UNIVERSIDAD DE COSTA RICA ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES SEMINARIO DE REALIDAD NACIONAL II PATRIMONIO CULTURAL CON ÉNFASIS ARQUITECTÓNICO ENSAYO: Orgullosamente Campesina Profesora: Lcda. Gina Lucía Arrieta Molina Mora Ortiz Tatiana B14421 II SEMESTRE 2012 Orgullosamente Campesina Muchas personas poseen varias historias u opiniones de lo que fue su infancia, algunas les encantó su manera de vivirla y en cambio otras no les gusta mencionar de nada al respecto, simplemente hay que tratar de entender que todos la vivimos distintamente. En mi caso, fue una experiencia muy linda y triste a la vez, pero puedo resaltar que me fascino demasiado, la forma en que me divertía con mis hermanos, primos y amigos, todo era prácticamente bello, con excepción de las veces que no había dinero, porque éramos pobres, y no podíamos comprar comida, ni ropa y otras cosas importantes. No obstante, todo representa una parte de la identidad de los costarricenses, recordar el pasado como primordialmente lo que es una experiencia del ser orgullosamente campesino y de vivir en un área rural. Sin embargo, eso fue algo muy admirable a pesar de los momentos difíciles. Recuerdo que la casa era de madera, piso de tierra y cemento, vivíamos en una parcela de mi abuelo abastecida por muchos árboles y plantas como mamones, guayabas, guabas, pipas, tiquizques, ñampí, plátanos, bananos, limones, naranjas, aguacates, de los cuales usábamos para consumir cuando no podíamos comprar alimentos. Realmente no nos faltaba la comida, solo nos hacían falta, de vez en cuando, algunos recursos indispensables para la vida. La parcela que tenía mi abuelo, era una bendición, recuerdo que una vez me contó que la obtuvo sólo por unos cuantos colones, alrededor del año 1970, en el cual el precio de las territorios todavía era muy accesible para las personas campesinas, y que habían existido muchos años atrás. Carlos Monge (1980) menciona que en la distribución equitativa de la propiedad territorial del siglo XVIII lo siguiente, “la tierra no dividió a los habitantes en grupos cerrados ni produjo discordias sociales ni económicas. Para todos había tierra; quien lo deseare podía ser propietario… Por eso Costa Rica fue país de labradores, dueños de pequeñas parcelas… Pequeña propiedad y sentimiento de igualdad son los rasgos fundamentales de la democracia rural del siglo XVIII.” (pp. 168-170) Antes había más áreas rurales y los territorios no tenían prácticamente dueño porque no existían papeles legales que la resguardaran, después surgieron y los que tenían pudieron quedarse con lo que ya poseían. Las personas pudieron trabajar sus tierras y convertirse en agricultores, ganaderos o bien campesinos. Mi bisabuelo fue uno de esos individuos que salió beneficioso de la repartición de tierras y más tarde se lo heredó a mi abuelo, y mi abuelo a mi padre. Cuando mi padre tenía su parcela, se construyó nuestra casa de madera (como muchas casas de campesinos), con 4 cuartos y en cada uno un camarote; la cocina tenía muebles y utensilios para cocinar, un fogón hecho de ladrillo y lleno de cenizas, un moledero en donde teníamos una piedra para moler maíz que sembraba mi papá. La construcción de casas de adobe y la decoración de los techos con tejas de barro era también una costumbre de los campesinos de la ápoca de mis abuelos, actualmente, ya no se lleva a cabo y las pocas construcciones que existen, se tienen como patrimonio nacional. Una vez, mi abuela mi narro una historia sobre las casas que hacían antes, y las de adobe eran las más reconocidas porque eran vistas en pinturas por su forma y material tan llamativo. Sin embargo, existían las casas de los pobres y Molina (1961) relata la descripción del escritor y abogado Claudio González de cómo solían ser esos hogares humildes: “no se podía llamar propiamente una casa aunque los costados estuvieran cubiertos con trozos rajados por la mitad, y al caidizo y parte del techo principal, con cuatro tejas de zinc, pues la mayor parte se componía de cáscaras secas de plátano y de caña entrelazados con verolices y estacones, algunos de los cuales eran tan altos que tocaban la cumbrera, y porque apenas resguardaba de las inclemencias de los aguaceros torrenciales y del sol calcinante á los moradores…” (P.p. 45-46) Una característica principal de cualquiera de estas viviendas campesinas era sus decoraciones. El adornar las casas con plantas sembradas en diferentes utensilios como vasijas de barro, llantas, envases de lata, ollas viejas, etc. Todo recipiente de desecho era aprovechado por las amas de casa, incluyendo a mi madre, para plantar alguna “mata” ornamental. Esta costumbre aún la conservamos y la encontramos en las zonas rurales. Además del maíz que sembrábamos en la parcela se tenía de casi todo, y papá se dedicaba a vender los productos que cosechábamos, y con eso nos mantuvimos hasta que mis hermanas mayores crecieron y estudiaron, y de cierto modo nos ayudaron en la casa con los algunos gastos, principalmente educativos. Hubo ocasiones en que la “plata” no alcanzaba para comprar el diario (despensa, comida) del mes, entonces teníamos que recurrir a pedir fiado en las pulperías; esto se hacía desde varios años atrás, me contaba mi mamá, en donde los tiempos eran más difíciles y los comerciantes y vecinos eran más solidarios entre sí, según Fernando Rojas (1994), un vecino de Barrio México: “… en los años cuarentas, encontramos varias cantinas y pulperías, en las cuales los dueño ofrecían a los vecinos no solo su mercancía, sino su ayuda y amistad, como lo demuestra el hecho de que el cliente, que por lo general era de escasos recursos, abría un crédito por medio de una libreta que el mismo cliente mantenía y que cancelaba a la semana o quincena, sin otra garantía que la honradez del vecino y la bondad del pulpero.” (p.37) Gracias a esos comerciantes solidarios, podíamos combatir el hambre y cuando llegaba el dinero todo se solucionaba, y además gracias a mi padre y hermanas por su ardua labor por dejarnos seguir adelante. En ese mismo tiempo iba a la escuela, con mi hermana menor y dos de mis hermanos mayores, esa fue una etapa muy amenizada; mi madre preparaba, con el maíz molido y en el fogón, unas tortillas con frijoles estripados y tortas de huevo que nos servía con leche como acompañante, en las mañanas en las que todos nos levantábamos temprano. Algunas días íbamos en bicicleta pero la mayoría de la ocasiones caminando hasta la escuela, ubicada a un kilometro y medio de mi casa que para mí el recorrido era eterno. Sin embargo, de regreso de la escuela siempre encontrábamos un pasatiempo o algo recreativo para distraernos en el camino a casa, una de esos era ir apeando frutos como mandarinas, pipas, manzanas de agua, etc., que estaban cerca de la calle o pocas veces en la propiedad ajena de algunas personas que casi nunca se encontraban en sus casas. En la escuela también nos divertíamos, cuando hacían actividades en las fechas especiales como efemérides, en ocasiones hacían ranchitos para vender o regalar comidas, principalmente ticas o tradicionales, a todos los estudiantes o las familias de la comunidad. Dentro de las comidas se pueden mencionar: el gallopinto que consiste en arroz y los frijoles con una de papa, yuca, ayote o plátano maduro y de vez en cuando carne, a veces se usaban enteras o como picadillo; las tortillas de maíz amarillo con queso, eran grandes, nutritivas y caseras; el pozol; la mazamorra; la chicha (indígena); los tamales de cerdo; chorreadas y cosposas. Se tomaba el tibio conocido como chocolate, la leche cocinada (hervida), el aguadulce y las sopas de leche. Asimismo se comía el tamal asado, pan bon, rice and beans, vigorón, tubérculos como el ñame y tiquisque, rondón, carne con aceite de coco y pescado. Algunas de éstas comidas también eran preparadas por mi madre en nuestra casa, cuando se tenía la oportunidad, y en los demás hogares de otros campesinos. Una de las actividades recreativas que se hacía en la escuela, eran los juegos tradiciones como la rueda rueda, saltar la cuerda, saltar con o dentro de sacos, tinajitas, jugar con “yacses”, cromos, trompos, bolinchas, etc. Jugar con la naturaleza para hacer comida, subir árboles, correr por los potreros de la parcela de mi casa y la escuela era un pasatiempo que a mis hermanos (as), amigos y a mí nos fascinaba. En su historia sobre campesinos se menciona el uso del canasto para recolectar el café desde los viejos tiempos hasta la actualidad (Vargas, 1985) Estos canastos se elaboran con bejucos que se van tejiendo hasta darles la forma apropiada. Luego son vendidos a los que se encargarán de recoger el grano. En la escuela no hacíamos canastos sólo los usábamos para decorar, pero mi padre cuando era joven los usó para recoger el café y ganarse la vida. Adornar los yugos y carretas con dibujos de brillantes colores eso sí lo hacíamos con pinturas de agua. Esta es una vieja costumbre. También se hacían yugos y carretas pequeñas que servían tanto de adorno, así como también, para venderlas de recuerdo a los pueblerinos o a los vecinos de las comunidades aledañas. Posteriormente, algo muy agradable que nos gustaba a todos los del pueblo era ir al río a bañarnos y a divertirnos, ya que la mayoría del tiempo hacía demasiado calor, y no había nada más placentero que pasar un rato con la familia y amigos, y disfrutar de un rico almuerzo hecho por mi madre; primordialmente los fines de semana eran los días perfectos para esa actividad, era como un tipo de picnic, en donde cada familia de la comunidad lo hacía por aparte o se compartía. Por lo general los campesinos llevaban en sus mochilas el almuerzo envueltos en hojas de plátano para que el sabor se mantuviera, pero ahora se lleva en termos o simplemente en ollas. Claro estaba, que toda la basura era recogida y se botaba en un basurero de nuestra casa, para no contaminar el apreciado y famoso Rió Sucio, ubicado a unos kilómetros de nuestra casa en Río Frío de Sarapiquí. En los fines de semana, se hacía varias cosas, y una de esas eran las reuniones familiares, las realizábamos ya sea en casa de mis tíos, abuelos o hasta en nuestra propia casa. Primero tomaban café con pan. Juego esto se relaciona con lo que menciona Chavarría (2005), “Entonces, lo usual era hablar. Y en las noches predominaban los temas macabros. Que fulano le salió la Llorona, que a sutano lo asustó el Cadejos, que aquel oyó la carreta sin bueyes, que aquellos los asustó la Mona, la luz de un ánima, los espíritus malos…” (p.20) Las historias que predominaban en dichas reuniones de mis abuelos y tíos, eran los cuentos y leyendas , además de supersticiones o brujerías que se pasan de boca en boca en una comuidad. En esas conversaciones tan abrumadoras se podían escuchar las leyendas del Cadejos, la Mano de agua, la Llorona, la Segua, la Cuijen, la Tumatuteita (mujer ofreciendo el pecho), el mico malo (el mono malo o diablo), el viejo del monte. Las luces o espíritus, los aparecidos, las brujas, los espantos que andaban de un lado a otro. Había algunos que contaban que vieron y oyeron a esas cosas macabras que asustaban, como por ejemplo la carreta sin bueyes. Estas y otras historias estaban presentes en todas las conversaciones, principalmente cuando ya era de noche, y yo desgraciadamente las escuchaba, y del miedo que me provocada estas leyendas, no me quedaba de otra de rezar mucho antes de acostarme, para que “no me llevara la mona” (como decían los adultos); sin embargo, lo bueno fue que aprendí a orar, de lo cual nunca lo olvide. De lo anterior, hace que nos identifiquemos como campesinos costarricenses. Como en las zonas rurales es costumbre del campesino acostarse temprano, alrededor de las 7:00 y 8:00 de la noche para levantarse a las 4:00 y 5:00 de la mañana, no era un problema cuando teníamos que ir a la escuela o a la iglesia para la celebración de la misa de los Domingos. Este es un día especial para la mayoría de los costarricenses. Siempre íbamos a misa con nuestra mejor ropa, y mi padre, mi tío “Toño”, mi hermana mayor (Guiselle) y uno de mis hermanos mayores (David), estaban en el coro de la Iglesia; mi padre tocaba la guitarra o la organeta, mi tío el bajo, David la batería y Guiselle cantaba junto con otras jóvenes de la comunidad. El coro estaba presente en casi todas las actividades de la iglesia, como en cuaresma, semana santa, y hasta en navidad. Algo muy relevante en estas actividades eran las celebraciones como los rosarios, y en navidad el coro iba a la casa de algunas familias católicas para realizar el rosario, y como en cada casa hacían tamales tradicionales y asados, después de cada rosario repartían café con cada tipo de tamal. Esta era una costumbre que se hacían mucho los campesinos, en la actualidad ya casi no se ven esas actividades, y los tamales no sólo los preparan en navidad sino en otras fechas del año, o sino algunas personas los hacen para ganarse la vida. Cuando mis hermanas mayores ya eran maduras y responsables, se fueron a vivir a San José, para ganarse la vida y seguir estudiando para convertirse en profesionales. Al principio del siglo XX, no había muchas carreteras o rutas hacía San José y las que había eran difíciles de recorrer, según Molina (1961) con la construcción en 1953 de la carretera que conectaba el distrito de Concepción de Tres Ríos (un cantón cartaginés) con el centro josefino tuvo, de acuerdo a uno de los vecinos, un fuerte impacto en su comunidad: “ya después de que hicieron la carretera, ya todo el mundo se fue a trabajar a san josé. Pero antes, como no había carretera ni había nada, no había nadie, nadie, Diay, y cuando se abrió la carretera, diay, entonces cambió mucho esto. La gente empezó a salir y comenzó a irse a trabajar a San José todo el tiempo… Diay, en carpintería, digamos: albañilería y carpintería, Todos esos se iban ahí.” (p. 86) Por lo tanto, la construcción de la carretra al Atlántico o la Parque Nacional Braulio Carrillo (1979-1987), resultó un fuerte impacto significativo para las personas de los lugares del Caribe. Po lo cual, para el año en que mis hermanas viajaron ya todo estaba más que terminado, y no tuvieron ninguna complicación en transcurso del viaje. Como lo hemos hablado en clase de Seminario II, en la lectura de Costa Rica y sus historias, algunas personas tienen cambios al pasar de un lugar a otros; en ese sentido, algunos campesinos son afectados de cierta forma, al cambiar de una zona rural a un área como la ciudad. Para mis hermanas fue un poco arduo acoplarse al ambiente “Josefino”, pero no costoso encontrar donde vivir, ya que teníamos familia en ese lugar. Posteriormente, cuando mis hermanas ya estaban bien estabilizadas en la región central (San José), me llevaron por primera vez a “chepe”, y apenas estaba en quinto grado de la escuela; recuerdo que para mí fue algo impactante, ver tantos edificios, apreciar el frío de ese momento y sentir la contaminación sónica y ambiental. Para ese instante, aludo a Vargas (1985) cuando llego a un lugar que nunca había conocido en su vida: Yo nunca había conocido el centro de Puriscal, todo lo que conocía era La Legua, que en una ocasión mi padre me llevo para que le ayudara con las mulas del patrón como arriero (p.27) Considero que no sólo yo ha pasado por tan gran impresión, eventualmente otros campesinos pasaron por esto, hasta mis propias hermanas. No obstante, en esta situación influye mucho la transculturación; llegar a un lugar desconocido y buscar la manera de cómo adaptarse a este, de cierta forma la persona comienza a tener cambios en cuanto su cultura, en este caso la de ser campesino. En la actualidad no sólo la transculturación ha influido en la sociedad costarricense campesina, también la infraestructura turística, Molina (1961) a este concepto agrega que: “La infraestructura turística es a la vez un espacio de encuentro privilegiado entre los extranjeros y los costarricenses de sectores medios y altos, cuyos valores, experiencias y visiones de mundo, parte del conocimiento del idioma inglés que comúnmente tienen, los capacitan para apropiarse de los modelos culturales que les ofrecen los visitantes” (p.104) Po lo tanto, las tradiciones y costumbres de los campesinos, van cambiando con el paso del tiempo, algunas áreas rurales se han convertido en una atracción para los extranjeros (turistas) o en un comercio para la misma nación costarricense. Sin embargo, en algunos campos se ha luchado por conservar ciertas costumbres y tradiciones, y primordialmente lo que es ser campesino. Aunque estos campesinos son modernos, por la gran introducción de nuevas tecnologías y demás, tratan de conservar lo que sus antepasados le heredaron. Y para concluir, mi vida sólo ha cambiado en la forma de hablar, mi forma de vestir y en mi conocimiento, ya que estoy en la universidad y hay ciertas cosas que se deben cambiar como esas; considero que me agrada más vivir en el campo, que en la ciudad, y estoy orgullosa de ser campesina. Referencias bibliográficas Chavarría, Jorge. (2005). Ayer y hoy. San José, Costa Rica: Editorial MACO. González Rucavado, Claudio. (1908). “Crianza de los niños campesinos”. El libro de los pobres. San José, Alsina. Molina, Iván. (1.Ed). (1961). Costarricense por dicha: identidad nacional y cambio cultural en Costa Rica durante los siglos XIX y XX. San José, Costa Rica: Editorial UCR. Monge, Carlos. (16ª Ed.). (1980). Historia de Costa Rica. San José, C.R: Librería Trejos. Rojas, Fernando. (1994). San José vive. Historia de Barrio “México”. San José, C.R.: Municipalidad de San José. Vargas, Nelly. (1985). TIMIO: historia de un niño campesino. San José, Costa Rica: Imprenta y litografía ARIESDEL SUR, S.A.