Historia La Edad del Hierro A principios del siglo

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Historia
La Edad del Hierro
A principios del siglo XIII los hombres aprendieron a fundir el hierro y
combinarlo con carbón para producir acero. El hierro mineral es blando e
inútil, pero el acero es un metal duro que permitía fabricar armas mucho
más poderosas que las de bronce, por lo que tenía un valor estratégico
incalculable. El descubrimiento tuvo lugar al sur del Cáucaso, en una zona
controlada a la sazón por el poderoso reino hitita. Las técnicas de fundición
del hierro eran mucho más complicadas que las del bronce, pues requieren
temperaturas mucho más elevadas. Además no se conocían muchos
yacimientos. Los hititas mantuvieron la nueva técnica en secreto, a la
espera de poder utilizarla a gran escala. Así, durante algún tiempo las
regiones civilizadas ignoraron su existencia. Sin embargo, para las tribus
nómadas indoeuropeas unas pocas armas de hierro podían ser decisivas en
pequeñas luchas con tribus vecinas, así que las nuevas técnicas se
difundieron hacia el norte entre los pueblos indoeuropeos. Se iniciaba así
la Edad del Hierro.
El hierro llegó hasta Grecia. Hay constancia de que las tribus eolias que
habitaban la Grecia interior, menos civilizadas que las tribus jónicas de la
Grecia micénica, importaban del norte hierro fundido en pequeñas
cantidades, si bien no lo fabricaban. Los historiadores griegos se refieren a
estas tribus con el nombre de Aqueos. No hay muchos datos sobre quiénes
eran los aqueos. Tal vez fueran simplemente los griegos eólios o tal vez
éstos absorbieron, pacíficamente o no, a nuevas tribus del norte que les
trajeron el conocimiento del hierro junto con nuevos rasgos culturales. Por
ejemplo, una costumbre diferenciada de los aqueos que permite seguirles
el rastro frente a los micénicos es que en lugar de enterrar a sus muertos
los incineraban. La incineración parece haber surgido con las nuevas
técnicas de fundición que requería el hierro. Los aqueos debieron de ser un
pueblo más rudo que los micénicos, pero éstos debieron de ver en ellos un
refuerzo conveniente para sus campañas militares.
Combinando la arqueología con la tradición griega posterior, la Grecia
micénica ofrece esta imagen: había una oligarquía dominante
(probablemente indoeuropea, frente a un pueblo de origen pelásgico). Los
nobles son carnívoros y prefieren los lechones, mientras que el pueblo es
vegetariano y se alimenta principalmente de trigo tostado y pescado. Los
nobles beben vino y usan la miel como edulcorante, mientras que el pueblo
bebe agua. La propiedad de la tierra está vinculada a la familia, en cuyo
seno rige una especie de régimen comunista. No hay una división del
trabajo en oficios, sino que cada familia se fabrica lo que necesita. Hasta el
rey siega, cose y clava tachuelas. No labraban metales, sino que
importaban el bronce del norte y, en escasas cantidades, el hierro. Usaban
carros tirados por mulos, aunque eran caros y pocos podían permitírselos.
Había esclavos, pero poco numerosos y, por lo general, bien tratados.
Principalmente eran mujeres que se ocupaban de las labores domésticas.
Usaban el oro como dinero (a peso, sin acuñar monedas), pero sólo para
transacciones importantes, lo habitual era pagar con pollos, medidas de
trigo, cerdos, etc. La riqueza de una familia no se medía por su dinero sino
por sus posesiones. Daban gran importancia a la elegancia y la belleza
física. Sus trajes eran de lino, a modo de saco con un agujero para la
cabeza, si bien trataban de adornarlos con bordados y otros detalles. Un
buen vestido era considerado como algo muy valioso. Las casas de los
pobres eran de adobe y paja, las de los ricos de piedra y ladrillo. Constaban
de una estancia única con un agujero en el techo a modo de chimenea. No
tenían templos, sino que las estatuas de los dioses quedaban al aire libre.
Por esta época debió de empezar a cobrar importancia la ciudad de Troya.
Estaba situada en la costa de Anatolia, en un lugar estratégico para
controlar el paso por el Helesponto, un estrecho que comunica el
Mediterráneo con un pequeño mar, la Propóntide, que a través del estrecho
del Bósforo comunica a su vez con el Mar Negro. El Mar Negro, ofrecía
grandes posibilidades para el comercio, alejado del disputado
Mediterráneo y con una extensa costa llena de pueblos no muy civilizados
a los que se podía ofrecer artículos de lujo a cambio de minerales y otras
materias primas. Algunos comerciantes llegaron incluso a China por esta
vía, de donde importaban artículos exóticos, como el Jade. Así pues, Troya
estaba en condiciones de aprovecharse directa e indirectamente de este
comercio, sin más que exigir un tributo a todo el que quisiera cruzar el
Helesponto.
No se sabe a ciencia cierta quiénes eran los troyanos. La ciudad estuvo
habitada desde mucho tiempo atrás, pero ahora había caído bajo el control
de una nobleza grecohablante. Tal vez fueran griegos micénicos que la
habían ocupado a modo de colonia, pero es más plausible que los "nuevos"
troyanos fueran un grupo de cretenses que, ante la decadencia de su
nación, decidieron trasladarse a un lugar más propicio para "volver a
empezar". Su buen conocimiento del Mediterráneo les habría llevado a
Troya, donde habrían sometido a la población asiática y se habrían
convertido en un molesto rival para los griegos micénicos.
Mientras tanto, las grandes potencias cambiaban de reyes. Hacia 1300 el
rey Ashur-Uballit ya había muerto, pero su hijo continuó reforzando a
Asiria y llegó a saquear el agonizante reino de Mitanni. El rey hitita
Muwatalli murió en 1295, pero el Nuevo Reino siguió siendo la potencia
dominante en Siria y, por consiguiente, la mayor preocupación para Egipto.
En 1290 murió el faraón Seti I, y fue sustituido por su joven hijo Ramsés
II, que reinó durante sesenta y siete años, marca sólo superada en la
historia de Egipto por el antiguo rey Pepi II. Ramsés II resulto ser el
ególatra más poderoso del mundo. Cubrió Egipto de monumentos en su
honor, con inscripciones que relataban jactanciosamente sus victorias y su
grandeza. Incluso puso su nombre en monumentos más antiguos para
atribuirse méritos ajenos. Amplió el ya enorme templo de Tebas, de modo
que se convirtió en el templo más grande y fastuoso construido jamás en la
historia. La mayor sala del templo, la sala hipóstila, medía unos 5.000
metros cuadrados y su techo se sustentaba mediante 134 columnas de 21
metros de altura. En 1288 subió al trono hitita Hattusil III, que en 1286
tuvo que enfrentarse a una expedición egipcia encabezada por el propio
Ramsés II. La batalla tuvo lugar cerca de la ciudad de Kadesh. La única
información que tenemos sobre ella es la versión oficial del faraón, según
la cual el ejército egipcio fue pillado por sorpresa y se tuvo que retirar
precipitadamente, pero Ramsés decidió vencer o morir, se lanzó el solo
contra todo el ejército enemigo y lo mantuvo a raya hasta que sus hombres
se reorganizaron y recibieron refuerzos. Finalmente los hititas fueron
estrepitosamente aniquilados. No hay motivos para creer nada de todo
esto. Pasara lo que pasara en la batalla, la realidad es que el poder hitita
no disminuyó lo más mínimo, sino que la guerra se mantuvo durante tres
años, hasta que ambos reyes firmaron una paz de compromiso en 1283.
Se inició así el periodo de mayor esplendor de la cultura hitita. En los
archivos de Hattusa, su capital, se han encontrado miles de tablillas
escritas en hitita y algunas en acadio con anales, tratados, leyes, actas de
distribución de tierras y textos religiosos, algunos en lenguas muertas (en
la época). Egipto, pese al acuerdo de paz, inició una serie de intrigas,
estimulando a Asiria contra el reino hurrita. En 1275 el rey Salmanasar I,
nieto de Ashur-Uballit funda el Primer Imperio Asirio. En 1270 arrebató
Mitanni al control hitita, fecha en la que podemos considerar que este reino
desaparece definitivamente de la historia. Asiria recuperó todo el territorio
que había poseído en tiempos de Shamshi-Adad I, el fundador de la
dinastía que había gobernado ininterrumpidamente en Assur tanto en los
buenos como en los malos tiempos. Salmanasar usó las riquezas y los
esclavos obtenidos con sus conquistas para embellecer Assur, la capital, y
Nínive, la segunda ciudad más emblemática del reino. Sin embargo,
consideró que su nuevo imperio requería una nueva capital, y así fundó a
mitad de camino entre ambas la ciudad de Calach.
En 1265 murió el rey hitita Hattusil III y le sucedió Tudhaliyas IV. Durante
su reinado la cultura hitita recibió muchas influencias hurritas y
mesopotámicas (probablemente el reino hitita recibió muchos refugiados
de lo que había sido Mitanni y de otras regiones ocupadas por Asiria). El
nuevo rey supo sofocar las revueltas que periódicamente se producían en
distintos puntos de los dominios hititas, e incluso extendió sus fronteras
hacia el oeste, alcanzando el Egeo.
Hacia 1250 Canaán empezó a recibir el embate de nuevas tribus nómadas
emparentadas con los hebreos que cien años antes habían ocupado el este
de Canaán. Sin embargo, este parentesco no influyó en los hebreos, que
rechazaron a los recién llegados. Las primeras en hacer su aparición
debieron de ser las tribus de Rubén, Isacar y Zabulón, formaron la
coalición de Lía (el nombre de una diosa de los pastores cananeos,
vinculada con la Luna), a la que luego se sumaron como tributarios Gad y
Aser. La primera de estas dos tribus deriva su nombre de un dios de la
buena fortuna, cuyo culto se extendía desde Fenicia hasta Arabia. Aser
proviene de Ashir, que era una diosa cananea también de culto muy
difundido. La ciudad de Hesbón, situada en el límite septentrional de Moab,
aprovechó que el ejército moabita estaba concentrado al este contra los
recién llegados y se rebeló con éxito, deshaciéndose de las pocas tropas
moabitas de la zona. Las tribus de Lía reaccionaron rápidamente y
aprovecharon el caos creado por Hesbón. Atacaron la ciudad y la
arrollaron, con lo que se abrieron paso hasta el Jordán. Ocuparon un
territorio entre Amón y Moab que más adelante se quedaría en exclusiva la
tribu de Rubén.
En 1245 murió Salmanasar I, y fue sucedido por su hijo Tukulti-Ninurta I,
bajo el cual el imperio asirio llegó a su máxima extensión. Condujo
campañas a los montes Zagros y llegó hasta el Cáucaso, donde un grupo de
hurritas se acababa de asentar formando el reino de Urartu. Luego derrotó
a los casitas en el sur y los sometió a tributo, y más tarde ocupó Elam. De
este modo, Asiria dominaba ahora toda Mesopotamia. Además, Asiria
conoció así las nuevas técnicas hititas para tratar el hierro, si bien todavía
no se disponía de él en cantidades necesarias para que fuera relevante.
En 1230 muere el rey hitita Tudhaliyas IV y le sustituye Arnuwanda III,
bajo cuyo reinado las sublevaciones de los pueblos sometidos se agravaron
peligrosamente.
Mientras tanto, el Imperio Egipcio disfrutaba de un periodo de paz y
prosperidad. La corte era ostentosa y magnificente como nunca lo había
sido, Ramsés II tenía muchas esposas que le dieron una multitud de hijos,
pero a medida que se iba haciendo mayor fue dejando de lado los asuntos
del gobierno, y como consecuencia la nobleza fue ganando poder. La
mejora del nivel de vida hizo difícil encontrar hombres con vocación
militar, por lo que el ejército se nutría cada vez más de mercenarios
extranjeros, de los que no se podía esperar el arrojo de los soldados
movidos por un fervor patriótico, e incluso podían volverse peligrosos en
épocas difíciles. Así, aunque aparentemente todo estaba en orden, lo cierto
es que las bases del poder egipcio estaban siendo minadas poco a poco.
Durante los últimos años del reinado de Ramsés II la presión sobre los
reinos hebreos de Edom, Amón y Moab seguía aumentando. Llegó una
nueva tribu dirigida por un caudillo poderoso: Josué. Esta tribu debió de
ser especialmente belicosa y parecía tener muy claro el objetivo de cruzar
el Jordán e invadir Canaán. Tal vez por ello acogió gustosa en su seno a los
hombres más fieros que encontró en la zona: por una parte a una tribu de
honderos ambidiestros de gran puntería y por otra a un pueblo de pastores
oriundo del norte de Palestina llamado Bene-jamina, cuyo caudillo tenía el
título de Dawidum, (posible origen del nombre David). Éstos formaron la
tribu de Benjamín, y formaron con los hombres de Josué una coalición
identificada con el nombre de Raquel, una diosa de características
similares a las de Lía (tal vez las diferencias de culto Lía / Raquel se
usaron como signos distintivos de los dos grandes grupos tribales que
acechaban Canaán). La coalición de Raquel se engrosó pronto con las
tribus de Dan y Neftalí.
Josué debió de pactar una alianza con las tribus de Lía para facilitar su
plan de invasión. La confederación se llamó Israel, que significa algo así
como "Dios lucha con nosotros". Hacia 1226, Josué cruzó el Jordán con sus
hombres y ocupó una rica franja de tierra a la que llamaron Efraím (región
fértil), mientras que Benjamín ocupó la zona inmediatamente más al sur.
Probablemente, la tribu original de Josué estaba formada por dos clanes
poderosos, uno de los cuales ocupó Efraím y el otro fue extendiéndose
hacia el norte hasta tener su territorio propio, al que dio el nombre de
Manasés. Así, las tribus de Raquel pasaron a ser tres: Efraím, Manasés y
Benjamín. De la federación de Raquel original surgió también una tribu
diminuta: la tribu de Leví, que en realidad era una clase sacerdotal que no
ocupó más que unas pocas ciudades dispersas. Posteriormente la tribu de
Leví fue considerada como una tribu de Lía, en lugar de una tribu de
Raquel.
En 1223 murió Ramsés II y fue sucedido por Meneptah, su decimotercer
hijo, que ya tenía entonces sesenta años. Meneptah condujo el ejército
egipcio a Canaán para rechazar a los israelitas invasores. Como testimonio
de la campaña dejó una inscripción según la cual "Israel está arrasado y
no tiene semillas". Evidentemente esto era una exageración propia de los
"partes oficiales", pues los israelitas seguían allí. Sin duda el faraón no
pudo terminar con los israelitas porque se vio obligado a volver a Egipto a
marchas forzadas, ya que su reino se encontró con un peligro proveniente
de un lugar insospechado: el mar. Hasta entonces el tránsito marítimo por
el Mediterráneo había tenido un carácter esencialmente comercial. Es
verdad que Creta había desarrollado una armada con la que había
impuesto su hegemonía en el Egeo, pero debieron de encontrarse con una
resistencia mínima. Los mismos egipcios usaban barcos para transportar
sus tropas a Canaán, pero siempre bordeando la costa. Nadie hasta
entonces había enviado tropas en barcos para librar una batalla importante
lejos de sus costas. La idea de llevar tropas al otro lado del mar debía de
ser considerada una locura para los egipcios.
Sin embargo, los griegos micénicos empezaron a aventurarse por el mar
con fines militares. Sin duda les llegaron productos exóticos provenientes
de tierras lejanas a través del mar Negro, pero esta vía comercial estaba
enteramente bajo el control de Troya. Oriente debió de adquirir fama de
ser una tierra rica y paradisiaca. En efecto, los griegos tenían una leyenda
al respecto, según la cual mucho tiempo atrás un grupo de cincuenta
héroes mitológicos capitaneados por Jasón emprendieron una arriesgada
aventura hacia oriente en busca del vellocino de oro, que no está muy claro
qué era, pero que sin duda era algo maravilloso, símbolo de la prosperidad
de las tierras lejanas. Embarcaron en la nave Argos, por lo que eran
conocidos como los Argonautas, entre los cuales estaba el mismo Teseo, el
que venció al Minotauro y liberó a Atenas del dominio cretense, y con él
Hércules, y su padre Peleas, y Orfeo, y muchos otros. Respecto a Troya,
resultó ser un pequeño obstáculo en el camino pues, cuando trató de
impedir el paso a la expedición, Hércules desembarcó, saqueó la ciudad y
mató al rey Laomedonte junto con todos sus hijos excepto Príamo, que era
el rey a la sazón. Nada de esto tiene visos de realidad. Más bien debemos
suponer que estas historias fueron inventadas por los griegos micénicos
para animar al pueblo, o tal vez a los aqueos, pueblo tan poco interesado
por el mar como Egipto, a lanzarse sobre Troya y acabar con su
hegemonía. Las leyendas griegas al respecto hablan de una coalición de
Argivos y Aqueos en una expedición contra troya. En principio "argivo"
hace referencia a la ciudad de Argos, que era una de las ciudades
micénicas más importantes, pero es probable que el término se usara para
referirse indistintamente a todos los griegos micénicos. Naturalmente, el
casus belli según los griegos no fue tan prosaico como el de borrar del
mapa una ciudad molesta. Según la tradición, la guerra se debió a que
Paris, el hijo de Príamo, se llevó (no está muy claro si por la fuerza o de
mutuo acuerdo) a Helena, la mujer de Menelao, rey de Esparta, quien
solicitó la ayuda de su hermano Agamenón, rey de Micenas, para
recuperarla. A su vez, éstos reclamaron la ayuda de otros reyes, como
Ulises de Ítaca o el aqueo Aquiles. Al margen de los detalles poéticos, las
tradiciones griegas parecen describir dos facciones en pie de igualdad: los
argivos, capitaneados por Agamenón y los aqueos, capitaneados por
Aquiles. La ciudad de Troya fue destruida y los griegos convirtieron el
acontecimiento en una de sus gestas más memorables.
Las leyendas griegas continúan explicando que, al volver a su patria, los
héroes se encontraron con una situación turbulenta. Las fábulas se inclinan
hacia sucesos más románticos en torno a adulterios, enevenenamientos y
disputas por el poder, pero la realidad histórica subyacente era de otra
naturaleza. Los pueblos indoeuropeos se habían ido extendiendo por la
europa oriental, eran belicosos y en estos momentos debían de pasar por
un periodo de escasez o superpoblación, por lo que se expandían en todas
direcciones y desplazaban a su vez a otros pueblos. La Grecia micénica
empezó a sufrir el acoso de otro pueblo indoeuropeo, emparentado con los
griegos pero mucho menos civilizado: los Dorios. Los dorios tenían armas
de hierro, lo que les concedía una superioridad contra la que los griegos
micénicos no tenían nada que hacer. Como fruto de estas convulsiones el
Mediterráneo se llenó de hordas de piratas que sobrevivían atacando y
saqueando las ciudades costeras. Estaban formados por mezclas
heterogéneas de dorios, griegos micénicos y habitantes de poblaciones
variadas que no encontraron mejor salida que lanzarse al mar. Un grupo
numeroso de estos piratas desembarcó en las costas de Libia y se unió a
los nativos en un ataque contra Egipto.
Los sorprendidos egipcios, que nunca habían sufrido un ataque por mar,
llamaron "Pueblos del Mar" a los invasores, y así se les conoce en la
historia. Meneptah consiguió expulsarlos a duras penas, pero el poder
egipcio se vio seriamente dañado. De Egipto, los pueblos del mar pasaron a
Chipre, desde donde amenazaron las costas de Canaán y de Anatolia.
En 1211 un nuevo faraón, Seti II, se hizo con el trono de Egipto,
destronando para ello a Meneptah y casándose con su viuda. Se inicia así
una rápida sucesión de faraones débiles que reinan durante breves
periodos de tiempo (Seti II reinó cinco años). Al año siguiente, en 1210,
muere Arnuwanda III y le sustituye el que iba a ser el último rey hitita:
Shubbiluliuma II. La presión de los pueblos del mar se hacía cada vez más
insoportable para todos los pueblos del Mediterráneo, a la vez que los
pueblos indoeuropeos presionaban a la ya descoyuntada Grecia Micénica
por un lado y a los Hititas y otros pueblos de la Europa oriental por otro.
Mesopotamia seguía bajo el imperio Asirio, pero tras la muerte de TukultiNinurta en 1208 se sumió también en la crisis que afectaba a sus vecinos.
Canaán sufría mientras tanto los embates de los israelitas.
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