DE LA CRISIS A LA NUEVA UNIVERSIDAD (el porqué de la democratización) Juan Manuel Salgado Uno de los prejuicios más comunes consiste en creer que todo lo que existe es “natural” que exista, que no puede menos que existir y que las propias tentativas de reformas, por mal que resulten, no interrumpirán la vida porque las fuerzas tradicionales continuarán actuando y precisamente continuarán la vida. Este modo de pensar es, por cierto, parcialmente justo; pobres de nosotros si no ocurriese así. Sin embargo, más allá de ciertos límites, este modo de pensar se transforma en peligroso. Antonio Gramsci 1 Recordar la escisión de nuestro espacio político en izquierda y derecha... No sólo ocupan diferentes lugares dentro del espacio político: cada uno de ellos percibe de manera diferente la disposición misma del espacio político; un izquierdista, como el campo que está intrínsecamente dividido por algún antagonismo fundamental; un derechista, como la unidad orgánica de una comunidad alterada sólo por intrusos extraños. Slavoj Zizek 2 Introducción Escogí iniciar el trabajo con estas dos citas porque ellas pueden ilustrar algo acerca de las actitudes más elementales que se adoptan ante la crisis de nuestra Universidad. Subrayo el término crisis para destacar su carácter estructural, a despecho de quienes sostienen que todo transcurriría de un modo relativamente normal si no fuera por la existencia de lo que suponen es un siniestro activismo estudiantil, imposible de explicar racionalmente por no existir –a su criterio- ninguna razón sensata para cuestionar un modelo universitario que les resulta tan cómodo. Así, analizan el conflicto recurriendo a la psicología de las desviaciones y a teorías conspirativas varias. El punto débil de esta opinión, que lamentablemente es sostenida por el grupo que gobierna la Universidad, consiste en la incapacidad de pensar el problema desde perspectivas diferentes a la propia, especialmente desde una postura crítica, apta para encontrar en la ruptura misma las posibilidades de superación de la realidad mediante la apertura y la inclusión. Mi objetivo es mostrar que “normalizar” la Universidad no puede consistir en ocultar la crisis, reprimirla y restaurar la situación que la produjo manteniendo latente el conflicto, sino en superarla buscando una articulación de las diferencias razonablemente satisfactoria para todos los intervinientes, que sólo puede lograrse detrás de un proyecto común de construir una Universidad diferente, democrática y comprometida con una sociedad justa. La característica saliente de la situación actual es que el grupo dirigente de la Universidad ha perdido la capacidad para conducir la institución puesto que carece del consenso necesario para que sus decisiones sean cumplidas, y el recurso a la coacción estatal para lograrlo (léase represión policial) sería tan desatinado que agravaría el problema. Su aferramiento a un estatuto cuestionado no puede soslayar el hecho de que la sobrerrepresentación que éste le otorga ha perdido vínculos con la dinámica real de la 1 Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Nueva Visión, Buenos Aires, 1984, pág. 37. "¿Lucha de clases o posmodernismo?" en Butler, Judith; Laclau, Ernesto y Zizek, Slavoj; Contingencia, hegemonía, universalidad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003, pág. 123. 2 vida universitaria, por lo que el acceso a las cuentas bancarias que dicha "legalidad" le confiere no resulta suficiente para ocultar la crisis y doblegar la resistencia a que se instale un gobierno sin previa democratización. La pérdida de capacidad de conducción se evidencia claramente en la ausencia de estrategias para salir de la parálisis. Ninguna voluntad de iniciar un diálogo serio y duradero, ninguna propuesta propia de reformas al estatuto. Toda la actividad de "gobierno" de la Universidad (si se le puede llamar así), además de repartir los cargos rentados de la sobredimensionada estructura central, se reduce a apostar al desgaste de la lucha opositora, como si ésta constituyera una rebeldía pasajera más cercana a la inestabilidad emocional y no la expresión de un profundo descontento con los modos y prácticas en que se ejerce la autoridad en el ámbito universitario. La situación actual es la que el grupo dirigente ha producido como resultado de su política de posponer indefinidamente el abordaje de los problemas. La mayor profundidad de esta crisis, así, no está dada en la falta de autoridades centrales legítimas sino en la incapacidad de la dirigencia de ver en ella el reflejo de su misma historia, de su propia su negativa a gobernar mediante la búsqueda de consensos. De allí que pretendan combatir las consecuencia de una autoridad cerrada y excluyente con más cerrazón y mayor exclusión. De persistir en esta dirección los resultados son fácilmente imaginables: una crisis permanente cada vez más agravada en sus manifestaciones terminará paralizando íntegramente a la Universidad. Mi propuesta para el debate es afirmar que la excelencia académica sólo es posible alcanzarla dentro de un proyecto político universitario común y que la democratización es hoy un paso imprescindible en esta dirección. Un marco previo de debate Antes de pasar a la fundamentación de los puntos en que es ineludible reformar el estatuto, entiendo que es necesario determinar los marcos conceptuales con que los protagonistas abordan la dinámica de la crisis. Por el lado de quienes propugnamos una reforma democrática de los estatutos, se realizaron varias jornadas de debate con participación de miembros de todos los claustros y producido documentos que resumen los ejes centrales de la propuesta, sin obtener respuesta alguna a ese nivel. No es mi finalidad agregar algo radicalmente nuevo a los fundamentos ya expuestos sino darle a esta postura un formato más polémico y confrontativo, incluso provocador, que es difícil obtener de una elaboración que resulta de un consenso colectivo y en cambio surge espontáneamente de una producción individual, aún al riesgo –reconocido y asumido- de que el conjunto de este espacio no comparta todas mis expresiones. Por el lado de quienes se niegan a la reforma tomaré el artículo La UNC prisionera, escrito por el periodista Italo Pisani y publicado en el diario Río Negro el día 21 de diciembre del 2006. Se me podrá objetar que escojo un punto débil del adversario y que el fast food intelectual no es la mejor expresión con la que el sector que resiste a la democratización se identifique plenamente. Es posible que sea así, pero sin embargo es lo único que hay públicamente expuesto de sus posturas. Esa y otras notas publicadas por el mismo medio tienen el mérito de ser las pocas manifestaciones escritas de las posiciones conservadoras. Si los propios actores internos de la Universidad no han producido algo mejor, pese a que la elaboración escrita es el modo de comunicación más apto para el mundo académico, ha de ser por las dificultades que tienen en fundar sus posturas teóricamente y la mayor ventaja que obtienen en apoyarse en el difuso “sentido común” acrítico, propio del ámbito mediático, eludiendo el debate abierto de ideas. De modo que quienes se encuentren incómodos o disconformes porque únicamente son defendidos por artículos periodísticos o suplementos dominicales, sería conveniente que vencieran la propia fatiga intelectual y afrontaran la tarea de producir algo de mejor calidad. Entre otros objetivos, este trabajo 2 pretende estimular una elevación del nivel de discusión como forma de encontrar una salida al estancamiento en que se encuentra la crisis de la Universidad. Sostiene el artículo que "La UNC es hoy una universidad prisionera de una minoría que habla el lenguaje de la barricada y la amenaza para –irónica consigna- 'democratizar' la institución". Lo primero que debería destacarse es que, para quien tiene un mediano conocimiento de la situación interna de la Universidad, la utilización del término “minoría”, es –por decir lo menossumamente cuestionable. En el uso común, mayoría y minoría designan respectivamente al grupo más numeroso de personas individualmente consideradas y al grupo con menos integrantes. Sin embargo, en el artículo se les da un sentido diferente: la “mayoría” no implica los más, sino los que detentan el gobierno y con el término “minoría” se refiere a los que se les oponen, independientemente del número de integrantes del sector. De este modo, de inicio, se oculta y desvanece precisamente la realidad que origina la crisis: El llamado “claustro docente”, que detenta –aquí sí- la mayoría de los cargos en los órganos representativos, está compuesto por menos de la cuarta parte del conjunto de los docentes y no alcanza al cinco por ciento del conjunto de la comunidad universitaria. 3 En esta concentración del poder por un estamento extremadamente minoritario y altamente homogéneo (en términos de edad, formación social y posición interna) se encuentra el origen de la crisis de gobernabilidad de la Universidad. El artículo en cuestión, que en esto no se diferencia en absoluto de las declaraciones de las autoridades de la Universidad, como por arte de magia, transforma en “mayoría” al reducido grupo profesoral que gobierna gracias a este privilegio. Así, la esencia del problema se disuelve tras este manipuleo de significados y sólo queda expuesta la acción de los militantes estudiantiles y sus aliados, a la que se le niega racionalidad en vista del previo ocultamiento de los datos básicos. Por consiguiente éstos aparecen como los “culpables” de una situación anormal que nadie comprende. Una vez planteadas las cosas del modo en que lo hace el artículo, la “solución” (que se deja pendiente para que el lector la extraiga como única conclusión razonable) no puede menos que consistir en la exclusión, mediante algún mecanismo de represión o aislamiento territorial (como en la UBA), de la “minoría intolerante” que impide el normal gobierno de la “mayoría”. Quienes estamos insertos en la cotidianidad de la vida universitaria podemos dar cuenta de que este manipuleo del lenguaje es también firmemente sostenido por aquellos que postulan el mantenimiento del actual estatuto. Ya expuse cómo se configuraba el estamento dominante, mal llamado "claustro docente" y falsamente mayoritario. 4 ¿Cuál es la dimensión del claustro estudiantil? Contrastando con el reducido tamaño de aquel, los estudiantes superan en número el sesenta por ciento de la comunidad universitaria, 5 no obstante lo cual su representación en los consejos directivos se encoge al veinte por ciento, equivalente a la mitad de la cantidad de integrantes del claustro profesoral. No es de extrañar entonces que las agrupaciones que plantean que la reforma estatutaria debe resultar de una decisión política previa a la conformación del Consejo Superior y a la elección del Rector, hayan obtenido más del ochenta por ciento 3 Las cifras son contundentes: sobre un total de 14.503 empadronados en las últimas elecciones, el claustro de profesores está compuesto por 469 miembros (4,24%). En los consejos directivos, los profesores cuentan con 6 representantes sobre 15 miembros, y los claustros de estudiantes, no docentes y graduados, con 3 consejeros cada uno. 4 Lo expuse en términos de conformación social, no por las preferencias ideológicas o por las posturas ante la crisis. Se sabe que no todos los integrantes del llamado “claustro docente” resisten a las reformas, pero el propio mecanismo de limitación del claustro asegura que prevalezcan los intereses de quienes se benefician con la actual sobrerrepresentación. 5 Sobre un padrón total de 14.503 miembros, los estudiantes –sin contarse los de primer año- suman 8.485 (58,50%). 3 de los votos del claustro (tanto en las elecciones de representantes de mayo como en las de los centros de estudiantes, ocurridas a lo largo del año). Estos números no se hallan sujetos a mayor controversia, están ahí para quien se tome el trabajo de mirarlos. Por ello, cualquier observador neutral no podría menos que concluir que asignar la calificación de “mayoría” al grupo que gobierna la Universidad es, cuanto menos, una deformación de la realidad y una manifestación indirecta de apoyo político, más que una constatación fáctica. Una opinión, no un hecho. Diferente sería sostener que ese cuatro por ciento que integra el claustro profesoral tendría, por sus propios méritos, derecho a dirigir la Universidad. Este es un punto de vista discutible, pero que de cualquier modo introduce un debate diferente (al que me referiré más adelante) y nos aleja de la manipulación de los términos “mayoría” y “minoría” con que un primer análisis superficial e interesado pretende fundar la legitimidad de quienes sostienen la inmutabilidad del actual estatuto. Claro está que un debate en el cual se discutan las razones que tendría un grupo reducido para dirigir decisivamente el destino de la Universidad involucra necesariamente confrontar valores y políticas, dentro y fuera del ámbito académico, terreno en el cual las posturas conservadoras han sido renuentes en internarse. Cuando una minoría gobernante, en lugar de compensar esta debilidad numérica mediante el consenso, se anquilosa en el disfrute de sus privilegios excluyendo de la participación a quienes en la vida real son mayoría, la institucionalidad se revela incapaz de incorporar las tensiones que una situación así produce y el resultado es una crisis global de un sistema de representación ineficiente y la búsqueda de su reemplazo. Esto no es una novedad originada en la UNCo. Podríamos decir que es el ABC de cualquier estudioso de la política, la historia o, en una escala menor, las instituciones. Sin embargo, congruente con su adulteración de los conceptos "mayoría" y "minoría", Pisani adjudica el origen del "estado de debilidad" del gobierno universitario al fallo "Percaz" de la Cámara Federal de Apelaciones, que desconoció la legalidad de la supuesta asamblea realizada en Cipolletti el 16 de mayo de 2006, anulando la autoridad rectoral que el Ing. Daniel Boccanera se atribuía hasta ese momento. "Los camaristas –dice Pisani- cuestionaron la elección unilateral y la violación de los pasos del proceso electoral, pero uno de los camaristas llegó a calificar de 'picardía criolla' la opción del lugar donde se designó al rector: lejos de un recinto imposible, el Aula Magna tomada, perturbado de la peor manera por la FUC. ¿Había alternativa?". Es importante detenerse en esta última pregunta ("¿Había alternativa?") porque ella ha sido sostenida también por el grupo que actualmente conduce a la Universidad para justificar su actuación. Su sola formulación muestra hasta qué punto se han pervertido principios básicos de un funcionamiento democrático de las instituciones de gobierno en general y del gobierno universitario, en nuestro caso particular. El problema fundamental de la teoría política, tanto en el Estado como en la Universidad, que en definitiva es parte de él, es cómo hacen los gobernantes para obtener el acatamiento de los dirigidos o gobernados. Aunque las respuestas varían según se quieran crear las condiciones para que se diluya la división entre gobernantes y gobernados o, por el contrario, se considere conveniente la distinción, no hay mayores discrepancias en que aquel asentimiento sólo puede obtenerse mediante el uso de la fuerza o por el consenso de los gobernados acerca de la legitimidad del orden. 6 En un régimen democrático, aún con las graves deformaciones que tiene el que rige en nuestro país, únicamente la legitimidad, o sea la obediencia lograda por el propio convencimiento de la mayoría, puede ser la base de sustentación de un 6 Aunque en los regímenes reales los dos elementos se combinan, las diferencias más significativas consisten en cuál de ambos resulta la fuente legitimadora del poder. 4 gobierno. La fuerza sólo aparece legítima como último recurso cuando su utilización cuenta con un consenso generalizado. No es extraño entonces, que ante la crisis de legitimidad que afecta a prácticamente todas las instituciones representativas, la desobediencia civil se haya convertido en una de las formas de protesta social más extendida en el país. Su dinámica consiste en enfrentar una parte del sistema legal, no el orden constitucional en su conjunto, sino un grupo de normas injustas, poniendo al Estado ante la disyuntiva de reprimir utilizando la pura legalidad sin consenso (o sea, sin legitimidad) o buscar un acuerdo para solucionar los reclamos. Si los funcionarios renuncian al uso de la fuerza, como ocurre en la Universidad, es porque (en un acto de realismo) están reconociendo que su utilización sería ilegítima, carente de consenso, pura violencia represiva. En consecuencia, deben optar por la vía del consenso, el diálogo o la búsqueda seria de un acuerdo. En la UNCo, sin embargo su realismo llegó hasta ahí. Como se encontraron sumamente incómodos con cualquiera de las dos opciones, el grupo que gobierna intentó una tercera vía: la que uno de los camaristas federales, con extrema delicadeza, llamó "picardía criolla". Ésta consistió en que ante la desobediencia civil de los gobernados, los propios detentadores del poder del Estado se consideraron en condiciones de desobedecer ellos también a las normas, para asegurarse el control del aparato institucional. "¿Había alternativa?" se pregunta el artículo. Lo mismo podría preguntarse De La Rúa para justificar la represión de diciembre del 2001. Siempre hay alternativas mientras haya un mínimo de apertura y creatividad en la dinámica social. Había y la sigue habiendo. Descartada la represión, lo que es un implícito reconocimiento de la legitimidad del reclamo, queda la posibilidad del diálogo y la búsqueda de una salida acordada, mediante la discusión de una reforma estatutaria que, también con un mínimo de realismo, debería aceptarse como ineludible. 7 Descartar esta vía y acudir a la propia ilegalidad de los gobernantes se acerca peligrosamente a la justificación que esgrimen los violadores de derechos humanos hoy, afortunadamente, juzgados. Y sin duda se iguala con la llamada "teoría de los dos demonios" que equipara las acciones violentas realizadas fuera del Estado con aquellos actos represivos perpetrados mediante el uso ilegal de los recursos públicos, puestos por la sociedad en manos de los gobernantes para lo contrario, esto es, para resguardar la legalidad. El fundamento implícito en el fallo de la Cámara Federal, que –vale la pena decirlo- se trata de una decisión inusual por la claridad en la percepción del problema, es que no son equiparables la desobediencia civil ciudadana con la ruptura de la legalidad realizada desde el Estado como respuesta a aquella. El principio subyacente al "sentido común" de las clases dominantes y las dirigencias políticas de América Latina es que "las leyes se aplican a los subordinados, no a los superiores". El grupo que dirige 7 Tan ineludible resulta que sólo muy pocos cuestionan su necesidad. El propio grupo gobernante no la objeta en general (al menos en público), sino que alude a "desacuerdos de metodología". 5 la Universidad, desde hace tiempo no ha dejado de responder a este dogma cada vez que ha podido. 8 La doctrina del "estado de excepción", mediante la cual la propia autoridad se considera en condiciones de decidir si cumple o no con la ley, 9 es la expresión con que el refinamiento teórico europeo denomina a aquella práctica de dominación, sin los contornos grotescos, burdos y muchas veces brutales que asume en nuestro continente. El fallo de la Cámara Federal constituyó una tajante definición en contra de esta corrupción del lenguaje 10 que invoca a la "legalidad" para violarla impunemente. La desobediencia civil tiene una lógica que debe ser aceptada por un sistema democrático. 11 Quienes optan por ella ponen allí sus propias personas y medios, y corren el riesgo de errar sabiendo que el consenso comunitario podría avalar el uso de la fuerza en su contra. Como contrapartida, colocan a los gobernantes ante su propio espejo y los obligan a optar entre legalidad y legitimidad. Los funcionarios del Estado, en cambio, carecen de esa vía como justificación para el ejercicio ilegal del poder. Ellos no actúan bajo su riesgo y frente a una legalidad que cuestionan, sino que ocupan esa posición porque –a diferencia de quienes soportan el poder ejercido por una autoridad externaeligieron estar allí y comprometerse con un orden que a su vez les permite utilizar los recursos públicos, tanto materiales como simbólicos. La contrapartida de esta potestad son los límites legales impuestos al uso de estos recursos. Esta asimetría entre quienes detentan el poder del Estado y quienes no, es lo que ocultan todas las doctrinas de la "excepción" (o la impunidad), fundamento de las dictaduras, 12 que parecen seducir tanto a la generalidad de la clase política -incluida la de la Universidad- como al autor del artículo comentado. El claustro único docente Antes de ingresar al tratamiento del primero de los puntos en que se reclama reformar el estatuto universitario, entiendo que hace falta aclarar posibles malentendidos. Mi intención no es descalificar a personas determinadas sino encarrilar el debate sobre la crisis desde una perspectiva generalizadora, ya que la obra podría repetirse (como de hecho se ha repetido) con actores diferentes. Es por eso que evito recurrir a individualizaciones que –en el actual estado de tensión- más contribuirían a exaltar los ánimos que a originar vías superadoras. En el mismo sentido los términos "claustro profesoral", "minoría gobernante", "grupos privilegiados" y otras generalizaciones que se utilizan en este trabajo, apuntan a destacar el funcionamiento de los colectivos humanos en las estructuras políticas de la UNCo, no a descalificaciones de tipo personal y mucho menos a cuestionamientos a la actividad docente de los 8 Los ejemplos van desde el establecimiento de exámenes de ingreso, prohibidos por el estatuto, hasta la decisión de aceptar el voto por correspondencia, por parte de la última Junta Electoral, para favorecer a amigos, contraviniendo expresamente la ordenanza que regula los actos eleccionarios. 9 Giorgio Agamben; Estado de excepción, Adriana Hidalgo Ed., Buenos Aires, 2003 (especialmente el capítulo 1 "El estado de excepción como paradigma de gobierno"). 10 Y en la UNCo, no sólo del lenguaje. Basta mencionar el festival de designaciones, que aún continúa, realizadas "ad referéndum" de un Consejo Superior inexistente, que llegó al extremo de nombrar a un secretario, por razones de urgencia (cuando la universidad estaba paralizada) al que en seguida se le otorgaron tres meses de licencia con goce de haberes para que realice viajes a los que se había "comprometido con anterioridad". 11 Esto es lo que desde hace tiempo enseñamos desde la cátedra de Teoría del Derecho. El tema ha sido desarrollado a partir de los años '60 por teóricos del liberalismo político (no neoliberales) como Rawls y aquí entre nosotros por Nino y recientemente por Gargarella. 12 Hoy también las encontramos en los reclamos de "mano dura" policial esgrimidos por la derecha política. 6 protagonistas (que aún en los casos particulares en que puede caber se trataría de un debate importante pero algo diferente al que ahora nos ocupa). 13 Hoy un auxiliar de docencia aprueba un concurso para profesor regular en derecho privado, resistencia de materiales, sistemas de riego, mecánica cuántica, impuestos, historia antigua, tiempo libre, o cualquier otro de los ámbitos disciplinares de la Universidad, y si bien se encuentra ahora en una función docente ligeramente más elevada que la que tenía, en el plano de la política interna resulta mágicamente lanzado a las alturas del gobierno universitario, capacitado para la conducción política y educativa de la institución en una medida por completo superior a la que ostentaba en los momentos previos. Antes, su voto se equiparaba al de un profesional con poca o ninguna vinculación con el ámbito académico, ahora su valor se multiplica por 20 y equivale al de 40 estudiantes. ¿Qué justifica racionalmente este cambio? ¿Qué argumentos se esgrimen para que la actividad docente, que es continua en su práctica, tenga esta drástica ruptura en su representación política? Y sobre todo: ¿Qué tipo de egresados tiende a producir una Universidad que distribuye su poder interno de un modo tan arbitrario? Esta última pregunta presupone que la estructura de la institución educativa constituye por sí sola un contenido de enseñanza, y nos conducirá directamente al rol de la Universidad en la sociedad. El argumento de quienes sostienen la legitimidad de la actual conformación gobernante, tal como resulta del estatuto, consiste en afirmar que corresponde a los docentes la conducción de la Universidad ya que éstos son quienes constituyen el “centro” de la actividad académica, en tanto es su propia actividad, formadora e investigadora, la que produce el conocimiento que es la razón de ser de la vida universitaria. Me adelanto a decir que a grandes rasgos no cuestiono ese calificativo de central otorgado a la práctica docente, aunque, como desarrollaré, extraigo de ello diferentes conclusiones que los conservadores. Por ello podemos tomar aquel argumento tal como está (poniendo entre paréntesis las diferencias) para exhibir las incoherencias del grupo dominante frente a una cuestión fundamental para el saneamiento de las prácticas políticas en la Universidad. La Universidad del Comahue tiene aproximadamente 2000 docentes, entre profesores y auxiliares, regulares e interinos, con sus diferentes niveles de dedicación. Todos ellos participan en la actividad docente y la mayoría también lo hace en la investigación y en la extensión. Sin embargo, el llamado “claustro docente” cuenta con sólo 469 integrantes, o sea, menos de la cuarta parte del conjunto. El resto participa, si se inscribe, como miembro del claustro de graduados, disuelto entre un importante número de egresados de la universidad que integran ese padrón (aproximadamente 5000) que tienen una práctica y una relación con la vida académica totalmente diferenciada de la de los docentes. 14 La conformación de un único claustro integrado por todos los docentes es el primero de los puntos a solucionar en el conflicto universitario. Uno de los motivos de esta prioridad es que su fundamento resulta del propio discurso de los sectores que no quieren cambiar el estatuto: si la centralidad de la vida universitaria está puesta en la práctica docente, no hay ninguna justificación para que las tres cuartas partes de quienes realizan esta práctica sean excluidos de participar en tal carácter. Los diferentes niveles de jerarquía laboral no tienen entidad para justificar esta exclusión ya que lo que 13 Uno de los tantos problemas que nos deja un sistema que sostiene la infravaloración del trabajo docente –como la de todo trabajo en general- es que la justificada defensa de la dignidad de la actividad a veces asume la forma de una postura conservadora. Como en este debate es necesario formular "desde dentro" de la práctica docente, la crítica a las actitudes conformistas, rutinarias y paralizantes, quiero distinguirla cuidadosamente de aquellos cuestionamientos globales que tienden, "desde afuera" al desconocimiento del valor de nuestro trabajo. 14 Para exponerlo con mayor claridad: 1500 docentes carecen de representación en su propio claustro y sólo participan integrando aproximadamente la tercera parte del padrón de graduados. 7 agrupa, lo que incluso le da nombre al claustro, es una tarea común, compartida por profesores y auxiliares, regulares e interinos. Si nuestra organización institucional ha optado por la representación corporativa de los claustros, esto es, reconociendo distintos agrupamientos humanos constituidos por relaciones diferentes con el conjunto y entre sí, basadas en las actividades comunes a cada grupo, resulta arbitrario introducir la lógica jerárquica en uno solo de ellos con el resultado de atribuir la representación del conjunto de la práctica docente sólo a una minoría. Todo claustro podría ser dividido en jerarquías hasta el infinito. Los estudiantes por su nivel de cursado o por su promedio; los no docentes por sus categorías (en donde las distinciones son iguales o aún superiores a las de los docentes) y los graduados por su antigüedad o por sus méritos profesionales. Sin embargo esta lógica destruiría la articulación de la representación horizontal en claustros y la convertiría en una fachada de una sociedad elitista, en donde los méritos adquiridos en la esfera laboral se trasladarían ilegítimamente al plano de la representación política. Esto es lo que sucede actualmente, cuando las diferencias de categorías son el fundamento de la exclusión de los derechos de participación de más del setenta y cinco por ciento de los docentes. Tan fuera de sentido resulta el estatuto en esta cuestión, que se manifiesta aún más retrógrado que la lamentable ley menemista de "educación superior", ya que ésta establece el claustro único y el voto de los docentes interinos. Vale la pena destacarlo para hacer notar que lo que está en juego en el conflicto universitario es el disfrute de privilegios injustificados, en tanto los mismos sectores que propician el inconstitucional sistema de acreditaciones de la LES 15 pretextando apego a la ley, no muestran el mismo celo legalista al opinar sobre la inclusión de todos los docentes en su claustro. No es, sin embargo, en el debate abierto en donde se manifiestan los argumentos de quienes resisten a la reforma, sino en ámbitos más cerrados, entre "gente como uno", los pares, los que han vivido experiencias similares: allí es donde se sostiene que el "derecho" de los profesores a monopolizar la representación docente ha sido ganado porque ellos fueron antes también auxiliares excluidos, lo que no les impidió ascender a la condición actual. De allí la propuesta, sostenida por la última rectora, de sustituir la temática del claustro único por la de los concursos de ascenso, como vía de canalizar la mayor integración de los docentes. 16 Esta es la lógica de los colegios militares o de las escuelas de policía, en donde el cadete humillado en primer año se considera por eso con derecho a someter a los ingresantes, cuando ha llegado al final de la carrera. Esta lógica es la que sostiene la reproducción de la sociedad jerárquica de dominación, puesto que el remedio ante la injusticia sufrida no consiste en hacerla desaparecer sino en permitir o prometer a la víctima el ejercicio del poder arbitrario sobre otros más vulnerables y de ese modo hacer soportable su padecimiento. Es lo que popularmente se conoce como "ley del gallinero" y que explica por qué el racismo, la discriminación y la violencia doméstica, entre otras manifestaciones de injusticia, son piezas importantes, a nivel molecular, en la estabilización de los mecanismos "macro" de dominación social. Por eso, pese a que en las declaraciones públicas habría algo parecido a un consenso en la necesidad de establecer el claustro único docente, las resistencias invisibles a su realización son formidables y explican el congelamiento del tema. La redistribución de poder que ocasionaría el nuevo 15 Es claramente contrario a la autonomía que la Constitución garantiza, en tanto subordina las decisiones académicas de las universidades públicas al control de un órgano designado por los poderes políticos. 16 Es notable cómo la ideología neoliberal siempre disuelve los problemas de exclusión colectiva en "soluciones" individuales (que nunca alcanzan a todos), estimulando la competencia individual dentro de los grupos desfavorecidos. 8 estatuto sería notable. Hoy basta un grupo más o menos organizado de 10 ó 15 profesores, que se consolida en el tiempo mediante la amistad y el intercambio de favores, para tener un peso decisivo en la elección de Decano y en el gobierno de la Facultad. Multiplicar por cuatro (o cinco, según los casos) el padrón docente, como resultado de la incorporación de los auxiliares, implicará disolver estos círculos en un colectivo más amplio en donde el debate y las propuestas ocupen el lugar que hoy tiene la solidaridad de ámbitos estrechos que de fuera se perciben como camarillas. Ello también produciría un cambio de personas: las más aptas para la formación de este tipo de grupos serán gradualmente sustituidas por las que sostengan su predicamento en propuestas más generales. De allí que quienes hoy son hábiles en prácticas similares a las del clientelismo político resistan el cambio de las reglas de juego. Este es uno de los principales motivos reales en que se asienta la negativa a debatir el tema. Democratizar la Universidad, así, es romper estos círculos y dejar participar al conjunto de los docentes en el ámbito de gobierno concebido para todos ellos. La salud de la vida académica lo exige. Pero además se trata de una necesidad pedagógica. La Universidad no sólo enseña en las aulas sino en su total vida institucional. Las relaciones de autoridad, la participación en las decisiones, la fundamentación de los niveles de representación y la presencia o ausencia de debate configuran parte de la matriz profesional de los futuros egresados. El ejemplo que dan quienes sostienen la actual conformación excluyente del claustro docente -y esto es lo que enseñan- es que la autoridad se legitima a sí misma sin necesidad de búsqueda de consenso: se inculca la "obediencia debida" a reglas que sedimentaron relaciones históricas de desigualdad y en ello consiste su concepción de "democracia", no en la legitimidad, la representación igualitaria, la justicia y la búsqueda de consenso sino en "el respeto y el apego a la norma", tal como lo ha expresado la ex rectora. 17 O sea, en la obediencia a los gobernantes. 18 Aumento de la representación estudiantil. En todas las facultades el número de integrantes del claustro de estudiantes es mayor al sesenta por ciento del total de miembros de la comunidad. Sin embargo eligen sólo una quinta parte, o menos, de los consejeros directivos y asambleístas. 19 Este es el fundamento del reclamo estudiantil. En un reportaje la Dra. Pechen argumentó su oposición a la democratización sosteniendo que ello contradice la búsqueda de excelencia académica, porque "la universidad es meritocrática". 20 Es decir, tal como lo hemos oído en innumerables corrillos, "deben gobernar los mejores", no los votos. Esta postura se basa en una falsa e interesada oposición. Todos propugnamos el gobierno de los mejores, nadie quiere la democracia, ni en la universidad ni en el país, para que ocurra lo contrario. Tanto es así que aún en nuestro sistema político, tan bastardeado por el clientelismo, la corrupción, la falta de controles y el manejo del poder judicial, entre otros males, 21 la hipocresía rinde homenaje a la virtud cuando los propios políticos se postulan como "el mejor" candidato. 17 Diario Río Negro, reportaje del 30 de abril de 2006. La mía no es una conclusión apresurada: la misma Dra. Pechen pone a los cortes de ruta como ejemplo de la falta de apego a la ley. No menciona la violación a los derechos sociales, la violencia policial o la corrupción política. Es que, como decía Martín Fierro, "la ley es como el cuchillo, no ofende a quien la maneja". 19 En los consejos directivos la representación estudiantil tiene 3 miembros sobre un total de 15. En las facultades que cuentan con asentamientos dicha representación es inferior al 20 por ciento, porque los consejos tienen 16 ó 17 miembros (Ciencias Agrarias e Ingeniería, respectivamente). 20 El mismo reportaje del 30/4/2006. 21 Que no le han impedido a la misma Dra. Pechen ser candidata de un partido que se ha constituido mediante todos esos vicios. 18 9 Todos queremos que gobiernen los mejores. Esto no se discute. Pero sí cabe preguntarse ¿mejores para qué? ¿quién los determina? La respuesta a la primera pregunta parece simple pero encierra un mundo de consecuencias: mejores para gobernar la Universidad, claro. Para poder articular la diversidad, la multiplicidad de aspiraciones, grupos, edades, prácticas, disciplinas, que hay en su seno. Y hacerlo, además, sin que esto signifique una parálisis, una "suma cero", sino por el contrario, permitiendo encauzar las actividades académicas y los debates detrás de un rumbo cuya pluralidad contribuya a revertir la exclusión social y política de las mayorías que sostienen, con su trabajo, a la institución. Eso es promover la "excelencia académica" que se pregona pero a la que se confunde con un amontonamiento de cursus honorum individuales. Cabe también preguntarse si los mecanismos de elección y representatividad del actual estatuto facilitan este tipo de gobierno y en caso de que no sea así, dados los resultados a la vista, qué es lo que debe ser cambiado. Si bien la conducción de la mayor parte de los asuntos de la universidad parece caer "naturalmente" en manos de integrantes del claustro docente, que por permanencia y participación protagónica en las funciones de docencia, investigación y extensión constituye el centro de gravedad de la política universitaria, ni la propia tarea docente ni sus mecanismos de asignación de méritos proveen de por sí las virtudes adecuadas para el gobierno. Más bien la tendencia es a que ocurra lo contrario. La relación docente-alumno conlleva una asimetría que si se la traslada al ámbito político se transforma en autoritaria. El aula tiene una lógica en donde el docente ocupa un lugar central pues en nuestras prácticas, él debe conducir y organizar la transmisión de sus saberes y controlar niveles aceptables de aprendizaje. El gobierno político de la universidad, en cambio, consiste en la ampliación de la participación y en garantizar ámbitos igualitarios de debate, de los cuales se espera que emerjan las mejores decisiones por su propio poder de convicción y no porque se otorgue a algunos un peso tan abrumador en las estructuras representativas que haga de la discusión una pérdida de tiempo. Por ello, los méritos para el gobierno de la universidad no pueden constituir en los mismos que pesan para juzgar la carrera docente, pues se requieren cualidades individuales diferentes, que sólo resultan de un proceso de formación de cuadros políticos en la búsqueda de participación, de consensos, de unificación de la diversidad práctica y teórica, y en la capacidad de impulsar y articular proyectos colectivos. Hoy la "escuela" de nuestros dirigentes la constituye la formación de pequeños círculos de mutuas solidaridades, el enfrentamiento con otros similares a los que se excluye, la destreza en la utilización de los mecanismos formales de obtención de mayorías en los cuerpos representativos y el intercambio de favores, entre otras prácticas igualmente poco recomendables. El debate abierto, la confrontación de ideas y las propuestas para el conjunto son metas declamadas y casi nunca intentadas (como también ocurre en el ámbito de la política general). En la política seguida frente al claustro estudiantil, estas prácticas alcanzan una gravedad tal que no porque nos hayamos acostumbrado a ellas resultan menos peligrosas. El estamento profesoral que dirige la vida universitaria no parece consciente de la brecha que hay entre su mundo y el de los estudiantes, así como de la imperiosa necesidad de minimizarla. La edad, la forma de relacionarse con la Universidad y hasta el propio lenguaje configuran ámbitos sociales diferentes con pocos puntos de contacto, pese a la convivencia en la misma institución. A ello se agrega que la gran mayoría de los docentes no ha tenido militancia política o universitaria similar a la de los actuales cuadros estudiantiles, lo que les hace difícil hasta comprender sus ideales y la dinámica propia del claustro. Si el peso estudiantil en la toma de decisiones cotidianas hubiera sido decisivo, la propia dirigencia docente se habría visto necesitada de tender la mayor cantidad de puentes posible para disminuir aquella brecha y lograr los consensos necesarios para gobernar. Pero esto por lo general no ha sido así. Al contrario, la 10 reducida representación de los alumnos en los cuerpos directivos (que contrasta con la dimensión real del claustro) facilitó su exclusión práctica, ya que las mayorías necesarias para las votaciones podían obtenerse por medios menos trabajosos, con representantes de claustros de escaso número o poca participación, con quienes, además, es más fácil entenderse en términos de edad, ideologías o experiencias. Esta situación estalló hace poco más de dos años y no hay –en el grupo que dirige la Universidad- quien plantee otra "salida" que el retorno a la "normalidad", entendida como la reiteración de las prácticas responsables de la crisis. Una mayor representación estudiantil es no sólo la solución que ven los jóvenes en lo inmediato para dejar de sentirse marginados del debate real sino también un mecanismo de formación y selección de los mejores gobernantes que necesita la Universidad: aquellos que hagan de la inclusión y el consenso el fundamento de su legitimidad. La democratización universitaria debe comenzar por ampliar la representación de la mayoría y disminuir la de los sectores actualmente privilegiados (que hoy deciden en su favor cómo se reparten el presupuesto, los honores y hasta el tiempo que se concede a cada problema). La sobrerrepresentación docente debe dar paso a un esquema institucional que imponga la necesidad de obtener el apoyo mayoritario real de la comunidad. Esto se logra argumentando, debatiendo, persuadiendo, de cara a los estudiantes, a quienes deben dejar tener miedo y comenzar a comprender e, incluso, aprender de ellos. Veamos también el tema desde otro ángulo. Por una parte la política universitaria es un ámbito educativo, es el lugar en donde la Universidad enseña participación ciudadana. Además la política, con su aspiración a una visión totalizadora, compensa los costos epistemológicos de la compartimentalización educativa que produce la necesaria especialización y otorga un imprescindible lenguaje común frente a la extrema diversidad de vocabularios disciplinares. De allí que la militancia estudiantil no puede ser concebida como un "elemento perturbador" escasamente compatible con el fin de la institución, una especie de mal que se tolera porque no se sabe cómo erradicar. Por el contrario, es un elemento imprescindible en el rol pedagógico de la Universidad. Para entenderlo hace falta, sin embargo, ponerse a pensar seriamente en el papel de la Universidad, que es lo que en el fondo, aunque no se vea con claridad, es lo que está debatido. Hoy pareciera que la finalidad educativa de la Universidad se reduce a la formación individual, "técnica", de sus estudiantes y que lo que justifica el sostén estatal de esta formación es la idea de que favoreciendo el ascenso individual se mejora la situación del conjunto. Creo que ambas afirmaciones, estrechamente ligadas, merecen ser puestas en cuestión. La acentuación de la formación exclusivamente "técnica" o "científica" (en caso de que se adopte una visión estrecha del quehacer científico) constituye más bien la renuncia de la Universidad pública a la realización de sus fines. Desde sus inicios históricos la institución universitaria tuvo en mira la formación individual como parte de la conformación de una estructura dirigencial capaz de ser "universal", es decir, con una visión integradora del conjunto de la sociedad. Primeramente la Iglesia, que consolidó su poder central a través de los funcionarios eclesiásticos allí educados, y posteriormente los Estados, concibieron a la Universidad como la institución fundamental formadora de los cuadros político-técnicos de decisión de la sociedad. De allí que la política, entendida como acción sobre el rumbo social, no podría ser erradicada de la Universidad, puesto que lo central en la creación de esta institución ha sido la voluntad de asegurar la reproducción y afianzamiento de un orden político. Claro que ello, a su vez, genera en la vida interna universitaria, la contra-política oficial, la política crítica y el debate cuestionador. No en vano, el inicio del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria no alude primeramente a las condiciones específicas de la Universidad de Córdoba sino que apunta a metas políticas generales y asegura que "Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que falta... estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana". Un defensor de la "autonomía" de los saberes técnicos podría reprocharme que estamos descuidando la "educación" en beneficio de la "formación política". Sin embargo, a poco que se 11 profundice, veremos que esto no es en modo alguno así. La estructura institucional constituye el ámbito propio del proceso educativo y no puede ser desvinculada de los aspectos más generales de la práctica pedagógica. Incluso a nivel de conocimientos técnicos "puros" (suponiendo que tal cosa pudiera existir), hay cierto consenso en que el modelo de egresado al que debe tenderse no es el del burócrata repetidor sino el del profesional creador y activo, en cierta medida inconformista. Esto es algo que se enuncia con facilidad pero respecto de lo cual no se extraen las consecuencias necesarias y se mantiene en el nivel de pura declamación porque su realización concreta entraría en conflicto con las actuales estructuras. Orientar la Universidad para un perfil de egresado técnicamente creativo, y por tanto crítico, requiere una relación pedagógica que en lugar de promover la transferencia de contenidos preempaquetados constituya un soporte, un estímulo, para que emerjan las propias potencialidades del estudiante. Esta paradoja de una institución educativa formadora de autodidactas no sería tal en cuanto se advirtiera que éstos no surgen del vacío y que aún los genios en ciencias, artes, deportes, o cualquier otra práctica social, necesitan de maestros que los introduzcan en su área y les transmitan los saberes y experiencias heredados. Si bien este debate se ha orientado hacia la reelaboración de los planes de estudio y de los mecanismos de evaluación, destacando la necesidad de brindar mayores opciones y de desestandarizar la enseñanza, no puede soslayarse que ello implica un protagonismo en el estudiante incompatible con su exclusión del gobierno universitario (o su participación minoritaria, siempre soslayada, que es lo mismo) y con la naturalización de las jerarquías políticas, tal como hoy se dan. De modo que la reforma propuesta no sólo no es contraria al mejoramiento técnico sino que constituye su soporte necesario. El aumento de la representación estudiantil en los cuerpos directivos tiene que darse en la medida en que impida las prácticas de su exclusión sistemática. No hay una fórmula matemática que establezca la equivalencia justa. Esta sólo surge del compromiso y del diálogo de los sectores intervinientes, no hay otro camino. Las formas de representación indirecta, colectiva, corporativa o estamental, como la de claustros, tienen la virtud de que mantienen en los niveles de gobierno una cierta reproducción de las comunidades reales en que se agrupan las personas y por ello una mayor fidelidad hacia las prácticas y sentidos producidos por los distintos grupos. El problema que habitualmente enfrentan es la deformación de la representación numérica de la totalidad de los integrantes de la comunidad. Cuando esta deformación llega a extremos –como ocurre en la UNCo, en donde el voto de un profesor equivale al de 40 estudiantes- los sistemas de este tipo entran en tensión y suelen derrumbarse si no se tiene el tino de prever el conflicto. Cualquier especialista en teoría política, historia u organización institucional podría dar cuenta de innumerables casos de ello, de modo que una institución que opta por la representación política estamental tiene que habituarse a convivir con las tensiones que ésta arroja y a extremar las búsquedas de consenso necesarias para que no se desmadren. 22 Cuando el sistema estalla, no se trata de la maldad o irracionalidad intrínseca de unos pocos, sino de la incomprensión de estos problemas por parte de los grupos dirigentes y de su incapacidad de abordarlos a su debido tiempo. Excluir sistemáticamente a una minoría es una práctica autoritaria. Hacerlo con la mayoría es, además, suicida. 23 Nadie con mediana sensatez podía dejar de prever que si le cierran a los estudiantes las vías de participación real (no meramente formal) éstos no utilizarían el mayor peso de su número en los 22 Un ejemplo de la complejidad de estas cuestiones puede hallarse en nuestro propio Estado federal argentino. Aquí se combinan dos formas diferentes de representación: la directa o individual y la indirecta o estamental (las provincias son "estamentos" de configuración territorial). En la elección presidencial la representación estamental no cuenta (desde 1994 el voto es directo). En el Parlamento se combinan los dos sistemas: Tierra del Fuego, con menos de 200.000 habitantes, tiene igual cantidad de senadores que provincias con varios millones, como Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba. En cambio, la distribución de los diputados guarda cierta proporción con la población de las provincias. En la comparación con otros países, resulta que cada sistema federativo tiene en realidad un modelo propio de combinación de las diferencias, que muchas veces incluyen a agrupamientos no territoriales, como los grupos étnicos o las nacionalidades. En todos los casos se trata de soluciones a que se arriba mediante compromisos y consensos, casi siempre logrados luego de violentas disputas. 23 Es necesario traer la comparación con De La Rúa. 12 ámbitos en donde éste es decisivo: las calles, las manifestaciones, las barricadas. Los que con tanta facilidad y soberbia se autocalifican como "los mejores" tendrán dificultades en explicar su ignorancia de estas verdades de perogrullo. Urge revertir este rumbo. El primer paso es sentarse a acordar el aumento de la representación estudiantil en los consejos. Después, habrá que habituarse a gobernar no imponiendo el mayor número de representantes sino buscando el consenso mediante el debate y la argumentación, lo que será saludable para el conjunto de la comunidad universitaria. Tratamiento de las cuestiones administrativas en los cuerpos directivos Los consejos directivos nombran al Decano y a los secretarios de facultad, el Consejo Superior nombra al Vicerrector y a los secretarios de Universidad, y la Asamblea al Rector. Pero una vez que estos cargos son cubiertos, sus decisiones administrativas no son revisadas por ningún órgano, ni siquiera por aquellos que los nombraron. Tales decisiones son las que diariamente materializan la política universitaria, la asignación de los gastos específicos, la distribución de recursos a las facultades, las condiciones de trabajo de los no docentes (incluyendo su designación y ascensos), los sumarios administrativos, la auditoría interna, etc. Estos y otros muchos actos de la mayor importancia escapan al escrutinio de los consejos directivos y del Consejo Superior. Se trata de una técnica para concentrar el poder y sustraerlo al control de los claustros. No hay otro argumento para ello ya que la supuesta o real ineficiencia de los cuerpos deliberativos como administradores no es válida para fundamentar su ausencia de escrutinio posterior. Esta asignación de las decisiones administrativas a una especie de "zona de reserva" propia de los decanos y el Rector (tal como lo requiere expresamente la LES), carente del control de los consejos, no sólo se opone a objetivos ampliamente compartidos en la comunidad universitaria, como la transparencia y publicidad de la gestión así como su concordancia con la política trazada por los órganos de mayor representatividad, sino que aparece como francamente contradictoria con la participación de los trabajadores no docentes en el gobierno de la universidad. 24 Pese a las críticas que se hacen a esta participación, 25 siempre formuladas en corrillos y fuera de los cuerpos representativos, considero que la presencia no docente en los consejos enriquece el debate con un punto de vista decisivo para el gobierno de la Universidad y es, por ello, congruente con el objetivo democratizador que nos hemos propuesto. Sin embargo resulta absurdo que los trabajadores no docentes estén incorporados a unos órganos deliberativos impedidos de considerar las cuestiones en donde tienen más que aportar. El fundamento de toda participación democrática es que una persona no sea extraña a las resoluciones que colectivamente se adoptan sobre ella misma. Que en alguna medida, que se pretende resulte cada vez mayor, cada uno de nosotros sea también artífice de las decisiones que nos afectan en 24 Aunque conozco las críticas que se hacen al término "no docente" y las comparto, ya que es un trabajo que tiene identidad y necesidad propias y no merece ser definido por exclusión, la brevedad me impone seguir por ahora el uso tradicional. 25 El pretendido argumento "meritocrático" es el que en las conversaciones reservadas se utiliza en contra de los trabajadores no docentes. Si no se hace explícito en esta coyuntura por parte de los conservadores es meramente por razones tácticas, pero mientras aquella idea elitista se mantenga vigente en el sector hegemónico, la representación no docente siempre estará en riesgo. 13 nuestra vida cotidiana. Ello no sólo tiene como objetivo aumentar el ámbito de libertad personal sino incluso mejorar la eficiencia gubernamental, ya que debe suponerse que las personas son más proclives a cumplir con las normas y disposiciones en las que de algún modo han participado. Por eso, es totalmente infundado que nada menos que el claustro que está inmerso en el quehacer administrativo de la Universidad esté excluido de participar precisamente en ese ámbito, el que más conoce y que más le afecta. Hoy, los trabajadores no docentes, a través de sus representantes en los consejos directivos y superior, establecen los concursos docentes, designan sus jurados, deciden sobre sus resultados y nombran a los propuestos... pero no pueden hacer lo mismo sobre los concursos de su propio claustro. No es una omisión casual. Se trata de una llave fundamental en el ejercicio cotidiano del poder en la Universidad que es totalmente sustraída al debate y al control de la comunidad y que ha reforzado la práctica de gobierno de grupos minoritarios. Tal como están delimitadas las competencias en el actual estatuto, la mayoría de las decisiones que afectan a los trabajadores no docentes son ajenas a los cuerpos representativos. Ello hace que para los no docentes la democracia interna carezca mayormente de contenido real y sólo aparezca con algún valor cuando se trata de elegir autoridades. Si en las restantes elecciones campea el desinterés, ello no tiene nada de extraño pues se trata de conformar cuerpos que decidirán sobre diversas temáticas menos las que resultan más importantes para el claustro. El resultado de ello ha sido la transformación de gran parte de los votos de las representaciones no docentes en los consejos, especialmente en el Consejo Superior, en artículo de negociación intercambiable en ámbitos secretos, en algunos casos con objetivos de mejoras laborales generales, en otros con fines menos loables, como la asignación de privilegios o beneficios particulares a quienes se encuentran en esos acuerdos. Si la participación aparece vaciada de sentido en el ámbito en donde se debería ejercer, este contenido se le agregará desde afuera, con otros actores y con otros intereses. Es por esto que hacer transparente la administración, controlar sus decisiones por los consejos y darle a los trabajadores no docentes el mismo grado de participación sobre sus cuestiones que los demás claustros tienen sobre las propias, no es una necesidad exclusiva de ese sector sino algo que nos involucra a todos, porque la exclusión del debate de esos temas es parte del vaciamiento de la democracia y la concentración del poder que la reforma debe revertir. Una nueva universidad En el detalle de estos puntos decisivos de reforma puede verse con claridad cómo las conductas opuestas al proceso de democratización, en cada caso concreto, apuntan a la concentración del poder, al aseguramiento de jerarquías que no buscan legitimarse en el reconocimiento colectivo, a la comodidad en los cargos y a la reducción de los espacios críticos. Todos objetivos congruentes con un sistema educativo-institucional reproductor del modelo vertical de ejercicio del poder y de las rutinas burocráticas y despolitizadas que lo sostienen. 26 Si ese es el modelo de Universidad que algunos tienen en mente por lo menos sería honesto que se explicite a la comunidad universitaria ¿Es esta la Universidad que queremos para el país? 26 La actual rutina de sustituir la búsqueda de una solución consensuada, poniendo en lugar de ella la práctica de gobernar por decreto, mediante resoluciones "ad referéndum" constituye una manifestación más de las convicciones conservadoras (nunca explicitadas ni fundadas en el debate) del grupo que detenta el gobierno de la Universidad. 14 Es común partir de la base de la existencia de un sistema político y social insatisfactorio para la mayoría de los argentinos pero solemos hacer de cuenta que la Universidad no ha tenido que ver con él ni ha contribuido a su formación y reproducción. Entonces la historia de la Universidad se presenta como un relato de los esfuerzos de un grupo de personas que hacen lo posible por el progreso social pese a las estrecheces presupuestarias. Esto es un cuento de hadas. La Universidad ha contribuido y contribuye a la formación y reproducción de este estado de cosas continuamente y uno de los primeros mecanismos mediante los cuales lo hace es ocultando su propia responsabilidad. A lo sumo se escucha, a veces, la crítica a los políticos por no acudir a la Universidad cuando necesitan soluciones técnicas, como si el único papel posible de ésta fuera el de ser consultora de aquellos (o como si la crítica más importante que se pudiera hacer al sistema político argentino fuera que sus dirigentes no estuvieran suficientemente capacitados o asesorados). En realidad esto es parte de una visión idílica de la sociedad que excluye al conflicto y a las relaciones de poder y de dominación como elementos constituyentes. Se habla normalmente del “papel crítico” de la universidad, pero en esta visión dicho papel está ausente por completo. Además, lo cierto es que la inmensa mayoría de los políticos, sus asesores y sus cuadros técnicos, son –como también lo han sido los principales violadores de los derechos humanos- egresados de la Universidad argentina. Esta distancia entre la “política” (entendida no en el sentido de puja partidaria sino como espacio de construcción colectiva de un destino común) y la Universidad, es el primer punto y el más importante, que permite afirmar la responsabilidad de la institución en la perpetuación de una realidad injusta. El mecanismo discursivo a través del cual opera este aporte es la distinción entre política y técnica, de la cual se supone que a la Universidad sólo le corresponde la última. La ideología del grupo que gobierna la UNCo sostiene que la contribución de la Universidad al mejoramiento de la sociedad consiste únicamente en el aporte técnico y el progreso científico, como si éstos no pudieran ser asimilados (como de hecho lo son) para la perpetuación del sistema que se critica. Implícitamente esta ideología evoca a la “teoría” neoliberal del “derrame”, pues supone que la principal causa de la injusticia consiste en el bajo crecimiento económico y éste a su vez se debe a la ausencia de desarrollo tecnológico y científico, cuando en realidad es (en lo que este cuadro tenga de verosímil) al revés: es la sociedad estructuralmente configurada mediante un sistema de dominación y privilegio la que provoca el bajo nivel de desarrollo técnico y científico. Esta visión idílica ha sido desvirtuada por la existencia de amplios períodos de importante crecimiento económico que sin embargo mantuvieron e incluso provocaron la exclusión y la brecha sociales. Basta mencionar a la mayor parte de la década menemista y al desarrollo actual de la economía para advertir que la atribución primordial de causas técnicas o económicas como responsables de esta realidad es un escamoteo a gusto de los grupos privilegiados que crearon y perpetúan esta situación. Pero además, esta limitación "tecnocrática" del quehacer académico conspira contra el propio desarrollo técnico y científico. Por un lado, porque establece límites a la investigación: las áreas con relevancia política crítica deben evitarse y resultan desalentadas. 27 Por otro, porque la excelencia académica no es una cualidad individual, personal, sino un resultado colectivo, una cultura de la vida universitaria, que sólo puede lograrse en el marco de un proyecto general que resulte cautivante para poner a su servicio las potencialidades individuales. En consecuencia, si la Universidad quiere estar orientada a producir un desarrollo técnico y científico de calidad, tiene que hacerlo al mismo tiempo 27 Como ocurre con las actividades de extensión, a las que no se les reconoce valor formativo. 15 formando cuadros profesionales críticos, moral y políticamente comprometidos con la construcción de una sociedad diferente, justa, sin relaciones de explotación ni exclusión. Esta es la principal objeción a quienes sostienen el papel políticamente “neutro” de la enseñanza universitaria: En una sociedad de desigualdades extremas esta "neutralidad" naturaliza el sistema y contribuye a reproducirlo, entre otras maneras también mediocrizando la enseñanza. Cabe mucho más que decir acerca de esta supuesta neutralidad. No necesito introducirme en la crítica teórica acerca de la “pureza” de la ciencia y de la técnica como tales, cuestión respecto de la cual la filosofía e historia de la ciencia de las últimas décadas han hecho contribuciones que ponen seriamente en duda los postulados conservadores constituyentes de gran parte del sentido común de nuestras autoridades universitarias. Prefiero aludir a las condiciones más evidentes que demuestran cómo en la Universidad la enseñanza presuntamente neutral se profundiza en unos campos y disminuye o directamente se ignora en otros, y en prácticamente todos los casos ello ocurre en detrimento de los conocimientos técnicos o científicos que podrían resultar útiles a los sectores populares. No se necesita indagar mucho para advertir que en prácticamente todas las carreras, la enseñanza supuestamente “neutral” desarrolla unas áreas en detrimento de otras de modo de transmitir los conocimientos útiles a un determinado modelo de ejercicio profesional funcional al sistema político y social vigente, ocultando o licuando aquellos que podrían sustentar una práctica profesional, aún redituable económicamente, que introduzca elementos de conflicto e “ingobernabilidad” en esta realidad. La armonía entre la Universidad argentina y el sistema de poder hegemónico se quebró en los años '40 y desde entonces nunca los sectores de poder dominante –por lo menos hasta el menemismolograron reconstituir la síntesis que hiciera de la Universidad una fábrica de los dirigentes aptos para reproducir el sistema. De ahí el lugar común de que la Universidad argentina está "en decadencia", 28 las etapas de crudo autoritarismo, el crónico desfinanciamiento, la promoción de las universidades privadas y, en general, las dificultades –exhibidas como "falta de política" hacia el sector- de reintegrar la Universidad como reproductora eficaz de un sistema de poder. Sin embargo, lo que no se consiguió desde fuera parece imponerse desde dentro. La Universidad sigue formando a los profesionales que luego se ubican en las posiciones directivas en la administración, el Poder Judicial, los sistemas público y privado de salud, las empresas, el sistema educativo, y en general, en los cargos de decisión de casi todas las instituciones de la sociedad, sin preocuparse por la ausencia de comprensión del carácter político de esas tareas profesionales. Lo que de por sí es también una "formación política": aquella que tiende a suprimir las posibilidades del quehacer crítico y a fomentar las conductas integrativas en un sistema de exclusión social (esto es, obediencia a los superiores y autoritarismo hacia los subordinados). No es de extrañar, entonces, que las cifras de egresados universitarios, en constante incremento desde 1983, sean paralelas al crecimiento de la desigualdad social y la exclusión: el progreso individual no necesariamente produce progreso social si, como ocurre en nuestro país, los profesionales se integran acríticamente en estructuras que refuerzan la desigualdad y la exclusión mediante la subordinación jerárquica, la ausencia de responsabilidad social por las decisiones adoptadas y los valores individualistas del capitalismo. El crecimiento de la brecha social y de la pobreza evidencian que el aumento del número de profesionales no ha contribuido a solucionar los problemas sociales. Más bien puede suponerse lo contrario, que ha sostenido su agravamiento generando una clase de profesionales de origen popular que adoptan la ideología del ascenso individual, juzgan que su posición es el resultado exclusivo de sus propios méritos singulares y, por eso mismo, consideran que quienes se han mantenido en la marginación no ha sido por ser víctimas de un sistema de exclusión sino por no haber sabido aprovechar las oportunidades, por desidia, ausencia de méritos, en definitiva merecidos "perdedores" ("losers"). 28 Afirmación que no logra acuerdos, sin embargo, acerca de cuál habría sido la "época de oro". Hay quienes la ubican con anterioridad a los años 40, en la época de esplendor de la Argentina oligárquica (como una ex secretaria de investigación de la anterior rectora) y otros la sitúan previamente a 1966, hasta la noche de los "bastones largos". 16 El progreso técnico ciego puede encandilar a las capas más acomodadas de nuestra sociedad (incluyendo a parte de nuestros profesores más antiguos) que consideran sus viajes al exterior como un alivio respecto de una realidad local que deploran. Teóricamente puede conducir a un mejoramiento de la vida, pero también, como lo ha hecho, a sumergir en la miseria a la mayoría del pueblo. En manos de quienes detentan el poder en la Argentina, el enorme progreso técnico de los últimos 20 años ha sido una herramienta de dominación y retroceso social, desocupación, desprotección de los más humildes y exclusión, así como antes había fundado la eficiencia de los aparatos de inteligencia estatal y la perfección atroz de la tortura en la ESMA. A esto conduce la entronización del saber técnico "neutro" e irresponsable, carente de proyección política y social. Los jóvenes que reaccionan contra la ausencia de debate por parte del gobierno universitario son, de este modo, quienes realmente buscan retomar el concepto de Universidad en su concepción integral. Los burócratas que pretenden una enseñanza aséptica, supuestamente técnica son, por el contrario, los que perpetúan la crisis. La democratización Recuperemos el pensamiento universal contenido en el término Universidad, es decir, el pensamiento político, en el sentido de construcción de una sociedad diferente, justa, solidaria, democrática. Y este es precisamente el punto: ¿La ideología práctica de la "meritocracia", del gobierno de las minorías, es la adecuada para una institución que debe formar los cuadros dirigentes para una sociedad democrática? ¿O por el contrario, es la que mejor se adapta para que los egresados reproduzcan después las prácticas de gobierno de minorías, de los "meritocráticos", en los distintos ámbitos en donde van a asumir posiciones directivas: la administración del Estado, de la economía, la justicia, la educación, las empresas privadas, las organizaciones sociales, etc.? ¿Queremos que los dirigentes de la sociedad a todo nivel estén educados en prácticas de búsqueda de consenso o que las eludan pretextando superiores saberes técnicos cada vez que puedan aplicar directamente una legalidad en el fondo sostenida por la coacción estatal? No podemos dejar de recordar que el paradigma del modelo de vaciamiento de la política como organización de la voluntad colectiva y su reemplazo por la "gestión", en la era neoliberal lo conforma el técnico de los organismos financieros internacionales bajo cuyas instrucciones se modeló la entera estructura social argentina. 29 Esto es lo que está detrás de la lucha por la democratización: las prácticas hegemónicas de ejercicio de la autoridad común: ¿legalidad o legitimidad? ¿coacción o consenso? La búsqueda de consenso y de reconocimiento de la legitimidad debe constituir el centro de gravedad de las prácticas de todo grupo o individuo al que el sistema institucional haya colocado en posición de adoptar decisiones. El modelo vertical de toma de decisiones, aún en los casos en que la persona es democráticamente electa (lo que de todos modos no es lo que ocurre en la UNCo), es el que mejor conviene a la reproducción de una sociedad jerárquica, desigual, claramente injusta y sólo formalmente democrática. 30 La Universidad, si quiere ser tal, no puede renunciar a este fundamental rol educativo. Pero para ello es imprescindible que introduzca en su interioridad las formas de gobierno adecuadas a los modos de 29 Maristella Svampa; La sociedad excluyente, Buenos Aires, Taurus, 2005, pág. 62. La legalidad debe estar subordinada a la legitimidad y ésta se logra mediante el consenso y el reconocimiento. El extremo negativo de ello está en De La Rúa, que pretendió instaurar el estado de sitio, aún al costo de la muerte, aferrándose a una legalidad formal que había devenido vacía. 30 17 ejercicio de autoridad que quisiéramos ver en la sociedad. De lo contrario, vamos a gobernar internamente como De La Rúa y, lo que es peor, vamos a educar en este modelo y seguir reproduciendo los cientos o miles de "De La Rúa", que diariamente soportamos mientras ejercen, a su modo, el poder político, social, administrativo, empresario, etc. Estas no son cuestiones para cuya resolución el estatuto resulte neutro. El consenso en general es difícil de lograr. Entre generaciones diferentes es más arduo aún. Es un proceso que lleva tiempo, paciencia, sinsabores y malos entendidos, como mínimo. Requiere la modificación de prácticas culturales arraigadas y su reemplazo por modos diferentes de adoptar decisiones que sólo con el tiempo y persiguiéndose explícitamente el objetivo de lograrlas resultan posibles. Si la estructura institucional no impone la necesidad de esta vía, como la fundamental para la adopción de decisiones, fácilmente quienes se enfrenten a estos problemas buscarán la línea del menor esfuerzo consistente en hacer valer una legalidad que así se irá vaciando paulatinamente, al suponer que tiene al consenso sólo como una opción, entre otras. El resultado no sólo será (y ha sido) que las decisiones importantes se adopten sin participación sino, además, que los grupos dirigentes se eduquen ellos mismos en estos usos y hagan de ellos el marco de "gobernabilidad" que da las pautas de los mecanismos informales de selección, ascenso y exclusión, propios de toda organización institucional. El resultado está a la vista: una clase dirigente universitaria apta para recurrir a todo tipo de maniobra imaginable en tanto tenga apariencia de legalidad ("picardía criolla"), pero con notoria ineptitud para sostener un diálogo medianamente serio y productivo con los jóvenes. Si el modelo de dirigentes sociales que produce la Universidad es el que encarna su dirigencia actual, no habría más que razones para ser pesimistas en cuanto a la consecución de una sociedad justa y democrática por las vías de la paz social y la legalidad. Conclusiones Hemos pasado de la evaluación de las acciones inscriptas en la superficie de la crisis y del fundamento de las propuestas de cambio estatutario a la temática de la política general universitaria. Es así porque sólo introduciéndonos en un debate de este tipo podrá superarse la actual parálisis institucional, de lo contrario el panorama aparece como una puja de poder egoísta entre distintos sectores. Pero afrontar este debate implica renunciar a falsas seguridades. La primera es suponer que el modelo de universidad nos va a venir dado desde afuera, como muchos quisieran, 31 lo que ahorraría el difícil trabajo de pensar por sí. La segunda, íntimamente vinculada a la anterior, es creer que nuestras responsabilidades individuales se agotan en el cumplimiento de las tareas, los horarios y el llenado de los formularios administrativos. La Universidad es una institución de fundamental importancia en la conformación o estabilización de un sistema político general. No tener esto en cuenta y limitarse a cumplir con las rutinas académicas es aceptar el sistema vigente tal cual es. Pero aún para quienes estén de acuerdo con él (que no son tantos), la propia vida académica exige que ello se haga explícito y se fundamente en el debate. 31 Así dice la Dra. Pechen en el reportaje ya citado (diario Río Negro del 30/4/2006), "La sociedad (no la Universidad) debe definir qué universidad quiere". 18 En la actual situación de la UNCo este debate es imprescindible para superar la crisis. Pretender postergarlo para cuando la Universidad esté "normalizada" es mantenerse en el pantano, porque precisamente lo que está en discusión es qué se entiende por normalización. Debatir en esta situación el modelo de universidad no es un ejercicio teórico abstracto, sino que constituye la clave para la introducción de las modificaciones estatutarias; éstas a su vez son la forma concreta en que se comienza a realizar aquel modelo y al mismo tiempo la puerta para que la normalización deje atrás a la crisis en lugar de postergarla. La práctica académica pretendidamente neutra o despolitizada puede tener justificación en países que han definido un modelo de Universidad con consenso, lo que permite a la mayor parte de los miembros de la comunidad docente o científica concentrarse en sus rutinas aceptando el contexto político institucional hegemónico con el cual –a grandes rasgos- están de acuerdo. Ese es un lujo que todavía no podemos darnos aquí, en donde lo que permanece indefinido es el modelo de Universidad en el que incluirnos. Elaborarlo colectivamente es una tarea previa ineludible puesto que ese es el marco en donde el conocimiento técnico resulta productivo, ya que si no sabemos adónde vamos nunca vamos a encontrar los medios para hacerlo. 32 La crisis de la Universidad es una crisis de legitimidad, no demasiado diferente de la que encarna la dirigencia nacional en su conjunto, aunque con una historia particular, propia. De pronto los sectores que habían gobernado, con sus internas, sus conflictos y sus recambios, se encontraron con que nuevos protagonistas interferían en la lógica política a la que estaban acostumbrados. Esto provocó una reconfiguración en el escenario, acomodando en nuevos agrupamientos a antiguos antagonistas o marginando a quienes antes habían sido protagonistas importantes. Este ha sido el resultado de la toma del 2004, que por lejos fue mucho más allá de la ley de educación superior. Lo que apareció en discusión fue la legitimidad de un gobierno universitario estructurado sobre el predominio casi absoluto del sector docente más antiguo, un esquema en donde la participación estudiantil se reducía prácticamente a los cuerpos directivos colegiados reunidos con una periodicidad mensual, presencia ciertamente "molesta” para muchos, pero que daba la apariencia de co-gobierno, cuando en la realidad el gobierno universitario recaía en una gestión administrativa cotidiana carente de toda transparencia. Ese “orden” excluyente es causante del desorden en que se encuentra la Universidad y debe ser revertido desde su mismas bases: lo que ahora se concibe como “factor desestabilizante”, la presencia estudiantil activa, debe ser entendido como un nuevo principio de legitimación democrática del gobierno universitario. Así, ningún orden interno de la universidad puede considerarse legítimo si no cuenta con el consenso amplio de los estudiantes, quienes no son el objeto de las prácticas pedagógicas docentes sino un sujeto activo y cuestionador en la vida universitaria. Esta es una ampliación del campo de lo pedagógico: no estamos para reproducir objetos pasivos para el mercado de trabajo ya que la universidad no es una máquina de hacer chorizos, sino para permitir la aprehensión de herramientas técnicas por parte de sujetos amantes de la dignidad y capacidad creadoras que les confieren sus vínculos colectivos. De lo que se trata es de recuperar la universalidad del ámbito de debate, que es intrínseca a la idea de Universidad e incluso es la que le ha dado su nombre. En el difuso "sentido común" del grupo dirigente está la suposición de que la discusión sobre el país que queremos, el papel de la Universidad en él y las tareas colectivas para su construcción, pueden ser temas interesantes para charlar, pero decididamente ajenos a la gestión universitaria. El mismo término gestión enfatiza este desinterés, al destacar como determinantes los aspectos administrativos, puramente técnicos. El debate se debería reducir así al de los medios para ir más rápido, más cómodos y 32 Como decía Don Arturo Jauretche, no sirve saber hacer un puente sin saber por dónde pasa el río. 19 al menor costo por un camino ya trazado. Adónde nos conduce ese camino ya no sería un problema de la Universidad (adviértanse los paralelos entre esta concepción y la idea del profesional universitario como mercenario al servicio de quien quiera y pueda contratarlo). Sin embargo, desde sus orígenes, como escuela de los cuadros que constituyeron la unidad y coherencia del gobierno "universal" (europeo) de la Iglesia, hasta la universidad norteamericana contemporánea, que orienta la extrema especialización en cada uno de los ámbitos del mundo globalizado que Estados Unidos domina o busca hacerlo, a la vez que educa y solidariza entre sí a las élites de todo el mundo para que participen como piezas de esta dominación, sin dejar de mencionar a las universidades alemanas del siglo XIX que produjeron a los dirigentes de un Estado nacional que aún no existía y al que debían crear, la responsabilidad y orientación políticas de las universidades han sido siempre parte de su propia razón de ser. Transformarlas en "enseñaderos" es vaciarlas de sentido y ubicarlas en el mundo del mercado de servicios educativos en cuya lógica se disuelve la posibilidad de pensar y construir un país y una sociedad diferentes, tarea que pasa a ser externa a la Universidad. Es decir, renunciar al papel político de la Universidad es construir la propia ruina de la institución. A esto nos llevan las actuales prácticas dirigentes con sus (supuestos) saberes exclusivamente técnicos. En verdad, esta despolitización de la Universidad es también una tarea política: la renuncia a pensar y hacer una sociedad justa es al mismo tiempo el compromiso de asegurar el mantenimiento de la sociedad actual. La educación apolítica es el vehículo para que los egresados vean como natural a sus profesiones el desarrollo de la actividad dentro de los marcos y con los límites que imponen las estructuras dominantes del poder. La alianza con el sistema hegemónico se oculta mediante esta despolitización. La pasmosa mediocridad de las ideas políticas del grupo actualmente dirigente en la Universidad y en la mayoría de las facultades, cuyos miembros "destacados" son incapaces de articular un pensamiento superior a las superficialidades mediáticas, es la lamentable expresión de aquel vaciamiento. Es a la vez la explicación de la parálisis (y del temor) de esta dirigencia frente a la emergencia de una lucha estudiantil cuyos representantes, pese a la edad (o tal vez por eso mismo) ostentan ideas, voluntad transformadora y un nivel de debate que aquellos no tienen capacidad de igualar y en el que se sienten extraños, pues su mundo es el de las rutinas académicas reproductoras. Los actuales engranajes perversos de selección de este tipo de "gestores", facilitados por un estatuto anacrónico, nos han llevado a este caos. No se trata de juzgar individualidades, si éste o aquel son mejores o peores, es el entero sistema político de la Universidad, concebido como mecanismo de sedimentación de sus cuadros dirigentes, el que muestra su fracaso. De lo que se trata es de revertir esta dinámica para que la formación de las futuras camadas de autoridades universitarias tenga como central la búsqueda de consensos que sólo pueden lograrse mediante la apertura hacia el debate de la política universitaria y del país y la sociedad a que esta política ha de contribuir y realizar. Si nos mantenemos en la reproducción de la actual institucionalidad, seleccionado la dirigencia más despolitizada (o, lo que es lo mismo, plegada al poder), continuaremos "cambiando figuritas" cada vez más mediocres, más oportunistas y autoritarias, agravando la crisis en cada conflicto que se presente. Sabemos que la democratización de las estructuras internas no es garantía, por sí sola, de un rumbo diferente. Desde la Reforma del '18 sobran los ejemplos acerca de cómo los defensores del status quo han logrado revertir el sentido de cambios que aparecían como irreversibles. Pero sin embargo la 20 democratización es hoy la matriz necesaria para comenzar a construir una Universidad diferente y superar las rencillas de campanario, las camarillas y el clientelismo. La Universidad puede seguir sirviendo como refugio para el reparto de beneficios bajo el barniz de la neutralidad, que significa cerrar los ojos ante sus responsabilidades e implica degradación institucional e intelectual, o puede optar por recuperar su rol y hacer su aporte crítico en la construcción de una sociedad justa, pues sólo en un proyecto colectivo la excelencia académica deja de ser una idea vacía. Es por esto que para quienes dentro de la Universidad (trabajadores docentes y no docentes, estudiantes y graduados) concebimos nuestra práctica como participación en la ruptura con el modelo neoliberal de exclusión y en la creación de una sociedad justa, es imprescindible salir de la crisis mediante un cambio de rumbo, mediante la posibilidad de hacer y pensar una Universidad diferente. Febrero del 2007. 21