Descargar - Memoria Chilena

Anuncio
\
días de campo
ni
Kvs
■
>.°\>
FEDERICO GANA
DÍAS
DE CAMPO
;niimm:
[XI
EDICIONES DE "LOS DIEZ"
IMPRENTA
=
UNIVERSITARIA
Bandera 130
—
igi6
Santiago
A UNA
A
ti,
sombra
sombra
SOMBRA
severa
y
venerada,
noble, romántica y caballe
resca, este
albores de
libjsCESBgebido
en
los
r.-{Jg¡s¿4' pflaJescencia.
*\
/ni
LA CASA
iv
■'
'
./;
'<-J
\*;>-
-
;:s\
Ls de la
vieja
casa
de campo
años de
en
de donde
adolescencia,
presiones. No sé por qué las
homenaje
que corrieron mis
me
vienen estas im
evoco;
será, tal
vez,
ciertas
imágenes lejanas.
Aquel enorme techo ;de. tejas, 'hendido en parte,
erizado de malezas; /aquellas espaciosas habitacio
nes casi desmantelada ¡en laS
que/ yo! creía advertir
como un
a
mi regreso
tan
familiar,
en
tan
a
pe/foraíe
de humedad
queúá^^.Qft&ftfego,
e^ descubrir
el verano
un
inesperadas eri~toscajones de los arma
antiguos: la querida escopeta de dos cañones
desarmada desde mi partida, mi sombrero viejo de
anchas alas, una huasca, espuelas. Ahí ¡cuan bien se
tantas
cosas
rios
iba
a
deslizar el
Después,
tiempo!
sentado
en
el corredor
en una
gran si"
lleta de paja fabricada en el fundo, veía, allá en el
fondo del patio, a mi viejo perro de caza, Mario,
que venía hacia mí como humillado, estremeciéndo
se
de
placer...!
LA MAIGA
nj
S¡¿r
A Rene Brickles
/IQUELLA mañana de invierno
una
me
sentía
poseído
de
incomprensible hipocondría.
Sentado frente al
escritorio, trataba de
contraer
mi atención sobre el cuaderno de .cuentas del
fundo,
que tenía abierto ante
mí; pero al mirar por la ven
el día brumoso y obscuro, los húmedos rama
tana
jes
de los
pinos
caban sobre
otra vez
en
un
y naranjos del jardín, que se desta
cielo de leche, volvía a sumerjirme
mi triste
somnolencia,
en
mi inmotivado
abatimiento.
—
Hoy
no
no puedo hacer nada, pen
bruscamente de mi asiento y des-
hago nada,
sé, levantándome
perezándome.
En
ese
instante, la puerta del escritorio se abrió,
Mario, un gran pointer de pelo
y mi perro de caza,
café,
se
lanzó
con su
acostumbrada violencia sobre
mí, haciéndome las más exageradas caricias,
i6
FEDERICO GANA
¿Qué
haré
hoy? pensaba,
conteniendo de las
jas y las patas al nervioso animal
el traje con su piel mojada por el
na. Por un instante me regocijó
cazar; pero
sentía
me
fatigado
que
me
ore
manchaba
rocío de la maña
la idea de salir
para
emprender
a
una
marcha, y, además, el pasto estaría demasiado hú
medo
aun.
Entonces
me
acordé de mi buen
de la vecina aldea de Y. Iría
co
matinal. Veía
y arrebolada
taba
con
cara
a
la
el
amigo,
hacerle
párro
una
redonda,
imaginación
de fraile gastrónomo; y me
su
visita
seria
alen
la idea de desvanecer mi aburrimiento
con
con
alegre charla y su grueso vinillo moscatel, que
conservaba todo el áspero sabor del lagar de cuero.
su
Mandé ensillar mi
caballo,
y
un
instante
después
salía.
El caballo
cia
se
estremecía de
frío y de
impacien
el corredor.
bajo
rápidamente,
Subí
y
partí
al
galope.
Una espesa y fría neblina cubría toda la exten
sión del horizonte. A ambos lados se extendía la
uniforme línea
gris
de los álamos desnudos de folla
je, mojados por la constante llovizna, goteando el
agua sobre la tierra negra y fangosa del camino
real. De cuando en cuando, un sauce, una gran mata
de zarzamora, asomaban
sus
obscuras siluetas entre
bruma; y más allá, la sucesión de potreros tapi
zados de trigo naciente, de terrenos recién arados,
la
de
cercas
de
espino,
de alamedas y de vegas, teñían
días
la niebla
con
de campo
vagos tonos
17
amari
verdes, sombríos,
blanquecinos. Las perdices se llamaban
alegremente en los cercados, y algunos zorzales pa
saban muy altos, silbando, sobre mi cabeza...
llentos y
A poco andar, el camino declinaba bruscamente,
desembocando en un ancho y fangoso estero cubier
to de
lamas y batrales; sus aguas tenían
de acero bajo la bruma.
un
débil
reflejo
La
niebla
recogiéndose
principiaba
como un
a
romperse rápidamente,
inmenso telón de teatro hacia
lejanas. Sobre los surcos obscuros y
los pantanos, vagaban todavía algunos tenues vapo
res; el aire adquiría una intensa claridad bajo las
las montañas
nubes espesas, y un soplo de extraña calma
adormecer todo el paisaje.
Después
pedregoso,
ma
de las
sales,
de pasar el estero, en
divisé el cementerio del
tapias ruinosas,
asomaban
entre
algunos
un
parecía
alto árido y
enci
lugar. Por
viejos sauces
mausoleos:
ro
y
enormes
co
lumnas truncadas teñidas de cal,
ángeles de yeso,
grandes cruces negras con adornos de papel blan
co. ¡Pobres muestras de la vanidad
lugareña!
En el corredor de la sucia y pobre casita del se
pulturero, una mujer, embozada en un pañuelo rojo,
soplaba el fuego, mientras sus hijos harapientos
con los
pies desnudos, jugaban en el camino real.
Al dar vuelta
proviso por
un
una
recodo,
me
vi detenido de im
pequeña partida de hombres
caballo.
2
a
18
FEDERICO GANA
Era
un
entierro de
Reconocí
a
pobres, en descanso.
algunos inquilinos de las haciendas
vecinas.
Permanecían casi todos inmóviles sobre
sus
flacos
caballejos, espoleados y sudorosos.
En sus rostros tostados por el sol,
bajo las gorras
algodón azul o los sombreros de anchas alas, va
gaba una expresión de tristeza afectada, soñolienta,
de
casi sonriente...
Observé sin dificultad que casi todos esos dolien
tes ecuestres estaban ebrios; el alcohol bebido du
rante la noche y la
el
cadáver,
madrugada,
los excitaba tal
vez
mientras
a
esa
se
velaba
inconsciente
melancolía.
Me
barba
acerqué
gris,
un
lindantes, y le
—
a uno
de ellos, un viejo
campañista de uno de los
pregunté en voz baja:
¿A quién llevan?
Es a la Maiga, señor,
de
luenga
fundos
co
Manuel, el
me respondió,
que vive en las «Tres
sacándose lenta y respetuosamente su agujereado
■—
la
hija de
esquinas»,
don
—
sombrero.
y entonces vi so
bre la tierra negra del camino unas angarillas sobre
las que se amontonaba un bulto envuelto en una
Dirigí
la mirada
a
mi
alrededor,
harapienta. En la parte superior del
vez correspondía al seno, había ata
da una pequeña cruz blanca de madera de álamo; y
a poca distancia, los angarilleros sentados en el suetela sucia y
cuerpo, que tal
DÍAS
DE
CAMPO
19
arremangadas, fumaban tranqui
lamente sus cigarrillos de hoja.
Contemplaba casi sin atrever a moverme, como
entumecido de frío, las angarillas, el bulto negruzco,
inmóvil, esos hombres tan pobres...
La Margarita, la Maiga: y una imagen de mujer
lo
con
venía
a
las mangas
mi memoria... Yo la había conocido
tiempo. Un día nebuloso y frío como éste,
acompañado de algunos amigos jóvenes y
iba de caza,
había detenido
me
la fonda donde vivía
aquella
a
beber
una
en
otro
en
que,
alegres,
copa
en
muchacha.
parecía ver aún su enmarañada cabellera cas
taña, sus largas trenzas, sus grandes ojos pardos in
clinados ante las bruscas galanterías de mis compa
Me
de caza, mientras ella sostenía respetuosamente
el platillo, esperando que bebiésemos, sonriéndose
ñeros
como
avergonzada...
Miré
vertí
más hacia la tierra, y entonces ad
pequeños zapatos manchados de barro
una vez
unos
que sobresalían de la mortaja.
No sé si la calma de ese día de invierno
o
el si
aquel cortejo campesino me inclinaban a
contemplación; el hecho es que permanecí inmó
lencio de
la
vil sobre mi
caballo, observando minuciosamente los
detalles de la
escena.
En medio del círculo de
jinetes,
había dos indivi
duos desmontados, con la cabeza
poca distancia del cadáver.
El
uno
era
don
descubierta,
Manuelito, el propietario
a
de la
FEDERICO GANA
20
chingana
el Peuco
cerías
de las «Tres
en
los
Esquinas»,
alrededores,
antiguas
quien apodaban
a
de ciertas rapa
a causa
y modernas. Era
un
viejecillo
flacu-
cho y encorvado, con ese aspecto sucio y miserable
que se advierte generalmente en nuestros campesi
nos
ancianos. Vestía
hilacliada,
unos
larga manta vieja y des
pantalones de mezcla muy cortos y
una
ojotas embarradas. Su rostro escuálido y an
guloso, sus ojos pequeños, oblicuos y vivaces; sus
cejas que se alzaban a cada instante con un movi
miento nervioso y maquinal; su escasa barbilla gris
y la contracción de sus delgados labios, le daban
una expresión de malicia siniestra.
Dirigía rápidas y
penetrantes miradas en todas direcciones, como in
unas
quiriendo
la
causa
de todo
cuando, pasaba lentamente
bajador
aquello;
su
de cuando
mano
gruesa
por la cabeza amarrada con un
rayas coloradas.
El otro individuo
era un
en
de tra
pañuelo
muchacho de elevada
de
es
tatura, esbelto y desgarbado, de rostro muy more
no, y al parecer de unos veintidós a veintitrés años.
Su
de
campesino casi nuevo, la pequeña
manta de colores resaltantes, el sombrero de pita,
las grandes espuelas enchapadas en plata y un pa
ñuelo de seda azul que llevaba anudado al cuello,
formaban vivo contraste con la pobreza de la indu
traje
mentaria de los otros dolientes. Permanecía
con
inmóvil,
la cabeza inclinada y los brazos caídos. Sus
ojos, enrojecidos
y
dilatados, fijos
con
persistente
DÍAS
atención
en
como ascuas
poco
DE CAMPO
21
el cadáver que tenía delante, brillaban
bajo las cejas fruncidas. Su barba, un
alargada, temblaba
convulsivamente.
De pronto, el muchacho alzó bruscamente la ca
beza, dirigió la mirada hacia un punto indefinido, y,
lanzando
—
¡Ya
un
la
hondo
Maiga
suspiro, exclamó con voz fuerte:
aposentará más por estas tie
no
rras!
Y
volviendo lentamente hacia el
luego,
rostro contraído que
risa, agregó
parecía animarse
acento de
con
viejo
con una
dulce y dolorosa
su
son
recon
vención:
—
Don
Manuel,
don
escuchado cuando le
Ud.
se
Manuelito, si Ud. me hubiese
hablé, esto no habría sucedido.
acordará de cuando fui
a su casa
y le
dije
lo
que había.
El
te
viejo,
la cabeza
al oir estas
a otro
palabras, volvió violentamen
lado, y dijo con tono breve y
seco:
Y qué sacas con venir a hablar de
El muchacho insistía dulcemente:
—
—
Pues ahora
eso
ahora!
cuando
hay que hablar, don Ma
sepan las cosas, ahora que es el
último día... Ud. lo sabía muy bien
que la Maiga y
yo estábamos palabreados.
nuel,
El
para que
viejo
es
se
movió
despreciativamente
la cabeza,
mur
murando entre dientes:
A buen caballero le iba
yo
Y
en
a
entregar mi hija.
seguida agregó, irónicamente,
en
voz
alta:
FEDERICO GANA
22
Ya que estás hablando tanto ¿por qué no
aquí cuánto tiempo estuviste en la cárcel?
—
tas
Al escuchar esto, el muchacho le
una
dijo
mirada torva,
dirigió
al
cuen
viejo
de contenido rencor, y le
con voz sorda
y amenazadora:
Don Manuel, don Manuel, no me venga a decir
cargada
—
esas cosas...
De repente,
vista, turbada por el alcohol y la
cólera, me percibió, y entonces, alzando violenta y
descompasadamente los brazos, echando atrás la ca
beza
su
ademán de
súplica, avanzó hacia donde yo
encontraba,
traspiés, enredado en las es
puelas y gritándome a grandes voces con ese acento
agudo y discordante del ebrio excitado por la pasión:
¡Mi señor, mi caballero, por favor no se vaya;
oiga, óigame, porque don Manuel me quiere avergon
en
dando
me
—
zar
aquí,
Llegó
de
sus
y yo voy
cerca
brazos
accionaba
a
contarle
a
Ud. lo que ha hecho él!
de mí, y apoyando
el cuello de mi
en
con
el otro,
principió
a
pesadamente uno
caballo, mientras
hablarme
con voz
monótona y entrecortada:
Mi caballero,
y ahí están todos para que ates
tigüen si no es cierto lo que digo cuando vivía mi
—
—
—
padre,
fui
un
día
a ver a
don Manuel y le dije: Don
a su
hija de matrimonio,
Manuel, yo he palabreado
y vengo a saber si Ud. consiente. Y él me dijo que
sí, al principio; pero, después, como le llegaba gente
a su casa
y la Maiga les cantaba, y como vio que
también venían caballeros
a
gastar por
ella,
me
dijo
DÍAS
DE CAMPO
23
que nó. Al poco
tiempo supe que el negocio iba
muy bien, porque los caballeros venían por la Mai
ga, y andaban detrás de ella con el consentimiento
de don
Manuel,
que le
pegaba
condescendiente. Cuando
era
Manuel la había entregado
que
recibió,
quería
venir
a su
me
hija
porque
no
contaron que don
caballero,
por plata
padre era muerto, la Maiga se
conmigo, pero yo no quise nunca. Y
a un
y ya mi
ella sufría por mí, y me mandaba recados de que
fuese a verla. Casi siempre la encontraba por el ca
mino, muy elegante, y
ría
le
se sonreía,
y como que que
pero yo, que tenía partido el corazón,
las espuelas a mi caballo, porque ella ha
hablarme;
picaba
bía
andado
en cosas
que no podía aguantar. Des
lo
vendí
todo
pués,
y me puse a remoler por culpa
de ella, hasta que le di una puñalada a uno,
y me
metieron a la cárcel; y ahí he estado
padeciendo,
señor, y todo
su
hija
a causa
ha hecho
de este hombre que vendió
a
desgraciado!
Y ahora, mi caballero,
dígame si no tendré razón
para avergonzar a este viejo delante de todo el
mundo, ahora que vamos en este entierro a dejar a
la Maiga, que se murió de
pena porque yo no me
acerqué a ella... porque me quería!
Al terminar,
dejó caer violentamente la cabeza
sobre el cuello de mi caballo,
restregó con desespe
ración la frente contra las crines,
y prorrumpió en
un
largo e inarticulado gemido de borracho...
Lo aparté suavemente
y me alejé al galope...
y
me
EN LAS
MONTAÑAS
A Nicolás Peña
M
E
parece verlo todo aun, pero tan
lejano, y sin embargo...
Allí está el pequeño chalet, y,
jardincillo y la senda de arrayanes
confusamente,
tan
los hornos del establecimiento de
y negros;
más
allá,
los
tapiales
a
en
la
entrada, el
flor; al frente,
fundición,
enormes
y los potreros, los
al río Cachapoal,
verdes potreros de alfalfa junto
cuyo sordo ruido me parece escuchar todavía.
Y estoy allá, en la ribera de ese río, entre
aque
llas grandes
piedras violáceas, lamidas por el agua
espumosa, tan lisas, tan extrañas... ¡Cómo brillan
sobre la arena los guijarros de colores! Los
hay ro
jos
la sangre, blancos como el alabastro y
como el hierro.
¡Cómo caen y desapare
la corriente, lanzados
por mi mano infantil;
como
obscuros
cen
con
en
qué
ruido
peñascos!
metálico chocan contra los
grandes
28
Y
FEDERICO
veo
el
seco
sauce
GANA
al lado de los corrales; y
también estoy yo, allá arriba, encaramado en sus
últimas ramas, como un conquistador, rodeado de
harapientos de ambos sexos que, admirados
audacia, permanecen desde abajo contemplán
dome con la boca abierta. Voy a hacer una pruebai
una maroma nunca vista... Los niños gritan, agitan
do atemorizados las manecitas; la rama cruje... mi
pie resbala, y caigo, caigo pesadamente sobre la
rapaces
de mi
dura tierra. No
es
nada,
me
voy
levantar al ins
a
tante; no es nada, y mis rodillas permanecen como
clavadas en el suelo. Los niños corren hacia la casa
dando
alaridos; una sirviente viene azorada; trato
levantarme, y ruedo de nuevo por el suelo. La
de
sirviente extiende
me
lleva,
como
un
en
gran
un
pañuelo
saco,
verde y negro y
aprieto los"
mientras
dientes para no gritar y dos gruesas
balan por mis mejillas...
lágrimas
res
*
*
Me
veo
en
*
el interior de la
casa.
Al frente está
parrón que da sombra a todo el patio. Mi
cuerpo se hunde en las hojas secas que tapizan el
suelo al pie de los grandes sauces, que se inclinan
el ancho
sobre
el baño;
Regina.
Regina
mi cabeza reposa
rojos
las rodillas de
y pálida. Tiene los
y frescos.
es morena
y los labios
en
ojos
verdes
DÍAS
Y
Regina
y yo
DE
CAMPO
rodeados de tencas, de
estamos
tordos, de zorzales que
29
y saltan
abriendo el
alrededor, que
tando las alas... Regina hunde la
o
se acercan
nuestro
a
corren
y agi
el delan
pico
mano en
tal y les da de comer a los golosos, que se atropellan y nunca se hartan. Y yo siento un placer ine
fable contemplando el cielo azul que parece hacerme
guiños
a
través de las ramas, y el triste, el
Regina, mientras ella me pasa la
largos cabellos de niño. Me apoyo en
querido
rostro de
mano
mis
su
regazo, y
por
blando
duermo, duermo...
que habla
con Pancho a través de la tapia que da al campo.
Yo quiero y admiro a Pancho, porque es el más va
Despierto
y
oigo
Es
voces.
Regina
liente y el más joven de los arrieros, porque en in
vierno desafía la nieve de las altas cordilleras para
la carga de los metales, coge nidos para rega
lármelos y también porque ha visto leones y aun se
traer
dice que ha cazado uno.
Me parece escuchar:
Señorita, le traigo lo que
pidió, los carpinteros.
Regina se pone de pie rápidamente y se dirige a
la tapia, por encima de la cual asoma la roja e im
berbe cara del muchacho bajo una chupalla rota,
amarrada a las orejas como un sombrero de mujer.
me
Ella
avanza
dando
saltitos:
es
alta, esbelta
y viste
blanco y rosa.
le
cuidadosamente
Pancho
a
la
pasa
Llega
tapia y
el nido. ¡Cómo se admira Regina, cómo brilla su
como una
señorita
su
traje
de
percal
FEDERICO
30
rostro
de
GANA
alegría, contemplando
los
animalillos!
las me
rojas que
¡Cómo
mi
cuando
le
dice:
de
Regina
amigo,
jillas
¡Cuán
tas gracias, don Pancho! Usted es muy bueno... No
tengo con qué pagarle; y, por fin, le pasa la mano
por encima de la pirca.
Pancho se aleja arreando sus burros. Oigo el rui
do de la campanilla de la tropa, mezclado con una
brillan también más
nunca
—
canción...
La tarde cae, y Regina acaricia siempre en silen
mis cabellos, mientras por sus ojos obscuros
pasa como una sombra de tristeza...
cio
*
*
*
llegado y la fundición principia.
Durante la noche, alguien entreabre la ventana, y
veo, allá, lejos de la casa, una larga fila de hombres
El invierno ha
que parecen
Charlan,
de
el
en
van
arrojándose
de leña que alimentan
el interior del horno insaciable. En lo
mano en mano
fuego
alumbrados por las llamas.
demonios
ríen y cantan, mientras
los
trozos
alto del cañón de ladrillo brilla
siempre
una
llamita
pálida y siniestra, que se destaca con extraña clari
dad, como otra luna, sobre el azul sombrío del fir
mamento.
da.
La noche está
¡Oh! ¡qué hermoso,
tranquila, fría y perfuma
Regina a mi lado
murmura
cerrando la ventana, y yo me duermo arrullado por
las canciones y las risas de los horneros que velan.
DÍAS DE CAMPO
La
nieve ha
primera
31
principiado
a caer
silencio
samente: el campo está blanco y sin
vida; el río, des
bordado, brilla, allá, a la distancia, con reflejos de
cobre, y mientras rugen sus aguas embravecidas,
silba el viento, y la noche parece envolver en una
sombra azul y fúnebre la muda extensión del valle;
yo estoy en casa de la lavandera escuchando junto
al brasero las historias y los cuentos del anciano
pataz, don Isidro.
ca
Los chicos se estrechan a sus pies, con los rostros
enrojecidos por el fuego, ávidos de curiosidad; Re
gina, a mi lado, sonríe dulcemente a la llama, y
Pancho está sentado frente a ella en un piso bajo.
La luz da de lleno
lescente,
en sus
sé por
no
qué
gruesas facciones de ado
ojos, animados
en sus
negros y brillantes
ardiente destello de audacia.
Se habla de leones, y el viejo continúa,
de
chupar largamente
nos
su
cigarro,
después
tendiendo las
ma
callosas sobre las brasas:
—
El hombre hacía mucho
buscando al león. Por fin,
tenía hambre y principió
se
tiempo
que andaba
El león
encontraron.
hacerle
gracias, y se le
gato... El hombre, que era valiente,
se acercó. No tenía sino un
puñal. Después no se
supo lo que hubo; pero, eso sí, al día siguiente se
encontró al hombre muerto, y no muy lejos al ani
tendía
mal
a
como un
con
el cuchillo clavado
Calla el narrador, y
en
el
en
el corazón.
silencio,
se
oye el agu-
FEDERICO
32
GANA
do silbido del viento y el ruido
profundo
del río le
jano.
Y Pancho
dice, entonces, sonriéndose
a
sí
mismo,
con voz ronca:
¡Yo sí que he visto una buena! Don Isidro ¿se
acuerda de don Simón, el campañista que se heló
—
hace años?
El viejo hace una señal
prosigue rápidamente.
afirmativa y el muchacho
Un día que fui a cargar leña, lo encontré por el
El hombre andaba con toda la compañía de
cerro.
perros que parecían terneros. Los brutos
a bailar de gusto, y me gritó:
Pancho, ya lo encontré; ahora sí que no se me
aquellos
llegaban
—
arranca.
—
—
¿Qué,
don Simón? le contesté.
Pues el que
hombre).
¿Y por
—
se
comió las vacas!
dónde anda? le volví
Por
a
(y
se
reía el
decir.
allá, lejos, ¿ves?
aquellos quillayes
grandes, me dijo; seguía riéndose. Cuando de repen
te ¡ha vuelto la bestia! y entonces, don Isidro, ¡quién
—
entre
creído! vengo a ver que traía el león
colgando a las ancas del caballo. Para qué le
lo hubiera
muerto
el gusto que tuve y la bulla que hubo
cuando llegamos con el regalo.
cuento
casa
Al oir esta relación, el
en
la
viejo sonríe y se soba las
palmotean y se levantan en tro
al
acercándose
narrador, y Regina dice en voz
pel,
manos; los chicos
DÍAS
baja:
Y usted, don
DE CAMPO
Pancho,
33
cuando anda por
serranías ¿no tiene miedo que el león
baje
y
esas
se
lo
coma?
Y ¿para qué estaba éste, entonces? contesta el
muchacho, alzándose bruscamente la manta y mos
—
trando la cacha de
mientras
que lleva al
mirada ardiente.
puñal
un
cinto,
fija
Regina
Regina baja los ojos y guarda silencio, clavando
en el fuego una mirada
vaga y sombría.
Se oye una voz aguda y lejana; Regina se pone
de pie precipitadamente, diciendo: Me llaman, adiós,
don Pancho; y en seguida, sonriéndose:
No se arriesgue tanto, pues, por los cerros.
Después se estrechan la mano un instante, como
avergonzados. Por fin ella me envuelve en su tibio
pañuelo y me alza en brazos, mientras el muchacho,
siguiéndola hasta la puerta, murmura con voz apa
gada. ¡Quién fuera el patroncito!
en
su
—
—
*
*
*
Ya ha llegado la primavera y con ella el pago ge
neral de la faena de invierno. Desde por la mañana,
veo a mi
padre en el escritorio inclinado sobre unos
grandes cuadernos, mientras
chan los mineros.
¡Qué
¡Qué
en
el corredor
divertidos
negras las caras! Y las
venas
son
estre
se
los
trajes!
de los brazos
bustos parecen cuerdas.
3
ro
FEDERICO GANA
34
A la entrada de los potreros se ha construido
una gran ramada el día anterior; y allá hay grandes
toneles de vino y
mujeres pintarrajeadas
sobre
un
elevado tabladillo. Ya la fiesta comienza, y desde la
casa se oyen las voces agudas
de las cantoras, los
gritos
Yo,
y los ruidos de las castañuelas.
que he andado atisbándolo todo cuidadosa
mente, he visto por una rendija del pajal a Juan, el
criado de la casa, conversando con gran interés con
el
cocinero,
y
empinándose a cada instante una bo
alegres. La fiesta continúa y
tella. Estaban muy
hay gran animación
cuando
a
pedir dinero
La noche
llega;
todo lo que me rodea. De
un borracho hasta la
verja
pero se le despide,
tambaleándose y murmurando
insegura;
con voz
y el hombre se aleja
algo entre dientes.
cada
en
cuando, llega
en
el tumulto y la
algazara
aumentan
más.
vez
Una gran luz parece envolver como en una au
reola a la ramada lejana, una luz que alumbra inten
samente la fachada de la casa.
Son las
fogatas
en
cendidas por los mineros.
Estoy sentado en mi alta
mirando
De
coser a
repente,
mi
se
silla, junto a la mesa,
madre; pero mis ojos se cierran.
oyen
unos
gritos,
unos
gritos
que
parecen sollozos.
Regina
la
la puerta, y poniéndose
el corazón, como si la respiración le fal
está
mano en
tase, exclama
apoyada
con voz
en
ahogada:
DÍAS DE CAMPO
—
Señorita
¡qué desgracia
han herido
go...
lo traen;
Pancho.,
tan
grande!
En
el pa
Ya
lo han muerto!...
aquí lo traen; aquí viene ¡Dios mío!
Y allá,
corren
a
35
la puerta del
a
jardín,
se ven
hacia afuera: los sirvientes
se
luces. 'Todos
agrupan,
ex
clamando:
—Aquí
lo traen.
Y las luces
avanzan siempre. Yo me deslizo por
piernas de todos.
Ya está aquí.
Sobre unas angarillas, traídas por dos mineros,
entre las
bulto. Con la luz indecisa de dos velas que
vacilan con el viento, veo algo que me hace estre
viene
un
el rostro de Pancho, de mi amigo. Está
un lienzo; los ojos están abiertos y
mecer:
es
blanco
como
fijos;
las
cejas
se
fruncen,
respira
y
a
cada instante
ruidosamente.
Todos
mente,
se
en
inclinan hacia él y lo
está ahí
Regina
no se acerca
pero
la mirada
contemplan fija
silencio.
fija
con
también, de pie, detrás de todos;
al herido; permanece inmóvil, con
profunda atención en la espalda
de los mineros que tiene delante, mientras todo
cuerpo se agita convulsivamente.
Alguien
mientras
dica;
ven
ordena
se
envié
otros proponen
se
a
buscar al
mande buscar
su
médico,
a
la mé
pero los hombres que traen las angarillas mué.
la cabeza, murmurando sordamente algo en voz
baja.
36
FEDERICO
Se lo llevan
a
la
casa
GANA
de la
lavandera,
se
lo
llevan,
y el corredor queda obscuro y desierto. La casa
está trastornada, se dan órdenes en voz alta y se
oye ruido de caballos.
Voy a la pieza de mi madre, y la encuentro llo
rando. Me paseo indeciso por el corredor y, por fin,
me
dirijo a la cocina.
Y al entrar,
brillar
un
la luz mortecina del
muy blanco,
allá,
entre
fogón
veo
las sombras,
en
rincón.
Me
acerco
Es
Regina.
rece
el
algo
con
que
más.
Está de bruces
murmura
algo,
el suelo y me pa
golpeando su cabeza contra
en
pavimento.
Le tomo
—
una
mano, diciéndole:
Regina, Regina ¿qué
Me rechaza
con
tienes?
violencia, exclamando:
Déjeme llorar ¡por Dios!... déjeme llorar... y
continúa cuchicheando, como si contara un secreto
—
a
la tierra:
—
¡Oh!
Dios mío
¡Pancho!
/
CASA
VIEJA
|_)e
bastante mal humor subí
a
caballo
aquel
día
para acudir al llamado de mi vecino. Poco me preo
cupaba la política entonces, y menos me he aficio
después, de modo que no me hacía nada
de gracia aquello de ir a servir de secretario ad
honorem en la junta electoral de la que mi vecino
era digno presidente. Pero mi buena forma de letra
y el estar cursando leyes en aquella época, me con
denaban a hacerles todo el trabajo burocrático a los
nado
a
ella
buenos caballeros que debían actuar ese día como
vocales en la instalación preparatoria de aquella
junta electoral
extraordinaria.
Taloneando perezosamente mi caballejo, pasé, al
tranco, bajo la ancha y ruinosa portada del fundo y
salí al camino real.
Eran las
roso
nueve
día de
de la mañana de
principios
estío, caldeaba
de tal
manera
tibio y calu
sol, un sol de
un
de Abril. El
el aire y la tierra
FEDERICO
40
GANA
suelta del hondo camino, que parecía fuera la hora
de la siesta. A través de los álamos polvorientos y
de los sauces, divisaba los
potrerillos
del fundo
en
encontraba y los del vecino que a mi frente
que
se extendían. Los
viñedos, cargados de racimos, te
me
nían
un
metálico
reflejo
bajo
los
rayos
del
sol; las
chácaras habían sido cosechadas ya, y grandes ban
dadas de jilgueros se levantaban chillando, a cada
de entre los
instante,
despojos
secos
les. A la distancia, divisaba el
rastrojos,
co
de los maiza
brillante de los
oro
destacándose sobre el fondo verde y fres
de las alamedas y de los
Después de
cuadras, llegué
marchar
al
lugar
potreros empastados.
despacio
donde
como
unas
esperaba
me
mi
diez
ve
cino y sus señores vocales. Encontrábame en pre
sencia de una casa de campo, que conservaba hue
llas de cierta elegancia pasada; pero ahora la esbel
de madera que rodeaba el jardincillo del
frente se caía a trechos, carcomida por la polilla y
ta
la
reja
humedad;
el pasto crecía
lezas cubrían los
las flores, y
mesuradamente
hojas
En
los
senderos,
prados
viejo sauce,
un
mada para atar los
que éste
en
donde antes
se
las
ma
cultivaban
que servía como de ra
caballos, había tendido tan des
sus
espesas
aparecía hundido
a
ramas
sobre el
techo,
trechos y cubierto de
secas.
el
corredor, a través de las enredaderas, vi,
paseándose, a mi vecino don Rafael La Puente que,
al parecer,
me
esperaba
con
impaciencia.
DÍAS
41
DE CAMPO
Al divisarme, salió hasta el caminillo de entrada,
con su habitual viveza, haciéndome amistosos sig
nos
de bienvenida mientras
como
estatura,
años, pero
el cabello y las barbas que aun
que pareciese mucho más joven.
alegría,
dominarle,
le
de
sus
cincuenta
escuálido cuerpo y
tenía negras, hacían
su
su escasa
te
aproximaba.
me
Era hombre, don Rafael,
Además,
su
constan
inquietud nerviosa que siempre
y el hecho de haberse quedado
la
permitían
contarse todavía entre los
parecía
soltero,
galanes
del
pueblo.
Hacía tres años que arrendaba el fundo vecino al
des
y se había dedicado a la agricultura,
nuestro
de retirarse del
pués
ejército
decía,
yor. Pero, según
rias de campo era absoluta,
más
el
uniéndose
a
esto que
intrigas políticas lugareñas y de
ocupaba
la
vida, que de sus trabajos agrí
alegremente
de
se
pasar
grado de ma
ignorancia en mate
con
su
se
colas.
que tenía
la hacienda y del desorden que reinaba en el inte
rior de su casa, que se veía siempre llena de alegres
compañeros de placer, atraídos por su desprendi
Estas
eran
las
causas
del abandono
en
juvenil buen humor.
Aquí lo estamos esperando, señor letrado, para
nos
fabrique esas actas; me dijo sonriéndose y
miento y
—
que
estrechándome cordialmente la
adentro,
están los compañeros
pasar el rato;
agregó. Y,
con
mano.
—
Por
aquí,
desayunándose para
estas palabras, entra-
FEDERICO GANA
42
mos
fombra,
ras
de
sala casi desmantelada y sin al
juzgar por ciertos trozos de moldu
vasta
a una
que
que, a
el techo
en
papel
veían y por algunos retazos
doradas que aun quedaban en
debió de haber sido el salón de aque
con
se
flores
las
murallas,
lla
casa en otros
tiempos.
de esa habitación, alrededor de
escritorio, divisé a los cuatro señores
vocales ocupados, a lo que se veía, en la grata tarea
de vaciar un gran jarro de vino, después de haber
hecho los honores competentes a un asado, cuyos
En
extremo
un
una mesa
restos
de
estaban sobre la
manecían sentados
en
Estos caballeros per
perezosas actitudes de aburri
mesa.
adormecidos por las frecuentes liba
la
abundancia
ciones y
proverbial de esos desayunos
campesinos. Como de costumbre, Pedrito Sepúlve-
miento,
como
da, el amigo inseparable y obligado comensal de
don Rafael, les servía oficiosamente de Ganimedes
hacer todo el gasto de la conversación. Su
rostro anguloso, picado de viruelas, estaba enrojeci
y
parecía
do por el vino, y en sus pequeños ojos negros, en
las profundas arrugas que surcaban su prematura
calva, brillaba una expresión taimada y socarrona
de
contagiosa alegría.
Al verme,
se
puso de
pie,
con
el
vaso en
la mano,
exclamando:
—
¡Por
fin! ya
de
apuros!
sacar
Saludé
a
apareció
los demás
el hombre que
vocales, probé
nos
va
el vino que
a
se
DÍAS
ofrecía,
me
e
DE CAMPO
inmediatamente
43
me
dispuse,
en
otra
pequeña mesa,
ocuparme de mi trabajo, prestan
do atención a la conversación mientras lo ejecutaba.
a
Rodaba
y sin
ésta, lenta
interés, sobre el matri
al tapete por la obligada
monio,
asociación de ideas que despertaba la presencia, en
tre los vocales, de don Ramón Alegría, caballero
tema
traído tal
vez
años, viudo dos veces y céle
dificultades domésticas y
pueblo por
desdichas conyugales, las que parecían no ha
como
bre
de
sus
sus
sesenta
el
en
sus
berlo escarmentado aún, puesto que acababa de ca
sarse nuevamente con una bonita muchacha de die
ciséis años.
La rozagante figura de don Ramón irradiaba la
salud, la vida y el contento; sus ojos claros y bon
dadosos
se
humedecían
a
cada instante, escuchando
bromas que se le hacían, mientras su
rostro colorado, del que parecía iba a brotar la san
las
picantes
gre,
se
como
congestionaba
el de
Este
—
un
niño
a
en un acceso
quien
se
de risa y de tos,
hiciera
cosquillas.
que nos da el
nosotros, pobre solteros, le decía Pedrito,
cariñosamente el hombro. Y con ésta
es
el varón fuerte, el
gallo
ejemplo a
palmoteándole
tres; y de seguro que ya se estará preparan
do para enterrarla y seguir con la cuarta. ¡Hay que
ya
van
mandarlo
—
a
la
exposición!
hablan, replicaba don Ramón,
De envidia
do hacia atrás
la silla.
su
echan
blanca cabeza y arrellenándose
en
FEDERICO GANA
44
—
Y claro que de envidia... ¡ya nos quisiéramos
en su
lugar! le contestaba don Rafael.
encontrar
Sólo los viciosos y los flojos se quedan solte
lo
ros;
que es los hombres de trabajo, se casan, con
tinuaba don Ramón, mirando desdeñosamente al
—
techo.
—
Lo que falta ahora
cinto, decía
viejo
como
Pedrito;
es
se nos case
que
con estas
palabras
de ochenta años, de rostro
don
aludía
Ja
a un
escuálido,
po
bremente vestido, cuyo silencio y encogimiento de
nunciaban a las claras la humildad de su condición.
—
Esas
liente
—
cosas
sólo las hace don
contestaba titubeando el
Nó; quien debe
blando
formalmente,
deje
patriota,
muestras
—
Yo
casarse
es
Ramón,
que
es va
interpelado.
de entre nosotros, ha
don Modesto, para que nos
Yo, como militar y
de la madera.
lo celebraría.
me
casé, don Rafael, hace ya muchos
y... ¡con nueve!
lo que todavía
no
años.
ha hecho don
Rafael.
ral,
era
así
contestaba con una voz grave y gutu
don Modesto Arredondo. Vestido con una
Quien
y fina manta de lana de vicuña, que hacía
resaltar la excesiva prominencia de su abdomen
elegante
y
la
amplitud desmesurada
desto ofrecía el más puro
acomodados. Frisaría en
su
tes
barba,
de
sus
tipo
sus
espaldas,
de
don Mo
nuestros
huasos
cincuenta años; pero
que ya blanqueba, sus morenas y colgan
mejillas de tonos violáceos, las numerosas arru-
DÍAS
DE
CAMPO
45
gas que cruzaban su estrecha frente y el aspecto de
fatiga que se advertía en sus grandes ojos soñolien
tos, echábanle más edad. Al verlo así,
la cabeza
con
inclinada sobre el
pecho, con los ojos medios cerra
dos, parecía sumergido en un dulce ensueño gastro
nómico. Contábanse de él, a este respecto, excesos
y hazañas dignas de Pantagruel, después de los cua
les siempre se quedaba completamente tranquilo,
Esta cualidad verdaderamente admirada
campos,
su
honradez,
cia que
en
materias
y autoridad
mi señor don
prestigio
—
Sí,
gravemente
su
buen
agrícolas
en
aquellos
Rafael,
don Modesto
—
en
nuestros
juicio y la experien
tenía, dábanle gran
es
contornos.
la verdad
estoy casado
—
repetía
con
ocho!
Puede decirse que desde que tengo uso de razón
trabajo para mis hermanas solteras; ellas forman la
familia que hay que sostener, y por
casado nunca de veras.
Después
de estas
palabras,
eso no me
don Modesto
he
dirigió
-una mirada vaga y triste a través de la ventana, por
la que se divisaba el árido y abandonado jardín; en
seguida, contempló
un
instante el destruido techo de
la habitación, cuyas desclavadas tablas amenazaban
caer sobre las cabezas de los
circunstantes, y, por
último, alzando su gruesa mano empuñada, exclamó
con voz
profunda:
¡Y pensar, señor, que yo he edificado esta casa,
donde antes no había sino piedras y espinales!
—
46
FEDERICO GANA
—
Entonces, don Modesto ¿usted también ha
bajado
en este
desto
—
—
—
le
preguntó
jardín
lo
mis hermanas cuando
jugado
pieza levanté
este
tra
don Rafael.
don Mo
repuso brevemente
fué mío. Ese
esto
han
a
Rafael
don
Sí,
—
fundo?
planté
yo... Ahí
chicas. Pieza
eran
edificio... Usted sabe, don Ra
los que no somos ricos todo
esto: primero hay que reunir los materiales poco a
poco, y así lo demás. ¡Cuánto placer no da cuando
món, lo que
se ven
nos
a
subir las murallas!... Y
después,
adentro... Cuando
encuentra
se
cuesta
se
cuando
estrenó
uno
este
sa
acuerdo que dimos una
lón en que estamos,
fiestecita. Mis hermanas sabían tocar... vinieron casi
me
todos los vecinos... ¡entonces estaba recién pinta
do, nuevecito... y nos divertimos hasta el amane
¡Con qué placer me fui acostar esa mañana!...
¿A quiép le compró esta propiedad? le inte
cer...
—
—
rrumpió
—
don Rafael.
compré, don Rafael; la recibí como he
padre; pero entonces no era sino un
terreno pedregoso, sin agua, sin cierros,
No la
rencia de mi
pedazo
sin
de
casas...
capitales;
me
yo lo hice lo que
pero
encontré
en
un
la feria
sando, de repente
hombre
cio?
—
me
con
dijo:
trabajador ¿quiere
¿Cuál? le pregunté.
—
es
día, hace de
ahora... No tenía
esto
algunos años,
Daniel Rubio. Conver
«Don
que
—
Modesto, usted es
hagamos un nego
Tengo
por ahí
unos
quince mil pesos que no hallo qué hacer con ellos;
tómelos usted y vayase a la Argentina a traer vacas;
DÍAS DE CAMPO
vamos en
señor, y
medias». Pues
me
compré vaquillas.
fui
47
a
la
Cuatro
mi
Argentina,
meses
anduve
puro suelo por la
Pampa. Entonces yo
era joven y podía hacer esas gracias. Llegué con
mi ganado y casi triplicamos el capital. Con esta
plata se me ocurrió darle agua al fundo, y después
durmiendo
a
de mucho estudiar
me
salí
con
la mía.
¡Qué
pastos
grande daba verlo todo
verdecito, donde antes llegaban a doler los ojos con
la sequedad! Y aquí seguí trabajando firme, porque
aquellos! ¡Qué gusto
este asunto
tan
del campo, don
Rafael,
para...
que
Al terminar, don Modesto cerró
es
una
rueda
nunca se
ojos,
mientras
sus
cejas
se
a
los
medias
contraían levemente.
¿Y cómo fué a dejar esta propiedad tan bonita?
preguntó don Rafael.
Al oir estas palabras, don Modesto se estremeció
—
le
violentamente
lo,
murmuró
—
¡Ah!
en su
entre
asiento y, mirando hacia el
dientes,
don Rafael,
de lo que ya
no
sue
ahogada:
quisiera acordar mejor
con voz
no me
tiene remedio... Guardó silencio
un
instante, como entorpecido, entregándose a su habi
tual somnolencia, y, en seguida, agregó, dando un
hondo
suspiro:
¡Bien sabe Dios que yo no tuve la culpa de
aquella ruina! Como es público lo que pasó enton
ces, bien se puede contar para que no se piense
otra cosa. Sepúlveda ¿Ud. debe de acordarse de
Miguel, mi hermano? Fué de su tiempo. Yo hice
—
43
FEDERICO
GANA
muchacho; yo lo mandé a Santiago a
querido sacar de él un abogado
médico que hubiese hecho algo por la familia-
hombre
a ese
estudiar. Y habría
o un
pero él se empeñó en ser comerciante.
De Santiago volvió con muy buena letra y
biendo bastante de cuentas. Aquí, en el pueblo,
qcupó luego
en el negocio.
en
«La Bola de
Oro»,
como
sa
se
interesado
Al poco tiempo, se me presentó pi
diéndome que lo ayudara para poner tienda aparte.
Las hermanas se empeñaron; era despierto, muy
amable,
fianza
gocios
daba
en
hablaban muy bien de él. Le di
el Banco para todo lo que quiso. Sus ne
y todos
marchaban
espantado.
surtida de todo el
tan
bien,
Tenía la
que yo mismo me que
tienda más elegante y
todos le
pueblo
compraban.
primera casa
de altos que hubo aquí. Trasladó su negocio allá,
porque decía que estaba estrecho... Me ofrecía pla
Todo lo
ta... les hacía regalos a mis hermanas
Durante
algún tiempo, pasábamos
quería comprar.
Después adquirió
un
sitio y edificó la
por los más ricos... Pero, señor, todo era mentiras
y más mentiras, y hojarasca, y deudas, y robos...!
¡Esto son los Bancos, esto es el Comercio! De noso
viven, de nuestra sangre, de nuestro trabajo,
de la tierra que nos da el trigo segado con nuestro
sudor...! ¡Qué sabía yo, qué sabemos nosotros que
todo lo compramos con plata, de estos negocios, de
tros
estos enredos y de estas
Y
farsas!
vino, al fin, lo que tenía que venir... los apu-
DÍAS
se
CAMPO
49
los
pleitos...; la quiebra, señor!... la vergüen
aplastó a todos!... Él tuvo que mandar
que
cambiar; por allá está con un empleo.
ros...
za
DE
nos
lo sentía por mí, sino por mis hermanas...
No quisiera acordarme del día que nos vinieron a
embargar... ¡Cuándo tuvimos que irnos! A los po
Yo
no
viejos, yo trataba de engañarlos; pero ellos.
bien
sabían que ya no volverían más aquí
muy
Después, una murió... Y yo mismo, cuando paso
por este camino, vuelvo la cabeza, porque me hace
bres
daño mirar estos campos...
Y ahora, continuó con voz
enronquecida, ¡vivi
ajeno!... Pero Dios me ha de dar fuerzas
recuperar algún día estas tierras de mi padre...
mos en
para
esta
lo
casa!
Puso, al terminar,
de de la mesa,
su mano
dirigió
temblorosa
toda la habitación y se
minado hacía rato; un largo silencio
relación,
y
en
el bor
la mirada obscurecida por
calló. Mi trabajo había ter
aprovechándome
de
él,
seguía
me
a
esta
despedí rápi
damente.
Y mientras
me
alejaba, me parecía que un soplo
fatigoso de angustia y desesperación se escapaba
de esa vieja casa arruinada y triste... de los verdes
campos lejanos.
4
PAULITA
LLUEVE, Paulita? le pregunto, abriendo los ojos
cargados
me
de sueño.
Lloviendo toda la noche sin
descansar, señor,
contesta, al mismo tiempo que deposita cuida
—
dosamente sobre el velador
café. En
queda
se
seguida,
inmóvil
cruza
una
humeante taza de
los brazos sobre el
contemplando fijamente,
de los vidrios de la ventana, el
cielo, de
un
pecho
a
y
través
gris
sucio
y opaco, cerrado por la lluvia torrencial. Yo, desde
mi lecho, diviso confusamente allá, afuera, las silue
de los árboles doblados por el fuerte viento del
norte; las nubes tenebrosas que vuelan rápidas hacia
tas
el sur; los campos, de un verde tierno y brumoso,
cubiertos de agua; los animales que vagan aquí y
allá en los potreros como entumecidos de frío; las
gotas que borbotean sin término en las charcas.
Con este tiempo tan malo, los animales y los
—
pobres
son
templando
los que padecen; agrega Paulita,
tristemente embebida el paisaje.
con
FEDERICO GANA
54
Después se vuelve hacia mí y me mira sonriendo,
los ojos brillantes, como invitándome a entablar
con
de
una
esas
tumbrada,
charlas matinales
en
las que tratamos
a
que la
tengo
acos
de toda
largamente
la crónica doméstica de la casa de campo, de la que
ella está muy impuesta como llavera del fundo que
es desde hace
largos años.
Es
una
viejecita
de pequeña
estatura, encorvada
por los años y los achaques, vestida de riguroso
luto, y a pesar del frío y la humedad de esa maña
na
de
invierno,
queño pañuelo
za
lleva por todo abrigo sino un pe
de lana que apenas le cubre la cabe
no
y el cuello. Sus cabellos
grises, ásperos
y
fuertes,
color obscuro y bilioso, su estrecha frente y los
pómulos y las mandíbulas muy pronunciadas, de
su
origen araucano. Sólo los
ojos son grandes, negros, rasgados e inteligentes.
Por fin le digo.
Y ha sabido de José?
Al escuchar estas palabras, un destello indefinible
de orgullo, de embriaguez y de esperanza, parece
nuncian
a
las claras
su
—
encenderse de súbito
parpadean;
pidamente en
De José,
en
se acerca a
—
sus
ojos,
lecho y me contesta
confidencialmente:
baja,
Josesito,
voz
de
el fondo de
mi
mi
que
rá
hijo! sí, señor, ¿cómo
habla de saber! Está muy en grande por allá, en
Antofagasta. Dicen que ya se salió de ese hotel y
que ha juntado plata para poner una tienda. Dicen
no
también que anda muy
elegante,
que parece todo
días
de
campo
55
caballero. Yo lo decía que Dios había de prote
ger a mi hijo tan bueno, tan amante, tan sometido
un
y respetuoso con su madre. Cuando lo puse a ser
vir, el primer sueldo me lo trajo hasta el último
dijo: «Aquí tiene, madre, para que
sus faltas».
Después, cuando salía
a verme, siempre me traía cualquier regalito. Decía
también que yo ya no estaba para trabajar, que él
centavo, y
me
compre todas
se
me
tan
daría para que descansara en mi vejez. Ahora,
arreglado, tan cuidadoso de su persona, tan sin
interrumpe un instante, apoya la barba
en su
mano enflaquecida,
suspira débilmente, y
fijando sus ojos dilatados en el suelo, exclama con
voz apagada, como hablándose a sí misma:
Y ahora ¡tan lejos de mí el pobre niño! ¿Quién
vicios... Se
—
lo atenderá por allá?...
¿Y le ha escrito desde que
dado algún recuerdo?
me
—
Al escuchar estas
palabras,
se
su
fué?
¿Le
rostro
ha
man
moreno
y
amarillento parece demudarse de súbito, cierra a
medias los ojos y contesta con voz estrangulada,
sonriendo
pálidamente.
Sí... siempre
me
escribe... desde que se fué,
ahí tengo las cartas... se las traeré para que las
ha mandado
vea... Es tan atento... También me
—
algunos engañitos. Dice que no se viene, porque no
quiere llegar pobre aquí. Suspira con esfuerzo, fija
los ojos turbios e inciertos en la abierta ventana, y
—
continúa:
56
FEDERICO
GANA
Y pensar que ya va para los tres años que anda
allá.
por
¡Esto es terrible para una, verse sola en la
vejez sin tener a nadie que le cierre los ojos! Guar
—
da silencio
un
instante, fijando
abatida,
te
y,
y
sonrisa:
en
seguida,
en
mí
su
agrega
mirada tris
con
dolorosa
grande es la pobre
za, porque si yo hubiese tenido algo, José no se me
habría ido con ese caballero, su pariente, que le vino
a formar tan bonitos
planes para llevárselo al norte!
Y ese hombre tiene la culpa de que yo esté pade
—
¡Ah!
señor
¡qué
crimen
ciendo ahora, termina
cólera y desesperación.
Trata de
garganta;
sas
boca
lágrimas
se
con voz
pero la
proseguir,
su
mas
fuerte, vibrante
voz se
le
ahoga
en
de
la
convulsivamente; grue
ojos encendidos, y resba
mejillas rugosas, y, por fin,
contrae
asoman a sus
lan lentamente por
sus
entrecortado por los sollozos:
Y él... allá... al fin del mundo... y yo tendré que
morirme aquí como un perro; porque esto me ma
murmura con
acento
tará,
ha muerto, señor!
esto
me
Se lleva al
pecho
las manos,
como
tratando de
desembarazarse de
ta, y
se
algo que la ahogara, se da vuel
aleja rápidamente, tambaleándose, con el
contraído inclinado hacia tierra y la trémula
cabeza hundida en los hombros.
rostro
DÍAS DE CAMPO
57
*
Pocos días
frente
a
de esta escena, estoy sentado
después
mi escritorio
los
leyendo tranquilamente
diarios, que acaba de traer el correo de la mañana.
Por la abierta ventana penetran los tibios rayos del
sol de invierno; en el jardín que hay al frente se
escucha el lento gotear de los árboles que sacuden
el agua de la pasada lluvia, el grito estridente de las
golondrinas, el confuso gorjeo de los pájaros
dando alegremente al buen tiempo. Grandes,
sas
nubes blancas
del camino
espe
divisan allá entre los árboles
se
destacándose inmóviles sobre
real,
húmedo azul del
salu
cielo;
y
gante de vida, cargado
un
con
hálito
el
el
embria
poderoso,
perfume de las
mojada, llega hasta
acre
silvestres y de la tierra
pecho. Todo lo que me rodea,
parece nuevo, brillante, claro: los campos, las casas,
los montes distantes, hasta la blanca torrecilla del
yerbas
lo más hondo de mi
Cementerio
lugareño que contemplo, en lontananza,
través de los álamos negruzcos. Yo me siento tam
bién ágil, ligero y alegre, con el corazón henchido
a
de
se
co
no
sé
qué
vaga, indefinible esperanza.
De repente, siento que la puerta de la habitación
abre suavemente; rápidas pisadas que yo conoz
muy bien
resuenan
Paulita está frente
a
pequeño envoltorio;
tras
mí;
sus
de mí sobre la alfombra.
trae
labios
debajo del brazo
agitan como si
se
un
de-
FEDERICO GANA
58
searan
comunicarme
luego algo importante.
Con la
luz fuerte y clara que penetra por la ventana,
su
demacrado, pálido y enfermizo; sus
negros, circundados de profundas oje
violáceas, brillan intensamente con los resplan
rostro aparece
grandes ojos
ras
dores de la
pero su boca sonríe enigmática,
maliciosa... Se inclina a mi oído y me dice miste
fiebre;
riosamente:
Hoy me ha llegado carta de él, sabe? Aquí la
traigo para que la vea.
¡Ah! José le ha escrito le digo.
Me hace un repetido signo de afirmación con la
cabeza, al mismo tiempo que se busca nerviosa
mente algo en el pecho. Por fin, saca un pequeño
papel todo arrugado y me lo pasa cuidadosamente,
—
—
—
diciéndome:
para ver qué es lo que ha
ahí.
puesto
Es una breve carta que principia con el consa
bido: «Espero que al recibo de ésta se encuentre
—
Léamela, señor,
gozando
no,
a sus
de
una
completa salud;
órdenes. Esta
es
yo
quedo aquí
bue
para decirle que ya muy
me
voy a embarcar. Espero sólo juntar algo
el
para
pasaje, porque hay que atravesar el mar.
«También le diré que yo no me puedo hacer por
aquí, porque no hay día que no me acuerde de
luego
usted y de todos. También
negocio mío es una cantina.
es
mejor trabajar
solo que
quería decirle
que el
Algo
gana, porque
apatronado. Le man-
no
se
DÍAS
do
se abrigue
este invierno
pobre hijo. José Morales.»
su
epístola,
la
pausadamente
anciana,
fruncidas y
parece
y
—
Mientras deletreo
cejas
59
cositas para que
esas
acuerde de
se
DE CAMPO
con
una
sumergida
en
la
mano
suave
un
voz
en
en
la
sonrisa
dulce y
en
alta esta
mejilla,
los
las
labios,
embriagador
en
sueño.
De cuando
en
cuando, durante la lectura, exhala
entrecortado.
suspiro
un
Al terminar, le devuelvo
José
—
de
su
—
es un
madre,
Ingrato
extravío
y
él
su
tesoro, diciéndole:
se acuerda
buen muchacho, porque
no es
—
me
la mirada
ingrato.
contesta
con una
expresión de
mejor, el más
¡cuándo es el
hijos! Vea, mire lo que me man
da; y principia a desdoblar precipitadamente el pa
quete que traía bajo el brazo. Y allí„ sobre la mesa,
veo extenderse un
pañuelo de colores chillones, de
los de rebozo, y un género obscuro de lana, todo
en
—
bueno de todos los
muy ordinario. Durante esta exhibición, ella me
mira a cada instante con aire inquieto, sonriendo
orgullosamente, como diciéndome: ¡Qué le parece!
Muy bonito, muy bonito está todo, y la felicito
porque, al fin, va a ver a su hijo.
—
—
Si ya
pidamente,
va a
con
llegar muy pronto,
los ojos ardientes,
me
contesta
llenos de
rá
lágri
mas.
Por
fin,
se
aleja
con su
habitual
rapidez,
hacién-
6o
FEDERICO GANA
dome
alegres signos con las manos, agitando
falmente, como un trofeo, su paquete.
triun-
*
*
Dos días
que hacer un viaje a San
llamaban diversos negocios ur
después
donde
tiago,
me
*
tuve
gentes.
Regresé una tarde, y conversando con el anciano
mayordomo Simón sobre las novedades ocurridas
en el fundo durante mi
ausencia, le pregunté:
Y ¿qué ha habido de nuevo por acá?
Lo único que hay de nuevo, señor
me con
—
—
testó
—
—
—
que doña Paulita está en las últimas.
¡Cómo! le dije sorprendido ¿y qué tiene?
Hacía tiempo que andaba enferma, sin querer
—
es
—
—
decir nada. Usted sabe lo
pues
se
lo
pasaba
ágil y alentada que era;
los días enteros sentada en el
corredor mirando para el campo, y tan triste, sin
hablar cosa. Ahora, enflaqueciendo de día en día
que era una compasión, hasta que se quedó en los
huesos. Yo creo también que en mucho entraba la
malura de cabeza, porque todo se le volvía hablar
de
José,
que le había
escrito,
que iba
llegar... Allá,
siempre a mostrarme las cartas para
que se las leyera, y entonces sí que se ponía con
tenta. Hace como diez días cayó a la cama... Vino
a verla el doctor, y dijo que era consunción,
vejez,
y que no tenía para qué volver, porque la encontró
a
mi casa, iba
a
DÍAS
DE
6l
CAMPO
Ayer traje al señor cura del pueblo
para que le pusiese la extremaunción y la confesara.
Está muy mala, señor; parece que no pasará de esta
sin remedio.
noche.
—
do
Vamos
verla
a
—
le
digo,
hondamente conmovi
la noticia.
con
Al entrar
a
la habitación de la
anciana, situada
en
la parte baja del edificio destinada a la servidumbre,
vi a un individuo desconocido, de manta, que estaba
el umbral de la puerta,
sentado
en
y para
dejarme
mente
con
paso, se puso de
el sombrero en la mano.
En el interior de la humilde
ser
de día aun,
genes, difundía
una
su
estancia,
a
vela, colocada frente
a
claridad triste y
pesar de
las imá
amarillenta;
al
sirvientes de la casa, arrodilladas
mujeres,
gunas
quien, al verme
pie respetuosa
aquí y allá sobre la estera, rezaban en voz sorda y
monótona. De cuando en cuando, un hondo suspiro
ahogado interrumpía
en
la fúnebre calma que reinaba
la habitación.
Allá,
tinguí
en un
rincón
sepultado
el lecho donde la anciana
en
la
sombra, dis
En
su rostro
yacía.
terroso, profundamente demacrado, vagaba ya la
fría majestad de la muerte. Sus ojos, entreabiertos,
velados por una bruma espesa, se fijaban allá,
muy lejos, en lo alto; sus labios, fuertemente plega
dos, denunciaban el misterioso y terrible trabajo de
como
destrucción que
sus manos
operaba por instantes en su ser;
delgadas y huesosas vagaban continuase
62
FEDERICO GANA
la colcha, como tratando de coger a
algo invisible que por el aire vagara, y que
mente sobre
puñados
le escapaba siempre...
le digo en voz baja
Paulita
¿me conoce?
Al escuchar estas palabras, su cabeza rueda lán
guida sobre la almohada, volviendo el rostro hacia
mí; sus ojos se agrandan bajo las cejas fruncidas, y
sus labios se agitan trabajosamente, pareciendo mur
murar algo en secreto. De pronto, su semblante se
se
—
—
anima y
dibuja
dulcifica,
en su
boca
—
un
gesto de íntima satisfacción
contraída,
y
no
sé
qué
se
luz interior
parece iluminar su frente inmóvil; destellos fujitivos
y ardientes se reflejan rápidamente en el fondo de
pupilas, cuál los últimos resplandores
lámpara próxima a extinguirse; su cuerpo se
débilmente
agita
bajo las ropas, y, por fin, con una
voz sorda, lejana, vacilante, entrecortada por el ester
tor de la agonía, murmura pausadamente, como en
las obscuras
de
una
sueño.
un
José... Josesito... ¿estás ahí? ¿Has llegado
—
fin, hijo?...
Acércate... pero... ¡tan flaco,
al
tan distin
¿Por qué te pierdes ahora?... ¡Abrázame... así...
Y tan elegante!... ¡Dios te bendiga!... Pero ya te
vas... ¡No vuelves mas!
Después lanza un grito ronco y profundo; hace
una gran aspiración; exhala un leve
suspiro, y se
con los ojos entreabiertos y sin
siempre
para
queda
luz, fijos en el mas allá tenebroso...
to!
Al ponerme de
DÍAS
DE CAMPO
pie,
veo a
63
mi lado al individuo
desconocido que estaba sentado a la puerta, cuando
entrara. Es un anciano de cabellos grises, pobre
mente vestido.
Con la cabeza inclinada
contempla
la muerta. Y yo, para disimular mi
ción, murmuro entre dientes:
fijamente
a
Pobre
—
¡Tanto
José ¡cuánto
que
quería
a su
va a
emo
sentir esta
madre;
desgracia!
hijo!
palabras, hace un
tan buen
El anciano, al escuchar estas
violento gesto de negación con la cabeza, y exclama
con voz velada, sonriendo irónicamente:
José, buen hijo, señor! cuando es
culpa de lo que estamos viendo,
—
ne
la
él
quien
tie
de que mi po
bre comadre...
¿Cómo?
—
le
digo,
mirándolo
sorprendido...
agrega
porque desde que se fué
al norte, ya no se acordó más de que tenía madre;
no le escribió nunca; y como han llegado las noticias
Sí,
—
señor
—
—
de que por allá las está echando de caballero...
—
¿Y
esas
cartas
que ella andaba
mostrando
a
todos?
Se las escribía yo, señor, que soy su
porque la pobre vieja me decía que no
—
nadie
compadre;
quería que
ingrato.
supiera nunca que su hijo era un
¿Y los regalos?
Los compraba ella misma en el pueblo
—
—
con sus
para venir a enseñarlos aquí en la casa. Yo
que ella misma trataba de engañarse al fin,
porque no tenía la cabeza buena de tanto sufrir...
ahorros,
creo
64
FEDERICO GANA
¡Pobre
y al
doña
Paulita, al fin ha dejado de padecer!
terminar, el anciano
va
lentamente
allá, en el umbral de la puerta,
silencio, meditando, al parecer,
da entre las
manos.
donde
con
a
se
sentarse,
queda
en
la barba apoya
«EL FORASTERO"
5
Un
día que conversaba
mayodormo Simón,
dijo de repente:
de
tranquilamente con el viejo
diferentes tópicos, este me
que nos ha llegado un peón nuevo.
la verdad, una buena noticia, por
Sabe, señor,
—
Esta era,
a
que los trabajadores andaban escasos y las labores
de la estación eran múltiples y variadas.
Y
—
¿cómo
se
llama
ese
Se llama don Floro
—
peón?
le
pregunté.
Retamal,
cierto airecillo socarrón que
tido.
no
me
murmuró
pasó
con
inadver
Y
¿de dónde viene?
lejos, de las montañas de Longaví. Pero el
hombrecito es viejo... continuó recalcando estas úl
timas palabras.
Y ¿qué importa, si sabe trabajar?
Es que apenas puede ya con sus huesos.
Ocúpalo entonces en arar la viña.
—
De
—
—
—
—
—
Tal
vez no
alcance
a
cargar
con
el arado.
68
—
—
FEDERICO GANA
Ponió
abrir
a
Menos
se
desagües...
podrá barajar con
la
pala;
a
la media
hora estará cansado.
Díle que arranque zarzamora
maíz que hay en la bodega...
—
—
allá,
Quería
mi
en
o
desgrane
ese
decirle también que yo lo tengo alojado
Ahí está desde que llegó...
casa...
¿Entonces es solo?
Solo, señor, sin nadie en este mundo.
Comprendí sin esfuerzo, al llegar a esta parte
—
—
de nuestra conversación, que Simón la había pro
movido con el único objeto de darme a conocer que
él
en
era
también hombre
fin,
que
se
gastaba
caritativo, rumboso,
el
lujo
de tener
persona,
alojados
en
su casa,
Un día que fui
nocí al
ciano
a
dar
como
una
vuelta por las viñas,
peón forastero. Era, en efecto
de sus ochenta años, de elevada
nuevo
co
un an
estatu
encorvado por la edad y vestía con cierta
decencia. Un viejo sombrero de pita cubríale la ca
ra,
algo
beza, gastaba
alto tacón.
manta de lana de guanaco y botas de
Su rostro
enflaquecido, pálido y estenuado, poblado
larga barba blanca que le
llegaba al pecho, era del más puro tipo peninsular,
y me hacía pensar involuntariamente en si ese pobre
peón anciano e inútil no sería tal vez algún descen
diente directo de aquellos primeros soldados espa
ñoles, que llegaron a nuestra tierra en los remotos
tiempos de la Conquista.
de
una
DÍAS
Como decía don
69
DE CAMPO
el buen hombre tenia las
Simón,
fuerzas agotadas por los años. Cogía con sus largos
brazos descarnados el grande arado americano, y a
mí
me
parecía
crujido de sus viejas
angustioso esfuerzo, lo
escuchar el
ticulaciones, cuando,
con
vantaba para hundirlo
en
la tierra
ar
le
y dura. El
riendas de cor
reseca
que guiaba con unas
le extraviaba a cada instante entre las pa
sar
rras, enredándose aquí y allá, quebrando los
mientos de la viña recién podada. Los demás traba
flaco
caballejo
deles,
se
componían la faena, en su mayoría
mientras
y vigorosos, labraban diez surcos,
anciano, a duras penas, conseguía abrir uno, en
jadores
jóvenes
el
que
medio de bromas y dicharachos:
—
Este don Floro
va
a
salir acabando
con
la
viña...
—
Deje tranquilo, abuelo,
a ese
pobre bruto;
no ve
que le está diciendo clarito: mejor estaría comiendo
pasto, que no andar a encontrones con las parras...
—
Ya
Y el
se
le arrancó otra
viejo, sudoroso, enrojecido, acezando,
alientos, corría desalado,
tras
vez...
el caballo
con
sin
los brazos tendidos,
fugitivo. Después
reanudaba silen
ciosamente la abrumadora y estéril tarea, indiferen
te, al parecer, a las risas y al barullo de toda aque
lla gente moza, robusta y alborozada.
Pasan días, llega el sábado, y con él el pago
de la semana. Es ya la tarde.
de la
peonada
general
El mayordomo trae, como
de costumbre,
en su
gra-
FEDERICO GANA
70
cuajada de números y jeroglíficos im
planillas de los peones que se agrupan
sienta libreta,
posibles,
las
el corredor; y los va llamando uno por uno, al
mismo tiempo que descifra trabajosamente los nom
en
bres y los días de
jornal, y
apuntándolos en los
gos,
grave, hace
yo voy haciendo los pa
libros. Simón, con aire
recomendaciones, da paternales
conse
práctica al entregar el dinero:
de aquí derechito donde tu mu
ándate
Sordo,
y llévale esa plata; no te vayas a emborrachar.
de moralidad
jos
—
jer,
Candelilla, estás muy alcanzado con la hacien
da: debes diez pesos; toma dos y no me digas nada,
porque entonces no te doy ni un centavo. No me
—
dejes
Se
de salir el lunes para que
descargues.
siguen protestas, risas, murmullos, súplicas
te
de
los deudores:
—
No tendremos ni para el pan de los chiquillos...
algunos; pero Simón, que bien los cono
exclaman
ce,
dos
ojos y permanece inflexible. Al fin, to
retiran tranquilamente y, al parecer, resig
guiña
se
los
nados.
¿Y usted, don Floro, cuántos días nos ha traba
jado? dice el mayordomo, con cierto tonillo despre
ciativo, dirigiendo una mirada al anciano forastero
que, de pie, apoyado en un pilar, permanece silen
—
cioso, dándole vueltas lentamente
a su
sombrero de
pita.
—
Ud. lo ha de saber
mejor
que yo, don Simón;
DÍAS
eso
para
está
aquí,
DE CAMPO
contesta
71
secamente
el inter
pelado.
Seis días, a un peso...
Le entrego a don Simón el dinero y éste se lo
pasa al peón. El pago ha terminado y el mayordo
mo se retira.
—
La noche ha caído ya por completo y yo perma
sentado todavía en el corredor, contemplando
nezco
la nevada cordillera que tengo al frente, que parece
muy cercana a través de los gruesos troncos de los
álamos del camino i la calma
profunda
de los potre
silenciosos, llenos de sombra...
ros
De pronto,
bulto y
de
uno
dirige
presencia no
un
en
se
cuya
ridad brillar
su
larga
de los
pilares,
se
desprende
peón
hacia mí. Es el anciano
he
reparado;
veo en
barba blanca;
la obscu
avanza
encor
vado, respetuosamente, y dice con voz insegura:
Señor, antes de retirarme, porque me voy a
—
de
decirle
ir
mercé...
algo
¿Por qué te vas? le pregunto.
Porque... Luego lo sabrá... y, además...
que ya no estoy para trabajar. Pero es de
aquí; quisiera
a su
—
—
veo
bien
otra
de lo que quería hablarle...
Guarda silencio un instante, y en seguida conti
núa, elevando ligeramente el tono de su voz gasta
cosa
da, de anciano.
—
Simón le habrá dicho que estoy
casa...
—
Lo
sabía, le
contesto.
alojado
en
su
FEDERICO
72
—
Pues bien,
quería
GANA
decir
a
Ud.
antes
de irme,
que yo tengo mis derechos para estar allá. Yo
soy un limosnero
Y en estas palabras vibra
no
en esa casa.
fundo acento de
un
instante,
orgullo
como
ca
para reunir
donde Ud.
Señor, aquí
fantasía, yo también
—
rico.
.
He vivido
un
en
males y sirvientes
indefinible,
un
pro
contenido. Guarda silencio
sus
me
ideas y continúa:
ve
y aunque parez
he sido lo que se llama un
lo propio, y con casas y ani
a
quienes
mandar.
Esto hace
años, señor, muchos años; éramos jóvenes enton
ces... Pasábamos buena vida
trabajando y gozando
en
el
trabajo... ¿Conoció Ud.
Zurita?
(Me
treinta años
habla de
ha);
un
al finado don
rico
propietario
yo le serví... Era
un
Pancho
fallecido
buen caballe
Todo lo que había al sur del pueblo era de él;
los
y
potreros los tenía llenos de vacunos; no se
mataban otros animales en la ciudad que los de él;
ro...
allá,
casa, iba todo el pobrerío a comprar la
Yo, señor, cuidaba del ganado, y nunca,
puedo decirlo, le faltó una cabeza... Era un buen
a su
carne...
patrón; siempre alegre. ¿En qué fiestas faltaba? Si
carreras, ahí estaban sus caballos; si topeaduras, nadie le pasaba sus animales; y bueno para
la diversión hasta con los hombres pobres... Mu
chos años le serví. Un día me dijo: «Floro, ¿quieres
trabajar en lo propio»? Yo me quedé callado, mirán
dole. Después me dijo: «Tú eres un muchacho honrado y quiero que hagas plata. Ándate de
aquí a la
había
DÍAS
Dehesa; elige
a
tu
DE CAMPO
gusto
1
50
73
vaquillas
y llévatelas
medias». En
por diez años para la cordillera... En
eran los tiempos en que las vacas valían
tonces
ca
pesos... Me fui, pues, mi señor, a la montaña
me
estuve diez años invernando en las casas de
y allí
piedra, que es como decir bajo los peñascos i entre
torce
la nieve... Era buena
uno no
vida aquella, señor, porque
de
tiempo
pensar en el frió, ni en los
al ver cómo iba cundiendo la crianza...
tenía
hombres,
aquellos diez
Pancho, y le dije: Yo,
Al fin de
don
años
nos
señor,
partimos
con
estoy hecho por
modo de
quedarme y comprar un
voy
lo
Me compré un suelo
así
hice.
de
tierra; y
pedazo
todo:
era
para vacunos, para ovejas y para
que
para
siembras. Edifiqué con mis manos una buena casa
con su huerto y sus corrales, le
planté un parrón
-allá;
a ver
para tener licor
do
un
en
los inviernos, y ahí estuve vivien
tiempo largo...
Una vez, hace de esto muchos años,
llegaron por
jóvenes Norambueña, a quienes conocía.
Eran carreteros y me pidieron alojamiento y talaje
para sus bueyes; venían en lo propio; llevaban vino
allá
unos
que vendían muy bien y buscaban corderos y ca
bros para llevarlos de retorno. Iban con las mujeres,
los perros. Yo los alojé y
ellos, porque casi siempre
los
chiquillos
estuve
y hasta
divirtiendo
con
me
con
solo. Ellos
eran
lo
pasaba
más que yo,
y
llegaron
de la otra
unos
amigos
mozos
entonces, mucho
de la diversión. Una noche
banda; ahí
se
hicieron ami-
FEDERICO GANA
74
pusieron
se
gos;
que
naipes
a
vino, a cantar y a bailar
Después los argentinos sacan
monte; y se cerraron a jugar que
tomar
contento.
era un
y les ponen
daba lástima, y
como
los carreteros
no
tenían la
ca
beza muy buena, aquí tiene, su mercé, que pierden
hasta los bueyes de las carretas. Los argentinos les
habían
ganado todo.
cómo volverse.
ofrecí
casas
hay.
me
Y ahí
Yo, que
se
vi esto
prestarles bueyes para
pintaban
donde decían y
Y así
se
fueron,
en
ran; pero
bueyes, y
esperando de
llegaron nunca...
esto,
no
que
fueran
se
a
sus
que tenían de cuanto
señor... Pasó el
devolvieron los
atención
quedaban sin tener
al día siguiente, les
yo
no
día
en
tiempo
y
no
ponía mucha
día que
llega
Después a mí me vinieron los tiempos malos y,
y principié a empobrecer. Un caballero de Santiago
compró un fundo grande, inmediato al mío; y como
vio aquella tierra tan bien trabajada, se le abrió el
apetito. Se fué al pueblo, vio abogado; el abogado
le encontró no sé qué a la compra que yo había he
cho, y, entonces, me metieron pleito. Y aquí tengo
que venirme a la ciudad y principiar a padecer; todo
era tragines y gastos en pago por los papeles y a los
tinterillos,
y así fué
como
fui vendiendo todas mis
abogado que yo tenía me lo compró el
rico; el pleito lo salí perdiendo al fin, las costas me
llevaron los animales que me quedaban, y, no mu
cho tiempo después, vinieron a quitarme aquellas
tierras y me dejaron tan pobre como era antes, y sin
cosas.
El
DÍAS
DE CAMPO
75
amparo de nadie, porque don Pancho Zurita era
muerto hacía años. Ya nada tenía que hacer en la
cordillera,
principié
los bueyes
a
y entonces, resolví a venirme por acá y
noticiarme de los que me habían traído
para
ver
si
se
acordaban. Un día
jeron que estaban en este fundo,
Simón, que es su hermano.
en
la
casa
me
di
de don
Llego y nadie me conoce; pregunto por aquellos
jóvenes y me anuncian que son muertos hace años;
mujer: era la viuda de uno de los finados;
estaba vieja, enferma, llena de familia y trabajando
sale
una
al día para mantenerlos.
Al fin se acordó; nada tenía
»
con
qué favorecerme,
porque ella estaba también de allegada en casa de
don Simón. Al fin me ofreció alojamiento, y ahí me
pasado, todos estos días ayudándole en lo que
podía, calentándome al fuego y mirando las ceni
zas... ¡Qué le había de decir si la veía tan pobre
como yo!...
le digo,
Y ¿adonde te vas ahora?
A recoger algunas cosas que me quedan por
lo he
—
—
—
ahí...
Guarda silencio nuevamente y
humilde
—
luego
agrega
con
gravedad:
Esto
era
no
todo lo que tenía que decirle, señor,
quería que usted se quedara creyendo
porque yo
que yo había estado de
Se calla
nuevamente
allegado por
y en seguida
acá...
agrega
en voz
76
alta
FEDERICO GANA
como
hablándose
a
sí
mismo,
al ponerse
en
marcha:
—
Ha estado de Dios que yo había de
morir
Y
nacer
y
pobre...
con estas
palabras
zancadas que hacen
quecido como el de
se
aleja
temblar
una
su
pobre
ferma, y lo veo perderse así
borrosa del camino real...
andando
largo
bestia
en
a
grandes
cuerpo enfla
fatigada
y
en
la sombra vaga y
EL CLAVEL
ROJO
A Francisco Contreras
Oí,
me
dijo,
continuando mi
amigo,
donde Ud.
me
yo también me he ocupado de letras, hace ya
muchos años escribí versos, prosa y hasta afronté
ve
la
y
publicación,
no
diera
ni
pero
honra,
todo pasara inadvertido
ni dinero, aquí me tiene Ud.
como
sembrando papas y tratando de hacer plata, para
vivir tranquilamente lo mejor que se pueda. Por ahí,
en mis
cajones, conservo aún algo inédito, revuelto
entre
blicar
papeles;
un
y ya que Ud.
libro
me
dice que piensa pu
le traeré uno
de novelas cortas,
de estos días
modo de
algunos de esos ensayos, para que vea
aprovecharlo dándole la forma que quiera.
Quien así me hablaba en
primavera, allá en el fundo,
yistas
como se
encuentran
una
hermosa mañana de
era uno
en
de tantos
nuestra
tierra, de
ensa
esos
después de soñar mucho y tentarlo todo sin
éxito alguno, terminan por marcharse al campo a
que
8o
FEDERICO
olvidar
nes
en
GANA
él muchas heridas ocultas, muchas ilusio
fracasadas.
acepté el ofrecimiento; y hé
ingenuas impresiones, casi iguales
sequiara mi buen amigo.
Le
ahí
a
esas
breves
las que
me
e
ob
*
*
Ya he
cumplido
campo está
como
*
catorce años y la
encantada para mí
vieja
en
casa
estas
de
vaca
ciones.
A mi desatinada turbulencia de otro
sucedido
una
gravedad
la ley de
extrema.
dece
como a
acaso
triste, pero mi tristeza
me
un
siento tan hondamente
tiempo, ha
Mi vida ahora obe
ritmo; estoy tranquilo,
a nadie hace mal,
y yo
enorgullecido.
Me paso las horas perdidas sumergido en pensa
mientos vagos y profundos, pero tan armoniosos.
El vuelo de
perfume
en
de
un
insecto que atraviesa el espacio, el
hoja de madreselvas, me sumergen
una
éxtasiá sin fin.
Siento que mi alma
comprende, por fin, su objeto,
todo, nada tengo que es
perar. La vida se pasará así...
Comprendo que soy superior a todos; hablo como
y
me
digo:
ya está hecho
soñando, desdeñosamente. Ellos
creto,
No
largo
pienso;
y callo y
me muevo
rato,
de la
me
sonrío
casa en
tranquilamente,
no
mi
se
con ternura.
todo el
por mi
saben
día;
me
piececilla
paseo
de es-
DÍAS
8l
DE CAMPO
tudiante, sin hacer nada, deteniéndome a veces de
lante del espejo; y, por fin, siento el deseo de ir una
vez
más
a
la
pieza
Allí están
costuras y
ha venido
en
a
madre dice
—
de mi madre.
ella y mi prima Natalia, ocupadas en
tejidos. Natalia tiene quince años y
pasar las vacaciones
al
sonriéndose,
Natalia, ocupa
a
verme
este
flojo
nosotros. Mi
con
entrar:
en
desenredar tu
madeja.
Yo
silleta
me
acerco,
baja
me
siento
y tiendo los
junto
a
mi
prima
en una
brazos, mientras ella
rodea cuidadosamente las muñecas
la
me
madeja y
pelota de lana.
Y yo al mirarla, comprendo vagamente mi secre
to; mi corazón palpita y se abre contemplando las
pesadas madejas de sus cabellos negros peinados a
la colegiala, su tersa frente, sus grandes ojos claros,
que fija de tiempo en tiempo en mí detenidamente y
en
cuyo fondo, límpido y sereno, donde brillan rayos
de ternura, me parece que se refleja todo mi ser.
De repente mi brazo tiembla; la madeja se enre
da, me esfuerzo en desenredarla, mientras mi prima
me dirije una mirada baja, con la
que parece darme
las gracias por lo que he hecho. Me inclino aturdi
damente a recoger la madeja, mis cabellos rozan el
percal del vestido de Natalia y me alzo estremecido
con las mejillas encendidas de felicidad.
Y después, paseándome por el comedor, pienso
principia
a
con
formar la
6
82
FEDERICO
vivir así...
¡Ah!
—
do
Pero
día viene
un
a uno
Después
sus
contemplar
ojos... ¡No
te
pi
un
médico del
Es
un
pueblo
vecino
a
de mis hermanos.
del
examen
del
enfermo, el doctor hace
últimas recomendaciones
casa.
sus
Dios mío!
más,
visitar
GANA
en
el
viejo
salón de la
joven elegantemente vestido,
de peque
estatura, ojos vivos y risa simpática. Habla con
aire de afectada desenvoltura y gestos fatigados,
ña
pronunciando a medias las palabras técnicas, y con
templa sonriente a mi prima, que da vueltas lenta
mente a su alrededor, con una espresión atenta, co
mo si ella sola pudiese comprender lo que él dice.
Ella también, de pie, parece abandonarse muelle
mente a la admiración que produce, y dirige al mé
dico una mirada clara y luminosa, cargada de con
fianza y de interés. Yo estoy sentado junto al piano y
comparo, con humillación, mis gruesos pantalones de
invierno, mi manchada chaqueta de brin y mis gran
des y rojas manos de muchacho, con el elegante y tran
quilo aspecto del doctor; un tumulto de punzantes
inquietudes se alza con violencia en el fondo de mi
corazón; y levantándome bruscamente de mi asiento
mi habitación y
Me paseo agitado por la
me
voz
dirijo
a
me
encierro
con
llave.
pieza, pronunciando
en
alta frases entrecortadas:
—
Todo acabó...
bado,
me
no
la miraré más. Todo ha
aca
repito.
Siento que
es
menester
hacer
algo, algo
muy
DÍAS
grande...
DE
Ella verá...! Pero
nester ahora
pensar
Y
no
la miraré... Es
me
seriamente... Obrar sin demo
Estudiaré...
ra.
83
CAMPO
me digo.
dirigiéndome gravemente
.
a
mi
mesa
de
estudio,
sobre la que está mi pequeña biblioteca, escojo en
tre mis librejos una vieja gramática francesa. (He
fracasado
en
el
examen ese
año).
Es menester
recu
perar el tiempo perdido, pienso, tendiéndome sobre
el sofá y abriendo sosegadamente la gramática.
Y
leo,
leo
largo tiempo
sin
danzan confusamente ante mi
entender; las letras
vista; y pienso en
que ya todo está perdido para mí y en que soy ho
rriblemente desgraciado; me esfuerzo en exagerar
mi desgracia: una compasión infinita por mi inmensa
desventura
rece
se
subirme
mientras las
y, por
apodera
a
de
mí;
la garganta;
lágrimas
nudo amargo pa
un
mis
inundan sin
ojos
cesar
nublan,
mejillas;
de lágri
se
mis
fin, abrumado de dolor y exhausto
quedo dormido con la gramática sobre las
Despierto sobresaltado. Alguien empuja la
puerta y tamborilea impaciente en los vidrios.
A través de los cristales, donde se reflejan los úl
timos rayos del sol poniente, diviso confusamente,
de mi
con alegría mezclada de amargura, el rostro
una
de
prima bajo
gran chupalla
paja. Viene, como
mas,
me
narices.
de costumbre,
ña cercana.
día,
so.
es
a
invitarme
Siento que
a
salir
después
menester mostrarme con
Abro la puerta.
a pasear por la vi
de lo ocurrido ese
ella frío y desdeño
84
FEDERICO
GANA
Apúrate, vamos luego,
dice, golpeando el suelo con
—
que se hace tarde,
el pie; y salimos.
me
La tarde está tibia y serena. El viento se duerme
a poco en las
copas de los álamos; pequeñas
poco
nubes inmóviles bordean el horizonte; el sol se pone
sin rayos, y sobre la cordillera, que
parece fundirse
en el azul, la luna
llena, como un gran escudo de
plata
sube lentamente
vapores.
Frente
a
en
una
nosotros la viña
se
atmósfera
pesada
de
extiende envuelta
en
ligera bruma.
Mi prima marcha lentamente delante de mí, ho
llando con cuidado la yerba, irguiendo la cabeza
como
para respirar mejor. En su mano lleva un
clavel
gran
rojo, con el que juega distraída; de cuan
do en cuando clava en mí una
larga y candida mi
una
rada.
Yo la
sigo
en
ciendo saltar las
ella
va
silencio
con
piedrecillas
la cabeza
con
los
y viene entre las parras, yo
reguero y contemplo el sol
que ella exclama:
en un
baja,
ha
pies. Mientras
he
me
poniente.
sentado
Y
oigo
Mira, aquí hay uvas maduras ya. Aquí tengo
racimo casi negro.
El sol se ha puesto; y una gran mancha de oro
empañado queda sobre la cordillera de la costa; los
—
un
árboles, los potreros lejanos y la viña se empeque
ñecen poco a poco. Mi prima, cansada de
correr,
está
a
mi lado silenciosa. Yo
contemplo
a
hurtadillas
85
DÍAS DE CAMPO
perfil inmóvil, sus grandes ojos dilatados fijos en
el espacio, sus largos cabellos sueltos bajo la chu
palla de paja, la pequeña mano que sostiene la me
jilla, fundiéndose todo en la sombra y experimento
una angustia vaga e infinita.
De repente ella murmura en voz baja, sin volver
su
la cabeza,
—
yo
como
era
tu
Oye;
tor? Y ella
sí misma:
me
has dicho que
me
tienes!
busca
traía de la casa,
me
¿No viste,
doc
entonces, que
era
cabellos el clavel que
lo tiende en silencio y continúa
en
sus
contemplando el horizonte
de la noche.
ese
contesta sin mirarme:
me
ideas
¡Qué
viejo?
En seguida
—
a
inclino hacia ella y le digo:
confiésame esto: ¿Te casarías con
Entonces
—
hablándose
estás triste
hoy? ¿No
mejor amiga...?
¿Por qué
envuelto ya
en
las sombras
I
Un mediodía de primavera, mi padre que se pasea.
ba, como era su costumbre, por el corredor interior
de las casas del fundo, me dijo:
Tienes que ir luego a los potreros de abajo, a
Los Montes, porque don Calixto me ha mandado
decir que mi medianía estaba mala y se le pasaban
—
mis animales. Anda
con
el Candelilla para que te
señale bien.
Llamé
go
en voz
corredor,
en
alta y tendí mis miradas por el lar
cuyo extremo se agrupaban los
peones que esperaban el pago, y no vi entre ellos,
al llamado Candelilla. Allí estaban, afirmados en los
pilares o paseándose y mirando cavilosos el suelo,
algunos trabajadores que conocía desde la niñez.
El viejo don Bartolo; el hercúleo Juan Sierra; el
Chercán, vejete pequeñito apergaminado, vestido
de andrajos; el borracho y fiel regador del potrero
FEDERICO
90
de Santa Teresa, don
GANA
Sosa; Núñez,
el
éstos eran, puede decirse, los criollos, los
del fundo; pero Candelilla no estaba.
El apodado Candelilla, a causa tal
bodeguero;
aborígenes
vez
de
ojos claros y rubios cabellos, era una especie de
gabundo, casi siempre invisible para mí, y muy
pular en
era algo
esos
así
sus
va
po
contornos.
como un
Sabía yo vagamente que
ayudante intermitente del cui
dador de animales, sin sueldo y con ración, solamen
cuando trabajaba; que muchas noches llegaba a
te
la cocina de las
casas
a comer
cualquier
cosa
de
los restos; que en los veranos, cuando llegaba la épo
ca de los cortes y cosechas de
trigo, emigraba al sur,
a Traiguén, la Victoria, la Frontera, en busca de
trabajo, llegando, después, en invierno y entradas de
primavera, a refugiarse al calor del fogón hospitala
rio de las
cocinas,
como
tantos otros.
De pronto, del grupo de peones una
de acento despreciativo,
alegre, burlona,
—
Patrón,
voz
ronca,
dijo:
allá viene el Candelilla..*
Se escuchaban risas contenidas...
Dirigí
la vista por todo el
amplio patio plantado
eucaliptos y pequeños duraznos flore
cidos, tapizado de yerba sobre la que corrían y pi
coteaban las gallinas, encuadrado por diversas cons
trucciones muy bajas. Cocheras, mediaguas para las
de
enormes
caballerizas y las carretas, graneros,
ga del fundo con su único portón y
la gran bode
al fin del
allá,
DÍAS
DE CAMPO
91
patio, vi a Candelilla que salía de la cocina y avan
zaba hacia el corredor con la cabeza descubierta.
Se detuvo frente
a
mí
con un
afectado ademán de
de respetuosa obediencia. Yo examinaba ahora con
interés el aspecto de ese hombre que antes había
mirado
con
indiferencia. Era
un
individuo de regu
lar estatura y anchas espaldas, delgado, recio. Ves
tía una ropa a la que el largo uso había dado un
color indefinible;
tas.
una
Se
Y
a
sus
pies
estaban calzados
pesar de la tibieza del
con
día, cubríale el
ojo
torso
gruesa manta de invierno rota y deshilachada.
humilde ante mí, pero sus redon
inclinaba
dos
ojos verdes, muy claros, fijábalos con risueña ex
presión interrogativa en mi semblante. Imposible
habría sido definir la edad de aquel sujeto, pues los
ásperos y lucientes cabellos, el grueso mostacho, las
espesas cejas de un rubio claro, denunciaban la ju
ventud, al par que las hondas mejillas fatigadas,
sueltas, picadas de viruelas; la estrecha, frente en
que las marcadas arrugas parecían cicatrices, habla
ban de largos años de trabajos y padecimientos. Y
ahora
la de
su
un
la que
Le
hacer;
gunté:
—
gruesa boca fruncíase
en una
niño que acabase de cometer
pidieran perdón.
expliqué, rápidamente,
y mientras
¿Hay
me
ponía
sonrisa
una
como
falta,
de
lo que teníamos que
las espuelas, le pre
mucho barro todavía, allá,
abajo?
FEDERICO GANA
92
—
Algo queda señor,
porque el invierno ha sido
malo.
Subimos
a
jísima
caballo; y al
casi inválida,
yegua,
de peones, alguien le
—
¡No
se
te vaya
dijo
Candelilla la flo
montar
que
cabalgaba,
con voz
del grupo
fuerte:
cargar la bestia!
a
Candelilla sonrió vagamente a la broma, mostran
do su gruesa dentadura amarillenta.
Marchábamos lentamente
puro
aire
vasto
potrero de las
a
se
lo
lejos,
campesino.
aspirando
casas
con
delicia el
extendía por el
donde pacía el terneraje;
Mi vista
se
al sur, divisaba el caserío del pueblo que
a los
pies de los enor
proyectaba amontonándose
mes
murallones de cal y ladrillo de la
Iglesia
incon
clusa aun; en el confín de la costa sucedíanse los
cercados de perales florecidos de blanco, de sauces
cubiertos de
nuevas, los
hojitas
tupidas
zarzamoras;
pálido
tranquilo.
aquí
grandes álamos,
las
y allá los
pequeños ran
chos de paja de los inquilinos, destacaban, con pro
funda claridad, sus manchas sombrías sobre el cielo
y
bes cubría el
neros,
azul,
En lo alto
el aire
de
separados
césped
sus
era
una
red finísima de
tibio y
suave.
madres, jugaban
no
nu
Los ter
lejos
de
brillante y manchaban el paisaje
de colores vivos; bandadas de jilgueros, de diucas,
de loicas, de tordos, gozaban de la tibieza de la
mí sobre el
yerba,
de la tierra y de la luz y se alzaban a cada ins
mis pasos. Por todas partes los grandes
tante ante
charcos de las lluvias del invierno reciente, brillaban
DÍAS
inmóviles
tía que
93
CAMPO
espejos resplandecientes. Y yo sen
dulce embriaguez se apoderaba de mí
ese hermoso día;
recordaba cosas leja.
como
una
gozando
DE
de
de la niñez.
ñas
Y
atravesando
seguimos
destinados
unos
a
la
potreros y potreros,
engorda,
cubiertos de espeso
trébol y vallica; otros, recién arados que
la próxima siembra de chacras.
Al fin
llegamos
Los Montes
La
o
a
nuestro
Crianza,
denominaba. Y vi
a
esperaban
destino, el potrero de
como
indistintamente
Candelilla esforzándose
se
le
en vano
por bajar las gruesas varas de un tranquero; me des
monté de mi caballo y entre los dos corrimos, con
dificultad,
los
pesados largueros.
dije sonriendo;
¡Estás muy falso, hombre!
Le
—
Es que este brazo lo tengo
indicándome, con su izquierda, la
—
malo,
mano
me contestó,
derecha, en la
que observé, inmediatamente, una grande y profunda
cicatriz en la muñeca y algunos dedos encogidos y
engarrotados.
Y, ¿de qué
—
—
Aquí
en
te
vino eso?
balazo que me pegaron hace años.
el hombro tengo otro, continuó, y por eso
Fué de
un
tengo fuerzas.
no
—
¿Dónde
alegre
Su
da,
su
te
pegaron esos balazos?
se iluminó con una sonrisa tími
rostro
gruesa nariz
aguileña,
más encendida y avina-
FEDERICO GANA
94
da que de costumbre
alumbrarle la
con
el reciente
esfuerzo, parecía
cara.
Contestó entre dientes:
—
Ahí le contaré
eso
más tarde...
Y yo, atravesando el hondo y sombrío estero cu
bierto de espeso bosque que aun nos separaba de
Los Montes, pensaba en que tales desperfectos de
bían haber sido causados por una riña precedida de
colosal borrachera, como acostumbraba mi acom
una
pañante.
.
El potrero
a que entrábamos
formaba extraño
los que acabábamos de atravesar. La
allí inculta, selvática, virgen; las pata-
contraste con
espesura
era
guas, los arrayanes, el
maqui, el canelo y el litre cre
y opulentos en las hondonadas
pantanosas; las tórtolas y las torcazas, que aun no
cían
silvestres, libres
emigraban
cuidadas,
de cuando
seco
sus
la montaña, volaban lentamente, des
a
de árbol
en
en
cuando
y duro de los
nidos
en
árbol, sobre
QÍase
a
nuestras
picos carpinteros,
las altas y
secas
cabezas;
la distancia el
ramas
golpe
que labraban
de los árboles
muertos,
Al desembocar
rios terneros de la
las altas
en
los claros, veíamos uno o va
crianza, que pacían tranquilamen
yerbas y nos miraban inmóviles, confia
dos,
grandes y negros ojos purísimos. Todo
era allí sombra, frialdad, silencio
interrumpido por
un movimiento leve, por el grito o el arrullo de un
ave, el rumor de una rama agitada por un animal, y
te
con sus
DÍAS
después
de
esa
era
más
DE
CAMPO
profunda
la
95
tranquilidad
misteriosa
pequeña selva.
Atravesando por estrechos senderos, baches y
inclinándonos
ciénagas,
para deslizamos
a
sobre
través de la
nuestras
monturas
espesa maraña del
bosque, llegamos por fin a las medianías.
Candelilla me mostró, cuidadosamente, los deslin
des del vecino y los de mi padre, y llegué con mi
ocular inspección al convencimiento de que la me
dianía
en
mal estado
Fatigados
cosos
era
la del mañoso don Calixto.
de marchar por
atajos, pantanos
vericuetos, llegamos por fin
a un
y bos
pequeño alto
algunos maitenes jóvenes, cubiertos
quintrales. Alrededor de las rojas flores,
color de sangre fresca, de los hermos parásitos, zum
baban bandadas de picaflores que volaban siempre
inquietos yendo rápidos de un árbol a otro; lanzan
do estridentes gritos de alegría, de íntima embria
guez. A los pies de los herniosos árboles silvestres,
veíase la tierra suelta pisoteada y revuelta por los
animales que venían a revolcarse bajo sus frescas
donde crecían
de espesos
sombras.
El sol muy bajo ya sobre las montañas de la cos
ta, lanzaba sus rayos últimos; el cielo despejado de
profundo, purísimo; una hela
bosque cercano.
Candelilla se acercó a mí; permanecimos silencio
sos a la sombra de los árboles. Le dije:
nubes
era
de
un
azul
da brisa venía del
—
Cuéntame al fin cómo
te
pegaron
esos
balazos,
96
FEDERICO GANA
Su rostro
animado, alegre, enigmático, sus ojos
ingenuos, casi infantiles se ensombrecieron, parecía
haber envejecido de súbito; se sacó el viejísimo
sombrero, rascóse fuertemente la cabeza, suspiró, e
inclinando el rostro exclamó, como hablándose a sí
mismo:
—
¡Yo
he sido
muy
padecido, patrón!
Si le
con
tara...
Yo escuchaba atento...
Alzó la
cabeza,
miró vagamente
a su
alrededor,
y
continuó:
—
Yo nací
padres;
dueño
aquí,
en
este
mi familia vivía
era
en
fundo. De aquí
esta
son
mis
tierra cuando el
el finado don Antonio Pando.
A la muerte de don
Antonio, los hijos y las hijas
empobrecieron, según hablaba la gente, porque
había poco trabajo entonces, apenas para poder co
mer un pan. Yo estaba
aquí cuando llegó el patrón
de hoy que les compró a todos los Pando... Yo era
se
el patrón, como su padre; era el quese
fundo, continuó alzando orgullosamente
la voz al recuerdo de aquellos felices tiempos de ju
ventud, de abundancia... Me ocupaban en todo: ¡qué
Camilo, aquí, que Camilo acá! ¡con qué gusto tra
joven
como
ro en
este
bajaba!
Meditó
una voz
dos, tal
instante, y en seguida continuó con
misteriosa, con los ojos brillantes, encendi
un
vez
dida para
al recuerdo de
siempre,
una
felicidad
lejana,
per
DÍAS
97
DE CAMPO
debe acordarse de todo esto, porque era
muy mediano, apenas se levantaba del suelo. Un
día llega la señora de Santiago. ¡Qué bulla en la
Ud.
no
casa con
los
—
quilla,
la
arreglos, qué trajines!
Nos veíamos
a
con
yo
se
señor. En esto viene la guerra del Perú y
a
chi
una
volvió para Santiago, aquí me
la Tránsito. Me casé con ella, pues,
cuando la señora
quedé
Traía
muy joven y nada mal parecida.
cada instante... Pasó el verano; y
Tránsito,
enganchar gente
ba nadie
a
en
la fuerza.
principian
Entonces
el
pueblo.
¡Cómo se
no
entra
el cuartel!
llenaba
más que me había casado, cuan
do un sábado que, le confesaré, andaba con mi co
pa desde temprano, ¿no me da por ir a meterme a la
Hacía dos
meses no
estación? Pues allí había
sicas, porque pasaba
pelear
al norte. Los
con
copa y copa
monta
a un carro
cionada,
que
correr a
nuestra
Ud.
que la
perdido
bolina de gente y mú
batallón de los que iban a
una
enganchadores
y dice que la
van a
es
patria
amables,
y
futre y se
la tienen trai
muy
todo el mundo. Sale
un
cautivar, que todos
defenderla porque
sangre
labras de
un
poca para
somos sus
darla;
y
aquí
tenemos
hijos,
me
que
tiene
y embarcado para la guerra por las pa
futre. Mi mujer, a la que noticiaron de
ese
esta
que me iba, alcanzó a llegar cuando el tren ya
ba andando. Y así la vi, señor por la última vez, lio
rando sin consuelo y levantando los brazos como si
quisiera sujetarme!
no
había remedio!
en
el camino, ya
con
arrepentirmel
Vino la noche
¡Qué
sacaba
7
98
FEDERICO GANA
Cuando
línea,
y
al norte, me destinaron al 2.° de
hice la campaña con mi finado co
llegué
en
él
mandante Ramírez.
Guardó silencio
sorto en
instante
un
recuerdos, y,
sus
profundamente
seguida continuó
en
grave acento:
Y allá fuimos mandados
—
ción de
agarrar
mos
Tarapacá.
en
esa
marchando, niños,
trai
los cholos los íbamos
a
que iban de derrota. Y
gallinas,
como
pelear
sabían, dijeron que des
Los que
de San Francisco,
pués
a
ab
con
muy contentos por
a
va
aquellos
desiertos que parecían brasas encendidas, brasas,
espaldas y en la boca
yesca. ¡Hubiera visto, señor, algu
compañeros que quedaban rezagados, buceando
patrón,
la
en
cabeza,
en
las
reseca como una
nos
el agua
en
la arena,
con
las dos manos,
como
Cuando tuvimos el enemigo al frente ya
locos!
no nos
agua en las caramayolas; el sol siempre en
la cabeza y la boca amarga como la hiél. Y bala y
bala. De repente mandan bajar a una quebrada; ahí
quedaba
está el agua,
decer orden
hasta
decían; los compañeros
ninguna y
empiparse, cuando
se
a
corren
sin obe
ponen de boca a beber
los dos lados de la ba
aparecen los cholos como moscas, que nos
estaban cateando. ¡Hubiera visto patrón! Todos los
rranca
sedientos
quedaron
dada. Yo
con
ahí muertos
como
patos
en
ban
Valenzuela,
mi teniente Arrieta y un subteniente
logramos guarecernos de las balas que
caían como
granizo,
en una
casita de
tejas
que ha-
DÍAS
DE
CAMPO
99
bía arriba. Allí había muchos de los
Los cholos los teníamos
veíamos las
tenían
caras
siempre
traicionados.
tan cerca
que les
Nos
y les escuchábamos las
balas atravesaban las murallas
voces.
rodeados; las
de adobe y el que se asomaba a la puerta era hom
bre muerto. Mi capitán Necochea estaba allí herido
de muchos tiros y pedía a gritos agua y que lo ma
taran, y nosotros sin poder darle nada, saltábamos
por encima de él y disparábamos defendiendo la vi
da a más y mejor. De repente, por una ventana veo,
patrón, como en una estampa, que mi estandarte,
el estandarte del 2.°
lo está
la
guardia
regimiento con una niebla de cholos, no a tirosv
sino a culatazos, guantadas y tirones, pedacito a
pedacito. ¡Qué le diré patrón! Al ver esto sentí yo
lo mismo que el día que me enganché allá en el
pueblo y habló el futre de la estación; y, casi sin
se
peleando
del
saber cómo, corrí solo hacia mi estandarte como si
loco. Iba corriendo con el fusil
me hubiese vuelto
bien
da y
dado
apretado cuando escucho una descarga cerra
siento aquí, en el pecho como si me hubiesen
dar mil
un trancazo tan fuerte que me hizo
vueltas y perder los sentidos. Cuando volví en mí y
levanté la cabeza, ya no estaban los que peleaban
y del estandarte no había ni señas. Ahí cerca no vi
sino
un
rimero de muertos hechos
pedazos
y cho
rreando sangre. Con la descarga me hicieron las dos
heridas en la muñeca y en el hombro, ¡Así fué cómo
me
pegaron
estos
balazos, patrón!
FEDERICO GANA
100
la campaña, me vino esa fiebre de
tiritones que todavía me da y me mandaron a Chile.
Cuando llegué aquí me encontré solo, sin casa y
Después,
en
mujer, porque la pobre Tránsito se había muerto
de viruela. Y así estoy solo desde hace más de vein
sin
te
años, sin nadie
allá.
—
en
este
¡Qué hacerle! Esa
Y ¿qué sacaste de
mundo, viviendo aquí
y
habría sido mi suerte!
la
guerra?
Nada más que este brazo malo y las malditas
tercianas que no me dejan, contestó sencillamente.
—
Durante esta
,
f
relación, el sol
puso; el
crepús-
.culo manchaba ya de sombras el horizonte; las pri-
I meras- estrellas principiaban
\
se
el cielo.
Y al
Regresamos
llegar a las casas
Pásame
en
roe
brotar dulcemente
en
le
digo:
tu mano.
Me la tiende
en
a
silencio.
humilde
e
silencio y yo estrecho con fuerza,
aquella diestra mutilada de un hé
en
la obscuridad
ignorado
como tantos
otros...
CONFIDENCIAS
'La
trilla había terminado por fin ese día. Y en la
tarde, mientras las primeras estrellas principiaban a
brotar, dulcemente, del cielo sin nubes, yo estaba
muellemente recostado
Hasta mí
llegaban
en
en
la
enorme era
de
paja,
la calma del atardecer, los
del hondo camino real vecino: traqueteos
de carretas, cantares vagos, ladridos de perros, todo
envuelto en confusas nubes de polvo. A mis espal
rumores
das,
en
la
región
de los
potreros y las vegas, prin
melopea al
crepúsculo. Contemplaba tranquilamente sumergido
en suave embriaguez, el gran motor mudo e inmó
vil; el enorme cono de trigo que se ensombrecía
poco a poco, las casas bajas del mayordomo, que
cipiaban
las
ranas
tenía al frente; la
y sapos
a
ensayar
enorme masa
su
de los Andes, que
ser
vían de fondo
las"múltiples alamedas que se pro
el
yectaban muy pequeñas. Ahí cerca escuchaba
suave rumor de las aguas del estero deslizándose
a
FEDERICO GANA
104
suavemente,
era
raíces de los
tranquilidad,
dul
del hondo silencio de la noche.
De pronto, muy
paja,
húmedas
llorones. Todo
grandes sauces
zura, preludios
de
las
besando
escuché
de mí, en el gran montón
conversación. Era un diálogo
cerca
una
lento, desmayado, interrumpido por suspiros, boste
zos,
largos
dores que
—
intervalos de silencio. Eran dos
se
Sí, Juan, decía
don Sosa.
hacer la
ca
a
pedía
buena, buena mujer la
vida la de ella!
¡Qué
Lavar, planchar,
con
co
comida; recogerlo todos los sábados
borracho de los
traerlo
es
uno,
Yo la conocí cuando estaba casada
Tomasa.
ser,
trabaja
hacían confidencias.
negocios
donde iba el caballero y
su casa en la tarde. Nun
él y a su yegua, a
un cinco ni decía
una
palabra:
ella bastaba
para todo; y tú te acuerdas lo «chatre» que andaba
el viejo; todos los sábados camisa limpia, ropa nue-
vecita; parecía
un
caballero! Y cuando
se
enfermó,
Y,
para el entierro!
de
trajines para cuidarlo,
qué
¿cómo fué, Juan, cuando se concertaron?
Aquella noche, don Bartolo había ido a las Tres
Esquinas; no tenía cobre porque todo lo debía a la
hacienda; llegan unos niños y me convidan con un
trago de ponche, y vamos poniéndole... Tanto le
—
puse que, según me contaron, como andaba mal co
mido hacía días, ahí me quedé dormido cerca de la
vara.
Pasa la Tomasa,
me
ve,
me
remece
—
usted
me levanta
sabe las fuerzas que tiene
y yo a
su
casa
me
lleva
hasta
tastabillones, y así del brazo
—
DÍAS
105
DE CAMPO
apretado en la mano. Cuando
al día siguiente desperté durmiendo en el corre
dor, al lado de la quincha, ella estaba parada frente
a mí, don Bartolo, con un mate en la mano. Cuando
me dijo muy seria: Juan, sírvase este matecito, le
mi sombrero bien
con
qué me dio de decirle: Tomasa,
¿quiere que me quede aquí para que vivamos juntos
siempre? Al dirme ella se alejó callada, pero vi que
le habia gustado; y así me he ido quedando todos
estos días allá hasta que me resolví. ¿Qué le parece?
—Muy bien, Juan; como te dije, la Tomasa es
hará bien
—
yo
no
sé
de esas que mandan. Tú eres solo, no tie
nadie por estos contornos; es cierto que ella
mucho mayor que tú, podría ser tu madre, pero,
mujer
una
nes a
es
mejor,
vas a
porque te librará de los peligros. ¡Qué vida
llevar! Te envidio. Tú trabajarás para ti y ella
no
para ti y para ella, como debe ser. El hombre
debe casarse sino cuando sea su conveniencia. Y yo,
fíjate, Juan, yo que ya soy un viejo, ¿qué hice? ¡la
siglo. Hace varios años de esto. Llega
la señora de Santiago y trae una chiquilla nada fea,
muy elegante, parecía que no pisaba en el suelo.
Y ahí le da al patrón y a la señora, porque yo me
«burra» del
reía
así
se
que
la chicuela, que nos habíamos de casar; y
hizo. Para qué te digo nada todo lo que tuve
con
padecer
con
acostumbrada
¡Qué
a
ella
esto!
después.
¡Que
—
¡Que
yo
una
no
estoy
señorita!
yo soy
hombre más borracho! Y ella cuidándose
—
—
sola,
loó
FEDERICO GANA
echando los pulmones para man
ella y al sartal de chiquillos que vinieron
Para qué te cuento los pleitos y las pata
pobre Bartolo
y el
tenerla
a
después.
das.
¡Que
voy donde el juez para que nos separe
mos! Y esto era de todos los días. ¡Naranjas! Y
—
ahora que está vieja y ha puesto ese tambo que
tiene, a mí no me gusta, porque todo seré yo, pero
que le anden con historias a las chiquillas, eso sí
que
no
lo
cio; que
En
—
aguanto!
no seas
Pero ella manda.
—
¡Que
bruto; que lo echas todo
el nego
a
perder.
que estoy viejo, enfermo y fregado por
fin,
haberme casado
con una
china aseñorada! No diré
mala, Juan, porque todo lo hace por vivir.
veces el patrón me dice riéndose cuando
paga: ¿cómo le va, don Bartolo, con la María?
sea
que
Muchas
me
Y yo tengo que contestarle: ahí lo pasamos,
patrón,
patada. ¡Cásate,
cásate
entre
un
garrotazo y
una
falta?
luego con la Tomasa, Juan! ¿Qué
Algunos mediecitos a los que ella va a juntar,
y después ir donde el cura don Delfín, para que nos
te
—
ponga las bendiciones.
Y mientras escuchaba
imaginaba
a
los dos
diálogo íntimo,
interlocutores: Juan Sierra,
este
alto, de
araucano,
peón
tipo
chacho de veintitantos años,
espaldas, de
gabundo, que, de
sas
cuando
hacienda, y don Bartolo
fundo, vejete
de setenta
en
me
mu
anchas i grue
solitario y va
cuando, aparecía por la
Sepúlveda, inquilino del
años, célebre en el lugar
107
DÍAS DE CAMPO
por
sus
vieja
eternas y risibles
reyertas
con su
mujer, la
María.
La noche había caído ya por completo: infinitas
estrellas brillaban en el negro cielo sin luna; la in
mensa
se a
Y
vía láctea
parecía titilar, también, acercándo
la tierra.
en
sación
el
profundo silencio, aquella
de dos gañanes campesinos
confidencialmente, de
bles, ofrecíame
un
llares de mundos
bre mi cabeza.
sus
interés
banal
conver
que hablaban,
pequeñas vidas misera
tan
hondo
resplandecientes
como
los
que rutilaban
mi
so
UN
CARÁCTER
A Gustavo Valledor S.
L.STO que hoy relato pasó
allende el
El
reo
Maule,
vecina
está frente al
al
juez.
lejana aldea
pueblo donde yo
en
la
Es
un
hombre
de
X,
vivía.
como
de
y cinco a cincuenta años, de larga y es
barba
negra, nariz aplastada, frente estrecha,
pesa
carnosa, surcada de arrugas, ojos bizcos y mandí
cuarenta
bula inferior saliente y temblorosa. Su cuerpo es
fuerte y robusto, aunque deforme: los brazos extre
anchas y gruesas y
en
forma de arco.
torcidas
las piernas muy cortas,
Viste un raído y manchado pantalón de mezcla, una
madamente
largos,
las
espaldas
camisa de tocuyo y un harapo en forma de manta.
Los pies desnudos. Ha entrado cojeando a causa
de los
beza
una
grillos
baja
y de
su
y la frente
natural deformidad,
contraída,
profunda abstracción.
llegar al medio de la sala,
Al
como
con
la
sumergido
ca
en
ha levantado la vis-
FEDERICO GANA
112
paseado
ta y
larga
una
la habi
por toda
mirada
tación.
¿Cómo
Tarda
un
te
—
—
testa
ruda y
No sé.
en
contestar y,
al fin,
responde
sonora:
¡Cómo! ¿No sabes?
pueblo me llaman Juan, «Juanito»,
En el
con
—
llamas?
instante
con voz
—
y le pregunta:
juez lo contempla fijamente
El
—
¿Y
con
indiferencia.
tu
padre?
No tengo padre.
¿Y tu madre?
—
—
No tengo madre.
¿No tienes pariente
—
—
Soy
—
nar
solo
—
El
juez permanece
guida le dice:
¿Tú
entonces?
dice sencillamente y vuelve
la cabeza sobre el
—
alguno,
mataste
a
incli
pecho.
un
instante
en
silencio. En
se
al señor Gómez?
yo lo
maté; yo le deshice la cabeza a
hasta
hacerle
saltar los sesos y quebrarle
garrotazos
todo el cuerpo con ese palo que hay sobre la mesa.
Mucho tiempo lo esperé para matarlo detrás de la
—
Sí, señor,
cerca... Ahí me pasé varios días. Bien sabía que al
fin había de verlo solo. Y cuando lo vi que venía
para su quinta me le fui encima con ese palo y le
pegué hasta dejarlo convertido en una masa. ¡Así
lo
hice,
señor
juez!
DÍAS
Al
DE CAMPO
"3
terminar, la mandíbula inferior del
reo
tiembla
ligeramente.
Un largo silencio sigue a estas palabras.
¿No sabías, entonces, que te habían de
—
fusilar?
Sí, lo sabía, señor, pero lo que hice hecho está
y ¡ni el mismo Dios lo podría deshacer! Pero antes
que me condenen, quiero decir algo a Su Señoría.
—
Diré lo que tengo aquí, en el pecho. A nadie im
porta lo que tengo que decir, pero escúcheme, se lo
ruego. Él era un caballero principal, muy rico. Sí,
él tenía mucha
muchos
hijos.
y casas, y padre, madre, mujer,
Todos lo querían a «él». El comía
plata
bien, siempre; andaba abrigado. Debía pasarlo muy
bien, digo yo. Yo no he dicho antes nada, por esto.
yo no tenía que comer, sino lo que me da
he tenido frío y hambre y nadie, nadie se ha
Ahora
ban,
"
padecido todo sin quejarme.
conseguido? ¡Nada!
quiero que Su Señoría oiga esto
acordado de mí. Yo he
Y
¿qué
hubiera
Pues, ahora
que voy a decir, y
es
que yo, que
no
tenía
a
nadie,
había
ya lo
recogido
dije, soy solo,
porque, como
del agua a un perro que se estaba ahogando, y le
di que comer y lo crié... Diez años vivimos juntos;
me acompañaba por los caminos a pedir limosna;
no había qué comer, él no se separaba de
cuando
y
mí hasta que venían los días buenos. Y ahora pre
y
gunto yo: ¿Los hombres hacen esto? Nó. Cuando
falta la Comida ellos
se
separan. Mil
veces
le pega8
FEDERICO
114
GANA
él por defenderme a mí. Me cuidaba, y yo lo
quería más que a todo en el mundo. Sabía que una
ron a
vez
muerto
él,
nadie
die
acordaría ya más de mí,
porque todos me odian y
se
na
me
jugaría conmigo,
desprecian. Y ahora, dígame Su Señoría: por qué él,
que era un caballero, a quien nada le faltaba, y yo
un miserable infeliz,
que no le había hecho ningún
mal ¿por qué vino y me buscó para matar al ani
mal?... ¿Por qué él, que era tan rico, vino a quitarme
mi única
riqueza?
era juguetón
El animal
y
día que el caballero
un
pasaba frente al camino, le salió a ladrar. Entonces
él sacó un trabuco y lo hirió, y lo mató. Murió, pues,
y
¡quién
la cola
lo
creyera!
como
al morir
me
conoció y meneaba
haciéndome cariño!...
Se detiene
guida
un instante
para tomar
se' inclina hacia adelante como
y toma
entre
sus
manos
una
aliento; en se
avergonzado,
de las hilachas de la
principia a retorcerla con fuerza entre sus
dedos. Después continúa, con voz sorda:
Ahora, yo quedé solo, y todo por culpa de ese
hombre a quien jamás había hecho daño. ¿Para qué
me servía la vida sin mi
perro? Para nada. Y en
manta y
—
tonces creí que lo debía matar como él mató al ani
mal: sin
compasión, sin compasión. Y así fué, señor
lo esperé y lo maté a palos!
juez,
Hice mal, lo sé, pero esa ha sido mi suerte; él
mató al animal, yo debía matarlo a él. Porque yo
como
siento
aquí
—
continuó
golpeándose
con
fuerza el
DÍAS
pecho
lo
—
algo
que nadie
DE
CAMPO
puede comprender.
H5
Yo sólo
sé, y me lo guardo, y me callo. Y no diré más.
Pronuncia esta especie de discurso, alzando gro
tescamente
funda
e
sus
largos brazos,
iluminado
su
con voz
grave y pro
horrible semblante por una
sonrisa forzada.
El
juez,
manos
entre
tanto,
se
y parece reflexionar
cubre la frente
profundamente.
con
las
CREPÚSCULO
Kegresaba
de
cazar una
fría tarde de invierno y
marchaba al lento paso de mi caballo al lado de la
línea férrea, por un camino vecinal bordeado de sau
ces
llorones. A mis
espaldas, dejaba
las azules
tañas de la costa, donde el sol acababa de
y
a
de las
ta
ocultarse,
extendía el caserío del vecino pue
más allá divisaba el panorama de la cor
mi frente
se
blo de L.;
dillera de Los Andes, que
sombrías brumas, entre los
nos
mon
pardas
lejanos.
alamedas
se
destacan cubiertos de
largos
y
caprichosos
filos
de los potreros y los cami
El día anterior había llovido, y todo lo que la vis
abarcaba estaba cubierto de grandes charcas que
rojas y sombrías, como transparentes man
chas de sangre recién vertida, al reflejar el cielo po
blado de espesos arreboles. De cuando en cuando,
brillaban
la
rama
de
sobre mí
agua.
un
una
que rozara al pasar, dejaba caer
helada lluvia de pequeñas gotas de
árbol,
FEDERICO GANA
120
El día había
de patos y
estaba
becasinas; pero
pie
en
sido bueno y mi morral iba
me
repleto
sentía fatigado, pues
desde el amanecer, la caminata había
larga y deseaba con ansias llegar luego a casa.
Mi perro corría en libertad cerca de mí, husmeando
sido
nerviosamente entre las
sos
plantas
acuáticas de los fo
que bordeaban la carretera. El verde de los
se
obscurecía
pos
de ovejas,
ruido de
poco
escapándose
una
poco;
de
locomotora
ción, el mugido de
cam
balidos
plañideros
algún lugar cercano, el
que se alejaba de la esta
a
una vaca
llamando
a su
cría,
tur
baban sólo la calma del anochecer. De repente, do
minando todos estos rumores, resonó pausado y vi
claro y distinto de la campana de la
del pueblo, que llamaba a la oración; y me
brante el
Iglesia
son
confusamente que las sombras se espesa
ban y caían con más rapidez alrededor de mí.
Esa sensación obscura e indefinible de inconscien
imaginaba
melancolía que infunde siempre el crepúsculo, pa
recía penetrar más hondamente en mi corazón, bo
te
rrando por un instante todas las alegres impresiones
aquel día de caza. Dejé caer las riendas sobre el
de
cuello de mi caballo y
ciones...
me
entregué
a
vagas medita
Cuando volví de mi abstracción, todo a mi alrede
parecía haberse obscurecido de súbito: las aguas
dor
de los
pantanos que
atravesaba tenían
un
reflejo
sombrío, casi negro; los tonos de las nubes, de ro
jos que eran habíanse tornados en cárdenos y viola-
DÍAS DE CAMPO
121
grandes manchas obscuras teñían la nieve de
lejanas montañas. Sobre mi cabeza, añosos sau
ceos, y
las
ces
entrelazaban
sus
ramas, haciendo más densa la
helada bruma
obscuridad;
te de la tierra, velando
una
Encontrábame ya
de me dirijía, y a lo
en
a
lejos
imperioso
—
elevaba lentamen
intervalos el
paisaje.^
los linderos del fundo
lejos divisaba
del arbolado que circundaba
de mí oí
se
resonar una
casas, cuando
las
voz
irritado que decía:
Vamos andando luego, y
don
a
la borrosa silueta
gruesa,
de
e
dejarse
de lamenta
Allá, donde el juez, alegarán todo lo
ciones.
no
acento
que
quieran.
Bajo las desnudas ramas de un gran peral que se
erguía al lado de una choza derribada y abandona
da, en una especie de plazoleta cubierta de trozos
secos, había
un
individuo
a
caballo
nocí al administrador del fundo que
en
el que
reco
atravesaba, don
Manuel
Tapia.
Montaba, como de costumbre, un hermoso caballo
de pequeña alzada, de pura raza chilena, y la indeci
elevada
sa luz del crepúsculo me permitía ver su
flamante indumentaria de huaso, y su
anguloso y duro, encuadrado en la larga e
estatura,
rostro
hirsuta
tos
patilla
sombríos
grandes
—
que
su
negra. No
lejos
de
él,
había dos bul
inmóviles, que tenían a sus pies
haces de leña cuidadosamente listos.
e
dijo don Manuel, aquí tiene a los
dejaban un palo en la cerca nueva; veinte
Vea, señor,
no me
unos
me
GANA
FEDERICO
122
la he hecho recargar de ramas para que no se
pasaran los animalesy siempre se la llevaban. Hacía
veces
tiempo que andaba siguiéndoles las
los ladrones, hasta que hoy los he venido
mucho
a
las
con
manos en
la
pisadas
a pillar
masa.
Mientras don Manuel hablaba así, yo observaba
silencio
en
a
Eran éstos
los delincuentes.
un
conocía desde
anciano y
mi
niñez,
una
mujercilla, a quienes
inquilinos de aquel
como
fundo.
En medio de la vaga penumbra que nos rodeaba,
distinguía sus cabellos blancos, sus cuerpos descar
nados, casi desnudos, débiles, temblorosos, cubier
de arrugas,
labrados por los años, la miseria y el trabajo. El
viejo, con la cabeza inclinada sobre el pecho, per
de
tos
andrajos;
sus
rostros surcados
extraño a lo que
en do
únicamente
rodeaba, pareciendo ocuparse
de
árbol
entre
blar y retorcer una pequeña ramilla
manecía silencioso y
absorto,
como
le
sus
manos, entre
la diestra
mente
sus manos
apoyada
en
la
los haces de leña
callosas; la anciana,
con
mejilla, contemplaba fija
tendidos a sus pies, sumer
honda y dolorosa meditación. Entre tanto,
don Manuel continuaba su filípica y decía con acen
to burlón y amenazador:
gida
en
hubiera creído que este viejo don
está
Núñez, que ya
para rendir sus cuentas a Dios,
en
estas cosas todavía? ¡Pero del
había de andar
—
Y
¿quién
DÍAS DE CAMPO
cogote lo he de
que
aprenda
a
tener
en
123
la barra toda la noche para
andar robándome la leña!
Al escuchar estas
palabras, la anciana salió brus
abstracción, e irguiendo su encorvado
cuerpecillo avanzó rápidamente hacia donde yo me
encontraba, temblequeteando, al mismo tiempo que
tendía hacia arriba sus largos brazos descarnados y
camente
de
su
sarmentosos, con violentos y convulsivos ademanes.
Por fin, exclamó con voz ahogada, silbante, en la
que había
—
una
mezcla de sollozo y de alarido.
don Manuel, no acrimine más
¡Don Manuel,
por Dios
der! Si
pobre viejo que no
hay culpa, yo la tengo...
a ese
¡Pero Ud.
tiene el corazón
como
se
puede
defen
y le explicaré.
las piedras; Ud.,
que también ha sido pobre!
Después volvióse bruscamente hacia mí y
tinuó.
con
Patroncito, Ud., a quien he conocido desde
mediano se compadecerá de estos pobres gusanos
—
miserables...
Inclinó
su
enmarañada cabeza blanca, meditó
un
instante, y,
seguida, agregó:
Señor, el año pasado se nos murió el último de
los niños, Nicasio, el que salía con Ud. y lo acom
en
—
pañaba a cazar ¿se acuerda? Le dio la picada y no
duró tres días. Así fué como nos quedamos solos
con
Núñez. Esto
era a
la entrada de este invierno.
Una mañana, me acuerdo como si fuera ahora, Nú
ñez, cuando se iba al trabajo viéndome que lloraba
FEDERICO
124
callada,
a
me
dijo:
«Cruz
¿qué
toda hora? Ya los niños
conformarse
GANA
aflijirte así,
murieron; hay que
sacas
se
con
la voluntad de Dios... pero consi
queda todavía ese pobre huachito,
con
dera que ahí nos
hijo de Nicasio». Tenía sólo tres años, señor, y
ya nos acompañaba a todas partes como un corde-
el
trajinaba por la
reía conmigo, me
y lo tomaba
rito. Cuando
casa
brazos y
acordaba de mis hi
se
en
jos... Un día, hace de esto pocos meses, mientras
el patrón estaba en Santiago, don Manuel, aquí pre
sente, manda llamar
a
«Hombre, tú ya
No, pues, señor,
—
—
Núñez y le dice:
tienes peones.
desde que se murió Nicasio.
no
Pues me buscas otra posesión porque necesito
la que tienes.
Y yo ¿no soy peón entonces? le contestó Nú
ñez. Don Manuel se rió, y le dijo:
—
—
Estás tan
—
viejo
que
no
el pan que
pagas ni
comes.
Y
hubo
remedio, señor, porque nos tuvimos que
ir. Piense, caballero, que aquí nos habíamos criado y
trabajado, que aquí había vivido siempre nuestra fa
milia como en lo propio... Al llegar a esta parte de
no
relación la anciana, don Manuel volvióse hacia
su
mí y
me
dijo
en voz
baja:
Lo que dice esta mujer es cierto, señor. Si yo
hubiese sido el patrón los habría dejado aquí. Pero
—
los
negocios,
son
los
negocios
al cabo; y
en un
fun-
DÍAS DE CAMPO
125
do bien tenido los que no trabajan están demás,
terminó con voz fuerte y decidida.
Sí, don Manuel, continuó la anciana; por esos
—
—
tuvimos que salir de la ha
pedir
pan por los caminos para no mo
rirnos de hambre. Ahora vivimos en un pajar que
negocios
cienda
nos
que Ud.
a
han dado
lo
conseguir algo,
quieren admitir
se
para pasar este invierno.
todos
los días por el pueblo
salgo
a
Núñez, por lo viejo, no
porque
aquí
Allí estamos. Yo
a
dice,
un
cerca
ninguna parte. Ayer, Núñez
buscar trabajo; yo salí después, y
en
fué temprano a
en la casa al niño, durmiendo.
dejé
dio día
do
con
muchas
cosas
humareda
que
me
Llegaba
habían
dado,
a
me
cuan
grande; creo que es in
siento
un
olor
como
cuando están asando
cendio y
carne. Entro: veo la pieza blanca de humo y una
cosa negra en el suelo. Era el niño, señor. Lo tomo
en
veo una
brazos... lo
muy
remezco... era
todo
una
llaga viva,
vienen los vecinos... le echan agua., pero no vuel
ve, porque el pobre angelito estaba frío hacía tiem
principiamos a arreglarlo todo
velorio;
trajeron flores y ramas verdes.
Cuando llegó este pobre viejo en la noche y vio las
luces encendidas y todo aquel arreglo, la gente y
que yo tenía al niño hecho una compasión en los
brazos, se quedó parado en el umbral, sin habla... y
no se atrevía a entrar. Al fin se sentó junto al fue
po. Ya
para el
en
go, y ahí
la tarde
me
se
quedó
chada. Le hablaba;
toda la noche
no me
con
respondía.
la cabeza aga
Así está des.
I2Ó
FEDERICO
GANA
de ayer. Hoy en la tarde le dije: ahora nos hace fal
ta la leña para hacer la fogata; considera que hoy
es el último día que lo vamos a tener en casa, y ma
bien temprano hay que llevarlo allá, abajo...
Pareció que me entendía y me siguió para acá, don
de nos pusimos a recoger estas ramas secas que es
ñana
taban botadas por el suelo. Esta
es
la pura
verdad,
patroncito.
Calló la anciana, inclinó
fuerza la cabeza
so
pecho, y me pareció escuchar después un
do y profundo rumor de sollozos sofocados.
Cuando terminó esta larga relación, que fué
sor
con
bre el
nunciada
tono
con voz
trémula y
entrecortada, y
pro
en
ese
elevado que parece un cantar monótono y pla
tan común en nuestros campesinos del sur,
ñidero,
me volví hacia don Manuel
que permanecía con
la cabeza desdeñosamente echada atrás, y le dije:
yo
—
Don
Manuel, déjelos irse... ¡Al fin
es
una
in
significancia!
Por toda respuesta, don Manuel se volvió hacia
dijo rudamente:
los dos ancianos y les
Eso les pasa por
—
la
y
dejar
a
los
¡No aprenden nunca...!
vayanse luego.
casa.
Ellos,
no
chiquillos
Ahora tomen
bien escucharon estas
palabras,
solos
su
en
leña
cuando
agilidad de la que no se les habría creído
capaces, se abalanzaron hacia los haces de leña, se
los echaron a la cabeza y mascullando bendiciones
con una
y
agradecimientos
se
marcharon
rápidamente.
DÍAS
DE
CAMPO
127
Entre tanto, don Manuel murmuraba entre dientes
al ponernos en camino:
Con este sistema, vamos
—
a
tener
cerca
algu
na vez.
Y mientras
giosa
de la
me
en
medio de la calma reli
noche, que caía rápidamente,
cía que el cielo
ble
alejaba
contemplara
amenazador
me
e
pare
implaca
la tierra envuelta ya en las sombras, velada
la
niebla inmóvil que cubría por completo la
por
muda extensión de los campos. Volví la vista hacia
atrás, y allí, en lo alto de la línea férrea, divisé to
a
los dos ancianos que,
grandes haces de leña a la
davía
a
encorvados, con sus
cabeza, se perdían
poco a poco en la bruma, como dos fúnebres silue
tas de miseria y sufrimiento, bajo el cielo tempes
tuoso
donde
meras
estrellas.
principiaba
a
brillar el
oro
de las
pri
LA
SEÑORA
9
A Antonio
Bórquez
Solar
Nacía ya
tres horas que galopaba sin descansar,
mi
de
mozo, por aquel camino que se me
seguido
hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la
tarde
en
todo el
rigor
de
Enero, el
que inundaba a mi fatigado caballo,
una
ansja devoradora de llegar, de
Me volví
impaciente hacia el
acompañaba, diciéndole:
Pero al fin ¿dónde está ese
mismo sudor
producían
llegar pronto.
me
muchacho que
me
tal don Daniel Ru
—
bio?
—
me
.,
Es allí
cerquita,
a
contestó, haciendo
y sin
dejar
de
la vuelta de
un
lento
galopar.
A ambos lados del camino
se
potreros sin agua, cubiertos de
que hería la
beraban
con
aquella alameda,
signo con la mano
extendían
un
pastillo
grandes
blanco
y donde los rayos del sol rever
fuerza. A lo lejos, la enorme mole vio-
vista,
FEDERICO
132
lacea de los Andes,
gía
con
GANA
de
despojada
violenta claridad sobre
sus
un
en
que
dadero sacrificio.
ese
viaje
pensaba
convertía
se
emer
cielo sin nubes,
pálido y brillante.
Y yo, inclinado sobre mi caballo,
desaliento
nieves,
en un
con
ver
En
aquella época, mi padre, aprovechando mis
vacaciones, ocupábame, de cuando en cuan
en
contratarle
do,
bueyes para el trabajo de la próxi
ma siembra. Y yo cumplía tales comisiones con pla
cer, porque ellas me permitían emprender largas
ocios de
caballo por los alrededores. Muchos de
viajes me proporcionaron la oportunidad de
correrías
estos
a
hacer más de
una
visita bien
agradable para mis
veces regresé de es
no sé qué dulce nos
ilusiones de veinte años; varias
peregrinaciones sintiendo
talgia en el corazón, a la que tal
tas
vez no era
extraña
cierta cabellera negra o rubia que divisara, a la des
pedida, en el corredor, a través de la reja y los na
de campo... Según las informa
ciones que había tomado la víspera, don Daniel
Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero; y en su
ranjos
casa
vas
de
una casa
nada había que
sentimentales.
pudiera halagar
De esta certidumbre
provenían tal
cio y mi mal humor.
A medida que avanzaba, el
mis
vez
expectati
mi
cansan
paisaje principiaba
a
Añosos álamos y sauces daban sombra al
camino; divisaba verdura, chácaras, pastales de tré-
variar.
DÍAS
cuando,
en
Ya estamos
De
la alameda, asomaban
tras
humeantes ranchos de
—
133
vacunos, aguas corrientes...
bol, animales
do
DE CAMPO
algunos
inquilinos.
lo de don Daniel
en
cuan
—
me
dijo
el
mozo.
interesaba, contemplando el buen cultivo
tierra, la excelencia de los cierros, mil peque
Y yo
de la
me
ños detalles que revelaban la
de
una mano
avezada
a
vigilancia
y el
las labores de la
trabajo
agricul
tura.
—
¿Cuántas
cuadras tiene el fundo?
pregunté
al
mozo.
—
Trescientas cuadras
dando, y ahora
tierras
te
—
me
con su
regadas. Principió arren
trabajo ha comprado estas
contestó.
Llegábamos ya al fin de la alameda, y un instan
después tenía ante mí una reja de madera pinta
da de
blanco,
a
través de la cual
huerta de hortalizas y
un
edificio,
sencilla y primitiva,
tura
guas construcciones
peculiar
campesinas:
tejas, bajas murallas, anchos
se
divisaba
con esa
en
arquitec
nuestras
enorme
una
anti
techo de
y sombríos corredores.
el mozo, y pasando frente a
la casa entramos por una ancha puerta de golpe
que daba a un caminillo bordeado de acacias.
—
Aquí
es
—
me
dijo
En el fondo de este camino,
una
un
hombre
recer,
en
con
bajo
la sombra de
caballo ensillado, veíase
la cabeza inclinada, ocupado, al pa
ramada, al lado de
arreglar
un
una correa
de la brida.
FEDERICO GANA
134
A pesar de los furiosos ladridos de un perro que
a recibirnos y que mi mozo se esforzaba en
salió
espantar, el hombre continuaba afanado
en su
tra
bajo.
Daniel Rubio está
¿Don
—
en
casa?
pregunté
con
fuerte.
voz
El hombre alzó la cabeza,
mirada
tranquila
y
me
fijó en nosotros una
contestó sosegadamente, con
cierta reticencia:
—
Con él habla...
Quien así me respondía era un individuo alto,
obeso, poderosamente constituido. Representaba de
cuarenta
común
a
y cinco
manta
queña
a
nuestros
cincuenta años, y vestía el traje
mayordomos de haciendas: pe
listada, chaqueta corta, pantalones
bombachos de diablo
sombrero de
paja
fuerte,
enormes
espuelas
de anchas alas. Su rostro
y
cobrizo,
de facciones gruesas y duras, singularizábase por el
estrabismo y la inmovilidad de una de sus negras
pupilas
nía
un
que parecía cristalizada, mientras la otra te
brillo y una vivacidad extraña. Contemplan
do esta
fisonomía, involuntariamente me pasó por
vulgar: «No me gustaría encon
trarme con este sujeto por un camino solitario».
Nos han dado noticias que tenía bueyes
le
la cabeza esta frase
—
—
dije.
—
Sí, hay algunos
volviendo el rostro
—
¿Podríamos
—
me
a un
verlos?
contestó
lado.
—
agregué.
con
indiferencia^
DÍAS
DE CAMPO
135
Por toda respuesta tomó las riendas del
que a su lado estaba, subió rápidamente y,
de nosotros, se dirigió al interior del fundo.
caballo,
seguido
Durante nuestra excursión por los potreros, tuve
ocasión de observar que mi acompañante era per
sona inteligente, en todo lo que a campo se refería;
el curso de
vez en
y esto lo demostró más de una
del ne
motivo
la conversación que sostuvimos con
gocio
de los
bueyes. Sus
modales
eran
rudos,
como
de hombre de pocas letras; sus palabras breves y
terminantes; pero, a través de toda esta exteriori
dad poco agradable, había en su persona no sé qué
aire de honradez y de seriedad que, insensiblemente
inspiraba respeto, ya que no simpatía.
Por fin el negocio se arregló satisfactoriamente,
la noche caía ya
a
la
en
y
el horizonte, cuando regresamos
casa.
Todo lo que usted ha visto lo he formado yo
estas manos
dijo don Daniel, respondiendo a
—
con
—
mis felicitaciones por el buen
pie
en
que veía
su
ha
cienda.
—
Usted
piendo
ahí
mis
se
quedará
excusas
a
alojar
llamó
a
—
un
agregó; e interrum
trabajador que por
andaba, ordenándole que desensillara los
ca
ballos.
Y, después,
No
—
se
me
dijo:
hay
apure, que
Pero antes que todo,
es
hora; y
nos
donde tender los huesos.
vamos a mascar
dirigimos
a
la
casa.
algo,
que ya
136
FEDERICO GANA
de atravesar el obscuro
Después
mos a una
pieza
que daba al
corredor,
pasadizo
entra.
y que servía
de comedor.
La
estaba encendida y la sopa humeaba
pequeña mesa, puesta con gran decencia
lámpara
sobre
una
limpieza. No parecía aquel un comedor de soltero.
Aquí y allá, sobre el mantel inmaculado, había gran
des maceteros con flores frescas y hojas verdes; las
servilletas tenían cierto arreglo peculiar; el vino bri
llaba en las garrafas de vidrio, y en las paredes vi
diferentes estampas de santos que no dejaron de
y
llamarme la atención.
A
indicación de don
una
Daniel,
la mesa; pero
cumplimiento,
luego
me de pie precipitadamente,
porque
a
abrió
me
tuve
senté, sin
que poner
frente
a
mí
se
puerta y entró una persona. Era una an
ciana de cabellos blancos y elevada estatura, vestida
de negro.
una
Me hizo
Daniel
—
nos
una
ceremoniosa
presentaba:
La señora Carmen
En
reverencia, mientras don
seguida
ella
se
Mancilla,
sentó
a
el señor...
la cabecera de la
mesa.
Yo observaba
En
su
luminosa de
cianas,
leñal,
con
interés
rostro extenuado y
la recién venida.
pálido,
con esa
palidez
personas extremadamente an
hundida boca, en su fina nariz agui-
algunas
en su
en sus
a
grandes ojos claros, vagaba una
tranquilidad. Parecía sonreír a
sión de dulce
expre
cierto
DÍAS DE CAMPO
137
alegre pensamiento interior, mientras servía trabajo
la sopa con sus largas manos temblorosas,
samente
donde resaltaban las
Se detuvo
mente,
por
si buscara
como
fin,
me
dijo
mi
un
con una
El señor, si
—
y los nervios.
venas
instante, contemplándome
un
no
y debe
nombre)
(nombró a unos tíos
de mi nacimiento).
tema de
conversación, y,
vocesita cascada:
he oído
ser
curiosa
mal,
se
pariente
llama
(aquí dijo
de los señores...
abuelos míos, enterrados
antes
Al escuchar mi respuesta afirmativa, continuó
gran animación:
Yo los conocí
—
venían
siempre
mucho cuando
a casa
eran
con
solteros...
de mi marido. Entonces reci
bíamos mucha gente. ¡Qué alegres eran! Daniel ¿te
acuerdas del baile que dio el gobernador? Pero, es
verdad, tú
no
estabas
con
hasta el amanecer, y
voladores. Recuerdo que
mos
cueca.
nosotros todavía.
en
a
el corredor
mi
Pero entonces los jóvenes
Sus tíos,
siempre
grandes regalos...
que venían
a
me
Baila
quemaban
hicieron bailar
muy corteses...
vernos, nos traían
eran
Mientras la señora hablaba así, don Daniel la
contemplaba con aire cohibido y obsecuente, echán
silencio los bocados y sirviéndose, a cada
instante, grandes vasos de vino. La única pupila que
podía mover estaba inquieta, húmeda y brillante, y
dose
en
parecía decirme:
la pena.
—
Escúchela
con
atención que vale
138
Y
FEDERICO GANA
al mismo tiempo que continuaba su charla
alegre volubilidad, me servía los platos con
toda clase de miramientos, dirigiéndome signos de
inteligencia, como indicándome que esa conversa
ción sólo nosotros podíamos comprenderla.
De repente me dijo:
¿Qué ha sido de esos jóvenes, de sus tíos? Sé
que uno se casó en Santiago, y que ha tenido mu
chos hijos.
¡Han muerto todos, señora, hace muchos años!
Al escuchar estas palabras, me contempló estu
pefacta, suspiró hondamente, se puso la palma de
la mano en la barba, inclinó su cabeza blanca y pa
ella,
con
—
—
reció abismarse
en sus
reflexiones.
A medida que la comida llegaba a su fin, hacíase
más notable el contraste que formaban los modales
finos, insinuantes,
casi aristocráticos de
esa
viejeci-
los desmañados y selváticos de mi huésped.
Observé que el rostro de éste estaba encendido por
ta,
con
las frecuentes libaciones y que poco a poco salía de
su mutismo hablando de diferentes
tópicos.
Por
la anciana se levantó de su asiento y me
fría y descarnada mano, diciéndome:
Usted se queda esta noche aquí. Voy a arre
tendió
—
fin,
su
glar algo allá adentro... En seguida volvióse hacia
mi huésped e inclinándose a su oído, le dijo en voz
baja:
—
No bebas mucho. Cuidado
dades...
con
las enferme
DÍAS
CAMPO
DE
139
Cuando ella salió, el tosco y moreno semblante
parecía iluminarse con una sonrisa,
de don Daniel
velaban dulcemente y sus gruesos la
bios temblaban como si deseara decirme algo.
pupilas
sus
se
que el vino
Comprendí
principiaba
a
hacer
su
efecto.
fin, rompí el silencio diciándole:
Al
señora
¿La
—
—
—
no es su
madre?
Nó.
Y
¿Su parienta tal vez?
aproximó
Don Daniel
perdone...
silencio
en
botella,
una
llenó hasta los bordes los vasos, bebió el suyo de
sorbo, y, limpiándose los labios, contestó:
Nó, señor, la persona que usted ha visto no es
mi madre, ni mi parienta, es la señora, la señora de
un
—
concluyó con
orgullo indefinible,
esta casa
cierto
bre la
—
un
acento
dando
un
que vibraba
ligero golpe
so
mesa.
Después
se
pasó
la
mano
por la cabeza
con aire
deciso, y mirándome fijamente,
siguió
en
como
in
resuelto,
diciendo:
Como usted lo ha de saber al fin, si es que ya
lo sabe, voy acontarle lo que hay en esto. Y para
—
no
principiar,
le diré que yo,
aquí
donde usted
me
ve,
madre; soy de esos que na
padre
cen en cualquier parte, sin saber cómo. Hasta la
edad de siete años lo he pasado por ahí, como los
no
he conocido
perros sin
gió
y
me
ni
amo.
llevó
Un día vino
a su casa.
esta señora, me reco
Allí he crecido, señor, sir-
FEDERICO GANA
140
viéndole
Ella
me
ella y a sus hijos; y no me avergüenzo...
puso la cartilla en la mano, ella me enseñó
a
lo que poco que sé y
mandó
me
a
la
escuela, por
que era una señora como ahora no las hay.
yo salí a buscar la vida y trabajé en lo que
a
mano:
se
necesitaba
necesitaba
un
Después
me
vino
albañil, allí estaba yo;
se
herrero, pues
buscarme; y así fui
formando mi capitalito. Eso sí, no me he casado
un
a
nunca, porque las mujeres... en fin, no hablemos de
ellas. Pasaron los años y los años; y yo siempre iba
a ver a mi señora, llevándole
cualquier regalito. Al
fin
marido
murió y sus
ballero había sido gastador,
y
su
no
dejó
casi nada.
hijos
se
casaron.
El
ca
caballero que era,
los pleitos, los tinte
como
Después
rillos y todo lo demás que usted sabe, fueron lleván
dose lo poco que quedaba, y aquí tiene usted a mi
sin
señora
tener
un
mal pan que llevar
Yo, que estaba arrendando
una
me
presenté y le
usted ande sufriendo.
allá,
de
su
a
la boca.
fundo,
que
fué mío, sabiendo que ella estaba en casa
amiga, digamos como de limosna, me fui
después
de
entonces este
dije: Señora, no permito que
Véngase a su casa, a la casa
—
chino, que ahí nada le faltará. Usted será la
siempre lo ha sido. No me desprecie.
levantó, la pobre vieja y vino y me abrazó
llorando, y aquí tengo a mi viejecita hasta que se
muera: ella es mi madre, todo lo
que tengo en el
mundo... Y si yo trabajo y gano algo, es para dár
señora,
como
Y ella
se
selo
ella!
a
DÍAS
Al terminar este
gruesa cabeza
gris
DE
CAMPO
relato,
y
se
141
don Daniel
inclinó
cubrió la frente
su
con
las
dirigió
una
manos.
Después
se
levantó bruscamente,
me
mirada torva y murmuró entre dientes:
Usted estará cansado y ya es hora de dormir.
—
Y
en
había
silencio fué
a
indicarme la
pieza
que
se me
preparado.
Al día
siguiente desperté temprano. En el corre
espuelas. Me vestí con presteza y
dor oía ruido de
y salí de mi habitación. Allí estaba don Daniel pa
seándose.
Tomamos el
desayuno hablando de cosas indife
fin,
despedí y monté a caballo.
cantaban
los pájaros. El fresco aire
Alegremente
rentes.
Por
me
de la mañana parecía infundirme
una
vida,
una
fuer
extraña.
za
Y
pensaba vagamente
que sentía
del
desbordar
sol, la debía
hombre de cuya
a
en
en
mí
que tal
los
con
alegría,
primeros rayos
vez esa
haber estrechado la
casa
partía.
mano
de
ese
ÍNDICE
!
PÁGS.
La
casa
La
Maiga
-.
.".
-y*£
En las montañas
Casa
9
13
.-.y»
—
25
37
vieja
Paulita
.y^
51
El forastero
65
El clavel
77
rojo
Candelilla
:^
87
Confidencia1., i
I01
Un carácter
109
Crepúsculo .'. .y\
.
La señora
iL.
ll7
l29
Descargar