Paleografía Ortografía

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Paleografía y ortografía en la obra de Terreros
Pedro Sánchez-Prieto Borja
Universidad de Alcalá
O.
Cuestiones previas
En este centenario de Terreros no puedo menos que empezar señalando mi asombro por una obra como la que llevó a cabo el estudioso jesuita.
Seguramente hoy no hubiera sido posible llevar a término un Diccionario
como el suyo, pues difícilmente se encontraría la tranquilidad necesaria
para dedicarse en cuerpo y alma a una tarea de esta envergadura. Por ello
causa particular admiración en los tiempos que corren la humildad con la
que el autor se refiere a la gigantesca empresa: «y que reflexionando yo
mismo apenas sé cómo la hice». Tras lo dicho en este congreso sobre su
personalidad se entiende algo mejor esta actitud La dedicación al trabajo y
el interés por el saber no tenían en él mezcla alguna de vanidad, ni aun de
deseo de reconocimiento. No quiso Terreros siquiera aceptar la propuesta de
ser nombrado académico (Alvar Ezquerra, 1987, p. xvi). Gracias, pues, a las
rasgos singulares de la personalidad de Terreros podemos hoy examinar una
obra ingente, además de variada como la de pocos sabios.
1. Interés por la lengua en el s. XVIII
Como intelectual, Esteban de Terreros y Pando era hijo de su tiempo,
y no pudo menos que participar de las inquietudes y afanes que estaban
en el aire: «Muchos extranjeros y naturales se han empleado en ilustrar
nuestro idioma» (Lázaro Carreter, 1949). Señala con razón García Folgado (2005) que el s. xvm ha sido poco estudiado en lo que concierne a
la lengua y la literatura. Los historiadores de la lengua solemos llegar en
nuestras investigaciones sólo hasta el s. XVII, y los textos del XVIII, sean
de carácter literario o documental, raramente se examinan. Tampoco pue-
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de decirse que la literatura de la época haya sido objeto de gran atención.
y aun en el plano histórico resulta claro que los siglos XVI y XVII son mucho más conocidos que éste. Un aspecto de la producción intelectual del
s. XVIII sí ha sido sometido a escrutinio, el de las ideas lingiiísticas. Gracias a la magnífica obra de Lázaro Carreter (1949; especialmente, para
nuestro propósito pp. 278-279)1 podemos alcanzar una visión de conjunto
sobre la actitud de los intelectuales del setecientos ante la lengua. Más recientemente, García Folgado (2005) ha estudiado los pormenores de este
interés. Entre los aspectos examinados se cuenta la pugna entre latín y español, y a este propósito se señala que el siglo representa una inflexión
programática, pues ahora la mayoría de los autores otorgan prioridad al
romance como objeto de estudio (García Folgado, 2005: 22). Y la opción
no es casual, pues encaja dentro de un programa que hace de la enseñanza
el centro de atención, de modo que en ninguna parcela del saber faltarán
especialistas que reflexionen sobre ella.
No se piense, sin embargo; que este programa se cumple como oposición a 10 anterior, ni cabe hablar de un progreso lineal. Basta ver la obra
de Ramajo (1987) para darse cuenta de la eclosión de gramáticas, desde
Nebrija a Correas, sobre todo gramáticas prácticas, muchas de ellas con
un método «comunicativo», destinado a la enseñanza del español a extranjeros. Y en los siglos XVI y XVII estaba extendida la enseñanza por
cartillas (Infantes y Martínez Pereira, 2003). Tampoco los métodos de
enseñanza quedaban fuera de la reflexión de unos pocos intelectuales,
como Juan Luis Vives (Esteban y López Martín, 1993). Ni siquiera la
enseñanza a los niños pobres, los niños de la «doctrina cristiana», y hasta de los incluseros era ajena a las preocupaciones de algunos2• Andando
el tiempo, las reacciones contra la enseñanza a los más desarraigados se
irán multiplicando, y el modelo de aprendizaje por cartillas entrará en
crisis. Seguramente puede hablarse de un cierto colapso en los métodos
y programas. Pero de este declive debió nacer la conciencia de la necesidad de renovar los métodos y de ampliar el alcance de la enseñanza a
más capas sociales.
Seguramente cabe hablar de renovación del interés por el lenguaje ya
desde principios del s. XVIII, y muestra del interés que suscitaba la «ilustración» del idioma es que esta tarea atraiga el patrocinio de los reyes. La
creación de la Real Academia Española es la manifestación sobresaliente
1 A pesar de la escasez de estudios sobre los usos lingiiísticos del s. XVIII, éstos muestran todavía una notable diversidad geográfica aun en su registro escrito (véase en este
congreso la comunicación de José Luis Ramírez Luengo).
2 Cf. Textos para la Historia del Español, vol. N, sobre la enseñanza de las primeras letras
a los pobres, así como sobre las prácticas humildes de la escritura en los siglos XVI y XVIl.
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de este interés, con el impulso que la institución representó para los grandes trabajos de establecimiento de la ortografía, aunque sin el efecto inmediato que suele atribuirse a esta tarea.
Naturalmente, este renovado interés por la lengua no puede considerarse aislado, sino que forma parte de un programa pedagógico completo en el que las ciencias tienen un peso bastante mayor que la lengua,
sobre todo las matemáticas, y en particular la aritmética (García Folgado, 2005: 146).
2. Terreros como filólogo (un programa integral)
Mi objetivo será examinar alguna de las múltiples parcelas del saber
que ocuparon a Terreros, unas parcelas, si se quiere de trascendencia limitada, la ortografía, y, subsidiariamente, la paleografía. Si me refiero
aquí a la ortografía y paleografía no es como mero pórtico de sus trabajos lexicográficos, sino porque creo sinceramente que las reflexiones de
Terreros sobre la ortografía solo tienen sentido en el marco de un programa integral de «ilustración» del idioma, en el que también la paleografía desempeña un papel importante. Y agradezco a los organizadores
de este congreso su decisión de incluir mi exposición en una sesión titulada «Terreros filólogo», porque justamente sólo a la luz de la visión de
Terreros como filólogo, con todas las implicaciones que ello tiene, cabe
entender de modo adecuado la enorme importancia que concede a la ortografía un pensador, sabio y polígrafo eminentemente práctico. Adelanto ya que paleografía y ortografía no son dos niveles tangenciales, fruto
de mera preocupación erudita, sino que guardan una sólida relación, en
tanto representan una concatenación de reflexiones, en el sólido edificio
filológico que con esfuerzo titánico construye Terreros.
En 1786 se publica el primer tomo de su «Diccionario castellano con
las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas
francesa, latina e italiana: su autor el P. Esteban de Terreros y Pando.
Tomo primero. Madrid mdcclxxxvi en la imprenta de la viuda de Ibarra,
hijos y compañia. Con licencia». El prólogo de este Diccionario es muy
explícito sobre la que concepción que Terreros tiene de la lexicografía,
pero también de su concepción general de las lenguas, su estado coetáneo, y aun sobre la ortografía en que ha de publicarse. la obra. Según
Corominas y Pascual (1980-1991) Diccionario «se publicó póstumo, con
algunos agregados a su original primitivo de 1765». Esos agregados son
el tomo IV, que Terreros había ideado, comenzado a escribir, y completado con lo que él dejó escrito en tomos anteriores (Alvar Ezquerra, 1987,
p. V). Para la línea argumentativa que aquí seguiré, importa considerar
que el Diccionario es una obra lexicográfica en sentido integral, y no un
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léxico especializado. Según Alvar Ezquerra (1987, p. VI), «la idea generalizada que se tiene del diccionario es que se trata de un vocabulario
científico y técnico, cuando, en realidad, es un diccionario general de la
lengua enriquecido con cuantos términos específicos de las artes, ciencias y técnicas pudo allegar el autor». Basta con atender al título, que 10
expresa con claridad.
Hasta ahora ha circulado una visión más bien negativa sobre la influencia de la obra de Terreros (un «panteón» de escaso valor como fuerza viva y operante en la actividad lingiiística, según Alvar). En todo caso,
si así fue, ello nada tiene que ver con la concepción de Terreros, sino
con la pereza de sus coetáneos. Así parece pronunciarse Lázaro Carreter
(1949: 278), que 10 señala como el diccionario más importante del siglo,
a pesar de reconocer también que su influencia fue escasa. Sin embargo,
una obra de esta envergadura no puede valorarse sólo por la influencia
inmediata, sino, además, por su pervivencia. En este sentido, ha de señalarse que sigue siendo una obra útil. Al fin y al cabo, la utilidad de una
obra lexicográfica es doble, por un lado, servir para entender los textos
ya escritos, y, por otro, que sirva para escribir nuevos textos. Entendemos
que para el segundo propósito los diccionarios tienen una vida limitada,
mientras que para la primera utilidad su pervivencia es mucho mayor.
Hoy el Diccionario de Autoridades sigue siendo una obra imprescindible
para entender los textos de los siglos XVI Y XVII, Y no exclusivamente los
literarios. En el mismo sentido general, y con ampliación al campo particular de las ciencias, artes y oficios, la gran obra lexicográfica creada
por Terreros sigue siendo imprescindible para el filólogo y el historiador
de las ciencias3.
La obra, dista desde luego, de la improvisación. Lleva razón AIvar Ezquerra (1987, p. VI) al señalar que para elaborar el Diccionario
«hubo antes una seria reflexión sobre la lengua». La ortografía se integra plenamente en este plan. Basta leer el prólogo para darse cuenta de
ello.
Su objeto es el lenguaje castellano. Incluye las voces que se «hallan
comúnmente en autores clásicos, puros y autorizados [... ] este idioma
contiene también como parte propia y esencial suya el de las ciencias y
artes mecánicas y liberales ... ». Terreros acoge voces de casi todos los
3 Como editor de textos antiguos, no son pocas las veces que he acudido al Diccionario
de Terreros para encontrar el sentido de voces de referencia material, industrial o técnica.
p. ej., del léxico del molino de la documentación antigua encontramos, por ejemplo, peñazo
y lanterna. Véase, también, de la General estoria, Tercera Parte, ensullo de telar (en Terreros bajo la forma ensullo).
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grupos (Alvar Ezquerra, 1987: p. VII), Y ello importa para lo que aquí se
examina porque, sobre todo los tecnicismos y los extranjerismos, le plantean problemas ortográficos.
Otro punto que interesa destacar del Diccionario, por sintomático
del planteamiento filológico de su autor, es la actitud ante el concepto
de «autoridad» de los usos de cada voz. Como es sabido, este concepto resulta fundamental en el Diccionario académico de 1726, pero no
para Terreros. Muchas veces no se incluye cita alguna, pues basta el uso.
En ello puede verse el peso que en nuestro autor tienen las motivaciones prácticas. La lengua es concebida ante todo como una herramienta
común. Esta actitud le plantea un problema: no es fácil definir lo obvio,
dice (Prólogo, p. vij).
Para entender su actitud filológica, y las dificultades que lleva aparejada la elaboración de un diccionario de una lengua histórica, importa
considerar su actitud ante las voces anticuadas. Excluye de la «universalidad» de la lengua los arcaísmo s (Prólogo, p. xj). Sin embargo, esto no lleva a excluirlos de la obra. La decisión no puede ser más acertada, porque
gracias a ella el Diccionario nos es de gran utilidad para la lectura de los
textos antiguos.
Interesa también fijarse en que su Diccionario es, en la terminología del propio Terreros, un diccionario «geográfico». Su conocimiento de
otras lenguas le proporciona una visión amplia sobre ciertos problemas.
Naturalmente, esto tendrá sus consecuencias en varios planos, entre ellos
el ortográfico. En relación con esta disposición, hay que señalar su defensa de la innovación en el lenguaje. Ello se refleja en su actitud hacia
los extranjerismos, para que al español y a las demás lenguas vivas no les
pase lo que al latín: «y si por ser lengua muerta no quiere jéneros extranjeros, de puro señora morirá de hambre. Los demás idiomas comunes el
día de hoy, por más que se ha dejado ya justamente de aquellos escrúpulos de los latinos y admiten cuantos géneros extranjeros necesitan» (Prólogo, p. ij).
Pero las consideraciones filológicas de Terreros y Panda no se limitan
al léxico, sino que alcanzan de lleno a la gramática. Ello se entiende mejor
dentro de su programa pedagógico, que hace explicito en la traducción de
la Carta a un padre de familia, de Pluche. Terreros señala la necesidad de
formación en la lengua propia (García Folgado, 2005: 106 y n. 105). Este
planteamiento se muestra en la preferencia por el romance frente al latín,
como ya hemos señalado. En ello Terreros no se apartó de la concepción
mayoritaria en su época. Y cabe recordar el Real decreto de Carlos IlI,
que señala que primero se ha de enseñar el romance, y sólo después el latín (García Folgado, 2005: 102). Justo es reconocer que ya antes encontramos la misma postura en Sebastián de Covarrubias.
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3. Terreros y su interés por la ortografía
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(y por la paleografía)
Podría sorprender que el prólogo de un diccionario dedique 15 de sus
34 páginas a la ortografía. Terreros pensó incluso elaborar un breve tratado ortográfico para publicarlo de manera independiente. Como vemos, en
Terreros la ortografía no es un aspecto marginal, pues percibió con toda
claridad su importancia. Pero si la ortografía es objeto de especial atención ¿por qué hemos de referimos entonces a «paleografía y ortografía»
como elementos solidarios?; al fin y al cabo, la ortografía en la confección
de un diccionario tiene implicaciones prácticas. Pero la paleografía ¿no
tendrá, desde la perspectiva del lexicógrafo, un interés puramente erudito?
Una lectura atenta del prólogo mismo del Diccionario, y, con más motivo de su Paleografía española, pone de relieve la relación entre los dos
planos, como tendremos ocasión de comprobar. Ambas forman parte de
una concepción unitaria, pero, además, se inscriben en un método, el de
la filología y la historia. El conocimiento de las escrituras antiguas pone
al alcance del estudioso obras literarias, jurídicas o científicas del pasado,
muchas de ellas nunca editada. Hay que recordar que el s. XVIII es la época del redescubrimiento de los códices medievales. El conocimiento de la
manuscritura antigua proporciona a Terreros una perspectiva histórica sin
la cual sus planteamientos filológicos, incluidos los ortográficos, no serían los mismos.
Por otra parte, el interés de Terreros por la ortografía no se limita a los
aspectos teóricos, sino que desciende a los detalles, como se aprecia en
las discusiones sobre la forma gráfica de numerosos lemas del Diccionario (p. ej., s. v. drachma; cf. Alvar Ezquerra (1987, p. IX).
4. ¿La ortografía
en el centro de la reflexión sobre la lengua?
La ortografía es un concepto antiguo, presente ya en los gramáticas
latinos, pero sus perfiles variaron no poco a lo largo del tiempo. Ni que
decir tiene que este concepto se aplicaba durante la Edad Media de manera exclusiva al latín. Habrá que esperar a Nebrija, o siquiera a su época, para que sea referido al castellano. Desde luego, no hay en sentido
estricto, a pesar de lo que se ha dicho, una «ortografía alfonsí», entendida como un conjunto de reglas que se aplicaran sistemáticamente en
sus escritos. Esto lo sabía muy bien Terreros y, sorprendentemente, los
estudiosos lo olvidaron después. La escritura antes de la imprenta se regía por otros parámetros bien distintos de los modernos, como eran los
condicionamientos paleográficos, o la variatio entre formas gráficas distintas.
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Aunque las lenguas naturales se identifiquen con su uso oral, la escritura ha tenido un peso enorme en su historia. La estandarización,
normalización y fijación como lenguas nacionales no son posibles sin
su puesta por escrito, y en particular con características definidas mediante una decantación o selección entre los variables usos orales (geográficos y sociales).
La preocupación ortográfica de Terreros, lejos de ser una curiosidad
erudita nos da la talla del verdadero intelectual, que supo ver que estas
cuestiones no eran ocupaciones de ocioso erudito, sino aspectos centrales de la lengua en cuanto vehículo para la generación y difusión del
saber. Y por su relación con el gran tema del siglo XVIII: la educación. Y
es que la progresiva, larga y difícil fijación ortográfica no fue sólo tarea
de gramáticos. La imprenta contribuyó a ella enormemente. Y el método para fijarla no fue sólo la lectura, que alcanzaba a una minoría, sino
la enseñanza por cartillas en los siglos XVI y XVII (Infantes y Martínez
Pereira, 2003).
Como muestra de la enorme variación ortográfica con la que se encontró Terreros puede servir este documento de Bilbao del 3 de febrero
de 1744, f. 63 que adopta la forma legal de expediente sobre el incumplimiento de palabra de casamiento (publicado en Gómez y RaffiÍrez
Luengo, 2007):
y contando el caso digo que siendo como es dicha Maria Santos
buena cristiana temerosa de Dios y de su consciencia, vizcaina orijinaria noble hijadalgo por si, sus padres y demas accedientes, onesta,
rrecatada y demas calidades que le corresponden, hallara vm. que dicho Pedro la solicito de amores y vajo de fee y palabra de matrimonio
que la dio (f. 6v) a presencia de testigos y el de que seria su consorte y
mujer, con alagos y uizarras ofertas la rindio a su voluntad y han tenido varios actos carnales y en señal de dicho matrimonio y el de que con
toda eficacia le contrairia lejitimamente con mi menor la hizo papel de
matrimonio y en señal de el le dio dicho Pedro dos pañuelos de seda
nuebos sin entrar en agoa, unos pendientes y un San Antonio de platta;
hauiendo jurado a presencia de un crucifixo repetidas veces le expreso
no dejaria de casarse con mi menor ni menos la dejaria burlada, sin embargo de hauerle expresado esta hauerla subcedido anttes de un mancebo, a que le repitio no ynportaua que aun mas la agradecia porque le
hauia expresado y declarado la verdad. Y queriendola dejar burlada y
desacreditada de su onor, fama y reputacion y sin cumplir con tan justa
obligacion que contrajo y quebrantando (f. 7r) los juramentos echos se
a querido ausentarse de esta uilla y no siendo justo se de lugar ..-.
5. Las ideas ortográficas de Terreros
Con toda claridad señala Terreros la importancia de la ortografía en
una obra lexicográfica, aunque a nuestro entender sus motivaciones no
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son sólo inmediatas:
«Una de las cosas más esenciales
en las obras del ca-
rácter de ésta es arreglar la ortografía de que se ha usar en ella» (Prólogo,
p. xix), pues ello contribuirá al manejo fácil y sencillo.
Para ese fin -afirmatuve la idea de dar al público como precursora de esta obra una ortografía breve que le allanase el camino; pero
encontrándome en el mío con muchas muy apreciables me pareció que
no era obra necesaria y que bastaba fijar como preliminar el uso de las
letras y su pronunciación, dando a esta sola por regla general de la escritura, no porque yo pretenda hacerme regla del uso general de toda la
nación, a quien ni debo ni quiero quitar la libertad de seguir el método
de escribir que le sea más agradable, sino por si acaso le aplaciere el
mío por ser a mi ver el más natural y sencillo (Prólogo, p. xix).
Sobre esta idea, por lo que diré enseguida,
sinceridad de Terreros.
permítaseme
dudar de la
Terreros no propone unas reglas «inocentes» en la que se limite a allanar tal o cual problema de búsqueda lexicográfica (búsquese tal palabra
con g o j, b o v), sino que articula en el prólogo una ortografía completa,
bien fundamentada
en unos sólidos principios teóricos. Por descontado,
conocía lo que en esta materia habían hecho sus predecesores:
He leído las ortografías dadas por Antonio Lebrija aunque de impresión moderna; la célebre y eruditísima de Alejo Vanegas impresa en
Toledo el año 1531; la Perla de las dos lenguas de D. Juan de Lama; la
de Antonio Bordazar Artazu impresa en Valencia año de 1730; la ortografía de don Salvador Mañer dada el año de 1742; las dos de la Real
Academia de la lengua castellana impresas en Madrid, una año de 1754
y otra el de 1763 (Prólogo, p. xix),
y cita otras que tratan la ortografía aunque no sea su materia única o
principal, especialmente el Teatro crítico de Feijoo, Fr. Martín Sarmiento,
Fr. Enrique Flórez, Mayans y Siscar y otras muchas.
Todas -dicehan conducido, habiendo reflexionado sobre su modo
de escritura, o para seguirla o evitarla como fuese conveniente, suponiendo que cuando me separo de estos sabios, que es las menos veces que puedo, lo ejecuto con desconfianza y sentimiento, con lo cual no se me podrá
notar de extraordinario y de que en un todo rompo el primero con el uso
jeneral apartándome de la senda común de la nación; y si en algún modo
me separo, como veremos después, es solo por la mayor unión y conformidad que es muy fácil tener en nuestra escritura (Prólogo, p. xix).
Como
de que su
tema más
aceptable,
se aprecia por el segmento que pongo en cursiva, no cabe duda
propuesta es integral, y nace de la clarividencia sobre un sissencillo y de mayor «conformidad»,
es decir, más fácilmente
al tiempo que unitario y orgánico.
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y los principios
Y ORTOGRAFÍA
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teóricos son bien sólidos:
Algunas ortografías, y aun las más autorizadas [... ] dan por norma de
la escritura a la nación una regla que comprende tres, conviene a saber,
uso constante, origen conocido de las voces, y donde no se hallase uno
ni otro debe ser la regla universal la pronunciación; luego siempre que se
manifieste que faltan las dos primeras cualidades a nuestra escritura quedará la tercera en la posesión absoluta, esto es, será la regla sola la pronunciación (Prólogo, p. xix; estas cursivas son de la edición citada).
No menos interés tiene su presentación de la situación práctica:
Si hubiera entre nosotros uso constante en la escritura universalmente admitido no había pleito, y estábamos ya del otro lado, como
dicen. ¿Pero quién podrá fijar este uso? No me parece esto más fácil
mientras no se zanjen otros principios, que fijen las damas las modas;
los químicos el mercurio, lo hombres el capricho, y los ambiciosos, que
se miran como felices, la rueda de la fortuna. Cada provincia, cada lugar y aun cada maestro de escuela tiene su estilo y su pautas de muchos
años de antigiiedad, de las cuales no es dable ni separarlos ni persuadirlos que convengan entre sí; cada cual está creído de que su método es
el mejor; si acaso no hay muchos, como recelo, que apenas saben discernir entre lo bien o mal escrito, ni qué es ortografía tampoco. De esas
escuelas salen después los jóvenes y se extienden por las universidades,
por la corte, por las secretarías y oficinas, por el comercio y por todo el
mundo, y cada cual lleva aquella particular escritura que aprendió en la
escuela, si ya no la desfigura más, como suele contecer, y hay en esto
tanta libertad que es increíble, y que da vergiienza ver en la nación letras excelentes sin otra conformidad que la hermosura de los caracteres.
No ha tres días que recibí una carta de un escritor público, capacísimo
y de excelente nota, conocido por tal en toda España y aun fuera, y hablando de la ortografía me dice así: Yo en materia de ortografía no soy
delicado, adopto sin reparo toda aquella que no me parece extravagante, y enfe de eso muy de propósito la varío en mis escritos siempre que
me da la gana, escribiendo una misma palabra de diferente manera, tal
vez sin salir del mismo renglón (Prólogo, p. xx).
El párrafo no tiene desperdicio y merece una reflexión. Es un error
habitual pensar que con la publicación de las obras académicas (como el
Diccionario de 1726, con una exposición y aplicación de reglas) resolvió
todos los problemas ortográficos. La variación ortográfica en el s. XVIII no
fue pequeña, y quizá no menor que la del s. XVII, como se ve por la muestra que hemos dado más arriba). Sólo la publicación en 1884 de una real
orden de Isabel 11obligando a que se enseñara en las escuelas públicas la
ortografía académica condujo a la larga a la regularidad ortográfica, nunca absoluta.
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BORJA
Pero me quiero referir a la postura de ese autor cuyo nombre oculta
Terreros que escribe de una manera u otra según el humor con que se levante, que aun en la misma frase presenta una misma palabra de dos maneras diferentes. ¿Es esto un puro disparate, o una manera distinta de la de
Terreros de entender la escritura? Una postura como ésta ¿hemos de valorarla sin más como muestra de descuido y arbitrariedad? Desde la perspectiva actual, sin duda diremos que sí, pero considerada en el marco de
la historia de la escritura, claramente no. La variatio o variación entre dos
formas en proximidad (como vivir y bivir), fue desde antiguo un rasgo de
estilo, en absoluto ajeno, por cierto al uso moderno. Si nosotros evitamos
repeticiones léxicas y sintácticas, en la Edad Media y aun mucho después alcanzaba esta variación estilística también a la ortografía (Morreale,
1978). El sometimiento a regla estable de la ortografía es, precisamente, un
signo de los nuevos tiempos, en los que Terreros se inserta plenamente.
En su concepción de la ortografía, Terreros no pudo sustraerse a las
concepciones clásicas acerca de la relación entre letra y sonido: «en la ortografía, dando a cada letra su valor legítimo». El principio, tomado de la
tradición grecolatina, y asumido por Nebrija, es considerar la letra como
lo primario. Fue necesario un siglo largo de reflexiones para entender, y
aun de manera no generalizada, la verdadera justificación de la falta de
correspondencia entre grafía y pronunciación. Muchos de los usos gráficos del español moderno (h-, b - v, g - j, c - z) se justifican no por su
relevancia fonética, sino por su empleo tradicional y por la información
visual que proporcionan, al servicio de la identificación de las palabras en
la lectura silente, la que predomina en la época contemporánea (SánchezPrieto Borja, 1998b). Hasta cierto punto, anticipa la postura reformista
actual la discusión clásica entre «ortologistas», o partidarios de la adecuación entre letra y sonido, como Mateo Alemán y luego Correas, y etimologistas, como Juan de Robles con su tratado de 1634 (García Folgado,
2005: 345). La polémica continúa, atenuada, en el s. XVIII. El peso de una
institución, la RAE, será determinante, aunque tampoco su postura será
irreversible.
5.1. Terreros ante la ortografía académica
La RAE llevó a cabo una extraordinaria labor. Fue capaz de producir
un gran diccionario en pocos años, y su actividad abarcó no sólo la lexicografía, sino también la gramática y la ortografía. Ninguna época de la
docta institución fue tan productiva Como señala Alvar Ezquerra (1987,
p. IX), debe mucho Terreros a la RAE, pues todas las entradas de del Diccionario de Autoridades están en el de Terreros, a veces con diferente gra-
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Y OKfOGRAFÍA
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fía. Y es que la ortografía académica no suscitó unanimidad. No se olvide
que las soluciones adoptadas en Autoridades marcan un camino de entre
los muchos que la ortografía española pudo recorrer. Por otra parte, la
universalidad de la obra académica distó de ser completa debido a razones prácticas y de concepción: la gramática y la ortografía académicas son
obras «muy oscuras para los niños que empiezan a escribir» (García Folgado, 2005: 133). Por otra parte, la postura etimologicista de 1726 se corrige
no poco en la ortografía de 1741, pero no será hasta 1779 cuando se adopte un cambio significativo de actitud, al desechar los dígrafos ph, th, ch.
Sólo desde entonces, orthographia se escribirá ortografía. En el giro de
la RAE debieron pesar las opiniones de los eruditos contrarios al planteamiento etimologicista. Entre ellos cabe destacar al propio Terreros.
5.2. Etimología
VS.
Pronunciación
La crítica de Terreros a la ortografía académica se refiere a un aspecto
central, que condiciona todo el edificio. Viene a decir (Prólogo, p. xx) que
si el uso es mudable «no lo es menos todavía el origen de las voces para
que le podamos seguir». Y añade: si alguien hace una casa «no se pone a
averiguar [ ... ] si la madera vino de Segovia o Cuenca, sino únicamente si
es buena ya propósito para la fábrica que va a erigir». Así, al que usa una
voz le importa «qué significa y cómo suena [... ]. Todo lo demás le sobra,
y a lo más le podrá servir de adorno». Terreros mismo, que sentía gran
curiosidad por la etimología, conoce bien las dificultades de esta disciplina; para las voces españoles se disputará si es vasca, romana, goda, árabe,
francesa, etc.; «todas [las lenguas] alegan sus derechos [... ] por qué se yo
qué parentesco lateral»; y ejemplifica la concurrencia de opiniones a propósito del origen de heraldo (Prólogo, p. xxj), que podrá relacionarse con
fr. heraut, lat. herus, vasco heraldoa; «venga ahora el maestro de escuela
y decida de qué genealogía es heraldo, dígale al niño de donde se deriva,
si le ha de escribir con h o sin ella. ¿No es azotar en el aire?». Y señala al
respecto cómo «el idioma italiano absolutamente
se ha eximido de esta
esclavitud» de la etimología.
La regla cierta, según Terreros, de acuerdo con su postura ortologista, es que «para escribir solo se ha de estar a la pronunciación»
(Prólogo,
p. xxiij). De modo que «un idioma solo obliga a saber el significado de la
voz, pronunciarla según las letras que tiene, y escribirla como se pronuncia». Y recuerda que ya CicefÓn quiso lograr una «pronunciación
perfecta
y sujeta a la escritura». El antietimologicismo
de Terreros se muestra especialmente en el rechazo de los digramas latinizantes, en última instancia
utilizados en latín para transcribir palabras griegas, y aceptados, como se
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ha visto, por la RAE: «el que oyere decir choro en castellano, thalamo,
rectorico, physico, solo entiende que es un coro de música, un lecho para
descansar, un hombre elocuente y un curioso que investiga la naturaleza,
y con esto tiene bastante» (Prólogo, p. xxv).
Sin embargo, la adecuación de la ortografía a la pronunciación tiene
sus límites, y el sentido común de Esteban de Terreros impide introducir
novedades excesivas. El uso general se impone en no pocos rasgos por encima de la correspondencia entre letra y sonido. Así, justifica h- para palabras turcas o hebreas, en tanto grafía connotadora de origen extranjero;
estupenda explicación a la que han llegado tiempo después los estudiosos
modernos: «me perjudicaba no poco una continua mutación de voces en el
original algunas veces ya impreso, y así me pareció que no era substancial
dejar aquella letra que acaso no suena en unas voces que se pueden mirar
del todo como bárbaras y extranjeras» (Prólogo, p. xxv).
Terreros conoce bien, y los evita, los excesos del ortologismo, y como
antes Nebrija, rechaza «ser autor de tanta novedad». Ello se manifiesta
particularmente en el rechaza, tan caro a Correas de k para el valor Ik/:
«pues decir ke kiere, ke kiera, kien nunca kiso kosa, en vez de que quiere,
que quiera, quien nunca quiso cosa, trabe a la verdad un aire extravagante
y ridículo» (Prólogo, p. xxvj).
Las motivaciones prácticas y la sensatez de las decisiones ortográficas de Terreros saltan a la vista, pero no merman en absoluto su interés
de genuino escudriñador de la historia de la lengua: «No quisiera que se
imaginase por esto que yo ideo que en un todo se desampare la etimología de las voces, ni menos que se tenga por inútil la averiguación de
este origen» (Prólogo, p. xxij). Precisamente por venir de alguien tan
interesado por escudriñar el origen de las voces, su rechazo del etimologicismo ortográfico resulta más convincente. Y hemos de preguntamos
si su postura no influyó en el sesgo progresivamente menos etimologicista que, andando el tiempo, tomó la RAE.
La discusión acerca de la forma gráfica que ha de adoptar el español no
se sitúa para Terreros en un plano erudito, sino en la búsqueda valiente de
soluciones prácticas y que no susciten rechazo por extravagantes y contrarias al uso general de la escritura. Resuelve así de una manera hábil muchas
de las aporías a las que ha conducido la reflexión moderna sobre el traje
gráfico con el que ha de vestirse el español. ¿Por qué no, se nos ha dicho
muchas veces, escribir como pronunciamos y pronunciar como escribimos?
Las posturas maximalistas como la de Mosterín (1981), con su b y v reducidas a una grafía, sin h-, con k-, etc., suscitan rechazo por el corte que supondrían en la historia del español como lengua de cultura. Sólo unas reformas
ponderadas y progresivas podrían siquiera plantearse. Porque en el fondo,
la función de la ortografía no es exclusivamente reflejar la pronunciación
.i
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PALEOGRAFÍA
Y ORTOGRAFÍA
EN LA OBRA DE TERREROS
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(Sánchez-Prieto Borja, 1998a). Por fortuna, ninguna lengua se escribe con
ortografía del todo fonética (y con qué fonética, cabe preguntarse, en una
lengua con tanta variación geográfica como el español).
Así las cosas, no cabe pensar que la ortografía actual es la que propuso Terreros. Terreros, y más aun sus impresores, son hijos de su tiempo,
y no escaparon a ciertos convencionalismos que se irán depurando con el
tiempo. Algunas de las soluciones llamativas del Diccionario son éstas:
- Proponejente,jigante siempre conj y no g.
- Adopta i' para marcar el hiato en caia. Lo mismo antiguamente,
para marcar que u suena ante a.
- La práctica favorece -i tras vocal: mui, hoi (Prólogo, p. xxviij).
- Rechaza Terreros xavón, xalapa, xaque, caxa. Propone j, también
frente al uso moderno México, Xalapa (Prólogo, p. xxix).
- Sigue la tradición al aceptar qu en quando, quanto, etc.
- No todo en Terreros es puro raciocinio. Defiende el uso de y con
diversos argumentos, pero «fuera de esto le ha tocado a la y griega
algo de la hermosura propia de su país» (Prólogo, p. xxx).
Como vemos, la adecuación de la ortografía a la pronunciación tiene
sus limitaciones.
5.3. Paleografía
y
ortografía. Visión histórica de la escritura castellana
El interés de Esteban de Terreros por la paleografía salta a la vista con
solo leer el Prólogo de su Diccionario, pero al propio Terreros se le atribuye una Paleografía española. La crítica moderna ha puesto en duda
esta atribución, y hay quien se ha inclinando por una autoría del padre
Burrie14• Esta última idea no es ningún disparate, y a ella parece apuntar
el que se cite (Terreros, 1758: 217-218) un documento de San Clemente
de Toledo, fondo con el que consta que trabajó el padre Burriel. Pero el
concepto de autor y la propiedad intelectual no se manejaban antaño con
el rigor de hoy, y no debe sorprender que Burriel, compañero de orden,
prestara materiales a Terreros. Sea como fuere, el interés de Terreros por
la paleografía es genuino, y si no todas las ideas del tratado de esta disciplina que se le atribuye son suyas, no hay motivos para pensar que no las
compartiera.
Desde luego, lo que se percibe con claridad en el prólogo mismo del
Diccionario, es la visión histórica de la ortografía, que se inserta así en lo
que podemos llamar una historia de la escritura en España. Esa historia de
4
Así se lee en la nota manuscrita de un ejemplar de la BN: «lo más de ella es de Burriel».
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PEDRO SÁNCHEZ-PRIETO
BORlA
la escritura, se enmarca, a su vez, en el estudio del origen y evolución de
la lengua española. A este propósito, Terreros era consciente de la imperfección del castellano medieval:
El séptimo idioma castellano es el que usaron nuestros mayores, venerable por su antigiiedad, y cuya imperfección, variedad y muestra se
podrá ver en la Paleografía española [Espectáculo de la Naturaleza, t. 13]
Yen multitud de códigos y papeles antiguos. De este lenguaje nos quedan aun algunas obras muy apreciables, no solo por su antigiiedad, sino
también por sus autores y origen; tales son las Leyes de la Partidas, las
obras de Jorge Manrique, las de Juan de Mena...
En este contexto resalta la defensa del vernaculismo en la obra de Alfonso X: «Una de las cosas grandes del rey D. Alonso el Sabio fue castellanizar los nombres latinos, griegos y árabes introduciéndolos en nuestra
lengua». La visión negativa de la lengua antigua nace de una percepción
clara de los algunos han llamado «inseguridad de las épocas primitivas».
En este planteamiento de Terreros desempeña un papel importante la conciencia de la variación ortográfica antigua, frente a la postura de otros autores posteriores, que han considerado, erróneamente, el castellano alfonsí
provisto de una ortografía consolidada. Terreros no concluye su perspicaz
percepción histórica en una visión negativa. De modo que aunque en lo antiguo «llegue nuestro idioma a verse el más desfigurado y despedazado del
mundo; es preciso decir de él que al modo que el oro sale más acendrado
del crisol [... ] se puede decir muy bien que la ruina misma se nos ha convertido en riqueza». No ha de pensarse, sin embargo, que el esplendor literario del siglo de oro de las letras trajera estabilidad lingiiística: «la maravilla es que sentado ya éste y aun subido a una perfección asombrosa se halle
una inmensa variedad en los escritores más cultos». Este conocimiento de
la historia de la escritura permite a Terreros percibir con gran claridad la tarea que a él, y a otros coetáneos suyos, estaba reservada: dotar al español de
una ortografía apropiada para expresar los más variados contenidos culturales y científicos; un programa, pues de ilustración del idioma.
En ese programa, la paleografía no es un saber marginal,y sin duda
así le pareció a Terreros cuando incluyó en su programa pedagógico la
lectura de letras antiguaspara niños dt<7 u 8 a 15 años, por un maestrode
humanidades (García Folgado 2005: 137). Se incluyen también aspectos
históricosdel idioma como parte de la formacióndel profesorado.
5.4. Ortografía y lexicografía
En un Diccionario, la ortografía tiene amplias implicaciones prácticas,
empezando por la determinación del orden alfabético de los lemas. Pero,
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PALEOGRAFÍA
Y ORTOGRAFÍA
ENLAOBRADETERREROS
como en cualquier que afecte a la reflexión sobre la lengua, una cosa son
las propuestas y otra la práctica de los impresos, como bien sabía el propio Terreros. Como el autor no vio el Diccionario acabado de imprimir
(Alvar Ezquerra, 1987, p. XVI) ni pudo supervisar en 1786 la impresión,
por haberse producido ya expulsión de los jesuitas, no cabe duda de que
muchas de las soluciones del impreso no contarían con la aquiescencia de
Terreros. Él mismo afirma que «no pocos de los que imprimen suelen dejar su escritura a la libre voluntad del impresor» (Prólogo, p. xx). Seguro
que, de haber podido, Terreros no hubiera actuado como ellos.
6. Conclusión
Contra la superstición de la letra, Terreros propone una serie de reformas ortográficas que favorecen la práctica de la escritura y su enseñanza.
Pretende lograr así una ortografía más fonética. Terreros era partidario de
una ortografía unitaria. ¿Cuál había de ser esa ortografía? No cabe duda
de que él pensaba que la suya. Y las sucesivas reformas ortográficas de la
Academia, por las que se rechazan ciertos usos etimológicos, le dieron, en
buena parte, la razón.
Terreros tiene una concepción moderna de las disciplinas humanísticas, al poner en relación a) paleografía, b) ortografía y c) pronunciación.
La paleografía de Terreros se integra en el conocimiento de la historia de
la lengua, y, en particular, en la historia de la cultura escrita. Al mismo
tiempo, muestra en su acercamiento a los problemas ortográficos una concepción unitaria del saber, y en particular del saber histórico. Anticipa así,
sin saberlo, una verdadera cura contra el atomismo y la especialización en
humanidades que será el signo de los nuevos tiempos. Terreros representa
el verdadero espíritu de la ilustración, cuyos pilares son la fe en el trabajo
y la independencia de criterio.
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