Dos potencias literarias se saludan

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Viernes 4 de enero de 2013 | adn cultura | 19
Dos potencias
literarias se saludan
Conrad y Henry James, los grandes extranjeros
de la literatura inglesa, y sus caminos paralelos
quemaduras, pero vivió durante años en estado de alerta para evitar que fuera su marido
quien se quemara en exceso, ya que Conrad,
incluso después de acceder a sus ruegos y adquirir la costumbre de echar sus colillas en
una gran jarra de agua dispuesta al efecto, tenía constantes contratiempos con el fuego”.
El copartícipe no secreto
Novelista, crítico literario, editor, autor de
la tetralogía El final del desfile y de la novela
El buen soldado (cuyas primeras palabras
suelen citarse como modelo de inicio: “Esta
es la historia más triste que jamás he oído”),
Ford Madox Ford era, al igual que Jessie,
unos quince años menor que Conrad.
La colaboración autoral entre los dos comenzó alrededor de 1898, cuando Conrad
tenía 41 años de edad. El polaco acababa de
editar Tales of Unrest y empezaba a delinear
lo que sería Lord Jim. A pesar de su juventud,
Ford era más popular por entonces; ya contaba con dos libros infantiles (The Brown
Owl y The Feather), una primera novela, un
volumen de poemas y una biografía de su
abuelo, el pintor Ford Madox Brown.
Apenas fundaron su sociedad artística,
Conrad creyó que debían anunciarla de modo oficial. Para ello hizo subir a Ford a un coche y lo condujo a casa de H. G. Wells, quien
había alabado La locura de Almayer. El autor
de El hombre invisible no se entusiasmó con
la noticia; es más, al día siguiente fue en bicicleta hasta la casa de Ford para persuadirlo de que no aceptase trabajar con Conrad.
Temía que así se estropeara el “maravilloso
estilo oriental” del polaco. “Es tan delicado
como un aparato de relojería”, dijo. “Usted lo
echará perder metiendo sus dedos en él.” En
vano, Ford quiso argüir que aquello era idea
y voluntad de Conrad. Desanimado, Wells se
alejó pedaleando.
Pese a escenas como ésta y pese a lo que
afirma el título, el libro de Ford excede la
remembranza y evita la biografía clásica
en beneficio de una técnica que el propio
autor llama “impresionista” y que consiste,
casi siempre, en la asociación de recuerdos.
Hay toda una parte, además, en la que Ford
explica cómo Conrad y él presentaban a sus
personajes o cómo hacían que los diálogos
sonasen verosímiles; posiblemente sea la
parte que hizo decir a Sinclair Lewis que el
de Ford era uno de “los mejores libros que he
leído sobre la técnica de escribir una novela”. Hay otra parte donde Ford muestra (con
ayuda de cursivas) qué frases escribió cada
uno en sus obras a cuatro manos. De las casi
75 mil palabras de Los herederos, leemos,
menos de dos mil corresponden a Conrad.
Pero con ellas daba el toque final y proveía
el significado a cada escena, muchas veces
gracias a un detalle certero.
Las diferencias de temperamento entre
ambos eran grandes. Mientras Ford trataba
de suprimir cualquier escena melodramática o cualquier frase sonora, Conrad era
“valiente”, “más concreto” y tenía un control
“Tan distraído es Conrad
que es capaz de dejar el
abrigo en manos de un
almirante al que confunde
con el encargado de
un guardarropa”
“El lazo entre Ford y él
concluyó en 1909 con una
furiosa pelea. Dos años más
tarde, el inglés hizo un retrato
poco amable del polaco”
“infinitamente mayor” sobre la arquitectura
de la novela.
El lazo entre Ford y Conrad llegó a ser tan
estrecho que éste último terminó alquilándole al primero una casa de campo en el sudeste de Inglaterra (Pent Farm) por la que
debía abonarle veinte libras trimestrales
que no siempre alcanzaba a reunir. Pero todo concluyó en 1909 con una furiosa pelea.
Dos años más tarde, bajo el alias de David
Chaucer, Ford escribió un libro en el que hacía un retrato poco amable del polaco.
Mientras duró, el vínculo fue cordial y distante, escribe Ford, sin muchas palabras de
afecto. Pero “con Conrad a tu lado todo se alteraba extraordinariamente y se volvía más
vívido”, anota, para luego confesar que fue
el polaco quien le “enseñó” a ver la ciudad
de Londres. Pese al relativo fracaso de algunas de sus obras en conjunto, Ford siempre
creyó que “el placer de la eterna discusión
técnica con Conrad” justificaba con creces
el tiempo que transcurrían juntos.
Conrad, que pasaba de la euforia a momentos de depresión (y que, para paliar esta última, llegó a asistir al mismo centro de
hidroterapia al que acudió Maupassant),
solía decirle a su joven copartícipe que el
oficio de escritor era una ingrata tarea de
resultados inciertos. Madox Ford concluye
su remembranza con unas frases de Conrad
al respecto, unas palabras en las que el marino y el escritor se dan claramente la mano:
“Escribirás y escribirás… Nadie, nadie en el
mundo entenderá ni lo que quieres decir ni
el esfuerzo que te ha costado, la sangre, el
sudor. Y al final te dirás: es como si hubiera
remado toda mi vida en un barco, sobre un
río inmenso, a través de una niebla impenetrable… Y remarás y remarás. Y jamás verás
un letrero en las orillas invisibles que te diga
si remontas el río o si la corriente te lleva”.
Al igual que muchos lectores, Ford no tiene duda alguna: Conrad hizo mucho más
que remontar la corriente. Su milagro fue
que tomó el idioma inglés “por el cuello” y
luchó talentosamente con él hasta conseguir, en tantas páginas inolvidables, que
“obedeciera como les ha obedecido a muy
pocos hombres”. C
E
n su espléndido relato “Dictation” (2008), la estadounidense Cynthia Ozick
pone en escena a las dactilógrafas de Henry James y Joseph Conrad, quienes
se conocen un poco por azar, discuten al principio acerca de cuál de sus
jefes es “el mayor escritor de la época”, pero se hacen después amigas o, más que
eso, audaces cómplices, ya que urden un plan inquietante: intercambiar una frase
de The Jolly Corner (James) por una de The Secret Sharer (Conrad).
El cuento mezcla realidad y ficción, apoyándose en hechos innegables. Conrad
y James se encontraron en más de una oportunidad. Jessie Conrad asegura que
la primera vez fue en 1897: Conrad fue a almorzar a la casa que James tenía en
DeVere Gardens, Londres, y regresó con un ejemplar de Los despojos de Poynton.
Miraba con emoción, cuenta su esposa, la “cariñosa dedicatoria” escrita por James.
“Dictation” escenifica el segundo encuentro, una tarde de junio de 1901, en cierta
casa suburbana que James tuvo en Rye, y resume así los mutuos sentimientos entre
los dos escritores, de estilos tan diferentes: para el más sobrio y perfeccionista
James, Conrad era –escribe Ozick– “un matorral de incontrolada profusión”; para
el más desmesurado Conrad (que, de acuerdo con Madox Ford, se apresuraba
para poner punto final a sus textos), los personajes de James eran “demasiado
acabados”, tan tallados que podían a veces parecer de piedra.
La dactilógrafa y secretaria de James (Theodora Bosanquet) no solamente
existió y asistió al “Maestro” hasta su muerte en 1916, sino que además publicó un
breve libro de memorias (Henry James at Work, 1924) que, a todas luces, fue una
de las mayores fuentes que empleó Ozick. En cuanto a la dactilógrafa de Conrad,
Lilian Hallowes, en ocasiones llevaba al hijo mayor, Borys, a la escuela y solía decir
–según Jessie en sus memorias– que al morir le encontrarían “varios manuscritos
grabados en el corazón”.
La elección de Ozick dista de ser inocente: Conrad y James fueron, sin discusión
alguna, dos autores bisagra entre los siglos XIX y XX, acaso los dos novelistas
que más influyeron en la narrativa moderna, no únicamente en lengua inglesa.
Que ambos empleasen dactilógrafas puede entenderse como un detalle bien
aprovechado por Ozick, pero también como un signo de sus tiempos e incluso
como un emblema de sus novedades técnicas, fundamentales en el campo del
enfoque narrativo.
Son diversos los paralelos que pueden trazarse entre James y Conrad, dos
extranjeros que adoptaron Gran Bretaña y acabaron adoptados por ella. Maestros
en un método que Madox Ford tilda en su libro de “impresionista”, tuvieron el
mismo agente literario (James Brand Pinker) y uno y otro desarrollaron lo que el
crítico Ian Watt describió como “el abordaje narrativo indirecto por medio de la
inteligencia y la sensibilidad de uno de los personajes”.
Harold Bloom considera que James y Conrad fueron, sin lugar a dudas, los
novelistas cuya sombra más perduró en el siglo XX. Pero Bloom piensa, asimismo,
que la originalidad de Conrad es más perturbadora que la de James, y que tal vez
esto ayuda a entender “por qué fue Conrad, no James, la figura más influyente
para la generación de novelistas estadounidenses que incluyó a Hemingway,
Fitzgerald y Faulkner”. Los universos de Fiesta, El gran Gatsby o Mientras agonizo
provienen de El corazón de las tinieblas y de Nostromo más que de Los embajadores
o de La copa dorada, ha escrito Bloom. Un personaje como el Darl Bundren de
Faulkner es innegablemente conradiano porque, siempre según Bloom, “lleva el
impresionismo al corazón de las tinieblas, consciente de que apenas somos un
flujo de sensaciones con la mirada puesta en un flujo de impresiones”.
En su Borges, Bioy Casares cita varias reflexiones del autor de “El aleph” acerca
del que era, acaso, su novelista preferido. Dice que a Conrad, como a Kipling, le
gustaba “describir ambientes muy alejados de las letras”, rasgo que lo aparta de
James. “Sospecha que Conrad durará más que Henry James”, según un apunte
de octubre de 1962. Y discute con Bioy acerca de las diferencias sustanciales entre
ambos:
Borges: –En James, lo visual es magro. Importan la situación y las relaciones.
Bioy: –Salvo en The Turn of the Screw.
Borges: –¿Qué la parecerían a Conrad los cuentos de James?
Bioy: –Le parecerían abstractos y un poco falsos. Conrad es visual.
Borges: –Visual de un modo no deliberadamente decorativo. Todo parece real
y necesario.
Algo semejante afirma Madox Ford en su remembranza. Novelista nato, Conrad
se destaca a la hora de “transmitir la sensación de lo inevitable”. Y, como ocurre
en el caso de su muy apreciado Turgueniev, la prosa resulta concreta y “poco
afectada”, pues uno de sus axiomas era que el buen estilo “empieza con una palabra
fresca, usual, y continúa con palabras frescas y usuales hasta el final”. Si “el mar de
Conrad es más verdadero que el mar de cualquier otro escritor”, razona Ford, esto
se debe a que Conrad supo evitar los tecnicismos. C
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