
Quiso D<¡.
Juana hacer aquella noche un último esfuerzo de prudencia,
y aunque no pudo dar color á sus mejillas, velo el azul de
S\1S ojos para que no se adivinara
en ellos la tempestad
interior y trajo il sus labios heladas sonrisas que disimularon
en parte el estado de su espíritu.
Ocupaba el centro de la mesa Jorge Voto, esposo de
D;·l Inés, hombre
de unos cuarenta
años. de hermosa presencia y cuyo natural festivo era de los que pueden ocultar
en ciertos casos los más hondos dolores del corazón ó las
más punzantes espinas del remordimiento;
parecía muy
complacido y hacía gTaciosamente
los honores de su casa.
A su izquierda hallábase Hernán Bravo de Hivera, en cuyo
moreno y simp{ttico iSemblante aparecía una preocupación
invencible, fijando de cuándo (~n cuándo sus ojos inquietos
en su hermano D. Pedro, l/ ue se encontraba
al frente;
en
seguida veíase con el hoiSco semolante
cubierto de barba
casi hasta los ojos é inclinadoiSobre el platoá Pedro de Hungría, sacristán ùe la iglesia principal, que cenaba silencio-o
samente corno un ogro~iie s()lo piensa en los manjares que
devora.
D~ Inés, que se hallaba á la derecha el e su esposo, estabac
transformada;
aquella mujer, que una hora antes parecía
de hit'lo y hacía estremecer
con su herm.osura, hallábase
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Leyendas
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animada por una llama iÍJ.terior hablando con encantadora
volubilidad y teniendo á todos pendientes de sus labios.
A su lado D~ Juana con los ojos oscurecidos por la pena,
porque apenas levantaba los párpados y la boca contraída
por disimulada angustia, contestaba con voz débil las frases
cariñosas que le dirigía á veces su prometido, sentado cerca
de ella.
Era D. Pedro Bravo de Rivera un arrogante español
de unos treinta y cinco años, rico encomendero de Chivatá,
cuñado del escribano Vaca y muy considerado de todos;
tenía hermosos ojos negros que perdían su encanto porque
casi nunca miraban de frente, y la constante esquivez de su
mirada daba algo de repulsivo á su bella y varonil fisonomía.
La actitud de D'l- Inés llamó la atención de su esposo,
que la contemplaba con creciente admiración;
hacía tiempo que la dama se había vuelto reservada y silenciosa y que
su familia no veía lucir los múltiples encantos que ella ostentaba en algunas ocasiones;
Jorge Voto sentía un estremecimiento doloroso al ver de nuevo la luz de aquellos ojos y
las sonrisas fascinadoras de la dama; sin poderlo evitar
trasladóse con la imaginación á Carora, en donde la conoció
esposa de otro hombre; recordó la terrible pasión que 10
había llevado hasta el crimen, vio el sangriento cadáver de
D. Pedro de Avila, primer esposo de D~ Inés, y un velo sombrío oscureció su frente.
Estos penosos recuerdos fueron de cortaduración,
por
que la dama, secundada por Bravo de Rivera, daba tal animación á la cena y ofrecía tan graciosamente el vino, que
Jorge volvió á olvidar y no notó siquiera la alarmante
palidez de D~ Juana ni el tétrico silencio de Hernán Bravo de
Rivera.
Ofreciósele una copa á la joven, y ella, poniéndola contra la luz, la miró un momento y dijo dejandola sobre la
mesa:
-Estoy
muy nerviosa y no puedo tomar, pues hasme
parecido una copa de sangre.
Estas palabras dichas con sencillez produjeron extraño
efecto entre los concurrentes,
y todos los semblantes tomaron una expresión distinta: Dl!- Inés frunció las cejas y miró
intensamente á su sobrina; los ojos de D. Pedro se velaron
por completo j el sacristán abrió los suyos espantado; Hernán salto en su asiento poniéndose lívido, y Jorge Voto, que
debía l?-aber puest? atención en ~as
estas circun~tancias,
nada VIOporque VinOde nuevo'
u mebte el asesmato de
Carora.
La voz de D. Pedro rompió un silencio penoso para
todos :
-Voy á pediros un favor-dijo
dirigiéndose á Voto;-
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JY!
blés
de
HitlOjosa
85
hay unas damas que desean oíros tañer y veros danzar.
;, (l\l('reisme acompañar esta noche?
-De hacc¡-}o he gustoso por complaceros-dijo
el profesor de baile y mÚsica con amabilidad
al mismo tiempo
\lue se Jcvantab •., pues ya hahía terminado la cena.
"-Creo,
señora--'dijo
dirigiéndose
il Da Inés--que
en
nln:tro cuarto he dejado mi vihuela.
"--Cierto cs·-elijo la dama con solicitud, y los dos salierOll (l buscar el instrumento.
Cuando IP Inés 10 entregaba á su marido, éste le dijo
con acento ligel"amel1te trémulo.
---Estilis t,ln bella esta noche, señora mía, que \'uestras
g-racias y donaires me han hecho recordar el tiempo en que
me amabais en Carora.
n'·l In~s retrocedió un pa.so y miró fijamente á su marido, tranquilizó!e
la expresión
tierna de sus ojos y dijo
con llna t1ulzura que hacía tiempo no usaba al hablade.
- ..Bien sabf~is que os amo siempre y que vuestro amor
me ha costado muy caro; pero os ruego que no hagáis recnenlos importunos.
AIlkcir
t:sto echó sus brazos al cuello de Jorge y estan¡'¡¡') en su [r __nte un beso silencioso ..
'El músico retrocedió
instinti\'amente,
sintiendo un horror ine~;plicablc con aquella caricia;
pareci61e al sentil"
en!il! cueilo los brazos helados y desnudos, que una serpiente
\0 envolvía, y at.¡uel beso sin calor era la boca fría de una
arma de fuego que ¡;;eapoyara en su frente.
Llamáronlcs en aquel momento, y habiéndose quedaùo
D'·l Inés en el correùor con Dzt Juana y D. Pedro, Jorge entró en el comedol" y con un cllchillo se puso á componer un
traste de la vihuela.
Cuando hubo concluido dejó el cuchillo en la mesa, y
apoderándose
de él Hernán Bravo de I{ivera, escribió en la
madeloa claramente
estas palabras, que indicó silenciosamente al mÚsico.
«Jorge Voto, no salgáis e:5ta noche de n1estra casa, porque va'n á mataras.>
El aludido leyó sonriéndose, y siguió arreglando
el
instrumento.
Hernán repitió nerviosamente
el escrito en otro lado
de la mesa, \' se le volvió á mostrar;
la misma indiferencia
por parte dé Voto; entonces se despidió sencillamente marchándose con Pedro de Hungríao
Poco después el mÚsico ciñóse la espada, y tomando su
capa se despidió de las dos damas, marchando como estaba
convenido con Pedro Bravo Ge Rivera.
-Acostaos,
D;~Juana-dijo
la esposa de Voto con un
tono que no admitía réplica.
--Harélo como decís- -dijo la joven entrándose á su ha.C
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86
Leyendas
bitaci6n; D~ Inés penetr6 en la suya, y el silencio remo en
aquella casa al parecer tran9uila.
Pocos momentos despues D~ Juana penetró con una lu?
'en el abandonado comedor en busca de agua porq ue sen tía
que su pecho se abrasaba.
Al depositar sobre la mesa el vaso, el letrero puesto por
el hermano de D. Pedro hirió su vista y quemó su cerebro
como si las letras fueran de hierro enrojecido.
Hízose en su espíritu una luz terrible,
y su desgracia y
sus temores crecieron hasta abrumarla y producirle un \·értigo de angustia; cayó bajo la mesa, y allí permaneció exánime durante algún tiempo; al fin haciendo un esfuerzo supremo se dirigió á su cuarto ..
Apenas se había sentado en el borde del lecho Luando'
sintió que por el corredor
avanzaba cuidadosamente
una
perSona y se detenía delante de su puerta. Apagó rápidamente el ve16n y contuvo el aliento; Di!- Inés, pues no era
otro el espía de la joven, creyéndola dormida volvió á su habitación.
D~ Juana ya no lloraba, habíase serenado en fuaza del
grado máximo de sus impresiones y preparábase
{t la lucha.
Mil incidentes hasta entonces inadvertidos vinieron ,í cambiar en certidumbre-sus
terribles sospechas y á hundir para
siempre el amor que había profesado á D. Pedro.
Llenade pena y de profunda indignación biw un rapldo recuento de su vida y de la de su tía, sorprendida de haber resistido con tan poca energía su silenciow martirio
durante tánto tiempo.
D~ Inés de Hinoiosa era una hermosa y rica criolla de
Barquisimeto, que al casarse con D. Pedro de Avila fue á
establecerse á Carora.
Era D~ Juana hija de una de sus hermana..<;, y al quedar
la niña huérfana paso á poder de su tía con toda su cuantiosa fortuna.
Jorge Voto, que llegó á aquella población como maestm
de baile, instigado por D~ Inés dio muerte al esposo de ésta.
habiendo fingido antes un viaje, con 10 cual se despistó completamente la justicia. Por cartas de pésame !re comunicaron sin despertar sospechas los dos c6mplices, y U1~ año después la criolla, realizando su fortuna, se trasladaba
á Pamplona. D~ Juana, de quien no se cuidaban, sabía todos los
detalles del horrible crimen. Algún tiempo después de su
l1~gada á la ciudad casóse D~ Inés con el maestro de música
y fueron á establecerse á Tunja.
No tardó mucho tiempo en visitar la casa Bra\'o de Rivera y pedir la mano de D~ Juana;
la joven pensaba temblando de indignación y de horror en la mira con que este
enlace se había concertado y el abismo de perversidad de la
que desgraciadamente
era· hermana
de su mad loe: había
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blés de J-1inojosa
87
sido indignamente engañada en sus puros sentimientos, pero
olddaba su dolor para pensar en el peligro en que debía
hallarse Jorge Voto; á cada instante creía oír rasgarse el silencio de la noche con un grito de agonía, y parecíale que
las sombras traían en sus pliegues ayesde moribundos.
Su
agitaci(m crecía y la asustaron las tinieblas;
corrió al balcón para que la luna penetrara, yal abrir suavemente creyó
reconocer las pisa.das de D. Pedro.
¡Oh, Dios mío!-exc1amó.-l\Iañana
abandonaré
esta
casa y pediré asilo en un convento;
pel"O mientras aliente
en ella no voh·erá.n á. reunirse los verdugos de mi dicha, ni
ese mal nacido caballero á traspasar
con su ignominia los
umhrales de esta casa.
D'!- Juana, palpitante de l~moción, oy6 que los pasos se
alejaban; entonces, ayudada por un rayo de luna, busc6 en
un mueble de caoba, único adorho de su habitación, una
daga toledana que hacia tiempo consen'aba
como recuerdo
de!Ou padre.'
Si no estoy sobre a\·iso ëambién pueden matarme--se
dijo D~ Juana, -'-y se puso en acecho sin que su presencia pudiera notar;;.e el\ el balc(on.
Po.::o ùespués u nos paso~; cau telosos I'esonaron en el silen\.:io de la no.::he, y una \'oz '-lue apendS se percibía dijo desde abajo:
-Hecho
está.
--Subid-.::ontestó
desde arriba la voz de D~ Inés.
Rápida como el pem;amiento,
D;~Juana aùandonó su
haùitación; .Y mient¡'as D;~ Inés andaba pausadamente
para
no SCI'sentida, ella dio vuelta {tIa llave del cuarto de su tía
~on tanta ligereza como habilidad:
la joven sabía que la
l1aY\~estaba en la cerraÜnra. mientras la criolla no se re.::ogía.
La puerta fue un momento después violentamente sa.::udida, pero D'i- Juana no hizo caso r se lanzó á la escalera.
Ya no dudaùa lJ.ue un crimen se halJía cometido y que
aquello era el segundo acto <lel terrible ùrama de Carora.
Su intención al bajar fue no permitir
la entrada á Bravo de Rivel'a, cuya voz había conocido en las dos palabras
dichas it su tía; pero no alcanzó á cerrar
el portón, y cuando ella saltó la última gl'ada se encontró frente á frente del
perverso español.
El retrocedió con Í1l\'encible espanto, murmuJ"ando angUHtiado :
--¡D;~Juana!-Rchízose
instantáneamente
de aquella sorpresa, y dijo con voz te m blol'osa que pretendió hacer dulce:
-¡Alma mía, no esperaba la dicha de veros !
-¡Cáigase
la lengua que así miente!-contestó
la joven
con un acento que D. Pedro no le conocía.
-¡Señora!
¡señora! no comprendo vuestro lenguaje, y
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_________________
LeYCI:das
n_n
• __
,
' ••
_
habré de marcharme sin el remedio que necesita urgentemente mi cuñado. y que venía á pedir á vuestra señora tía.
-De nuevo mentís, pero voy á castigaras-dijo
la joven
con enojado acento j-escuchadme
D. Pedro:
Esa mujer q lIC venís á buscar, y que os ha hecho cometer tántas infamias con quien ahora o;; da su maldici6n j esa
mujer, digo, hizo dar muerte á su primer esposo por la
mano de Jorge Voto, que mucho me temo ha ¡'ecibido ya el
castigo de su crimen. Pero jay del matador!
ahog-arále la
justicia divina en ese mar de sangre derramada.
Al oír la. D. Pedro lanzó sin poderse contener un juramento; olvidó toda prudencia y dijo con angustiosa rabia:
-¿Decís que ella había ya hecho matar á uno que era
su primer esposo?
- -Cierto es mi dicho----contestó con ente reza la jovenjiasesinóse al primero, como vos, según creo, habéis asesinado
al segundo!
Bravo de Rivera no disimuló más, y cayendo el embozo
de la capa llevó la mano hacia la espada j en la chorrera de
encajes que adornaba su jubón, la sang¡'e fresca había colgado una cinta escarlata que la luna se apresuró á mostrar.
-jCallad,
atrevida cl'iatura, y no me llevéis á cometer
un desaguisado
con quien así me insulta~-excIamó
con VOl
ronca y ahogada.
D~ Juana estaba lívida, y de sus ojos azules se desprendía una especie de fosforescencia;
adelantóse hacia D. Pedro como un a¡'cángel vengador, y sacando su daga toledana
dijo con voz cortante como el acero que empuñaba.
-¡Sólo eso os faltaba, mal nacido caballero! No me amenacéis, porque si 110 me importa defende¡' una vida que vdsotros habéis llenado de humillación y de amargura, cierto
es que ardo en deseos de que me deis motivo, atreviélldoos á
mí, para hacer que no lata más vuestro fementido co¡'azón!
La joven detuvo entonces la vista en la mancha de sangre, y su furor no tuvo límites; la daga brilló en sus manos
como un relámpago
de plata. y dijo precipitándose
hacia
,Bravo de Rivera:
-¡Salid de aquí, ladrón de honras, que habéis robado
también el nombre de caballero j salid, os digo, no sea que
la sangre que os mancha me ciegue hasta el extremo de derramar la vuéstra!
Tan terrible era la actitud de D<.tJuana y tan honda la
sorpresa de D. Pedro, que sólo había conocido en su novia
una doncella tan dulce como tímida, que cohibido r extrañamente amedrentado, salvó el umbral que la joven le indicaba.
Con enérgico y violento ademán D;~Juana cenó tras él
la puerta, y con nervioso y precipitado movimiento colocó la
poderosa tranca.
Pareció entonces que su fuerza física y moral se extin-
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Dg Inés de Hi110josa
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l.:-uic'Cade repente, y cay¡) como desvanecida al pie de la escakra.
La luna baiió cal-iño;oa RU hermoso y pálido semblante;
arrcmc() aIgu nUR destelloH á sus rizo~ de oro medio pegados
á las sienes por el sudor de.ma terrible angu~tia, y rielando
en los pliegucs de ~i.1vestido granate, lo hizo aparecer como
gran mancha de sangre Hlb;"c el suelo grisoso.
Los mismos.-ayos inquieto!.; del astro <le la noche ilumi!1allan hacia el norte de la ciudad una escena bien distinta.
P¡Ooful1<tl quebrada
descenùía
de los laùos de Santa
¡.[¡da hacia el pucnte Cjlle Sc' llamó de San Francisco, y que
había que pa~ar pal-a dirigirsi.' {lIa fuente de donde se
pI"u\'cía d,~ ag'lIa b ciad¡HI; C,Tca de una hont hacía que en
¡UjlH.:1bdin'ccit)1l había tl nitlo lu!!.'l!"una lucha tan desigual
CO~Il(jten"iblc; Pedro Br;t\'o de lXil"l'ra había dicho {l Jorge
Voto (IUL' las d;cm;,;, <le que le había hablado en la cena }.>roiJalJlcmente s(' hahrían cam;ado de esperar,
pero que el sabí;t dónde encontrarlas;
con esta razón el músico siguió á
su compañero hacia las afueras de la ciudad; adelante de
San Francisco y \'a cerca d~ ·la torrentera
mencionada, di\·¡,.aro!O dos for~l;s blar'.caE, al \'Cr las cuales exclamó D.
p,clro: «(Allí ("str[1i.~~
Av;mz0 baci" l·l]as, y Voto]o siguió sin
eotnpn:(lÜe¡O i(, <¡Il'.' ~ignijicaL;\ ;Uludlo.
En\lle1tos en bl¡i.nco~ lienzos Pedro (]e Hungría y Hern{l1lBravo dl' h'i\'~'l,l, lanz{lr<Jn5Csobn' el desprevenido músico tenien<lo ('Tl alto Jas c:;padas; e] sOllHendido Voto llevó
la mano {I hl '_'ll1puñadul'\ <il' ]a suya, y á pesaI" de 10 inespe"do (le] Sl1Cl~O5e defendí,> vakrosamentl'.D.
Pedro aprove.:h(¡ la primenl
ocasión hiriéndole
traidoramente
por la
es:>a]da; entonces fue f{lci] á los otros rem¡Üar al desdicha<h'"acribillitndo]o de heri<h.s.
Entre los tres tomaron el cad{lver y presurosos 10 arroja ron. para ocultado, en ('1 profundo cauce del torrente; las
somb.oas cubri('("(m por algún tiempo la obl"a de]a iniquidad, pero la luna saltó curiosa el barranco
que limitaba la
ti ue brada .Ybuscó con afán 10 que habían
ocultado las tinieblas; su luz blanquecina
avanzando poco á poco dibujó
a] fin el doblado cadáver de un hombre, cuya cabeza en violento escorzo dejaba ver claramente
sus facciones y la sangre de sus numerosas heridas lucía aún fl"esca como extraña
florescencia en las negruras
de la sima.
Allí estaiJa Jorge Voto, el matador de D. Pedro de Avi]a en Carora. de quien ni siquiera había sospechado la justicia humana, pero {l quien no había olvidado la justicia divina.
Corto fue e] <lesfallecirnil'lltú de }P Juana, y su primer
pensamiento
fue para la terribic
D<;' Inés; recordó haber
sentido que agitó ]a puert(' con \Oiolencia y que luégo todo
h?l~ía <tt~edadû silencioso. La joven se levantó al fin y empezo il. ~l1iJll-pausadamente.
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90
Leyendas
D~ Inés había creído en un principio que era un accidente casual el que había cerrado su puerta, é hizo desesperado esfuerzo por abrirla; cuando comprendió que había
sido encerrada, apoderóse de ella ira salvaje :r abrió un ventanillo que daba al corredor; las voces de D. Ped 1'0 y D'!- J uana llegaron ha.,ta ella, oyendo distintamente lo q ne hablaban,
y el espanto se mezcló á su terrible furor; quedóse muda de
sorpresa:r de incertidumbre
de lo que debía hacer; temió,
si ~ritaba, despertar la servidumbre y complicar así la situacion; revolviéndose como una loca enfurecida
destrozó en
silencio su pañoleta de encajes :r abrió al fin el balcón con la
esperanza de llamar á su paso á Bravo de Rivera.
Una nube acababa de ocultar la luna, .r al abrir las maderas retrocedió espantada: parecióle que dos brazos negros
se extendían hacia ella .r que un fantasma enorme se le presentaba; rehízose la atreviàa criolla y volvió á avanzar hacia
el balcón; creyó entonces que un gigantesco patíbulo se alzaba en la calle y se asomaba para mirar su aposento; era el
árbol plantado delante de su c~ que diariamente
veía con
placer y que en aquella noche, con sus obscul'us ramas mecidas por el viento del sur, tomaba fantásticos aspfctos. D'!- Inés,
cosa extraña, no pudo sobreponerse
á su,; temores, y cen-(l
temblando las maderas del balcón.
Volvió al ventanillo, y al ver á Dg. Juana que adelantaba
por .el
, corredor, le gritó con voz contenida de ten-ible cntonacton:
-j Abrid, D'!- Juana!
j Abrid!
j porque en ello os va la
vida!
La joven avanzó con lentitud y dijo con \·oz ronca pero
llena de firmeza:
-No
tengo de abriros, señol'a; antes bien pal'éceme
poca cosa esa mezquina cerradura para guardar una tiera
como vos.
Del pecho de Dg. Inés se escapó una especie de rugido. y
con voz estrangulada que podría meter miedo á un esforzado varón, dijo á la joven:
-i Guardaos, vil criatura.
de desobedecerme!
i Abrid,
os lo mando por la última vez!
Los ojos de la criolla en aquellos momentos habrían SlIgestionado con su siniestro m'agnetismo á otro sér que no se
hallara en el estado psicológico de D""Juana.
-Son inútiles las amenazas de vuesamerced, señora tíacontestó la joven marcando las palabras ;-no podéis hacerme ya más desgraciada;
:r en cuanto á mi "ida, si saliéredes
de ese aposento, mirad esta daga, y tened bien presente que
por mi desgracia cOI're en mis venas vuestra menguada
sangre.
Al decir esto volvió la espalda á D'J. Inés, y entrando en
'Su habitación cerró con vuelta doble la maciza puerta.
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Ifl Inés de Hinojosa
91
Clareaba el día y empezaban algunos vecinos á cruzar la
ca1le cuando D'!- Juana dio á una de las indias de la servidumbre la llave del cuarto de su tía, siguiendo e1la recluida en el suyo.
Muy temprano las gentes que iban á pro\'eerse de agua
á la fuente hallaron un rastro de sangre 'lue, seguido con
interés. hizo hallar el cadáver de Jorge Voto.
Avisado el Corregidor
Juan de Villalobos, hizo sin pér(lida de tiempo publicar un bando llamando (t estantes y habitalltes de la ciudad de 'runja vara que comparecieran
ante él.
Llegó la noticia á Di). Ines, y con el cabello suelto y alardes de terrible dolor fuese á buscar {t Villalobos para pedir
venganza. No había faltado entre tanto quien diera cuenta
al Corregidor de la complicidad que existía entre D'!-Inés y
Bravo de Rive!"a. it quien se sospechaba auto!" del crimen.
Tan pronto como lleg6 la dama cerca de la iglesia pusiÚonla en prisión por orden de Villalobos.
Hallábanse
¡)l"esentes to<las las personas notables de la
ciudad. y sólo faltaba Pedro Bravo de Rivera; súpose al fin
que desde tem prano se hallaba en el coro de la iglesia preparándose {t oír misa. Dirigi,'lse hacia allí el Corregidor llevando consigo l1nos grillos; al llegar junto á D. Pedro ligóse
con ellos al asesino (licien(lo : desde a<llll oil OJlO:; misa.
Entl"e tanto Pedro de Hung'tía ayu<laba al santo sacrificio con los puños manchados de sangre. lo cual. notado por
el que celebraba, lo increpe) diciendo: <¡Traido!"! ¿ por ventura has tú en la muerte clt· este hombre?:.
Terminada
la ffi1sa, Ped nl de Hungl"Ía. ap!"ovechándose
del caballo que con dinero y lo m{ts preciso tenía listo para
salval" á Sl1 cuña(lo. el es,:t"ibano Vaca, hu\'(í de tan fantástica manera hacia Ibagué. 'lue no lo ¡-clat¡{mos aquí POI" pan'ce¡- completan1l'l1tc il1\'l'l"osÍmil.
gl Corregido¡" dio pal"te del hecho á Saritafé, )' mientl'aH llegaban las IÍrdenes l"elati"a¡; al caw permaneció en el
templo é hizo publicar \ln hando <lue J"t'\'ela las extl"añas y
curiosas costumbres
de aq'..1el tiempo.
Dice así Juan RulrÍguez FresIl': c~Iand,í que todos IOH
vccinos de TlInja trlljesen sus camas (t la iglesia)' le viniesen
á acompañar. so pena dt' traidores al Rey y de mil pesos para
la real citmara, con la cual lo acompañó casi toda la ciudad.:'
Gobernaba entonces el Nuevo Reino el ínclito mandatario Venero de Leiva. \' al tener noticia de lo sucedido
trasladóse á Tunja sin pérdida de tiempo, y en rápida sentencia hizo cumplida justicia.
En las eS(luinas de la gran plaza oyóse el terrible preg,)n con entonaciones
de alarido,
cEsta es la justicia que manda hacer el Rey nuestro Señor, su Presidente
y sus Oidores en su real nombre .
. . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . :.
..
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Leye1zdas
D<!-Juana, requerida por el·Presidente,
dio á conocer la
terrible historia de su tía, y D<!-Inés al verse perdida dio
cuenta detallada de sus crímenes. La terrible criolla fue
ahorcada en el árbolplantarlo
delante de su casa, y allí permaneció suspendida hasta que los cuervos obligaron á sepultar su cadáver.
Sólo los ahuIlidos de su perro parecieron lamentar su
fin trágico, y el fiel animal negro y huraño bajo el árbol siniestro fue mucho tiempo objeto de terrores y más tarde
de medrosas leyendas.
Pedro Bravo de Rivera fue degollado y la encomienda
de Chivatá agregada á la Corona.
Hernán, el débil hermano que se dejó a¡-rastra¡" al crimen, corrió la misma suerte, sin que le valiera el aviso que
dio á Voto.Y que el Presidente
Venero de Leiva leyó en la
mesaen que tuvo lugar la cena, por indicación de D,·tJuana.
Esta víctima de los crímenes de su tía fue en el c1aust¡·o un
modelo de virtud.
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El camellóll de Occidente
EL CAMELLON
93
DE OCCIDJ1JNTE
Un grupo numeroso de apuestos caballeros adelantóse
hacia D~~Jerónima, y á excepción de D. Fernando de Monzón que conversaba con D~ Juana de Caycedo, todos pretendieron el honor de bailar con la sin par santafereña.
Sonrió la dama ante aquella solicitud ardiente, y después de \"acilar un momento, dio su mano á D. Francisco de
Anuncibay, que pálido como los encajes de su gorguera,
recibió tembloroso de dicha aquella distinción.
Los ojos de D~ Jerónima recorrieron
con inquietud el
espacioso salón y se fijaron un instante en los de D. Fernando, que parecía seguir su interesante
plática pero que
no perdía un solo movimiento de la joven; fue un mudo y
rápido saludo que bastó para inundal" de luz aquellos corazones.
Habiendo terminado con g-racia r gentileza una alcg-re
chacona, D~ Jerónima, sintiéndose fatigada, fue á buscar el
fresco de la noche en uno de los balcones que se abrían á
la calle de la Carrera,
cuyo centro ocupaba la espaciosa
casa en que se daba el suntuoso sarao.
D. Francisco de Anuncibay siguió sus pasos, y cuando
la joven, abstraída
por la belleza de la noche, fijaba sus
ojos en las lejanas estrellas, sintió que en voz baja le decían:
- Hermosa noche, señora mía, para oír trovas de amor;
deliciosa media luz para acudir á una reja y dar un mensaje al que nos ha robado el corazón.
D'.l Jerónima se estremeció como si hubiera recibido
un golpe eléctrico, y se volvió hacia el caballero sin contestar una palabra.
-No debía sorprenderos la que os digo-agregó
con
voz sorda D. Francisco-Dos
noches hace que en una calle
principal vi pasar al través de una reja la mano más hermosa de Santafé
.
-¿Vos?
iVos!-murmuróla
joven palideciendo
intensamente-- Acaso habéis soñado, D. Francisco.
-Bien sabéis-continuó
implacable el Oidor-el
nombre de la dama y quisiera escuchar de vuestra boca el del
afortunado caballero.
La pálida frente de D~ Jerónima
se coloreó de indignación, y sus negros ojos chispearon en la sombra.
Desvanecióse su pasada emoción, y erguida é imponente articuló con una voz vibrante de despecho:
-¡ Sois un mal caballero, D. Francisco; servís mejor
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I.cycndas
de espía callejero que de Alta Justicia del Rey nuestro
señor!
Tambaleóse el altivo español ante el latigazo de la orgullosa dama, y aunque las palabras se agolparon á sus labios, permaneció mudo, mientras la airada joven pasó delante de él con toda la arrogancia castellana.
Pero no se pudo contener mucho tiempo Anuncibay, y
avanzando hacia ella le dijo con YOz entrecortada
y baja.
-Esperad,
señora; no os gloriéis de afrentarme,
porque será escasa la sangre del que amáis para lavar con ella
vuestros ultrajes :r d-esvíos......•..
-iTenéos,
D. Francisco-contestóla
joven con voz firme
y breve;-los
hidalgos no amenazan á las damas, y en cuanto
al dueño de mi corazón-agregó
con voz vibrante y con toda
la fanfarronería
de la sangre portuguesa de su madre-os
perdonará
generosamente
la vida cuando os halléis á sus
plantas, sin que logréis verter una sola gota de su sangre,
que valdría por toda la vuéstra, D. Francisco 1
Los que en ese momento solicitaron de D~ Jer6nima el
honor de bailar con ella el minué que comenzaba, no alcanzaron á notar la palidez lívida del Oidor y el ligero temblor
que agitaba á la'hermosísima
joven.
Terminada
una danza, la hija de Antón de Olalla se
manifestó indispuesta, y su noble madre resolvi6 retirarse
á pesar de las reiteradas instancias con que pretendieron
detenerla.
En los momentos de la despedida D~ Jerónima Pé1-Só
cerca de D. Fernando de Monzón, dejando caer á sus plantas
su pañuelo. Levantólo el caballero con galante vive¡r,a,y al
entregarlo
alcanzo á oír dos palabras que en YOZ baja y
rápida le dirigió la bella joven.
Nadie hubiera podido adivinar la'dichosa inquietud que
embargaba á D. Fernando
al ver su asiduidad cerca de la
graciosa D;~Juana, que aquella noche llevó todas sus atenciones. D. Francisco vio con envidia el grupo que formaban
los dos jovenes, pensando en la ingrata que adoraba, y perdido para él el encanto del baile toda vez que se había eclipsado la estrella de sus sueños, se retir6 á un saloncito
donde se trataba con animación de los asuntos de la Península.
Poco tiempo después el joven Monzón abandonaba la
fiesta con sincero pesar de la dama que en aq uella noche
había creído ganar su corazón.
n
Con maternal sOlicitud Di!- María de Ûrrego acompañó
hasta el lecho á su hermosa hija, y viendo que el cordial que
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El camellón
de Occidc1lte
95
le había administrado
cerraba -rápidamente
los párpados
<le la enferma con un sueño tranquilo,
rdiróse
la noble
(lama á su cercana habitaci6n.
Cuando el Rilencio envolvió por completo la espaciosa
casa de Antón de Olalla y hasta el viento que gemía. en
los largos corredores
pareció
dormirse,
D'~ Jerónima,
envolviéndose en obscuro mantón y con infinitas precauciones, empe1.(í á deslizarse hacia las habitaciones
bajas.
La extraña y caprichosa arquitectura
de aquel tiempo hizo
larga su marcha, haciéndola crU1.ar, ya un pasaje estrecho,
una escalerilla inesperada
ó un sa16n destarlalado, para
i~egar á la pip1.a abandonada y fría donde se abría la reja.
"Kecesitaba avisar á D. Fernando que el Oidor Anuncil'ay poseía en parte su secreto.
Una imprudente
ráfaga que cerd) con estrépito la mal
entornada pUl-rta despertó á D~ ..\laría, que se sentó sobre!-'a1tada, recordando al momento la enfermedad
de su hija.
Sintió temor en su corazón, y tomando precipitadamente sus l.apatilJas y abrigada basq uiña, quiso cerciorarse por
~í misma del estado de la ioven.
Corrió hacia el lecho,' y al hallarlo vacío latieron las
~ienes de la arrogante portuguesa'y
se sintió tambalear.
Dirigióse al balcón, y abriéndolo cuidadosamente
miró
de soslayo hacia la planta baja. En confuso contorno parecióle \'er en la penumbra
la forma de un hombre. Abandonó aquel sitio y con el corazón palpitante
se lanzó hacia
abajo. La ancha mampara de cuero de Córdoba dio un gemido estridente de"corrida por KU nerviosa mano, y aunque
,,¡guió de puntillas, D'~ Jerónima, avisada pOI-aquel ruido especi¡dísimo, cerró con prontitud la reja y corril) á ocultarse tras la puerta del grande aposento.
Un momento después n;,l Mada penetró ahogada de
(·moción, dirigiéndose
,í. la reja. Casi se tocaron madre é
hija. entrando la una y escapándose la otra como una exhalación. Habría sido de verse la silenciosa carrera de aquellas dos mujeres en dil-ecciones opuestas y medio alumbra(las por escasa luna, como fantasma!> que en la gran casa
llt'sarrollaran misterioso drama.
Cuando la trémula na María \'olvió á la habitación de
SlI hija y la halló al pan'cer sumida en dulce sueño, la miró
lin momento con el ceño fruncido)'
luégo dijo con acento
frío de contenida cólera.
-¿ En dónde estabas Jerónima de Orrego?
La joven abrió los ojos como sol-prendida, y sus labios
pálidos articularon con temblorosa voz:
- Había ido al aposento de mi señor padre en busca de
una medicina tJ.ue me aliviara la cabeza.
--Las doncellas nobles-interrumpi6
con acritud D~
'lada-tienen
servidumbre
á quién recurrir en sus enfer-
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Leyendas
medades. De hoy más, señora hija, no tendrás que buscar
nada en la habitación de tu honrado y noble padre, y vivirás
continuamente á su lado, para que no se )'epitan. Dios mediante, las jaquecas de esta noche.
La ofendida dama corrió con violencia las cortinas 'del
lecho de su hija y se dejó caer en un sillón. Allí la sorprendió la aurora.
En la tarde del siguiente día Antón de Olalla llegaba
á Santafé llamado urgentemente por su esposa.
Hízole ésta partícipe de sus temores, y sin recriminaciones para la hija querida resolvióse inmediatamente
que
!Seabandonara la ciudad para establecerse
en su posesión
de la Sabana.
III
Doraba apenas el sol las desnudas cumbres de los cerros, y sin detenerse en el tupido arbolado de las faldas
quebrábase en deslumbrador destello en el extenso lago en
que por las frecuentes lluvias se había convertido la llanura.
Algunas manchas de terreno libre, semejando pequeños islotes, desgarraban el plateado manto de las aguas. surcadas por numerosas balsas en que á falta de caminos se
trasladaban los indígenas.
Las grandes avenidas del Bogotá, la falta de desagües
y los continuos y torrenciales
aguaceros
hacían que en
aquella época del año pareciera
Santafé edificada en la..<;
cercanías de un lago.
Los preparativos
del viaje traían revuelta en aquella
mañana la casa de D. Antón de Olalla.
Blanca como la nieve y digna por su estampa de su
preciosa dueña era la yegua cordobesa que debía montar
D~ JerÓnima ..
Ancha y flotante gualdrapa
de terciopelo cereza con
guarnición de fleco de oro envolvía casi por completo al
elegante animal, sobresaliendo
apenas su blanco cuello y
altiva cabeza del sillón de terciopelo turquí con cantoneras
de plata.
Con más arte pero no con más riqueza se verían los
palafrenes de las infantas españolas.
Tras una tropa de cargueros indios que llevaban un
equipaje inverosímil para tan corta expedición seguían el
rico encómendero, su arrogante
esposa, su bella hija y el
apasionado D. Francisco, que valido de sus buenas relaciones quiso acompañarlos
hasta el lugar en que dejando las
cabalgaduras debían tomar una balsa que los llevara á su
habitación del campo.
En vano el noble caballero intentó atraer una mirada
de los negros y severos ojos de la joven, ó animar con una
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El camellón de Occidmte
-----------------
sonrisa su faz de diosa empalidecida
y aún más bella por
secreto pesar.
Al llegar á la parte en que la inundación empezaba hubo
necesidad de guías cuyos conocimientos se basaban, ya en
manchas de junco ó en grandes estacas que habían colocado
como indicadoras del camino. A veces reaparecía el terreno
libre y el viaje se hacía fácil.
Los caballos, medio sumeJ~gidos, cruzaban chapoteando
entre los juncos, cuando Di!-Jerónima vio flotar algo que la
hizo estremecer.
Dio parte á su padre, y poco después el cadáver de un
niño indio era conducido por los servidores á un espacio
seco del camino.
Aquel espectáculo nada tenía de extraño, pues era fre·
cuentísimo que los desventurados indígenas se ahogaran al
cruzar con escasa luz aquellas soledades.
Pero ¿ qué importaba la ,rida de un indio si entonces
sucumbían á centenares bajo d peso de las cargas 6 ellátigo de los encomenderos ?
La joven sin embargo miró con indecible horror aquel
vientre hinchado, aquel cabello lacio adherido á la cara y á
los hombros, peinado por las aguas como un caprichoso ta.
cado de la muerte.
Una idea horrible cruzó entonces como una saeta por su
cerebro.
Creyó ver á D. Fernando, al amado de su alma, víctima
de las traidoras aguas, cuando guiado por su amor se aven.
turara de noche en aq uellos caminos; pareciéndole
ver sus
castaños bucles deshechos y su pálida frente manchada con
el lodo de la fría laguna.
Fue tan viva su impresión que sin poderlo evitar lanzó
un grito.
¡"{lcille fue tranq uilizar á sus padres, pretextando
una
pisada falsa de su cabalgadura;
pero la pobre joven no hallaba la calma de su espíritu hasta que una idea salvadora
como poco leal cruzó su mente enamorada.
Hasta ese momento D. Francisco no había conseguido
hablal" {lIa ofendida joven, que Hebabía deslizado de su lado
como sabe hacerlo una mujer cuando quiere esquivarse;
y
ya se iba á terminar
el camino en que debía acompañarlos,
y ya se divisaba la balsa que debía llevarse aquella mujer
adorada.
De repente el decepcionado caballero vio á su lado aquella faz entristecida y bella, y oyó á la dama decir con mar.
cado despecho:
-j Pluguiera
al Cielo que en vez de débil mujer hubiera sido esforzado varón, digno de la confianza de las Cortes,
para poder servir los intereses de mis semejantes!
-Permitid,
señora-interrumpi6
con solicitud Anunci-
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98
Leyendas
'
bay, poniendo su cabalgadura alIado de D¿¡.Jerónima--que
no esté de acuerdo con vos, y dé gracias al Todopoderoso de
haber hecho las cosas como están: á vos, débil mujer para
ser servida y adorada; y á mí hombre dispuesto á complaceros, dócil instrumento de vuestra voluntad y con un algo
de poder que pongo á vuestras plantas.
-Sois muy galante, D. Francisco, y casi me hacéis olvidar rencores que creía inextinguibles-contestó
la joven
con dulzura inusitada;-si vuestro corazón-agregó-tuviera
piedad de los viajeros, de esos desventurados indios que perecen con tánta frecuencia, y de mi padre. tan expuesto á
estos peligros, i cuánta gratitud mereceríais!
Aquel acento penetrante y suave le causó vértigo al noble castellano.
-Podéis contar, D~Jerónima-replicó con viveza,-con
que toda mi influencia se dedicará á complaceros, yen breve plazo éste será el mejor y más seguro camino del Nuevo
Reiqo j yo D. Francisco de Anuncibay os 10 aseguro.
Un rayo de alegría iluminó el semblante de la joven,
que repuso sonriendo:
-Que Dios os premie, señor; en cuanto á mí, os perdono j y para que no olvidéis vuestra promesa-agregó con una
mueca deliciosa,--permitidme indicaros que si hacéis fácil y
seguro este camino; á su vera está mi habitación; allí estoy
yo, y allí por consiguiente está mi corazón.
Al decir esto picó su hermosa yegua y pasó adelante
del embelesado Oidor.
Apenas se dio tiempo D. Francisco para cambiar su
traje, al regresar de su matinal expedición, cuando se dirigió á la Real Audiencia, y con ardientes é incontrovertibles
argumentos logró que se diera inmediato y rápido comienzo
al camellón de Occidente.
N unca se había desplegado en la apática Colonia tal lujo
de actividad en la realización de una obra: numerosas cuadrillas de indígenas, capitaneados por españoles hábiles, trabajaban con ardor en el nuevo camino, lo 9ue no era de extrañar si se atiende al intesés que manifesto la Audiencia, y
luégo la ciudad entera.
D. Francisco parecía tener cariño á su obra, \lue llegó
á convertirse en el paseo favorito del Oidor.
Cuando el mareo que en sus facultades producía la presencia de D~ Jerónima empezó á desvanecerse, el castellano
meditó en la conducta de la joven, y los celos y la duda vinieron á morder su corazón.
A pesar de eso, su vanidad varonil triunfaba de todo, y
no hallando en la Colonia quién pudiera competir con él,
adquirió relativa tranquilidad.
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El ca-mdl(i,¡ de Occide,¡tc
.. - ...
99
------------------------IV
Hacía un mes lIue Antón de Olallase había ausentado con
su familia, y Anuncibay,
preocupado y meditabundo,
recorría la parte de camino que se había terminado.
La noche caía, y su paso fue llevándolo insensiblemente
hacia el lado en donde se hallaba el ídolo de su alma.
Empezaban á brillar las estrellas cuando el caballero,
sintiéndose fatigado, tomó asiento en una piedra que sobresalía en una barranca.
Pocos momentos hacía que descansaba cuando el galope de un caballo le hizo levantar la cabeza.
Permaneció silencioso y vio pasar delante de él la elegante silueta de un apuesto jinete que en fantástica carrera se
desvanecía en la sombra.
Una'punzada de rabioso dolor hirió el corazón de D .Francisco; la sangre circuló con dificultad en su cerebro, y ciego
por la más terrible de las iras, se dirigió á Santafé con la
ligereza del celoso.
Poco después volvía á cruzar el mismo camino, hincando
con furia las espuelas á su caballo y azotando sus ijares con
la flotante espada en su rápido galope.
No lejos de Puente Aranda terminaba la parte seca del
camino, y á una especie de puerto arrimaban las balsas que
durante la época de lluvia conducían á los viajeros.
Allí llegó D. J.<'rancisco sin haber encontrado nada sospechoso en su camino.
gchó pie á tierra, y atando su caballo á un árbol se dispu~o á esperar.
Todo estaba Bilencioso, )' aq uella calma sencilla y grandiosa contrastaba con el alma atormentada
del celoso Oidor.
Hasta entonces sólo la luz de las estrellas había iluminado el solitario paisaje.
Al fin la luna apareci6 t ras los enhiestos cerros, y su
plateada luz bañó la naturaleza de triste y misteriosa belleza.
Riel6 ondulando en las aguas dormidas, mientras que los
penet¡'anteB ojos de D. Francisco sondearon el hori:wnte.
Cansado estaba de esperar, cuando vio un punto negro
que avanzaba con lentitud por sobre la g-risosa superficie de
las aguas.
'rembló de emoción el castellano y esper<l.
La balsa, pues era una d~>estas embarcaciones]a
4ue se
aproximaba, se dibujaba claramente,
así cOl11ola silueta de
dos hombres que en ella \'cnían embarcados.
Fue entonces cuando D. Francisco comprendió ]a magnitud de su error r de su credulidad.
Dócil instrumento
de
una mujer, habíaservido
para allanar cI paso á su rival' a]
fin de aquel camino estaba el coraz(m de la ingrata, perQ bien
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100
Leyendas
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---."--------
veía ahora 10 doble de aquella. promesa, y cómo había explotado la perfidia el tesoro de su amor, y 10 que es peor, su ciega vanidad.
Conocer al que le robaba aquel afecto j saciar su sed de
venganza y devoradores celos; castigar á D;¡' Jerónima con
la muerte del que amaba, tales eran los ardientes deseos
que en violenta pasión animaban enaquel instante á D. Francisco.
Delató su presencia la curiosa luna bañándolo con imprudente rayo, porque levantándose uno de los que venían
en la balsa, puso en su faz negra careta y llevó la mano á la
empuñadura de su espada. El remero que 10 acompañaba
adelantó con mayor rapidez, y el desconocido saltó a tierra
cerca del celoso D. Francisco.
La pálida diosa hizo con su luz una muda presentación;
porque si calló los nombres, hizo comprender que eran dos
caballeros los que se hallaban frente á frente, jugando inquieta en las plumas del chambergo y en los lucientes alamares de las capas.
No se lanza con más furia el tigre del d'esierto sobre
anhelada presa que Anuncibay sobre el silencioso viajero j
no avanza con más hidalguía é intrepidez el héroe de un torneo que D. Fernando de Monzón sobre el agresor desconocido.
Fue una lucha terrible, silenciosa y á muerte.
Murmuraba el viento en el escaso arbolado, las aguas se
.quejaban tristemente y las espadas, con estridente chirrido,
gemían á veces como si se sintiesen heridas.
Anuncibay deseaba arrancar la careta á su contrario,
pero no podía descubrirse porque se las había con habilísimo
contendor.
Quería hablar, obtener el nombre del odiado enemigo,
pero D. Fernando no daba tregua con el terrible juego de
su espada.
Entretanto el remero indíg~na que había conducido al
caballero y que poseía la confianza de D~ Jerónima, aseguró la balsa y se deslizó al lugar del combate, esperando el
resultado de la lucha con ansiedad creciente. El interés que
le inspiraba su amo le hizo lanzar un imprudente grito de
infundada alarma, 10 cual hizo perder terreno á D. Fernàn,do. Aprovechó esta circunstancia Anuncibay y se tiró á fon.do, cayendo el noble joven atravesado por la espada del Oidor.
Lanz6se para arrancar su careta al enemigo caído, pero
más rápido que el pensamiento, el balsero indio descargó
sobre él un violento golpe con su remo, haciendo medir la
tierra al castellano.
Aprovechándose de ta sorpresa el atribulado indio, le
ató presuroso los pies y las manos después de una corta lucha, en la que llevó la mejor parte.
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El camellón de Occidmte
101
Tom() luégo el exánime cuerpo de su !:ieñor y la colocócuidadosamente en la balsa, volviendo á tomar el camino que
había traído.
Nada es comparable á hl. impotente rabia de Anuncibay
al ver que su enemigo se escapaba quizá con \-ida, y sobre
todo sin saber su nombre.
Ruegos, amenazas, promesas, maldiciones y por último
verdaderos
aullidos de furor, rasgaron el silencio de la
noche.
La uaba siguió avazando sin <¡ue su conductor
diera
POI- respuesta
una sola palabl"a.
Como un reptil enfurecido,
D. Francisco se azotó en
vano contra el dnro suelo sin poder romper sus ligaduras.
Cuando el alba apareció en el horizonte pasaron cerca
de él algunos indios pescadores.
)' al fin pudo obtener
su
libertad.
Desgraciadamente
ninguna huella había del fugitivo, y
la h-rsa superficie
de las aguas permanecía
muda ante su
interrogadora
mirada.
r'~l1tn>tanto las primel'as luces de la aurora iluminaban
en ulla cahaña india una escena tan extraña como interesante.
Tendido sobre un montón de paja, pero apoyada la pálida y hermosa cabeza sobre almohadón
de finísimo lino,
yacía D. Fernando de :Monzón.
De rodillas é inclinada sobre él, suelta la undosa cabellera, densamente pálida y embellecida por un dolor supremo, hallábase Iy.L Jer<l11ima espiando con angustia el efecto
de las yel"bas que sobre la herida había aplicado una anciana india.
Acompañando á la jO\'l'n se hallaban su dueña D<!-Violante, que á pesar de su severa mirada nada sabía negarle,
y la habitadora
de la cabaña, cuyo hijo era el balsero á
quien D;~Jerónima había confiado el secreto de su amor.
Xo lejos de allí se alzaba ¡a espaciosa casa de Antón de
Olal1a, algunas de cuyas ricas mantas, en viajes sucesivos,
vinieron á hacer confortable la cabaña indígena.
Nadie puùo sospechar la que pasaba, y sólo la palidez
de nI- Jerónima alcanzó á alarmar á sus amantes padres.
En vano Anuncibay, presa del más celoso despecho, indagó cautelosamente
el nombre del caballero herido j ninguno faltaba en Santafé, pues el único cuya ausencia se lamentaba en los salones, D. Fernando
de Monzón, no podíll
ser objeto de sospechas toda vez que babía partido para
Cartagena cIe orden de su padre.
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102
Leyendas
v
Tomóle el Oidor profunda aversión al camino de Occidente, y COll culpable egoísmo quiso poner trabas {i su continuación. Pero ya la obra tenía vida propia, y fue imposible contener el impulso tan vigorosamente
dado.
El trazado r los desagües establecidos
habían hecho la
vía perfectamente
practicable hasta la casa de D"" JerÓnima.
Cuánto más 10 habría lamentado
Anuncibav
si en una
estrellada noche hubiera seguido al silenciosó fraile (lue,
guiado por un joven indio, emprendió en aquella dirección.
La Semana Santa hizo Que Antón de Olalla trajent á su
familia á Santafé ..
La vista de D<·lJerÓnima exaltó de nuevo la ¡:lasi,În dL'
D. Francisco, haciendo revivir sus celos.
Proyectos de venganza hacían hervir la sangre del castellano, y herido por los desdenes de la joven lJ.uiso an-ostrarlo todo para domar aq uel org-ll110aunq ue sacI"itical"a su
felicidad.
Aún no había prohibido el l{ey de i<;spaña el matrimonio de los Oidorcs en América. v D. Francisco
sc Üi¡'igi,) el
día de Pascua con toda la solem'llidad acostu m b¡".-tdit (L I-)(~dil"
á Antón de Olalla la mano de su htja.
Sin omitir ninguna de las formalidades de aquel (iempo,
y hechas todas las objeciones naturales en tlll padre tan cariñoso como el rico encomendero. el noble conquistador concedió al Oidor la mano de la joven.
Quiso D. Francisco ver ~ su futura. y que en presencia
suva se le comunicara la \'oluntad de su pa(ll'è.
- En el fondo del espacioso estrado. ocupando anchos sillones de cuero de CÓ¡'doba, se hallaban Antón de ()Jalla. Sll
esposa D<1- María de Orrego y su futuro yerno.
La adesonada techumbre ostentaba abigalTa<lo,,; y fan'tásticos dibujos de caprichosa pintura;
molduras doradas
corrían á lo largo de las paredes y sostenían el tapiz de;erciopelo carmesí que cubría todo el sal()n, sin que inten"umpiera esa monotonía sino un gran Cri,,;to en el tesÜ')"o. y á su
frente un retrato de Felipe II.
Descorriósc una mampara y !evantóse una cortina, dando paso á Jerónima de Orrego. Vestía de terciopelo
negro
con regia sencillez. y llevaba en desnudo deslumbrador
los
brazos y gar~anta.
Adelantose con su acostumbrada
gentileza y salud() con
naturalidad á D. Francisco.
-,:Me habéis llamado. padre mío? Intarogó
con dul:mra.
Antón de Olalla extendi6 sus bl-azos pero la eOloción
ahog6 su \'01.. ¡Amaba tánto á aquella hija .... !
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El
--.-
..
---
.... --"
camellón
de Occidc1lft:
------------
---
103
Entonces Anuncibay, dando un paso aùelante, dijo con
un acento tembloroso en que se traslucía el triunfo.
-Vuestro
paùre acaba de hacerme el inapreciable honOI' de concederme
vuest!'a mano, por la cual espel'o la incomparable dicha de ser vuestro esposo y señor.
D'~Jerónima retrocedió. y fijando en e! Oidor sus neg!'OS ojos que despedían centellas, internlmpió
con nerviosa
VIveza:
--Jam{ls seréis mi señor, D. Francisco
de Anuncibay.
Dios, el Rey, mi padre r el que elija mi corazón. ¿Vos? ¡Vos,
nu)].::a!
Antón de Olalla, con ci ceño fruncido, se le\'antó de
~u asiento presa de la mayor sorpresa,
---{Desde cuándo una hija hace objeciones á la voluntad
paterna?-dijo
con se\'ero acento.--D;~ Jel"ónima de Orrego
y Olalla -agTeg,Î
con solcmnidad.--estáis
prometida á D.
Francisco de Anuncibay. y Beréis sin dilación su esposa.
--j Perdonad,
padre y señor!---exclamó la joven cayendo
de rodillas; -no forcéis mi roluntad, no quiero, no puedo ser
la esposa <le eSl' caballero,
La ten1\1ra de! padn' sc' cles\',u1eci(') ante la autoridad
amenal.<Hla por la primera I'ez.
- -Vuéstra es. D. F'rancÏsco-1lijo
adelant{lndosc con serena linneza; - os lo he pl"ometido. y para llevado á cabo pasan~ sol))"e mi propio corazón.
Le\"ant(Îsl' lr,l ]cl"ónima y con la faz pálida y los ojos
brillantes, elijo C'))] voz clara, dirigiéndose á su padre:
---Pasa¡'eis, señor, soJ¡l'i.' Vllcstl"O corazón si así la que¡'éis: pel'o como hidalgo y como Cl"istiano. no podéis pasar
sobre mis juramento:.; y sobre la hendici()n de un sacerdote.
Hubo un 1l10m~nto cie silencioso estupor que rompió
J)',l \Iaría, a\'anzando hacia Sil hija.
mientras sus manO!';Se
retc)l-cían de al1!~usti<l,
--i.Qué hab,~is hecho. hija mía? ¡,(¿lié acab{lis de decir á
vtll'stro padre?
--No temáis. madre y;;eñora--contestó
COll firmeza y
dulzura LW .Tel"ónima;--nada he hecho que pueda afrental:nos; nuest¡"o honor está ileso. He contraído solemnes esponsak:;, que espe¡'o ratifica¡"éis gustosos ante lin sacel"dote,
con un distinguido caballero,
--¡Su nombre! Decid su nomure!---rugió
D. Francisco--mientras que el ùolor y la SOl"presa pan~da que habían paralizado il Antón de Olalla.
-¿Su nombre?--dijo
Da Jerónima irguiéndose altanera
ank el Oidor: - por ahora no la sabréis, D. Francisco; sólo la
diré á quien tiene derecho de interrogarme;
en cuanto á
vos, tiempo es ya de que no os mezcléis en los asuntos de mi
"ida .Ydejéis á una noblt.' dama sin ofenderla
con vuestro
papel de inquisidor.
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104
Leye1f4as
-¡Me ha engañador-murmuró
con voz sorda Antón de
Olalla. mientras dos lágrimas cruzaban las mejillas del viejo
guerrero.
Ante la expresión de aquel dolor D;~Jerónima perdió
toda su energía y cayó desolada abrazando connIlsivamente
las rodillas de su padre.
Fue entonces cuando Di!- María de Orrego dijo con voz
áspera:
-Bien véis, D. Francisco, que no es posible que sea lo
que habéis solicitado. Nuestra casa está siempre abierta
para vos, pero la verdad es que en el caso presente sobráis.
Así creo que piensa mi esposo y señor.
No esperó el humillado caballero á que aquello se ratificara, y ciego de ira y de despecho abandonó la casa.
Cuando entre lágrimas y súplicas ardientes de perdón
pronunció Di!- Jerónima
el nombre de D. Fernando. comprendieron sus padres el porqué de su silencio y el temor
que ella había abrigado de no obtener por medios ordinarios su consentimiento.
La extremada
juventud de D. Fernando
de Monzón,
pero más que todo su cualidad de hijo del Visitador cuya
presencia traía revuelta la Colonia, siendo manifiesta su hostilidad hacia Antón de Olalla, justificaba el sigilo de Di!JerÓnima.
Convencido Anuncibay de que no sólo se le escapaba el
objeto de su amor sino que no le era posible vengarse. obtuvo algún tiempo después ser promovido á la Audiencia de
Quito.
Cuatro años más tarde, cuando los briosos corceles de
D, Fernando de Monzón 'j de su feliz esposa D<·lJerónima
cruzaban en rápida carrera el ancho y seguro camino que
conducía á su hacienda. una sonrisa de burlona piedad asomaba á los labios de la dama, recordando á Anuncibay, al'
diente iniciador del camellón de Occidente.
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El Presidente Sa,zde
1<:LPRESIDENTE
105
SANDE
1<~nla Edad :\ledia tuv·) grande importancia
e1l1amado
juicio de Dios, práctica nacida de la fe ardiente de aquellos
tiempos y de la notable deficiencia
de la justicia humana.
1<:ntodo hecho criminoso en que faltaban pruebas para castigar culpables ú para defender
inocentes, la lucha de dos
campeones que representaban
al acusado y al acusador dirimían la contienda,
teniéndose
el castigo que se daba al
vencido como impuesto por un fallo venido de la Alto.
Muchas veces la inocer.cia fue salvada por este medio,
l!Ue hoy nos parece tan extraño,
y ocurrieron
casos singulares como el de la segunda esposa de Felipe mde Francia, arrancada de las garr;¡.s de la muerte ti que la babía
lle\'ado la calumnia, por un defensor que en palenque cerrado venciií al <¡ue la acusaba y le hizo confesar la falsedad
ch, sus aseveraciones.
Conocido hasta de los niños es el caso ocu nido con motivo de la muerte de un ca~allero asesinado en un bosque
sin más testigo que su perro. 1;;1 noble animal pèrsiguió de
un modo tan tenax al agn'sol', que el hecho se hizo notable y
despertó terribles sospechas que llegaron hasta el Rey; acudieron al juicio de Dios. y el perro degolló al matador de su
amo, quien antes de expirar hizo la confesión de su crimen.
No menos curiosos han sido los emplazamientos
ante el
tribunal de Dios, de los cuales hay algunos casos que han
llamado en épocas diversas la atención.
1<~n1311 Felipe IV el Hermoso, de Francia,
al conseguir la supresión de la orden de los templarios hizo quemar
al Gran Maestre Jacoba Molay, el cual en sus últimos momentos emplazó al Rey y á otro gran personaje para comparecer ese mismo año ante la justicia de Dios. Antes de
terminar el tiempo fijado murieron
los dos grandes magnates.
En 1312 Fernando IV de Castilla, conocido en la historia con el nombre de El Emplazado condenó sin pruebas,
por un crimen que les imputaban, á los hermanos Carvajal
á ser despeñados en ~Iartos; ellos protestaron de su inocencia hasta el último instante, y emplazaron al Rey para
dentro de treinta
días. F;l monarca
mudó en el preciso
día para que había sido citado.
En 1808 surgió una discusión acalorada
entre el prior
del Convento de San Diego y el Oidor Portocarrero,
á causa de la tierra que arrojaba.n sin consideración
delante del
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106
Leyendas
convento los trabajadores
que componían
el camellón.
J<~I
Oidor, de carácter
violento, no dio oídos ni á razones ni
á súplica.<;, y el prior, justamente indignado, díjole que su
contienda
la sometía al fallo de lo Alto, á cuyo tribunal lo citaba.
gn la noch\: de aquel mismo día muri{¡ ci PI"jOJ" y á los
diez días el Oidor. con asombro general.
Pero tratándose de estos asuntos, pocos han sido tan
dignos de atención como lo ocurrido al Presideptc del Nuevo Reino D. Francisco de Sande.
II
EI"a una tarde del mes ùe Ag"osto de 1602. L~nuna de
las mejores casas de Santafé, situada en la plaza principal.
veíase un salón lujosamente decorado en donde lucían sobre
los tapices de terciopelo que cubrían las paredes, el dorado
de los muebles y el rico bordado de los almohadones.
En un gabinete
próximo, no menos suntuosamente
adornado, hallál}ase una dama sentada en una silla baja y
al parecer sumida cn una meditación profunda.
Su melanCillico semblante tenía la palidez (lue imprime
un largo padecer, y sus labios, de he I-mosísimo dibujo, tenían
en sus extremidades
un pliegue de intensa amargura j era
todavía muy bella, y sus ojos admirables en que se había refugiado toda la vida de aquel sér entristecido,
estaban rodeados de un círculo obscuro que los ag-randaba aún más
y los cnnegl-ecía con las coloraciones del pesar.
A su lado, medio tendida en los cojines y con la cabela
apoyada en las rodillas de la dama. que hundía cariñosamente los dedos en la masa de sus cabellos rubios, una joven de Unos diez y seis años le hablaba con acento suavísimo
que sólo ella alcanzaba á comprender.
--Sin vuestro cariñQ, señora mía, ya habría muerto
vuestro pobn~ hermana--decía
la niña mirándola dulcemente.
-No sé qué hacer-dijo
la dama conmovida--para
infundiros valol" y que me ayudéis á' soportar la terrible
situación en que el Cielo nos ha colocado; tembláis á cada
instante y sois capaz de moriros de espanto antes de correr
un peligro verdadero.
-Cie¡-to es. señora, pero he sufrido tánto .. ". temo de
tal manera á mi tutor, vuestro señol' esposo. que bajo 811
mirada me siento moril-.
-¡Callad, D~ Elvira, que esas quejas me llegan {llo hondo
del coraz6n! Refugiada en vos toda la ternura
de mi alma,
sacrificaría mi vida por evitaros sufrimientos;
pero la desg-racia me ha empequeñecido.
la lucha diaria ha doblado mi
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El Presidente Sa1lde
107
cal"áctel" y ya no siento la energía de mi raza. que tánto me
ha servido para defenderme
y defencleros !
-¿ Qué nueva maquinación,
hermana y señora, tendrá
ahora contra mí D. Francisco?
-Quizá
nos olvide algunos días. preocupado
como se
hal1a con la \'enida del Visitador-contestó
D;~ Ana <1(~:'tIesa
tristemente.
Oyéronst' los pasos rápidos y firmes de una pen;ona que
subía la escalera, D?- Eh·ira lcvantóse con viveza, poniéndose
excesivamente
pálida; pn'sttí llO instante de atenci6n. y
luégo. hUYl'ndo cumo una C01"í:a perseg-uida, se escapó POI"la
pu erta más cercana. D~ Anë..!wrmaneci(¡ en su sitio, pero sus
labios IH'rdieron ël colol' y temblaron.
ligeramente
sus
manos.
gn la ha:)itacitll1 ,-nt¡',í lIn 11Ombr,' enjuto, de elevada
estatura, con tinte obscuro l' bilioso en su dura fisonomía. de
ojos inquidos y brilbntt'~, ~le mo\'ilidaÜ extrema.
La dama ]e\ant,) tíJ11ida.m~nte la vista çomo para leer
en el semblante
del recién lkg-ado qué nueva calamidad
debía esperal", y al Vl'l' 'Iut' s',' aCl'l"Caha hacia ella. dijù con
\'OZ al pareCI'" tranl[uila:
,Ha \'lll'lto Dsía m;Î." jllonto IL, lo Cjlh~acostumbra,
,En I'ralidad así ,'s, \1l~~'C)
nunca con la l¡g-l~reza que
debe haberlo deseado VlIc'stl,l cariñosa impaciencia--dijo
el
cahalh:¡'o sarcÎ.stica\lwnt<', a1 mismo tiempo quc' "l' dirigía
al balcón,
--Vt'nid señor;l 'agTl'~('; mientras la llamaba ner\'iosamente ,:on los (ledo'> dl' la rn;U1O(kncha;"UO\'a á kner lUg'ar
en la pla/a un L'sPl'ct<Î.culo ¡k'que 110 Il\' querido p¡"¡\'aros,
po:' 10 cual h,,, n'nido ,Î. PL'SI'!lCia¡'10 .:n \'llestra compañía,
D~~ .\.11<1 :lU ,ontl,,;t/I. 'l·'r.)
Sll:'; ojos SI,' dilataron el,>espanto,
. -Ile Ol'(lell;du ha,','¡'j\l,.;ticia
<:11dus indios, padre é
hijo, que sOl'[¡reIHlie¡'on ¡'uhanelo LInas ma1.O¡"cas, y como
cel"ca de nuestn¡~ hakol1l's SI" halla la hOI"ca, podremos apr,>ciar (Ilmo Si,' cumplen mis ,ínl\,'nes y 'lU;' (ara ponen en un
CétSO como t'sk los ind Íg-l'n,'.;';,
--¿ POI' sólu unas mazorcas hacéi" ahol'car <Í. esos infelices, D, Francisl:o?
L'xdam,í la dama juntando sus manos
con ang-ustia,
-¿ Qué sabéis (k justicia, señora? Han faltado á la
ley y además 80n ¡"l'incidentes. ¡Venid!
-Perdonad,
señor--dijo
D;~ Ana. con las ceja.s fruncidas y la voz insegu¡"a;---no acompañaré á l'Uêsamel'ced en el
balcón, porqul' bien sabéi .•• que los nervios no me la permiten.
-j Plug-uiese al Cielo Il lie no fueseis tan cobarde, ~eñ()ra!
Es vuestro debe¡' complacer {t vuestro esposo, .,' sielUnre
hallo resistc·n.:ia á mis deseos,
.•
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108
Leyendas
-Cuando
son contrarios á mis más caros sentimientos.
-¡Menguada
suerte la mía! luchar con una mujer asustadiza y débil, cuando habríame
convenido una hembra
fuerte y valerosa, una D¡~Juana Pacheco!
-D~ Juana Pacheco-interrumpió
con vehemencia la
dama-no
os habría convenido: ella fue una mujer heroica,
no fue una mujer cruel, y si dio batallas para ayudar al no~le J~an de Padilla, era para defender al pueblo. no para
tJranlzarlo.
D~ Ana calló asustada de sus propias palabras, .Yel caballero le contestó, pálido de rabia, pero con aparente calma.
-Es lástima Que en la Real Audiencia no desempeñéis
el cargo de Oidor defensor de los indios j'de toda la canalla.
--Es lástima, señor, porque si nunca olvido mi noble
raza, tampoco ol~'ido que soy cristiana y veo un hermano en
cada uno de estos indios infelices.
-Pues
que no gustáis de ver suspender á los ladrones,
voy á hablaras de cosas más gratas-dijo
el caballero tomando asiento enfrente de su esposa.-¿ Recordáis la muerte
de Alejandro de Silva cuando ejercía yo la Presidencia de
Guatemala?
--¿ Cómo se atreve Usía á e~'ocar esos recuerdos?
-¿Tenéis
presen te, D'·L Ana, que por sólo haberos saludado tres veces consecutivas se halló la manera de hacerlo
subir, aunque aparentando
otl'a cansa, las gradas del patíbulo?
--Usía sabe que l'l recuerdo de ese crimen que cometi{) es uno de mis mavores tormentos.
- No os apuréis 'tánto por 'eso, señora. porq ue aún agregaremos algo más en nuestra estancia en Santafé.
-j Callad, señor !-exclamó
con angustia la dama.
-¿ Porqué os saludó ayer al salir de la iglesia D. Diego Hidalgo de Montemayor?
-Aseguro á Usía que ni siquiera le conozco. Saludaríame porque soy vuestra esposa, porque soy la Presidenta-gimió la desgraciada
tapandose el rostro con las manos.
Hubo algunos momentos de aterrador silencio.
-¿Sabéis, D~ Ana-dijo
al fin el caballero-que
aún son
muy hermosos vuestros ojos para que puedan pasar sin ad·
vertir esos saludos'~
-j Cruel destino
el mío !-dijo D'·l Ana levantando la
frente;-jamás
me habéis hallado bella para amarme y sí
para hacerme una mujer desventurada.. Si yo creyera que
en realidad os inquietaba la que llamáis hermosura de mis
ojos, probaría á hacer como Lucía, la santa doncella cristiana que arrancó los suyos para enviarlos al tirano,'y alcanzar así que la dejara en paz !
-Sois ingrata, señora: tanto os amo y es tan verdadera
la intranquilidad
que me produce ese amor, que dentro de
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_____________________
El Presidente Sande
109
._.
0.
__
•
_.
pocos días la justicia del Rey hará caer la cabeza del hi,
,I
dalgo y otras dos que yo me se, por razones ana ogas.
Al decir esto el caball.~ro se levantó pausadamente
y
abandonó la habitación.
La puerta se cerró tras D. Francisco de Sandc, Presidente del Nuevo Reino.
i Oh, Dios mío! ¡Cuán desgraciada soy!-exclamó
con
desesperación
la esposaj-no
en vano le llaman Doctor
S'angre .'
,
Cuando el eco de las pisadas se hubo extinguido, se abrio
una pequeña puerta y apareció la bella pero demudada
fisonomía de D~ Elvira.
-¿ Os ha hecho llorar? lOs ha atormentado como siempre?-preguntó
ansiosamente la joven abrazando con solicitud á su hermana.
-Mientras
no toque con vos, mientras no le inquiete la
sed de vuestra fortuna y os deje tranquila, todo sabré soportal'lo-dijo
Di).Ana con tristeza profunda.
Preparábase
á tomar asiento Di).Elvira cuando la puerta volvió á abrirse sin ruiùo. y la fisonomía dura y tel'rible
de D. Francisco dejó heladas á las dos mujeres.
La joven pareció próxima á desmayarse, y Di.lAna adelant6 un paso como para sostenerla:r darIa protección .
. El Presidente pareció no notar el espanto que su presencia producía, :r dijo con acento incisivo que hirió el corazón de las hermanas.
-Había
olvidado deciros, señora, lo que he resuelto
con relación á vuestra hermana.
-Escucho
á Usía-dijo
Di).Ana, mientras la expresión
de una terrible angustia obscurecía su frente.
-Dentro
de ocho días mi pupila irá al claustro, como
deíinitivamente lo he resuelto.
Una ola de indignación
enrojeció el semblante
de D;¡'
Ana, y sin poderse contener articul6 con violencia:
-Noble
misión es la de servir á Dios, pero D<}Elvira no
irá al COl1\'ento por sólo la voluntad de Usía j será monja si
ella 10 quiere)' muestra decidida vocación j las herederas tan
ricas como ella nose hacen santas por indicación de su tutor.
-¿y no me diréis, señora-contestó
con irónica y cruel
sonrisa el Presidente,-quién
habrá de impedir lo que en mi
casa y en este Reino tenga yü á bien disponer?
D~ Ana se llevó las manos al rostro y prorrumpió en sollozos; Di).Elvira se asió á ella como para pedirla protección
y D. Francisco, mirándolas un momento con complacencia
cruel, abandonó la estancia pisando contra su costumbre
con la suavidad de los felinos.
Aún no h¡¡.bían podido contener sus lágrimas las dos
mujeres cuando reapareció con la rabia pintada en el semblante.
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110
Leyendas
----.-.- .. ---------------------.---
-¿Queréismc
decir, señora, dónde est{l la llave del calabozo del huerto?
-Usía la ha guardado siempre-contestó
la dama con
acento inseguro.
-Haré
azotar toda la servidumbre
hasta que en carne
viva me den razón de la llave-dijo
Sande con voz aguda
como la hoja de un puñal.
,
-No hagêÍis tal, D. Francisco-dijo
su esposa enjugando sus lágrimas ;-fui yo quien se apoderó de la llave, y la
arrojé al arroyuelo de la calle cuando estaba crecido.
- Presumíalo, señora-dijo
el Presidente con voz que la
ira estrangulaba.-¿Porqué
os atrevisteis á disponer de esa
llave?
-Porque
en ese horrible calabozo pereció de hambre
la desdichada esclava que encerrasteis allí durante tres meses por una falta que apenas merecía ligero castigo.
D. Francisco miró á su esposa con tal intensidad, que
ella sintió como si la atravesara
una daga; luégo dijo con
una sonrisa de verdugo:
-Las damas cristianas bien pueden
residir donde han
sufrido sus hermanas de raza inferior; así se le\'antan al Cielo
los corazones jóvenes, ?ara lo cual conseguiré otra llave.
Esta vez sí se alejo y sus fuertes pisadas resonaron en el
corazón de laR hermanas.
III
Al día siguiente la Colonia fue hondamente
conmovida
por la llegada del Visitador Dr. Andrés Salierna de Mariaca.
El Presidente
D. Francisco
de Sande había conseguido llevar el terror á todas las esferas sociales; una horca
permanente
levantada en la plaza principal aparecía
como
la rúhrica cruel de su Gobierno.
Las repetidas Quejas de los colonos tuvieron al fin eco
en gspaña, y á residenciar
al terrible
mandatario
llegó el
Visitador ardientemente
esperado.
La primera medida del Dr. Salierua fue dar orden al
Presidente de trasladarse ála Villa de Leiva mientras tenía
lugar el juicio.
Deseaba que los declarantes no estuvieran
supeditados
por el temor que les inspiraba el Dr. Sande. y que hubiera
libertad en todos los procedimientos.
Cuando D. Francisco tuvo noticia de esta disposición,
su rabia estalló con violencia y en su casa, donde todos temblahan al sonido natural de su voz, creyeron
morir de espanto al sentir que rugía como una fiera.
Seren6se al fin y sólo quedaron en su ho¡¡co semblante
m~s marcados los matices biliosos de su ira endémica y más
siniestramente
honda la terrible arruga de su frente.
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Et Pr<,sidfmtc Sallde
111
Dirigiósc á D:·t Ana y le dijo COll naturalidad:
-- El Dr. Salierna de Mariaca quiere que me traslade á
la Villa de Leiva; arreglad, señora, los menesteres
de ese
\'iaje y preparaos para una marcha rápida.
--¿Oueréisme
decir cuántos esclavos hemos de llevar?
-inter;''Og-ó dt;lcemente la dama.
-Solamente
cuatro;
los demás se quedarán al servicio
de mi pupila y á las órdenes de mi fiel Mateo.
I<~stassencillas palabras hicieron en la Presidenta el
efecto de una descarga eléctrica.
Retrocedió palideciendo
intensamente,
y cruzando las
manos con angustia exclamó en desesperada súplica:
-No haréis eso, señor, no la hareis, D. }1~rancisco, mientras yo tenga un soplo de vida. ¡Dejar á mi hermana en
Santafé, separada de mí y entregarla á Mateo .... jOh, Dios
mío! yo sé lo que esto significa; á mí no se me ocu lta que ese
vil esclavo es vuestro verdugo secreto!
El Pre-sidente, sin contestarle,
mirábala en silencio con
su sonrisa de caníbal, y ningún efecto parecían hacerle las
miradas de aquellos ojos centelleantes. ni las palabras vehementes de aquellos labios sin color.
-Callad. D;~Ana-dijo
al fin;-perdéis
un tiempo precioso para los quehaceres de la casa; sabéis que yo no amenazo
y que mis palabras tienen la fuerza de los hechos cumplidos.
Diciendo esto se dirigi() á su despacho, donde 10 esperaban varios caballeros.
-¿Os vais á la Villa de Leiva? le preguntaron
con solicitud fingida.
-Tengo
de irme; sólo que ser{l un corto viaje.
-Quiera el Cielo que sea como dice Usía-dijeron
los
cortesanos.
--A Dios gracias-contestó
el Presidente con unasonrisa llena de sugestiones,--puedo
llevar al Visitador estas barras de oro ahura que voy á clcspedirme. y seguro estoy con
ello que será bien despachado.> este neg-ocio en que mis enemigos me han metido.
Al mismo tiempo que hablaba el Dr. Sanùe mostraba á
lOH caballeros
unas barras de metal muy bien acondicionadas (lue tenía sob¡'c la mesa.
--¿Creéis posible que el Visitaùor reciba ese oro? preg-untó uno de los oyentes Hin poder contenerse.
-Créolo,
señores--contcstó
el Presidente
con firmeza ;----ysi os servís esperarme, podré demostraros dentro de
poco que yo teng-o razón.
-Esperaremos
á Usía--dijeron á una voz los caballeros,
sorprendidos de tal pretensi<ín tratándose de un hombre de
la talla moral del Dr. Andrés Salierna de Mariaca.
:Media hora después regresaba
D. Francisco de Sande
y decía sonriendo á los que lo esperaban:
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112
Leyendas
-Cinco mil pesos de buen oro me ha costado el favorable despacho de mi residencia; no es duro de comprar el Visitador Salierna.
En la tal'de del mismo día nadie ignoraba en Santafé la
especie de la supuesta compra, llegando, como era natural,
á los oídos del interesado.
Una espada que le hubiera herido el corazón no habría
producido una impresión más dolorosa en el noble caballero; agoIp6se la sangre á su cerebro y la más justa de las iras
le hizo palidecer hasta parecer un cadáver; galvanizóse empero aquella víctima de la calumnia con el deseo de poner
en salvo su honra mancilIada.
Corrió á casa del Arzobispo para pedir su auxilio en tan
terrible trance; pero su impresión era tan violenta, que no
alcanzó á Ilegar adonde se dirigía y fue trasladado á su casa
presa de ardiente calentura.
Allí fue á verIo el Ilmo. Lobo Guerrero, y por ruegos
del enfermo el Prelado pidió al Presidente que se desdijera; D. Francisco sostuvo al Arzobispo la entrega quede!
oro había hecho al Visitador Mariaca.
Al saber el íntegro Juez que Sande se sostenía en su acusación. le hizo instar que viniera á su casa para ver si delante de testigos y del Sr. Lobo Guerrero se atrevía á pen,istir
en su calumnia.
El desgraciado caballero se hallaba ya á las puertas de latumba porque no le era dado vivir con la mancha de su honra.
Cuando llegó el Dr. Sande fue una escena tan terrible
como conmovedora la que tuvo lugar en la estancia en que
le haIlaba el moribundo.
Bajo los anchos cortinajes del enorme lecho dibujábase
en los blancos almohadones la demacrada y anhelante fisonomía del Visitador Salierna.
Rodeábanlo los más altos personajes de la Colonia, y á su
c.:abecera,en el sillón de honor, hallábase con semblante
contristado y grave el Ilmo. Lo,boGuerrero.
Esperaban todos con una inquietud que no podían disimular la llegada del Presidente Sande.
Cuando sus pasos resonaron en el corredor, se hizo un
silencio profundo y el enfermo levantó con dificultad la cabeza, fijando en la puerta de entrada una mirada de profunda ansiedad.
D. Francisco penetró en la habitación haciendo con naturalidad un saludo álos circunstantes que se habían puesto
de pie, se acercó al Arzobispo, á quien prestó atención especial, y fijó en silencio su mirada de acero en el pálido semblante del Visitador.
Este se incorporó con fuerza y con los labios trémulos y
los ojos brillantes por la fiebre y pOI'la indignación, dijo al
Presidente Sande :
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El Presldenle Sande
113
-Ruego
á Usíaque escuche la súplica de un moribundo, y diga la verdad;
delante de Dios. ante El no puede llevarse ningún testigo falso, ni sostener una calumnia; conjuro á Usía que desmienta el terrible testimonio que me ha
levantado.
D. Francisco no se inmutó, y mirando á los que le rodeaban, dijo con una sonrisa de compasión y voz tranquila:
-Bien quisiera complacer á vuesamerced. pero no puedo faltar á mi palabra ni dejarme arrebatar mi dinero; cierto es que di al Sr. Visitador cinco mil pesos en oro de buena
ley, y que le pido me los devuelva.
La faz de D. Andrés se descompuso horriblemente,
y
pareció que iba á exhalar el último suspiro; el Arzobispo se
leva.ntó precipitadamente
para prestarle sus auxilios, y el
Presidente permaneció impií.vido en el lugar que ocupaba.
Cuando una especie de paroxismo hizo creer que todo
iba {t concluir, presentóse una reacción inesperada, y el escalofrío del espanto hizo estremecer á cuantos se hallaban
en la estancia.
El Visitador sentóse de pronto en e11echo con violencia, con el semblante lívido, el cabello el'izado y los ojos
como dos centellas, y dijo con \"Oz clara y terrible levantando
en alto su brazo descarnado:
--A vos, D. Fnmcisco de Sande ; á vos, ('1calumniador
de un caballero; á vos, el verdugo del Nuevo Reino; á vos,
espero dentro de nueve días ante el Tribunal
de Dios; allí
os cito; allí sin remisión os emplazo.
Cayó el Dr. Salierna en el revuelto lecho y el sudor de
la agonía humedeció su frent.~ y sus cabellos.
D. Francisco de Sande hi;:o un gesto desdeñoso, y mientras la belada ráfaga de un temor invencible hacía golpear
el corazón de los allí presentes, abandonó
pausadamente la
habitación sin hacer caso de que le abrieron calle con horror
y las miradas de todos le siguieron
con la expresión de los
que ven escaparse una visión infernal;
alguien cerró precipitadamente la puerta como para evitar un terrible peligro.
Aquella escena dejó hondísima impresión en cuantos la presenciaron.
13 de Septiembre
de 1602 murió en Santafé el Dr.
Andrés Salierna de l\1ariaca. Cuando pasó el entierro delante de los balcones del Presidente asomóse para verle pasar,
y su satisfacción fue visible para todos.
Después de la comida el Dr. Sande se fue á dormir la
siesta, y como tenía de costumbre hizo que D~ Ana se sentara á la cabecera del lecho para velar su sueño; fue aquél
intranquilo y se conocía que tcn-ibles visiones se cruzaban
en su imaginación.
Al cabo de una hora despertó
sobresaltado y preguntó
á la dama:
m
8
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114
Leyetldas
-¿Mucho he dormido?
-Cerca de una hora ha reposado Usía.
-Ni reposado ni dormido, señora-dijo con aspereza
Sande ¡-en todo este tiempo he estado en querella con el
Visitador Salierna j mirad, D~ Ana, paréceme que tengo
fiebre.
La Presidenta tocó el pulso y dijo para tranquilizarlo :
-No se preocupe Usía con sueños ¡ la fiebre es tan ligera que pronto pasará.
Hízose sin embargo llamar al Licenciado Auñón, pero
el mal empeoró sin que pudiera evitarse.
El 22 de Septiembre de 1602 murió D. Francisco de
Sande, al cumplirse exactamente el tiempo fijado para la
cita que le había dado el Visitador Salierna.
Se refiere una circunstancia que aumenta la penosa impresión que este hecho produce en el ánimo de los que lo
recuerdan.
Hízose al Presidente un entierro modesto á causa de
los incidentes de su muerte, que á todos tenía muy preocupados, y se llevó su cadáver á enterrar en la Iglesia de San
Agustín.
Cuando el entierro iba en la calle de la Carrera descargóse de repente una tempestad terrible de rayos y granizo,
de una violencia tal, que los conductores abandonaron el féretro en la calle donde recibió sin resgùardb la furia del
Cielo.
Allí abandonado permaneció basta la noche, en que sus esclavos 10 condujeron á San Agustín.
S610el noble corazón de D~ Ana de Mesa, aunque diariamente herido, tuvo una lágrima de compasión para su
terrible compañero.
La Colonia respiró con la muerte del que ya sólo era
llamado Doctor Sangre. y por mucho tiempo no se le podía
nombrar al caer la noche sin que los hombres se santiguaran y las mujeres y los niños temblaran de espanto.
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Calarc4
...
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115
I
CALARCA
Después de la memorable y extraña muerte del Presidente Sande la Colonia fue p.uevamente conmovida por las
'depredaciones de los pijaos y por sus terribles amenazas
Eran estos indios de una raza especial, de estatura más
elevada y de musculatura y fuerza superior á todos los pobladores de este territorio.
Ocupaban una extensi6n de más
de cien leguas, teniendo como centro las montañas de Ibagué
y Cartago.
Cien años hacía que los españoles habían tocado en nuestras costas, y en todo este tiempo había sido imposible reducirIos, aunque eran el terror de todas las comarcas de donde
eran vecinos.
Su valor indomable y su amor á la libertad les babía
dado una supremacía que bacía temblar no s610 á los españoles, sino á todo indio que viviera en paz con los conquistadores de su tierra.
En 1602 asaltaron un hato de las inmediaciones de Ibagué, mataron cuatro indios y robaron cuanto hallaron; en la
encomienda de D~ Ana de Carri6n quemaron el pueblo, la
iglesia y las estancias j mataron quince indios, llevaron á los
demás cautivos, y asesinando al español que allí residía, lle\'aron en triunfo su cabeza.
Súpose que tenían el plan de arrasar á Tocaima. CartaRO. Buga é Ibagul~, llevándose todas las mujeres,
El Gobernador
de Popayán mandó {l su hijo D. Pedro
de :Mendoza á organizar en Cartago una de las Compañías
'lue debían marchar á someterlos; púsose el joven en camino
con un primo y uno de sus servidores; de Buga á Cartago lo
asaltaron los pijaos, y asesin{lOdolos lleváronse las tres cabezas, las cabalgaduras y cuanto llevaban, dejando en el camino Jos mutilados cuerpos.
El dolor del desgraciado padre corría parejas con su indignación, y nombró apresuradamente
para marchar contra
los indios al Capitán Fernández
Bocanegra, único Jefe á
(Iuien temían, porque durante veinte años les había hecho
la guerra y conocía todos sus ardides .Y su especial manera
de pelear.
El Capitán emprendió
valerosamente la campaña venciendo mil dificultades al internarse en sus terribles
montañas para buscarlos en sus propias guaridas; pero hall6 desiertos ranchos y bohios y destruidas las sementeras para que
los españoles no encontraran
con qué alimentarse.
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-
.;~
.• :
116
Leyendas
Seis de los m.ts valerosos pijaos acecharon á sus enemigos y lograron apoderarse de un indio mosca que estaba pescando.
Veinticinco soldados se pusieron en su persecución
y
les dieron alcance al cabo de dos horas, cuando estaban comiéndose crudo al desdichado indígena. Huyeron abandonando su terrible festín, pero los españoles lograron matar
á uno, coger á otro y ver que dos se despeñaban antes que
caer en su poder. El prisionero dijo dónde estaban escondidas las cabezas de Mendoza y de sus compañeros, descarnadas por habérselas comido.
A fuerza de astucia y de constancia cogió Bocanegra
otros nueve indios, entre los cuales estaban los asesinos de
Mendoza, que fueron ejecutados en Buga j con este castigo
calmaron por algún tiempo las terribles correrías de los
pijaos.
Pero fue corta la tregua concedida, porque volvió á saberse que un vasto plan de desolación y muerte estaba preparándose, porque unas garzas blancas habían pasado por
encima de las casas de los pijaos, señal evidente para ellos
de que los blancos irían á sus tierras, por 10 cual se preparaban á ganarles de mano destruyendo con el fueg-o todas sus
ciudades.
Eran tan numerosas las quejas y peticiones que con relación á los pijaos llegaban á la Audiencia y las que esta corporación enviaba á la Corte de España, que escogieron allí
un valeroso militar que no sólo viniera como Presidente,
sino que trajera la especial misión de someter á los pijaos.
Fue elegido el noble caballero D. Juan de Borja, nieto
del Duque de Gandía.
II
El Jefe de los pijaos en aquella época era Calarcá, hombre de extraordinario
valor y tan terribles y numerosas hazañas, que los españoles temblaban con su nombre y los indios marchando con él se creían invencibles.
El Cactque de los coyaimas vivía de paz con los españoles, pero ni se había querido bautizar ni ser su aliado en los
combates contra los pijaos. Uníal0 estrecha amistad con Calarcá, por el que tenía grande admiración y á quien en prueba de ello había regalado un fino arco labrado por él mismo
y un collar de cuentas que á precio de oro había obtenido
de los españoles.
Era el Cacique un hombre de hermosa presencia que
á pesar de su color bronceado y su recia cabellera, constituía un bello tipo americano.
En una encomienda próxima á sus dominios había entre
los servidores de un hidalgo español una viuda, bija también
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Calarcá
117
de la Península, de cerca de cuarenta años, bastante fea por
sus poco agraciadas facciones, pero que se hacía notar por
una blancura extremada y una cabellera tan abundante como
rubia.
El cambio de oro por algunos objetos <.leCastilla hacían
que el Cacique frecuentara
la encomienda, en donde experimentó la más loca admiración por la mencionada española.
Dádivas cuantiosas al hidalgo que estimaba las condiciones
del indio, y continuas pruèbas de ciega decisión hacia la
viuda, hasta llegar á hacerse bautizar por complacerla, hicieron al fin que ésta se dl'cidiera á dar su mano al noble
indio, que al hacerse cristiano tomó el nombre de D. Baltasar.
Cuando Calarcá tuvo noticia de este suceso no perdonó
á su amigo que se hubiera unido así á los enemigos de la
Patria; rompió toda relación con él y prometió vengarse de
un modo sangriento. Con malignida<.l de tigre espió el terribIt" pijao el modo más cruel de llevar á cabo su propósito.
Entretanto
D. Baltasar era el más dichoso de los Jefes
indios, y el Cielo puso el colmo á su felicidad con el nacimiento de un hijo de una belle7.a que jamás pudo soñar el cobrizo americano. Tenía las facciones correctas y atractivas de
su Vadre, pero con los ojos azules, una blancura inmaculada
y linos cabellos rubios que enloquecieron
al Cacique; hasta
una imperfección
de nacimiento que tenía en una de sus
orejas vio reproducida en aquel hijo, que sin esa circunstancia tenía tendencia á creer que más bien era un hijo del sol.
No era slSlo una delirante ternura la que el pequeño le
inspiraba, era una especie de adoración y culto, porque no
se creía digno de poseer tan preciado tesoro; el niño era en
venlad una maravilla de belleza, notable hasta entre los mismos españoles; la madre al verlo pensaba conmovida en el
niño incomparable de Belén, y D. Baltasar al tenerlo entre
sus toscos y morenos brazos temía que se deshiciera aquella
piel de raso con coloraciones de conchas marinas; el indio
tijaba sus pupilas con intensidad adormecedora
en aquellos
ojos de zafiros húmedos, y se desvanecía de ternura.
La bella criatura crecía entre la adoración del Cacique
y de su pueblo, y ya iba á cumplir los dos años, época en que
el afecto que inspiraba había llegado ásu período álgido por
los encantos peculiares á esa edad.
Era una hermosa tarde. D. Baltasar se hallaba en una
pradera limitada por un riachuelo, en cuya orilla opuesta
comenzaba un bosque. A espaldas del Cacique hallábase la
población, y la esposa del Jefe se dirigió al extremo del campo en busca de agua.
El niño vio á la madre, y desprendiéndose
de los brazos
del Cacique corrió hacia ella por sobre la verde y menuda.
~Tama; su cuerpecito
de extremada
robustez cortaba su
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118
Leyendas
---------------------------blancura con una tela roja que le había ceñido la española.
y se mecía en su tarda y vacilante marcha como un ánade
joven que bate las nacientes alas; la madre 10 esperaba sont"Íendo y con los brazos extendidos j el niño gorjeaba y reía
como un pájaro feliz, encantado de aquella primera escapatoria, y el Caciq ue no tenía ojos sino para aq ue! ramo de jazmines que se deslizaba en la pradera.
Iba á recibirlo la española cuando dos brazos nervudos
y fuertes se 10 arrebataron:
de la espesura acababa de surgir un salvaje que tomando con rapidez al niño desapareció
instantáneamente
en la selva.
Oy6se un doble alarido de desesperación
mezclado al
grito ya lejano de la pobre criatu ra; la espesura se estremeció poblada de ayes y amenazas v las ramas rotas con fuerza dieron paso á los desventurados padres, que como fieras
heridas corrían en pos de su cachorro.
Cundió entre los coyaimas la noticia y la población fue
abandonada aquel día, porque todos los indiosse lanzaron en
persecución del raptor.
Todo fue en vano, yel dolor de las víctimas hubiera
conmovido á las piedras; dos días después, en la puerta de
la cabaña de D. Baltasar se halló un terrible mensaje.
Envueltos en una piel de tigre viéronse unos huesecito~
delicados y cortos, y una calavera de peq ueño tamaño recientemente roída por fieras humanas; á esto se agregaba
una tela roja, un arco labrado y un collar de cuentas.
Calarcá se había vengado.
III
D. Juan je Borja había emprendido con gran pencla
militar el sometimiento de los pijaos, y con ser él y tener
tan bien organizadas sus tropas, sufrió un rechazo peligt'oSO
en la batalla que dio en el Chaparra!; tm"o que replegarse y
mandar por refuerzos hasta Tunja antes de continuar operaciones.
Los indios peleaban en partidas y emboscadaH )' no empeñaban un combate formal. ~l noble D. Juan de Borja
rehusó emplear contra ellos los perros de presa, que los habrían sacado de las breñas .Y habrían acortado en su favor
tan dura l~cha, cruelísimo medio que no quiso usar el humanitario caballero.
Resistían los pijaos con una heroicidad inquebrantable,
y Calarcá no desmayaba un momento; peleaban hasta las
mujeres y los niños, incendiando con algodón untado de trementina las habitaciones de los españoles. lanzando este elemento destructor por medio de flechas; destruían las sementeras y dejaban al enemigo sin alimento y sin techo.
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Cala"cá
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A fuerza de inteligente
paciencia y habilidad militar
10gl-ÓD. Juan atraer á la llanura á los indios pijaos; la victoria se inclinaba á los americanos cuando una tropa numerosísima de indios coyaimas, con su Cacique al frente, llegó
como una tromba al campo de batalla en auxilio de los españoles, Embriagados
de odio. sedientos de veng-anza, los coyaimas cayeron sobre los pijaos.
Como el ág-uila \.j ue abarca la extensa campiña con sólo
una mirada y descubre
rápida la presa que debe saciarla;
como el acero que adivina el imán, lanzóse el Cacique de los
coyaimas por entre el tumulto del combate, y como el rayo
de la justicia irrevocable, cayó sobre el Jefe pijao, que sembraba en torno suyo el horror y la muerte.
La lanza de D. Baltasar traspasó el cuerpo del valiente
guerrero con tan violenta fuerza, que Calarcá se deslizó por
ella y en su agonía quiso luchar bravamente con su matador.
Fue un momento de ferocidad sublime aquel en que el Jefe
coyaima ahogó entre sus bral:os al verdugo de su hijo.
Con deleite supremo debió sentir el crujido de sus hueS08 entre sus músculos convertidos
en acero; con fruiciones
de felino debió vel' saltar de las órbitas aquellos ojos que
vieron la última mirada de su niño; con temblores de delirio
debió vel- cerrarse
para siempre la boca maldecida que al
probar la carne de su hijo desgarró la suya con las tenazas
del dolor y le mordió mascándole sin piedad el corazón.
La milerte de Calarcá fue para ellos la señal de la derrota; huyaon espantados al faltarles el terrible g-uerrero,
y sólo así pudo terminarse
esta •.última g-ucrra. que había
empezado hada veintidós años.
Hiciéronse nu merosos prisioneros 4.ue se ¡-epartieron en
L'¡h::omiendas distantes. después de haber presenciado la ejecución de treinta de sus jefes principales. Losque pudieron
escapar fueron á establece]-sc a TiclTadentro.
en donde aún
SI' halla su valiente ral:a.
La lanza de D. Baltasar cra una macana que tenía más
<le tres brazas de largo. Duró en el arco toral de la iglesia de
Ibagué como un importante trofeo ofrecido á la Virg-en. hasta el terremoto de 1R26. <¡lle destru~'ó e~e templo.
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NOTAS HISTORICAS
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NOTAS
HISTORICAS
-.-___4' • ..---
(~ENEHA LIDADES
El año de 14'J1 el map:Llnundi era s,)!o la mitad del
adual;
las inteligencias
cultivadas entl1 muy L's..:asas, y. la
ignorancia t'xtend1a sus tinieblas l'n casi todos los cerebros.
Las \'i~jas naciones. señoras de un hemisferio, creíanse
rodeadas d'-, un mar infinito, y cran muy raros los que se
preo..:upaban del límite qllc poMa tenel-; muy lejo~ estaban
de creer los europeos que cU:lIldo el sol se hundía en el desconocido abismo extendía sus brazos de 01-0 para estrecha¡otro mundo \.lUt' arrullaban
dos mares y cubría un cielo,
algunas de cuyas magnitiLencias estelarias jamás podrían
admi¡-a¡- en el viejo hemisferio; no imaginaban que el Monte
Blanco, (lue c¡-eían de altu,-a inaccesible, vendría á aparece¡pequeño ante los Andes de Bolivia: que el Danubio y el
Volga verían menguados !:iU caudal .r su extensión por el
potente Misisipí y el soberbio Amazonas, y que las estepas
de Rusia apenas podrían hermanarse con los extensos llano!ol
\' ¡-icas pampas de la América del Sut".
y en este mundo completamente
ignorado, lleno de
belleza y de desconocidos tesoros, pululaba en agrupaciones
importantes
una humanidad
desnuda .r tan tristemente
ignara, que en muchas partes se ofrecía á sus dioses como
\'ícti ma, y que si en ocasiones era buena y sencilla. en otros
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_
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...:~"'-':;::::;
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Notas
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casos llegaba á repugnantes extremos de degradaci6n y de
crueldad. Y estos salvajes, vestidos como Adán, recorrían
como señores absolutos los territorios de la hoy poderosa
República del Norte, de la progresista Argentina, y se movían numerosos como moscas en nuestra gran Sabana.
Aunque la inmensa mayoría de los indígenas estaba
sumida en la más crasa ignorancia, había en América tres
Imperios notables á tiempo de verificarse el descubrimiento.
El de los aztecas en Méjico, el más importante de los
tres por su población y relativos adelantos.
Motezuma, que reinaba á la llegada de los españoles,
habitaba una gran ciudad, y en su extenso palacio, además
de sus numerosas habitaciones arregladas con comodidad y
riqueza. había un departamento semejante á un jardín zoológico, la que revela avance de ideas que llama la atención.
Los mejicanos tenían obras de mampostería, como la
gran pirámide de Cholula, y recientes descubrimientos de
ruinas muy notables dan idea de una civilizaci6n desconocida. Los altos personajes de la Corte se adornaban con
mant<;iSfinísimas de vivoscolores. plumas y abundantes joyas de oro. La misma indumentaria usaban los chibchas de
la primera nobleza. pero ellos poseían numerosas esmeraldas.
El Imperio de Méjico fue conquistado por Hernán Cortés en 1521. Viendo este valeroso español el corto nÚ-n1ero
de sus soldados para acomet~r el vencimiento de millares de indios, y comprendiendo el temor que la magna empresa inspiraba á aquel puñado de hombres, quemó las naves en que había llegado á Méjico para quitarles toda retirada y convertidos forzosamente en héroes. De este hecho
ha surgido la conocida frase que con frecuencia se usa de
quemar tas naves, sin que se piense las más de las veces en su
grandioso origen,
El último soberano de Méjico fue Guatimozín, que murió quemado lentamente sin exhalar una queja, honrando
así el valor americano.
A principios de 1525 se celebró en la ciudad de Panamá
un Convenio entre el Canónigo Hernando de Luque, Diego
de Almagro y Francisco Pizarro; en virtud de este pacto el
último de los nombrados llevó á cabo la conquista de los incas ó hijos del sol en el Perú, en el año antes citado.
Reinaba Atahualpa á la llegada de los conquistadores.
y la fama de las riquezas de aquel país deslumbraron al
Viejo Mundo. Existían en el Perú magníficos templos dedicados al sol en los cuales babía sacerdotisas con deberes semejantes á los de las vestales roman~. Había jardines, como
los del Cuzco, en donde se asegura que los pájaros se posaban en algunos árboles hechos de oro..... Atahualpa, el
último de los incas. fue muerto por os españoles en la ciu-
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Generalidades
125
dad de Cajamarca, á la vista de sus súbditos, incapaces de
defenderlo {l pesar de su crecido número.
El Imperio de los muiscas 6 chibcbas, conquistado por
Gonzalo Jiménez de Quesada en 1537, comprendía poco más
6 menos el territorió del antiguo Departamento
de Cundinamarca, unas seiscientas leguas cuadradas y una población que algunos cronistas hacen llegar á diez millones.
El Gobierno era una especie de federaci6n de Caciques,
soberanos entre sí, pero dependientes
de un Jefe supremo
que se apellidaba Zipa; residía de ordinario en'Funza, que
era la capital del reino, pero tenía casas de recreo en Tabio, en Tenasucá y en Teusaquillo.
Debía ser muy bermoso el aspecto que entonces presentaba la Sabana de Bogotá; protegida por los cerros cubiertos de arbolado donde anidaban numerosas aves; bordada
de bosQuecillos en que sobresalían algunos gigantes vegetales, á cuya sombra se agrupaban
las cónicas techumbres
indias; con agua abundante
y cristalina que descendía de
las alturas atropellada
y bulliciosa para extenderse en remansos, que servían de espejo á las bellezas muiscas; debi6
de~]umbrar á Quesada que en su entusiasmo la llamó Valle
de los Alcdzares.
Los cbibchas recibieron
este nombre porque las dos
sílapas de que se compone esta palabra se repetían frecuentemente en su idioma, y se llamaron muiscas por corrupci6n
de la palabra moscas con ~ue los designaron los españoles
al divisar el incalculable ejercito del Zipa.
Los indios de esta regiÔn eran sabeístas:
adoraban el
sol y admitían otras divinidades;
la luna 6 Chía tenía su
especial predilección.
El más notable de sus templos, el
santuario por excelencia, era el de Sogamoso. pero también
tenían adoratorios en las cascadas, en las grutas y especialmente en las lagunas, de donde viene la tradici6n de riqueza
Que gozan entre nosotros toùos esos lug'ares,
En las fiestas de los indios, sobre todo en la que se llamaba correr la tierra. que terminaba
generalmente
en la
laguna de Guatavita, arrojaban
en ella objetos de oro destinados á misteriosas divinidades, entre ellas á la que llamaban Cacica milagrosa. La fiesta mencionada consistía
en una carrera desenfrenada de multitud de indios animados de un fervor insensato, que los bacía atravesar enormes
distancias para llegar á un punto determinado y santificado
por algÚn adoratorio;
era una especie de apuesta mística
en que algunos morían abogados por la fatiga y el que llegaba primero se consideraba colmado de dones y predilecto
de sus divinidades; los que morían corriendo la tierra eran
mirados con respeto sagrado.
El dios criador originario de la luz era para los indios
Chimingagua;
Bochica, el dios bienhechor que los había
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Notas
visitado en hermosa figura de hombre de larga barba y cabellos rizados, enseñándoles á construir cabañas, labrar la
tierra, tejer mantas y adorar el sol; también le llamaban
Nenqueteba y Zuhé. Conservaban la idea de una inundación ó diluvio en el cual Bochica formó el Salto de Tequendama para dar salida á las aguas que llenaban la Sabana.
Los indios dividían el tiempo en soles y lunaciones y
contaban por veintenas, sirviéndoles de base los dedos de
las manos)' de los pies. Se dice que poseían secretos especiales para dar al oro la ductibilidad
de una masa que tomaba en sus manos cualquiera forma. La macana, la honda
y la fiechaeran sus armas, que manejaban con sorprendente
habilidad.
El heredero del Imperio no era el hijo del soberano
sino el primogénito de su hermana;
á falta de éste, un hermano del Zipa y sólo en tercer lugar el hijo del monarca.
El designado para ocupar el trono era llevado á Chía
desde la edad de diez años, a una especie de monasterio donde se le sometía á multitud de pruebas difíciles: ayuno y
soledad, con el objeto de formar un buen príncipe.
El día de la coronación 10 sentaban en una silla de oro
sembrada de esmeraldas, le ponían una gran mitra y le presentaban ofrendas; nunca era permitido mirarlo de frente.
El Zipa de Bogotá tenía un rival poderoso que no le
cedía en majestad y riqueza:
era su vecino el Zaque de
Tunja, con quien se hallaba en una guerra perpetua.
Además de los dos, un tercer poder ejercía en el país indiscutible influencia: el gran sacerdote de Sogamoso, especie de
Pontífice Sumo cuyas decisiones acataban sin vacilar los
guerreros monarcas y cuya autoridad establecía treguas en
su odio inextinguible.
Entre los Zaques de 'l'unja se conocen los nombres de
Michúa, Quiminchuatocha-que
reinaba á la llegada de los
españoles-y
el desgraciado Aquiminzaque, víctima final entre esos soberanos de la codicia de los conquistadores.
l<~lmás antiguo de los Zipas conocidos es Zaguanmachica, que subió al poder en 1470; le sucedió su sobrino Nemequene, que dejó el trono á Tisquezuza, quien lo ocupaba
al llegar los españoles; muerto este monarca en su cercado
de Facatativá al golpe de ballesta de un soldado español que
lo últimó sin conocerlo, debía sucederle su sobrino Chaizaque; pero usurpó el trono Zaquezazipa primo de Tisquezuza.
Sajipa fue el último de los soberanos muiscas, y muri6
en el tormento á que lo sometieron los conquistadores para
que dijera el lugar en que ocultaba sus riquezas.
Hernán
Pérez es el responsable de la muerte de este soberano, á
quien también se le da el nombre de Zaquezazipa, así como
lo fue de la de Aquimín ó Aquiminzaque.
El conquistador
I
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Generalidades
127
culpal:>le fue poco después muerto por un rayo en el cabo
de la Vela.
}<~l
último descendiente directo de 10& Zipas fue-D. Ambrosio Pisco, quien en la revolución de 1781 vino mandando
la vanguardia de los Comuneros hasta el Puente del Común.
Como estos sublevados venían defendiendo los intereses del
común de los habitantes del Nuevo Reino, el lugar en que
se detuvieron tomó el nombre de Puente del Común. D.
Ambrosio Pisco murió en las bóvedas de Bocachica en castigo, no tanto de la revolución, ahogada en la sencillez y
buena fe del pueblo de esos tiempos en que él 'tomó parte,
~ino por sus derechos al trono de los Zipas.
El Dorado fue una terrible palabra en el tiempo de la
conquista, que costó ingentes sumas é innumerabless
vidas,
porque al oír esta expresión creyeron los españoles que había un lugar especial en donde el oro se cortaba á cincel ó
se hallaba en polvo en cantidades fabulosas. Buscando este
mito de su loca ambición se consumieron estériles é inauditos esfuerzos.
Hay quien opine que el Dorado se aplicaba para designar al Cacique de Guatavita cuando en las grandes fiestas
entraba en la laguna cubierto el cuerpo de polvos de oro,
y llevando su barca cargada de presentes, la volcaba en el
centro y se bañaba el dorado en sus aguas sagradas.
Si en Europa no soñaban siquiera con la existencia de
otro mundo, la mayoría de los americanos tenía por límite
de la tierra las montañas de sus valles y por la más grande
y poderoso su cobrizo señor, que los apaleaba y ahorcaba
con una facilidad <¡ue hOl-roriza.
Los indios tenían en su ignorancia
terribles perversidades, como las de preparar con cuerpos todavía palpitantes
de niños el lugal' donde enterraban
los postes de futuras
habitaciones, para que la sangre aún caliente les diera buena
suerte y los hiciera incorruptibles;
también mataban lentamente á flechazos niños de diez á doce años, que llamaban
mojas.Y compraban
á precios subidísimos para ofrecerlos
como especie de holocausto.
La luz de la civilización cristiana se hacía de imperiosa necesidad en estas ricas y bellas
regiones, habitadas por una humanidad tan desgraciada.
Los americanos de las costas tomaron las embarcaciones de los descubridores
por monstruos
marinos y á los tripulantes como á dioses; los del interior fueron fácilmente
vencidos á pesar de su núme¡-o por el terror que les inspiraron los caballos, de los cuales creían que hacía parte el
jinete, terrible divinidad que manejaba
el rayo; el estallido de las armas de fuego ponía en fuga numerosos escuadrones.
Los banquetes de los indio;, debían St.'!" poco variados; á
excepción del abundante y diverso contingente <lelos pesca-
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128
Notas
dores de los ríos. sólola carne de venado y la de algunas aves
como la pava silvestre constituía su principal manjar i el
reino animal carecía de sus más útiles representantes i el
caballo, el asno, la vaca, el carnero, el cerdo eran completamente desconocidos i ni la gallina ni el delicioso pavo alegraban con su bullicio las rancherías indígenas i ni siquiera
el ladrido de un perro indicaba la habitación humana ¡los
canes americanos eran mudos y no se sabe si esta raza desapareci6 ó si sus individuos aprendieron á ladrar de sus
congéneres de Europa.
Los primeros perros lostrajo Nicolás de Federmán, así
como las gallinas el Padre Verdejo, que venía en su expedici6n.
~os perros de presa, terrible raza que parece haber
desaparecido. sirvieron de poderoso auxiliar en la conquista y son una vergüenza en los anales de la humanidad. Los
indios les tenían un horror profundo, y hubo perros, como
el Leond/lo de Ba/boa, de tantos servicios y hazañas. que le
ponían especie de cota acolchada de algod6n para librarlo
de las flechas de los indios. y ganaba ración de Capitán i Becerrillo, hijo del anterior. obtuvo en el reparto del botín
al regresar del Mar del Sur quinientos pesos que engrosaron el bolsillo de su amo.
Los primeros caballos los trajo Quesada y los primeros
cerdos Sebastián de Belalcázar i poco tiempo después Alonso Luis de Lugo, hijo de D. Pedro Fernández de Lugo, el
que organizó en Santa Marta la expedici6n de Quesada para
venir al interior, trajo caballos, yeguas, ganado vacuno,
cerdos, cabras y ovejas que prosperaron tan notablemente
en el país que de ellos proceden todos los ganados y caballos que pueblan el extenso llano.
Muchas de las flores y frutas que hoy hacen nuestro
encanto eran aquí completamente desconocidas.
La papa. el maíz, la yuca y la arracacha constituían las
sementeras de los indios. Jerónimo Lebrón en 154:1 trajo
las primeras semillas de cereales y hortalizas i fue en Tunja donde se cosechó primero trigo sembrado con el especial
objeto de que no faltara de qué hacer la harina para la fabricación de las hostias, y fue Elvira Gutiérrez la primera
que hizo pan de trigo.
Las primeras papas conocidas en: España fueron llevadas por Venero de Leiva al Rey Felipe II, quien á su vez las
remiti6 al Papa, circunstancia de la cual tomaron su nombre.
NingÚn monarca europeo había saboreado el chocolate,
y se dice que alhacerlo Carlos V lo llamó bebida de losdioses.
El tabaco también era desconocido en el Viejo Mundo, y
aunq ue fue en Cuba donde 10 descubrieron los españoles, era
sin embargo muy usado por los indios de nuestras tierras
cálidas.
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Gefle"alidades
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129
II
Cuando Colón descubrió el Nuevo Mundo en 1492 ocupaba la Silla romana Alejandro VI. Aunque su segundo apellido era Borgia, el Pontífice era de nacionalidad
española.
Por medio de una bula cedió á España los países descubiertos, r para separarlos
de las conquistas
portuguesas trazó
una línea cien leguas al occidente de las islas de Cabo Verde, dè donde surgieron
después disturbios
entre los dos
reinos.
Parece una verdad fuéra de duda que Colón nació en
Gén,)va; sin embargo hay siete ciudades m:lf; que pretenden
el honor de haber sido su cuna.
A fines del siglo XIX un Prefecto
de Córcega, Sr. Giubega, aseguraba haber hallado en Cal d, ciudad de la isla, la
fe de bautismo de Colón j si esto fuera así, sería muy curioso que tuvieran la misma patria el insigne descubridor
y
Napoleón r.
Cuando Col(,n se hallaba "n Portugal buscando en "ano
los medios de realizar su "iaje de descubrimiento,
se casó
con una hermosa joven, D'·l Felipa Moñez de Palestrello j
desgraciadamente
murió pronto y sólo quedó á Colón su
hijo D. Diego, el interesante niño para el cual llegó á pedir
pan y ab¡-igo en el hist()ríco convento de la Rábida.
Durante los ocho años que gastaron los Reyes Católicos
en e: sitio y conquista de Granada, en los cuales sufrió Colón todos los tormentos de la espera y de la incertidumbre,
y en que todos los (1ue conocían su proyecto 10 consideraban
loco, la bella y noble dama D¡~Beatriz Enríquez de Córdoba
le dio secretamente
su mano, y de este matrimonio
nació D.
Fernando, biógrafo de su padre y tronco de la familia de
Colón que con et título de Duques de Veragua
existe hoy
en España.
14,)()
Fue en este año cuando llegó Alonso de Ojeda á las costas de nuestro país, y con el descubrimiento
verificado por el
hijo de la ciudad de Cuenca en la Castilla de Oro, empezó lo
que en nuestra historia se denomina
la Conquista, ·que duró
medio siglo y en la cual no hubo más ley que el capricho de
los conquistadores.
Fueron innumerables
las hazañas de aquella empresa
gigantesca, y muchos se cubrieron de gloria j desgraciadamente las costumbres
de aquel tiempo y la impunidad de
sus actos por la inmensa distancia á que se encontraban
de
9
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130
Notas
las leyes, hicieron que la mayoría cometiera hechOs innobles y crueldades que hoy nos horrorizan. Bien puede repetirse el conocido verso de Quintana que explica muchos
errores y faltas de la conquista:
Cosas fueron del tiempo y no de España.
Hay casos difíciles de comprender porque no se compaginan las grandes acciones con la crueldad; tal es el hecho
en que el valeroso Baltasar Maldonado, que salvó la vida de
Quesada exponiendo la suya, dio muerte al noble y heroico
Cacique de Duitama con el martillo con que machacaba el
oro, cuando viendo el indio lo inútil de sus esfuerzos, se entregó á los españoles, pero Se atrevió á poner condiciones
hablando como hombre y no como esclavo.
Bela1cázar, el hijo del leñador de Extremadura, conquistador en la América Central, en el Perú, en Quito, fundador de Popayán y uno de los tres conquistadores, murió
en Cartagena cargado de glorias, pero con la mancha imborrable de la muerte que hizo dar injustamente al noble Jorge Robledo, conquistador de Antioquia, que ostenta sin que
nada la obscurezca la auréola del valor y del martirio.
Hernán Pérez de Quesada empañó funestamente el brillo de sus glorias como actor principal en el drama cruel con
que acabaron las dinastías de los Zaques y los Zipas.
Pedro de Ursúa, de noble cuna y caballerescas hazañas,
que fue de los pocos que sólo vinieron al Nuevo Mundo en
busca de glorioso renombre, el fundador de Pamplona, que
murió á manos de Lope de Aguirre en las orillas del Amazonas, cuando fund6 á Tudela en territorio de los Muzos, temeroso de un nuevo ataq ue de los indios, convidó de paz á los
caciques comarcanos y los exterminó traidorameqte.
Nicolás de Federmánn, uno de los tres conquistadores;
Gonzalo Suárez Rondón, el fundador de Tunja; Jorge Robledo, el fundador de la ciudad de Antioquia, y el nobilísimo
Francisco Cesar, no obscurecen sus hazañas con ningún cargo de crueldad.
La página de sangre corresponde en la Conquista al
alemán Ambrosio Alfinger, que viniendo de Venezuela se
int.e.(nóen el Departamento del Magdalena hasta llegar al
valle de Chinácota; allí una mano desconocida dio término
á su roja labor, y su terrible epitafio quedó eecrito con cenizas y sangre. Dícese que llevaba los indios atados en una larga cuerda y que cuando alguno se cansaba y caía abrumado
de fatiga, le hacía cortar la cabeza para evitar el trabajo de
soltarlo.
Como benéfico contraste aparece Rodrigo Bastidas, el
fundador de Santa Marta y descubridor del río de la Magdalena; era originario de Sevilla, gran guitarrista y penden-
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Generalidades
131
ciero en los años de su juventud,
hasta el extremo de conservar enel rostro señales de sus luchas de esa época; fue
tan noble y humanitario con los indios, que no permitía á lO!!
conquistadores que les robaran 10 que poseían, ni que los hicieran trabajar como á bestias de carga; el no permitir la
acostumbrada
rapiña yel haber hecho que los españoles
también trahajaran
ayudando á los indígenas, dio lugar á
una conspiración
contra su vida, encabezada por su hijo
adoptivo Juan de VilJafuerte;
diéronle de puñaladas en el
lecho, y aun cuando no murió inmediatamente,
pagó con la
vida la nobleza de ~m; sentimientos.
Llámase los tres cOJlquis/adores á Federmánn,
Bela1cázar y Quesada por la extraña circunstancia de haberse reunido en la Sabana de Bogot{t !iin que ninguno de e110ssospechara la presencia de lOf. otros y con la especialidad de
que sus ejércitos mcn~uados por el hambre y las dificultades tenían el mismo numero de hombres con ligerísima difenncia, un clérigo y un fraile, los cuales uno era agustino,
uno mercedario y otro dominicano. De los ochocientos compañeros con que Quesada salió de Santa Marta s6lo llegaron á la Sabana ciento sesenta y seis.
Los tres Jefes habían faltado á la confianza de sus superiores prosiguiendo por cuenta propia las expediciones que
ellos les habían organizado.
Federmánn
venía de Venezuela, en donde era Teniente
de Jorge Spira, y sus soldados. que habían cruzado los llanos,
haIlábanse después de una marcha de tres años vestidos con
pieles de fieras.
13cla1cázar venía de Quito, en donde era Teniente de
Francisco Pizarro, á quien había ayudado á conquistar
el
PerÚ; en mejores condiciones que los otros, sus soldados vestían lujosas telas.
Quesada venía de Santa Marta, en donde á última hora
había recibido del Gobernador
D. Pedro Fernández
de
Lugo el puesto que en la expedición dejó vacante su incorregible hijo Luis Alonso de Lugo; el Licenciado cordobés
ocupé" como se ve, un lugar cie muchísima
confianza; los
soldados de Quesada vestían mantas tejidas por los indios.
El fundador de Santafé goz6 una larga vida y alcanzó á
vcr durante cuarenta años su querida ciudad; su existencia
está llena de hechos gloriosos y demuestra
sus elevadas miras; hay sin embargo que observar con pena su participación en la muerte de Sajipa; su innoble conducta con Lázaro Fonte; la increíble ligereza con que se present6 vestido
de gala en la Corte, cuando ésta se hallaba de riguroso luto
por la esposa de Carlos v, lo que le hizo caer en desgracia del
monarca y de los cortesanos, y por último la oposición que
hizo á algunas de las medidas de Venero de Leiva.
El fundador de Cartagena, D. Pedro de Heredia, era co-
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132
Notas
nocido con el nombre del Desnarigado,. perdi6la nariz en un
d~fío <!uetuvo en Madrid, y cuando sanó de su herida dio
muerte a los tres enemigos á quienes debía tamaño desperfecto, y se embarcó para America; fue el más rico de los
conq uistadores y un buen gobernante de la más próspera de
las ciudades de Indias.
E! reparto verificado por D. Pedro de Heredia á su regreso de la expedici6n de las costas de Barlovento fue de un
millón y medio de ducados de oro. Cada ducado equivalía á
ocho pesos de nuestra moneda. De manera que la distribución fue de doce millones de pesos, que al apreciados en
papel moneda constituirían una cantidad fabulosa.
Cada soldado recibi6 S 48,000en ese tiempo; el peso del
siglo XVI valía seis de los nuéstros antes de establecerse el
cambio; le tocaron, pues, $ 288,000 á cada uno, lo que en
ese tiempo era una gran fortuna.
Ni en el Perú, donde se habla de árboles de oro en los
jardines imperiales; ni en Méjico, con sus áureos dioses; ni
en Tunja, en donde el oro recogido formaba un montón que
ocultaba un infante y sólo dejaba ver la cabeza de un jinete,
hubo un reparto superior al que hizo á sus subordinados D.
Pedro de Heredia.
En la Sabana de Bogotá sólo tocaron á los soldados de
Quesada después de quitar los quintos reales y lo que correspondía á Lugo y á Quesada, $ 512 de oro fino, el doble
se dio á los de caballería y el cuádruplo á los oficiales, y sin
embargo se sabe que el rico metal era-tan abundante que á
falta de hierro los conquistadores pusieron á sus caballos oro
bajo en lugar de las perdidas herraduras.
Se dice que el Zipa ocultó tan cuidadosamente sus tesoros que los españoles los buscaron en vano; el Cacique de
Chía, según el dicho de los mismos indios, envió innumerables riq uezas á una cueva de los cerros de Tabio, y luégo hiw
que quinientos gandules espiaran á los ejecutores de sus órdenes en un lugar por donde debían regresar; quitáronles
á todos la vida, perdiéndose así para siempre el secreto del
sitio misterioso. En cuanto á los tesoros del Zaque de Tunja,
aunque es cierto que los españoles acumularon oro hasta
bacer un acervo que parece fabuloso, es muy aceptada la
tradici6n de que por sobre la cerca que rodeaba el palacio
del Zaque sus celosos servidores arrojaban á los de fuéra
enormes riquezas que de mano en mano y formando cordón
trasla.daban los indios hacia un pozo profundo que aún se
halla al norte de la ciudad.
Muy verosímil parece este hecho toda vez que los españoles en corto número no podíau vigilar el extenso cercado
que guarecía la morada del soberano. El pozo mencionado
tom6 después el nombre de un francés llamado Donato, que
se arruinó desaguándolo.
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Gem'yalidades
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o
•
._._,,
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.'
133
__
La fama
de las riquezas de este país atrajo más tarde
y piratas, que fueron terrible azote de las ciu·
dades de la costa.
En 1544 Roberto Baal incendió á Santa Marta, y un Oficial Begines, que había sido azotado por un superior en Cartagena, para cumplir su juramento de venganza, instó al corsario que se dirigiera á la ya entonces rica y próspera ciu·
dad. El ataque tuvo lugar el día que se casaba una hija de
D. Pedro de Heredia y estaban entregados
todos los habitau tes á los regocijos de la fiesta.
Begines halló á su enemigo y lo flageló tan cruelmente
que muri6 dos días después.
Esta jll\'asión y las que se siguieron
hicieron pensar en
amurallar á Cartagena;
esta obra notable la dirigió el ingeniero D. Francisco Murga, y cost6 cincuenta y nueve millones de pesos. Se dice que Fe:ipe n, admirado de tan crecida
sun';a, fingía mirar hacia Cartagena,
diciendo que debían
verse desde l'~spaña las murallas, según lo enorme de su
costc •.
Las primeras mujeres españolas vinieron con Jerónimo
LeLt-ón en 1541, así como lOBprimeros negros, que fueron
intn·ducidos
al país para el laboreo de las minas.
La primera
dama qne hubo en Santafé, en la acepción
de la palabra, fue D"l María oe Unego, portuguesa y esposa
de Antón de GlalIa, y fue este matrimonio el que tuvo la
casa mejor construida;
en cambio Pedro Colmenares fue el
primero que cubri() su casa con teja, en la calle de la Carrera.
El primer matJ-imonio que tuvo lugar en Santafé fue el
de Juan de CéspedcH é Isabel Romero.
La primera mujer de raza española que nació en la ciu·
dad de Quo,:sada f\le ~laría de Céspedes.
El primer español muerto en el interior del país fue
Juan Gordo. que aCllsado de haher tomado unas mantas contra la voluntad de los indios, fue condenado á muerte por
Quesada con el objeto de estahlecer la disciplina; desgracia.
damente tan scvero é inoportuno ejemplar
sólo sin·ió para
convencer
á los naturales de que los españoles no eran dioses, y eran como ellos, unos pobres mortales.
l'~l primer puerto del Magdalena que prestó servicio fue
el de c;-uataquí, y de allí parti'~ron para Europa los tres conquistadores
en una embarcación
fabricada en el mismo lu.
gar, y en la cual, á pesar de ser tan primitiva,
se aventuraron hasta las Antillas.
El primer scmicamino usado para ir de Santafé al Magdalena fue el de Vélez, Carare y Gpón, por donde vino Quesada; luégo se prefirió el de Tocaima para llegar á Guataquí,
y por último se eligió definitivamente
el de Honda, {l lo cual
contribuyó
mucho Venero de Leiva.
á los corsarios
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-----------
Notas
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rn
1550
COLONIA
'En este año empez6, con el establecimiento de la Audiencia, el período de nuestra historia que se denomina
la Colonia, y tuvo una duración de doscientos sesenta años,
es decir, hasta el20 de Julio de 1810. La Audiencia fue el
primer Gobierno que dio alguna seriedad al Nuevo Reino y
puso á raya los desmanes de conquistadores y de encomenderos, que s6lo pensaban en enriquecerse y se hallaban en la
mayor anarq uÍa.
Carlos v concedió desde 1540á la pequeña Santafé el
nombre de ciudad y los títul08 de cmuy noble. muy leal y
muy antigua~ j diole además escudo de armas: una águila
negra en campo de oro, con una granada abierta en cada
garra y rodeada de nueve ramos de oro en campo azul.
1561
Conmovi6sehondamente la nueva ciudad con la noticia
de que el Capitán vizcaínoLope de Aguirre, que había marchado á la conquista de los'omeguas, con el plan de apoderarse de todas las conquistas españolas y declararse soberano
de ellas, había asesinado á varios de sus compañeros en las
riberas del Amazonas, entre ellos á Fernando de Guzmán.
su cómplíce en la muerte que los dos dieron poco antes á
Pedro de Ursúa.
Se formó en Santafé una especie de cuerpo de cívicos.
en la que tomaron parte hasta los caballeros más ancianos,
con el objeto de prepararse á la defensa j pasaban la noche
con rodela al brazo y espada en alto. custodiando el sello real
en la sala de la Audiencia, y era tal el entusiasmo de aquellos belicosos soldados. que se formaron serias querellas discutiendo diversos planes de ataque y de defensa, ha.<>tael
extremo que tuvo Quesada que cortar las acaloradas divergencias ofreciendo castigarlas con pena de muerte.
Mientras en la capital del Reino se hacían estos estériles
y quijotescos alardes de valor, Lope de Aguirre en su carrera de ambición había llegado hasta la isla de Margarita,
en donde logró apoderarse de él Pedro Bravo de Molina;
antes de caer prisionero apresuróse á dar de puñaladas á su
hija. para no dejarla viva en poder de sus enemigos.
Por el mismo tiempo Alvaro de Oy6n, que servía á las
6rdenes de Sebastián Quintero, fundador de La Plata, dio
muerte á su Jefe, y con un proyecto semejante al de Lope
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Gtme,.alidades
135
de Aguirre se apoderó de Neiva y Timaná y marchó á apoderarse de la ciudad de Popayán. El Gobernador Diego
Delgado 10 venció en recia batalla, y él y sus sesenta y cinco
compañeros, á quienes se llamaba los tiranos, fueron descuartizados inmediatamente.
1561
En Febrero de este año vino á establecer la Presidencia
D. Andrés Díaz Venero de Leiva, de inolvidable memoria.
1565
El primer rayo que cay6 en Santafé llenó de espanto á
los sencillos habitantes j cay6 en el lugar en donde hoy se
halla la iglesia de Santa Bárbara, estancia de pan llevar en
ese tiempo; dio muerte á una esclava llamada Cornelia, que
pertenecía
al piadoso Lope de Céspedes, quien levantó en
este sitio una ermita que pronto se convirtió en iglesia.
1566
La viruela, epidemia deHconocida en este país, se pre~
sentó por primera vez é hizo terribles estragos en la raza in~
dígena.
1578
gn este tiempo tuvo lugal- el célebre proceso de Cortés
de Mesa. Este Oidor, que ultrajó al Cacique de Duitama basta el punto de hacerlo suicidar; que vio marchar impávido al
patíbulo á Juan Hodríguez de los Puertos por unos pasquines que eran obra suya, asesinó de un modo cobarde y cruel
á Juan de los Ríos, quien en la agonía mordió al Oidor en
uno de los dedos cuando se esforzaba éste en ahogar los últi·
mas lamentos.
Cuando la esposa de la víctima acusó como matador á
Cortés de Mesa, éste se apresuró {i decir al Secretario de la
Audiencia que certificara que el dedo herido 10 había cogido una puerta, y como dicen sus palabras: <certificad que
no me 10 mordió el muerto.:'
Con esto acabó de condenarse y fue sentenciado á morir
decapitado. Antes de salir de la cárcel rogó con instancia al
Presidente Armendáriz
que se le acercara porque deseaba
decirle algo muy importante j como el Presidente rehusara,
arrojó el Oidor lejos de sí un cuchillo con que pensaba dar~
le muerte, confesando sin ambages su intención.
Fue ajusticiado en la plaza principal, y la especie de
columna pequeña sobre la cual fue cortada su cabeza Be
halla aún en la Plaza de Bolívar, hacia el suroeste, distin-
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136
Notas
guiéndose por su forma circular. La muerte dada á tan
elevado personaje hizo profunda impresi6n en la Colonia.
1579
En Febrero de este año murió en Mariquita Gonzalo
Jiménez de Quesada, conquistador del Nuevo Reino, en la
pobreza, y mandó que sobre su tumba pusieran esta inscripción en latín: Espero la resurrección de los 11lue1los.
1581
La Colonia atravesaba una época azarosa de escándalos
desgobierno, en que figuran las aventuras y atrevidos
planes del Fiscal Orozco. siendo la crónica de ese tiempo
muy poco edificante.
De la terrible enemistad de Orozco con el Visitador
Monzón fue víctima el Cacique de Turmequé, D. Diego
Torres, á quien, para mantener el alarma que para realizar
sus planes necesitaba el Fiscal, acusó de querer sublevar á
los indios, por 10 cual D. Diego fue condenado á muerte.
Por fortuna este americano no era del temple de Aquiminzaque, y la víspera de su ejecución, ayudado del nunca
bien ponderado Alguacil de Corte Juan Roldán, se escapó
de la prisión, y el enérgico é inteligente indio fue á dar
personalmente sus quejas á Felipe n, quien no sólo lo atendió sino que lo nombró su Caballerizo Mayor.
y
1582
Los habitantes de Santafé olvidaron de repente las intrigas tenebrosas en que los envolvían los gobernantes, para
prestar toda su atención á las justicias del Oidor Alonso
Pérez de Salazar. Cesaron las hablillas y la curiosidad en
'. la Colonia, y en su lugar vino un temor que rayaba 'en
espanto.
El nuevo Oidor prestó al principio marcadamente su
atención á las mejoras materiales, y entre otras cosas reemplazó el drbol de la Justicia, que ocupaba el centro de la
plaza. por una pila de aguas abundantes que duró hasta que
fue sustituida por la estatua de Bolívar. Sin abandonar este
camino, viéronse de pronto con horror sartales de indios con
gallinas ó mazorcas atadas al cuello, como signo del delito
de robo, sin que de estos castigos se libraran los españoles
que 10 merecían.
Propúsose acabar con los ladrones, para 10 cual les cortaba las orejas 6 las narices, y se dice que de este modo
marcó más de dos mil. Con no vista energía y tenacidad
implacable hizo revivir causas que tenían treinta años de
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Generalidades
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olvidadas, y condenó á muerte é hizo ejecutar á los que aparecían culpables.
Pérez de Salazar fue llevado preso á España por el Visitador Prieto de Orellana;
iba tan pobre, que él y su familia fueron auxiliados para poder sostenerse por sus compa. ñeros de viaj e.
Justificada su conducta, recibió un empleo, del que fue
luégo promovido á la Fiscalía del Consejo de Indias por
haberse atrevido á fallar un valioso pleito contra Felipe II;
muchos se haùían excusado por fa1tarles valor para sentenciar de un modo desfavorable al Rey.
1585
Verificóse en este año el primer incendio en Santafé:
quemóse la ermita de Nuestra Señora de Las Nieves, que
inmediatamente
empezaron á reedificar en mejores condiciones.
1630
Huho en la Colonia un Presidente cuyos hechos extra\·¡;gante~. vistos al tJ-avés dé' los tiempos, parecen en su principio curiosos y ridículos y acaban por hallarse tan graves
como sugestivos.
Cuando se hizo cargo del poder D. Sancho Girón, Marqués de Sofraga, ocupaba la Silla arzobispal el virtuoso Prelado D. Bernardino de Almansa.
Vn ]a vacía cabeza de] Presidente
sólo se anidaba una
vanidad sin límites, con su cortejo de pretensión, ridiculez
v altanería .
.
Desde antes de llegar á la ciudad envió al Arzobispo 01'dC'n de que pasara á la casa en que debían reciùido y que le
diera el trato de señoría ilmitrísima; el humilde Prelado contestó que sentía mucho no poder complacerlo porque s610
los príncipes de la Iglesia y los grandes de España tenían
este tratamiento.
En la p,-imera festividad religiosa á que asisti6 el Presidente dio el espectáculo de su altanería en el presbiterio
tomando bruscamente el cirio que le correspondía
y profiriendo expresiones
inconvenientes
(lUe alcanzaron
á ser
oídas.
Quiso el Sr. Almansa ensanchar el atrio de la Catedral,
yel Presidente se propuso impedido so pretexto deque así
no estaría libre el paso para su carroza; como no se le obedeciera inmediatamente,
hizo llevar presos á todos los albañiles que allí trabajaban:
\'iose entonces que los can6nigos
acompañados de los monacillos tomaban las abandonadas
herramientas
y se preparaban
á proseguir la obra; la índignaci6n del Marqués no tuvo límites, y vestido de Capitán
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138
Notas
general,
, . juntó sus milicias con intención de aprisionar á los
canomgos.
Cuando el pueblo advirtió la que sucedía empezó á amotinarse y gran número de indios se dirigieron á la casa del
Presidente con el objeto de incendiada.
Supo el Sr. Arzobispo la que sucedía, y dando un alto
ejemplo de respeto á la autoridad, orden6 que los can6nigos
se retiraran inmediatamente.
D. Sancho Gir6n, al ver la actitud del pueblo, corrió sin
dilaci6n á ocultarse; la prudencia del Prelado calmó pronto los ánimos, y volvi6 á reinar la diaria tranquilidad.
Quiso luégo el Presidente, de acuerdo con un mal Visitador enemigo del Arzobispo, imponer destierro al Jefe de
la Iglesia, pero no consiguió su intento porque los Oidores
se opusieron á ello.
Durante la visita pastoral muri6 el Sr. Almansa, yel día
en que entraba su cadáver en Santafé llegaba también el
Juez encargado de residenciar al Presidente; fue destituido de su cargo y condenado á pagar al fisco $ 80,000.
En el mismo buque en que llevaron al Marqués preso
para España iban los restos del Sr. Arzobispo, y el mismo
día en que entr6 D. Sancho en .una cárcel de Madrid se celebraron las honras por el santo Prelado; por eso decía temeroso el humillado Presidente: <Tengo miedo que hasta
la otra vida me vaya siguiendo el Sr. Arzobispo.:'
1633
Presentóse pal' primera vez en el país la epidemia del
tifo, conocido entonces con el nombre de tabardillo, que
cambió luégo por el de peste de Santos Gil.
La mortandad producida por esta epidemia fue tan aterradora que llegó el extremo de que en Santafé desaparecieran familias enteras. Como no quedara en muchísimos
casos ningÚn heredero, dejaban los bienes al Escribano Santos Gil, que por este hecho obtuvo cuantiosas riquezas y dio
su nombre al terrible flagelo.
Fue entonces cuando se puso en evidencia la ardiente
cal'idad del Arzobispo Almansa; dio sus bienes para alivio
de los que sufrían por la epidemia, y habiendo traído á Tunja á la Virgen de Chiquinquirá para pedirla su especial protección, el santo Prelado la ofreci6 su vida en presencia del
pueblo, para que salvara sus ovejas..
Pocos días después de este ruego generoso contrajo la
fiebre y murió en la Villa de Leiva.
Su cadáver presentó extrañas particularidades en las
dos veces que fue exhumado antes de enviarlo para España.
Cuando durante varios días fue exhibido en un oratorio
de Santafé, sorprendió á muchas personas el especial y gra-
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Generalidades
to olor que despedía, así como el haber permanecido
rruptible, salvo una oreja y parte de una mejilla.
139
inco-
1638
En este año nació en Santafé Gregorio Vásquez de Ceballos y Arce, gloria positiva y espléndida de nuestro país
en el arte de la pintura.
Bien se comprende que en otro medio más favorable
Vásquez habría alcanzado el límite de los mayores genios j
fue mucho conseguir 10 que Vásquez obtuvo en tan ingrata
situación, debiéndolo todo ¡i la adivinación de su talento.
Fue su maestro D. Baltasar de Figueroa, pintor sevillano; y Vásquez se dedicó con tanto ardor á conocer el arte,
que al poco tiempo superó á su maestro.
Es aceptada tradición
la de que estando haciendo Figueroa un San Roque para la Iglesia de Santa Bárbara, halló seria dificultad en pintarle los ojos con la expresión apetecida; fatigado de sus esfuerzos abandonó el taller por
algunas horas; cuando regresó, V ásq uez había concluido admirablemente
el dibujo de los ojos y esperaba con la noble
confianza de la juventud un elogio del maestro.
Con el ceño fruncido y severa la mirada contempló Figueroa el atrevido triunfo del discípulo.
Cohibido el joven por aquella fría é inesperada reserva,
retrocedió temeroso.
Al fin con acento breve y cortante que no admitía réplica díjole el sevillano:
-Pues
sabes 10 bastante. no vuelvas al taller y véte á
poner tienda.
En aquel tiempo los útiles de la pintura eran costosos y
escasos; Vásquez carecía de recursos pero poseía la energía
del genio.
El joven pintor conocía la historia de los siete infantes de
Lara, y dibujó hermosamente
con lápiz uno de sus pasajes.
Vendiólo á un español que apreció mucho aquel bello
dibujo, protegió á Vasq uez y le proporcionó todo lo necesario para pintar al óleo.
Adquirió fama tan rápidamente, que decayó la bien sentada de su maestro.
Fueron innumerables sus cuadl"Os y se dicen superan
los días que vivió; hay también diferencias
en su mérito,
pero las dos cosas se explican sabiendo que su hermano y su
hija le ayudaban á pintar :r hacían cuadros que llevaban su
nombre. Adem{ts parece que el pintor se esmeraba más 6
menos'según el objeto á que se destinara su obra y la apreciación que de ella había de hacerse; algunos de sus cuadros se dicen perfectos como si hubiera vivido en los centros
del arte y conocido todas sus reglas y secretos.
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140
Notas
A pesar de su talento y su trabajo Vásquez vivió y mu-rió pobre.
Era muy aficionado á la caza y se retrató con unas aves
muertas vestido de cazador.
Gregorio Vásquez murió en 1711, y hay razones para'
creer que murió loco j su última obra fue una Virgen de la
Concepción que se halla en la Iglesia de la Candelaria; los
religiosos de ese convento 10 socorrieron siempre é hicieron
el entierro del eminente artista que á su genio agregaba
una acendrada piedad.
1655
El Presidente del Nuevo Reino Pérez Manrique. que
no se preocupó grandemente de las mejoras del país, tuvo la
peregrina idea de impedir con severas medidas el uso de la
chicha, y tuvo que ceder diplomáticamente para no ver su
autoridad comprometida.
1690
Años después el franciscano Ignacio de Urbina, que
llegó á. ocupar la Silla Arzobispal y que no tenía ning-ún parecido con Lobo Guerrero ni Fray Cristóbal de Torres, á
no ser su humildad r virtud, prohibió con excomunión la
mencionada bebida, porque diz que gustaba demasiado á
indígenas y españoles y era causa de pecados y desórdenes.
También prohibió con censuras los guantes y galas que se
usaban en semana santa. El mismo Sr. Urbina privó á los
canónigos y monacillos de los 400 pesos que para gallinas recibían desde tiempo inmemorial en la época de los aguinaldos. El Sr. Urbina murió en 1703.
1687
El 9 de Marzo, domingo, á las diez de la noche, se oyó
en Santafé un ruido formidable de origen desconocido, que
en la ignorancia de aquellos tiempos atribuyeron á causas
tan diversas como aterradoras.
La mayoría de los habitantes de la ciudad se hallaba en
un profundo sueño, y abandonaron sus lechos echándose á
la calle para salvarse del desconocido peligro.
La mayoría de las gentes pensó que se trataba del juicio final. y los avanzados en ideas, que una terrible artillería
atacaba la ciudad.
Los habitantes de Las Nieves corrían hacia Santa Bárbara y los de este barrio se precipitaban hacia el Norte.
Los numerosos religiosos de los conventos no bastaban
para oír las improvisadaB confesiones, y en zaguanes y calles
se postraban fervorosos penitentes; algunos había que no
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Gefle' alidades
141
hallando pronto un sacerdote,
hacían su confesión en alta
voz como 10 usaban en casos de extremidad
en la Edad
Media.
Hubo numerosas restituciones,
se olvidaron viejos agravios y, el ruido produjo más buenos efectos que solemnísima
..
ffilslOn.
1(/)7
En este año se presenteS ante Cartag-ena una escuadra
de veintidós bUljues á órdenes del Barón de Pointis, aliado
con el pirata Ducasse.
Habían sido frecuentemente
asoladas nuestras
costas,
robadas é incendiadas sus ciudades por diversos corsarios,
piratas'y filibusteros;
el primero que inició en nuestro litoral del Atlántico tan desastrosas visitas fue Francisco Drake, armado con patente de corso por Isabel de Inglaterra,
que no perdonaba medio aJg-l1no de manifestar
su animosidad {t España.
El más notable de estos temibles aventureros
fue Enrique Morgan, que acabó robando (t suscompañeroslo
que les
había tocado en el reparto del gl"an Saljl1eO de las ciudades
de la costa, y huyó con todos los tesoros en la mejor de las
embarcaciones
<lue tenían.
Se designa la isla de Santa Catalina como cuartel general de los piratas, y de ahí nace la idea de grandes caudales,
de riquezas fabulosas
ocultas en ese lugar ó en otro de las
islas de San Andrés y Providencia.
Se dice que :\Iontbars, llamado el Exterminador,
Jefe
supremo de todos los piratas, pertenecía
á una familia de
alta posición y tomó este terrible
camino para satisfacer el
odio que los españoles le inspiraban por su conducta
cruel
con los indíg-enas de sus colonias.
Cuando Pointis atacó con cinco mil hombres el castillo
de llocachica, sn hemicodefensor
D. Sancho Jimeno sólo
contaba para resistir con setenta y tres soldados.
Lucharon con tenacidad. gloriosa los escasos hombres
de aquella guarnición,
y cuando abrumados por el número
algunos quisieron rendirse, D. Sancho los hizo encadenar y
así los pI-l'SentI) al vencedor, junto con los pedazos de su gl<r
rioso acero que rompit) antes para no tener la pena de re n<lirIo.
Al ver Pointis desarmado así {t aquel bravo luchador
le
presentó su espadaâiciendo:
<Hónrela como ha honrado la
suya.»
D. Sancho Jimeno tenía á su lado, en el castillo de Bocachica á su joven esposa, la cual hacía más conmovedor é
interesante
el vencimiento de aquel heroico caballero.
~o todos los defensores de Cartagena se portaron
con
igua.l valor. Los piratas, al a.bandonar la ciudad de que se
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142
Notas
apoderaron fácilmente, llevaban además de muchos objetos
ocho millones de pesos.
Entre las alhajas de que se apoderaron se hallaba un sepulcro de plata que pesaba ocho mil onzas y servía para la
funci6n del viernes santo.
Más tarde fue devuelto el sepulcro por Luis XIV acompañado de una artística palma de plata.
Estos objetos fueron convertidos en moneda para racionar á los patriotas en el gran sitio que contra el Pacificador
Morillo sostuvo en 1815la heroica Cartagena.
1719
D. Antonio de la Pedrosa y Guerrero fue encargado
por la Corte para venir á fundar el primer
. VIRREINATO
D. Jorge Villalonga vino á sucederle al corto tiempo, y
tan inhábil para el Gobierno corno su predecesor, s610 se
ocup6 en informar al Rey de la poca conveniencia que había
de continuar en el N uevo Reino esta forma de Gobierno,
que según su opini6n y la de su antecesor no convenía para
este país.
1724
A restablecer la Presidencia vino D. Antonio Manso
Maldonado, y en
1740
y
volvi6 á instalarse dèfinitivamente el Virreinato con D. Sebastián de Eslava, quien á causa de los ataques á l1uestra!5
costas permaneció en Cartagena durante los ocho años de
su Gobierno.
Desde 1739Inglaterra babía declarado la guerra á España con motivo de las presas que en los buques ingleses habían hecho los guardacostas españoles, y no ya con la esperanza sino con la seguridad de convertir en un nuevo
Gibraltar á Cartagena, enviaron al Almirante Vernon para
que se apoderara de esta ciudad.
EI13 de Marzo de 1740 se avistaron desde las murallas
casi indefensas las primeras velas de una escuadra formidable. Tan seguro estaba el Almirante inglés de que no se le
escaparía el glorioso triunfo que venía á buscar, que traía
acuñadas unas medallas de bronce para conmemorarlo. Representábase en ellas á D. BIas de Leso, Gobernador de
Cartagena, de rodillas ante Vernon entregándole su espada
y las llaves de la plaza j al rededor tenían esta inscripci6n
atrevida: «La arrogancia española humillada ante V ernon.~
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G,meralidades
1043
La escuadra inglesa era numerosísima, puess6lo las embarcaciones de transporte
alcanzaban á 130. Traían 9,000
hombres de desembarco,
2,000 negros macheteros de Jamaica, un regimiento norteamericano
y 15,000 hombres de ma-
rina.
En Cartagena s610 tenían el Virrey Eslava y D. BIas de
Leso 1,100 soldados veteranos;
300 de milicias; 3,000 hombres más entt-e trabajadores
y marinos.
Cuatro mil ingleses atacaron el castillo de San Lázaro,
y el Teniente de Rey Nayarrete
á quien estaba encomendada su defensa, con sin igual arrojo los rechaz6 á la bayoneta, y los asaltantes ttI\'iel'on doscientos heridos y ochocientos muertos.
En los siguientes días los sitiadores obtuvieron
algunas
ventajas, pero para fines de Abril los defensores de la plaza
habían recuperado todos los puntos perdidos;
desesperanzado Vernon al ver la inutilidad de sus esfuerzos cañone6la
ciudad como último recurso, y no obtuvo con ello ninguna
ventaja.
Las enfermedades ayudaron eficazmente á los sitiados,
pues diezmaban sin piedad á los ingleses.
Viendo quc su gentesc disminuía por momentos, y perdida toda esperanza de triunfo, Vernon lev6 anclas y abandon6 la empresa llevando nueve mil hombres de menos, el
gran J'arque que tuvo que abandonar y seis navíos que incendio porque se inutilizaron.
Quizá el Almirante inglés arroj6 al fondo del mar aquellas medallas que ya no conmemorarían sino su humilIaci6n,
y mientras caían al abismo se desvanecería en los aires su
sueño de gloria convertido en humo.
España premi6 á los defensores de Cartagena
y dio al
Virrey Eslava el Marquesa.do de la Real Defensa y el de
Ovieco al valeroso Gobernador D. BIas de Leso.
1753
E16 de Diciembre de estc año tomó posesi6n del Virreinato D. José Solís !<'olch de Cardona, hijo de los Duques ~
Montellano.
Ninguna figura más interesante en la Colonia que la de
este joven Virrey lleno de excepcionales condiciones.
Parécenos q tIe su gentil cabeza tiene el nimbo atractivo
del misterio y que las leyendas fluctúan en torno de él enamoradas de su vida extraña y ansiosas de asirse il los pliegues de su capa corta de terciopelo, de la empuñadura de
oro de su espada, de su jub6n acuchillado de raso, 6 su elegante chambergo de desmayadas plumas, que completaba
airoso esa especie de caballero medioeval.
Antes de venir il Santafé D. José Solís ya era Mariscal
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144
Notas
de campo de los reales Ejércitos, á pesar de su juventud, y
:1á-también numerosas aventuras hijas de su ardiente carácter habían llevado el alarma á su poderosa familia; 'fue este
el motivo por el cual los Duques de Montellano interpusieron su influencia en la Corte para enviar á su hijo por un
tiempo á las colonias, esperanzados en que la grave responsabilidad del puesto que le daban y la separación de sus
amigos calmaran su tempestuoso coraz6n.
De modales exquisitos y atraCtiva figura, el nuevo Virrey impartía la justicia con equidad completa y oía con
afabilidad al más infeliz que se le dirigiera.
Dedicó su atenci6n á las mejoras materiales y llev6 á
cabo algunas de importancia; empero, si no desatendía los
cuidados del Gobierno tampoco falta.ba á las citas que con
locos amigos de juventud concertaba alegremente. A poco
tiempo de hallarse en Santafé tenía un círculo de diversión
y relaciones muy poco convenientes Rara su alto puesto.
Cuando la ciudad dormía escapabase de su feo y solitario palacio el joven Virrey por una puertecilla excusada, y
olvidando las graves y austeras fisonomías de algunos Oidores "1 sus silenciosas cámaras y el severo salón de la audiencia,
echabase por las obscuras calles refrescando su imaginación
con el són de guitarras y bandurrias y gozando, cuando había ocasión, de la esplendente luna.
Sucedió que en una de aquellas frecuentes y locas escapadas perdió D. José la llave de la pequeña puerta, y muy á
su pesar se vio obligado á recurrir al centinela j la rígida
ordenanza española hizo que á pesar de ser conocido fuera
ecbado á la espalda; hubo de ocurrir al Oficial, quien ]0 vio
en un traje desacostumbrado y comprendió sus salidas por
la puerta de escape; tal incidente mortificó al Virrey aunque no lo corrigió ..
Escandalizada la Audiencia, dio sus quejas á la Corte, y
después de largos meses de espera recibieron los garnachas lo que tan ardientemente deseaban: una cédula de reprensión para que en toda forma se la intimasen al Sr.
Solís.
•
En la tranquila vida de Santafé debió ser aquello un
acontecimiento; la emoci6n de los Oidores debió ser profunda y su sueño interrumpidq por la íntima satisfacción que
les produciría el arma terrible que poseían contra el joven
Virrey.
Citáronle á la Audiencia, y con la solemnidad acostumbrada leyéronle la reprensi6n del Soberano; oíala Solís con
extraña é inusitada calma, y cuando el Escribano de Cámara hubo terminado la lectura y los ojos de los Oidores se
fijaban sorprendidos é interrogadores en la faz del joven,
éste sac6 del bolsillo una carta de Fernando VI, que erasu íntimo amigo, y la leyó á su vez; en ella el Rey le decía que tu-
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145
Genn'alidades
viera más juicio, que á los Oidores les había mandado una
cédula de reprensi6n y que no diera lugar á que esos señores molestasen con informes j que no tuviera cuidado, y que
si prevalidosde
la cédula querían mortificarlo,
bien podía
mantener su dignidad sin preocuparse de los informes que
volvieran á dar.
Al concluir la lectura dijo el Virrey al Escribano: <Vuestra real persona ha hecho que me lean la real cédula; ya
habéis visto la carta que Fernando ha escrito á su amigo D.
José Solís Folch de Cardona.:'
Pálidos y consternados los Oidores guardaron silencio, y
el Virrey abandonó la Audiencia sin agregar una palabra.
De ese día en adelante la conducta 'del joven mandatario
tuvo una variación en extremo favorable. Cambiaron sus
costumbres y empezó á dar notables ejemplos á sus gobernados.
Con frecuencia mandaba de comer á los pobres del hospital, y en una ocasión en (lUe envió una suculenta comida á
los locos, fue al día siguiente á visitarlos y preguntó
á uno
de ellos si el día anterior habían comido satisfactoriamente;
el loco contestó dando {L sus palabras con la entonación la
malicia necesaria:
<Yo sólo sé decir á Usía (lue los locos comieron ayer como fl'ailes y los frailes como locos.>
Bastó esto al Virrey para comprender 10 que había sucedido.
Se dedicó á la apertura ¿e caminos, y como encontrara
grandes tropiezos, dejó escrito en su relación de mando:
«En esta tierra nada se puede hacer, porque las gentes quie~
ren obtener las casas sin tl'abajo.>
Llevó á cabo la obra del <J.cueducto, la cual fue una gran
mejora para Santafé.
Su piedad empezó á acenluarse
de un modo notable, y
tuvo la idea de hacer una visita á la Virgen de Chiquinqui~
rá; invitó á sus numerosos amigos, y por un capricho que
nadie comprendió, quiso que todos fueran vestidos de paño
azul obscu ro.
Al cruzar las calles de la ciudad la cabalgata del Virrey,
el pueblo la comparó por sus vestidos á una comunidad de
franciscanos;
es probable que ya germinara en la mente de
Solís la idea de su futuro destino.
Los amigos del Virrey celebraron con toreo y regocijos
la exaltaci6n á la púrpura cardena1icia del ArZObispo de Se~
villa, hermano de D. José.
El28 de Febrero de 1761 vistióse de gala, y tomando su
carrosa, fue á parar á la portería del convento de San Francisco,
Fueron en vano todaS las reflexiones que le hicieron, y
D. José Solís Folch de Cardona tomó aquella misma noche
el hábito de franciscano.
10
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146
---,_ .. -
Notas
------~-~
----------
Considerado este hecho á la luz de la razón, es curiosa
psicología de un sér que en la plenitud de la vida, del poder
y de la riqueza, corre de repente á ocultar su frente creada
para todos los esplendores, bajo la tosca capucha de la penitencia.
Visto el suceso á la luz de la fe, nada más sencillo y solemnemente conmovedor; llega un rayo divino á iluminar
una inteligencia; toca el Señor á las puertas de un corazón,
y la transformación se verifica con la misma sencillez y prontitud con que se cambia una oruga en mariposa.
El Sr. Solís dejó todos sus bienes á los pobres, con una
donación especial de $30,000 para el hospital de San Juan de
Dios; antes de retirarse del mundo había regalado una casa
á la orden tercera, de que hacía parte; allí se fundó la iglesia de este nomore.
El Sr. Solís dio altos ejemplos de virtud en su vida monástica, especialmente de humildad; murió en 1770, á los
nueve años de haberse retirado del mundo.
1781
El16 de Marzo empezó en el Socorro el levantamiento
que se llamó revolución de los Comuneros.
Oprimidos los pueblos con vejámenes y contribuciones,
aunque acostumbrados al servilismo, se levantaron por primera vez contra el Gobierno español.
Una mujer llamada Manuela BeItrán arrancó en un estanco las armas reales, y pisoteándolas, llamó á la guerra,
poniendo en conmoción á todos los habitantes de aquella
ciudad.
Sublevóse todo el Norte y alcanzó el movimiento hasta
algunas Provincias de Venezuela.
Ya en número considerable, los revolucionarios resolvieron marchar sobre Santafé.
El Gobierno envió para contenerlos al Oidor D. Joaquín
de la Barrera con cien hombres y doscientos fusiles para
armar á las gentes que hallara en el tránsito; fue fácilmente vencido en el Puente Real por la vanguardia enemiga,
que se componía de quinientos hombres.
Cuando los insurrectos llegaron á Zipaquirá alcanzaban á veinte mil, cuya vanguardia iba á órdenes de D. Ambrosio Pisco, último descendiente de los Zipas.
El pánico se apoderó de los gobernantes, especialmente
del Visitador Gutiérrez de Piñeres, cuyas extorsiones é imprudentes y fuertes medidas fueron la causa directa del levantam·iento.
El Visitador huyó apresuradamente á Honda, y una comisión compuesta del Alcalde ordinario Eustaquio Galavís,
el Oidor Basco y el Arzobispo Caballero y Góngora marchó
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G~.,,~,.alidad~s
------ -'-_.- --_.---~-._-- ..-------.--- -
147
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al encuentro de los Comuneros' con autorizaci6n para hacerles las concesiones que desearan.
Treinta y cincQ artículos tenían las capitulaciones que
los su.blevados preseñtaron y que los representantes
del Gobierno juraron cumplir con la mayor solemnidad.
Fue aquello de los engaños más vergonzosos y de las
pruebas más duras á que se puede someter la credulidad
de los pueblos.
Dueños los Comuneros de la situaci6n por su número, la
fU(Tza adquirida por su derecho y por los excelentes Jefes
que tenían, cuando creyeron conseguido 10 que en justicia
pedían, se dispersaron
aleg'remcnte
pen8ando haber conquistado sin sangre sus derechos.
La Audiencia al mismo tiempo que autorizaba la firma
de las capitulaciones
y las hacía aceptar por sus representantes, extendía con felonía imperdonable
una acta secreta
en que declaraba no estar el Gobierno obligado á cumplir lo
prometido, 1 porq ue s610 había cedido á la fuerza 1
José Antonio Galán, el héroe mártir de los Comuneros,
había marchado al Roble con el objeto de impedir la fuga
del Visitador Piñeres, pero no logró llcg-ar á tiempo.
Cuando tuvo noticia de las capitulaciones no quiso someterse á lo dispuesto por sus compañeros, porque su pensamiento era más elevado que la sola cesación de los impuestos,
y este héroe, considerado hasta hace poco como un aventurero vulgar, porque así la hicie¡'on creer sus enemigos, vino á
ser el desdichado precursor de nuestra libertad,
Galán tomó á Honda y Ambalema y á su voz se levantaron varios pueblos hasta Neiva, signiéndole entusiastas prosélitos.
Dcsgraciadamente
no estaban aún preparados los colonospal"a tamaña empresa, y el desaliento y la delaci6n cundieron á los primeros reveses.
Fueron vanos todos los esfuerzos de Galán para volver á
levantar los espíritus acobardados,
y al fin fue aprisionadopor sus enemigos en la Boca del Monte de Chaguanete.
Sorprendido
á media noche en una casita con unos pocos compañeros, se defendieron
valerosamente
hasta queherido Galán por un balazo, tuvo forzosamente que rendirse;
algunos de los que lo acompañaban lograron escaparse.
1782
Cumplióse en este año la terrible sentencia dada contraJosé Antonio Galán y tres de sus amigos y compañeros de
armas: Isidro Molina, Manuel Ortiz y Lorenzo Alcantuz.
Fueron condenados á ser arrastrados á la horca, descuartizados sus cuerpos, quemado el tronco y arrojadas at
viento las cenizas.
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148
Nolas
Ordenóse además que para escarmiento de las gentes
los miembros de los desdichados fueran exhibidos en las diferentes localidades teatro de sus hazañas.
Se cumplió puntualmente la sentencia, y además se dispuso que las casas de los ajusticiados fueran arrasadas, sembradas de sal y declarada infame su descendencia.
Corre parejas esta iniquidad con la cometida al mismo
tiempo y casi por la misma causa con el Inca Tupac Amaru,
cogido cerca de Cuzco en 1781, cuando pretendía reivindicar sus derechos al trono, y se decía que se hallaba en relación y de acuerdo con los Comuneros del Nuevo Reino.
El Inca fue sacrificado con varios de sus compañeros, y
la sentencia se extendió á su desgraciada esposa.
La muerte del último soberano del Perú reviste caracteres atroces: ciñeron á su frente una corona de hierro con
agudas puntas que penetraron en el hueso, le cortaron la
len~ua, y estirado por cuatro potros, lo descuartizaron.~
El hermano del Inca, D. Juan, fue enviado preso á'España con su familia; pero al emprender el viaje de mar los
separaron, colocándolos en buques diferentes.
Cuando el Príncipe americano llegó á la Península y
preguntó ansioso por los suyos, dijéronle que todos habían
perecido en la larga travesía.
El desventurado heredero de los Incas fue llevado á la
carraca de Cádiz, y con una cadena al cuello permaneció
allí tres años. No bastó esto para purgar el delito de su derecho á un trono, y fue llevado á Ceuta, donde permaneció
treinta y cinco años. De allí salió con Nariño en 1820.Al recordar estos hechos casi se justifica la conducta del pirata
Montbars.
1783
El Arzobispo Caballero y Góngora, que se preocupó del
adelanto del país en todo sentido, entre las muchas cosas
que hizo envio una comisión para que examinara la manera
de comunicar los ríos San Juan y Atrato en el Chocó, para
ligar así los dos mares.
Informaron que el hecho era posible, puesto que los ríos
5610 estaban separados por un istmo estrecho, y más factible
debió parecerles cuando en ese tiempo un eclesiástico, con
el objeto de beneficiar sus minas, abrió un canal de comunicación dando declive á las aguas de la quebrada Rapadura
y haciéndolas entrar en el río San Juan; la quebrada estaba
dividida en dos brazos: el otro desaguaba en el río San Pablo, que á su vez llevaba sus aguas al Atrato. Así quedaban
comunicados los dos ríos, pero había el inconveniente de la
escasez
.. de,agua en la quebrada, que dividida servía de comunlcaClOn.
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Generalidades
149
1785
El12 de Julio, cerca de las ocho de la mañana, se sintió
en Santafé un temblor violentísimo que alcanzó las proporciones de terremoto, como se le llamó en los tres boletines
impresos que circularon en esos días con el nombre de AvÙo
del ti'r1-e11Ioto. Hubo grandes
daños en los edificios, especialmente en el convento é iglesia de Santo Domingo, de la cual
no quedó sino una nave.
Varias de las personas que asistían á misa quedaron bajo
los escom bros, y sólo pudieron salvarse tres que se sacaron
de entre las ruinas y que habían sido protegidas
por un
confesionario.
Una parte del campanario
de la- Capilla del Santísimo
dio muerte á dos personas que pasaban en esos momentos.
San Francisco sufrió muchísimo, y su composici6n se
deb{: á D. Domingo Esquiaqui;
también hubo necesidad de
descargar la torre del Rosario; Guadalupe se arruinó completamente;
en los pueblos de la Sabana también sufrieron
aIgu nas iglesias.
Se reduieron
noticias de que en las montañas inmediatas á Ibagué se habían abierto diez bocas de volcanes, cuyos
densos vapores obscurecían laatmósfera,
y que con derrumbes de terreno se habían represado los ríos Amaime y Magdalena, causando algunos daños.
El Sr. Caballero y Góngora cedió las rentas que se le
debían como Virrey y como Arzobispo, para reparar los edificios públicos, especialmente
el Colegio del Rosario.
1786
Hallábase el Virrey en Cartagena
y por este motivo
permanecía cerrado el palacio destinado á los mandatariOt'l
de la Colonia.
Dormían profundamente
los habitantes de Santafé cuando un caballero cuya casa quedaba en frente del palacio virreinaI despertó con la viva luz que por las rendijas de sus
balcones penetraba.
Debía ir muy temprano á su hacienda, y creyendo que
el día lo había sorprendido, salt,) apresuradamente
del techo;
un olor penetrante
y el rojizo color de la luz llamaron su
atenci6n, y abriendo afanoso los maderos vio con horror
que el palacio era presa de las llamas.
Corrió adonde el campanero de la Catedral, que dormía
en la torre, y empezó el toque de fuego.
COll extraordinaria
actividad se trató de salvar 10 que
aún quedaba del edificio y sobre todo el importantísimo
archivo que allí se guardaba; poco se consiguió, .Y se perdieron
preciosos y sobre todo irreemplazables
documentos.
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Notas
-----~------------------,----,-
-.-".
-
Después todo 10 que faltaba ó desaparecía en cualquier
forma se achacaba á la quema del palado, y así se explicaban muchas pérdidas, sirviendo aquel desgraciado incendio
de razón en muchas ocasiones.
La quema del Palacio virreinal fue para la historia un
verdadero desastre.
Se dice que un preso de Antioquia, que había sido trasladado á Santafé, complicado en la revolución de los Comuneros, incendi6 el edificio después de fugarse, para destruir
el expediente de su causa.
1791
El primer número Jlel'PaPcl Periódico de .~·antafé de Bogotá se publicó en este año, debido al progresista Virrey D.
José de Ezpeleta.
Por primera vez recibió en esta ciudad algún impulso
el movimiento literario, y en el palacio virreinal se reunía
una escogida sociedad de damas y caballeros para tratar de
letras, ciencias y artes; presidíalos la noble esposa de Ezpeleta, D<J. María de la Paz Enrile, la dama más bella de su
época y un verdadero modelo de virtud.
Se daban diversos temas y se hacían frecuentes improvisaciones. A estas gratas reuniones se les daba el nombre
de tertulia eutroPélt"ca.
1801
El notabilísimo sabio y gran viajero Alejandro de Humboldt vino á la ciudad entre otros motivos con el especialísimo de conocer á José Celestino Mutis, cuya fama había
llegado hasta él.
Hizo importantísiOlos estudios de nuestro suelo y visitó
detenidamente el Salto de Tequendama. Trató de cerca á
nuestro sabio Caldas y 10 consideró un verdadero portento;
admiró los instrumentos que había fabricado él mismo para
sus observaciones y que constituían una verdadera adivinadón por lo completos, una especie de ciencia infusa en aquel
hombre maravilloso.
Al embarcarse para Europa el Barón de Humboldt se
encontró con el joven Sim6n Bolívar, que pisaba tierra americana después de un largo viaje y que preguntó al gran
sabio qué pensaba de la independencia de estas regiones.
-El fruto está maduro-contest6le
Humboldt,-pero
no veo el hombre que puedacogerlo.
No podía imaginar el notable viajero que aquel á quien
hablaba era el genio de la libertad y que ya había hecho
Bolívar en las ruinas del Coliseo de Roma su solemne juramento de redimir á América.
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151
Generalidades
1803
F'ue terminado en este año el Observatorio Astronómi~
co, dirigido por el arquitecto
Fray Domingo Petrez y debido á la gencrosirlad de José Celestino Mutis.
Hasta entonces el Observatorio más afamado del mundo
era el de la isla de Malta, con 360 de latitud norte.
El de Santafé, á 4 ~ o de la línea eq uinoccial, tenía hasta
que se construyó el de Quito una superioridad
excepcional
sobre todos los del mundo.
En este mismo año el Nuevo Reino recibió un beneficio
de alta importancia:
vino por primera vez la vacuna, traída
por D. José Sal\'ani.
1R10
KI 20 de Julio se dio en el país el grito de INDEPENEn el camino de la libertad precedieron
á nuestro
país Venezuela. que empezó á revolucionarse
desde-1806,
movida por el insigne y en aquella ocasión desgraciado Miranda. Detenido en su empresa por la traición, fue á morir
después de una vida g-randiosa en la carraca de Cádiz.
Por este tiempo empezó en Venezuela {l servir á la
causa de Am,Srica Simón Bolívar.
Quito se había levantado desde 180() contra el Gobierno
español; numerosos mártires habían empezado á preparar
con su sangre la púrpura
del manto de la libertad, y D~
Manucla Cariizares, la noble y valerosa quiteña, comenzaba
á bordar con la pedrería de heroicidades femeninas la magnífica orla que terminaría
en Colombia Pola Sa1avarrieta.
Varias causas contribuyeron
á apresurar nuestra emancipación y el movimiento esperado y soñado pero no preparado del 20 de Julio.
La independencia
de los I<~stados Unidos j el terremoto
político y social que se llamó revolución de Francia y que
llevl) sus vi braciones incendiarias á los extremos de la tierra j
el plan de estudios del Arzobispo Caballero y Góngora, que
abrió á los colonos nuevos horizontes, iluminó los entendimientos y levantó los caracteres;
la chispa ardiente
con
que Nariño al traducil-Ios derechos del hombre prendió el
haz de vejeces y vejámenes acumulados
en tres siglos; el
desgobierno interior de la Península, en que Manuel Godoy,
de simple particular, escaló las alturas del poder hasta convertirse en Príncipe de la Paz, y en que Carlos IV sólo tenía
el nombre de Rey y l\laría Luisa de Borbón se atraía el odio
y el desprecio del pueblo;
y luégo la terrible convulsión de
Europa, en que al paso de Napole6n temblaron
las viejas
dinastías y se bambolearon
los tronos. La guerra de independencia que con el coloso tuvo que sbstener España bizo
más factible el nacimiento de la libertad.
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152
Fue en esta época cuando ocurrió un hecho curioso que
no debe olvidarse y que no deja de ser extraño por 10 que
en ese tiempo eran los americanos para España. D. Pedro
Agar y Bustillos, nacido en Bogotá, había llegado á ser notabilísimo marino, y después de muchos servicios llegó á ser
Director de la Academia de Guardias marinás en la isla de
León j hallábase en ese lugar cuando fue electo por las Cortes generales miembro del Consejo de Regencia, del cual
fue nombrado Presidente; de ·10 cual se deduce que un
bogotano fue con corta diferencia Rey de España y de las
Indias. Tal destino lo desempeñó por dos veces consecutivas. pues fue reelegido y en él lo halló Fernando VII en 1814.
Un puesto de importancia semejante desempeñó también en ese tiempo D. Joaquín Mosquera y Figueroa .
. Al desgobierno de España se agregó en el Nuevo Reino
para bien de la libertad la ineptitud gubernativa y la falta
de energía de Amar y Borbón, que sin su segundo apellido
no habría alcanzado el elevado puesto de Virrey.
El 20 de Julio de 1810se esperaba en Santafé la llegada
del distinguido joven D. Antonio Villavicencio¡ venía como
comisionado de la Junta de Regencia, pero en la ciudad se
sabía que era decidido por los americanos.
Se le quiso obsequiar con Ún banquete, y para adornar
el centro de la mesa se pensó en un florero que para casos
semejantes poseía el español D. José Llorente ¡ era éste un
comerciante que tenía tienda casi al empezar la primera
Calle Real, hacia el lado derecho.
El español acababa de tener un disgusto con un americano cuando se presentó ante él Francisco Morales á solicitar el florero ó ramillete ¡ recibi6lo con desabrimiento y
dureza, y en són de insulto le dio el nombre de criollo,' con
la ardiente sangre del hijo del trópico, Morales abofeteó
entonces al atrevido español, y no se necesitó más para que
eetallara el volcán que sólo buscaba un cráter para empezar
BU terrible erupción.
¡Vivan los americanos! j Mueran los chapetones! fue el
grito que se oyó desde aquellos momentos.
En la noche anterior el Oidor Alba, á quien habían
manifestado algunos temores por la situación, había contestado con desdén: «Los americanos son perros sin dientes:
ladran pero no muerden.~
A casa de este mandatario marcharon los amotinados y
rompieron á piedra sus balcones; tuvo el Oidor que salvarse con gran trabajo en una silla de manos.
A las seis de la tarde las campanas tocaban á rebato
y la plaza mayor se hallaba colmada de gentes entusiastas,
entre las cuales había cuadrillas de mujeres á cuyo frente
iban algunas señoras.
Esa noche se firmó la gloriosa acta de la independencia,
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Generalidades
y en Agosto se embarcaban
para }I;spaña el Virrey y su
esposa D'!- Francisca Villanova.
Iniciada quedaba pues definitivamente la grande obra
de la libertad, y sosteníanla con indomable energía inteligencias poderosas, almas nobles y heroicos corazones; pero
aún faltaba el que debía venir á coronarla, el genio de la
América del Sur, el Libertador
Simón Bolívar .
.
Es digno de notarse que la revolución de la independencia no tuvo su origen, como era de esperarse, en el pueblo y en los oprimidos;
fue llevada á cabo por los hombres
más ricos y de más alta po!'ición en las colonias, siendo así
que muchos de esos Jefes poseían títulos de nobleza.
Simón Bolívar nació en Caracas, en una casa de la plaza
de San Jacinto, el 24 de Julio de 1783; pertenecía á la más
alta aristocracia de su país, puesto que su padre fue D. Juan
Vicente Bolívar y Ponte, 1-1arqués de Aragua, Vizconde de
Toro, Señor de Aroa, Coronel de las Milicias de Aragua,
Caballero Cruzado, Caballero de Santiago, Regidor perpetuo y opulentísimo señor de Venezuela.
Fue madre de Bolívar D~ Concepción Palacios Sojo.
Se dice que su padre había dispuesto que le pusieran
por nombre Pedro José, y Q.ue un canónigo de la familia que
gozaba fama de santidad le hizo poner Simón porque diz
que tenía la certidumbre
de que ese niîioseríael
Simón Macabeo de la América.
Siendo niño Bolívar fue llevado á Madrid y tuvo ocasión
por su elevada cuna de estar en juegos con el entonces Príncipe de Asturias Fernando VII.
Se cuenta que al jugar al volante el niño Bolívar hizo
caer la gorra de su real compañero, por 10 cual éste se enfadó y cesaron en el grato ejercicio; más tarde no fue la gorra
sino una parte muy importante de la corona la que arrebató á Fernando en el juego sublime que se verificó al través
de los mares.
Bolívar poseía cuantiosísima
fortuna;
hizo numerosos
viajes y se casó muy joven con D'!- Teresa Toro, habiendo
{Juedado viudo á los dos años.
l~stuvo en noventa y siete batallas y jamás fue herido,
á no ser con el golpe moral que recibió, dado por la ingratitud en la noche del 25 de Septiembre de 1828.
También Venezuela le berió en el alma al prohibirle
pisar su territorio, y la sangre que interiormente
vertieron
estas y otras heridas del desengaño y de la deslealtad, debió
envenenar al héroe Libertador
de cinco naciones, que con
sólo cuarenta.r siete años expiró en la quinta de San Pedro
Alejandrino, cerca de Santa Marta, perteneciente
á un español, el17 de Diciembre de 1830.
En su testamento dejó sus restos á Venezuela y su corazón á Colombia.
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154
Noúu
Ya hemos dicho que Bolívar empezó á trabajar
independencia de América desde 1806.
por tI.
*
En 1812una conmoción de la naturaleza hizo un grave
mal á la causa de la libertad.
A tiempo que invadía Monteverde á Venezuela hubo un
terrible terremoto que no sólo se verificó el día del aniversario de la sublevación contra los españoles, sino que al destruir la iglesia de la Trinidad y arruinarla por completo,
-&610 dejó en pie la columna en que estaban las armas reales,
con 10 cual se preocuparon los espíritus débiles y muchos decayeron en su esfuerzo, por creer que el Cielo protegía á
los realistas.
El historiador Díaz, español apasionado por la causa de
su Rey, refiere que cuando apenas había cesado el terremoto, pasaba él por donde había sido el templo de la Trinidad
con el horror natural de acontecimiento tan terrible; de
entre los escombros vio salir un hombre en mangas de camisa y lleno de sangre que le caía de la cabeza y que al reconocerlo no pudo menos de decirle: <Míra, inëurgente.
cómo hasta la naturaleza se opone á vuestro funestos intentos~; á 10 cual el que se salvaba de entre las ruinas contestó: <Si la naturaleza se opone, luchal'emos contra la naturaleza; si los hombres se oponen, lucharemos contra los hombres, y si .... ~ Díaz no concluye la frase y sólo:agrega: <No
quiero acabar la horrorosa blasfemia.~ El hombre que así
hablaba en tales momentos de espanto y en que propiamente se escapaba de un sepulcro se llamaba Simón Bolívar.
*
En 1813Monteverde se apoderó de Venezuela. y aquello
fue un terrible desastre para los patriotas; muchos fueron
sacrificados y algunos lograron escaparse; entre estos últimos se halló Bolívar, que vino por primera vez á Colombia
acompañado de Carabaño y Campomanes y empezó á servir
á órdenes del francés Labatut; fue esto de poca duración,
porque luégo emprendió por su cuenta la brillante campaña del bajo Magdalena, en que el héroe empezó á hacerse
conocer.
*
En ese mismo año de 1813 Sámano invadía el Cauca 1
la situación de los patriotas se hacía muy difícil j olvidaron
las rencillas internas y se reanimó el entusiasmo en Santafé.
Nariño se puso al frente del Ejército y se le dio el título de Teniente general; por indicaci6n suya se proclamó
aún más solemnemente la independencia absoluta, y como
un recuerdo de este hecho se acordó plantar en las plazas el
árbol de la libertad.
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Generalidades
---- ---------,----------------
lSs
No había llegado aún el día designado cuando en la plal:a de Bogotá apareció un árbol en cuya cima se hallaba un
¡rorro rojo. Celebróse una animadísima
función patriótica
en que reinó la cordialidad y el entusiasmo, verificandose un
lucido y numeroso paseo ecuestre.
Apenas acababa el Presidente
de contestar
los discursos que con motivo de la solemnidad se le habían dirigido,
cuando con gran sorpresa Sé- supo que el Coronel Bailly acababa de expirai'. Uno de sus esclavos, que había oído hablar
de las g"r-andexas de la libertad y de los horrores de la esclavitud quc el árLol simb{)lico p;trecía haber acabado, creyó
q u,~ era dueño de llevar á ca bo todo lo que deseara sin res.ponsabilidad. y empezó por asesinar á su amo.
Siguiéronle rapidísimo juicio, y después de algunas hora~ fue fusilado bajo el {¡rbcl f¡ cuyasombra
creyó paliar su
cnmen.
En 1814 Nariño cayó prisionero de los españoles y fue
conducido á Pasto, en cuya cárcel fue encerrado cuidadosamente.
Los realistaH más entusiastas se amotinaban
diariamente ante la prisión, pidiendo f¡ gritos lacabeza del insurgente.
Un día que el grande hombre empezaba su míse¡"a comida, fue tan fuerte el vocerío y tan repetidos los gritos del
odio, (lue Nariño,levantfll1dose,
se dirigió al balcón, miró
sereno á la rabiosa multitud y arrojándoles
el cuchillo de
que se servía. les gr"itó cor, entereza:
<Aquí tenéis á Nariño; quien quiera. su cabeza, qut' \·enga {¡ cortarJa !>
Los gritos cesaron como por encanto, y la tu rba, herida
por la grandeza dl~ alma del caudillo, se dispersó en silencio,
sin que en a<1clante volvieran {¡repetirse los insultos.
Entretanto
Montes instaba desde el Ecuador á Aymerich para que llevara á cabo el fusilamiento de Nariño, lo
cual se retardaba con diferentes pretextos;
al fin Aymerich
contestó r¡ 1I10ntes categóricamente:
<Venid á ver si vos os
atrevéis á sacrificar un homhre tan g-rande.>
En 1816 tuvo lugal" en nuestro país la terrible pacificaciÓn. la éra de sangre y duelo que enluteció la Patria. pero
de la cual nació definitivamente
nuestra independencia.
Cuando Fernando VIT resolvi6 mandar un ejército q u e
sometiera de una vez las colonias insu rreccionadas, pens6 enviar á Colombia al antiguo Virrey D. Pedro Mendinueta. lo
cual habría retardado
nuestra libertad, porque este Jefe
habría sido tan caballeroso como humano.
A indicación de Wellington, el vencedor de Waterloo.
Fernando
eligi6 como Jefe de la expedición pacificadora á
D. Pablo Morillo. Se dice que al despedirlo para su largo
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156
Naias
viaje el Rey puso su mano en el hombro derecbo del solda00 para hacerle una última recomendación cariñosa. Morilla
hizo borâar en aquel lugar de su casaca una mano de oro en
recuerdo de la familiaridad real.
El Pacificador trajo consigo 10,000 soldados veterano~
aguerridos y disciplinados en las guerras contra Napoleón.
Morillo bubo de marcbarse al fin envuelto en su manto de
sangre que ocù1tólos áureos bordados con que vino, y de
sus soldados, los primeros del mundo, sólo sobrevivieron 700.
*
En 1815tuvo lugar el sitio de Cartagena, primera bazaña del Pacificador en nuestro país.
En la ciudad sólo se encontraban 3,000 hombres para la
defensa, pero con ellos se ballaban García Toledo. Castillo,
Bermúdez, Narváez, Rieux, Mariano Montilla y otros muchos valientes.
Los asa1tantes por mar eran 8,000 á órdenes de Morillo;
por tierra debía atacar Tomás Morales, el terrible discípulo
de Boves, que de criado y pulpero español ascendió á ser uno
de los Jefes principales de las matanzas pacificadoras.
Los sitiados se prepararon á la defensa. abrieron fosos,
montaron los cañones, y la artillería coronó las principales
alturas; para quitar todo recurso al enemigo incendian á
Turbaco, y García Toledo, con el mismo objeto, prende
fuego con su propia mano á sus haciendas; todos los babitantes ofrecen sus bienes para organizar la resistencia, y
Castillo, con una nobleza de corazón que más tarde, por desgracia. hubo de lamentarse, no quiso expulsar de la ciudad
las bocas inútiles, con 10 cual habrían durado más tiempo
los víveres.
E120 de Agosto empezó el bloqueo de Cartagena, y las
primeras escaramuzas fueron favorables para los patriotas.
Desgraciadamente la escasez empezó á sentirse en la
ciudad, y luégo se presentó el hambre con todos sus borrores j los ancianos empezaron á enfermar y la situación á hacerse penosísima. pero nadie pensaba ni remotamente en
rendirse.
En la noche delll de Noviembre Morillo ordenó un sigiloso ataque al cerro de La Popa, cuyo castillo se hallaba
bajo las órdenes del entonces Teniente Coronel Soublette.
Los.asaltantcs fiaban todo el éxito al silencio y á la cautela cou que se acercaran, y efectivamente se deslizaron
como sombras hasta conseguir apoyar contra el muro de la
fortaleza las escalas.
Todo se hallaba sumido en la sombra, y s6lo se oía el
golpear de las olas y el ordinario alerta de los centinelas.
Con tanta prudencia como extraordinario valor empe,¡aron los peninsulares la atrevida ascensión y estaban segu-
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Generalidades
157
ros del buen éxito, ignorando que aquel lado del castillo se
hallaba confiado á Piñango; el noble patriota estaba alerta,
y á pesar de la obscuridad había seguido los movimientos de
sus enemigos .
. Los primeros que coronaron la escala hallaron que era
segura la toma de la fortaleza, en donde todo se hallaba silencioso, y uno de ellos dijo en voz baja á los que se encontraban al pie: <Ya son nuéstros.>
-j N ó ... , que aún viv,~Piñango !-gri t6 una voz estentÓI'ea, mezclando en la frase una viva interjección y rasgando con vibraciones guerreras
el silencio de la noche.
Siguióse el estallido de una arma de fuego, y el valiente
español que había alcanzado el punto culminante en las escalas fue precipitado de la altura.
Iluminóse repentinamente
el castillo, oyóse un espantoso vocerío á que se mezcló el de la fusile ría de sitiados yasaltantes.
Bien pronto las escarpas y ·declivios de la fortaleza se
hallaron cubiertos de cadáveres, y con inmensas pérdidas
tu vieron que retirarse los soldados enviados por Morillo.
Los Oficiales Estuard y Piñango se cubrieron de gloria
en esta defensa, y la frase del último se convirtió en refrán
en Cartagena.
El Gobierno de la ciudad, agradecido á sus servicios, les
envió al siguiente día como rico presente veinte cueros para
comer y dos pipas de vino.
Los días pasaban y los sihados morían de hambre;
reunieron su legislatura para pedir la autorización de poner la
plaza bajo la protección inglesa, y la contestación que recibió el Gobernador fue la de que podía hacer cuanto deseara
menos caPitular.
Morilla hizo bombardear la plaza y sólo consiguió dañar
algunos edificios y matar varias mujeres.
La heroicidad de los sitiados no decrecía, pero el hambre aumentabade
un modo aterrador;
los animales de carga
se habían consumido á falta de otro alimento, y habían seguido á ellos los perros, los gatos, los cueros y toda especie
de yerba; agregábase á tan terrible situación la peste, que
diezmaba los heroicos defensores de la plaza.
El 4 de Diciembte cayeron muertas de hambre trescientas personas. Por las calles vagaban espectros que empuñaban difícilmente el fusil ó se arrastraban
al hospital.
La heroica ciudad agonizaba; no podía continuarse en
una situaci6n tan espantosa, pero era imposible rendirse.
De acuerdo los Jefes con los miembros de las familias
más notables resolvieron, perdida toda esperanza, clavar la
artillería y embarcarse
en las pocas goletas de que aún
podían disponer.
Dos mil personas se dieron á la vela en peligroso haci-
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Notas
namiento, sin víveres y salvando con el valor de la desesperaci6n la parte de mar en que los enemigos se esforzaban
en cerrarles el paso. Muchos murieron en la travesía, y
otros, sufriendo los malos tratamientos de crueles marineros, fueron desembarcados en costas inhospitalarias.Solamente los que llegaron á Haití puede decirse que se salva-.
ron, protegidos por el nobilísimo Peti6n ...
El mismo día en que los desgraciados emigrado~ abandonaron en su desesperación á Cartagena llegó á la ciudad
un buque americano que traía á los patriotas mil barriles
de harina, ochocientos de carne y otros muchos artículos.
La bandera tricolor coronaba aún los muros de Cartagena)' el buque entró á toda vela á llevar la vida á los defensores de la libertad. De repente las baterías dejan ver
sus luces amenazantes, y entre el fragor de inesperada detonación oye el Capitán del navío la intimación de rendirse.
En las mismas circunstancias cayeron otros diez bergantines que llegaron con víveres á socorrer á los sitiados.
Al apoderarse de la ciudad el mismo Morilla se estremeció de horror: seis mil personas habían muerto y continuaban muriendo de necesidad en aquel espantoso cementerio: al suministrarles alimento el número de víctimas fue
extra::>rdinario: no se hizo otra cosa que apresurar el fin de
los que ya se hallaban al borde de la tumba.
Morilla prometió indultar á los que se presentaran voluntariamente; cuatrocientos desgraciados, confiando en la
palabra del Pacificador, vinieron á su llamamiento y fueron
degollados sin compasión en Bocachica. Entre los que subieron al cadalso antes de abandonar el Jefe español á la heroica Cartagena figuran, entre otros muy notables. Castillo,
el español republicano Anguiano. Estuard y García Toledo.
Por este tiempo se hallaba Bolívar en Jamaica, en donde supo con inmenso pesar el triunfo obtenido por Morillo.
Profundamente decepcionado con la que le había sucedido en Cartagena y entristecido con las desconfianzas y
disensiones de los patriotas, Bolívar se había embarcado
para las Antillas en el bergantín inglés La Descubierta.
En Jamaica corrió su vida un gran peligro: dos realistas pagaron un asesino para acabar con el héroe, que preocupado de sus altas empresas, vivía descuidado.
Un amigo de Bolívar fue á buscarlo una mañana, y no
habiéndolo hallado resolvió esperarlo con tenacidad extraña; como no llegase y las horas se deslizaran en el hastío de
la soledad, el que esperaba se tendió en la hamaca de Bolívar y se durmió profundamente.
Fue aquel un sueño eterno, porque engañado el asesino
que iba en busca del héroe, dio muerte por equivocación al
que se hallaba en el ·lugar frecuentemente ocnpado porBolívar.
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Generalidades
159
Fue entonces cuando se organizó la famosa Expedición
de los Cayos; al saber la toma de Cartagena el Libertador,
auxiliado y acompañado por Luis Brión, se embarcó en la
corbeta :Dorado con dirección á Venezuela. Sólo contaba
con doscientos hombres organizados en los Cayos, pero le
bastó este puñado de héroes para invadir su Patria, donde
se hallaban quince mil realistas, é iniciar la guerra de cinco
años que acabó con el poder español.
1816
El 5 de Junio de 1816 vio por primera vez la capital
levantarse los terribles patfbulos del pacificador Morillo;
fue D. Antonio Villavicencio la primera víctima de la grande hecatombe de la libertad. y le siguieron en el mismo día
D. Francisco
Morales, D. José María Vargas. el español
D. Ramón de Leiva y el activo patriota D. José María Carbonell.
Horroriza la suerte que cupo al último nombrado, á
esta nobilísima víctima doblemente sacrificada.
El verdugo encargado de aborcado no llenó debidamente sus funciones y sólo consiguió maltratado;
resolvieron
entonces que fuera fusilado, y por un increíble ensañamiento de la desgracia.
las balas no 10 hirieron, pero los tacos sí
lograron incendiar la ignominiosa túnica que 10 cubría, con
10 cual su muerte fue extremadamente
dolorosa.
De ese día cn adelantc no descansó la terrible saña pacificadora; el patíbulo era visitado sin cesar por nuevas víctimas á cual más valerosas é ilustrcs.
Cuando l¡'rancisco José de Caldas fue sentenciado
á
muerte, suplicó que se le encadenara y remitiera á un castillo para arreglar los trabajos de la expedición botánica, única cosa por la cual solicitaba algunos días de gracia.
Se le contestó negativamente,
diciendo que gspaña no
necesitaba sabios.
Cuando el grande bombre abandonó el edificio del Rosario para marchar á la muerte, dejó en la pared de su prisión una especie de jeroglífico tan conmovedor como sencillo. Fuertemente
acentuada con carbón dibujó un o alargada,
dividida con una línea, 10 cual hasta los niños han traducido
así: ¡Oh larga y negra partida I
Fuéra de la capital los Tenientes de Morillo se mostraban dignos de su terrible Jefe; muchas veces en su afán de
exterminar
insurgentes y en la rapidez de sus procedimientos sucedió que numerosas personas recibieron
la muerte
por equivocación.
El día del cumpleaños
del Rey tuvo lugar en Santafé
un gran baile dado por el Gobernador Casano, en las mismas salas donde se reunía el Consejo permanente
que sacr;"
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160
Najas
ficaba. á los patriotas;
I y á esta fiesta sin nombre, por el horror que envuelve, tuvieron que asistir las principales señoras, para no apresurar la muerte de los que llenaban las prisiones ólos sufrimientos de los que se hallaban desterrados I
Algunos días después el Consejo de Pacificación
juzgaba al patriota Montalbo, y él se defendía basándose en el
Manifiesto de Camilo Torres j el Gobernador
Casano le
mandó callar porque diz que no era de eso de 10 que se trataba; Montalbo, sin pareceroírlo,
volvió áempezar con energía: <Americanos, desde este momento os veis elevados á la
dignidad de hombres libres~ .... <Si el reo no tiene más qué
decir en su defensa, que lo saquen,> interrumpió
airado Casano. Al llegar á la puerta continuó el patriota:
cYa más
oprobiosa cuanto más lejanos~ .... <¡Merecería dos veces la
muerte !~ exclamó enfurecido el español.
_ --Que carguen con dos balas el fusil-contestó
el valiente americano.
En ese mismo año de 1816, en Ramírez, lugar situado á
tres leguas de Ocaña, Calzada atacó á los patriotas que se
hallaban á órdenes de García Rovira; desgraciadamente
después de dos días de combate que sólo interrumpió
la noche, los patriotas se desbandaron
en completo desorden.
aunliue todos llevaban en sus oídos el grito de <¡Firmes, Cachirí 1:. que su Jefe les daba de pie sobre la última trinchera, como continuo acicate para que no decayera el entusias.mo. Estas palabras fueron inolvidables, y después se repetían para animarse en los combates los soldados patriotas.
Poco tiempo después los españoles formaron
un batallón compuesto de hijos de los que llamaban insurgentes, al
que dieron por burla el nombre de Batallón Cachirl y que
destinaban siempre á los puestos de mayor peligro;
los jóvenes de este Batallón no hacían fuego sobre sus compatriotas, y cuando las balas hacían fúnebres claros en sus heroicasfilas, volvían á cerradas
y saludaban la muerte
con el
grito de «¡Firmes, Cachirí 1>
Cuando Latorre se apoderó de la capital enviado por
Morillo, con lo cual el país pareció quedar de nuevo bajo el
dominio español. sólo había en Popayán una guarnición que
no alcanzaba á 700 hombres .•
Fue entonces cuando Madrid renunció la Presidencia
para cederla á García Rovira, cuya presencia se esperaba
por momentos;
hízose entretanto
cargo del poder Liborio
Mejía.
Estos valientes se hallaban rodeados por Warleta, que
les ofreció además de un indulto general conservar en sus
grados á los Jefes i no sólo no aceptaron
los patriotas sus
ofrt:cimientos, sino que al rechazo unieron la declaratoria
de la guerra á muerte.
Esta heroica resoluci6n equivalía á una sentencia de
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G ene,.alidades
161
pena capital para aquellos nobles y valerosos guerreros,
cuya falta de recursos y escaso número no les permitía
defenderse de uno de los Jefes realistas más célebres por sus
crueldades.
La decisión tomada por jas republicanos fue publicada
por bando en la ciudad; la guarnici6n
llevaba las armas á
la fu nerala, las banderas cnlu tadas y destempladas las cajas.
La lucha en la cuchilla del Tambo fue verdaderamente
terrible;
500 patriotas quedaron en el campo, y los escasos
restos de aquellos valientes tomaron el camino de La Plata.
En el páramo de Guanacas, en el punto denominado
Gabriel LÓpez, se encontraron
con García Ravira, su esperado Jefe, que marchaba á buscarlos; iba en compañía de
la familia Piedrahita, que huía de los españoles.
A la mañana siguiente 1m; primeros rayos del sol iluminaron en aq uella fría y desolada región de los Andes una
escena tan extraña como conmovedora.
García Rovira se había prendado de la más joven de las
tres hermanas Piedra hitas, y con el consentimiento
de sus
pad res la heroica niña resolvió darle su mano antes de se·
pararse de él en la senda de persecución
y muerte (lue seguían.
Bajo el azul palio deun cielo purísimo, sobre musgosa
alfombra apenas hollada por la planta humana, en aquél extenso alcázar de la naturaleza, limitado apenas por los arcos
atrevidos que decoraban los muros de cristal de los nevados
cercanos, el Padre Florido les dio la bendición nupcial.
Presenciaron
el matrimonio los padres y hermanas de
aquella novia incomparable, y los 150 derrotados
sirvieron
de testigos al héroe, que se apresur6 il ceñir su frente de
rosas, porq ue presentía que SllS laureles se trocarían pronto
en corona de martirio.
Jirones de niebla envolvieron como velos de gasa á la
gentil desposada; copos cariñosos de nieve temblaron en sus
sedosos bucles fingiendo los simbólicos azahares, y Jas tintas
rosadas de la aurora se apresuraron
á dar los colores de la
vida á todos aquellos semblantes empalidecidos por la fatiga
y el pesar.
La orquesta de aquella ct:remonia grandiosa en su suprema sencillez formáronla las ráfagas errantes que se detuvieron solícitas y vibraron con sonoridad extraña,
ya en
majestuoso trémolo, ya en bajo profundo,
ya en melodía
dulcísima de arpa e6lica formada por el viento al peinar la
cabellera de los airosos pajonales; en cuanto á los solos de
aquel himno misterioso, encargáronse
de ellos algunas mirlas que detenían su vuelo y rasgaban el aire con armonioso
canto.
Los regalos destinados á aquella novia ideal se hallaban
esparcidos sin orden en aq uella fiesta en que oficiaba el amor
11
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162
Notas
revestido de sus mejores galas, y le servían de acólitos la
abnegación y el heroísmo.
Entre los afelpados estuches de los nacientes frailejones
brillaban en regia variedad collares de diamantes que había
depositado pródigo el rocío, solitarios magníficos que irisaba
el primer rayo del sol, y caprichosas y artísticas agrupaciones cIe brillantes, jamás poseídas por ningún soberano de la
tierra.
Mientras estos joycles de terciopelo blanco lucían sus
primores en juegos de luz maravillosos, búcaros de níveas
florecitas ocultaban finísimas esencias que la brisa se encargaba de llevar hasta la hermosa desposada.
Un "enado de rameada cornamenta, cuya silueta cortaba sobre una roca el cielo azul, inmóvil por la sorpresa y la
curiosidad que le causaba aquel grupo tan extraño para él,
asemejábasc á artístico bronce que completara los regalos
hechos por la ilusión á. la sublime novia. García Rovira y su
noble compañera tuvieron el raro valor de robar en el camino del martirio un jirón al manto de la felicidad.
Dos meses después Custodio García Rovira se balanceaba en la horca en compañía del mulato Cástor, que murió
fusilado y fue luégo colgado para escarmiento de los insurgemes: 8 de Agosto de 1816.
Drama grandioso cuyo primer acto tuvo por escenario
la soledad de un páramo, amor invencible por parte del
héroe, ternura llena de generosidad por parte de ella, poema del corazón tan bello como sugestivo, holocausto santo de
los cLltares de la libertad ..
*
Son incontables las víctimas hechas por los expedicionarios de Morillo en 1816.
D. Pedro Groot tuvo que fingirse sordo y mudo durante
varios años, y resistir cruelísimos experimentos para salvar
su vida; 10 mismo hizo otro patriota de apellido Serrano.
D. José Miguel Pey estuvo encerrado en una cueva durante tres años para no caer en manos de los españoles.
El Presbítero
Céspedes, notable botánico, fue sorprendido por los realistas en una montaña que había buscado por
refugio, y para librarse de ellos no vaciló en arrojarse á un
precipicio; afortunadamente
no fue mortal su caída, y después de cuatro meses de penalidades indecibles salió á los
llanos, felicitándose de hallarse, como él decía, entre tigres
y culebras, y no con los enviados de Fernando VII.
Cuando fue vencido Juan José Neira por Tolrá, 10 hicieron prisionero y no 10 ultimaron inmediatamente,
por
en\"iarlo á Sámano como un grato presente, para que fuera
sacrificado en la plaza de Santafé.
Atáronlo cuidadosamente,
y al pasar por el volador de
Tausa el preso se lanzó sin \'acilaci6n en el abismo.
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GCllcralidades
163
Ligado como estaba, y á !'emejante altura, los españoles
no dudaron de su muerte;
buscáronlo en vano con la vista,
y seguros de su fin, continuaron su camino. Neira, que debía
serdr todavía muchísimo á la Patria, se salvó milagrosarnente y fue á unirse con los amigos de la libertad.
1817
L,a crueldad había alcanzado el grado m¡'lximo en algunos de los Jefes españoles, :r aun(lue muchas americana!3 habían sucumbiùo por diferente:; motivos á causade la guerra,
aún faltaba á los paciticadorc~, la ignominia sin nombre de
asesinar oficialmente il una mujer.
"\nto'nia Santos, hija de Charal¡'l, fue sacl"ificada por Fominaya, por sus eminentes sen'icios (tIa Patria, y:NIel'cedes
Abrego fue fusilada por haber bordado alguna insignia para
los patriotas,
'
D. Juan Sámano, el digno sucesor de :Morillo, debió sentir extrañas
fruiciones de llera cuando al alcance de sus
fauces enrojecidas por la san~re ha]]() una nueva víctima,
descclI1ocido y tierno manjar para sus mandíbulas de tigre,
fatigadas de despedazar hombres.
Poli carpa Salavarrieta,
la encarnación del patriotismo
femenino, la joycn sacerdotisa
de la libertad,
recibió la
muerte por orden de Sámanc'. y fue fusilada en Bogotá el
14 de Nü\'iembre.
Centro de una conspiracic)n en la capital que no pudo
llevarse il cabo, eu.vió á algunos de sus compañel'os á Casanare para dar allí noticias de la situación del intel'Îor; entre
éstos iba su novio, Alejo Sabaraín.
Desgraciadamente
fueron sorprendidos y aprisionados,
10 mismo que lo fue Policarpa, de quien hacía algún tiempo
se tenían sospechas.
En vano se hicieron csfuel"Zos para arrancar á la joven
el nombre de los patriotas comprometidos
y el de aquellos
con quienes se comunicaba;
esta mujer de heroicidarl maravillosa permaneció
absolutam.:nte
muda á este respecto, y
su noble entereza nos recuerda la griega que siendo miembro de una conspiración en que se hallaban sus hermanos, y
que fue descubierta, al ser forzada por mil medios {l delatar
sus cómplices, se trozó la lengua con los dientes y la escupió
serena á la cara de sus verdugos. Del mismo temple era la
heroína granadina que marchó al patíbulo sin dar una muestra de debilidad, sin que le arrancaran
una sola palabra que
pudiera comprometer
á los patriotas, y con la soberana actitud del que lleva la cuádruple corona de la juventud,
de la
heroicidad, del patriotismo y del martirio.
Morillo había organizado con americanos el Batallón 2Q
de N1t7llancia, y por entre sus filas tocó pasar á Polica11>a;
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164
Notas
levantó la joven su faz pálida y serena al subir al patíbulo, y
volviendo hacia ellos su gentil cabez~ increpÓlos bravamente por su cobardía en servir contra su patria, y los conjuró
con vehementes frases para que volvieran sus armas contra
los opresores.
Ni un momento dobló el pesar la gallarda y juvenil
figura de la interesante víctima; ni una lágrima empañó el
brillo de sus grandes ojos; arengando con energía sublime
á la conmovida multitud, sus labios se pusieron secos, y yiendo cerca de ella alguna cara conocida, pidió con ansiedad un
poco de agua.
Un Oficial realista se apresuró á alcanzar la que pedía
la noble criatura; levantó ella la vista y al ver el uniforme,
rechazó el agua con violencia diciendo: iDe los enemigos de
mi patria ni una gota de agua!
Aún hablaba al pueblo cuando el toque del tamborahogó su voz y el estallido de las armas que acababan con la
sublime mártir, llevaron el horror y la tristeza á los más
duros corazones.
Su escolta de honor en el camino de la gloria la formaron sus siete compañeros fusilados en seguida, entre los
cuales se hallaba Alejo Sabaraín, su prometido.
El Batallóll Numallcia cumplió no muy tarde la última
voluntad de Policarpa, y volviendosus armas contra España
en oportunos momentos, tomó el nombre glorioso de Leales á
la PatYt"a.
Por demás conocido es el anagrama de la heroín~ pero
es esa combinación tan extrañamente misteriosa por su oportunidad y su belleza, que bien puede sin pena repetirse. De
Policarpa Salavarryeta se forma este anagrama, que le sirve
de magnífico epitafio: race por salvar la patria.
1819
En la milagrosa campaña que hizo Bolívar en 1819 tuvo
lUJfar la famosa batalla del Pantano de Vargas, que precedio muy pocos días á Boyacá, en donde se selló definitivamente nuestra independencia.
En el Pantano de Vargas las fuerzas realistas ocuparon
las alturas de tal manera que. los patriotas quedaron dominad(ls por ellas, y pudiéramos decir encerrados, porq ue la
caballería llanera, principal auxilio de los republicanos, parecía. imposible que pudiera moverse en aquellas empinadas
brerias.
España parecía triunfar de una manera inevitable, pero
no se había contado con Carvajal, Rondón é Infante, centauros de la llanura y las montañas, que se precipitaron en ascenE.ióndevastadora hacia las alturas que parecían inacce-
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Getlcralidadcs
165
--------~.
__ ._--_._------------sibles para los caballos y arrollaron como ola tempestuosa á
los confiados realistas.
En el ejército libertador todos los cuerpos cumplen su
déber y descuella entre todo:3 la Legión Británica, mandada
por el Coronel I~ook.
A tiempo de obtener
el triunfo el \"aleroso inglés es herido por una bala que le despedazó la articulación
del codo
en cI brazo izquierdo;
no fue posible atender
el mismo día
la cura de la herida, y fue hasta el siguiente cuando se trató
de la dolorosa amputación.
El Coronel Rook sufrió todos los penosos detalles de la
operación con serenidad heroica, y al caer el antebrazo, antes de que se hubiera terminado la difícil tarea, 10 tomó por
la muñeca con la mano derecha, y le,'antándolo sobre su cabeza á g-uisa de trofeo, exclamó con entusiasmo:
<¡Viva la
patria! ¡Viva la libertad!>
Tres días después había muerto de resultas de su herida el noble y valeroso inglés.
El 7 de Agosto de 1819 tuvo lugar la batalIa de Boyacá,
que <'.cabó en nuestra patria con el poder español, y que fue
una gran sorpresa para los realistas, debida al genio portentoso de Bolí\"ar.
Ba'rreiro, distinguido Jefe español, mandaba las fuerzas
del Rey, que en aquel día alcanzaban á 2,500 soldados. Los
patriotas sólo contaban con 2,000, muchos de ellos reclutas.
La batalla empezó á las dos de la tarde con un encarnizamiento terrible;
vig-orosa la resistencia,
violento el empuje
del ataque. Hubo un momento de penosa ansiedad para los
patriotas, en que pareció que se les escapaba la victoria;
se
dice que en ese angustioso intervalo paso Bolhar alIado de
Rondón y le dijo con nerviosa precipitación:
<Esto va mal.>
gl \"aleroso hijo de la llanura le contestó tranquilamente
y
con el dejo natural de su acento nativo: c:¿Y porqué, General, cuando yo todavía no he cargado?> c:Pues cargue usted,» le contestó impaciente Bolívar.
Cumplióse la orden y poco tiempo después aq uella tromba incontenible de jinetes cambió por entero el campo de
batalla. 1<:1 triunfo fue completo, y además de Barreiro
y
su seg'ulldo Jiménez, cayeron l~n poeler de los patriotas 1,600
prisioneros.
Entre éstos hallábase el italiano Vinoni, que había ij-aicionado á Bolí,'ar hacía seis años en Puerto Cabello y á
quien el Libertador
había prometido
castigar cuando su
lastimosa situación de vencido parecía hacer imposible el
cumplimiento
de aquella amenaza.
Conoció Bolívar al italiano entre sus apiñados compañeros, y dando por primera vez una orden de muerte, emanada directamente
de su persona, le hizo ahorcar sin pérdida
de tiempo ante los prisioneros y el Ejército.
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166
Notas
E18 de Agosto al obscurecer llegó en desenfrenada
carreta á la capital el Oficial realista Martínez de Aparicio, y
comunicó al Virrey Sámano la terrible noticia.
No es dable expresar el efecto que esto produjo en Santafé; el espanto llevado á su último límite, con una sorpresa
muy cercana de la estupidez, embargó á los españoles; el
gOZQ llevado hasta el delirio se apoderó de los patriotas.
El Virrey escapó á la madrugada
sin cuidarse de dar
siquiera aviso á sus compañeros de Gobierno ni la más ligera orden en ningún sentido .
. Protegido por un sombrero de hule rojo y envuelto en
una ruana de color verde, el viejo Virrey corría desalado
por el camino de Occidente, sin haber tomado ningún alimento antes de su precipitada fuga.
Cuando rendido por la fatiga y la necesidad se detuvo
para desayunarse, es fama que mirando sin cesar hacia el camino recorrido, apenas tomaba bocado exclamando con trémulo acento: «Tengan mucho cuidado de que no vengan por
ahí esos cobardes.:'
Los Oidores emprendieron á piesu precipitado viaje, y
á semejanza de su jefe, todo 10 abandonaron sin previsión
ninguna, hasta el èxtremo de dejar en la casa de moneda
$ 700,000. El depósito de esta cantidad sólo la corto da el
Sr. Lubín Zalamea, empleado pobre y honradísimo de la
fundición. El noble y probo patriota 10 entregó á Bolívar
intacto, y aquel dinero sirvió para los primeros gastos de la
RepÚblica.
Muchos de los españoles que emprendieron su viaje á
Honda abandonaron sus casas con 10 que contenían, dejaron
abiertos sus almacenes y aun emprendieron
camino con
vestidos m{ls que sencillos con que en la mañana los sorprendió la noticia; se dice de alguno que se hallaba tan
trastornado
por el espanto, que habiendo colocado en una
bara.nda una mochila de dinero para emprender el viaje, á
tiem po de parti r cogió en vez de ella un gallo que se encontraba cerca, y fue lejos de la ciudad donde se dio cuenta
de S.1 equi\·ocación.
Algunos ancianos murieron de hambre y de fatiga en
el camino.
El 11 de Agosto Leonardo Infante se dirigió con los soldados que habían compuesto la escolta del Libertador hacia
Ho~da, en persecución de algunos emigrados, especialmente
de Sámano.
Al llegar al Magdalena el valeroso Jefe, no hallando
canoas para pasar, lanzó su caballo por el Salto, y con esta
hazaña de los tiempos heroicos logró aprisionar á varios de
los que huían, aunque no consiguió apoderarse de Sámano.
El lS de Agosto se publicó el primer número de la Gaceta de Salltezlé dI' Bogotâ, en donde se dieron á conocer las
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G~mlidades
167
medidas tomadas por el Gobierno republicano instalado definitivamente,
Celebráronse
suntuosos funerales por las almas de los
mártires sacrificados por la Patria;
y no deja de ser curioso
que sirviera para este objeto el esme¡-ado y rico adorno que
el Virrey y los Oidores habían dispuesto para celebrar las
honras fúnebres de la infanta Isabel de Braganza.
Elll de Octubre fueron fusilados en la plaza de Santafé
Ban-eiro, Jiménez y sus treinta y siete compañeros;
es generalmente
sabido que el nÚmero cuarenta la completó el
conocido realista que seguía Hiempre tras las \"Íctimas de los
pacilicadores
insultando su desgracia y atormentando
con
su imprudente
lengua.
Al ver que fusilaban ;1 los prisioneros
de Boyacá, ¡}faZpica, como le llamaban, exclamó con arrogancia que le costó
muy caro: «Atrás viene 11uien las endereza.> Su amor al
Rey y su carácter exagerado le costaron la vida.
Aún se hallaba en vigencia el Decreto de la guerra á
muerte dictado en Trujillo en 1813. Había en Santafé mil
doscientos españoles prisionl~ros con sus jefes y oficiales, lo
cual los hacía muy pc1jgroso~, sobre to<1ocuando al marchar
al Norte las Divisiones veteranas sólo quedaban en la ciudad
cien reclutas para custodiarlos.
El 17 de Diciembre
del mismo año fue formulada
y
promulgada
la Ley fundamental
de Ja República de Colom bia.
1820
Celebróse en este año el tratado ùe regularización
de la
gue¡'ra y un armiHticio de seis meses. Fue entonces cuando
Morillo manifestó vivo deseo de conocer (I Bolívar, y tuvo
lugar una entrevista
en la parroq uia de Santa Ana; reinó
en ella la mayor cordialidad
y estos dos hombres se despidieron abrazándose.
Dispusieron también que en recuerdo
de aquella reunión se levantara en ese sitio una pir;lmide
ejecutada por obreros de las dos naciones. Aquel sitio está
situado entre Carache y Truji110.
]H21
El 24 de Junio tuvo lugar la gran batalla de Carabobo,
que dio la libertad á Venezuela;
pereció allí el heroico republicano Cedeño y se cubrió de gloria el ùatal1ón español
Vàlcllcc)' en su maravillosa retirada
hacia Puerto Cabello.
i822
El 7 de Abril las fuer/.as españolas ocupaban
una posición inexpugnable
en las faldas del volcán de Pasto dena-
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168
Notas
mina.das Càriaco; el ejército patriota, que buscaba el paSQ
del Guáitara se hallaba en la llanura de Bomboná, dominada por las alturas que coronaban los realistas y naturalmente fortificadas con bosques, precipicios é inaccesibles laderas.
Bolívar comprendió que aunque el ataque era empresa
dificilísima yen que se necesitaban
milagros de valor y de
constancia, era preciso llevarlo á cabo puesto que una retirada sería mucho más peligrosa en aquellas circunstancias,
y un verdadero desastre para los patriotas.
Torres
fue comisionado para atacar por el frente al
enemigo, y Valdés empezó una ascensión en donde el valor
y la habilidad corrían parejas:
por una falda tan vertical
que los realistas la habían descuidado por inaccesible, empezaron á trepar los soldados hincando en el terreno las bayonetas para sostenerse, y así llegaron á espaldas de los enemigos.
gn medio de aquella lucha formidable en que caían los
combatientes como espigas de un campo segado, Bolívar
volvi6 á decir á Torres que si había olvidado vencer, á lo cual
contestó con arrogancia el General que aún no habían nacido los que pudieran reemplazarlo á él ó al Batallón Bogotd.
El combate se generalizó á bayoneta porque en ambos
bandos se acabaron las municiones.
Por un terrible desfiladero avanzaba el Batalló1t Bogotd, que á cada viente pasos
renovaba sus Jefes que arrebataba
sin cesar la muerte,
como airada por el atrevido desafío que sin vacilación le hacían aquellos héroes que trepaban
asidos al manto de la
gloria.
La noche terminó aquella lucha títánica pero no logró
envolver en sus tinieblas al Batalló1t Bogotd; tendidos yacían Oficiales y soldados lIa inmortalidad
bañaba con luz
inextinguible aquella legion inimitable. iDe todo el batallón
sólo quedaron seis Oficiales y cuarenta
y un soldados! La
bandera fue á poder de los españoles, no arrebatada
por el
triun fo sino recogida del suelo, porque faltaron por la muerte manos para sostenerla. Por eso al enviarla D. Basilio García, Jde realista, al Libertador Bolívar, le dice en una nota:
cOs r~mito la bandera del Batallón Bogotd, á quien si fue
posible destruir, fue imposible vencer.:'
El 24 de Mayo de 1822 se dio la batalla de Pichincha,
que afianzó definitivamente la libertad del Ecuador.
1823
En el ataque que hizo á Barbacoas Agustín Agualongo,
fue herido en la cara el más tarde General Tomás C. de
Mosquera; perdió entonces el valiente republicano una parte de la mandíbula que se hizo completar con plata, lo cual
alteró en adelante su pronunciación.
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Genet"alidades
169
1824
En este año tuvieron lugar dos importantísimas batallas
con las cuales acab6 Bolívar de dar libertad á cinco Repúblicas: la de Junín, el 6 de Agosto, que asegur6la independencia de Bolivia, y la de Ayacucho, el 9 de Diciembre, con
la cual el Perú fue completamente libre y terminó para
siempre la dominaci6n española.
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170
Notas
NOT AS HlSTORlCO
RELlG lOSAS
1
Ya hemos dicho que los indios eran sabeístas, es decir,
adoradores de los astros, y que en algunas ocasiones sacrificaban á sus dioses víctimas humanas.
Había empero en su culto lejanas reminiscencias hebraicas, y el templo de Sogamoso, en el esmero de su construcción y en la especial veneración que todos los indios le tenían. era como un recuerdo del de Jerusalén.
~~lgunoscronistas, como Zamora y Piedrahita, piensan
que d Bochica de larga barba que enseñó á los indios lo poco
bueno que sabían, podía haber sido ya el Apóstol Santo Tomás, ya el Apóstol San Bartolomé.
Uno de los sacerdotes de la conquista halló un ídolo con
tres cabezas, y preguntando lo que aquello significaba, dijéronIt: que eran tres dioses con un solo corazón y una sola voluntad.
La primera misa que se dijo en territorio del Nuevo
Reino tuvo lugar en Uvaza, al otro lado del río Suárez, á los
once meses de haber salido de Santa Marta la expedici6n de
Quesada.
Cuando se fundó la ciudad de Santafé ocupaba la Silla
de San Pedro el Papa Clemente Vil.
La primera misa la dijo en Santafé, el día de la fundación de la ciudad, Fray Domingo de las Casas, primo hermado del notabilísimo Bartolomé de las Casas, que tan ardientemente trabajó en favor de los indios.
Algunos cronistas se inclinan á creer que la primera
misa.se dijo en el Humilladero, capilla que no fue fundada
hasta 1542; otros, con acopio de razones, aseguran que tan
importante ceremonia se verificó, como era natural, en una
ermita de paja situada en donde se halla hoy la Catedral, es
decir, en la demarcaci6n de la plaza donde se hallaban las
doce chozas que ordenó Quesada que se levantaran.
Los primeros Obispos que hubo en nuestro país fueron
Fray Tomás Ortiz, Obispo de Santa Marta j Fray Tomás
Toro, Obispo de Cartagena, y Fray Juan de los Barrios,
primer Arzobispo de Bogotá, adonde vino en 1554.
Este Prelado fundó la iglesia Catedral en 1563, yen 1569
se desplomó, la víspera de bendecirla.
En 1572Venero de Leiva puso la primera piedra de un
segundo templo, y aunque desde entonces se empezaron los
trabajos, la obra duró algo más de dos siglos sin concluir.
En 1807se tomó grande empeño en acabar una obra tan
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171
kist6rico reli¿;iosas
importante
y por tanto tiempo retardada,
pero vino la guerra de la Independencia,
y fue hasta 1823 cuando se concluyó la Catedral que hoy existe y se bendijo el mismo día en
que se instaló el Congreso de aquel año.
Aunque el templo estaba sin terminar, el reloj que presta hoy tan importantes
servicios fue colocado allí desde
1740, año en que se estableció el segundo Virreinato
y sitió
Vanon á Cartagena.
Los conventos de Santo Domingo y San Francisco
se
fundaron como la Audiencia en 1550.
El sitio que ocuparon no es el en q ne se hallan actualmente, y la casa que boy s'~ conoce con el nombre de Casa
de los ví'rreyes, cerca de la iglesia de Las Nie"es, hacia el
sur, fue un pequeño convehto que ocuparon los Franciscanos antes de trasladarse á su residencia definitiva.
1562
Vino San Luis Beltrán
á Cartagena.
158&
En este año tuvo lugar la aparición
q uinq uirá j en
de la Virgen
de Chi-
se fundó el convento de Dominicanos que ad ministrasu
iglesia.
1639
1S<)7
El convento del Desierto de la Candelaria, cerca de Ráquira, fue fundado por Diego de la Puente, (lue desengañado del mundo se instaló con dos compañeros en sitio tan
bello como agreste y solitario j después de algún tiempo desapareció el fundador sin que fuera posible saber su paradero
durante varios años; al fin se supo que vivía como ermitaño
en el Salto de Tequendama,
alimentado por algunos indios,
únicos qne sabían dónde se hallaba.
Allí permaneció
seis años, y cuando se hizo conocida su
vida solitaria, se estableció en Santafé, donde dio notables
ejemplos de piedad y de acendrada virtud.
1610
En este año se apareció Nuestra Señora del Topo en el
pueblo de este nombre, en la jurisdicción
de Muzo.
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1'72
NotfSS
1610
Tuy{)Cartagena la dicha de recibir á San Pedro Claver.
enviado al noviciado de Jesuitas de la ciudad de Tunja. ConcluidOfisus estudios regresó á Cartagena, en donde se ordenó en 1616, dando los altísimos ejemplos de su maravillosa
vida y muriendo en la afortunada ciudad en 1654.
El Papa Gregorio XVI regaló á Santafé algunos huesos
del mártir San Victoria, y el artista Victorino García los recubrió con cera de una manera muy notable á principios del
siglo pasado.
D{~las iglesias que existen hoy la más antigua es la Veracruz, capillita fundada en 1557 y reedificada en 163I.
El Humilladero era anterior, pues fue fundado en 1542,
pero lo derribaron en 1876, y hoy'fS apenas un recuerdo
histórico.
SIGLO XVI
Se fundaron los siguientes templdB en Santafé:
Humilladero
La Ve::-acruz
Santa Bárbara
Las Nieves
Egipto
La Concepción
San Victorillo
o
•••••••••••
1542 Derribado
, 1557 Reedificada
,
, " ., 1565 Reedificada
"
,. 1594
1576
1583 Concluida
1598 Destruida
SIGLO
1876
1631
1585
1595
1827
xvn
San Ignacio ................•...
1605
San Diego
, ..
1606
El Carmen
1606
Santa Clara
1619
La Candelaria
1619
~lonserrate
1620
Santa Inés .. "
,
1633
San Juan de Dios
1635
Las Cruces viejas
1650 Destruidas
Guadalupe
,
,. 1650 Reedificada
Sagrario
1660
Hospicio
1660
Las Aguas
1665 Reedificadas
o'
1827
185S
1690
SIGLO XVIII
La Tercera
La Enseñanza
La Capuchina
"
, .. " 1760 Concluida
1770
" 1783 Concluida
1780
1794
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lzistórico religiosas
San Francisco
Reedificado
por
D. Domingo Esquiaqui.
1794
SIGLO
Capilla de Chapinero
Cruces nuevas
Capilla del Cementerio
173
"
XIX
1812
1832
1839
Las Cruces viejas estaban situadas en la esquina sureste
del hoy Puente de Córdoba; destruidas.como otros templos
por el fuerte temblor de 1827, se trasladaron al lugar que
hoy ocupan.
La capilla deI Cementerio, así como la del Dividivi, fueron construidas con fondos regalados por el Sr. D. Fernando Caicedo y 1"lórez, que fue el primer Arzobispo de la
República, así como el Sr. Juan Bautista Sacristán, que
murió en Santafé en 1817, fue el último Arzobispo que hubo
durante la dominación española.
Los Arzobispos de la Colonia se distinguieron en lo general por altísimas ,,¡rtude!> y notable celo, no sólo en favor
de las almas sino en pro de la instrucción.
BI Sr. Zapata de C{trdenas, alto personaje de la nobleza
española, que abandonó el mundo para consagrarse á Dios,
dejó una huella inoh·idable en los primeros años del Arzobispado en Sa:ntafé.
Más tarde siguieron su ejemplo de buscar en el claustro
el camino del Cielo otros dos elevados magnates j el Virrey
Salís, hijo del duque de Montellano, que en 1761 abandonó
todo el prestigio de una \,ida afOl,tunada y el esplendor del
mundo para convertirse en humilde recoleto de San Diego,
yel Conde del Asalto, que estableció en Santafé los Capuchinos y se hacía conocer con el nombre de Fray Miguel de
Pamplona.
Entre los Arzobispos hubo \'Írtudes que rayaron en la
santidad, como las que ostentaron, entre otros, el Sr. Arguinao, D. Bernardino
de Almansa y el Sr. Arias de Ugarte,
primer Arzobispo nacido en Santafé, de noble linaje, quien
por humildad y para manifestar su amor á los indígenas se
firmaba HCJ'llalldo Indio.
De gloriosa memoria por su ardiente caridad y su amor
á las luces y al progreso, se hallan en primera línea Fray
Bartolomé Lobo Guerrero, Fray Cristóbal de 'l'ones, Caballero y Góngora y Baltasar Jaime Martínez Compañón.
A los estudios implantados por el Arzobispo Caballero y
G{.ngora se debe en gran parte la independencia,
porque la
amplitud que dio á la enseñanza el Arzobispo Virrey, además de la mejora en el cultivo de las inteligencias, permitió
el vuelo á las aspiraciones nobles é iluminó los caminos de la
libertad.
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174
Notas
II
En 1521fue herido en el sitio que en ese año tuvo lugar
en Pamplona de España el notable militar que más tarde se
llamó San Ignacio j retiróse á cuidar de su herida en su castillo de Loyola, y de esas horas de meditaci6n y soledad, bendecidas por la mano de Dios, surgió más tarde la benéfica y
poderosa Compañía de Jesús.
'
Fundóla en 153:4,y fue aprobada por el Papa ~ablo m.
Los jesuitas vinieron por primera vez al país con el Presidente Antonio González, pero no lÍallaron facilidades para
establecerse.
En 1599 vinieron con el Arzobispo Lobo Guerrero, y
como pocos años después-1604- se hizo cargo del Gobierno
D. Juan de Borja, auxiliados por el noble caballero se establecieron definitivamente, y el Arzobispo mencionado fundó
el importante Colegio de San Bartolomé; empezóse!al mismo
tiempo la iglesia de San Ignacio, cuyo plano había sido traído de Homa, y fue llevado á cabo por el Padre Juan Bauti~
ta Colucini.
Los jesuitas habitaron primero en el local en donde hoy
se hallan el Museo y la Biblioteca Nacionales j fundó la casa
enSantafé el Padre Martín de Funes, que traía las)icencias
necesarias, y fue primer Provincial el Padre Diego de Torres Bollo.
La casa en Tunja la fundaron en 1608.
La primera imprenta que hubo en el Nuevo' Reino la
trajeron los jesuitas en 1738.
En 1767 la cristiandad fue sorprendida por la orden
dada por Carlos III de expulsar de todos sus dominios la Compañía de Jesús.
Esta medida fue llevada á cabo en el Nuevo Reino por
el Virrey D. Pedro Mesía de la Cerda; este mandatario recibió la orden de proceder con el mayor secreto hasta el momento en que debía verificarse la expulsión.
A pesar de esta reserva, guardada con la mayor exactitud, el 31 de Julio el jesuita que predicó en San Ignacio se
despidió del pueblo de Santafé como cierto de emprender
un largo viaje.
En la noche de ese día, cuando en hora avanzada la autoridad se presentó ante el Padre Manuel Balzátegui, Superior de la Compañía, á intimarle la orden, parecía prevenido, pues no manifestó sorpresa por un hecho tan inusitado,
y la Comunidad se reunió rápidamente como si se hallara
lista para la partida.
Al abandonar el reino los jesuitas se cerraron trece colegi08 y se abandonaron ciento tres predios rurales, y 10 que
es oeor estudios imoortantes en varios sentidos.
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histórico religiosas
175
Los piadosos santafereños
supieron con indecible sorpresa que el Papa Clemente XIV había extinguido
la orden
. de los jesuitas j pero fueron muy pocos los que averi9"uaron
entonces y los que saben hoy á cuantas intrigas ya cuantas penas del Pontífice, abrumado
por la exigente presión
de tres embajadores que IlO descansaban en su maléfica tarea, conforme á órdenes recibidas, se debió la extinción.
Tres reinos se aunaron con el fen"or de la pasión para
alcanzar tamaño resultado: España, Francia y Portugal.
Al poder innegable y creciente de la Compañía, que humillaba á los podcrosos y servía de traba en algunos caminos
indeùidos, agregáronse heridas de amor propio que prepararon la tempestad
que al fin estalló tan desastrosamente.
En España los enemigos de la Compañía, entre los cuales figuraban en primcra
línea los ~Iinistros de Carlos m,
fingieron unas cartas que enseñaron sigilosamente
al Rey,
en las cuales los jesuitas ponían en tela de juicio á Isabel de
Farnesio, madre del Sobcrano, y declaraban
que éste ocupaba sin legitimidad el trono.
Herido terriblementl~
el I~ey en sus más caros sentimientos, resolvió la pérdida de los que llamó calumniadores,
y aun<!ue más tarde tuvo que com"cncerse con pruebas irrecusaùles de que las cartas eran apócrifas, ya había caído
sin poderlo remediar
en las redes de los enemigos de la
Compañía.
En Francia la Marquesa de Pompadour tuvo la idea de
confesarse y escogió un jcsuita para llevarlo á cabo, esperando que su supremacía
en la Corte de Luis xv facilitara sus
negocios de conciencia.
El hijo de San Ignacio negó á la dama la absolución pedida mientras no se retirara de la Corte y especialmente del
palacio real.
La Marquesa insistió, lloró, y por último amenazó con
su terrible poder, que desde ese día hizo sentir su peso formidable sobre la perseguida Compañía.
Unióse la influencia de la Pompadour á la de los Ministros de Luis xv, á cuya cabeza se hallaba Choiseul.
En Portugal
un Ministro de origen humilde para llegar á tan elevado puesto, el poderoso Pombal, no había podido olvidar la humillación que le había inferido un jesuita
cuando empezaba á escalar las alturas del poder;
juró vengarse y unió su amor propio herido á los lesionados en Francia y en España.
Son indecibles las intrigas y esfuerzos combinados con
q Ile los tres países lograron coronar sus deseos.
En 1814 el Papa Pío VII restaùleció
la orden de los
jesuitas.
Volvieron á nuestro país en 1844, y hubo una segunda
expulsión decretada por el Gobierno en 1850; regresaron
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176
Notas
·en 1858 Y volvieron á emprender el viaje del destierro en
1861.
Volvieron en 1886 y desde ese año funciona nuevamente en Colombia el Colegio de San Bartolomé; la iglesià de la
Compañ.ía, á la que habían dado en el tiempo de la expulcsi6n el nombre de San Carlos, quizá en honor del Rey de la
pragmática, recuper6 como era justo su primitivo nombre
-de San !gnacio.
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AllfUnos datos curiosos
177
ALG UNOS DATOS CURIOSOS
En 1531 la Corte prohibió que se esclavizara á los indígenas.
En 1590 vino como Presidente del Nuevo Reino Antonio
González y declaró todas las tierras realengas, las cuales volvió á vender, aumentando cuantiosamente
el Erario. Los títulos de propiedad raíz más2_ntiguos que puedan existir son
los de esa época.
El Virrey Solís fue el primero quc estableció en el país
una oficina de estadística, pt-ro desgraciadamente
todos los
datos obtenidos entonces se pcrdieron.
La Biblioteca Nacional fue fundada el7 de Enero de
1777 por D. Antonio Moreno y Escandón, cuando gobernaba
el Virrey Guirior; se formé. con los libros que los jesuitas
habían dejado en Tunja y Santafé; en 1822 se le agregaron
los libros de la Expedición
botánica y se trasladó al lugar
que hoy ocupa; mucho más tarde se aumentó con los libros
encargados por el Presidente Herrán, que llegaron durante
la Administración
Mosquera, y con los generosamente
donados por el General D. Joaq uín Acosta, D. Manuel Ancízar
y sobre todo con la valiosísima colección regalada por el Coronel Anselmo Pineda.
Los terremotos
que más han alarmado el país y que
más huella han dejado han tenido lugar: en 1743; en 1785;
en 1805, que se destruyó Honda; en 1826 y 1827, que sufrió'
mucho Bogotá, y en 1875, que se arruinó completamente
Cúcuta.
En 1825 los extranjeros residentes en Bogotá organizaron las primeras carreras de caballos.
Hacia 1825 vivía en Bogotá un brasilero muy instruido
que tenía gran facilidad para versificar, y cuya vida había
sido una serie de extrañas y peligrosas aventuras, entre ellas
descollaban un terremoto y un terrible naufragio. Una noche de lluvia resbaló frente :í.las enfermerías de San Juan de
Dios, y probablemente
aturdido por el golpe no pudo levantar la cabeza de entre el crecido caño, cnel cual se ahogó.
Se llamaba José N. Saldahna.
En 1818 nació en el Chaparra1 Manuel Murillo Toro;
durante su Administración
se fundó el Diario Oficial, el primer banco y el primer telégrafo. Fue el primer Presidente
que tomó posesión de su cargo en el Capitolio. cuando por
segunda vez se hizo cargo del Gobierno.
En 1771 nació en Popayán el gran sabio Francisco José
de Caldas.
12
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178
Notas
En 1798 nació en la ciudad citada el General Tomás C.
de Mosquera.
En 1828 ha.bitaba en Bogotá D~Manuela Sáenz, con cuyo
nombre se tropieza forzosamente al tratar de la nefanda
conspiración del 25 de Septiembre.
D. Juan Francisco Ortiz, su contemporáneo, dice de ella
10siguiente: <Tendría entonces veinticuatro años; el cabello negro y ensortijado, los ojos negros también, atrevidos,
brillantes; la tez blanca como la leche y encarnada como la
rosa; la dentadura bellísima; de estatura regular y de muy
buenas formas; de extremada viveza, generosa con sus amigos, caritativa con los pobres; valerosa, sabía manejar la espada y la pistola; montaba muy bien á caballo vestida de
hombre, con pantalón rojo, ruana negra de terciopelo, y
suelta la cabellera, cuyos rizos se desataban por sus espaldas, debajo de un sombrerillo con plumas que hacía resaltar
su figura encantadora.~
D~ Manuela Sáenz murió en Paita, en el Perú, en 1856.
. En los últimos años de su vida adquirió una extraordinaria·
gordura que la obligaba á estar recostada eñ una hamaca,
pero que no alteró su bello color ni sus hermosas facciones.
Su mayor goce consistía en obsequiar á sus amigos yen acariciar unos cuantos perrillos, á quienes había dado los nombres de los principales Generales de la Gran Colombia.
En 1829 hacía sus estudios en Bogotá un joven tan notable por su talento como por su desaplicacion y falta de
juicio. Sus travesuras llegaron al extremo de que su tío,
miembro del Senado de Colombia, lo envió sin pérdida de
tiempo á Venezuela, su patria; este joven fue el más tarde
• célebre historiador Rafael María Baralt, notable por más de
un concepto.
José María Melo, el Dictador, nació en el Chaparral, y
en 1824hizo parte de los soldados colombianos que marcharon al Perú.
Murió en lo que antes se llamaba Estado de Chiapa, en
Méfico, pasado por las armas en las ruinas de un convento
de orden del Jefe Comonfort, en cuyo ejército servía, atribuyéndole que se hallaba en tratos con los enemigos.
En 1842 reclamaron los venezolanos los restos del Libertador, que fueron pomposamente trasladados; en su testamento había dejado sus restos á Venezuela y su corazón á
Colombia.
En 1833se inició la éra de las reclamaciones extranjeras.
El palacio de San Carlos fue en su origen seminario de
los jesuitas; luégo se ocupó como cuartel del Batallón Auxiliar,. después se colocó allí1a Biblioteca Nacional; comprado
y transformado por D. Juan Manuel Arrubla, pasó á poder
de la Nación, se arregló convenientemente en 1885 y ha sido
notablemente mejorado en 1906.
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Algunos datos curiosos
179
En la primera Administración Mosquera hubo una exposición de los productos de la industria del país, y se exhibió una colección de 1,200 aves pertenecientes á D. José María Domínguez.
El primer taquígrafo del país fue D. Andrés Sandino.
En 1851 se dio la absoluta libertad de los esclavos.
El primer vapor que navegó el Magdalena se llamaba
La Unión, y fue el empresario D. Bernardo Elbers: 1845.
El teléfono se instaló en 1890 en Bogotá.
El carrousel, en 1884.
El Teatro Colón se empezó en 1886 y se estrenó con un
g-ran concierto è112 de Octubre de 1892, cuarto centenario
del descubrimiento.
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180
Notas
DATOS HISTORICOS
SOBRE DIVERSOS ASUNTOS, AJ,GUNOS DE ACTUAl. !DAD (190i)
1
IMPRENTA
Y LITOGRAFÍA
La primera imprenta que hubo en nuestro país la trajeron los jesuitas en 1738y la manejaba el Hermano Francisco de la Peña.
La segunda imprenta fue introducida por el Virrey
F16rez, y probablemente fue la que sirvió á Nariño en misteriosa y sublime complicidad para publicar los Derechos
del hombre, terrible rayo escapado de la revolución de Francia que vino á incendiar el viejo edificio colonial.
Generalmente se cree que el Papel periódico de SantaJé
fue el primero que vio la luz pública en la ciuùaù; fue el19
de Agosto de 1785cuando apareció por primera vez en la
capital del Nuevo Reino el arma poderosa del periódico en
la forma de un pequeño papel, que se llamaba la Gaceta de
Santajé y que sólo llegó á contar 29 números.
En 1791, por iniciativa del Virrey Ezpeleta que hizo venir de la Habana al joven Manuel del Socorro Rodríguez
para que lo redactara, apareció el Papel periódico de Sa11taJé de Bogotá, que duró siete años y tuvo 270 números.
La lista de suscriptores la encabezaba el Virrey, y allí
se publicaron muchos de los trabajos científicos de la Expedid6n botánica.
En 1801 aparecieron El Correo Curioso y el Redactor
Americano, yen 1806El Alternativo y luégo el notable Semanario redactado por el sabio Caldas.
En 1811Nariño fundó La Bagatela, y los opuestos á su
política El MOlltalbán; de un incidente motivado por un artículo que hizo que Nariño pisoteara el periódico, nació la
denominación con que en la patria boba se distinguían en
Santafé los patriotas -paleadores y carraeos.
En 1819D. Bruno Espinosa de los Monteros introdujo
dos prensas alemanas, primeras de metal que llegaron á esta
ciudad.
En 1825montaron tipografía en ~ogotá los alemanes
Fox y Slokes.
En 1826D. Zoilo Salazar trajo otra imprenta.
En 1828 montó tipografía José A. Cualla.
En 1834 Nicolás Gómez y G. Morales dirigieron la im-
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Datos ltistóncos
181
prenta de la Unión, y José Ayarza montó otro establecimiento de la misma clase.
En la primera Administración
Mosquera
este mandatario obtuvo por medio de D. Manuel Ancízar, que hacía
algunos años residía en Venezuela, (lUe vinieran á Colombia
tipógrafos y dibujantes notables; tales fueron los hermanos
Echeverría,
León, Cecilio y Jacinto, y los hermanos Martínez, Celestino y Jerónimo.
Con este personal escogido fundóse la imprenta dellVeo
(;rauadino, con 10 cual se dio nuevo giro á los trabajos tipográficos y se introdujo en ese ;;entido un buen gusto de que
antes se carecía.
Anexa á la imprenta se fundó una encuadernación,
y la
litografía también empezó á progresar
r{tpidamente.
La primera litografía la había establecido
en el Museo
el español Carlos César Molina.
El primer litógrafo
colombiano fue D. Pastor Losada.
La primera máquina de imprenta
que llegó á Bogotá
la intt'odujo D. Manuel Ancízar.
II
BA~COS
Hasta 1564, en que llegó como Presidente
del Nuevo
Heino Venero de Leiva, el comercio se hacía particularmente con oro en polvo, para lo cual debían tener medidas
especiales; prohibiólo el mandatario
ordenando que el oro
se redujera á tejos marcados por el Gobierno.
En 157<)se presentó en la Colonia el alarmante
suceso
de haher sido descubierto el primer monedero falso.
Un comerciante llamado Juan Díaz se había dado á la
tarea de fundir en tejuelos cuanto cobre encontraba á su
alcance, haciendo prosperar la venta de almireces y candeleros, que rápidamente
convertía en moneda.
Fue condenado á muerte y lo salvó el ruego de D¡~Inés
de Ca~trej6n, hija del Presidente
Lope de Armendáriz, que
tuvo la feliz ocurrencia de pedir el indulto como Pascuas de
Navidad, día solemne en que su padre nada le negaba.
En 1590, cuando vino á la Colonia el Presidente Antonio
González, prohibió el comercio con tejuelos de oro, lo que
entorpecio entonces todas las transacciones
porque la mo~
neda no fue oportunamente
reemplazada.
A pesar de la
prohibic.ión debió seguirse
usando más ó menos mejorado
tan primitivo medio, porque no fue sino hasta 1750 cuando
Prieto de Salazar fundó en Santafé la casa en que se acuñó
verdadera moneda.
El primer establecimiento
bancario que hubo en Bogo-
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182
Notas
tá se -fundó en la primera Administración
el que se llamó en
1865
Murillo; tal fue
Banco de Londres, Méjico y Sur América.
1871
Se fundó el Banco de Bogotá.
1875
Se fundó el Banco de Colombia.
1877
Se fundó el Banco Popular.
1881
Se fundó el Banco Nacional.
1883
Se fundó el Banco de Crédito Hipotecario.
1885
Se fundó el Banco Internacional.
1897
Se fundó el Banco de Exportadores.
1901
Se fundó el Banco del Comercio.
1905
Se fundó el Banco Central por Decreto legislativo número 47 de 1905.
Entre los varios motivos que dieron origen á este Decreto se halla el muy importante de _hacer bajar el interés
del dinero, que había alcanzado increíbles exageraciones;
esta grave circunstancia dio lugar á quiebras más ó menos
fraudulentas y á ruinas evidentes, además del malestar general de todas las industrias y de la paralización de los negocios. Por esto el Sr. General Reyes tuvo el más vivo inte-
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Datos hisMricos
----------------------
183
----------
rés en la baja del cambio y en la fijaci6n del interés del
dinero.
Desde que el Banco Central ofreci6 capitales á una rata
tan moderada como el 1 por 100, cuando ya parecía imposible que en el país se cobrara esto solamente, se sinti6 aflojar
el dogal de la usura y respiraron
con libertad la industria
y el tntbajo.
La fluctuación en el valor real de los billetes hacía difíciles v peligrosas todas las transacciones, y la desconfianza
serví;, de traba á todas las empresas.
Poco á poco la prensa y el comercio asimilaban en
acuerdo tácito el peso de papd moneda al centavo de oro,
pero se necesitaba que esto fuera definitivo, y así sucedió
desde el establecimiento
del Banco Central.
El Decreto 41 de 1905 autorizó á la respetable Compañía
que administntlas
l~entas reorganizadas
para que fundara
este establecimiento
con diversas atribuciones y funciones
varias, á cual mAs importantes y benéficas para todo el país.
III
CORR¡;~OS y TELÉGRAFOS
l<~n1514, antes de conquistar el Nuevo Reino, concedió
la Corte de España privilegio á D. Lorenzo Galíndez para
administrar
los correos en estas colonias, y á su cargo y al
de sus descendientes
corrieron hasta lfl68, en que se incorporaron á la Colonia.
l<~xistióentonces Admini~traci6n y Juzgado de Correos,
que recibían y despachaban dos ó tres veces en el año el
cajón 6 petaca en q ue entonc(~s se remitía la escasa correspondencia.
Actualmente
el Ramo ùe correos y telégrafos. como
todos los de alguna importancia en la Nación, ha sido reorganizado desde 1905 por Decreto ejecutivo.
Desde entonces tiene quince secciones en la capital, y
fuéra de ella quinientas tres oficinas postales; cuatrocientas
setenta r una funcionan juntamente
con las de telégrafos;
cuarenta y siete tienen separados los dos servicios, y veinticinco son solamente oficinas cie correos.
I<~nlas costas del Atlántico y del Pacífico hay seis agencias postales; Cartagena y Barranq uilla, en el litoral del
Norte, tienen carácter de oficinas de cambio, y Buenaventura desempeña en el Pacífico el mismo cargo que las anteriores.
Hay nueve oficinas principales en los Departamentos
y
cuatrocientas ochenta y ocho subalternas.
El Ejecutivo ha dictado importantísimos
decretos de
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1M
Noias
reorganizaci6n en el Ramo de correos y telégrafos en los
años de 1905 y 1906.
Ha habido notables resoluciones, entre otras las que
haIl mejorado el despacho implantándolo con orden y precisión extremos, arreglando como se debe el servicio de carteros, terminando la anarquía de las diversas especies postales sin que se perjudiquen los particulares, é indicando la
manera de disponer los giros postales en el interior.
Desde el1<?de Abril de 1904hasta Marzo de 1907se han
construido y reconstruido 5,130 kilómetros 545 metros de
líneas telegráficas y se han creado y restablecido sesenta y
dos oficinas telegráficas.
Por un Decreto de 30 de Junio de 1906se ha dispuesto
que los enfermos de Agua de Dios paguen solamente la
cuarta parte de la tarifa vigente por los despachos que
dirigen.
Dependen de la Dirección general del Ramo de telégrafos la Sección 1'\ con catorce empleados, en la que están
incluidas tres escuelas de telegrafía, una en Popayán y dos
en la ciudad de Bogotá; también pertenece á esta división
el archivo de telégrafos.
La Sección 2~, Oficina central de telégrafos, ticne cincuenta y un empleados, y además cuatrocientas cincuenta
y cuatro oficinas servidas por mil trescientos cuarenta y
tres empleados.
El personal de telegrafistas es de mil cuatrocientos ocho,
en el que no están incluidos los inspectores y guardas ni los
encargados de conservar las líneas, pagados por los contratistas.
Se han establecido últimamente cuatro líneas postales
de mucha importancia, con especialidad la directa á Agua
de Dios, que presta el servicio quincenalmente, y por último
la que se denomina Exprcso Atlántico, que tiene por objeto
un transporte rápido para correos y pasajeros.
Esta medida de progreso constituye una novedad en el
país. que traerá inapreciables ventajas, economizando tiempo al facilitar un rapido servicio que se prestará en cinco
días para la bajada y ocho para la subida, desde la capital á
Barranq uilla.
IV
LAZARETOS
Nadie i~nora que el conquistador del Nuevo Reino.
GonzaloJimenez de Quesada, murió de elefancía en la ciudad de Mariquita en Febrero de 1579.
Este héroe á quien tánto debemos, especialmente la Religión católica, fuente de consuelo y de verdadera civiliza-
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Datos históricos
185
ción, r la lengua de Castilla que tan acariciada es por las
musas en este país de soñadores, parece que hubiera sido
\"Íctima de una hada envidiosa de las que ennegrecen
los
cuentos azules.
Es así que al derramar sobre esta tierra numerosos bienes, mezc1óse furtivamente
it ellos misterioso y maldecido
presente de última hora, el terrible mal que hizo del glorioso cone¡uistador su pri mera \'Ícti ma, y ha merecido llamarse
rey de los espantos.
El primer Cu¡-a de La Catedral de Santafé, Dr. Santibáñez, recogió el cruel legado del fundador de la ciudad,
siendo el seg-undo caso de tan I~spantosa enfermedad,
cuyos
progresos habría sido muy [[tcil detener sin la ignorancia é
indolencia de aquella época.
Cuando Pedro de Ursúa fundó [t Tudela y los indios
atacaron la naciente población, se apoderaron
de Fray Pedro de Guzmán, que se hallaba enfel-mo de lázaro; devoraron aquellos archisalvajes tan terrible presa, y se dice que
murieron rápidamente
todos los que tomaron parte en el
espantoso festín.
Tn.~s siglos y medío hacía que como carcoma poderosa
la elefancía hacía progresos en nuestra población, sin más
salvaguardia que la caridad y el espanto invencible que produce en la mayoría de los casos.
Parece extraño que ese horror
no sea completamente
general, pero es lo cierto que hay algunos lugares en que se
trata con los atacados, se comercia con ellos y se vive en su
compañía, como sucedía en los lazaretos establecidos.
E,l primero de estos lugares de refugio se fundó en Santander.
I~n 1867, á iniciativa del General Daniel Aldana, Gobernador de Cundinamarca,
se fundó el Lazareto de Agua de
Dios; fueron comprados para el efecto los terrenos llamados Agua de Dios, Ibáñez, Los Chorros y Malachí, situados
entre Tocaima y Peñalisa. Los primeros fondos colectados
para emprender las obras ascendieron á $ 380-60 )' fueron
recogidos por el distinguido comerciante D. Diego Uribe .
•
La Sociedad de San Lázaro establecida en Bogotá, con
su admirable caridad y constancia no desmentida, había sido
el sostén de esos infelices y su único recurso positivo, porque
aunque se habían señalado por el Gobierno algunas rentas
para los enfermos, eran insuficientes
y además inciertas la
mayoría de las veces.
Vino luégo la virtud salesiana, y el Padre Unja ofrendó
generm,amente su \·ida cuidando á los leprosos de Agua de
Dio~, en donde se contaminó de la terrible enfermedad que
le costó acabar prematuramente
una existencia, llena á Dios
gracias de merecimientos
y de bendiciones.
Las hijas de San Vicent<: de Paúl dan en los lazaretos
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186
Notas
su eterno ejemplo de abnegación sin límites. y se sacrifican
en alivio de los desgraciados.
Viene por último el ap6stol infatigable. el genuino representante del Coraz6n de Jesucristo y emprende con el
ardor de su caridad incansable una campaña en favor de
los leprosos.
El salesiano Evasio Rabagliati habla á todas las inteligencias. toca en todos los corazones y sostiene con cuantiosas limosnas á los elefancíacos y les lleva adeniás consuelo y
esperanza. con su fe ardiente y su cristiano amor que para
esos desgraciados alcanza el límite de la ternura.
Al fin se legisla sobre tan importante materia y se proyecta un gran lazareto nacional. yes el General Rafael Reyes. entonces simple ciudadano, quien pone al frente de la
colecta su prestigioso nombre y su fuerte auxilio pecuniario
para esa obra.
Presentáronse inconvenientes para llevar á cabo ese
proyecto. J el terrible problema de los elefancíacos, y sobre
todo su numero abrumador y misterioso que se dice en voz
baja entenebrece á Colombia. contrista todos los corazones
y se siente como una losa de plomo sobre el porvenir de la
Nación.
Los egoístas tiemblan por ellos y por sus familias y sueñan con expatriarse para huir de ese enemigo que acecha
en la sombra; los generosos se duelen de los que aman y
sienten herido el corazón por la desgracia de sus prójimos y
cornpatriotas.
La noticia de tan alarmante situación salva los límites
del país y empieza á producir pánico en los mercados europeos, con relación á nuestros frutos, mirándose con recelo lo
que procede de Colombia, porque empieza á creerse que el
país se halla en materia de lepra á la altura de las islas Marianas y de las Carolinas.
El malestar es general, hay una angustia individual y
colectiva que nos atormenta y que nada puede disminuir;
llega á creerse que d'e todas partes surge el espectro terrible y que el misterioso enemigo nos rodea. nos envuelve y
se prepara para ahogar nos.•
Durante la guerra, en que todos los males se desencadenan, éste de que hablamos tomó proporciones fantásticas, re·
vistiéndose de un horror especial; los enfermos habían
abandonado sus retiros y muchos de ellos se convertían en
espantables actores del sangriento drama, mientras sus compañeros agonizaban en el abandono y la miseria. Era pues
no sólo la desgracia, sino la desorganización completa.
I¿a ingratitud que tan baja nos parece es por desdicha
demasiado frecuente, y hay veces que tan grave falta no alçanza á alterar nuestra conciencia en la apreciación de los
hechos.
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LJatos históricos
187
}<~sasí que muchas veces cuando desaparece repentinamente un peso de que no esperábamos
librarnos,
sentimos
satisfecho nuestro anhelo, respiramos
con ansia é indecible
bieOl,star, sin ocuparnos al go;~ar en el descanso de la mano
genet-osa á quien debemos la ~ibertad.
Abrumados,
hundidos nos hallábamos moral y materialmente, porque según se creía pesaban sobre la Nación algo
másdé cincuenta mil elcfanGÍacos. Se hilO cargo del Gobierno
el E;.:cmo. General Rafael H.eyes, y su corazón, su actividad
é inteligencia redujeron la es;)antable cifra il cinco mil enfermos. V camos c{¡mo se hizo este cambio que ha iluminado
el sombrío ponenir.
Por primera H'Z el Congreso recibió un mensaje del
Presidente
de la República tratando de los lazarctos, y como
esa corporacitl11 terminó sus ;;esiones sin decidir tan importante asunto, el Ejecutivo. sill pérdida de tiempo, comprendiendo que la cuestión en que se ocupaba era de vital interés,
organizó, dio unidad á los esfuerzos y arregló las rentas precisas para salvarnos de la lepra.
Se han dictado medidas fillmamente eficaces en el Ramo
de lazaretos, pero hay una de capital importancia y de resultados en extremo benéficos para el país en diversos sentidos.
Tal es el de una estadística minuciosa y científica de los enfermos que hay en la Nación; por datos recibidos apenas alcanzan iLcincu mil los flue existen en tan desgraciada situación.
El conciellZuÜo examell hecho por los médicos ha dado
á conocer una impurtantísima
cuestión. Muchos de los que
se consideraban
leprosos padecen otras enfermedades
muy
comunes en Europa y de origen muy distinto il la elefancía,
curables en su mayor pal-te.
Es cierto f]lie cinco mil es un número muy alto para
nU(:'stros enfermos de elefancía, pero nos lo parece menos
comparado
con los cincuenta
mil que se decía. mucho más
si se tiene en cuenta que hace siglos que el mal vive en el
país en completa libertad para prosperar por la falta de higiene, de aislamiento y de cuidados.
Con razón ha observad.) el Sr. General Rafael Reyes
que nuestra rala parece más bien rcf¡-actaria á la elefancía,
puesto que sin haber hallado oposición no nos ha devorado
en tres siglos y medio.
La tranquilidad
ha vuelto al corazón de los sanos, y el
consuelo y milS que todo la esperanza al <le los desdichados
enfermos;
el Gobierno les ha dedicado el más vivo interés,
se les rodea de cuidados y se les consagra un celo de consecuencias prácticas.
El Dr. P. G. Dnna ha presentado al Congreso internacional de Medicina de Lisboa, el año próximo pasado, un informe sobre la lepra en que habla de su curación y de la
manera como debe procederse.
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Notas
188
------------.-------
--~,---------
El Presidente
de Colombia se ha ocupado en este asunto
con tan ardiente interés, que aunque vive abrumado por nuomerosos cuidados que absorben su tiempo, se ha puesto á
traducir algunos capítulos de la obra. para hacer más rápido su conocimiento.
La anarquía de los lazaretos terminó con el Decreto legislaotivo número 14 de 1905, que fue aprobado porla Asamblea Nacional en sus sesiones del mismo año.
Se organizó y reglamentó la recaudación de mortuorias
y de donaciones entre vivos, y como se vio que su producto
no alcanzaba para ensanchar los tres lazaretos que existen,
atender científicamente
á la higiene y aislamiento precisos,
así como á la manera de suavizar la suerte de los leprosos,
se resolvió que esas rentas ingresaran
como las otras en el
Tesoro público, y de aquél se hicieran los gastos necesarios
sin distinción ninguna, como en cualquier Ramo del servicio
público.
Para recaudar las rentas de mortuorias y de donaciones
entre vivos se han formado Sindicaturas
en los Departamentos y en el Distrito Capital, que han llenado satisfactoriamente su misión.
Las rentas mencionadas produjeron
en el año de 1906
la suma de $126,476-19 oro.
En el sostenimiento,
conducción y examen de los enfermos llevados á los tres lazaretos en el mismo año de 1906 se
han gastado $ 182,264-57 oro.
Como se ve, los gastos exceden notablemente
á lo recaudado, y no habrían podido. hacerse sin haber refundido las
rentas. Los gastos se distribuyeron
así:
Agua de I?ios .. o. o... o. o... o. o..... oS 128,759 57
ContrataclOn ... ooooooooo.. oo" .. o. o. 41,765 50
Caño de Loro .. o.. oo'
o. 11,647 50
$ 182,172 57
Según los datos recogidos hasta hoy, los enfermos
Departamentos
están distribuidos del modo siguiente:
Huila
Antioquia
Tolima
Magdalena
'
C¡ùdas
'
Distrito Capital
N ariño
Atlántico o
Cauca
Bolívar
Cundinamarca
de los
o
~
,
,
,
o
,
18
27
32
,
,.
35
,
49
52
"
60
,
63
o. 125
' " o
184o.. o 190
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Datos históricos
Quesada
Tundama
Boyacá
Santander
Galán
,
189
2~1
272
364
" 532
780
"
Los trabajos de estadística se siguen con interés por
medio de los Gobernadores de los Departamentos
y de los
médicos de las poblaciones.
De los 4,963 enfermos que aparecen en el país se hallan
en Agua de Dios 1,465, y con los de los otros lazaretos hay
asilados el cuarenta por ciento. Cuando el Gobierno asumió
la dirección de este Ramo de la higiene pública sólo estaban
asilados el catorce por ciento de los leprosos.
En Agua de Dios se está construyendo
un acueducto
que suministrará agua para 3,000 enfermos; se están levantando los pabellones necesarios y se ba organizado el servicio
médico con todo la que le es preciso; se ha reglamentado el
abastecimiento de víveres para que no haya escasez, y arreglado la circulación de moneda metálica especial.
A todas esta~ ventajas proporcionadas por el Gobierno
se agrega el servicio de las Hermanas de la Caridad, inimitable como hijo de la santificación, disciplinadas y precisas
en todos los deberes que se imponen como miembros del
ejército de Dios que hacen visible el amor y la misericordia
de Aquel en cuyo nombre proceden.
y en la obra incomparable de consolar y aliviar en 10
posible á nuestros desgraciados hermanos siguen colaborando como siempre en tan magna labor los Padres Salesianos.
v
INSTRUCCIÓN
PÚBLICA
Fue Venero de Leiva el iniciador de la instrucción en
nuestro país, como 10 fue de todos los ramos del progreso.
Si su noble impulso se hundió en la sombra colonial no puede esta nube borrar la silueta luminosa de este nunca bien
ponderado mandatario.
En 1568 Venero de Leiva dispuso el establecimiento de
escuelas primarias en todas las poblaciones;
pero debieron
correr peor suerte que las treinta poblaciones que fundó,
de las cuales sólo subsistieron tres.
De acuerdo con el padre Antonio Miranda, prelado de
Santo Domingo, se establecieron en este convento estudios
filosóficos y teológicos, por 10 cual se pep.só por primera vez
en fundar una universidad pontificia.
En 1587 el Arzobispo Luis Zapata de Cárdenas estable-
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190
Notas
ció el Colegio Seminario de San Luis, en el cual se enseñaba
teología, artes é idiomas latino y muisca.
En la primera década del siglo XVII, con la venida á la
Presidencia de D. Juan de Borja y el establecimiento de los
jesuitas, la instrucción pública llamó la atención en la Colonia, y habiendo sido cerrado el Colegio Seminario en el
tiempo de la Sede vacante, el Arzobispo Fray Bartolomé
Lobo Guerrero fundó el Colegio de San Bartolomé.
J~lPresidente Borja solicitó y obtuvo permiso para eetablecer un colegio público en que se instruyeran los hijos
y descendientes de los Caciques; aquella fundación no pudo
llevarse á cabo, y sólo consiguió el Presidente en su buena
voluntad con los indios que el padre Lugo escribiera una
gramática de la lengua chibcha, única que se halla impresa.
Hubo en la misma época una donación que bonra mucho
al que la hizo cuando tan poco se preocupaban de la instrucción; Gaspar Núñez destinó cien mil pesos para fundar un
colegio en que se enseñaran materias filosóficas, y para establecer una escuela primaria.
Desgraciadamente el manejo de este caudal promovió
un pleito entre jesuitas y dominicanos que duro ochenta
años, triunfando al fin los segundos, por 10 cual la comunidad hizo en Santafé una ruidosa celebración.
En 1653 tuvo lugar un acontecimiento que merece una
especial y grata recordación: el grande Arzobispo Fray
Cristóbal de Torres fundó el Colegio del Rosario, que puso
bajo la dirección de los dominicanos; cuando quisieron
unirlo al que tenían en su convento revocó la donación y
secularizó el instituto; las constituciones que dictó para el
Colegio son un monumento de gloria para su fundador.
1663
En este año crearon los dominicanos la primera cátedra de gramática castellana que hubo en Santafé; después
establecieron la de filosofía.
1770
Bajo Mesía de la Cerda se fundó el primer colegio para
señoritas que hubo en la ciudad de Santafé, debido á la generosidad de la noble y acaudalada dama D~ Clemencia
Caicedo; el Colegio de la Enseñanza vino á llenar una imperiosísima necesidad, pues parece increíble que en ese
tiempo pocas señoras supieran escribir.
1774
El Virrey Guirior, de acuerdo con el Sr. Móreno y Escandón, formó un nuevo plan de estudios para la Colonia,
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LJatos históricos
191
con ideas avamaoaF, el cual dc!'graciadamente
fue improbado por la Corte; aunque hubo de suspenderse.
no fue tan
pronto que no alcanzara á producir
buenos efectos y á dar
alguna luz á los espíritus.
1782
El Arzobispo Caballero y Góngora fundó una cátedra
de matemáticas
en el Colegio del Rosario, lo que se hizo
lu6g-<I (:11 el Colegio de San Bartolomé.
También
hizo muchos l'!::ifucrzGspor crear una universidad pública. y su mayor l'l"l:ccupaci/>n fue la difusión de las luces.
17B3
En e!::iteaño el Arzobispo Vil'rey consiguió fundar la Expedición botánica, dirigida por el eminente José Celestino
Mutis; era segundo de corporación
tan importante
el Dr.
Eloy Valenzucla, cura de Bucaramanga.
1790
~;l progresista
Virrey D. José de Ezpc1eta también fomentó la instrucción
como el Arzobispo Virrey y fundó escuelas primarias
en los barrios de la ciudad y en todas las
poblaciones de mayor entidad;
los maestros de las escuelas
de la capital del Nuevo Reino debían ser pagados con los
fondos que de sus propias rentas asignó para tan laudable
objeto el generoso Arzobispo Baltasar Jaime Martínez Cornpañón.
1':1mismo Prelado fomentó por todos los medios que estuvieron á su alcance el mejoramiento
y ensanche del Colegio de la J<:nseñanza. fundado por la Sra. Caicedo; el Arzobispo estableció varias becas en dicho establecimiento,
y ya
que no pudo, corno deseaba. fundar en las ciudades del Reino
otros de la misma clase, le dio impulso con sus rentas al que
se bailaba en Santafé.
1797
La ciudad de Mompós puede enorgullecerse
justamente de D. Pedro Martínez de Pinillos, varón eminente que la
colmó de bienes y que merece verdadera g~atitud.
Dueño de cuantiosísimo caudal debido a su laboriosidad
y á su trauajo, distribuyó
gran parte en importantes
mejoras y obras de caridad, y luégo de acuerdo con su esposa D'?Manuela Tomasa Nájera.
no tenicndo herederos
forzosos,
impusieron un capital de $ 175,000 para que con sus rentas
se fundara un colegio con seis plazas y dos escuelas de primeras letras, 10 cual se llevó á cabo en 1801.
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192
Notas
1802
D. Bernardo Anillo regentó en Santafé una escuela de
ciencias físicas y matemáticas, la primera de esta clase en el
Nuevo Reino.
Fue Mutis el primero que enseñó en nuestro país que la
tierra es un planeta y que gira al rededor del sol.
La Expedición botánica abrió escuela gratuita de dibujo, regentada por Rizo y Pablo Antonio García.
1804
En este año D. Jorge Tadeo Lozano y el más tarde Arzobispo D. Fernando Caicedo y Flórez hicieron fundar las
primeras cátedras de química y mineralogía. El Sr. Caicedo tom6 siempre tanto interés por el Colegio del Rosario, que
se le considera como un segundo fundador; también mereció
su atención el colegio de las' monjas de la Enseñanza.
1822
El Gobierno de la naciente República expidió un Decreto por el cual se creaban Escuelas Normales en las capitales
de los Departamentos.
El Padre Sebastián Mora, que por su patriotismo había
sido desterrado por Morillo, aprendió durante su ausencia de
la Patria el método de Lancaster y vino á aplicarlo en Santafé.
En el mismo año de 1822 D. José Triana también introdujo la enseñanza mutua de Bell y Lancaster.
1823
En este año tuvo lugar en Bogotá el primer Congreso
Constitucional, y esta corporación dispuso que se fundaran
escuelas de matemáticas y mineralogía, servidas por profesores extranjeros que debía enviar Zea, nuestro primer representante en Francia.
1824
Por primera vez se presentaron certámenes en los colegios públicos de la ciudad.
I.•os estudios en esa época eran de nueve meses, y las vacaciones tenían lugar de Julio en adelante.
1826
A solicitud de D. José María Restrepo se expidió una
nueva organizaci6n en los estudios, que adolecían aún de vicios coloniales.
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Datos kisMricos
193
1832
D. José María Triana, VI'opagador notable de la instrucción \' fundador
de algunos establecimientos
privados, hiz\)
prese-ntar á sus alumnos cert{lmenes públicos.
1833
1~1Vicepresidente
Márque:7. dio un DecJ'eto de 1Q de Junio. pOI' el cual fundó un coleg-io de señoritas con el nombre
de La Merced, cuya primera Directora fue la Sra. Marcelina Lagos; este establccirnient{,
presentó t'n el año Si2'ltÏellte un certamen
literario.
1844
En la Administ¡'ación
HelTán se dia un grande impulsa
pública con el plan de e;;tndios de D. Mariano
Ospina, redactado
en el año allteriOl'; las notabilidades
ùe
nuestro país de mediados y fines del siglo XIX fueron educados según ese J'égimen.
á la instrucción
1845
El General Masquera, en esta Administración
de grata
memoria, dio pode1'Osa ayuda {lia instrucción,
se aumentó
el nÚmero de estableci mientas pÚblicos y empezó á desarrollarse notablcmt~nte el amol' por la ciencia.
1868
]~I General Santos Acosta sancionó la ley que creó la
Uni\·cr"idad Nacional. y se emp:zaron (l h"c.~r desde cntonces estudios profesiunales;
este hecho marca una etapa gloriosa en la instl'ucción
de Colombia, y COll él acabó la anarquía en (JUl' SI: hallaba tan impon;:nte
I~amu.
18Ki:i
Sc l'und() él Cult'gio ci.'ntal de Bogotá.
1907
La instruccii;n pÚblica. como todos los Limos impodautes de la Administración,
ha sid,) mirada con <'1 mayol' inter6s po/' el Gobienlll del Sr. Gc!1t:ral H('yt'~;. y dl'splH5s di.' la
guen-a ha tomado llotabilísimo incn~T1lent,), que la estadística demuestl'a con la mayor exactitud.
La instrucci,ín
pl-¡;naria l'St{l:í. cal'go de los Gol)(,l'uadores, de los Directores de Instrucción Pública y de los Ins-
13
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N.olas
pectores, pero con la intervención del Ministerio de Instrucci6n Pública.
El resumen de la instrucción primaria en la República
es el siguiente:
Planteles
2,875
Alumnos matriculados
227,283
Maestros
4,143
En los datos anteriores se hallan incluidos 1,129 alumnos de Casanare y San Martín, 121 de La Goajira y 539 de
Tierradentro; en los llanos hay 32 escuelas; en La Goajira, 6,
y 14 en Tierradentro.
Nos hemos detenido especialmente
al tratar de estos lugares, porque es satisfactorio y consolador que el Gobierno haga llegar á esas regiones la luz de la
civilización.
El Instituto de Artesanos creado últimamente ha sido
un iinportantísimo progreso coronado con éxito brillante
por lo bien recibido en todas partes y las continuas solicitudes que se hacen para crear instituciones semejantes, de
las cuales se esperan satisfactorios resultados ..
Actualmente hay en toda la República 208 escuelas con
16,036 alumnos matriculados.
INSTRUCCIÓN
SECUNDARIA
Hay tres Escuelas Normales para varones, muy bien organizadas y que funcionan- con regularidad; están establecidas en Bogotá, Tunja y Facatativá.
Para señoritas hay siete planteles de la misma clase; el
de Bogotá tiene un personal de 100 alumnas; el más numeroso es el de la Escuela de Medellín que tiene 250.
El Colegio de San Bartolomé tiene 600 alumnos matriculados.
El Instituto de La Salle y Colegio de San Bernardo ha
funcionado con 300 alumnos.
Hay en la República varios colegios de ambos sexos,
muy bien dirigidos en todo sentido y con un personal de
matriculados que alcanza á 18,845.
ENSEÑANZA
INDUSTRIAL
La Escuela Nacional de Agricultores
ha sido fundada
y funciona con 16 alumnos costeados por el Gobierno na-
cional.
En el Taller nacional de Tejidos reciben enseñanza 36
alumnas, de las cuales 19 costea la Nación y el resto la COmunidad que 10 dirige. El Gobierno ha encargado para este
establecimiento las máquinas adecuadas.
La Escuela de Artes y Oficios, muy bien organizada, se
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Datos históricos
195
halla en el taller construido recientemente
con toda la amplitud necesaria ..
En la Escuela salesiana de Artes y Oficios hay 61 becados costeados por el Gobierno.
ENSEÑANZA
ARTÍSTICA
El pintor más notable de la Colonia en el siglo XVII fue
el sevillano Baltasar Figueroa;
enseñó el arte á su hijo Gaspar, nacido en el país, y al insigne V ásquez, que superó á su
maestl"O constituyendo
una de las más puras glorias de nuestra patria.
Juan Bautista Vás(!uez, hermano del gran pintor, se
dice que le ayudó en varios de sus cuadros; otl"Otanto se asegura de una hija de Vásquez.
_
Mariano Hinojosa y un jo\'en ~Jati1-, originario de Guaduas, fucI"on pintores de la Expedici/m botil.l1ica; el primero ejercía el arte en 1810 y se ocupaba en miniatura, aguada y pastel.
El pintor milS afamado en 1820 era D. Pedro Figueroa.
I<::;I
historiadot" Groot también se dedicó á la pintura y
se dice- que hizo un retrato del Libertador,
notable por su
parecido.
Hiciéronse notar á principios
del siglo XIX los pintores
Antonio Ga)"cía, Pablo Cabal1ero y Luis García Hevia.
La ornamentación
de la Tercera la dirigió el artista ta11ador maestro Pedro Caba11ero.
gl abanderado
del ejército libertador
Sr. losé María
Espinosa se hizo conocer como pintor en los primeros años
de la República.
Apareció luégo D. I~amól1 Torres, y por mucho tiempo
ocup(í el puesto m;ts distinguido en el arte nacional.
:\({tStarde el malogl"ado Alberto Urdaneta
dio algunas
muestras de su genio de pinto)" y encauzó poderosamente
la corriente artística en todos sentidos, contribuyendo
eficazmente á la funrlaci6n de la Escuela d\' Bellas Artes.
1':1 artista colombiano
gpifanio
Garay, maestro cuyo
mérito le hizo recibir honoríficas distinciones
en la I<~xposición de París, es de la más notable en los últimos tiempos.
Hoy hay una pléyade dc at"tistas que marchan gallardamente hacia el camino de l,t gloria; hay algunos que han
ceñido ya el simbólico laure! y complácenos ver en primera
línea á Ricardo Acebedo Bernal, que sueña hermosas figuras
y les da vida con el mágico poder del genio; á Ricardo Borrero, á quien parece (iue prestó sus pi·nceles la naturaleza,
pues al ver sus paisajes se cree sentir el perfume de los campos y el arrullo sua\'e de la bl"isa cntre los árboles, cuya
som bra convida á descansa)"; á Zamora, que busca sus tintas en el país del ensueño y hace temblar
con la delicadeza
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Notas
196
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de su pincel los encajes de helecho sobre el remanso profundo de una agua misteriosa; á Ricardo Moros, cuyo dibujo tiene una precisión admirable.
El Sr. D. Pedro Carlos Manrique sobresale en el arte
del fotograbado, que puede decirse intr~dujo á Colombia.
En la Administración Reyes la Escuela Nacional de Be~
llas Artes tiene 150 alumnos matriculados; está muy bien
organizada y se ejecutan trabajos de fundición en cobre y
de escultura en mármol, adelanto completamente nuevo en
el país.
Están establecidas las clases de escultura, acuarela, ornamentación, paisaje, dibujo, grabado en madera, litografía, cerámica, química industrial y fotograbado.
MÚSICA
A fines del siglo XVII el Padre José Dadey, sacerdote jeImita, estableció en Santafé escuela de música para los misioneros y construyó el primer órgano que se oyó en el Nuevo
Reino y que fue colocado en la iglesia de Fontibón.
El mismo sacerdote enseñó música y canto llano, y al tin
consiguió que se tocara la flauta y el violín.
Al comenzar el siglo xvrn se había ya generalizado el
órgano, y era rara la iglesia que no lo poseía.
A mediados del siglo XVII floreció el notable músico Juan
de Herrera y Chumaceros, primero en el orden cronológico de los compositores nacionales, y tuvo por discípulo á Juan
de Dios Torres.
En la segunda mitad del siglo XIX hubo en Bogotá dos
genios musicales: Julio Quevedo y José María Ponce de León.
gn 1882se fundó la Academia Nacional de Música, cuyo
primer Director, y á cuyos esfuerzos se debió en gran parte
8U creación, fue D. Jorge W. Priee.
gn la Administración Reyes hay en la Academia Nacional de Música 267 alumnos matriculados, de los CHales 176
son becados por cuenta de la Nación.
En la Academia Beethoven sostiene el Gobierno treinta
becas y reciben instrucción 100 alumnos.
INSTRUCCIÓN
PROFESIO~AL
Actualmente (1907) funcionan en la República las Facultades de Ciencias Naturales y Medicina, de Derecho y
Ciencias Políticasl de Matemáticas é Ingeniería, de Cirugía
dental, Escuelas de Minas, Escuela de Comercio y el Colegio dd Rosario. en donde se dan diplomas de Doctor en
Filosofía y Letras.
La Facultad de Ingeniería y Matemáticas tiene 25 profHOT·S.
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Datos histdricos
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-.-- --"----.--
197
---------
La Facultad
de DCI"echo y Ciencias Políticas, 17 profesores.
En algunos Départamentos
se da también instrucción
profesional. yen general tienen las mismas asignaturas que
se dictan en Bog'otá; tal sucede en las Uni\'ersidades
de
Medellín, Cartagena, Papayán y Pasto.
En la Universidad
de ~ariño la Facultad de Derecho
tiene 25 alumnoE', r la de Ingeniería 27.
La Universidad del Cauca, con la Facultad de Derecho
y Ciencias Políticas r la Facultad
de Filosofía y Letras,
cuenta con 142 alumnos matri·:nlados y ~3 profesores.
MEDICINA
La Facultad de Medicina y Ciencias Naturales tiene en
Bogotá 26 profesores.
En 1564 se fundó el Hospital de San Juan de Dios. que
fue trasladado al lugar que hoy ocupa en 1723, cuando lo
dirigía como médico D. Pedro Pablo de Villamor.
En 1604 habitaba en Santafé el Licenciado .Alvaro de
Auùón, primero que llevó en esta ciudad el título de médico
entre los curanderos
que se habían sucedido desde la conquista.
En 163() llegó {t Santafé el Dr. Diego Enríquez
con el
título de protomédico y con la especial misión de vig-ilar á
todos los que entonces ejercían la medicina en la ciudad, de
los cuales era el más notable D. Pedro Femández
de Valenzue la.
F~n 1760 vino como médico del Virrey Pedro Mesía de
la Cel'da el insigne gaditano D. José Celestino Mutis, con el
cual empez\) á mejorar el estu{lio de la medicina y las ciencias todas, pues para dedicarse
más libremente
á ellas el
nunca bien ponderado Jefe dI:' la Expedición botánica abrazó el estado sacerdotal.
En 1791 ya había val'ios profesol'es de medicina, entre
los que descollaban Manuel Ignacio Froes de Carballo, portugués; Dr. Honorato Vila, catalán;
D. Juan Bautista de
Vargas, y un Dr. Borrás, médico y cirujano al mismo tiempo.
En la última década del siglo XVIII D. Miguel de Isla, á
quien debe mucho la medicina en el país, logró establecer
estudios serios en este sentido, regentando
gratuitamente
la cátedra de mcdicina;
este progl'esista
caballero tenía
gabinete cIe física, laboratorio de química y jardín botánico.
D. Miguel de Isla puede considerarse
como el fundador
de la medicina en nuestro país; suced ióle en su. benéfica
labor D. Vicente Gil y Tejada.
En 18-26se establecieron
cursos de medicina en el Co'
legio deI-Rosario y en el de San Bartolomé, encargados á
los Dres. José Félix Meriza1de y Benito Osorio.
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Notas
198
En ese mismo tiempo llegaron dos profesoresextranjeros, el Dr•.Bernardo Daste, para enseñar cirugía, y el Dr.
Pedro Pablo Broc, anatomía, r,on lo cual se fundó este estudio hasta entonces desconocido en el país. Se dice que este
último profesor algÚn tiempo despues de su regreso á Europa fue Presidente de la Academia de Ciencias de París.
En 1826ya había un distingu.ido Cuerpo de profesores
médicos.
En 1827se abrió la primera Escuela de Medicina universitaria; en el mismo año se instaló la Facultad de Medicina con las atribuciones dadas por las leyes españolas á los
Tribunales de Protomédicos.
En 1873se fundó la Academia de Medicina, la Revista
Médica y un museo de anatomía patológica.
En 1881se fundó el anfiteatro.
En 1905, el laboratorio de las clínicas.
Al presente la Escuela de Medicina se halla admirablemente organizada y ha hecho en la nueva Administración
valiosas adquisiciones, ya en la reforma de locales necesarios, ya recibiendo útiles é indispensables aparatos, en el
avance de la ciencia.
El resumen de la instrucción pública en la actualidad
es el siguiente:
Instrucción primaria
. 227,283
Instrucción secundaria
. 18,845
Instituto de artesanos
. 16,036
3,439
Instrucción profesional
o
•••••••
o
•••••
Total
265,603
En 1905 había matriculados en todos los ramos que
abraza la instrucción 184,598alumnos. En el presente año
ha habido un aumento de 81,005,lo que demuestra sin lugar
á comentarios la prosperidad de la instrucción.
VI
MEJORAS
MATERIALJ<~S
El Presidente Venero de Leiva, con'cuyo nombre se tropieza en el principio de todo lo que merezca atención en este
país, hizo convertir en camino la especie de trocha que conducía á Honda y estableció la navegación por champanes en
el Magdalena; también hizo dar principio al laboreo de las
mina~ de esmeraldas de Muzo :r las de plata de Santa Ana.
IGlOidor D. Francisco de Anuncibay, por servir á una
rica encomenderà, empezó y dejó muy adelantada la calzada
de Occidente.
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Da/cs Mst6ricos
199
Era Presidente
D. Juan de Boria cuando Andrés del
Campo, vecino de Timaná,
fue descubridor
y empresario
del camino de Guanacas, para ir á Popayán, Quito y el Perú;
entonces no había sino los malísimos caminos de Timaná y
el Quin<lío, y se le concedió privilegio;
Campo murió en
1643.
El Presidente
Córdoba y Coalla dio á Honda todos los
auxilios necesarios para la expedita navegación del Magdalena.
I~l Virrey D. José Solís no sólo hizo practicables
varios
caminos, sino que por su orden se abrió el que por Cáqueza
va á los llanos de San Martín y el que se llama camino del
Carare.
Se debe á este mismo mandatario
el acueducto que venía desde el Boquerón y surtía de aguas á la ciudad hasta el
establecimiento
del moderno acueducto.
El Virrey Flórez organizó los gremios de artesanos y
declaró ft'ancos los puertos de Santa Marta, Riohacha y Buenaventura.
El Virrey
Pedro Mesía de la Cerda estableció fábrica
de pólvora y una de loza que necesitaba para los envases.
El notable Puente del Común se debe á D. José de Ezpeleta.
El primer Director de obras públicas que hubo en la
ciudad fue D. Bernardo Anillo, en 1802.
La Sociedad de industria
bogotana se fundó en 1832;
estableci6 fábrica de loza, y en 1841 una de vidrio, que no
prosperó;
luégo una de papel, y por último una de tejidos
de lana. que sí tuvo buen éxito.
En 1846 se instaló la estatua de Bolívar, obra de Tenerani y regalo del Sr. D. José Ignacio París.
En la primera
Administración
Mosquera los vapores
surcaron por vez primera
el río Magdalena, y se adoptó el
sistema métrico de pesas y medidas.
La Plaza de Mercado, construida
por D. Juan Manuel
Arrubla, fue terminada en 1864, y empezada en la segunda
Administración
del General Mosquera.
El 19 de Noviembre
de 1865 se estableció el telégrafo
en Colombia, gobernando el país D. Manuel Murillo; también se fundó entonces el primer establecimiento
bancario
que hubo en Bogotá.
Murillo hizo transformar
el convento de Santo Domingo, adaptándolo para oficinas públicas j durante S\1 Gobierno
se abrió la calle de los Tres Puentes.
En la Administración
López se construyó la carretera
de Occidente por el sistema macadam, primera de su clase
en la República.
En 1870, durante la Administración
Salgar, se hicieron
los puentes de Santander
y de Colón, se puso la primera
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----------------------------piedra del Pan6ptico, hubo dos exposiciones notables y se
continu6 la edificación del Capitolio, obra empezada por el
General Mosq uera ..
El Asilo de San Diego se fundó en 1870.
En la Administración
Trujillo se concluyó el monumento de los Mártires.
En 1872 se hizo la primera alcantarilla en el camellón
de la Concepción, y se cubrió por primera vez el suelo con
adoquines.
En AbrH de 1874 se-estableció por primera ,-ez ,'n Bogotá el alumbrado de gas, para lo cual hizo grandes esfuerzos el Sr. Nicolás Pereira Gamba.
En 1878 se inauguró
la estatua del General Francisco
de Paula Santander.
El Congreso de 1879 decretó la estatua del General Tomás Cipriado de Mosquera, que fue colocada en el Capitolio.
En la Administración
Núñez Re empezaron los trabajos
del Ferrocarril
de Girardot, )' hubo en 1881 una notable exposición agrícola.
En 1883 se inauguró el parque del Centenario.
En 1887 se empezó la construcción
del Teatro Municipal.
El 20 de Julio de 1889 llegó la primera locomotora á Bogotá.
En ]888 se inauguró
el acueducto;
en ]889, el alumbrado eléctrico, y en 1890, el Ferrocarril
de la Sabana.
Cada uno de les Presid'entes
de Colombia ha marcado
su paso por el Gobierno de la Patria con mejoras importantes más ó menos numerosas;
las cori,tinuas guerras han sido
el eterno tropiezo de todas las empresas, y su preocupación
la traba de todos los adelantos.
Asegurada la paz como se halla al presente, el país avanza rápidamente
en la senda deI progreso ..
Desde que el Sr. General Rafael Reyes se hizo cargo
del poder, llna red importantísima
de caminos ha empezado
á surcar en todas direcciones la República.
Sería muy largo enumerar todas las mejoras materiales
que se han llevado á cabo desde que se inauguró su Administración,
y así sólo trataremos
someramente
de las más
notables.y sobre todo de la salvadora empresa de caminos,
que será la redención del país.
El plan adoptado respecto de ferrocarriles
es enlazar las
líneas existentes para que formen una sola y sea así su servicio doblemente útil é importante.
Así pues la línea de Buenaventura,
que principia en el
Pacífico, llegará á Cali, y di¡-igiéndose hacia el Norte por
las principales ciudades del Cauca seguirá el curso llel río
de este nombre al través (le Caldas y Antioquia hasta llegar
á Medellín, de donde seguirá á enlazar con la de Puerto Be-
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Datos históricos
201
rrío, en el río Magdalena;
siguiendo 1<;1. orilla izquierda del
río, el ferrocarril
empàlmará con el de La Dorada en La
María, y prolongándose basta Ambalema un ramal que parta de CHelugar, lo unirá en la estación de Tocaima con el ferrocard] de Girardot, el cual muy pronto empalmará con el
de Facatativá. ó lo que es lo miHmo, llegará á la capital de la
República.
De Bogotá, siguiendo el ferrocarril
del Norte y su prolongación hacia Chiquinquirá, se tomará la línea contratada
para Halir por Bucaramanga á Puerto Wilches, parte baja
del río Magdalena
en donde en todo tiempo es navegable.
Llenando este plan con :a actividad desplegada para
ello, s(~aprovechan las líneas que existen, las en construcción y las ya contratadas, y al unir así los Departamentos
yel Pacífico con el bajo Magdalena, al par que se llenan las
necesidades
más importantes
del país, se obtiene con la
unión
, . de esas líneas ferroviarias una comunicación interoceanlca.
También se trata de construir un ferrocarril que atravesando el Quindío comunique á Cartago con Girardot, y
otro q lie parta de Medellín hacia el golfo de U rabá.
A(lemás se proyectan otras líneas ferroviarias
que enlazarán todas las poblaciones importantes
que no pudieron
ser ,
comprendidas
en la gran línea de la comunicación inter.
oceaOlca.
Los ferrocarriles
que constituirán estas líneas que ya se
hallan contratados ó en construcción son los siguientes:
El del Cauca, el de Antioquia,
el de La Dorada, el de
Girardot, el de la Sabana, el del Norte, el de Bahiabonda á
Bucaramanga,
el del Sur, el (k Urabá, el de Nariño, el de
Santa :y{arta, el de Puerto Colombia, el de Cartagena, el de
Riohacha.
De Enero de 1906 á Abril de 1907 se han construido 76
kilómetros 840 metros de ferrocarril.
En el mismo período de tiempo se han recibido 107 kilómetros de la importante carretera de Boyacá y Tundama.
Se trabaja actualmente
CIl numerosos
caminos de herradura en donde los piden las necesidades de los Departamentos; el Gobierno le ha prestado sin embargo especial
atención al Chocó y á la región oriental;
es muy importante el camino que cortando la cordillera oriental irá de Pasto
á Puerto Sofía sobre el Putumayo, adonde llegan los vapores que surcan este río y los que provienen del Amazonas.
De Enero de 1906 á Abril de 1907 han sido construidos
387 kilómetros 800 metros de camino de herradura.
El Gobierno actual se ha esforzado por todos los medios
que están á su alcance en colonizar las regiones desiertas,
fomMtar la explotación de los bosques, desarrollar
la agricultu ra y establecer nuevas industrias.
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202
Notas
Para apoyar la inclustria se han celebrado contratos relativos á las fábricas de tejidos de Cartagena
Medellín y
Samacá, y á la que fundárá el Sr. Teófilo Mo~cada en Bogotá y el Sr. Carlos M. Mayans en Atlántico y Magdalena;
con esto se protege á la vez la industria algodonera y las
te Ktiles.
Se ha celebrado un contrato mediante el cual se establecerá un Ingenio central en Cundinamarca
(azucarería
y
refinería).
No menos importante es el que se refiere á una fábrica
de papel j por dicho contrato antes de tres años tendremos
papel igual al extranjero, pero á más bajo precio, como producido en el país.
Los contratos para establecer
fábricas de conservas
alimenticias en las costas del Atlántico y del Pacífico son
muy importantes.
El Gobierno ba creado una oficina de información en
Hamburgo y otra en Nueva York para estar al corriente
de los adelantos científicos aplicables á nuestra agricultura
y para dar á conocer en los países extranjeros
nuestra
flora y riq uezas minerales.
Para completar este verdadero adelanto se ha enviado
un comisionado inteligente que elija las plantas y animales
útiles adaptables á nuestro país, con las instrucciones necesarias para cultivar las primeras y hacer prosperar
los segundos.
El establecimiento
de una Estación Agronómica
en
JUlltasd-e Apulo ha sido el complemento
de estas medidas
y un bien inestimable para la agricultura.
De allí podrá surtirse el país de preciosas semillas y de
direcciones positivas para su cultivo. Este sitio, además de
cop..vertirse dentro de poco en uno de los más bellos lugares
de Colombia, será un delicioso paseo y sobre todo una escuela práctica de agricultura.
Lleva el simpático nombre
de Vllla So.fía.
Antes de terminar estas breves apuntaciones es de rigurosa. justicia dejar consignado este hecho: en la gigantesca
labor de reconstrucción emprendida por el Sr. General Reyes ha tenido el tino, característico de los hombres superiores" de rodearse de excelentes colaboradores, quienes con
inteligente actividad comparten el trabajo presidencial, que
no cesa un instante ni aun en las horas ordinarias de reposo;
entre esos vigorosos factores de la Administración
descuella ?or su trabajo y consagración imponderables el discreto
Secretario general de la Presidencia de la República, Dr.
Camilo 'l'orres P~licechea.
Bogot;l. Julio de 1()07.
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IN"DICE
Pág ••
Dedicatoria
Rafael Reyes
Advertencia
, ......................•..•
'................................•..•.....•....
'" .....................•.
, ......•....
LEYENDAS
21
HISTÓRICAS
Baganiq ue
Tundama. y Suga.mu:x:i .......................................••
El último día. de Aquiminza.que
La. gratitud
de una india ...........•...............•.••...•..•
Heroísmo desgraciado
................................••.....•.
El hijo de la Gaita.na
,
Pamp10nilla
la loca
D~ Inés de Hinojosa .......................................•...
El came1l6n de Occidente ............................•.•.••..•.
El pre,;idente
Sande
Cal a.rc,i .....................................................•.
NOTAS
3
S
25
37
44
, .........•....
51
58
66
71
79
93
105
'115
HISTÓRICAS
Generalidades
" ..........................••••......
COllq uista.
Colonia
,
, ...•....•.•
ViJ·reinato
"
Independencia.
Notas hist6rico religiosas
"
Algunos datos curiosos ..............................••••......
Datos hist6ricos
sobre diversos
asuntos,
algunos
de actualidaù (1907) .......................•.....•...•.•...•••......•
Imprenta
y litografía ... '" .............•.........•...
" ..•
Bancos ..................................•.......•••.••....
Correos y telégrafos
, .......•......•
Lazaretos ................................................•.
Instrucci6n
Pública ......................................•
In1itrucci6n secundaria
Er.,;,eñanza industrial
Enseñanza
artística ......................................•
MÚsica
,
Instrucci6n
profesionaL
........•..........................
Medicina
"
Mejora.s materiales
.......................................•
123
129
134142
151
170
177
180
180
181
183
184
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194
194
195
196
196
197
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