Sostenibilidad urbana 2008

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Crear ciudades y pueblos
sostenibles
Jorge Riechmann
Prof. titular UB, prof. invitado UCM
Vicepresidente de CiMA (Científicos por el Medio Ambiente)
Cambiar o perecer
Si nuestra civilización es biocida –como hoy por
hoy sin duda lo es--, entonces la alternativa es
cambiar o perecer.
Hacia 1800, apenas el 3% de la población mundial
vivía en ciudades. De 1900 a 2000, la población
urbana del mundo ha aumentado desde el 15%
al 50%, y sigue aumentando. Las proyecciones
indican que puede llegarse al 65% en el 2025.
En España, el porcentaje de población urbana se
encuentra en torno a los valores medios europeos,
75% de población urbana (AEMA, 2006).
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En concreto, España registra un 72,81% de población en municipios de
más de 10.000 habitantes según el INE (año 2007), y 76,38% según el
criterio de la OCDE, respecto a municipios con una densidad de
población mayor de 150 hab/km2.
Según el Atlas de las áreas urbanas de España, este porcentaje, agrupado
en municipios mayores de 5.000 habitantes que registren unos
determinados patrones de urbanización, comprendería a un 80% de la
población. OSE, informe temático Sostenibilidad urbana 2008, Alcalá de Henares 2008.
“Lo único que queda de las antaño prósperas Ur y
Babilonia son ruinas polvorientas rodeadas de
tierras yermas. ¿Estarán haciendo lo mismo las
ciudades modernas, ahora a escala global?”, se
pregunta Herbert Girardet, de manera nada gratuita.
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La debida proporción
“Una ciudad me parece a mí que debe ser un organismo como
otro cualquiera, con un límite moral y material en su desarrollo,
pasado cuyo límite se convierte en vicio, ciudad viciosa, como
todos los desarrollos que llamamos viciosos, calabaza, nube o
gangrena. Nueva York es una ciudad que ha sobrepasado la
proporción de la ciudad, tanto, que en muchos de sus aspectos, no
parece verdad al que la mira, sino cosa de tramoya de teatro; y su
solución no podía ser otra que su rotura en varios organismos más
proporcionados, los mismos organismos que antes había
absorbido...” Juan Ramón Jiménez, “Límite del progreso, o la debida proporción”,
en Política poética, Alianza, Madrid 1982, p. 131.
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Ahora vivimos en un “mundo
lleno”
La ciudad antigua era un enclave humano rodeado de
campos y bosques, de naturaleza silvestre apenas
humanizada.
En cambio, ahora la naturaleza “silvestre” (y no
cabe prescindir de las comillas) se conserva en
parques y reservas, rodeada por completo de
infraestructuras, tecnología y marcas del hacer
humano.
Sólo esta inversión basta para hacer intuitivo el
enorme suceso que acaeció durante la segunda mitad
del siglo XX: ahora vivimos en un “mundo lleno”.
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¿Puede la sociedad
autotransformarse racionalmente?
Crecimiento es destrucción ecológica; no crecimiento es
crisis social. Así funciona la sociedad capitalista... Qué
desastre.
Hablar de sustentabilidad es hablar de límites. La
pregunta clave: ¿pueden las ciudades modernas reducir su
impacto sobre la biosfera por medio de procesos
deliberados de autorregulación y autolimitación? La
sociedad ¿puede autotransformarse racionalmente?
No logró hacerlo en sentido socialista (y hemos de
aprender de aquellos fracasos); ¿será capaz ahora de
hacerlo en sentido ecosocialista?
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Utopías realizables
Necesitamos volver a trabajar seriamente
sobre “utopías realizables”, sobre
proyectos racionales de transformación
social.
Dos puntos de partida no ecológicos: The economics of
feasible socialism de Alec Nove, y Envisioning real
utopias de Erik Olin Wright (vinculado con su “Real
utopias project”).
Y un panorama amplio de lo utópico: Utopías e ilusiones
naturales de Francisco Fernández Buey.
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Tres ideas de base
Sustentabilidad no es sólo
ecoeficiencia;
sustentabilidad es revolución
sociopolítica;
sustentabilidad es conversión
espiritual.
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¿Indicador: el número de
eructos?
Hace más de un cuarto de siglo que Josep Vicent
Marqués, en Ecología y lucha de clases, señaló con
muy buen criterio que medir el progreso por el
consumo de energía es algo tan poco refinado como
medir la satisfacción gastronómica y la calidad
dietética por el número de eructos emitidos por el
sujeto.
Por aquellos años reflexionaba de manera análoga
Manuel Sacristán: “Parece claro que se está acabando
la vigencia de ciertos valores progresistas muy
optimistas, proclamados desde el siglo XVIII, desde
hace más de doscientos años...”
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Crisis del concepto ilustrado de
progreso
“Parece claro que se está acabando la vigencia de ciertos
valores progresistas muy optimistas, proclamados desde
el siglo XVIII, desde hace más de doscientos años...
Valores como, por ejemplo, la asimilación del gran
consumo y de la gran riqueza acumulada como una
bendición del cielo, al modo de la moral protestante
calvinista. O en un plano más técnico, valores como la
asignación del bienestar de un país por su consumo de
kilovatios/año por cabeza. Hoy más bien podría decirse
que a más consumo de kilovatio/hora por ciudadano, más
proximidad hay de un desastre.” Manuel Sacristán: M.A.R.X. (Máximas,
aforismos y reflexiones con algunas variables libres), edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo,
Barcelona 2003, sección XV, reflexión 20.
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¿Por qué nos cuesta tanto ver lo
evidente?
Apenas hemos avanzado en el cambio valorativo
que con buenas razones se reclamaba: los valores
socialmente vigentes siguen ensalzando el
despilfarro e ignorando la finitud del mundo.
Y sin embargo, para cualquiera debería ser
evidente la perversión de un modelo de
“desarrollo” donde el “progreso” se mide por la
intensidad de los atascos de tráfico y el tamaño
de las montañas de basura.
¿Por qué nos cuesta tanto ver lo evidente?
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La ceguera productivista
El primero y principal obstáculo para la sustentabilidad
ecológica es la ceguera.
No ver: no ver cómo vivimos en realidad, dónde vivimos,
con quiénes vivimos, que condiciones hacen posible
nuestra forma de vida...
El concepto marxista de ideología. Las “significaciones
imaginarias sociales” de Cornelius Castoriadis.
No poder ver/ no querer ver.
Metodologías para hacer visible lo invisible: huella
ecológica, mochila ecológica, indicadores de
sustentabilidad...
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Lo que está en crisis no es la naturaleza,
sino los sistemas humanos
La ceguera productivista ignora las relaciones
entre los sistemas humanos y la realidad biofísica
donde se hallan inmersos; e ignora que nuestras
actividades urbano-industriales son el origen de la
mayoría de los problemas ecológicos.
La sustentabilidad urbana es una parte esencial de
la sustentabilidad total: desde finales del siglo XX
más del 50% de la población mundial vive en
ciudades, porcentaje que en Europa o en Brasil es
superior al 80%.
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Está en cuestión el modo de
producción y consumo
Por otra parte, las ciudades son el único ámbito lo
suficientemente cercano –y a la vez global—
donde poner en práctica una democracia
participativa.
(Sólo la democracia directa es democracia en
sentido propio: autogobierno.)
“Una reflexión profunda y radical sobre la ciudad
implica entrar en cuestiones que no sólo afectan al
modelo urbano, sino al modelo de producción y de
desarrollo económico.” Albert Garcia Espuche en Salvador
Rueda y otros: La ciutat sostenible. Centre de Cultura Contemporània
de Barcelona, 1998.
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Sustentabilidad (o sostenibilidad)
urbana
“El desarrollo sostenible implica la mejora de la calidad de
vida manteniéndose dentro de los límites de los
ecosistemas” (improving the quality of life while living within the carrying
capacity of supporting ecosystems). Unión Mundial de la Conservación,
Programa de Medio Ambiente de las NN.UU. (PNUMA) y Fondo Mundial
para la Conservación de la Naturaleza (WWF): Caring for the Earth, Gland
(Suiza) 1991.
Las dos ideas importantes aquí: la buena vida de los seres
que pueden tener “calidad de vida” (¡que no son sólo los
seres humanos! Esto desbordaría la noción de desarrollo
sostenible hacia cauces menos antropocéntricos...)
Los límites impuestos por los ecosistemas al crecimiento
económico.
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La definición de ICLEI
“El desarrollo sostenible es aquel que ofrece
servicios ambientales, sociales y ecológicos
básicos a todos los miembros de una
comunidad sin poner en peligro la
viabilidad de los entornos naturales,
construidos y sociales de los que depende el
ofrecimiento de estos servicios.” ICLEI (Consejo
Internacional de Iniciativas Ambientales Locales)
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7 momentos políticos en el
camino hacia la sost. urbana
1976: Conferencia Hábitat de NN.UU. (primera “cumbre” mundial de las ciudades)
1992: “Cumbre” de Río de Janeiro sobre medio ambiente y desarrollo, donde se
aprueba la “Agenda 21” (en mejor castellano: Programa 21), cuyo capítulo 28 es el
punto de partida del movimiento de ciudades y pueblos hacia la sostenibilidad
(“Agendas 21” locales). Integración de viabilidad ecológica y justicia social en el
concepto de desarrollo sostenible.
1994: “Carta de las ciudades europeas hacia la sosteniblidad”, aprobada en Aalborg
(Dinamarca).
1996: Encuentro de Lisboa de las ciudades adheridas al movimiento por la
sostenibilidad, de donde salió el llamado “Plan de Acción de Lisboa”.
1996: Conferencia Hábitat II de NN.UU. (segunda “cumbre” mundial de las
ciudades)
2000: Encuentro de Hannover de las ciudades adheridas al movimiento por la
sostenibilidad, con la firma de otra importante declaración.
2004: Estrategia Temática de Medio Ambiente Urbano de la Comisión Europea, y
IV Conferencia
Europea de Ciudades
Sostenibles (“Aalborg + 10”).
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Leemos en la “Declaración de
Hannover” (2000):
“Nos identificamos con la planificación urbana
integrada; el desarrollo de la ciudad compacta; la
rehabilitación de las áreas urbanas e industriales
deprimidas; el uso reducido y más eficiente de las
tierras y de otros recursos naturales; la gestión
local del transporte y la energía; y la lucha contra
la exclusión social, el desempleo y la pobreza
como puntos clave de la gestión urbana hacia la
sostenibilidad local.”
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El metabolismo de los sistemas
urbanos
Metabolismo de un sistema: su intercambio de
materia y energía con el entorno.
Si comparamos el metabolismo de las ciudades
modernas con sus predecesoras, notamos una
tendencia a volverse


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más grande (consumiendo más recursos y produciendo
más residuos) y
más lineal (alejado de la característica circularidad de
los ciclos de materiales en los ecosistemas).
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Pero un flujo metabólico (throughput, “transumo”)
mayor y más lineal implica mayor presión sobre
la biosfera.
“Las ciudades, construidas sobre sólo un 2% de la
superficie terrestre, utilizan alrededor de un 75%
de los recursos mundiales y expulsan cantidades
similares de residuos”. Herbert Girardet, Ciudades sostenibles,
Tilde, Valencia 2001, p. 34.
La huella ecológica es una buena herramienta
para medir esta presión.
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La huella ecológica urbana
Las huellas ecológicas de las ciudades en los
países ricos, típicamente, exceden muchísimo la
superficie efectiva de la ciudad: no es infrecuente
una proporción 200:1.
Londres: la huella ecológica es 125 veces mayor
que la superficie de la propia ciudad.
Barcelona: 470 veces.
Bilbao: 282 veces. Salvador Rueda y otros: La ciutat sostenible.
Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, 1998.
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Parasitismo/ simbiosis
Actualmente, la relación de las ciudades con
su medio ambiente es similar a la del
parásito con su huésped.
Si hemos de seguir viviendo sobre este
planeta, el parasitismo habrá de
transformarse en una relación simbiótica,
de apoyo mutuo.
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Considerar la ciudad conjuntamente con
los ecosistemas de los que depende
“El principal problema reside en que la
sostenibilidad local de las ciudades se ha venido
apoyando en una creciente insostenibilidad global
de los procesos de apropiación y vertido de los que
dependen.” José Manuel Naredo: “Sobre el origen, el uso y el contenido del
término sostenible”, en AA.VV.: Primer catálogo español de buenas prácticas (preparado
para la Conferencia de NN.UU. sobre Asentamientos Humanos, Estambul, junio de 1996),
MOPTMA, Madrid 1996, p. 27.
La veracidad de este enfoque fue reconocida por el
Libro verde del medio ambiente urbano de la UE en
1990, que se preocupaba no sólo de las condiciones
de vida en las ciudades, sino de su incidencia en el
resto del territorio.
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No deberíamos basarnos en la
exportación de impactos
No deberíamos basarnos en la “externalización” o
exportación de impactos (que hoy se practica
masivamente).
“Queremos conseguir políticas locales que
reduzcan la huella ecológica de nuestra
comunidad. No queremos que nuestro modo de
vida dependa de la explotación de seres humanos
y de la naturaleza en otras regiones.” Declaración de
Hannover de los líderes municipales en el umbral del siglo XXI, Hannover,
febrero 2000; apartado C.5, “Liderazgo de la ciudad”.
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Contra la lógica de la segregación
y la monofuncionalidad urbana
“La ciudad contemporánea reinventa el gueto y,
con ello, da lugar a una cadena de efectos que
están desvitalizando la atmósfera urbana,
acarreando problemas de decadencia e inseguridad
de los núcleos antiguos e incrementando las
necesidades de desplazamiento hasta niveles
insoportables. La calidad de vida en la ciudad
baja, aunque los espacios privados, nuestros
hogares, se hagan más cómodos y sofisticados.”
María Sintes Zamanillo: La ciudad: una revolución posible. Consejería de
Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, 1998, p. 38.
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Elogio de la diversidad y de la
mezcla
Como sabemos por la ciencia ecológica, la diversidad
es un elemento de estabilidad, de fuerza (de
resiliencia).
En general, la simplificación es antinatural:
conservarla requiere invertir altos niveles de energía y
recursos (el ejemplo de los monocultivos industriales).
También en los sistemas urbanos la mezcla y
diversidad de funciones es más barata de mantener:
ahorro energético, ahorro de otros recursos como agua
y suelo, menores inversiones en seguridad...
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La ciudad compacta y
multifuncional
La ciudad mediterránea, compacta,
multifuncional y amiga de la diversidad, es mucho
más sostenible que las actuales conurbaciones
difusas.
Un estudio de la región de San Francisco
descubrió que al doblar la densidad residencial
se reduce el transporte privado un 20-30%.
Según otro estudio del urbanista Peter Newman,
las diferencias en el consumo de calefacción
entre casas pareadas y casas independientes
alcanzan el 50%. Cf. Wackernagel/Rees, Nuestra huella ecológica, p.
185.
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“La fuerza de la ciudad y la fuerza de la naturaleza
residen en su complejidad, en la diversidad que atesoran
en su seno. (...) La ciudad y la naturaleza son nuestros
capitales fijos más importantes, que se pierden a medida
que se difuminan una dentro de la otra. La ciudad
dispersa no es ni campo ni ciudad, y es responsable de la
simplificación de la complejidad de la misma ciudad.
Con relación a la información organizada, tiene los
mismos efectos devastadores que un incendio
permanente, y en cuanto a la entropía termodinámica
supone la disipación de grandes cantidades de energía
sin objeto alguno.” Salvador Rueda: Ecologia urbana. Barcelona i la seva regió
metropolitana com a referents. Beta Editorial, Barcelona 1995.
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Aceptar la complejidad
“El debate sobre cómo hacer nuestras ciudades
más sostenibles de lo que trata en el fondo es de
cómo aceptar la complejidad a nivel local.” Félix
Dodds, coordinador en Gran Bretaña del Programa de Medio Ambiente y
Desarrollo de NN.UU.
Pues la viabilidad de las ciudades no depende sólo
de la disminución de su flujo metabólico material
y su huella ecológica, sino también de su
capacidad para mantener su complejidad en
cuanto sistemas natural/ culturales.
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Complicarnos (un poco) la vida
De hecho, seguramente hemos de pensar que lo
segundo es una condición para poder lograr lo
primero: un menor flujo metabólico (y menos
impacto sobre los ecosistemas) requiere una
mayor complejidad cultural y organizativa.
Ejemplo: el coche compartido (en el barrio, la
empresa, la asociación, el sindicato...).
Ejemplo: la agricultura ecológica.
Mejorar nuestra integración en la biosfera
exige complicarnos la vida.
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Sostenibilidad es autolimitación
Gestión de la demanda en lugar de incremento
constante de la oferta (energía, agua, alimentos...).
POLÍTICAS DE GESTIÓN DE LA DEMANDA
NO SÓLO EN ENERGÍA Y AGUA, sino también
en
TRANSPORTE
Y CONSUMOS INSOSTENIBLES (por ejemplo:
consumo de carne, consumo de pescado...).
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Contra las dinámicas de
exclusión
“La inviabilidad del modelo de ciudad contemporánea
se debe a que está basado en la exclusión. Su
funcionamiento necesita excluir –ignorar— los límites
que la naturaleza impone. Y su idea del bienestar
necesita excluir –ignorar— a una parte de la población
en beneficio del sector afortunado.” María Sintes Zamanillo: La ciudad:
una revolución posible. Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, 1998, p. 85.
La prueba del algodón: la “ciudad de los niños”
(Francesco Tonucci), vale decir, la ciudad donde
puedan vivir bien los más débiles: los niños, los
ancianos, los discapacitados, las madres y padres con
hijos pequeños...
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La energía abundante y barata es
una maldición
Es la misma dinámica de los sistemas complejos
adaptativos la que conduce a la suficiencia:
“Los sistemas autoorganizados existen en situaciones en las
que consiguen suficiente energía, pero no demasiada. Si no
consiguen suficiente energía de suficiente calidad (por debajo
de un umbral mínimo), las estructuras organizadas no tienen
base y no se da auto-organización. Si se suministra
demasiada energía, el caos se adueña del sistema, pues la
energía sobrepasa la capacidad disipativa de las estructuras y
éstas se derrumban. De forma que los sistemas autoorganizados existen en el terreno intermedio entre lo
suficiente y lo no demasiado.” James J. Kay y Eric Schneider, “Embracing
complexity: the challenge of the ecosystem approach”, Alternatives 20/3, julio-agosto de
1994, p. 35. [citado en Princen, The logic of sufficiency, p. 35.]
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Pensar las cosas bien desde el principio:
la construcción bioclimática
Diseñando los edificios y viviendas con pautas
bioclimáticas, en España se consiguen ahorros
energéticos entre el 50 y el 80% respecto a edificios
convencionales.
Dadas las condiciones climáticas de la mayor parte de
nuestro territorio, se pueden conseguir alojamientos
autosuficientes en cuanto a su climatización por
medios pasivos (sin ningún tipo de instalación
complementaria en algunos casos y con apoyos
mínimos en otros). Margarita de Luján: “Arquitectura integrada en el medio
ambiente”, en AA.VV.: Primer catálogo español de buenas prácticas (preparado para la
Conferencia de NN.UU. sobre Asentamientos Humanos, Estambul, junio de 1996), MOPTMA,
Madrid 1996, p. 206.
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La organización social de la
diversidad en la cercanía
Enric Tello: “La ciudad es una forma de multiplicar la
comunicación con el mínimo transporte. Es la organización
social de la diversidad en la cercanía.
Esa forma de entender la ciudad como un espacio común
cercano, denso y plural, relaciona la ciudad con dos
nociones hoy emergentes en la consciencia social: el
desarrollo humano y la sostenibilidad ecológica.
Multiplicar las oportunidades de interrelación social es una
condición imprescindible para aumentar las capacidades de
opción de la gente, y hacer posible el desarrollo humano.
La ciudad puede considerarse una forma de integrar el
hábitat doméstico en el espacio público para potenciar la
satisfacción de las necesidades de la gente.”
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“Por eso, la primera característica de una ciudad para las
personas que la habitan es, o debería ser, la cercanía del
acceso. El tamaño de la pierna es la medida áurea para la
escala de un barrio agradable en cualquier ciudad
habitable. El barrio es el lugar donde podemos satisfacer a
pie nuestras necesidades más cotidianas.
La densidad de comunicación no es sólo resultado de un
ahorro en el consumo de suelo. Lo que de verdad permite
la cercanía en el acceso es la mezcla de usos en el espacio:
vivienda, trabajo, comercios, servicios, lugares de
encuentro y ocio. A mayor diversidad y mixticidad, mayor
riqueza de opciones y menor movilidad obligada.”
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“El espacio público, las calles y plazas que comunican
todas esas funciones, es el entorno común que da calidez y
carácter a la ciudad.
Considerar las ciudades un espacio local para el desarrollo
humano significa entenderlas también como un ecosistema
humanizado que se sustenta en un entorno mayor.
Las ciudades no son nunca un punto aislado en el
territorio. Son los nódulos de una gran red de
interdependencias económicas, sociales y culturales
sustentada en los sistemas naturales que mantienen su
metabolismo.”
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“Por eso las ciudades también pueden ser vistas como un
ecosistema humanizado que extrae energía, agua y otros
materiales del medio ambiente, y le devuelve residuos de todo
tipo. Sin esa huella ecológica global ninguna ciudad podría
sostenerse.
Ocurre, sin embargo, que las tendencias económicas,
tecnológicas y culturales dominantes hoy en la red urbana
global minan la capacidad de sustentación de los sistemas
naturales, mientras anulan la capacidad de la ciudad misma para
potenciar el desarrollo humano. Destruyen, a la vez, la ciudad y
la naturaleza...” Enric Tello: “Ciudades sostenibles para el desarrollo humano”, en Ihitza
5, Bilbao, verano 2001.
La ciudad como un espacio donde la relación humana
prevalezca sobre el consumo.
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¿No civilización, sino
movilización?
“En la actualidad, no vivimos en una civilización,
sino en una movilización de recursos naturales,
personas y productos. Las ciudades son los nodos
a partir de los que emana la movilidad: a lo largo
de carreteras, redes de ferrocarril, rutas aéreas y
líneas telefónicas...” Herbert Girardet, Ciudades sostenibles, Eds.
Tilde, Valencia 2001, p. 36.
(Aquí aparecen resonancias ominosas: la movilización total es un tema
hitleriano, claro...
Un libro importante: Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?
Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002.)
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Explosión de los transportes
Automoción y transporte por carretera: 33% del
consumo de energía final en España. Si hacemos
el cálculo para el sector “desde la cuna a la
tumba”, obtendremos aproximadamente la mitad
del consumo energético total.
Sólo en una ciudad como Sevilla, más su área
metropolitana (22 municipios en la primera
corona), los vehículos a motor recorren cada día la
increíble distancia de 12’5 millones de kilómetros.
Esto es 33 veces la distancia entre la Tierra y la
Luna. Datos de Manuel Calvo Salazar en el Primer Seminario de Economía
Ecológica, Almería, 25 y 26 de abril de 2007.
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El dominio del coche destruye la
ciudad como espacio democrático
Enric Tello: “El dominio del coche sobre la ciudad
anula el espacio común de relación, convirtiendo
las calles en carreteras. Es decir, anulando la
comunicación horizontal, a favor del tráfico
motorizado transversal.
Cuando la calle o la plaza se degrada
transformándose en una carretera ruidosa,
contaminada y peligrosa, la gente deja de
emplearla para tejer sus lazos cotidianos y se
refugia frente a un televisor en el espacio
doméstico privado.”
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“El daño ecosocial no se reparte por igual. Afecta en
primer lugar a las personas más sensibles o vulnerables:
los niños que no pueden jugar ni andar solos en la calle, los
mayores, muchas mujeres, los más pobres o la gente con
movilidad reducida que integran la diversa y silenciada
mayoría de los sin coche.
Menos del 40% de la población total posee carné de
conducir, y una proporción menor lo utiliza en sus
desplazamientos diarios. En las ciudades cuyo sistema de
movilidad se basa en el coche privado, eso significa
convertir en discapacitada a la mayoría de la gente que
para desplazarse pasa a depender de un adulto,
generalmente varón, con carné y coche.”
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“Cada vez más mujeres se ven atrapadas en ese
modelo insostenible, que las convierte en taxistas
obligadas y gratuitas para los desplazamientos en
coche de los niños a la escuela o las actividades
extraescolares, y de los mayores al médico. Una
ciudad cuya movilidad se basa en el transporte público
colectivo para los viajes a media o larga distancia, y
en la hegemonía de los viajes a pie o en bicicleta de
los desplazamientos a corta distancia, es una ciudad
que capacita el desarrollo humano de la mayoría de
las personas que residen en ella.” Enric Tello: “Ciudades sostenibles para el
desarrollo humano”, en Ihitza 5, Bilbao, verano 2001.
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Privilegiar los consumos
colectivos: el caso del transporte
Un estudio realizado en cien ciudades por la
Unión Internacional de Transportes Públicos
(UITP) concluye que usar los transportes
colectivos nos beneficia a todos ya que consumen
en promedio 3,7 veces menos energía que el
transporte privado.
El ahorro energético es aún más patente en Japón,
donde el transporte público supone un ahorro diez
veces mayor que los modos privados de
transporte.
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En Madrid y Barcelona, el consumo energético del
transporte público es de 0,71 y 0,37 megajulios por
pasajero y kilómetro, en comparación con los 2,71 y 2,25
megajulios para los modos privados de transporte. El
ahorro, por tanto, es seis veces mayor en el caso de
Barcelona, y 3’8 veces en Madrid.
De las 35 ciudades estudiadas en Europa Occidental,
Bolonia es la que produce más emisiones de monóxido de
carbono (CO), 206,10 kilogramos per cápita, mientras que
Amsterdam, donde la bicicleta es un medio de transporte
muy usado, es la que tiene el nivel más bajo (21,62
kilogramos).
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Las emisiones son mucho más altas en
Estados Unidos, donde domina el
automóvil. En Atlanta y Houston, por
ejemplo, las de CO alcanzan los 399 y
243,70 kilogramos per cápita
respectivamente. Es decir: las emisiones de
Atlanta son 18’5 veces más altas que las de
Amsterdam. Fuente: BOLETíN ENERGíAS RENOVABLES,
consultado el 6 de febrero de 2003. Enlace: http://www.energias
-renovables.com. Más información: www.uitp.com
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"No deberíamos olvidar que si permitimos que el
tráfico automovilístico siga aumentando, con la
consiguiente reducción de los recursos de energía
no renovable y el aumento de las emisiones de
gases de efecto invernadero, uno de los factores
del cambio climático, estamos comprometiendo
claramente el futuro de las próximas
generaciones." (Hans Rat, Secr. Gral. de UITP).
La definición más sencilla e intuitiva de ciudad
sostenible: una ciudad pensada para que las
personas puedan caminar, en lugar de otra
diseñada para que circulen los automóviles.
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¿Cambio sistémico o muda
cosmética?
Donde se precisaría cambio sistémico, el
sistema propone muda cosmética.
La imagen puede ser: donde necesitamos
cambiar el automóvil privado por una buena
combinación de bicicleta y transporte
colectivo, se nos sugiere que repintemos el
coche, quizá con pintura que tenga algo
menos de carga tóxica.
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¿Un hombre es un hombre...?
¿Son las ciudades vastos garajes para que aparquen
los coches, o lugares de socialidad, propicios a la
buena vida de las personas? Mi país aún tiene que
responder a esa pregunta.
La pregunta existencial de nuestra época: ¿un hombre
es un hombre si no va rodeado de al menos media
tonelada de plástico y acero, moviéndose el conjunto
--hombre y coraza-- gracias a un motor de
combustión?
La respuesta del sistema es sencilla: no. Nuestra
respuesta: si se acepta lo anterior, estamos
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condenados.
Ocupación del territorio
“En el periodo de estudio [1987-2007], se
ha clasificado más del doble de suelo
necesario para los aumentos de población
correspondientes.
El crecimiento medio de las ciudades que
han aumentado en dicho periodo es de 38,13
%, lo que supone más de seis veces el
crecimiento poblacional en el periodo
estudiado.”
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“Además del dato agregado del crecimiento de las
superficies artificiales, hay que considerar la morfología
específica de este crecimiento, ya que la ciudad ha crecido
mayoritariamente en forma de tejido urbano difuso.
Esta expansión de la ciudad difusa dificulta la
planificación eficiente y ordenada del territorio, y requiere
una constante necesidad de infraestructura viaria y
equipamientos urbanos.
Las ciudades ya no son núcleos aislados en el territorio,
sino que se extienden en áreas urbanas o metropolitanas,
donde existe diferente grado de fragmentación, densidad y
concentración de actividades.” OSE, informe temático Sostenibilidad
urbana 2008, Alcalá de Henares 2008.
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Según el informe temático Cambios de Ocupación
de suelo: implicaciones para la sostenibilidad que
el Observatorio de la Sostenibilidad en España
(OSE) publicó en 2006, la expansión urbana en
forma de urbanización difusa ejerce una enorme
presión sobre el territorio y sus recursos naturales;
además de generar la demanda de nuevas
infraestructuras de transporte, hidráulicas, etc., no
siempre justificadas.
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La Costa del Sol 1980
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La Costa del Sol 2000
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Relocalizar
Frente a una globalización neoliberal imposible
(en lo que se refiere a la generalización de los
“modelos” productivistas del Norte) e indeseable,
localizar.
Recrear o redescubrir los lugares, con toda su
singularidad y su magia. Volver a vivir en lo
próximo. Reducir nuestras huellas ecológicas.
Recentrar las actividades económicas sobre el
territorio.
Por lo local a lo sustentable.
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¡Tienes muchos más poderes de
lo que imaginas!
Las ciudades contemporáneas dan un nuevo sentido a la
consigna ecologista “pensar localmente, actuar
globalmente”, porque su radio de alcance es global.
El impacto del metabolismo urbano se hace sentir en áreas
mucho más amplias que el perímetro municipal (así, la
huella ecológica de una ciudad moderna a veces centuplica
la superficie de la propia urbe); el comercio allega a las
ciudades bienes y servicios que provienen del mundo
entero; las telecomunicaciones proyectan las ideas y
modos de vida urbanos hasta los últimos rincones de la
“comunidad global”.
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Superhombres con superpoderes
Por eso, la responsabilidad de los actuales habitantes de la
ciudad es hoy mayor que nunca en el pasado, y en las
modernas urbes la acción local ecológicamente orientada
es de forma bastante directa acción global para mantener la
integridad de la biosfera. ¡El habitante de la ciudad
moderna tiene mucho más poder del que se imagina!
Éste es el reverso, en efecto, de la abominable desigualdad
mundial que parte en dos nuestro planeta. En el Norte rico,
incluso el ciudadano común, el “hombre de la calle”, en
términos históricos es un superhombre con
superpoderes: tal es la magnitud de su capacidad de
modificar la realidad.
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Así, por ejemplo, la huella ecológica de
Londres es 125 veces mayor que la
superficie de la propia ciudad.
Entonces ¡reducir sólo un 5% el consumo
de recursos y la generación de residuos, en
tales circunstancias, reduce la huella
ecológica urbana en un área equivalente al
tamaño de la ciudad entera!
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Esclavos energéticos
Podemos visualizarlo bien en términos de “esclavos
energéticos”. En la Atenas clásica, había 300.000
esclavos trabajando para 34.000 ciudadanos libres.
En la Roma imperial, 130 millones de esclavos les
facilitaban la vida a 20 millones de ciudadanos
romanos.
En los años noventa del siglo XX, el habitante
promedio de la Tierra tenía a su disposición 20
“esclavos energéticos” que no cesaban un instante de
trabajar (es decir: ese habitante promedio empleaba la energía
equivalente a 20 seres humanos que trabajasen 24 horas al día, 365 días al
año).
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En el año 2000, el petróleo proporcionaba
mundialmente el equivalente a 22.000 millones de
esclavos energéticos (para una población de 6.600
millones de habitantes). Colin Campbell, “Peak Oil: a turning
point for mankind”, VII Congreso Internacional de ASPO (Asociación para el
Estudio del Cenit del Petróleo), Barcelona, 20 y 21 de octubre de 2008.
Así, el control sobre los combustibles fósiles ha
desempeñado un papel central no sólo en la
liberación respecto del trabajo físico penoso, sino
también en la ampliación de las diferencias de
poder y riqueza que caracteriza a la historia
moderna.
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Pues ese promedio de veinte esclavos energéticos per
capita no puede ser más engañoso: el norteamericano
medio, en los años noventa del siglo XX, usaba entre 50 y
100 veces más energía que el bangladeshí medio; se servía
de 75 “esclavos energéticos”, mientras que el de
Bangladesh tenía a su disposición menos de uno.
Esa enorme diferencia en el uso de energía, de cien a uno
--paralela a diferencias semejantes en el poder adquisitivo
de unos y otros--, es lo que convierte a los ciudadanos
ricos del Norte en “superhombres con superpoderes”.
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A mayores poderes, mayores
responsabilidades
Pero hay que advertir de inmediato que tan grande
como su poder es su responsabilidad. Esos
“superpoderes” pueden ponerse al servicio de la
destrucción ecológica y la desigualdad social, o
emplearse para fomentar la buena vida de todos
los seres vivos sobre esta Tierra.
Los cambios en la ciudad –sobre todo, en el
transporte y en las pautas de uso del suelo—
pueden reducir significativamente el consumo de
recursos, al tiempo que mejoran la calidad de vida
local.
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Un peligro obvio
Un peligro obvio: que las Agendas locales 21 (los
procesos formalizados para intentar avanzar hacia
el desarrollo sostenible a nivel municipal) pierdan
por completo el horizonte de sustentabilidad
ecológica, que debería constituir su núcleo.
En lugar de aprobar estrategias de reducción de la
huella ecológica (por ejemplo), el Ayuntamiento
acaba centrándose en la creación de un Museo de
los Sanfermines (por ejemplo), o en la
organización participativa de los desfiles de
gigantes y cabezudos...
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Cuidado con el “lavado verde” de
imagen de las empresas...
A la hora de firmar “compromisos empresariales”
por el desarrollo sostenible, todo son sonrisas...
A la hora de hacer “marketing verde”, el dinero
nunca falta...
Pero cuando se trata de hacer en lugar de hablar, la
cosa es diferente.
Un caso paradigmático: Gas Natural y la ciudad de
Burgos.
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La empresa ha colaborado estrechamente con el
Ayuntamiento de la ciudad para cambiar
centenares de calderas de calefacción de gasóleo
por otras de gas natural, con la correspondiente
merma de contaminación atmosférica... y grandes
beneficios económicos.
Pero aunque sea un combustible algo menos
contaminante, el gas natural sigue siendo un
combustible fósil, causante de “efecto
invernadero”. Lo verdaderamente ecológico es
generalizar la energía solar.
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Así, el Ayuntamiento de Burgos, una vez aprobada la
Estrategia de Acción de su Agenda 21 local, a comienzos
de 2003 aprobó también una ordenanza municipal que
establece la obligatoriedad de instalar colectores solares
para calentar el agua caliente doméstica en los edificios de
nueva construcción, a partir de ciertas dimensiones.
Reacción inmediata de Gas Natural: impugnar la
ordenanza ante los tribunales, alegando el sacrosanto
“derecho a elegir” de los consumidores. ¡En eso queda
toda la retórica anterior sobre sostenibilidad!
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No la toques ya más...
Cualquier poeta con un mínimo dominio de las
herramientas de su oficio sabe cuándo hay que dejar
de seguir corrigiendo, toqueteando, reescribiendo el
poema. (“No la toques ya más, que así es la rosa”,
sentenció el clásico.)
Sin embargo, parece que los políticos desarrollistas
y los industriales productivistas –es decir, más del
95% de ambos colectivos, a ojo de buen cubero—
carecen del equivalente a ese conocimiento básico:
ignoran cuándo hay que dejar de crecer, expandir,
construir, desarrollar, ampliar.
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Cuando no hace falta cambiar
algo...
Decía el arquitecto y urbanista Eduardo
Mangada que “cuando no hace falta cambiar
algo, lo que hace falta es no cambiarlo”.
Debería constituir un principio elemental de
conducta: pero verlo aplicado en nuestros
campos y ciudades parece utópico.
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En cualquier polis bien temperada y
razonablemente ordenada, las decisiones sobre la
planificación del territorio, la construcción de
grandes infraestructuras y la edificación
monumental quedarían fuera del ámbito
competencial tanto del poder ejecutivo en sus
diferentes niveles (por la tentación faraónica y la
probabilidad de grandes irracionalidades) como de
la tecnocracia (por razones obvias).
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Es decir, exactamente lo contrario de lo que
sucede en las democracias representativas
actuales.
¿Y quién decidiría entonces? La asamblea de los
ciudadanos y ciudadanas, claro está.
Según los casos, ora mediante asamblea general,
ora mediante “congresos de consenso” y tribunales
ciudadanos. Con derecho de veto para el Defensor
de las Generaciones Futuras en lo referente a tan
trascendentales decisiones.
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¿Más consumo equivale a más
calidad de vida?
En apenas diez años (1990-2000), el consumo de
agua en Madrid se disparó desde poco más de un
hectómetro cúbico al día a casi dos.
Frente a este consumo casi duplicado, los ríos no
llevan más agua, y la capacidad de los embalses,
con las cuencas que nos abastecen ya
sobrerreguladas, no puede crecer más.
¿Y quién diría que la calidad de vida de los
madrileños y madrileñas –por no hablar de su
felicidad-- se ha duplicado entre 1990 y 2000?
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Ver y no ver
¿Por qué nos empecinamos con semejante tozudez
en no ver lo evidente: que vivimos en un planeta
con límites biofísicos, y que tenemos que
acomodarnos a los mismos imponiendo límites a
nuestra conducta?
Acostumbrarnos a ver lo invisible: la mochila
ecológica de los bienes de consumo, la huella
ecológica de las ciudades, y las relaciones de
poder en los intercambios sociales.
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Vivir sencillamente para que los
demás, sencillamente, puedan vivir
Sabemos que los privilegiados de este mundo
tenemos que reducir nuestro impacto ambiental
en un factor de diez, aproximadamente (vale
decir: una décima parte del actual consumo de
energía, de agua, de otros recursos naturales...).
Una parte de esta reducción puede lograrse a
través de una “revolución de la ecoeficiencia”
(hacer más con menos), pero otra parte, sustancial,
ha de provenir de modificaciones de nuestros
hábitos, valores y pautas de conducta.
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“Revolución de la ecoeficiencia”
y conversión espiritual
Es decir, no se trata sólo de mejoras técnicas –que
también--, sino de conversión espiritual.
Max Jacob sugirió en la primera frase de su libro Consejos
a un joven poeta: “Yo abriría una escuela de vida interior,
y escribiría en la puerta: Escuela de arte”. También se
podría escribir: Escuela de sustentabilidad.
Para poder reducir selectivamente la complejidad
técnica, aumentar la complejidad social. Menos trasiego
de materiales y energía, y más comunicación humana.
Menos automóviles y más erotismo. Menos turismo y más
música en vivo. Menos segundas residencias y más poesía.
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Más siesta, menos aire
acondicionado
“Tomemos como ejemplo un edificio de oficinas;
hay quien piensa que puede construirse de la
misma manera en Bruselas, en Amsterdam, en
Sevilla, en Dubai y en Tokio.
Representa el modelo de la arquitectura terciaria,
en el cual la gente es indiferenciable y, con el
mismo traje gris y la misma corbata rayada,
empieza a trabajar a las nueve de la mañana y
termina a las siete de la tarde; posee un coche
pequeño o uno grande en función de su estatus
social...”
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“(...) Defender la siesta tiene un carácter subversivo. En los países
del Sur, cuando hace demasiado calor, debe dejarse de trabajar.
(...) ¿Por qué crear infraestructuras cuando existen soluciones
sencillas que se integran en los ritmos locales de trabajo?
En Lyon, durante dos años, decidimos establecer horarios de
verano; es decir, trabajábamos hasta la una del mediodía y
descansábamos de la una a las cinco. Volvíamos al estudio a esa
hora, después de ir a la piscina, descansar, ocuparse de los niños,
etc. (...) Nos encontramos, desgraciadamente, inmersos en una
estrategia de normalización que impone una única norma para
culturas diferentes. Esto ocurre de manera particular en Europa,
que es un mosaico de culturas...” Entrevista con la arquitecta Françoise-Hélène
Jourda, en Quaderns d’arquitectura i urbanisme 225, Colegio de Arquitectos de Cataluña,
Barcelona 2000, p. 17.
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Belleza
En un mundo cada vez más contaminado y hormigonado,
despreciar las necesidades estéticas, hacer caso omiso de la
sensualidad y la calidad perceptiva, dificulta la
reorientación hacia la sustentabilidad.
Sin belleza no cabe imaginar una vida humana cumplida.
“No es una cuestión de imitar viejos modelos, ahora
inservibles, sino de contemplar la necesidad de bienestar
sensorial en la construcción del hábitat común, de dedicar
recursos y creatividad a algo más que al problema de meter
más personas y más coches en menos superficie.” María
Sintes Zamanillo: La ciudad: una revolución posible. Consejería de Medio
Ambiente de la Junta de Castilla y León, 1998, p. 55.
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Una nueva sensibilidad...
“Una nueva sensibilidad hacia la belleza puede
contribuir a un renacimiento de las ciudades.
Las ciudades han devorado el paisaje circundante
expandiéndose sin límite, y disolviéndose en una
papilla urbana. Con ello, hemos perdido partes de
nuestra identidad.
La expansión de las ciudades no puede continuar
indefinidamente. Sólo dentro de límites se puede
refundar la ciudad: el límite es un recurso. Ha de
renovarse la relación entre la ciudad y el campo.”
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“Renovar, restaurar, embellecer, conservar la naturaleza y
la cultura son fundamentos para el desarrollo urbano. Para
ello es menester rastrear e identificar los lugares, con la
especificidad natural y cultural que constituye su belleza.
La belleza recobrada puede conducir a un florecimiento de
la ciudad, como muestran los impresionantes ejemplos de
Nápoles y Palermo, dos ciudades a las que ya se había
dado por perdidas. Los centros urbanos revitalizados con
alta calidad de vida aúnan belleza y desarrollo urbano
sostenible.” “Auch Schönheit ist ein Lebens-Mittel” –las doce tesis de
Toblach sobre desarrollo sostenible y belleza (tesis octava). Publicadas en
Frankfurter Rundschau, 28 de septiembre de 1998, p. 8. Traducción de Jorge
Riechmann.
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Revitalizar la agricultura urbana
El cultivo de alimentos en zonas urbanas en
un componente importante para una mayor
sustentabilidad de nuestras sociedades... y
un recurso para aliviar tensiones sociales,
como se ha visto recientemente en EE.UU.
En áreas deprimidas con altos niveles de
desempleo, se emprendieron prometedores
programas de creación de huertos urbanos.
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Un caso interesante es el Green-Up Programme (Programa
de Reverdecimiento) del Bronx neoyorquino, un área
urbana con mala reputación, entre otras cosas a
consecuencia de las guerras entre bandas juveniles.
En este barrio deprimido se entregaron numerosos solares
vacíos entre los edificios a grupos comunitarios; los
inmigrantes de Puerto Rico y Jamaica los convirtieron en
pujantes huertos de verduras, gracias a la aplicación de
grandes cantidades de compost traído de los Jardines
Botánicos de Nueva York.
En otras ciudades norteamericanas, como Detroit, cientos
de hectáreas de suelo urbano han sido entregadas a
trabajadores en paro para el cultivo de alimentos. Herbert
Girardet, Ciudades sostenibles, Eds. Tilde, Valencia 2001, p. 88-89
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Los huertos de París
“Los agricultores urbanos han usado siempre los materiales fértiles que
encontraban en sus ciudades para la producción de cultivos. Un
conocido ejemplo es el de los cultivadores de verduras de París
(conocidos como marais) quienes, hasta 1918, producían cosechas
abundantes dentro de la ciudad. Cada año llegaban a apilar hasta 30
cms. de abono de caballo sobre sus parcelas de cultivo, y utilizaban
muchos e ingeniosos métodos para el control del suelo y la
temperatura del aire. Recolectaban de tres a seis cosechas de frutas y
verduras por año; cada agricultor podía ganarse muy bien la vida en
sólo tres cuartos de hectárea de terreno. Hace un siglo, en París, se
producían 100.000 toneladas de cosechas de alta calidad y de fuera de
temporada en unas 1.400 hectáreas, alrededor de una sexta parte del
área superficial de la ciudad, y se utilizaban cerca de un millón de
toneladas de abono de caballo. Las cosechas eran tan abundantes que
incluso se embarcaban hacia Londres.” Girardet, Ciudades sostenibles, op. cit., p. 86
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Conciencia colectiva: un “nuevo
geocentrismo”
“El proyecto de reconvertir las conurbaciones
actuales hacia la meta de la sostenibilidad global
exige, para que sea realizable, reavivar esa
conciencia colectiva, no sólo en lo local, sino
también en lo global. Es decir, que exige ligar en
este renacimiento la antigua conciencia ciudadana
con otra que abrace un nuevo geocentrismo que
trate de evitar que las mejoras locales e traduzcan
en deterioros globales.” José Manuel Naredo: “Sobre la
insostenibilidad de las actuales conurbaciones y el modo de paliarla”, en
AA.VV.: Primer catálogo español de buenas prácticas (preparado para la
Conferencia de NN.UU. sobre Asentamientos Humanos, Estambul, junio de
1996), MOPTMA, Madrid 1996, p. 52.
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Final: doce claves de la
sustentabilidad urbana
1. Energías renovables (hacia la autosuficiencia energética
de las ciudades y pueblos)
2. Ciclos de materiales que van cerrándose (política de
residuos), es decir, metabolismo urbano circular
3. Transporte colectivo
4. Lo cercano es hermoso (fomento de la producción,
consumo y ocio local)
5. Urbanismo denso
6. Límites al crecimiento: 500 puede ser poco, pero
500.000 demasiado (por razones tanto ecológicas como de
política democrática)
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7. No a la segregación funcional
8. Ciudad-jardín, ciudad-huerta, ciudad-bosque: más
animales, plantas y árboles en la ciudad
9. Comunidades fuertes en barrios y pueblos con intensa
participación local
10. Políticas de gestión de la demanda (energía, agua,
alimentos...)
11. Fiscalidad municipal ecológica
12. Evaluación y seguimiento constante de las políticas de
sustentabilidad a través de instituciones estables,
independientes del poder político y con participación
cívica
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Y los doce mandamientos se
resumen en dos...
Metabolismo biofísico
sostenible
+ democracia participativa
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Más reflexión e información: “trilogía
de la autocontención” de Jorge
Riechmann.
Un mundo vulnerable
Todos los animales somos hermanos
Gente que no quiere viajar a Marte
(reunidos en la editorial Los Libros de
la Catarata).
Además, del mismo autor:
Biomímesis. Crítica ecosocialista y
propuesta de reconstrucción
ecológico-social para la
sustentabilidad (Los Libros de la
Catarata, Madrid 2006).
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¿Ciudades monstruosas?
El carácter monstruoso de las grandes ciudades
contemporáneas no es primordialmente un efecto de su
gigantismo, sino más bien –me parece— de su
deslocalización.
En efecto: la ciudad, ese admirable artefacto de
convivencia e innovación que nació hace unos siete
milenios en Mesopotamia, vivía en altísima medida de su
relación con el lugar (quizá nada lo ilustra mejor que el rito fundacional
de las ciudades romanas, cuando, tras excavar un foso, se arrojaba en él un
puñado de la tierra sagrada tomada del lugar donde yacían los antepasados).
De esa relación con un lugar singular procede la
singularidad de la ciudad tradicional.
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En la ciudad tradicional, la relación con el inmediato
entorno natural es inmediatamente visible y pasablemente
transparente; en la megalópolis moderna, cuyos
intercambios comerciales se extienden por el planeta
entero y cuya huella ecológica multiplica decenas de veces
su propia superficie, nada de eso es cierto.
En lugar de inteligibilidad, sus habitantes experimentan
opacidad y enmarañamiento.
El carácter extraño de algo que, por una parte, está situado
espacialmente, pero que por otro lado desborda todo
vínculo con un lugar determinado, ese carácter a la vez
espacial y deslocalizado, es lo que a mi entender tiene que
ver con lo monstruoso.
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Una alianza secreta (reivindicación de la
ciudad-bosque)
En la espesura de las ciudades, escribía
Brecht en los años veinte del siglo veinte.
La jungla del asfalto. Bien, tomémoslo al
pie de la letra: una ciudad que es un bosque
que es una ciudad que es un bosque...
La ciudad moderna, tal y como la
concebimos aún hoy, la ciudad de la
electricidad y los automóviles, aparece
después de la I Guerra Mundial.
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Para referirnos a París --la gran metrópoli europea
del siglo XIX--, recordemos que en ella se sigue
practicando una agricultura urbana muy intensa
hasta la I Guerra Mundial, hasta que se generaliza
el transporte en automóvil a partir de ese
momento, y desaparecen los animales de tiro, los
caballos, sobre todo, con cuyo estiércol se
fertilizaban los huertos.
No estamos hablando de una cosa marginal. La
sexta parte de la superficie urbana de París antes
de la I Guerra Mundial era superficie cultivada.
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El urbanismo utópico del siglo XIX concibió la
ciudad-jardín: cabe dar un paso más allá para
imaginar la ciudad-bosque. Diez árboles y diez
áreas (mil metros cuadrados) de huerto urbano por
cada habitante.
El dispositivo de civilización que es la ciudad se
hermanaría armoniosamente con la potencia de
extrañamiento del bosque. Por cada nuevo leñador
urbano haría falta un policía menos, y acudirían
incontables los pájaros. La princesa Emily
musitaría:
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Aceras amistosas, senderos con
corazón
“¡Padre de lo alto!/ ¡Contempla un Ratón/
agobiado por el Gato!/ ¡En tu Reino reserva/ una
Mansión para la Rata!// Que muelle en seráficos
armarios/ mordisquee todo el día,/ mientras
confiados ciclos/ girando, solemnemente pasan.”
Emily Dickinson, poema 20 de los Cien poemas recogidos en ed. Bosch,
Barcelona 1980, p. 126
El tiempo fructifica en esa ciudad-bosque, los
jugos son frescos, las señales propicias. Aceras
amistosas del bosque; senderos con corazón en la
ciudad.
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