LA DEVOCIÓN DE LA CRUZ

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LA DEVOCIÓN DE LA CRUZ:
ENTRE LA CRUELDAD HUMANA
Y LA CLEMENCIA DIVINA
Manuel Delgado Morales
Bucknell University
[Anuario calderoniano (ISSN: 1888-8046), 2, 2009, pp. 97-109]
La presencia de la violencia en el teatro de Calderón ha sido observada ya por numerosos críticos e investigadores, entre otros por Ángel Valbuena Prat, Cesáreo Bandera, Thomas A. O’Connor, Debra D.
Andrist y Michaela J. Heigl1.Violencia que se puede detectar, por otra
parte, en muchas de las obras de nuestro dramaturgo, especialmente
en obras filosóficas suyas como La vida es sueño y La hija del aire; históricas como Amar después de la muerte; bíblicas como Los cabellos de Absalón
o El mayor monstruo del mundo; y, finalmente, en sus obras de honor,
como El pintor de su deshonra, El alcalde de Zalamea, El médico de su honra y A secreto agravio, secreta venganza.
Ni que decir tiene que las víctimas de la violencia en este último
grupo suelen ser casi siempre mujeres, lo cual ha dado lugar a una se1
Ver Valbuena Prat, 1963, p. 488; Bandera, 1975; O’Connor, 1988, pp. 89-94;
Andrist, 1989; Heigl, 2002.
RECEPCIÓN: 1 SEPTIEMBRE 2008
ACEPTACIÓN DEFINITIVA: 15 SEPTIEMBRE 2008
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rie de prejuicios y tópicos, no necesariamente motivados por los derechos de la mujer, que han sido oportunamente expuestos y criticados
por Barbara Mujica:
La orientación realista de Menéndez Pelayo y de sus seguidores les
llevó a considerar las obras de honor como expresión de las ideas populares y a asumir que Calderón, el autor más representativo de las tragedias de honor, defendió los asesinatos de las mujeres sospechosas de adulterio a manos de sus maridos. Como resultado de ello, Menéndez Pelayo
condenó los dramas de honor en base a consideraciones de tipo moral2.
Desafortunadamente, y según ha observado la citada investigadora,
la opinión de Menéndez Pelayo y la de quienes pensaban como él,
e n t re otros A m é rico Castro, Menéndez Pidal y Alfonso Garc í a
Valdecasas, ha obstaculizado durante décadas los estudios sobre el teatro
español3. A mediados del siglo XX, sin embargo, y según he explicado
yo mismo en otro lugar, «un grupo de hispanistas de habla inglesa
comenzó a rebatir» tales puntos de vista, «arguyendo, con razón, que
Calderón no justifica la conducta de sus personajes, sino que trata, por
el contrario, de despertar la conciencia moral de su público y hacerle cuestionarse el código del honor»4.
Aunque estoy de acuerdo con las razones expuestas por dichos hispanistas, los cuales suelen basar sus conclusiones en la lectura detallada del texto o en el close reading, me parece absolutamente necesario
combinar este modo de lectura con el trasfondo filosófico-moral que
pudo llevar a Calderón a mover los hilos de la violencia tal como se
observa en la mayoría de estas obras. Con ello no solo habremos logrado trascender o superar la visión simplista o realista que presenta a
nuestro dramaturgo como divulgador o simpatizante de las crueles
prácticas populares, sino que habremos situado sus dramas de honor
dentro del contexto filosófico-cultural que da sentido a gran parte de
su obra. Me refiero especialmente a la filosofía estoico-cristiana, con
la que, sin duda alguna, llegó a familiarizarse el joven Calderón durante sus años de estudio en el Colegio Imperial de los jesuitas y en
las universidades de Alcalá y Salamanca.
2
3
4
Mujica, 1999, 339, traducción mía.
Mujica, 1999, p. 339.
Delgado, 2000, pp. 32-33.
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Dentro de la acerba colección de crímenes y episodios violentos
que pueblan el teatro de Calderón, me ha parecido oportuno centrar
mi atención en los numerosos que presenta La devoción de la cruz, una
de las primeras obras salidas de su pluma, y cuyo caso de honra, venganza, incesto, agresiones, asaltos y muertes de todo tipo anuncian los
múltiples y variados episodios que tendrán lugar en su producción
posterior. Conviene advertir, sin embargo, que Calderón no usa la violencia por el rédito teatral o espectacular que hubiera podido sacar de
la violencia en sí, lo cual vendría a dar la razón de alguna manera a
Menéndez Pelayo y sus seguidores, sino que la presenta como consecuencia o resultado psicológico o moral de una serie de causas que
él mismo establece y ordena con toda claridad y rigor. Entre dichas
causas hay que destacar el orgullo, la ira, el apetito desordenado de
venganza, la irracionalidad y, sobre todo, la crueldad de Curcio, lo cual
da lugar a una serie interminable de muertes y crímenes que afectan
gravemente a su esposa e hijos. De esta forma, se puede decir que más
que una simple exposición de una serie de casos y hechos violentos,
La devoción de la cruz contiene una dialéctica sostenida entre dicha violencia o, para ser más exactos, entre la crueldad que la define y la
clemencia y la misericordia a las que aspira nuestro dramaturgo.
Lejos de ser exclusiva de Calderón, esta forma de contrastar la
crueldad con la clemencia y la misericordia está en consonancia con
la mentalidad de su época, ya que autores como Fray Luis de León,
Cervantes, Guillén de Castro, Juan de Mariana y Pedro de Rivadeneyra
aconsejan unánimemente al gobernante anteponer la última a la
primera en la administración de justicia. Basándose en De Clementia
de Séneca, Pedro de Rivadeneyra, por ejemplo, mantiene que el rey
que no atiende a la misericordia puede caer en la crueldad: «Porque
la misericordia que no está acompañada con la justicia es floja y reprensible, y la justicia sin misericordia no es justicia sino crueldad»5. Y el
mismo don Quijote le aconseja enfáticamente a Sancho en el momento en que este se apresta a gobernar la ínsula Barataria:
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el
rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso
que la del compasivo... Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción
5
Tratado del príncipe cristiano, p. 546.
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considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada
naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio
a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver
el de la misericordia que el de la justicia6.
Un ejemplo adecuado de cómo contrapone Calderón la crueldad
y la clemencia en La devoción de la cruz puede verse en la primera escena de la obra, en la que aparecen los graciosos Gil y Menga discurriendo sobre la mejor manera de sacar a la burra del hoyo en que
se ha caído.Trayendo a colación lo que le pasó a un coche en Madrid,
en circunstancias que Gil considera muy parecidas a las de la burra,
este trata de convencer a Menga de que sería aconsejable poner frente
al animal caído un harnero de cebada para lograr que se levante, en
vez de recurrir a la crueldad de la fuerza o de los azotes:
En un arroyo atascado,
con ruegos el caballero,
con azotes el cochero,
ya por fuerza, ya por grado,
ya por gusto, ya por miedo,
que saliesen procuraban;
por recio que lo mandaban,
mi coche quedo que quedo.
Viendo que no importa nada
cuantos remedios hicieron,
delante el coche pusieron
un harnero de cebada.
Los caballos, por comer,
de tal manera tiraron,
que tosieron y arrancaron;
y esto podemos hacer. (vv. 33-48)7
Otro ejemplo que ilustra cabalmente el pensamiento calderoniano
sobre cómo se ha de actuar en situaciones violentas, en otras palabras,
en casos de honra, duelo o guerra, puede verse al final de la obra, en
6
7
Don Quijote de la Mancha, pp. 1416-1417.
Cito de acuerdo con Calderón de la Barca, La devoción de la cruz, ed. M. Delgado,
2000.
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la escena en la que se presenta la lucha a muerte entre Curcio y
Eusebio, y donde el padre le dice al hijo:
El acero de un noble, aunque ofendido,
no se mancha en la sangre de un rendido,
que quita grande parte de la gloria
el que con sangre borra la victoria. (vv. 2192-2195)
Como he sugerido anteriormente, el trato concedido por Calderón
a la crueldad y a la clemencia en La devoción de la cruz se entiende
mejor si se lo considera a la luz de las ideas expuestas por Séneca en
torno a la una y la otra en su De la ira, y De la clemencia, y, de manera especial, a la luz de la labor «cristianizante» que de estas ideas llevaron a cabo San Agustín, San Bernardo de Claraval y Santo Tomás
de Aquino, labor que ha sido explicada con acierto por Daniel Baraz8.
Curiosamente, la acción de La devoción de la cruz ocurre durante la
Edad Media, época que, como ha indicado el citado Baraz9, en línea
con Norbert Elias y Johan Huizinga10, suele asociarse generalmente
con la crueldad. Según se desprende de una lectura atenta de la obra,
el personaje que más se destaca por su violencia y crueldad es Curcio,
el cual mata secretamente a su esposa Rosmira en lo más secreto de
un monte porque sospecha, sin motivo, que esta le ha sido infiel mientras él se hallaba en Roma representando a la Señoría de Siena ante
el papa Urbano III. Bien mirada, la acción de Curcio en contra de su
esposa es un acto flagrante de venganza, la cual fue estudiada por Santo
Tomás de Aquino al analizar la crueldad y la clemencia en su Suma
teológica. Dado que resultaría prácticamente imposible resumir en pocas
líneas el pensamiento de Santo Tomás en torno a dicha venganza, sirva la siguiente cita como punto de referencia para juzgar el posible
alcance moral de la llevada a cabo por Curcio en La devoción de la
c r u z, así como de todas las efectuadas por los diferentes maridos
calderonianos que consideran lesionado su honor:
La venganza se lleva a cabo mediante algún mal penal impuesto al pecador. Por consiguiente, en la venganza se debe tener en cuenta la in-
8
Baraz, 1998.
Baraz, 1998, p. 195.
10 Ver Elias, 1978, p. 194; Huizinga, 1996.
9
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tención del vengador. Pues si lo que principalmente intenta es el mal de
aquel de quien se venga y en él se complace, eso es totalmente ilícito;
porque gozarse del mal de otro es odio, opuesto a la caridad con que debemos amar a todos los hombres. Ni vale el que alguien se excuse diciendo que intenta causar un daño a quien injustamente se lo causó a él,
como tampoco queda uno excusado por odiar a quien lo odia. Pues no
hay razón que justifique el que peque yo contra otro porque este primero pecó contra mí, lo que sería dejarse vencer por el mal, cosa que
prohíbe el Apóstol cuando dice (Romanos, 12, 21): No debes dejarte vencer por el mal, sino que debes vencer el mal con el bien11.
Aunque en la cuestión aludida de la Suma teológica, Santo Tomás
mantiene abiertamente que «la venganza no es de suyo mala e ilícita», la llevada a cabo por Curcio, resulta claramente pecaminosa, en
base, precisamente, a las reflexiones del propio Santo Tomás respecto
a la ira que conduce a dicha venganza. Como ha explicado Luis Matías
Ravioli en su análisis del pensamiento de Santo Tomás,
cuando el objeto de la ira sigue a la razón es algo elogiable y la llamamos «ira per zelum». Pero quien busca la venganza sin atender al modo
(es decir, castigando a quien no lo merece o más de lo que merece), o
no buscando la corrección del prójimo sino solo su mal, en este caso la
venganza es pecaminosa y es llamada «ira per vitium»12.
Recurriendo, una vez más, a la terminología de Santo Tomás, podríamos decir que la venganza llevada a cabo por Curcio es claramente
un caso de «ira per vitium», ya que este da muerte a su esposa sin que
ella haya ofendido su honor: «tomé de mis pensamientos, / no de sus
culpas, venganza» (vv. 705-706).Y a tenor de la advertencia de Séneca
en De la ira, lo que debería haber hecho Curcio tendría que haber
sido
rechazar... los primeros impulsos de la ira, sofocarla en su raíz y procurar
no caer en su dominio. Porque si le presentamos el lado débil, es difícil
librarse de ella por la retirada, porque es cierto que no queda ya razón
cuando damos entrada a la pasión permitiéndole algún derecho por nues-
11
12
Suma teológica, II-IIae, cuestión 108.
Ravioli, 2008.
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tra propia voluntad. La pasión hará en seguida cuanto quiera, no limitándose a aquello que se le permita13.
Consejo sobre el que parece reflexionar el propio Curcio cuando
reconoce la crueldad de su acción violenta:
El que intenta una traición
antes mire lo que hace,
porque una vez declarado,
aunque procure enmendarse,
por decir que tuvo causa,
lo ha de llevar adelante. (vv. 1334-1339)
Ya he observado en mi edición de La devoción de la cruz14 el estado de ignorancia y de sinrazón en el que se sitúa Curcio con su forma de pensar y de actuar, estado que ha sido observado también por
Bruce Wardropper, cuando, en base al Examen de ingenios de Huarte
de San Juan, mantiene que la «facultad racional» de Curcio queda debilitada por la fuerza que ejerce en su imaginación la «facultad irascible»15.
Poco a poco, y a través de la exposición de la pasión de la ira que
se adueña de Curcio, Calderón sitúa al espectador frente al fenómeno
de la crueldad y de la violencia, no solo desde la perspectiva corporal o física inherente a dicha violencia, aspecto que se correspondería
estrechamente con la visión senequista en torno a la crueldad, sino,
principalmente, desde el punto de vista psicológico y espiritual, componente que, como ha explicado Daniel Baraz, establece una diferencia importante entre el pensamiento de Séneca y el de San Agustín,
Santo Tomás y San Bernardo de Claraval16. En línea con el pensamiento de estos doctores de la Iglesia, Calderón dedica la mayor parte de
su obra a mostrar el daño psicológico y espiritual que la crueldad de
Curcio produce en su esposa e hijos. Daño que implica, por una parte,
que la esposa inocente sea acusada y agredida injustamente y, por otra,
que los hijos se maten entre ellos o mueran a manos de extraños, o
13
Séneca, De la ira, VIII.
Delgado, 2000, p. 35.
15 Wardropper, 1970.
16 Baraz, 1998, pp. 199-206.
14
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que se sientan abandonados y desterrados en el monte o en el convento. Ahora bien, el mayor exponente del daño causado por Curcio
a Eusebio y Julia, es la atracción incestuosa del uno hacia el otro, así
como la multitud de crímenes que ambos llevan a cabo como consecuencia de su sentimiento de desesperación y abandono. Tiene razón,
en este sentido, Melveena McKendrick cuando afirma que Curcio no
solo se muestra incapaz de percibir la realidad, sino que transmite dicha
incapacidad a toda su familia17. Es más, arguyendo, con razón, que «la
falsedad e insuficiencia de las percepciones del hombre se entretejen
tupidamente... en la tela de la comedia, su acción y sus personajes»18,
la citada hispanista observa la misma insuficiencia de percepción en el
pintor, el astrólogo y el poeta que aparecen en la primera versión de
la obra, la cual lleva por título La cruz en la sepultura.
Parafraseando a Santo Tomás, quien cita a su vez el De la clemencia
de Séneca en su razonamiento, podríamos decir que al irritarse «sin
haber sido ofendido y contra alguien que no es pecador»19, Curcio no
solo se muestra «cruel, fiero o salvaje» contra su familia, sino que lleva a sus hijos y a la misma sociedad de Siena al estado de sevicia y
fiereza descrito por el propio Santo Tomás. No en balde, una de las
palabras que usa con más frecuencia Calderón para describir a Eusebio
y sus emociones es el término «fiera», al mismo tiempo que los asesinatos, muertes y venganzas de este, como los de Julia y el pueblo de
Siena, ocurren principalmente en un monte poblado de fieras.
Al igual que la crueldad y la violencia, el recurso a la clemencia y
la misericordia divinas a través del símbolo de la cruz ha sido malinterpretado y ridiculizado por quienes, en opinión de Alexander Parker,
no están dispuestos a mostrar ninguna simpatía por su contenido
católico20. Ya en el siglo XVIII, por ejemplo, y como resultado de la
mentalidad ilustrada, La devoción de la cruz fue denostada en Francia
por razones de política y libertad religiosas. Uno de los detractores
más implacables fue Sismonde de Sismondi, el cual llegó a afirmar que
el objetivo de Calderón no era otro que el de «convencer a los espectadores cristianos de que la devoción a este signo de la Iglesia (la
17
18
19
20
McKendrick, 1989.
McKendrick, 1989, p. 319.
Suma teológica, II IIae.
Parker, 1949, pp. 404-405.
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cruz) bastaba para excusar todos los crímenes y asegurar la protección
de la Divinidad»21. George Ticknor, por su parte, consideró ofensiva
La devoción de la cruz porque, según él, se devuelve la vida a un criminal como Eusebio con el fin de poder absolverlo de sus pecados y
transportarlo directamente al cielo22. A Ticknor llegó a molestarle incluso que La devoción de la cruz tuviera admiradores incondicionales
no sólo en la católica España, sino, como él afirma, dentro de la «cristiandad protestante».
Como es de suponer, la reacción a tales despropósitos no se hizo
esperar. De entre las múltiples y firmes respuestas ante lo que llegó a
considerarse como un ataque basado en la ignorancia, la exageración
y la mala fe, me parece oportuno destacar la de Alexander Parker, el
cual mantiene que la devoción de la cruz de Eusebio es «la señal externa de una disposición interna del alma», y que la misma cruz es «el
símbolo de la paz entre los hombres, y entre la Humanidad y el Creador. Y cada vez que la cruz se menciona en el diálogo se asocia con
la clemencia, y cada vez que aparece en la escena se asocia con un
acto de clemencia»23. En otra palabras, y según los términos en que
se expresa el gracioso Gil en la primera escena de la obra, la cruz ha
de ser considerada como equivalente al harnero de cebada que puede
ayudar a la burra a salir del lodazal, resultando, en consecuencia, un
recurso más adecuado y eficaz que los azotes y la venganza. Como se
puede ver, esta última opción es la única que entiende y elige el pueblo
de Siena, el cual insiste en negarle la sepultura eclesiástica a Eusebio
y dejar su cuerpo a merced de «las fieras y las aves» (v. 2435) después
de haberle dado muerte.Ante esta crueldad, el mismo Curcio no puede
por menos de exclamar:
¡Oh villana venganza!
¿Tanto poder en ti la ofensa alcanza
que pasas desta suerte
los últimos umbrales de la muerte? (vv. 2430-2434)
21
Sismondi, 1813, p. 131.
Ticknor, 1965, p. 433.
23 Parker, 1949, pp. 404-405.
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Teniendo en cuenta, una vez más, la opinión de quienes han atacado el perdón y la clemencia aplicados por Calderón a Eusebio, se
puede decir que el estado de la cuestión no reside únicamente en si
estos muestran antipatía o no hacia las creencias católicas del dramaturgo, sino también en si han llegado realmente a entender en todo
su alcance la crueldad y la clemencia puestas sobre las tablas por
Calderón. Frente a la importancia legal y política que Séneca atribuye
a la crueldad o a la violencia corporales, autores como San Agustín y
San Bernardo, basándose en la dicotomía cuerpo-alma, insisten especialmente en el lado espiritual de la crueldad, es decir en los efectos
que dicha crueldad puede producir en el individuo o en la comunidad que la practican. En base a ello se puede decir que la esposa y
los hijos de Curcio no son las únicas víctimas de la crueldad de este
o de su concepto del honor, y por extensión, del pueblo de Siena,
sino que también lo son, en sentido reflexivo, los propios agentes de
dicha crueldad, es decir, Curcio y Siena.Y en la medida en que Eusebio
y Julia llevan a cabo toda suerte de crímenes y venganzas continúan
y perpetúan la cadena de violencia que había iniciado Curcio con su
orgullo y su código del honor.
Observadas en su conjunto, es decir en el devenir completo de la
acción dramática, la crueldad y la clemencia de La devoción de la cruz
se avienen perfectamente con el esquema establecido por San Agustín
en torno a la crueldad. De acuerdo con el obispo de Hipona, esta
tiene su origen en el estado caído de la humanidad, la cual necesita,
a su vez, de la gracia divina24. Mientras que, según este esquema, la
crueldad es algo connatural al estado de la humanidad caída, la misericordia solo se consigue a través del parentesco que nos da el sufrimiento. Si, como mantiene San Agustín, la crueldad es el estado natural de los que no disfrutan de la gracia divina25, podemos concluir que
Calderón tipifica la conducta de Curcio y de Siena como contrarias
al cristianismo.
Al oponerse a la crueldad y a la violencia que la acompaña, y al
ofrecer como contrapartida la misericordia divina, la cual se pone continuamente de manifiesto a través de los muchos casos en que la cruz
interviene a favor de Eusebio, Calderón no hace más que reafirmar la
24 Ver
25 Ver
Baraz, p. 202.
Baraz, p. 202.
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contribución cristiana al derecho y a la administración de justicia, algo
que, como es sabido, dista mucho del pensamiento de Séneca, el cual
considera la misericordia como «el vicio del ánimo débil que sucumbe
ante los males ajenos»26. De ahí que nuestro dramaturgo concluya su
obra como la empezó el villano Gil: «¿No hay quien una cola tenga,
/ pudiendo tenerla mil?» (vv. 5-6), o dicho de otro modo, ¿no hay
entre los presentes nadie que le eche una mano a la burra caída, en
otras palabras, a su semejante? O, apurando más el argumento, si Dios
y la cruz nos dan ejemplo de misericordia y clemencia infinitas ¿por
qué el individuo y la sociedad recurren al uso de la violencia en casos en los que ni siquiera les asisten la verdad o los hechos?
A todo lo expuesto, habría que añadir, para concluir, la gran utilidad que puede representar La devoción de la cruz para quienes intenten adentrarse en los numerosos casos de honra, venganza y crueldad
que pueblan el teatro de Calderón, ya que al ser obra religiosa, al mismo tiempo que de honor, nos ofrece una pista sumamente valiosa sobre el pensamiento de nuestro dramaturgo en torno a los casos de
honor y violencia en los que no introduce consideraciones religiosas
de manera tan evidente como en la obra que hemos analizado en este
ensayo.
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De la clemencia,V.
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