Politkóvskaya La justicia no es ecuanimidad Luis Hernández Arroyo 16/10/2006 Las consecuencias de la suspensión del juicio no son inocuas si nos atenemos a la historia. El pacifismo ante Adolf Hitler, juzgado blandamente por sesudos y ecuánimes sectores de Occidente, propició la Segunda Guerra Mundial. El hombre es necesariamente libre; no tiene más remedio que elegir, y si decide no hacerlo, ha elegido en todo caso no elegir. Por ello, forzosamente, interpreta y juzga. Para ello emulamos, mal que bien, el método científico de conjetura, prueba y error. Sin embargo, la vida no es la ciencia, con su precisión y su certeza probabilística: la incertidumbre nos acompaña como una sombra. Por lo tanto, esta capacidad de juzgar es tan inevitable como poco segura. Lo que quiere decir que no podemos suspenderla, pese al riesgo de error. Puede ser error de peores consecuencias dejar el juicio en suspenso. En los tiempos presentes se observa una variante de esa falta de compromiso con la realidad, en nombre de una supuesta "ecuanimidad", la cual nos obligaría a equilibrar el lado malo de una persona y sus acciones por un alternativo lado bueno que nunca faltaría, a tratar con exquisita equidistancia los conflictos que nos pone la vida por delante; vida que, por otro lado, no es más que una sucesión de conflictos. Craso error que no lleva más que a la falacia. Esa ecuanimidad no existe, pues supone que somos capaces de ponernos a un nivel por encima del mundo al que pertenecemos; la ecuanimidad como objetivo invalida todos los demás: nos lleva inevitablemente a la inanidad de juicio y nos deja en suspensión sine die. Es una confusión con la figura del "beneficio de la duda", válida sin duda en los tribunales, pero no en los juicios morales, ineludibles y decisivos. Las consecuencias de la suspensión del juicio no son inocuas si nos atenemos a la historia. El pacifismo ante Adolf Hitler, juzgado blandamente por sesudos y ecuánimes sectores de Occidente, propició la Segunda Guerra Mundial. La complacencia de Europa con la tiranía soviética, real politik de todo menos real, no fue poco dañina para la libertad de millones de seres. Asistimos ahora a un neo pacifismo ante nuestros enemigos con la misma ecuanimidad de entonces: ¿por qué no ha de tener Irán armas nucleares, si las tiene Israel? Esta descabellada e irresponsable propuesta no viene de sectores marginales, sino de personas e instancias con amplio eco. Por ejemplo, del Instituto Elcano, organismo supuestamente independiente, pero sospechosamente supeditado a un gobierno irresponsable en materia internacional. Efectivamente, si somos ecuánimes, ¿por qué no? Si el objetivo final de nuestros juicios fuera la ecuanimidad entre las partes, sean éstas las que sean, ¡pues adelante! Reequilibremos la escena mundial concediendo a Irán su derecho (sic) a tener al menos parte del poderío nuclear de Israel, pese a sus declaradas intenciones de acabar con Israel y Occidente, como manda el Corán. Miles de ejemplos se producen de juicios suspendidos en el aire, inermes, paralizantes, y que invitan a aplazar decisiones que no tendrán otra oportunidad. Pero los liberticidas no tienen esos complejos, como vemos a diario. Su objetivo lo tienen claro: acabar con la libertad de los otros, invadir las instituciones y plegarlas al designio del poder, restringir, eliminar... Anna Politkóvskaya, esa periodista rusa asesinada por ser crítica con el poder, podría haber contado mucho sobre esto. Ella no tuvo miedo en juzgar. No la replicaron: la amenaza y la ejecución sumaria son más expeditivas. No deberíamos olvidar su sereno e inteligente rostro como ejemplo de convicción y juicio moral: debería servirnos de guía e iluminar nuestro camino.