Introducción - Centro de Estudios Cervantinos

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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
INTRODUCCIÓN
El autor del Libro segundo de don Clarián
El Libro segundo de don Clarián de Landanís (Toledo: Juan de Villaquirán, 1522), obra de un tal
Álvaro, médico de Álvar Pérez de Guzmán, pertenecía, como tantos otros libros de
caballerías del Siglo de Oro, a esa amplia nómina de textos caballerescos españoles
anónimos o atribuidos a unos autores de los que, en el mejor de los casos, conocíamos su
nombre (a veces, sus apellidos) y oficio, recogidos de los mismos preliminares de sus obras,
publicadas o manuscritas. Esta anonimia responde a la arraigada práctica del siglo XVI,
habitual especialmente entre nobles, juristas y humanistas, de no firmar los libros de
entretenimiento (libros de caballerías, novelas celestinescas, piezas teatrales), simulando un
afectado menosprecio por la gloria que daban estas obras consideradas frívolas, una
costumbre que dificulta enormemente el rastreo de pistas que esclarezcan la autoría de los
libros o la biografía de sus autores. Por citar sólo algunos de los casos estudiados, este
problema afecta a libros de caballerías tempranos, como el Lepolemo de Alonso de Salazar
(Roubaud 1990: pág. 531), y de la segunda mitad del siglo XVI como el Palmeirim de Inglaterra
de Morais (Asensio 1972: pág. 131), algunos de ellos escritos por humanistas como el
anónimo Baldo (Alberto Blecua 1971-1972: págs. 151-152) o el Olivante de Laura de Antonio
de Torquemada (Torquemada 1997: págs. xix-xx).
Si en las páginas que dedicaron Pascual de Gayangos (1950) o Menéndez Pelayo (1962)
a los libros de caballerías era imposible encontrar referencia alguna al médico Álvaro, pues
ambos autores desconocían por entonces la existencia de este Libro segundo, en los estudios
más modernos e imprescindibles de Henry Thomas (1952) y Daniel Eisenberg (1979) ya se
recoge la noticia de este libro de caballerías, aunque no se aporta dato alguno sobre el
autor, salvo su servicio como médico en la casa de Orgaz. Una de las escasas lectoras del
ciclo de libros de caballerías de los Clarianes, Sylvia Roubaud, autora de un artículo que
aborda en profundidad ciertos aspectos del Libro segundo de don Clarián de Landanís, descubría
cierta petulancia en el «Prólogo» de esta obra, donde su autor, «con pedantería típica de su
profesión, se dedica doctamente a calcular las distancias que median entre las nueve esferas
celestiales para encarecer mejor la fugacidad de la vida y de los pasatiempos librescos»
(1997: pág. 54), incluyéndolo entre los «oscuros medicastros» (1998: pág. cxvi) que pululan,
con otras categorías sociales y profesionales, entre los autores de libros de caballerías.
Partiendo de ese silencio bibliográfico, puede optarse (a) por un acercamiento a los
desconocidos autores de estos libros a través del destinatario de sus obras, (b) por la
búsqueda de datos referentes al oficio del autor o a su esfera de intereses (si éstos se
declaran, generalmente en el prólogo), o bien (c) rastreando las referencias, explícitas o
implícitas, que aluden de forma más o menos directa a los autores o a la persona a quien
dedican sus respectivas obras. Si bien esta búsqueda, planteada mediante tres vías distintas
que, siempre que sea posible, deben ser convergentes e interdependientes, no siempre
conduce a una atribución segura o por lo menos probable, en el caso concreto de la autoría
del Libro segundo de don Clarián creo que ha rendido sus frutos, puesto que el oficio de
Álvaro, médico, y su servicio en la Casa del Conde de Orgaz me permiten atribuir con un
alto grado de probabilidad esta obra al médico judeoconverso Álvaro de Castro.
La identificación del físico Álvaro mencionado en el «Prohemio» del Libro segundo de don
Clarián de Landanís con Álvaro de Castro se asienta sobre tres afinidades con la titulación
del prefacio de una obra manuscrita de este autor: la mención completa del autor, el
destinatario y la fecha de redacción probable del libro de medicina Ianua vitae:
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Comiença el prohemio dirigido al muy illustre señor don Álvar Pérez de Guzmán, conde de Orgaz,
alguazil mayor de Sevilla, señor de las villas de Santa Olalla y Polvoranca, etc, fecho por maestre
Álvaro, físico suyo («Prólogo», pág. 3).
Magistri Aluari de Castro, a Toleto oriundi, oppidi Sancte Olalie incole, medici illustris domini
Aluari Perez de Guzman comitis de Orgaz, in hispalensi ciuitate maioris executoris et cetera, in
opus cui nomen inditur Ianua uite ad Iuachum Lopez, insignem medice artis doctorem, prefatio
(Gómez-Menor 1974: pág. 25).
Si el autor del Libro segundo de don Clarián y el del libro de medicina Ianua vitae coinciden
en su nombre propio, Álvaro, y en su dedicatoria al primer Conde de Orgaz, la redacción
final del manuscrito médico queda comprendida entre 1518 como término a quo y el 21 de
febrero de 1526 como término ad quem1 . En definitiva, unas fechas en torno al año de
publicación del Libro segundo de don Clarián en 1522.
Sin duda, una certeza absoluta en esta atribución del Libro segundo de don Clarián a Álvaro
de Castro, médico del Conde de Orgaz y autor de tres importantes obras médicas,
conservadas manuscritas en la biblioteca capitular de la Santa Iglesia de Toledo, pasaría por
una documentación que demostrara apodícticamente que en 1522 no existía ningún otro
médico al servicio de Álvar Pérez de Guzmán cuyo nombre fuese Álvaro. Pero las
coincidencias en las fechas, en el nombre y en el servicio al Conde de Orgaz me permiten
proponer como hipótesis la identidad entre el físico Álvaro, autor de un libro de caballerías
publicado en 1522, y el médico Álvaro de Castro, del que sí se han ocupado otros autores
desde la perspectiva de la historia de la medicina y de la farmacia o de la vida social y
cultural de Toledo. Aunque pueda resultar paradójico, en este caso la historia de la
literatura y la de la ciencia en España han corrido paralelas sin tocarse, porque el
desconocido Álvaro, autor del Libro segundo de don Clarián de Landanís, creo que no había
sido relacionado hasta ahora con una figura egregia en la transición de la ciencia médica
medieval a la renacentista, la de Álvaro de Castro; pero desde la otra ladera, la de la historia
de la ciencia, tampoco se ha señalado la posibilidad de que ese escueto «maestre Álvaro,
físico suyo [del Conde de Orgaz]» encubriese la dignidad de un apellido ilustre en la historia
de la medicina que, en edad madura, llenó sus horas de ocio con la escritura de un libro de
caballerías (y la lectura de obras afines).
No puedo valorar hasta qué punto puede ser relevante esta identificación para la
historia de la medicina, aunque no debe de estar privada de interés una obra literaria que
ofrece ideas o pistas sobre la otra cara de una vida entregada al estudio, al ejercicio de la
profesión médica y a su familia (nobilísima, como tendré ocasión de exponer). Pero, desde
la ladera de la historia de la literatura y del género caballeresco en concreto, sí es interesante
contar con un autor que recupera su apellido, Castro (o Abolafia antes de su conversión).
Siguen pues unas páginas que rinden cuenta del Álvaro de Castro médico, miembro de una
rancia familia de judíos egregios, presentes desde el siglo XII en la vida y cultura de Toledo,
porque con este enfoque se aprecia en su justa medida y con profundidad esa otra vertiente
del autor, creadora y lectora, volcada en un libro de caballerías.
La familia de Álvaro de Castro
Los importantes estudios de José-Carlos Gómez-Menor Fuentes son la fuente principal
para el conocimiento de la familia del médico Álvaro de Castro. Desde la inclusión del
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médico Álvar Gómez, hijo de Diego Gómez de Toledo, en su trabajo sobre los médicos
toledanos del siglo XVI y el anuncio de la publicación de su estudio sobre esta familia (1969:
págs. 130-131), las investigaciones posteriores de Gómez-Menor han ido engarzando
genealógicamente a sus distintos miembros, al tiempo que la esfera de intereses y de
conexiones de la familia con la cultura española del siglo XVI se ampliaban en
ramificaciones de importancia creciente2 .
A este Diego Gómez de Toledo (1470-1534), padre del médico Álvar Gómez, se le
abrió un proceso inquisitorial en 1510 (A.H.N., Inquisición de Toledo, leg. 151, exp. nº. 7),
que, junto a su testamento (Archivo Histórico Provincial de Toledo, 2, leg. 1250, fol. 153),
permite reconstruir parte de su biografía. Hijo de don Bueno Abolafia y doña Paloma, que
murieron judíos (y, por lo tanto, probablemente antes de 1492), el «arrendador» de
impuestos y traficante en granos Samuel Abolafia (o Abulafia, o Abolafí; Diego Gómez de
Toledo tras su conversión) se exilió en Portugal con su familia después del decreto de
expulsión de los Reyes Católicos. Permaneció en Portugal unos cinco años, en los cuales
nacieron los dos primeros de sus siete hijos. En la villa portuguesa de Borba, cercana a
Estremoz, Samuel Abolafia se convirtió al cristianismo, lo mismo que su mujer, Lucrecia
Gómez, sus dos hijos Íñigo López y Álvar Gómez (el médico antes citado), su suegra y dos
cuñados, hijos de ésta. A finales de 1497 o principios de 1498, regresó a Toledo.
Ampliando los datos referentes a la familia de Samuel Abolafia/Diego Gómez de Toledo,
se observa en qué medida su familia estaba relacionada con la medicina: tres de sus cinco
hijos se alejaron del comercio, oficio paterno, para ejercer la medicina; en el caso de sus dos
hijas, ambas se casaron con médicos y un sobrino suyo es autor de un libro de medicina:
1. Íñigo López, primogénito, nacido entre 1491-1495 en Portugal y muerto en Sicilia en
1549, probablemente exiliado de España tras las Comunidades por su amistad con
Hernando Dávalos; fue médico de cabecera en Roma de los primeros jesuitas y
estuvo relacionado activamente con la Compañía desde 1538.
2. Álvar Gómez, nacido, como su hermano mayor, durante el exilio de sus padres en
Portugal, médico que residió siempre en Toledo, donde adquirió un gran prestigio.
3. Luis Gómez, médico del Duque del Infantado (casado con doña Beatriz de Velasco y
padre de Íñigo López de Velasco y Luis Gómez).
4. Teresa Núñez, hermana de los anteriores, fallecida antes de 1534. Se casó con el
bachiller Francisco de Santo Domingo, mencionado en algunos documentos como
«maestre Francisco, çurujano», padre del jurista don Tomás Gómez.
5. Marina Núñez, la menor de los hermanos, casada con el bachiller Clemente de Santo
Tomás que, para Gómez-Menor, es también médico, «pues en éstos era frecuente ser
conocidos sólo por su nombre de pila» (1973: pág. 59), y hermano de Francisco de
Santo Domingo, hijos ambos del médico converso Tomás de Santo Domingo.
6. Jorge Gómez, hijo de Antonio Gil y de Beatriz Gómez, hermana de Lucrecia (y, por
tanto, sobrino de Lucrecia y de Diego Gómez de Toledo), médico y autor del De
ratione minuendi sanguinem in morbo laterali, impreso en Toledo en 1539.
En su proceso3, el converso Diego Gómez aludió en un escrito autógrafo a un hermano
suyo, médico en Santa Olalla de don Esteban de Guzmán y Carrillo de Acuña y doña Isabel
de Mendoza (los padres de Álvar Pérez de Guzmán, primer conde de Orgaz):
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Sea preguntado el jurado A.º de Sosa que, viniendo [yo] para la çibdat [de Toledo] e estava él por
alcalde mayor en Santolaya por el señor don Estevan, y le fuy a hablar, y ovo plazer comigo, y me
dixo «en tan buena ora vengáis como vino vuestro hermano, que á alcançado mucha honra en la
dolencia de la Señora doña Ysabel» y me preguntó cómmo venía, e le dixe lo mismo, e me dixo «ved
sy avés menester algo, que venies de camino y gastado, que yo [he de] lo complir de buenna voluntad»
(Gómez-Menor 1974: págs. 19-20, n. 8).
Diego Gómez aclara que su regreso a Toledo se produjo después del de su
hermano, por lo que se deduce una conversión del médico entre 1492 y 1497-1498, si
bien no puede aclararse si ésta se produjo en Castilla en 1492 o durante el exilio en
Portugal, como su hermano. Ese médico, llegado providencialmente para sanar a doña
Isabel de Mendoza, según cuenta el jurado Antonio de Sosa y recuerda Diego Gómez de
Toledo, es Álvaro de Castro.
El maestro Álvaro de Castro, médico en Santa Olalla del Conde de Orgaz, y el arrendador de
impuestos y vecino de Toledo Diego Gómez eran hermanos, hijos de don Bueno Abolafia y de doña
Paloma [...]. Ambos hermanos nacieron, con máxima probabilidad, entre 1465-1475, siendo
mayor el médico, como fue también el primero en convertirse y tornarse a Castilla (Gómez-Menor
1982: pág. 187).
Ambos hermanos, Diego y Álvaro, remontan sus orígenes a la rama conocida por el
sobrenombre Abolafia, de la nobilísima familia hebrea de los ha-Leví. Esta rama
Abolafia (o Abolafí, del árabe «Abul-l-‘Afia», ‘padre de la alegría’) aparece documentada
en la fase intermedia de la Reconquista (1150-1230), siguiendo la clasificación propuesta
por Baer, quien distingue a sus miembros por la extraordinaria importancia que tuvieron
entre los judíos de Castilla, debida a su altura intelectual y económica:
Sus miembros eran los líderes reconocidos no sólo en Toledo, sino en toda Castilla. Arrendaban los
impuestos del estado, llevaban a cabo misiones diplomáticas con los árabes y en su ascenso o en su
caída arrastraban con ellos a las comunidades judías (Baer 1981: I, pág. 73).
Los seis miembros más relevantes de la rama Abolafia entre los siglos
fueron los siguientes4 :
XII
y
XIV
1. Meir ben Todros ha-Leví Abulafia (Burgos 1170–Toledo 1244). «Nasí» (‘príncipe’) de
los judíos de Castilla. Primer detractor de la obra de Maimónides, sus cartas de
controversia se compendiaron con el título Kitab al-Rasail. Fue autor también de
numerosos comentarios talmúdicos de los que se conservan el de Baba ‘Batra’ y
Sanhedrín, además de algunos poemas.
2. Don Todros ben Yusef Abulafia (Burgos 1224–Toledo 1283). Sobrino de Meir ben
Todros, heredó su título de nasí y ejerció gran influencia en la corte de Alfonso el
Sabio. Autor de opúsculos cabalísticos sobre la Biblia y el Talmud, de algunos poemas
y de la obra ’Osar ha-Kabôd, donde se encuentran las primeras citas conocidas del
Zóhar.
3. Abraham ben Semuel Abulafia (Zaragoza 1240–Barcelona 1292). Famoso cabalista,
autor de himnos religiosos y poemas breves.
4. Todros ben Yehudá Abulafia (Toledo 1247-1306). Alto cargo en las cortes de Alfonso
X y su sucesor Sancho IV, fue un destacado poeta, autor del cancionero Gan ha© Centro de Estudios Cervantinos
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mesalîm we-ha-hidôt (‘Jardín de alegorías y sentencias’) donde se contienen más de
ochocientas composiciones poéticas de todo tipo.
5. Semuel ha-Leví Abulafia. Matemático de mediados del siglo XIII, tradujo dos obras de
mecánica que se conservan en la Biblioteca de El Escorial.
6. Semuel ha-Leví ben Meir Abulafia (Toledo 1310–Sevilla 1360), famoso tesorero
mayor de Pedro I, a quien se debe la erección de la sinagoga del Tránsito en Toledo.
Los datos sobre la rama Abolafia no son tan claros a partir del siglo XV, lo que complica la
obtención de alguna referencia que una con sus familiares más cercanos a don Bueno
Abolafia, padre de Diego Gómez de Toledo (antes, Samuel Abolafia) y del físico Álvaro
de Castro, más aun teniendo en cuenta que desconocemos el nombre judío del médico.
Un médico Symuel Abolafia aparece mencionado en una cédula real dada por los Reyes
Católicos en el real de Baza en 1489 (Archivo General de Simancas, Registro General del
Sello, vol. VI, 3627), pero la homonimia con respecto a su hermano (Samuel, luego
Diego Gómez) y la cronología (el futuro médico Alvaro de Castro debía de tener por
entonces poco más de diecinueve años) impiden la relación entre este Symuel Abolafia y
Álvaro de Castro5. Hay referencias a otro «físico Abulafia», residente en la Puebla de
Montalbán, personaje que relaciona Gómez-Menor con el médico Álvaro de Castro:
Dada la proximidad de esta villa con la de Santa Olalla, residencia del Conde de Orgaz, como
cabeza de su señorío toledano, donde sabemos con certeza que moró el converso Álvaro de Castro y
su hijo Diego, [...] la probabilidad de ser una misma persona el Abolafia médico de la Puebla de
Montalbán y el converso que nos ocupa, es muy grande (1974: págs. 21-22)6 .
Pero no sólo el proceso inquisitorial de Diego Gómez de Castro demuestra la relación
fraternal con el médico Álvaro de Castro. Una prueba indirecta apuntala la
consanguinidad de Diego y Álvaro: la relación familiar del insigne humanista Álvar
Gómez de Castro con los descendientes de Diego Gómez, en concreto con Luis
Gómez, hijo de Diego Gómez de Toledo y médico del Duque del Infantado7 , con
«madona» Cristalina, la mujer del jurista Tomás Gómez, hijo de Francisco de Santo
Domingo y Teresa Núñez (nieto pues de Diego Gómez)8 , y tal vez con Íñigo López 9.
Estas relaciones familiares tan estrechas debieron superar incluso los trastornos que
provocaban los acontecimientos bélicos, políticos y sociales coetáneos, pues, si la
cohesión familiar durante la Edad Media fue firme, más aun lo fue tradicionalmente en
la familia judía, donde en ocasiones ni siquiera la conversión de algún miembro al
cristianismo abría un abismo entre los perseverantes y los conversos10. La indagación
de los orígenes del humanista, nieto del médico Álvaro de Castro, queda
indisolublemente unida al acercamiento a la obra científica del médico y al testamento
del humanista.
El testamento de Álvar Gómez de Castro
Entre los libros que se mencionan en el testamento del humanista Álvar Gómez de
Castro (1516-1580), descubierto en el Archivo de protocolos de Toledo y editado por
Francisco de Borja San Román, figuran unas obras médicas manuscritas que aún hoy se
conservan en la biblioteca capitular de la Santa Iglesia de Toledo:
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Quatro libros de medicina, escritos de mano de un agüelo mio, los dos enquadernados en tablas, el
uno tiene cuero de becerro colorado, y llamase fundamenta medicorum, el otro de menos volumen le
tiene negro y llamase Antidotario: los otros dos estan en pargamino tratan de simples, el uno tiene en
el lomo una A. va continuado hasta la N. que esta tambien en el lomo del otro: quiero que se den a
la misma sta yglesia para que alli se guarden, porque entiendo que esta en ellos recapitulada toda la
antigua doctrina de los Arabes, puesta con mucha distincion y advertencia, los de pargamino se
enquadernaran en tablas a costa de mis bienes (San Román 1928: págs. 552-553).
Estos cuatro libros del corpus medicum del abuelo del humanista, legados a la
biblioteca capitular de Toledo, son el Fundamenta medicorum, el Antidotarium y el Ianua vitae
(«los otros dos estan en pargamino [que] tratan de simples»). Estas tres obras médicas en
cuatro libros fueron escritas por Álvaro de Castro, abuelo de Álvar Gómez de Castro,
como se deduce de la titulación del prefacio del libro manuscrito en dos tomos Ianua vitae,
en un fragmento ya transcrito anteriormente:
Magistri Aluari de Castro, a Toleto oriundi, oppidi Sancte Olalie incole, medici illustris domini
Aluari Perez de Guzman comitis de Orgaz, in hispalensi ciuitate maioris executoris et cetera, in
opus cui nomen inditur Ianua uite ad Iuachum Lopez, insignem medice artis doctorem, prefatio
(Gómez-Menor 1974: pág. 25).
San Román llamó la atención sobre el interés extraordinario que tenían para la historia
de la medicina estos cuatro libros manuscritos, en muy buen estado de conservación, «hasta
hoy no estudiados por nadie» (pág. 553, n. 13) 11, al tiempo que recalcaba la relación
familiar entre el médico y el humanista12. Otro de los libros de Álvaro de Castro, el
Fundamenta medicorum, contiene una carta-prólogo que aclara el punto intermedio entre el
abuelo y el nieto. En el prólogo, escrito de la misma mano que la del cuerpo de la obra, se
lee esta dedicatoria:
Magister Alvarus de Castro charissimo filio Didaco Gometio de Castro, in medica facultate
preclarissimo doctori, salutem (Gómez-Menor 1974: pág. 24).
Este Diego Gómez, médico como Álvaro, escribe un prólogo laudatorio al libro Ianua
vitae, donde alaba la tarea de su padre: «Jacobus Gomez saluberrime medicine facultatis
doctor literatissimo uiro magistro Alvaro suoque genitori clarissimo» (Millás Vallicrosa
1942: pág. 111); el Didaco Gometio del libro Fundamenta medicorum y el Jacobus Gomez que
elogia a Álvaro de Castro en el Ianua vitae son la misma persona: Diego Gómez de Castro,
el hijo de Álvaro de Castro y, en opinión de Gómez-Menor, con enorme probabilidad
padre de Álvar Gómez de Castro13.
Sin embargo, estudios posteriores de Carmen Vaquero han replanteado esta vinculación
genealógica. Álvar Gómez de Castro, sus hermanas María y Ana y su hermano Tomás
perdieron muy pronto a su padre. Tiempo después murió su madre (¿hacia 1537?),
quedando al cargo de los huérfanos una tía suya, hermana de la difunta madre. Pronto
falleció esta mujer (a primeros de 1538) y los cuatro niños quedaron al cargo del abuelo,
nuestro médico Álvaro de Castro, que había enviudado en 1536 (Vaquero 1993: págs. 6365). En los manuscritos misceláneos de Álvar Gómez de Castro se recoge una inscripción
fúnebre en memoria de la mujer y las dos hijas de Álvaro de Castro, escrita primero en latín
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y luego en romance14 ; en una copia de los escritos del humanista del siglo XVIII, este
epitafio se atribuye por el copista a Álvar Gómez, que lo escribió atendiendo una petición
de su abuelo:
A mi di ch os a mu ge r a qu ie n lo s ha do s mu y be ni gn os co nc ed ie ro n no ve r mu er te de lo s
su yo s, a mi s do s am ad as hi ja s, de la s qu al es la un a, au n no de XX X añ os , qu e a la
ve je z co n es ta s de sv en tu ra s op pr im id a er a un so lo de sc an so y co ns ue lo : su pa dr e
tr is tí ss im o, ma es tr o Ál va ro , ab or re ci en do ya la vi da y es ta lu z pr es en te en me mo ri a
de do lo r le s pu so es ta pi ed ra 15 .
Basándose en este epitafio, razona Carmen Vaquero que Diego Gómez de Castro, el
hijo de Álvaro de Castro, no puede ser el padre de Álvar Gómez de Castro; y no puede
serlo puesto que a la esposa de Álvaro de Castro, fallecida en torno a 1536, «los hados muy
benignos concedieron no ver muerte de los suyos» y el padre de Álvar Gómez murió
cuando éste apenas era un niño –antes pues que su suegra:
A Diego Gómez se le ha de considerar, por tanto, tío carnal materno. Si se da por buena la
identificación del maestro Álvaro del epitafio con el médico Álvaro de Castro, autor de unos libros de
medicina legados por Gómez en su testamento a la biblioteca de la catedral primada, habrá que
concluir que este personaje fue el abuelo materno de nuestro humanista. El anciano debió de morir
hacia 1544. [...] Quiénes fueran el padre de nuestro humanista y su familia paterna lo desconozco
(Vaquero, págs. 64-65).
Fue precisamente Álvaro de Castro quien alentó los estudios de Álvar Gómez de
Castro; cuando el joven aún no había cumplido los dieciséis años, su abuelo lo envió a
Alcalá de Henares. Es probable que otro gran protector del insigne humanista, el primer
conde de Orgaz, Álvar Pérez de Guzmán (Vaquero, pág. 80), hubiera conocido a su
protegido por mediación de Álvaro de Castro, médico del Conde de Orgaz. En Alcalá, el
joven estudiante, ausente de la casa de su abuelo, padeció por este alejamiento familiar y
siempre le tuvo por «unicus meorum studiorum columen, unicus mearum gubernator, cui
in his omnibus maximam constantiam, numquam satis admiratus sum»16 . El amor del
humanista por su abuelo Álvaro de Castro debió de ser muy grande. Tras la muerte del
anciano, su nieto le dedicó el soneto «A la muerte de su agüelo»:
¡O noche de tinieblas rodeada
y de menores luzes de contino,
ahora des al mareante tino,
ahora a los amantes la çelada!
En tanto que la gente reposada,
descansa con el sueño, y sus cuydados
algún poco los tiene despegados,
la puerta del sentido ya cerrada.
A mi, con tu silençio, favorece,
que no pequeña causa me desvela
buscando a mi dolor dar qualque medio.
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Con tu presençia ahora me consuela
y estas tinieblas, liberal, ofreçe
a quien en ella halla gran remedio
(Gómez de Castro 1979: pág. 232).
Álvar Gómez de Castro se encargó de guardar en su biblioteca privada los tres libros
manuscritos de su abuelo, de los que tenía un juicio estimativo («entiendo que está en ellos
recapitulada toda la antigua doctrina de los árabes, puesta con mucha distinción y
advertencia») semejante a los de Millás Vallicrosa y Gómez-Menor que comentaré
inmediatamente. Gracias a su celo, las tres obras médicas de Álvaro, contenidas en cuatro
volúmenes, pasaron a formar parte de los fondos de la biblioteca capitular de la Santa
Iglesia de Toledo, donde hoy se conservan.
La obra científica de Álvaro de Castro
Las tres obras médicas manuscritas de Álvaro de Castro, Ianua vitae (en dos tomos),
Fundamenta medicorum y Antidotarium, han sido estudiadas por distintos autores. En la
traducción de Clavijo y Fajardo de la Historia natural, general y particular del conde de Buffon,
el traductor antecede la obra con un prólogo en el que estudia las obras de algunos autores
españoles que escribieron sobre historia natural, «muchas de ellas traducidas en italiano, en
francés y en inglés». Entre ellos,
Álvaro de Castro, médico de don Álvaro Pérez de Guzmán, conde de Orgaz, escribió por los años
de 1526 dos tomos de a folio en latín, cuyo título es Janua Vitae, en que por orden alfabético pone
todas las piedras, yerbas y animales con los nombres castellanos, latinos, griegos y arábigos
correspondientes (Buffon 1791: «Prólogo», pág. vii).
Medio siglo después, Hernández Morejón dedica también algunas notas a la figura del
médico toledano. Indica que dan noticias de sus obras médicas el canónigo Lapeña, Ensayo
sobre historia de la filosofía, donde se le llama «Alberto»17, y Clavijo y Fajardo en su traducción
de la Historia Natural de Buffon18:
Fue médico del conde de Orgaz, D. Álvaro Pérez de Guzmán, por el año 1526, y escribió dos
tomos en folio en latín, con el título Ianua vitae. No sé que esta obra se haya impreso: yo la he visto
manuscrita en la biblioteca de la santa iglesia catedral de Toledo; tiene la aprobación del doctor de
Alfaro y Ponte, con licencia para imprimirse en 1526. [...] La distribuye por orden alfabético, y
habla de piedras, yerbas y animales con la sinonimia castellana, latina, griega y árabe, acreditando
su pericia en estos idiomas. Al fin del tomo segundo trae la explicación de los pesos, dosis y medidas
de los medicamentos, y un resumen alfabético en castellano de toda la obra, el cual empieza por la
letra A, y acaba por el término «zumbido». Además de la obra referida tiene otra en la misma
biblioteca titulada Fundamenta medicorum, en un tomo en folio de letra cursiva, dedicada a un hijo
suyo llamado Diego, de quien dice era médico afamado. Trata de todas los enfermedades y sus
remedios, también por oden alfabético (Hernández Morejón 1843: II, págs. 215-6).
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Desde entonces, los estudios básicos sobre los tres libros médicos de Álvaro de Castro
proceden de Millás Vallicrosa (1942, 1949) y de las posteriores revisiones y ampliaciones
de sus trabajos por parte de Gómez-Menor (1974), imprescindibles para subsanar
algunos errores del catálogo-tratado de Millás de 1942 que se trasladaron al estudio
dedicado al médico Álvaro y a su familia en 1949 (cap. XVII, «La obra médica de la
familia toledana de los Castro», págs. 443-454). Un breve resumen del contenido de
estos tres textos médicos y el aporte de los comentarios que les han dedicado Millás
Vallicrosa y Gómez-Menor informará no sólo de la posición de la obra médica de
Álvaro de Castro en la transición del siglo XV al XVI , sino de la extraordinaria cultura de
este judeoconverso, versado en las lenguas latina, griega, árabe y hebrea, que se decidió
en 1522, cuando tenía alrededor de cincuenta años, a escribir en romance un libro de
caballerías.
El Ianua vitae19 , título de indudable resabio semita (‘Puerta de la vida’, también
‘Camino de vida’), es una obra de 670 folios, escritos de una misma mano –al parecer, la
de Álvaro– y divididos en dos volúmenes. Castro compila por orden alfabético una lista
en latín de medicamentos simples con sus aplicaciones terapéuticas para cada
enfermedad, situándose en el margen menor de la hoja el equivalente romance de cada
simple catalogado. Sirviéndose de la autoridad de Avicena, de Ishaq Israelí y de Galeno,
el autor encarece la necesidad que tiene el médico de conocer los medicamentos simples
y sus propiedades. En ocasiones, anota las autoridades que tratan de un simple,
manejando en los comentarios autores latinos (por ejemplo, Plinio), árabes y hebreos
(Avicena, Ishaq Israelí) o cristianos (San Isidoro, San Alberto Magno, etc.), con remisión
puntual a la cita y el pasaje. El médico ofrece también datos sobre la distinta
pronunciación del simple según los autores que lo han tratado o correcciones de malas
lecturas. Tras la conclusión de la obra (fol. 623r) aparece la aprobación para su
impresión, suscrita por los doctores protomédicos de Carlos V De Alfaro y Ponte, y a
continuación, de la misma letra, un tratadillo, De dosibus et ponderibus, secundum Saladinum,
una derivación del Compendium aromatorium de Saladino de Ascoli. Una vez concluido el
tratado de posología, aparece un léxico de enorme interés (medicinal y filológico) en que
se recogen las equivalencias latinas y árabes del vocablo castellano y, más raramente, las
griegas y hebreas. Suele extenderse en las explicaciones de animales poco conocidos,
siguiendo en esos casos a Plinio y otros autores clásicos20.
El Fundamenta medicorum21, de 521 folios sin numerar, fue legado, como los dos
volúmenes anteriores, a la biblioteca capitular de la Santa Iglesia de Toledo por Álvar
Gómez de Castro. Dispone también por orden alfabético diversas enfermedades y los
comentarios sobre ellas de autoridades médicas entre las que resaltan Avenzoar,
Averroes, Avicena, Rasis, Arnaldus de Vilanova, Galeno o Ishaq Israelí. Sin ser una obra
original, esta compilación demuestra el perfecto dominio del médico de la medicina
anterior. Al final de este gran tratado se recoge de nuevo el Tractatus de dosibus et
ponderibus secundum Saladinum (de Ascoli), donde se explican los diferentes pesos y
medidas que se emplean en posología médica, la mayor parte de origen clásico (este
breve tratado es más amplio que el que aparece tras el Ianua vitae).
La tercera obra de Álvaro de Castro, último de los cuatro volúmenes legados por
Álvar Gómez de Castro, es el Antidotarium22, una obra de 196 folios en la que se recoge
un índice de aplicaciones o usos terapéuticos y se remite a los cuerpos o antídotos
correspondientes, ordenados alfabéticamente. Tras la explicación de esos antídotos, se
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
indica la fuente o el autor que se ha seguido (Nicolaus, Arnaldus, Serapio, Avicena,
Rasis, Ishaq Israelí...).
El valor de la obra médica de Álvaro de Castro radica en el intento de trasvasar a
moldes renacentistas la tradición médica semítica. Llevado de su afán clarificador y
enciclopédico a un tiempo, elabora sus obras con un criterio selectivo, atendiendo a lo
principal de cada tema médico pero puntualizándolo con explicaciones o aclaraciones
que recoge de distintos autores (Gómez-Menor 1974: págs. 29-30). En definitiva,
representa como el lazo que une dos épocas y que traspasa el legado de la farmacología terapéutica
concebida por los autores árabes y judaicos medievales a la Edad Moderna (Millás 1949: pág.
444).
Álvaro de Castro, autor del Libro segundo de don Clarián
La atribución del Libro segundo de don Clarián de Landanís al médico Álvaro de Castro y la
posibilidad de contar con algunos datos biográficos de este autor –pocos aún, sin duda,
pero muy significativos– permiten discriminar este libro de caballerías del amplio grupo
de textos caballerescos áureos anónimos23 , de difícil autoría24 o atribuidos a autores
de los que sólo conocemos los exiguos datos que se recogen en los prólogos de sus
obras (impresas o manuscritas), reducidos generalmente a su nombre (y apellidos en
ciertos casos) y en ocasiones a su profesión25. Al mismo tiempo, estos datos permiten
analizar de forma conjunta el Libro segundo de don Clarián con otros libros de caballerías
de cuyos autores sí tenemos más información, bien sea porque las fuentes documentales
han permitido identificarlos y la información obtenida puede combinarse con las
extraídas del libro de caballerías, caso de Francisco de Enciso Zárate, autor del libro de
caballerías manuscrito Florambel de Lucea, parte III, libros VI y VII (Lucía Megías 1996:
págs. 82-83), de Melchor Ortega, autor del Felixmarte de Hircania (Valladolid: Francisco
Fernández de Córdoba, 1556; Aguilar 1998: págs. 8-9) o de Pedro López de Santa
Catalina (Espejo de caballerías, Toledo: Gaspar de Ávila, 1525; Gómez-Montero 1992:
págs. 13 y ss.), bien sea –el caso más frecuente– porque los autores de estos libros de
caballerías escribieron otras obras que atrajeron la atención de la crítica sobre ellos y
condujeron, directa o indirectamente, al estudio de sus obras caballerescas con un aporte
mayor de noticias, por ejemplo Gonzalo Fernández de Oviedo (Claribalte, Valencia: Juan
Viñao, 1519), João de Barros (Clarimundo, 1522), Feliciano de Silva (Amadís de Grecia,
Cuenca: Cristóbal Francés, 1530; Lisuarte de Grecia, Sevilla: Jacobo y Juan Cromberger,
1525; Florisel de Niquea, partes I y II, Valladolid: Nicolás Tierri, 1532, parte III, Sevilla:
Juan Cromberger, 1546), Fernando Basurto (Florindo, Zaragoza: Pedro Harduyn, 1530),
Pedro de Luján (Silves de la Selva, Sevilla: Domenico de Robertis, 1546, y Leandro el Bel,
Toledo: Miguel Ferrer, 1563, traducción de la continuación italiana del Lepolemo),
Jerónimo de Urrea (Clarisel de las Flores, mediados del siglo XVI ), Damasio de Frías
(Lidamarte de Armenia, 1563), Antonio de Torquemada (Olivante de Laura, Barcelona:
Claude Bornat, 1564) o Jerónimo de Contreras (Polismán, 1573). Los estudios que han
merecido las obras médicas de Álvaro de Castro y la atribución del Libro segundo de don
Clarián a este médico incardinarían en lo sucesivo este libro de caballerías en este
segundo grupo mencionado, donde los rasgos propios del texto pueden cotejarse con la
documentación extrínseca aportada por autores que se han acercado a su obra médica.
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
Una primera conclusión puede extraerse de esa filiación: la formación intelectual del
autor del Libro segundo de don Clarián no desdice en principio de la de estos autores de libros
de caballerías que practicaron otros géneros literarios, algunos de ellos con gran
prolificidad, como Fernández de Oviedo26, Juan de Molina27 , João de Barros28 , Feliciano
de Silva29, Fernando Basurto30, Pedro de Luján 31, Jerónimo de Urrea32, Damasio de
Frías33 , Antonio de Torquemada34 o Jerónimo de Contreras35 y coincide en cierto
sentido con la figura de Jerónimo Huerta, autor del poema caballeresco Florando y traductor
y comentador de Plinio36. A la luz de la importancia de la obra médica de Álvaro de Castro
y de la altura intelectual de algunos de los autores recientemente citados, una de las críticas
más frecuentes que recibieron los autores de libros de caballerías del siglo XVI —y el
género en sí— debería matizarse: la ignorancia y poca formación de sus autores,
«componedores por la mayor parte [...], personas idiotas y sin letras, que nunca estudiaron
latín, ni griego, ni arte, ni philosophía, ni mathemáticas, ni leyes, ni otras disciplinas de
donde se aprende sciencia verdadera, no viendo ni leyendo otros autores sino estos libros
fingidos, claro está que assí como de un barro no se puede sacar sino otro barro, assí
también de unas mentiras no se puede sacar sino otras» (Gracián de Alderete, prólogo a su
traducción de las Moralia de Plutarco, Salamanca, 1571)37.
El Libro segundo de don Clarián en el género caballeresco
La hipótesis de la autoría del Libro segundo de don Clarián de Landanís, atribuible en mi
opinión al eminente médico judeoconverso Álvaro de Castro, ha decantado este estudio
introductorio hacia los aspectos biográficos del autor. Asuntos tan interesantes como la
geografía nórdica en los dos primeros libros del ciclo de los Clarianes, las referencias
implícitas o explícitas a los episodios de las Comunidades y al valor de los godos españoles
en la corte imperial alemana de Vasperaldo, el gusto por la inserción de historias
entrelazadas (la aventura bizantina de Curiala, el relato de dos fábulas ovidianas narradas
por don Clarián de Landanís o los milagros acaecidos en Clisteria a los paganos Bolarzano
y Potenciana, por ejemplo), los pasajes de magia lúdica transcurridos en la Huerta Deleitosa
de la maga Celacunda, la interesante figura de la reina Leristela de Tesalia, enamorada de
don Clarián de Landanís, la importante presencia de refranes, facecias y diálogos vivos en el
tejido narrativo de la obra, etc., requerirían todos ellos un estudio más detenido del que
puedo ofrecer en esta introducción (me he demorado en ellos en mi tesis doctoral,
defendida en Salamanca en junio de 1999).
El lector podrá juzgar el interés de esos pasajes con la lectura de nuestra edición, basada
en el ejemplar de la edición toledana del Libro segundo de don Clarián de Landanís (Juan de
Villaquirán, 1522), conservado en la biblioteca de la Hispanic Society de New York (el
ejemplar carece del folio 38, por lo que lo transcribo del ejemplar de la segunda edición de
Sevilla: Juan Cromberger, 1535, conservado en la British Library de Londres). He seguido
los siguientes criterios (coincidentes con los postulados para la colección «Los libros de
Rocinante»):
1. u, v, b. Empleo regularmente la grafía u para el valor vocálico, frente a v, para el
consonántico. Mantengo el uso de v y b según las lecturas que se documenten en el
texto base utilizado para la realización de esta edición.
2. i, j, y. Uso la grafía i para el valor vocálico (también en el caso de contextos
semivocálicos, en donde suele aparecer la grafía y: cuydar>cuidar), mientras que
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
reservo la grafía j para el valor consonántico prepalatal. Se reserva el uso de y para: [1]
la posición final absoluta de palabra (muy, rey), [2] la conjunción copulativa, y [3] el
valor consonántico mediopalatal (cuio>cuyo). Transcribo el signo tironiano como e.
3. Respeto el consonantismo del texto base, incluso en sus alternancias, como en el
empleo de nasal -m- o -n- ante bilabial -p-, -b-, así como la ausencia o presencia de h.
Sólo he modernizado el consonantismo en el caso [1] del digrama qu ante las vocales
a, o, u (>ca, co, cu respectivamente); [2] la grafía rr de la vibrante múltiple tanto en
inicio de palabra como en posición interior tras consonante (rr>r); [3] los grupos
cultos ch [k] (ch>qu; Achiles>Aquiles), th [t] (th>t; catholica>católica); ph [f]
(Orpheo>Orfeo); sin embargo, he optado por mantener otros grupos cultos como -kt-,
-pt-, -bs-, etc., pues todos estos grupos, en sus distintas grafías, pueden ser indicio de
vacilaciones fonéticas en las primeras décadas del siglo XVI.
4. Desarrollo las abreviaturas sin indicación alguna.
5. Uno y separo palabras atendiendo a los criterios actuales del español.
6. En el caso de fusiones por fonética sintáctica, empleo el apóstrofo para discriminar
secuencias como d’ello, d’él, d’estas, etc.
7. Para la distinción entre mayúsculas y minúsculas, sigo los criterios actuales del
español. En el caso de las palabras que expresan poder público, dignidad o cargo
importante (emperador, rey, conde, caballero, obispo), he optado por transcribirlas
en minúscula cuando forman parte de un grupo nominal del tipo el rey de Francia, el
emperador de Alemania, el conde de Altorán, etc; sin embargo, cuando el nombre envolvía
la referencia a un personaje concreto, ya mencionado con su nombre propio, empleo
las mayúsculas (respondió el Conde, la corte del Emperador, etc.). En los topónimos resulta
difícil discriminar hasta qué punto sustantivos como por ejemplo otero forman parte
del nombre de lugar o mantienen su valor genérico (¿Otero del Abadía?, ¿otero del
Abadía?), aunque he preferido transcribirlos generalmente en minúsculas.
8. Acentúo siguiendo las normas vigentes, teniendo en cuenta el valor diacrítico que
adquiere en las siguientes parejas: [1] á (verbo) / a (preposición); [2] é (verbo) / e
(conjunción); [3] dó (verbo y pronombre interrogativo) / do (adverbio); [4] só (verbo)
/ so (preposición); [5] vos/vós y nos/nós en los caso de función de complemento o de
sujeto, respectivamente.
9. En la puntuación del texto, he intentado trasladar, aplicando los criterios y signos de
puntuación modernos, los rasgos propios del sistema de puntuación de estos textos
impresos del siglo XVI. En cualquier caso, en esa tensión entre unos signos de
puntuación modernos, que le aseguran al lector la comprensión del texto, y el respeto
por la particular prosodia de los textos caballerescos, me he decantado en la
transcripción de algunos pasajes por la proliferación de signos y su adecuación a la
puntuación moderna.
10. He incluido al final de la edición del texto la transcripción de las rúbricas de los
distintos capítulos, formando una «tabla de capítulos» de la que carecen las dos
ediciones del Libro segundo de don Clarián de Landanís (1522, 1535; sólo he empleado la
segunda edición de este libro para transcribir el epígrafe del capítulo 17, pues en el
ejemplar de la primera edición falta el folio 38, donde se pasaba del capítulo 16 al 18).
Javier Guijarro Ceballos
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
NOTAS
1 El Ianua vitae está dedicado al médico Íñigo López, que firma como bachiller entre 1511 y
1516 y sólo como doctor a partir de 1518 (Gómez-Menor 1982: pág. 190); en 1526 la obra
recibió la aprobación para su impresión por parte de dos protomédicos de Carlos V, los
doctores De Alfaro y Ponte (Gómez-Menor 1974: pág. 27), impresión que sin embargo no
llegó a realizarse nunca, aunque Millás Vallicrosa (1942: pág. 113, y 1949: pág. 448)
interpretó la inclusión de esta obra en los estudios de Menéndez Pelayo (La Ciencia española,
1889: III, pág. 413) como prueba de su edición, sin reparar en que don Marcelino incluyó
obras manuscritas e impresas sin advertirlo en cada caso, como advierte Gómez-Menor
(1974: pág. 27). Los dos datos sitúan la redacción final del Ianua vitae entre 1518 y 1526.
2 Salvo indicación contraria en el texto o en las notas a pie de página, todos los datos sobre
la familia de Álvaro de Castro condensan los trabajos de Gómez-Menor de 1969, 1972,
1973, 1974, 1977 y 1982. He optado por ofrecer un cuadro completo de las relaciones
familiares del médico Álvaro extrayendo datos de los distintos trabajos de Gómez-Menor
(panorama muy cercano al que ofrece el autor en sus trabajos de 1974 y 1982), sin remitir
puntualmente a cada uno de ellos, para que la imagen global sea más clara. No obstante,
debe quedar constancia de que este cuadro ofrece una perspectiva unitaria como corolario
de un trabajo continuado durante años por Gómez-Menor, donde ciertas hipótesis fueron
alteradas por sus consultas posteriores; por tanto, no se refleja fielmente una tarea
laboriosísima que sólo se evidenciaría con la lectura particular y cronológica de sus
artículos. Quiero agradecer la amabilidad con que Gómez-Menor me recibió, aconsejó y
apoyó bibliográficamente, pues sin su ayuda no habría podido acercarme al complejo
mundo de las genealogías y seguirle los pasos al médico Álvaro a través de unas
enrevesadas líneas familiares donde la conversión y el cambio de apellidos extravían al
imperito. La misma gratitud muestro hacia Carmen Vaquero Serrano, que matizó y rectificó
en puntos básicos la genealogía de los Castro trazada por Gómez-Menor (véanse págs.
XVII-XX) y hacia Rafael Beltrán, que me encaminó tras los pasos de esta investigadora.
3 A.H.N., Inquisición de Toledo, leg. 151, exp. nº. 7, fol. 44.
4 Sigo de cerca los datos de Gómez-Menor (1974: pág. 21, n. 9), que pueden ampliarse con
la consulta de las páginas de Baer dedicadas a esta familia (facilitada enormemente por el
completo índice onomástico de su obra).
5 Sugiere Gómez-Menor que tal vez se trate de un hermano de don Bueno Abolafia, «pero
de su parentesco no nos consta» (1982: pág. 187). Sobre un Samuel Abolafia ofrece
también algunos datos de interés Luis Suárez Fernández. Un judío con este nombre se
encargó del suministro de las tropas durante la guerra de Granada, según declaran los Reyes
Católicos en cartas en que le garantizaban el pago de las deudas contraídas (carta de 28 de
julio de 1488 —AGS. Sello, fol. 246— y de 26 de febrero de 1491 —AGS. Sello, fol. 183;
Suárez 1990: IV, «La expansión de la fe», pág. 76). Sin que Suárez Fernández los asocie, si
bien puede tratarse de la misma persona, otro judío apellidado Abulafia se menciona junto
al también judío David Segura en las «Promesas del 30 de octubre», 1492, AGS. Sello, fols.
7-8); comentando los intereses norteafricanos de los Reyes Católicos en su política de
expansión, señala Suárez Fernández que los Reyes negociaban desde 1492 el pago a David
Segura y Abulafia de diez mil y veinte mil castellanos de oro respectivamente si éstos les
entregaban en el plazo de un año la ciudad de Mazalquivir (pág. 203). Si la edad que
contaba por entonces Samuel Abolafia/Diego Gómez, dieciocho años, no parece
compadecerse con el calado de los negocios de este Abulafia documentado por Suárez
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
Fernández, en el caso del médico Symuel Abolafia documentado por Gómez-Menor la
dificultad estriba en el ejercicio aunado de la medicina y estos negocios. Sin embargo, ni la
diferencia de edad en un caso ni la de aparentes “incompatibilidades laborales” en el otro
impiden por completo un intento de identificarlos.
6 La mención de ese físico Abolafia, residente en la Puebla de Montalbán, se recoge en el
proceso de Pedro Serrano, ligado a la familia Rojas (Serrano y Sanz 1902). En su estudio
sobre Fernando de Rojas, Gilman describe la convivencia de judíos, conversos y cristianos
en la Puebla de Montalbán, un ambiente «de hermandad, de protección y de buscada
identidad [...]. Había excepciones, por supuesto, siendo una de ellas un judío llamado
Abulafia, intelectual y médico, que residía en la Puebla en 1490. Tenía libros para prestar y
se sabía que había discutido temas religiosos con cristianos viejos y nuevos, pero es difícil
creer que convenciera o sedujera más eficazmente que un Juan de Lucena» (1978: pág. 245).
Uno de esos libros a los que se refiere Gilman fue una versión castellana de la Biblia
hebraica, prestada precisamente por Abulafia a Pedro Serrano (Gómez-Menor 1974: pág.
22, n. 11).
7 En una carta latina de Álvar Gómez de Castro al bachiller Pedro de Rúa le dice que pasa
una temporada en casa de su deudo, Luis Gómez; por su parte, Pedro de Rúa escribe una
carta a Luis Gómez en la que alude a su amigo Álvar Gómez de Castro: «magistrum
Alvarum, neccesarium tuum», donde el término latino «neccesarius» es la traducción más
clásica del vocablo castellano ‘deudo, familiar’ (Gómez-Menor 1973: pág. 19, n. 8). Carmen
Vaquero (1993: págs. 67-71) añade nuevos datos al perfil biográfico de este Luis Gómez y
precisa la relación que lo une al humanista: Luis Gómez es el tío materno de Álvar Gómez
de Castro.
8 En su testamento, Álvar Gómez de Castro entrega a «madona» Cristalina, «muger que fue
del doctor Thomas Gomez [primo segundo del humanista], sesenta reales para que haga un
vestido a su hija Mariana» (San Román 1928: pág. 559); es probable que este gesto
responda a la viudez de la Cristalina y la orfandad de la hija, pues Tomás Gómez falleció en
1565, justo cuando su mujer, la italiana madona Cristalina, esperaba un hijo —
probablemente, esta huérfana de padre, Mariana—, tal y como se deduce del testamento de
Tomás: «dejo y nombro por mis universales herederos a Íñigo Gómez y a Juan Angelo y a
Pedro Paulo de Angelo y a Lucrecia Gómez, mis hijos, y de la dicha Cristalina de Angelo,
mi mujer, y al vientre que de parir tiene» (Gómez-Menor 1982: pág. 192, la cursiva es mía).
9 El hermano pequeño de Álvar Gómez de Castro, Tomás de Castro, nacido en 1523 y por
tanto siete años menor, se marchó a Roma a estudiar medicina en torno a 1544 junto a
«Inachum nostrum», como escribe Álvar Gómez; es probable que se trate de Íñigo López,
hijo de Diego Gómez de Toledo y tío segundo de Tomás y de Álvar Gómez de Castro.
Aporta este dato Pepe Sarno en las notas al soneto «Ad Thomam Castrum fratrem» de
Álvar Gómez (BNM, ms. 7896, fols. 404v-405r): si bien este joven Tomás, tutelado en su
formación por el mismo Álvar, era la alegría de los hermanos, especialmente de María y de
Ana, «tuttavia è costretto a partire et “Romam ad Inachum nostrum properare, quo ille
duce et patrono usus brevi in re medica tantum profecerat, ut doctoris titulum meruerit,
acerrima ad id exploratione adhibita, viro clarissimo Petro Bembo teste”» (ms. 7896, fol.
342r; Gómez de Castro 1979: pág. 223).
10 Como le recuerda la pagana Galiana a su hermano, Delfange de Avandalia, convertido al
cristianismo: «Si la mudança de las leyes hiziesse perder el deudo y el amor que los hombres
se tienen, ninguna razón tuviera yo, mi señor, de os ver ni hablar. Mas como ésta no
diminuye, antes acrescienta el bienquerer, soy venida ante vos a recebir aquel plazer tan
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
entero que el mi coraçón el día de oy tiene e a satisfazer el tan desseado desseo que de vos,
fasta la hora de agora, con mucha pena he padecido» (Libro segundo de don Clarián, pág. 226).
11 Nicolás Antonio ya atribuía en su Bibliotheca Hispana Nova los libros Fundamenta medicorum
y Ianua Vitae a Álvaro de Castro, sin relacionarlo con su nieto, Álvar Gómez de Castro. No
mencionaba sin embargo el Antidotarium ni, por supuesto, el Libro segundo de don Clarián,
desconocido por aquel entonces: «Alvarus de Castro, medicus ut videtur & philosophus,
nescio quis, reliquit in Toletanae Sancta Ecclesiae bibliotheca in scheolis MSS. Januam Vitae:
mediocri forma, loculo 35. num. 9. Fundamenti medicorum duas partes, primam & secundam:
mediocri forma, eodem loculo, num. 10 & 11» (1783: III, pág. 58). Gallardo tampoco
reparó en la atribución del Antidotarium a Álvaro de Castro ni en la relación con el
humanista Álvar Gómez; ofrece la catalogación de los manuscritos del Ianua vitae y del
Fundamenta medicorum y extracta sus preliminares (1863-1869: II, cols. 339-343). Sobre el
Ianua vitae emite un juicio muy positivo: «Este libro es el repertorio más rico y precioso de
la erudición médica y filosófica de los siglos medios, señaladamente en la parte arabesca,
que espiró casi en la época del autor con la expulsión de los árabes. Por supuesto, como
que aquí están consignadas las opiniones y creencias de aquellos tiempos, está el libro
rebutido de abusiones y supersticiones médicas, al mismo tiempo que contiene un caudal
precioso de hechos y observaciones prácticas en la ciencia de la vida y sus ramos auxiliares»
(col. 340).
12 Alvar Ezquerra también señala la importancia de la obra médica de Álvaro de Castro y la
relación con el humanista (1982). No he podido consultar su tesis Acercamiento a la poesía
latina de Álvar Gómez de Castro (Madrid, Universidad Complutense, 1980), pero pienso que
no alude en ella a la relación entre el Álvaro de Castro médico y el «maestre Álvaro» autor
del Libro segundo de don Clarián de Landanís, pues la noticia habría sido lo bastante
significativa como para incluirla en su posterior artículo de 1982.
13 Sobre la identificación de las dos formas Didacus y Iacobus, ésta más clásica, para traducir
el romance ‘Diego’, véase Gómez-Menor 1974: págs. 17-18.
14 BNM, ms. 7896, fol. 180r; Gómez de Castro 1979: pág. 21-22, n. 5.
15 BNM, ms. 7896, fol. 180r; la copia del siglo XVIII del ms. 7896 añade: «Le compuso
Alvar Gomez a nombre de su abuelo» (BNM, ms. 13007, fol. 170r). Los dos datos se
recogen en la semblanza biográfica de Pepe Sarno, quien los interpreta como un homenaje
del médico a su mujer y a sus dos hijas (Gómez de Castro 1979: págs. 21-22, n. 5). La
interpretación de Pepe Sarno no se ajustaba del todo a la linealidad Álvaro de Castro –
Diego Gómez de Castro – Álvar Gómez de Castro que defendía Gómez-Menor, porque
considera a la madre de Álvar Gómez como hija de Álvaro de Castro; la hipótesis de Sarno
es la que apuntala definitivamente con sus juiciosos argumentos Vaquero.
16 BNM, ms. 7896, fol. 180v; Gómez de Castro 1979: págs. 21-22, n. 5-6.
17 No he logrado consultar esta obra.
18 Hernández Morejón insinúa que las obras de Álvaro de Castro fueran traducidas al
italiano, inglés y francés, tomando al pie de la letra la noticia transmitida por Clavijo y
Fajardo de que «algunas» de las obras españolas de historia natural se tradujeron a estas
lenguas y generalizando el juicio al Ianua vitae. Parece poco probable que este libro, ni los
demás del médico Álvaro, fuesen traducidos.
19 Biblioteca capitular de la Santa Iglesia de Toledo, mss. 97-8, 97-9, nos . 338-339 del
Inventario de 1727. Millás (1942: págs. 110-113) y Gómez-Menor (1974: págs. 25-28)
ofrecen más detalles sobre el manuscrito y su valor científico.
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Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
20 Gómez-Menor (1974: pág. 34) señalaba que había iniciado la transcripción de este
interesantísimo léxico, si bien no tengo constancia de su conclusión y publicación.
21 Biblioteca capitular de la Santa Iglesia de Toledo, ms. 97-7, nº. 337 del Inventario de
1727; Millás (1942: págs. 108-110) y Gómez-Menor (1974: págs. 24-25).
22 Biblioteca capitular de la Santa Iglesia de Toledo, ms. 97-10, nº. 240 del Inventario de
1727; Millás (1942: págs. 113-114) y Gómez-Menor (1974: págs. 28-29).
23 El Polindo (Toledo: Juan de Villaquirán, 1526), Platir (Valladolid: Nicolás Tierri, 1533),
Baldo (el libro IV de Renaldos de Montalbán, Sevilla: Domenico de Robertis, 1542), Philesbián
de Candaria (Medina del Campo: Juan de Villaquirán, 1542), Florando de Inglaterra (partes I y
II, Lisboa: Germán Gallarde, 1545; parte III, Lisboa: Germán Gallarde, 1545), Félix Magno
(libros III y IV, Sevilla: Sebastián Trugillo, 1549), por ejemplo.
24 Entre otros, el Palmerín de Olivia y su continuación, el Primaleón (Salamanca: Juan de
Porras, 1511, y Salamanca: Juan de Porras, 1512, respectivamente; sobre sus autores, véanse
Guido Mancini 1970: págs. 11-16, y Marín Pina 1988: págs. 44-61), o el Arderique (Valencia:
Juan Viñao, 1517), atribuido a Juan de Molina, si bien existen referencias a una obra previa,
probablemente catalana, con este mismo título, por lo que la tarea de Molina sería en ese
caso la de traductor (Roubaud 1990: págs. 532-533, n. 22), una traducción más de las que
emprendió este interesante autor (véase infra, pág. XXI, n. 28).
25 Los casos, por ejemplo, de Páez de Ribera (Florisando, Salamanca: Juan de Porras, 1510),
el bachiller Fernando Bernal (Floriseo, Valencia: Diego de Gumiel, 1516), Gabriel Velázquez
de Castillo (Libro primero de don Clarián de Landanís, Toledo: Juan de Villaquirán, 1518), el
escudero hidalgo de la Casa del rey Juan III de Portugal, autor de la Segunda parte de don
Clarián (o Floramante de Colonia, Sevilla: Juan Vázquez de Ávila, 1550), del Libro tercero de don
Clarián (Toledo: Juan de Villaquirán, 1524) y de la Quarta parte de don Clarián (o Lidamán de
Ganaýl, Toledo: Gaspar de Ávila, 1528), Alonso de Salazar (Lepolemo, Valencia: Juan Jofré,
1524), Juan Díaz (Lisuarte de Grecia, Sevilla: Jacobo y Juan Cromberger, 1526), Dionís
Clemente (Valerián de Hungría, Valencia: Francisco Díaz Romano, 1540), Bernardo de
Vargas (Cirongilio de Tracia, Sevilla: Jácome Cromberger, 1545), Beatriz Bernal (Cristalián de
España, Valladolid: Juan de Villaquirán, 1545), el bachiller Jerónimo Fernández (Belianís de
Grecia, partes I y II, Burgos: Martín Muñoz, 1547, y III y IV, Burgos: Pedro de Santillana,
1579), Esteban Corbera (Febo el Troyano, Barcelona: Pedro Malo, 1576), Pedro de la Sierra
(Espejo de príncipes y caballeros, parte II, Alcalá de Henares: Juan Íñiguez de Lequerica, 1580),
Marcos Martínez (Espejo de príncipes y caballeros, parte III, Alcalá de Henares: Juan Íñiguez de
Lequerica, 1587) o Francisco de Barahona (Flor de caballerías, 1599). En este último caso, el
entorno vital, la esfera de intereses del autor la pergeña el editor moderno de esta obra
manuscrita, Lucía Megías, de la única forma que suele ser posible en todo este amplio
grupo de libros mencionado, en el que falta otro tipo de documentación: a través de los
escasos datos biográficos dispersos en el libro de caballerías, «como es habitual en el
género» (Barahona 1997: págs. XIV y ss.).
26 Autor, entre otras obras, de la monumental Historia general y natural de las Indias y de las
Quinquagenas de la nobleza de España (véanse las páginas que dedica a sus dos facetas,
historiográfica y literaria, Avalle-Arce 1978 a y 1978b).
27 Personaje interesantísimo de la cultura española de la primera mitad del siglo XVI,
traductor, además de ese Arderique probablemente catalán, del Libro de los dichos y hechos del
rey don Alonso, Valencia: Juan Jofré, 1527 (Redondo 1976: pág. 478), de los Triunfos de
Apiano y las Epístolas de San Jerónimo (Menéndez Pelayo 1962: I, pág. 437, n. 1),
© Centro de Estudios Cervantinos
Libro segundo de Clarián de Landanís, edición de Javier Guijarro Ceballos (2001)
prologuista de la edición del Libro áureo de Marco Aurelio de Valencia: Juan Navarro, 1532
(Guevara 1994: pág. xv), financiador de la edición príncipe del Lepolemo de Alonso de
Salazar (Roubaud 1990: pág. 532) y revisor además en su segunda edición de 1525 (Thomas
1952: pág. 102).
28 Sobre la obra caballeresca del autor de las Décadas, historiador de las expediciones
portuguesas por las Indias orientales, véanse las notas de Roubaud (1997: págs. 64-65) y el
resumen y comentario del Clarimundo de Amezcua (1973).
29 Autor de La segunda Celestina (Medina del Campo: Pedro Tovans, 1534) y uno de los
autores más innovadores en la prosa de ficción áurea. Véanse el trabajo de Cravens (1972) y
los estudios introductorios de las ediciones del Florisel de Niquea de Javier Martín Lalanda
(Silva 1996) y de la Segunda Celestina de Consolación Baranda (Silva 1988).
30 Autor de la Representación del Martirio de Santa Engracia (1533), del Diálogo del cazador y del
pescador (1539) y de una hagiografía en coplas de arte mayor dedicada a la patrona de Jaca,
Santa Orosia (Río Nogueras 1988: pág. 191).
31 «Hombre de cultura clásica, secuaz de las doctrinas de Erasmo y mucho mejor prosista
que Feliciano de Silva, como lo acreditan sus elegantes y sesudos Coloquios matrimoniales»,
Menéndez Pelayo dixit (1962: I, pág. 413).
32 Capitán y poeta aragonés, tratadista en los Diálogos de la verdadera honra militar (1556) y
traductor del Orlando furioso de Ariosto, Le chevalier delibéré de Olivier de la Marche y La
Arcadia de Sannazzaro (Lucía Megías 1996: págs. 85-87; Marín Pina 1998).
33 Autor italianizante, poeta garcilasista, traductor de Petrarca y autor de cuatro diálogos,
Del amor, De la discreción, De las lenguas y Diálogo en alabança de Valladolid, entre 1579 y 1582
(véase Lucía Megías 1996: págs. 83-84, con abundante bibliografía sobre Damasio de Frías
en pág. 83, n. 42).
34 Volcado hacia el diálogo humanista en sus obras Coloquios satíricos (1553) y Jardín de flores
curiosas (1570).
35 Autor de la novela bizantina Selva de aventuras (Barcelona: Claude Bornat, 1565; véanse
los comentarios de González Rovira 1996: págs. 183-201).
36 En los libros segundo y tercero del Baldo, totalmente independientes del Baldus de
Folengo, aparecen también al final de la obra algunas curiosidades sobre peces procedentes
de Plinio y de Solino (Alberto Blecua 1971-1972: pág. 224).
37 Sarmati 1996: pág. 139. La crítica de los libros de caballerías basada en la ignorancia y
falta de formación de sus autores se convirtió a lo largo del siglo XVI en una suerte de
motivo tópico que no podía faltar en todo ataque al género caballeresco que se preciara
(Sarmati 1996: págs. 51-52), formando parte normalmente de prólogos y preliminares de
obras con pretensiones y fundamentos alejados del molde caballeresco, hasta el punto de
que la diatriba contra el género de los libros de caballerías es indisoluble del encarecimiento
en negativo de la obra que se prologa. El problema fundamental de la imputación de
ignorancia a los autores de libros de caballerías no radica sólo en su extrapolación
injustificada a todas las obras y creadores, prejuicio que puede subsanarse destacando aquí y
allá la relevancia de ciertos autores, sino la conversión de una crítica del siglo XVI en un
apriori que condicione el acercamiento actual al género.
© Centro de Estudios Cervantinos
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