Poesías escogidas de Cintio Vitier

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habría de necesitar también, en su madurez última, el ámbito mayor que da
título a su poema “Espacio”. No estamos aquí, sin embargo, ante una segunda necesidad expresiva, sino en el trance
de recoger, desde la primera, aquellos
momentos de suspensión espaciotemporal que marquen los hitos de una
trayectoria lírica más demoradamente
expuesta en sus textos sucesivos.
Poesías
escogidas de
Cintio Vitier*
Fina García Marruz
Poetisa y ensayista
Quizás no sea yo, que tan cerca estoy
de todos ellos y que tan difícilmente podría renunciar, como quiere el autor en
esta selección, a tantos poemas que me
son entrañables, la más indicada para
hacer su crítica. Prefiero remitirme al
excelente estudio de Enrique Saínz, La
obra poética de Cintio Vitier (1998),
basado en sus tres compilaciones poéticas: Vísperas (1938-1953), Testimonios
(1953-1968), continuada por La fecha
al pie (1969-1975) y Nupcias (hasta
1992). Ahí el crítico sagazmente recorre desde sus textos más transparentes
y almados hasta lo que llama la “densidad lexical y conceptual de aquella extrañeza de estar” que dará nombre en
1944 a uno de sus cuadernos mas reveladores. Dos de los más significativos
aportes de esta exégesis –precedida por
un breve recuento de la poesía cubana
anterior al llamado Grupo Orígenes–
consisten en señalarle su esencial vocación o pasión por el conocimiento en
sentido ontológico, dirigido a las eternas
preguntas: “¿Qué es Esto?”, “¿Quién
soy y qué me hago?”, con “avidez de
desciframiento”, así como advertir, a
propósito de los tres maestros recono-
No es esta una antología que recorra
los poemas que estamos habituados a
considerar más significativos de tan larga trayectoria poética. Su autor ha querido dejarlos momentáneamente atrás
para hacer la prueba de escoger justamente aquellos que por su mayor extensión figuran escasamente en sus
selecciones, y dar así una visión distinta, diríamos “a vuelo de pájaro”, de esa
misma trayectoria, en que sus temas
esenciales reaparecen a distancia mayor, a manera de una partitura orquestal
que los sacase de su ámbito más íntimo
y sucesión temporal, para ofrecerlos en
un espacio más concentrado y
objetivador.
Ya desde sus primeras reflexiones sobre la poesía lo vemos contraponer “el
éxtasis y el discurso”, prefiriendo el primero, lo que llamara Martí “el instante
raro”, y escuchando lo que su
bienamado maestro Juan Ramón
Jiménez –que escogió y prologó su primer libro, Luz ya sueño, 1938– dijera
acerca del poema largo “sostenido por
el ingenio”. Pero el mismo Juan Ramón
* Introducción a la segunda parte del libro Poesía escogida, de Fina García Marruz y Cintio Vitier,
publicado por la Editorial Norma, de Santafé de Bogotá, Colombia, en 1999.
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cidos en su juvenil Experiencia de la
poesía, 1944 (Juan Ramón, Lezama,
Vallejo), tan diversos entre sí, más que
la huella de su escritura, la exigencia distinta que cada uno de ellos hizo a su
progresivo descubrimiento.
danzones de angustiosa patria”. Es el
cariño de la casa materna y las insinuaciones del Maligno, del que libran los
canteros del patio en que escucha a la
luz escogiendo sus violetas. Batalla siempre “de lo izquierdo y lo derecho”, que
parece que no va a terminar nunca.
Otro de los muchos aciertos de Saínz
está en haber valorado la poco advertida importancia de los poemas que el autor de Conjeturas (1951) dedicó a la
experiencia de su viaje juvenil a Europa
(Francia y España, 1949) en busca de
las raíces de nuestra cultura, que no
fue sólo “el clásico viaje para saber” sino
lo que el propio poeta sentiría, junto al
deslumbramiento del arte, allí no sólo en
los museos, como un verdadero “viaje
al Hades”, necesario a toda penetración
interior en lo profundo. Allí, en una especie de caos primigenio, la presencia
de España en la carnalidad del cura que
el poeta ve en el tren y que iba “a predicar a Andújar”, no sin antes sacar el
sanchesco queso y la navaja del bolso,
hasta la transparencia espiritual del paisaje teresiano, ambos con el contrapeso del palacio del Escorial, del palacio
construido por el rey en un páramo–que
tanto tenía que decirle al autor de “Palabras a la aridez”–, al que tan pronto
llama “monumento del no” como “palacio nupcial del imposible”.
Señala Saínz algo también advertido por
otros críticos, y es la presencia, en parte compartida por otros poetas muy cercanos, como su condiscípulo y hermano
en la vida, Eliseo Diego, de “lo familiar
trascendente”, peculiar “trascendentalismo” que ya había sido acuñado por
Roberto Fernández Retamar en su tesis sobre la poesía moderna en Cuba
(1954). El recorrido llega hasta la final
etapa que Saínz titula “Nupcias o de la
armonía”, con su siempre buscada “reconciliación de lo posible y lo imposible,
la contemplación y el acto, lo conocido
y lo desconocido”, que a juicio del poeta ha de captarse “como desconocido”,
sin permitir que “lo poderoso ininteligible” caiga en la tentación de volverse
“asunto cognoscible” a una luz cegadora y ya sin materna sombra,
descastándose, o haciendo huir a las ninfas del bosque, todo “esfinge sucesiva”.
Tanto “tiento” es necesario en estas
captaciones que, a diferencia de las que
hace sólo el intelecto, han de captar
también la luz que huye.
Es aquel “imposible” en que creyó de
niño, en su provincia, mirando al río
“grande, oscuro, inmemorial” del vivir
mismo, dividido en sus dos puentes, paralelo al sobrevolar del ave (“Un ave
¿para?”), cuyo sentido desconoce, o el
tren nocturno en el campo, anhelante,
que oye con una mezcla de angustia y
“oscura dicha”. Es la “huesuda mujer”
sentada en el parque, son los “aciagos
Vemos así la total coherencia, presente
ya en estos tres títulos, de un recorrido
que va de las rumoreantes “vísperas”
del ser a los “testimonios” de la agonía
paridora, que en poema así nombrado
(“Agonía”, noche del mal poseyendo a
la patria) alcanzaría un clímax subrayado por Saínz, hasta llegar a la entrada
del Ejército Rebelde en La Habana, tal
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como se testifica en “El rostro”, imagen de una resurrección histórico-poética y del develamiento del rostro mismo
–tantas veces buscado, sorprendido y
perdido– de la patria. No ha de extrañar que el último libro de esta trilogía se
titule Nupcias.
la acción, de la que no sabemos “si el
Verbo la perdonará!”.
Es así que esta poesía, vista como “un
umbral” de algo mayor que ella misma,
presente en Vísperas, accederá en Testimonios a una segunda conversión, no
menor que la primera, a una entrada en
la materia de la historia, ya no vista como
en “Palabras del hijo pródigo” (1953)
(“roto altar, sustancia de la historia, nubes”) sino como umbral de la entrada
en la historia verdadera de la Pasión y
Redención del hombre, o del Regreso
verdadero al Padre, por lo que el hijo
pródigo presiente, al final del poema,
“que mi casa, o lo que fuera / el lugar
que me impulsaba, no podía estar muy
lejos”.
Habría que decir que esta “entrada” en
la historia, que tuvo su antecedente en
Lo cubano en la poesía (1958), hallará su correlato en Ese sol del mundo
moral (1975), recuento de la eticidad
cubana desde los días fundadores de
Caballero, Varela, Luz, nuestro esencial
Martí, hasta el umbral del triunfo revolucionario.
Otros temas señalaríamos a un lenguaje en que funde lo que llama su “destrozado arribo a la frontera de los cuerpos”
con una rara serenidad que alguna vez
atribuye a la paterna raza “estoica”. Así,
las equivalencias de signos antinómicos:
“lo cristalino” y “la tiniebla”, la médula
diurna y la nocturna, el ser “bajo el sol”
y el ser “bajo la nada”, equivalencias
que tanto separan al autor de Sustancia
(1950)
de
la
voluntaria
“desustanciación” de otros origenistas.
Así, también. la agustiniana memoria
como esperanza, que el ensayista de
Nemósine y La zarza ardiendo hizo
suya, con su sentido de “La poesía como
fidelidad”, como espiritual obediencia,
que nada tiene en común con sumisión
alguna, y que dará materia a ese solo
poema en varios cantos que es Canto
llano (1953-1955), el de su entrada a la
Iglesia de los sacramentos. Libro en el
que su constante tema de la insuficiencia de la palabra alcanza hasta sus peligros retóricos, la palabra sustitutiva de
La dimensión de este viaje, de este peregrinaje del corazón por el corazón de
la noche (“Noche intacta”, “La noche
del viajero”, “Agonía”, “Noche de Rosario”, que llevaría a Darío al encuentro, en “la sagrada selva”, de “la
armonía”, es la que signa para Saínz su
recuento final, “Nupcias o la armonía”
que el poeta había presentido desde su
juventud con otros nombres, como
“Sombra de la ley”, o “Paloma”, a los
que dirigió, en tan lejanos años, su angustiado “¡Escúchame!”.
Hay todavía otros “paseos” como lámparas por una playa siempre salvaje, raíz
huraña que vuelve a su escritura de nacido en el arenal de un Cayo, “lejos, lejos” de la patria, de la que seguirá
siempre atisbando “las costas”. Ya se
descubren claridades. Ya caen las monedas en la mano del Mendigo “extendida en el umbral”. Y es sólo con
una leve ironía que pregunta si se sabe
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algo de “un vacío lleno”, de “una lentitud veloz”. Ya “la extrañeza” se retira del
todo ante el “Cántico de la mirada” frente a la bahía de Santiago. Más allá de los
tres maestros que reconociera en sus comienzos, salta el nombre de Rimbaud,
como saltaba –en su lejano texto “Lo nupcial”– “el aguacero prodigioso / como
una llama en medio de la noche”. ¿Y habrá todavía que constatar que en “Noche
de Rosario” el Gran Ausente, allí nacido, no estaba ausente, y quedaron las equivalencias deshechas en las risas de la cena amiga compartida con los extraños?
Cierto aire “vacacional –sólo anticipado en la breve entrega de Más (1964)– se
insinuaba. Ya “el hogar complejo de la naranja herida (Sedienta cita, 1943)– resplandece al sol mediterráneo de “la mañanita Guido Cavalcanti” (Versos de la
nueva casa, 1992). Ahora sus “Adivinanzas”, videntes o traviesas, su ser “feliz y
aciago”, vuelto al más hondo espacio, lejos de las simetrías antinómicas de vida o
muerte, en el “oro neutral” de aquella luz velada que entreviera el niño como
“sueño”, le revela al Anhelo, atravesando como una flecha todo lo dicho, escrito o
cantado, que El nombre del arco, corno hubiéramos querido titular esta selección,
era, sencillamente, Vida.
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