p l u m a s y l e t r a s El neopopulismo en México Nelson Arteaga Botello* 1. Populismo: su acepción antropológica. En su acepción antropológica, el populismo constituye un mito que pretende resolver los problemas por la sola magia del discurso y sus representaciones. Promete un supuesto acercamiento del pueblo al poder político, garantizando lo imposible: la esperanza de representarlo todo, de encarnar el pasado, la tradición, la nación, la continuidad histórica, involucrando al mismo tiempo el cambio y la modernización plena hacia el futuro (Wieviorka, 1997)1. Es particularmente una forma de abordar los conflictos que devienen de la rápida transformación social, una respuesta a la incertidumbre de nuevos tiempos en la esfera social y política. De tal suerte que el populismo puede ser interpretado como un fenómeno que da cuenta del paso de un tipo de sociedad a otro, rearticulando, a su manera, las ligas simbólicas fracturadas que generan la cohesión social. Con el populismo se se trata de abatir la violencia a través de promover un cierto acercamiento simbólico entre el poder estatal y la sociedad, para resolver los problemas que se consideran golpean el desarrollo nacional. Específicamente, al echar mano de este tipo de populismo, los políticos basan su acción en la idea de que, efectivamente, llevando a cabo las acciones que se proponen, se reducirán los problemas y las soluciones beneficiarán a todos; pero además, con dichas políticas se cree que se fortalecerá la unidad moral y el consenso social sobre los problemas nacionales. 2. El populismo en México. La historia política de México en el siglo XX no ha estado exenta de periodos donde el populismo adquiere una presencia importante. Recientemente, resultan relevantes los periodos gubernamentales del * 1. Maestro en Sociología por la Universidad Iberoamericana. Candidato a doctor en Sociología. Fundación Mario Benedetti de Estudios Latinoamericanos. Los contornos del populismo pueden dibujarse en función de diferentes perspectivas, consultar para ello el trabajo de Roberts (1996). 23 sexenio echeverrista (1970-1976) y lopezportillista (1976-1982)2. El PRI, y los gobiernos que de él emanaban, fundaban su legitimidad asumiéndose como los herederos indiscutibles del movimiento revolucionario de principios de siglo; se consideraban continuadores de las reivindicaciones políticas y sociales de los distintos líderes revolucionarios y de las distintas facciones que formaron parte de ella. Los gobiernos del PRI no tenían una ideología definida, su discurso regularmente se sustentaba en la idea de unir cierto pasado de la nación y una imagen de la modernidad producto de las transformaciones económicas de la economía de la posguerra. Para ellos, México se encontraba en un continuo desarrollo que era el producto de una larga historia que se remontaba desde el pasado indígena y la independencia, y subrayaba las distintas luchas que se consideraban como fundatrices de la idea de nación: la guerra contra los Estados Unidos, la intervención francesa, la revolución mexicana y, con ella, lo que se llamó “la revolución hecha institución”. Hay que reconocer que en gran medida “la habilidad de los gobiernos posrevolucionarios consistió en convencer a la sociedad que, no obstante la lejanía del cumplimiento de promesas, la revolución seguía viva y era una realidad que tarde o temprano cumpliría las expectativas y esperanzas de todos” (Schmidt, 2000). De hecho, como apunta Krauze, la mayor fuerza del Estado mexicano posrevolucionario “provenía de la propia Revolución, la cual, desde el punto de vista ideológico, se veía como un impulso histórico abierto, vigente y unitario. El Estado —dirían entonces, místicamente, algunos demagogos— era la "emanación" de la Revolución. En su demagogia había un sedimento de verdad” (1997: 32). De esta forma, la historia del país podía ser leída como algo que obedece a un sentido que se va cumpliendo conforme pasa el tiempo. Los movimientos sociales de la década de los cincuenta y sesenta hicieron languidecer esta ideología oficial de la revolución; contribuyó a ello los efectos del movimiento estudiantil de 1968 durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. Al final de este periodo, el gobierno priísta perdió mucha de su legitimidad que el candidato presidencial siguiente —perteneciente al mismo partido—, Luis Echeverria Álvarez, trató de subsanar con una clara política populista que se continuó, aunque con menor fuerza, durante el periodo gubernamental que le sucedió encabezado por José López Portillo. Después de estos dos sexenios, el populismo priísta no alcanzó los niveles de la época dorada precedente; varios factores contribuyeron a ello: la imagen de la revolución fue perdiendo su sentido con las nuevas generaciones de mexicanos—dicho movimiento significaba en todo caso un hecho más y no un suceso fundamental3—; al mismo tiempo, las crisis 2. 3 Es claro que el momento más importante del populismo en México en el siglo pasado fue durante el periodo del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). El cual se caracterizó por sus reformas sociales, su nacionalismo y por aglutinar a su alrededor un importante número de sectores sociales. Un trabajo que intenta comprender los mecanismos de olvido de la revolución mexicana es el realizado por Stevenson y Seligson (1997). 24 económicas recurrentes, los actos de corrupción y mala administración, fueron mermando la legitimidad política del gobierno. Pero además, la instauración de una perspectiva neoliberal en el bloque dominante de la clase política priísta, a partir del gobierno de Miguel de la Madrid, marcó sensiblemente la diferencia con los anteriores gobiernos (Zermeño, 1983; Lerner, 1983); en gran medida, es claro que a partir de aquí, los valores que sustentan la eficiencia administrativa resultaban más relevantes (Gil, 1984). Hacia finales de los ochenta, el triunfo de Carlos Salinas de Gortari, en una cuestionada elección presidencial, abrió una nueva etapa en la definición de la política del régimen político. El pasado fue considerado como una cosa que tenía que ser superada, la modernidad era, por el contrario, el objetivo a perseguir; una modernidad profundamente parcial, dislocada, donde sólo la economía era transformada, mientras se postergaban en la medida de lo posible las reformas en materia política. De hecho, la presencia de una estrategia tecnocrática neoliberal convivió, lo que además resultó funcional, con una política populista y clientelar sustentada particularmente gracias al PRONASOL. Sin embargo, los violentos acontecimientos de 1994 generaron un cisma en el sistema político que alteró gravemente sus reglas (Hernández y Reyna, 1994)4. En realidad, las elecciones de 1994 representaron un segundo cuestionamiento al sistema político posrevolucionario, que sólo pudo mantenerse gracias al miedo de un importante número de electores que consideraba factible la apertura de un periodo de inestabilidad que, se creía, solo el PRI era capaz de sortear. 3. Neopopulismo en México a finales de siglo XX. Seis años después, cuando la campaña política para las elecciones presidenciales del año 2000 arrancó, los principales partidos en contienda —PAN, PRI y PRD— establecieron sus respectivas estrategias de campaña; pero sólo el candidato del primer partido estableció un camino relativamente distinto para consolidar su legitimidad política frente a un electorado que estaba dispuesto a realizar un cambio político por la vía de las urnas. Mientras el partido oficial se enfrascó en una lucha interna entre varios precandidatos —que dejó algunas fracturas—; el PRD lanzó, por tercera vez y con consecuencias negativas en su estructura electoral, la candidatura de su líder moral: Cuauhtémoc Cárdenas. Entretanto, el ahora presidente de la república, Vicente Fox, estableció una estrategia distinta. En primer lugar, constituyó un grupo de apoyo independiente del partido que lo llevó, primero, a una diputación federal en 1988, luego, a la 4. Se hace referencia a la aparición del EZLN y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la república. 25 gobernatura del estado de Guanajuato en 1992 y, finalmente, a la presidencia en el 2000: Acción Nacional. Este grupo se denominó Amigos de Fox A.C. Su funcionamiento se regía por un principio: crear la imagen de un grupo de ciudadanos que se aglutina en torno a un líder político que trabaja de cerca, sin mediaciones institucionales tradicionales —en otras palabras, los partidos políticos—, y así se crea la sensación de que es posible el contacto directo con él; "era darle estatus a la gente": si una persona afiliada a la asociación lograba que cinco más integrarán el padrón, se le nombraba director; si ese mismo ciudadano podía llevar a otros cinco mexicanos en edad de votar al listado de los Amigos de Fox, recibía un reconocimiento como coordinador; y si aumentaba la participación con otras cinco afiliaciones era considerado consejero del candidato, "y esto comenzó a crecer"5. Al mismo tiempo, se lanzó una campaña publicitaria para dar a conocer al que, en ese entonces, pretendía acceder a la candidatura del PAN para la presidencia. El objetivo, según uno de sus asesores, era que la gente se enterara de los aspectos más personales del precandidato: "vamos a encuerar a Vicente, vamos a decir que es divorciado, vamos a decir que adoptó a sus hijos, vamos a sacar sus defectos antes de que la competencia los saque. Y de esa forma se trató de vacunar al candidato''6. Este supuesto acercamiento del pueblo al líder político, inédita hasta entonces en México, generó fricciones en el propio Acción Nacional, pues chocaba con los dispositivos tradicionales de trabajo partidista. Sin embargo, funcionó, incluso para el PAN, en tanto que se dio a la figura de Fox la imagen de un candidato que no se circunscribía a las desprestigiadas estructuras partidistas que, regularmente, inhiben la participación en política de la ciudadanía. Además de construir una imagen que pretendía sustentar la idea de que el poder político podía alcanzarse a través de una forma distinta —como una asociación civil— Fox utilizó, al principio de su campaña, la imagen de la Virgen de Guadalupe —un símbolo religioso que sirvió al cura Miguel Hidalgo para legitimar la guerra de independencia en el siglo XIX. Cuando Fox recibió el estandarte de manos de su hija en un mitin, los presentes lanzaron una enorme ovación, a la que Fox respondió: “la llevaré por delante, como hiciera el cura de Dolores al inicio de la Independencia”. Con esta acción, el candidato del PAN encarnó el pasado en el presente agregando una idea de continuidad histórica; refundó el pasado, no ya en la revolución como hiciera otrora el PRI, sino en la independencia. Esta idea la mezcló con el imperativo del cambio y la modernización plena hacia el futuro: mecanizar el campo; lograr la calidad total en educación; crear un Silicon Valley en Guanajuato; echar a andar una reforma fiscal; introducir a la iniciativa 5. Entrevista a Juan Antonio Fernández, actual director de PROCAMPO y fundador del grupo Amigos de Fox A. C. (La Jornada, 2/07/2001). 6. Entrevista a Juan Antonio Fernández, actual director de PROCAMPO y fundador del grupo Amigos de Fox A.C. (La Jornada, 2/07/2001). 26 privada en el consejo del PEMEX —empresa petrolera del Estado y uno de los últimos símbolos del nacionalismo revolucionario de los años treinta—; mejorar las condiciones de los indígenas de Chiapas —a través de un magno proyecto regional que iría desde el estado de Puebla hasta Panamá—; establecer instancias de participación ciudadana para gobernar conjuntamente con las autoridades y, más que nada, difundir la idea de que se integraría a los ciudadanos a la administración federal tomando como medida de selección su curriculum vitae. Lo que mejor muestra la síntesis de este nuevo populismo se puede observar, con todo, en dos de sus lemas centrales de campaña: el “Hoy, hoy, hoy” y el “Ya, ya, ya”, que dejaron sin posibilidad al más frío y lejano “Que el poder sirva a la gente” —del candidato priísta—, o “Por México a la victoria” —de Cuauhtémoc Cárdenas. La primera frase pretendía acentuar la necesidad de realizar inmediatamente un cambio en el gobierno, sacar al PRI de Los Pinos, transformar al país sin esperar el mañana; pero también el “Hoy, hoy, hoy” remite al cambio instantáneo, resume la articulación entre el ayer y el mañana, en ella se encarna el pasado y el presente, la tradición y la continuidad histórica; la segunda frase, por el contrario, tiene un sentido más imperativo en el ámbito del discurso político foxista, ya que pretende tomar, por medio del lenguaje, el poder político: “Ya, ya, ya”, expresa que el cambio debe ser en este instante porque, incluso, está en gran medida realizado en el momento en que se utiliza —casi por imperativa necesidad— por las fuerzas conjuntas de la representación política del candidato y por la necesidad de transformación de la sociedad. Por eso, su frase “Si avanzo síganme, si me detengo empújenme, y si retrocedo mátenme”, tuvo una singular fuerza. Como apunta Sánchez: “la idea de llevar hasta sus últimas consecuencias su acción supone, por una parte, que se enfrenta a un enemigo radical e irreductible y, por la otra, tiene una dimensión netamente religiosa en la medida en que la frase originalmente fue pronunciada por un sacerdote que participó en la guerra cristera” (2000:41). No sólo eso, el lenguaje de la campaña foxista se caracterizó por su simpleza, por emplear palabras de uso común. Fiel a su condición de empresario agrícola, introdujo un vocabulario lleno de expresiones de la gente de campo, del México rural que, paradójicamente, se encuentra en sería desventaja frente al avance de la cultura urbana. Echó mano, además, de las frases coloquiales más comunes, de los estereotipos populares más frecuentes, de las palabras altisonantes más recurrentes. El mismo se consideró, durante la campaña política, como un mal hablado. Se alejó pues, del discurso acartonado del priísmo tradicional y de las imágenes poco cercanas a la sociedad que utiliza la izquierda mexicana. 27 Su comportamiento era, en gran medida, el de un político sin problemas con las ideologías, que expresa sus mayores críticas al clero un día para, al siguiente domingo, asistir religiosamente a la iglesia y, en la semana, ya en campaña, reunirse con los representantes de los grupos religiosos protestantes. En materia de ideología se consideraba seguidor de las corrientes de la “tercera vía”; según él, sus planteamiento políticos tenían lo mejor de la derecha y de la izquierda. Un día defendía la venta de PEMEX, posteriormente decía todo lo contrario. Incluso llegó a afirmar que privatizaría la paraestatal, pero no el petróleo. Asumía la apertura de mercados y, más tarde, señalaba su idea de abrir una oficina de asuntos indígenas a lado de su despacho en Los Pinos. Habló de cambiar las cosas malas pero también de dejar aquellas que la historia ha demostrado que sirven; se vestía en ocasiones con trajes típicos de las regiones que visitaba prometiendo, al mismo tiempo, la modernidad para la nación. En general, se podría decir que Fox encarnaba al ciudadano común que expresa su particular opinión sin tener la preocupación de mantener una coherencia ideológica; su imagen pretendía, precisamente, ser una síntesis imposible de mantener en la realidad7. No se puede negar, sin embargo, que durante la campaña electoral otros candidatos fueron tentados por la demagogia populista, entre ellos el PRI; con todo, en el contexto de desgaste y erosión de la legitimidad priísta dicha demagogia resultaba a veces contraproducente para la imagen del sistema. En la campaña político electoral del año 2000 no faltaron, por parte del candidato del PRI a la presidencia de la república, manifestaciones de marcado populismo; pese a todo, no tenían el eco que se quería, entre otras cosas porque Francisco Labastida Ochoa había sido, durante el sexenio anterior y ello lo había en cierta medida deslegitimado. Cuauhtémoc Cárdenas se enfrentaba a una situación similar. Su estancia como alcalde de la ciudad de México había comenzado con una serie de desaciertos alrededor de las políticas de seguridad pública, entre los que cabe destacar el cuestionamiento que recibió a varios de sus nombramientos en la dirección de policía: en su momento se argumentó que algunos de los funcionarios que designó estuvieron vinculados en décadas pasadas a oscuros organismos de investigación y represión política. Fox, por su parte, tenía en sus manos la gobernatura de Guanajuato, una entidad que por ser menos neurálgica que el Distrito Federal y la Secretaría de Gobernación no acaparaba la atención de los medios nacionales y, por tanto, tenía en sus manos un gobierno menos expuesto a las críticas de cualquier tipo, lo que le permitió mantener, en cierta medida, un bajo perfil de gobierno, donde los éxitos de las políticas no se perciben pero, así tampoco, los fracasos. 7. Por poner un ejemplo: A la pregunta de: “¿Qué ofrece Vicente Fox al país? En síntesis, "honestidad, trabajar un chingo y ser poco pendejo"" (La Jornada, 24/04/2000). 28 4. A manera de conclusión. En la historia reciente de América Latina es posible observar el incremento de determinadas prácticas populistas en un contexto de libre mercado, donde sus contornos más definidos pueden localizarse en el Perú de Fujimori, la Argentina de Menem y en el Brasil de Collor de Melo; un populismo que se caracteriza por ser el resultado de un débil sistema político, en sus formas e instituciones democráticas, y que a su vez contribuye a debilitar (Weylan, 1998; Power, 1998; Mauceri, 1997; Silva, 1999; Barczak, 2001). Como apunta Roberts (1996), dichos movimientos neopopulistas son generalmente encabezados por un líder que se destaca por su exacerbado personalismo, un discurso que exalta a las clases subalternas y desfavorecidas, pero que al incluir un dejo de antielitismo y de crítica profunda al orden político hegemónico se hace de una amplia base social heterogénea y multiclasista; lo que refuerza, finalmente, con la presencia de una serie de proyectos económicos orientados a crear redes clientelares muy específicas que se dirigen por criterios de rentabilidad política. En México, al igual que en América Latina, recientemente se ha consolidado este tipo de populismo que descansa en la profunda indiferencia de la población hacia los partidos y la política en general, y donde una personalidad como la de Vicente Fox, resulta un referente muy apreciado por la población, quien respalda de éste "la idea del cambio necesario" (Touraine, 2000: 15) . Lo cierto es que ningún tipo de populismo soporta, por mucho, los embates del quehacer político diario; como señaló claramente Weber, la ritualización del carisma mina poco a poco la sensación de que existe una unidad entre poder y sociedad, porque aquel se burocratiza más y se vuelve menos sensible a los reclamos de ésta. Una encuesta realizada a un año de que Vicente Fox accediera a la silla presidencial muestra irremediablemente esta tendencia: mientras en el 2000 un 77% de los entrevistados señalaba que el país iba por “buen camino” con el arribo de Fox al poder, en junio del 2001 solo compartían esa opinión el 38% de los encuestados (Reforma, 2/07/2001). De hecho, a principios del año 2002, el propio Fox reconocerá la necesidad de terminar con el mito de que el cambio político que él encabezó, “iba a traer solución a todos los problemas del país y a todas las familias del país" (La Jornada, 04/01/2002). 29 Bibliografía • Barczak, Monica (2001). “Representation by consultation? 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