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La traición de la OCI (U)
Nahuel Moreno
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Indice
Capítulo I. La Teoría de los Campos Burgueses Progresivos
1. De los posibilistas a Bernstein
2. El revisionismo menchevique: la teoría de los campos burgueses progresivos
3. La respuesta bolchevique y trotskista
4. Stalin y el frente popular
5. Mao y la teoría de las contradicciones
6. Revisionistas y marxistas: síntesis de las diferencias
Capitulo II. El Revisionismo en los Partidos Revolucionarios
1. Kamenev-Stalin contra Lenin y Trotsky
3. Stalin y el socialismo en un solo país
4. Marceau Pivert y el frente popular de combate
5. Molinier y Schachtman la primera aparición de la teoría de los campos en nuestras filas
6. La teoría de los campos, versión pablista
7. Bolivia y Nicaragua: dos aplicaciones del revisionismo pablista
8. Las razones de una capitulación
Capítulo III. El Frente Único Antiimperialista como expresión de la Teoría de los Campos Burgueses
Progresivos
1. La teoría Lambert-Favre del frente único antiimperialista
2. Stalin, Mao y la lucha contra el “militarismo” y el “imperialismo” en China
3. Mao y la invasión japonesa de China
4. La política de la III Internacional para los países coloniales y semicoloniales
5. El contexto teórico de las posiciones de la III Internacional
6. La revolución china y la evolución teórica de Trotsky
Capítulo IV. La Realidad Francesa a Través de la Teoría de los Campos
1. Dos campos incompatibles
2. Una guerra civil en germen
3. Un nuevo acuerdo entre Pablo y Lambert
4. Una confusión deliberada
5. La verdadera realidad francesa
6. La verdadera incompatibilidad
7. ¿Quién previó la actual situación francesa?
Capítulo V. La Política de la OCI (u)
1 - La teoría Lambert-Forgue del “campo mitterrandista”
2. El otro integrante del “campo progresivo”
3. Impulsar al gobierno burgués hacia posiciones anticapitalistas
4. ¿Sembrar ilusiones es distinto que depositar confianza?
Primer ejemplo: La Caja del seguro médico
Segundo ejemplo: la huelga en el aeropuerto
3. Lambert, consejero de Mitterrand
4. Una extraña ruptura con la burguesía
5. Mentir a las masas para proteger al gobierno
6. ¿Proteger al gobierno o combatirlo?
7. La variante Lambertista del frente popular de combate
8. La OCI aplica una política stalinista
9. Una tradición traicionada
10. La revolución por etapas, variante Lambert
11. La OCI no tiene consigna de gobierno
12. Un vaticinio claro
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Capítulo VI. ¿Si hubiera una Guerra Civil en Francia?
1 - Guerra civil entre los “campos”
2. Guerra civil sin armamento del proletariado
3. Guerra civil sin destrucción del ejército burgués
4. Las virtudes especiales del frentepopulismo
5. Los tres ejemplos de Lambert
Luchar con Kerenski contra Kornilov
La invasión japonesa de China
La guerra civil española
6. La verdadera política bolchevique y trotskista
Luchamos militarmente en el campo frentepopulista
La alineación militar es un episodio táctico
Transformar la lucha entre campos en lucha de clases
Derrocar el gobierno burgués y conquistar el poder
Capítulo VII. La Política Frente a los Partidos Obreros Contrarrevolucionarios
1. La OCI no combate a los partidos obreros contrarrevolucionarios
2. En lugar de denuncia, crítica fraternal
3. La OCI (u) llama al PS y al PCF a conformar un frente único
4. Una confusión teórica al servicio de la traición
5. Un frente único dentro del frente único
6. La verdadera política de Lenin y Trotsky
7. Una táctica excepcional para una circunstancia excepcional
8. El origen de la táctica del frente único
9. Una táctica contradictoria
10. El frente único en nuestras filas
11. La táctica del entrismo
12. El gobierno obrero y campesino
13. El frente obrero revolucionario
14. La única estrategia del trotskismo
Capítulo VIII. La OCI Abandona el Programa de Transición en Favor de un Programa Mínimo
1. La OCI reconoce que no tiene programa
2. Trotsky versus Frank-Molinier-Lambert
3. Las tareas y consignas de Pablo y Lambert
4. Una política a partir de las ilusiones de las masas
5. La política trotskista parte del factor objetivo
6. Una “confusión” en el carácter de las consignas
7. El carácter de nuestro Programa de Transición
8. Los ejes del Programa de Transición
9. El reformismo de la OCI
Capítulo IX. Un programa oportunista frente a las necesidades mínimas de las masas
1. La situación del proletariado francés
2. La OCI no lucha contra la miseria del proletariado francés
3. La desocupación
4. El apoyo a las nacionalizaciones del gobierno
5. La enseñanza
6 - Los trabajadores inmigrantes
7. El problema de clase en esta discusión
Capítulo X. Un programa mínimo frente al Estado y la Iglesia
1. Primera omisión: la V República
2. Segunda omisión: la presidencia de la república
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3. Tercera omisión: las fuerzas armadas burguesas
4. Se abandona la lucha contra la Iglesia
5. La teoría de los campos en el aparato gubernamental
6. Cómo desmantelar el aparato estatal, según la OCI
Capítulo XI. Lambert y Pablo apoyan al gobierno
1. Cómo se expresa el apoyo al gobierno
2. ¿Algunos gobiernos burgueses son más progresivos que otros?
3. La posición de los trotskistas
4. Una tergiversación grosera de nuestra posición
5. Una discusión clave
Apéndice. En respuesta a algunas críticas
1- La OCI (u) a la retaguardia de la primera ola
1. La Plataforma de Orly: capitulación ante la burocracia
2. Renault, la segunda traición
3. Aguardar la maduración política de las masas
2. La OCI (u) viola los principios elementales del movimiento obrero
1. Las vergonzosas explicaciones de Luis Favre
3. Mitterrand es parte del dispositivo contrarrevolucionario mundial
1. La OCI (u) no ataca al imperialismo francés
2. La OCI (u) miente sobre su política
3. Un editorial en seis meses
4. La política sindical de la OCI (U) en el movimiento obrero
1. El apoliticismo, política burguesa
2. La unidad sindical
5. La política sindical de la OCI (U) para el movimiento estudiantil
1. Favre responde a Nahuel Moreno
2. Las verdaderas razones detrás de una política
Bibliografia de las obras citadas en el documento
Documentos de la Organización Comunista Internacionalista (Unificada)
Materiales de la Corriente Pablista
Materiales de Nuestra Corriente
Textos
Notas
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Capítulo I
La teoría de los campos burgueses progresivos
La dirección de la OCI, como toda dirección revisionista que se reivindica trotskista, esconde sus verdaderas
posiciones tras una maraña de frases trotskistas. En lugar de decir que apoya al gobierno y la coalición frentepopulista liderada por Mitterrand, como haría un stalinista o un socialdemócrata, afirma que “nuestra táctica está dirigida
contra la burguesía; y en ese combate contra la burguesía, [no tomamos] la menor responsabilidad por el gobierno
Mitterrand.” (Proyecto de informe político, p. 3).
Sin embargo, basta apartar las frases necesarias para disfrazarse de trotskista, para que aparezca la verdadera
política de la OCI:
“En ese combate contra la burguesía, sin tomar la menor responsabilidad por el gobierno Mitterrand, estamos en
el campo de Mitterrand en sus acciones de resistencia a la burguesía” (op. cit., p. 3)1.
Puesto que el documento no menciona ninguna otra táctica o combinación de tácticas, debemos concluir que esta
es la orientación central de la OCI para todo el próximo periodo: estar en el “campo” burgués frentepopulista.
Fuerza es reconocer el poder de síntesis del autor del documento (Pierre Lambert); esa fórmula es, textualmente, la
que han utilizado todos los revisionistas del leninismo y el trotskismo.
Lambert nos dice, con una claridad total, que la OCI forma parte del campo integrado por los partidos obreros
traidores, gaullistas y radicales de izquierda y liderado por la máxima institución del Estado burgués y la V República: la presidencia ejercida por Mitterrand.
El trotskismo sostiene, avalado por toda la experiencia histórica, que el “campo” frentepopulista es burgués y por
consiguiente contrarrevolucionario; que este carácter se acentúa al máximo cuando el frente popular llega al gobierno, porque se convierte en el líder del “campo” capitalista a través del ejercicio del poder del estado capitalista. El
actual revisionismo de la OCI no la ha llevado a modificar esa concepción clásica. Lambert es consciente de que se
ha pasado al “campo” burgués contrarrevolucionario, por eso esconde su mercancía revisionista afirmando que su
“táctica está dirigida contra la burguesía”.
Si desarrollamos este razonamiento, llegamos a una conclusión novedosa, por decir lo menos: que el de Mitterrand es un campo burgués bastante raro, puesto que realiza “acciones de resistencia a la burguesía” y la táctica
principal, o única, de la OCI, es formar parte política del mismo.
Se trata evidentemente de una contradicción. Consciente de ello, Lambert trata de fundamentar su táctica en el siguiente
argumento: Lenin y Trotsky formaron parte del campo de Kerenski contra Kornilov; Trotsky formó parte del campo de
Chiang Kai-Shek contra la invasión japonesa de China y del campo de la República española contra Franco.
Nosotros respondemos que, efectivamente, Trotsky formó parte de esos campos burgueses contra sus respectivos adversarios, y calificó a los que se opusieron a dicha táctica de traidores. Pero existen dos diferencias fundamentales entre Trotsky y Lambert: aquél nunca dijo que se debía formar parte política sino tan solo militar del campo
de Kerenski-Chiang-Negrín, y que además toda su táctica iba dirigida a destrozar dicho campo. Ese era su objetivo
al entrar en él, y así lo proclamaba. Su política se podría sintetizar en la frase, “estamos en el campo militar de
Kerenski para derrotar a éste, como única forma de derrotar a Kornilov y a todos los Kornilovs que vendrán”.
Cuando Lambert dice que hay que estar “en el campo de Kerenski o Negrín en sus acciones de resistencia a la
burguesía”, está afirmando no sólo que lucha contra la sublevación de Kornilov y la insurrección fascista de Franco,
sino que apoya las acciones políticas de Kerenski y Negrín.
Los tres ejemplos que da Lambert se refieren a situaciones históricas en que las circunstancias objetivas obligaron
a los revolucionarios (los bolcheviques en Rusia y los trotskistas en China y España) a formar parte de un campo
común con un gobierno burgués contra la reacción fascista o bonapartista, o la invasión imperialista de un país
semicolonial. Pero denunciaron constantemente a Kerenski como agente de Kornilov, a Chiang como agente de los
japoneses y a Negrín como agente de Franco y combatieron sus acciones por antiobreras.
Se trata de una situación similar a la que nos lleva a aplicar la táctica del entrismo en algún partido obrero-burgués
de masas. Supongamos que en un gran partido socialdemócrata (el de Blum, por ejemplo) surgen corrientes de
izquierda que empiezan a desarrollar posiciones similares a las del trotskismo. Según Lambert, tendríamos que
aplicar el entrismo diciendo que “estamos con Blum en sus acciones contra la burguesía”. Los trotskistas sostenemos y hacemos lo contrario. Al entrar, denunciamos más que nunca la política contrarrevolucionaria de Blum y
tratamos de desarrollar esas corrientes trotskizantes para destrozar al partido de Blum desde adentro y captar a
esas corrientes para la sección nacional de la Cuarta Internacional. Esa es la política principista tradicional del
trotskismo cuando la situación objetiva nos obliga a entrar o permanecer en un frente o partido que no es el de la
clase obrera en lucha contra la burguesía.
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Entonces, volviendo a la política actual de Lambert, él está en un campo burgués “progresivo” contra otro campo
burgués al que considera más reaccionario. Esta es la característica más notoria del revisionismo en este siglo. Este
revisionismo se ha expresado históricamente bajo dos formas: la de los mencheviques y la del stalinismo. La esencia
del menchevismo con su “frente antizarista” y del stalinismo con el “frente popular” (que desarrollaremos en detalle
un poco más adelante) consistía en lo siguiente: el eje, la estrategia permanente de esos partidos, es conformar esos
frentes con la burguesía “liberal” (los mencheviques) o “democrática” (los stalinistas), aun cuando los mismos no
existan en la realidad.
Existe un tercer tipo de revisionismo que se diferencia del anterior por cuanto la conformación de los frentes
policlasistas de esa naturaleza no es su estrategia permanente sino una reacción frente a la realidad objetiva.
Nos explicamos. Cuando dos frentes burgueses se enfrentan en choque físico (guerra colonial, guerra civil entre
republicanos y fascistas, etc.) aparecen en los partidos revolucionarios corrientes oportunistas que capitulan políticamente a la dirección burguesa del “campo progresivo”, con el argumento de “derrotar primero al fascismo” (o al
imperialismo). Es el caso de Kamenev y Stalin en 1917, Stalin-Bujarin en 1924, Stalin-Mao en 1925-27, MolinierSchachtman en 1936, Pablo en 1951, Mandel con respecto a Nicaragua en 1979 y ahora la OCI en Francia.
Los dos primeros revisionistas son un claro proyecto político que se persigue constantemente: la conformación del
campo con un sector “progresivo” de la burguesía. La dirección del mismo puede estar formalmente en manos de un
partido obrero-burgués, como sucede con el actual campo mitterrandista en Francia. Pero su esencia procapitalista, contrarrevolucionaria no cambia por más que el mismo sea liderado por los partidos obreros contrarrevolucionarios y participe en él tan solo la “sombra” de la burguesía. Por eso la política de los campos burgueses progresivos
es revisionista.
El tercer revisionismo es la respuesta empírica a un proceso de la realidad, al surgimiento de dos campos burgueses enfrentados físicamente. No responde a una concepción general sino que constituye una capitulación oportunista. En algunos casos (como el de Molinier, que después veremos) la capitulación no es directamente al frente
“progresivo” sino a su ala “izquierda”, a algún ala de un partido obrero-burgués que integre el campo pero manteniendo una posición crítica frente a su dirección. Esta política es tan revisionista como la anterior, puesto que no trata
de romper el campo, sino impulsarlo hacia la izquierda.
En el presente capítulo nos detendremos en los revisionistas consecuentes. En el próximo estudiaremos a los
tránsfugas de los partidos revolucionarios.
1. De los posibilistas a Bernstein
Cuando decimos que la teoría de los “campos burgueses progresivos” constituye la base del revisionismo en este
siglo, nos referimos al revisionismo post-bernsteiniano, es decir, posterior a las revoluciones rusas de 1905 y fundamentalmente de 1917. Sin embargo, nos parece útil pasar revista rápidamente a los revisionistas anteriores y sus
diferencias con el menchevismo.
El revisionismo de Bernstein corresponde a la época del capitalismo en ascenso y comienzos del imperialismo,
cuando las luchas del movimiento obrero conquistaban reformas que no cuestionaban la propiedad privada capitalista ni el Estado burgués. Empecemos por la situación francesa en la década de 1880, para ver cómo el revisionismo bernsteiniano es producto típico de esa época.
En 1881, la organización proletaria francesa, llamada Federación de los Trabajadores Socialistas, sufre un fuerte
revés electoral. Como consecuencia de ello, se produce una fuerte discusión interna que da lugar a la formación de
dos corrientes, las cuales se enfrentan en el congreso de Saint Etienne. La minoritaria, dirigida por Jules Guesde, se
reivindicaba marxista. La mayoritaria ha pasado a la historia con el nombre de “posibilistas”, el mote que le pusieron
los guesdistas. Esta, que se proclamaba enemiga del marxismo, tenía todas las concepciones que caracterizaron
posteriormente al bernsteinianismo, la primera corriente revisionista dentro del marxismo.
Ellos promulgaron en su órgano, Le Proletaire, la célebre fórmula, “Plantear, de algún modo, en lo inmediato,
algunas de nuestras reivindicaciones para hacerlas finalmente posibles” (de ahí el mote de “posibilistas”). Esta frase
significa, en efecto, el abandono de la lucha por el socialismo, luchar únicamente por las migajas que el capitalismo
puede conceder.
Veinte años más tarde, Bernstein retoma esta concepción. El se basa en un hecho cierto: que el movimiento
obrero, en sus grandes luchas, le arrancaba al capitalismo una conquista tras otra (legalización de los sindicatos,
luego de los partidos socialistas, etc.). Por eso Bernstein considera que no está planteada la lucha por el socialismo
mediante la conquista del poder. Para él, el programa cotidiano del movimiento obrero y la socialdemocracia
consiste en conquistar reformas, no en plantear tareas revolucionarias que cuestionen la propiedad privada capitalista y el Estado burgués. Se llegaría a la sociedad socialista mediante la acumulación de reformas, y la misma
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conquista del poder sería el producto de una evolución gradual. Para Bernstein, la estructura estatal parlamentaria
está por encima de las clases, y el proletariado podrá llegar al poder dentro de su marco. En síntesis, el socialismo
sería producto de las conquistas sociales del proletariado y los avances electorales de la socialdemocracia (hoy
tenemos diez diputados, mañana tendremos 100 y pasado mañana la mayoría en el parlamento).
Esta concepción, plasmada en el célebre aforismo “el movimiento es todo, el fin, nada”, explica el hecho de que
Bernstein no formulara una estrategia para la conquista del poder, sino tan solo tácticas.
A partir de esta concepción, basada en la realidad de la lucha de clases y la práctica del movimiento obrero de su
época, Bernstein llega a la conclusión general teórica, de que el proceso histórico se desarrollaría siempre con esa
dinámica y perspectiva. Sostiene que la etapa en que el capitalismo imperialista podrá otorgar reformas se ampliará
constantemente, y sólo llegará a su fin con el socialismo.
El proceso histórico dio un rotundo mentís a esa concepción y a la política reformista derivada de ella. La primera
guerra imperialista demostró que el régimen capitalista mundial y los países imperialistas no podrían seguir ampliando las libertades democráticas y las conquistas mínimas de la clase obrera, que, por el contrario, la supervivencia
del sistema obligaba al capitalismo a arrebatarles a los trabajadores las conquistas económicas y políticas ya otorgadas.
Rosa Luxemburgo y en un principio Kautsky se opusieron a la teoría bernsteiniana. Señalaron que el problema
central de la política socialdemócrata era la conquista del poder por el proletariado, no la obtención de pequeñas
reformas. Quienes más desarrollaron esta concepción fueron Lenin y los bolcheviques, y no es casual: en Rusia
estaba planteado el derrocamiento revolucionario del zarismo como primer paso para obtener las conquistas mínimas y democráticas ya logradas por el movimiento obrero de Europa occidental.
2. El revisionismo menchevique: la teoría de los campos burgueses progresivos
Se considera a los mencheviques rusos, con justa razón, como un polo de fundamental importancia en el desarrollo del marxismo de este siglo. Hoy día se los conoce mucho mejor que a Bernstein, a quienes muchos consideran
una antigualla que sólo debe ser objeto de estudio por parte de los historiadores. En cambio, el menchevismo, como
corriente política antagónica al bolchevismo, es punto de referencia obligado. Sin embargo, no se ha reflexionado lo
suficiente sobre esta corriente como punto de partida del revisionismo característico del presente siglo.
El revisionismo menchevique es la respuesta oportunista a una etapa histórica distinta de la de Bernstein: no es la
etapa de las conquistas mínimas del proletariado de los países adelantados, sino la de las revoluciones y contrarrevoluciones. En Rusia, la lucha entre bernsteinistas y marxistas ortodoxos (revolucionarios) se manifestó como un
combate encarnizado entre el economicismo y el iskrismo: entre los que decían que la clase obrera debía luchar por
conquistas económicas y los que daban a la lucha un eje político, el derrocamiento del zar para instaurar la democracia.
La lucha entre mencheviques (revisionistas) y bolcheviques (marxistas) tuvo un eje enteramente distinto. Ambos
coincidían plenamente en la lucha contra Bernstein y sus discípulos rusos, los economicistas, y en que el eje de la
lucha obrera en Rusia debía ser por el derrocamiento del zar.
Los mencheviques jamás negaron la necesidad de luchar por el derrocamiento del zar como tarea inmediata del
movimiento obrero. La diferencia con los bolcheviques radicaba en cómo hacerlo y qué tipo de régimen debería
sucederle.
El gran “aporte” de los mencheviques al revisionismo, es la teoría de los campos o frentes burgueses progresivos.
De acuerdo a esa teoría, para derrocar al zarismo autocrático e instaurar un nuevo régimen, el movimiento obrero
y sus partidos debían conformar un campo o frente antizarista, cuya dirección estaría en manos de la burguesía
liberal y su partido, el Kadete. Para decirlo en las palabras de Axelrod, uno de sus teóricos más importantes:
“El proletariado lucha por lograr las condiciones que permitirán el desarrollo burgués. Las condiciones históricas
objetivas determinan que sea el destino de nuestro proletariado colaborar inevitablemente con la burguesía en la
lucha contra el enemigo común” (citado por Trotsky, Escritos, T. XI, Vol. 1, p. 78).
Durante la revolución rusa, el ex-marxista Plejanov, convertido en vocero de la extrema derecha socialpatriota,
decía: “Debemos alegramos por el apoyo de los partidos no proletarios y no alejarlos de nosotros con acciones
poco tácticas” (op. cit., p. 82).
De ahí a la teoría de la revolución por etapas fue un solo paso. Los mencheviques sostenían que el derrocamiento
del zarismo, lejos de poner fin al frente “antizarista” policlasista, abriría una etapa en la cual, bajo el gobierno de la
burguesía liberal, la atrasada Rusia se convertiría en un país capitalista adelantado. En esa etapa el proletariado
adquiriría experiencia y conciencia, a través de la lucha por conquistas mínimas. Luego se abriría la segunda etapa,
la de la conquista del poder por el proletariado.
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La esencia de la política menchevique fue sintetizada años después por Trotsky, al afirmar que la “línea de demarcación entre el bolchevismo y el menchevismo” consistía en que éste buscaba conformar “un frente común de
colaboración política con el enemigo de clase” (The Crisis of the French Section, pp. 56 y 57).
3. La respuesta bolchevique y trotskista
Frente a la teoría de los campos del menchevismo, Lenin y Trotsky plantearon una teoría opuesta. El haber
adoptado, cada uno por su lado, esta segunda teoría, es lo que explica su profunda unidad en 1917 y el hecho de
dirigir conjuntamente la Revolución de Octubre, superando sus divergencias anteriores.
Para ellos, la división fundamental de la sociedad rusa es, como sostiene el marxismo ortodoxo, en clases: burguesía y proletariado. El eje de su política es el desarrollo de la lucha de clases hasta la conquista del poder por el
proletariado. De ahí deriva una teoría de los campos diametralmente opuesta a la de los mencheviques, basada en
el hecho de que, por fuera de las dos clases fundamentales, existen otros sectores explotadores y explotados en la
sociedad.
Uno de esos campos es el contrarrevolucionario, integrado por el zarismo, los terratenientes y toda la burguesía,
incluidos los sectores liberales “antizaristas”. El otro, revolucionario, está integrado por la clase obrera, los campesinos y todos los explotados. Esta es, como se ve, una teoría “campista” basada en la concepción marxista tradicional de la lucha de clases.
La diferencia entre Lenin y Trotsky antes de 1917, fue que éste desarrolló esta teoría hasta sus últimas consecuencias. Al comprender, como Lenin, la verdadera naturaleza de los campos enfrentados, Trotsky llegó a la conclusión
de que el campo revolucionario requería una dirección, y ésta no podría ser otra que el proletariado. Con ello
refutaba, al mismo tiempo, la teoría menchevique de la revolución por etapas.
Dado que el campo revolucionario, anticapitalista, es encabezado por el proletariado, la revolución contra los
explotadores es directamente socialista por su dinámica de clase, por sus tareas y por el tipo de gobierno que
impondrá al llegar al poder: una dictadura de la clase obrera apoyada en el campesinado y el conjunto de los
explotados. Esta es la teoría de la revolución permanente tal como la desarrolló Trotsky en un principio, al extraer
las lecciones de 1905.
Esta teoría de Trotsky tiene una deficiencia fundamental: no incluye la concepción de un partido centralizado que
encabece a la clase obrera (la cual encabeza a su vez al campo revolucionario) en la lucha contra el zarismo. En esta
etapa entre 1905 y 1917, Trotsky concibe a la organización proletaria como un partido del tipo de la socialdemocracia occidental, apto para las elecciones y la lucha parlamentaria, es decir, para la acción reformista, no revolucionaria.
En Lenin se da la contradicción opuesta. Comparte la concepción de Trotsky en cuanto al carácter de los campos, pero no se plantea qué clase deberá dirigir la alianza revolucionaria de las clases explotadas; por ello, coincide
con los mencheviques en cuanto a las dos etapas de la revolución. En cambio, su concepción de la organización
revolucionaria es la de un partido centralizado, apto para la lucha por el poder. Su concepción general es “más
revolucionaria” que la de Trotsky, porque la práctica de la construcción de tal partido lo habría de llevar a las
mismas conclusiones que aquél. Lenin llegará finalmente a esas conclusiones, no por asimilación de la teoría de la
revolución permanente, sino como culminación del desarrollo de su propia teoría de los campos y el partido.
La contradicción en el pensamiento de Trotsky se resuelve en 1917, por un proceso análogo al de Lenin. El
desarrollo de su teoría lo convence, después de años de combatir la concepción leninista del partido, de la necesidad de construir una organización centralizada como la bolchevique para hacer la revolución. El partido de Lenin
era, pues, el adecuado para la teoría de Trotsky.
La síntesis de leninismo y trotskismo que se produce en 1917, obedece a la lógica de clase de la teoría “campista”
compartida por ambos.
4. Stalin y el frente popular
La concepción de los “campos” y de la lucha entre ellos que supera a la lucha de clases aparece, pues, con los
mencheviques. Sin embargo, quien eleva esta concepción a nivel de una teoría general, de aplicación permanente
por los partidos obreros en todos los países y circunstancias, es Stalin con su frente popular.
En 1935 se realiza el Séptimo Congreso Mundial de la Internacional Comunista, ya totalmente dominada por el
stalinismo. Allí se promulga esta estrategia que ha pasado a ser la característica del stalinismo desde entonces.
El problema en discusión era el avance del fascismo en Europa: al triunfo de Mussolini unos quince años antes, se
unía ahora el de Hitler en Alemania, mientras que la III República francesa había adquirido fuertes rasgos bonapartistas a partir de la asonada reaccionaria de 1934. Dice Trotsky:
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“La conclusión que [los dirigentes stalinistas] han extraído de todo esto es que se necesita la sólida unidad de
todas las fuerzas ‘democráticas’ y ‘progresistas’, de todos los ‘amigos de la paz’ (esa expresión existe) para la
defensa de la Unión Soviética por un lado y de la democracia occidental por el otro (...) El eje de todas las
discusiones en el congreso fue la última experiencia en Francia bajo la forma del llamado ‘Frente Popular’, que era
un bloque de tres partidos: Comunista, Socialista y Radical” (“El congreso de liquidación de la Comintern”, en
Escritos T. VII, Vol. 1, pp. 133 y 135-6).
Como vemos, ésta es la teoría de los campos, ahora a nivel internacional: donde los mencheviques decían “zarismo”, Stalin dice “fascismo”; y en lugar de la burguesía “liberal antizarista” tenemos a la “democrática antifascista”. El
campo reaccionario internacional, liderado por la Alemania nazi, esta integrado por la Italia fascista, el gobierno
japonés y otras fuerzas como Lavat en Francia y Franco en España. El campo democrático está integrado por el
estado obrero soviético y las fuerzas llamadas “democráticas” y “amigos de la paz”: el gobierno frentepopulista de
Blum, su homónimo español de Largo Caballero y Negrín y los imperialismos francés, británico y norteamericano.
La política de los partidos comunistas en todos los países debe orientarse en torno al fortalecimiento del campo
democrático “antifascista” a nivel nacional y mundial. Es necesario hacer todo lo posible por mantener a la burguesía
“democrática” en el campo antifascista, lo cual es precisamente lo que propugnaban los mencheviques con respecto
a la burguesía “liberal”.
A nivel nacional, esta política tuvo su expresión más clara en España, donde el PC entró a formar parte del
gobierno frente populista de Largo Caballero antes de la guerra civil, y el de Negrín durante la misma.
La teoría de los frentes populares ha conocido diversas variantes: por ejemplo, en los países semicoloniales, los
stalinistas buscan conformar “frentes antiimperialistas” con la llamada “burguesía nacional” o “antimonopolista”.
Pero la esencia es siempre la misma: la conformación del campo burgués progresivo.
5. Mao y la teoría de las contradicciones
Como vimos, los mencheviques fueron los primeros en aplicar la política de los campos burgueses progresivos,
mientras que Stalin la elevó al nivel de una estrategia permanente. Faltaba dar un paso: elaborar un principio teóricofilosófico que le diera fundamento. Este es el papel que cumplió Mao Tse-Tung, con la teoría de las contradicciones.
En su conocida obra “Sobre la contradicción” dijo, elevando a nivel filosófico lo que era su política frente a la
invasión japonesa en China:
“Cuando el imperialismo desata una guerra de agresión contra un país [semicolonial], las diferentes clases de éste,
exceptuando un pequeño número de traidores, pueden unirse en una guerra nacional contra el imperialismo. Entonces, la contradicción entre el imperialismo y el país en cuestión pasa a ser la contradicción principal, mientras que
todas las contradicciones entre las diferentes clases en el país quedan relegadas temporalmente a una posición
secundaria y subordinada” (Mao, Obras Escogidas, T. 1, pág. 354).
Y concluye: “De este modo, si en un proceso hay varias contradicciones, necesariamente una de ellas es la
principal, la que desempeña el papel dirigente y decisivo, mientras las demás ocupan una posición secundaria y
subordinada. Por lo tanto, al estudiar cualquier proceso complejo en el que existan dos o más contradicciones,
debemos esforzarnos al máximo por descubrir la contradicción principal” (op. cit., p. 355).
Invirtiendo el orden de los argumentos, tenemos que para Mao existen en la sociedad contradicciones principales
y secundarias, pero el carácter de principal o secundario no es permanente, sino que cambia de acuerdo a las
circunstancias. El mismo dice que “en la sociedad capitalista, las dos fuerzas contradictorias, el proletariado y la
burguesía, constituyen la contradicción principal” (op. cit., p. 353). Pero sucede que, cuando se produce una
invasión imperialista, esa contradicción pasa a ser temporariamente secundaria y subordinada, y la contradicción
entre la nación semicolonial en su conjunto y el agresor imperialista pasa a ocupar el lugar principal. Como consecuencia de ello, toda la nación, es decir, sus distintas clases, con excepción de un “pequeño número de traidores”
deben unirse contra el imperialismo.
Aquí tenemos la teoría de los campos burgueses progresivos expresada en términos filosóficos, o seudofilosóficos. Contra el campo conformado por el imperialismo y el “pequeño número de traidores” que lo apoya, se forma
el campo progresivo de la “nación”, dirigido por la burguesía.
6. Revisionistas y marxistas: síntesis de las diferencias
En conclusión, vemos un hilo conductor perfectamente claro desde el “frente antizarista” de los mencheviques
hasta las “contradicciones” de Mao: es la teoría de los campos burgueses progresivos.
Esta teoría se justifica con la generalización abusiva de un hecho real: las diferencias entre los distintos sectores
burgueses. Según Trotsky, en la clase burguesa siempre existen antagonismos mucho mayores que en el seno del
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proletariado. Es un hecho fácil de explicar: para el trabajador da lo mismo ser explotado por un patrón que por otro,
sea éste “nacional” o “imperialista”, mientras que entre los distintos sectores burgueses existe una lucha constante y
feroz por el reparto de la plusvalía nacional y mundial. En el plano político esta lucha se traduce en el choque de
partidos, sindicatos burgueses, etc., que con frecuencia llegan al enfrentamiento físico: golpes de estado, guerras
civiles, invasiones imperialistas, guerras interimperialistas.
A veces, como en el caso de Mitterrand, el sector más “izquierdista” de la burguesía es el propio gobierno. En
otros casos, el sector más “derechista” instaura un gobierno fascista o bonapartista y puede tener al resto de la
burguesía en su contra. De este hecho real, el revisionismo deduce que el partido del proletariado debe formar parte
del campo “progresivo” o “democrático”, o el “antiimperialista” en el caso de los países semicoloniales. Para esta
teoría y política, da lo mismo que el campo “progresivo” esté en el poder o en la oposición.
Contra esta teoría de la colaboración de clases, el marxismo levanta su concepción clásica, de la sociedad dividida en clases y de la necesidad de desarrollar la lucha entre las mismas hasta la conquista del poder por el proletariado. Esto no significa que el marxismo ignore la existencia de roces entre los distintos sectores de la burguesía, y
si esos roces llegan al choque físico, el partido debe formular una política acorde a la circunstancias. Pero eso
significa que se deben aprovechar esos choques, jamás apoyar políticamente a un frente de colaboración de clases
que pueda surgir de los mismos. Cualquiera sea la situación de la lucha de clases, el objetivo inmediato de los
marxistas revolucionarios no cambia: es la revolución proletaria y la conquista del poder.
Esta última es la diferencia fundamental entre revisionistas y marxistas, la que sintetiza a todas. Stalin ocultó su
política de alianza de clases durante la guerra civil española, tras el siguiente argumento: “primero derrotar a Franco,
luego lucharemos por el socialismo”. Lo mismo dijo para justificar la alianza con el imperialismo anglo-norteamericano durante la guerra mundial: “lo primero es derrotar a Hitler”. Mao lo expresó en términos filosóficos: primero
liquidar la contradicción principal -China frente a Japón- y luego la contradicción entre las clases volverá a ser la
principal. En otras palabras, la revolución debe pasar por dos etapas. En la primera, el campo progresivo debe
derrotar al reaccionario; en ésta se aplica la política de la colaboración de clases. En la segunda etapa, relegada a un
futuro indeterminado, estará planteada la lucha por el socialismo.
¿Qué sostienen los marxistas? Supongamos el caso aparentemente más favorable para la posición de los revisionistas: que dos campos burgueses están enfrentados en guerra, como sucedió entre la República y el franquismo en
España. Ante esa situación los revisionistas parten de la base de que existen dos campos enfrentados y que uno es
más “progresivo” que el otro, aunque no niegan el carácter burgués de ambos.
El punto de partida de los marxistas es: los dos son campos burgueses, por consiguiente contrarrevolucionarios.
Esa es la esencia del problema. La apariencia del problema es que existe un enfrentamiento, lo cual de ninguna
manera significa que ese enfrentamiento no sea real. Significa que el enfrentamiento responde a que existen diferencias en cuanto a la manera de aplastar un gran ascenso obrero e imponer el triunfo de la contrarrevolución. La
dirección de la República sostiene que eso debe lograrse aboliendo la monarquía, institución especialmente irritativa
para las masas, y canalizando las luchas hasta el parlamentarismo burgués. Los fascistas sostienen, en cambio, que
es necesario masacrar físicamente a los trabajadores, liquidar sus organizaciones sindicales y políticas, siguiendo el
modelo hitleriano.
En España esa diferencia se dirimió por las armas, pero no siempre sucede así. En Francia, en 1934, se produce
una asonada fascista que logra el derrocamiento del presidente. Sin embargo, los fascistas no pudieron arrastrar a
un sector importante de la burguesía, porque los dos campos prefirieron pactar: mantener el parlamento para
guardar las formas democráticas, pero incrementar los poderes de la presidencia para que cumpliera un rol bonapartista. Fue por ello que Trotsky calificó a la III República, a partir de febrero de 1934, de “bonapartismo semiparlamentario”, es decir, una república bonapartista con algunos rasgos de parlamentarismo.
A partir del análisis de clase de los campos enfrentados en guerra, los marxistas sostienen que su objetivo inmediato, la conquista del poder por el proletariado, no cambia. Por el contrario, si el proletariado no toma el poder no
puede haber solución a nada: ni al fascismo, ni a la miseria del proletariado, ni a ninguno de los problemas de las
masas, todos productos de la existencia del régimen capitalista.
Pero en el ejemplo que estamos tratando existe una situación objetiva: el fascismo se ha levantado para masacrar
físicamente a los trabajadores y liquidar todas sus conquistas; esto se combina con el hecho de que los marxistas
revolucionarios (los trotskistas) son una pequeña minoría, mientras que las masas siguen a los partidos obreros
contrarrevolucionarios que forman parte del “campo burgués progresivo”.
Las masas ven, correctamente, en Franco el enemigo inmediato a derrotar; los marxistas queremos ganarlas para
nuestra concepción de que el enemigo a derrotar en forma inmediata es la burguesía en su conjunto, mediante la
conquista del poder y la instauración de un estado obrero. ¿Por cuál de esos dos objetivos inmediatos luchamos los
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marxistas? Por ambos: sabemos que si no estamos en primera fila de la lucha contra Franco, no habrá forma de
ganar a las masas para la lucha contra la burguesía en su conjunto. Por eso Trotsky dice: “Participamos en la lucha
contra Franco como los mejores soldados, y al mismo tiempo, en interés de la victoria sobre el fascismo, agitamos
la revolución social y preparamos el derrocamiento del gobierno derrotista de Negrín. Sólo una actitud semejante
puede acercarnos a las masas” (La revolución española, T. 2, p. 166).
En otras palabras, la guerra entre la República y el franquismo puede terminar con el triunfo de uno u otro bando.
Pero el triunfo de la República jamás significa la derrota histórica del fascismo. Este peligro seguirá existiendo,
mientras exista el régimen capitalista. También existirá la miseria creciente no como peligro sino como realidad;
ningún problema puede ser resuelto sin la conquista del poder.
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Capitulo II
El revisionismo en los partidos revolucionarios
La política de los mencheviques, extendida y generalizada luego por Stalin con el “frente popular” y Mao con las
“contradicciones”, corresponde a una teoría clara, la de los campos. Insistimos en la palabra teoría: no se trata de
respuesta empírica ante determinado giro de la realidad, sino de una concepción que lleva a esas corrientes revisionistas y oportunistas a aplicar esa orientación para que los frentes surjan en la realidad.
Ni los mencheviques ni Stalin ni Mao lograron siempre realizar los frentes. Al contrario, la burguesía liberal rusa
tenía como estrategia buscar acuerdos con el zarismo. Asimismo, a pesar de los esfuerzos de Mao por conformar
un frente sólido con Chiang Kai-Shek contra la invasión japonesa, éste se rompió en numerosas ocasiones. Y si bien
el frente popular es una política permanente de los partidos stalinistas desde el VII Congreso de la Comintern, en la
mayoría de la ocasiones y países éste no ha podido conformarse pese a sus esfuerzos.
Pero en momentos excepcionales del proceso histórico surgen de verdad dos frentes antagónicos que pueden dirimir
sus diferencias políticas por medio de una guerra civil. Esto es característico de las situaciones generadas por grandes
triunfos del movimiento obrero: la revolución de febrero en Rusia, la revolución de 1952 en Bolivia y las revoluciones
en curso en Nicaragua e Irán, o bien los triunfos electorales de los frentes populares francés y español de 1936.
En esos momentos, la realidad parece dar la razón a los teóricos de los “campos”, puesto que los mismos surgen
en la vida misma y tienen, sobre todo este último, un carácter policlasista.
El surgimiento de estos “frentes progresivos” ejercen una fuerte presión sobre los partidos revolucionarios que no
viven en una campana de cristal, sino que, aun siendo muy minoritarios, están inmersos en la sociedad y en el
proletariado. Bajo estas presiones, surgen en el seno de los partidos revolucionarios corrientes que adoptan la
teoría menchevique-stalinista-maoísta de los campos.
Este fenómeno se observa principalmente cuando el triunfo obrero se ve amenazado gravemente por la contrarrevolución: por ejemplo, cuando ésta se alza en armas para derrocar a un gobierno frentepopulista y aplastar al
movimiento obrero, como sucedió en la guerra civil española; o cuando el imperialismo resuelve que ha llegado el
momento de colonizar a un país semicolonial y derrocar al gobierno burgués local. Justamente, el stalinismo ha
encontrado en el surgimiento de estos graves peligros contrarrevolucionarios una magnífica oportunidad para llevar
a la práctica su teoría de los campos. Esto a su vez multiplica enormemente las presiones sobre los partidos revolucionarios, llevando a algunos sectores de los mismos a integrar, como dijimos, el “campo burgués progresivo”.
Digamos entonces para sintetizar que la política permanente de los mencheviques y sus discípulos, los stalinistas y
los maoístas, se basa en la teoría de los campos. De ahí que todos sus esfuerzos se orienten hacia la conformación
de “frentes populares”, “frentes antifascistas”, “frentes antiimperialistas”, o mil y una variantes de lo mismo, con
sectores de la burguesía “democrática”, “antimonopolista”, etcétera. Esta política no depende de que dichos frentes
existan en la realidad. Si no existen, como sucede la mayoría de la veces, entonces se trata de crearlos, aun cuando
ello los obligue a nadar contra la corriente.
En cambio, los partidos revolucionarios o centristas de izquierda que, en violación de todos los principios bolcheviques, han apoyado políticamente a esos frentes populares de alianza de clases, no lo han hecho por adoptar
conscientemente la teoría de los campos, sino porque se han doblegado ante las tremendas presiones que se
ejercen sobre los partidos insertos en el movimiento obrero cuando esos frentes surgen en la realidad.
Sin embargo, el hecho de ceder a esas presiones genera una lógica infernal. El partido revolucionario que viola sus
principios para apoyar al frente policlasista, cae finalmente en la degeneración teórica y política y termina adoptando
la teoría de los campos como base permanente de su política. Es lo que sucedió con el stalinismo, que surgió como
ala de un partido revolucionario, y en nuestras filas con el pablismo.
El partido revolucionario (o sector del mismo) que abandona la política de independencia de clase cuando surgen
los dos campos en la realidad, cae en una política oportunista cuyas características principales son las siguientes:
Abandona la denuncia sistemática del gobierno en su agitación cotidiana y en su prensa y concentra todos sus
ataques en los adversarios reaccionarios del mismo; deja de atacar a los partidos obreros contrarrevolucionarios
que participan en el gobierno frentepopulista para buscar acuerdos con ellos; no denuncia el carácter imperialista
del gobierno ni llama al movimiento obrero a solidarizarse activamente por sus hermanos de clase coloniales; no
lleva adelante una lucha infatigable contra las fuerzas armadas del régimen; abandona la tarea de “explicar pacientemente” a las masas que el objetivo fundamental en la etapa abierta por el triunfo proletario es realizar la insurrección obrera para derrocar al gobierno burgués e instaurar el poder obrero revolucionario; no levanta consignas de
gobierno; no tiene una política permanente para desarrollar y fortificar el partido revolucionario, condición indispensable para el triunfo de la revolución.
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Es justamente la política opuesta a la de un verdadero partido trotskista. Sin dejar de atacar a la burguesía, el
imperialismo y los adversarios reaccionarios del gobierno, éste lleva un ataque constante e implacable contra el
gobierno frentepopulista y el “campo burgués progresivo” y los partidos obreros contrarrevolucionarios que lo
apoyan o integran como servidores de los enemigos declarados de las masas. El partido trotskista denuncia constantemente al gobierno y repudia, en su agitación cotidiana, todas las medidas del mismo por “progresivas” que
parezcan. Inculca en las masas la más absoluta desconfianza y odio de clase para con el gobierno y le opone
constantemente las consignas de poder que indican qué clase de gobierno es necesario instaurar. No abandona por
un solo día la lucha contra el imperialismo de su país, contra el gobierno frentepopulista que lo sirve y contra las
fuerzas armadas del régimen.
Existen ciertas sectas y grupos ultraizquierdistas o anarquizantes que pueden coincidir con esa política general.
Pero hay un hecho que los separa del partido leninista. El eje de la política de éste es dirigir al movimiento obrero y
de masas a su objetivo, la insurrección, para voltear al gobierno e instaurar la república socialista. Para ello considera, y proclama constantemente, que es condición indispensable desarrollar y fortificar a su partido. El partido
revolucionario que oculta su objetivo y esa condición, cae en el oportunismo. El partido revolucionario que no se
postula para conquistar el poder en la etapa del gobierno frentepopulista, que no prepara el derrocamiento revolucionario de ese gobierno, cae en el oportunismo, porque es justamente en la etapa del gobierno frentepopulista que
está planteada la posibilidad de que la clase obrera conquiste el poder dirigida por el partido trotskista.
Ahora veremos cómo, a través de toda la historia de la lucha de clases del presente siglo, siempre ha habido
partidos revolucionarios o corrientes centristas de izquierda que adoptan la política revisionista de los campos.
1. Kamenev-Stalin contra Lenin y Trotsky
El ejemplo clásico de lo que decimos se dio en la revolución rusa entre febrero y octubre, bajo el gobierno
provisional. Por un lado existió un bloque revolucionario integrado por un ala del partido marxista (Lenin-Trotsky),
algunos grupos anarquistas y los socialrevolucionarios de izquierda.
En el otro polo surgió un bloque oportunista integrado por anarquistas como Kropotkin, revisionistas del marxismo como Plejanov, los mencheviques internacionalistas liderados por Martov y un sector del partido marxista
revolucionario: el ala Kamenev-Stalin del Partido Bolchevique.
Desde la revolución de febrero hasta marzo de 1917 el partido bolchevique fue dirigido por una corriente juvenil
cuyo principal vocero era Molotov, director del Pravda. El eje de su orientación era la denuncia sistemática al
gobierno burgués surgido de la revolución de febrero y el repudio a todas sus medidas. Kamenev y Stalin, a su llegada
a Petrogrado en marzo, barren a ese grupo de la dirección e imprimen une nueva orientación, totalmente oportunista,
al partido y su órgano. Veamos lo que decían, por ejemplo, con respecto a la cuestión crucial de la guerra:
“Cuando un ejército combate contra otro ejército, no hay política más absurda que le de proponer que uno de los
dos deponga las armas y se vaya a su casa. Esa política no sería una política de paz, sino de esclavitud, una política
que un pueblo libre debe rechazar con desprecio. No. El pueblo permanecerá valientemente en su puesto, respondiendo a las balas con balas y a los obuses con obuses. Esto no admite discusión. No debemos permitir la menor
desorganización en las fuerzas armadas de la revolución” (Pravda Nº 9, marzo 15 de 1917, editorial “Nada de
diplomacia secreta”).
Siendo así, ¿cómo se propone poner fin a la guerra? El mismo artículo responde:
“Nuestra consigna no es el grito hueco ‘Abajo la guerra’, que significa la desorganización del ejército revolucionario (...) Nuestra consigna es presionar al gobierno provisional para obligarlo a intentar abiertamente, sin desmayos, a los ojos de la democracia mundial, inducir a todos los países beligerantes a que inicien negociaciones inmediatas para poner fin a la guerra mundial. Hasta entonces, ¡qué todos permanezcan en sus puestos!”.
Y si esos países beligerantes no quieren hacer la paz, ¿qué sucede? “Si las fuerzas democráticas de Alemania y
Austria no escuchan nuestra voz, defenderemos la patria hasta la última gota de sangre” (Resolución del Soviet de
Petrogrado, citado con aprobación en el mismo artículo).
Y el Pravda del 16 de marzo insiste: “La salida consiste en presionar al gobierno provisional para que se proclame
dispuesto a iniciar negociaciones inmediatas por la paz”.
Desmenucemos estas posiciones. En primer lugar, aquí no hay clases que luchan, sino un “pueblo libre” que
“permanece en su puesto”. Ese “pueblo libre” es, evidentemente, el que triunfó en la revolución de febrero; pero no
sólo los obreros y campesinos, que hicieron la revolución, sino también la burguesía liberal que llegó al poder
gracias a ella, e instauró el gobierno provisional.
Ahí ya está formado el campo, llamado “pueblo”: el gobierno provisional burgués, la burguesía liberal con su
partido, el kadete, el soviet dirigido por los partidos obreros contrarrevolucionarios, y los obreros y campesinos
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que luchan en el ejército burgués, llamados aquí “fuerzas armada de la revolución”. Frente a él, se alza el otro
campo, el reaccionario, integrado por los demás “países beligerantes” (nuevamente, no se habla de clases sino de
países).
Nuestro deber como revolucionarios es luchar lealmente en el campo del “pueblo”; “que todos permanezcan en
sus puestos”, “defenderemos a la patria hasta la última gota de sangre”. Pero al mismo tiempo, es necesario poner
fin a la guerra, cosa que está en manos del “jefe” de nuestro campo, el gobierno provisional. Para ello, debemos
“presionarlo” para que se declare “dispuesto a iniciar negociaciones por la paz”.
Y ahora, lo que el Pravda “olvida” muy convenientemente mencionar: que el líder de nuestro “campo” es un
gobierno burgués e imperialista; que la guerra es una guerra interimperialista de rapiña, iniciada del lado ruso por el
zarismo; que el ejército es el mismo ejército zarista, con su casta de oficiales y su misma estructura, que envía a los
soldados (es decir, obreros y campesinos) a morir en la trincheras al servicio de la burguesía imperialista rusa y sus
aliados de la Entente.
Nada de eso le importa a Kamenev y Stalin: lo importante es la unidad del “pueblo”, es decir, del campo del
gobierno burgués y las masas.
Como sabemos, fue Lenin quien imprimió una reorientación radical a la política del Partido Bolchevique, reorientación expresada en sus Tesis de Abril: ningún apoyo al gobierno provisional, combate implacable contra él, orientación hacia la conquista del poder por los soviets liderados por el partido revolucionario. Pero no impuso esa línea
sin dificultades: al contrario, tuvo que hacerlo mediante una batalla política ardua y prolongada contra esa ala del
Comité Central Bolchevique.
La política de Kamenev y Stalin es el ejemplo clásico de cómo un ala del partido revolucionario aplica la política
de apoyar al “campo burgués progresivo”, cediendo a la presión generada por el surgimiento del mismo en la vida
real. Stalin elevará su política e nivel de una teoría algunos años después.
3. Stalin y el socialismo en un solo país
El coronamiento de la teoría stalinista es, desde luego, el “socialismo en un solo país” formulada por su autor en
1924 y consagrada como base de la orientación de los partidos comunistas en el Sexto Congreso de la Comintern.
La teoría del socialismo en un solo país nació como reacción ante un hecho real, la derrota de la revolución
alemana, y se consolidó ante otro hecho similar, la derrota de la revolución china en 1925-27. Estas derrotas dieron
momentáneamente por tierra con la esperanzas de Lenin y Trotsky, de que la extensión de la revolución proletaria
a un país capitalista adelantado como Alemania pondría fin al aislamiento de la URSS y daría un poderoso impulso
al desarrollo de la fuerzas productivas bajo el régimen de la dictadura del proletariado.
Junto con ello, la parálisis total de las fuerzas productivas en la URSS debido a la guerra civil y al aislamiento del
Estado obrero, había obligado a la dirección bolchevique, ya desde 1921, a implantar la Nueva Política Económica
(NEP). La esencia de esta política consistía en la restauración del mercado interno capitalista (no del comercio
exterior, cuyo monopolio siguió en manos del Estado obrero), para facilitar el intercambio entre la agricultura,
privada en su mayor parte, y la industria, mayoritariamente estatal.
La aplicación de esta política tuvo un doble efecto: por un lado, dio un impulso a las fuerzas productivas, pero por
otro lado permitió el resurgimiento de una pequeña clase capitalista, explotadora, en la URSS: los hombres de la
NEP en las ciudades y los kulaks, o campesinos ricos, en el campo.
La burocracia gobernante, encabezada por Stalin y Bujarin lanzó la consigna de “enriqueceos” a los campesinos,
sosteniendo que con ello se ganaría a los campesinos al socialismo. Pero en la realidad, como señala Trotsky, ello
sólo significó el enriquecimiento de una pequeña minoría de campesinos a expensas de la mayoría. Al mismo tiempo,
surge el llamado “hombre de la NEP”, el comerciante privado entre la agricultura y la industria.
Contra esta situación, la Oposición de Izquierda propuso su plan de industrialización, cuyos fondos debían provenir de los impuestos recaudados a la nueva clase de kulaks. Como es sabido, la Oposición fue acusada de “superindustrialización” y de “enemiga del campesinado”.
La política de la NEP, tal como fue aplicada por la burocracia, fue el origen del “socialismo en un solo país”.
Escuchemos a Trotsky:
“La vacilación ante las empresas campesinas individuales, la desconfianza hacia los planes, la defensa del ritmo
mínimo de industrialización, el descuido de los problemas internacionales, todo esto junto conforma la esencia de la
teoría del ‘socialismo en un solo país’, presentada por primera vez por Stalin en 1924 tras la derrota del proletariado en Alemania. No apresurar la industrialización, no pelearse con el campesino, no contar con la revolución
mundial y, sobre todo, proteger el poder de la burocracia partidaria de las criticas”. (The Revolution Betrayed,
Pathfinder, 1972, p. 32).
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Es decir, que la teoría del socialismo en un solo país es también una aplicación particular de la teoría de los
campos. En este caso, el campo enemigo es el de la burguesía de los países capitalistas, que ha logrado derrotar a
la revolución proletaria. El campo progresivo es el de la NEP, con el Estado obrero y la burguesía que empieza a
resurgir (Kulaks y los Nepman). Este campo debe ser preservado a toda costa: por ello es necesario construir el
socialismo “a paso de tortuga”, según la conocida frase de Bujarin, no acelerar la industrialización ni aplicar políticas
que impidan el enriquecimiento de los aliados de campo. Al mismo tiempo, se niega u oculta la lucha de clases de los
kulaks y Nepman, contra los explotados y el Estado obrero.
Evidentemente, el proceso de enriquecimiento de una clase explotadora trae una dinámica fatal para el Estado
obrero. Los kulaks y hombres de la NEP encuentran que su enriquecimiento tiene un límite, impuesto por la existencia de la industria nacionalizada y el monopolio estatal del comercio exterior. Al empezar a cuestionar estas trabas
para su desarrollo, ponen en peligro la existencia misma del Estado obrero, fuente del poder y privilegios de la
burocracia. Entonces, ésta realiza un giro de 180 grados: la consigna “enriqueceos” es reemplazada por la de
“destrucción de los kulaks como clase”; y el “paso de tortuga” de la industrialización se convierte en un “galope
furioso”. El campo se rompe, pero no por “culpa” de la burocracia, que favorece en todo lo posible el enriquecimiento de los “aliados de campo”, sino por éstos últimos, que ven correctamente en la existencia del Estado obrero
una traba para su mayor enriquecimiento y desarrollo como clase capitalista.
El socialismo en un solo país es también la teoría de los campos a nivel internacional. El campo progresivo en esta
caso es el de la URSS y los estados burgueses e imperialistas que “coexisten pacíficamente” con ella, mantienen
buenas relaciones comerciales, etc.
Para no abundar en ejemplos, recordemos que en aras de mantener el campo “antifascista” con las burguesías
democráticas se adoptó la política de los frentes populares, que condujo a la derrota de la revolución en España y
Francia.
En la actualidad, es considerado un “aliado de campo” cualquier Estado burgués que mantenga buenas relaciones
diplomáticas y comerciales con la URSS. Es en base a esta consideración que la burocracia soviética es una
enemiga feroz de la dictadura de Pinochet en Chile, mientras que ella y el PC argentino se cuentan entre los mejores
aliados de la dictadura de Viola. La única diferencia entre ambas dictaduras es que ésta última mantiene excelentes
relaciones comerciales con la URSS.
4. Marceau Pivert y el frente popular de combate
En el ascenso revolucionario del proletariado francés de 1936, que dio lugar a la instauración del gobierno frentepopulista de Blum, una tendencia socialista centrista de izquierda, la Izquierda Revolucionaria dirigida por Marceau Pivert, fue arrastrada al apoyo al gobierno burgués frentepopulista de León Blum.
Digamos para empezar que el ala bolchevique del movimiento obrero era sumamente débil. Estaba integrada
únicamente por los trotskistas del Partido Obrero Internacionalista, en un frente único revolucionario con la Federación del Sena de la Juventud Socialista, dirigida por Fred Zeller. Este frente había podido conformarse gracias al
audaz trabajo del entrismo de los trotskistas en la SFIO.
En cuanto a la corriente de Pivert, no puede negarse que tenía una postura crítica frente al gobierno, y de impulso
a las luchas obreras. Tan es así, que según relata Daniel Guérin (Front Populaire, revolution manquée, París: Maspero, 1976), en el congreso de Huyghens de la SFIO la IR presentó una moción de solidaridad total con los
huelguistas.
Sin embargo, su política con respecto al gobierno no avanzó más allá de la crítica: jamás rompió con Blum sino
que el propio Pivert formó parte de su gobierno.
Su política, llamada del “frente popular de combate”, consistía en conformar un frente con las bases de los
partidos obreros, para presionar a sus direcciones traidoras hacia una política “revolucionaria”. Según Guérin:
“En lo que respecta al Frente Popular número dos [el de combate], fuimos arrastrados a participar lealmente,
demasiado lealmente, en el Frente Popular número uno [el de Blum]. Ese compromiso tenía una justificación aparente. Debíamos estar dentro del Nº 1 para impulsarlo y llevarlo a confundirse con el Nº 2. Creímos encontrar una
solución a nuestras dificultades de vocabulario, haciéndonos campeones de un Frente Popular de combate (...)
Pero resultó ser una denominación bastarda. A pesar de las dos palabras agregadas, no nos distinguimos lo suficiente del Frente Popular Nº 1; así, ayudamos en cierta medida a propagar el engaño”. (Guérin, op. cit., p. 103).
Tiene razón Guérin al decir que el frente popular “de combate” no se distingue del de Blum, a pesar de la fraseología revolucionaria, el apoyo a las luchas obreras y las criticas al gobierno: “Toda la elocuencia fraternal [de Pivert]
no podía borrar la traba inicial: él pertenecía al equipo de gobierno; aparecía [ante los huelguistas] como un personaje consular que traía un saludo desde la cúpula” (op. cit., p. 123).
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Esto, como reconoce el propio Guérin, es debió a que “No podíamos repudiar al Frente Popular sin más trámite
[porque] nos alejaríamos de ese formidable movimiento, surgido de lo más profundo de las masas...” (op. cit., p.
103).
Este argumento de “no aislarse de las masas” es también una variante de la teoría de los “campos”. Las masas
están en el campo del frente popular, entonces allí debemos estar nosotros. Es el argumento típico empleado por los
centristas e inclusive los revolucionarios que capitulan al frente popular. Ante la necesidad de no alejamos del
“campo” donde se encuentran las masas, no llamamos a éstas a romper la alianza con la burguesía y el gobierno
frentepopulista. La revolución francesa de 1936 fue derrotada porque, como dijo Trotsky, “los obreros fueron
incapaces de reconocer al enemigo porque se lo había disfrazado de amigo” (citado por Guérin, op. cit., p. 136).
5. Molinier y Schachtman la primera aparición de la teoría de los campos en nuestras
filas
Las filas del trotskismo no han sido inmunes al fenómeno por el cual un sector del partido revolucionario pasa a
formar parte del frente oportunista. Esto ocurrió en Francia, precisamente en 1936. Allí no se trató de una capitulación directa al frente popular de Blum, sino indirecta, por vía de la adaptación al “frente popular de combate” de
Pivert, Sus protagonistas fueron Raymond Molinier y Pierre Frank.
A ellos se dirigió la carta de Trotsky mencionada en el capitulo anterior, para alertar a la sección francesa sobre la
existencia de “síntomas peligrosos en nuestras filas”.
Esos síntomas se concretaron poco después cuando Molinier y Frank rompieron con el partido trotskista para
crear su propio grupo alrededor del periódico La Comuna. Y el primer acto político de este grupo fue el de llamar
a la corriente centrista de Pivert a conformar un frente común.
En una carta a su colaborador Jan Frankel (11/12/35), Trotsky dijo: “Usted ya está informado de la traición de
Molinier. Esos muchachos no quieren permanecer ‘aislados’ por eso capitulan ante la tendencia Pivert quien a su
vez capitula ante Blum. Si se les dice que están participando en la preparación de la unión sagrada, lógicamente se
indignarán. Pero es la pura verdad. Esta es la primera y desgraciada capitulación ante la poderosa presión chauvinista que la opinión pública burguesa ejerce sobre la clase obrera con la ayuda indispensable de la burocracia
stalinista.” (Trotsky, The Crisis of the French Section, p. 13).
Nuevamente, tenemos el argumento de Pivert, con una ligera variante. Según él, se trata de estar en el frente de
Blum para no alejarse de las masas. Para Molinier-Frank, se trata de estar con Pivert con el mismo fin. La política
es siempre la misma: estar con las masas significa estar en el “campo progresivo” burgués en el cual ellas confían.
Schachtman aplicó otra variante de la teoría de los campos en España, al preguntar a Trotsky si los revolucionarios debían apoyar en las Cortes el presupuesto militar solicitado por Negrín. Su sorpresa (según aclara él mismo)
fue mayúscula, al recibir la siguiente respuesta de Trotsky: “Si hubiésemos tenido diputados a Cortes, hubiéramos
votado contra el presupuesto de Negrín (...) Votar el presupuesto militar de Negrín significa otorgarle apoyo político” (La revolución española, Vol. 2, p. 164; subrayado en el original).
Aquí la política de los campos, tal como la aplica Schachtman, tiene un aparente asidero en la realidad, puesto que
los dos campos realmente existen y están enfrentados en guerra civil. El presupuesto que solicita Negrín es para
combatir al fascismo; por ello, dice Schachtman, deberíamos aprobarlo.
La respuesta de Trotsky, de evitar cualquier acto de solidaridad política con el gobierno burgués, es la que se
desprende de la política bolchevique y las lecciones de la revolución rusa. Así como se derrotó a la sublevación de
Kornilov y a la contrarrevolución denunciando a Kerenski y conquistando el poder, la única garantía para la victoria
definitiva e histórica contra el fascismo es la política de independencia de clase, orientada hacia el derrocamiento del
gobierno burgués frentepopulista de Negrín y la conquista del poder por el proletariado.
6. La teoría de los campos, versión pablista
En 1951, en su célebre documento ¿A dónde vamos?, Pablo presenta una nueva versión, novedosa, de la teoría
de los campos. Veamos qué dijo:
“Para nuestro movimiento, la realidad social objetiva consiste esencialmente en el régimen capitalista y el mundo
stalinista (...) Dicho esquemáticamente, la relación de fuerzas a nivel mundial es la relación de fuerzas entre esos dos
bloques.” (SWP, Education for socialiste bulletin, marzo 1974, p. 5).
Como vemos, también aquí hay dos “campos” a nivel internacional: el “progresivo” de la URSS y el “reaccionario” del régimen capitalista. ¿En qué consiste la novedad?
Para el marxismo, el “régimen capitalista” es una totalidad, integrada por la burguesía y el proletariado. Significa
entonces que Pablo integra en su “campo reaccionario” al proletariado de los países capitalistas y principalmente de
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Estados Unidos, país líder del campo. Mientras que, para los revisionistas anteriores, el proletariado siempre era
parte del “campo progresivo”.
Por otra parte, el “campo progresivo” pablista estaba integrado por la URSS en su conjunto, es decir, por la
burocracia.
Es de notar que la teoría revisionista de Pablo, como todas las que estamos viendo en el presente capítulo,
también respondía a un hecho real: la “guerra fría” entre la burocracia soviética y el imperialismo yanqui.
La posición de Pablo fue magníficamente refutada por Favre-Bleibtreu de la sección francesa en ¿A dónde va el
camarada Pablo?: “Nosotros creíamos que la realidad social consistía en la contradicción entre las dos clases
fundamentales: el proletariado y la burguesía. Evidentemente, estábamos equivocados: de ahora en adelante, el
régimen capitalista, que abarca a esas dos clases, se convierte en una totalidad contrapuesta... al mundo stalinista”
(ESB, marzo 1974, p. 10). Favre-Bleibtreu añadía que, al abandonar el criterio marxista, de clase, en favor de la
idea revisionista de los campos, Pablo se vería obligado a alinearse con el “Bloque anticapitalista” (el stalinismo) y
terminaría capitulando ante él.
Los trotskistas ortodoxos latinoamericanos, como nos llamábamos en esa época, los que combatíamos a Pablo,
sostuvimos que la definición de Favre-Bleibtreu era justa pero limitada: Pablo capitularía no sólo al stalinismo, sino
a todos los aparatos burocráticos o burgueses que tuviesen apoyo de masas.
7. Bolivia y Nicaragua: dos aplicaciones del revisionismo pablista
Los hechos no tardaron en damos la razón, a Favre-Bleibtreu y a nosotros. La revolución proletaria boliviana de
1952 destruyó a las fuerzas armadas de la burguesía y llevó al poder al partido nacionalista burgués de Paz Estensoro, quien formó gobierno con algunos burócratas sindicales como Lechín.
Fiel a su teoría revisionista, Pablo sostuvo que se habían formado dos frentes: el reaccionario, integrado por la
oligarquía boliviana (la “rosca”), los grandes patrones del estaño, los terratenientes y el imperialismo expropiados.
El progresivo, estaba integrado por el gobierno nacionalista y la dirección de la Central Obrera.
El partido trotskista POR, en ese época muy poderoso, sostenía, orientado por Pablo, Mandel y Posadas, que se
debía defender a ese gobierno de los ataques del imperialismo y la rosca, y apoyar sus medidas “progresivas”. En
otras palabras, debía formar parte de ese campo.
Los resultados de esa política son conocidos: la burguesía boliviana pudo reconstruir su ejército y aplastar a la
revolución. Por su parte, el trotskismo boliviano, que estaba en condiciones de tomar el poder, no ha podido hasta
el momento (treinta años después) recuperarse de esa derrota.
En las tres décadas transcurridas las masas bolivianas es han alzado una y otra vez, pero el trotskismo, reducido
al estado de pequeñas sectas, no ha jugado absolutamente ningún papel en esos ascensos.
El otro caso mucho más reciente y conocido por nuestro movimiento: es el de Nicaragua en 1979. Allí una
organización guerrillerista de carácter pequeño-burgués e influencia de masas, el Frente Sandinista, dirigió la lucha
que barrió del poder a la dictadura de Somoza, para instaurar un nuevo gobierno burgués.
El Socialist Workers Party de Estados Unidos caracterizó al GRN directamente como obrero y campesino. En
cambio Mandel, fiel discípulo de Pablo, lo caracterizó correctamente como burgués, pero sostuvo que era necesario apoyarlo. Llevó esta política hasta el grado de apoyar al gobierno en sus actos de represión a los combatientes
internacionalistas de la Brigada Simón Bolívar, creada por impulso de la Fracción Bolchevique y entre los cuales
había muchos camaradas trotskistas.
En esto, Mandel fue consecuente con su política de años, de apoyar a los grupos guerrilleros latinoamericanos y
por vía de ellos al castrismo.
Con su política en Nicaragua, Mandel aplicó la teoría de los campos: apoyó al “campo progresivo” del gobierno
burgués contrarrevolucionario formado por el FSLN inclusive contra los revolucionarios trotskistas.
8. Las razones de una capitulación
Hemos visto cómo en todas las etapas abiertas por grandes triunfos del movimiento obrero, un sector del marxismo revolucionario, formando un bloque con corrientes oportunistas, cae en la capitulación al frentepopulismo apoyándose en la teoría de los “campos”. La víctima más reciente de este fenómeno es la dirección de la OCI, los
mismos camaradas que defendieron a nuestra Internacional de la liquidación pablista.
Que unos camaradas con semejante trayectoria hayan capitulado al frentepopulismo, como ha ocurrido con otros
revolucionarios en la historia, requiere una explicación marxista, es decir, de clase.
Al llegar al poder un gobierno frentepopulista, se suscitan entre las masas, principalmente sus sectores más atrasados, ilusiones de que dicho gobierno puede resolver sus problemas (desocupación, carestía de la vida, etc.). Esas
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falsas esperanzas ejercen una tremenda presión sobre los partidos que militan en el movimiento obrero. Es así como
en las fábricas, oficinas, universidades, el servicio militar, etc., los militantes están rodeados por compañeros que
confían en el gobierno. Esos militantes empiezan a plantearse: “Después de todo, ¿no será verdad? El gobierno
frentepopulista, ¿no será mejor de lo que creíamos, o de lo que nos enseñó Trotsky? En todo caso, démosle un
plazo al gobierno para ver qué hace.”
Sobre la dirección del partido revolucionario se ejerce otra presión, todavía más fuerte y peligrosa. Más fuerte,
porque no proviene de las masas atrasadas, que se desengañarán rápidamente ante las inevitables traiciones del
gobierno burgués, sino de los cuadros de dirección de los partidos obreros contrarrevolucionarios, los más interesados en mantener el gobierno frentepopulista en el poder, ya que forman parte del mismo.
Nuestros cuadros y dirigentes tienen estrechas relaciones (que pueden ser conflictivas, pero no por ello menos
estrechas) con los cuadros y dirigentes de los partidos oportunistas, porque están en las mismas organizaciones y
sindicatos obreros. Cuando llega un gobierno frentepopulista al poder, los dirigentes traidores se vuelven funcionarios estatales o adquieren gran influencia en el aparato estatal. Aprovechan esa situación para “ofrecer sus buenos
servicios” a nuestros dirigentes, hacerles creer que, con una política paciente y astuta, se pueden satisfacer gradualmente todas las reivindicaciones bajo el nuevo gobierno. El nuevo gobierno, dicen, es comprensivo hacia la izquierda revolucionaria, es casi amistoso con ella. Si la izquierda revolucionada no lo cree así, que pida una entrevista con
el ministro tal, el secretario de estado cual o con el propio presidente, y ya van a ver cómo los reciben y responden
a sus pedidos.
Por eso, el verdadero enemigo no es el gobierno sino los burgueses y sobre todo los grandes monopolios.
Ningún verdadero partido revolucionario es inmune a estas presiones. Un partido “trotskista” que en un período
de gobierno frentepopulista no sufra grandes luchas internas, no es un partido sino, en el mejor de los casos, una
secta cristalizada, aislada de las masas y sus organizaciones. Si es un partido inserto en el movimiento de masas
aunque sea muy minoritario un sector de su dirección cederá ante las presiones de sus “amigos reformistas”, con
argumentos del tipo, “no debemos aislarnos de las masas” o “es necesario combatir las ilusiones en el terreno de las
ilusiones”, y terminará capitulando al frentepopulismo.
Esto es prácticamente lo mismo que decía Trotsky, en su carta ya citada, para explicar las razones de la capitulación de Molinier y Frank. La OCI está sufriendo ahora las mismas presiones, y está recorriendo el mismo camino
que los fundadores de La Commune.
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Capítulo III
El frente unico antiimperialista como expresión de la teoría de los campos burgueses progresivos
Una de las expresiones específicas más importantes de la teoría de los campos burgueses progresivos fue formulada por la propia Internacional Comunista: es el frente único antiimperialista. Posteriormente, esta teoría fue desarrollada de manera oportunista por Stalin y Mao y por las corrientes revisionistas del marxismo y el trotskismo,
hasta llegar a Lambert y Favre.
El contenido principal de esta teoría puede sintetizarse así: el eje estratégico del partido revolucionario en los
países atrasados es la conformación de un frente único antiimperialista con la burguesía nacional.
Dada la enorme importancia que poseen los países atrasados en la lucha de clases mundial, por el hecho de
abarcar a la inmensa mayoría de la humanidad, este aspecto particularmente odioso de la teoría revisionista de los
campos merece que le dediquemos un capítulo. En el presente veremos en primer término la teoría de LambertFavre y sus maestros, Stalin y Mao; luego las concepciones de la III Internacional, Lenin y también de Trotsky hasta
1917; concepciones que en nuestra opinión se orientaban en un sentido muy parecido al que tenían los bolcheviques
antes de la revolución del 17, es decir, la revolución por etapas y la dictadura revolucionada obrera y campesina
para desarrollar la revolución democrático-burguesa; y finalmente el posterior desarrollo ideológico de Trotsky
hasta llegar a su concepción de la revolución permanente en los países atrasados.
1. La teoría Lambert-Favre del frente único antiimperialista
En nuestras filas, esta variante de la teoría de los “campos burgueses progresivos” fue explicada por Luis Favre en
una intervención en el Consejo General de la CI (CI), directamente inspirada en su contenido por Pierre Lambert.
Al inicio de su intervención, Favre sostiene categóricamente: “Creo que, en líneas generales, el eje de la lucha por
el frente único en los países coloniales y semicoloniales pasa por la lucha por el frente único antiimperialista y la
autoorganización de la clase obrera” (“Sobre el frente único antiimperialista”).
Aquí se expresan dos conceptos. Uno, implícito, es que el frente único es una estrategia permanente. No nos
detendremos sobre este falso concepto aquí, puesto que es tema de un capítulo posterior. El otro, este sí explícito,
es que en los países coloniales y semicoloniales el frente único se concreta en frente único antiimperialista y que ése
es el eje de la estrategia revolucionaria en dichos países.
Establecido ese eje, Favre pasa a definir el frente: “El partido del proletariado debe luchar en un bloque unido con
los partidos de la burguesía y la pequeña burguesía” (ídem).
Esto es así, según Favre-Lambert, porque “existe una diferencia cualitativa entre la burguesía imperialista y la de
los países coloniales y semicoloniales” (ídem).
La conclusión es: “No se trata de hacer el frente único antiimperialista solamente cuando hay conflicto con el
imperialismo: la lucha contra la dominación imperialista del país es permanente (...) Pues bien, estamos dispuestos a
librar esa lucha con cualquiera. A hacer un bloque con cualquiera en base a esa línea. Inclusive con el PSR [peruano], que se proclama nacionalista burgués” (ídem).
Resumiendo los argumentos de Lambert-Favre, tenemos: en los países semicoloniales y coloniales existen dos
campos, el antiimperialista con el proletariado, las masas y el sector de la burguesía llamado “nacionalista”, y el
imperialista con el imperialismo y los sectores de la burguesía ligados a él.
El deber del partido del proletariado, el eje de su política, es conformar un “bloque unido” con los partidos de la
burguesía y la pequeña burguesía, y contra el campo imperialista.
El eje de la política de Lambert-Favre no es lograr la independencia de clase del proletariado y, en ese marco,
estudiar la conveniencia táctica de hacer tal o cual acuerdo limitado y circunstancial con algún sector de la burguesía,
sino exactamente lo contrario. Lo permanente, lo estratégico es el acuerdo con la burguesía; la “autoorganización de
la clase obrera” (suponiendo, con una gran dosis de buena voluntad, que eso es sinónimo de independencia de
clase), pasa al plano secundario.
En este terreno, Lambert y Favre no coinciden con Molinier y Schachtman, quienes cedieron a la política de los
campos cuando éstos surgieron en la realidad. Su coincidencia es con los mencheviques, los stalinistas y Pablo,
quienes elevaron esa política al nivel de una teoría y una orientación permanente. Lambert y Favre sostienen que,
cuando el bloque con la burguesía no existe (que es en la absoluta mayoría de los casos), el partido revolucionario
debe crearlo.
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2. Stalin, Mao y la lucha contra el “militarismo” y el “imperialismo” en China
En realidad, Lambert y Favre no han “descubierto la pólvora”. Su concepción es idéntica a la que formularon
Stalin y Mao para la revolución china de 1925-27.
El tristemente célebre programa de la Comintern redactado por Bujarin bajo la inspiración de Stalin sostenía, tal
como sostienen Lambert y Favre hoy en día, que la burguesía colonial podía desempeñar un papel antiimperialista
y que, por lo tanto, “Los acuerdos con la burguesía nacional de los países coloniales son lícitos en la medida que la
burguesía no obstruya la organización revolucionaria de los obreros y campesinos y libre una auténtica lucha contra
el imperialismo” (citado por Trotsky, The Third International After Lenin, pp. 167-168).
Si alguna diferencia existe entre Stalin-Bujarin y Lambert-Favre, es que aquéllos son un poco más cautelosos,
emplean el tiempo condicional en sus afirmaciones (“en la medida que”). Según ellos, es posible que la burguesía
luche contra el imperialismo, y en ese caso los acuerdos con ella son “lícitos”. En cambio, para Lambert-Favre, lo
que se busca no es un acuerdo sino un “bloque unido” con la burguesía “antiimperialista”, y esa política, más que
lícita, es un “deber” y el “eje” de la actividad del partido revolucionario.
Volviendo al stalinismo, el principal impulsor de esa política en el Partido Comunista Chino fue el joven Mao TseTung, recientemente elegido al Comité Central del partido (véase la Introducción del trotskista chino Pen Shu-Tse
a León Trotsky on China). Mao expuso sus posiciones en el periódico del partido, en el artículo “El golpe de estado
de Pekín y los comerciantes”; los comerciantes aquí son la burguesía.
“Debido a la necesidad histórica y la situación coyuntural la obra por la cual los comerciantes deberían asumir la
responsabilidad en la revolución nacional es más importante y apremiante que la obra que debe asumir el pueblo.
Sabemos que los militaristas y las potencias extranjeras se han unido para imponer una doble opresión sobre el país.
Lógicamente, el pueblo de todo el país sufre profundamente bajo una doble opresión de este tipo. Sin embargo,
quienes sienten estos sufrimientos de manera más apremiante y aguda son los comerciantes” (citado por Peng, op.
cit., p. 41; subrayado en el original).
Consecuente con este análisis, Mao llega a la siguiente conclusión: “Cuanto más amplia sea la organización de los
comerciantes, cuanto mayor sea su influencia, mayor será su capacidad para dirigir al pueblo de todo el país y más
rápido será el éxito de la revolución” (op. cit., p. 42; subrayado en el original).
Otro miembro nuevo del CC, Chu Chui-pai, avanza un poco más: “Los comerciantes, campesinos, obreros,
estudiantes y maestros, todo el pueblo debe unirse al Kuomintang” (op. cit., p. 43; subrayado del original).
La concepción aquí expresada es que las tareas de la revolución antiimperialista (“nacional”) deben ser cumplidas
principalmente por los comerciantes, es decir, la burguesía, quien debe encabezar el campo del “pueblo” contra el
de los “militaristas y las potencias extranjeras”. Con un agregado, el de Chu, de que el campo progresivo debe
integrarse en un partido único, el Kuomintang.
Como dice Peng, muy acertadamente, “Es evidente que estamos ante dos manifestaciones del pensamiento menchevique” (op. cit., p. 43). Son tres expresiones, acotamos nosotros, si agregamos la de Lambert-Favre, idéntica a
la de Stalin-Mao exceptuando el aspecto del partido único.
3. Mao y la invasión japonesa de China
La concepción clásica del frente único antiimperialista como variante de la teoría de los campos burgueses progresivos fue elaborada por Mao, durante la invasión japonesa de China en el preludio de la Segunda Guerra
Mundial.
En un informe programático presentado a la Conferencia Nacional del PCCh (mayo de 1937) bajo el título “Las
tareas del PC de China en el período del la resistencia al Japón”, dice:
“Debido a que la contradicción entre China y Japón ha pasado a ser la principal y a que las contradicciones
internas de China han quedado relegadas a un plano secundario y subordinado, en las relaciones de China con el
exterior y en las relaciones de clase dentro del país se han producido cambios, que inauguran una nueva etapa de
desarrollo de la situación actual” (Obras escogidas de Mao Tse-Tung, T.I, p. 283).
¿Cuáles son esas “contradicciones internas” que han pasado a un “plano secundario y subordinado”? El propio
Mao responde:
“Hace mucho que China vive dos contradicciones agudas y fundamentales: la contradicción entre ella y el imperialismo y la contradicción entre el feudalismo y las grandes masas populares (...) Con su desarrollo, la contradicción
nacional entre China y el Japón ha superado en peso político relativo a las contradicciones entre las clases”. (Op.
cit., pp. 283 y 285).
Es decir que, para Mao, las contradicciones jamás son entre las clases sino entre el pueblo y el feudalismo por un
lado, entre la nación china y el agresor japonés por el otro. En ambos casos son contradicciones entre campos
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burgueses, con la clase obrera y las masas formando parte del más “progresivo” de ellos. En el momento en que
Mao escribe su documento, la contradicción China-Japón ha relegado la contradicción pueblo-feudalismo a un
plano secundario, debido a la realidad de la invasión. Prosigue Mao:
“Esto plantea al Partido Comunista de China y al pueblo chino la tarea de formar un frente único nacional antijaponés. Nuestro frente único incluirá a la burguesía y a todos aquellos que estén en favor de la defensa de la patria,
y encarnará la unidad nacional contra el enemigo extranjero” (op. cit., p. 284).
Pero hay más: “China no sólo debe unirse con la Unión Soviética, que ha sido siempre amiga fiel del pueblo chino,
sino también, en la medida de lo posible, establecer relaciones de lucha conjunta contra el imperialismo japonés con
aquellos países imperialistas que en el presente estén dispuestos a mantener la paz y se opongan a nuevas guerras de
agresión.” (Op. cit., p. 284).
De aquí se desprende un programa cuyos puntos principales son los siguientes:
“En interés de la paz interna, la democracia y la guerra de resistencia, y con miras a establecer el frente único
nacional antijaponés, el PC de China, en su telegrama a la III Sesión plenaria del Comité Ejecutivo Central del
Kuomintang, contrajo los siguientes cuatro compromisos:
“1) Cambiar el nombre del gobierno (...) que dirige el PC de China (. . .) y el del Ejército Rojo haciéndolo formar
parte del Ejército Revolucionario Nacional, de modo que dicho Gobierno y dicho Ejército queden dentro de la
jurisdicción del Gobierno Central de Nankin y de su Consejo Militar; (es decir, bajo el mando político-militar de
Chiang Kai-Shek)
“2) Aplicar un sistema democrático;
“3) Suspender la política de derribar al Kuomintang por la fuerza de las armas, y
“4) Suspender la confiscación de las tierras de los terratenientes” (op. cit., pp. 289-290).
Entonces, tenemos que la invasión japonesa de China ha dado lugar al surgimiento de dos campos: el imperialista,
integrado por Japón y sus aliados, y el “progresivo”, o “antiimperialista” (antijaponés), encabezado por el gobierno
burgués de Chiang Kai-Shek e integrado por la burguesía nacional y las potencias imperialistas que tengan diferencias con Japón. El partido del proletariado debe integrarse a ese campo progresivo antiimperialista, por lo cual
“suspende” la lucha por derrocar al gobierno y las expropiaciones revolucionarias de los terratenientes por los
campesinos. Más aún, disuelve los gobiernos revolucionarios de las zonas controladas por él y su ejército, para
integrarlos al gobierno y ejército burgueses bajo el mando del fascista Chiang Kai-Shek.
Concluye Mao: “Nuestros enemigos -los imperialistas japoneses, los colaboracionistas chinos, los elementos
projaponeses y los trotskistas- vienen haciendo todo cuanto pueden para torpedear cada paso que se da en favor
de la paz y la unidad” (op. cit., p. 289).
Tiene razón al decir que los trotskistas son enemigos de la unidad con la burguesía que él preconiza, puesto que se
trata de unidad política, de subordinación del proletariado a la burguesía. Justamente para la misma época, Trotsky
escribía, en carta fechada el 23/9/37:
“No negamos la necesidad de un bloque militar entre el PC y el Kuomintang. Sin embargo, pedimos que el PC
mantenga su independencia política y organizativa total, que tanto en la guerra civil contra los agentes internos del
imperialismo como en la guerra nacional contra el imperialismo extranjero, la clase obrera, mientras permanece en
primera línea de la lucha militar, prepare el derrocamiento político de la burguesía” (On China, p. 570).
Esto es exactamente lo opuesto de lo que sostienen los teóricos de los campos. La guerra nacional de defensa
frente al imperialismo de ninguna manera relega a la lucha de clases a un plano secundario. Por el contrario, el
proletariado y su partido luchan en primera fila contra el invasor extranjero, pero mantienen su total independencia
política y organizativa y preparan el derrocamiento revolucionario de la dirección burguesa.
Las trotskistas luchan contra el imperialismo japonés en primera fila, pero:
1) No se subordinan a la “jurisdicción del Gobierno Central y su Consejo Militar”, sino “crean organizaciones
‘bélicas’ sobre bases clasistas (...) en tiempo de guerra la vanguardia proletaria permanece en oposición irreconciliable a la burguesía” (pp. 564-565).
2) No “suspende la política de derribar al Kuomintang” sino que “prepara el auténtico gobierno obrero y campesino, es decir, la dictadura del proletariado” (p. 565).
3) No “suspende las confiscaciones de tierras” sino que comprende que “se abren grandes oportunidades para las
luchas económicas de los trabajadores” (p. 565).
Las partidos que siguen las orientaciones de Lambert-Favre en los países coloniales y semicoloniales, si son
consecuentes hasta el fin, deberán aplicar la política de Mao, no la de Trotsky.
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4. La política de la III Internacional para los países coloniales y semicoloniales
Si Lambert, Favre y los actuales sostenedores de esta teoría revisionista que estamos comentando quieren encontrar un punto de apoyo, muy relativo y muy difícil por otra parte, en los textos clásicos del marxismo, desde ya les
ahorraremos el trabajo de buscarlo: pueden encontrarlo en los documentos y resoluciones de la III Internacional y
en ciertos textos de Lenin y Trotsky de la época, referidos a los países atrasados.
A continuación, analizaremos algunos de esos textos, que en nuestra opinión -y lo decimos con toda franqueza- en
relación a la revolución permanente son centristas, como eran las posiciones de Lenin antes del 17, al compartir con
los mencheviques el carácter burgués de la revolución y el etapismo, discrepando con ellos sobre la dinámica de
clase. Son textos que expresan la concepción no sólo de la revolución por etapas, sino también del apoyo o defensa
del “campo burgués progresivo” en los países coloniales y semicoloniales, principalmente los más atrasados.
Se trata, empero, de un menchevismo “sui generis”, que tiene un aspecto revolucionario, ya que se integra esta
revolución por etapas dentro de la revolución socialista mundial, principalmente y se insiste en la independencia
política de la clase obrera europea. Entremos en tema.
El IV Congreso de la Comintern aprobó unas “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”, que incluyen una
tesis sobre el “frente antiimperialista único”. Allí se dice:
“En los países occidentales que atraviesan un periodo transitorio caracterizado por una acumulación organizada
de las fuerzas, ha sido lanzada la consigna del frente proletario único. En las colonias orientales es indispensable, en
la actualidad, lanzar la consigna del frente antiimperialista único. La oportunidad de esa consigna está condicionada
por la perspectiva de una lucha a largo plazo contra el imperialismo mundial, lucha que exige la movilización de
todas las fuerzas revolucionarias (...) Así como la consigna del frente proletario único ha contribuido y contribuye
todavía en Occidente a desenmascarar la traición cometida por los socialdemócratas contra los intereses del proletariado, así también la consigna del frente antiimperialista único contribuirá a desenmascarar las vacilaciones y las
incertidumbres de los diversos grupos del nacionalismo burgués. Por otra parte, esa consigna ayudará al desarrollo
de la voluntad revolucionaria y al esclarecimiento de la conciencia de clase de los trabajadores, incitándolos a luchar
en primera fila, no sólo contra el imperialismo, sino también contra todo tipo de resabio feudal.
“El movimiento obrero de los países coloniales y semicoloniales debe, ante todo, conquistar una posición de
factor revolucionario autónomo en el frente antiimperialista común. Sólo si se le reconoce esta importancia autónoma y si conserva su plena independencia política, los acuerdos temporarios con la democracia burguesa son admisibles y hasta indispensables. (...) El frente antiimperialista único está indisolublemente vinculado a la orientación
hacia la Rusia de los Soviets.
“Explicar a las multitudes trabajadoras la necesidad de su alianza con el proletariado internacional y con las
repúblicas soviéticas es uno de los principales puntos de la táctica antiimperialista única. La revolución colonial sólo
puede triunfar con la revolución proletaria en los países occidentales” (Los cuatro primeros congresos... Tomo 2,
pp. 231-232).
Luego sintetiza el programa para los países atrasados, en relación al frente antiimperialista único:
“La reivindicación de una alianza estrecha con la República de los soviets es la bandera del frente antiimperialista
único. Luego de prepararla, es preciso llevar a cabo una lucha decidida por la máxima democratización del régimen
político, a fin de privar de todo sostén a los elementos social y política- mente más reaccionarios y asegurar a los
trabajadores la libertad de organización, permitiéndoles luchar por los intereses de clase (reivindicaciones de una
república democrática, reforma agraria, reforma de las cargas fundiarias, organización de un aparato administrativo
basado en el principio de un self-government (autogobierno), legislación obrera, protección del trabajo, protección
de la maternidad, de la infancia, etc.)” (op. cit., pp. 232-233).
Como vemos, aquí no se plantea la perspectiva de la revolución obrera y la dictadura del proletariado para los
países atrasados. Por el contrario, sólo se plantea la lucha contra el “imperialismo” y, dentro del país, contra los
“resabios feudales”, con el objetivo de llegar a una república democrática en la cual la clase obrera conquista
reivindicaciones similares a las del proletariado occidental.
La tesis quinta aclara el papel del partido del proletariado en la revolución democrática y la república democrática:
“Dos tareas fundidas en una sola incumben a los partidos comunistas coloniales y semicoloniales: por una parte,
lucha por una solución radical de los problemas de la revolución democrático-burguesa cuyo objeto es la conquista
de la independencia política; por otra parte, organización de las masas obreras y campesinas para permitirles luchar
por los intereses particulares de su clase, utilizando para ello todas las contradicciones del régimen nacionalista
democrático-burgués” (op. cit., p. 230).
Nuevamente, se trata de llevar a cabo la revolución democrática burguesa y obtener un lugar específico, independiente, para la clase obrera dentro de la misma. La tarea del partido comunista, el partido revolucionario del
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proletariado, no es conquistar el poder sino ganarse un lugar independiente dentro del campo burgués que realiza la
revolución democrática burguesa.
Tenemos un buen ejemplo de aplicación de esta política, en la “Carta abierta del IV Congreso de la Comintern a
los comunistas y al pueblo trabajador de Turquía”:
“El Partido Comunista de Turquía siempre ha apoyado al gobierno nacional burgués en la lucha de las masas
trabajadoras contra el imperialismo. El Partido Comunista inclusive se mostró dispuesto, frente al enemigo común,
a efectuar sacrificios temporarios en cuanto a su programa e ideales”. (The Communist International, Vol. 1, p.
380).
Algunos delegados hablaron contra la posición de las Tesis; por ejemplo, el hindú Roy sostuvo: “Los movimientos
revolucionarios nacionales en los países donde millones y millones anhelan la liberación nacional, y que no pueden
progresar sin liberarse económica y políticamente del imperialismo, no triunfarán bajo la dirección de la burguesía”.
Añadió que la burguesía seguramente desertaría de la revolución nacional y la traicionaría, y en ese caso la dirección
debería ser asumida por los partidos comunistas (op. cit., p. 382).
Sin embargo, como señaló Radek en su respuesta, también las tesis del II Congreso de la Comintern abogaban
por el apoyo a los movimientos nacionalistas de Oriente sin referirse a la lucha de clases; añadió Radek que Marx,
en su momento, había propugnado una política de apoyo a la burguesía mientras fuese revolucionaria. Esta es la
posición que se impuso en el IV Congreso.
5. El contexto teórico de las posiciones de la III Internacional
La clave de la resolución de la III Internacional que estamos analizando reside en una concepción teórica impuesta
por Lenin y Trotsky en relación a los países atrasados.
La teoría de la revolución permanente, tal como la había formulado Trotsky hasta ese momento, estaba referida a
la revolución rusa y europea, no a los países atrasados, a los que él no prestó mayor atención hasta después de la
Revolución de Octubre. Trotsky consideraba que la revolución permanente, como combinación de las revoluciones
democrático-burguesa y socialista y como la necesidad de la conquista del poder por el proletariado para resolver
las tareas de la revolución democrática, era una teoría para la revolución en el imperio zarista combinada con la
revolución europea. Es decir, era una teoría para los países adelantados y para un país como Rusia, europeo y
atrasado, pero con elementos de fuerte desarrollo capitalista (según dice en su conocida exposición de la Ley del
desarrollo desigual y combinado en el prólogo a la Historia de la Revolución Rusa).
Después de 1917, al estudiar la situación de los países de Asia y África y comprobar la tremenda debilidad de su
desarrollo capitalista, llega a una conclusión similar a la de Lenin y los mencheviques, y opuesta a la de la revolución
permanente. Considera que la revolución en los países atrasados de Oriente y África pasará por dos etapas,
claramente diferenciadas: primero, la revolución nacional y democrática, hasta que se consolide el proletariado
como clase; luego, la etapa de la revolución socialista.
Sin embargo, como decíamos al comienzo, esta concepción incluye un aspecto adicional: que la primera etapa de
los países atrasados se combinará con la revolución proletaria en los países adelantados de Europa Occidental. En
otras palabras, él ve a la revolución mundial (concepto éste que está totalmente ausente de la teoría menchevique)
como un proceso en que se combinan “revoluciones desiguales”: socialistas en los países adelantados, democrático
burguesa en los atrasados.
Veámoslo en sus propias palabras. El Manifiesto del I Congreso, redactado por él, dice, en relación a las “insurrecciones y el fermento revolucionario que se ha producido en las colonias”: “¡Esclavos coloniales de África y Asia!
¡La hora de la dictadura proletaria en Europa sonará para vosotros como la hora de vuestra emancipación”! (The
First Five Years... Vol. 1, pp. 24 y 25).
E insiste: “En los países donde el proceso histórico le brindó esa oportunidad, la clase obrera ha utilizado el
régimen de la democracia política para organizarse contra el capitalismo. Lo mismo ocurrirá también en el futuro, en
los países donde las condiciones para la revolución proletaria todavía no han madurado” (op. cit., p. 2).
Es decir, existen países maduros y “todavía no maduros” para la revolución proletaria. En estos está planteada la
tarea de la liberación nacional y la democracia, y la lucha por la misma se combinará con la revolución proletaria en
Europa.
Algo parecido dirá Trotsky en el II Congreso: “La lucha simultánea contra los opresores extranjeros y sus aliados
locales -señores feudales, curas y usureros- está transformando al creciente ejército de la insurrección colonial en
una gran fuerza histórica, en una poderosa reserva del proletariado mundial” (op. cit., p. 125).
Como vemos, aquí Trotsky habla de un “ejército de insurrección colonial”, sin diferenciación de clase, y de los
enemigos de ese ejército: los opresores extranjeros, los señores feudales, curas y usureros, no la burguesía.
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Entre el II y el III congresos vuelve a insistir, haciendo énfasis en los dos aspectos de su concepción, tanto del
carácter de la revolución nacional en Oriente como de su íntima ligazón con la revolución proletaria en el Occidente
imperialista. En respuesta al ultraizquierdista Gorter, que sostenía que la clase obrera inglesa estaba aislada de la
pequeña burguesía, al revés de la rusa que tuvo el apoyo del campesinado señaló:
“Los proletarios ingleses no pueden alcanzar la victoria final mientras no se alcen ‘los pueblos de la India y
mientras el proletariado inglés no proporcione a dicho alzamiento un objetivo y un programa; no se puede hablar de
victoria en la India sin la ayuda y dirección del proletariado británico. Ahí tiene usted la colaboración revolucionaria
del proletariado y el campesinado en los confines del imperio británico” (op. cit., pág. 139).
Ahí tenemos la vinculación entre las revoluciones británica e hindú; ¿cuál es el “objetivo y programa” que el
proletariado británico le proporcionará al campesinado hindú? Trotsky responde:
“[Gorter] enfoca la cuestión desde el punto de vista insular inglés, olvida a Asia y África, pasa por alto la conexión
entre la revolución proletaria en Occidente y las revoluciones agrarias nacionales en Oriente” (op. cit., p. 140).
Es decir, en la India no está planteada la revolución proletaria sino la revolución nacional y agraria; y no aisladamente, sino en íntima relación con la revolución, ésta sí proletaria, en la metrópoli.
Recién hacia el IV Congreso, la posición de Trotsky empieza a modificarse en un sentido: el de la dinámica interna
de clase de la revolución, pero todavía no en cuanto a los objetivos de clase de la misma: “El desarrollo del
proletariado nativo paraliza las tendencias nacional-revolucionarias de la burguesía colonial. Pero al mismo tiempo
las multitudinarias masas campesinas obtienen una dirección encarnada en la vanguardia comunista consciente. La
combinación de la opresión nacional militar ejercida por el imperialismo extranjero y la explotación capitalista por
parte de las burguesías extranjera y nativa, con las supervivencias de la servidumbre feudal, están creando condiciones favorables en las cuales el joven proletariado colonial se desarrollará rápidamente y ocupará su lugar a la cabeza
del vasto movimiento revolucionario de las masas campesinas” (op. cit., Vol. 1, p. 250).
Sintetizando, Trotsky en vida de Lenin llega hasta el planteo de la combinación de las luchas campesinas y los
movimientos nacionalistas de los países atrasados con la revolución socialista en los países adelantados. Como
análisis de las perspectivas revolucionarias de los países coloniales y semicoloniales lo máximo a que llega en su
análisis es su afirmación que la revolución campesina o antiimperialista puede tener como punto de apoyo y dirección al proletariado si éste se independiza políticamente. Pero, al igual que Lenin antes de 1917, quien consideraba
que la revolución antizarista sería acaudillada por el proletariado y las masas explotadas pero sus objetivos serían
puramente nacionales y democráticos, Trotsky jamás plantea para los países atrasados, como dinámica de clase de
la revolución, la conquista del poder por el proletariado, la instauración de su dictadura y el comienzo de realización
de la revolución socialista.
6. La revolución china y la evolución teórica de Trotsky
En un principio, Trotsky enfocará la revolución china con la concepción teórica que acabamos de estudiar: es
decir, que será una revolución en dos etapas, y que el proceso chino se encuentra en su primera etapa, de carácter
nacionalista y democrático burgués. En esta etapa, la política del partido comunista chino debe ser de alianza con la
burguesía nacional e inclusive con su gobierno, contra el imperialismo japonés. Es nada menos que la política del
“campo burgués progresivo”, en este caso “antiimperialista”.
Es así como en una nota, fechada el 22 de marzo de 1927, plantea claramente:
“Desde luego que los comunistas no pueden abandonar su apoyo al ejército Nacionalista y al gobierno nacionalista, ni, aparentemente, pueden negarse a formar parte del gobierno Nacionalista. Pero el problema de la independencia organizativa total del PC, es decir, su retiro del Kuomintang, no puede postergarse un día más (...) Los
comunistas pueden conformar un gobierno unificado con el Kuomintang a condición de la separación total de los
partidos que conforman el bloque político” (On China, p. 126).
Trotsky está planteando aquí que el PC debe poner fin a la política que venía practicando, de entrismo en el
partido nacionalista burgués, pero no sólo no debe romper su alianza política con él, sino que debe apoyar su
gobierno e inclusive participar en ese gobierno burgués.
Más o menos en la misma época, insiste:
“El trazar la demarcación organizativa (del PCCh con el Kuomintang), cosa que se deriva inevitablemente de la
diferenciación de clase, no excluye sino que, por el contrario, bajo las condiciones políticas imperantes, presupone
el bloque político con el Kuomintang en su conjunto o con elementos del mismo, en toda la república o en ciertas
provincias, de acuerdo a las circunstancias. Pero en primer lugar, el PCCh debe garantizar su propia independencia
organizativa total y la claridad en el programa político y la táctica en la lucha por ganar influencia entre las masas
proletarias que acaban de despertar. Sólo este enfoque permite hablar seriamente de arrastrar a las amplias masas
24
del campesinado chino a la lucha” (op. cit., p. 116).
La contradicción en esta posición es evidente. Trotsky está planteando que el PC debe lograr su independencia
organizativa, como partido, en base a la diferenciación de clases, para ganar influencia sobre el proletariado y que
éste dirija al campesinado. En otras palabras, debe conformar un bloque de las clases explotadas contra la burguesía. Pero al mismo tiempo debe mantener su alianza política con la burguesía, su bloque con el Kuomintang. Esto,
con el objetivo, “no de sacar a la clase obrera del marco de la lucha nacional-revolucionaria, sino para garantizar el
papel del combatiente más resuelto en la misma...)” (op. cit., p. 114).
En síntesis, es el planteo de luchar en bloque contra la burguesía y al mismo tiempo hacer un bloque con la
burguesía para realizar la revolución nacional y democrática.
Trotsky empieza a superar esta contradicción, poco después. En una carta a un camarada de la Oposición de
Izquierda (29/3/37), plantea:
“El problema de la lucha por un gobierno obrero y campesino de ninguna manera puede identificarse con el
problema de una ‘vía de desarrollo no capitalista’ para China. Esta sólo puede plantearse de manera provisoria y
sólo dentro de la perspectiva de la revolución mundial. Sólo un ignorante de tipo socialista reaccionario podría
pensar que la China actual, con sus actuales bases tecnológicas y económicas y por sus propios esfuerzos podría
saltear la fase capitalista. (...) Aunque el problema de que la revolución china se convierta en una revolución socialista es sólo una variante a largo plazo el problema de la lucha por un gobierno obrero y campesino tiene una
importancia inmediata tanto para el curso de la revolución china como para la educación revolucionaria del proletariado y su partido” (op. cit., p. 129).
Trotsky aquí sigue sosteniendo que la revolución es democrático-burguesa y que la revolución socialista debe
postergarse para una segunda etapa (“no se puede saltear la fase capitalista”, “la revolución socialista es una variante a largo plazo”). Sin embargo, aquí ya se eleva a la concepción del gobierno obrero y campesino para impulsar la
revolución democrática. Lo que plantea aquí es la concepción leninista (no la suya propia) de lo que debía ser la
revolución rusa: una revolución burguesa democrática y nacional por sus objetivos, obrera y campesina por su
dinámica interna de clase. Es la política que Lenin sintetizó en su consigna de “Dictadura democrática revolucionaria
de los obreros y campesinos”.
Esta carta de Trotsky tiene una importancia fundamental por otro aspecto: aquí se refuta con varias décadas de
anticipación la teoría lambertista de los dos campos -progresivo y reaccionario- que se enfrentan. Veamos:
“Usted comete un error cuando expresa con toda claridad (...) que en China han surgido ‘dos campos enconadamente hostiles’: en uno están los militaristas, los imperialistas y ciertas capas de la burguesía china; en el otro los
‘obreros, artesanos, pequeños burgueses, estudiantes, intelectuales y ciertos sectores de la burguesía media que
poseen una orientación internacionalista’. En realidad, hay tres campos en China -los reaccionarios, la burguesía
liberal y el proletariado- y los tres luchan por conquistar hegemonía sobre los estratos inferiores de la pequeña
burguesía y el campesinado (...) El Kuomintang bajo su forma actual crea la ilusión de que existen dos campos, con
lo cual perpetúa la máscara nacional revolucionaria de la burguesía y, con ello, facilita su traición” (op. cit., p. 128).
Los tres campos que plantea Trotsky son los campos de clase y cada uno de ellos lucha por ganar al campesinado
y la pequeña burguesía; no son los dos campos de Lambert y que aquí aparecen con los mismos nombres.
¿Cuál debe ser la política del PC en esta situación? “Lo que debemos salvaguardar en el curso de la revolución es,
principalmente, al partido independiente del proletariado que evalúa constantemente la revolución desde el punto de
vista de los tres campos y es capaz de luchar por la hegemonía del tercer campo y, por consiguiente, en la revolución
en su conjunto”. (Op. cit., p. 129).
El “tercer campo” es, desde luego, la alianza de obreros y campesinos contra la burguesía. Esto, combinado con
el planteo de la necesidad de un gobierno obrero y campesino, muestra una decidida superación en las posiciones
de Trotsky. Sin embargo, subsiste la contradicción de que para él, la revolución es democrática burguesa:
“[No debemos olvidar] el ‘pequeño detalle’ de que lo que está ocurriendo en China no es una revolución socialista
sino una revolución nacional burguesa” (op. cit., p. 131).
Que no se diga que es abusiva nuestra interpretación de la política de Trotsky en toda esta etapa: como acabamos
de ver, él excluye explícitamente que la revolución china pueda asumir tareas anticapitalistas, socialistas; para él, sus
tareas son exclusivamente democráticas y burguesas.
Vamos a citar, por último, su carta al Buró Político del partido ruso, del 31 de marzo de 1927:
“Un sistema de soviets en China no sería, en el próximo período, un instrumento de la dictadura proletaria, sino de
la liberación nacional revolucionaria y de unificación democrática del país (...) En China, lo que está ocurriendo es
una revolución nacional democrática, no socialista” (op. cit., p. 135).
Es decir, nuevamente está expresada la contradicción entre el carácter de la revolución democrático-burguesa y
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su dinámica de clase: la dirige el proletariado organizado en soviets.
La superación definitiva viene recién en setiembre de 1927, en su tesis “Las nuevas oportunidades para la revolución china, nuevas tareas y nuevos errores”, contra el programa de Stalin y Bujarin:
“Puesto que existe un estado de guerra civil entre las tropas revolucionarias y el Kuomintang, el movimiento
revolucionario sólo puede triunfar bajo la dirección del PC, y sólo bajo la forma soviética de diputados obreros,
soldados y campesinos (...). Esto exige un programa para el período de lucha por el poder, la conquista del poder
y la instauración del nuevo régimen (...) En otras palabras, de lo que se trata ahora es de la dictadura del proletariado” (op. cit. pp. 263 y 265).
Y agrega: “La revolución china en su nueva etapa triunfará como dictadura del proletariado o no triunfará”.
Esta es la concepción que Trotsky desarrollará de ahí en adelante, sintetizada en las tesis de la revolución permanente.
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Capítulo IV
La realidad francesa a través de la teoría de los campos
Para la OCI -creemos haber establecido esto con toda claridad- el triunfo electoral de las masas francesas al
derrotar a Giscard y elegir a Mitterrand, ha dado surgimiento a dos frentes o “campos”. El campo “reaccionario”
está integrado por la patronal agrupada en su central, la CNPF (a la que en varias ocasiones se califica de “verdadero estado mayor político de la burguesía”), los partidos burgueses UDF y RPR y las instituciones de la V República. El campo “progresivo” está integrado por Mitterrand, el PS, el PC, los radicales y los gaullistas de izquierda
(que tienen ministros en el gobierno). El otro integrante de este campo es la OCI, puesto que está “en el campo de
Mitterrand en sus acciones de resistencia a la burguesía”.
En cuanto al campo miterrandista, cabe hacer una aclaración. Hay en el gobierno de Mitterrand dos ministros
burgueses, Jobert y Crépeau. Los documentos de la OCI señalan la necesidad de hacer “un gobierno PS-PCF sin
ministros burgueses;” por consiguiente, parecería que existe una lucha entre “campos” en el seno del propio gobierno, en el cual Jobert y Crépeau serían elementos del campo enemigo. Sin embargo, no es así, puesto que la OCI se
niega a levantar la tradicional consigna leninista-trotskista de “fuera los ministros burgueses del frente popular”. Más
adelante veremos las razones de esa negativa, los argumentos con que la OCI la sustenta y cómo esto es coherente
con todo su curso revisionista. Aquí sólo queremos consignar el hecho de que, para la OCI, los ministros Jobert y
Crépeau y sus partidos, el radical y el gaullista de izquierda, forman parte del campo progresivo, mitterrandista.
Puesto que existen esos dos campos, para la OCI la realidad actual y futura de Francia, para los próximos años,
se caracterizará por un enfrentamiento agudo, cada vez más violento, entre los mismos; es decir, exactamente lo
mismo que planteaba Pablo para la realidad mundial en los años cincuenta.
En cambio, para los marxistas, el ascenso del gobierno frentepopulista no altera la realidad fundamental, permanente, de las luchas sociales bajo el capitalismo: que la lucha, ahora y siempre, se entabla entre las clases. Si existen
dos campos, éstos son el de la revolución, integrado por los explotados y dirigido por el proletariado, y el de la
contrarrevolución, integrado por los explotadores y encabezado por el gobierno burgués de turno, sea frentepopulista, fascista o de cualquier otro tipo.
Veamos ahora si es correcta nuestra afirmación de que para la OCI la realidad francesa actual y futura no se
caracteriza por la lucha de clases sino por la lucha entre dos “campos” burgueses.
1. Dos campos incompatibles
De acuerdo al Proyecto de informe político, el gobierno de Mitterrand es un gobierno burgués: “El gobierno
Mitterrand-Mauroy es un gobierno burgués de colaboración de clases, de tipo frentepopulista. Una vez determinado su carácter de clase, los revolucionarios no pueden considerarlo como un gobierno obrero y campesino. Este no
es nuestro gobierno” (op. cit., p. 3; subrayado del original).
Estas frases aparecen con monótona insistencia a todo lo largo del documento, y aparentemente no dejan lugar a
dudas. Pero sólo aparentemente, pues se trata tan solo de la repetición ritual de algunos conceptos, como para
demostrar que, después de todo, la OCI es un partido trotskista. La verdadera caracterización del gobierno Mitterrand, ritos aparte, aparece un poco más adelante y es coherente con la teoría de los campos: “existe una contradicción (antagonismo) insuperable entre el gobierno burgués Mitterrand y la burguesía” (op. cit., p. 4).
Y más adelante: “... el gobierno Mitterrand-Mauroy entra forzosamente a cada paso en conflicto con el aparato
de estado burgués, con la burguesía cuyos intereses, sin embargo, defiende” (ídem).
Y esta caracterización se completa con la siguiente afirmación: “... la mera existencia de la elección de F. Mitterrand a la presidencia de la República y de una mayoría PS-PCF [a lea Asamblea Nacional] es incompatible con las
instituciones antidemocráticas y reaccionarias de la V República” (Informations Ouvrieres Nº 1019, editorial).
Todo lo cual se une a la ya citada afirmación de que el gobierno de Mitterrand realiza “acciones de resistencia a lea
burguesía”.
Resumiendo entonces, tenemos un gobierno que es “burgués”, pero que posee algunas características bastante
especiales, por decir lo menos:
— realiza “acciones” (en plural) contra la burguesía;
— su mera elección es “incompatible” con las instituciones reaccionarias de la V República;
— entra “forzosamente en conflicto” con la burguesía y su aparato estatal;
— entre él y la burguesía existe una “contradicción insuperable”.
Siendo así, ha llegado la hora de cambiar la posición tradicional del trotskismo respecto a los gobiernos de frente
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popular. Ya no son gobiernos burgueses, contrarrevolucionarios y, en el caso de Francia, imperialista, son gobiernos
burgueses “sui generis” (para emplear la terminología pablista) que tienen un antagonismo “insuperable” con la
burguesía.
Por nuestra parte, seguimos defendiendo la vieja caracterización marxista y trotskista. Sostenemos que no hay
otra “incompatibilidad” ni “contradicción (antagonismo) insuperable” en la sociedad capitalista que la que existe
entre exploradores y explotados, es decir, entre el “campo” que integra a obreros, campesinos, y demás capas
explotadas y que lidera el proletariado, y el “campo” de los burgueses liderado por el gobierno burgués de turno.
Esos son los dos “campos” que se enfrentan ahora y seguirán enfrentándose mientras existe la sociedad capitalista.
Un gobierno burgués puede en determinado momento aplicar una política o tomar alguna medida que desfavorezca a algún sector de su “campo” (entendido en el sentido marxista, da clase).
Lo que ningún gobierno burgués puede hacer es gobernar contra toda la burguesía ni contra el aparato del Estado
burgués. En otras palabras, ningún gobierno burgués pueda gobernar contra su propia clase.
Llevada por la teoría de los campos, la OCI ha llegado a Inventar una nueva categoría, la del “gobierno burgués
antiburgués”, merecedor del apoyo del partido obrero revolucionario.
2. Una guerra civil en germen
En el afán de justificar su política de estar “en el campo de Mitterrand”, el autor del Proyecto de informe político
(el camarada Lambert), se ve obligado a avanzar mucho más allá da la “incompatibilidad” de los campos. En un
alarde de realismo mágico -escuela que nos ha legado obras de ficción novelística, pero cuya intromisión en política
resulta absolutamente catastrófica- ha llegado a sostener que los campos están enfrentados de hecho en una guerra
civil latente, que puede estallar en cualquier momento.
El Proyecto de informe político repite una y mil veces que “la burguesía no puede reconocer al gobierno Mitterrand como su gobierno”, hasta llegar a la siguiente afirmación: “Mitterrand choca con las necesidades reales de la
sociedad burguesa porque ellas son antagónicas a las de las masas, tal y como éstas las plantearon cuando echaron
a Giscard. Siempre y en todo lugar, una situación así lleva el germen de una guerra civil, y la burguesía no puede más
que prepararla. Evidentemente, ésa es la línea general del desarrollo de la lucha de clases...” (op. cit., p. 5).
Nuevamente, tenemos la concepción del “antagonismo insuperable” entre el gobierno burgués y la burguesía. Las
necesidades de las masas son antagónicas con las de lea burguesía (efectivamente, decimos nosotros), pero quien
expresa las necesidades de las masas es... el gobierno burgués. Y por el hecho de expresar las necesidades de las
masas, el gobierno burgués está enfrentado a su propia clase en una guerra civil “en germen”.
Se dice que el estallido de la guerra civil corresponde a la “línea general del desarrollo de la lucha de clases”.
Podríamos estar de acuerdo con este planteo, ya que nuestra época de decadencia total del sistema capitalista se
caracteriza justamente por las guerras y revoluciones, producto de que la burguesía no puede satisfacer siquiera
mínimamente las necesidades de las masas. Es decir, existe una guerra civil de hecho entre el proletariado y la
burguesía. Pero lo que sostiene la OCI (u) es que existe una guerra civil entre la burguesía y el gobierno de Mitterrand, y que está a punto de estallar, mañana o el mes entrante: “el gran capital (está preparando) ataques de guerra
civil, y si bien Mitterrand quiere oponerse a ellos, está creando él mismo las condiciones (como la operación contra
el SAC, los cambios operados entre los funcionarios públicos)” (op. cit., p. 5).
En otras palabras, Mitterrand no quiere la guerra civil, pero con las medidas que está tomando (aquí se mencionan
dos, contra el aparato estatal), el gran capital ya está preparando la guerra civil en su contra.
Y para confirmar que ésta es, efectivamente, la apreciación que hace la OCI de la actual situación francesa, el
Proyecto quiere justificar su política con tres ejemplos: la política bolchevique en la sublevación de Kornilov contra
Kerenski, la política trotskista cuando la invasión japonesa de China y nuevamente la política trotskista en la guerra
civil española. Cuando se hace una analogía histórica no es para buscar diferencias (ya que no existen dos situaciones históricas idénticas) sino los puntos comunes. Lo que hay de común entre estas tres situaciones históricas que se
mencionan es la existencia de un enfrentamiento militar, no sólo político, entre dos bandos: sublevación contrarrevolucionaria, invasión imperialista y guerra civil.
Por consiguiente, para la OCI, la guerra civil no sólo corresponde a la “línea general del desarrollo de la lucha de
clases” sino que es inminente, puede estallar en cualquier momento.
3. Un nuevo acuerdo entre Pablo y Lambert
Esto de basar toda una política (equivocada y revisionista, además, como veremos) en una guerra inminente, tiene
un antecedente no muy honroso en nuestras filas. En el documento ¿A dónde vamos?, Pablo decía:
“Nada le queda al capitalismo salvo tomar el camino de mayores preparativos militares, económicos y políticos
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para una nueva guerra (...) El capitalismo avanza rápidamente hacia la guerra (...) por consiguiente, la discusión
entre los marxistas revolucionarios no puede ser si la guerra es inevitable o no, sino que se limita al problema de
saber cuán pronto estallará la guerra y cuáles serán su naturaleza y consecuencias” (op. cit., p. 6).
Pablo justifica su política de capitulación al stalinismo y al nacionalismo burgués con la perspectiva inmediata e
inevitable de una “tercera guerra mundial” entre el “campo stalinista” y el “campo imperialista”. Lambert justifica la
suya, de capitulación ante Mitterrand con la perspectiva de la guerra civil “en germen” (que en su caso significa
inmediata) entre el “campo mitterrandista” y el “campo burgués”.
Insistimos que lo que dice el Proyecto de informe político de la OCI, de que la guerra civil corresponde a la “línea
general del desarrollo de la lucha de clases” sería justo si agregara que esa guerra civil es entre las clases, no entre
campos burgueses. Pero existe otro problema. Lambert y Pablo caen en el error metodológico de abstraer una
tendencia de la realidad y basar toda su política en ella. En esto proceden al contrario de los marxistas, quienes
buscan en todo momento precisar la dinámica y las perspectivas de la situación, trazan una política que responda a
la situación actual, no futura, de la lucha de clases.
Por otra parte, a diferencia de lo que afirma Lambert, el estallido de la guerra civil no dependerá de las medidas
de Mitterrand contra el aparato estatal (suponiendo que efectivamente existieran tales medidas) ni de ninguna otra
medida del gobierno burgués. Dependerá del desarrollo de la lucha de clases y, fundamentalmente, del ascenso de
las masas. Hasta ahora, el movimiento obrero y popular, frenado por sus direcciones traidoras, ha realizado algunas
luchas aisladas, varias de ellas importantes por el carácter de las empresas en cuestión, como la Renault. Pero no
observamos todavía una tendencia de esas luchas a extenderse y centralizarse. Por ahora, la perspectiva de la
guerra civil en Francia debe medirse en términos de años (quizá pocos: 2, 3 ó 5), no de meses o semanas.
4. Una confusión deliberada
Dice el Proyecto de informe político: “Nosotros nos pronunciamos en contra del gobierno Chiang Kai-Shek, pero
estábamos en ‘su campo’ durante la guerra contra el imperialismo japonés. Los bolcheviques re pronunciaron en
contra del gobierno de Kerenski, pero estuvieron en la primera fila del ‘campo’ de Kerenski contra Kornilov.
Nosotros condenamos al gobierno frentepopulista español y sin embargo estábamos en el ‘campo’ de ese gobierno
contra Franco” (op. cit., le, 7).
Esta es la única analogía histórica que aparece en el documento; por consiguiente, debemos concluir que Lambert
considera que ésta es la situación actual de la lucha de clases en Francia: una situación de choque físico, de enfrentamiento militar directo entre los “campos”.
Por nuestra parte, creemos que está viendo visiones al confundir los roces entre sectores burgueses, con su
concomitancia de expresiones fuertes, hostiles, con una guerra civil en germen. Realmente hay que estar mal de la
vista política para confundir los editoriales de Les Echos o Le Fígaro o las declaraciones de Ceyrac (el presidente
de la CNPF) con lea invasión japonesa de China, la sublevación de Kornilov o la guerra civil española.
Sin embargo, no es casual que el Proyecto de informe no dé algún ejemplo más cercano a la verdadera situación
francesa: por ejemplo, el de Alemania bajo el gobierno Ebert-Scheidemann o el de Francia bajo Blum. Estas
analogías son relativas, puesto que no existe en la Francia actual un ascenso de masas remotamente comparable al
de aquellas dos situaciones. Lo que las tres situaciones tienen en común es la existencia de profundas diferencias
entre distintos sectores de la burguesía, diferencias que daban lugar a fuertes roces entre algunos sectores y el
gobierno. Pero esto es cualitativamente distinto de los tres ejemplos del Proyecto, en los cuales las diferencias
alcanzaron un grado tal que se tradujeron en luchas físicas, en guerra.
Como todo en política, la descabellada comparación del Proyecto tiene un objetivo. Es cierto, y Trotsky lo ha señalado,
que los bolcheviques lucharon en primera fila contra Kornilov, que los comunistas chinos debían combatir en primera fila
contra lea invasión japonesa y los partidarios de lea Cuarta Internacional en España debían luchar en primera fila contra
Franco. En España calificó de “traidores” y “agentes del fascismo” a quienes se negaban a aplicar esta política.
Pero en esos tres casos existía una lucha militar. Jamás Lenin y Trotsky plantearon que había que estar “en el
campo de Kerenski” antes de la sublevación de Kornilov, o en el de Ebert y Scheidemann. Trotsky jamás llamó a
sus partidarios a combatir en el “campo de Largo Caballero”, es decir, en el del gobierno republicano anterior a la
sublevación franquista, ni a apoyar sus acciones contra la burguesía.
Con su comparación absurda, el Proyecto nos dice en forma subliminal que la política trotskista en Francia hoy
consiste en luchar en la primera fila del campo de Mitterrand contra el campo burgués.
Pero además, el Proyecto sostiene que en esa lucha debemos apoyar políticamente al gobierno. Con esto rompe
completamente con el trotskismo, que jamás se enfurecía políticamente con una dirección burguesa, haya o no haya
guerra civil.
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Más adelante veremos qué significa exactamente para los bolcheviques y trotskistas luchar “con Kerenski contra
Kornilov” o “con Negrín contra Franco”. Ahora tomemos un ejemplo de la lucha de clases cotidiana. Supongamos
que la patronal envía a una banda fascista a destruir un sindicato. Lógicamente, la burocracia sindical va a defender
el organismo que es fuente de sus privilegios, y los trotskistas defenderemos a la organización obrera de las pandillas
del capital. Esto nos coloca en el mismo “campo” con la burocracia desde el punto de vista militar, y deberemos
aceptar esa conducción mientras sea más fuerte que nuestra organización. Pero jamás apoyaremos políticamente a
la burocracia, ni siquiera en medio de la lucha. Siempre distinguimos el plano político del plano militar.
En conclusión, debemos decir que la analogía histórica que hace el proyecto es inútil desde todo punto de vista.
En Francia no hay perspectiva inmediata de guerra civil, pero si la hubiera, la política de la OCI sería igualmente
revisionista.
5. La verdadera realidad francesa
Si la OCI considera que existe “incompatibilidad” y “antagonismo absoluto” entre el campo del gobierno frentepopulista y el de los “capitalistas y banqueros”, hasta el punto de que hay guerra civil “en germen” entre ellos, no
puede decirse que los mismos capitalistas y banqueros piensen lo mismo.
Veamos, por ejemplo, una de las declaraciones mas “violentas” del diario Les Echos, vocero autorizado del
CNPF:
“Si por casualidad el presidente de la República o el primer ministro leen estas líneas, quizás comprenderán por
qué los jefes de empresa, a quienes apelan todos los días, tienen desconfianza en ellos; no se puede llamar al
esfuerzo y, a la vez, permitir que los ministros se comporten como vulgares militantes para sembrar el desorden en
las empresas” (8/10/81).
Esto de ninguna manera puede considerarse como un llamado a derrocar al gobierno. Por el contrario, el mismo
diario, enemigo acérrimo de Mitterrand, llama a los patrones a tener paciencia: “Gobernada por la izquierda, la
derecha o el centro, Francia jamás cede a los extremos por mucho tiempo; ¡qué no llegue el día en que Francia deba
reprocharles a quienes tienen el poder económico y financiero, a los jefes de empresa, el haberse desesperado
demasiado pronto!” (Los Echos, 30/9/81).
Exagerando un poco los términos empleados por Les Echos, la patronal está diciendo: “No hemos visto peor basura
que el gobierno de izquierda de Mitterrand, pero basta con tener un poco de paciencia y Francia lo rechazara”.
Entonces, lo que existe entre la patronal y su gobierno son algunas discusiones fuertes. Pero esas discusiones no
se han salido, ni por ahora muestran síntomas de salir, de los marcos comunes de un régimen bonapartista con
elementos de democracia burguesa: el parlamento y las columnas editoriales de los periódicos que representan a las
distintas corrientes.
6. La verdadera incompatibilidad
Para los marxistas, ningún gobierno burgués, aunque sea frentepopulista, es “incompatible” con el régimen y el
Estado burgueses ni puede haber un “antagonismo absoluto” entre la patronal y un gobierno burgués. Lo único
incompatible con el régimen burgués es la movilización de las masas y el surgimiento de una situación de poder dual.
Esto es lo que la burguesía no puede tolerar por un solo instante.
El gobierno frentepopulista de Blum fue perfectamente compatible con la Tercera República, a la cual Trotsky
caracterizó como “bonapartismo semiparlamentario” a partir de la asonada de febrero de 1934 (On France; Pathfinder Press, p. 141). El gobierno de Blum cayó cuando resultó incapaz de contener el ascenso de las masas, pero
la III República sobrevivió hasta la invasión de Francia por los nazis y la instauración del régimen de Vichy. Y el
mismo Blum fue llamado a gobernar nuevamente en la posguerra, bajo el régimen de la IV República.
Mitterrand resultará perfectamente compatible con la V República mientras sea capaz de frenar la movilización de
las masas. Cuando las luchas de los trabajadores franceses se extiendan y centralicen, cuando empiecen a surgir
organismos de poder dual, siquiera embrionariamente, entonces la situación resultará incompatible con el mantenimiento del régimen burgués. En tal caso muy probablemente la burguesía se vea en la necesidad de deshacerse del
gobierno frentepopulista, por métodos constitucionales o mediante el golpe de estado, según la situación lo exija.
Cuando esta situación esté planteada, y ni un segundo antes, los trotskistas lucharemos militarmente en el campo
de Mitterrand.
7. ¿Quién previó la actual situación francesa?
Para el partido revolucionario es indispensable prever correctamente la dinámica de la situación, porque en caso
contrario resulta imposible elaborar una línea, es decir, el conjunto de consignas y tareas que el partido presenta a
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las masas. En este sentido, veamos cuáles fueron las previsiones hechas por las dos corrientes en que se ha dividido
la CI (CI).
El camarada Miguel Capa, dirigente de nuestra corriente, hizo un pronóstico muy claro en su artículo “El gobierno
Mitterrand, sus perspectivas y nuestras tareas”. Nos permitimos citarlo in extenso:
“Mitterrand accede al gobierno en medio de una seria crisis de la economía francesa y sin que haya habido una
‘primera oleada’ de grandes huelgas que le obligue a hacer concesiones. Estos dos hechos empujarán a su gobierno
a imponer los duros planes de hambre y desocupación de la burguesía, continuando la orientación de GiscardBarre. Tratará de convencer a los trabajadores de que lo acepten y, si no lo logra, apelará a todos los medios (....)
“Para el movimiento obrero y demás sectores populares la vida se hace más dura: tanto la inflación como la
desocupación se han acelerado durante los cuatro meses del gobierno frentepopulista (...)
“Todo indica que el frente popular traerá rápidamente mayor miseria y desocupación paro los trabajadores, si no
estalla la primera oleada huelguística y revolucionaria que, por un tiempo, se lo impida” (Correspondencia Internacional N 13).
El artículo de Francois Forgue, en respuesta a Capa, publicado en la misma edición de la revista, no responde a
estos conceptos tan claros, ni formulan un vaticinio propio. Ningún otro material de la OCI (u) lo hace.
Lo más parecido a un vaticinio aparece en el Proyecto de informe político:
“Las contradicciones entre el gobierno Mitterrand-Mauroy y la burguesía son tales, que Mitterrand puede verse
obligado a comprometerse mucho más allá de lo que él había previsto en un conflicto con la burguesía...” (p. 7).
Esto está planteado en forma de hipótesis; sin embargo, a falta de cualquier afirmación debemos considerar que
éste es el vaticinio que hace la OCI (u) sobre la política de Mitterrand. Su política se basa en esta hipótesis, puesto
que apoyará al gobierno en sus “acciones de resistencia a la burguesía”.
¿Quién tuvo razón, Capa o Lambert? ¿Es cierto que Mitterrand se ha comprometido más de lo previsto en un
conflicto con la burguesía y que, por consiguiente, las masas viven cada vez mejor? ¿O, por el contrario, tuvo razón
Capa al afirmar que Mitterrand aplicaría los planes de hambre y desocupación de la burguesía y que su gobierno
traería mayor miseria a las masas?
No es necesario ir muy lejos para encontrar la respuesta: la situación del proletariado francés es tan sombría, que
la propia OCI (u) se ve obligada a denunciarla:
“Los salarios están congelados, los precios siguen su ascenso; los alquileres aumentan cada vez más y se vuelven
una carga tan pesada que son cada vez más los desempleados que no pueden pagarlos -y ya han comenzado los
desalojos-; las condiciones de trabajo, lejos de mejorar, se vuelven intolerables (...) Esto, por no mencionar la
aceleración del ritmo de trabajo, que ya provocó una huelga de varias semanas de los metalúrgicos de RenaultSandouville. Por no hablar del aumento de las cuotas del seguro social”. (IO 1028, editorial).
Y la lista sigue: “... los obreros sin especialización siguen sin especialización, el trabajo sigue siendo trabajo
explotado, los estudios siguen bloqueados, las clases superpobladas y sin maestros, los despidos continúan y
aumentan”.
Todo este cuadro se resume en muy pocas palabras: superexplotación de los trabajadores, garantizada por el
gobierno al servicio de los patronos.
Todo lo cual confirma el pronóstico de Capa y refuta no menos categóricamente el de Lambert.
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Capítulo V
La política de la OCI (u)
Todo partido trotskista, toda corriente revolucionaria del movimiento obrero que no sea ultraizquierdista ni sectaria, tiene como política, al existir un enfrentamiento político-económico muy grave entre distintos sectores de la
burguesía (sublevación fascista, invasión imperialista, enfrentamiento en las calles, sabotaje burgués, guerra civil)
alinearse en el campo que considera más progresivo. Si se trata de una sublevación fascista o bonapartista contra un
gobierno de frente popular, democrático o bonapartista parlamentario, nos alineamos en el “campo” de este último;
inclusive, muy excepcionalmente, podemos llegar a acuerdos prácticos, estrictamente delimitados, para la lucha.
Parecería que esto nos lleva a coincidir con la OCI (u). Sin embargo, no es así. Para los trotskistas, esta alineación
es puramente física, militar. Jamás nos subordinamos a la dirección política de la burguesía ni de los partidos obreros
contrarrevolucionarios. Además, consideramos que esta alineación, que nos obliga a subordinarnos al comando
militar del campo progresivo, es un hecho táctico que depende de la relación de fuerzas: lo hacemos mientras la
conducción burguesa-stalinista-socialdemócrata sea más fuerte que nuestro partido, pero nuestro eje político es
siempre romper la alianza de clases, es decir, el “campo progresivo” frentepopulista o bonapartista parlamentario.
Concretamos este eje planteándoles a las masas que, si los obreros no echan al gobierno frentepopulista y toman el
poder, no puede haber una verdadera lucha a fondo contra la ofensiva reaccionaria. Como dice claramente Trotsky,
hubo que derrotar a la kerenskiada para derrotar definitivamente a la korniloviada. Esta tarea se complementa con
otra: el enfrentamiento físico a la korniloviada, cuando ésta re produce.
La OCI (u) tiene la política contraria. En primer lugar, el choque físico entre los dos campos burgueses en la
Francia de hoy, sólo existe en la imaginación febricitante del autor del Proyecto de informe político, quien busca con
ello justificar su alineación política en el campo mitterrandista.
En segundo lugar, la política de la OCI busca sembrar confianza en el campo del gobierno burgués y en su
dirección, Mitterrand; es una política de apoyo explícito al gobierno, de aconsejarlo y servirle de asesor fraternal
para impulsarlo a romper con la burguesía y tomar un rumbo anticapitalista. En el presente capítulo veremos cómo
se expresa esta política y su aplicación en la práctica.
1. La teoría Lambert-Forgue del “campo mitterrandista”
Hemos visto la política de los “campos”, variante Lambert-Favre, con respecto a las colonias y semicolonias del
imperialismo. Pero ¿qué pasa con respecto a los países imperialistas? ¿Qué pasa concretamente con respecto a
Francia? ¿No podrá aplicarse esa política allí?
La respuesta de la OCI y de Lambert es un rotundo sí, también en Francia se aplica la teoría y la política de los
“campos”. Ya hemos visto que el Proyecto de informe político sostiene la necesidad de estar “en el campo de
Mitterrand en sus acciones de resistencia a la burguesía”.
Por su parte, Francois Forgue en su respuesta a Capa, afirma:
“La ‘crítica’ al frentepopulismo [se refiere al gobierno de Mitterrand] no es un fin en si mismo sino solamente un
medio para que la clase obrera se movilice contra la burguesía” (Correspondencia Internacional Nro. 13, octubre
1981).
Es decir, se trata de movilizar a las masas solamente contra la burguesía, no contra el gobierno (como si éste no
fuera justamente el estado mayor de la burguesía y la contrarrevolución); se llama a un gobierno de colaboración de
clase, imperialista hasta la médula como el de Mitterrand, a gobernar contra la burguesía; no se denuncia a este
gobierno, sino que se critican fraternalmente sus errores.
El argumento sobre fines y medios que emplea Forgue es demasiado viejo como para impactar a nadie. Y lo usa
mal, además.
Cada fin requiere un medio, o medios, adecuado (s). Los medios son las herramientas que emplea el partido para
alcanzar sus fines. Cualquier obrero sabe que, para sacar un tornillo, se debe utilizar la herramienta adecuada: un
destornillador. Es necesaria la crítica sistemática al gobierno burgués de turno, el planteo incansable de que los
obreros deben echar al gobierno burgués y tomar ellos el poder, como único medio, como única herramienta para
derrotar a la burguesía y sacar ese tornillo social que nos destruye y aplasta a todos.
Forgue nos dice que el medio que utilizamos para cumplir una tarea es una cuestión secundaria. Nosotros decimos
que existe una profunda unidad entre medios y fines; que afirmar que “lo principal son lo fines” es tan falso como “lo
principal son los medios”.
Como ejemplo de su orientación, Forgue dice: “El gobierno frentepopulista ‘respeta’ a la burocracia del Estado;
nosotros la atacamos”.
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Un marxista diría: “El gobierno frentepopulista respeta a la burocracia del Estado; nosotros atacamos a esa
burocracia y denunciamos al gobierno por respetaría.”
2. El otro integrante del “campo progresivo”
Debemos señalar que en nuestra enumeración de los integrantes del “campo progresivo” que encabeza Mitterrand, se nos quedó uno en el tintero, y no muy honorable por cierto. Se trata de Pablo, el gran teórico de la
concepción de los campos, quien llevó al trotskismo a cometer la gran traición de su historia en Bolivia.
En el primer número de su periódico, llamado Pour L’ autogestion, Pablo publica un editorial referido a su política
para el gobierno de Mitterrand, donde dice: “apoyaremos todas las medidas que tome, que satisfagan las reivindicaciones de los trabajadores y el movimiento de emancipación general del capitalismo y la burocracia a nivel
internacional”.
Evidentemente, Pablo ve mayores virtudes en el gobierno de Mitterrand que las que ve Lambert, ya que la acción
“progresiva” de dicho gobierno se extiende al plano internacional. Pero en esencia Pablo y Lambert dicen lo mismo.
Pablo: este gobierno toma medidas que satisfacen las reivindicaciones de los trabajadores.
Lambert: Este gobierno realiza acciones contra la burguesía y por eso estamos en su campo, apoyando sus “pasos
progresivos”.
Diferencias terminológicas aparte, la coincidencia es total. Tanto Lambert como Pablo están en el “campo” político de Mitterrand y apoyan sus medidas. Si es correcto el antiguo dicho, “dime con quién andas y te diré quién
eres”, los camaradas de la OCI deben reflexionar. Después de décadas de feroz combate contra el stalinismo y
contra Pablo, su agente en nuestras filas, ahora se encuentran en el mismo “campo” con ambos.
3. Impulsar al gobierno burgués hacia posiciones anticapitalistas
En un documento escrito por Stéphane Just y aprobado por el Buró Político da la OCI como “preparatorio para
el XXVI Congreso de la OCI (u)” (y que por lo tanto tiene la misma importancia que el Proyecto de informe
político), se dice con una claridad y franqueza dignas de mejor causa:
“Estamos dispuestos a apoyar toda resistencia del gobierno a la presión y sabotaje de los capitalistas, todo acto
que cuestione a la V República y sus instituciones (el estado RDR-UDF), a las reformas reaccionarios de la V
República que satisfaga las reivindicaciones de las masas, que atente contra los capitalistas. Sin ilusiones, y sin
sembrar ilusiones, tratamos de que el gobierno Mitterrand-Mauroy avance lo más posible por esta vía [de satisfacer
las reivindicaciones de las masas y atentar contra los capitalistas]” (La Lettre d’I.O. No 11, p. 4).
Esto completa la afirmación del Proyecto de informe político, de que la OCI está “en el campo de Miterrand en
sus acciones de resistencia a la burguesía”. Aquí se está diciendo que el gobierno efectivamente va a resistir la
“presión y el sabotaje de los capitalistas” y “cuestionar la V República”, no para reemplazarla con algún otro
régimen burgués sino para “satisfacer las reivindicaciones de las masas” y “atentar contra los capitalistas”. Es decir,
que el gobierno frentepopulista, contrarrevolucionario, burgués, imperialista de Mitterrand-Mauroy puede orientarse en un sentido anticapitalista. La tarea de la OCI es impulsarlo para que “avance lo más posible por esta vía”. Si
se crítica al gobierno (cosa que la OCI hace a veces y en tono por demás fraternal, como dirigiéndose a un
camarada “descarriado”, es siempre con el mismo fin: “Nuestra crítica al gobierno Mitterrand-Mauroy es siempre
abordada desde el punto de vista del combate contra la burguesía y el capital” (op. cit., p.4).
Si esto fuera realmente así, si desde el punto de vista del marxismo un putrefacto gobierno burgués, contrarrevolucionario e imperialista pudiera ser orientado contra la burguesía, entonces el stalinismo tendría razón. Existirían
gobiernos populares, no clasistas, que podrían gobernar contra una u otra clase de acuerdo a la presión que se
ejerciera sobre los mismos.
Al adoptar la teoría de los campos, la OCI (u) ha abandonado el método marxista, que define a los gobiernos por
su carácter de clase. Frente a estas afirmaciones de Just, y otras similares, se derrumban las mil y un declaraciones
rituales del Proyecto de informe político, de que el gobierno Mitterrand es “burgués” y “no es nuestro gobierno”.
Un camarada joven podría preguntarse: ¿acaso el trotskismo no exige que se adopte una política de presionar a
los partidos obreros para que rompan con la burguesía, tomen en sus manos el poder y apliquen un programa
revolucionario, de reivindicaciones transicionales?
Efectivamente, respondemos nosotros; y agregamos que ese análisis y táctica del trotskismo confirman el método
y la política clasistas del marxismo.
Desde el punto de vista de su carácter de clase, existe un abismo entre los partidos obreros, aunque traidores, y
los gobiernos burgueses del tipo que sean. Un partido obrero traidor sigue siendo obrero y, por lo tanto, un fenómeno altamente contradictorio dentro de nuestra clase. En determinadas ocasiones, bajo la presión de las masas, su
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dirección proburguesa puede verse obligada a avanzar más allá de lo que desearía en el camino de ruptura con la
burguesía; los trotskistas debemos tener una política para impulsar ese proceso. Pero los momentos en que aplicamos esta política son excepcionales, y los momentos en que este proceso ocurre en la realidad son ultraexcepcionales.
Además, esta política se aplica en relación a partidos obreros, jamás en relación a gobiernos burgueses, sobre
todo cuando incluyen a partidos burgueses, ni siquiera obrero-burgueses.
Por razones de clase, un partido trotskista no puede jamás aplicar la política de la OCI (u), de llamar al gobierno
burgués de Mitterrand a avanzar en la vía de la ruptura con la burguesía. Esta política es absolutamente irreal (y por
lo tanto reaccionaria), tan irreal como pedirle a Reagan que avance lo más posible por la vía de dejar de ser
imperialista. O bien es una política factible, y en ese caso el stalinismo tiene razón: existen gobiernos que no son
burgueses ni proletarios, y bajo esos gobiernos hay que abandonar la lucha de clases porque la presión ejercida
sobre ellos puede orientarlos en un sentido antiburgués.
Volviendo a Stéphane Just, sabemos que él jamás entendió nada del marxismo, pero debemos reconocerle el
mérito de la claridad. Creemos que Lambert, siendo tan revisionista como Just o quizás más, jamás hubiera dicho
que el eje de nuestra política es impulsar a un gobierno burgués, imperialista, que incluye a ministros gaullistas y
radicales, hacia la ruptura con la b. Y, para colmo, “sin ilusiones y sin sembrar ilusiones”. Daría lo mismo decir que
el eje de nuestra política para la Iglesia católica es: “Sin ilusiones y sin sembrar ilusiones tratamos de que el papa
Juan Pablo II avance lo más posible por la vía de hacer cantar La Internacional en la misa”.
4. ¿Sembrar ilusiones es distinto que depositar confianza?
Según la teoría de Lambert-Just, la política de la OCI no debe “sembrar ilusiones”. Sin embargo, ya hemos visto
que para ellos el gobierno burgués puede convertirse en un gobierno antiburgués (“satisfacer las necesidades de las
masas” y “atentar contra los capitalistas”). Esto ya de por sí es bastante extraño, pero tiene otro aspecto. Para
nosotros, “sembrar ilusiones sobre el gobierno” y “depositar confianza en el gobierno” son dos maneras de designar
la misma política. Parecería que la OCI no lo considera así, porque “sin sembrar ilusiones” toda su política está
orientada a que las masas confíen en el gobierno.
Vamos a ver algunos casos de esto, pero no cualquier caso: vamos a ver los que menciona el Proyecto de informe
político, como ejemplo de lo que debe ser la política de la OCI aplicada en la militancia cotidiana de sus miembros.
Primer ejemplo: La Caja del seguro médico
Según el Proyecto (en el capítulo “Un gobierno de crisis”), el ministro Barrot del gobierno Giscard había decretado el cierre de la Caja Central de Seguro para la Enfermedad de la Región Parisina (CPC). Ahora la ministra de
solidaridad social Nicolee Questiaux, del gobierno Mitterrand, ha decretado que el cierre debe llevarse a cabo
antes del fin de este año. La CPC se encuentra bajo control del CNPF desde 1967.
La célula de la OCI en la CPC publicó un volante diciendo: “No se votó por Mitterrand para que su ministro
Questiaux lleve adelante esta política” (la de Giscard; op. cit., p. 4).
Y el autor del Proyecto comenta, furioso: “Esta línea es completamente errónea” (ídem).
¿Por qué es errónea? El Proyecto lo aclara: “La conclusión de esta línea errada debería ser la siguiente: ‘Hay que
impulsar el combate contra el desmantelamiento de la CPC organizado por el gobierno Mitterrand-Mauroy y su
ministro y que ha sido dictado por el CNPF’, todo ello en la línea de: hay que echar a este gobierno burgués” (ídem).
La línea es errónea porque va dirigida contra el gobierno. ¿Cual es la línea correcta?
“En el caso del decreto de desmantelamiento de la CPC, la línea correcta implica la siguiente respuesta: (...) ‘Por
la defensa real de nuestros derechos y garantías, por la defensa de los asegurados sociales, queríamos la satisfacción de nuestras reivindicaciones, queríamos la derogación del decreto Barrot’. En esta línea (...) la OCI unificada
debe sacar un volante, llamando a la constitución de comités y de una delegación que visite a la ministra Questiaux”
(ídem).
En otras palabras, la “línea errónea” consiste en movilizar a los trabajadores de la CPC contra el gobierno
Mitterrand. La “línea correcta” consiste en demostrar que los verdaderos responsables del desmantelamiento son el
gobierno de Giscard y el CNPF, y por lo tanto los trabajadores de la CPC deben organizar una delegación para
visitar al ministro de Mitterrand, para que éste resuelva el problema. La OCI (u) no llama a la movilización, sino
solamente a hacerle una visita a la ministro Questiaux como única alternativa contra la política ultrarreaccionaria de
Mitterrand de liquidar el seguro social.
Para Lambert-Just, esto significa “no sembrar ilusiones en el gobierno”. Para nosotros, significa depositar una
confianza casi absoluta en el gobierno, en que éste resolverá los problemas de los trabajadores con solo hacerle una
visita a la ministra.
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Segundo ejemplo: la huelga en el aeropuerto
En julio estalla una huelga en el aeropuerto Roissy-Charles de Gaulle, debido a que el gobierno está efectuando
una “reestructuración” que significará la pérdida de seis puestos dé trabajo. Ante la huelga, el gobierno ofrece una
serie de concesiones pero mantiene los seis despidos. ¿Cuál es la política de la OCI?
“Habría que haber dicho en la asamblea general: (...)’ ¿Acaso no hubo un cambio político después de la victoria
de las masas que echó a Giscard? ¿Por qué, entonces, viendo que la dirección general giscardiana del aeropuerto
debió recular ante la huelga, estaríamos obligados a aceptar su plan de reestructuración, contra el cual justamente
hicimos la huelga? Propongo que la delegación regrese al ministerio para pedirle los seis puestos, es decir, la
garantía formal de derogación del plan giscardiano de reestructuración” (op.cit., p., 5).
El plan de reestructuración lo elaboró y aplicó el gobierno de Mitterrand. Sin embargo, la “línea correcta” de la
OCI consiste en denunciar a los funcionarios giscardianos y enviar delegaciones al ministerio (en este caso el de
transporte) para que el ministro mitterrandista resuelva el problema.
Más adelante volveremos sobre los dos ejemplos, porque constituyen una síntesis de la política de la OCI en
todos los sentidos. Aquí queremos destacar que en dos conflictos en que intervino el partido, en los cuales el patrón
era el gobierno de Mitterrand, la línea de la OCI fue no sólo impedir que los trabajadores lucharan contra el patrón,
fuera quien fuese, sino llevarlos a confiar en el patrón Mitterrand.
5. Lambert, consejero de Mitterrand
La línea de Lambert-Just de impulsar al gobierno para que avance por la vía “anticapitalista” produce algunas
expresiones “curiosas”, por decir lo menos, en Informations Ouvrieres, el órgano de la OCI. Porque sucede que el
gobierno, tal como lo había anticipado don Pero Grullo, no está avanzando por la vía anticapitalista, sino que se está
comportando como un gobierno burgués normal en la época de crisis capitalista: está tomando medidas francamente antiobreras, que incluyen un plan de austeridad.
Frente a eso, la OCI no está actuando como un partido revolucionario “normal”, que aprovecharía esta situación
para desenmascarar el verdadero carácter del gobierno frentepopulista ante las masas. Lo que la OCI está haciendo, en su línea de impulsar al gobierno hacia la izquierda (¡sin sembrar ilusiones, se entiende!), es aconsejar al
gobierno, más aún, rogarle que tome la buena vía. Veamos.
En I.O. No 1021 aparece una “Declaración del Buró Político de la OCI unificada”, primera declaración del
partido ante la promulgación del plan de austeridad. Allí se dice: “Nosotros, militantes de la OCI (u), que hemos
luchado incondicionalmente contra la división y a favor de la unidad, por la mayoría PS-PCF y un gobierno de
unidad PS-PCF sin representantes de las organizaciones y partidos burgueses, decimos que tomar medidas que se
inscriben en la puesta en práctica de un plan de austeridad, es un error muy grave, desastroso”.
Y un poco más abajo: “Las medidas esenciales tomadas por el gobierno golpearán directa y diariamente a las
masas trabajadoras al dejarles las manos libres a los capitalistas y a los banqueros.”
Es decir, el gobierno toma una serie de medidas, inscritas en un plan de austeridad, al que dejan las manos libres
a capitalista y banqueros y golpean a las masas trabajadoras. ¿Revela con ello su esencia burguesa? Según la OCI
no: está cometiendo “un error muy grave, desastroso”, que consiste en lo siguiente:
“Todo el mundo lo constata: en lugar de apoyarse en la movilización de las masas trabajadoras y la juventud [el
gobierno] trata de apaciguar a los capitalistas y banqueros”.
¿Qué debemos hacer ante este “error desastroso” del gobierno, de querer “apaciguar” a la burguesía en lugar de
apoyarse en la movilización de las masas? Mostrarle que existe lo que la “Declaración” del BP llama “la otra vía”:
“La otra vía es la de quebrar la resistencia de los altos funcionarios que, por ejemplo en la Educación, sabotean
cínicamente las medidas tomadas por el ministro. La otra vía, consiguiendo que el Seguro Social representa un
salario directo, consiste en no permitir que el déficit de éste sea pagado por los asalariados (...) sino mediante
impuestos a las ganancias y prebendas de los capitalistas y banqueros”.
Y tras una serie de consejos adicionales sobre lo que significa “la otra vía”:
“El dilema está claramente planteado: colaboración de clases con el capital o lucha de clases contra el capital. Así
se plantea la cuestión ante los graves problemas económicos y financieros. Sólo las medidas anticapitalistas podrán
salvar a las masas trabajadoras y a la juventud”.
Hay que reconocerle a Lambert, Just, Forgue y Favre su consecuencia stalinista. El dilema del gobierno frentepopulista y el “campo progresivo” es, “colaboración de clases” o “lucha de clases”. 0 sea que, al subir al gobierno, el
frente popular puede producir el milagro de practicar la “lucha de clases”. Después de todo, este dilema, como
cualquier otro, puede resolverse en uno u otro sentido.
Con esto se viene abajo el leninismo y el trotskismo, y nuevamente tienen razón los stalinistas: el frente popular y
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su gobierno puede romper con la colaboración de clases y practicar la lucha de clases, porque es “progresivo”,
popular, supraclasista.
Volviendo a lo anterior, resulta que el gobierno quiere apaciguar a la burguesía con medidas antiobreras, pero eso es
un error “desastroso” porque las masas viven cada vez peor y la burguesía no se deja apaciguar. Aconsejamos a este
gobierno que empiece a tomar “la otra vía”: que se incline por la “lucha de clases” y tome medidas anticapitalistas.
El 23 de octubre la OCI realizó un acto en la sala de La Porte de Pantin. El discurso principal estuvo a cargo de
Lambert, quien dijo: “Todas las dificultades, los dos millones de desocupados y los centenares de miles de despidos
ya programados, el aumento de precios, la inflación, las medidas de intimidación contra el gobierno: todas las
dificultades pueden ser eliminadas: el gobierno tiene los medios para ello” (I.O. 1023).
Acá tenemos la razón por la cual el gobierno está cometiendo un error “desastroso”: la burguesía lo está intimidando, por eso el dilema se estaría resolviendo en favor de la “colaboración de clases”, es decir, el “apaciguamiento de
capitalistas y banqueros”. Pero no todo está perdido, todavía el dilema se puede resolver en el otro sentido, puesto
que “el gobierno tiene los medios para ello”.
Y aunque más adelante trate de salvar la ropa diciendo que un futuro “gobierno PS-PCF sin representantes de la
burguesía tendría los medios para ello” (aunque no levanta la consigna “fuera los ministros burgueses”, ni en ese
discurso ni en ninguna otra parte), su política es para el gobierno actual, que “tiene los medios” para practicar la
“lucha de clases”.
La OCI, partido que se considera trotskista y por lo tanto aspira a conducir a las masas a la derrota de la
burguesía y el imperialismo, la conquista del poder y la destrucción del régimen burgués, considera que su misión
bajo el gobierno frentepopulista burgués de Mitterrand, como miembro de su “campo progresivo” consiste en
impulsarlo por la “vía” de la “lucha de clases” y las “medidas anticapitalistas”, puesto que cuenta con todos los
“medios” para ello. Si el gobierno se desvía de la buena senda, entonces debe mostrarle cómo puede volver a ella.
En resumen: bajo el gobierno frentepopulista, la OCI deja de ser un partido de combate contra la burguesía y su
gobierno, para convertirse en un abyecto asesor del mismo.
6. Una extraña ruptura con la burguesía
En distintas ocasiones, tanto en los documentos como en el periódico I.O., se sostiene que la OCI tiene como
política fundamental la “ruptura con la burguesía”: “Esta es la situación concreta que debemos tener en cuenta para
formular la línea fundamental de nuestra política: ruptura de la coalición con la burguesía,” (Proyecto de informe
político, p. 4).
Ahora bien, la coalición con la burguesía existe justamente dentro del gobierno, puesto que, como señala correctamente el Proyecto:
“..... el gobierno Mitterrand-Mauroy incluye a ministros gaullistas y del partido radical. Su presencia tiene un
significado político preciso: el fortalecimiento de los lazos con la burguesía, y más precisamente, la intención del
gobierno de no cuestionar a la V República y sus instituciones, al Estado burgués moldeado por el bonapartismo
bastardo” (op. cit., p. 7).
Frente a esta situación, señalada con una corrección que nos exime de comentarios, el leninismo y el trotskismo
tienen una línea táctica tradicional expresada en la consigna “fuera los ministros burgueses del gobierno”. Esta
consigna expresa en forma accesible para las masas: la táctica trotskista de exigir la ruptura de los partidos obreros
con la burguesía. Sin embargo, para la OCI (u) la línea de ruptura con la burguesía no pasa por esa consigna:
“La poca importancia de sus funciones ministeriales [se refiere a los ministros gaullistas y radical] y de la fuerza
política que agrupan tras ellos limita considerablemente la eficacia de la denuncia de su participación en el gobierno
ante las masas. En realidad, la reivindicación de la ruptura con la burguesía no puede ser eficaz bajo esta sola forma
(...) Aunque en nuestra agitación tengamos que plantear lo que significa la presencia de Crépeau-Jobert en el
gobierno, dado que el CNPF aparece a todas luces como el estado mayor político directo de la burguesía, se debe
enfatizar lo siguiente: ¿Acaso se pueden satisfacerlas reivindicaciones de las masas y aplicar al mismo tiempo los
planes del CNPF? Ese es el contenido principal de la línea de ruptura con la burguesía” (op. cit., p. 7).
Y en otra parte se insiste: “La línea fundamental de nuestra política [es] la ruptura de le coalición con la burguesía,
cuya materialización consiste en enfatizar la movilización contra el CNPF” (op. cit., p.4).
Es decir que la línea de “ruptura con la burguesía” no significa romper el gobierno frentepopulista echando a los
ministros burgueses, sino ruptura del gobierno frentepopulista en su conjunto, con ministros burgueses y todo, con
el CNPF.
Esta política obliga a la OCI a hacer extrañas piruetas cuando se producen conflictos en las empresas estatales,
que poseen enorme peso en la economía francesa. Ahí los obreros no chocan contra el CNPF, sino contra el propio
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gobierno de Mitterrand. Por consiguiente, en una huelga en una empresa estatal, (la Renault, digamos, o el aeropuerto de París), “ruptura con la burguesía” significa ruptura con el gobierno: exijamos al gobierno Mitterrand que
reincorpore a los militantes despedidos, o aumente nuestros salarios o lo que sea.
¿Cómo resuelve esta situación la OCI, cómo hace para que los obreros no rompan con el gobierno? Volvamos a
los dos ejemplos anteriores, que da el Proyecto.
En el caso de la CPC desmantelada por decreto del gobierno: “El CNPF mantuvo su plan de desmantelamiento
de la CPC (...) Por la defensa real de nuestros derechos y garantías, por la defensa de los asegurados sociales,
¿podemos aceptar que el CNPF siga dictando su ley? El CNPF fue derrotado, junto con Gicard-Barre-Barrot”
(op. cit., p. 4).
En el caso del aeropuerto, que entró en huelga contra el despido de seis militantes decretado por el gobierno:
“¿Qué debimos haber hecho? Luchar por la victoria de la huelga, formulando una táctica que en su desarrollo
plantease la ruptura con la burguesía, y en concreto en este caso, la revocación de los altos funcionarios puestos por
Giscard...” (op. cit., p. 5).
Y un tercer ejemplo, el de la gigantesca empresa estatal Renault, cuyos trabajadores estuvieron en huelga contra
los aumentos del ritmo de trabajo en la cadena de producción, desde mediados de setiembre hasta finales de
octubre. Haciendo un balance de la huelga, I.O. No 1024 dice en su editorial: “Los hombres nombrados por
Giscard para dirigir la Renault, los Vernier-Palliez y los Hanon, enfrentan las movilizaciones de los trabajadores y
aplican los planes de sus mandatarios, los capitalistas y banqueros”.
Hay que reconocer el ingenio revisionista de Lambert y del editorialista de I.O. Para esta situación sin salida, que
lleva a los obreros a romper inevitablemente con el gobierno, inventan el cuco del CNPF (CPC) y de los altos
funcionarios giscardianos (aeropuerto y Renault). Estos son los “cínicos saboteadores” de las buenas intenciones
pro-obreras de Mitterrand y sus ministros.
Esta línea es permanente, se repite de número a número de I.O. Por ejemplo, el editorial del No 1019, titulado
“¿En qué situación se encuentra Mitterrand?” se dice:
“En su conferencia de prensa, F. Mitterrand enumeró una serie de medidas tomadas por el gobierno bajo su
responsabilidad. Los docentes tienen pleno derecho a preguntar: ¿de qué sirven las medidas tomadas por el ministro de educación nacional, si su aplicación es saboteada sistemáticamente a nivel de la alta administración y los
rectorados?”
Quiere decir que, si fuera por Mitterrand, los buenos maestros de Francia e encontrarían en una situación óptima.
El problema es que los rectores y los funcionarios sabotean sistemáticamente esas medidas.
Todos estos argumentos de la OCI no son más que recursos para adelantar su línea fundamental: mantener intacto
el campo del gobierno frentepopulista y orientar a ese campo en su conjunto contra la burguesía.
Esto es exactamente lo contrario de lo que plantea el trotskismo. Por ejemplo: “De febrero a octubre los mencheviques y los socialrevolucionarios, que constituyen un buen paralelo con los ‘comunistas’ y socialdemócratas [y con
los “trotskistas” lambertistas, agregamos nosotros], se encontraban en estrecha alianza y coalición permanente con
el partido burgués de los ‘Kadete’ con los cuales formaron una serie de gobiernos de coalición. Bajo el signo del
Frente Popular se encontraba la masa de pueblo, incluidos los soviets de obreros, campesinos y soldados. Desde
luego que los bolcheviques participaban en los soviets. Pero no hacían la menor concesión al frente popular. Exigían
la ruptura de ese Frente Popular, la destrucción de la alianza con los Kadetes, la creación de un verdadero gobierno
obrero y campesino” (Trotsky, OEuvres. T. 10, pp. 248-249; subrayado en el original).
La línea que Trotsky nos señala es directamente la opuesta a la de la OCI: el eje de nuestra política es luchar por
la independencia política del proletariado, por romper la colaboración de clases del proletariado con la burguesía a
nivel gubernamental; denunciar al gobierno frentepopulista ante las masas como un gobierno contrarrevolucionario
de colaboración de clase; señalar que, contra las ilusiones de los trabajadores, este gobierno jamás podrá practicar
la lucha de clases contra la burguesía por razones de clase; que por esas mismas razones de clase, es parte de la
lucha de clase de la burguesía y el imperialismo contra los trabajadores franceses y los pueblos de las colonias y
semicolonias.
7. Mentir a las masas para proteger al gobierno
Volvamos nuevamente a los dos ejemplos que sintetiza la política de la OCI: la huelga en el aeropuerto y la
movilización contra el desmantelamiento de la CPC.
Dice el Proyecto de informe político: “Nosotros no dijimos: ‘El ministro [de transportes] Fiterman es el responsable’, sino que dijimos: la culpable es la dirección general (del aeropuerto)” (op. cit., p. 4).
Y comentando esa misma huelga Informations Ouvrieres dice: “Los trabajadores chocaron contra el muro de los
altos funcionarios giscardianos, resueltos a aplicar en el aeropuerto de París la política general de los capitalistas
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contra los trabajadores, y a colocar al nuevo gobierno ante el hecho consumado de la misma (...) Los trabajadores
supieron crear las mejores condiciones para obligar a la dirección giscardiana a retroceder.”
Y más adelante, en una afirmación que sintetiza todo; “Agotadas las posibilidades de negociar, los trabajadores
salieron a la huelga contra el patrón: los altos funcionarios de la dirección” (I.O. No 1009).
Es un hecho más que elemental que quien decreta los despidos en una empresa es el patrón o la gerencia;
tratándose de una empresa estatal, el patrón es el gobierno y el gerente general es el ministro del ramo. Pero resulta
que, el patrón es nada menos que el jefe del campo de la OCI: ¡Dios no nos permita atacarlo! A quien debemos
atacar es la “dirección giscardiana”, es decir, al campo enemigo. Esta es nuestra política, cueste lo que cueste y
aunque debamos mentirles deliberadamente a las masas.
Así, en el documento que codifica la política de la OCI para todo el próximo período, se dan instrucciones de
mentirle a las masas acerca de quién es el patrón, para impedir que su justo odio se dirija hacia el gobierno de
Mitterrand y sus ministros. Y el periódico, como vemos, es el fiel intérprete de esa línea.
El segundo ejemplo es igualmente ilustrativo. Recordemos que la célula de la OCI en la CPC había distribuido un
volante que decía: “No se votó por Mitterrand para que su ministra Questiaux lleve adelante esta política [de
desmantelar la CPC]” (op. cit., p. 4). Esta línea de acuerdo al Proyecto, “es completamente errónea”. ¿Por qué?
¿Acaso no es cierto que la ministra Questiaux estaba aplicando la política de un ministro de Giscard? ¿Y no es
igualmente cierto, y claro como el cristal, que los obreros franceses no eligieron a Mitterrand para que aplique la
política de Giscard? Sí es cierto, pero en el afán de proteger al jefe de campo, Lambert les dice a sus camaradas
que deben mentirles a las masas:
“¿Cual es, partiendo de las necesidades de las masas, la línea correcta? Debemos decir: hemos echado a Giscard
y, al votar por Mitterrand, votamos contra el CNPF” (op. cit., p. 4).
La verdad es que los trabajadores franceses votaron no sólo contra la CNPF sino también contra todos los
partidos y organizaciones burguesas. Su voto mayoritario por el PS y el PCF refleja la aspiración de elegir un
gobierno obrero antiburgués, que avance lo más rápido posible hacia una república socialista.
Mitterrand ha traicionado ese mandato, y todos los mandatos que se le dieron. No ha tomado una sola medida
contra el CNPF y la burguesía. Sin embargo, la OCI no se limita a no denunciarlo y a concentrar sus ataques en el
CNPF. Va aun más lejos y les miente a las masas. En el aeropuerto, donde el patrón es Mitterrand-Fiterman, dice
que el patrón es la administración giscardiana. En la CPC, donde el patrón es Mitterrand-Questiaux, dice que lo es
el CNPF. Con respecto a las elecciones, dice que el voto obrero y popular sólo fue contra el CNPF. Cualquier
método, inclusive el más vil y canallesco de todos -mentirles a las masas- lo considera lícito con tal de mantener el
“campo” de Mitterrand contra el CNPF.
8. ¿Proteger al gobierno o combatirlo?
Los ejemplos anteriores -y los cientos de casos que podríamos citar de Informations Ouvrieres- demuestran a las
claras que la política de la OCI se centra en evitar cuidadosamente que las luchas obreras se dirijan contra el
gobierno. La función de la OCI es proteger al gobierno y desviar las iras de los trabajadores hacia otros blancos.
Para ello, está dispuesta a recurrir a cualquier método, inclusive el más abyecto de todos, que es mentirles a las
masas.
Trotsky tiene la política opuesta, y ya respondió a quienes han aplicado la orientación de la OCI. En julio de 1936,
el periódico Révolution de la Juventud Socialista Revolucioaria, cuyos dirigentes eran miembros de la sección
francesa, expresó la línea actual de la OCI, en los siguientes términos: “Bajo la protección vigilante de los trabajadores franceses, el gobierno del Frente Popular podrá realizar su programa”.
Trotsky respondió inmediatamente (en una carta del 19 de julio) señalando lo mismo que hemos dicho nosotros a
lo largo de este documento: que ningún gobierno burgués, así sea frentepopulista como el de Blum, puede aplicar
una política antiburguesa. Y concluyó:
“Nuestra tarea no es en modo alguno la ‘protección’ del gobierno de coalición entre el proletariado y la burguesía
(...) Nosotros y el Frente Popular tenemos enemigos comunes. Por ello estamos dispuestos a combatirlos junto a
los grupos regulares del Frente Popular, sin tomar la menor responsabilidad por ese gobierno ni erigirnos en ‘protectores’ de León Blum. Consideramos que este gobierno es un mal menor en comparación con de La Rocque.
Pero al combatir el mal mayor no protegemos el mal menor” (Trotsky, OEuvres, T, 10, p. 271).
Si la OCI quiere elevar su política al plano teórico, tendrá que decir exactamente lo contrario: “Nosotros y el
gobierno frentepopulista de Mitterrand tenemos enemigos comunes: el CNPF y los funcionarios giscardianos. Los
combatimos juntos y asumimos una pesadísima responsabilidad: protegemos al gobierno de Mitterrand de los
ataques de la clase obrera por todos los medios, buscamos que los obreros no lo odien sino que confíen en él, que
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jamás vean su verdadera faz de gobierno burgués e imperialista, agente del CNPF. Por eso hemos abandonado la
política de Lenin y Trotsky, que consiste en mostrarles a los trabajadores de manera sistemática que el primer paso
para derrotar al CNPF y los funcionarios ‘giscardianos’ consiste en echar a este gobierno e implantar el gobierno de
los obreros y campesinos”.
9. La variante Lambertista del frente popular de combate
A todo lo largo del Proyecto de informe político se rechaza la política del “frente popular de combate”:
“Ayudar a los aparatos contra la lucha de clases [es] la desviación del ‘frente popular de combate” (pág. 2); “Los
doctrinarios ignorantes (...) no dudarán en criticarnos en la línea tan ‘revolucionaria’ del frente popular de combate”
(pág. 3); “También los militantes de la OCI unificada sufren la presión del frente popular de combate” (pág. 3). Y así
sucesivamente: la OCI rechaza esta política con horror y asco.
Recordemos brevemente que, para Marceau Pivert, existen dos frentes populares: uno está conformado por las
direcciones de los partidos obreros; éste es reformista y agente de la burguesía. El otro está integrado por las bases
de los partidos obreros y por todos los que quieren combatir a la burguesía y el régimen; éste es el frente popular de
combate, cuyo objetivo consiste en impulsar al frente popular reformista hacia posiciones antiburguesas. Los revolucionarios deben formar parte de este frente popular.
Ahora bien, según el Proyecto de la OCI, todo el frente popular de Mitterrand realiza “acciones de resistencia a
la burguesía”; por consiguiente, todo el “campo” de ese frente popular es antiburgués. Y el Proyecto dice claramente, “estamos en el campo de Mitterrand”.
Por otra parte, Stéphane Just nos dice la política de la OCI trata de impulsar al gobierno frentepopulista para que
“vaya lo más lejos posible por la vía de la ruptura con la burguesía”. Es exactamente lo mismo que decía Pivert,
aunque con un agregado cínico: que la OCI no debe “sembrar ilusiones”.
Esto no es más que una variante del “frente popular de combate”, que la OCI rechaza con tanto asco... en las
palabras. Donde Pivert veía dos frentes populares, Lambert ve uno solo, que integra a todos, desde Mitterrand
hasta los obreros de base, pasando por los ministros burgueses y los dirigentes del PS y el PCF. Y puesto que
realiza “acciones de resistencia a la burguesía”, todo este frente es un gran “frente popular de combate”, en el cual
los trotskistas debemos participar con la orientación central de impulsarlo para que avance cada vez más por el
camino de la ruptura con la burguesía.
Lambert y Just rechazan la táctica del frente popular de combate con horror, sin comprender lo que significa. El
crimen de Pivert es haber creído que el frente popular en cualquiera de sus variantes podía practicar la “lucha de
clases” contra la burguesía, Lambert y Just cometen exactamente el mismo crimen, pero en relación al gobierno de
Mitterrand. Esta es la razón por la cual el trotskismo combate a Pivert y a Lambert-Just.
10. La OCI aplica una política stalinista
Habíamos dicho anteriormente que las profundas diferencias existentes en el seno de la burguesía dan lugar al
surgimiento de distintos sectores. Estos dirimen sus diferencias en distintos terrenos, que van del electoral y parlamentario, al choque físico y la guerra civil cuando la situación lo exige.
Ante esta realidad, la política permanente del stalinismo es la de llevar al movimiento obrero a la alianza con la
burguesía “de izquierda”, tanto si está en la oposición (como ocurría bajo Giscard) como si se encuentra en el
poder, como ocurre ahora con el gobierno de Mitterrand. En este último caso, el stalinismo busca inclusive formar
parte del gobierno burgués.
Esta alianza ha tomado distintos nombres y formas, aunque su esencia de colaboración de clases es siempre la
misma. Así se conforman los “frentes antifascistas” con la burguesía “democrática”; los “frentes antiimperialistas”
con la burguesía “antimonopolista” o “antiimperialista” de los países semicoloniales, etc. A todos los conocemos
genéricamente como frentes populares, puesto que responden a la política stalinista del “campo progresivo” con la
burguesía.
Esta es la política que está aplicando la OCI en Francia. En momentos en que no hay guerra civil ni perspectivas
inmediatas de un choque físico entre distintos sectores de la burguesía, ni amenaza de golpe fascista, la OCI es un
integrante político del “campo” burgués mitterrandista.
Siendo así, la OCI tendría que ser consecuente: toda vez que aparezca un sector de la burguesía a la “izquierda”
del gobierno reaccionario de turno (por ejemplo, si Chirac resulta electo en las próximas elecciones y Mitterrand
vuelve a la oposición junto con los radicales y gaullistas de izquierda) deberá formar parte de ese “campo burgués
progresivo” y, si es consecuente con sus concepciones, deberá aplicar con respecto al mismo exactamente la misma
política que está aplicando con respecto al gobierno de Mitterrand.
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Si la OCI (u) hubiera aplicado esta política con respecto a la Unión de La Gauche, ya hubiera sido repudiada por
todo el movimiento trotskista. Esto es lo que le ocurrirá a corto plazo, por traicionar los principios más elementales
del marxismo revolucionario.
11. Una tradición traicionada
Si la OCI es consecuente con su política actual, entonces debe autocrticarse. Considera que un gobierno frentepopulista como el de Mitterrand es antagónico con el aparato estatal de la V República y el régimen burgués; realiza
permanentemente “acciones contra la burguesía”; su sola elección provoca una gran crisis en el sistema de dominación burgués, hasta el punto de resultar “incompatible” con él; ha dado surgimiento a dos campos tan antagónicos,
que existe una guerra civil “en germen” entre ellos.
Su política frente a ese campo “progresivo”, es impulsarlo a la lucha contra el CNPF y los funcionarios giscardianos. Más aun, trata de que “vaya lo más lejos posible en la vía” de la lucha anticapitalista. Por eso jamás ataca al
gobierno, ni siquiera lo crítica: se limita a asesorarlo fraternal y humildemente y a señalar sus “errores”, es decir, en
realidad sus medidas antiobreras.
Si esta política es correcta cuando el frente popular está en el poder, ¿por qué no lo es cuando está en la
oposición? ¿Por qué al conformarse la Unión de la Gauche, con sus listas electorales encabezadas por Mitterrand,
no planteó lo mismo que dice ahora: “estamos en el campo de la UG en sus acciones dé resistencia al gobierno
Giscard”; “orientamos las luchas de los trabajadores contra el CNPF y Giscard, jamás contra los integrantes de
esas listas frentepopulistas”; “sin ilusiones, sin sembrar ilusiones, tratamos de que el frente popular avance lo más
posible en la vía de la lucha contra el gobierno de Giscard?”
Acá no puede haber ningún problema moral. Si pensamos que la elección de un gobierno frentepopulista le
provoca semejante desbarajuste al régimen, y que el frente popular en el gobierno puede llevar adelante la lucha
contra el capital, entonces, nuestra política con respecto al frente popular en la oposición debe ser la de llamar a las
masas no sólo a votar por él sino también a confiar en él.
Si somos consecuentes hasta el fin, deberemos reconocer con toda franqueza que el trotskista siempre ha tenido
una política errónea, sectaria con respecto al frentepopulismo. El trotskismo siempre ha repudiado el boque electoral frentepopulista y ha calificado a los partidos obreros que participan en él de traidores y contrarrevolucionarios.
Ha utilizado ese calificativo no sólo para la socialdemocracia y el stalinismo, sino también para el POUM español y
la Gauche Révolutionnaire francesa (el partido de Pivert), cuyos dirigentes entraron a los frentes populares de sus
respectivos países.
Esta fue la política de la OCI hasta el10 de mayo pasado. Denunció al frentepopulismo y su política electoral y
atacó brutalmente a los partidos obreros que la practicaron. Pero abandonó esa política cuando el frente popular
llegó al gobierno, ingresó a su campo y dejó de atacar al PS y al PCF.
La OCI debe recapacitar seriamente sobre este problema y tomar una resolución. No puede defender su política
actual y al mismo tiempo su trayectoria anterior, que es la del trotskismo. O se autocrítica de su trayectoria y
denuncia el sectarismo de los trotskistas, o realiza un viraje abrupto para romper con su política actual.
12. La revolución por etapas, variante Lambert
Dice el Proyecto de Informe político: “Lo importante es comprender que las masas, inclusive las que quieran que
sus reivindicaciones sean satisfechas, se dirigirán al gobierno, a los ministros, considerándolos más bien como sus
aliados, pidiéndoles que las apoyen para que ellas obtengan satisfacción. Es preciso, por nuestra práctica política,
despejar el camino a este proceso político en que las masas querrán embarcarse en una especie de diálogo con ‘su
gobierno’, ‘sus ministros’. Igualmente necesitamos, aunque sólo sea de manera embrionaria, promover los primeros
elementos de autoorganización de las masas. Es así como preparamos los momentos siguientes, en los que las
masas exigirán de ‘su gobierno’, ‘sus ministros’, que satisfagan sus aspiraciones” (op. cit., p. 8).
Esto significa lo siguiente: en la actualidad, las masas quieren que sus reivindicaciones sean satisfechas, pero
consideran que el gobierno y sus ministros son sus “aliados”, y buscarán el diálogo con ellos. Esta es la etapa actual,
que, según se desprende de todo el documento, corresponde a la lucha exclusivamente contra el CNPF y los
funcionarios giscardianos.
Luego vendrá una segunda etapa, en la cual las masas entablarán otro tipo de diálogo con el gobierno: le harán
exigencias. Cuando ello ocurra, según se dice un poco más abajo, “... se abrirá la crisis revolucionaria. Ciertamente,
las masas intentarán oponer sus exigencias a nivel gubernamental en medio de la huelga general” (op. cit., p. 8).
Hay, pues, dos etapas claramente definidas: la primera es de diálogo con el gobierno, y durará hasta que las masas
se desengañen de él; luego sobrevendrá la segunda etapa, en la que las masas pasarán del “diálogo” a la “exigencia”.
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Para Lambert, el derrocamiento del gobierno por las masas y la instauración de la dictadura proletaria queda
postergado para una tercera etapa en un futuro indeterminado, pero tan lejano que ni siquiera se menciona. Las dos
próximas etapas tienen como eje el gobierno burgués de Mitterrand: la primera será de negociación y la segunda de
exigencia.
Como todo revisionista, Lambert confunde una realidad, hipotética además, con la política que debe tener el
partido trotskista. Efectivamente, existe una posibilidad de que el movimiento obrero negocie con el gobierno en
una etapa y le exija en la siguiente. Insistimos que es sólo una posibilidad: a nosotros nos parece más probable que
las negociaciones se combinen con luchas y enfrentamientos (como efectivamente está ocurriendo: véase, si no, el
caso de la Renault).
Pero suponiendo que la hipótesis de Lambert fuera acertada, nosotros no trasformamos la realidad objetiva en
nuestra política: si las masas creen en un gobierno burgués y se limitan a negociar con él, nosotros no hacemos lo
mismo, no hacemos seguidismo a las masas atrasadas. Aceptamos esa realidad objetiva y adecuamos nuestra
política por medio de la táctica, lo cual es completamente distinto. Por eso rechazamos todas las teorías etapistas,
sea la de Stalin o la de Lambert.
Nosotros consideramos que tiene razón Trotsky contra Lambert y Stalin. Nuestra política, y así lo proclamamos
ante el movimiento obrero y las masas, es que existe una sola posibilidad: derrocar lo antes posible al gobierno
burgués de turno e instaurar el gobierno obrero.
La tareas de combatir el CNPF y al gobierno de Mitterrand no están separadas en el tiempo, sino íntimamente
combinadas. Tácticamente puede resultar necesario centrar nuestra lucha contra un golpe fascista o una ofensiva de
CNPF. Pero en medio de la lucha contra ese golpe o esa ofensiva, mantenemos nuestra política de enfrentar y
derrotar al gobierno; no aguardamos a la derrota previa del CNPF, porque esa derrota es imposible sin derrocamiento revolucionario del gobierno. Por eso, en nuestra agitación mostramos al gobierno frentepopulista como el
sirviente de la burguesía que socava nuestra lucha contra la reacción.
Hemos dicho que la teoría de Lambert es etapista, como la de Stalin. Debemos rectificar, pues existe una diferencia entre ambas teorías. El stalinismo prometía luchar contra Franco y luego, derrotado éste, contra Negrín. Es
decir, que la segunda etapa era de lucha contra el gobierno frentepopulista y por el socialismo.
Lambert plantea que la primera etapa será de negociación con el gobierno y de lucha contra el CNPF en alianza
con el gobierno. Pero la segunda no será de lucha contra el gobierno sino de exigirle a éste que luche contra la
burguesía. Esto es revisionismo dentro del revisionismo puesto que, para Lambert, jamás llegará el momento de
luchar contra el gobierno burgués del frente popular y por la dictadura del proletariado.
13. La OCI no tiene consigna de gobierno
Evidentemente, con la concepción etapista de la OCI (u), sería absurdo pensar que la organización levanta alguna
consigna de poder para la etapa actual en Francia. Sin embargo, para no olvidar el ritual trotskista, el Proyecto de
informe político sí plantea el problema, partiendo del siguiente vaticinio apocalíptico previsto para un plazo muy
cercano.
“La naturaleza del gobierno Mitterrand-Mauroy —gobierno burgués de colaboración de clases, gobierno burgués de tipo frente popular—, asegura que cualquiera que sean los conflictos que puedan oponerlo a la burguesía,
al aparato del Estado burgués que la V República ha formado, en última instancia sólo puede capitular ante ellos. Al
fin de cuentas, las masas se levantarán contra este tipo de gobierno. Concretamente, exigirán la ruptura con la
burguesía, un gobierno sin representantes de la burguesía. Entonces, se abrirá la crisis revolucionaria. Ciertamente,
las masas intentarán oponer sus exigencias a nivel gubernamental, en medio de la huelga general. Y también seguramente, surgirán entonces los consejos, los soviets, bajo una u otra forma” (Proyecto de informe político, p. 8).
O sea que, como vimos anteriormente, la lucha no será de las masas contra el gobierno sino de las masas exigiéndole al gobierno que rompa con la burguesía. Para esa tarea emplearán métodos políticos y organizativos revolucionarios (aunque aquí no se plantea la insurrección): la huelga general y los soviets.
Es un cuadro más que absurdo: las masas, organizadas en soviets, realizan una huelga general, pero el partido
“trotskista” no las llama a derrocar al gobierno burgués sino a exigirle que rompa con la burguesía. Ahora veamos
cómo se plantea la cuestión del gobierno:
“En cada periodo, en cada etapa, en cada momento de la lucha de clases, nuestra política está determinada, en
función de las condiciones actuales y de la actual conciencia de las amplias capas obreras, por la forma que debamos plantear y responder a la cuestión el poder” (op. cit., p. 6).
Avanzando un poco más, nos encontramos con la siguiente consigna: “abajo el gobierno”, pero para refutarla, y a
continuación se dice que “seria absurdo asignarles a los trabajadores el objetivo de derrocar al gobierno”. O sea
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que, para la OCI (u), lo “absurdo” no es levantar la consigna “abajo el gobierno” en momentos en que las masas
confían en él (nosotros preferiríamos el término “error ultraizquierdista” en lugar de “absurdo”) sino el objetivo de
derrocarlo, que es otra cosa muy distinta.
Pocas líneas más abajo nos encontramos con: “fuera los ministros burgueses”. Pero, como ya vimos, la OCI está
a favor de esta tarea pero en contra de agitar esta consigna en razón de la escasas importancia que le den las masas
a dichos ministros. Discrepamos con este argumento reformista: si las masas no comprenden la importancia de los
ministros gaullistas y radicales en el gobierno, nuestro deber de trotskistas es hacer que lo comprendan. Por eso
agitamos constantemente esa consigna de gobierno.
Pero, bueno: supongamos que “fuera los ministros burgueses” no es la consigna de gobierno adecuada al momento. Entonces, ¿cuál es? Para la OCI (u) la respuesta es... NINGUNA. En efecto: se mencionan dos consignas de
gobierno para explicar por qué no hay que levantarlas y luego no se da ninguna otra para oponerla al gobierno
burgués.
La OCI (u) considera que hay una situación “prerrevolucionaria”, con una “guerra civil en germen”, que la lucha
de clases se encamina ya hacia el surgimiento de soviets y la huelga general. Si la falta de una consigna de gobierno
es un crimen en cualquier etapa de la lucha de clases, ¿qué decir de esa ausencia en una etapa como la que pinta la
OCI? ¿Y qué decir del partido obrero supuestamente revolucionario que se niega, como la OCI, a levantar esa
consigna? Francamente, el diccionario resulta insuficiente para encontrar epítetos.
De todas maneras, la ausencia de una consigna de gobierno es una parte coherente de esa totalidad revisionista
que es la política de la OCI (u). Si la tarea de derrocar al gobierno frentepopulista e instaurar la dictadura del
proletariado no está planteado en esta etapa ni en la siguiente, entonces, ¿para qué plantear una consigna de
gobierno? Al contrario: según la OCI (u) sería un error total plantear esa consigna y tarea. Por eso sólo plantea
consignas de gobierno para refutarlas.
12. Un vaticinio claro
Según el Proyecto de informe político, “Las relaciones políticas que existen a partir del 10 de mayo y el 14 y 21
de junio indican que el gobierno Mitterrand-Mauroy es sólo la primera forma de gobierno de frente popular. Probablemente, en el curso de las próximas etapas, lo sucederán otros gobiernos de frente popular con otras características” (op. cit., p. 8).
Este vaticinio es clarísimo: después del actual gobierno vendrán otros gobiernos de frente popular, por años y
años. Puesto que cada gobierno francés dura siete años, con cuatro gobiernos frentepopulistas (contando el actual)
tenemos para veintiocho años de frentepopulismo en Francia. Ahora bien, a lo largo del documento se insiste en que
el actual gobierno es inaceptable para la burguesía, que ésta no puede tolerarlo y que ya está haciendo todo lo
posible para derrocarlo (hasta el punto de que ya existe una “guerra civil en germen”). ¿Cómo se resuelve esta
contradicción? Nosotros vemos dos respuestas posibles.
Una, es que aquí se reconoce implícitamente que todo lo que dice el Proyecto anteriormente es falso, y que
tenemos razón nosotros: que el gobierno frentepopulista es perfectamente compatible con el régimen burgués, que
la burguesía lo tolera perfectamente y, más aún, lo necesita para impedir que el ascenso obrero desborde los marcos
del régimen, hasta el punto de estar preparada a aceptar una sucesión de gobiernos frentepopulistas.
Pero gobierno frentepopulista significa para las masas una miseria cada vez mayor: aumento de la desocupación,
aumento de los precios, disminución de los salarios reales, más horas de trabajo, etc. Esto no es una especulación
ni un vaticinio: es lo que está sucediendo ahora en Francia, como lo reconoce el propio Informations Ouvrieres
según hemos citado en otra parte.
Si lo que depara el futuro inmediato es una sucesión de gobiernos frentepopulistas, esto significa que la miseria
seguirá en aumento. Y aquí estamos hablando solamente de los obreros de la metrópoli imperialista: imaginemos lo
que significará para los trabajadores de Guadalupe, Nueva Caledonia o de las semicolonias africanas.
Siendo así, ¿por qué es “absurdo” el “objetivo” de derrocar al gobierno? Al contrario, no sólo no es absurdo sino
que es una tarea inmediata, de vida o muerte para el proletariado. Si la OCI (u) dice que es “absurda”, entonces
debe añadir que toda su política es reformista, al negarse a levantar una consigna de gobierno.
Esta es una interpretación posible del vaticinio de la OCI (u), pero nosotros vemos otra que sí es parte coherente
de su política revisionista. Si se prevé una sucesión durante años y años de gobiernos frentepopulistas, la ausencia
de una consigna de gobierno termina por adquirir su pleno significado. Para la OCI (u), el gobierno frentepopulista,
con sus ministros burgueses (caso contrario no seria frentepopulista) no es un gobierno de clase, es decir burgués,
sino un híbrido supraclasista, capaz de orientarse en tal o cual dirección de acuerdo a las presiones que se ejerzan
sobre él. Por eso es innecesario, más aún, es un error, agitar la consigna “fuera los ministros burgueses” o cualquier
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otra consigna de gobierno. La política correcta es, “sin ilusiones, sin sembrar ilusiones”, presionar al gobierno para
que avance por la “vía correcta” de la “lucha de clases”, “satisfaga las reivindicaciones de los trabajadores”, “gobierne contra la burguesía apoyándose en las masas que echaron a Giscard y en la mayoría PS-PCF”, etc., etc.
Es decir, se trata de presionar al gobierno burgués e imperialista para que realice las tareas que, según el trotskismo,
sólo puede realizar la dictadura del proletariado. Esto es lo que sintetiza toda la política revisionista de la OCI (u).
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Capítulo VI
¿Si hubiera una guerra civil en Francia?
La OCI ve una inminente guerra civil, donde sólo existen roces y basa toda su política en ella. Creemos haber
demostrado ampliamente que esa apreciación no corresponde para nada a la verdadera situación francesa. Pero
supongamos por un instante que la OCI tuviera razón: por ejemplo, que el “campo reaccionario” liderado por la
CNPF estuviera preparando un golpe de estado apoyado en la fuerza armada de los oficiales reaccionarios del
Estado Mayor francés. En tal caso, ¿podríamos decir que la política de la OCI es correcta y trotskista?
Desde ya respondemos que no: su política sigue siendo igualmente revisionista, oportunista, en fin, perfectamente
acorde con la teoría de los “campos”. Esto es lo que demostraremos en el presente capítulo, pero antes de seguir,
se impone la siguiente constatación. Recordemos que en las analogías históricas citadas por el Proyecto de informe
político, se dice que los bolcheviques se pronunciaron contra el gobierno de Kerenski mientras luchaban en su
campo contra Kornilov. Esto es cierto, aunque hubiera sido más correcto decir que los bolcheviques combatieron
implacablemente a Kerenski, en lugar de “se pronunciaron contra” él.
Como demostraremos en el presente capítulo, la OCI se acuerda de “luchar en el campo” de Mitterrand, pero
olvida por completo “pronunciarse contra” el mismo.
1. Guerra civil entre los “campos”
La OCI sostiene, como hemos visto, que existe una guerra civil “en germen” entre el “campo burgués progresivo”
de Mitterrand y el campo reaccionario del CNPF, y compara esta situación con la que existió en Rusia en agosto del
17, con la sublevación de Kornilov, y otras similares.
En otras palabras, la guerra civil se librará entre el campo del gobierno y las masas, y el campo de la burguesía y
la columna vertebral del aparato estatal (que incluye -suponemos nosotros, porque el Proyecto jamás lo mencionaal estado mayor de las fuerzas armadas).
Ahora bien, es muy posible que al estallar la guerra civil, las masas sigan confiando en el gobierno. O bien que
suceda como en la guerra civil española, cuando las direcciones traidoras stalinista, socialdemócrata y anarquista
frenaron toda lucha contra el gobierno y llamaron constantemente a las masas a confiar en él.
¿Cuál es la política de la OCI? “Las masas, inclusive las que quieren que sus reivindicaciones sean satisfechas, se
dirigirán al gobierno, a los ministros, considerándolos más bien como sus aliados, pidiéndoles que las apoyen para
que ellas obtengan satisfacción. Es preciso, por nuestra práctica política, despejar el camino a este proceso político
en el que las masas querrán embarcarse, en una especie de diálogo con ‘su gobierno’, ‘sus ministros” (op. cit., p. 8).
Entonces, se parte de señalar un hecho posiblemente real, que las masas seguirán confiando en el gobierno y
pensando que bastará el “diálogo” con Mitterrand y sus ministros para satisfacer sus reivindicaciones y romper con
la burguesía. Pero este hecho, que es sólo una probabilidad, la OCI lo da como cierto porque es el que mejor
cuadra con la teoría de los “campos”. Ni se le ocurre plantear, siquiera como hipótesis, que las masas pierdan toda
confianza en el gobierno y en los partidos obreros traidores, ante el aumento de la desocupación, la disminución del
salario real, etc.
Pero supongamos que ocurrirá tal como dice la OCI: las masas seguirán confiando en el gobierno burgués a pesar
de todo. Un partido trotskista debe trazarse una política para combatir la actitud conciliadora de las masas, para
demostrarles que sólo deben confiar en su propia movilización y que el camino de la confianza en el gobierno
burgués conduce únicamente a la catástrofe (España, Chile, etc.).
No piensa así la OCI. Llevada por la teoría de los campos, y la consiguiente necesidad de mantener la unidad del
campo progresivo a toda costa, inclusive de consolidarla, su “práctica política” será la de fomentar la actitud
conciliadora de las masas, facilitando el “diálogo” de éstas con “su gobierno, sus ministros”.
Con esto se llega al colmo del reformismo proburgués. La OCI no plantea siquiera le necesidad de movilizar a las
masas contra la reacción, sin movilizarlas contra el gobierno frentepopulista, política que podría fundamentarse en
argumentos tácticos falsos, pero de cierto peso en una guerra civil. Aquí se propugna la política opuesta a cualquier
movilización: la de dialogar con el gobierno, es decir, con el jefe del campo.
2. Guerra civil sin armamento del proletariado
Dice el Proyecto de informe político:
“Sin lugar a dudas la marcha de los acontecimientos exigirá que se lance la consigna de milicias obreras, pare
responder a los ‘ataques de guerra civil’ que prepara el gran capital (...). Pero decidir hoy, en agosto de 1981,
lanzar la consigna de armamento de los obreros, consigna que debemos y nos estamos preparando a lanzar en la
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campaña que estamos haciendo en Informations Ouvrieres (...) sería pecar de un espíritu ‘doctrinario’ de los más
desconcertantes” (op. cit., p. 5).
Veamos. Resulta que “hoy, en agosto de 1981”, el gran capital ya está preparando sus “ataques de guerra civil”.
Pero al mismo tiempo, “hoy, en agosto de 1981”, lanzar la consigna de armamento de los obreros sería... ¡pecar de
un desconcertante espíritu doctrinario!
En todos los casos en que se ha “preparado una guerra civil” en la historia, los reformistas y los oportunistas se han
opuesto al armamento del proletariado. Para ello utilizan argumentos del tipo de “no provocar a la reacción; no
asustar a las clases medias”; “no romper la alianza con la burguesía liberal”; o argumentos aparentemente de otro
tipo, como “¿dónde vamos a conseguir las armas?”, etc. La OCI, que presume de trotskista, se limita a afirmar que
llamar al armamento del proletariado hoy sería “pecar de espíritu doctrinario”, por consiguiente no levanta esa
consigna.
Y eso es todo. En todo el extenso Proyecto de informe político no encontramos absolutamente ninguna otra
mención del problema de las milicias obreras y el armamento del proletariado, aunque sí abundan las referencias a
la guerra civil.
No entendemos por qué levantar estas consignas significa demostrar un espíritu “doctrinario”. Al contrario: el
enemigo posee un ejército poderoso, bien entrenado y experto en combatir a las masas tanto de la metrópoli como
de las semicolonias. Si está preparando ya la guerra civil, lo menos que se puede decir es que el armamento del
proletariado no sólo es una consigna de actualidad candente, problema de vida o muerte para los trabajadores, sino
que habría que haberla levantado ya desde hace tiempo, apenas se empezaron a observar los primeros síntomas de
guerra civil.
Según el Proyecto, “nosotros caracterizamos que actualmente en Francia existe une situación prerrevolucionaria...” (op. cit., p. 8). Tal vez sea por eso que llamar al armamento del proletariado es pecar de espíritu doctrinario:
habría que aguardar a que la situación se vuelva revolucionaria para levantar esa consigna. El único significado de
este argumento es: los obreros deben dejarse masacrar hasta que la situación se torne revolucionaria. Las obreros
no deben responder a cada golpe del capital, despertar a todas las masas explotadas con su ejemplo y pasar a su
vez al ataque; no, deben dejarse golpear con impunidad. Nos permitimos recordarles a la OCI una verdad elemental de la lucha de clases: las situaciones prerrevolucionarias pueden convertirse en revolucionarias, pero también en
contrarrevolucionarias. Con la política de la OCI de negarse explícitamente a llamar al armamento del proletariado,
sucederá precisamente esto último.
En la cita que transcribimos al comienzo, se dice “... la consigna de armamento de los obreros, consigna que
debemos y nos estarnos preparando a lanzar en la campaña que estamos haciendo en I.O....”.
En primer lugar, el tiempo que se está tomando la OCI para “prepararse” es extraordinariamente largo. El Proyecto apareció en agosto. Estamos escribiendo este documento en diciembre, o sea que han pasado ya cinco
meses. Para el pensamiento formal, cinco meses son siempre cinco meses. Para la dialéctica, cinco meses en una
situación de “guerra civil en germen” son todo lo contrario del mismo lapso calendario en tiempos de “paz social”.
Si la situación es la que pinta Lambert, entonces es un crimen dejar pasar un día, mejor dicho una hora, sin levantar
la consigna de armamento de los obreros porque en ese lapso el enemigo se está armando.
En segundo lugar, “la campaña que estamos haciendo en I.O. ¿De qué campaña hablan? Si tomamos los I.O. a
partir de “hoy, agosto de 1981” hasta la fecha (números 1011 a 1032), no encontramos absolutamente ninguna
campaña de preparación de los trabajadores y la vanguardia proletaria para la guerra civil.
A lo sumo aparecen algunas denuncias: por ejemplo, en I.O. 1029 se denuncia un atentado fascista contra la casa
editorial Etudes et documentation internationales (EDI), dedicada a la difusión de obras marxistas. Estas denuncias ocupan
algunas líneas en la sección “Noticias breves de la semana”. ¿Dónde está la campaña por el esclarecimiento de estos
crímenes y, sobre todo, por la formación siquiera de piquetes de defensa obrera (ni qué hablar de milicias)? Respondemos:
en ninguna parte, al menos que se considere que estas breves denuncias constituyen una campaña. Además, son denuncias
contra los fascistas, no por el armamento del proletariado y la destrucción del cuerpo de oficiales.
Resta preguntar por qué un partido que se reclama trotskista se niega a levantar las consignas por el armamento
y la formación de milicias obreras cuando considera que existe una situación prerrevolucionaria y una guerra civil en
germen. La teoría de los campos nos proporciona la respuesta. La guerra civil que se está preparando es entre los
“campos” consabidos, entonces hay que evitar a toda costa que se transforme en una guerra civil del proletariado
contra la burguesía, como sucedería inevitablemente si los obreros se armaran y formaran sus milicias.
Pero alertamos: se armen o no los obreros, la guerra civil siempre será entre las clases, porque la burguesía se
arma para defender sus intereses de clase contra el proletariado. Si éste no se arma, no se evitará la guerra civil, ni
el aplastamiento de las clases explotadas en su conjunto.
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Aclaramos para terminar este punto que nosotros no creemos que el armamento del proletariado sea una tarea de
urgencia inmediata, puesto que discrepamos con Lambert, que Francia está ya a las puertas de una guerra civil y
que nuestra política debe ser ahora la que tuvo Trotsky para España. Lo que denunciamos es la inconsecuencia de
Lambert, al servicio de su política de apoyo al “campo burgués progresivo”. Nosotros debemos levantar estas
consignas, pero para explicárselas a los trabajadores, no para la acción inmediata.
3. Guerra civil sin destrucción del ejército burgués
Es una ley de la lucha de clases, que el proletariado no puede triunfar en una guerra civil contra la burguesía, sin
destruir previamente al ejército burgués. Destruirlo significa ganar para la causa proletaria a la mayor parte de ese
ejército, y desmoralizar o neutralizar por completo al resto. En otras palabras, que el estado mayor se convierta en
un grupo de “generales sin ejército”; que las tropas (los obreros y campesinos que cumplen el servicio militar),
además de un sector importante del cuerpo de suboficiales y de oficiales de baja graduación, se rebelen contra el
alto mando burgués y se pasen al otro lado de la barricada.
La lucha por la destrucción del ejército burgués debe ser una campaña permanente del partido revolucionario.
Pero esa lucha pasa del plano propagandístico y pedagógico al plano de la agitación y la acción cuando existe una
situación como la que pinta la OCI, de guerra civil en germen.
El Proyecto de informe político de la OCI no contiene ni rastros de tal campaña. En todo el texto jamás se
menciona al alto mando o al estado mayor de las fuerzas armadas contrarrevolucionarias, ni se traza una política
para destruirlas. Al único cuerpo armado que si se menciona es al Servicio de Acción Cívica, cuerpo paramilitar
creado por de Gaulle y que la OCI considera una institución fundamental de la V República.
“Mitterrand está creando él mismo las condiciones [para la guerra civil] como la operación contra el SAC (...). El
gran capital se prepara a la guerra civil partiendo del corazón mismo de las instituciones de la V República -el SAC
es una de ellas, ligado a las demás- y del aparato del Estado burgués” (op. cit., p. 5).
Y el ejército, ¿no es parte del Estado burgués? ¿No es la pieza fundamental del dispositivo de la burguesía en la
guerra civil? Y si es así, ¿por qué no se lo menciona jamás?
La cita anterior nos da la clave. El SAC es parte del campo enemigo, junto con otras instituciones del Estado
burgués. Por eso se lo menciona tantas veces a lo largo del documento, y prácticamente no hay edición de I.O. que
no traiga un artículo al respecto. Porque el propio Mitterrand es quien está a la cabeza de la lucha contra el SAC.
¿Qué clase de campaña hace la OCI contra el ejército? Nosotros hemos visto sólo dos: una de ellas es por la
reducción del servicio militar a seis meses. Esta campaña se inicia en I.O. 1022, el 17 de octubre de 1981; subrayamos este fecha porque en nuestra carta al Comité Central del POSI, fechada el 13 de octubre, denunciábamos a
la OCI por no realizar esta campaña, que consiste en exigirle al gobierno que cumpla con sus propias promesas
electorales. Significa que la OCI ha tomado esta campaña en respuesta a nuestras críticas.
La otra campaña es contra el aumento del presupuesto militar. I.O. 1025 denuncia que el actual presupuesto
militar es un 17 por ciento mayor que el del año pasado (144 mil millones de francos contra 123) y que es más alto
que el presupuesto para la educación (137 mil millones).
La OCI plantea que el presupuesto militar debe utilizarse para resolver el problema del desempleo y también para
aumentar el presupuesto destinado a la educación pública, aceptando así nuestras críticas. Pero éstas son las dos
únicas campañas en I.O. que tienen algo que ver con el ejército.
En I.O. 1026 se denuncia ese aumento del presupuesto militar tras su aprobación por la Asamblea Nacional, y se
dice: “Al ir contra las aspiraciones de los jóvenes obreros y campesinos uniformados, al satisfacer los deseos del
cuerpo de oficiales, ¿no fortalece el gobierno el lugar y el papel político de éste? Colocado por encima del cambio,
es decir, de la voluntad popular, por el propio gobierno, ¿cómo no se verá alentado el ejército, en su voluntad
política arbitraría, a actuar contra el cambio, por cuenta de la reacción?”.
Aparte del estilo quejumbroso de este pasaje, que le cuadra tan mal a un partido revolucionario (y que, digamos
de paso, es el que campea en todo I.O.), aquí se ubica correctamente al cuerpo de oficiales en el campo de la
reacción. Pero puesto que el gobierno no está en el campo de la reacción sino que lidera el campo progresivo, toda
esta denuncia se reduce a un llamamiento fraternal al jefe de campo a no cometer el error de darles a los oficiales el
presupuesto que piden. No hay aquí un llamado a la movilización de las masas contra el presupuesto militar.
En cuanto a la reducción del servicio militar a seis meses, no ha habido hasta ahora otro llamado a la movilización
que la constitución de una delegación para presentarse en el ministerio de la defensa con un petitorio, cuya firma es
impulsada por la OJR, organización juvenil orientada políticamente por la OCI, y una marcha sobre la Asamblea
Nacional el día en que debía aprobarse el presupuesto militar.
Las consignas de reducción del servicio militar y utilización del presupuesto militar son correctas, pero de ninguna
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manera pueden considerarse como una campaña por la destrucción del ejército burgués, y menos aun .tratándose
de una situación de guerra civil en germen. En ningún lugar aparecen artículos agitativos llamando a los soldados y
suboficiales a rebelarse contra el mando reaccionario y a negarse a actuar contra los trabajadores. Tampoco se los
llama a sustraer las armas de los cuarteles y entregarlas a las organizaciones obreras.
Después de todo, ¿para qué? Basta con dirigir respetuosos llamados a la jefatura de campo, el gobierno burgués
de Mitterrand, para hacerle saber de nuestras aspiraciones y denunciar las maquinaciones malignas del cuerpo de
oficiales; ellos se encargarán de solucionar el problema. Eso sí nada de movilizamos por la destitución de esos
oficiales por los trabajadores ni proponer que los comités de soldados constituyan un nuevo cuerpo de oficiales,
porque eso podría romper el campo.
4. Las virtudes especiales del frentepopulismo
Dice el Proyecto de informe político: “Nosotros condenamos al gobierno frentepopulista español y sin embargo
estábamos en el “campo” de ese gobierno contra Franco. Sin embargo, cuando se dio el golpe de estado de los
generales de Argel en 1961 de Gaulle, nosotros nos negamos a incorporarnos al ‘campo’ de De Gaulle. De la
misma manera, es necesario, aunque el Estado burgués sea siempre el Estado burgués, saber discutir la forma y las
particularidades de cada Estado burgués” (op. cit., p. 7).
Aquí se da sólo el ejemplo de De Gaulle, pero la OCI también se ha negado en otra oportunidad a integrarse al
“campo” del rey Juan Carlos en España.
Ahora bien, la realidad es que el proletariado español bajo el régimen de Juan Carlos ha logrado conquistas
mucho mayores que el francés bajo Mitterrand, en relación a la situación existente antes de la toma del mando por
ambos. Desde la muerte de Franco y el ascenso de Juan Carlos, se ha logrado la eliminación siquiera parcial de la
censura de prensa; la realización de elecciones democráticas burguesas, con participación de los partidos que
Franco había proscrito, como el PC, el PSOE e inclusive partidos revolucionarios, trotskistas; el derecho de huelga;
la libertad sindical. Nada comparable ha logrado el proletariado francés bajo Mitterrand, es decir, no ha conquistado casi ningún derecho o reivindicación que no tuviera ya bajo Giscard. Entonces, ¿por qué la OCI se negaría a
defender esas conquistas contra un golpe de los franquistas? ¿O por qué se niega a defender la democracia francesa
tal como existe bajo De Gaulle contra un golpe de los generales fascistas de la OAS?
Para los marxistas, por el contrario, siempre es necesario combatir militarmente en el “campo” de un gobierno
burgués, cuando éste se ve amenazado por un golpe o sublevación de la reacción. Buen ejemplo de ello es el que
daba Trotsky, sobre la política de los revolucionarios en caso de que la Inglaterra “democrática” invadiera al Brasil,
gobernado por el semifascista Vargas:
“En Brasil reina actualmente un régimen semifascista que cualquier revolucionario sólo puede considerar con odio.
Supongamos, empero, que el día de mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil. ¿De qué lado se
ubicaría la clase obrera en este conflicto? En este caso, yo personalmente estaría junto al Brasil ‘fascista’ contra la
‘democrática’ Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque no se trataría de un conflicto entre la democracia y el fascismo. Si
Inglaterra ganara, pondría a otro fascista en Río de Janeiro y ataría al Brasil con dobles cadenas. Si por el contrario
saliera triunfante Brasil, la conciencia nacional y democrática de este país cobraría un poderoso impulso que llevaría
al derrocamiento de la dictadura de Vargas. Al mismo tiempo, la derrota de Inglaterra asestaría un buen golpe al
imperialismo británico y daría un impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés” (Escritos, T. X, p. 44).
Es decir que, para Trotsky, el carácter “semifascista” del gobierno Vargas no es impedimento para colocarse en su
bando militar frente a una eventual invasión imperialista, que colonizaría al Brasil e impondría un gobierno todavía
más reaccionario.
Lo mismo sostuvo, como vemos en otra parte, con respecto a Alemania en 1933: la necesidad de luchar militarmente junto al bonapartista reaccionario Bruening y Hinderburg si es atacado por Hitler y sus nazis.
Nosotros, en España, hubiéramos luchado con Juan Carlos-Calvo Sotelo contra Tejero si se hubiera desarrollado
una guerra civil entre ellos.
Verdaderamente, el gobierno frentepopulista de Mitterrand, debe poseer virtudes muy especiales, para merecer
que los trotskistas luchen en su campo contra la reacción, los mismos trotskistas que no lucharían en el campo de De
Gaulle.
Con esta posición, la OCI está demostrando que oportunismo y ultraizquierdismo en el fondo son dos caras de la
misma moneda revisionista. Es oportunista con respecto a Mitterrand, en cuyo gobierno burgués ve tantas virtudes
que lucha en su campo subordinándose políticamente a esa dirección. Y es ultraizquierdista con respecto a De
Gaulle, ya que se niega a combatir militarmente en su campo contra la reacción fascista. En ambos casos, tiene una
política directamente opuesta a la de Trotsky, quien sostuvo, como hemos visto, que siempre luchamos militarmente
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en el campo del gobierno burgués si éste es amenazado por el fascismo o el imperialismo.
Nosotros, que combatimos a todos los gobiernos burgueses y no apoyamos a ninguno, combatimos con cualquiera de ellos si entra en guerra civil con un adversario reaccionario.
5. Los tres ejemplos de Lambert
Hemos visto que el Proyecto de informe político trae tres ejemplos históricos en los cuales se produjeron enfrentamientos físicos entre el gobierno y la burguesía del campo reaccionario: la sublevación de Kornilov, la invasión
japonesa de China y la guerra civil española. Justamente esos tres ejemplos nos servirán para demostrar que la
política de la OCI para Francia (suponiendo que realmente existe una guerra civil en germen), es la opuesta de la
que aplicaron Lenin y Trotsky.
Luchar con Kerenski contra Kornilov
Aproximadamente una semana antes de la sublevación de Kornilov (agosto de 1917), ya corrían rumores por
toda Rusia de un alzamiento contrarrevolucionario contra el gobierno de Kerenski. Inmediatamente se conforma un
bloque “defensista” (defensa del gobierno) con los mencheviques, los eseristas y aparentemente un sector del
Partido Bolchevique. Esta fue la reacción de Lenin: “Cualquier bolchevique que hubiera llegado a un acuerdo con
los defensistas (...) para expresar en forma indirecta confianza en el gobierno provisional (al que se defiende, según
se afirma, de los cosacos) sería, por supuesto, inmediata y justicieramente expulsado del partido (...). Nuestros
obreros y nuestros soldados van a combatir las tropas contrarrevolucionarias si ellas inician una ofensiva contra el
gobierno provisional; lo harán, no para defender a este gobierno que llamó a Kaledin y Cía. el 3 de julio, sino para
defender independientemente la revolución en procura de sus propios fines: los fines de asegurar la victoria de los
obreros, de los pobres, la causa de la paz, y no la victoria de los imperialistas Kerenski, Avxentiev, Tseretelli,
Skobeliev y Cía.” (Obras completas, Tomo XXVI, pp. 329-330).
Y cuando los cosacos de Kornilov avanzaban sobre Petrogrado: “No debemos apoyar al gobierno de Kerenski
ni siquiera ahora. Es una falta de principios (...). Luchamos contra Kornilov exactamente como lo hacen las tropas
de Kerenski, pero nosotros no apoyamos a Kerenski. Por el contrario, nosotros desenmascaramos su debilidad”
(op. cit., p. 373).
Como vemos, la política de Lenin consiste en luchar contra Kornilov junto con las tropas de Kerenski, pero sin
prestar el menor apoyo a éste; por el contrario, lo ataca constante e implacablemente. El fin de su lucha no es la
defensa del gobierno burgués, sino garantizar la victoria del proletariado. La política de Lambert, en cambio, consiste en luchar contra la CNPF pero en defensa del gobierno, y facilitando el diálogo de las masas con él. Mucho
nos tememos que, con esa política, Lambert hubiera sido “expulsado inmediata y justicieramente” del partido
bolchevique.
La invasión japonesa de China
En julio de 1937, se inicia la invasión japonesa de China. En ese momento, Trotsky envía un comunicado a la
prensa burguesa donde dice:
“Si existe en el mundo una guerra justa, es la guerra del pueblo chino contra sus opresores. Todas las organizaciones obreras, todas las fuerzas progresivas de China, sin abandonar sus programas ni su independencia política,
cumplirán hasta el fin con su deber en la guerra de liberación, independientemente de su actitud hacia el gobierno de
Chiang Kai-Shek” (On China, p. 547).
Esta posición de Trotsky despertó algunas dudas en las filas del movimiento trotskista internacional, puesto que se
trata de luchar con el ejército de Chiang Kai-Shek, el mismo que había masacrado a los obreros de Shangai. Por
eso Trotsky poco después aclaró su posición en una serie de artículos y cartas:
“Al participar en la guerra nacional legítima y progresiva contra la invasión japonesa, las organizaciones obreras
deben mantener su total independencia política con respecto al gobierno de Chiang Kai-Shek” (Op. cit., p. 573;
subrayado en el original).
“Sabemos muy bien que Chiang Kai-Shek es el verdugo de los obreros. Pero el mismo Chiang Kai-Shek se ve
obligado a conducir una guerra que es nuestra guerra. En dicha guerra, nuestros camaradas deben ser los mejores
combatientes. Políticamente deben criticar a Chiang Kai-Shek por hacer la guerra de manera ineficaz, por no
imponer elevados impuestos a la clase burguesa, por no armar a los obreros y campesinos, etc. El obrero chino
debe decir: ‘Los ladrones japoneses impusieron esta guerra a mi pueblo. Es mi guerra. Pero, desgraciadamente, la
conducción de la guerra está en malas manos. Debemos vigilar severamente a esa dirección y prepararnos para
reemplazarla” (op. cit., pp. 574 y 575).
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Es decir, incluso en una polémica con sectores ultraizquierdistas que se niegan a combatir al imperialismo, Trotsky
no se cansa de insistir en la independencia política de las organizaciones obreras y en la necesidad de denunciar al
gobierno.
La guerra civil española
Finalmente, la política de Trotsky en la guerra civil española también es la opuesta de la que preconiza el Proyecto
de informe. En un articulo publicado en Lutte Ouvriere del 21 de mayo de 1937 dijo: “Es necesario movilizar abierta
y audazmente a las masas contra el gobierno del Frente Popular” (La revolución española, T. II, p. 104).
Y poco después: “Acusamos a este gobierno de proteger a los ricos y atacar a los pobres. Mientras no seamos
suficientemente fuertes como para derrocarlo, combatiremos bajo su bandera. Pero en todos las ocasiones manifestaremos nuestra desconfianza en él: ésta es la única posibilidad de movilizar políticamente a las masas contra este
gobierno, preparando su derrocamiento. Cualquier otra política sería traición a la revolución” (op. cit., p. 164).
“La renuncia a la agitación independiente y a la organización de cara al derrocamiento revolucionario del gobierno
burgués no pueden, en el mejor de los casos, sino alargar la agonía de la democracia burguesa y facilitar el triunfo
del fascismo” (op. cit., p. 157).
Y esto también está clarísimo. Para Trotsky, es un deber luchar en las filas republicanas contra Franco. Pero
aceptamos la conducción militar de Negrín, no su dirección política. Al contrario, llamamos constantemente a las
masas a desconfiar del gobierno frentepopulista, a movilizarse contra él y a preparar su derrocamiento revolucionario.
6. La verdadera política bolchevique y trotskista
De estas afirmaciones tan claras de Lenin y Trotsky se desprende la verdadera política de los revolucionarios, al
producirse un choque físico entre dos “campos”. Resumamos sus características principales.
Luchamos militarmente en el campo frentepopulista
Cuando se produce un choque físico entre dos sectores de la burguesía, no podemos permanecer neutrales,
estamos obligados a alinearnos. Pero lo hacemos respondiendo a una realidad objetiva, ajena a nosotros, que nos
obliga a luchar en un terreno que no es el nuestro. Nuestro terreno es el de la lucha de clases, del proletariado contra
la burguesía.
Es nuestro deber combatir al fascismo o a una invasión imperialista, y si el gobierno burgués también lo hace, nos
encontramos en el mismo campo. Pero ese campo es puramente militar: jamás, en ningún momento nos subordinamos a su dirección política. Nuestra “oposición irreductible” al gobierno, nuestra independencia política con respecto a él, es el eje principista de toda nuestra política; lo único que cambia, es la forma de combatir al gobierno, es
decir, la táctica. Por ejemplo, denunciamos sus vacilaciones y debilidades frente al enemigo fascista o imperialista.
Exigimos que arme a los trabajadores y campesinos y les garantice un entrenamiento militar de primera, pagado por
la patronal. Exigimos también que obtenga los fondos para la guerra mediante los impuestos a las ganancias de la
burguesía. Justamente, la guerra nos brinda una magnífica oportunidad de demostrar en la práctica que el gobierno
frentepopulista es quien más favorece la victoria del fascismo y el aplastamiento de las masas.
La alineación militar es un episodio táctico
Pero la subordinación militar al comando del frente antifascista o el gobierno frentepopulista no es una política
permanente. Es sólo una táctica que responde a determinada relación de fuerzas: cuando los partidos obreros
traidores y el gobierno del frente popular cuentan con la confianza de las masas y poseen mayor fuerza que el
Partido bolchevique. Por eso Trotsky dice que combatimos bajo las banderas de Negrín en tanto no tengamos
fuerza suficiente como para derrocarlo.
Transformar la lucha entre campos en lucha de clases
El partido revolucionario tiene un objetivo permanente, que no se abandona durante la guerra civil: es la independencia política del proletariado.
Durante las guerras civiles o invasiones imperialistas sucede que los campos surgen en la realidad, como lo
demuestran los tres ejemplos históricos que da el Proyecto de la OCI. Como hemos dicho, los revolucionarios
luchan militarmente en el campo más “progresivo”, pero no para capitular ante su dirección política burguesa como
hace la OCI. Todo lo contrario, en medio de esa lucha militar combatimos políticamente a la dirección burguesa,
inculcamos en las masas la más absoluta desconfianza en él y buscamos transformar esa desconfianza en odio de
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clase. Nuestra propaganda y agitación desenmascara paso a paso las vacilaciones y debilidades de la dirección del
campo y la muestra como la mejor aliada en nuestras filas del campo enemigo.
Derrocar el gobierno burgués y conquistar el poder
Nuestra política de independencia de clase y ruptura del bloque del proletariado con la burguesía, apunta a
nuestro objetivo supremo de derrocar al gobierno burgués y conquistar el poder. Sin el derrocamiento revolucionario del gobierno burgués no puede haber victoria contra el fascismo, o sólo puede haber una victoria momentánea.
El peligro fascista seguirá existiendo. La miseria de las masas subsistirá, no como peligro sino como realidad.
La actual política de la OCI, de mantener a la clase obrera atada al carro del gobierno frentepopulista, le hace el
juego al “campo reaccionario” y constituye la mejor manera de conducir al proletariado francés a la catástrofe.
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Capítulo VII
La política frente a los partidos obreros contrarrevolucionarios
El ascenso de los partidos obreros contrarrevolucionarios al gobierno, sea para ejercerlo en forma directa con la
“sombra de la burguesía” (el caso actual en Francia) o para participar en un gabinete de mayoría de los partidos
burgueses (el primer gobierno francés de posguerra, en que Thorez fue ministro de trabajo) es un hecho relativamente inusual en la mayoría de los países capitalistas, aunque más frecuente en los adelantados. Cuando sucede,
provoca distintos tipos de reacciones en el movimiento marxista. Justamente, esa reacción es un excelente termómetro para saber si el partido en cuestión es revisionista o consecuentemente marxista. Adelantándonos a lo que
será el desarrollo del presente capítulo, sinteticemos brevemente las diferencias.
Para los revisionistas, el ascenso de los partidos obreros contrarrevolucionarios al gobierno significa un cambio
favorable en las características de los mismos. El hecho de que las masas confíen en ellos les otorga ciertas virtudes,
que los convierten de contrarrevolucionarios y agentes de la burguesía, en reformistas que están contra la burguesía
pero tienen un método equivocado: la colaboración de clases.
De ahí se deriva que debe abandonarse la denuncia violenta y constante de los mismos y de sus direcciones, a
cambio de una política de apoyo combinado con la crítica fraternal para que modifiquen su orientación errónea.
Los marxistas revolucionarios piensan justamente lo contrario. Cuando dichos partidos entran a formar parte del
gobierno burgués, su carácter contrarrevolucionario se acentúa al máximo, porque a su función habitual de agentes
de la burguesía en el movimiento obrero, se agrega ahora la de gobernantes, gerentes políticos del Estado capitalista
contra los trabajadores. Este es el análisis de principios que hacen los marxistas revolucionarios: que se han convertido, de agentes de la burguesía en el movimiento obrero, en agentes de la burguesía y garantes del orden burgués
a nivel de la sociedad en su conjunto. Podemos decir que han pasado de partidos obreros burgueses a partidos
burgueses obreros: su carácter de clase no cambia por el hecho de entrar al gobierno burgués, pero a partir de
entonces su función es aplicar la política de la burguesía a nivel de toda la sociedad, no sólo del movimiento obrero.
La política que se desprende de esta apreciación es que nuestra denuncia de los partidos obreros traidores, si fue
violenta antes de su ascenso al gobierno, es ahora un millón de veces más violenta y consecuente. Para no extendernos, digamos simplemente que, cuando los mencheviques entraron al gobierno provisional, Lenin dijo que la política
de los bolcheviques hacia ellos debía ser igual a la que tenían con respecto a los kadetes antes de febrero. Y cuando
Blum llegó al gobierno en 1936, Trotsky lo calificó de hermano gemelo del Partido Radical burgués.
Estas son, a grandes rasgos, las diferencias entre los revisionistas y marxistas frente a los partidos obreros contrarrevolucionarios en el gobierno. ¿Cómo es la política de la OCI (u)? Revisionista hasta la médula, como veremos a
continuación.
1. La OCI no combate a los partidos obreros contrarrevolucionarios
La OCI(u), partido que se reclama trotskista, ha cambiado por completo la caracterización marxista tradicional
de los partidos obreros contrarrevolucionarios y de la política revolucionaria respecto de los mismos, desde que el
PS y el PCF subieron al gobierno con Mitterrand.
Si pasamos revista a los Informations Ouvrieres aparecidos en los ocho meses que han transcurrido desde las
elecciones, encontramos el siguiente panorama. Artículos contra el Partido Socialista no hay absolutamente ninguno.
Todo lo contrario: I.O. Nro. 1004 expresa su alegría porque en las elecciones el PS le ganó 46 escaños al PC y
afirma: “La derrota aplastante de los partidos burgueses se acompaña de un retroceso considerable del PC”. I.O.
Nro. 1024 publica un articulo al que ya nos hemos referido en otra parte, sobre el congreso del PS, con un virulento
ataque frontal al ala Rocard, supuesta representante del “campo reaccionario” en las filas del partido de gobierno.
Con respecto al partido stalinista, hemos encontrado artículos en los siguientes números de I.O. (subrayamos la
palabra artículos, porque no nos referimos a tal o cual frase suelta): 1007, 1014, 1022, 1023, 1027, 1030 y 1032.
Dos de ellos (1014 y 1032) no se refieren a Francia sino a Polonia, critican a la dirección del PCF por apoyar a la
burocracia polaca y soviética en su guerra contra los obreros polacos. Tenemos entonces que, en treinta y tres
ediciones del periódico, aparecen solamente siete artículos contra el partido stalinista, y dos de ellos no se refieren
a su política en Francia.
Ahora bien, el Proyecto de informe político afirma: “Su presencia [en el gobierno] significa que el PCF, el aparato
stalinista de la CGT, no solamente cubren el conjunto de la política del gobierno, sino que toman a su cargo el freno
y retroceso de las masas, la defensa de la burguesía, el Estado, la V República y sus instituciones, avalando las
exigencias económicas y políticas de la burguesía” (p. 7).
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Excelente afirmación, si no fuera por dos pequeños defectos. En primer lugar, ¿por qué no se incluye aquí al PS?
Justamente éste es el máximo responsable de provocar el “freno y retroceso de las masas” y el que está encargado
de la “defensa de la burguesía, el Estado, la V República y sus instituciones” por tener a su cargo la máxima
institución del Estado francés, la presidencia de la república.
En segundo lugar, es lícito creer que semejante afirmación en el documento que fija los lineamientos de la política
del partido para el próximo período debería concretarse en una campaña de denuncia implacable siquiera contra el
PC. Nada de eso: sólo cinco artículos en ocho meses, sin contar dos dedicados a la cuestión polaca.
Antes del 10 de mayo pasado, el PC era objeto de ataques constantes y brutales en I.O. Por su política contrarrevolucionaria al servicio de la burguesía; el PS también lo era, aunque en mucho menor medida. En edición tras
edición del periódico se lo atacaba por su política divisionista, que ponía en peligro la derrota electoral de Giscard.
Elegido el nuevo gobierno, todo eso ha cambiado. Los escasos ataques al PS han desaparecido por completo, y
la campaña constante contra el PC se ha convertido en alguno que otro artículo de denuncia.
2. En lugar de denuncia, crítica fraternal
La falta de denuncia de los crímenes contrarrevolucionarios del PC y principalmente del PS en la actual etapa
tiene una contrapartida en lo que la OCI (u) sí dice sobre ellos. Esta política por la positiva tiene dos aspectos que
veremos por separado, aunque ambos responden a la misma concepción global, típica del revisionismo: que el PS
y el PC han perdido su carácter contrarrevolucionario. El primer aspecto es el de la crítica fraternal al PS y al PC;
el segundo, que veremos más adelante, consiste en llamarlos al frente único.
La “Declaración del CC de la OCI” (I.O. 1030), otro de los documentos que serían discutidos en el XXVI
congreso de la organización, se refiere a la política del gobierno y a la de los partidos obreros dentro del mismo:
“Es un hecho: contra las aspiraciones de las masas trabajadoras, el gobierno no toma las medidas anticapitalistas
que se imponen para sacar al país del atolladero. El gobierno y la mayoría PS-PCF han obtenido, junto con esa
mayoría, la confianza de la clase obrera, las masas trabajadoras y la juventud. El gobierno y la mayoría PS-PCF no
dejan de ceder ante los capitalistas y banqueros. Es un hecho: desde su constitución, el gobierno y la mayoría PSPCF sólo hacen concesiones y más concesiones a los capitalistas y banqueros”.
Se diría que la conclusión, puesto que se trata de un documento supuestamente trotskista, es obvia: “No es casual
que el gobierno, con su mayoría PS-PCF actúen exclusivamente en beneficio de los patrones y contra los intereses
de los trabajadores que los hemos elegido contra Giscard. Este gobierno no puede actuar de otra manera porque es
un gobierno burgués, patronal. El PS y el PCF no pueden actuar de otra manera porque son partidos traidores, que
se vendieron a la patronal hace ya muchos años. Eso confirma lo que los trotskistas decimos desde hace años: que
el movimiento obrero y las masas trabajadoras no pueden confiar en un gobierno patronal, aunque lo formen
mayoritariamente el PS y el PCF”.
Esto decimos los trotskistas, pero no es lo que dice la OCI:
“La verdadera salida consiste en responder a los pedidos de los trabajadores y romper con la burguesía. Lo que
piden los trabajadores es que el país sea gobernado contra los capitalistas”.
¿A quién va dirigido este llamado plañidero? Al gobierno y los partidos obreros traidores:
“existe la posibilidad de hacer una política distinta. La existencia de una mayoría PS-PCF en la Asamblea lo indica
claramente (....) La exigencia del momento, que viene desde abajo, es clara: hay que gobernar contra los capitalistas, apoyándose en la mayoría. Hay que apoyarse en la mayoría que echó a Giscard, la mayoría que eligió a una
mayoría PS-PCF para terminar con el sabotaje de los capitalistas y banqueros.”
Es decir, en lugar de aprovechar la situación para terminar de desbaratar las ilusiones erróneas de los trabajadores, mostrándoles en la práctica el verdadero carácter del gobierno, el PS y el PC, se dice que ese mismo gobierno
y esos partidos pueden tomar otro camino, el de gobernar contra los capitalistas. De paso, se afirma que hay que
seguir confiando en ellos, porque pueden hacerlo.
Ahora que la situación objetiva nos permite a los trotskistas pasar de las denuncias propagandísticas contra los
partidos traidores, denuncias que venimos haciendo desde hace tantos años, a la acción y la movilización de masas
contra los mismos, la OCI llama a los trabajadores a confiar en ellos. Toda su acción se limita a criticarlos fraternalmente por gobernar a favor de los patrones y llamarlos a que enderecen el rumbo. ¿Puede haber crimen mayor
contra el trotskismo y contra la revolución proletaria?
3. La OCI (u) llama al PS y al PCF a conformar un frente único
La otra cara de esta política de confiar en los partidos traidores se expresa de la siguiente manera: “Contra el
aumento de precios, contra el derrumbe de los salarios organizado deliberadamente por los patrones, sólo existe
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una posibilidad de luchar: formar el frente único de las organizaciones obreras para reclamar, precisamente a los
patrones que tanto se regocijan: aumento general de salarios, bloqueo automático de los precios” (I.O. Nro. 1007,
editorial).
Aquí hay una mentira flagrante, al servicio de proteger al gobierno: el aumento de precios y el derrumbe de los
salarios es exigido por los patronos, pero quien los decreta es el gobierno de Mitterrand, y así hay que decirlo.
Pero esa mentira tiene un objetivo inmediato: ocultar que son el PS y el PCF quienes aplican esta política, porque
aquí se los llama a conformar un frente único para luchar contra la misma. Es decir, la OCI llega al extremo de la
idiotez al llamar al PS y al PCF a conformar un frente único contra la política... ¡que ellos mismos aplican desde el
gobierno! La OCI es consciente de que el absurdo de esta política se descubre fácilmente; por eso miente para
ocultar a los verdaderos autores de la política de hambre.
Podría objetarse que un mero editorial no refleja la política general y permanente del partido. Sin embargo, hay
dos afirmaciones categóricas que demuestran que el frente único sí es uno de los ejes de la Política actual de la OCI.
En la carta al CC del POSI nosotros decíamos: “Cuando aparece un gobierno de frente popular, se terminó la
táctica del frente único”. El fraudulento “consejo general” convocado por la OCI responde: “La lucha por el frente
único obrero es una constante.” (Bulletin..., p. 27).
La “Declaración del CC” dice, citando un manifiesto de la OCI (u), “decimos a los trabajadores y jóvenes: Habéis
impuesto la unidad contra la división. Giscard está vencido. Hay que hacer todo lo posible para mantener y extender
el bloque unido de los trabajadores, de sus partidos y organizaciones políticas, que acaban de inflingirle una primera
derrote al capital”.
Y un poco más abajo: “Así, la posición de la OCI (u) es clara, y se caracteriza por una continuidad política que,
en todas las circunstancias, opone la unidad del frente proletario a la burguesía...”.
Aquí está dicho con una claridad que no admite dudas, que para la OCI(u) el ascenso del PS y el PC al gobierno
no significa el abandono del frente único, porque es la política a aplicar “en todas las circunstancias”. En realidad, sí
ha habido un cambio: antes el llamado al frente único iba acompañado de la denuncia de esos partidos ahora, esa
denuncia ha sido atenuada en el caso del PC y abandonada por completo en el caso del PS.
Los trotskistas creemos lo contrario: que es condición indispensable -aunque no única- para aplicar la táctica del
frente único, que los partidos obreros estén en la oposición, no en el gobierno. Cuando el PS y el PC se encuentran
en el gobierno, existe una alianza política entre ellos y la burguesía, o sectores importantes de la misma. Esto no quita
que exista una oposición política al gobierno, pero dentro de los marcos del régimen institucional que cobija tanto a
los partidos burgueses como a los partidos obreros contrarrevolucionarios.
Existen momentos excepcionales en que la mayor parte de la burguesía rompe con el gobierno frentepopulista y
busca derribarlo mediante un golpe de estado, o sublevación contrarrevolucionaria. En esos momentos, cuando se
rompe el acuerdo político entre el PS-PC y la burguesía, puede estar planteada la táctica del frente único con ellos.
Pero esos momentos son, insistimos, excepcionales. La regla general es el acuerdo político de esos partidos con la
burguesía. Y en esa situación, no puede haber llamado al frente único obrero con los gerentes políticos del régimen
burgués.
La razón es muy sencilla: el frente único es una táctica que consiste en invitar a los partidos obreros mayoritarios
y a sus bases a luchar contra la burguesía y su gobierno alrededor de puntos comunes, que son las reivindicaciones
más sentidas por las masas. Es el llamado a una lucha inmediata, ya, hoy mismo.
¿Cuáles son los puntos en común que tenemos los trotskistas con el PS y el PC actualmente en Francia? Las
reivindicaciones más sentidas por las masas francesas hoy día son que se ponga fin a la desocupación, se congelen
los precios de los artículos de primera necesidad y se aumenten los salarios. ¿Cómo podemos llamar al PS y al PC
a luchar por esas reivindicaciones si son ellos los que aplican la política de austeridad del gobierno, de desocupación, precios altos y salarios miserables? Un frente con el PS y el PC contra la desocupación significa luchar por la
aplicación del plan Mauroy, que promete trabajo para el 10% de los parados actuales para el fin de 1984, y para
todos hacia el año 1988. Ese sí sería un punto en común para hacer un frente único, pero un punto común de los
traidores, de la canalla contrarrevolucionaria de la cual forma parte hoy día la OCI(u).
4. Una confusión teórica al servicio de la traición
Dice la respuesta del supuesto “consejo general” a nuestra Carta al CC. del POSI: “Toda la política de Lenin y
Trotsky en relación a los partidos obreros o que representan a las masas tiene como eje la línea del frente único, con
la reivindicación, ¡romped con la burguesía! En Francia, la reivindicación de un gobierno PS-PCF sin ministros
burgueses es una de las expresiones más elevadas de la lucha por el frente único obrero.” (Bulletin... Nº 1, p. 26;
subrayado en el original).
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En primer lugar, es falso que la línea del frente único sea el eje de la política de Lenin y Trotsky con respecto a los
partidos obreros burgueses; nos extenderemos sobre esto un poco más adelante. Aquí se está haciendo una confusión entre dos tácticas distintas: el frente único y el gobierno obrero y campesino.
El llamado al PS y al PC a romper con la burguesía es, efectivamente, “una de las expresiones más elevadas de la
lucha por el frente único obrero”, cuando esos partidos están en la oposición; aquí se habla del PS y el PCF en el
gobierno, en alianza con la burguesía. El llamado a romper con la burguesía como expresión de la táctica del frente
único es, como todas las expresiones de esa táctica, una invitación a la lucha alrededor de puntos comunes, sentidos
por las masas hasta el punto de que están dispuestas a movilizarse de manera inmediata.
El llamado a “romper con la burguesía” cuando el PS y el PC están en el gobierno no es una invitación a la lucha
conjunta con ellos, sino una exigencia, destinada a impulsarlos a constituir un gobierno sin burgueses, un gobierno
contra la burguesía; en el caso de que un gran ascenso de las masas los obligara a hacerlo, el gobierno resultante no
sería aún la verdadera dictadura del proletariado pero sí un paso extremadamente importante hacia la misma. Pero
si no rompen con la burguesía que es lo más probable entonces su esencia contrarrevolucionaria queda puesta al
desnudo ante las masas. Esta, digámoslo de una vez, es la táctica del gobierno obrero y campesino.
Esta confusión de ninguna manera es casual, sino que obedece a una lógica profunda, coherente con toda la
política de la OCI (u). Porque a continuación del pasaje de Bulletin arriba citado, se dice: “¿Es necesario recordar
una vez más el Programa de Transición y ese pasaje tan importante sobre el gobierno obrero y campesino...?” (op.
cit., p. 26).
Digamos que si, y recordémoslo: “Exigimos a todos los partidos y organizaciones que se apoyan en los obreros y
campesinos y hablan en su nombre, que rompan políticamente con la burguesía y entren al camino de la lucha por el
gobierno de los obreros y campesinos. En este camino, les prometemos pleno apoyo contra la reacción capitalista.
Al mismo tiempo, desarrollamos una infatigable agitación alrededor de las reivindicaciones de transición que deberían formar, en nuestra opinión, el programa del ‘gobierno obrero y campesino’.” (P. de T., p. 34).
Aquí se dice que esta es una exigencia a los partidos obreros, no una invitación a luchar juntamente con ellos. Pero
lo más importante aquí es que “desarrollamos una infatigable agitación alrededor de las reivindicaciones de transición que deberían formar, en nuestra opinión, el programa del gobierno obrero y Campesino.”
¿Cual es la única agitación que hace la OCI? El apoyo a las “medidas” o “pasos progresivos” del gobierno de
Mitterrand contra lo burguesía y la CNPF; el apoyo a los principios que surgen del plan Mauroy para liquidar la
desocupación en siete años; el llamado al gobierno a no cometer el error de conciliar con la burguesía.
Algunos ejemplos:
• La gran huelga de la Renault fue ignorada por la OCI (u) durante un mes, y finalmente se dio una línea aventurerista destinada a paralizar la lucha.
• En Logabax, contra los despidos, se planteó que había que “darle al gobierno el tiempo que necesite” para
resolver los problemas, y no plantear la nacionalización de la empresa.
• En el movimiento estudiantil, la UNEF dirigida por la OCI y el PS, se limita a “felicitar” al gobierno ante cada
medida que toma.
• Finalmente, en el conflicto de Orly, contra los despidos, la OCI conformó un frente único con la burocracia
sindical ligada al PS y al PC para hacer aprobar una resolución donde se adopta como única medida para impedir
los despidos, una reunión con el ministro de trabajo.
Esta es la lógica profunda de la confusión teórica entre frente único y gobierno obrero y campesino: la OCI (u) ha
conformado un sólido frente único con el gobierno frentepopulista, burgués, imperialista de Mitterrand y con todos
los partidos que lo integran (incluidos los burgueses). El objetivo de sus referencias fraudulentas a Lenin y Trotsky
es disfrazar su traición al proletariado y la revolución bajo un ropaje trotskista.
5. Un frente único dentro del frente único
Sostenemos, entonces, que la OCI (u) es parte de un gran frente único encabezado por el gobierno de Mitterrand,
donde participan los partidos burgueses y obreros del mismo. Sin embargo, es necesario matizar esta afirmación,
porque dentro de ese gran frente, la OCI (u) impulsa otro, más reducido, que obedece a la lógica de los “campos
progresivos”. Veamos:
“El conflicto se desenvolverá tanto en el interior del gobierno como en el interior del PS. Y en este caso tampoco
la OCI unificada permanecerá neutral” (Proyecto de informe político, p. 7).
Es decir, la teoría de los campos se extiende aquí al Partido Socialista, el principal partido del gobierno.
Informations Ouvriers Nº 1024 (31-10-81) dedican un importante artículo al congreso del PS, realizado en
octubre. Allí se dice:
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“Ante el furor reaccionario (de la patronal y la prensa), numerosos delegados al congreso fueron muy aplaudidos
al pedir al gobierno que utilice los medios de que dispone para hacer cesar los golpes lanzados por los banqueros
y el sabotaje escandaloso de la alta administración. Pero esta voluntad de reaccionar y de nombrar claramente al
enemigo, fue contrarrestada el segundo día por varios miembros del gobierno, principalmente por dirigentes de
corrientes minoritarias del PS: Rocard [ministro del Plan], Chevenement, Mauroy [primer ministro]. ¿No es éste el
objetivo de la nueva andanada de la prensa, dirigida esta vez contra el congreso de Valence: apoyarse en los
llamados a la ‘moderación’ provenientes del interior del PS para redoblar la ofensiva contra los trabajadores y el
gobierno?
Más claro, imposible. El gobierno (es decir, Mitterrand) está siendo atacado desde el interior del propio Partido
Socialista, por ministros como Mauroy y Rocard. Estos son los agentes de los “capitalistas y banqueros” que
sabotean la acción del gobierno.
Otro artículo, bajo el título de “por qué ellos prefieren a Rocard” señala que este ministro está en contra de
“provocar un desbarajuste en el aparato productivo”; en otras palabras, está en contra de las nacionalizaciones.
Debido a estas declaraciones y otras por el estilo, el diario La Croix, que expresa las posiciones de la jerarquía
católica, ha dicho que Rocard “se destaca en e] grupo de los razonables (...) por preconizar la moderación en los
aumentos salariales....” (I.O. 1024).
I.O. contrasta estas declaraciones de Rocard con las del ministro del interior Gaston Defferre: “En cuanto a los
banqueros, es ellos o nosotros”, es decir, el gobierno es el enemigo mortal de los banqueros.
Aquí se revela el aspecto sectario de la orientación general oportunista de la OCI (u): se excluye a Mauroy y
Rocard del “campo burgués progresivo”. El gobierno frentepopulista es progresivo, por lo cual la OCI (u) hace
frente único con él. Pero dentro de ese frente único hay un ala “infiltrada”, por así decirlo, que responde al campo
enemigo, reaccionario, el del CNPF. Ese sector es el que impide que el gobierno avance por el “buen camino” de
satisfacer las reivindicaciones de las masas, y lo hace ceder a las exigencias de los capitalistas y banqueros. Por ello
la OCI (u) conforma un frente único dentro del frente único mayor con Mitterrand y sus incondicionales, como
Defferre, contra Rocard y los suyos.
Con ello, el PS -y nos referimos al PS en su conjunto, con Mitterrand a la cabeza- ha dejado de ser un partido
obrero traidor, un partido obrero burgués que se pasó definitivamente al bando de la contrarrevolución hace casi
setenta años. Ahora es un partido que integra a los dos campos, el burgués y el antiburgués; la OCI hace frente
único con este último, es decir, nada menos que con Mitterrand.
6. La verdadera política de Lenin y Trotsky
El ropaje leninista y trotskista con el cual la OCI (u) busca disfrazar su traición realmente no resiste la crítica: basta
ver qué dijeron realmente Lenin y Trotsky sobre el tema que nos ocupa.
En primer lugar, el ascenso de los partidos obreros traidores al gobierno, exige un cambio radical en la caracterización de los mismos y, por consiguiente, un cambio en la política del partido revolucionario. Escuchemos primero
a Lenin refiriéndose a los mencheviques cuando entraron a formar parte del gobierno provisional:
“La mínima confianza en los mencheviques equivaldría a una traición a la revolución, como lo hubiera sido confiar
en los kadetes entre 1905 y 1917.”
Y poco después: “La principal garantía de su éxito está ahora en la clara comprensión de las masas sobre la
traición de los mencheviques y los eseristas, en la total ruptura con ellos, en un boicot tan incondicional por parte de
todo el proletariado revolucionario, como lo fue el boicot a los kadetes después de la experiencia de 1905.” (Obras
completas, T. XXVI, p. 330).
Lenin afirma e insiste en que, a partir de su ingreso al gobierno burgués, los mencheviques merecen, de parte del
proletariado, el mismo tratamiento que recibe el partido burgués de los kadetes: ninguna confianza, ruptura total,
boicot incondicional. Evidentemente, esta caracterización excluye toda política de acuerdo o frente con ellos. Lenin
lo dice explícitamente: “Los mencheviques se han pasado definitivamente al campo de los enemigos del proletariado. Con personas que se han pasado definitivamente al campo de los enemigos no se negocia; con ellas no se
conciertan bloques. La tarea primordial de los socialdemócratas revolucionarios es aislarlos por completo, en todos
los elementos más o menos revolucionarios de la clase obrera” (Obras completas, T. XXVI, pp. 329-330).
Trotsky no es menos categórico. Cuando llegó Blum al gobierno, dijo: “El partido de Blum es un partido burgués,
el hermano menor del radicalismo decadente” (On France, p. 178).
Vuelve a insistir en este concepto, en plena guerra civil española: “Hay que desencadenar una batalla implacable
contra la alianza con la burguesía y por el programa socialista. Hay que denunciar a la dirección stalinista, socialista
y anarquista, precisamente por su alianza con la burguesía. No se trata de redactar artículos que quedarán más o
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menos confinados en las columnas de La Batalla [el órgano del POUM]. No. De la que se trata es de dirigir a las
masas contra sus dirigentes que están a punto de conducir la revolución al desastre” (La revolución española, Vol.
2, p. 77).
Es decir, en medio de la guerra contra el fascismo, Trotsky llama a combatir el frentepopulismo y las direcciones
traidoras del PS, el PCE y los anarquistas: todo lo contrario del frente único.
En conclusión, “toda la política de Lenin y Trotsky en relación a los partidos obreros o que representan a las
masas tiene como eje” exactamente lo contrario de lo que afirma la OCI: ningún acuerdo, ruptura total, aislamiento,
dirigir a las masas contra ellos, cuando forman parte de un gobierno burgués.
7. Una táctica excepcional para una circunstancia excepcional
Decíamos que existe una circunstancia excepcional en la cual sí está planteada la táctica del frente único con los
partidos obreros traidores cuando están en el gobierno. Esa circunstancia se dio en agosto de 1917, y duró exactamente quince días. En ese lapso Lenin y Trotsky plantearon el frente único con los mencheviques y socialrevolucionarios, aunque sin dejar de atacarlos. Así lo explicó Trotsky, años después, en la polémica contra los stalinistas
del tercer período que se negaban a combatir a Hitler con los socialdemócratas: “[los bolcheviques] tenían derecho
a decir: ‘para derrotar a la korniloviada debemos derrotar primero a la kerenskiada’. Lo dijeron más de una vez,
porque era correcto y necesario para toda la propaganda posterior. Pero eso resultaba totalmente insuficiente para
ofrecer resistencia a Kornilov el 26 de agosto y las días subsiguientes, y para impedir que él masacrara al proletariado de Petrogrado. Por eso los bolcheviques no se limitaron a hacer un llamado general a los obreros y soldados
a romper con los conciliadores y apoyar el frente único rojo de los bolcheviques. No, los bolcheviques propusieron
la lucha en frente único a los mencheviques y socialrevolucionarios y crearon organizaciones de lucha conjuntas”
(The Strugle Against Fascism in Germany, p. 136).
Ante la sublevación contrarrevolucionaria de Kornilov, los bolcheviques dejaron de tener como centro de su
agitación el llamado a “romper con los conciliadores” y, como excepción, propusieron a los mencheviques y SR una
lucha conjunta por un objetivo inmediato: derrotar a Kornilov. Dicho de otra forma, hasta la sublevación de Kornilov aplicaron una táctica directamente opuesta al frente único con los mencheviques y SR. En lugar de ello, llamaban
a romper con los conciliadores y conformar el frente único revolucionario (“rojo”).
¿En qué circunstancias se propuso ese acuerdo? Nuevamente, habla Trotsky: “La burguesía en su conjunto,
apoyaba a Kornilov, la alianza de los bolcheviques con los Socialrevolucionarios sólo fue posible porque los conciliadores rompieron temporalmente con la burguesía: el miedo a Kornilov les obligó a ello. Los representantes de
estos partidos sabían que, si Kornilov triunfaba, la burguesía ya no los necesitaría y permitiría que Kornilov los
estrangulara”. (op. cit., p. 187; subrayado en el original).
Lenin y Trotsky plantearon el frente único cuando la burguesía en su conjunto rompió la alianza con los mencheviques y SR y se pasó al bando de Kornilov.
El caso de España fue distinto: sólo un sector de la burguesía rompió con la República y se alzó con Franco. El
otro mantuvo la alianza con el PS, el PC y los anarquistas, y por eso Trotsky jamás planteó la táctica del frente único
en la guerra civil española.
8. El origen de la táctica del frente único
El frente único, táctica de aplicación circunstancial, cuando el momento lo exige, es una de las mejores que ha
elaborado el leninismo. En manos de los revisionistas de la OCI (u) se ha trasformado en un principio de aplicación
universal y permanente: “La lucha por el frente único obrero es una constante”.
Para nuestros maestros, el frente único es una táctica formidable que se aplica en determinados momentos, de
acuerdo a la situación de la lucha de clases y del grado de fuerza (o debilidad) de la organización marxista revolucionaria. Se planteó por primera vez en la III Internacional, después de 1921, en las circunstancias que explica
Trotsky:
“Los acontecimientos contrarrevolucionarios de febrero de 1921 demostraron que era absolutamente imposible
seguir postergando la adecuación de los métodos económicos de construcción socialista a las necesidades del
campesinado. Los acontecimientos revolucionarios de marzo de 1921 en Alemania demostraron que era absolutamente imposible seguir postergando una ‘retirada’ política, en el sentido de preparar la lucha para ganar a la mayoría
de la clase obrera. Como hemos visto, ambas retiradas coinciden en el tiempo y están íntimamente ligadas entre sí.
Son retiradas en sentido relativo, porque demuestran gráficamente la necesidad, tanto en Alemania como en Rusia,
de pasar por un cierto periodo preparatorio: un nuevo curso económico en Rusia; la lucha por consignas transicionales y por el frente único en Occidente” (The First Five Years of the Communist International, Vol. 2, p. 267).
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Es decir, la táctica surge en 1921, cuando se estabiliza el capitalismo y fracasa el plan de la Internacional Comunista de desplazar a la socialdemocracia del movimiento obrero mediante el triunfo de la revolución en algún país de
Europa occidental. La derrota de la revolución alemana significa la estabilización del capitalismo y una gran ofensiva
contra el nivel de vida de las masas, y al mismo tiempo la consolidación de la socialdemocracia en el movimiento
obrero. Con ello, los partidos comunistas, que en algunos países europeos han adquirido mucha fuerza, siguen
siendo minoritarios con respecto a la socialdemocracia. La táctica del frente único se elabora a partir de esa
novedosa situación objetiva y subjetiva, que obliga a los partidos comunistas a pasar por un “período de preparación” en el que deberán ganar a la mayoría de la clase obrera.
¿Cómo se plantea esta táctica? Nuevamente, habla Trotsky:
“Hoy, el sector organizado de la clase obrera está dividido en tres formaciones. Una de ellas, la comunista, brega
por la revolución social y precisamente por ello apoya toda movilización, por parcial que sea, de los trabajadores
contra los explotadores y el Estado burgués”.
“Otra formación, la reformista, busca la conciliación con la burguesía. Pero para no perder su influencia sobre los
trabajadores, los reformistas se ven obligados, contra los deseos más caros de sus propios dirigentes, a apoyar las
movilizaciones parciales de los explotados contra los explotadores”.
“Por último, el tercer grupo, centrista, vacila constantemente entre los otros dos y carece por completo de importancia como sector independiente”.
“Por consiguiente, debido a estas circunstancias, es perfectamente posible realizar acciones conjuntas entre los
obreros agrupados en esas tres organizaciones y las masas desorganizadas que adhieren a las mismas, en torno a
toda una serie de problemas vitales” (op. cit., p. 94)
En el mismo documento que estamos citando, dice: “En los casos en que el Partido Comunista es la organización
de una minoría numéricamente insignificante, el problema de su conducta en el frente de la lucha de masas no tiene
una importancia práctica y organizativa decisiva. En tales condiciones, las acciones de masas siguen siendo dirigidas
por las viejas organizaciones que, debido a la existencia de poderosas tradiciones, siguen desempeñando el papel
decisivo. El problema del frente único tampoco se plantea en los países donde el PC es la organización dirigente de
las masas trabajadoras. Pero allí donde el PC ya constituye una fuerza política grande y organizada pero no decisiva; donde el partido abarca organizativamente, digamos, a la cuarta o la tercera parte o a un sector aun mayor de la
vanguardia proletaria organizada, el problema del frente único se plantea en toda su agudeza” (op. cit., p. 92).
De todo esto se derivan una serie de características de la táctica del frente único, que podemos sintetizar sí:
• Se plantea cuando existe una determinada relación de fuerzas entre el partido revolucionario y el reformista,
siendo aquél más débil que éste pero sin constituir una minoría insignificante del movimiento obrero.
• Se plantea cuando el movimiento obrero está luchando para defenderse de una ofensiva capitalista.
• Está dirigida a los partidos oportunistas con influencia mayoritaria en el movimiento obrero -en la época de Lenin
y Trotsky eran los socialdemócratas- cuando éstos se ven obligados a apoyar las movilizaciones parciales de los
trabajadores.
• Es una invitación -no una exigencia- a la lucha conjunta e inmediata alrededor de los problemas que sufren los
trabajadores.
Y se desprende de aquí una característica adicional, sobre la cual es necesario hacer énfasis aun a riesgo de ser
repetitivos: puesto que se aplica solamente a circunstancias, se trata de una táctica, de ninguna manera de una
política de aplicación permanente. Caso contrario, la III Internacional la hubiera definido como una estrategia, que
requeriría tácticas accesorias o subordinadas para lograr el frente único en cada etapa de la lucha de clases.
La OCI, con su concepción de que “la lucha por el frente único es una constante”, sostiene justamente lo contrario. En tal caso, debe ser consecuente y afirmar que la III Internacional cometió un error político al definirlo como
táctica que se aplica sólo en circunstancias especiales y coyunturales como las arriba descriptas. Si la OCI es
consecuente hasta el final, deberá afirmar que Lenin y Trotsky se equivocaron en 1917 en Rusia porque no aplicaron esa táctica (durante todo el año rechazaron los acuerdos con los mencheviques y SR), y que se equivocaron
nuevamente en los dos primeros congresos de la Internacional Comunista, cuando se plantearon toda clase de
tácticas menos el acuerdo con la socialdemocracia.
Además, los dirigentes de la OCI deberían ponerse de acuerdo entre ellos. En su intervención en Angola, Luis
Favre planteó, como hemos visto, que las únicas consignas que se deben agitar son las consignas para la acción
inmediata, razón por la cual la OCI no levanta ahora una consigna de gobierno. Supongamos por un instante que
Favre tiene razón. Pero el frente único es justamente para la acción inmediata: ¿por qué, entonces, es una “constante”, es decir que se plantea inclusive cuando no existen posibilidades de realizarlo?
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9. Una táctica contradictoria
Esta táctica, en su aplicación, se enfrentaba frecuentemente a la realidad de que la dirección socialdemócrata se
negaba rotundamente a la lucha conjunta. De esa realidad surgió una discusión, ya en el IV Congreso. El ala
derecha, encabezada por Radek y Thalheimer planteaba que el frente único pasaba esencialmente por el acuerdo
con las direcciones socialdemócratas, mientras que la izquierda, liderada por Zinoviev, afirmaba que se debía
buscar la unidad con las bases obreras, de cualquier tendencia que fuesen. Esta es la discusión entre los partidarios
del frente único “por arriba” y los del frente único “por abajo” (desconociendo a la dirección socialdemócrata).
En base a estas contradicciones, el stalinismo cayó después en dos desviaciones diametralmente opuestas. La
primera fue la del Comité de Unidad Sindical Angloruso, frente único de la burocracia soviética con la burocracia
sindical británica en 1925. Gracias a ese frente único, los burócratas británicos pudieron traicionar y provocar la
derrota de la formidable huelga general británica de 1925, aprovechando el prestigio de su alianza con la dirección
de la Revolución Rusa. La otra se dio en Alemania, cuando los stalinistas, en su “tercer período” ultraizquierdista
planteaban el frente único “por la base” y el desconocimiento de la dirección “socialfascista”. Con ello sabotearon
la unidad del proletariado alemán y permitieron el ascenso de Hitler al poder.
Desviaciones aparte, la táctica del frente único es contradictoria, debido a un hecho real: se trata de lograr una
movilización unitaria e inmediata de los trabajadores, y la lucha no es precisamente el terreno en el cual las direcciones reformistas se sienten más cómodas. Su teatro de acción es la tribuna parlamentaria, la redacción del periódico,
la oficina del sindicato o el partido, no la fábrica o la barricada en la calle. El eje de su actividad es la negociación,
no la movilización.
A nosotros, dice Trotsky, “nos interesa arrastrar a los reformistas de sus santuarios y presentarlos junto a nosotros
ante los ojos de las masas en lucha” (The First Five Years... p. 95).
En ocasiones, cuando la presión de las masas es muy fuerte y sobre todo cuando una ofensiva del capitalismo
pone en peligro sus privilegios, podemos “arrastrar a los reformistas de sus santuarios” y obligarlos a luchar. Esta
situación nos beneficia como revolucionarios, puesto, que es sólo a través de la movilización que se fortifica nuestro
partido y se pone al desnudo la verdadera faz contrarrevolucionaria de esas direcciones.
Pero en muchas ocasiones, quizás en la mayoría, resulta imposible obligar a la burocracia reformista a movilizarse.
En tales casos, siempre y cuando el partido revolucionarios posea la fuerza suficiente (y recordemos que ésa es una
de las condiciones para aplicar el frente único), se da de hecho un frente único por la base. Si se produce una lucha,
entonces este tipo de frente también puede favorecernos ya que desenmascara a la dirección traidora.
Sea como fuere, el frente único es una táctica para movilizar a las masas, y solamente así debe plantearse. Jamás
para frenar una movilización como la planteó el stalinismo en sus dos versiones contradictorias, “por arriba” (en
Inglaterra) y “por la base” (en Alemania).
10. El frente único en nuestras filas
La táctica del frente único, aplicada por los trotskistas en vida de Trotsky, pasó por tres etapas claramente
definidas.
La primera corresponde a la etapa del Comité Anglorruso y de otro gran frente único de esa época: el del Partido
Comunista Chino con el Kuomintang. Y dentro de la URSS se da de hecho el frente único de la burocracia con el
campesinado rico, en el marco de la NEP, como hemos visto en un capítulo precedente.
El eje de la política de Trotsky en esa etapa fue la ruptura de esos tres frentes únicos contrarrevolucionarios. En
Inglaterra y China sus previsiones se vieron confirmadas por la derrota de la huelga general en una y la derrota de la
revolución de 1925-27 en la otra. Dentro de la URSS, la burocracia, obligada por las circunstancias que ponían en
peligro su dominación, tuvo que poner sangriento fin a su frente con los kulaks y tomar las consignas de la Oposición
de Izquierda por la aplicación de un plan quinquenal y la industrialización del país, en forma ultimatista y totalitaria.
La segunda etapa se produjo entre 1928 y 1933. Con el avance del nazismo en Alemania, el frente único se
transforma en la táctica principal del trotskismo. Esta tenía todas las características clásicas del frente único, tal
como fueron definidas por la III Internacional.
En primer lugar, se debe tener en cuente que el trotskismo, ultraminoritario, no se consideraba una organización
independiente sino una fracción leal de la Comintern y sus partidos nacionales. Por consiguiente, luchaba porque el
PC alemán, organización con gran influencia de masas pero minoritaria en relación a la socialdemocracia, llamara a
ésta a conformar el frente único. En segundo lugar, se trataba de una táctica defensiva para movilizar unitariamente
a las masas, contra el peligro fascista.
La segunda etapa llega a su fin en 1933, con el triunfo del fascismo en Alemania. A partir de entonces, los
trotskistas rompen con la Comintern, se constituyen en grupos independientes y prácticamente abandonan la táctica
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del frente único. Es decir, no totalmente: siguen planteándola a nivel local alrededor de luchas reivindicativas de los
trabajadores, pero a nivel nacional sólo la plantean propagandísticamente, en el sentido de “esto es lo que deberían
hacer los partidos obreros de masas”, abandonándola como táctica para la acción inmediata del propio partido. La
sola mención del frente único desaparece de la literatura trotskista a partir del ascenso de los frentes populares en
España y Francia.
El abandono del frente único obedece a una razón muy sólida: es una táctica para la acción inmediata. El trotskismo, corriente muy débil y ultraminoritaria en el movimiento obrero, no estaba en condiciones de plantearla. De ahí
el hecho notable de que los dos documentos programáticos más importantes de la fundación de la Cuarta Internacional —El Programa de Transición y el manifiesto La guerra imperialista y la revolución proletaria mundial (llamado
“Manifiesto de emergencia”) —, ni siquiera mencionan la táctica del frente único. Lo cual demuestra, por otra parte,
que es sólo una táctica subordinada a la gran tarea estratégica de la construcción del partido revolucionario del
proletariado.
Puede haber una circunstancia en que el frente único siga planteado: es a nivel local, gremial o de una nacionalidad
oprimida. Por ejemplo, ante una huelga en una fábrica, o una movilización de trabajadores inmigrantes, puede estar
planteado el frente único con la burocracia sindical, o la dirección local del partido socialista o stalinista, para lograr
el triunfo de la movilización. Pero esto es enteramente distinto del frente único a nivel nacional, tal como lo planteó
originalmente la III Internacional.
Cuando los partidos obreros traidores están en el gobierno, sólo se plantea bajo una circunstancia absolutamente
excepcional como la sublevación de Kornilov.
11. La táctica del entrismo
A partir de 1934-35, Trotsky empieza a plantear una nueva táctica: la del entrismo en los partidos socialistas.
La nueva táctica responde al siguiente hecho: como consecuencia de la traición stalinista en Alemania y el avance
del fascismo en Europa, un gran sector de la juventud es atraído hacia la socialdemocracia e ingresa a sus filas. Con
ello se produce un doble fenómeno: los partidos socialdemócratas se fortalecen pero al mismo tiempo aparecen en
un seno una serie de tendencias centristas de izquierda que enfrentan a las direcciones traidoras.
En los países donde esto sucede —principalmente Francia, España y Estados Unidos— Trotsky propugna la
línea del entrismo.
Para analizar esta táctica, el ejemplo más claro, aunque parezca extraño, es un caso en que aparentemente estaba
planteado el frente único: Francia en 1934. Veamos qué decía Trotsky:
“Ya hemos dicho que el frente único de los partidos Socialista y Comunista encarna posibilidades inmensas. Si lo
quiere seriamente, mañana será el amo de Francia. Pero debe poseer la voluntad de hacerlo. (....) La clave de la
situación está en el frente único. Si [el proletariado] no utiliza esta clave, el frente único jugará el lamentable papel
que hubiera jugado el frente único de los mencheviques y socialrevolucionarios en Rusia en 1917 si... los bolcheviques se lo hubiesen permitido” (On France, p. 58).
¿Es este un llamado de Trotsky a conformar el frente único? No, es reconocer que ese frente de los dos partidos
obreros existe en la realidad y llama a dotarse de una política para el mismo. Esa política fue la del entrismo en el
partido socialista y fue planteada precisamente cuando se conformó el frente único PS-PC.
“El frente único inicia la marcha por los rieles de las masas. Queremos participar activamente. La única posibilidad
que nuestra organización tiene de participar en el frente único de masas, en las circunstancias dadas, consiste en
ingresar al PS.” (Escritos, T. VI, Vol. 1, p. 66).
Es decir, se planteaba como táctica para que el pequeño partido trotskista no quedara marginado del movimiento
de masas. ¿Con qué objetivos?
“Varios camaradas —yo entre ellos— acusamos a la dirección de la Liga (francesa) y de La Verité de que su lucha
contra la dirección socialdemócrata era insuficiente. A primera vista podría parecer que existe una contradicción
irreconciliable entre esta crítica (que mantengo hoy en todos los aspectos) y la propuesta de ingresar al partido, con
el fin de desarrollar una lucha inexorable contra su dirección reformista, implica llevar a cabo un acto revolucionario.
El examen crítico de la política de Blum y Cía. debe ser el mismo en ambos casos” (op. cit., p. 65-66).
Trotsky entonces critica a la dirección de la sección francesa por la insuficiencia de su lucha contra la dirección
socialdemócrata y propone que, para que esa lucha sea más efectiva (“inexorable”), la Liga entre al partido socialdemócrata. Es lo opuesto del frente único, que busca el acuerdo entre dos organizaciones alrededor de puntos
comunes para la lucha. El entrismo es una táctica para que el pequeño grupo revolucionario se inserte en la corriente
de las masas y lleve adelante su “lucha inexorable contra la dirección reformista”. Hemos dado el ejemplo de
Francia, pero insistimos en que la táctica entrista se aplicó, no por la existencia del frente PS-PC, sino para ganar a
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las corrientes de izquierda del PS, es decir, por las mismas razones que en Estados Unidos, España, Holanda, etc.,
donde ese frente único jamás surgió.
12. El gobierno obrero y campesino
Al desaparecer el frente único entre las tácticas del trotskismo, surge otra, que rápidamente adquiere carta de
ciudadanía como una de las tácticas más importantes de nuestro movimiento: el gobierno obrero y campesino.
No es casual que Trotsky no planteara esas dos tácticas al mismo tiempo, y que surgiera una a medida que
desaparecía la otra. Como hemos dicho, el frente único es un llamado, hecho por un partido revolucionario con
influencia de masas, a un partido reformista mayoritario a la lucha conjunta, en base a puntos comunes.
El gobierno obrero y campesino como táctica frente a los partidos obreros corresponde a otra etapa, cuando los
partidos stalinistas y socialdemócratas han dejado de ser reformistas para convertirse en contrarrevolucionarios,
puesto que se han pasado definitivamente al orden burgués. El frente único parte de la base de que existen roces
entre la burguesía y los partidos obreros. La táctica del gobierno obrero y campesino se plantea cuando existe una
profunda unidad contrarrevolucionaria entre ellos, lo que es característico de la actual etapa histórica.
El frente único es el llamado a la movilización de las masas con sus direcciones reformistas. El gobierno obrero y
campesino no es un llamado sino una exigencia; no a luchar conjuntamente sino a que esas direcciones rompan su
colaboración y su alianza con la burguesía y tomen el poder con un programa revolucionario. Es, en síntesis, el
llamado a las masas a romper con sus direcciones traidoras u obligar a éstas a romper con la burguesía.
Por todo esto, frente único y gobierno obrero y campesino son tácticas opuestas, que corresponden a etapas
enteramente distintas de la lucha de clases.
Digamos para concluir que aquí sólo nos hemos referido al gobierno obrero y campesino como táctica para barrer
a las direcciones traidoras del movimiento obrero, y no en el otro sentido que lo describen las Tesis, es decir, como
tipo especifico de gobierno.
13. El frente obrero revolucionario
La etapa en que los partidos obreros se han convertido definitivamente en contrarrevolucionarios, ha producido
otro fenómeno: el de corrientes centristas, y que en muchos casos surgen en el seno de dichos partidos, que
evolucionan hacia posiciones revolucionarias trotskistas. Llamamos a estas corrientes “trotskizantes” porque adoptan muchos de nuestros postulados programáticos: la necesidad de la revolución obrera y la destrucción del Estado
burgués, la denuncia de los partidos obreros contrarrevolucionarios, la necesidad de apoyarse en la movilización
revolucionaria de las masas, el tipo de Estado que se debe construir después de la toma del poder, etc.
Es necesario dotarse de una política frente a estas corrientes, para ganarlas al programa marxista y la revolución
proletaria, y para la construcción del partido trotskista. Esa política es la del frente único revolucionario, ya planteada en 1917 como “frente único rojo”. El trotskismo la planteó en España y Francia, países donde la situación
revolucionaria o prerrevolucionaria había dado surgimiento a dichas corrientes en los partidos obreros de masas,
ante las traiciones de sus direcciones. Veamos cómo se planteó en España:
“La tarea inmediata [del proletariado] es crear, en el propio curso de la lucha, una dirección capaz, que no puede
ser otra que un nuevo partido revolucionario verdaderamente marxista, que no esté cargado de los viejos errores y
de los viejos crímenes, que esté libre de todo oportunismo y de todo deseo de conciliación (....) Los elementos de
ese nuevo partido ya existen. Se encuentran entre los restos del POUM, en donde se había formado un ala izquierda
que criticaba muy vivamente la pusilanimidad del Comité Ejecutivo; entre los anarquistas, sobre todo entre los
‘Amigos de Durruty’; y en las juventudes socialistas, donde los camaradas se sublevan contra el curso contrarrevolucionario de los stalinistas”.
“A todos los revolucionarios que se sienten próximos a nosotros, dirigimos este llamamiento: acudid a reforzar
nuestras filas. Aclaremos los puntos en divergencia en base a una discusión amigable. Unidos en la lucha, derrotaremos a nuestro enemigo común”. (La revolución española, Vol. 2, p. 482 y 485).
Una política similar se aplicó en Francia, con el llamado a la conformación del frente proletario revolucionario. El
periódico La Lutte Ouvriere en su edición del 10 de octubre de 1936 publica una carta abierta del Buró Político del
POI dirigida a Izquierda Revolucionaria (el grupo de Pivert), Grupo ¿Qué hacer? (una pequeña organización centrista), Unión Anarquista y la Alianza de Juventudes Socialistas del Sena, corriente dirigida por Fred Zeller que había
roto con la juventud del partido de Blum y se estaba acercando a los trotskistas.
Tras un breve análisis de la situación en España y Francia, la carta dice:
“En semejante situación, sólo la lucha resuelta por el programa revolucionario de la expropiación de la burguesía
puede quitarles la iniciativa a los fascistas y preparar a los trabajadores para la lucha decisiva. Proponemos que la
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lucha se organice en torno a las siguientes consignas:
“Control obrero y campesino de la producción, la industria y la banca, supresión del secreto comercial;
“Constitución de Comités de Acción de masas electos y congresos de delegados de Empresa;
“¡Viva la ocupación de las fábricas!”
El llamado concluye así:
“La crisis del frente popular es la expresión de la crisis del capitalismo liberal en Francia. La burguesía radical
amenaza a los obreros que ocupan las fábricas. Para vencer, la clase obrera debe romper el ‘frente’ de la traición,
esa asociación monstruosa del agua y el fuego.
“Las clases medias y el campesinado escucharán al frente proletario revolucionario y lo ayudarán, si expresa la
lucha de las clases explotadas y no es el fruto de la domesticación de los trabajadores por la burguesía. En este
momento en que la situación nos exige redoblar y extender la lucha, os proponemos la acción conjunta sobre las
bases aquí expresadas.” (Subrayado en el original).
“Las bases aquí expresadas” son justamente las consignas que constituirán el Programa de Transición: el control
obrero y la creación de soviets (“Comités de Acción”). Un llamado sobre estas bases no puede estar dirigido a las
direcciones traidoras del movimiento obrero, sino a grupos o corrientes con posiciones revolucionarias o que
evolucionan hacia dichas posiciones: aquí se está proponiendo nada menos que la expropiación de la burguesía con
un programa revolucionario.
Este llamado fue objeto de una verdadera campaña en Lutte Ouvriere: en su edición del 24 de octubre lanza las
consignas:
“Frente único proletario contra la burguesía, el fascismo y la guerra imperialista;
“Hay que echar a los ministros radicales del gobierno.
“Agrupemos a los explotados en el terreno de la lucha de clases contra el capitalismo”.
El llamado a luchar por estas consignas se repite en casi todas las ediciones de L.O., que no citamos para no
seguir extendiéndonos.
Debemos señalar que el entrismo y el frente revolucionario se plantean en dos etapas enteramente distintas de la
lucha de clases. El primero correspondió a un momento en que las masas habían sufrido una derrota, con el ascenso
de Flandin al gobierno y la transformación de la III República francesa en un Estado bonapartista. En el partido
socialdemócrata de Blum existían corrientes de izquierda que cuestionaban a la dirección traidora.
El frente único revolucionario se plantea cuando las masas han retomado la ofensiva, mientras que el frente único
PS-PC se ha convertido en un frente popular con el Partido Radical burgués. Esta etapa exige una táctica para
ganar a las corrientes que hemos definido como “centristas trotskizantes” (centristas con una dinámica positiva,
hacia la revolución) para la construcción del partido revolucionario. Por eso el llamado a la lucha conjunta con esas
corrientes, se hace sobre la base del programa trotskista.
14. La única estrategia del trotskismo
De todo lo anterior se desprende que, para el trotskismo, el frente único con los partidos reformistas, el gobierno
obrero y campesino (desde el punto de vista que lo hemos tratado aquí) y el frente único revolucionario son
solamente tácticas. Cada una corresponde a una determinada circunstancia de la lucha de clases, y es adoptada o
desechada por conveniencia circunstancial.
El trotskismo conoce sólo una estrategia en el terreno político-organizativo: La construcción del partido revolucionado para superar la crisis de dirección revolucionaria del proletariado. Subordinada a esta estrategia, aplica las
distintas tácticas que acabamos de describir, con el fin de destruir, barrer del movimiento de masas a las direcciones
contrarrevolucionarias stalinistas y socialdemócratas. Que se aplique una u otra forma de estas tácticas, depende de
la situación objetiva (ascenso o retroceso del movimiento de masas, fortaleza o debilidad de la clase dominante,
etc.) y subjetiva (la relación de fuerzas entre el grupo revolucionario y las direcciones contrarrevolucionarias, la
existencia o inexistencia de corrientes trotskizantes).
La dirección revolucionaria que convierte cualquiera de estas tácticas en una estrategia universal de aplicación
permanente, abandona en los hechos la construcción del partido revolucionario y, con ello, la lucha por la conquista
del poder. Este es, precisamente el caso de la OCI, para la cual la “lucha por el frente único es una constante”.
Lo único constante para nosotros es la construcción del partido trotskista mediante distintas y múltiples tácticas.
Esta manía de la OCI(u) por trasformar al frente único en una estrategia suprahistórica es una maniobra para alejar
al trotskismo de la dirección de las luchas de la clase obrera y las masas explotadas, conformándose con el llamado
a las direcciones traidoras a que encabecen esas luchas.
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Capítulo VIII
La OCI abandona el programa de transición en favor de un programa mínimo
Como hemos visto, la OCI tiene una política de centrar sus ataques exclusivamente en el CNPF y en los altos
funcionarios giscardianos. No sólo no ataca al gobierno, sino que forma parte de su “campo”. Esto la lleva a
sostener que el movimiento de masas atravesará dos etapas en su actitud frente al gobierno. En la primera, las masas
verán en el gobierno su “aliado” contra el CNPF, y buscarán “dialogar” con él. La tarea de la OCI en esta etapa es
“facilitar” ese diálogo. En la segunda, que se iniciara una vez producida la derrota del CNPF, las masas se alzarán
pero no para derrocar al gobierno sino para obligarlo a romper con la burguesía. Suponemos (porque jamás se lo
dice explícitamente) que la consigna “fuera los ministros burgueses del gobierno” queda relegada para esa segunda
etapa, es decir, para un futuro indeterminado. La síntesis de esta política es que la OCI no tiene ni busca tener una
consigna de gobierno.
Esto último significa el abandono total del Programa de Transición, tanto en la letra como en el método. Porque el
eje del Programa de Transición es justamente el problema del poder: un programa trotskista es un conjunto de
consignas y tareas que tienen por objetivo la movilización revolucionaria de las masas para el derrocamiento de la
burguesía es decir, del gobierno burgués de turno- y la conquista del poder por el proletariado.
Ahora bien, con la OCI sucede algo bastante cómico. Toda su política es revisionista, pero como busca ocultar
este hecho, cita a cada paso a Trotsky y al Programa de Transición; el Proyecto de informe político tiene un capítulo
intitulado “Aplicar el método del Programa de Transición” y a todo lo largo del documento abundan las citas de
Trotsky (además de algunas de Lenin y la III Internacional). Esto es típico del revisionismo vergonzante: citar
ritualmente a los maestros, jurar por ellos, aplicar una política directamente contraria a sus enseñanzas.
1. La OCI reconoce que no tiene programa
En el Proyecto de informe político se afirma que la OCI no tiene en la actualidad un programa de transición: “... las
demás consignas transitorias que conformarán la columna vertebral del programa de acción que tendremos que
redactar” (op. cit., p. 5).
Es decir, las consignas transicionales y el programa de acción todavía no han sido redactados.
Aclaremos que en la terminología trotskista “‘programa de acción” es lo mismo que “programa de transición”: en
1934 Trotsky redactó un “programa de acción para Francia”; el programa de transición de 1938 retoma las mismas
consignas y, sobre todo, mantiene el mismo carácter y método que aquél. Sigamos.
El Proyecto pregunta: “Estamos en presencia de una tarea que debemos cumplir: saber elaborar, sobre la base del
Programa de Transición de la IV Internacional, un programa de acción que responda a la nueva situación política
entre las clases en nuestro país. ¿Podemos hacerlo de inmediato?” (op. cit., p. 5).
La respuesta es no: “Es indispensable que la OCI elabore en las próximas semanas y en los próximos meses, un
‘programa de acción’. Sin embargo, no se trate de ser ultimatista ni de ser abstracto” (op. cit., p. 7).
En esto, la OCI procede exactamente al revés del trotskismo. Un trotskista dice: “Hecha la caracterización de una
nueva etapa de la lucha de clases, no podemos avanzar un paso más sin elaborar un programa adecuado a la
mismas”. La OCI, en cambio, pone todo patas para arriba al afirmar que el programa es necesario, que debe
elaborarlo, pero que puede dejar esa tarea para más adelante, para las próximas semanas o meses.
2. Trotsky versus Frank-Molinier-Lambert
La negativa consciente a formular un programa no es un hecho casual. Tampoco es nuevo: ya ocurrió antes en
nuestras filas con la fracción Frank-Molinier del partido francés. Veamos cómo fue, y la polémica que hizo Trotsky
en aquella ocasión, porque la historia se está repitiendo.
En 1935, un ala del partido trotskista francés, encabezada por Frank y Molinier, resuelve publicar un “órgano de
masas” para responder a la nueva situación creada por la formación del Frente Popular de Blum y el creciente
ascenso de las masas. Este periódico, llamado La Commune, formuló cinco consignas: creación de comités obreros
y comunas; formación de milicias populares y armamento del proletariado; derrotismo revolucionario; gobierno
obrero y campesino; reconstrucción del partido revolucionario.
Exceptuando lo de “comunas”, estas consignas parecen extraídas de ¿Adónde va Francia? o algún otro escrito de
Trotsky de la época. Sin embargo, Trotsky calificó al manifiesto de La Commune de “capitulación ante la oleada
socialpatriota. Quien no lo comprende así, no es un marxista” (The Crisis of the French Seccion. New York:
Pathfinder Press, 1977; p. 102). ¿Por qué? Porque La Commune como la OCI hoy día no tenía un programa:
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“Para nosotros, lo importante es un programa que corresponda a la situación objetiva (...) Pero en el pensamiento
y en la carta de P. Frank -y en el conocido manifiesto de La Commune- no se menciona un programa, y no es casual:
el programa es un obstáculo importante para la confraternización con la pequeña burguesía, los intelectuales, pesimistas, escépticos y aventureros; nosotros, en cambio, estamos convencidos de que el programa determina todo”
(op. cit., p. 106).
Aquí Trotsky nos da la clave: Frank y Molinier no levantaban un programa para poder capitular ante la izquierda
del Frente Popular: Marceau Pivert y compañía. Lambert se niega a levantar un programa para capitular, no ante los
intelectuales de izquierda como Pivert, sino peor aún: ante el gobierno burgués de Mitterrand y lo más podrido de
la derecha burocrática contrarrevolucionaria del aparato sindical, Bergeron y sus consortes.
Lambert dice que no levanta un programa porque “no es cuestión de ser ultimatista”. Frank decía exactamente lo
mismo: “Nada de ultimatismo organizativo” (citado en op. cit., p. 106). Trotsky responde:
“¡Qué distorsión repugnante de la formulación leninista! Nada de ultimatismo en relación a las masas, los sindicatos, el movimiento obrero; el ultimatismo más intransigente en relación a cualquier grupo que aspire a dirigir a las
masas. El ultimatismo al que nos referimos se llama programa marxista” (op. cit., p. 106; subrayado en el original).
Y un poco más adelante, cuando Frank y Molinier plantearon la reunificación, Trotsky insistió: “¡Antes que nada,
el programa! ¿’Periódico de masas’? ¿Acción revolucionaria? ¿Reunificación? ¿Comunas por todas partas? Muy
bien, muy bien. Pero, ¡antes que nada, el programa!”.
Como vemos, la historia se repite; pero, como decía Marx, lo que ayer fue tragedia hoy se repite como farsa.
Frank-Molinier levantaban cinco consignas y llamaban a eso un programa. Trotsky respondió: “Milicia obrera y
derrotismo revolucionario no constituyen un programa. Todo el mundo las acepta con tales o cuales reservas” (op.
cit., p. 107).
En cambio Lambert se niega explícitamente a levantar un programa.
Frank-Molinier rechazaban el “ultimatismo” para capitular ante una corriente centrista de izquierda que a su vez
capitulaba ante el frente popular. Lambert capitula directamente ante el gobierno burgués del frente popular y la
burocracia sindical.
3. Las tareas y consignas de Pablo y Lambert
La negativa a elaborar y levantar un programa de acción (es decir, de transición) no significa que la OCI no
plantee tareas y consignas frente a la política del gobierno. Al contrario, sí las plantea de la manera más clara y
categórica hacia el final del Proyecto de informe político.
El punto de partida para elaborar las tareas es la siguiente constatación, inmediatamente después de afirmar que
no se debe ser “ultimatista ni abstracto”.
“El gobierno Mitterrand-Mauroy entra forzosamente a cada momento en conflicto con el aparato de Estado
burgués, con la burguesía cuyos intereses, sin embargo, defiende” (op. cit., p. 7). Aparte de la frase ritual de que el
gobierno defiende los intereses de la burguesía, esta apreciación da la tónica de las tareas que se impone la OCI:
1) Sobre la necesidad de quebrar el aparato de Estado de la V República: “La OCI (u) apoyará todo paso que el
gobierno Mitterrand-Mauroy pueda dar en este sentido” (op. cit., edición francesa, p. 19).
2) Sobre la política económica y las nacionalizaciones con indemnización que proyecta el gobierno: “La OCI (u)
apoyará todo paso que el gobierno Mitterrand-Mauroy dé en este sentido. Consideramos que las medidas tomadas
por el gobierno para que los trabajadores de Boussac-Saint Freres conserven sus empleos hasta setiembre constituyen un primer paso” (ídem).
3) Sobre la derogación de las leyes antilaicas y la supresión de fondos oficiales para la enseñanza privada: “Una
vez más, la OCI apoya todo avance en ese sentido” (ídem).
4) Sobre el problema del empleo, el aumento de precios, la enseñanza, la formación profesional: “Será siempre desde
el mismo ángulo que deberemos abordarlos” (ídem), es decir, se trata de apoyarlos pasos progresivos del gobierno.
En síntesis, la OCI tiene un programa clarísimo y concreto frente a la desocupación, la inflación, las leyes antilaicas, la enseñanza, las condiciones de trabajo y la formación profesional, nada menos que la totalidad de los problemas más angustiosos del proletariado francés. No es un programa transicional, dirigido contra el gobierno burgués
y contra la propiedad privada capitalista: es el apoyo a las medidas reformistas del gobierno. Como dice el propio
proyecto, este es el eje de la política de la OCI: “será siempre desde el mismo ángulo que deberemos abordarlos”.
Más claro, imposible: hay que reconocerles esa virtud.
Por su parte, Pablo tiene exactamente el mismo programa. En la resolución política del congreso constitutivo de la
Tendance Marxiste Révolutionnaire Internationale se dice: “Apoyamos cada medida favorable a los trabajadores”
(suplemento de Pour L’Autogestion Nro. 2). Y en otra parte:
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“Nosotros defenderemos incondicionalmente (al gobierno de Mitterrand contra los ataques de la derecha) y
apoyaremos todas las medidas sociales y políticas que tome, que satisfagan las reivindicaciones de los trabajadores” (Pour L’Autogestion Nro. 1).
Y en síntesis: “Se trata de combinar hábilmente la unidad de acción, el apoyo a toda medida progresiva, con la
propaganda del programa transitorio” (Sous le drapeau du socialisme, 10 de mayo).
Es decir, al igual que Lambert, Pablo hace del apoyo a las medidas progresivas del gobierno el eje de su política
y programa; y para completar las coincidencias aparecen las mismas frases rituales de rigor entre los revisionistas:
“la propaganda del programa transitorio”.
Entonces, la coincidencia entre Pablo y Lambert en cuanto al problema clave del programa, es total. La única
diferencia entre ellos es de tipo terminológico porque donde Pablo habla de apoyar “medidas”, Lambert habla de
apoyar “pasos”. En esto vemos un acercamiento entre Lambert y... Stalin. Como hemos visto, se caracterizaba por
apoyar los “pasos progresivos” del gobierno provisional desde las páginas del Pravda, en la época en que dicho
periódico tenía una política, según Trotsky, totalmente oportunista.
4. Una política a partir de las ilusiones de las masas
En el afán de justificar su capitulación ante el campo frentepopulista, la OCI ha montado un andamiaje explicativo
que parte de la siguiente consideración: “El gobierno Mitterrand-Mauroy, burgués, de colaboración de clases, de
tipo frentepopulista, es producto de la derrota que las masas trabajadoras y la juventud le infligieron a la burguesía:
lo reconocen y lo reconocerán durante toda una etapa como su gobierno. A partir de esta constatación, hecha sobre
la base de hechos objetivos rigurosamente establecidos (...) es que debemos guiarnos hoy para determinar nuestras
tareas” (Proyecto de informe político, p. 3; subrayado en el original).
En realidad, aquí se mencionan dos hechos, pero los dos no son “objetivos”. Que el gobierno Mitterrand-Mauroy
es “burgués, de colaboración de clases, de tipo frentepopulista”, sí es un hecho objetivo. Pero el hecho de que las
masas “lo reconocen y lo reconocerán durante toda una etapa como su gobierno” es claramente subjetivo. Es lo que
piensan las masas -erróneamente, por otra parte- acerca del carácter del gobierno.
El factor que la OCI tiene en cuenta para determinar sus tareas es únicamente el subjetivo, puesto que a todo lo
largo del documento se repiten frases tales como: “combatir las ilusiones en el terreno de las ilusiones” teniendo en
cuenta que “los trabajadores no han hecho la experiencia de la política de colaboración de clases del gobierno
Mitterrand-Mauroy”. Y la estructura misma del documento confirma lo que decimos: el primer capítulo versa “Sobre el problema de las ilusiones”, vale decir, sobre el problema subjetivo.
Queda claramente establecido, entonces, que el punto de partida de la OCI para elaborar su política es el factor
subjetivo, las ilusiones de las masas. Ahora veamos qué significa esto en la práctica.
La empresa de computadoras Logabax había empezado un plan de reestructuración que implicaba el despido de
varios centenares de obreros. ¿Cuál fue la política de la OCI ante ese problema desesperante? “Nosotros no
propusimos la nacionalización inmediatamente [de Logabax] porque tomamos en cuenta el hecho de que los trabajadores, que acababan de echar a Giscard, le creyeron al nuevo gobierno Mitterrand-Mauroy que necesitaba
tiempo para preparar las nacionalizaciones” (op. cit., p. 5).
No puede ser más claro. Contra la política trotskista “para que no haya más despidos ocupemos la fábrica y
exijamos su expropiación”- la OCI resuelve, junto con los trabajadores, darle a Mitterrand el tiempo que pide.
5. La política trotskista parte del factor objetivo
Nosotros sostenemos, con Trotsky, que la concepción de la OCI de tomar como punto de partida de su política
el factor subjetivo -lo que las masas creen- es una concepción absolutamente revisionista, de hacer seguidismo al
atraso de las masas para justificar el apoyo a Mitterrand. Nos explicamos.
En nuestro artículo publicado en Correspondencia Internacional Nro. 13, señalamos que el ultraizquierdismo y el
oportunismo comparten el defecto metodológico de tomar un solo elemento de la realidad. Para los oportunistas de
la OCI, ese elemento es el subjetivo, las ilusiones de las masas. Pero son tan oportunistas, que no toman en cuenta
el otro factor subjetivo: que las masas además de ilusiones tienen aspiraciones. Las aspiraciones de las masas
francesas hoy día se concretan en liquidar la desocupación, tal como lo prometió Mitterrand; se concretan en
mejores salarios, etc. Y se sintetizan en una Francia socialista: por eso eligieron a Mitterrand. Este ha traicionado
absolutamente todas las aspiraciones de las masas, pero la OCI no las toma en cuenta para nada al formular su
política.
Los marxistas revolucionarios elaboramos nuestra política y consignas en base a todos los elementos -objetivos y
subjetivos- que nos da la realidad, en su relación orgánica y su dinámica. Pero el punto de partida para elaborar
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nuestra política es siempre el factor objetivo, concretamente, las necesidades de las masas: bajos salarios, desocupación, etc. Por eso no es casual que el Programa de Transición parta de “las premisas objetivas de la revolución
socialista”. Nuestro programa no parte del planteo de que las masas creen en Stalin, Blum o Jouhaux, sino de los
siguiente: “Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Los nuevos inventos y progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. La crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis
social de todo el sistema capitalista, infligen a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores” (Programa de
transición, Bogotá, Editorial Pluma, 1977, p. 7).
Por otra parte, Trotsky señalaba muy claramente que cuando surge una nueva situación en la lucha de clases,
debemos “en primer lugar, dar una visión honesta y clara de la situación objetiva, de las tareas históricas que emanan
de este situación, independientemente de que los trabajadores están maduros o no para esto. Nuestra tarea no
depende de la mentalidad del obrero (....) Nosotros debemos decir la verdad a los trabajadores y entonces ganaremos a los mejores elementos” (Discusiones sobre el Programa de Transición”).
Es decir, nuestra política no depende de la mentalidad (las ilusiones) de los trabajadores sino de sus necesidades.
¿Significa esto que no tenemos en cuenta las ilusiones? De ninguna manera. Ese es justamente el error de los
ultraizquierdistas. Las tenemos en cuenta para elaborar nuestra táctica, es decir, la forma en que les “decimos la
verdad a los trabajadores” de manera tal que ellos nos comprendan y se movilicen.
Para explicarnos mejor, volvamos al ejemplo de Logabax. Allí hay un hecho objetivo -cientos de obreros en
peligro de perder su trabajo- y uno subjetivo, esos trabajadores creen que Mitterrand les solucionará el problema.
Un oportunista dice, con la OCI: “puesto que los trabajadores creen en Mitterrand, debemos darle el tiempo que
pide y no exigir la expropiación de la fábrica”.
Un ultraizquierdista dice: “Los despidos de Logabax demuestran que este gobierno burgués no solucionará nada,
es igual al de Giscard. Abajo el gobierno de Mitterrand”.
Las trotskistas decimos: “Contra los despidos, debemos ocupar la fábrica y exigir su expropiación inmediata, sin
pago y bajo nuestro control. Vosotros confiáis en Mitterrand, nosotros no. Proponemos un acuerdo: luchemos
juntos contra los despidos, al tiempo que negociamos con el gobierno en el cual creéis”.
Cualquier trabajador puede aceptar este planteo sencillo, movilizarse, luchar y al mismo tiempo negociar con el
gobierno. Así, a través de la acción y la movilización, comprenderá el error de confiar en el gobierno.
Esto nos lleva a otro problema. Según la OCI, hay que “combatir las ilusiones en el terreno de las ilusiones”. Falso:
ubicarse en el terreno de las ilusiones es hacer seguidismo a las mismas, como la OCI. Las ilusiones sólo pueden
combatirse mediante la movilización, y las masas sólo se movilizan a partir de sus necesidades objetivas.
6. Una “confusión” en el carácter de las consignas
Las consignas y tareas que formula la OCI son todas mínimas: ninguna atenta contra la propiedad privada capitalista, que es el sine qua non para que una consigna sea transicional. Un poco más adelante profundizaremos en este
aspecto, del carácter de las consignas. Lo que señalamos aquí es la falta de consignas tansicionales entre las que
levanta la OCI (nos referimos a las que levanta de manera sistemática, no a las que aparecen en alguno que otro
artículo del periódico de manera ritual) no es casual: atentar contra la propiedad privada capitalista significa dirigirse
contra el gobierno burgués, y esto es lo que la OCI quiere evitar a toda costa.
Una de las razones que se esgrimen para no levantar consignas transicionales y de gobierno en esta etapa, la da el
camarada Luis Favre en su intervención ante un plenario conjunto de la Convergencia Socialista y la Organización
Socialista Internacionalista de Angola. Dice Favre:
“Un camarada dijo que para proponer una política es necesaria una consigna de gobierno. Ahora bien, ¿esta
consigna de gobierno tiene un carácter de agitación o de propaganda? Si el problema de derribar al gobierno está
a la orden del día, el carácter de esta consigna es agitativo; es un llamado inmediato para la acción de las masas para
derribarlo. Si se trata de una perspectiva, la OCI afirmó en varios editoriales que se pronuncia por un gobierno PCPS sin ministros burgueses.” (Transcripto de la grabación efectuada en la reunión.)
Empezando por la última afirmación de Favre, es verdad que en varios editoriales de I.O. así como en el Proyecto
de informe político, la OCI se pronuncia por un gobierno PS-PC sin ministros burgueses. Pero lo hace de manera
abstracta, ritual: al negarse a levantar “fuera los ministros burgueses”, la consigna por un gobierno PS-PC se convierte en una bandera para agitar los días de fiesta, y un lema que en nada inquieta al gobierno burgués.
Según Favre, las únicas consignas que se deben agitar son aquellas que sirven para movilizar a las masas en forma
inmediata. Esto es un error; agitación y acción inmediata no son sinónimos. Las consignas agitativas son las tres o
cuatro ideas fundamentales que presentamos al movimiento de masas de manera constante, independientemente de
que éste se movilice por ellas o no en lo inmediato.
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La OCI nos da el mejor ejemplo de ello. En 1974 lanzó su consigna “echar a Giscard”; las masas derrocaron
electoralmente a Giscard en 1981. Es decir, pasaron siete años; pero durante esos siete años, la OCI jamás dejó de
agitar esa gran reivindicación, concretada en consignas tales como “unidad PS-PCF para echar a Giscard”, “votar
a Mitterrand”, etc.
Veamos otros ejemplos. Los camaradas venezolanos levantan la consigna “por una conferencia de las organizaciones obreras para combatir la desocupación”. Posiblemente pasen varios años antes de que esa tarea pueda
llevarse a cabo; sin embargo, los camaradas venezolanos no dejan de agitar esa consigna, y entendemos que es un
gran acierto que así lo hagan.
El PST agita las consignas “abajo la dictadura militar” y “por una Asamblea Constituyente”. Nadie sostiene que las
masas se levantarán para derribar al gobierno de manera inmediata. Pero al mismo tiempo, nadie critica al PST por
hacer de la consigna “abajo la dictadura militar” el centro de su agitación. Al contrario, todo nuestro movimiento
mundial considera que se trata de un gran acierto político del partido.
Este “error” de la OCI, como todos los demás, no es casual. Es parte coherente de su política de proteger la
unidad del “campo” liderado por Mitterrand y su gobierno burgués.
7. El carácter de nuestro Programa de Transición
El Programa de Transición, ese programa que la OCI se niega explícitamente a formular, tiene una serie de
características esenciales, como veremos sintéticamente a continuación.
El trotskismo no tiene dos programas, sino uno solo. La socialdemocracia, como la OCI hoy día, tenía dos
programas. Uno, llamado “mínimo”, estaba integrado por reivindicaciones reformistas, vale decir, aquéllas que el
régimen capitalista podía conceder sin poner en peligro su dominación. El otro, “máximo”, incluía las consignas que
atentan contra la propiedad privada capitalista y hacen directamente al problema del poder. La agitación de la
socialdemocracia se centraba en el programa mínimo; las consignas contra la propiedad capitalista y por la conquista del poder quedaban relegadas a los “días de fiesta”, los discursos del primero de Mayo, etc.
El trotskismo tiene un solo programa, porque las consignas contra la propiedad privada capitalista no las guarda
para los días de fiesta, sino que son sus consignas fundamentales. Considera que los objetivos que la socialdemocracia relegaba al programa máximo -la conquista del poder, la expropiación de la burguesía, la instauración de la
dictadura del proletariado- son tareas urgentes, inmediatas. La crisis del sistema capitalista significa no sólo que la
burguesía no puede dar nuevas concesiones, sino que ni siquiera puede mantener las existentes, algunas de las
cuales fueron conquistadas hace décadas por el movimiento obrero.
Debido a esto, ya no existen consignas máximas y mínimas. Cualquier reivindicación obrera, por elemental que
sea, es revolucionaria porque cuestiona la propiedad capitalista y, por consiguiente, el poder político de la burguesía. Muchas tareas que el movimiento obrero tenía planteadas para realizar dentro del sistema capitalista, deberán
ser resueltas por el socialismo. Por ejemplo, el problema del empleo y del nivel de vida: el capitalismo no puede
garantizar trabajo y una vida digna para la inmensa mayoría de la humanidad. Por eso, estas reivindicaciones
requieren la implantación de la escala móvil de horas de trabajo (reparto del trabajo existente entre toda la mano de
obra disponible) y la escala móvil de salarios (aumento automático del salario de acuerdo al aumento del costo de
la vida). Estas tareas no son reformistas sino transicionales, porque sólo el gobierno del proletariado puede realizarlas, en el marco de la planificación socialista de la economía.
Esto no significa que el partido trotskista no luche por tareas reformistas: un pequeño aumento de salarios, la
expulsión de un capataz abusivo de una fábrica, etc. Al contrario, agita constantemente una infinidad de consignas
como éstas, que no atentan contra la propiedad capitalista. Pero el método del programa exige que tales consignas
jamás se planteen en forma aislada: expulsión del capataz y punto. Por el contrario, esas consignas son muy útiles
para iniciar una movilización, pero buscando que dicha movilización no se detenga más. Por eso, combinamos la
consigna “reformista” con otras cada vez más audaces para que la movilización no se detenga: de la expulsión del
capataz a la expulsión de todos los capataces, luego del dueño de la fábrica, la expropiación de ésta, la imposición
del control obrero.
En síntesis, el trotskismo jamás plantea sus consignas en forma aislada, ni anárquica. Cada consigna es parte de un
sistema, que puede partir de una tarea sentida por las masas, pero culmina siempre en el cuestionamiento de todo el
régimen.
Volvamos al anterior ejemplo de Logabax: hay despidos, pero los trabajadores confían en el gobierno. La OCI
plantea, basándose en esto último, que la única tarea es negociar con el gobierno. Los trotskistas no estamos en
contra de negociar; más aún, puesto que los trabajadores confían en el gobierno, negarse a negociar sería una
política ultraizquierdista estéril. Pero de ninguna manera nos limitamos a negociar. Nuestra política es: “Negociemos
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con el gobierno, pero mientras tanto ocupemos la fábrica e impongamos el control del Comité de Empresa y el
reparto del trabajo disponible entre todos. Aquí hay mil obreros trabajando ocho horas diarias. La patronal quiere
despedir quinientos. Proponemos que sigan trabajando los mil, cuatro horas dianas, sin disminución del salario”.
Esta es la esencia del programa transicional: el encadenamiento dinámico de las consignas, desde las más elementales
hasta las anticapitalistas, para originar la movilización permanente de los trabajadores contra el sistema y el régimen.
8. Los ejes del Programa de Transición
Las características mencionadas conforman de conjunto un aspecto del Programa, pero no lo agotan. Este método se apoya sobre tres pilares distintos pero íntimamente ligados entre sí: el problema del gobierno, el de las
instituciones del Estado y la superación de la crisis de dirección revolucionaria del proletariado.
Puesto que el objetivo presente, inmediato del trotskismo es la conquista del poder, ningún programa puede
considerarse transicional si no incluye consigna de gobierno. Nos referimos a la consigna concreta, es decir, cuál es
la superestructura obrera que debe reemplazar a la burguesa y los pasos para lograrla. Esto significa levantar
consignas tales como “gobiernos del PS y el PC”, que debe ir acompañada, en el caso de Francia, con la de fuera
los ministros burgueses”. En Afganistán, para dar otro ejemplo, planteamos “fuera el gobierno militar, convocatoria
inmediata a una Asamblea Constituyente con libertad para los partidos obreros”. En España o Inglaterra diríamos
“abajo la monarquía”, acompañada por la consigna de asamblea constituyente u otra que resultara adecuada.
Distinto del problema del gobierno, que se asienta en los partidos políticos, es el del Estado burgués, que se
asienta en instituciones: presidencia, ministerios, parlamento y la más importante de todas que es la fuerza armada.
Frente a esta estructura del Estado, el trotskismo siempre plantea una república de tipo soviético, asentada en las
organizaciones obreras de base.
El tercer pilar, que constituye el eje central del programa, es la superación de la crisis de dirección revolucionaria
del proletariado. Esto implica la crítica constante y brutal a los partidos obreros contrarrevolucionarios, agentes del
capital en el movimiento obrero, y a las burocracias sindicales. Simultáneamente con la lucha por aplastar, barrer,
masacrar a las direcciones traidoras, construimos el partido revolucionario, que sólo puede ser un partido trotskista.
Toda la actividad del partido trotskista se basa en el método y los ejes que mencionamos. En otras palabras:
nunca levantamos una consigna aislada o un conjunto anárquico de consignas, sino un sistema de consignas que
lleve a la clase obrera a las siguientes conclusiones: que la solución de todos los problemas, por mínimos que sean,
exigen la insurrección contra el gobierno burgués y la conquista del poder por el proletariado; que esto exige la
construcción de una dirección revolucionaria, derrotando a los partidos obreros traidores.
9. El reformismo de la OCI
Por todo esto decimos que la política de la OCI es absolutamente reformista, al servicio del campo de Mitterrand.
En primer lugar, todas las consignas y tareas que plantea, son las mismas del gobierno burgués, con el agregado de
algunos lemas extraídos del Programa de Transición, que aparecen en su prensa planteados de manera abstracta y
por motivos puramente rituales.
En segundo lugar, al no estar ligados a las reivindicaciones transicionales y al problema del poder, no constituyen
un programa sino una suma de consignas anárquicas, sin jerarquización ni vinculación entre si. Es decir, son todas
consignas mínimas, que no cuestionan la propiedad privada capitalista ni el poder burgués por más que algunas de
ellas estén extraídas textualmente del Programa de Transición.
Finalmente, como lo demuestra el ejemplo de Logabax (y muchos ejemplos más que no citamos para no extendernos demasiado), el método de la OCI no es la movilización sino la negociación. Insistimos en que los trotskistas
no nos oponemos a la negociación. Pero para nosotros lo fundamental es la movilización de las masas, y en ese
marco negociamos con la patronal o el gobierno en el momento y en los términos en que la relación de fuerzas nos
obliga a ello. Para la OCI y todos los reformistas, en cambio, lo fundamental es la negociación, y en ese marco la
presión de las masas puede obligarle a llamar alguna que otra vez a la movilización.
Como síntesis de toda su política oportunista-revisionista, la OCI no tiene una política para superar la crisis de
dirección revolucionaria del proletariado francés. Junto al Proyecto de informe político aparece una “Resolución
sobre el partido de los 10.000”. En ella no aparece ninguna mención del PS ni del PCF y de la necesidad de
combatirlos. Por otra parte, si antes de las elecciones había en su prensa una campaña sistemática contra el PCF y
otra, no tan brutal contra el PS, ahora los ataques contra los stalinistas se han suavizado y los ataques a los socialdemócratas han desaparecido por completo.
Por eso, la construcción del “partido de 10.000” es una frase ritual más: toda la política de la OCI conspira
directamente contra la construcción del partido trotskista revolucionario”.
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Capítulo IX
Un programa oportunista frente a las necesidades mínimas de las masas
Decíamos en nuestra Carta al CC del POSI que una de las características fundamentales del bolchevismo y el
trotskismo, y a la vez aspecto fundamental del método del Programa de Transición, es la agitación constante de
consignas que movilicen al proletariado a partir de sus necesidades más sentidas. Aun a riesgo de parecer repetitivos, conviene detenernos en esta cuestión, insuficientemente desarrollada en la Carta.
El Programa de Transición plantea que nuestra “tarea consiste en la movilización sistemática de las masas para la
revolución proletaria” (p. 12).
El concepto de movilización sistemática se repite en cada una de las tareas enumeradas por el programa:
• “La desocupación y la carestía de la vida exigen consignas y métodos de lucha generalizados” (ídem).
• “Contra la carestía de la vida sólo es posible luchar con una consigna: la escala móvil de salarios” (ídem).
• “La lucha contra la desocupación es inconcebible sin el llamado a una amplia y audaz organización de obras
públicas” (op. cit., p. 18).
• Y en síntesis: “La ‘posibilidad’ o ‘imposibilidad’ de realizar las reivindicaciones es, en el presente caso, una
cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha” (op. cit., p. 13).
Ahora bien, la OCI se opone a este concepto de movilización con un argumento bastante sofisticado en el que
conviene detenerse. Veámoslo tal como lo plantea el Proyecto de informe político, a través de un ejemplo.
Entre las empresas que el gobierno piensa nacionalizar está la Thomson-Brandt, gran multinacional de la industria
eléctrica y electrónica que produce desde electrodomésticos hasta aparatos de radar y computadoras. En la empresa estalla un conflicto cuando el gobierno anuncia que sólo nacionalizará la cara central, no sus numerosas filiales
y subsidiarias. Esto implica una reestructuración de la empresa, con un gran número de despidos.
La célula local de la OCI publica un volante diciendo: “No a los despidos, anulación del nuevo plan de reestructuración del grupo Thomson-Brandt, pago integral de los días no trabajados, empleo para los temporarios, indexación de los salarios conforme al alza del costo de la vida” (citado por el Proyecto, p. 6).
Lambert comenta: “La línea política de ese volante es directamente opuesta a la línea de este informe” (op. cit., p.
6). ¿Por qué?
“Todas las consignas -las enumeradas más arriba- (...) están totalmente separadas ‘a la manera stalinista, como
consignas ‘económicas’, de la consigna política de la nacionalización sin indemnización ni derecho a la readquisición, ausente en esta enumeración. En otras palabras, nuestro camarada invita a los trabajadores a lanzarse a ‘la
lucha, la lucha’ por reivindicaciones ‘económicas’, las cuales, al estar ausente la consigna de nacionalización, implican que evacuamos el contenido transitorio -político- de esas reivindicaciones que, por otra parte, se le libran en
desorden al trabajador; dado el carácter de algunas de esas reivindicaciones, ese desorden implica que de hecho se
les propone a los trabajadores la lucha. . . por la huelga general ‘reivindicativa’ “ (op. cit., p. 6).
Vamos a desentrañar esta trampa para incautos. Aquí se está diciendo que es incorrecto plantear la consigna
“contra los despidos” sin unirla a la de nacionalización sin pago. (Esto, digamos de paso, es lo opuesto a lo que se
propone en Logabax, donde la OCI no plantea la nacionalización porque los obreros confían en el gobierno.
¿Acaso los obreros de la Thomson-Brandt no confían en el gobierno?) Pero acá se dice algo más. Puesto que los
trabajadores levantan consignas “económicas”, puramente “reivindicativas” y no levantan la consigna transicional de
nacionalización sin pago. . . ¡no se les debe llamar a la lucha!
Esta es una tergiversación repugnante del Programa de Transición y su método. Los trotskistas impulsamos todas
las luchas de los trabajadores, por “reivindicativas” que sean, y en el curso de las mismas buscamos darle un
contenido transicional, a través de la movilización permanente. Concretamente, en el caso de la Thomson, la OCI
dice: “Es un error impulsar esta lucha porque los trabajadores no se están movilizando por la nacionalización sin
pago de la empresa”.
Los trotskistas decimos: “Salgamos a la huelga contra los despidos y la reestructuración. Para que no haya
despidos, nacionalización sin pago de la Thomson, con control obrero para imponer nuestra reestructuración,
acorde con nuestros intereses y no los de la patronal”.
La diferencia entre la OCI y los trotskistas es la diferencia entre no movilizar basándose en un argumento ultrarrevolucionario (en realidad profundamente reformista por sus consecuencias), y elevar una lucha “económica” al nivel
político planteando consignas transicionales en la propia movilización.
Toda lucha obrera parte de esas reivindicaciones que el Proyecto llama con tanto desprecio “económicas”. Elevarla al nivel “político” mediante consignas transicionales es la tarea de nosotros, los trotskistas. Abandonar la lucha
por las reivindicaciones económicas, que es la política de la OCI, es abandonar toda lucha. Esto la OCI lo sabe muy
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bien, su actitud de despreciar “la lucha, la lucha” esconde, tras un argumento ultraizquierdista, la abyecta política
reformista de no movilizar a las masas.
A lo largo del presente capítulo, veremos cómo el desprecio por “la lucha, la lucha” se traduce en la militancia
práctica de la OCI.
1. La situación del proletariado francés
Empecemos por conocer un poco la situación del proletariado y las masas trabajadoras francesas bajo el actual
gobierno. En los comienzos del mandato de Mitterrand, tenemos el siguiente cuadro: aumento de la tarifa del gas en
22% y la luz en un 15%; aumento del precio de la gasolina en seis céntimos el litro; aumento de los alquileres de
vivienda en un 10 al 13%; aumento de las tarifas del transporte público de pasajeros en un 14%. Por otra parte, el
aumento del salario mínimo es de un 10%, y existen 1.800.000 desocupados, además de un cifra indeterminada de
subempleados, trabajadores que sólo obtienen trabajos temporarios, (Todos los datos son de Le Monde, 1, 2, 7,
10 y 18 de julio de 1981).
Seis meses más tarde, la situación es mucho peor. Según Informations Ouvrieres Nro. 1025, “se ha franqueado el
umbral de los dos millones de desempleados (...) cifra oficial a la que re deben agregar los miles y miles de jóvenes
en busca de su primer empleo, a los cuales no se computa como desempleados”. Además, “la desocupación sigue
en aumento”.
Una “Declaración aprobada por el Comité Central de la OCI”, publicada en I.O. 1030 lo sintetiza todo:
“Los salarios están congelados, los precios siguen en ascenso, los alquileres se vuelven una carga cada vez más
pesada —tan pesada, que crece el número de desempleados que no pueden pagarlos-; las condiciones de trabajo,
lejos de mejorar, se vuelven tan intolerables que, en una oficina de correos, los trabajadores protestaron contra el
‘local giscardiano’ en que se les obliga a trabajar, es decir, contra el hecho de sufrir las mismas condiciones de
trabajo que bajo Giscard. Sin hablar del aumento del ritmo de trabajo (....) Sin hablar de la negativa obstinada a
reclasificar a los obreros semiespecializados de Renault (....) Sin hablar del aumento en las cotizaciones al seguro
social. Sin hablar de las increíbles maniobras mediante las cuales se busca hacer pagar la disminución de la jornada
laboral mediante el trabajo sabatino e inclusive la disminución de salarios. Sin olvidar la cifra oficial de dos millones
de desocupados y las sombrías previsiones para 1982".
Tenemos, entonces, un panorama extraordinariamente sombrío, que ya ha generado varias luchas de importancia
de los trabajadores franceses, como en la Renault y otras empresas, como veremos más adelante.
2. La OCI no lucha contra la miseria del proletariado francés
El Programa de Transición, como vimos, plantea la necesidad de luchar contra estas plagas del capitalismo. Y
propone una serie de medidas de lucha concretas:
Contra el aumento de precios y la caída del salario real; “...la escala móvil de los salarios. Esto significa que los
contratos colectivos de trabajo deben asegurar el aumento automático de los salarios correlativamente con la
elevación del precio de los artículos de consumo” (p. 12).
Contra la desocupación; “... ha llegado el momento de lanzar, junto con la exigencia de obras públicas, la consignada la escala móvil de trabajo” (p. 13).
Estas consignas deben formar parte de “un plan general, trazado para un período de varios años (....) desde el
punto de vista de los intereses de los trabajadores, y no de los explotadores’ (p. 18).
Aquí tenemos, si se quiere, el método del Programa en todo su esplendor; desde las reivindicaciones más elementales, contra el desempleo y la caída del salario real, hasta la elaboración de un plan económico obrero.
La OCI no tiene un plan para luchar contra la miseria del proletariado; se limita a denunciarla. Cuando decimos
plan, nos referimos a una campaña da agitación sistemática, con “consignas y métodos da lucha generalizados”
como dice el Programa de Transición (p. 12). Aquí y allá aparecen consignas; aumento de salarios y pensiones en
relación con al costo de la vida en I.O. No. 1005; congelamiento de precios en I.O. No 1014; escala móvil de
horas da trabajo en el Nro. 1020. La citada “Declaración del CC” (I.O. Nro. 1030) trae una lista de consignas, que
citamos a continuación, intercalando algunos comentarios; “Por un verdaderos control de precios (¿aplicado por
quién? No se dice); por un aumento general de salarios en relación al aumento da precios; por la disminución del
horario de trabajo sin contrapartida y respetando la legislación de 1936; por la medida de urgencia de dar trabajo
obligatoriamente a los desempleados (¿y por qué no se levanta la consigna da ‘plan de obras públicas’? Respondemos; porque sería una exigencia a formular al gobierno, cosa que la OCI evita por todos los medios); por la
satisfacción de las reivindicaciones de los trabajadores inmigrantes (¿cuáles son esas reivindicaciones? ¿Quién debe
satisfacerlas y cómo lo obligamos a que las satisfaga?); por la nacionalización sin indemnización ni derecho a read-
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quisición da los grandes grupos capitalistas (¿y el control obrero? Sin esto último, “nacionalización” significa para
los trabajadores un mero cambio de patrón); por un plan de producción que no responda a las necesidades de la ley
de ganancia ni a las exigencias de los capitalistas, sino a las necesidades de los trabajadores” (I.O. No 1030).
Si esta última consigna, es el “plan general trazado para un período de varios años” que menciona el Programa de
Transición, ¿dónde están los “métodos de lucha” para imponerlo? Respondemos; no están en I.O. ni en el Proyecto
de informe político, ni en la “Declaración del CC”. Y agregamos; no es casual, porque toda movilización en última
instancia se dirigirá contra el gobierno de Mitterrand, jefe del campo ‘progresivo”
Esto lo explica con claridad Stephane Just, en el documento del Buró Político que también será discutido en el
XXVI Congreso de la OCI;
“En el momento actual debemos expresar qué es lo que las masas esperan del gobierno, lo cual no significa que todas las
reivindicaciones deben ser formuladas en dirección al gobierno: lo regla general es que debemos formularlas en dirección
a la patronal, y no forzosamente en términos de acción inmediata” (La Lettre d’Informations Ouvrieres, Nro. 11).
Aquí está la justificación teórica de la negativa de la OCI a movilizar; las aspiraciones de las masas están depositadas en el gobierno, y la conclusión implícita de ello es que contra el gobierno se movilizarán cuando esas aspiraciones se vean traicionadas. La tarea (o “regla general”) de la OCI es desviar las reivindicaciones hacia la patronal;
cuando se dirijan contra el gobierno, la OCI las formulará (como en la “Declaración del CC”) pero no en “términos
de acción inmediata”, de ahí la ausencia de métodos de lucha en dicha declaración y en toda la literatura de la OCI.
Cuando se dice que no todas las reivindicaciones deben formularse en términos de acción inmediata, podríamos
estar de acuerdo con Just, pero bajo dos condiciones. La primera, es que se especifiquen las consignas que no son
para la acción inmediata: por ejemplo, “cuando tengamos la fuerza suficiente voltearemos al gobierno burgués de
Mitterrand”, o inclusive “fuera los ministros burgueses”. Las masas no se movilizarán por estas tareas en tanto confíen
en el gobierno. Pero en una situación como la que vive el proletariado francés, “aumento de salarios”, o las consignas para
poner fin al desempleo si son “para la acción inmediata” puesto que se trata de problemas de vida o muerte.
La segunda condición es que se aclare que “agitación” y “acción inmediata” no son sinónimos. Si la clase obrera
confía en el gobierno, las consignas que se refieren al carácter burgués del mismo y la necesidad de derrocarlo
evidentemente no son para la acción inmediata. Pero esto no significa que no las agitemos. Todo lo contrario;
aplicamos la famosa frase de Lenin de “explicar pacientemente”, que para nosotros significa de manera constante y
pedagógica.
Para Just, en cambio, si determinada consigna no es “para la acción inmediata”, entonces no se debe levantar, ni
agitar, sino sólo plantear de vez en cuando, los días de fiesta, y de manera abstracta.
Las consignas enumeradas en la “Declaración del CC” son todas para la acción inmediata, vista la situación en
que se encuentran las masas de Francia. Sin embargo, la OCI no menciona ninguna medida de lucha, porque todas
esas reivindicaciones se dirigen contra el gobierno, y eso va contra la “regla general” de Just. Por eso reafirmamos
lo dicho más arriba; la OCI denuncia los problemas de las masas francesas, pero no los combate.
Veamos algunos de esos problemas más de cerca.
3. La desocupación
Cuando el primer ministro Mauroy pronunció su discurso programático ante la Asamblea Nacional, el 8 de julio,
había en Francia un millón ochocientos mil desocupados; esa cifra ya ha superado los dos millones. Mauroy presentó el siguiente plan, bautizado “guerra contra el desempleo” (guerre au chómage);
“El gobierno os propondrá en diciembre la aprobación de un plan de dos años (...) que organizará la lucha
implacable contra el desempleo. Permitirá iniciar una transformación profunda de nuestra sociedad en 1984. Entonces se presentará un plan quinquenal más ambicioso”. (Le Monde, 10-7-81). Y en otra parte del discurso dice que
el objetivo del primer plan es la creación de 200.000 puestos de trabajo para fines de 1984.
La OCI no sólo no plantea ninguna medida de lucha concreta contra el desempleo, sino que, en el comentario
sobre el discurso de Mauroy dice; “Ningún trabajador puede dejar de apoyar el principio de tales planes”.
¿Qué es esto sino una broma cruel? El trabajador desocupado sabe que, según el plan de Mauroy, para 1984
habrá trabajo para el 10%, de los desocupados actuales (quién sabe cuántos serán para entonces), y que luego
habrá un plan de cinco años. Por lo tanto, tendrá que esperar siete años para ver si los planes burgueses pueden
eliminar el problema del desempleo. ¡Y la OCI le dice que tiene que aprobar ese plan! Y más aún, como demuestra
el ejemplo de Logabax, debe ser paciente y darle al gobierno el tiempo que necesita para llevarlo a cabo.
El problema se agrava con la existencia de los “intérimaires”, trabajadores que obtienen empleos temporarios a
través de las agencias de colocación. Este es uno de los sectores más explotados de la clase trabajadora, ya que la
inestabilidad en el trabajo lo hace particularmente vulnerable a los ataques patronales.
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La OCI atribuye -correctamente—gran importancia a esta cuestión. Pero cuando se trata de pasar de las denuncias a las propuestas para la acción, lo único que propone es la realización de un congreso de trabajadores temporarios para elegir una delegación que se presente al ministerio de trabajo con un petitorio.
Pues bien, la delegación se formó y fue al ministerio. El resultado de la entrevista, publicado en I.O. Nro. 1029, es
un canto a la impotencia; el funcionario que recibió a la delegación hizo algunas vagas promesas, pero cuando se le
preguntó por qué no se aplica la promesa electoral del PS, de obligar a las agencias a pagar al trabajador temporario un sueldo en el intervalo entre un empleo y otro, en la perspectiva de abolir el trabajo temporario respondió: “No
hemos resuelto eso, porque provocaría la desaparición inmediata de las empresas de trabajo temporario. No lo
deseamos. Indudablemente, llegaremos a ese resultado, pero no inmediatamente”. Agregó que el gobierno formularía un plan de tres años para poner fin al trabajo temporario.
La delegación se retiró llorando: “Por consiguiente, al gobierno se orienta de hecho hacia una ley que mantendrá
el trabajo temporario durante tres años, por lo menos. ¿Cómo se concilia esto con los intereses de la democracia y
con el de los más afectados, los superexplotados trabajadores temporarios?”
Punto, fin del artículo. ¿Qué otra cosa esperaban? ¿Creían que una delegación al ministerio de trabajo, sin estar
acompañada de ninguna medida de lucha, resolvería el problema?
Aplicando el método del Programa de Transición al problema del desempleo (incluyendo a los temporarios),
tendríamos un programa como el siguiente:
“Compañeros trabajadores, hay en nuestro país más de dos millones de desocupados, cifra que aumenta constantemente y no incluye a los temporarios ni a los jóvenes que buscan su primer empleo. El gobierno nos pide un
lapso de siete años para resolver el problema. El plan del gobierno contempla únicamente los intereses de los
patronos, es una burla a nuestras aspiraciones y a las razones por las cuales lo elegimos. ¡Rechacémoslo!
“Que los comités de empresa convoquen a un congreso de delegados para elaborar un plan económico que
contemple el trabajo para todos y apruebe las medidas de lucha necesarias para imponerlo. En ese congreso la OCI
propondrá las siguientes medidas de emergencia;
• Aumento inmediato de los impuestos a las ganancias patronales.
• Anulación del presupuesto de defensa.
• Que se utilice ese dinero para un plan de obras públicas que garantice trabajo para todos los desempleados, con
sueldos fijados por los sindicatos.
• Reintegro de los despedidos a sus antiguos puestos de trabajo,
• Que se ponga a disposición del congreso de delegados los libros de contabilidad de las empresas en proceso de
despedir trabajadores o de cerrar sus puertas. Una comisión nombrada por el congreso estudiará esos libros y en
base a su informe el congreso dictaminará; las empresas que puedan reintegrar a los despedidos serán obligadas a
hacerlo; las que no puedan, serán expropiadas de manera inmediata, sin indemnización y bajo control de los trabajadores de las mismas.
• Las agencias de empleo temporario serán cerradas y puestas fuera de la ley.
• La OCI alerta: la patronal y el gobierno no pueden aceptar este plan, porque el mismo se basa en nuestras
necesidades, no en las ganancias de los patronos; es un plan opuesto al de Mauroy. Esto exige que el congreso
adopte las medidas de lucha necesarias. Estarnos convencidos que sólo doblegaremos a la patronal y el gobierno
mediante una huelga general con ocupación de fábrica, y proponemos que empecemos desde ya a prepararla con
la creación de comités de huelga por fábrica y un comité de huelga nacional”.
Este programa es sólo un ejemplo, al que hay que adecuar mejor a la situación concreta. Sólo queremos señalar
que la OCI no levanta ningún programa transicional por el estilo. Se contenta con la medida ultramínima de exigirle
al gobierno que cumpla con su miserable plan burgués y sus promesas electorales, y a llorar cuando el gobierno dice
que no puede hacerlo. En síntesis, la OCI ha renunciado a luchar contra el desempleo, porque ha renunciado a
luchar contra la burguesía y el gobierno de Mitterrand.
4. El apoyo a las nacionalizaciones del gobierno
Decíamos en nuestra carta al CC del POSI que la OCI (u) apoya el plan de Mauroy, de nacionalizar una serie de
empresas en crisis.
La OCI ha respondido parcialmente a nuestra crítica, diciendo que hemos tergiversado el editorial de I.O. al no
citar, entre otras, las siguientes frases;
“Este ejemplo es significativo en otro sentido. ¿Es correcto ‘reembolsar’ o ‘indemnizar’ a Agache-Willot? ¿Cuántos miles y miles de millones de francos han beneficiado a los grandes grupos de la siderurgia y las industrias
eléctrica, electrónica y química? “(Bulletín Nro. 1, p. 31).
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Con esto quieren demostrar que nosotros hemos tergiversad la línea del editorial; “En este editorial se pone
claramente de relieve, en oposición al plan de nacionalizaciones del gobierno, la reivindicación de ‘nada de indemnizaciones’, la requisación de toda empresa que despide, etc.” (op. cit., p. 31).
Entonces, vamos a citar nuestra Carta al CC del POSI, a ver quién tergiversa;
“En lugar de hacer invocaciones a la supresión y a la colectivización de la propiedad privada, y por lo tanto ‘estar
a favor.... de las nacionalizaciones’ que va a llevar a cabo el gobierno de Mitterrand, en el Programa de Transición
se dice que hay que ‘prevenir a las masas contra los charlatanes del Frente Popular’, ya que son agentes del
capital’, y no confiar más que en la ‘fuerza revolucionaria’, es decir, no confiar en el gobierno de los charlatanes,
Trotsky hubiera dicho que Mauroy es un charlatán al servicio del capitalismo, que no hay que confiar para nada en
él y solo en la fuerza revolucionaria de las masas, que hay que expropiar sin pago y luchar ya por la “toma del poder
por los obreros y los campesinos”.
“El programa de la OCI (u) se transforma en un programa mínimo, que ‘está a favor de una medida ultraburguesa,
que no soluciona absolutamente ningún problema y que no ataca en absoluto a la burguesía. Y paralelamente hay
alguna que otra diferencia en el periódico, muy, muy excepcional, a través de preguntas algunas veces explícitas y
otra en forma implícita, a la conveniencia de no pagarles a los burgueses que se expropian, Pero la línea positiva,
editorial, ha sido el apoyo a priori, al plan de nacionalización del gobierno”.
Creemos que nuestra crítica fue perfectamente clara y no tergiversa en nada al editorial y la línea de la OCI.
Nosotros sostenemos que su política es la de apoyar el plan de Mauroy, puesto que se dice que todo avance en ese
sentido (de la aplicación del plan de nacionalizaciones) “sólo puede resultar positivo”, y que se debe estar “a favor,
a priori, de la nacionalización”.
Y ritualmente, de tanto en tanto, se dice que lo ideal sería que no se indemnice a los capitalistas expropiados.
¡Justamente lo mismo que dicen Pablo, el PC y todos los reformistas que en el mundo han sido! Que las nacionalizaciones del gobierno burgués son progresivas, que debemos apoyarlas. Y de paso le decimos al gobierno que sería
mejor no indemnizar a los capitalistas.
Si Lambert y Just dicen que los hemos tergiversado, entonces que nos digan dónde se dice en I.O. o en cualquiera
de los materiales de la OCI (u); “El plan Mauroy es un plan burgués que consiste en nacionalizar empresas en crisis
e indemnizar a sus dueños con el dinero que obtienen explotando a los obreros. Con ese plan, Mauroy y Mitterrand
se muestran como lo que son, siervos abyectos de los capitalistas. La nacionalización que nosotros queremos es la
expropiación sin pago y bajo control obrero de todas las empresas capitalistas y la imposición del control obrero de
las ya nacionalizadas. Esa es la única ‘nacionalización’ a favor de los trabajadores, y que sólo puede ser lograda por
un gobierno de los obreros y los campesinos. Por eso rechazamos el plan Mauroy.
Que Lambert y Just nos muestren donde se hace una campaña sistemática y brutal con la consigna “Abajo el plan
burgués de Mauroy; por la nacionalización sin pago”.
Nosotros no la hemos encontrado. Lo único que hemos encontrado es, como dijimos, la aprobación del plan
Mauroy “por principio y a priori”, y la sugerencia tímida de no indemnizar. Por eso, decimos que Lambert y Just son
charlatanes al servicio de Mauroy, quien a su vez es un charlatán al servicio del capital.
5. La enseñanza
El problema de la enseñanza pública ha adquirido gran importancia últimamente, debido al cierre, bajo Giscard,
de varios miles de escuelas públicas. Esto obliga a muchas familias trabajadoras a enviar a sus hijos a la escuela
católica paga. El problema entonces radica en lo que significa la enseñanza católica como difusión de una ideología
archirreaccionaria, y además en la disminución de los ingresos del trabajador.
Esta situación le exige al partido trotskista una política por la reapertura inmediata de las escuelas cerradas y frente
a la respuesta inevitable del gobierno, de que “no hay fondos para ello”, la reivindicación de que se aumente el
presupuesto para la enseñanza a costa, por ejemplo, del presupuesto militar.
Ese es un aspecto del problema. El otro es que la enseñanza es un hecho social y que todo el sistema educativo
debe estar en manos de la sociedad, no en las manos caprichosas de cualquier grupo capaz de autofinanciarse,
como es la Iglesia.
La campaña de la OCI, que se expresa permanentemente en todas las ediciones del periódico del Nro. 1000 al
1020, está sintetizada en la consigna “fondos públicos a la escuela pública, fondos privados a la escuela privada”. A
partir del número 1021, y como si fuera una respuesta a esta crítica nuestra hecha en la Carta al Comité Central del
POSI, esta reivindicación aparece ligeramente modificada: “sólo una escuela debe ser financiada por los contribuyentes: la escuela pública abierta a todos los niños” (I.O 1025).
Esto no altera nada: la OCI hace campaña alrededor de la vieja reivindicación de los masones, los liberales y los
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socialistas burgueses: que el Estado debe dar fondos únicamente a la escuela pública, pero la escuela privada y
confesional tiene derecho a coexistir con ella siempre que pueda autofinanciarse. Más adelante nos referiremos a
este aspecto del problema y sus implicaciones profundamente reaccionarias. Ahora vemos qué se dice en I.O.
sobre la reforma de la enseñanza:
“¿Quién mejor que los maestros, padres de alumnos y jóvenes para definir en qué sentido se debe reformar la
escuela, expresar las necesidades y proponer medidas? Para quebrar la resistencia de los capitalistas, ¿no habría
que apoyarse en los maestros, padres y jóvenes y movilizarlos?” (I.O. 1018). Esta es una posición liberal burguesa,
que olvida el hecho de que los “padres y jóvenes” se dividen en burgueses, pequeños burgueses y proletarios. La
posición trotskista, de clase, es la expropiación de las escuelas privadas y la estatización de todo el sistema educativo, bajo el control del movimiento obrero, y con un programa de estudios único, elaborado por los profesionales
de la enseñanza y sujeto a aprobación también por las organizaciones obreras. Junto con ello, exigimos una serie de
garantías para los estudiantes: un sueldo que los libre de toda obligación que no sea la de estudiar; derecho a la
educación superior para todos los jóvenes; derecho al trabajo al concluir los estudios.
Ahora bien, nosotros ya habíamos formulado esta crítica en nuestra Carta al CC del POSI, y la OCI nos ha
respondido. En I.O. No 1028 critica el “curioso método de discusión” de Moreno, puesto que en el citado artículo
de I.O. 1018, a continuación de las frases citadas por nosotros (y que son las mismas que aparecen un poco más
arriba), se dice:
“¿No habría que convocar a una conferencia nacional de delegados de maestros y padres, con las organizaciones
obreras, preparada en todos los municipios de Francia, para discutir cómo se organiza la nacionalización laica de la
enseñanza y las medidas a tomar para garantizar el derecho real a los estudios y a la formación profesional para
todos?”
En nuestra Carta al CC del POSI, decíamos: “Nos estamos refiriendo no a la simple mención, en dos o tres frases
perdidas en algunos periódicos, de las tareas más elementales, sino a la campaña y agitación permanente y sistemática, en todos los periódicos, de las consignas...”.
Este es precisamente el caso: sólo hemos encontrado el llamado a una conferencia nacional de padres y maestros
con las organizaciones obreras en dos ediciones del periódico, un suplemento especial sobre la enseñanza en el
Nro. 1017 y la citada del Nro. 1018. Por consiguiente, nuestra crítica es válida; se trata efectivamente de “dos o
tres frases perdidas en algunos periódicos”, de ninguna manera una campaña tal como la entendemos los trotskistas.
Se trata de la repetición ritual de algunas frases del léxico trotskista, nada más.
Alrededor del problema de la enseñanza, la OCI realiza dos campañas sistemáticas. Una es la de “fondos públicos a la escuela pública”; la otra, referida a la universidad, se refiere a la derogación de ciertas leyes giscardianas. A
ambas nos referiremos más adelante, cuando veamos lo que la OCI hace, no lo que deja de hacer.
De todos modos, discrepamos con el llamado a la conferencia nacional hecho en esos términos. Las organizaciones obreras aparecen allí como un participante más, junto a los padres (sin diferenciación de clase) y los maestros.
Nosotros pensamos, como decimos más arriba, que las organizaciones obreras son las que deben controlar y dirigir
la tal conferencia y tener el voto definitivo sobre cualquier plan o programa que allí se elabore.
Segundo, la “nacionalización laica de la enseñanza” se contrapone por completo a la consigna sobre el destino de
los fondos públicos y privados, que reconoce el derecho a la existencia de la escuela confesional. La consigna que
se agita sistemáticamente es esta última.
Tercero, la conferencia debería resolver sobre las “medidas a tomar para garantizar”, etc., etc. ¿Por qué oculta la
OCI las medidas que a su juicio se deberían tomar? Un partido trotskista diría: “La conferencia deberá discutir las
medidas a tomar. Nosotros proponemos las siguientes, para que el movimiento obrero y los trabajadores de la
educación empiecen a discutirlas....”.
Finalmente, las críticas de la OCI a nuestra Carta al CC del POSI empezaron a aparecer meses antes que la
versión francesa de dicha carta. Por consiguiente, los lectores franceses no sabían que nosotros criticamos la falta
de una campaña consecuente, no tal o cual frase aislada. ¡”Curioso método de discusión” es el vuestro, señores de
la OCI!
6. Los trabajadores inmigrantes
Dedicamos un capitulo aparte a los inmigrantes, puesto que constituyen aproximadamente la cuarta parte de los
trabajadores manuales en Francia, y su sector más explotado. Los problema que afectan a todos los trabajadores
-salarios, costo de la vida, desempleo, vivienda, etc.- están exacerbados al máximo en el caso de los inmigrantes
debido a la discriminación racial. Además, les está prohibido organizarse sindicalmente y participar en la vida
política del país. Los que se encuentran en peor situación son los indocumentados (“sans-papiers”): son aproximadamente 300.000, de acuerdo a cifras recientes, y están sujetos a expulsión inmediata del país.
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El 26 de mayo, poco después de asumir el nuevo gobierno, el ministro del interior suspendió las expulsiones de
inmigrantes, a la espera de las nuevas leyes que reglamenten su situación. La OCI aplaudió la medida: en I.O. Nro.
1002 se dice que la suspensión “es un importante primer paso en la satisfacción de las reivindicaciones de los
trabajadores inmigrantes tras la caída de Giscard-Bonnet-Soléru. En segundo lugar, indica el camino a seguir para
desmantelar el aparato represivo perfeccionado por Giscard-Poniatowsky-Peyrefitte (...) La medida de suspensión
provisoria, a la espera del debate en la Asamblea Nacional, ha parado esa máquina que perturbaba sus vidas en
nombre de las leyes giscardianas”.
Según la OCI, entonces, los trabajadores inmigrantes no deben desconfiar del gobierno burgués, socialchovinista,
ni organizarse para luchar por sus derechos. ¿Para qué, si el gobierno satisface sus reivindicaciones? Pro veamos
cómo fue el “debate en la Asamblea Nacional” y las “nuevas leyes”.
Según I.O. Nro. 1020, las leyes presentadas para regularizar la situación de los inmigrantes “distan de responder
a las necesidades de igualdad y justicia reclamadas por ellos”. En efecto, los que deseen beneficiarse con las nuevas
leyes deben tener 20 años de residencia en el país y “presentar pruebas irrefutables de ello”. Se aprobó además un
proyecto presentado por el senador socialista M. Roujas, que suprime el derecho de las organizaciones de inmigrantes con más de cinco años de existencia a “luchar contra la discriminación” y a ejercer “ante la justicia los
derechos reservados a la parte civil.
I.O: Nro. 1025 se refiere nuevamente a este problema, cuando informa que trabajadores inmigrantes de nueve
empresas de la región parisina se declararon en huelga y ocuparon las fábricas debido a un nuevo decreto: los
indocumentados tienen plazo hasta fin de este año para presentar ante las autoridades un contrato o por lo menos
una promesa de trabajo; quienes no pueden presentarlo serán expulsados. Los ocupantes de las fábricas fueron
expulsados “brutalmente por la fuerza conjunta de una milicia patronal y la policía”. El mismo I.O. denuncia que se
trata de “un verdadero engaño, porque la regularización de su situación de ‘indocumentados’ depende únicamente
de la buena voluntad de los patronos”.
¿Qué se propone para remediar la situación: “Los militantes de la OCI unificada someten a la discusión (de los
inmigrantes afectados) la propuesta de formar una delegación de las empresas afectadas que concurra al ministerio
pasa exigir el retiro de las fuerzas de policía, la expulsión de las milicias patronales, la regularización inmediata e
incondicional de la situación de los indocumentados y la intervención del gobierno para obligar a los patronos a dar
a cada trabajador empleado un contrato de trabajo conforme a la ley”.
En resumen, el gobierno dio “un importante primer paso” hacia la satisfacción de las reivindicaciones, por lo cual
la OCI llamó a los inmigrantes a confiar en él. Luego ese “primer paso” se convirtió en un pisotón a los derechos de
los inmigrantes, y la OCI sigue llamándolos a confiar: la única medida que propone es que se forme una delegación
para concurrir al ministerio. Y en I.O. Nro. 1030 declara su apoyo a una manifestación convocada para el 12 de
diciembre por la Maison des Travailleurs Inmigrés.
Nosotros no estamos en contra de la delegación al ministerio. Pero esa no puede ser la única medida, sobre todo
porque los trabajadores están en lucha. Las formas de negociar son importantes, pero lo fundamental son las
medidas de lucha. Si los trabajadores inmigrantes de nueve empresas están en huelga dirigidos por una “coordinadora de indocumentados”, hay ciertas tareas que se plantean de manera casi automática, para extender la lucha y
garantizar su triunfo: que la “coordinadora extienda su radio de acción hasta abarcar a todos los inmigrantes,
indocumentados y documentados. Así, lo que inició cómo un pequeño organismo ad hoc, puede convertirse en una
poderosa organización única de todos los inmigrantes de Francia, y con una dirección independiente de la burocracia sindical, a la cual los inmigrantes odian con justa razón por su racismo.
Esta organización podría dirigir la lucha por todos los derechos de los inmigrantes (derechos que hasta ahora la
OCI no se ha dignado siquiera mencionar). Por ejemplo, en la campaña electoral el PS les había prometido el
derecho al voto, Una vez en el gobierno, anunció que sólo podrían votar a nivel municipal. Y terminó negándoles ese
miserable derecho. Podrían luchar por sus derechos a obtener los mismos salarios que los obreros franceses.
Podrían luchar por sus derechos nacionales: tener escuelas bilingües y conservar sus idiomas, costumbres y cultura.
Todo eso podría hacer, si existiera un partido revolucionario que lo planteara. La OCI no es ese partido. Sus
escasos artículos sobre los trabajadores inmigrantes se limitan a apoyar sus luchas sin ofrecerles ninguna perspectiva revolucionaria. Al contrario, lo único que propone es una delegación al ministerio, es decir, en última instancia,
a que confíen en que el gobierno que ha decretado la expulsión resolverá sus problemas.
7. El problema de clase en esta discusión
Estas deficiencias de la OCI (u) y de Lambert con respecto a los trabajadores inmigrantes (que, por otra parte, no
son siquiera mencionados en el Proyecto de informe político) no obedecen a un olvido casual. Detrás del revisionis-
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mo de Lambert y de su adaptación a la socialdemocracia hay un problema de clase.
La OCI (u) es una organización formada por sectores de la aristocracia obrera y trabajadores de “cuello blanco”.
Es un partido de 5.000 militantes, de los cuales entre 500 y 1.000 son maestros, profesores y profesionales. En
cambio, en una fábrica como la Renault tiene una célula de solamente dos militantes (hasta hace poco eran tres, pero
uno fue expulsado por apoyar nuestras criticas en este debate). Por eso no es casual su frente único con Bergeron
y Force Ouvriere, que es justamente la organización sindical de los trabajadores de cuello blanco.
En el terreno organizativo la OCI (u) también se adepta a la socialdemocracia y los estratos asalariados privilegiados. Llevada de la mano por Lambert, la OCI ha abandonado la organización del partido por empresas, gremio o
sindicato en favor de la organización barrial, como el PS.
Tanto por su política como por su organización, la OCI (u) se aleja cada vez más del sector social al cual debería
dirigirse como base de su militancia y dirección: el proletariado industrial y su sector más explotado, los trabajadores inmigrantes. El escaso trabajo que realiza en este medio, por lo que refleja I.O. no tiene como centro las fábricas
sino los foyers, es decir, las lugares de residencia.
No es trotskista el partido francés que no se oriente hacia los obreros industriales y los trabajadores negros,
árabes, antillanos, mediterráneos y las mujeres trabajadoras. Sólo estos sectores, los más explotados, pueden ser
trotskistas consecuentes porque son anticapitalistas y antiimperialistas. Los sectores a los que se dirige la OCI (u)
son “anticapitalistas” en un sentido estrecho, puesto que jamás denuncian ni se movilizan contra el imperialismo
francés, la máxima expresión del capitalismo.
Por eso, no hay dirección trotskista en Francia, si no es una organización llena de camaradas negros, árabes y
mujeres trabajadoras.
¡Fuera de la dirección de la OCI (u) los burócratas corrompidos de la UNEF y de la CGT (Force Ouvriere),
pagados directa o indirectamente por Bergeron! ¡Por una orientación hacia los trabajadores inmigrantes, industriales y mujeres!
¡Llenar a la OCI (u) de los obreros más explotados, desplazando a la aristocracia obrera y a los burócratas de
UNEF y FO!
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Capítulo X
Un programa mínimo frente al Estado y la Iglesia
Un problema vital para el partido revolucionario es el de dotarse de un programa para la destrucción de las
instituciones mediante las cuales la burguesía ejerce su dominación. Nos referimos a todo ese dispositivo de ministerios, secretarías de Estado, jerarquías de funcionarios, fuerzas armadas, que comúnmente llamamos “aparato
estatal”, coronado en el caso de Francia por la presidencia de la república.
Cuando un nuevo gobierno sube al poder, es muy común que efectúe algunos cambios superficiales, desde el
reemplazo de altos funcionarios del gobierno anterior por gente adicta, hasta la reforma constitucional. El gobierno
de Mitterrand no es una excepción: ha derogado la pena de muerte; ha promulgado una ley de amnistía (muy
limitada, por cierto), está estudiando una llamada “ley de descentralización”, que limita los poderes de las prefectos
de las departamentos mientras aumenta los de los concejos municipales.
Para los marxistas, el objetivo de tales “reformas” no es ningún secreto: se trata de abolir algunas instituciones o leyes
particularmente irritantes para las masas, sin alterar nada en lo esencial. Es decir, “cambiar algo para que todo siga igual”.
Nosotros consideramos que en cada etapa de la lucha de clases, el partido trotskista debe tener un programa
para la destrucción del Estado burgués y sus instituciones, planteando al mismo tiempo el tipo de instituciones que
deben reemplazarlas: soviets, elección popular de los funcionarios públicos con revocabilidad inmediata, etcétera. Y
tratándose de un Estado bonapartista como es la V República francesa, una de nuestras consignas permanentes
debe ser “abolición de la presidencia”.
En nuestra Carta al CC del POSI criticábamos a la OCI par carecer de un programa para la destrucción de la V
República. En el presente documento hemos visto que ello se debe a que la OCI ha trasladado su teoría de los
“campos” al seno del aparato estatal y considera que la elección de Mitterrand es “incompatible” con la existencia
de la V República.
La OCI ha respondido a nuestra crítica diciendo que sí tiene un programa para la destrucción del Estado burgués
de la V República. Programa que se expresa, según ellos, en el siguiente pasaje del Proyecto de informe político.
“Es imposible respetar la voluntad expresada por las masas el 10 de mayo y el 14 y 21 de junio, mientras se
respetan la V República, la Constitución y sus instituciones antidemocráticas. El aparato de Estado (que es un
aparato de Estado burgués) de la V República es un aparato de Estado bonapartista. Es necesario quebrarla. La
OCI unificada apoyará todo paso que el gobierno Mitterrand-Mauroy pueda dar por este camino, sin tomar en
cuenta su política” (Citado en “Acerca del problema del frente popular y la política de la OCI unificada”, Bulletin
intérieur de informartion et de discuesion international Nro. 1, 30-11-81).
Esta no hace más que ratificar nuestra crítica: el único programa que tiene la OCI para la destrucción del Estado
burgués es el apoyo a “toda paso” que el gobierna burgués de Mitterrand pueda dar en ese sentido. No se dice qué
se debe hacer en el caso de que el gobierno no dé ningún paso en ese sentido (que es, desde luego, lo que está
ocurriendo) ni se contraponen instituciones obreras a las del Estado burgués.
Y como pasa reafirmar aún más lo que decimos, en la “Declaración del CC” publicada en I.O. Nro. 1030 aparece
una lista de consignas, algunas de las cuales tienen que ver can el problema del Estado. Estas son:
• “Por la derogación de todas las leyes antilaicas, la supresión de los créditos públicos a la escuela libre y confesional y la entrega íntegra de las mismos a la escuela pública;
• “Por la revocación inmediata de los altos funcionarios impuestos por Giscard y que siguen en sus puestos, y que
organizan el sabotaje”;
• “Por la reducción inmediata del servicio militar a seis meses”
Vamos a ver qué significa este “programa”, tanto por lo que dice como por lo que omite.
1. Primera omisión: la V República
Podemos decir que hasta el 10 de mayo pasado, la OCI tuvo una política que constituye una cátedra de trotskismo en cuanto a los principios. Denunció constantemente su carácter bonapartista, que otorga poderes casi ilimitados a la presidencia, mientras anula los del parlamento. Señaló siempre el carácter antidemocrático del aparato
estatal, como retroceso frente a las conquistas de la propia democracia burguesa. Esta política de la OCI se
expresaba en la agitación de la reivindicación “abajo la V República”, concretada en consignas para la acción tales
como: “echar a Giscard para derrocar a la V República”, “frente único de los partidos obreros contra los partidos
e instituciones de la V República”, etcétera. El ataque al aparato estatal bonapartista era el eje de las campañas
políticas de la OCI, centradas en los gobiernos que ejercían las funciones estatales. De ahí la lucha feroz contra los
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gobiernos sucesivos de De Gaulle, Pompidou y Giscard.
Desde que subió Mitterrand al gobierno, la reivindicación “abajo la V República” ha desaparecido por completo,
de la agitación y la propaganda de la OCI, como lo demuestra la lista de consignas que reproducimos más arriba.
Evidentemente, no puede agitarse por el momento la consigna “echar a Mitterrand para destruir la V República”.
Esta seria una política ultraizquierdista estéril, puesto que las masas todavía confían en el nuevo gobierno. Pero esto
no significa que la consigna “abajo la V República” debe desaparecer de la agitación del partido revolucionario,
siquiera momentáneamente. Todo lo contrario: ahora que se inicia un ascenso del movimiento de masas es necesario
agitarla más que nunca, no sólo porque se puede encauzar la movilización obrera y popular hacia la destrucción del
Estado burgués, sino también porque en ese proceso se puede desenmascarar al gobierno de Mitterrand como
acérrimo defensor de la V República. Lo único que cambia con respecto a la etapa anterior, es la formulación
táctica de las consignas. Por ejemplo;
“Para que se respete la victoria de las masas es necesario desmantelar el estado RPR-UDF, terminar con la V
República, sus instituciones y su Constitución. Hemos elegido a Mitterrand contra la V República, pero él dice que
las instituciones están bien hechas (ver su entrevista en Le Monde del 2 de julio), hasta ahora no ha cambiado nada
ni piensa hacerlo en el futuro”.
“Por eso debemos confiar solamente en nuestras fuerzas. ¡Sólo nuestra movilización independiente puede liquidar
a la V República! ¡Convocatoria a una Asamblea Nacional que asuma plenos poderes ejecutivos y legislativos hasta
dotar a Francia de una nueva Constitución! ¡Que sus miembros sean elegidos en asambleas locales y puedan ser
revocados cuando, a juicio de los electores, traicionan sus mandatos!”
“En dicha asamblea, los trotskistas propondremos una nueva estructura estatal, basada en concejos obreros
locales que elijan delegados a un consejo obrero central, el cual concentraría todos los poderes de Estado y
principalmente la fuerza armada”.
2. Segunda omisión: la presidencia de la república
La institución que corona todo el dispositivo estatal bonapartista es la presidencia de la república. En Francia este
fenómeno es especialmente pronunciado; la Constitución gaullista otorga al presidente unos poderes casi ilimitados;
por ejemplo, es él quien determina el orden del día que debe discutir el parlamento. Esta institución, que cumple un
papel casi decorativo, no tiene poderes para oponerse al presidente. La presidencia inclusive puede emitir decretos
(ordenances) con fuerza de ley, que no están sujetos a aprobación por al poder legislativo.
Por todo esto, las consignas por la abolición de la presidencia y su reemplazo por un organismo obrero debe
formar parte de le agitación constante del partido revolucionario contra la V República. Pero igual que en el caso
anterior, la OCI se ha “olvidado” de esto desde el 10 de mayo. Aunque jamás explica el por qué de esta ausencia,
nosotros creemos que el mismo se deduce fácilmente de toda su política. La OCI considera que la sola elección de
Mitterrand es incompatible con la existencia de la V República, de ahí que todo su programa en este terreno se
reduce e impulsar los “pasos” que él dé en este sentido. Pero para dar “pasos” de debe contar con los poderes
necesarios, y no hay institución en Francia que los posea en mayor grado que la presidencia.
Nuestra conclusión no se basa en una afirmación explícita de la OCI sino que es la consecuencia lógica de toda su
política. La OCI está en contra de levantar las consignas por la abolición de la presidencia porque considera que
esa institución, en manos del “burgués antiburgués” Mitterrand, es la herramienta para destruir a la V República
desde adentro.
¿Es errónea esta afirmación? En todo caso nadie puede tacharla de aventurada ni especulativa, puesto que se
basa en los hechos rigurosamente comprobados que exponemos más arriba. La OCI sólo podrá convencernos que
estamos equivocados si nos muestra, periódico a periódico, las consignas que ha levantado contra la presidencia a
partir del 10 de mayo.
3. Tercera omisión: las fuerzas armadas burguesas
Una de las consignas en el “programa” de la “Declaración del CC” es “por la reducción inmediata del servicio
militar a seis meses”.
Fue quizá pensando en ella que Francois Forgue dijo, en su artículo de respuesta a Capa en Correspondencia
Internacional Nro. 13; “¿Puede haber alguien que tenga verdaderamente la audacia de pretender (...) que le OCI
apoya a las fuerzas armadas de su imperialismo?”
Pues sí, nosotros afirmamos eso, y no con audacia (en el sentido de ser especulativos o de inventar hechos) sino
estrictamente en base a la realidad. Inmediatamente antes de la frase citada, Forgue dice que no se deben “confundir momentos diferentes de la situación” y aclara:
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“La forma concreta de la lucha de las masas contra el Estado burgués, el eslabón que en este momento las masas
pueden tomar para movilizarse contra el mismo son los sectores del aparato de Estado como la policía, las policías
paralelas ‘institucionalizadas’, la alta administración que posee todas las palancas de mando del Estado” (op. cit.).
Y en base a esto afirma que no se puede acusar a la OCI de apoyar a las fuerzas armadas imperialistas.
Expresado en términos de documento, tenemos: Visto que las masas en este momento no prestan atención al
problema de las fuerzas armadas y considerando que sólo se deben agitar las consignas que sirvan para la movilización inmediata, la OCI resuelve.... ¡abandonar la lucha contra las fuerzas armadas! Y solamente un “audaz” puede
pensar que esto constituye una forma de apoyo a las fuerzas armadas del imperialismo trances.
Nosotros, con la audacia que nos brinda nuestro firme apoyo sobre el método marxista, afirmamos que la OCI sí
está apoyando a las fuerzas armadas del imperialismo francés, pero en forma vergonzante, negativa, al negarse
explícitamente a combatirlas. Consideramos que si existe un buen momento para pasar de la propaganda a la
agitación por la destrucción de las fuerzas armadas, ese momento es el presente, cuando las masas están en ascenso
y aspiran a liquidar ese enemigo eterno que es el ejército burgués. Si sus ilusiones las hacen creer que Mitterrand lo
hará entonces debemos combatir esas ilusiones en el terreno de la denuncia del gobierno y la movilización.
La consigna “por la reducción del servicio militar a seis meses” merece párrafo aparte. ¿Qué significa esta consigna aisladamente, como la expresa la OCI (u)? Aclaremos que tácticamente podemos coincidir con ella, puesto que
se trata de una promesa electoral incumplida por el gobierno, y una reivindicación por la cual la juventud se está
movilizando multitudinariamente. Pero en primer lugar, la OCI no centra sus ataques en el gobierno por no cumplir
con sus promesas, sino en el PC por aceptar públicamente la duración actual del servicio militar (un año).
En segundo lugar, la reducción del servicio militar es una consigna mínima, reformista, que no atenta contra las fuerzas
armadas burguesas si no esté unida a un programa de consignas transicionales al efecto. Veamos qué decía Trotsky:
“No podemos oponernos al entrenamiento militar obligatorio por parte del Estado burgués así como tampoco
podemos oponernos a la educación obligatoria por parte de ese mismo Estado. El entrenamiento militar aparece
ante nuestros ojos como parte de la educación” (“Sobre la conscripción”, 9-7-40; Escritos, tomo XI, Vol. 2, p.
435). Y aclara:
“Estamos absolutamente a favor del adiestramiento militar obligatorio, lo mismo que de la conscripción. ¿Conscripción? Sí. ¿Por el Estado burgués? No. No podemos confiar esta tarea, ni ninguna otra, al Estado de los explotadores”.
“En nuestra propaganda y agitación debemos diferenciar claramente estas dos cuestiones. Es decir, no luchar
contra la necesidad de los trabajadores de ser buenos soldados y de construir un ejército basado en la disciplina,
ciencia, cuerpos fuertes, etcétera, incluyendo la conscripción, sino contra el Estado capitalista que hace abuso del
ejército en favor de la clase explotadora” (op. cit., pp. 434-435). Y poco después:
“Nuestros camaradas deberían ser los mejores soldados y oficiales y, al mismo tiempo, los mejores militantes de
clase. Deberían provocar en los trabajadores desconfianza hacia la vieja tradición, los planes militares de la clase
burguesa y sus oficiales, e insistir en la necesidad de educar a oficiales obreros, que serán absolutamente leales al
proletariado” (op. cit., p. 453).
De estos conceptos de Trotsky se desprende todo un programa transicional:
• Control de la conscripción por las organizaciones obreras;
• Empleo de las fuerzas armadas únicamente para repeler la agresión externa; no para atacar a otros países;
desmantelamiento inmediato de todas las basas extranjeras y retiro de las tropas allí estacionadas;
• Prohibición de utilizar a las fuerzas armadas para reprimir al movimiento obrero;
• Salario mínimo industrial para los soldados, pagado por sus patronos;
• Legalidad para los comités de soldados; que éstos se afilien a los sindicatos y centrales;
• Que dichos comités elijan a los oficiales y suboficiales, bajo control de las organizaciones obreras; que garanticen un buen adiestramiento en el uso de las armas más modernas para todos los soldados; ¡no queremos ser carne
de cañón! Hasta llegar al objetivo planteado por el Programa de Transición: “Sustitución del ejército permanente
por una milicia popular en unión indisoluble con las fábricas, las minas, las granjas, etcétera”. (p. 30).
La OCI, con su consigna única (la cual, insistimos, sólo serviría tácticamente para denunciar al gobierno) tiene el
“programa” contrario: que los obreros deben ser peores soldados que antes y permanecer siempre bajo el mando
de sus oficiales burgueses, al servicio de los explotadores.
4. Se abandona la lucha contra la Iglesia
Una de las críticas formuladas en nuestra caria al CC del POSI se refería al empleo por parte de la OCI, de la
consigna “fondos públicos a la escuela pública, fondos privados a la escuela privada”, porque la misma significa
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respetar el derecho de la Iglesia Católica a mantener sus escuelas y difundir su ideología putrefacta, con tal de que
se autofinancie.
Nuestra crítica no ha provocado la menor respuesta de parte de la OCI. Ahora bien, I.O. (por ejemplo, en los
números 1019 y 1020) ha dedicado mucho espacio a explicar cómo las escuelas católicas difunden su ideología al
servicio de la explotación. Como denuncia está muy bien, pero lo curioso (mejor dicho, lo repugnante) es que la
OCI sigue defendiendo el derecho de la escuela católica a existir y a contaminar las mentes infantiles: su única
reivindicación sigue siendo la de no otorgar créditos públicos a la escuela privada, es decir, el viejo lema de la
masonería, los liberales y el socialismo burgués.
Si consideramos que la Iglesia Católica, además de un colosal aparato al servicio de la contrarrevolución es una
potencia económica (el Papa es en estos momentos el primer accionista de la Bolsa de Nueva York), el corte de los
fondos públicos sería un golpe duro para ella, pero de ninguna manera la haría desaparecer de la escena. Por eso
para los revolucionarios es un deber supremo emplear los métodos de la lucha de clases más implacable para
quitarle a la Iglesia los medios con que cuenta para su acción contrarrevolucionaria. Esto significa, en otras palabras,
expropiarle sus escuelas, clubes, hospitales, y todos sus medios de autofinanciación: fábricas, campos, etcétera.
Significa obligar a los curas a trabajar, y a ejercer los ritos fuera de las horas de trabajo, así como el trabajador va
a misa únicamente en sus horas libres. Significa, en fin, levantar un programa de transición contra la Iglesia:
• ¡Fuera los curas y las monjas de la escuela, los sindicatos, los hospitales, las asociaciones deportivas y culturales, de toda actividad que no sea estrictamente la del culto!
• ¡Expropiación inmediata y sin pago de todos los bienes de la Iglesia!
• ¡Que los curas se ganen la vida trabajando, no difundiendo su pútrida ideología al servicio de la explotación!
• ¡Fondos públicos a la escuela pública, fondos privados, también!
5. La teoría de los campos en el aparato gubernamental
La OCI no sólo considera que han surgido dos campos antagónicos a nivel de la sociedad, sino que ha trasladado
esa teoría al seno del propio gobierno, y el aparato estatal. Según el Proyecto de Informe político, no existe un solo
aparato gubernamental al servicio de la burguesía, sino los dos campos consabidos. El campo antiburgués comprende al presidente Mitterrand, los altos funcionarios nombrados por él y la mayoría de los ministros. El otro, por
ahora mucho más poderoso, es el campo burgués de los funcionarios giscardianos y también algunos ministros.
Veamos algunos ejemplos de aplicación de esta política. En julio se produce una huelga en el aeropuerto RoissyCharles de Gaulle, por el reintegro de seis sindicalistas despedidos. Este aeropuerto es, desde luego, una empresa
estatal; por consiguiente, el patrón contra el cual se libra la huelga es el Estado, y concretamente el gobierno de
Mitterrand. Pero la OCI no lo entiende así:
“¿Qué debimos haber hecho? Luchar por la victoria de la huelga, formulando una táctica que en su desarrollo
plantease la ruptura con la burguesía, y en este caso, la revocación de los altos funcionados puestos por Giscard,
que se mantienen en sus puestos” (Proyecto de in forme político, p. 5).
Resulta entonces que el patrón no es el gobierno sino los altos funcionarios, y no cualquier funcionario sino los que
vienen de la administración anterior, que por alguna razón (quizá por falta de tiempo) el gobierno no ha removido.
Unas líneas más arriba, se dice: “Nosotros no dijimos: El ministro Fiterman es el responsable (de los despidos),
sino que dijimos: la culpable es la dirección general (del aeropuerto)” (op. cit., p. 4).
Por lo tanto, los trabajadores de esta empresa estatal están luchando únicamente contra la administración del
aeropuerto, que viene de la época de Giscard; no contra el ministro de transportes Fiterman (que pertenece al PC,
y del cual nos enteramos de paso que pertenece al campo Mitterrandista), ni contra el patrón supremo de las
empresas estatales, el presidente de la República. En otras palabras, según la OCI, cuando el patrón es el gobierno,
los trabajadores no deben luchar contra él sino contra los representantes del campo enemigo que se encuentran en
su seno.
Ejemplos como éste hay muchísimos, y los veremos cuando profundicemos en la política de la OCI para la actual
etapa; señalamos el de Roissy para mostrar cómo responde a una concepción general, la de los “campos”, trasladada al seno del aparato estatal. El Proyecto de informe político eleva la línea aplicada en Roissy al nivel de una
política general para el período:
“Debemos explicarles a las masas trabajadoras que (....) para respetar la democracia que echó a Giscard, hay
que echar a esos altos funcionarios (giscardianos); revocarlos” (op. cit., p. 3).
Decíamos que algunos ministros del actual gobierno pertenecen al campo enemigo. El Proyecto de informe político menciona concretamente a cuatro ministros: el gaullista de izquierda Jobert, el radical Crépeau y los socialistas
Delors y Rocard. “Aunque radicales y gaullistas de ‘izquierda’ estén totalmente marginados, su presencia en el
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gobierno es altamente significativa. Pero el hecho de mayor importancia reside en que, frente a la derrota de su
representación política, la burguesía tuvo que tomar directamente a su cargo el combate político contra el gobierno
de Mitterrand” (op. cit., P. 4).
Jobert y Crépeau son entonces miembros del campo enemigo en el gobierno; sin embargo, su debilidad, producto
de la derrota de sus partidos en las elecciones, los hace insuficientes. Prosigue el Proyecto de informe: “Por el
momento, el CNPF tomó a su cargo ese combate político contra ese gobierno burgués, que no puede considerar
como suyo (...) El CNPF tuvo que tomar a su cargo tanto la reorganización de la representación política de la
burguesía como el hecho de hacer estallar al PS, apoyándose en primer lugar en Delors y Rocard”.
Por consiguiente, los ministros Delors y Rocard, aunque socialistas, son también miembros del campo enemigo, y
tienen mayor importancia que Jobert y Crépeau: por algo la patronal se apoya en ellos.
Eso de trasladar los campos al seno del gobierno tiene un objetivo claro, sobre el cual nos extenderemos al tratar
la política de la OCI. Ese objetivo es preservar el campo, no hacer ni decir nada que pueda molestar a nuestros
aliados del campo y fundamentalmente al jefe del mismo, el presidente Mitterrand.
6. Cómo desmantelar el aparato estatal, según la OCI
Hemos visto en el presente documento que, en varios conflictos obreros, sobre todo en empresas públicas, la
OCI plantea que la movilización debe dirigirse contra los “altos funcionarios giscardianos que se mantienen en sus
puestos”. En esos casos esta consigna cumple el papel de exculpar al gobierno de los problemas de los trabajadores e impedir que éstos se movilicen en su contra.
Pero esa consigna, a nivel programático, cumple otro papel, todavía más nefasto. La lista de consignas en la
“Declaración del CC” incluye la de “revocación de los altos funcionarios”; el Proyecto de informe político nos
aclara su significado:
“Debemos explicarles a las masas trabajadoras que (.....) para respetar la democracia que echó a Giscard, hay
que echar a esos altos funcionarios; revocarlos. ¿Acaso no es esa una política de principios a nivel de la tarea
principal que las masas trabajadoras deben resolver: destruir el Estado burgués desmantelando los instituciones
reaccionarias de la República?” (Proyecto p. 3).
Tenemos, entonces, que la “tarea principal” que deben resolver las masas es la “destrucción del Estado burgués”,
y para ello deben “desmantelar las instituciones reaccionarias de la V República”. Y la manera “principista” de
hacerlo consiste en revocar a los altos funcionarios giscardianos, o sea, reemplazarlos por funcionarios socialistas.
Digamos por empezar, que esta política no tiene nada de nueva. Bajo el gobierno provisional ruso los mencheviques y eseristas levantaban la consigna “por un ministerio de los partidos mayoritarios en los soviets”. A lo cual
respondió Lenin:
“Un ministerio de los partidos mayoritarios en los soviets significa un cambio de personas en el ministerio, conservando todo el viejo aparato gubernamental, aparato íntegramente burocrático, íntegramente no democrático, incapaz de llevar a cabo reformas serias que constan hasta en los programas eseristas y mencheviques (...) Aun en
aquellos ministerios que estaban en manos de los ministros socialistas quedó inalterado todo el viejo aparato administrativo, y frenó toda la labor”.
“Se comprende -concluye Lenin- Toda la historia de los países parlamentarios burgueses demuestra que un
cambio ministerial significa muy poco, pues la labor administrativa real está en manos de un enorme ejército de
funcionarios (....) Este ejército está atado por la sujeción a la jerarquía, por determinados privilegios del servicio
‘oficial’; los cuadros superiores de este ejército están totalmente supeditados, por medio de las acciones y de los
bancos, al capital financiero y son, en cierta medida, su agente y el vehículo de sus intereses e influencia” (Obrar
completas, T. XXVI, p. 451).
Es decir, para Lenin, reemplazar a los funcionarios burgueses por los de los partidos soviéticos (u los giscardianos- por socialistas mitterrandistas) significa dejar intacto el aparato estatal. Y más aún: significa engañar a las masas
al hacerles creer que las viejas instituciones en manos de funcionarios socialistas, pueden satisfacer sus necesidades.
El movimiento obrero revolucionario tiene una tradición, que se remonta a la Comuna de París, contra la burocracia de los funcionarios públicos. Esta se resume en las consignas:
• Que las organizaciones obreras tomen a su cargo las funciones estatales;
• Elección de los funcionarios por el movimiento obrero;
• Que éstos permanezcan en funciones por períodos limitados, puedan ser revocados en cualquier momento por
sus electores y reciban el mismo salario que un obrero medio.
Con esta cuestión de los funcionarios públicos se termina de redondear la política oportunista de la OCI con
respecto a las instituciones estatales. Se abandonan las consignar “abajo la V República” y “abolición de la presi-
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dencia”; se abandona la lucha por la destrucción de las fuerzas armadas burguesas y su reemplazo por la milicia
obrera, en favor de la consigna mínima de “reducción del servicio militar”; se plantea el respeto por una institución
archirreaccionaria como la Iglesia, con la única exigencia de que se autofinancie; y como broche de oro, se propone
desmantelar el aparato estatal burgués mediante el simple reemplazo de los funcionarios giscardianos por funcionarios socialdemócratas.
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Capítulo XI
Lambert y Pablo apoyan al gobierno
Hemos visto anteriormente que, fuera de alguna que otra frase ritual como “por un gobierno PS-PCF”, la OCI no
tiene una consigna concreta de gobierno. Justifica esta posición con una serie de razones, todas ellas falsas; ya
hemos visto cuáles son, pero conviene recordarlas sintéticamente.
La consigna “fuera los ministros burgueses” es tradicional en el bolchevismo y en el movimiento trotskista: la
levantamos cuando está en el poder un gobierno frentepopulista u obrero-burgués. Lenin la levantó bajo el gobierno
de Kerenski, y Trotsky bajo los gobiernos de Blum y Negrín.
La OCI invoca la tradición opuesta, la del reformismo: no levanta esa consigna debido a la “escasa importancia de
las funciones ministeriales y de las fuerzas burguesas que respaldan” a los ministros burgueses. Es decir, el mismo
argumento que han esgrimido los mencheviques y sus discípulos, los stalinistas, los bolcheviques-trotskistas decimos: si el PS y el PCF, con su mayoría electoral y parlamentaria, incluyen en su gobierno a la sombra de la
burguesía, entonces debemos denunciarlos implacablemente por ello, llamando a las masas a echar a los ministros
burgueses del gobierno.
Otra razón para no levantar ésta ni ninguna otra consigna de gobierno nos la da Luis Favre: que las únicas
consignas que debemos agitar son aquéllas que movilicen a las masas de manera inmediata. Con ello confunde
agitación con acción inmediata, pero además contradice toda la política anterior de la OCI, que durante los siete
años de Giscard levantó la consigna “Fuera el gobierno de Giscard, por un gobierno del PS y el PCF”, sin que
existiera, por lo menos hasta hace muy poco, posibilidad alguna de llevarla a cabo.
Otra razón, que se repite innumerables veces en el documento es que “las masas consideran que el gobierno
Mitterrand-Mauroy es su gobierno”, es decir, confían en él.
Las anteriores razones, todas de índole táctica, podrían hacernos pensar que al cambiar las circunstancias (por
ejemplo, que las masas dejen de confiar en el gobierno) la OCI empezará a levantar consignas de gobierno. Pero el
Proyecto de informe político esgrime una razón adicional, de tipo teórico, donde nos dice de hecho que jamás
levantara una consigna de gobierno mientras el frente popular siga allí.
“Sería absurdo asignarles a los trabajadores el objetivo de derrocar al gobierno. La línea que debemos desarrollar
es la de ruptura con la burguesía” (op. cit., p. 7).
En primer lugar, no entendemos cómo se puede romper con la burguesía sin romper con el gobierno burgués.
Pero lo más grave es que aquí se abandona por completo el eje del Programa de Transición:
“Es preciso ayudar a las masas, en el proceso de la lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus actuales
reivindicaciones y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, que partiendo de las condiciones actuales y de la actual conciencia de las amplias capas obreras,
conduzcan a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado” (pág. 10).
Trotsky Insiste en lo mismo a lo largo del documento: “El viejo ‘programa mínimo’ es constantemente superado
por el programa de transición, cuya tarea consiste en la movilización sistemática de las masas para la revolución
proletaria” (op. cit., pp. 11-12).
“Sobre la base de esta lucha por los salarios y contra la desocupación] (....) los obreros comprenderán mejor la
necesidad de liquidar la esclavitud capitalista” (op. cit., p. 13).
“La estatización de los bancos sólo dará resultados favorables si el poder estatal mismo pasa de manos de los
explotadores a manos de los trabajadores” (op. cit., p. 21).
Y en síntesis: “Cada una de las demandas transitorias debe conducir, por consiguiente, a una única conclusión
política: los trabajadores necesitan romper con todos los partidos tradicionales de la burguesía para establecer,
junto con los campesinos, su propio poder” (op. cit., pp. 35).
Entonces, el objetivo de derrocar al gobierno hurgues no sólo no es “absurdo”, sino que debe ser la “única
conclusión política” de cada consigna que levantamos.
Este es el programa más general del trotskismo, pero ¿que sucede bajo el gobierno del frente popular? En julio de
1936, la Preconferencia Internacional de la Cuarta Internacional aprobó el documento “El nuevo ascenso revolucionario y las tareas de la IV Internacional”, referido a la situación de Bélgica, Francia y España, países estos
últimos donde gobernaban frentes populares.
La tesis 9 afirma: “Sólo puede haber una unión seria, profunda y duradera del proletariado con las masas pequeñoburguesas, en oposición a los acuerdos parlamentarios con los explotadores radicales de la pequeño burguesía,
sobre la base de un programa revolucionario, es decir, la conquista del poder por el proletariado y una revolución
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en las relaciones de propiedad en bien de los intereses de todos los trabajadores. El ‘Frente Popular’ como coalición con la burguesía, es un freno para la revolución y una válvula de seguridad para el imperialismo”.
Y la tesis 10 insiste: “El primer paso hacia una alianza con la pequeña burguesía es la ruptura del bloque con los
radicales burgueses en Francia y España, el bloque con los católicos y liberales en Bélgica etc. Era necesario
explicar esta verdad, sobre la base de la experiencia a todo obrero socialista y comunista. Esta es la tarea central del
momento. En la etapa actual, la lucha contra el reformismo y el stalinismo es principalmente una lucha contra el
bloque con la burguesía. ¡Por la unidad honesta de los trabajadores, contra la unidad deshonesta con los explotadores! ¡Fuere la burguesía del Frente Popular! ¡Abajo los ministros capitalistas!” (Documents of the Fourth International, pp. 87).
Tanto en Francia como en España, donde existían gobiernos de Frente Popular, la “tarea central del momento”
para Trotsky’ era la revolución proletaria y la conquista del poder. Esto es lógico, si tenemos en cuenta que la etapa
del gobierno frentepopulista corresponde a un debilitamiento del poder burgués y al mismo tiempo a un momento en
que el proletariado tiene aspiraciones anticapitalistas y socialistas. Es la etapa en que la crisis revolucionaria está a
la orden del día, y por ello es necesario desarrollar las aspiraciones y necesidades del proletariado y las masas hacia
un objetivo único: el derrocamiento del gobierno y la conquista del poder.
Cuando la OCI afirma que el objetivo de derrocar al gobierno frentepopulista es “absurdo” nos da, en medio de
la maraña de razones falsas, la verdadera razón para no levantar consignas de gobierno: la OCI apoya al gobierno
burgués Y en esto coinciden plenamente Lambert y Pablo.
1. Cómo se expresa el apoyo al gobierno
Aclaramos en primer término que no estamos comparando las respectivas trayectorias de Lambert y Pablo, que
son antinómicas. Afirmamos que, en este punto preciso de apoyo al gobierno burgués de Mitterrand, existe una
identidad esencial entre ellos.
Ya hemos citado los pasajes esenciales de los documentos de uno y otro donde expresan su apoyo a las medidas
(o pasos) progresivos del gobierno. La OCI afirma que “apoyará todo paso que dé el gobierno en este sentido” (Se
refiere a las nacionalizaciones anunciadas por Mauroy) y agrega que “será siempre desde el mismo ángulo que
deberemos abordar” prácticamente todos los problemas más sentidos del proletariado y la juventud (Proyecto....,
p. 7). Mientras que el órgano pablista dice, “apoyaremos todas las medidas sociales y políticas que (el gobierno)
torne, que satisfagan las reivindicaciones de los trabajadores” (Pour l autogestion Nro. 1).
Ahora bien, tanto Pablo como Lambert dicen que no apoyan al gobierno:
“Nosotros no apoyaremos al gobierno como apoyaríamos a un verdadero gobierno de los trabajadores” (Pour
L’autogestion No 1).
“Por lo tanto, no debemos apoyar al gobierno burgués de Mitterrand-Mauroy. Eso sería abandonar los principios
“(Proyecto pp. 3).
La pregunta es: ¿es posible apoyar los pasos o medidas progresivas de un gobierno burgués y no apoyar ha dicho
gobierno? Nosotros creemos con Trotsky que no: que apoyar los “pasos/medidas” de un gobierno burgués es
solidarizarse políticamente con el mismo. Es algo cualitativamente distinto a luchar en el “campo militar” o “físico”
del gobierno frentepopulista cuando es atacado por el sector más reaccionario (Kornilov contra Kerenski, etc.).
Siempre los reformistas han ocultado su apoyo al gobierno burgués frentepopulista tras la máscara del apoyo a las
“medidas/pasos progresivas”.
2. ¿Algunos gobiernos burgueses son más progresivos que otros?
La OCI y sus discípulos del POSI español tienen una política con la cual concordamos plenamente en cuanto a los
principios (aunque discrepamos en cuanto a su aplicación táctica). Es la política de rechazar todas las medidas del
gobierno Juan Carlos-Suárez, por “progresivas” que parezcan. Las medidas de ese gobierno han sido veinte veces
más “progresivas” que las de Mitterrand-Mauroy. Basta mencionar una: el derecho a voto para todos los españoles
y la legalidad para los partidos y sindicatos obreros. La OCI jamás declaró su apoyo a tales medidas/pasos y con
justa razón, porque significaba apoyar la política de conjunto de la monarquía para salvar la esencial del aparato
estatal franquista modificando algunos aspectos secundarios. En otras palabras, para la OCI y el POSI apoyar una
medida/paso del gobierno Juan Carlos-Suárez equivale a brindarle medios para fortalecer su política de conjunto.
Nosotros consideramos que esta política correctísima es la que deben aplicar los partidos revolucionarios frente a
todos los gobiernos burgueses, del tipo que sean.
La OCI no piensa lo mismo. Así como rechaza las medidas de Juan Carlos, considera su deber apoyar los “pasos
progresivos” de Mitterrand, infinitamente más mezquinos que los de aquél, y con ello proporcionarle los medios al
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gobierno frentepopulista francés para que engañe a los trabajadores.
La OCI no tiene una política de principios respecto a los gobiernos burgueses: aprueba los pasos de uno y
rechaza los de otro. No los ve a ambos como los vería un trotskista: como enemigos de clase, merecedores ambos
de nuestro repudio.
Para nosotros, sólo existe una explicación para la política de la OCI: que considera que el de Mitterrand es un
gobierno burgués sui generis, antiburgués, cuyos “pasos progresivos” debemos apoyar. Y esto se debe a que
Mitterrand goza del apoyo de las masas, éstas lo consideran su gobierno, como se repite machaconamente a lo
largo del Proyecto.
Existen, entonces, dos tipos de gobiernos burgueses: los progresivos y los reaccionarios, y la diferencia entre
ambos radica en el apoyo o falta de apoyo que le brinden las masas. En base a esto, el partido revolucionario debe
apoyar o rechazar sus “pasos/ medidas progresivos”.
Esto se refleja en la ya citada afirmación del Proyecto de informe político: “Cuando se dio el golpe de Estado de
los generales de Argel en 1961 contra De Gaulle, nosotros nos negamos a incorporarnos al ‘campo’ de De Gaulle.
Hay que discernir en cada caso de qué gobierno se trata en particular” (op. cit., p. 7). Es decir, el gobierno de De
Gaulle es cualitativamente distinto al de Mitterrand, y cualitativamente distinto significa para los marxistas que la
diferencia es de clase.
La política oportunista hasta la médula de apoyar al gobierno de Mitterrand, se fundamenta en el carácter burgués
“antiburgués” de dicho gobierno.
Esa política tiene su contracara sectaria y ultraizquierdista: puesto que el gobierno gaullista no tiene las “virtudes
antiburguesas” del Mitterrandista, la OCI no está en su “campo” contra el golpe de los coroneles fascistas de Argel.
Es justamente lo contrario de lo que afirma ‘Trotsky, que cuando se entabla una lucha física entre un gobierno
burgués y un golpe fascista, intervenimos militarmente en el campo del gobierno, sin dejar ni por un instante de
combatir a éste.
Esta política sectaria se extiende a otro terreno, como se ve claramente en el caso de España. Allí, el gobierno de
Juan Carlos-Suárez concedió elecciones y legalidad para todos los partidos. La obligación de los revolucionarios
era denunciar el contenido contrarrevolucionario de dichas medidas, cosa que el POSI sí hizo. Pero al mismo
tiempo, tenía la obligación revolucionaria de utilizar esas medidas, y no lo hizo. Hasta hace poco no había luchado
por lograr su legalidad y participar en las elecciones a las Cortes.
3. La posición de los trotskistas
Trotsky y nosotros, sus discípulos, tenemos una política opuesta a la de la OCI en todos estos terrenos. Nosotros
partimos de un hecho, que constituye una verdad elemental de la lucha de clases: que todos los gobiernos burgueses
tienen la misma esencia contrarrevolucionaria. No ponemos un signo igual entre todos los gobiernos: sólo un idiota
podría decir que es lo mismo el gobierno de Mitterrand que el del mariscal Pétain. Pero ambos tienen en común su
carácter burgués, contrarrevolucionario; ambos buscan por distintas vías mantener el régimen burgués. Por consiguiente, no existe una diferencia cualitativa entre ellos.
El marxismo es una ciencia que define a los gobiernos por su carácter de clase, y a partir de allí busca las
diferencias que puedan existir entre ellos. La OCI, en cambio, aplica un criterio acientífico, de definir a los gobiernos
en base a las ilusiones de las masas, más específicamente de sus sectores más atrasados. Si es consecuente hasta el fin,
el día que las masas pierdan sus ilusiones dirá que el de Mitterrand se ha convertido en un gobierno burgués “normal”.
Los trotskistas no hacemos esa clase de diferencias, no consideramos que haya que apoyar los pasos/medidas de
los gobiernos burgueses “progresivos” para impulsarlos a romper con la burguesía. Todo lo contrario: nuestra
actitud hacia los pasos/medidas de Mitterrand es la misma que hacia los de Juan Carlos-Suárez: denunciamos el
carácter contrarrevolucionario de ambos gobiernos y de todas sus medidas.
El hecho de no ver ninguna “virtud anticapitalista” especial en ningún gobierno burgués, aunque sea frentepopulista, significa que somos consecuentes también en otro terreno: nuestra política cuando el gobierno burgués es atacado por un sector más reaccionario, que busca imponer un régimen bonapartista o fascista. Veamos en primer lugar
qué dice Trotsky:
“Yo comparo la lucha de Bruening contra Hitler con la lucha de Kerenski contra Kornilov; yo comparo la lucha de
los bolcheviques contra Kornilov con la lucha del Partido Comunista Alemán contra Hitler” (The Struggle Against
Fascism in Germany. New York: Pathfinder Press; 1971, p. 186).
Es decir, para Trotsky no existe una diferencia cualitativa entre el frente populista kerenskista y el bonapartista
reaccionario Bruening; y cuando se presenta la amenaza de Kornilov-Hitler, su política es la misma; luchar militarmente en el campo de Kerenski-Bruening.
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Y en otra parte aclara: “La guerra civil entre Negrín y Franco no tiene el mismo significado que la competencia
electoral entre Hindenburg y Hitler. Si Hindenburg hubiera comenzado una lucha militar contra Hitler, entonces, esto
hubiera sido el mal menor. Pero Hindenburg no era el ‘mal menor’, no llevó una lucha abierta contra Hitler” (La
revolución española, Vol. 2, pp. 163-164).
O sea que lo cualitativo para Trotsky es que exista o no una “lucha militar”. Por eso es correcto alinearse en el campo
militar de la República contra Franco, no en el de Hindenburg contra Hitler porque esa “lucha militar” no se dio.
En cuanto a los “pasos/medidas”, jamás los apoyamos, pero sí tenemos la obligación de utilizarlos, cualquiera sea
el carácter del gobierno burgués que los otorgue. Esto dio lugar a una gran discusión entre el PS argentino y Mandel.
Cuando la dictadura militar de Lanusse convocó a elecciones y otorgó legalidad a todos los partidos, inclusive los
obreros, el PST(A) no apoyó en medida, sino que proclamó constantemente y a los cuatro vientos que re trataba de
una conquista arrancada a la dictadura por las luchas obreras a partir del Cordobazo. Decía que el gobierno trataba
de desviar el ascenso de masas hacia los canales democrático burgueses parlamentarios. Pero contra la ultraizquierda y contra Mandel, que nos atacaba por reformistas, decíamos que era nuestra obligación utilizar esas conquistas
del movimiento obrero. Por ello realizamos una ardua campaña por nuestra legalización y participamos luego en las
elecciones. Gracias a ello el PST se convirtió, en las palabras de Pierre Lambert, en un gran partido nacional.
Para sintetizar, nuestras diferencias con la OCI en este terreno son:
• Juzgamos a un gobierno por lo que es (es -decir, por su carácter de clase), no por lo que las masas piensan de él.
• No encontramos diferencias cualitativas entre los gobiernos burgueses: todos son absolutamente contrarrevolucionarios.
• No apoyamos absolutamente ninguna de sus medidas o pasos progresivos, pero si las aprovechamos para
nuestros fines.
• Cuando un gobierno burgués es atacado por un sector más regresivo, combatimos en el campo militar de aquél
sin dejar de atacarlo políticamente. Esto, siempre que se dé una lucha militar.
4. Una tergiversación grosera de nuestra posición
En su ya citada intervención en Angola, Luis Favre afirmó, en respuesta a un camarada que había sostenido la
necesidad de denunciar todas las medidas del gobierno de Mitterrand: “Por ejemplo, si el gobierno decide que a
todos los obreros despedidos de Boussac-Saint Freres les va a pagar el salario de setiembre, nosotros decimos,
‘está bien, pelo no es suficiente porque no hay una garantía de empleo’. Los camaradas [se refiere a nosotros] dirían
otra cosa: ‘Está mal, no hay que cobrar, eso es incorrecto’. Ahora, ¿qué obrero entendería tal cosa?” (Actas
grabadas. Donde dice “cobrar”, Favre dice “pagar” en la grabación original, pero suponemos que se trata de un
error involuntario).
Esto es el reverso exacto de nuestra verdadera posición, expresada en el artículo de Miguel Capa en Correspondencia Internacional N’ 13: “Las medidas ‘progresivas’ de un gobierno burgués, sea frentepopulista o no, nosotros
las utilizamos; nunca las apoyamos. Y las defendemos cuando son atacadas”.
Aplicando esta posición al caso de Bousiac-Saint Freres, tenemos una posición que no es la oportunista-revisionista de Favre, ni la ultraizquierdista que él nos atribuye, sino la siguiente:
“El gobierno nos da este sueldo para que no luchemos por la garantía de empleo permanente; bajo este gobierno
el número de desempleados aumenta constantemente. Por eso, cobremos ese sueldo para poder seguir la lucha,
única garantía de que el gobierno no nos deje sin empleo como ha hecho ya con cientos de miles de compañeros en
todo el país.” Creemos que cualquier obrero entendería ésta, nuestra verdadera posición, perfectamente bien.
La posición de Favre, de apoyar este “primer paso” del gobierno, es totalmente oportunista porque fomenta la
confianza de la clase obrera en el gobierno, conspirando con ello contra la única manera de conquistar el empleo
permanente: la movilización de los obreros. La diferencia entre el oportunismo y el trotskismo es exactamente la que
expresa Favre. Los oportunistas de la OCI dicen que lo que hace el gobierno “está bien”. Con ello desmovilizan a
la clase, haciéndole pensar que el gobierno actúa en su favor.
Los trotskistas queremos inculcarle a la clase obrera que el gobierno es su máximo enemigo político, y que si le
hace alguna concesión es con el fin de engañar y desmovilizarla. Por eso rechazamos o denunciamos la medida de
la siguiente manera: “El gobierno nos ofrece el sueldo para setiembre y el hambre para después. Si no es así, que nos
lo demuestre: que no nos eche a nosotros sino a los patronos; que nos deje el control de la fábrica para garantizar
que no habrá un solo despido. Pero desde ya alertamos: no hará nada de eso, porque es un gobierno de acuerdo
entre un sector de la burguesía y los partidos obreros traidores. Por eso, debemos cobrar ese sueldo y acto seguido
ocupar la fábrica y apelar a la solidaridad del movimiento obrero. Caso contrario, nos pagarán setiembre y quizás
octubre, pero después quedaremos desempleados y en la miseria.”
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En otra parte de su intervención, Favre dice: “Los sectores auxiliares [de la enseñanza] lucharon siempre por la
titularización; ese año, ‘como en todos los otros, pidieron que el gobierno les garantizara empleo. El gobierno hizo
una declaración diciendo que garantizaría el empleo. A nosotros nos pareció que era un primer paso para la satisfacción de las reivindicaciones. Ahora el gobierno declaró que no tiene puestos para todos, y dijo que los que no van
a trabajar van a recibir de cualquier manera un salario. Y nosotros, no contentos con eso -imagínense cómo estaban
los profesores auxiliares, iban a recibir salario sin trabajar-, reivindicamos que se dividiesen las clases con hasta 25
alumnos, y que todos pudieran así trabajar. Lanzamos todo un combate para Imponer las reivindicaciones. El
camarada [nuevamente, el que coincide con nuestras posiciones] tendría que decir: “Tenemos que denunciar al
gobierno por esta medida, de decidir pagar los salarios a los profesores auxiliares a pesar de no trabajar” (Acta
grabada).
Efectivamente, creemos que habría que denunciar al gobierno, por no cumplir con sus promesas. Según Favre “El
gobierno hizo una declaración diciendo que garantizaría el empleo (...) Ahora el gobierno declaró que no tiene
puestos para todos, y dijo que los que no van a trabajar van a recibir de cualquier manera un salario.” Entonces,
según él, los maestros están contentísimos y la OCI les dice que esa alegría está muy bien, que se ha dado “un
primer paso, y que tenemos tiempo para negociar la distribución de 25 alumnos por clase para que haya trabajo
para todos.
Los trotskistas decimos: “El gobierno nos prometió trabajo, y desde luego no cumplió porque es un gobierno
burgués donde participan el PS y el PC, los partidos que nos han traicionado. Ahora, para contentarnos, nos ofrece
un sueldo gratuito. Pero nosotros no queremos limosnas: no queremos ser desocupados a sueldo sino trabajadores
a sueldo. Lo que el gobierno quiere es desmoralizamos y dividirnos; así, cuando resuelva suspender nuestro sueldo
gratuito, no tendremos manera de luchar. Por eso, debemos cobrar ese sueldo pero sin suspender por un instante
nuestra lucha por el pleno empleo”.
Y a continuación propondríamos medidas concretas y consignas transicionales que le den a era lucha una perspectiva revolucionaria, por ejemplo:
“Bajo el gobierno de Giscard se cerraron miles de escuelas públicas. Nosotros debemos reabrirías, ocuparlas, y
realizar un congreso de maestros para distribuirnos el trabajo disponible. Al mismo tiempo, debemos exigir que el
presupuesto escolar sea administrado por los maestros y el movimiento obrero. De esta manera habrá trabajo para
todos los maestros y profesores nuevos, a medida que concluyan sus estudios”. Este es un programa de transición
para movilizar a los maestros contra su patrón, el gobierno.
El programa de Favre, en cambio, es cómplice de la maniobra del gobierno; destinada a ganarse la confianza de
los maestros, desmovilizarlos, lumpenizarlos y finalmente quitarles la limosna cuando ya no estén en condiciones de
luchar.
Nuestra posición de ninguna manera implica que los maestros no deben cobrar el sueldo, sino todo lo contrario:
deben cobrarlo y además exigir que re dé igual trato a todo maestro o profesor recién recibido, mientras sigue la
lucha por el empleo.
5. Una discusión clave
Toda nuestra discusión con la OCI gira alrededor de dos puntos claves: uno es el de los campos, de saber si los
revolucionarios debemos formar parte política del “campo progresivo” burgués de Mitterrand o no; el otro, como
hemos visto en el presente capítulo, es el de apoyar o no las medidas supuestamente “progresivas” del gobierno. La
OCI sostiene que sí, nosotros que no. Pero antes de avanzar debernos definir qué se entiende (o qué entendemos
nosotros) por medid progresiva”.
En la época imperialista, en que la burguesía y todos los gobiernos burgueses son absolutamente contrarrevolucionarios, “progresivo” es toda paso o medida que acelere el curso de la revolución socialista, es decir, todo paso
anticapitalista. Las medidas de los gobiernos burgueses, sus concesiones al movimiento de masas, son contrarrevolucionarias porque responden a tres objetivos: frenar la lucha de clases y el ascenso revolucionario; aumentar el
prestigio del gobierno y los partidos, tanto burgueses como obreros-burgueses, a los ojos de las masas; consolidar
o salvar al régimen capitalista.
Como marxistas revolucionarios, no podemos juzgar cada medida de un gobierno por separado: “ésta es buena,
la apoyo; ésta es mala, la rechazo”, sino en el marco de su política de conjunto. Si un gobierno es burgués, su
política de conjunto es contrarrevolucionaria, y por lo tanto también lo son todas sus medidas, por “progresivas”
que parezcan.
En síntesis, juzgamos cada medida de un gobierno en el marco de su política general y en relación a la lucha de
clases, jamás aisladamente.
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En base a este método marxista de apreciar los fenómenos en su conjunto y en su dinámica, afirmamos: en esta
etapa de la lucha de clases no hay en el planeta Tierra un solo gobierno burgués capaz de tomar una “medida” o dar
un “paso” progresivo, es decir, que tienda a la destrucción del régimen burgués, la instauración del socialismo y la
abolición de la explotación.
Nada de esto significa que no lucharemos por medidas reformistas, pero entendiendo siempre que éstas son un
subproducto de la movilización revolucionaria de la clase obrera Veamos un ejemplo.
Supongamos que un gobierno burgués concede un aumento de salarios debido a una huelga general. Nuestra
política frente a esta “medida” dependerá del momento de la lucha de clases. Si el gobierno decretó el aumento
porque no quiere que la huelga se prolongue, pero los trabajadores no están en condiciones de seguir luchando,
diremos: “apropiémonos de lo que hemos conquistado y volvamos al trabajo”, porque vemos que no hay posibilidad por el momento de llevar la huelga hasta el final, hasta derrocar al gobierno burgués e instaurar un gobierno de
los obreros y campesinos. Lo que no haremos jamás es decir, con la OCI: “está bien que el gobierno haya concedido el aumento; apoyamos esa medida”, porque en ese caso estamos apoyando al gobierno, colaborando con su
política de ganar prestigio frente a las masas y detener la lucha. SI actuamos así, el obrero que nos escuche se dirá:
“Mis ilusiones en este gobierno están justificadas, porque adopta medidas progresivas, anticapitalistas. Ya dio un
primer pasó, ahora debemos tener paciencia y vendrán los otros.”
Aclaramos que el anterior ejemplo se refiere a una huelga general contra el gobierno, pero aplicaríamos la misma
política si te tratara de una huelga parcial contra un patrón individual o contra la patronal de una rama de la industria.
Sigamos.
Si el aumento de salarios es producto de una huelga, ese hecho nos tiene que servir para denunciar al gobierno,
demostrar que tomó esa medida contra su voluntad y la de la patronal, obligado por nuestra lucha. En concreto,
diríamos:
“Nuestra lucha acaba de obtener un triunfo, al obligar al gobierno a damos un aumento de salarios. Nuevos
avances exigirán nuevas luchas. Pero debemos decir que Mitterrand nos ha traicionado. Lo elegimos contra Giscard para que nos garantice trabajo y buenos salarios para todos y mirad: para mantener nuestro nivel de vida (ni
hablar de mejorarlo) nos vemos obligados a luchar, enfrentar a la policía, pasar hambre y correr el riesgo de
quedamos sin trabajo, tal como ocurría antes. Creíamos que eso se había acabado, pero es evidente que no
podemos confiar en el gobierno ni en el PS y el PC: nada ganaremos si no luchamos.”
La OCI, con su política revisionista, hace exactamente lo contrario: no sólo apoya las medidas, lo cual constituye
un acto de solidaridad política con el gobierno, sino que llevada por la lógica de su posición apoya a éste en forma
directa. Así, se niega a exigir la nacionalización de Logabax para darle a Mitterrand el tiempo que necesita.
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Apéndice
En respuesta a algunas críticas
Nuestras críticas a la OCI, formuladas en la carta de Capa en Correspondencia Internacional No 13 y en la Carta
al Comité Central del POSI, del 13 de octubre pasado, han sido respondidas de manera parcial y a veces indirecta
en ciertos documentos de la OCI: el articulo de Francois Forgue en CI N 13, los documentos publicados en el
Bulletin Interour D’ Information et de Discussion Internationales No 1, la Intervención de Luis Favre en un plenario
conjunto de los dos partidos angoleños y fundamentalmente en una “Declaración del CC de la OCI”, sometido a
discusión en el XXVI Congreso y publicado en I.O. No 1030.
En este último documento, y como respuesta indirecta a nuestra afirmación de que la OCI no tiene un “programa
de acción”, es decir, transicional, para Francia, aparece la siguiente lista de consignas:
• “Por un verdadero control de los precios;
• “Por un aumento general de salarios en relación con el aumento de los precios;
• “Por la disminución del horario de trabajo sin contrapartida, respetando la legislación de 1936;
• “Por la adopción de la medida de urgencia de dar trabajo obligatoriamente a los desocupados;
• “Por la satisfacción de las reivindicaciones de los trabajadores inmigrantes;
• “Por la nacionalización sin indemnización ni derecho a readquisición (rachat) de los grandes grupos capitalistas;
• “Por un plan de producción que no responda a las necesidades de la ley de la ganancia y a las exigencias de los
capitalistas, sino que responda a las necesidades de las masas populares;
• “Por la derogación de las leyes antilaicas, la supresión de los créditos públicos a la escuela libre y confesional y
el otorgamiento de dichos créditos íntegramente a la escuela pública;
• “Por la revocación inmediata de los altos funcionarios puestos por Giscard y que siguen en funciones y organizan
el sabotaje;
• “Por el respeto al estatuto del funcionario público;
• “Por la reducción inmediata del servicio militar a seis meses;
• “Por la derogación de las restricciones a los estudios y de la ley Faure en la Universidad.
Este “programa”, mejor dicho, esta suma de consignas, reafirma al milímetro el eje de nuestras criticas. No hay
aquí ninguna consigna de gobierno, nada que indique que sólo un gobierno de los trabajadores puede realizar estas
reivindicaciones ni cómo llegar a tal gobierno (planteando, por ejemplo, “Para realizar este programa es necesario
en primer término echar a los ministros burgueses, Jobert y Crépeau, del gobierno”). Por consiguiente, debemos
concluir que, más que consignas (a pesar de la forma) son pedidos dirigidos al gobierno de Mitterrand, lo cual es
coherente con toda la orientación de la OCI En efecto, ¿quién ha de elaborar y aplicar un “plan de producción
basado en las necesidades de las masas populares, no de los capitalistas”? ¿Cuáles son las reivindicaciones de los
trabajadores inmigrantes”, quién y cómo ha de satisfacerlas? ¿Quién debe controlar los precios y determinar la tasa
del aumento de los mismos para fijar el aumento de los salarios? La respuesta es: el gobierno de Mitterrand; la tarea
de la OCI es presionarlo para que no ceda a las “exigencias de los capitalistas”.
Por esta “respuesta” indirecta a nuestros planteos y otras que analizamos en las páginas que siguen, afirmamos
que nuestras críticas siguen en pie y se han reafirmado y ampliado.
1. La OCI (u) a la retaguardia de la primera ola
En junio de 1936 se produce en Francia la gran oleada de huelgas con ocupación de fábricas que culmina en
huelga general. Este es el proceso a que Trotsky llamó la “primera ola” y que redundó en una serie de conquistas del
proletariado francés, como la “Ley de las cuarenta horas”, que establece una semana laboral máxima de cuarenta
horas, y las horas trabajadas por encima de esas se pagan como extraordinarias.
Este grandioso movimiento del proletariado francés fue precedido por una serie de conflictos locales y de fábrica,
“huelgas económicas” o “corporativas”, como las llamaban los dirigentes stalinistas y socialdemócratas de aquella
época, y por el triunfo electoral de Blum.
Nosotros consideramos que Francia está viviendo actualmente los primeros escarceos de una situación similar; el
ascenso de las masas todavía no ha alcanzado el mismo grado de los meses previos a mayo-junio de 1936, pero
apunta en esa dirección. En todo el país se producen luchas obreras: contra los despidos, por aumentos de salarios,
etcétera. Esto significa que las masas, aunque confían en Mitterrand y su gobierno frentepopulista, no se limitan a
esperar pasivamente que éste resuelva sus problemas, sino que luchan por ellos.
La política de la OCI (u), tal como la hemos visto, consiste en evitar cuidadosamente que las masas luchen contra
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el gobierno. De ahí sus denodados esfuerzos por orientar las luchas contra los “banqueros y capitalistas” en el caso
de las empresas privadas, y contra los “altos funcionarios giscardianos” cuando el conflicto afecta a una empresa
pública o nacionalizada o se trata de una lucha estudiantil.
El hecho de desviar o frenar el enfrentamiento de las masas con el gobierno no sólo constituye una violación de los
más sagrados principios del trotskismo, sino que tiene otra consecuencia: la OCI no tiene una política para ponerse
a la cabeza de las luchas del movimiento obrero y de masas.
En nuestra carta al CC del POSI dijimos que la OCI (u) no tiene una política de solidaridad con las luchas del
movimiento obrero, de propagandizarlas, defenderlas, ni que hablar de extenderlas y ponerse al frente para darles
una perspectiva revolucionaria mediante consignas transicionales adecuadas. Ahora reafirmamos esa acusación:
nada se dice, por ejemplo, de la huelga ferroviaria de París -Saint Lazare, Iniciada el 10 de diciembre, y que ha
paralizado la circulación de un gran sector de la banlieué parisina. Nosotros nos hemos enterado de la existencia de
esta lucha a través de Le Monde (11/12/81), no a través de Informations Ouvrieres. Por otra parte, el “programa”
de la “Declaración del CC” ya citada, nada dice sobre la solidaridad con las luchas obreras en curso.
Tampoco ha dicho nada sobre las luchas de los campesinos. En le misma carta al CC del POSI acosamos a la
OCI (u) de falta de solidaridad con las luchas campesinas, y e una política para unirlas a las luchas del movimiento
obrero. Esta situación no ha cambiado: en las respuestas (todavía parciales) a nuestra carta no se dios nada al
respecto y, peor aún, si hemos de guiamos por la “Declaración del CC”, en Francia no existen campesinos.
A esta altura no podemos predecir si estas luchas preliminares del movimiento y las masas desembocarán en una
“primera ola” como la de 1936, o si el gobierno logrará abortar el proceso. La dinámica objetiva apunta hacia lo
primero, puesto que la situación material del pueblo trabajador empeora día a día. Afirmamos que el partido trotskista tiene el deber de aplicar una política para extender, unificar y fortalecer las luchas parciales y colocarse a le
cabeza de la primera ola cuando ésta estalle. La OCI (u), por el contrario, tiene una política para frenarla. Por eso,
cuando se produzca, romperá sobre la cabeza de la OCI (u) y la barrerá de su camino junto con los demás
obstáculos.
1. La Plataforma de Orly: capitulación ante la burocracia
Hay que reconocer que la OCI (u) si ha formulado una política para algunos (muy pocos) conflictos obreros. Ya
hemos visto dos: Logobax, donde se negó a levantar la consigna de “nacionalización para que no haya despidos”,
porque el gobierno “necesita tiempo para resolver los problemas”; y Bousasc-Saint Freres, donde sostuvo que la
medida del gobierno de garantizar el empleo de varios cientos de trabajadores despedidos durante tres meses, fue
“un paso adelante”. Ahora veamos otros dos casos.
Según se Informa en I.O. No 1026, el 12 de noviembre se realizó la conferencia de los trabajadores del aeropuerto de Orly, para resolver sobre las medidas a tomar ante la amenaza de despido de varios trabajadores. Se dice
que fue “una auténtica asamblea obrera para organizar la lucha contra los despidos, contra la desocupación”, y que
“ésta conferencia es un éxito”.
Vale la pena detenerse en primer término en la intervención de un delegado de la central obrera Force Ouvriere,
que el artículo de I.O. cita extensamente y sin le menor crítica: “Para FO, los únicos responsables antes del 10 de
mayo son la camarilla de Horffel y compañía, quienes organizaron premeditadamente el desmantelamiento de la
plataforma de Orly. Por consiguiente, no lo es el nuevo gobierno. Pero el nuevo gobierno debe responder a las
aspiraciones de los trabajadores: significa que no debe aceptar estas planes. Giscard no fue echado para que sus
planes sean aplicados”.
Claro, por qué iba e criticar esta intervención de un burócrata sindical, si coincide al milímetro con la posición de
la OCI (u): la culpa de todo la tiene el gobierno anterior, sólo se trata de advertirle a Mitterrand que no debe aplicar
esos planes.
Pero lo peor (o mejor, según la óptica lambertista) vino después, cuando se aprobó “por unanimidad menos
cuatro abstenciones” una declaración elaborada por las organizaciones sindicales presentes, donde se establecen
las medidas a tomar contra los posibles despidos:
“La conferencia asigna al comité coordinador aquí constituido el objetivo de reunirse con el Sr. Fiterman (el
ministro del ramo) para discutir estos problemas (....) y resuelve que si las gestiones ante el ministro de transportes
fracasan, realizarán idénticas gestiones ante el primer ministro y luego ante el Presidente de la República” (citado en
I. O. 1026).
¡Valientes medidas! Reunirse con el ministro de transporte, luego con el primer ministro, luego con el presidente y
luego... nada, porque allí termina la declaración. Y si se producen despidos, la culpa la tiene Giscard.
Suponemos que las cuatro abstenciones (no votos en contra de la traición, sino abstenciones) no son de la OCI
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(u), porque I.O. no critica la declaración: se limita a transcribirla y dice que “la conferencia es un éxito” porque
aprobó una medida de “lucha contra los despidos”.
Nosotros no estamos en contra de hacer gestiones ante los ministros, y Mitterrand y la abuelita de Mitterrand.
Pero esa no es una medida de lucha sino de negociación, y de negociación Impotente, además. Nos parece elemental para un partido que se dice trotskista proponer, por ejemplo: “Sí, hagamos gestiones ante Fiterman, Mauroy y
Mitterrand, pero mientras tanto paralicemos el trabajo y ocupemos la plataforma. Así evitaremos los despidos”. Si
la relación de fuerzas nos es desfavorable, propondremos medidas de lucha menos radicales. Pero si se toma una
decisión como la de Orly, tendremos que decir: “Acataremos disciplinadamente la decisión tomada Pero le conferencia fue un fracaso total porque se impuso la política traidora de la burocracia sindical, de confiar en el gobierno
y hacer reuniones con los ministros. Sepamos desde ya que es una decisión nefasta porque nos lleva inevitablemente
a la derrota, a que se produzcan los despidos”.
Nada de eso: la OCI (u) ha capitulado por completo ente la burocracia sindical traidora.
2. Renault, la segunda traición
A principios de setiembre estalla una huelga en la Renault, la fábrica más importante de las nacionalizadas. La
empresa ocupa a unos 40.000 obreros y tiene plantas en todo el país.
El conflicto se inicia en las plantas Sandouvllle (Seine-Maritime) y Boulogne-Billacourt (región parisina). Las
reivindicaciones principales son reducción del ritmo de trabajo en la línea de producción y derogación de un decreto
de la administración (que establece el chomage technique, la suspensión del trabajo durante cinco días “para adaptar la producción al mercado” (Informes recogidos en Le Monde, 25-9-81).
¿Cuál fue la política de le OCI (u)?
Primero, el silencio total. Le Monde dice que el conflicto estalló “en los primeros días de setiembre”. La primera
noticia que nos da I.O. aparece en el número 1021, del 10 de octubre, es decir, con un mes de atraso, y se trata de
una nota de un tercio de página.
El Nro. 1022 (17 de octubre) le dedica el editorial, bajo el título “Renault: primer enfrentamiento entre las clases
después del 10 de mayo”. Allí se dice: “Los trabajadores se preguntan ¿qué hace el gobierno? ¿Dónde se ubica
frente a las provocaciones patronales?” Aquí ya está la primera confusión, puesto que en una fábrica nacionalizada
el patrón, autor de estas “provocaciones”, es el gobierno de Mitterrand.
El editorial responde a la pregunta que se hacen los trabajadores: “La tarea de la OCI (u) consiste en explicar la
contradicción entre el mantenimiento, en la dirección de Renault, de Hanon y otros altos funcionarios dedicados a
defender los intereses de capitalistas y banqueros, y la realización de la voluntad de las masas trabajadoras, expresada en el voto masivo al PS y al PCF”.
Como formulación táctica podría estar bien, si a continuación se dijera que el gobierno Mitterrand esta traicionando las aspiraciones de los trabajadores de Renault al aplicar la misma política de Giscard. Pero o es eso lo que dice
I.O. puesto que en un artículo de la misma edición (1022) afirma: “Los trabajadores saben que el gobierno no
puede decidir todo en todas partes. Entonces debería decidir, para respetar la voluntad de las masas trabajadoras,
revocar a toda esa dirección de Renault, a todos los altos funcionarios que, como todos saben, representan a los
capitalistas y banqueros”.
Entonces, existe una “contradicción” entre el patrón (el gobierno de Mitterrand) y la gerencia, nombrada por
Giscard. Pero puesto que el patrón “no puede hacer todo en todas partes”, le sugerimos que revoque a la gerencia
y nombre una nueva: con eso se solucionan todos los problemas.
Tenemos un conflicto obrero en una gran fábrica nacionalizada, donde el patrón es el gobierno. A través de la
movilización los obreros están adquiriendo conciencia, por un lado, de que su mayor enemigo es el gobierno
burgués en el cual confían erróneamente; por el otro, del verdadero significado de la “nacionalización” burguesa,
que sólo entraña un cambio de patrón.
La OCI considera que su deber es impedir esa adquisición de conciencia. Desvía la lucha contra el gobierno
canalizándola hacia la “gerencia giscardiana”. Por el otro lado, jamás se le ocurre levantar la consigna por el control
obrero de la Renault, que se concrete de manera muy sencilla: desconocer a la gerencia burguesa, elección de una
nueva gerencia por la Asamblea General de los trabajadores y responsable ante ella.
Ahora bien, la OCI (u) como pata izquierda “trotskista” del campo mitterrandista, tiene que dar una colaboración
“roja” a su política de impedir la movilización. Lo logra mediante la agitación de la consigna “Huelga total unitaria de
todas las fábricas”.
Veamos qué significa “huelga total” como método de lucha. La Renault es un coloso multinacional que tiene en
Francia más de 10 plantas fabriles y 40.000 trabajadores. Por consiguiente, la “huelga total” exige métodos y
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consignas de lucha; que podríamos llamar “accesorios” al servicio de la huelga: piquetes de huelga; asambleas
generales por planta para elegir comités de huelga locales y que éstas elijan un comité de huelga central para dirigir
la lucha a nivel nacional; formación de comisiones para organizar acciones de solidaridad; convocatoria regular de
asambleas generales de planta para informar sobre la marcha del conflicto y someter a discusión y votación las
medidas a tomar; etcétera.
En el marco de la orientación general de la OCI (u), el solo llamado a la “huelga total” no es un error, sino una
política consciente: lanzar una consigna aventurerista y estéril para paralizar la lucha.
El segundo aspecto se refiere a la perspectiva que se le da a la lucha. La OCI (u) se limita a levantar las reivindicaciones de los trabajadores: por la disminución del ritmo de trabajo y contra los cierres temporarios. Un partido
trotskista no puede detenerse allí, sino que debe plantear:
“Para satisfacer nuestras reivindicaciones de manera permanente debemos imponer el control obrero de la Renault, lo cual significa:
• Derrocar a la actual gerencia burguesa;
• Elección de una gerencia obrera por la asamblea general de los trabajadores; no se acepte a ningún gerente
enviado por el gobierno;
• La nueva gerencia elaborará los planes de producción, ritmo de trabajo, salarios, etc., y los someterá a aprobación de la asamblea general;
• La gerencia rendirá cuentas periódicamente ante la asamblea general;
• Los gerentes tendrán las siguientes características: Son elegidos por asamblea general y pueden ser revocados
por ésta en cualquier momento; Su mandato dura dos años como máximo, sin posibilidad de reelección; al finalizar
su mandato, vuelven al puesto de trabajo; obtienen el mismo sueldo que un obrero calificado.
Este es un programa transicional para la Renault, porque parte de las reivindicaciones por las cuales los trabajadores ya están luchando (ritmo de trabajo y cierres temporarios) y orienta esa lucha en una perspectiva anticapitalista, revolucionaria, a la vez que pone al desnudo el verdadero carácter del gobierno de Mitterrand ante los trabajadores.
3. Aguardar la maduración política de las masas
El documento de Stéphane Just publicado en la Lettre d I.O. Nro. 11 nos da la clave teórica para comprender por
qué la OCI (u) no impulsa las luchas obreras:
“La preparación de las grandes luchas que vendrán, quizá de la huelga general, depende esencialmente de la
maduración política y, por consiguiente, de la respuesta que damos nosotros a los problemas políticos” (p. 5).
Esta afirmación es falsa por varias razones. En primer lugar, no puede haber “maduración política de las masas si
no es a través de la lucha. Justamente; la maduración política necesaria para las grandes luchas y huelgas generales
que se preparan, se está forjando en la actual oleada de conflictos locales.
Pero la lucha no basta, si no existe un partido trotskista que presente una perspectiva revolucionaria. Esto significa
que el partido debe intervenir en todas las luchas parciales del proletariado y las masas, ligando las reivindicaciones
de las mismas a consignas transicionales y al problema del poder.
Si falta el partido con el programa revolucionario, las luchas parciales de las masas e inclusive las grandes explosiones como el mayo francés se disipan, y la voluntad de lucha de las masas cede ante la confusión y la apatía.
Por otra parte, el partido que no interviene en las luchas obreras y se sienta a aguardar que se produzca la
maduración política, abandona toda posibilidad de ponerse a la cabeza del proletariado.
Por todo esto, la orientación de la OCI (u) frena objetivamente la maduración política de las masas y el desarrollo
de la única expresión verdadera de esa maduración, el partido revolucionario, trotskista.
2. La OCI (u) viola los principios elementales del movimiento obrero
Nuestra carta al Comité Central del POSI formulaba contra la OCI (u) una serie de acusaciones muy graves en el
terreno de ciertos principios del movimiento obrero. El cargo fundamental que hacíamos es que, frente al plan de
conjunto de Mitterrand y Calvo Sotelo para reprimir a los militantes de la ETA refugiados en Francia, la OCI (u) no
hacía campaña por la libertad de dichos militantes cuando eran arrestados por la policía francesa. Recordemos que
Mitterrand tiene una política bastante sutil, destinada a salvar su prestigio ante las masas y mantener al mismo tiempo
sus buenas relaciones con la monarquía española: no acordar la extradición de los militantes vascos, pero a la vez
mantenerlos presos en Francia. En la actualidad, los encierra en la isla-prisión de Yeu.
Según Le Monde del 22 de setiembre, varios militantes de la ETA presos en la isla están realizando una huelga de
hambre en protesta contra su encarcelamiento, puesto que no han cometido violación alguna de las leyes francesas.
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Fiel a su línea, la OCI (u) no ha dicho una palabra al respecto, ni para solidarizarse con esa huelga de hambre ni para
exigir la libertad de esos militantes.
Debemos señalar que, por el contrario, I.O. realiza una campaña permanente de solidaridad con los huelguistas
de hambre del IRA irlandés. El hecho se explica fácilmente: los presos del IRA cuestionan al régimen de la Thatcher,
no al de Mitterrand.
Tampoco ha aparecido en I.O. una campaña en solidaridad con los combatientes bretones, vascos y corsos, ni
por los de las colonias francesas. La “Declaración del CC” en I.O. No 1030 no incluye consignas dirigidas hacia
esos sectores, ni los menciona siquiera.
1. Las vergonzosas explicaciones de Luis Favre
Sí ha habido, por parte de la OCI (u), una respuesta parcial a estas acusaciones. En su ya citada intervención en
el plenario de los partidos angoleños, Luis Favre explicó la posición de la OCI (u) respecto a los presos de la ETA
y el IRA. Veamos sus argumentos en base a las actas grabadas de la reunión.
Favre: -”Nosotros lanzamos una campaña contra la extradición, hay que decirlo, cuando la cuestión estaba planteada”.
Primer problema: ¿La cuestión ya no está planteada? ¿No hay presos de la ETA en la isla de Yeu?
Segundo problema: Favre está mintiendo: no hay ninguna campaña en I.O. por los presos de la ETA. Hay un solo
artículo, el ya mencionado de I.O. No 1010, pero su objetivo es la defensa del ministro Defferre, como dijimos en
la carta al POSI. Podría responderse que la campaña se realizó a través de volantes y folletos, no a través del
periódico. No aceptamos esa explicación. El partido puede publicar todos los volantes que quiera, pero sólo
consideramos que son campañas partidarias las que se realizan a través del órgano oficial, la cara del partido ante
las masas.
Favre: -”El gobierno, ¿cedió frente a qué? A esa campaña contra la extradición”.
Suponiendo que hubo campaña, ¿qué significa que el gobierno “cedió”? ¿Ceder es encerrar a los vascos en la isla
de Yeu en lugar de extraditarlos? Verdaderamente, la OCI (u) se contenta con muy poco....
Favre: - “¿Quién es el abogado que defiende a los vascos? Ives Deschafer, miembro del Comité Internacional
contra la represión”.
Bueno, felicitamos al señor Deschafer y a su comité. Pero seguimos sin saber dónde está le campaña de la OCI
(u). ¿Acaso es miembro del Comité? No lo sabíamos, porque I.O. jamás lo menciona.
Favre: -”La ETA pidió hacer una campaña contra la extradición porque pensó que la situación de sus presos en
Francia no sería la misma que en España. Una cosa que no tiene nada que ver con el marxismo, sólo con el sentido
común: es preferible estar preso que con una bala en la cabeza; es preferible incluso estar condenado -a lo que yo
me opongo- que ser liberado para ser asesinado”.
Vea el lector lo que sucede cuando uno sustituye el marxismo por el “sentido común”, lo más vulgar del pensamiento vulgar. Resulta que cuando los combatientes de la ETA son perseguidos por las policías de dos países, Favre
dice: “Por favor, que lo encarcelen los flics franceses para que no lo mate la Guardia Civil española”.
Dice Favre que “la ETA pidió hacer una campana contra la extradición”. Dejando de lado que la OCI (u) no hizo
esa campaña ni ninguna otra, debemos recordar que nosotros no somos la ETA, partido nacionalista burgués o
pequeñoburgués. Nosotros somos los trotskistas, el partido del proletariado para la revolución socialista. No callamos nuestras consignas aunque la ETA no las levante. Si se conforma un frente de unidad de acción exclusivamente
contra la extradición, participaremos en él, pero observando nuestra regla de oro: conservamos nuestra independencia política y agitamos nuestras consignas.
La ETA puede tener razones valederas para negociar “encarcelamiento” a cambio de “no extradición”, si la
relación de fuerzas le es desfavorable. Pero eso no significa que los trotskistas franceses deban salir a la calle a gritar
“Sí, sí, que los encarcelen”, como propone nuestro campeón del “sentido común”. Por el contrario, deben redoblar
su campaña por:
• Libertad total a los combatientes de la ETA;
• Que se les dé asilo, trabajo y plena libertad de acción política;
• Que se les permita cruzar le frontera, en ambos sentidos, cuantas veces lo deseen.
Favre: -”Los camaradas hablan en su resolución sobre los presos del IRA en Francia. ¿Ustedes conocen algún
nombre de presos del IRA en Francia? Resulta que no hay ninguno”.
Pues sí, nosotros conocemos los nombres de dos: Denis Donaldson y Billy Kelly. Según Le Monde del 29 de
agosto, página 3, bajo el título “Dos miembros del IRA arrestados en Orly”, Donaldson y Kelly fueron detenidos en
el aeropuerto por utilizar pasaportes falsos. La edición del día siguiente aclara que en realidad son miembros del
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Sinn Fein, brazo político del movimiento republicano irlandés y que serán juzgados por el tribunal de Créteil.
Nosotros en Latinoamérica estábamos enterados de esto, ¿la OCI (u) en Francia no? Imposible: Favre está
mintiendo, está fingiendo que desconoce la existencia de los presos republicanos irlandeses en Francia para ganar
una discusión; tal es el método típicamente pequeñoburgués que emplea en una discusión de vital importancia para
el futuro del trotskismo mundial.
La OCI (u) hace campaña por los presos de Irlanda, pero se niega a hacerla por los presos en Francia para evitar
roces con el gobierno de Mitterrand. Que lo tengan en cuenta los heroicos combatientes por la independencia de
Irlanda: la OCI (u) los defiende contra el imperialismo británico, no contra su gran aliado, el imperialismo francés.
Con ello demuestra que toda su campaña de solidaridad con los huelguistas de hambre no es más que fraseología
hueca.
3. Mitterrand es parte del dispositivo contrarrevolucionario mundial
Creemos innecesario volver a insistir en el papel del gobierno de Mitterrand como fiel sirviente de los intereses de
la burguesía imperialista francesa, y como parte integrante del dispositivo contrarrevolucionario mundial liderado
por el imperialismo yanqui. Papel que le fue reconocido por Reagan cuando declaró al New York Times (23-7-81)
después de la conferencia cumbre de las siete potencias imperialistas en Ottawa:
“Mitterrand rompió el hielo en Ottawa. Mientras almorzábamos afirmó que Francia respetará absolutamente
todos sus compromisos con la Alianza Atlántica. Sus declaraciones frente a la amenaza soviética podrían haber sido
pronunciadas por mí o por cualquiera de nosotros”.
Nuestra carta al CC del POSI denunció los hechos que llevaron a Reagan a hacer semejante declaración y a
invitar a Mitterrand a una visita de Estado poco antes de la Conferencia Norte-Sur de Cancún.
Denunciamos también a la OCI (u) por no realizar una campaña contra el gobierno de Mitterrand: por su papel en
Ottawa, por sus planes armamentistas y, por otro lado, por mantener a las tropas francesas en África. Ahora nos
vemos obligados a reafirmar estas acusaciones.
1. La OCI (u) no ataca al imperialismo francés
Nuestra carta al CC del POSI estaba basada principalmente en la lectura de Informations Ouvrieres, puesto que
hasta el momento no habíamos tenido tiempo de hacer un estudio exhaustivo del Proyecto de informe político y
otros materiales. Ahora, hecho ese estudio, debemos afirmar: en todo el documento que fijará la política general de
la OCI (u) hasta su próximo congreso, jamás aparece el término imperialismo francés; por consiguiente, la OCI (u)
no se da una política para combatirlo.
Recién aparece una mención aislada en la “Declaración del CC” en I.O. Nro. 1030: “El PCI (nombre que tomará
la OCI (u) después del próximo congreso) luchará por el derecho de los pueblos oprimidos a disponer de sí
mismos, en particular el de los que son oprimidos por el Imperialismo francés”.
Es una mención bastante mezquina, por decir lo menos. Además, no va acompañada de ninguna consigna, por no
hablar de un programa, frente a cuestiones concretas tales como la presencia de tropas francesas en África: la lista
de consignas no trae una sola al respecto.
Una persona que desconociera por completo los hechos y quisiera enterarse a través de Informations Ouvrieres,
no sabría que la burguesía y el gobierno franceses son imperialistas, salvo que tuviera la buena fortuna de tropezarse
con las tres líneas arriba citadas, o con un artículo en I.O. No 1029 sobre la reciente visita de Mitterrand a Argelia.
Leyendo esto último se enteraría, por ejemplo, que “los vínculos entre el imperialismo francés y Argelia son muy
antiguos”, pero no en qué consisten esos vínculos, ni cómo Mitterrand busca fortalecerlos, ni qué deben hacer los
revolucionarios para romperlos.
Tampoco sabría que la multinacional francesa Pechiney-Ugine-Kuhlman es dueña de los yacimientos de bauxita
de Camerún y de plomo, estaño, cobalto y manganeso de Zaire y Gabón. Ni que el gobierno de Mitterrand
mantiene allí a cuerpos especiales del ejército (los llamados paras) para “proteger a nuestros ciudadanos si son
amenazados o molestados” (como dijo el ministro de la defensa en una entrevista), es decir, para defender las
instalaciones de la P.U.K. si el pueblo de Camerún, Zaire o Gabón resuelven recuperar sus riquezas naturales.
En la carta al CC de POSI citábamos un comunicado del Grupo de Liberación Armado de Guadalupe que dice:
“El actual gobierno francés (....) adopta con respecto a sus propias colonias actitudes retrógradas por las cuales
deberá rendir cuentas ante la historia”
Nosotros agregamos que la OCI (u) se encontrará en el mismo banquillo por cómplices.
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2. La OCI (u) miente sobre su política
Entra nuestras acusaciones a la OCI (u) figuraba el no denunciar el papel de Mitterrand como firme aliado de
Reagan y pieza clave del dispositivo contrarrevolucionario; no se denunciaba, por ejemplo, su papel en la conferencia cumbre de Ottawa.
Esta afirmación nuestra mereció la siguiente respuesta indignada de Francois Forgue en su artículo de Correspondencia Internacional Nro. 13:
“Ni qué decir sobre que ‘no se dice nada’ sobre lo que el gobierno hace en Ottawa: quien siga, por poco que sea,
la política de la OCI (u), sabe que no solamente Informations Ouvrieres consagró un editorial internacional a esta
cuestión, sino que su dirección colaboró en la elaboración de un articulo sobre el mismo tema para Correspondencia Internacional”.
No nos interesa lo que escribe la dirección de la OCI (u) para C.I., revista teórica e informativa internacional, sino
lo que aparece en I.O., el órgano de prensa que refleja su política oficial. Quien siga la política de la OCI (u) a través
de I.O. como hicimos nosotros, sabrá que Forgue está mintiendo: no hay en I.O. un solo editorial nacional o
internacional, ni un solo artículo, dedicado a la conferencia de Ottawa, o que la mencione siquiera.
Nuevamente, como en el caso del IRA, se recurre a la mentira consciente para confundir al lector desprevenido,
o que no tiene acceso a la prensa de la OCI (u), con tal de ganar una discusión.
3. Un editorial en seis meses
En I.O Nro. 1024 (que apareció un mes después del articulo de Forgue) hay un editorial internacional sobre la
conferencia Norte-Sur de Cancún, lo único que hemos visto en I.O. al respecto. Allí se dice, al contraponer las
declaraciones de Reagan y Mitterrand:
“Pero tanto en un caso como en otro, se trata de mantener y defender el sistema imperialista y mantener en sus
puestos a los gobiernos compradores que gobiernan en la mayoría de los países económicamente atrasados debido
a su explotación por el imperialismo”. Y el editorial concluye:
“Debemos terminar con el imperialismo, el capital y todas las clases y capas explotadoras y sus gobiernos. El
único camino es el socialismo. En todo caso, es intolerable que un gobierno llevado al poder por las masas populares contra Giscard, tome a su cargo la política imperialista de éste”.
Cuando se dice que “debemos terminar con el imperialismo (...) y sus gobiernos”, ¿se incluye al gobierno de
Mitterrand? Si es así, ¿por que el órgano del partido francés no lo dice claramente? Por ejemplo: El gobierno de
Mitterrand es pieza clave en la estructura imperialista que explota a los países atrasados, como lo demuestra toda su
política, así como su participación en Ottawa y Cancún. Los trabajadores franceses debemos combatir a este
gobierno. La más elemental solidaridad de clase con nuestros hermanos africanos exige que luchemos por el retiro
de las tropas francesas de África, por la expropiación de las multinacionales y la devolución de sus riquezas naturales a los pueblos de Camerún, Zaire, Gabón, Marruecos, Argelia, etcétera”.
Nada de eso: el único editorial internacional en seis meses, dedicado al imperialismo francés, se limita a decir que
es “intolerable” que Mitterrand aplique la política de Giscard, sin agregar que además de intolerable es lógico
puesto que se trata de un gobierno burgués.
Digamos para concluir que esto da una nueva dimensión a la mentira de Francois Forgue. Este editorial que
comentamos no sólo no había aparecido cuando Forgue escribió su artículo, sino que es el único en seis meses:
¿quién puede creer que la OCI (u) está haciendo una campaña de denuncia del papel contrarrevolucionario de
Mitterrand a nivel internacional?
4. La política sindical de la OCI (U) en el movimiento obrero
Hemos visto en nuestra carta al CC del POSI cuál es, a grandes rasgos, la política sindical de la OCI (u), y
fundamentalmente que no tiene una política de denuncia constante y sistemática de las traiciones de la burocracia
sindical. Todo lo contrario, como demostramos en el caso de la plataforma de Orly, hace suyas las propuestas de
las direcciones traidoras. Es decir, no actúa como un partido revolucionario, que acata disciplinadamente una
decisión que considera equivocada pero al mismo tiempo la denuncia.
No queremos repetir aquí esos argumentos, sino profundizar en dos aspectos que sólo vimos de pasada en la
carta citada: el apoliticismo sindical y la falta de consignas por la unidad del movimiento obrero.
1. El apoliticismo, política burguesa
La militancia de los trotskistas en los sindicatos tiene un sentido muy preciso: vamos a esas organizaciones de
masas a plantear nuestro programa revolucionario y ganar a la vanguardia proletaria para el mismo, es decir, para
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nuestro partido. Desde luego, adecuamos nuestras formulaciones de manera que resulten comprensibles para todos
los trabajadores, inclusive los mas atrasados. En cada gremio formulamos un programa político específico con
consignas para la acción.
La orientación de no hacer política en los sindicatos le hace el juego al sindicalismo amarillo y a la burocracia, que
busca que las organizaciones sindicales dejen la actividad en manos de los partidos separados de las masas.
Las consignas políticas brillan por su ausencia en los artículos sindicales de I.O. en la presente etapa. Es muy
chocante el contraste con el periódico anterior al 10 de mayo de 1981. Entonces, la OCI (u) realizaba una campaña
política en el movimiento obrero por la elección de Mitterrand. Casi no había artículo sindical en I.O. que no
concluyera con las consignas políticas del partido: “echar a Giscard”; “abajo la V República”; “votar por Mitterrand
y una mayoría PS-PCF”, etcétera. Con ello se daba una perspectiva política a las reivindicaciones de los trabajadores.
Esto es lo que falta ahora en I.O. Más aún, como señalamos en nuestra carta al CC del POSI, la dirección de la
UNEF se opuso explícitamente a que el sindicato de estudiantes secundarios recientemente creado votara una
posición política de votar por Mitterrand en las elecciones.
Veamos qué dijeron nuestros maestros al respecto. La III Internacional aprobó en su IV Congreso unas “Tesis
sobre la acción comunista en el movimiento sindical”. Una de ellas está dedicada precisamente al problema del
neutralismo sindical:
“La influencia de la burguesía sobre el proletariado se refleja en la teoría de la neutralidad, según la cual los
sindicatos deberían plantearse objetivos corporativos, estrictamente económicos y no de clase. El neutralismo
siempre fue una doctrina puramente burguesa contra la cual el marxismo revolucionario lleva a cabo una lucha a
muerte. Los sindicalistas que no se plantean ningún objetivo de clase, es decir, que no apuntan al derrocamiento del
sistema capitalista son, pese a su composición proletaria, los mejores defensores del orden y del régimen burgués”.
(Los cuatro primeros congresos de la I.C., Vol. 2, pp. 216-217).
Téngase en cuenta que esta tesis programática estaba destinada a armar a los comunistas, corriente minoritaria en
esos momentos, en lucha contra la corriente reformista en los sindicatos. Esta es precisamente la situación de la OCI
(u). Está tratando de ganar fuerza en el movimiento sindical ocultando su programa político, capitulando así ante “los
mejores defensores del orden y del régimen burgués”.
2. La unidad sindical
La citada tesis del IV Congreso de la I.C. sostiene:
“Los intereses de la burguesía exigen la escisión del movimiento sindical” (op. cit., p. 215). Y un poco mas
adelante: “En los países donde existen paralelamente dos centrales sindicales nacionales (España, Francia, Checoslovaquia, etc.), los comunistas deben luchar sistemáticamente por la fusión de las organizaciones paralelas (...) La
preservación de la unidad sindical así como el restablecimiento de la unidad destruida sólo son posibles si los
comunistas llevan adelante un programa práctico para cada país y cada sector de la industria” (op. cit., pp. 219220).
En Francia, el movimiento sindical esta dividido en varias centrales: CGT, CFDT, CGT-FO, etc. La OCI (u) ha
señalado que la V República se mantiene en pie y su agonía se prolonga al no existir una acción unificada que
provoque su derrumbe final.
Siendo así, ¿por qué no propone la unidad sindical, la afiliación de todos los trabajadores a sindicatos por rama
industrial y la organización de una central única? Esta tendría que ser una campaña de agitación permanente en el
movimiento obrero. Si la unidad es una reivindicación tan sentida por los obreros franceses, ¿que obrero de base
(no burócrata de aparato) estaría en contra de esa propuesta? La orientación de la OCI (u), de no reivindicar la
unidad sindical, le hace el juego a la burguesía y a los aparatos en su afán de mantener la división del movimiento
obrero.
5. La política sindical de la OCI (U) para el movimiento estudiantil
Nuestra carta al POSI dedicaba un capítulo a la política de la OCI (u) para el movimiento estudiantil, política
aplicada a través del sindicato UNEF Independiente y Democrática. Recordemos que este organismo es dirigido
conjuntamente por militantes socialistas y de la OCI (u). Su presidente, Jean-Cristophe Cambadélis, es miembro
del Comité Central de la OCI (u).
Decíamos que la UNEF, llamada Independiente y Democrática para diferenciarse de los stalinistas de Renouveau,
considera que su papel consiste en “informar a las autoridades de todas las reivindicaciones y ‘aspiraciones de los
estudiantes” (I.O. Nro. 1000), como respuesta al anuncio del primer ministro Mauroy, de que la política del gobier-
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no para las universidades sería el resultado de una “concertación y negociación” con el movimiento estudiantil.
Esta política de la UNEF se ha acentuado hasta un grado monstruoso, como lo demuestra un comunicado del
sindicato estudiantil publicado en I.O. Nro. 1025, donde se dice:
“La UNEF Independiente y Democrática y la Federación de la Educación Nacional (FEN, sindicato de los
profesores universitarios dirigido por socialistas) han estudiado la situación de la universidad y se felicitan por:
“1) La derogación definitiva de la Ley Sauvage resuelta el 2 de octubre (por el parlamento);
“2) La decisión del gobierno de presentar en noviembre de 182 un informe para una nueva política universitaria”.
Entonces, además de limitarse a informar a las autoridades y concertar con el gobierno las soluciones a los
problemas estudiantiles, la UNEF, bajo la dirección de la OCI (u), felicita al gobierno por el anuncio de que, dentro
de un año, publicará un informe sobre la situación universitaria. Se ha llegado a un grado de abyección tal, que no
sólo se apoyan las medidas “progresivas” tomadas por el gobierno, sino que se anticipa que sus futuras medidas
también serán “progresivas”.
Nuestra carta al CC del POSI calificaba a la política de la OCI (u) en el terreno estudiantil de “oportunista”. Ante
estos nuevos hechos no podemos menos que modificar nuestra apreciación; es una política de traición directa y
consciente al movimiento estudiantil.
Esta política obedece, según hemos descubierto posteriormente, a razones muy profundas. Debemos decir que
ya sospechábamos esas razones, pero ahora las mismas se ven confirmadas por ciertos datos que se han hecho
públicos.
1. Favre responde a Nahuel Moreno
Antes que nada, veamos una respuesta parcial que ha dado la OCI (u) a las críticas formuladas en la Carta. El
autor de la respuesta es el inefable Luis Favre, en su intervención ante el plenario de los partidos angoleños. El no se
dignó responder a nuestro planteo central, de que la UEF se había convertido en corres de transmisión del gobierno
burgués en el estudiantado. Se limitó a responder sobre la política de “concertación y negociación de la UNEF, y de
paso tergiversó groseramente nuestra posición.
Favre empieza aclarando, con una pedantería que está totalmente fuera de lugar en una discusión seria entre
trotskistas, que leyó “un librito que no es ni de Lenin, ni de Mao, ni de Engels, ni de Trotsky, tomé un librito que en
ni país se llama ‘mataburros’ (diccionario), que es para aquellos que tienen dificultad para saber el significado de una
palabra. Concertación quiere decir discutir, negociar”.
Y concluye en un tono irónico: “Resulta que el gobierno de Mitterrand, no es culpa nuestra, decidió abrir las
negociaciones con el sindicato estudiantil, y los sindicatos estudiantiles dijeron: ‘Derogación de la ley de orientación’. ¿Los camaradas están en contra de que los sindicatos negocien on el gobierno y la patronal? ¡Eso es absurdo!”
Vamos a recomendar a este campeón del “sentido común” que deje de lado el diccionario y se dediques leer un
poco a Lenin, Marx, Engels y Trotsky. Descubrirá que, efectivamente, nuestros maestros no se oponen a la “concertación” (como sinónimo de negociación) de los sindicatos con la patronal y el gobierno (“con el diablo y con su
abuela”, según a conocida frase de Trotsky). Pero, contra la corrupta burocracia sindical, correa de transmisión de
los intereses de la patronal, se oponen tajantemente a hacer de la negociación/concertación el eje de la actividad del
sindicato, como lo es para la UNEF, la OCI (u) y Favre.
La tarea del sindicato es movilizar a sus afiliados por sus reivindicaciones: en el caso del movimiento estudiantil,
por mayor presupuesto universitario, mejores instalaciones, trabajo para los graduados acorde con su nivel de
capacitación, etcétera. La negociación concertación es una táctica dentro de esta tarea central, una táctica que
depende de la relación de fuerzas.
Por ejemplo: supongamos que el movimiento estudiantil se está movilizando por un aumento del presupuesto
universitario. Si los estudiantes están fuertes, si cuentan con la solidaridad del movimiento obrero y se encuentran en
condiciones de llevar adelante una verdadera lucha, propondremos medidas radicales tales como ocupación de la
universidad, manifestaciones, etcétera, y negociaremos el cese de la luchas cambio de la satisfacción de esa reivindicación. Pero puesto que somos trotskistas, ligaremos la reivindicación “económica” a consignas transicionales:
por ejemplo, control de la universidad y el presupuesto por los sindicatos de los estudiantes y profesores y de los
trabajadores de la Universidad.
Si, por el contrario, los estudiantes están luchando solos, el movimiento obrero está en reflujo, etcétera, nuestras
medidas de lucha deberán adecuarse a esa situación y limitarse a petitorios, cartas abiertas y otras por el estilo.
Posiblemente negociemos el cese de la lucha a cambio de que no haya estudiantes expulsados, dejando la reivindicación del presupuesto para un momento más favorable.
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Por último, si el gobierno está tan fuerte que logra imponer la “normalidad” en las aulas sin conceder ninguna
reivindicación, entonces nos dedicaremos a preparar pacientemente las luchas futuras para cuando surja una relación de fuerzas más favorables.
La UNEF y la OCI (u) sostienen lo contrario: basta que el gobierno reciba a los delegados del sindicato y les diga:
‘Tendremos en cuenta vuestras reivindicaciones” para que la UNEF los felicite públicamente por su actitud.
En síntesis, para la burocracia sindical y la UNF, el eje de la actividad del sindicato es “concertar” con el gobierno
imperialista contrarrevolucionario de Mitterrand. En el lenguaje del” diccionario, caro a Favre, eso significa “negociar”. En el lenguaje marxista, significa entregar el movimiento estudiantil atado de pies y manos al gobierno burgués.
Para los trotskistas, el eje de la actividad es movilizar a los estudiantes contra el gobierno, y negociar con él como
y cuando la relación de fuerzas nos lo impone.
2. Las verdaderas razones detrás de una política
Al estudiar la política de la UNEF y la OCI (u) para el movimiento estudiantil, nos preguntábamos con asombro
los motivos profundos de la misma: ¿verdaderamente creían en las virtudes revolucionarias del gobierno de Mitterrand? No: las verdaderas razones salieron a la luz poco después de enviada nuestra Carta al CC del POSI.
En UNEF Inform’ (órgano del sindicato estudiantil) del 7 de octubre, aparece una carta del ministro de educación
nacional Alain Savary, fechada el 30 de setiembre, donde se dice:
“Es necesario (....) reconocer la representatividad de las organizaciones estudiantiles y brindarles los medios para
asumir esa representatividad en las mejores condiciones de vida democrática Es a dicha necesidad que respondió
la búsqueda, particularmente difícil, de los medios financieros suplementarios que serán entregados de manera
constante a las asociaciones bajo la forma de subvenciones”.
Y Le Monde del 10 de diciembre informa que UNEF Independiente y Democrática está recibiendo un subsidio
anual de 200.000 francos, o sea 35.000 dólares al cambio actual.
Treinta y cinco mil dólares además de los “medios financieros suplementarios” que serán entregados “de manera
constante” a la... UNEF ¡he ahí la verdadera causa de la política putrefacta de la “concertación”!
Ya sabemos que la burguesía tiene dos políticas alternativas frente a las organizaciones sindicales: destruirlas, y
cuando eso no es posible, corromper a sus dirigentes con dinero y prebendas.
Cambadélis, miembro del CC de la OCI (u) y presidente de UNEF, se ha convertido en un miembro más de la
cofradía de traidores como Maire, Bergeron y Seguy. No es un oportunista, o lo es secundariamente. Es un traidor,
un burócrata corrompido que ha vendido al movimiento estudiantil a la burguesía a cambio de treinta y cinco mil
dólares más los “medios financieros suplementarios”.
Desde ahora, los trotskistas franceses tenemos planteada una campaña en el movimiento estudiantil: “¡Fuere el
Judas Cambadélis de la dirección de la UNEF!”
NOTA FINAL: Cuando estábamos dando los últimos toques al presente documento, nos llegó la versión francesa
de nuestra carta al CC del POSI, publicada en el Bulletin Intérieur d’infornation et de discussion ínternational, junto
con una respuesta de Francois Forgue.
Aún no hemos podido leer la respuesta de Forgue a nuestra carta, pero debemos notar lo siguiente: nuestra carta
al POSI está fechada 13 de octubre. El “consejo general” convocado por la OCI (u) se reunió en noviembre. Este
boletín con la versión francesa de nuestra carta lleva fecha 20 de diciembre. El Congreso de la OCI (u) está
convocado para el 26 de diciembre.
Esto significa que los miembros de ese supuesto “consejo general” no conocieron nuestra carta, y os delegados al
congreso de la OCI (u) la conocieron con sólo seis días de anticipación. En cambio sí conocían, con un mes de
anticipación, las críticas parciales a nuestra carta.
Así es como discute la dirección de la OCI (u)
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Bibliografia de las obras citadas en el documento
Documentos de la Organización Comunista Internacionalista (Unificada)
• Proyecto de informe político preparatorio al XXVI Congreso de La OCI (U), aprobado por el Comité Central
del 22, 23 y 24 de agosto de 1981. Su autor es Pierre Lambert. Versión en español, Correspondencia Internacional
Nro. 15, 12-11-81.
• “Documento discutido y aprobado por el Buró Político de la OCI (U)”, publicado en la Lettre d ‘Informations
Ouvrieres Nros. 10 y 11. Su autor es Stéphane Just. No existe versión española.
• Resoluciones del “consejo general” posterior a la escisión de la CI (CI), reunido el 21 al 26 de noviembre de
1981. Bulletin Intérieur d’information et de discussion international, Nro. 1, 30-11-81. Se aclara que dichas resoluciones se basan en el informe de Stéphane Just, “Los frentes populares y la política de la OCI (u), sección francesa
de la Cuarta Internacional (Comité Internacional)”. No existe traducción española en el momento de redactar este
documento.
• Forgue, Francois: “Primera respuesta al camarada Capa”, Correspondencia Internacional Nro. 13, octubre de
1981.
• Favre, Luis: “Sobre el frente único antiimperialista”, Correspondencia Internacional Nros. 10-11, julio-agosto
de 1981.
• Favre, Luis: intervención en el plenario conjunto de los dos partidos angoleños adherentes a la ex-CI (CI); actas
grabadas, versión española.
• Periódico Informations Ouvrieres, órgano de la OCI (u), números 1000 a 1032 (16 de mayo a 26 de diciembre
de 1981).
• Periódico UNEE Inform’, órgano de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, independiente y democrática.
Materiales de la Corriente Pablista
• Pour l’autogestion y Sous le drapeau du socialisme.
Materiales de Nuestra Corriente
• Moreno, Nahuel: Carta al Comité Central del Partido Obrero Socialista Internacionalista de España, 13 de
octubre de 1981.
• Capa, Miguel: “El gobierno Mitterrand, sus perspectivas y nuestra política”, en Correspondencia Internacional
Nro., 13, octubre de 1981.
Textos
Lenin, V.I.: Obras completas Buenos Aires: Editorial Cartago, 1970.
Mao Tse-Tung: Obras escogidas Pekín: Ediciones en lenguas extranjeras, cuatro tomos, 1971.
Trotsky, L.: Escritos. Bogotá: Editorial Pluma, 1977-79.
Trotsky, L.: Programa de Transición. Bogotá: Editorial Pluma, 1977.
Trotsky, L.: La revolución española. Barcelona: Ed. Fontanella, 1977.
Trotsky, L.: On China. New York: Monad Press, 1976.
Trotsky, L.: On France, New York: Monad Press, 1979.
Trotsky, L.: The Challenge of the Left Oposition. New York: Pathfinder Press, 1975.
Trotsky, L.: The Crisis of the French Section. New York: Pathfinder Press, 1977.
Trotsky, L.: The First Five Years of the Communist International, 2da. Ed. New York: Monad Press, 1972.
Trotsky, L.: The Struggle Against Fascism in Germany. New York: Pathfinder Press, 1971.
Trotsky, L.: The Third International After Lenin. New York: Pathfinder Press, 1971.
Trotsky, L.: Oeuvres. Paris: EDI, 1981.
Varios: Documents of the Foutht International, 1933-40. New York: Pathfinder Press, 1973.
Just, 5. y Berg, Ch.: Front populaires d’hier et d’aujourd’ hui. Paris: Selio, 1971.
Guérin, D.: Front populaire’, révolution manguée. Paris: Maspero, 1979.
Internacional Comunista: Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. Córdoba: Cuadernos de
Pasado y Presente, 1ra. ED., 1973.
Degras, J., ed.: The Communist International, 1919-1943. London: Frank Cass & Co., 1971
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Notas
1
Véanse las referencias bibliográficas completas al final de la obra. En todas las citas los subrayados son
nuestros, salvo indicación contraria.
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