Veinte años de ilusión por la Justicia en España

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VEINTE AÑOS DE ILUSIÓN POR LA JUSTICIA EN
ESPAÑA
Un año clave en la historia del siglo XX en España es 1975, año en que muere el
general Franco y se inicia un proceso decisivo de transformación política e
institucional, el paso de una dictadura a una democracia estable y de sólidos
cimientos. Tan crucial y drástico cambio no surge de la noche a la mañana y no es
fruto de decisiones o acciones radicales o revolucionarias, sino que viene de la mano
de ideas arraigadas en la conciencia colectiva del pueblo español y que, cuando la
dictadura lo permite, están presentes en su vida cotidiana; son ideas patrimonio del
hombre universal como la igualdad, la libertad, el pluralismo ideológico, la solidaridad,
la paz las que impulsan tan decidido tránsito de manera irreversible. Es verdad que
hubo algunos sectores inmovilistas de la sociedad que no dudaron en ofrecer
obstáculos de todo tipo a tal cambio, pendientes como estaban de no perder algunas
riendas de poder, pero no es menos cierto que esas resistencias minoritarias fueron
pronto superadas, y el pueblo español acabó conduciéndose en paz por el anhelado
camino de la democracia, con paso firme y lleno de confianza ciega en su propio
futuro.
Ese proceso de cambio político culmina con la aprobación de la Constitución de
1978, y por primera vez en nuestra larga y turbulenta historia constitucional podemos
enorgullecernos de contar con una constitución que es fruto de un amplio consenso
político y social. Ofrece un panorama de convivencia pacífica y libre entre todos los
españoles y organiza un Estado social y democrático de Derecho avanzado que la
hace posible.
Uno de los principios organizativos básicos que informa ese Estado de Derecho es
la encomienda al gobierno, al parlamento y a los jueces de tareas diversas sin
interferencias. Para que resulte posible la independencia judicial, baluarte del Estado
de Derecho, ya la propia Constitución reconoce varias garantías, una de ellas la
facultad de los jueces de defender sus intereses comunes y la propia organización
constitucional de tal poder a través
de asociaciones profesionales.
A la transición política de la
dictadura
a
la
democracia
contribuyó de manera importante un
movimiento denominado Justicia
Democrática, que aglutinó en su
seno las sensibilidades de juristas
seriamente comprometidos con los
pilares propios de un Estado
democrático de Derecho como la
libertad, la justicia, la igualdad, el
pluralismo, la paz y la solidaridad.
Con el aliento inspirador de
Justicia Democrática, en 1983 nace
la asociación judicial Jueces para la
Democracia, y lo hace como salida
natural que un grupo de jueces
progresistas da al permanente
desencuentro que tiene con la línea
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de pensamiento de la entonces única asociación judicial, la Asociación Profesional de
la Magistratura, de marcado talante conservador y ajena al tiempo de la historia que le
ha tocado vivir.
Jueces para la Democracia ofrece desde el primer momento un proyecto de
progreso para la Justicia que se refleja en lo que son las señas básicas de su ideario:
a) unos jueces independientes y responsables, que cumplan escrupulosamente con
los mandatos que les marca la Constitución, en particular el de respetar y hacer
respetar a ultranza la ley como expresión de la soberanía popular, y que estén
verdaderamente implicados en la defensa real y efectiva de los derechos y libertades
de los ciudadanos; b) una Administración de Justicia concebida como un servicio
público esencial para la sociedad, para la que existe y a la que se debe; c) una
Administración de Justicia eficaz, esto es, capaz de proteger adecuadamente los
derechos e intereses legítimos de los ciudadanos d) una Administración de Justicia lo
más democrática posible, lo que equivale a reconocer que la misma debe de actuar
con transparencia y, también, con cercanía y proximidad al ciudadano, permitiendo la
participación del mismo allá donde sea posible.
Aunque, como fácilmente puede observarse, son todos ellos objetivos elementales
en materia de Justicia que identifican a un Estado social, democrático y de Derecho
moderno y que, por tanto, serían suscritos de plano por cualquier ciudadano sin el
mayor cuestionamiento, cualesquiera que fueran sus ideas de partida, lo cierto es que
muchas de las iniciativas que en ese marco y con esa inspiración ha ido ofreciendo a
lo largo de su historia Jueces para la Democracia todavía no han sido acogidas, si bien
es cierto también que otras sí que al menos se han hecho letra impresa en el Boletín
Oficial del Estado, aunque estén todavía en buena medida pendientes de
materializarse por completo en la realidad judicial. Esta lenta adaptación de la
maquinaria judicial a nuestra Constitución se debe en parte a que en la Administración
de Justicia, que se mueve por lentas inercias de siglos, todavía no han cuajado los
avances democráticos acreditados en otros campos de la vida pública española,
actualización que inexorablemente acabará produciéndose por exigencias
constitucionales y, sobre todo, por la acuciante demanda social de que así sea.
En estos veinte años de existencia, JpD ha crecido considerablemente hasta el
punto en que nos encontramos en la actualidad. aglutinando el 12 %
aproximadamente de los jueces asociados -en España, el 55% de los jueces no están
afiliados, y hay otras cuatro asociaciones más-,
y siendo la asociación judicial que, con
diferencia, desarrolla más actividades de
formación, encuentro y debate, siendo
precisamente por tan incesante actividad la
más conocida y valorada por la opinión pública
española.
En esa búsqueda incansable de una
Administración de Justicia como servicio
público de su tiempo, nuestra asociación
contribuyó, y de manera importante, en el
diseño general que la ley orgánica de 1985 hizo
de la Administración de Justicia como función
pública adaptada a su tiempo y de una
magistratura dedicada a juzgar desde
parámetros esencialmente constitucionales; ha
trabajado desde el principio de su existencia
para que se asuma, incluso entre los más
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renuentes a ello, la vocación de servicio como inspiración de toda la actividad judicial
y, en los últimos años, ha colaborado de manera decidida para que el Gobierno actual
y los grupos parlamentarios mayoritarios sienten las bases de una Justicia de futuro a
través de un pacto de Estado que no se vea influenciado por avatares políticos
partidistas, pacto al que se han adherido la mayoría de asociaciones, sindicatos y
colectivos que de una u otra forma participan en el mundo de la Justicia en nuestro
país.
Cumplimos veinte años de vida en el convencimiento de haber colaborado con
entusiasmo para forjar las bases de una justicia útil y eficaz en nuestro país, y eso ha
hecho que nos sintamos identificados con nuestro bagaje y, también, que hayamos
logrado un significativo reconocimiento social que nos dignifica, si bien andamos
todavía -digámoslo alto y claro- pendientes de todo el camino que queda por recorrer
hasta conseguir una Justicia de calidad, nuestro objetivo último, insatisfechos como
estamos del servicio que la Administración de Justicia española brinda hoy día al
ciudadano. A nadie se le oculta que la misma tiene importantes carencias, y así lo
detectan sus usuarios: el 50% de la población española piensa que la Justicia funciona
mal o muy mal, el 86% cree que la gente está desprotegida por su lentitud y el 94%
opina que han de adoptarse medidas urgentes para su agilización -estos datos los
arroja el barómetro de opinión del Consejo General del Poder Judicial para el año
2001-. Pero resulta que esas graves y seculares disfunciones que padece actualmente
la realidad judicial española pueden superarse desde el consenso y el trabajo conjunto
y desinteresado de todos los colectivos implicados. Y es en esa línea de actuación en
la que la asociación judicial Jueces para la Democracia va a continuar con ilusión y
esfuerzo en el futuro, tratando siempre que se haga realidad una administración de
Justicia eficaz, cercana al ciudadano y lo más democrática posible, que tienda a lo que
es su fin esencial, la garantía y protección adecuada de los derechos y libertades. Eso
es lo que quieren los ciudadanos españoles y ese es el compromiso que la
Constitución demanda de todos los poderes públicos.
Juan Luis Rascón Ortega, magistrado y portavoz de Jueces para la Democracia
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