Santiago el menor, el familiar de Cristo

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Santiago el menor, el familiar de Cristo
Aprende a Orar / Reflexiones Dios Padre y personajes de la Biblia
Por: P. Juan Ferrán LC | Fuente: Catholic.net
Santiago, es llamado el Menor por ser pequeño de estatura. Se le conoce en el Evangelio como "hermano del Señor" (Mc 15,40) e hijo
de Alfeo. Fue jefe de la Iglesia de Jerusalén. Fue hecho lapidar por el sumo sacerdote Ananías, aunque se piensa que previamente fue
arrojado desde el templo; ello sucedió en el año 62. Fue el autor de la carta de este mismo nombre. Es citado en He 12,17, cuando
Pedro, tras su liberación, hace que se ponga en conocimiento de Santiago. San Pablo habla de que vio a Santiago en su ida a
Jerusalén, y lo llama hermano del Señor (Gal 1,19). En He 15,13-19 aparece Santiago en el Concilio de Jerusalén con un equilibrado
discurso que ayuda a resolver las controversias dirimidas. San Pablo habla de una aparición de Cristo Resucitado a él (1 Cor 15,1-8). La
tumba de Santiago estuvo un tiempo colocada en la explanada del Templo, según S. Jerónimo, y posteriormente fueron trasladadas sus
reliquias, junto con las del Apóstol Felipe, a la Iglesia de los Doce Apóstoles en Roma. Su fiesta se celebra el 3 de Mayo.
Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Santiago el Menor una de las ideas claves de su carta que es el uso de los bienes
materiales, que para nosotros cristianos se relacionaría directamente con la bienaventuranza de Cristo sobre la pobreza y el
desprendimiento en clave de uso correcto de las cosas.
1. Al leer el Evangelio y zambullirnos en sus páginas nos llama poderosamente la atención ese estilo de vida de Cristo: sencillo, austero,
desprendido, pobre. Y todo ello dentro de una gran actividad que requería medios, descanso, seguridades elementales. Jesús aparece
como un padre que gobierna una numerosa familia de seres a quienes ha invitado a ser pescadores de hombres. Nunca da la impresión
el Evangelio de que se viviera con agobio y ansiedad frente a las cosas materiales y, sin embargo, Cristo nunca fue un miserable ni
obligó a los suyos a vivir en la miseria. Mas bien, el Evangelio nos alecciona en un modo de vida distinto: el de tenerlo todo y no poseer
nada.
La ciudad moderna da la sensación a veces de estar constituida por seres humanos cuya única inquietud es el producir, el tener, el
dominar. Sólo se oye hablar de trabajo, de compras, de proyectos materiales. Se vive de forma acelerada, atropellada, estresante. Es
como si el único foco real de interés fueran las cosas de este mundo. Por ellas parece que el ser humano está dispuesto a todo. De ahí
que se valore más al que tiene más, al que puede más, al que compra más, al que puede permitirse más cosas. En todo caso la pobreza
puede ser considerada una maldición y muchas veces el mismo pobre envidia y odia al rico, al que tiene.
En esta dinámica y con el fin de tener más, el hombre ha creado una forma de vida que atenta directamente contra el espíritu que no
puede respirar porque vive asfixiado; contra la familia que se va desmoronando a golpe de esa falacia de Aes para vivir mejor@; contra
la salud que se va menguando a impulsos de ese ritmo de vida que no permite la paz y el sosiego; contra los valores de la rectitud y de
la honradez que no pueden a veces convivir con ciertos modos de tener y tener más. Y sobre este edificio se termina instalando una
ansiedad por el futuro que ni siquiera deja disfrutar el presente. Podríamos decir que no se sabe vivir, es decir, que no hay sabiduría en
muchas vidas para saber compaginar la propia salvación en sentido escatológico con las necesidades reales de una vida digna en este
mundo.
Surge así la sabiduría en el uso de las criaturas, de todo aquello que Dios ha puesto al servicio del hombre para su bien. Y en este
sentido sabemos que Dios ha puesto todo lo creado a nuestro servicio, bendiciendo la actividad humana que va convirtiendo las cosas
materiales en bienes para el hombre. Sin embargo, sobre esta realidad exhala el Evangelio un estilo, un modo, una sabiduría que invita
al hombre a la paz, al rechazo de la avaricia, al equilibrio, para que nunca los bienes creados por Dios se vuelvan contra el mismo
hombre, y es ahí donde la figura de Cristo emerge con una dignidad, con una elegancia, con un dominio que nos lo convierten en el
Hombre perfecto, alejado de esa actitud hipócrita de desprecio de todo lo material, pero distante también de esa admiración de los
bienes de la tierra, como si ellos fueran la medida del hombre. Así nos mete en esa hermosa filosofía del "tanto cuanto".
2. Para Santiago el Menor su estancia al lado de Cristo constituyó una experiencia fantástica sobre cómo el Señor se manejaba en
medio de las realidades de este mundo, fueran personas o cosas, sobre cómo Jesús trataba a las personas sin importar su condición o
estado social, sobre cómo el Maestro vivía con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo. Por eso, en su carta nos deja
algunos esbozos de este modo de ser de Cristo en su relación con las cosas y las personas, enseñándonos un señorío y un dominio que
lo convierten en un ejemplo a imitar y a vivir. Vamos a recoger algunas frases de esta carta.
"Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?
(En cambio, vosotros habéis menospreciado al pobre!" (Sant 2,5-6). Santiago en el contacto con Cristo a lo largo de aquellos años de
ministerio apostólico sin duda comprendió y experimentó a través de la enseñanza del Señor esa predilección de Dios por los pobres de
verdad, esos seres que han puesto su confianza en Dios y viven desapegados de las cosas materiales. Sin duda, esos pobres son ricos
en la fe y se han convertidos en herederos del Reino, que es el mismo Dios. Por otro lado, contrapone esta actitud de acogida por parte
de Dios con ese desprecio al pobre tan propio de una sociedad que se basa en el tener y que hace tanta acepción de personas en
función de su estado social, de su educación, de sus tarjetas de crédito, de su capacidad de consumo. Esta es la realidad de aquellos
tiempos que se sigue repitiendo hoy de forma tan cruel. Si tienes vales y eres considerado. De lo contrario, no cabe más que la
indiferencia y el desprecio.
"Vosotros los que decís: Hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos=. Vosotros que no sabéis
que será de vuestra vida el día de mañana... En lugar de decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello"(Sant 4, 13-15).
Santiago describe de una forma muy sencilla, pero real, el ánimo del rico de cosas, pero pobre de Dios, que busca afianzar su vida en lo
material, que sólo pone su confianza en la riqueza, que olvida que su vida está en las manos de Dios. Es una llamada de atención al
espíritu humano que puede desviarse en el camino hacia la meta, pervirtiendo incluso el mismo fin de la vida. De hecho el apego a las
cosas materiales termina secando el espíritu y llevando lejos de Dios. Esta diatriba contra el rico según el Evangelio se hace presente en
el hombre de hoy que también habla del mañana como si estuviera en sus manos y se entrega a construir el futuro como si Dios no
existiese. Parece que recibe más seguridades de su propia capacidad que de Dios.
"Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados" (Sant 5,2). Este es el juicio definitivo de Dios sobre esa riqueza
vana, llamése olvido de Dios o apego a lo material o confianza en las propias fuerzas o persecución de la vanidad o lucha incansable por
un futuro inconsistente o entrega absoluta al señor que puede morir. Cuando se pretende vivir al margen de Dios, olvidándose del fin de
la vida humana, construyendo futuros sobre criaturas inconsistentes, entonces la riqueza acumulada está podrida y los vestidos
apolillados. (Qué distinta es la vida de quien sabe vivir en este mundo sin ser de este mundo, de quien sabe usar las cosas de la tierra
sin estar dominado por ellas, de quien vive en el tiempo pero mira la eternidad, de quien en definitiva posee la sabiduría de lo divino para
entender lo humano!
3. Para vivir en serio y en cristiano la doctrina de Cristo sobre el desapego de las cosas materiales o sobre el buen uso de las mismas
hay que liberarse de la presión materialista del mundo en que vivimos con la sabiduría de Dios sobre el sentido de la vida y el uso de las
cosas. De esta sabiduría divina se derivarían para nosotros conclusiones muy exigentes en el campo real de la pobreza de espíritu y
aprenderíamos a saber vivir, ciencia por cierto muy difícil y complicada. Porque debe ser terrible llegar al fin de la vida y encontrarse que
uno ha estado luchando en vano y por realidades inconsistentes. Vamos a recorrer algunos criterios que nos puedan ayudar en nuestra
vida a ordenar nuestros afanes e intereses.
Una vida no gobernada por una exacta, justa y verdadera escala de valores siempre terminará condenándonos a la frustración. Es, por
ello, muy importante plantearnos alguna vez en la vida con seriedad y madurez si nuestros valores responden a la verdad de Dios o no
son más bien fruto de nuestra inconciencia, capricho, ignorancia. Sería triste descubrir en la última vuelta de la vida que nos
equivocamos de pista. De todas formas hace falta valor para llamar a las cosas por su nombre. En qué orden colocarías tú, por ejemplo,
la salud, la familia, el éxito profesional, Dios, los demás? ¿Qué estarías dispuesto tú a sacrificar por otra cosa? ¿Qué nunca
sacrificarías?
Una vida no centrada en lo esencial, es decir, en la conciencia de que la vida humana es un paso hacia la eternidad, de que la muerte
nos acecha, de que seremos juzgados por Dios, de que hay la posibilidad de un cielo y de un infierno, nos hará inmaduros, infantiles,
irresponsables. Estamos llamados en esta vida a muchas cosas, pero de ningún modo podemos olvidar la esencia de nuestro paso por
la tierra. Es admirable la sabiduría de tantas personas que saben contemplarlo todo en función de lo definitivo y esencial. Por eso
pueden decir "antes morir que pecar", o bien "deseo morir para estar con Cristo".
Una vida no desapegada de las cosas materiales no puede menos que engendrar ansiedad. La falta de paz e incluso la incapacidad
para gozar de las cosas de esta vida tienen su raíz en esa locura colectiva del hombre moderno de poseer, de tener, de disfrutar sin
orden y concierto. De ahí se derivan las envidias, la codicia, el rencor. El afán de tener nunca se sacia. Por otro lado los hombres
verdaderamente felices son aquellos que saben usar de las cosas con corazón desprendido y sin afanes egoístas. El que vive en el
Espíritu tendrá los frutos del Espíritu como son el gozo, la paz, el equilibrio, la serenidad de cara al futuro.
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