la nueva universidad - Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

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DE LA CRISIS A LA NUEVA UNIVERSIDAD
(el porqué de la democratización)
Juan Manuel Salgado
Uno de los prejuicios más comunes consiste en creer que todo lo que existe es “natural” que exista, que no puede
menos que existir y que las propias tentativas de reformas, por mal que resulten, no interrumpirán la vida porque
las fuerzas tradicionales continuarán actuando y precisamente continuarán la vida. Este modo de pensar es, por
cierto, parcialmente justo; pobres de nosotros si no ocurriese así. Sin embargo, más allá de ciertos límites, este
modo de pensar se transforma en peligroso.
Antonio Gramsci 1
Recordar la escisión de nuestro espacio político en izquierda y derecha... No sólo ocupan diferentes lugares dentro
del espacio político: cada uno de ellos percibe de manera diferente la disposición misma del espacio político; un
izquierdista, como el campo que está intrínsecamente dividido por algún antagonismo fundamental; un derechista,
como la unidad orgánica de una comunidad alterada sólo por intrusos extraños.
Slavoj Zizek 2
Introducción
Escogí iniciar el trabajo con estas dos citas porque ellas pueden ilustrar algo acerca de las
actitudes más elementales que se adoptan ante la crisis de nuestra Universidad. Subrayo el término crisis
para destacar su carácter estructural, a despecho de quienes sostienen que todo transcurriría de un modo
relativamente normal si no fuera por la existencia de lo que suponen es un siniestro activismo estudiantil,
imposible de explicar racionalmente por no existir –a su criterio- ninguna razón sensata para cuestionar
un modelo universitario que les resulta tan cómodo. Así, analizan el conflicto recurriendo a la psicología
de las desviaciones y a teorías conspirativas varias. El punto débil de esta opinión, que lamentablemente
es sostenida por el grupo que gobierna la Universidad, consiste en la incapacidad de pensar el problema
desde perspectivas diferentes a la propia, especialmente desde una postura crítica, apta para encontrar en
la ruptura misma las posibilidades de superación de la realidad mediante la apertura y la inclusión. Mi
objetivo es mostrar que “normalizar” la Universidad no puede consistir en ocultar la crisis, reprimirla y
restaurar la situación que la produjo manteniendo latente el conflicto, sino en superarla buscando una
articulación de las diferencias razonablemente satisfactoria para todos los intervinientes, que sólo puede
lograrse detrás de un proyecto común de construir una Universidad diferente, democrática y
comprometida con una sociedad justa.
La característica saliente de la situación actual es que el grupo dirigente de la Universidad ha
perdido la capacidad para conducir la institución puesto que carece del consenso necesario para que sus
decisiones sean cumplidas, y el recurso a la coacción estatal para lograrlo (léase represión policial) sería
tan desatinado que agravaría el problema. Su aferramiento a un estatuto cuestionado no puede soslayar el
hecho de que la sobrerrepresentación que éste le otorga ha perdido vínculos con la dinámica real de la
1
Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Nueva Visión, Buenos Aires, 1984, pág. 37.
"¿Lucha de clases o posmodernismo?" en Butler, Judith; Laclau, Ernesto y Zizek, Slavoj; Contingencia,
hegemonía, universalidad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003, pág. 123.
2
vida universitaria, por lo que el acceso a las cuentas bancarias que dicha "legalidad" le confiere no resulta
suficiente para ocultar la crisis y doblegar la resistencia a que se instale un gobierno sin previa
democratización.
La pérdida de capacidad de conducción se evidencia claramente en la ausencia de estrategias para
salir de la parálisis. Ninguna voluntad de iniciar un diálogo serio y duradero, ninguna propuesta propia de
reformas al estatuto. Toda la actividad de "gobierno" de la Universidad (si se le puede llamar así), además
de repartir los cargos rentados de la sobredimensionada estructura central, se reduce a apostar al desgaste
de la lucha opositora, como si ésta constituyera una rebeldía pasajera más cercana a la inestabilidad
emocional y no la expresión de un profundo descontento con los modos y prácticas en que se ejerce la
autoridad en el ámbito universitario.
La situación actual es la que el grupo dirigente ha producido como resultado de su política de
posponer indefinidamente el abordaje de los problemas. La mayor profundidad de esta crisis, así, no está
dada en la falta de autoridades centrales legítimas sino en la incapacidad de la dirigencia de ver en ella el
reflejo de su misma historia, de su propia su negativa a gobernar mediante la búsqueda de consensos. De
allí que pretendan combatir las consecuencia de una autoridad cerrada y excluyente con más cerrazón y
mayor exclusión. De persistir en esta dirección los resultados son fácilmente imaginables: una crisis
permanente cada vez más agravada en sus manifestaciones terminará paralizando íntegramente a la
Universidad. Mi propuesta para el debate es afirmar que la excelencia académica sólo es posible
alcanzarla dentro de un proyecto político universitario común y que la democratización es hoy un paso
imprescindible en esta dirección.
Un marco previo de debate
Antes de pasar a la fundamentación de los puntos en que es ineludible reformar el estatuto,
entiendo que es necesario determinar los marcos conceptuales con que los protagonistas abordan la
dinámica de la crisis. Por el lado de quienes propugnamos una reforma democrática de los estatutos, se
realizaron varias jornadas de debate con participación de miembros de todos los claustros y producido
documentos que resumen los ejes centrales de la propuesta, sin obtener respuesta alguna a ese nivel. No
es mi finalidad agregar algo radicalmente nuevo a los fundamentos ya expuestos sino darle a esta postura
un formato más polémico y confrontativo, incluso provocador, que es difícil obtener de una elaboración
que resulta de un consenso colectivo y en cambio surge espontáneamente de una producción individual,
aún al riesgo –reconocido y asumido- de que el conjunto de este espacio no comparta todas mis
expresiones.
Por el lado de quienes se niegan a la reforma tomaré el artículo La UNC prisionera, escrito por el
periodista Italo Pisani y publicado en el diario Río Negro el día 21 de diciembre del 2006. Se me podrá
objetar que escojo un punto débil del adversario y que el fast food intelectual no es la mejor expresión
con la que el sector que resiste a la democratización se identifique plenamente. Es posible que sea así,
pero sin embargo es lo único que hay públicamente expuesto de sus posturas. Esa y otras notas publicadas
por el mismo medio tienen el mérito de ser las pocas manifestaciones escritas de las posiciones
conservadoras. Si los propios actores internos de la Universidad no han producido algo mejor, pese a que
la elaboración escrita es el modo de comunicación más apto para el mundo académico, ha de ser por las
dificultades que tienen en fundar sus posturas teóricamente y la mayor ventaja que obtienen en apoyarse
en el difuso “sentido común” acrítico, propio del ámbito mediático, eludiendo el debate abierto de ideas.
De modo que quienes se encuentren incómodos o disconformes porque únicamente son defendidos por
artículos periodísticos o suplementos dominicales, sería conveniente que vencieran la propia fatiga
intelectual y afrontaran la tarea de producir algo de mejor calidad. Entre otros objetivos, este trabajo
2
pretende estimular una elevación del nivel de discusión como forma de encontrar una salida al
estancamiento en que se encuentra la crisis de la Universidad.
Sostiene el artículo que "La UNC es hoy una universidad prisionera de una minoría que habla el
lenguaje de la barricada y la amenaza para –irónica consigna- 'democratizar' la institución".
Lo primero que debería destacarse es que, para quien tiene un mediano conocimiento de la
situación interna de la Universidad, la utilización del término “minoría”, es –por decir lo menossumamente cuestionable. En el uso común, mayoría y minoría designan respectivamente al grupo más
numeroso de personas individualmente consideradas y al grupo con menos integrantes. Sin embargo, en
el artículo se les da un sentido diferente: la “mayoría” no implica los más, sino los que detentan el
gobierno y con el término “minoría” se refiere a los que se les oponen, independientemente del número de
integrantes del sector. De este modo, de inicio, se oculta y desvanece precisamente la realidad que origina
la crisis: El llamado “claustro docente”, que detenta –aquí sí- la mayoría de los cargos en los órganos
representativos, está compuesto por menos de la cuarta parte del conjunto de los docentes y no alcanza al
cinco por ciento del conjunto de la comunidad universitaria. 3 En esta concentración del poder por un
estamento extremadamente minoritario y altamente homogéneo (en términos de edad, formación
social y posición interna) se encuentra el origen de la crisis de gobernabilidad de la Universidad. El
artículo en cuestión, que en esto no se diferencia en absoluto de las declaraciones de las autoridades de la
Universidad, como por arte de magia, transforma en “mayoría” al reducido grupo profesoral que gobierna
gracias a este privilegio. Así, la esencia del problema se disuelve tras este manipuleo de significados y
sólo queda expuesta la acción de los militantes estudiantiles y sus aliados, a la que se le niega
racionalidad en vista del previo ocultamiento de los datos básicos. Por consiguiente éstos aparecen como
los “culpables” de una situación anormal que nadie comprende.
Una vez planteadas las cosas del modo en que lo hace el artículo, la “solución” (que se deja
pendiente para que el lector la extraiga como única conclusión razonable) no puede menos que consistir
en la exclusión, mediante algún mecanismo de represión o aislamiento territorial (como en la UBA), de la
“minoría intolerante” que impide el normal gobierno de la “mayoría”.
Quienes estamos insertos en la cotidianidad de la vida universitaria podemos dar cuenta de que
este manipuleo del lenguaje es también firmemente sostenido por aquellos que postulan el mantenimiento
del actual estatuto.
Ya expuse cómo se configuraba el estamento dominante, mal llamado "claustro docente" y
falsamente mayoritario. 4 ¿Cuál es la dimensión del claustro estudiantil? Contrastando con el reducido
tamaño de aquel, los estudiantes superan en número el sesenta por ciento de la comunidad universitaria, 5
no obstante lo cual su representación en los consejos directivos se encoge al veinte por ciento, equivalente
a la mitad de la cantidad de integrantes del claustro profesoral. No es de extrañar entonces que las
agrupaciones que plantean que la reforma estatutaria debe resultar de una decisión política previa a la
conformación del Consejo Superior y a la elección del Rector, hayan obtenido más del ochenta por ciento
3
Las cifras son contundentes: sobre un total de 14.503 empadronados en las últimas elecciones, el claustro de
profesores está compuesto por 469 miembros (4,24%). En los consejos directivos, los profesores cuentan con 6
representantes sobre 15 miembros, y los claustros de estudiantes, no docentes y graduados, con 3 consejeros cada
uno.
4
Lo expuse en términos de conformación social, no por las preferencias ideológicas o por las posturas ante la crisis.
Se sabe que no todos los integrantes del llamado “claustro docente” resisten a las reformas, pero el propio
mecanismo de limitación del claustro asegura que prevalezcan los intereses de quienes se benefician con la actual
sobrerrepresentación.
5
Sobre un padrón total de 14.503 miembros, los estudiantes –sin contarse los de primer año- suman 8.485 (58,50%).
3
de los votos del claustro (tanto en las elecciones de representantes de mayo como en las de los centros de
estudiantes, ocurridas a lo largo del año).
Estos números no se hallan sujetos a mayor controversia, están ahí para quien se tome el trabajo
de mirarlos. Por ello, cualquier observador neutral no podría menos que concluir que asignar la
calificación de “mayoría” al grupo que gobierna la Universidad es, cuanto menos, una deformación de la
realidad y una manifestación indirecta de apoyo político, más que una constatación fáctica. Una opinión,
no un hecho.
Diferente sería sostener que ese cuatro por ciento que integra el claustro profesoral tendría, por
sus propios méritos, derecho a dirigir la Universidad. Este es un punto de vista discutible, pero que de
cualquier modo introduce un debate diferente (al que me referiré más adelante) y nos aleja de la
manipulación de los términos “mayoría” y “minoría” con que un primer análisis superficial e interesado
pretende fundar la legitimidad de quienes sostienen la inmutabilidad del actual estatuto. Claro está que un
debate en el cual se discutan las razones que tendría un grupo reducido para dirigir decisivamente el
destino de la Universidad involucra necesariamente confrontar valores y políticas, dentro y fuera del
ámbito académico, terreno en el cual las posturas conservadoras han sido renuentes en internarse.
Cuando una minoría gobernante, en lugar de compensar esta debilidad numérica mediante el
consenso, se anquilosa en el disfrute de sus privilegios excluyendo de la participación a quienes en la vida
real son mayoría, la institucionalidad se revela incapaz de incorporar las tensiones que una situación así
produce y el resultado es una crisis global de un sistema de representación ineficiente y la búsqueda de su
reemplazo. Esto no es una novedad originada en la UNCo. Podríamos decir que es el ABC de cualquier
estudioso de la política, la historia o, en una escala menor, las instituciones. Sin embargo, congruente con
su adulteración de los conceptos "mayoría" y "minoría", Pisani adjudica el origen del "estado de
debilidad" del gobierno universitario al fallo "Percaz" de la Cámara Federal de Apelaciones, que
desconoció la legalidad de la supuesta asamblea realizada en Cipolletti el 16 de mayo de 2006, anulando
la autoridad rectoral que el Ing. Daniel Boccanera se atribuía hasta ese momento. "Los camaristas –dice
Pisani- cuestionaron la elección unilateral y la violación de los pasos del proceso electoral, pero uno de
los camaristas llegó a calificar de 'picardía criolla' la opción del lugar donde se designó al rector: lejos
de un recinto imposible, el Aula Magna tomada, perturbado de la peor manera por la FUC. ¿Había
alternativa?".
Es importante detenerse en esta última pregunta ("¿Había alternativa?") porque ella ha sido
sostenida también por el grupo que actualmente conduce a la Universidad para justificar su actuación. Su
sola formulación muestra hasta qué punto se han pervertido principios básicos de un funcionamiento
democrático de las instituciones de gobierno en general y del gobierno universitario, en nuestro caso
particular.
El problema fundamental de la teoría política, tanto en el Estado como en la Universidad, que en
definitiva es parte de él, es cómo hacen los gobernantes para obtener el acatamiento de los dirigidos o
gobernados. Aunque las respuestas varían según se quieran crear las condiciones para que se diluya la
división entre gobernantes y gobernados o, por el contrario, se considere conveniente la distinción, no hay
mayores discrepancias en que aquel asentimiento sólo puede obtenerse mediante el uso de la fuerza o por
el consenso de los gobernados acerca de la legitimidad del orden. 6 En un régimen democrático, aún con
las graves deformaciones que tiene el que rige en nuestro país, únicamente la legitimidad, o sea la
obediencia lograda por el propio convencimiento de la mayoría, puede ser la base de sustentación de un
6
Aunque en los regímenes reales los dos elementos se combinan, las diferencias más significativas consisten en cuál
de ambos resulta la fuente legitimadora del poder.
4
gobierno. La fuerza sólo aparece legítima como último recurso cuando su utilización cuenta con un
consenso generalizado.
No es extraño entonces, que ante la crisis de legitimidad que afecta a prácticamente todas las
instituciones representativas, la desobediencia civil se haya convertido en una de las formas de protesta
social más extendida en el país. Su dinámica consiste en enfrentar una parte del sistema legal, no el orden
constitucional en su conjunto, sino un grupo de normas injustas, poniendo al Estado ante la disyuntiva de
reprimir utilizando la pura legalidad sin consenso (o sea, sin legitimidad) o buscar un acuerdo para
solucionar los reclamos.
Si los funcionarios renuncian al uso de la fuerza, como ocurre en la Universidad, es porque (en un
acto de realismo) están reconociendo que su utilización sería ilegítima, carente de consenso, pura
violencia represiva. En consecuencia, deben optar por la vía del consenso, el diálogo o la búsqueda seria
de un acuerdo.
En la UNCo, sin embargo su realismo llegó hasta ahí. Como se encontraron sumamente
incómodos con cualquiera de las dos opciones, el grupo que gobierna intentó una tercera vía: la que uno
de los camaristas federales, con extrema delicadeza, llamó "picardía criolla". Ésta consistió en que ante la
desobediencia civil de los gobernados, los propios detentadores del poder del Estado se consideraron en
condiciones de desobedecer ellos también a las normas, para asegurarse el control del aparato
institucional.
"¿Había alternativa?" se pregunta el artículo. Lo mismo podría preguntarse De La Rúa para
justificar la represión de diciembre del 2001. Siempre hay alternativas mientras haya un mínimo de
apertura y creatividad en la dinámica social. Había y la sigue habiendo. Descartada la represión, lo que es
un implícito reconocimiento de la legitimidad del reclamo, queda la posibilidad del diálogo y la búsqueda
de una salida acordada, mediante la discusión de una reforma estatutaria que, también con un mínimo de
realismo, debería aceptarse como ineludible. 7
Descartar esta vía y acudir a la propia ilegalidad de los gobernantes se acerca peligrosamente a la
justificación que esgrimen los violadores de derechos humanos hoy, afortunadamente, juzgados. Y sin
duda se iguala con la llamada "teoría de los dos demonios" que equipara las acciones violentas realizadas
fuera del Estado con aquellos actos represivos perpetrados mediante el uso ilegal de los recursos públicos,
puestos por la sociedad en manos de los gobernantes para lo contrario, esto es, para resguardar la
legalidad.
El fundamento implícito en el fallo de la Cámara Federal, que –vale la pena decirlo- se trata de
una decisión inusual por la claridad en la percepción del problema, es que no son equiparables la
desobediencia civil ciudadana con la ruptura de la legalidad realizada desde el Estado como respuesta a
aquella.
El principio subyacente al "sentido común" de las clases dominantes y las dirigencias políticas de
América Latina es que "las leyes se aplican a los subordinados, no a los superiores". El grupo que dirige
7
Tan ineludible resulta que sólo muy pocos cuestionan su necesidad. El propio grupo gobernante no la objeta en
general (al menos en público), sino que alude a "desacuerdos de metodología".
5
la Universidad, desde hace tiempo no ha dejado de responder a este dogma cada vez que ha podido. 8 La
doctrina del "estado de excepción", mediante la cual la propia autoridad se considera en condiciones de
decidir si cumple o no con la ley, 9 es la expresión con que el refinamiento teórico europeo denomina a
aquella práctica de dominación, sin los contornos grotescos, burdos y muchas veces brutales que asume
en nuestro continente. El fallo de la Cámara Federal constituyó una tajante definición en contra de esta
corrupción del lenguaje 10 que invoca a la "legalidad" para violarla impunemente.
La desobediencia civil tiene una lógica que debe ser aceptada por un sistema democrático. 11
Quienes optan por ella ponen allí sus propias personas y medios, y corren el riesgo de errar sabiendo que
el consenso comunitario podría avalar el uso de la fuerza en su contra. Como contrapartida, colocan a los
gobernantes ante su propio espejo y los obligan a optar entre legalidad y legitimidad.
Los funcionarios del Estado, en cambio, carecen de esa vía como justificación para el ejercicio
ilegal del poder. Ellos no actúan bajo su riesgo y frente a una legalidad que cuestionan, sino que ocupan
esa posición porque –a diferencia de quienes soportan el poder ejercido por una autoridad externaeligieron estar allí y comprometerse con un orden que a su vez les permite utilizar los recursos públicos,
tanto materiales como simbólicos. La contrapartida de esta potestad son los límites legales impuestos al
uso de estos recursos.
Esta asimetría entre quienes detentan el poder del Estado y quienes no, es lo que ocultan todas las
doctrinas de la "excepción" (o la impunidad), fundamento de las dictaduras, 12 que parecen seducir tanto a
la generalidad de la clase política -incluida la de la Universidad- como al autor del artículo comentado.
El claustro único docente
Antes de ingresar al tratamiento del primero de los puntos en que se reclama reformar el estatuto
universitario, entiendo que hace falta aclarar posibles malentendidos. Mi intención no es descalificar a
personas determinadas sino encarrilar el debate sobre la crisis desde una perspectiva generalizadora, ya
que la obra podría repetirse (como de hecho se ha repetido) con actores diferentes. Es por eso que evito
recurrir a individualizaciones que –en el actual estado de tensión- más contribuirían a exaltar los ánimos
que a originar vías superadoras. En el mismo sentido los términos "claustro profesoral", "minoría
gobernante", "grupos privilegiados" y otras generalizaciones que se utilizan en este trabajo, apuntan a
destacar el funcionamiento de los colectivos humanos en las estructuras políticas de la UNCo, no a
descalificaciones de tipo personal y mucho menos a cuestionamientos a la actividad docente de los
8
Los ejemplos van desde el establecimiento de exámenes de ingreso, prohibidos por el estatuto, hasta la decisión de
aceptar el voto por correspondencia, por parte de la última Junta Electoral, para favorecer a amigos, contraviniendo
expresamente la ordenanza que regula los actos eleccionarios.
9
Giorgio Agamben; Estado de excepción, Adriana Hidalgo Ed., Buenos Aires, 2003 (especialmente el capítulo 1
"El estado de excepción como paradigma de gobierno").
10
Y en la UNCo, no sólo del lenguaje. Basta mencionar el festival de designaciones, que aún continúa, realizadas
"ad referéndum" de un Consejo Superior inexistente, que llegó al extremo de nombrar a un secretario, por razones
de urgencia (cuando la universidad estaba paralizada) al que en seguida se le otorgaron tres meses de licencia con
goce de haberes para que realice viajes a los que se había "comprometido con anterioridad".
11
Esto es lo que desde hace tiempo enseñamos desde la cátedra de Teoría del Derecho. El tema ha sido desarrollado
a partir de los años '60 por teóricos del liberalismo político (no neoliberales) como Rawls y aquí entre nosotros por
Nino y recientemente por Gargarella.
12
Hoy también las encontramos en los reclamos de "mano dura" policial esgrimidos por la derecha política.
6
protagonistas (que aún en los casos particulares en que puede caber se trataría de un debate importante
pero algo diferente al que ahora nos ocupa). 13
Hoy un auxiliar de docencia aprueba un concurso para profesor regular en derecho privado,
resistencia de materiales, sistemas de riego, mecánica cuántica, impuestos, historia antigua, tiempo libre,
o cualquier otro de los ámbitos disciplinares de la Universidad, y si bien se encuentra ahora en una
función docente ligeramente más elevada que la que tenía, en el plano de la política interna resulta
mágicamente lanzado a las alturas del gobierno universitario, capacitado para la conducción política y
educativa de la institución en una medida por completo superior a la que ostentaba en los momentos
previos. Antes, su voto se equiparaba al de un profesional con poca o ninguna vinculación con el ámbito
académico, ahora su valor se multiplica por 20 y equivale al de 40 estudiantes. ¿Qué justifica
racionalmente este cambio? ¿Qué argumentos se esgrimen para que la actividad docente, que es continua
en su práctica, tenga esta drástica ruptura en su representación política? Y sobre todo: ¿Qué tipo de
egresados tiende a producir una Universidad que distribuye su poder interno de un modo tan arbitrario?
Esta última pregunta presupone que la estructura de la institución educativa constituye por sí sola un
contenido de enseñanza, y nos conducirá directamente al rol de la Universidad en la sociedad.
El argumento de quienes sostienen la legitimidad de la actual conformación gobernante, tal como
resulta del estatuto, consiste en afirmar que corresponde a los docentes la conducción de la Universidad
ya que éstos son quienes constituyen el “centro” de la actividad académica, en tanto es su propia
actividad, formadora e investigadora, la que produce el conocimiento que es la razón de ser de la vida
universitaria.
Me adelanto a decir que a grandes rasgos no cuestiono ese calificativo de central otorgado a la
práctica docente, aunque, como desarrollaré, extraigo de ello diferentes conclusiones que los
conservadores. Por ello podemos tomar aquel argumento tal como está (poniendo entre paréntesis las
diferencias) para exhibir las incoherencias del grupo dominante frente a una cuestión fundamental para el
saneamiento de las prácticas políticas en la Universidad.
La Universidad del Comahue tiene aproximadamente 2000 docentes, entre profesores y
auxiliares, regulares e interinos, con sus diferentes niveles de dedicación. Todos ellos participan en la
actividad docente y la mayoría también lo hace en la investigación y en la extensión. Sin embargo, el
llamado “claustro docente” cuenta con sólo 469 integrantes, o sea, menos de la cuarta parte del conjunto.
El resto participa, si se inscribe, como miembro del claustro de graduados, disuelto entre un importante
número de egresados de la universidad que integran ese padrón (aproximadamente 5000) que tienen una
práctica y una relación con la vida académica totalmente diferenciada de la de los docentes. 14
La conformación de un único claustro integrado por todos los docentes es el primero de los
puntos a solucionar en el conflicto universitario. Uno de los motivos de esta prioridad es que su
fundamento resulta del propio discurso de los sectores que no quieren cambiar el estatuto: si la
centralidad de la vida universitaria está puesta en la práctica docente, no hay ninguna justificación para
que las tres cuartas partes de quienes realizan esta práctica sean excluidos de participar en tal carácter.
Los diferentes niveles de jerarquía laboral no tienen entidad para justificar esta exclusión ya que lo que
13
Uno de los tantos problemas que nos deja un sistema que sostiene la infravaloración del trabajo docente –como la
de todo trabajo en general- es que la justificada defensa de la dignidad de la actividad a veces asume la forma de una
postura conservadora. Como en este debate es necesario formular "desde dentro" de la práctica docente, la crítica a
las actitudes conformistas, rutinarias y paralizantes, quiero distinguirla cuidadosamente de aquellos
cuestionamientos globales que tienden, "desde afuera" al desconocimiento del valor de nuestro trabajo.
14
Para exponerlo con mayor claridad: 1500 docentes carecen de representación en su propio claustro y sólo
participan integrando aproximadamente la tercera parte del padrón de graduados.
7
agrupa, lo que incluso le da nombre al claustro, es una tarea común, compartida por profesores y
auxiliares, regulares e interinos.
Si nuestra organización institucional ha optado por la representación corporativa de los claustros,
esto es, reconociendo distintos agrupamientos humanos constituidos por relaciones diferentes con el
conjunto y entre sí, basadas en las actividades comunes a cada grupo, resulta arbitrario introducir la lógica
jerárquica en uno solo de ellos con el resultado de atribuir la representación del conjunto de la práctica
docente sólo a una minoría. Todo claustro podría ser dividido en jerarquías hasta el infinito. Los
estudiantes por su nivel de cursado o por su promedio; los no docentes por sus categorías (en donde las
distinciones son iguales o aún superiores a las de los docentes) y los graduados por su antigüedad o por
sus méritos profesionales. Sin embargo esta lógica destruiría la articulación de la representación
horizontal en claustros y la convertiría en una fachada de una sociedad elitista, en donde los méritos
adquiridos en la esfera laboral se trasladarían ilegítimamente al plano de la representación política. Esto
es lo que sucede actualmente, cuando las diferencias de categorías son el fundamento de la exclusión de
los derechos de participación de más del setenta y cinco por ciento de los docentes.
Tan fuera de sentido resulta el estatuto en esta cuestión, que se manifiesta aún más retrógrado que
la lamentable ley menemista de "educación superior", ya que ésta establece el claustro único y el voto de
los docentes interinos. Vale la pena destacarlo para hacer notar que lo que está en juego en el conflicto
universitario es el disfrute de privilegios injustificados, en tanto los mismos sectores que propician el
inconstitucional sistema de acreditaciones de la LES 15 pretextando apego a la ley, no muestran el mismo
celo legalista al opinar sobre la inclusión de todos los docentes en su claustro.
No es, sin embargo, en el debate abierto en donde se manifiestan los argumentos de quienes
resisten a la reforma, sino en ámbitos más cerrados, entre "gente como uno", los pares, los que han vivido
experiencias similares: allí es donde se sostiene que el "derecho" de los profesores a monopolizar la
representación docente ha sido ganado porque ellos fueron antes también auxiliares excluidos, lo que no
les impidió ascender a la condición actual. De allí la propuesta, sostenida por la última rectora, de
sustituir la temática del claustro único por la de los concursos de ascenso, como vía de canalizar la mayor
integración de los docentes. 16
Esta es la lógica de los colegios militares o de las escuelas de policía, en donde el cadete
humillado en primer año se considera por eso con derecho a someter a los ingresantes, cuando ha llegado
al final de la carrera. Esta lógica es la que sostiene la reproducción de la sociedad jerárquica de
dominación, puesto que el remedio ante la injusticia sufrida no consiste en hacerla desaparecer sino en
permitir o prometer a la víctima el ejercicio del poder arbitrario sobre otros más vulnerables y de ese
modo hacer soportable su padecimiento. Es lo que popularmente se conoce como "ley del gallinero" y que
explica por qué el racismo, la discriminación y la violencia doméstica, entre otras manifestaciones de
injusticia, son piezas importantes, a nivel molecular, en la estabilización de los mecanismos "macro" de
dominación social.
Por eso, pese a que en las declaraciones públicas habría algo parecido a un consenso en la
necesidad de establecer el claustro único docente, las resistencias invisibles a su realización son
formidables y explican el congelamiento del tema. La redistribución de poder que ocasionaría el nuevo
15
Es claramente contrario a la autonomía que la Constitución garantiza, en tanto subordina las decisiones
académicas de las universidades públicas al control de un órgano designado por los poderes políticos.
16
Es notable cómo la ideología neoliberal siempre disuelve los problemas de exclusión colectiva en "soluciones"
individuales (que nunca alcanzan a todos), estimulando la competencia individual dentro de los grupos
desfavorecidos.
8
estatuto sería notable. Hoy basta un grupo más o menos organizado de 10 ó 15 profesores, que se
consolida en el tiempo mediante la amistad y el intercambio de favores, para tener un peso decisivo en la
elección de Decano y en el gobierno de la Facultad. Multiplicar por cuatro (o cinco, según los casos) el
padrón docente, como resultado de la incorporación de los auxiliares, implicará disolver estos círculos en
un colectivo más amplio en donde el debate y las propuestas ocupen el lugar que hoy tiene la solidaridad
de ámbitos estrechos que de fuera se perciben como camarillas. Ello también produciría un cambio de
personas: las más aptas para la formación de este tipo de grupos serán gradualmente sustituidas por las
que sostengan su predicamento en propuestas más generales. De allí que quienes hoy son hábiles en
prácticas similares a las del clientelismo político resistan el cambio de las reglas de juego. Este es uno de
los principales motivos reales en que se asienta la negativa a debatir el tema. Democratizar la
Universidad, así, es romper estos círculos y dejar participar al conjunto de los docentes en el ámbito de
gobierno concebido para todos ellos. La salud de la vida académica lo exige.
Pero además se trata de una necesidad pedagógica. La Universidad no sólo enseña en las aulas
sino en su total vida institucional. Las relaciones de autoridad, la participación en las decisiones, la
fundamentación de los niveles de representación y la presencia o ausencia de debate configuran parte de
la matriz profesional de los futuros egresados. El ejemplo que dan quienes sostienen la actual
conformación excluyente del claustro docente -y esto es lo que enseñan- es que la autoridad se legitima a
sí misma sin necesidad de búsqueda de consenso: se inculca la "obediencia debida" a reglas que
sedimentaron relaciones históricas de desigualdad y en ello consiste su concepción de "democracia", no
en la legitimidad, la representación igualitaria, la justicia y la búsqueda de consenso sino en "el respeto y
el apego a la norma", tal como lo ha expresado la ex rectora. 17 O sea, en la obediencia a los
gobernantes. 18
Aumento de la representación estudiantil.
En todas las facultades el número de integrantes del claustro de estudiantes es mayor al sesenta
por ciento del total de miembros de la comunidad. Sin embargo eligen sólo una quinta parte, o menos, de
los consejeros directivos y asambleístas. 19 Este es el fundamento del reclamo estudiantil.
En un reportaje la Dra. Pechen argumentó su oposición a la democratización sosteniendo que ello
contradice la búsqueda de excelencia académica, porque "la universidad es meritocrática". 20 Es decir, tal
como lo hemos oído en innumerables corrillos, "deben gobernar los mejores", no los votos.
Esta postura se basa en una falsa e interesada oposición. Todos propugnamos el gobierno de los
mejores, nadie quiere la democracia, ni en la universidad ni en el país, para que ocurra lo contrario. Tanto
es así que aún en nuestro sistema político, tan bastardeado por el clientelismo, la corrupción, la falta de
controles y el manejo del poder judicial, entre otros males, 21 la hipocresía rinde homenaje a la virtud
cuando los propios políticos se postulan como "el mejor" candidato.
17
Diario Río Negro, reportaje del 30 de abril de 2006.
La mía no es una conclusión apresurada: la misma Dra. Pechen pone a los cortes de ruta como ejemplo de la falta
de apego a la ley. No menciona la violación a los derechos sociales, la violencia policial o la corrupción política. Es
que, como decía Martín Fierro, "la ley es como el cuchillo, no ofende a quien la maneja".
19
En los consejos directivos la representación estudiantil tiene 3 miembros sobre un total de 15. En las facultades
que cuentan con asentamientos dicha representación es inferior al 20 por ciento, porque los consejos tienen 16 ó 17
miembros (Ciencias Agrarias e Ingeniería, respectivamente).
20
El mismo reportaje del 30/4/2006.
21
Que no le han impedido a la misma Dra. Pechen ser candidata de un partido que se ha constituido mediante todos
esos vicios.
18
9
Todos queremos que gobiernen los mejores. Esto no se discute. Pero sí cabe preguntarse ¿mejores
para qué? ¿quién los determina?
La respuesta a la primera pregunta parece simple pero encierra un mundo de consecuencias:
mejores para gobernar la Universidad, claro. Para poder articular la diversidad, la multiplicidad de
aspiraciones, grupos, edades, prácticas, disciplinas, que hay en su seno. Y hacerlo, además, sin que esto
signifique una parálisis, una "suma cero", sino por el contrario, permitiendo encauzar las actividades
académicas y los debates detrás de un rumbo cuya pluralidad contribuya a revertir la exclusión social y
política de las mayorías que sostienen, con su trabajo, a la institución. Eso es promover la "excelencia
académica" que se pregona pero a la que se confunde con un amontonamiento de cursus honorum
individuales.
Cabe también preguntarse si los mecanismos de elección y representatividad del actual estatuto
facilitan este tipo de gobierno y en caso de que no sea así, dados los resultados a la vista, qué es lo que
debe ser cambiado. Si bien la conducción de la mayor parte de los asuntos de la universidad parece caer
"naturalmente" en manos de integrantes del claustro docente, que por permanencia y participación
protagónica en las funciones de docencia, investigación y extensión constituye el centro de gravedad de la
política universitaria, ni la propia tarea docente ni sus mecanismos de asignación de méritos proveen de
por sí las virtudes adecuadas para el gobierno. Más bien la tendencia es a que ocurra lo contrario. La
relación docente-alumno conlleva una asimetría que si se la traslada al ámbito político se transforma en
autoritaria. El aula tiene una lógica en donde el docente ocupa un lugar central pues en nuestras prácticas,
él debe conducir y organizar la transmisión de sus saberes y controlar niveles aceptables de aprendizaje.
El gobierno político de la universidad, en cambio, consiste en la ampliación de la participación y en
garantizar ámbitos igualitarios de debate, de los cuales se espera que emerjan las mejores decisiones por
su propio poder de convicción y no porque se otorgue a algunos un peso tan abrumador en las estructuras
representativas que haga de la discusión una pérdida de tiempo.
Por ello, los méritos para el gobierno de la universidad no pueden constituir en los mismos que
pesan para juzgar la carrera docente, pues se requieren cualidades individuales diferentes, que sólo
resultan de un proceso de formación de cuadros políticos en la búsqueda de participación, de consensos,
de unificación de la diversidad práctica y teórica, y en la capacidad de impulsar y articular proyectos
colectivos. Hoy la "escuela" de nuestros dirigentes la constituye la formación de pequeños círculos de
mutuas solidaridades, el enfrentamiento con otros similares a los que se excluye, la destreza en la
utilización de los mecanismos formales de obtención de mayorías en los cuerpos representativos y el
intercambio de favores, entre otras prácticas igualmente poco recomendables. El debate abierto, la
confrontación de ideas y las propuestas para el conjunto son metas declamadas y casi nunca intentadas
(como también ocurre en el ámbito de la política general).
En la política seguida frente al claustro estudiantil, estas prácticas alcanzan una gravedad tal que
no porque nos hayamos acostumbrado a ellas resultan menos peligrosas. El estamento profesoral que
dirige la vida universitaria no parece consciente de la brecha que hay entre su mundo y el de los
estudiantes, así como de la imperiosa necesidad de minimizarla. La edad, la forma de relacionarse con la
Universidad y hasta el propio lenguaje configuran ámbitos sociales diferentes con pocos puntos de
contacto, pese a la convivencia en la misma institución. A ello se agrega que la gran mayoría de los
docentes no ha tenido militancia política o universitaria similar a la de los actuales cuadros estudiantiles,
lo que les hace difícil hasta comprender sus ideales y la dinámica propia del claustro. Si el peso
estudiantil en la toma de decisiones cotidianas hubiera sido decisivo, la propia dirigencia docente se
habría visto necesitada de tender la mayor cantidad de puentes posible para disminuir aquella brecha y
lograr los consensos necesarios para gobernar. Pero esto por lo general no ha sido así. Al contrario, la
10
reducida representación de los alumnos en los cuerpos directivos (que contrasta con la dimensión real del
claustro) facilitó su exclusión práctica, ya que las mayorías necesarias para las votaciones podían
obtenerse por medios menos trabajosos, con representantes de claustros de escaso número o poca
participación, con quienes, además, es más fácil entenderse en términos de edad, ideologías o
experiencias. Esta situación estalló hace poco más de dos años y no hay –en el grupo que dirige la
Universidad- quien plantee otra "salida" que el retorno a la "normalidad", entendida como la reiteración
de las prácticas responsables de la crisis. Una mayor representación estudiantil es no sólo la solución que
ven los jóvenes en lo inmediato para dejar de sentirse marginados del debate real sino también un
mecanismo de formación y selección de los mejores gobernantes que necesita la Universidad: aquellos
que hagan de la inclusión y el consenso el fundamento de su legitimidad.
La democratización universitaria debe comenzar por ampliar la representación de la mayoría y
disminuir la de los sectores actualmente privilegiados (que hoy deciden en su favor cómo se reparten el
presupuesto, los honores y hasta el tiempo que se concede a cada problema). La sobrerrepresentación
docente debe dar paso a un esquema institucional que imponga la necesidad de obtener el apoyo
mayoritario real de la comunidad. Esto se logra argumentando, debatiendo, persuadiendo, de cara a los
estudiantes, a quienes deben dejar tener miedo y comenzar a comprender e, incluso, aprender de ellos.
Veamos también el tema desde otro ángulo. Por una parte la política universitaria es un ámbito
educativo, es el lugar en donde la Universidad enseña participación ciudadana. Además la política, con su
aspiración a una visión totalizadora, compensa los costos epistemológicos de la compartimentalización
educativa que produce la necesaria especialización y otorga un imprescindible lenguaje común frente a la
extrema diversidad de vocabularios disciplinares. De allí que la militancia estudiantil no puede ser
concebida como un "elemento perturbador" escasamente compatible con el fin de la institución, una
especie de mal que se tolera porque no se sabe cómo erradicar. Por el contrario, es un elemento
imprescindible en el rol pedagógico de la Universidad.
Para entenderlo hace falta, sin embargo, ponerse a pensar seriamente en el papel de la
Universidad, que es lo que en el fondo, aunque no se vea con claridad, es lo que está debatido. Hoy
pareciera que la finalidad educativa de la Universidad se reduce a la formación individual, "técnica", de
sus estudiantes y que lo que justifica el sostén estatal de esta formación es la idea de que favoreciendo el
ascenso individual se mejora la situación del conjunto. Creo que ambas afirmaciones, estrechamente
ligadas, merecen ser puestas en cuestión. La acentuación de la formación exclusivamente "técnica" o
"científica" (en caso de que se adopte una visión estrecha del quehacer científico) constituye más bien la
renuncia de la Universidad pública a la realización de sus fines. Desde sus inicios históricos la institución
universitaria tuvo en mira la formación individual como parte de la conformación de una estructura
dirigencial capaz de ser "universal", es decir, con una visión integradora del conjunto de la sociedad.
Primeramente la Iglesia, que consolidó su poder central a través de los funcionarios eclesiásticos allí
educados, y posteriormente los Estados, concibieron a la Universidad como la institución fundamental
formadora de los cuadros político-técnicos de decisión de la sociedad. De allí que la política, entendida
como acción sobre el rumbo social, no podría ser erradicada de la Universidad, puesto que lo central en la
creación de esta institución ha sido la voluntad de asegurar la reproducción y afianzamiento de un orden
político. Claro que ello, a su vez, genera en la vida interna universitaria, la contra-política oficial, la
política crítica y el debate cuestionador. No en vano, el inicio del Manifiesto Liminar de la Reforma
Universitaria no alude primeramente a las condiciones específicas de la Universidad de Córdoba sino que
apunta a metas políticas generales y asegura que "Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos
y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que falta... estamos pisando sobre una
revolución, estamos viviendo una hora americana".
Un defensor de la "autonomía" de los saberes técnicos podría reprocharme que estamos
descuidando la "educación" en beneficio de la "formación política". Sin embargo, a poco que se
11
profundice, veremos que esto no es en modo alguno así. La estructura institucional constituye el ámbito
propio del proceso educativo y no puede ser desvinculada de los aspectos más generales de la práctica
pedagógica. Incluso a nivel de conocimientos técnicos "puros" (suponiendo que tal cosa pudiera existir),
hay cierto consenso en que el modelo de egresado al que debe tenderse no es el del burócrata repetidor
sino el del profesional creador y activo, en cierta medida inconformista. Esto es algo que se enuncia con
facilidad pero respecto de lo cual no se extraen las consecuencias necesarias y se mantiene en el nivel de
pura declamación porque su realización concreta entraría en conflicto con las actuales estructuras.
Orientar la Universidad para un perfil de egresado técnicamente creativo, y por tanto crítico, requiere una
relación pedagógica que en lugar de promover la transferencia de contenidos preempaquetados constituya
un soporte, un estímulo, para que emerjan las propias potencialidades del estudiante. Esta paradoja de una
institución educativa formadora de autodidactas no sería tal en cuanto se advirtiera que éstos no surgen
del vacío y que aún los genios en ciencias, artes, deportes, o cualquier otra práctica social, necesitan de
maestros que los introduzcan en su área y les transmitan los saberes y experiencias heredados. Si bien este
debate se ha orientado hacia la reelaboración de los planes de estudio y de los mecanismos de evaluación,
destacando la necesidad de brindar mayores opciones y de desestandarizar la enseñanza, no puede
soslayarse que ello implica un protagonismo en el estudiante incompatible con su exclusión del gobierno
universitario (o su participación minoritaria, siempre soslayada, que es lo mismo) y con la naturalización
de las jerarquías políticas, tal como hoy se dan. De modo que la reforma propuesta no sólo no es contraria
al mejoramiento técnico sino que constituye su soporte necesario.
El aumento de la representación estudiantil en los cuerpos directivos tiene que darse en la medida
en que impida las prácticas de su exclusión sistemática. No hay una fórmula matemática que establezca la
equivalencia justa. Esta sólo surge del compromiso y del diálogo de los sectores intervinientes, no hay
otro camino. Las formas de representación indirecta, colectiva, corporativa o estamental, como la de
claustros, tienen la virtud de que mantienen en los niveles de gobierno una cierta reproducción de las
comunidades reales en que se agrupan las personas y por ello una mayor fidelidad hacia las prácticas y
sentidos producidos por los distintos grupos. El problema que habitualmente enfrentan es la deformación
de la representación numérica de la totalidad de los integrantes de la comunidad. Cuando esta
deformación llega a extremos –como ocurre en la UNCo, en donde el voto de un profesor equivale al de
40 estudiantes- los sistemas de este tipo entran en tensión y suelen derrumbarse si no se tiene el tino de
prever el conflicto. Cualquier especialista en teoría política, historia u organización institucional podría
dar cuenta de innumerables casos de ello, de modo que una institución que opta por la representación
política estamental tiene que habituarse a convivir con las tensiones que ésta arroja y a extremar las
búsquedas de consenso necesarias para que no se desmadren. 22 Cuando el sistema estalla, no se trata de la
maldad o irracionalidad intrínseca de unos pocos, sino de la incomprensión de estos problemas por parte
de los grupos dirigentes y de su incapacidad de abordarlos a su debido tiempo.
Excluir sistemáticamente a una minoría es una práctica autoritaria. Hacerlo con la mayoría es,
además, suicida. 23 Nadie con mediana sensatez podía dejar de prever que si le cierran a los estudiantes las
vías de participación real (no meramente formal) éstos no utilizarían el mayor peso de su número en los
22
Un ejemplo de la complejidad de estas cuestiones puede hallarse en nuestro propio Estado federal argentino. Aquí
se combinan dos formas diferentes de representación: la directa o individual y la indirecta o estamental (las
provincias son "estamentos" de configuración territorial). En la elección presidencial la representación estamental no
cuenta (desde 1994 el voto es directo). En el Parlamento se combinan los dos sistemas: Tierra del Fuego, con menos
de 200.000 habitantes, tiene igual cantidad de senadores que provincias con varios millones, como Buenos Aires,
Santa Fe o Córdoba. En cambio, la distribución de los diputados guarda cierta proporción con la población de las
provincias. En la comparación con otros países, resulta que cada sistema federativo tiene en realidad un modelo
propio de combinación de las diferencias, que muchas veces incluyen a agrupamientos no territoriales, como los
grupos étnicos o las nacionalidades. En todos los casos se trata de soluciones a que se arriba mediante compromisos
y consensos, casi siempre logrados luego de violentas disputas.
23
Es necesario traer la comparación con De La Rúa.
12
ámbitos en donde éste es decisivo: las calles, las manifestaciones, las barricadas. Los que con tanta
facilidad y soberbia se autocalifican como "los mejores" tendrán dificultades en explicar su ignorancia de
estas verdades de perogrullo.
Urge revertir este rumbo. El primer paso es sentarse a acordar el aumento de la representación
estudiantil en los consejos. Después, habrá que habituarse a gobernar no imponiendo el mayor número de
representantes sino buscando el consenso mediante el debate y la argumentación, lo que será saludable
para el conjunto de la comunidad universitaria.
Tratamiento de las cuestiones administrativas en los cuerpos directivos
Los consejos directivos nombran al Decano y a los secretarios de facultad, el Consejo Superior
nombra al Vicerrector y a los secretarios de Universidad, y la Asamblea al Rector. Pero una vez que estos
cargos son cubiertos, sus decisiones administrativas no son revisadas por ningún órgano, ni siquiera por
aquellos que los nombraron. Tales decisiones son las que diariamente materializan la política
universitaria, la asignación de los gastos específicos, la distribución de recursos a las facultades, las
condiciones de trabajo de los no docentes (incluyendo su designación y ascensos), los sumarios
administrativos, la auditoría interna, etc. Estos y otros muchos actos de la mayor importancia escapan al
escrutinio de los consejos directivos y del Consejo Superior. Se trata de una técnica para concentrar el
poder y sustraerlo al control de los claustros. No hay otro argumento para ello ya que la supuesta o real
ineficiencia de los cuerpos deliberativos como administradores no es válida para fundamentar su ausencia
de escrutinio posterior.
Esta asignación de las decisiones administrativas a una especie de "zona de reserva" propia de los
decanos y el Rector (tal como lo requiere expresamente la LES), carente del control de los consejos, no
sólo se opone a objetivos ampliamente compartidos en la comunidad universitaria, como la transparencia
y publicidad de la gestión así como su concordancia con la política trazada por los órganos de mayor
representatividad, sino que aparece como francamente contradictoria con la participación de los
trabajadores no docentes en el gobierno de la universidad. 24
Pese a las críticas que se hacen a esta participación, 25 siempre formuladas en corrillos y fuera de
los cuerpos representativos, considero que la presencia no docente en los consejos enriquece el debate con
un punto de vista decisivo para el gobierno de la Universidad y es, por ello, congruente con el objetivo
democratizador que nos hemos propuesto. Sin embargo resulta absurdo que los trabajadores no docentes
estén incorporados a unos órganos deliberativos impedidos de considerar las cuestiones en donde tienen
más que aportar.
El fundamento de toda participación democrática es que una persona no sea extraña a las
resoluciones que colectivamente se adoptan sobre ella misma. Que en alguna medida, que se pretende
resulte cada vez mayor, cada uno de nosotros sea también artífice de las decisiones que nos afectan en
24
Aunque conozco las críticas que se hacen al término "no docente" y las comparto, ya que es un trabajo que tiene
identidad y necesidad propias y no merece ser definido por exclusión, la brevedad me impone seguir por ahora el
uso tradicional.
25
El pretendido argumento "meritocrático" es el que en las conversaciones reservadas se utiliza en contra de los
trabajadores no docentes. Si no se hace explícito en esta coyuntura por parte de los conservadores es meramente por
razones tácticas, pero mientras aquella idea elitista se mantenga vigente en el sector hegemónico, la representación
no docente siempre estará en riesgo.
13
nuestra vida cotidiana. Ello no sólo tiene como objetivo aumentar el ámbito de libertad personal sino
incluso mejorar la eficiencia gubernamental, ya que debe suponerse que las personas son más proclives a
cumplir con las normas y disposiciones en las que de algún modo han participado. Por eso, es totalmente
infundado que nada menos que el claustro que está inmerso en el quehacer administrativo de la
Universidad esté excluido de participar precisamente en ese ámbito, el que más conoce y que más le
afecta.
Hoy, los trabajadores no docentes, a través de sus representantes en los consejos directivos y
superior, establecen los concursos docentes, designan sus jurados, deciden sobre sus resultados y
nombran a los propuestos... pero no pueden hacer lo mismo sobre los concursos de su propio claustro. No
es una omisión casual. Se trata de una llave fundamental en el ejercicio cotidiano del poder en la
Universidad que es totalmente sustraída al debate y al control de la comunidad y que ha reforzado la
práctica de gobierno de grupos minoritarios.
Tal como están delimitadas las competencias en el actual estatuto, la mayoría de las decisiones
que afectan a los trabajadores no docentes son ajenas a los cuerpos representativos. Ello hace que para los
no docentes la democracia interna carezca mayormente de contenido real y sólo aparezca con algún valor
cuando se trata de elegir autoridades. Si en las restantes elecciones campea el desinterés, ello no tiene
nada de extraño pues se trata de conformar cuerpos que decidirán sobre diversas temáticas menos las que
resultan más importantes para el claustro.
El resultado de ello ha sido la transformación de gran parte de los votos de las representaciones
no docentes en los consejos, especialmente en el Consejo Superior, en artículo de negociación
intercambiable en ámbitos secretos, en algunos casos con objetivos de mejoras laborales generales, en
otros con fines menos loables, como la asignación de privilegios o beneficios particulares a quienes se
encuentran en esos acuerdos. Si la participación aparece vaciada de sentido en el ámbito en donde se
debería ejercer, este contenido se le agregará desde afuera, con otros actores y con otros intereses.
Es por esto que hacer transparente la administración, controlar sus decisiones por los consejos y
darle a los trabajadores no docentes el mismo grado de participación sobre sus cuestiones que los demás
claustros tienen sobre las propias, no es una necesidad exclusiva de ese sector sino algo que nos involucra
a todos, porque la exclusión del debate de esos temas es parte del vaciamiento de la democracia y la
concentración del poder que la reforma debe revertir.
Una nueva universidad
En el detalle de estos puntos decisivos de reforma puede verse con claridad cómo las conductas
opuestas al proceso de democratización, en cada caso concreto, apuntan a la concentración del poder, al
aseguramiento de jerarquías que no buscan legitimarse en el reconocimiento colectivo, a la comodidad en
los cargos y a la reducción de los espacios críticos. Todos objetivos congruentes con un sistema
educativo-institucional reproductor del modelo vertical de ejercicio del poder y de las rutinas burocráticas
y despolitizadas que lo sostienen. 26
Si ese es el modelo de Universidad que algunos tienen en mente por lo menos sería honesto que
se explicite a la comunidad universitaria ¿Es esta la Universidad que queremos para el país?
26
La actual rutina de sustituir la búsqueda de una solución consensuada, poniendo en lugar de ella la práctica de
gobernar por decreto, mediante resoluciones "ad referéndum" constituye una manifestación más de las convicciones
conservadoras (nunca explicitadas ni fundadas en el debate) del grupo que detenta el gobierno de la Universidad.
14
Es común partir de la base de la existencia de un sistema político y social insatisfactorio para la
mayoría de los argentinos pero solemos hacer de cuenta que la Universidad no ha tenido que ver con él ni
ha contribuido a su formación y reproducción. Entonces la historia de la Universidad se presenta como un
relato de los esfuerzos de un grupo de personas que hacen lo posible por el progreso social pese a las
estrecheces presupuestarias.
Esto es un cuento de hadas.
La Universidad ha contribuido y contribuye a la formación y reproducción de este estado de cosas
continuamente y uno de los primeros mecanismos mediante los cuales lo hace es ocultando su propia
responsabilidad. A lo sumo se escucha, a veces, la crítica a los políticos por no acudir a la Universidad
cuando necesitan soluciones técnicas, como si el único papel posible de ésta fuera el de ser consultora de
aquellos (o como si la crítica más importante que se pudiera hacer al sistema político argentino fuera que
sus dirigentes no estuvieran suficientemente capacitados o asesorados). En realidad esto es parte de una
visión idílica de la sociedad que excluye al conflicto y a las relaciones de poder y de dominación como
elementos constituyentes. Se habla normalmente del “papel crítico” de la universidad, pero en esta visión
dicho papel está ausente por completo. Además, lo cierto es que la inmensa mayoría de los políticos, sus
asesores y sus cuadros técnicos, son –como también lo han sido los principales violadores de los derechos
humanos- egresados de la Universidad argentina.
Esta distancia entre la “política” (entendida no en el sentido de puja partidaria sino como espacio
de construcción colectiva de un destino común) y la Universidad, es el primer punto y el más importante,
que permite afirmar la responsabilidad de la institución en la perpetuación de una realidad injusta. El
mecanismo discursivo a través del cual opera este aporte es la distinción entre política y técnica, de la
cual se supone que a la Universidad sólo le corresponde la última.
La ideología del grupo que gobierna la UNCo sostiene que la contribución de la Universidad al
mejoramiento de la sociedad consiste únicamente en el aporte técnico y el progreso científico, como si
éstos no pudieran ser asimilados (como de hecho lo son) para la perpetuación del sistema que se critica.
Implícitamente esta ideología evoca a la “teoría” neoliberal del “derrame”, pues supone que la principal
causa de la injusticia consiste en el bajo crecimiento económico y éste a su vez se debe a la ausencia de
desarrollo tecnológico y científico, cuando en realidad es (en lo que este cuadro tenga de verosímil) al
revés: es la sociedad estructuralmente configurada mediante un sistema de dominación y privilegio la que
provoca el bajo nivel de desarrollo técnico y científico. Esta visión idílica ha sido desvirtuada por la
existencia de amplios períodos de importante crecimiento económico que sin embargo mantuvieron e
incluso provocaron la exclusión y la brecha sociales. Basta mencionar a la mayor parte de la década
menemista y al desarrollo actual de la economía para advertir que la atribución primordial de causas
técnicas o económicas como responsables de esta realidad es un escamoteo a gusto de los grupos
privilegiados que crearon y perpetúan esta situación.
Pero además, esta limitación "tecnocrática" del quehacer académico conspira contra el propio
desarrollo técnico y científico. Por un lado, porque establece límites a la investigación: las áreas con
relevancia política crítica deben evitarse y resultan desalentadas. 27 Por otro, porque la excelencia
académica no es una cualidad individual, personal, sino un resultado colectivo, una cultura de la vida
universitaria, que sólo puede lograrse en el marco de un proyecto general que resulte cautivante para
poner a su servicio las potencialidades individuales. En consecuencia, si la Universidad quiere estar
orientada a producir un desarrollo técnico y científico de calidad, tiene que hacerlo al mismo tiempo
27
Como ocurre con las actividades de extensión, a las que no se les reconoce valor formativo.
15
formando cuadros profesionales críticos, moral y políticamente comprometidos con la construcción de
una sociedad diferente, justa, sin relaciones de explotación ni exclusión. Esta es la principal objeción a
quienes sostienen el papel políticamente “neutro” de la enseñanza universitaria: En una sociedad de
desigualdades extremas esta "neutralidad" naturaliza el sistema y contribuye a reproducirlo, entre otras
maneras también mediocrizando la enseñanza.
Cabe mucho más que decir acerca de esta supuesta neutralidad. No necesito introducirme en la
crítica teórica acerca de la “pureza” de la ciencia y de la técnica como tales, cuestión respecto de la cual la
filosofía e historia de la ciencia de las últimas décadas han hecho contribuciones que ponen seriamente en
duda los postulados conservadores constituyentes de gran parte del sentido común de nuestras autoridades
universitarias. Prefiero aludir a las condiciones más evidentes que demuestran cómo en la Universidad la
enseñanza presuntamente neutral se profundiza en unos campos y disminuye o directamente se ignora en
otros, y en prácticamente todos los casos ello ocurre en detrimento de los conocimientos técnicos o
científicos que podrían resultar útiles a los sectores populares. No se necesita indagar mucho para advertir
que en prácticamente todas las carreras, la enseñanza supuestamente “neutral” desarrolla unas áreas en
detrimento de otras de modo de transmitir los conocimientos útiles a un determinado modelo de ejercicio
profesional funcional al sistema político y social vigente, ocultando o licuando aquellos que podrían
sustentar una práctica profesional, aún redituable económicamente, que introduzca elementos de conflicto
e “ingobernabilidad” en esta realidad.
La armonía entre la Universidad argentina y el sistema de poder hegemónico se quebró en los
años '40 y desde entonces nunca los sectores de poder dominante –por lo menos hasta el menemismolograron reconstituir la síntesis que hiciera de la Universidad una fábrica de los dirigentes aptos para
reproducir el sistema. De ahí el lugar común de que la Universidad argentina está "en decadencia", 28 las
etapas de crudo autoritarismo, el crónico desfinanciamiento, la promoción de las universidades privadas
y, en general, las dificultades –exhibidas como "falta de política" hacia el sector- de reintegrar la
Universidad como reproductora eficaz de un sistema de poder. Sin embargo, lo que no se consiguió desde
fuera parece imponerse desde dentro. La Universidad sigue formando a los profesionales que luego se
ubican en las posiciones directivas en la administración, el Poder Judicial, los sistemas público y privado
de salud, las empresas, el sistema educativo, y en general, en los cargos de decisión de casi todas las
instituciones de la sociedad, sin preocuparse por la ausencia de comprensión del carácter político de esas
tareas profesionales. Lo que de por sí es también una "formación política": aquella que tiende a suprimir
las posibilidades del quehacer crítico y a fomentar las conductas integrativas en un sistema de exclusión
social (esto es, obediencia a los superiores y autoritarismo hacia los subordinados). No es de extrañar,
entonces, que las cifras de egresados universitarios, en constante incremento desde 1983, sean paralelas al
crecimiento de la desigualdad social y la exclusión: el progreso individual no necesariamente produce
progreso social si, como ocurre en nuestro país, los profesionales se integran acríticamente en estructuras
que refuerzan la desigualdad y la exclusión mediante la subordinación jerárquica, la ausencia de
responsabilidad social por las decisiones adoptadas y los valores individualistas del capitalismo. El
crecimiento de la brecha social y de la pobreza evidencian que el aumento del número de profesionales no
ha contribuido a solucionar los problemas sociales. Más bien puede suponerse lo contrario, que ha
sostenido su agravamiento generando una clase de profesionales de origen popular que adoptan la
ideología del ascenso individual, juzgan que su posición es el resultado exclusivo de sus propios méritos
singulares y, por eso mismo, consideran que quienes se han mantenido en la marginación no ha sido por
ser víctimas de un sistema de exclusión sino por no haber sabido aprovechar las oportunidades, por
desidia, ausencia de méritos, en definitiva merecidos "perdedores" ("losers").
28
Afirmación que no logra acuerdos, sin embargo, acerca de cuál habría sido la "época de oro". Hay quienes la
ubican con anterioridad a los años 40, en la época de esplendor de la Argentina oligárquica (como una ex secretaria
de investigación de la anterior rectora) y otros la sitúan previamente a 1966, hasta la noche de los "bastones largos".
16
El progreso técnico ciego puede encandilar a las capas más acomodadas de nuestra sociedad
(incluyendo a parte de nuestros profesores más antiguos) que consideran sus viajes al exterior como un
alivio respecto de una realidad local que deploran. Teóricamente puede conducir a un mejoramiento de la
vida, pero también, como lo ha hecho, a sumergir en la miseria a la mayoría del pueblo. En manos de
quienes detentan el poder en la Argentina, el enorme progreso técnico de los últimos 20 años ha sido una
herramienta de dominación y retroceso social, desocupación, desprotección de los más humildes y
exclusión, así como antes había fundado la eficiencia de los aparatos de inteligencia estatal y la
perfección atroz de la tortura en la ESMA.
A esto conduce la entronización del saber técnico "neutro" e irresponsable, carente de proyección
política y social. Los jóvenes que reaccionan contra la ausencia de debate por parte del gobierno
universitario son, de este modo, quienes realmente buscan retomar el concepto de Universidad en su
concepción integral. Los burócratas que pretenden una enseñanza aséptica, supuestamente técnica son,
por el contrario, los que perpetúan la crisis.
La democratización
Recuperemos el pensamiento universal contenido en el término Universidad, es decir, el
pensamiento político, en el sentido de construcción de una sociedad diferente, justa, solidaria,
democrática. Y este es precisamente el punto: ¿La ideología práctica de la "meritocracia", del gobierno
de las minorías, es la adecuada para una institución que debe formar los cuadros dirigentes para una
sociedad democrática? ¿O por el contrario, es la que mejor se adapta para que los egresados reproduzcan
después las prácticas de gobierno de minorías, de los "meritocráticos", en los distintos ámbitos en donde
van a asumir posiciones directivas: la administración del Estado, de la economía, la justicia, la educación,
las empresas privadas, las organizaciones sociales, etc.? ¿Queremos que los dirigentes de la sociedad a
todo nivel estén educados en prácticas de búsqueda de consenso o que las eludan pretextando superiores
saberes técnicos cada vez que puedan aplicar directamente una legalidad en el fondo sostenida por la
coacción estatal? No podemos dejar de recordar que el paradigma del modelo de vaciamiento de la
política como organización de la voluntad colectiva y su reemplazo por la "gestión", en la era neoliberal
lo conforma el técnico de los organismos financieros internacionales bajo cuyas instrucciones se modeló
la entera estructura social argentina. 29
Esto es lo que está detrás de la lucha por la democratización: las prácticas hegemónicas de
ejercicio de la autoridad común: ¿legalidad o legitimidad? ¿coacción o consenso?
La búsqueda de consenso y de reconocimiento de la legitimidad debe constituir el centro de
gravedad de las prácticas de todo grupo o individuo al que el sistema institucional haya colocado en
posición de adoptar decisiones. El modelo vertical de toma de decisiones, aún en los casos en que la
persona es democráticamente electa (lo que de todos modos no es lo que ocurre en la UNCo), es el que
mejor conviene a la reproducción de una sociedad jerárquica, desigual, claramente injusta y sólo
formalmente democrática. 30
La Universidad, si quiere ser tal, no puede renunciar a este fundamental rol educativo. Pero para
ello es imprescindible que introduzca en su interioridad las formas de gobierno adecuadas a los modos de
29
Maristella Svampa; La sociedad excluyente, Buenos Aires, Taurus, 2005, pág. 62.
La legalidad debe estar subordinada a la legitimidad y ésta se logra mediante el consenso y el reconocimiento. El
extremo negativo de ello está en De La Rúa, que pretendió instaurar el estado de sitio, aún al costo de la muerte,
aferrándose a una legalidad formal que había devenido vacía.
30
17
ejercicio de autoridad que quisiéramos ver en la sociedad. De lo contrario, vamos a gobernar internamente
como De La Rúa y, lo que es peor, vamos a educar en este modelo y seguir reproduciendo los cientos o
miles de "De La Rúa", que diariamente soportamos mientras ejercen, a su modo, el poder político, social,
administrativo, empresario, etc.
Estas no son cuestiones para cuya resolución el estatuto resulte neutro. El consenso en general es
difícil de lograr. Entre generaciones diferentes es más arduo aún. Es un proceso que lleva tiempo,
paciencia, sinsabores y malos entendidos, como mínimo. Requiere la modificación de prácticas culturales
arraigadas y su reemplazo por modos diferentes de adoptar decisiones que sólo con el tiempo y
persiguiéndose explícitamente el objetivo de lograrlas resultan posibles.
Si la estructura institucional no impone la necesidad de esta vía, como la fundamental para la
adopción de decisiones, fácilmente quienes se enfrenten a estos problemas buscarán la línea del menor
esfuerzo consistente en hacer valer una legalidad que así se irá vaciando paulatinamente, al suponer que
tiene al consenso sólo como una opción, entre otras. El resultado no sólo será (y ha sido) que las
decisiones importantes se adopten sin participación sino, además, que los grupos dirigentes se eduquen
ellos mismos en estos usos y hagan de ellos el marco de "gobernabilidad" que da las pautas de los
mecanismos informales de selección, ascenso y exclusión, propios de toda organización institucional.
El resultado está a la vista: una clase dirigente universitaria apta para recurrir a todo tipo de
maniobra imaginable en tanto tenga apariencia de legalidad ("picardía criolla"), pero con notoria ineptitud
para sostener un diálogo medianamente serio y productivo con los jóvenes.
Si el modelo de dirigentes sociales que produce la Universidad es el que encarna su dirigencia
actual, no habría más que razones para ser pesimistas en cuanto a la consecución de una sociedad justa y
democrática por las vías de la paz social y la legalidad.
Conclusiones
Hemos pasado de la evaluación de las acciones inscriptas en la superficie de la crisis y del
fundamento de las propuestas de cambio estatutario a la temática de la política general universitaria. Es
así porque sólo introduciéndonos en un debate de este tipo podrá superarse la actual parálisis
institucional, de lo contrario el panorama aparece como una puja de poder egoísta entre distintos sectores.
Pero afrontar este debate implica renunciar a falsas seguridades. La primera es suponer que el
modelo de universidad nos va a venir dado desde afuera, como muchos quisieran, 31 lo que ahorraría el
difícil trabajo de pensar por sí. La segunda, íntimamente vinculada a la anterior, es creer que nuestras
responsabilidades individuales se agotan en el cumplimiento de las tareas, los horarios y el llenado de los
formularios administrativos. La Universidad es una institución de fundamental importancia en la
conformación o estabilización de un sistema político general. No tener esto en cuenta y limitarse a
cumplir con las rutinas académicas es aceptar el sistema vigente tal cual es. Pero aún para quienes estén
de acuerdo con él (que no son tantos), la propia vida académica exige que ello se haga explícito y se
fundamente en el debate.
31
Así dice la Dra. Pechen en el reportaje ya citado (diario Río Negro del 30/4/2006), "La sociedad (no la
Universidad) debe definir qué universidad quiere".
18
En la actual situación de la UNCo este debate es imprescindible para superar la crisis. Pretender
postergarlo para cuando la Universidad esté "normalizada" es mantenerse en el pantano, porque
precisamente lo que está en discusión es qué se entiende por normalización. Debatir en esta situación el
modelo de universidad no es un ejercicio teórico abstracto, sino que constituye la clave para la
introducción de las modificaciones estatutarias; éstas a su vez son la forma concreta en que se comienza a
realizar aquel modelo y al mismo tiempo la puerta para que la normalización deje atrás a la crisis en lugar
de postergarla.
La práctica académica pretendidamente neutra o despolitizada puede tener justificación en países
que han definido un modelo de Universidad con consenso, lo que permite a la mayor parte de los
miembros de la comunidad docente o científica concentrarse en sus rutinas aceptando el contexto político
institucional hegemónico con el cual –a grandes rasgos- están de acuerdo. Ese es un lujo que todavía no
podemos darnos aquí, en donde lo que permanece indefinido es el modelo de Universidad en el que
incluirnos. Elaborarlo colectivamente es una tarea previa ineludible puesto que ese es el marco en donde
el conocimiento técnico resulta productivo, ya que si no sabemos adónde vamos nunca vamos a encontrar
los medios para hacerlo. 32
La crisis de la Universidad es una crisis de legitimidad, no demasiado diferente de la que encarna
la dirigencia nacional en su conjunto, aunque con una historia particular, propia. De pronto los sectores
que habían gobernado, con sus internas, sus conflictos y sus recambios, se encontraron con que nuevos
protagonistas interferían en la lógica política a la que estaban acostumbrados. Esto provocó una
reconfiguración en el escenario, acomodando en nuevos agrupamientos a antiguos antagonistas o
marginando a quienes antes habían sido protagonistas importantes. Este ha sido el resultado de la toma
del 2004, que por lejos fue mucho más allá de la ley de educación superior. Lo que apareció en discusión
fue la legitimidad de un gobierno universitario estructurado sobre el predominio casi absoluto del sector
docente más antiguo, un esquema en donde la participación estudiantil se reducía prácticamente a los
cuerpos directivos colegiados reunidos con una periodicidad mensual, presencia ciertamente "molesta”
para muchos, pero que daba la apariencia de co-gobierno, cuando en la realidad el gobierno universitario
recaía en una gestión administrativa cotidiana carente de toda transparencia.
Ese “orden” excluyente es causante del desorden en que se encuentra la Universidad y debe ser
revertido desde su mismas bases: lo que ahora se concibe como “factor desestabilizante”, la presencia
estudiantil activa, debe ser entendido como un nuevo principio de legitimación democrática del gobierno
universitario. Así, ningún orden interno de la universidad puede considerarse legítimo si no cuenta con el
consenso amplio de los estudiantes, quienes no son el objeto de las prácticas pedagógicas docentes sino
un sujeto activo y cuestionador en la vida universitaria. Esta es una ampliación del campo de lo
pedagógico: no estamos para reproducir objetos pasivos para el mercado de trabajo ya que la universidad
no es una máquina de hacer chorizos, sino para permitir la aprehensión de herramientas técnicas por parte
de sujetos amantes de la dignidad y capacidad creadoras que les confieren sus vínculos colectivos.
De lo que se trata es de recuperar la universalidad del ámbito de debate, que es intrínseca a la idea
de Universidad e incluso es la que le ha dado su nombre.
En el difuso "sentido común" del grupo dirigente está la suposición de que la discusión sobre el
país que queremos, el papel de la Universidad en él y las tareas colectivas para su construcción, pueden
ser temas interesantes para charlar, pero decididamente ajenos a la gestión universitaria. El mismo
término gestión enfatiza este desinterés, al destacar como determinantes los aspectos administrativos,
puramente técnicos. El debate se debería reducir así al de los medios para ir más rápido, más cómodos y
32
Como decía Don Arturo Jauretche, no sirve saber hacer un puente sin saber por dónde pasa el río.
19
al menor costo por un camino ya trazado. Adónde nos conduce ese camino ya no sería un problema de la
Universidad (adviértanse los paralelos entre esta concepción y la idea del profesional universitario como
mercenario al servicio de quien quiera y pueda contratarlo).
Sin embargo, desde sus orígenes, como escuela de los cuadros que constituyeron la unidad y
coherencia del gobierno "universal" (europeo) de la Iglesia, hasta la universidad norteamericana
contemporánea, que orienta la extrema especialización en cada uno de los ámbitos del mundo globalizado
que Estados Unidos domina o busca hacerlo, a la vez que educa y solidariza entre sí a las élites de todo el
mundo para que participen como piezas de esta dominación, sin dejar de mencionar a las universidades
alemanas del siglo XIX que produjeron a los dirigentes de un Estado nacional que aún no existía y al que
debían crear, la responsabilidad y orientación políticas de las universidades han sido siempre parte de su
propia razón de ser.
Transformarlas en "enseñaderos" es vaciarlas de sentido y ubicarlas en el mundo del mercado de
servicios educativos en cuya lógica se disuelve la posibilidad de pensar y construir un país y una sociedad
diferentes, tarea que pasa a ser externa a la Universidad.
Es decir, renunciar al papel político de la Universidad es construir la propia ruina de la
institución. A esto nos llevan las actuales prácticas dirigentes con sus (supuestos) saberes exclusivamente
técnicos. En verdad, esta despolitización de la Universidad es también una tarea política: la renuncia a
pensar y hacer una sociedad justa es al mismo tiempo el compromiso de asegurar el mantenimiento de la
sociedad actual. La educación apolítica es el vehículo para que los egresados vean como natural a sus
profesiones el desarrollo de la actividad dentro de los marcos y con los límites que imponen las
estructuras dominantes del poder.
La alianza con el sistema hegemónico se oculta mediante esta despolitización. La pasmosa
mediocridad de las ideas políticas del grupo actualmente dirigente en la Universidad y en la mayoría de
las facultades, cuyos miembros "destacados" son incapaces de articular un pensamiento superior a las
superficialidades mediáticas, es la lamentable expresión de aquel vaciamiento. Es a la vez la explicación
de la parálisis (y del temor) de esta dirigencia frente a la emergencia de una lucha estudiantil cuyos
representantes, pese a la edad (o tal vez por eso mismo) ostentan ideas, voluntad transformadora y un
nivel de debate que aquellos no tienen capacidad de igualar y en el que se sienten extraños, pues su
mundo es el de las rutinas académicas reproductoras.
Los actuales engranajes perversos de selección de este tipo de "gestores", facilitados por un
estatuto anacrónico, nos han llevado a este caos. No se trata de juzgar individualidades, si éste o aquel son
mejores o peores, es el entero sistema político de la Universidad, concebido como mecanismo de
sedimentación de sus cuadros dirigentes, el que muestra su fracaso. De lo que se trata es de revertir esta
dinámica para que la formación de las futuras camadas de autoridades universitarias tenga como central la
búsqueda de consensos que sólo pueden lograrse mediante la apertura hacia el debate de la política
universitaria y del país y la sociedad a que esta política ha de contribuir y realizar.
Si nos mantenemos en la reproducción de la actual institucionalidad, seleccionado la dirigencia
más despolitizada (o, lo que es lo mismo, plegada al poder), continuaremos "cambiando figuritas" cada
vez más mediocres, más oportunistas y autoritarias, agravando la crisis en cada conflicto que se presente.
Sabemos que la democratización de las estructuras internas no es garantía, por sí sola, de un
rumbo diferente. Desde la Reforma del '18 sobran los ejemplos acerca de cómo los defensores del status
quo han logrado revertir el sentido de cambios que aparecían como irreversibles. Pero sin embargo la
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democratización es hoy la matriz necesaria para comenzar a construir una Universidad diferente y superar
las rencillas de campanario, las camarillas y el clientelismo.
La Universidad puede seguir sirviendo como refugio para el reparto de beneficios bajo el barniz
de la neutralidad, que significa cerrar los ojos ante sus responsabilidades e implica degradación
institucional e intelectual, o puede optar por recuperar su rol y hacer su aporte crítico en la construcción
de una sociedad justa, pues sólo en un proyecto colectivo la excelencia académica deja de ser una idea
vacía.
Es por esto que para quienes dentro de la Universidad (trabajadores docentes y no docentes,
estudiantes y graduados) concebimos nuestra práctica como participación en la ruptura con el modelo
neoliberal de exclusión y en la creación de una sociedad justa, es imprescindible salir de la crisis
mediante un cambio de rumbo, mediante la posibilidad de hacer y pensar una Universidad diferente.
Febrero del 2007.
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