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VIDA SOeiflblSTH
NUM. 76
MADRID, II DE JUNIO
AÑO 1911
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CÉNTIMOS
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15
CÉNTIMOS
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:::: VIDA POLÍTICA ::;: :
El Gobierno democrático que preside el señor
Canalejas ha aprobado la conducta observada el
viernes de la anterior semana por las fuerzas de
Policía y Seguridad con los albañiles huelguistas
que se manifestaron en la Puerta del Sol y en varios otros puntos de la población.
Las acometidas de dichas fuerzas contra los
manifestantes inmediatamente de dar el primer
toque de atención para que se disolvieran ó antes de darle, le parecieron bien al presidente del
Consejo de ministros, siquiera las atenuara indicando que las tales fuerzas habían sido agredidas por los obreros, que, según él, iban provistos
de revólvers, navajas, puñales, estiletes y garrotes. En apoyo de su afirmación ha dado cuenta
de una lista de 25 heridos y contusos pertenecientes á la Policía y al Cuerpo de Seguridad.
Para apreciar la importancia de este dato bastará tener en cuenta que no se hizo uso de revólvers, navajas, puñales y estiletes, según indica la referida lista de heridos y contusos, sino,
cuando más, y para repeler las agresiones de que
fueron victimas los albañiles, de algún palo y alguna piedra.
Entre los obreros, hubo tres ó cuatro heridos
y un gran número de contusos, pues los sablazos
y palos dados por los policías y por los guardias
de Seguridad en casi todos los sitios donde se
manifestaron los albañiles fueron muchísimos.
Al aprobar el jefe del Gobierno el proceder
bárbaro de los «mantenedores del orden>, no
sólo muestra su conformidad con que así se debe
tratar á los obreros cuando pacíficamente se manifiestan sin notificárselo á la autoridad, sino que
da aliento á muchos guardias de Orden público
para que sigan perpetrando las tropelías que en
ellos son usuales.
Ni los obreros, ni los que, sin tener este carácter, son verdaderamente liberales, echarán en
olvido la conducta tolerante y humana observada en esta ocasión por el Sr. Canalejas, y juzgarán que entre él y los que han demostrado francamente sus antipatías por los elementos populares no hay apenas diferencia.
No sólo por ser injusta la intervención armada
en Marruecos, á la vez que perjudicial para los
intereses de España, sino también por exponer á
nuestro país á un conflicto internacional, hemos
combatido los socialistas toda acción belicosa
en aquel Imperio.
A consecuencia de esta acción, llevada por el
Gobierno español más allá de donde le parece
conveniente al Gobierno francés, nótase ya cierta
tirantez entre ambos Gobiernos, y la prensa burguesa de ambos países se hace cargos recíprocos
sobre quien cumple mejor el Acta de Algeciras
1• •
••
y quien se propasa más en el Imperio de Marruecos.
Y no solamente ocurre esto, sino que hay periódicos españoles que, con motivo de esa tirantez, escriben cosas muy parecidas á las que
escribieron cuando empujaron al Gobierno deSagasta á declarar la guerra á los Estados Unidos.
El más exaltado de ellos. Heraldo de Madrid,
llega á decir lo siguiente en un artículo titulado
«Veto impertinente>:
«España hará lo que quiera respecto á Tetuán, porque no querrá hacer más que lo que debe, y aunque
Le Temps sople la trompeta de Jericó y aunque el
Gobierno francés amenace, no se retrocederá en el
camino que se emprenda, si se emprende, porque
afrontar todos los riesgos que llevará tras sí la contestación á una insolencia, no sólo no sería ir á la
aventura, sino hacer efectiva nuestra personalidad en
el mundo, buscando á la defensa de la dignidad española una nueva pública, y solemne consagración,
cualquiera que fuese su precio.
Para eso no habría división ninguna de opiniones.
Nuestra política de vecindad en Marruecos nos per»
tenece por entero. No podemos ser intervenidos per
nadie. Ni el Gobierno lo sufriría, ni lo vería España
con resignación. La bofetada de Fachoda no resonará
en nuestra mejilla sin que nosotros la devolvamos.
Agravios de manos confiadas no se repelen aquí con
raudales de tinta.»
¡Lucha con los moros! ¡Lucha con los franceses (eso piden ahora los que quieren que vayamos á Tetuán)! ¿Tenemos ó no tenemos razón
los socialistas para llamar av/spero á la intervención española en Marruecos? ¿Estamos ó no en
lo cierto al reclamar que se abandone toda idea
de conquista y de intervención en dicho país?
Nos parece que una respuesta afirmativa no ofrece duda.
Los que niegan nuestro interés por el territorio
en que hemos nacido y en que vivimos, nos llaman y seguirán llamándonos antipatriotas. Que
nos lo llamen. Procediendo como nosotros procedemos, clamando contra la guerra en general
y en estos momentos contra la acción que en
Marruecos efectúan nuestros gobernantes miramos más por España, nos interesamos más por
este desdichado país que los que, cerrando los
ojos á la razón y olvidando las lecciones que la
Historia nos ha dado recientemente, nos quieren
llevar no ya á una larga lucha con los marroquíes, sino á una desastrosa contienda con uno
de los pueblos más poderosos del mundo.
Seguros, segurísimos estamos de que al lado
de estos antipatriotas está hoy la inmensa mayoría de los españoles.
Pablo Iglesias.
Himnos socialistas; La Marsellesa de la Fas.—
La Commune.—La Internacional.—El Primero de
Mayo.—De venta en esta Administración. Precio:
50 céntimos. —Descuento á los corresponsales.
de las Cortes de Cádiz, desaparece misteriosamente sin haber llegado á la isla de León; Fernandito Weyler, Avelinito Montero y demás niños góticos de la prohombría democrática se
Canalejas, ya lo sabemos todos, es un demócra- meriendan los altos cargos, siendo como son unas
ta. Pero, como cualquier vulgar tiranuelo de Re- perfectas nulidades los tales bebés; sus papas, en
pública americana, tiene la manía de la sedición. amigable consorcio, se fuman las grandes brevas '
Los recientes desórdenes que la barbarie policía- á costa de la nación... Y todo ello, magnánimo y
ca originó, han sido el chispazo de una sedición triunfador, lo preside el elocuente Canalejas. Si
preparada por los albañiles en huelga. Así lo su- el pueblo se alzara contra esa merienda gubernapone Canalejas, ese pobre señor que, no siendo mental, ¿quién le habría empujado á la sedición?
más que una caricatura de Combes, se empeña en
El clamor de la conciencia pública lleva á las
que le tomemos por silueta de Narváez. Pero él Cortes la demanda de que se revisione el proceso
vive así, tan contento: frustrando tremendas sedi- Ferrer. Queda hecha trizas una iniquidad vestida
ciones y cantando en Palacio sus bravuras. No con los augustos ropajes de la justicia; pero se
vaya á ser que se eche de menos al férreo Maura, interpone el pretorianismo, la sedición—aquí sí
tan suspirado en ciertas cámaras y camarillas.
que la hubo—llama con sus aceros á las puertas
En cierto modo, no le falta razón al fonógrafo del Poder, y sobre un torbellino de frases declapresidencial, mejor dicho, no le debiera faltar. matorias y latiguillos oratorios, quedan flotando
Porque—vamos á cuentas—¿qué hace el radica- aquellas palabras: «Si yo estuviera convencido de
lismo gobernante sino fomentar toda sedición? que debiera revisarse el proceso, mil veces negaA modo de Maura, que se propuso hacer la revo- ría la pretensión...» Si la España radical se hubielución desde arriba, y tanto invitó á ella, que le se levantado contra ese pensamiento, ¿dónde harespondieron desde abajo, Canalejas es un gran bría germinado la sedición?
propulsor de sediciones.
Con mayor saña que en los tiempos de Maura,
Liberal hasta la medula de los huesos, él tiene se persigue á los escritores que no templan gaitas
que respetar profundamente la libertad del traba- aduladoras y serviles, se coarta la libertad del
jo, y en cuanto unos trabajadores no pueden pensamiento que no está al servicio de la trapería
aguantar más el régimen á que les someten sus monárquica; se encarcela á los propagandistas, se
patronos y se declaran en huelga, Canalejas pone denuncian los periódicos por cualquier motivo.
en pie de guerra un ejército. No para que los pa- Ya no se puede ni dibujar un tío narigudo en tratronos tengan más fuerza robustecidos por la de je de caza; llegará á ser peligroso el hablar del
los fusiles, no; nada más que para mantener incó- crédito que tiene el doctor Moore, de Burdeos,
lume la sacrosanta libertad de marras y desba- para curar las narices averiadas. Si un día se acaratar la revolución que se venía acercando, la ba la paciencia de quienes así se ven oprimidos,
consabida sedición. Supongamos que ante esa ¿quién les habrá llevado á la sedición?
previsión, ante el apoyo indirecto que sus enemiHay hambre, hay miseria, hay ignorancia, hay
gos reciben, los trabajadores se insurreccionan. atraso en España. La nación pide á gritos pan,
¿Quién habría alentado el movimiento sedicioso? cultura, prosperidad, vida, civilización, pero nada
Pero ya vería todo el mundo cómo nuestro demó- se le da; tenemos que civilizar á Marruecos. Allí
crata descubría el inevitable manejo de los agita- hay minas, hay negocios en flor, hay una enorme
dores que él ha inventado para estas ocasiones. cantera de dividendos crecidos; afilan sus largas
Enamorado de la regeneración del país, Cana- uñas los capitalistas; eso sí, parapetados tras las
lejas impone unos presupuestos como los en vi- huestes de infelices que por no tener 1.500 pesegor. Las contribuciones aumentan en proporción tas están obligados á conquistar con su saná regalos tan excelentes como el de 15.000 pese- gre 1.500 millones para los patriotas de cuenta cotillas al jefe de los palatinos del chuzo; en la no- rriente en el Banco. La nación no quiere guerra,
che del 31 de Diciembre al 1." de Enero, una llu- pero Canalejas sigue amparando las operaciones
via de credenciales cae sobre las falanges del de policía; se continúan clavando alfileres en el
parlanchín presidente; los momios, las direccio- cuerpo del león marroquí; habrá guerra, sangre,
nes generales, las jefaturas de negociado, etc., lágrimas, ruina. Si el pueblo se levantara contra
etcétera, le desparraman á granel para que los esa política, ¿quién le habría provocado á la sedichicos radicales se las disputen á la rebata. Si el ción?
país se hubiera levantado contra ese modo de
Los bravos mamelucos de Fernández Llano, hosdescuartizar el dinero nacional, ¿quién habría fo- tigados por quien ó por quienes desean hundir lo
mentado la sedición?
que amenaza hundirles á ellos, se dedican á atreTal proyecto de Hacienda es reconocido como pellar ciudadanos, á acuchillar obreros, á hacer
un obsequio—valga el eufemismo—á los Panta- de rompehuelgas. Como la coacción [del Poder
grueles capitalistas más caracterizados; tal crédi- público no bastaba, como era insuficiente el amto, por ejemplo, el destinado para el centenario paro á los burgueses, como el hambre no llegaba
LE SEDIGlIili EH EL FODEB
tan pronto como se creía, lánzase á modo de agentes provocadores los cosacos de la Policía, para
que haya lugar á imponer la paz después de hacer
hablar á la bestial razón de la fuerza. Si á esa provocación respondiera un grito de rebeldía, ¿á
quién achacar la sedición?
Canalejas sueña con la sedición, pero la sedición
está en el Poder. Desde las alturas guberna mentales, la sedición hace señas al pueblo para que se
entregue en sus brazos. ¡Peligroso juego! ¡Quién
sabe si al fln...!
Juan Salvador.
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LOS SUCESOS DEL DÍA 2
Siento, por un lado, tratar de este asunto, porque
en él, por la mala fe de ciertos policías, estoy encartado y tengo que hablar de mí.
Pero la defensa es justa, y creo se me haya de
perdonar el propósito.
No he de repetir aquí lo que manifesté en carta
á la Prensa, en la cual justificaba queyo fui ajeno
en absoluto á los sucesos, por la sencilla razón de
que no sabía nada absolutamente de que iba á
realizarse aquella manifestación.
Fui allí para informar á España Libre de lo que
ocurriera, y cuando llegué á la Puerta del Sol, ya
hacía un gran rato que había empezado el despejo de la plaza, y ya habían detenido á otro compañero en la Prensa, al Sr. Arpe.
Lo que ocurrió fué, que cuando ya no quedaban
casi grupos y sí sólo algunos rezagados, la Policía, con malos modos, empujando violentamente
á éstos, los hacían caminar en dirección á las calles inmediatas, y lo que es natural en cualquier
ciudadano digno hice yo, y es que al ver el proceder de los policías, protesté de la forma en que
conminaban á los obreros, que pacíficamente ya
á esa hora se paseaban, para que abandonaran rápidamente la Puerta del Sol. Como mi actitud les
molestó y no podían hacerme nada porque no
hubo ni aun siquiera desacato, inventaron lo de
que yo iba capitaneando grupos, agregando que
venía con el grupo de manifestantes por la caile
de Alcalá, y que al llegar á la Puerta del Sol saqué un pañuelo, que flameó, diciendo; d ellos. Los
que me conozcan y los que conozcan al Partido
Socialista se darán cuenta de lo burdo de la patraña.
¡Capitanear grupos con un paraguas al brazo!
¿Se ha visto cosa más,absurda? Primeramente, yo
no estaba en la Puerta del Sol cuando empezaron
los sucesos, ni cuando llegaron grupos, ni sabía,
como ya he manifestado, que los albañiles se hubieran ¡congregado para manifestarse. Además,
en la Puerta del Sol no vi yo que nadie hiciera
frente á la fuerza pública y sí á ésta cargar para
dispersar los grupos. ¿Si allí nadie atacó? ¿Para
qué se iba á capitanear?
Yo, en cumplimiento de mi misión periodística, preguntaba detalles á unos y á otros, á compañeros de la Prensa, á obreros y hasta á los
mismos policías que estaban al lado de varios
periodistas en Gobernación. Pero protesté de lo
indicado, les molestó á los policías, me detuvieron por esta protesta, y como resulta que yo soy
socialista y los socialistas no tenemos derecho á
hacer información de sucesos, por lo visto; como
por las ideas se nos tiene ganas, se aprovechó la
ocasión de mi detención y quisieron cargar la
mano, acusándome de jefe de grupos, nada menos
que de un movimiento sedicioso.
Excuso decir que si conforme no ocurrieron,
por suerte para todos, desgracias mayores en la
Puerta del Sol, llega á haber muertos y heridos,
no sé lo que hubieran hecho conmigo por el simple testimonio de algún policía.
Y si por una de esas casualidades ocurren estos sucesos con Jas garantías constitucionales
suspendidas, hasta hubiera sido posible que por
ese falso testimonio, en juicio sumarísimo, me
hubieran fusilado antes de las veinticuatro horas,
como primera providencia, y luego vaya usted á
apelar. ¿Podemos los ciudadanos estar á merced
de la mala fe de media docena de esbirros? ¿Ño
está reconocido el Partido Socialista dentro de la
legalidad, no se desenv,uelve dentro de ella? Pues
entonces, ¿por qué se procede contra mí, por qué
se me acumulan esos cargos, sin ser ciertos? Solamente por las ganas que nos tienen á los socialistas. Creemos que tanto para el caso mío como
para los demás, se impondrá la rectitud del juez
encargado de los sumarios y no prevalecerán las
calumnias de los policías que hicieron acusaciones tan gratuitas.
Al fin y al cabo, por estos accidentes no hemos
de dejar de ser tan socialistas como antes.
T. Alvarez Ángulo.
—¡Señor, Señor! ¡En estos tiempos de pornografia, protégeme y haz que no se enamore de mi la
Chelito ni ninguna otra desgraciada sicaliptica!
o c
ü a eivilizaeión y la
mulef.
II
«Los obreros fueron los primeros
en sufrir las consecuencias lógicas
de la participación de la mujer en la
producción social, y han tenido que
reemplazar su ideal de artesanos
— la mujer casera —por el nuevo
ideal de la mujer compañera del
hombre, en sus luchas económicas y
políticas, para el mejoramiento del
trabajo y su emancipación total.»
LAFARQUE. — ¿a question de la
femme.
Una de las preocupaciones de los qu3 se llaman
antifeministas es la probabilidad de que se masculinice la mujer si se lanza á esa vida activa en
la que hasta el presente sólo intervinieron los
hombres.
Ocurre esto porque se observan algunos efectos
sin pararse á considerar las causas que los producen, ó por exageraciones que nada tienen que
ver en lo que de justo y razonable tiene este asunto de la' emancipación femenina.
No puede negarse que hay mujeres que interpretan mal estas aspiraciones emancipadoras, y
entonces ocurre un caso parecido al que se observa en lo que se refiere á los actos de los que dirigen la marcha social y política en nuestro país.
Los hombres y mujeres que se precian de muy
religiosos, producen con su intolerancia y sus intransigencias el ateísmo. Los políticos que se llaman muy ufanos personas de orden, provocan
con sus despotismos el desorden. Las exageraciones y extravagancias en el vestir, y la de algunas
mujeres que se precian de feministas pose, hacen
antipáticas á algunos las aspiraciones justísimas
de la mujer. Estas paradojas son constantes cuando se rebasan los límites del justo medio y acompañan siempre á todos los movimientos sociales
de verdadera transcendencia. ¿No han sido todos
estos grandes movimientos, en su aparición, objeto de críticas exageradas por sus contrarios y
de no menos exageradas actitudes por sus entusiastas defensores?
No obstante, existen casos en los que el masoulinizarse la mujer es por motivos que nada tienen
que ver con dichas extravagancias, y tiene por
causa esta injusticia de la explotación humana,
que la obliga á vivir en un medio social que las
exige trabajos verdaderamente depresivos.
Quien estas líneas escribe, hace algún tiempo
que, con toda la candidez de la ignorancia, escribía las siguientes palabras: «El ser socialista no
ha de ser obstáculo para que la mujer sea bien
mujer, esto es, tener aptitudes, gustos y aficiones
puramente femeninas.» Pues bien; para tener esos
gustos femeninos y poder exteriorizarlos, aparte
de la delicadeza de sentimientos, han de ir en
consonancia la educación, el trato de gentes, el
vestido y la actitud fina y amable. Ahora figurémonos que allá, entre las obreras que en los puertos del Cantábrico descargan mineral, hubiera
alguna socialista y fueran á decirla que la mujer
debe cuidar de su actitud y de su toilette, y que
resulte todo esto bien femenino, bien fino, bien
agradable. ¿No tendría razón para mandar enhoramala á quien le aconseja todo esto y se queda
tan fresco, mientras á ella la obliga la necesidad
á continuar en su trabajo extenuante, sucio y horriblemente embrutecedor?
Ni en la intimidad de la vida, ni en sociedad, ni
aun tomando parte en las luchas socialss para redimirse de su injusta posición social, debe la mujer olvidar que es mujer; pero esto no obsta para
que se reconozca que entre muchas mujeres, que
cual las descargadoras antes citadas, tengan aptitudes—por el medio en que viven—poco femeninas, existan mujeres de sentimientos mucho más
tiernos y más sublimes que los de muchas damiselas que se presentan ante el mundo acicaladas
y compuestas con la más refinada y dulce coquetería femenina, y son unos monstruos por su dureza de corazón y por sus extraviadas é impuras
inclinaciones.
Por otra parte, las contingencias, cada vez más
duras, de la vida de quien subsiste de un salario,
no es posible compaginarlas completamente con
esa dulzura y feminidad que preconizan los contrarios del avance de la mujer. Son muchos los
que, con malicia ó sin ella, interpretan mal las
teorías de su emancipación. Si la mujer ha de ser
factor de la riqueza social; si ha de compartir con
el hombre un vivir, en el que los medios económicos que conservan nuestra vida desaparecen en
ocasiones, por esa ley fatal del mundo burgués
que á nadie asegura estos medios de subsistencia; si ha de ser luchadora, valiente y brava, y á
esa lucha ha de aportar su actividad y sus energías, toda aquella dulzura y debilidad femenina
están de sobra. Resulta verdaderamente demodé
citar hoy lo que dijeron escritores y poetas respecto á lo que ha de hacer ó no hacer la mujer.
Por ser de otros tiempos, sus opiniones y teorías
resultan hoy horriblemente arcaicas. No son lágrimas, quejas y debilidades el arma más propia
para luchar la mujer que no vive en elegante
boudonir; el odio á un sistema social, que la exige
sus energías y actividad y la trata injustamente,
lo que ha de inspirar á toda asalariada es el enérgico y viril fa ira pa ira de las revolucionarias
lavanderas francesas.
Si á conocimiento de las mujeres condenadas á
trabajos rudos y deprimentes llegaran las doctrinas de Darwin acerca de la selección ó depauperización y transformación de las razas por causa del
medio en que viven y se desarrollan, posible les
fuera, por la experiencia adquirida á costa suya»
contestar á quien les echara en cara el ser hombrunas:—Que traigan aquí á trabajar con nosotras
una de aquellas huríes del séptimo cielo, yjya veremos si al cabo de algún tiempo es tal hurí deseable ni inspiradora de ensueños.
La Mesología, hija de las teorías del ilustre autor de Origen de las especies, no tendría más remedio que darlas la razón; mas también por esta
misma teoría, la mujer que vive de su trabajo, generalmente, es más valiente y animosa que la que
vive en dependencia, que ha de doblegar en muchas ocasiones su voluntad á la voluntad de los
demás.
Por otra parte, las costumbres de hoy distan
mucho de ser las de otros tiempos, en que á las
mujeres se las recluía en el hogar siguiendo
aquella máxima tradicional: la mujer honrada, la
pierna quebrada y en casa. Las mujeres de la alta
burguesía y de la aristocracia han echado por la
borda esta tradición oriental. Los deportes, las
visitas, los viajes, las excursiones, las modas, las
compras, las diversiones y los entretenimientos
del flirt y de las prácticas religiosas las tienen en
constante movimiento. Entre las mujeres de la
clase profesional y pequeña burguesía quedan algunos pájaros bobos, que dijo ligarte; pero esto
sólo es en los países de poca expansión industrial, y ya trataremos de exponer cuál es su situación allí donde las condiciones de vida son muy
otras. En cuanto á las asalariadas, ya es sabido
que las obliga el trabajo á no cesar en su actividad para ganarse la vida.
Esta mayor independencia de la mujer es lo que
permite hoy que, acompañada ó sin compañía, en
las ciudades verdaderamente á la moderna, frecuente teatros, cafés y otros sitios de recreo; y si
se trata de una obrera y va á un Centro ó Casa del
Pueblo á distraerse ó á tomar café, en primer lugar está en su perfecto derecho para hacerlo; si
tiene hijos y el objeto que la guía es el de orientarse é instruirse para guiarlos convenientemente, acudir á esos Centros es cumplir un fin altamente social.
Si la mujer, aparte de ser la compañera del
asalariado, alentadora de sus aspiraciones liber6
tadoras, ha de cumplir su misión personal de
brava luchadora contra todas las injusticias sociales; si es un deber fomentar las Sociedades de
oficio ó ingresar en ellas; si ha de organizar
mítines, reuniones y manifestaciones; si ha de
manifestarse resuelta enemiga de la guerra y de
todos los despotismos que perjudiquen á la sociedad en general, ¿cómo no asociarse y hacer una
vida activa para lograr estas justísimas y civilizadoras aspiraciones? Ya en este caso, la mujer
que tenga hijos necesariamente habrá de dejar su
cuidado momentáneamente y acudir á dar cumplimiento á las obligaciones que generosa y voluntariamente se impuso.
Todos sabemos que son las horas de la noche,
después de la jornada de trabajo, las que los trabajadores pueden dedicar á cuanto se relaciona
con la organización obrera. Si la madre proletaria, con igual fin, deja en este intervalo de tiempo á sus hijos, bien dejados están, si gozan salud,
pues en esas horas su quehacer es dormir, y no
porque la mamá los abandone tres ó cuatro horas
á la semana irán los angelitos al cielo, sino por
las penosas circunstancias que abruman la vida
de los trabajadores, y tanto el hombre como la
mujer proletarios estamos en el deber y tenemos
el derecho de combatir.
La dulzura y los tiernos sentimientos, bien profundos, debe la mujer relegarlos al terreno de la
afectividad, sin que Jos ensombrezca una pizca de
egoísmo; pero la voluntad, bien firme y bien educada la necesita para echarse de encima todo ese
fardo de preocupaciones, que cual losa de plomo
la oprimen, allí donde el espíritu de los tiempos
modernos sólo envía débiles sus corrientes emancipadoras, hijas de los efectos bienhechores de la
civilización.
Amparo Martí.
Barcelona.
1-1.11. 'Lii.n.n.'i-i'ir'r'i'iOr " - " i " !•"
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UNIVERSAL
Cesen sus fieros cantos de guerrero
y borren los semblantes belicosos,
todos los que por ser muy poderosos
pretenden dominar al mundo entero.
Ábranse escuelas, donde á todo obrero
se le extraigan, con textos amorosos,
todos aquellos vicios perniciosos,
que le hacen presentarse adusto y fiero.
Y una vez los cerebros bien pulidos,
trabaje el débil con potente brazo
y considere el fuerte á los caídos.
Logrado esto, en un solo regazo
cobijémonos todos siempre unidos,
por cariñoso y fraternal abrazo.
Francisco Yust.
Con este título acaba de publicarse un tomo de
comedias de nuestro compañero Meliá, que nos
excusamos de elogiar reproduciendo el siguiente
Comentario q^ue al rolumen pone el gran literato
Manuel Ugar i" e:
«El autor de estos dramas ásperos y elocuentes
que nos hablan de la vida ruda' y dolorosa del
arrabal, ha querido que yo escriba cuatro párrafos para cerrar e\ volumen, y accedo al pedido
amable con el mayor placer. La estimación intelectual que tengo por Juan A. Meliá y las digresiones tentadoras á que se presta el asunto me
llevarían á emborronar largas páginas si no me
ciñeran otros trabajos urgentes y si no abrigáramos todos la- convicción de que el mejor mérito
de estas presentaciones consiste en la serena brevedad. Sinteticemos, pues, en el menor espacio
posible algunas de las reflexiones generales que
sugiere la obra.
Todos saben que el teatro fué, hasta hace poco
tiempo, un arte de lujo, destinado á las clases más
altas de la sociedad. Yerto servidor de la belleza
pura ó flexible cortesano de las debilidades y las
preocupaciones de un grupo, sólo atendía á cultivar idealismos ó á servir intereses transitorios,
al margen casi siempre de las inquietudes generales y á menudo en pugna con la verdad y con
la vida. El mismo espíritu nuevo no logró cambiar sus direcciones. En vano las victorias de la
Democracia empezaron á hacer un lugar á las
multitudes; en vano el bienestar creciente y la
«ducación más honda dieron acceso á las salas de
espectáculo á los que antes se hacinaban á la
puerta de ellas; en vano hubo una metamorfosis
©n la meníalidad y la composición del público.
Escudado en pretextos do tradicionalismo ó de
estética, el teatro siguió siendo un arte cerrado y
unilateral. La escena estaba monopolizada por los
nobles espadachines, por las damas linajudas,
por los opulentos burgueses, por los beatíficos
prelados, por los guerreros inverosímiles, por
toda la fauna triunfante de una sociedad aristocrática y exclusivista que quería verse representada en sus situaciones más salientes. Durante
muchos años asistimos así auna contradicción curiosa. Los grandes coliseos elegantes donde, más
ó menos separados por la distancia y por la altura, coexisten los dos públicos; las salas menos
lujosas, donde se equilibra el elemento popular y
la clase media y hasta los tinglados y los corrales
de suburbio, sostenidos por la más auténtica representación del pueblo, ofrecieron invariablemente, sin más diferencia que la del decorado y
los actores, un espectáculo único. Los personajes,
las pasiones y la moral de los grupos directores
que habían hecho un teatro á imagen de sí mismos, sirvieron en bloque para todas las clases de
la sociedad, y la nación entera se vio atada á la
concepción artística, intelectual y económica de
un núcleo exiguo y numéricamente insignificante
que afirmaba hasta en los recreos y los goces su
instinto de dominación.
Pero toda fuerza consciente de su poder acaba
por influir sobre lo que la rodea, y la masa empezó á imponer gradualmente sus concepciones,
sus conflictos y su atmósfera especial. Cansada
de asistir á la vida de los otros, quiso verse vivir
olla misma. Al conjuro de la necesidad nacieron
los dramaturgos que dieron forma al deseo co-
mún. El drama de inspiración democrática halló
la acogida más halagüeña, no sólo por parte del
público, al cual parecía dirigirse, sino por parte
de los que, cansados de cultivar su propio jardín,
ansiaban perspectivas y sensaciones inéditas. La
belleza se escapó de los salones para ensanchar
sus dominios; los pajes, los escuderos y los villanos fueron á su vez héroes de tragedia, y los autores dramáticos, según su temperamento, unos
en sátiras sutiles, otros en comedias de combate,
determinaron una reacción contra la manera antigua, demostrando que es posible cultivar dentro del teatro todos ios temas y amparar todas
las opiniones, hasta transformarlo en síntesis de
la vida universal.
A esta nueva manera de ver, ya aclimatada en
todas partes, pertenecen los dramas reunidos en
el presente volumen. El autor ha forzado acaso el
matiz para dar un contrapeso á las tendencias de
antes, y ha hecho, en vez de drama social, drama
socialista. Pero la localización y la tesis no impiden que asome en las escenas tumultuosas la
palpitación y el ímpetu de la Naturaleza.
El ataque rudo é ininterrumpido que las anima
es un grito estridente lanzado desde el valle. No
hay desafinación, no hay choque, no hay sermón
extemporáneo. El anatema que se desprende del
conjunto contra la opresión política y económica
tiene cierta amplitud que alcanza á todas las fuerzas del mal.
Yo no sé si hubiera sido preferible dejar que la
moral se desprendiera sola de las situaciones y
de los diálogos, en vez de hacerla brillar á manera de incitación ó consejo. Lo único que puedo
afirmar es que La leona, El dia de manaiia y Los
predilectos, son jirones de vida que me impresionan hondamente.
Todo esto desde el punto de vista puramente
literario. Desde el punto de vista social, este libro
tiene mayor alcance.
Fué escrito, según dice Meliá, con el propósito
de ofrecer una serie de comedias fáciles á los actores aficionados que se hacen aplaudir á menudo en los Centros obreros, y no cabe duda de que
va mucho más allá del fin que el autor se propuso.
Lo que el lector tiene á la vista no es un haz de
dramas ocasionales y reducidos, sino un gran
fresco viviente que puede ser exhibido ante un
vasto público.
Cuando exista una escena consagrada á la clase
social más numerosa, las obras de Juan A. Meliá
ocuparán en ella un lugar preeminente, porque
rara vez se ha puesto en evidencia con tanta sinceridad y tanto tino el problema de la injusticia
social.
Entre las obras especiales de propaganda que
conozco, pocas pueden competir con ésta. La claridad de la exposición, el escalonamiento lógico
de la intriga, la sencillez del lenguaje y el noble
espíritu de robellón que campea en todas las páginas, le dan un alcance superior y una eficacia
concluyente.
El empuje es hermoso, la intención es pura y
el autor merece, á mi juicio, un doble aplauso:
por la honradez mental de que hace gala y por el
idealismo reconfortante con que fustiga los errores y los crímenes de la sociedad actual.
Manuel Ugarte.
CUENTOS DE LA GUERRA: LO HORRIBLE
•^D*^
9
La noche, tibia, descendió lentamente.
Las mujeres habían quedado en el salón de la
ville. Los hombres, sentados ó á caballo sobre las
sillas del jardín, fumaban, ante la puerta, en
círculo, alrededor de una mesa redonda llena de
tazas y copitas.
Sus cigarros brillaban como pupilas en la sombra que, de minuto en minuto, se hacía más espesa. Se había hablado de un terrible accidente
ocurrido la víspera: dos hombres y tres mujeres
ahogados allí, enfrente, en el río, ante la vista de
los invitados.
El general G. pronunció:
—Sí, esas cosas son conmovedoras, pero no son
horribles.
Lo horrible, esa antigua palabra, quiere decir
mucho más que terrible. Un accidente como ese
conmueve, trastorna, aterra; pero no horroriza.
Para experimentar el horror se precisa más que
la emoción del alma y más que el espectáculo de
un muerto: es preciso un estremecimiento de
misterio, una sensación de espanto anormal, fuera de lo natural. Un hombre que muere, aun en
las condiciones más dramáticas, no despierta el
horror; un campo de batalla no es horrible; la
sangre no es horrible; los crímenes más viles
raras veces son horribles.
Escuchen ustedes un ejemplo personal que me
hizo comprender qué cosa puede entenderse por
horrible.
Fué durante la guerra de 1870. Nos retirábamos
hacia Pont-Audemer, después de atravesar Eouen.
El ejército, unos 20.000 hombres, 20.000 hombres
derrotados, desbandados, desmoralizados, agotados, iba á reconstituirse en el Havre.
La tierra estaba cubierta de nieve. La noche
caía. Desde el día anterior no se había comido
nada. Se huía á prisa, porque los prusianos no
andaban lejos.
Toda la campiña normanda, lívida, manchada
por las sombras de los árboles que rodeaban las
granjas, se extendía bajo un cielo negro, pesado y
siniestro.
En medio del tenue resplandor del crepúsculo,
no se sentía otra cosa que un rumor confuso,
blando, y sin embargo desmesurado, de rebaño en
marcha, un pataleo infinito, mezclado con un
vago tintineo de gabetas y de armas. Los hombres encorvados, sucios, andrajosos, se arrastraban presurosos sobre la nieve con grandes pasos
de fatiga.
La piel de las manos pegábase al acero de las
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culatas porque helaba cruelmente aquella noche
A menudo veía yo á un mozo quitarse las botas
para andar con los pies desnudos por lo mucho
que le hacía sufrir el calzado; en cada huella quedaba una mancha de sangre. Después, al cabo de
algunos minutos, caía y no se levantaba. Cada
hombre que se sentaba era un hombre muerto.
¡Y cuántos de estos pobres soldados dejamos
atrás, agotados, que pensaban seguir andando
cuando hubiesen dado descanso á sus piernas rígidas! Pero apenas habían dejado de moverse, de
hacer circular por su carne helada la sangre casi
inerte, un entorpecimiento les inmovilizaba, les
clavaba en tierra, cerraba sus ojos, paralizaba en
un segundo la máquina humana rendida. Y caían,
con la frente sobre las rodillas, sin rodar, sin embargo, porque la columna vertebral y los miembros estaban inmóviles, duros como madera, imposibilitados para doblarse ó enderezarse.
Y nosotros, más robustos, andábamos siempre,
helados hasta el tuétano, avanzando por la fuerza
del impulso tomado, en esta noche, sobre esta
nieve, por esta campiña fría y mortal, aplastados
por la tristeza, por la derrota, por la desesperación, y más que nada, ahogados por la abominable sensación del abandono, del ñn, de la muerte, de la nada...
Apercibí ádos gendarmes que sujetaban por los
brazos á un hombrecillo singular, viejo, sin pelo
en la cara, de aspecto verdaderamente extraño.
Buscaban un oficial creyendo haber prendido á
un espía.
La palabra «espía» corrió en seguida por entre
los soldados y se formó un círculo en torno del
prisionero. Una voz gritó:
—¡Hay que fusilarle!
Y todos aquellos soldados que caían de agotamiento, que se sostenían en pie porque se apoya
ban en sus fusiles, sintieron de pronto un estrecimiento de cólera furiosa y bestial que impulsa á
las muchedumbres á la matanza.
Quise hablar; yo era entonces jefe de batallón;
pero ya no se reconocían jefes y me hubieran fusilado á mí mismo.
Uno de los gendarmes me dijo:
—Hace tres días que nos sigue. Á todo el mundo pide noticias sobre la artillería.
Quise interrogar á aquel ser:
—¿Qué hace usted? ¿Qué quiere? ¿Por qué sigue
usted á las tropas?
Murmuró algunas palabras en su ininteligible
dialecto.
En verdad, era un extraño personaje, de hombros estrechos, mirada astuta, y tan turbado ante
mi presencia, que no puse en duda fuese un espía.
Parecía muy viejo y débil. Me contemplaba con
aire de humildad, estupidez y astucia.
Los hombres que nos rodeaban daban gritos:
—¡Á la tapia! ¡Á la tapia!
Yo pregunté á los gendarmes:
—¿Me responden ustedes del prisionero? .
No había acabado de hablar.cuando un pelotón
me arrolló, y en un segundo vi al hombre cogido
por los soldados furiosos, tirado en tierra, golpeado, arrastrado á la cuneta de la carretera y
arrojado contra un árbol.
Inmediatamente se le fusiló. Los soldados tiraban sobre él, recargaban sus armas, tiraban de
nuevo con un encarnizamiento de bestias. Se empujaban por tirar, desfilaban ante el cadáver y
tiraban siempre sobre él, como se desfila ante un
ataúd para arrojar agua bendita.
Mas de pronto, se oyó un grito:
—¡Los prusianos! ¡Los prusianos!
Y por toda la campiña sentí el rumor inmenso
del ejército aterrado que corría.
El pánico, nacido de los disparos contra el vagabundo, había enloquecido á los propios ejecutores, que, sin comprender que el espanto venía
de ellos mismos, lanzáronse á la carrera y desaparecieron en la sombra.
Yo quedé solo ante el cuerpo con los dos gendarmes, á quienes el deber había hecho permanecer cerca de mí.
.Levantaron aquella carne triturada, molida y
sanguinolenta.
—Hay que registrarle—les dije.
Y les di una caja de cerillas largas que llevaba
en el bolsillo. Uno de los gendarmes alumbraba
al otro. Yo me hallaba en pie entre los dos.
El que registraba el cuerpo declaró:
—Vestido con una blusa azul, una camisa blanca, un pantalón y un par de zapatos.
La primera cerilla se extinguió; se encendió la
segunda. El hombre siguió registrando los bolsillos:
—Una navaja, un pañuelo á cuadros, una caja
de rapé, un pedazo de cinta, un mendrugo...
La segunda cerilla se apagó. Se encendió la tercera. El gendarme, después de haber palpado
mucho el cadáver, declaró:
—No hay más.
Yo dije:
—Desnúdele. Quizás encontraremos algo pegado al cuerpo.
Y para que los dos pudiesen acabar antes, me
puse á alumbrarles. A la luz rápida y pronto extinguida de la cerilla, les veía quitar los vestidos,
uno á-uno, dejando desnudo aquel fardo sangriento de carne muerta y aun caliente.
Súbitamente, uno de ellos balbució:
—¡Por Dios, mi comandante, si es una mujer!
No sabría decir á ustedes que extraña y conmovedora sensación de angustia me oprimió el corazón. No podía creerlo, y me arrodillé en la
nieve, ante aquella papilla informe para ver: ¡era.
una mujer!
Los dos gendarmes, desconcertados, esperaban
que yo emitiese mi opinión. Pero yo no sabía qué
pensar, qué suponer.
Entonces el cabo dijo lentamente:
—Puede ser que viniese en busca de su hijo,,
que será soldado de artillería. No tendría noticias
de él...
Y el otro respondió:
—Puede ser que sí.
Y yo, que había visto cosas muy terribles, me
puse á llorar. Yo sentí, ante aquella muerta, en
aquella noche helada, en medio de aquella Uanu-
UN MONARCA DESTRONADO Y TRONADO
MANOLITO DE PORTUGAL
ra negra, ante aquel misterio, ante aquella desconocida asesinada, lo que quiere decir la palabra
«Horror».
Esto es lo que el general G. nos contó la otra
noche...
Guy de Maupassant.
nomía en las patatas, menos de un céntimo en
kilo. En el bacalao, ninguna. ¿Judías? Tres céntimos en kilo. ¿Lentejas? Tres céntimos kilo. Y así
por este orden en todos los artículos que constituyen las excedencias de nuestra mesa.
¿Dudáis aún de que Canalejas, Non plus ultra
del radicalismo monárquico, trabaja sólo para los
ricos? Pues vayan números.
ün burgués que pague 5.000 pesetas de casa, que
ya no será ningún pobrecito, tendrá que pagar
algo menos de dos pesetas diarias por impuesto
al inquilinato. Pero en cambio sa encontrará,
5i(2n)pi"<2 lo íT)Í5rT)0.
seguramente, relativamente al gasto de subsisBastará una pequeña atención á los números tencias en su casa, una economía de 7 pesetas
para observar que el gran Canalejas, al transfor- diarias. ¡Como no! En cada par de pollos se ecow,ar los Consumos, no ha hecho más que lo que nomiza 60 céntimos; en cada ave trufada, 1,25 pehacen todos los gobernantes burgueses: favorecer setas; en cada pavo, 1 peseta; en cada botella de
los intereses de los capitalistas, que son los suyos champangne, 1,50 pesetas; en cada botella de vino
propios.
de Burdeos, 75 céntimos; y así por este orden se
Para demostrar esto, voy á escoger un hecho encuentra en todos los artículos de su consumo
donde más extensamente disfrutan los trabajado- una economía positiva. Mientras que nosotros no
res de los beneficios de la transformación, y de encontraremos ninguna: ¡Cuando Canalejas, haga
este modo veremos que los únicamente favoreci- tributar debidamente los cotos de caza, los autodos son esos pobrecitos de los automóviles, el móviles, los troncos de caballos, las botellas de
cognac y el champagne... ¡El cocido! He aquí donde congnac, champangne, etc., los capitales mayores
podemos demostrar que para los trabajadores no de tres mil pesetas, el gusto de tener servidumbre,
hay, con la transformación de los Consumos, más en general, todas las manifestaciones del lujo,
beneficio que el de orden moral: la desaparición ¡entonces! y ¡sólo entonces! podrán los trabajadode las casetas y demás limones de la tierra de res ir creyendo que los gobernantes quieren hacer
María Zaniizima.
algo por el pueblo. Todo lo que no sea eso, será
Voy á calcular un cocido para cuatro personas. falsedad demostrable con que Canalejas trata de
Lo que cuesta en la actualidad en Madrid: Sopa, estorbar el camino de emancipación emprendido
15 céntimos; garbanzos, 25; tocino, 20; verdura, 10; por los trabajadores españoles.
carne, 50; vino (suponiendo que lo permita D. AlDesiderio Tavera.
fonso) 20; confección ó combustión para el mismo,
10. Total, 1,50 pesetas.
Economía de este cocido frente á la transformación
de los Consumos: En la sopa, 2 céntimos; garbanzos, 1 V^; tocino, 4; verdura, insignificante; carne,
El pobre ministrante Juan García,
ninguna; vino, ninguna (costará á más precio que
harto de trabajar como un pollino,
en la actualidad); carbón, insignificante (5 céntihambriento iba á su hogar el otro día
mos en arroba).
filosofando así por el camino:
Tenemos, pues, que en un cocido de 1,50 pese—Feliz el que comiendo salchichón
tas, que ya resulta para los trabajadores un Excey truchas y perdiz al natural...
lentísimo Cocido, nos encontramos una economía
no tiene más molesta ocupación
nada menos que de 7 V4 de céntimo. ¡No me cabe
que alguna «ocupación intestinal».
duda que el Sr. Canalejas nos tiene arreglados^
A. Hernández-Cid.
como él decía, dentro de cincuenta años!
Se dirá: Sí, pero los trabajadores no comen cocido á todas horas. Efectivamente. ¿Qué toman á
Á PROPÓSITO DE LA AVIACIÓN
otras horas? Por las mañanas, un cubilete do recuelo. ¿Y qué contiene ese cubilete? Leche, café,
Los éxitos de los espectáculos de aviación prueazúcar y algunas veces medio panecillo largo. Métamenos dentro del cubilete y busquemos las eco- ban la preocupación del público por la nueva fornomías. ¡Buena caza hemos hecho! ¡Pasmaos, com- ma de locomoción aérea: la aviación. La especulapañeros! Por cada litro de leche que utilicemos, ción se ejerce ya ostensiblemente en este terreno.
nos encontramos 2 céntimos de economía. O tra Los comerciantes tienen en su catálogo, fabricancosa. Café,ninguna; azúcar, ninguna; pan,ninguna. do la aviación, las emociones de la muchedumbre
Es que los trabajadores algunas veces cenan. y las hazañas peligrosas de los pilotos.
Venturosamente, al lado del espíritu comercial
Bien. ¿Qué cenan? ¿Patatas con bacalao? Pues eco-
FILOSOFÍA CALLEJERA
10
otros sentimientes más puros existen en el ánimo
de los que organizan ó toman parte en estas fiestas. Los ingenieros buscan las soluciones de los
problemas mecánicos, levantados cada día por las
alas de las máquinas voladoras; las rivalidades de
valor y saber establecidas con tal motivo, elevan
algunos caracteres sobre el nivel medio, tan bajo
en nuestra época.
Pero al lado de estas felices consideraciones
hay una de la cual debe percatarse con urgencia
el Partido Socialista. La aviación trae inherente el
establecimiento de un nuevo derecho: el del aire.
Nada puede existir en las sociedades civilizadas
sin que los deberes y los derechos sean definidos
y fijados tan exactamente como sea posible en los
Códigos y Reglainentos.
El Código del aire, los Reglamentos relativos á
los aparatos, su marcha ó su funcionamiento, se
establecerán como para los demás elementos de
la vida en sus elementos conocidos.
Pero aquí, el campo és tan vasto, tan nuevo, que
los límites en los que los legisladores han operado desaparecen.
Este nuevo Código no puede ser nacional; ninguna barrera material puede ser establecida para
los hombres-pájaros; ningún signo visible puede
ser colocado exactamente indicando al aviador
que lo que es verdad en tal lugar es error en cual
otro. Es inevitable una norma única internacional.
Hase verificado ya una Asamblea en París para
estudiar un anteproyecto de Reglamento internacional aéreo. Entre los hombres que han tomado
parte en estas primeras reuniones, muchos están
poseídos de un espíritu particularista, lamentable
en tal ocasión; otros representan, sobre todo, la
élase capitalista, ávida de acaparar los beneficios
del descubrimiento.
Con la rapidez creciente y la multiplicación de
los medios de comunicaciones, muchos problemas salen del cuadro de las nacionalidades y obligan ya á las Administraciones locales á entenderse á través de las fronteras, y algunas veces á
concertarse por una fórmula única. Poco á poco,
gracias á los progresos industriales, avanza y se
agranda la idea de las reuniones internacionales.
La aviación puede auxiliar en grado sumo la obra
de paz, obligando á los representantes de todas
las naciones á agruparse para legislar ó arbitrar
con espíritu de equidad.
A mi parecer,el Partido Socialista debería aportar su esfuerzo, y trabajar para que el aeroplano
se convierta próximamente en instrumento de paz
mundial.
Los mamelucos de todos los países sueñan con
barreras nacionalistas en los aires. Últimamente,
algunos han protestado brutal ó ingenuamente
contra un piloto que navegaba á 500 metros por
cima del suelo de su país. Estos mentecatos no
constituyen un gran partido, pero el hecho subsiste con sus apologistas y sus detractores.
Infinidad de circunstancias se presentarán, con
el desenvolvimiento de la industria nueva, que
aportarán á las diversas tendencias motivo de
discusiones. Los unos querrán hacer del instrumento nuevo un medio de guerrear; los otros, so
pretexto de defender su suelo, protegidos por una
situación particular, intentarán circunscribir el
campo de acción de los aviadores. Las derivaciones del nuevo descubrimiento son inmensas, y numerosos los problemas que planteará en cada país.
El Partido Socialista debe hacer oir su voz en
las inevitables discusiones que suscitarán estos problemas. Su pensamiento es muy intemacionalista, para que no trabaje por internacionalizar el Código del aire; para que no contribuya
á que el instrumento nuevo, puesto por la ciencia
en manos del hombre, sea medio de concordia y
factor de bienestar para la Humanidad entera.
Bien sería que en nuestras reuniones y en nuestros Congresos la cuestión de la aviación, y, sobre todo, sus numerosas repercusiones económicas y políticas, fueran puestas á la orden del día.
El estudio del problema nuevo honra á los que
se ocupan en él, y muy especialmente á los que
en sus investigaciones se fijan en este noble ideal:
servir al progreso material y moral de los hombres, sin distinción de nacionalidades ni de razas.
Vicente Carller.
Algo sobre la pornografía.
Hablemos de todo un poco, y tóquele su turno
á la delicada y escabrosa cuestión de los garrotines, pulgas y demás falaces espectáculos. He de
decir que poco entiendo de esas cosas, y que, poco
perito en la materia, he de incurrir en errores lamentables. Perdón os pido de antemano, porque
aparte de no haber conocido más pulgas que las
que en ocasiones pasean sobre mi individuo; otras
amaestradas que vi trabajar en un saloncillo hace
años, y á los banderilleros de este nombre, cuando tenía la afición estúpida á los toros, tampoco
puedo presentaros una documentación tan lucida
como la que cierto senador llevó á Montero Ríos.
Aparte mi ignorancia, sé lo bastante para comprender que la guarrada llegó á la cúspide del
Capitolio, y que no debe tolerarse ese público
alarde de lascivia. En buen hora que un padre de
la patria se solace en la obscuridad de un comedor, y sin peligro de escándalo, en pellizcar á su
criada. Pase que un miembro de la más elevada
magistratura, del clero ó del ejército se concierte
con una jovencita ó viejecita, que para todos los
gustos hay, y jueguen una trastada, porque á eso,
aun los más severos en moral, estamos expuestos.
Muy lógico es que el pollo de dieciocho á treinta
años vaya... adonde le dé la real gana á contravenir, mediante el vil metal, el sexto mandamiento.
Flaca es nuestra carne, y las pasiones, ¡ay!, nos
II
dominan; ¡pero regodearse ante la desnudez de la
cupletista; retorcerse de gusto y gruñir como berraco en celo porque la Bslle Cachonde cante una
copleja que rime en ajo, ulo, eta, icha, etc., acompañando las frases con un ligero movimiento curvilíneo, eso es inadmisible!
Mas... ¿qué hacer? Ese es el conquibus ó el busilis. ¿Previa censura? ¡Antes vengan cien congregaciones de frailes! ¿Prohibir esos espectáculos?
Sería echar un terrón de azúcar en el férvido
Océano para prestarle un poco de dulzura. ¿Recurrir al Gobierno? ¡Así se recurriera al nuncio!
¿Formar una Liga? ¡Ya está formada! Lo que hace
falta es reformarla, y yo, que soy antisicalíptico;
yo, que abomino de esas cosas, voy á poner un
plan á vuestro examen, que dará buen resultado si se emplea con algún tino. Oid, ligados ó ligueros.
Debe constituirse una Comisión de propaganda
que celebre mítines y conferencias para persuadir
á los rijosos de varietés de dos cosas: 1.', de los
estragos que produce y las perturbaciones (y
otras cosas terminadas en baciones) que causa en
el organismo la asistencia á tales escandalosos
espectáculos, y 2.°, demostrar que una mujer &
distancia, así esté más desnuda que mi cartera
vacía de billetes, hace el mismo efecto, á las personas que hayan visto algo, que contemplar á un
párroco en corinche, porque la carne se exalta, no
á diez metros de una belleza encueres, sino á
milímetros de una mujer, aunque sea un poco fea
ó esté vestida, y, en fln, que de las hembras vale
más lo que se palpa y adivina que lo que se ve
por dinero y sin trabajo. Con esas demostraciones se acaban las inmoralidades aludidas.
Deberá también la Liga convencer á los jóvenes y viejos del mal que hacen á su cuerpo y á
su alma, para lo que deberán frecuentar el trato
de los resellados de pornografía; y caso de ser
recalcitrantes por rebeldías de la natura, suministrarles bromuro ó alcanfor á pasto, hasta dejarlos
lacios y caídos, y si no bastase, proporcionarles
un medio para que se desbraven cuando tengan
ganas, subvencionando las desbravadoras nombradas al efecto. ¿No es esto práctico?
Finalmente, y como remate, para producir la
dispersión del público y la soledad de esos antros, convendría que se recabase del Gobierno la
autorización para que, al mismo tiempo que la
estrella de la sicalipsis muestra sus nalgas y demás atractivos, pronuncie un discurso cualquiera
de nuestros amenos oradores, como, por ejemplo,
Osma, Rodríguez San Pedro ó el mismo D. Dalmacio, y si á esto se añade la lectura de cualquier
pastoral, tened por seguro que en dos días vemos
á las cupletistas vendiendo zanahoria por las calles. ¿Sirve?
B. Luna.
12
Cacstioíies obí^etías.
Es irritante lo que sucede cada vez que se plantea una huelga. El primer problema á resolver, el
primer obstáculo que la clase patronal opone á
los obreros es el reconocimiento de la Sociedad
de resistencia, es la concesión de la beligerancia.
¿No son las Sociedades obreras fundaciones legales contenidas y amparadas por la ley vigente
de Asociaciones? ¿No tienen personalidad ante el
mundo oficial de la nación? ¿Cómo entonces los
patronos desdeñan entenderse con ellas?
No, dicen; no queremos tratar con los obreros;
no reconocemos personalidad á esa entidad. Que
vengan uno á uno los operarios en huelga, y ya
veremos. Pero no queremos nada con la Sociedad;
porque, ¿qué Sociedad es esa, de dónde sale, quién
la ha constituido, cómo funciona, quién le ha dado
la representación de los trabajadores de una Casa?
¿Podemos nosotros descender al nivel de esas Sociedades anarquistas, organizadas'por golfos jvividores que explotan al obrero? ¿Y el obrero, ese
ser miserable^á quien damos nosotros el pan, á
quien le hacemos el favor de darle ocupación, y
lo mantenemos, por lo tanto, quién es para tratar
vis á vis con nosotros,como si fuese un igual, como
de potencia á potencia? ¡No, mil veces no! Nuestro
amor propio, nuestra dignidad profesional nos
impide rebajarnos hasta ese extremo. Nosotros
no debemos reconocer osas Sociedades, ni dar
oídos á esas Comisiones. ¿Que persisten en la
huelga? ¡Mejor! Ya los someterá el hambre. Y sobre todo, ¿no somos nosotros los que damos el
trabajo, los que tenemos el dinero? Nuestro es
pues, el derecho de hacer lo 'que nos plazca. ¡No
faltarán obreros, no, que vengan ó trabajar por el
mismo precio y en las mismas condiciones; y, si
se tercia, por menos y más horas. ¡Si lo que sobran son trabajadores!
Así, sobre poco más ó menos, discurren los patronos, y así les salen las cuentas. Las Sociedades
obreras tienen ante la ley igual personalidad que
las patronales, y tanta, por lo menos, como una
Casa industrial cualquiera. Un obrero es ante la
ley un ciudadano digno de iguales respetos, consideraciones y derechos civiles, políticos y sociales que un patrono. ¿A qué vienen, pues, esos desplantes? ¿Que el patrono pone el taller y proporciona y paga el trabajo? Es verdad. ¿Pero es que
el obrero no pone nada? ¿De quién es la mano de
obra, el esfuerzo y la inteligencia que ha convertido en cosa útil la tosca peña, el basto maderOj
el lingote de metal? El obrero es, como el patrono, un elemento necesario en la industria, y en el
comercio, y en la agricultura, dada la presente
constitución social. No se puede prescindir del
patrono, se dice; pero, preguntamos: ¿se puede
prescindir del obrero? Menos aún. Mejor se puede prescindir del patrono, porque no aporta nada
á la producción, sino, al contrario, participa de
ella, en virtud de no sé qué principios. De quien
no se puede prescindir es del obrero, que trabaja,
que piensa, que crea, que produce, que es el esfuerzo necesario para que el único y verdadero
capital, la tierra, la madre tierra, que todo lo
cría, rinda generosa el fruto, el interés que nos da
el sustento, y las comodidades, y los placeres y
alegrías de la sociedad presente.
¿A. qué viene, pues, ese orgullo que los patronos apellidan amor propio, esa soberbia imbécil
que llaman su dignidad?
Seamos razonables, seamos justos, pongámonos
en el terreno de la realidad actual, y dejemos para
mejor ocasión ese afán de oponer óbices, barreras de tonterías á la marcha triunfal de la causa
tres veces justa y noble de los trabajadores.
( ¡Conténtate, patrono, con ir viviendo como puedas á costa de los labariosos, y ve preparándote á
ser útil á la sociedad, que buena falta hace!
Julio Gómez de Fabián.
REDtilQN Y ATEÍSAQ
Muchas páginas podrían llenarse con el asunto
que encabeza estas líneas; pero dado el fin que
me propongo, que no es otro que el de ilustrar en
lo posible á los lectores de VIDA SOCIALISTA pu-
mente que los primeros hombres fueron Adán y
Eva, como creación perfecta de la voluntad divina:
lo cual es inadmisible, puesto que el hombre, si
bien puede considerársele como el rey de la creación, en cambio le falta bastante para llegar al
ideal de la perfección como ser organizado, Ni
puede vivir en el elemento líquido, ni moverse libremente fuera de la superñcie de la tierra. Por
lo tanto, se hace preciso recurrir á las ciencias
naturales, y, especialmente, á la Antropología,
acogiéndonos indefectiblemente á las admirables
ideas de Darwin con su evolucionismo y transformismo.
La Antropología nos enseña cómo y cuándo se
han encontrado algunos ejemplares de cráneos,
aunque en corto número, que señalan el período
de transición entre algunas especies de simios y
el hombre sapiens; por lo tanto, no puede el hombre ser formado, como quien dice, de golpe y
porrazo, sino que fué producto de sucesivas y
progresivas evoluciones; y siendo esto así, ¿cabe
deternainar el momento evolutivo en el que empezó el hombre á ser religioso? Diñcilísimo es
concretar algo en esta pregunta; pero señalaré algunas reflexiones sobre el mismo.
Natural os pensar que un período bastante adelantado del evolucionismo de Darwin, y ya en
funciones más ó menos rudimentarias las facultades intelectuales inherentes al hombre primitivo,
aparecieron los primeros,destellos del yo consciente, y consecutivamente la facultad de discernir y distinguir lo bueno de lo malo. Al mismo
tiempo, es lógico suponer que aquellos organismos, aun en bruto, recibieran hondas impresiones por intermedio de los sentidos corporales
con la sola contemplación de los fenómenos de la
Naturaleza, tales como el relámpago y el trueno,
los terremotos, los eclipses, la presencia de las
ñeras y otros animales, etc., etc. Todo lo cual tuvo
que despertar en aquellos seres otro sentimiento
blicando mi humilde opinión, me contraeré cuanto pueda en tan intrincado problema, y de forma
tal, que quede al alcance de todas las inteligencias.
Como punto primordial, ocúrresele á cualquiera preguntar en qué consiste ó qué es la religión.
Muchos sabios la deñnen diciendo que caen dentro de la esfera religiosa todos aquellos actos,
pensamientos ó ideas cuyo ñn directo no tiene
relación con el mejoramiento de la vida material
ó económica, ya sea individual
ó colectivamente considerada.
Así expuesta la idea de religión, parece cosa sencilla la
distinción de los actos ó ideas
correspondientes ó no á lo espiritual d e l individuo; p e r o
querer establecer una línea divisoria sería empeño muy superior á mis fuerzas y casi de
imposible realización.Por esto,
y siguiendo el plan que me he
trazado, he de investigar cómo
y cuándo pudo tener su origen
el primer acto por el cual se
dieron á conocer las ideas primitivas de religión.
En tiempos en los que laTeología lo era todo, se daban por
satisfechos c r e y e n d o flrmo- Jóvenes socialistas de S. Julián de Musques (Vizcaya), haciendo ejercicios gimnásticos.
13
destinado á ejercer sobre ellos una grandísima
influencia moral; me refiero al Sentimiento del
miedo, del terror. ¿Cómo aquellos hombres, de
inteligencia tan primitiva, podían explicarse los
fenómenos sísmicos y atmosféricos que con tanto
terror contemplaban? Por lógica deducción se
comprende que llegaron á pensar en un algo misterioso, en una fuerza sobrenatural, oculta, que no
estaba á sus alcances obtener, ni aun siquiera
modificar.
Ved, pues, ya en escena el primer pensamiento
de religión, el germen de la futura idea de Dios;
pensamiento ó idea que sucesivamente fué desarrollándose y progresando hasta constituir en
nuestros días las diferentes religiones que todos
sabemos.
Yo sé que sabios eminentes, y no lerdos misioneros, han estudiado en diferentes pueblos, naturales de Occeanía, África y América, actos y pensamientos que demuestran en sus habitantas tener
nociones de religión, y deducen «n consecuencia
que algunos de esos pueblos están completamente
á obscuras en cuanto á religión se refiere. Pero á
estos estudios se les pnede hacer una objeción
muy seria para que podamos creer que, en absoluto, carecen de ideas referentes á un algo más
allá de lo que constituye su simple vida vegetativa.
Sucede que existen dificultades inmensas, por
parte del que observa, para relacionar con exactitud los actos ejecutados por aquellos pueblos
con el pensamiento que les guía al realizarlos,
cuyas dificultades provienen, entre otras causas,
y principalmente, de que no poseen un lenguaje más ó, menos expresivo para exteriorizar y,
por lo tanto, para que los observadores comprendan exactamente sus ideas. Por otra parte, es
innato en los pueblos naturales el recelo y la
desconfianza con que miran á los pueblos más
ilustrados, lo que les induce á tratar de desorientar ó engañar á todo el que los analiza y estudia.
Por todas estas razones, creo, pues, que la reli-
gión es inherente á la especie humana; que fué
una obligada consecuencia de su natural evolución, y que no existe, por lo tanto, pueblo natural
alguno que careza en absoluto de ideal religioso.
Lo que hay son diferentes aspectos, ó mejor dicho, diferentes grados y muy diversas manifestaciones de la idea de religión.
Esta cuestión está íntimamente relacionada con
el ateísmo; el cual consiste, por lo tanto, en la negación de todo sentimiento ó idea religiosa. ¿Puede, según este concepto, imputarse como ateos á
los pueblos primitivos? De ningún modo; antes,
por el contrario, estoy convencido que el aferramiento á la idea de religión es tanto más enérgico cuanto más próximo se le considera á su punto de partida, y por ello la Etnografía no señala
la existencia de ningún pueblo natural que sea
ateo.
Según lo que antecede, podría creerse que el
ateísmo no existe actualmente; y, sin embargo,
nada más distante de la realidad. Es cosa corriente y vulgar considerar como ateo al individuo que
no ejecuta actos, ó que dice no creer en la religión, y á la vez se le tilda de falto de instrucción
y de toda cultura. Es verdad que existen hombres
en tales condiciones, no sólo faltos de ilustración,
sino también de moralidad; pero este es un estado especial; es, pudiéramos decir, un falso ateísmo; pues el verdadero ateísmo responde á causa
diftmetralmente opuesta; es la consecuencia natural y lógica del desolvimiento de las ciencias en
general, y muy especialmente del grupo de las
naturales; las cuales, explicando satisfactoriamente los fenómenos antes tenidos por sobrenaturales, han engendrado una superior cultura, una
mayor conciencia de sí mismo, y, por lo tanto, un
estado psíquico más perfecto, que conduce á la
idea del ateísmo; resultando, pues, que aquellos
hombres que poseen'una superior cultura y moralidad, son los que profesan verdaderamente las
ideas ateas.
Un Socialista.
ESCOBAZOS
La batalla entre la Policía y los albañiles huelguistas en las calles de Madrid, fué de lo más interesante que conocemos en esta materia de sucesos.
Los que vemos desde hace algún tiempo el cuidado que ponen los Gobiernos en desarrollar el
Cuerpo de Seguridad, y entendemos que este desarrollo se practica de propio intento para solucionar huelgas y servir para lo mismo que se quería sirviese en Lisboa; los que observamos esto
pudimos gozar lo infinito presenciando la pelea
14
de marras y viendo el fracaso de los guindillas capitaneados por Fernández.
Porque los de la.poU y los guindillas no llegarán
á héroes nunca, aunque vean hundirse la plaza de
Oriente.
Cuando un huelguista, sin arma ni palo, corría
para ponerse en salvo, los guardias y pollos de la
toalla le perseguían, y si le echaban mano le vapuleaban de lo lindo, claró está que reuniéndose
varios, pues son así de valientes.
Pero si en vez de huir, el huelguista llevaba
unpequeñopalo y lo esgrimía sobre las costillas de
un guardia, era de ver á los del casco y á los de
la toalla como perdían las suelas corriendo.
¡Ah, señores Canalejas y Fernández! Si coñao
dicen ustedes, los huelguistas manifestantes hubieran tenido el propósito de armar revolución y
hubiesen llevado palos y navajas, á estas horas
tendrían ustedes que llamar por telégrafo á los
guindillas y polis de Madrid, si sabían dónde estaban.
Verdaderamente, unos y otros se hacen cargo
de que no es igual detener á un raterillo ó un borracho que atrepellar á hombres pacíficos y decentes que defienden un derecho.
—Y éste ¿qué hacía?
—Protestaba de lo que veía.
—¿Quién es?
—Toipás Alvarez Ángulo, socialista conocido y
Ahora es todo lo contrario. En cuanto le dieron
unas pesetillas los neos y le hicieron diputado
para amenizar la Cámara, el buen Dalmacio cambió por completo, persigue á las cupletistas que
tienen pulgas, combate la sicalipsis y alborota en
los cinematógrafos donde se exhiben películas
ofensivas para el sentimiento religioso.
Este caso puede servir de ejemplo para los incrédulos, pues se trata de un un milagro de Dios,
cumplido por mediación do la plata, pero cumplido al fin.
Hágase el milagro, aunque lo haga el diablo.
Antes, D. Dalmacio se volvía loco por las mujeres. Ahora, es todo lo contrario.
Con su pan se lo coma.
Dime con quien andas...
En mi papo y mi zaranda, nadie manda.
¿Jesuíta y se ahorca? Cuenta le tiene.
lULaligno.
uno de los que en VIDA SOCIALISTA se complacen
en molestarnos.
—¡Ah! Entonces capitaneaba un grupo.
—Sí; escriba usted en el papel que yo lo he
visto.
¡Viva la honradez profesional!
Dos meses en el cuartel.
MEMORIAS DE UN QUINTO
POR
T. ALVAREZ ÁNGULO
Folleto de gran oportunidad, en el que se retraMás de 15.000 votos han excluido los servidores ta fielmente la vida del cuartel, con todos los sinpeculiares á ella. Está escrito de un modo
de Romanónos del Censo de Madrid, y precisa- sabores
en el que su lectura proporciona, á la par que
mente de los distritos más populares.
grandes enseñanzas, grato solaz. Por el sumario
La razón de esta sinrazón, defendida por el niño que publicamos podrán nuestros lectores darse
bobo de Penal ver, es que probablemente han muer- cuejita de ello:
to esos electores.
La entrega.—Percances del primer día.—En la esNo está mal. Probablemente, uno y otro conde cuadra.—Retreta y cintarazos.—Noche toledana,—
realizan esa maniobra en bien de la purificación Diana movida.—Zafarrancho de Umpiesa.—Por no
querer mondar patatas.—La primara bofetada.—De
del sufragio.
instrucción en el cuartel.—El pobre Doblado.—Por el
Y probablemente nadie lo creerá.
mercado de ganados.—Incidente por una manta.—
¡Qué traviesos son los aristócratas madrileños! Los cuarteleros y las ratas.—Revista de prendas.—
Ni las sobras ni el pan.—El rancho.—En el campa¡Qué cosas sacan de sus molleras!
mento.—Ataque d la bayoneta.—La jura.—Entrega
Si el chanchullo pasa, debemos los socialistas y deprendas.—¡Por fin, licenciado!—Para la guerra.
republicanos dar á esos señores una leccioncita y
Contiene 32 páginas y cubierta. La impresión es
en las próximas elecciones recuperar esos 15.000
en papel satinado y su tamaño en octavo alargado.
votos quitándoselos á la Monarquía.
A pesar de su presentación, su precio es de
Oid los servidores de la Monarquía: sois tan im10 CÉNTIMOS
béciles como el que se tapa los ojos para no ver
que un tren se le echa encima. Si quitáis el voto
Útil para la propaganda de las Juventudes, á
á 15.000 enemigos del régimen, no por eso des- las que se hará descuento en los pedidos, como
igualmente á los corresponsales.
aparecen los 15.000 hombres.
Y si en unas elecciones votos cantan, en el día
de la liquidación de cuentas cantan hombres.
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Melquíades Alvarez.
Francisco Pi y Arsuaga.
La Chelito ha dicho en España Nueva que don
Francisco Ferrer.
Dalmacio era uno de los gansos más distinguidos
Joaquín Costa.
Antonio García Quejido.
en el salón barcelonés llamado La Pajarera.
Francisco L. Caballero.
El hombre hacía locuras, pidiendo á las cupleVicente Barrio Minguito y
tistas que se buscasen la pulga; no estaba quieto
Manuel Vigil Montóte.
en su asiento; hablaba á gritos y producía escánPrecio, 10 céntimos.
Los pedidos á esta Administración.
dalos á cada paso con sus entusiasmos lúbricos.
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La Revolución' en Cataluña, por ]. Comaposada.
Lo MM Sodnli
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