\ días de campo ni Kvs ■ >.°\> FEDERICO GANA DÍAS DE CAMPO ;niimm: [XI EDICIONES DE "LOS DIEZ" IMPRENTA = UNIVERSITARIA Bandera 130 — igi6 Santiago A UNA A ti, sombra sombra SOMBRA severa y venerada, noble, romántica y caballe resca, este albores de libjsCESBgebido en los r.-{Jg¡s¿4' pflaJescencia. *\ /ni LA CASA iv ■' ' ./; '<-J \*;>- - ;:s\ Ls de la vieja casa de campo años de en de donde adolescencia, presiones. No sé por qué las homenaje que corrieron mis me vienen estas im evoco; será, tal vez, ciertas imágenes lejanas. Aquel enorme techo ;de. tejas, 'hendido en parte, erizado de malezas; /aquellas espaciosas habitacio nes casi desmantelada ¡en laS que/ yo! creía advertir como un a mi regreso tan familiar, en tan a pe/foraíe de humedad queúá^^.Qft&ftfego, e^ descubrir el verano un inesperadas eri~toscajones de los arma antiguos: la querida escopeta de dos cañones desarmada desde mi partida, mi sombrero viejo de anchas alas, una huasca, espuelas. Ahí ¡cuan bien se tantas cosas rios iba a deslizar el Después, tiempo! sentado en el corredor en una gran si" lleta de paja fabricada en el fundo, veía, allá en el fondo del patio, a mi viejo perro de caza, Mario, que venía hacia mí como humillado, estremeciéndo se de placer...! LA MAIGA nj S¡¿r A Rene Brickles /IQUELLA mañana de invierno una me sentía poseído de incomprensible hipocondría. Sentado frente al escritorio, trataba de contraer mi atención sobre el cuaderno de .cuentas del fundo, que tenía abierto ante mí; pero al mirar por la ven el día brumoso y obscuro, los húmedos rama tana jes de los pinos caban sobre otra vez en un y naranjos del jardín, que se desta cielo de leche, volvía a sumerjirme mi triste somnolencia, en mi inmotivado abatimiento. — Hoy no no puedo hacer nada, pen bruscamente de mi asiento y des- hago nada, sé, levantándome perezándome. En ese instante, la puerta del escritorio se abrió, Mario, un gran pointer de pelo y mi perro de caza, café, se lanzó con su acostumbrada violencia sobre mí, haciéndome las más exageradas caricias, i6 FEDERICO GANA ¿Qué haré hoy? pensaba, conteniendo de las jas y las patas al nervioso animal el traje con su piel mojada por el na. Por un instante me regocijó cazar; pero sentía me fatigado que me ore manchaba rocío de la maña la idea de salir para emprender a una marcha, y, además, el pasto estaría demasiado hú medo aun. Entonces me acordé de mi buen de la vecina aldea de Y. Iría co matinal. Veía y arrebolada taba con cara a la el amigo, hacerle párro una redonda, imaginación de fraile gastrónomo; y me su visita seria alen la idea de desvanecer mi aburrimiento con con alegre charla y su grueso vinillo moscatel, que conservaba todo el áspero sabor del lagar de cuero. su Mandé ensillar mi caballo, y un instante después salía. El caballo cia se estremecía de frío y de impacien el corredor. bajo rápidamente, Subí y partí al galope. Una espesa y fría neblina cubría toda la exten sión del horizonte. A ambos lados se extendía la uniforme línea gris de los álamos desnudos de folla je, mojados por la constante llovizna, goteando el agua sobre la tierra negra y fangosa del camino real. De cuando en cuando, un sauce, una gran mata de zarzamora, asomaban sus obscuras siluetas entre bruma; y más allá, la sucesión de potreros tapi zados de trigo naciente, de terrenos recién arados, la de cercas de espino, de alamedas y de vegas, teñían días la niebla con de campo vagos tonos 17 amari verdes, sombríos, blanquecinos. Las perdices se llamaban alegremente en los cercados, y algunos zorzales pa saban muy altos, silbando, sobre mi cabeza... llentos y A poco andar, el camino declinaba bruscamente, desembocando en un ancho y fangoso estero cubier to de lamas y batrales; sus aguas tenían de acero bajo la bruma. un débil reflejo La niebla recogiéndose principiaba como un a romperse rápidamente, inmenso telón de teatro hacia lejanas. Sobre los surcos obscuros y los pantanos, vagaban todavía algunos tenues vapo res; el aire adquiría una intensa claridad bajo las las montañas nubes espesas, y un soplo de extraña calma adormecer todo el paisaje. Después pedregoso, ma de las sales, de pasar el estero, en divisé el cementerio del tapias ruinosas, asomaban entre algunos un parecía alto árido y enci lugar. Por viejos sauces mausoleos: ro y enormes co lumnas truncadas teñidas de cal, ángeles de yeso, grandes cruces negras con adornos de papel blan co. ¡Pobres muestras de la vanidad lugareña! En el corredor de la sucia y pobre casita del se pulturero, una mujer, embozada en un pañuelo rojo, soplaba el fuego, mientras sus hijos harapientos con los pies desnudos, jugaban en el camino real. Al dar vuelta proviso por un una recodo, me vi detenido de im pequeña partida de hombres caballo. 2 a 18 FEDERICO GANA Era un entierro de Reconocí a pobres, en descanso. algunos inquilinos de las haciendas vecinas. Permanecían casi todos inmóviles sobre sus flacos caballejos, espoleados y sudorosos. En sus rostros tostados por el sol, bajo las gorras algodón azul o los sombreros de anchas alas, va gaba una expresión de tristeza afectada, soñolienta, de casi sonriente... Observé sin dificultad que casi todos esos dolien tes ecuestres estaban ebrios; el alcohol bebido du rante la noche y la el cadáver, madrugada, los excitaba tal vez mientras a esa se velaba inconsciente melancolía. Me barba acerqué gris, un lindantes, y le — a uno de ellos, un viejo campañista de uno de los pregunté en voz baja: ¿A quién llevan? Es a la Maiga, señor, de luenga fundos co Manuel, el me respondió, que vive en las «Tres sacándose lenta y respetuosamente su agujereado ■— la hija de esquinas», don — sombrero. y entonces vi so bre la tierra negra del camino unas angarillas sobre las que se amontonaba un bulto envuelto en una Dirigí la mirada a mi alrededor, harapienta. En la parte superior del vez correspondía al seno, había ata da una pequeña cruz blanca de madera de álamo; y a poca distancia, los angarilleros sentados en el suetela sucia y cuerpo, que tal DÍAS DE CAMPO 19 arremangadas, fumaban tranqui lamente sus cigarrillos de hoja. Contemplaba casi sin atrever a moverme, como entumecido de frío, las angarillas, el bulto negruzco, inmóvil, esos hombres tan pobres... La Margarita, la Maiga: y una imagen de mujer lo con venía a las mangas mi memoria... Yo la había conocido tiempo. Un día nebuloso y frío como éste, acompañado de algunos amigos jóvenes y iba de caza, había detenido me la fonda donde vivía aquella a beber una en otro en que, alegres, copa en muchacha. parecía ver aún su enmarañada cabellera cas taña, sus largas trenzas, sus grandes ojos pardos in clinados ante las bruscas galanterías de mis compa Me de caza, mientras ella sostenía respetuosamente el platillo, esperando que bebiésemos, sonriéndose ñeros como avergonzada... Miré vertí más hacia la tierra, y entonces ad pequeños zapatos manchados de barro una vez unos que sobresalían de la mortaja. No sé si la calma de ese día de invierno o el si aquel cortejo campesino me inclinaban a contemplación; el hecho es que permanecí inmó lencio de la vil sobre mi caballo, observando minuciosamente los detalles de la escena. En medio del círculo de jinetes, había dos indivi duos desmontados, con la cabeza poca distancia del cadáver. El uno era don descubierta, Manuelito, el propietario a de la FEDERICO GANA 20 chingana el Peuco cerías de las «Tres en los Esquinas», alrededores, antiguas quien apodaban a de ciertas rapa a causa y modernas. Era un viejecillo flacu- cho y encorvado, con ese aspecto sucio y miserable que se advierte generalmente en nuestros campesi nos ancianos. Vestía hilacliada, unos larga manta vieja y des pantalones de mezcla muy cortos y una ojotas embarradas. Su rostro escuálido y an guloso, sus ojos pequeños, oblicuos y vivaces; sus cejas que se alzaban a cada instante con un movi miento nervioso y maquinal; su escasa barbilla gris y la contracción de sus delgados labios, le daban una expresión de malicia siniestra. Dirigía rápidas y penetrantes miradas en todas direcciones, como in unas quiriendo la causa de todo cuando, pasaba lentamente bajador aquello; su de cuando mano gruesa por la cabeza amarrada con un rayas coloradas. El otro individuo era un en de tra pañuelo muchacho de elevada de es tatura, esbelto y desgarbado, de rostro muy more no, y al parecer de unos veintidós a veintitrés años. Su de campesino casi nuevo, la pequeña manta de colores resaltantes, el sombrero de pita, las grandes espuelas enchapadas en plata y un pa ñuelo de seda azul que llevaba anudado al cuello, formaban vivo contraste con la pobreza de la indu traje mentaria de los otros dolientes. Permanecía con inmóvil, la cabeza inclinada y los brazos caídos. Sus ojos, enrojecidos y dilatados, fijos con persistente DÍAS atención en como ascuas poco DE CAMPO 21 el cadáver que tenía delante, brillaban bajo las cejas fruncidas. Su barba, un alargada, temblaba convulsivamente. De pronto, el muchacho alzó bruscamente la ca beza, dirigió la mirada hacia un punto indefinido, y, lanzando — ¡Ya un la hondo Maiga suspiro, exclamó con voz fuerte: aposentará más por estas tie no rras! Y volviendo lentamente hacia el luego, rostro contraído que risa, agregó parecía animarse acento de con viejo con una dulce y dolorosa su son recon vención: — Don Manuel, don escuchado cuando le Ud. se Manuelito, si Ud. me hubiese hablé, esto no habría sucedido. acordará de cuando fui a su casa y le dije lo que había. El te viejo, la cabeza al oir estas a otro palabras, volvió violentamen lado, y dijo con tono breve y seco: Y qué sacas con venir a hablar de El muchacho insistía dulcemente: — — Pues ahora eso ahora! cuando hay que hablar, don Ma sepan las cosas, ahora que es el último día... Ud. lo sabía muy bien que la Maiga y yo estábamos palabreados. nuel, El para que viejo es se movió despreciativamente la cabeza, mur murando entre dientes: A buen caballero le iba yo Y en a entregar mi hija. seguida agregó, irónicamente, en voz alta: FEDERICO GANA 22 Ya que estás hablando tanto ¿por qué no aquí cuánto tiempo estuviste en la cárcel? — tas Al escuchar esto, el muchacho le una dijo mirada torva, dirigió al cuen viejo de contenido rencor, y le con voz sorda y amenazadora: Don Manuel, don Manuel, no me venga a decir cargada — esas cosas... De repente, vista, turbada por el alcohol y la cólera, me percibió, y entonces, alzando violenta y descompasadamente los brazos, echando atrás la ca beza su ademán de súplica, avanzó hacia donde yo encontraba, traspiés, enredado en las es puelas y gritándome a grandes voces con ese acento agudo y discordante del ebrio excitado por la pasión: ¡Mi señor, mi caballero, por favor no se vaya; oiga, óigame, porque don Manuel me quiere avergon en dando me — zar aquí, Llegó de sus y yo voy cerca brazos accionaba a contarle a Ud. lo que ha hecho él! de mí, y apoyando el cuello de mi en con el otro, principió a pesadamente uno caballo, mientras hablarme con voz monótona y entrecortada: Mi caballero, y ahí están todos para que ates tigüen si no es cierto lo que digo cuando vivía mi — — — padre, fui un día a ver a don Manuel y le dije: Don a su hija de matrimonio, Manuel, yo he palabreado y vengo a saber si Ud. consiente. Y él me dijo que sí, al principio; pero, después, como le llegaba gente a su casa y la Maiga les cantaba, y como vio que también venían caballeros a gastar por ella, me dijo DÍAS DE CAMPO 23 que nó. Al poco tiempo supe que el negocio iba muy bien, porque los caballeros venían por la Mai ga, y andaban detrás de ella con el consentimiento de don Manuel, que le pegaba condescendiente. Cuando era Manuel la había entregado que recibió, quería venir a su me hija porque no contaron que don caballero, por plata padre era muerto, la Maiga se conmigo, pero yo no quise nunca. Y a un y ya mi ella sufría por mí, y me mandaba recados de que fuese a verla. Casi siempre la encontraba por el ca mino, muy elegante, y ría le se sonreía, y como que que pero yo, que tenía partido el corazón, las espuelas a mi caballo, porque ella ha hablarme; picaba bía andado en cosas que no podía aguantar. Des lo vendí todo pués, y me puse a remoler por culpa de ella, hasta que le di una puñalada a uno, y me metieron a la cárcel; y ahí he estado padeciendo, señor, y todo su hija a causa ha hecho de este hombre que vendió a desgraciado! Y ahora, mi caballero, dígame si no tendré razón para avergonzar a este viejo delante de todo el mundo, ahora que vamos en este entierro a dejar a la Maiga, que se murió de pena porque yo no me acerqué a ella... porque me quería! Al terminar, dejó caer violentamente la cabeza sobre el cuello de mi caballo, restregó con desespe ración la frente contra las crines, y prorrumpió en un largo e inarticulado gemido de borracho... Lo aparté suavemente y me alejé al galope... y me EN LAS MONTAÑAS A Nicolás Peña M E parece verlo todo aun, pero tan lejano, y sin embargo... Allí está el pequeño chalet, y, jardincillo y la senda de arrayanes confusamente, tan los hornos del establecimiento de y negros; más allá, los tapiales a en la entrada, el flor; al frente, fundición, enormes y los potreros, los al río Cachapoal, verdes potreros de alfalfa junto cuyo sordo ruido me parece escuchar todavía. Y estoy allá, en la ribera de ese río, entre aque llas grandes piedras violáceas, lamidas por el agua espumosa, tan lisas, tan extrañas... ¡Cómo brillan sobre la arena los guijarros de colores! Los hay ro jos la sangre, blancos como el alabastro y como el hierro. ¡Cómo caen y desapare la corriente, lanzados por mi mano infantil; como obscuros cen con en qué ruido peñascos! metálico chocan contra los grandes 28 Y FEDERICO veo el seco sauce GANA al lado de los corrales; y también estoy yo, allá arriba, encaramado en sus últimas ramas, como un conquistador, rodeado de harapientos de ambos sexos que, admirados audacia, permanecen desde abajo contemplán dome con la boca abierta. Voy a hacer una pruebai una maroma nunca vista... Los niños gritan, agitan do atemorizados las manecitas; la rama cruje... mi pie resbala, y caigo, caigo pesadamente sobre la rapaces de mi dura tierra. No es nada, me voy levantar al ins a tante; no es nada, y mis rodillas permanecen como clavadas en el suelo. Los niños corren hacia la casa dando alaridos; una sirviente viene azorada; trato levantarme, y ruedo de nuevo por el suelo. La de sirviente extiende me lleva, como un en gran un pañuelo saco, verde y negro y aprieto los" mientras dientes para no gritar y dos gruesas balan por mis mejillas... lágrimas res * * Me veo en * el interior de la casa. Al frente está parrón que da sombra a todo el patio. Mi cuerpo se hunde en las hojas secas que tapizan el suelo al pie de los grandes sauces, que se inclinan el ancho sobre el baño; Regina. Regina mi cabeza reposa rojos las rodillas de y pálida. Tiene los y frescos. es morena y los labios en ojos verdes DÍAS Y Regina y yo DE CAMPO rodeados de tencas, de estamos tordos, de zorzales que 29 y saltan abriendo el alrededor, que tando las alas... Regina hunde la o se acercan nuestro a corren y agi el delan pico mano en tal y les da de comer a los golosos, que se atropellan y nunca se hartan. Y yo siento un placer ine fable contemplando el cielo azul que parece hacerme guiños a través de las ramas, y el triste, el Regina, mientras ella me pasa la largos cabellos de niño. Me apoyo en querido rostro de mano mis su regazo, y por blando duermo, duermo... que habla con Pancho a través de la tapia que da al campo. Yo quiero y admiro a Pancho, porque es el más va Despierto y oigo Es voces. Regina liente y el más joven de los arrieros, porque en in vierno desafía la nieve de las altas cordilleras para la carga de los metales, coge nidos para rega lármelos y también porque ha visto leones y aun se traer dice que ha cazado uno. Me parece escuchar: Señorita, le traigo lo que pidió, los carpinteros. Regina se pone de pie rápidamente y se dirige a la tapia, por encima de la cual asoma la roja e im berbe cara del muchacho bajo una chupalla rota, amarrada a las orejas como un sombrero de mujer. me Ella avanza dando saltitos: es alta, esbelta y viste blanco y rosa. le cuidadosamente Pancho a la pasa Llega tapia y el nido. ¡Cómo se admira Regina, cómo brilla su como una señorita su traje de percal FEDERICO 30 rostro de GANA alegría, contemplando los animalillos! las me rojas que ¡Cómo mi cuando le dice: de Regina amigo, jillas ¡Cuán tas gracias, don Pancho! Usted es muy bueno... No tengo con qué pagarle; y, por fin, le pasa la mano por encima de la pirca. Pancho se aleja arreando sus burros. Oigo el rui do de la campanilla de la tropa, mezclado con una brillan también más nunca — canción... La tarde cae, y Regina acaricia siempre en silen mis cabellos, mientras por sus ojos obscuros pasa como una sombra de tristeza... cio * * * llegado y la fundición principia. Durante la noche, alguien entreabre la ventana, y veo, allá, lejos de la casa, una larga fila de hombres El invierno ha que parecen Charlan, de el en van arrojándose de leña que alimentan el interior del horno insaciable. En lo mano en mano fuego alumbrados por las llamas. demonios ríen y cantan, mientras los trozos alto del cañón de ladrillo brilla siempre una llamita pálida y siniestra, que se destaca con extraña clari dad, como otra luna, sobre el azul sombrío del fir mamento. da. La noche está ¡Oh! ¡qué hermoso, tranquila, fría y perfuma Regina a mi lado murmura cerrando la ventana, y yo me duermo arrullado por las canciones y las risas de los horneros que velan. DÍAS DE CAMPO La nieve ha primera 31 principiado a caer silencio samente: el campo está blanco y sin vida; el río, des bordado, brilla, allá, a la distancia, con reflejos de cobre, y mientras rugen sus aguas embravecidas, silba el viento, y la noche parece envolver en una sombra azul y fúnebre la muda extensión del valle; yo estoy en casa de la lavandera escuchando junto al brasero las historias y los cuentos del anciano pataz, don Isidro. ca Los chicos se estrechan a sus pies, con los rostros enrojecidos por el fuego, ávidos de curiosidad; Re gina, a mi lado, sonríe dulcemente a la llama, y Pancho está sentado frente a ella en un piso bajo. La luz da de lleno lescente, en sus sé por no qué gruesas facciones de ado ojos, animados en sus negros y brillantes ardiente destello de audacia. Se habla de leones, y el viejo continúa, de chupar largamente nos su cigarro, después tendiendo las ma callosas sobre las brasas: — El hombre hacía mucho buscando al león. Por fin, tenía hambre y principió se tiempo que andaba El león encontraron. hacerle gracias, y se le gato... El hombre, que era valiente, se acercó. No tenía sino un puñal. Después no se supo lo que hubo; pero, eso sí, al día siguiente se encontró al hombre muerto, y no muy lejos al ani tendía mal a como un con el cuchillo clavado Calla el narrador, y en el en el corazón. silencio, se oye el agu- FEDERICO 32 GANA do silbido del viento y el ruido profundo del río le jano. Y Pancho dice, entonces, sonriéndose a sí mismo, con voz ronca: ¡Yo sí que he visto una buena! Don Isidro ¿se acuerda de don Simón, el campañista que se heló — hace años? El viejo hace una señal prosigue rápidamente. afirmativa y el muchacho Un día que fui a cargar leña, lo encontré por el El hombre andaba con toda la compañía de cerro. perros que parecían terneros. Los brutos a bailar de gusto, y me gritó: Pancho, ya lo encontré; ahora sí que no se me aquellos llegaban — arranca. — — ¿Qué, don Simón? le contesté. Pues el que hombre). ¿Y por — se comió las vacas! dónde anda? le volví Por a (y se reía el decir. allá, lejos, ¿ves? aquellos quillayes grandes, me dijo; seguía riéndose. Cuando de repen te ¡ha vuelto la bestia! y entonces, don Isidro, ¡quién — entre creído! vengo a ver que traía el león colgando a las ancas del caballo. Para qué le lo hubiera muerto el gusto que tuve y la bulla que hubo cuando llegamos con el regalo. cuento casa Al oir esta relación, el en la viejo sonríe y se soba las palmotean y se levantan en tro al acercándose narrador, y Regina dice en voz pel, manos; los chicos DÍAS baja: Y usted, don DE CAMPO Pancho, 33 cuando anda por serranías ¿no tiene miedo que el león baje y esas se lo coma? Y ¿para qué estaba éste, entonces? contesta el muchacho, alzándose bruscamente la manta y mos — trando la cacha de mientras que lleva al mirada ardiente. puñal un cinto, fija Regina Regina baja los ojos y guarda silencio, clavando en el fuego una mirada vaga y sombría. Se oye una voz aguda y lejana; Regina se pone de pie precipitadamente, diciendo: Me llaman, adiós, don Pancho; y en seguida, sonriéndose: No se arriesgue tanto, pues, por los cerros. Después se estrechan la mano un instante, como avergonzados. Por fin ella me envuelve en su tibio pañuelo y me alza en brazos, mientras el muchacho, siguiéndola hasta la puerta, murmura con voz apa gada. ¡Quién fuera el patroncito! en su — — * * * Ya ha llegado la primavera y con ella el pago ge neral de la faena de invierno. Desde por la mañana, veo a mi padre en el escritorio inclinado sobre unos grandes cuadernos, mientras chan los mineros. ¡Qué ¡Qué en el corredor divertidos negras las caras! Y las venas son estre se los trajes! de los brazos bustos parecen cuerdas. 3 ro FEDERICO GANA 34 A la entrada de los potreros se ha construido una gran ramada el día anterior; y allá hay grandes toneles de vino y mujeres pintarrajeadas sobre un elevado tabladillo. Ya la fiesta comienza, y desde la casa se oyen las voces agudas de las cantoras, los gritos Yo, y los ruidos de las castañuelas. que he andado atisbándolo todo cuidadosa mente, he visto por una rendija del pajal a Juan, el criado de la casa, conversando con gran interés con el cocinero, y empinándose a cada instante una bo alegres. La fiesta continúa y tella. Estaban muy hay gran animación cuando a pedir dinero La noche llega; todo lo que me rodea. De un borracho hasta la verja pero se le despide, tambaleándose y murmurando insegura; con voz y el hombre se aleja algo entre dientes. cada en cuando, llega en el tumulto y la algazara aumentan más. vez Una gran luz parece envolver como en una au reola a la ramada lejana, una luz que alumbra inten samente la fachada de la casa. Son las fogatas en cendidas por los mineros. Estoy sentado en mi alta mirando De coser a repente, mi se silla, junto a la mesa, madre; pero mis ojos se cierran. oyen unos gritos, unos gritos que parecen sollozos. Regina la la puerta, y poniéndose el corazón, como si la respiración le fal está mano en tase, exclama apoyada con voz en ahogada: DÍAS DE CAMPO — Señorita ¡qué desgracia han herido go... lo traen; Pancho., tan grande! En el pa Ya lo han muerto!... aquí lo traen; aquí viene ¡Dios mío! Y allá, corren a 35 la puerta del a jardín, se ven hacia afuera: los sirvientes se luces. 'Todos agrupan, ex clamando: —Aquí lo traen. Y las luces avanzan siempre. Yo me deslizo por piernas de todos. Ya está aquí. Sobre unas angarillas, traídas por dos mineros, entre las bulto. Con la luz indecisa de dos velas que vacilan con el viento, veo algo que me hace estre viene un el rostro de Pancho, de mi amigo. Está un lienzo; los ojos están abiertos y mecer: es blanco como fijos; las cejas se fruncen, respira y a cada instante ruidosamente. Todos mente, se en inclinan hacia él y lo está ahí Regina no se acerca pero la mirada contemplan fija silencio. fija con también, de pie, detrás de todos; al herido; permanece inmóvil, con profunda atención en la espalda de los mineros que tiene delante, mientras todo cuerpo se agita convulsivamente. Alguien mientras dica; ven ordena se envié otros proponen se a buscar al mande buscar su médico, a la mé pero los hombres que traen las angarillas mué. la cabeza, murmurando sordamente algo en voz baja. 36 FEDERICO Se lo llevan a la casa GANA de la lavandera, se lo llevan, y el corredor queda obscuro y desierto. La casa está trastornada, se dan órdenes en voz alta y se oye ruido de caballos. Voy a la pieza de mi madre, y la encuentro llo rando. Me paseo indeciso por el corredor y, por fin, me dirijo a la cocina. Y al entrar, brillar un la luz mortecina del muy blanco, allá, entre fogón veo las sombras, en rincón. Me acerco Es Regina. rece el algo con que más. Está de bruces murmura algo, el suelo y me pa golpeando su cabeza contra en pavimento. Le tomo — una mano, diciéndole: Regina, Regina ¿qué Me rechaza con tienes? violencia, exclamando: Déjeme llorar ¡por Dios!... déjeme llorar... y continúa cuchicheando, como si contara un secreto — a la tierra: — ¡Oh! Dios mío ¡Pancho! / CASA VIEJA |_)e bastante mal humor subí a caballo aquel día para acudir al llamado de mi vecino. Poco me preo cupaba la política entonces, y menos me he aficio después, de modo que no me hacía nada de gracia aquello de ir a servir de secretario ad honorem en la junta electoral de la que mi vecino era digno presidente. Pero mi buena forma de letra y el estar cursando leyes en aquella época, me con denaban a hacerles todo el trabajo burocrático a los nado a ella buenos caballeros que debían actuar ese día como vocales en la instalación preparatoria de aquella junta electoral extraordinaria. Taloneando perezosamente mi caballejo, pasé, al tranco, bajo la ancha y ruinosa portada del fundo y salí al camino real. Eran las roso nueve día de de la mañana de principios estío, caldeaba de tal manera tibio y calu sol, un sol de un de Abril. El el aire y la tierra FEDERICO 40 GANA suelta del hondo camino, que parecía fuera la hora de la siesta. A través de los álamos polvorientos y de los sauces, divisaba los potrerillos del fundo en encontraba y los del vecino que a mi frente que se extendían. Los viñedos, cargados de racimos, te me nían un metálico reflejo bajo los rayos del sol; las chácaras habían sido cosechadas ya, y grandes ban dadas de jilgueros se levantaban chillando, a cada de entre los instante, despojos secos les. A la distancia, divisaba el rastrojos, co de los maiza brillante de los oro destacándose sobre el fondo verde y fres de las alamedas y de los Después de cuadras, llegué marchar al lugar potreros empastados. despacio donde como unas esperaba me mi diez ve cino y sus señores vocales. Encontrábame en pre sencia de una casa de campo, que conservaba hue llas de cierta elegancia pasada; pero ahora la esbel de madera que rodeaba el jardincillo del frente se caía a trechos, carcomida por la polilla y ta la reja humedad; el pasto crecía lezas cubrían los las flores, y mesuradamente hojas En los senderos, prados viejo sauce, un mada para atar los que éste en donde antes se las ma cultivaban que servía como de ra caballos, había tendido tan des sus espesas aparecía hundido a ramas sobre el techo, trechos y cubierto de secas. el corredor, a través de las enredaderas, vi, paseándose, a mi vecino don Rafael La Puente que, al parecer, me esperaba con impaciencia. DÍAS 41 DE CAMPO Al divisarme, salió hasta el caminillo de entrada, con su habitual viveza, haciéndome amistosos sig nos de bienvenida mientras como estatura, años, pero el cabello y las barbas que aun que pareciese mucho más joven. alegría, dominarle, le de sus cincuenta escuálido cuerpo y tenía negras, hacían su su escasa te aproximaba. me Era hombre, don Rafael, Además, su constan inquietud nerviosa que siempre y el hecho de haberse quedado la permitían contarse todavía entre los parecía soltero, galanes del pueblo. Hacía tres años que arrendaba el fundo vecino al des y se había dedicado a la agricultura, nuestro de retirarse del pués ejército decía, yor. Pero, según rias de campo era absoluta, más el uniéndose a esto que intrigas políticas lugareñas y de ocupaba la vida, que de sus trabajos agrí alegremente de se pasar grado de ma ignorancia en mate con su se colas. que tenía la hacienda y del desorden que reinaba en el inte rior de su casa, que se veía siempre llena de alegres compañeros de placer, atraídos por su desprendi Estas eran las causas del abandono en juvenil buen humor. Aquí lo estamos esperando, señor letrado, para nos fabrique esas actas; me dijo sonriéndose y miento y — que estrechándome cordialmente la adentro, están los compañeros pasar el rato; agregó. Y, con mano. — Por aquí, desayunándose para estas palabras, entra- FEDERICO GANA 42 mos fombra, ras de sala casi desmantelada y sin al juzgar por ciertos trozos de moldu vasta a una que que, a el techo en papel veían y por algunos retazos doradas que aun quedaban en debió de haber sido el salón de aque con se flores las murallas, lla casa en otros tiempos. de esa habitación, alrededor de escritorio, divisé a los cuatro señores vocales ocupados, a lo que se veía, en la grata tarea de vaciar un gran jarro de vino, después de haber hecho los honores competentes a un asado, cuyos En extremo un una mesa restos de estaban sobre la manecían sentados en Estos caballeros per perezosas actitudes de aburri mesa. adormecidos por las frecuentes liba la abundancia ciones y proverbial de esos desayunos campesinos. Como de costumbre, Pedrito Sepúlve- miento, como da, el amigo inseparable y obligado comensal de don Rafael, les servía oficiosamente de Ganimedes hacer todo el gasto de la conversación. Su rostro anguloso, picado de viruelas, estaba enrojeci y parecía do por el vino, y en sus pequeños ojos negros, en las profundas arrugas que surcaban su prematura calva, brillaba una expresión taimada y socarrona de contagiosa alegría. Al verme, se puso de pie, con el vaso en la mano, exclamando: — ¡Por fin! ya de apuros! sacar Saludé a apareció los demás el hombre que vocales, probé nos va el vino que a se DÍAS ofrecía, me e DE CAMPO inmediatamente 43 me dispuse, en otra pequeña mesa, ocuparme de mi trabajo, prestan do atención a la conversación mientras lo ejecutaba. a Rodaba y sin ésta, lenta interés, sobre el matri al tapete por la obligada monio, asociación de ideas que despertaba la presencia, en tre los vocales, de don Ramón Alegría, caballero tema traído tal vez años, viudo dos veces y céle dificultades domésticas y pueblo por desdichas conyugales, las que parecían no ha como bre de sus sus sesenta el en sus berlo escarmentado aún, puesto que acababa de ca sarse nuevamente con una bonita muchacha de die ciséis años. La rozagante figura de don Ramón irradiaba la salud, la vida y el contento; sus ojos claros y bon dadosos se humedecían a cada instante, escuchando bromas que se le hacían, mientras su rostro colorado, del que parecía iba a brotar la san las picantes gre, se como congestionaba el de Este — un niño a en un acceso quien se de risa y de tos, hiciera cosquillas. que nos da el nosotros, pobre solteros, le decía Pedrito, cariñosamente el hombro. Y con ésta es el varón fuerte, el gallo ejemplo a palmoteándole tres; y de seguro que ya se estará preparan do para enterrarla y seguir con la cuarta. ¡Hay que ya van mandarlo — a la exposición! hablan, replicaba don Ramón, De envidia do hacia atrás la silla. su echan blanca cabeza y arrellenándose en FEDERICO GANA 44 — Y claro que de envidia... ¡ya nos quisiéramos en su lugar! le contestaba don Rafael. encontrar Sólo los viciosos y los flojos se quedan solte lo ros; que es los hombres de trabajo, se casan, con tinuaba don Ramón, mirando desdeñosamente al — techo. — Lo que falta ahora cinto, decía viejo como Pedrito; es se nos case que con estas palabras de ochenta años, de rostro don aludía Ja a un escuálido, po bremente vestido, cuyo silencio y encogimiento de nunciaban a las claras la humildad de su condición. — Esas liente — cosas sólo las hace don contestaba titubeando el Nó; quien debe blando formalmente, deje patriota, muestras — Yo casarse es Ramón, que es va interpelado. de entre nosotros, ha don Modesto, para que nos Yo, como militar y de la madera. lo celebraría. me casé, don Rafael, hace ya muchos y... ¡con nueve! lo que todavía no años. ha hecho don Rafael. ral, era así contestaba con una voz grave y gutu don Modesto Arredondo. Vestido con una Quien y fina manta de lana de vicuña, que hacía resaltar la excesiva prominencia de su abdomen elegante y la amplitud desmesurada desto ofrecía el más puro acomodados. Frisaría en su tes barba, de sus tipo sus espaldas, de don Mo nuestros huasos cincuenta años; pero que ya blanqueba, sus morenas y colgan mejillas de tonos violáceos, las numerosas arru- DÍAS DE CAMPO 45 gas que cruzaban su estrecha frente y el aspecto de fatiga que se advertía en sus grandes ojos soñolien tos, echábanle más edad. Al verlo así, la cabeza con inclinada sobre el pecho, con los ojos medios cerra dos, parecía sumergido en un dulce ensueño gastro nómico. Contábanse de él, a este respecto, excesos y hazañas dignas de Pantagruel, después de los cua les siempre se quedaba completamente tranquilo, Esta cualidad verdaderamente admirada campos, su honradez, cia que en materias y autoridad mi señor don prestigio — Sí, gravemente su buen agrícolas en aquellos Rafael, don Modesto — en nuestros juicio y la experien tenía, dábanle gran es contornos. la verdad estoy casado — repetía con ocho! Puede decirse que desde que tengo uso de razón trabajo para mis hermanas solteras; ellas forman la familia que hay que sostener, y por casado nunca de veras. Después de estas palabras, eso no me don Modesto he dirigió -una mirada vaga y triste a través de la ventana, por la que se divisaba el árido y abandonado jardín; en seguida, contempló un instante el destruido techo de la habitación, cuyas desclavadas tablas amenazaban caer sobre las cabezas de los circunstantes, y, por último, alzando su gruesa mano empuñada, exclamó con voz profunda: ¡Y pensar, señor, que yo he edificado esta casa, donde antes no había sino piedras y espinales! — 46 FEDERICO GANA — Entonces, don Modesto ¿usted también ha bajado en este desto — — — le preguntó jardín lo mis hermanas cuando jugado pieza levanté este tra don Rafael. don Mo repuso brevemente fué mío. Ese esto han a Rafael don Sí, — fundo? planté yo... Ahí chicas. Pieza eran edificio... Usted sabe, don Ra los que no somos ricos todo esto: primero hay que reunir los materiales poco a poco, y así lo demás. ¡Cuánto placer no da cuando món, lo que se ven nos a subir las murallas!... Y después, adentro... Cuando encuentra se cuesta se cuando estrenó uno este sa acuerdo que dimos una lón en que estamos, fiestecita. Mis hermanas sabían tocar... vinieron casi me todos los vecinos... ¡entonces estaba recién pinta do, nuevecito... y nos divertimos hasta el amane ¡Con qué placer me fui acostar esa mañana!... ¿A quiép le compró esta propiedad? le inte cer... — — rrumpió — don Rafael. compré, don Rafael; la recibí como he padre; pero entonces no era sino un terreno pedregoso, sin agua, sin cierros, No la rencia de mi pedazo sin de casas... capitales; me yo lo hice lo que pero encontré en un la feria sando, de repente hombre cio? — me con dijo: trabajador ¿quiere ¿Cuál? le pregunté. — es día, hace de ahora... No tenía esto algunos años, Daniel Rubio. Conver «Don que — Modesto, usted es hagamos un nego Tengo por ahí unos quince mil pesos que no hallo qué hacer con ellos; tómelos usted y vayase a la Argentina a traer vacas; DÍAS DE CAMPO vamos en señor, y medias». Pues me compré vaquillas. fui 47 a la Cuatro mi Argentina, meses anduve puro suelo por la Pampa. Entonces yo era joven y podía hacer esas gracias. Llegué con mi ganado y casi triplicamos el capital. Con esta plata se me ocurrió darle agua al fundo, y después durmiendo a de mucho estudiar me salí con la mía. ¡Qué pastos grande daba verlo todo verdecito, donde antes llegaban a doler los ojos con la sequedad! Y aquí seguí trabajando firme, porque aquellos! ¡Qué gusto este asunto tan del campo, don Rafael, para... que Al terminar, don Modesto cerró es una rueda nunca se ojos, mientras sus cejas se a los medias contraían levemente. ¿Y cómo fué a dejar esta propiedad tan bonita? preguntó don Rafael. Al oir estas palabras, don Modesto se estremeció — le violentamente lo, murmuró — ¡Ah! en su entre asiento y, mirando hacia el dientes, don Rafael, de lo que ya no sue ahogada: quisiera acordar mejor con voz no me tiene remedio... Guardó silencio un instante, como entorpecido, entregándose a su habi tual somnolencia, y, en seguida, agregó, dando un hondo suspiro: ¡Bien sabe Dios que yo no tuve la culpa de aquella ruina! Como es público lo que pasó enton ces, bien se puede contar para que no se piense otra cosa. Sepúlveda ¿Ud. debe de acordarse de Miguel, mi hermano? Fué de su tiempo. Yo hice — 43 FEDERICO GANA muchacho; yo lo mandé a Santiago a querido sacar de él un abogado médico que hubiese hecho algo por la familia- hombre a ese estudiar. Y habría o un pero él se empeñó en ser comerciante. De Santiago volvió con muy buena letra y biendo bastante de cuentas. Aquí, en el pueblo, qcupó luego en el negocio. en «La Bola de Oro», como sa se interesado Al poco tiempo, se me presentó pi diéndome que lo ayudara para poner tienda aparte. Las hermanas se empeñaron; era despierto, muy amable, fianza gocios daba en hablaban muy bien de él. Le di el Banco para todo lo que quiso. Sus ne y todos marchaban espantado. surtida de todo el tan bien, Tenía la que yo mismo me que tienda más elegante y todos le pueblo compraban. primera casa de altos que hubo aquí. Trasladó su negocio allá, porque decía que estaba estrecho... Me ofrecía pla Todo lo ta... les hacía regalos a mis hermanas Durante algún tiempo, pasábamos quería comprar. Después adquirió un sitio y edificó la por los más ricos... Pero, señor, todo era mentiras y más mentiras, y hojarasca, y deudas, y robos...! ¡Esto son los Bancos, esto es el Comercio! De noso viven, de nuestra sangre, de nuestro trabajo, de la tierra que nos da el trigo segado con nuestro sudor...! ¡Qué sabía yo, qué sabemos nosotros que todo lo compramos con plata, de estos negocios, de tros estos enredos y de estas Y farsas! vino, al fin, lo que tenía que venir... los apu- DÍAS se CAMPO 49 los pleitos...; la quiebra, señor!... la vergüen aplastó a todos!... Él tuvo que mandar que cambiar; por allá está con un empleo. ros... za DE nos lo sentía por mí, sino por mis hermanas... No quisiera acordarme del día que nos vinieron a embargar... ¡Cuándo tuvimos que irnos! A los po Yo no viejos, yo trataba de engañarlos; pero ellos. bien sabían que ya no volverían más aquí muy Después, una murió... Y yo mismo, cuando paso por este camino, vuelvo la cabeza, porque me hace bres daño mirar estos campos... Y ahora, continuó con voz enronquecida, ¡vivi ajeno!... Pero Dios me ha de dar fuerzas recuperar algún día estas tierras de mi padre... mos en para esta lo casa! Puso, al terminar, de de la mesa, su mano dirigió temblorosa toda la habitación y se minado hacía rato; un largo silencio relación, y en el bor la mirada obscurecida por calló. Mi trabajo había ter aprovechándome de él, seguía me a esta despedí rápi damente. Y mientras me alejaba, me parecía que un soplo fatigoso de angustia y desesperación se escapaba de esa vieja casa arruinada y triste... de los verdes campos lejanos. 4 PAULITA LLUEVE, Paulita? le pregunto, abriendo los ojos cargados me de sueño. Lloviendo toda la noche sin descansar, señor, contesta, al mismo tiempo que deposita cuida — dosamente sobre el velador café. En queda se seguida, inmóvil cruza una humeante taza de los brazos sobre el contemplando fijamente, de los vidrios de la ventana, el cielo, de un pecho a y través gris sucio y opaco, cerrado por la lluvia torrencial. Yo, desde mi lecho, diviso confusamente allá, afuera, las silue de los árboles doblados por el fuerte viento del norte; las nubes tenebrosas que vuelan rápidas hacia tas el sur; los campos, de un verde tierno y brumoso, cubiertos de agua; los animales que vagan aquí y allá en los potreros como entumecidos de frío; las gotas que borbotean sin término en las charcas. Con este tiempo tan malo, los animales y los — pobres son templando los que padecen; agrega Paulita, tristemente embebida el paisaje. con FEDERICO GANA 54 Después se vuelve hacia mí y me mira sonriendo, los ojos brillantes, como invitándome a entablar con de una esas tumbrada, charlas matinales en las que tratamos a que la tengo acos de toda largamente la crónica doméstica de la casa de campo, de la que ella está muy impuesta como llavera del fundo que es desde hace largos años. Es una viejecita de pequeña estatura, encorvada por los años y los achaques, vestida de riguroso luto, y a pesar del frío y la humedad de esa maña na de invierno, queño pañuelo za lleva por todo abrigo sino un pe de lana que apenas le cubre la cabe no y el cuello. Sus cabellos grises, ásperos y fuertes, color obscuro y bilioso, su estrecha frente y los pómulos y las mandíbulas muy pronunciadas, de su origen araucano. Sólo los ojos son grandes, negros, rasgados e inteligentes. Por fin le digo. Y ha sabido de José? Al escuchar estas palabras, un destello indefinible de orgullo, de embriaguez y de esperanza, parece nuncian a las claras su — encenderse de súbito parpadean; pidamente en De José, en se acerca a — sus ojos, lecho y me contesta confidencialmente: baja, Josesito, voz de el fondo de mi mi que rá hijo! sí, señor, ¿cómo habla de saber! Está muy en grande por allá, en Antofagasta. Dicen que ya se salió de ese hotel y que ha juntado plata para poner una tienda. Dicen no también que anda muy elegante, que parece todo días de campo 55 caballero. Yo lo decía que Dios había de prote ger a mi hijo tan bueno, tan amante, tan sometido un y respetuoso con su madre. Cuando lo puse a ser vir, el primer sueldo me lo trajo hasta el último dijo: «Aquí tiene, madre, para que sus faltas». Después, cuando salía a verme, siempre me traía cualquier regalito. Decía también que yo ya no estaba para trabajar, que él centavo, y me compre todas se me tan daría para que descansara en mi vejez. Ahora, arreglado, tan cuidadoso de su persona, tan sin interrumpe un instante, apoya la barba en su mano enflaquecida, suspira débilmente, y fijando sus ojos dilatados en el suelo, exclama con voz apagada, como hablándose a sí misma: Y ahora ¡tan lejos de mí el pobre niño! ¿Quién vicios... Se — lo atenderá por allá?... ¿Y le ha escrito desde que dado algún recuerdo? me — Al escuchar estas palabras, se su fué? ¿Le rostro ha man moreno y amarillento parece demudarse de súbito, cierra a medias los ojos y contesta con voz estrangulada, sonriendo pálidamente. Sí... siempre me escribe... desde que se fué, ahí tengo las cartas... se las traeré para que las ha mandado vea... Es tan atento... También me — algunos engañitos. Dice que no se viene, porque no quiere llegar pobre aquí. Suspira con esfuerzo, fija los ojos turbios e inciertos en la abierta ventana, y — continúa: 56 FEDERICO GANA Y pensar que ya va para los tres años que anda allá. por ¡Esto es terrible para una, verse sola en la vejez sin tener a nadie que le cierre los ojos! Guar — da silencio un instante, fijando abatida, te y, y sonrisa: en seguida, en mí su agrega mirada tris con dolorosa grande es la pobre za, porque si yo hubiese tenido algo, José no se me habría ido con ese caballero, su pariente, que le vino a formar tan bonitos planes para llevárselo al norte! Y ese hombre tiene la culpa de que yo esté pade — ¡Ah! señor ¡qué crimen ciendo ahora, termina cólera y desesperación. Trata de garganta; sas boca lágrimas se con voz pero la proseguir, su mas fuerte, vibrante voz se le ahoga en de la convulsivamente; grue ojos encendidos, y resba mejillas rugosas, y, por fin, contrae asoman a sus lan lentamente por sus entrecortado por los sollozos: Y él... allá... al fin del mundo... y yo tendré que morirme aquí como un perro; porque esto me ma murmura con acento tará, ha muerto, señor! esto me Se lleva al pecho las manos, como tratando de desembarazarse de ta, y se algo que la ahogara, se da vuel aleja rápidamente, tambaleándose, con el contraído inclinado hacia tierra y la trémula cabeza hundida en los hombros. rostro DÍAS DE CAMPO 57 * Pocos días frente a de esta escena, estoy sentado después mi escritorio los leyendo tranquilamente diarios, que acaba de traer el correo de la mañana. Por la abierta ventana penetran los tibios rayos del sol de invierno; en el jardín que hay al frente se escucha el lento gotear de los árboles que sacuden el agua de la pasada lluvia, el grito estridente de las golondrinas, el confuso gorjeo de los pájaros dando alegremente al buen tiempo. Grandes, sas nubes blancas del camino espe divisan allá entre los árboles se destacándose inmóviles sobre real, húmedo azul del salu cielo; y gante de vida, cargado un con hálito el el embria poderoso, perfume de las mojada, llega hasta acre silvestres y de la tierra pecho. Todo lo que me rodea, parece nuevo, brillante, claro: los campos, las casas, los montes distantes, hasta la blanca torrecilla del yerbas lo más hondo de mi Cementerio lugareño que contemplo, en lontananza, través de los álamos negruzcos. Yo me siento tam bién ágil, ligero y alegre, con el corazón henchido a de se co no sé qué vaga, indefinible esperanza. De repente, siento que la puerta de la habitación abre suavemente; rápidas pisadas que yo conoz muy bien resuenan Paulita está frente a pequeño envoltorio; tras mí; sus de mí sobre la alfombra. trae labios debajo del brazo agitan como si se un de- FEDERICO GANA 58 searan comunicarme luego algo importante. Con la luz fuerte y clara que penetra por la ventana, su demacrado, pálido y enfermizo; sus negros, circundados de profundas oje violáceas, brillan intensamente con los resplan rostro aparece grandes ojos ras dores de la pero su boca sonríe enigmática, maliciosa... Se inclina a mi oído y me dice miste fiebre; riosamente: Hoy me ha llegado carta de él, sabe? Aquí la traigo para que la vea. ¡Ah! José le ha escrito le digo. Me hace un repetido signo de afirmación con la cabeza, al mismo tiempo que se busca nerviosa mente algo en el pecho. Por fin, saca un pequeño papel todo arrugado y me lo pasa cuidadosamente, — — — diciéndome: para ver qué es lo que ha ahí. puesto Es una breve carta que principia con el consa bido: «Espero que al recibo de ésta se encuentre — Léamela, señor, gozando no, a sus de una completa salud; órdenes. Esta es yo quedo aquí bue para decirle que ya muy me voy a embarcar. Espero sólo juntar algo el para pasaje, porque hay que atravesar el mar. «También le diré que yo no me puedo hacer por aquí, porque no hay día que no me acuerde de luego usted y de todos. También negocio mío es una cantina. es mejor trabajar solo que quería decirle que el Algo gana, porque apatronado. Le man- no se DÍAS do se abrigue este invierno pobre hijo. José Morales.» su epístola, la pausadamente anciana, fruncidas y parece y — Mientras deletreo cejas 59 cositas para que esas acuerde de se DE CAMPO con una sumergida en la mano suave un voz en en la sonrisa dulce y en alta esta mejilla, los las labios, embriagador en sueño. De cuando en cuando, durante la lectura, exhala entrecortado. suspiro un Al terminar, le devuelvo José — de su — es un madre, Ingrato extravío y él su tesoro, diciéndole: se acuerda buen muchacho, porque no es — me la mirada ingrato. contesta con una expresión de mejor, el más ¡cuándo es el hijos! Vea, mire lo que me man da; y principia a desdoblar precipitadamente el pa quete que traía bajo el brazo. Y allí„ sobre la mesa, veo extenderse un pañuelo de colores chillones, de los de rebozo, y un género obscuro de lana, todo en — bueno de todos los muy ordinario. Durante esta exhibición, ella me mira a cada instante con aire inquieto, sonriendo orgullosamente, como diciéndome: ¡Qué le parece! Muy bonito, muy bonito está todo, y la felicito porque, al fin, va a ver a su hijo. — — Si ya pidamente, va a con llegar muy pronto, los ojos ardientes, me contesta llenos de rá lágri mas. Por fin, se aleja con su habitual rapidez, hacién- 6o FEDERICO GANA dome alegres signos con las manos, agitando falmente, como un trofeo, su paquete. triun- * * Dos días que hacer un viaje a San llamaban diversos negocios ur después donde tiago, me * tuve gentes. Regresé una tarde, y conversando con el anciano mayordomo Simón sobre las novedades ocurridas en el fundo durante mi ausencia, le pregunté: Y ¿qué ha habido de nuevo por acá? Lo único que hay de nuevo, señor me con — — testó — — — que doña Paulita está en las últimas. ¡Cómo! le dije sorprendido ¿y qué tiene? Hacía tiempo que andaba enferma, sin querer — es — — decir nada. Usted sabe lo pues se lo pasaba ágil y alentada que era; los días enteros sentada en el corredor mirando para el campo, y tan triste, sin hablar cosa. Ahora, enflaqueciendo de día en día que era una compasión, hasta que se quedó en los huesos. Yo creo también que en mucho entraba la malura de cabeza, porque todo se le volvía hablar de José, que le había escrito, que iba llegar... Allá, siempre a mostrarme las cartas para que se las leyera, y entonces sí que se ponía con tenta. Hace como diez días cayó a la cama... Vino a verla el doctor, y dijo que era consunción, vejez, y que no tenía para qué volver, porque la encontró a mi casa, iba a DÍAS DE 6l CAMPO Ayer traje al señor cura del pueblo para que le pusiese la extremaunción y la confesara. Está muy mala, señor; parece que no pasará de esta sin remedio. noche. — do Vamos verla a — le digo, hondamente conmovi la noticia. con Al entrar a la habitación de la anciana, situada en la parte baja del edificio destinada a la servidumbre, vi a un individuo desconocido, de manta, que estaba el umbral de la puerta, sentado en y para dejarme mente con paso, se puso de el sombrero en la mano. En el interior de la humilde ser de día aun, genes, difundía una su estancia, a vela, colocada frente a claridad triste y pesar de las imá amarillenta; al sirvientes de la casa, arrodilladas mujeres, gunas quien, al verme pie respetuosa aquí y allá sobre la estera, rezaban en voz sorda y monótona. De cuando en cuando, un hondo suspiro ahogado interrumpía en la fúnebre calma que reinaba la habitación. Allá, tinguí en un rincón sepultado el lecho donde la anciana en la sombra, dis En su rostro yacía. terroso, profundamente demacrado, vagaba ya la fría majestad de la muerte. Sus ojos, entreabiertos, velados por una bruma espesa, se fijaban allá, muy lejos, en lo alto; sus labios, fuertemente plega dos, denunciaban el misterioso y terrible trabajo de como destrucción que sus manos operaba por instantes en su ser; delgadas y huesosas vagaban continuase 62 FEDERICO GANA la colcha, como tratando de coger a algo invisible que por el aire vagara, y que mente sobre puñados le escapaba siempre... le digo en voz baja Paulita ¿me conoce? Al escuchar estas palabras, su cabeza rueda lán guida sobre la almohada, volviendo el rostro hacia mí; sus ojos se agrandan bajo las cejas fruncidas, y sus labios se agitan trabajosamente, pareciendo mur murar algo en secreto. De pronto, su semblante se se — — anima y dibuja dulcifica, en su boca — un gesto de íntima satisfacción contraída, y no sé qué se luz interior parece iluminar su frente inmóvil; destellos fujitivos y ardientes se reflejan rápidamente en el fondo de pupilas, cuál los últimos resplandores lámpara próxima a extinguirse; su cuerpo se débilmente agita bajo las ropas, y, por fin, con una voz sorda, lejana, vacilante, entrecortada por el ester tor de la agonía, murmura pausadamente, como en las obscuras de una sueño. un José... Josesito... ¿estás ahí? ¿Has llegado — fin, hijo?... Acércate... pero... ¡tan flaco, al tan distin ¿Por qué te pierdes ahora?... ¡Abrázame... así... Y tan elegante!... ¡Dios te bendiga!... Pero ya te vas... ¡No vuelves mas! Después lanza un grito ronco y profundo; hace una gran aspiración; exhala un leve suspiro, y se con los ojos entreabiertos y sin siempre para queda luz, fijos en el mas allá tenebroso... to! Al ponerme de DÍAS DE CAMPO pie, veo a 63 mi lado al individuo desconocido que estaba sentado a la puerta, cuando entrara. Es un anciano de cabellos grises, pobre mente vestido. Con la cabeza inclinada contempla la muerta. Y yo, para disimular mi ción, murmuro entre dientes: fijamente a Pobre — ¡Tanto José ¡cuánto que quería a su va a emo sentir esta madre; desgracia! hijo! palabras, hace un tan buen El anciano, al escuchar estas violento gesto de negación con la cabeza, y exclama con voz velada, sonriendo irónicamente: José, buen hijo, señor! cuando es culpa de lo que estamos viendo, — ne la él quien tie de que mi po bre comadre... ¿Cómo? — le digo, mirándolo sorprendido... agrega porque desde que se fué al norte, ya no se acordó más de que tenía madre; no le escribió nunca; y como han llegado las noticias Sí, — señor — — de que por allá las está echando de caballero... — ¿Y esas cartas que ella andaba mostrando a todos? Se las escribía yo, señor, que soy su porque la pobre vieja me decía que no — nadie compadre; quería que ingrato. supiera nunca que su hijo era un ¿Y los regalos? Los compraba ella misma en el pueblo — — con sus para venir a enseñarlos aquí en la casa. Yo que ella misma trataba de engañarse al fin, porque no tenía la cabeza buena de tanto sufrir... ahorros, creo 64 FEDERICO GANA ¡Pobre y al doña Paulita, al fin ha dejado de padecer! terminar, el anciano va lentamente allá, en el umbral de la puerta, silencio, meditando, al parecer, da entre las manos. donde con a se sentarse, queda en la barba apoya «EL FORASTERO" 5 Un día que conversaba mayodormo Simón, dijo de repente: de tranquilamente con el viejo diferentes tópicos, este me que nos ha llegado un peón nuevo. la verdad, una buena noticia, por Sabe, señor, — Esta era, a que los trabajadores andaban escasos y las labores de la estación eran múltiples y variadas. Y — ¿cómo se llama ese Se llama don Floro — peón? le pregunté. Retamal, cierto airecillo socarrón que tido. no me murmuró pasó con inadver Y ¿de dónde viene? lejos, de las montañas de Longaví. Pero el hombrecito es viejo... continuó recalcando estas úl timas palabras. Y ¿qué importa, si sabe trabajar? Es que apenas puede ya con sus huesos. Ocúpalo entonces en arar la viña. — De — — — — — Tal vez no alcance a cargar con el arado. 68 — — FEDERICO GANA Ponió abrir a Menos se desagües... podrá barajar con la pala; a la media hora estará cansado. Díle que arranque zarzamora maíz que hay en la bodega... — — allá, Quería mi en o desgrane ese decirle también que yo lo tengo alojado Ahí está desde que llegó... casa... ¿Entonces es solo? Solo, señor, sin nadie en este mundo. Comprendí sin esfuerzo, al llegar a esta parte — — de nuestra conversación, que Simón la había pro movido con el único objeto de darme a conocer que él en era también hombre fin, que se gastaba caritativo, rumboso, el lujo de tener persona, alojados en su casa, Un día que fui nocí al ciano a dar como una vuelta por las viñas, peón forastero. Era, en efecto de sus ochenta años, de elevada nuevo co un an estatu encorvado por la edad y vestía con cierta decencia. Un viejo sombrero de pita cubríale la ca ra, algo beza, gastaba alto tacón. manta de lana de guanaco y botas de Su rostro enflaquecido, pálido y estenuado, poblado larga barba blanca que le llegaba al pecho, era del más puro tipo peninsular, y me hacía pensar involuntariamente en si ese pobre peón anciano e inútil no sería tal vez algún descen diente directo de aquellos primeros soldados espa ñoles, que llegaron a nuestra tierra en los remotos tiempos de la Conquista. de una DÍAS Como decía don 69 DE CAMPO el buen hombre tenia las Simón, fuerzas agotadas por los años. Cogía con sus largos brazos descarnados el grande arado americano, y a mí me parecía crujido de sus viejas angustioso esfuerzo, lo escuchar el ticulaciones, cuando, con vantaba para hundirlo en la tierra ar le y dura. El riendas de cor reseca que guiaba con unas le extraviaba a cada instante entre las pa sar rras, enredándose aquí y allá, quebrando los mientos de la viña recién podada. Los demás traba flaco caballejo deles, se componían la faena, en su mayoría mientras y vigorosos, labraban diez surcos, anciano, a duras penas, conseguía abrir uno, en jadores jóvenes el que medio de bromas y dicharachos: — Este don Floro va a salir acabando con la viña... — Deje tranquilo, abuelo, a ese pobre bruto; no ve que le está diciendo clarito: mejor estaría comiendo pasto, que no andar a encontrones con las parras... — Ya Y el se le arrancó otra viejo, sudoroso, enrojecido, acezando, alientos, corría desalado, tras vez... el caballo con sin los brazos tendidos, fugitivo. Después reanudaba silen ciosamente la abrumadora y estéril tarea, indiferen te, al parecer, a las risas y al barullo de toda aque lla gente moza, robusta y alborozada. Pasan días, llega el sábado, y con él el pago de la semana. Es ya la tarde. de la peonada general El mayordomo trae, como de costumbre, en su gra- FEDERICO GANA 70 cuajada de números y jeroglíficos im planillas de los peones que se agrupan sienta libreta, posibles, las el corredor; y los va llamando uno por uno, al mismo tiempo que descifra trabajosamente los nom en bres y los días de jornal, y apuntándolos en los gos, grave, hace yo voy haciendo los pa libros. Simón, con aire recomendaciones, da paternales conse práctica al entregar el dinero: de aquí derechito donde tu mu ándate Sordo, y llévale esa plata; no te vayas a emborrachar. de moralidad jos — jer, Candelilla, estás muy alcanzado con la hacien da: debes diez pesos; toma dos y no me digas nada, porque entonces no te doy ni un centavo. No me — dejes Se de salir el lunes para que descargues. siguen protestas, risas, murmullos, súplicas te de los deudores: — No tendremos ni para el pan de los chiquillos... algunos; pero Simón, que bien los cono exclaman ce, dos ojos y permanece inflexible. Al fin, to retiran tranquilamente y, al parecer, resig guiña se los nados. ¿Y usted, don Floro, cuántos días nos ha traba jado? dice el mayordomo, con cierto tonillo despre ciativo, dirigiendo una mirada al anciano forastero que, de pie, apoyado en un pilar, permanece silen — cioso, dándole vueltas lentamente a su sombrero de pita. — Ud. lo ha de saber mejor que yo, don Simón; DÍAS eso para está aquí, DE CAMPO contesta 71 secamente el inter pelado. Seis días, a un peso... Le entrego a don Simón el dinero y éste se lo pasa al peón. El pago ha terminado y el mayordo mo se retira. — La noche ha caído ya por completo y yo perma sentado todavía en el corredor, contemplando nezco la nevada cordillera que tengo al frente, que parece muy cercana a través de los gruesos troncos de los álamos del camino i la calma profunda de los potre silenciosos, llenos de sombra... ros De pronto, bulto y de uno dirige presencia no un en se cuya ridad brillar su larga de los pilares, se desprende peón hacia mí. Es el anciano he reparado; veo en barba blanca; la obscu avanza encor vado, respetuosamente, y dice con voz insegura: Señor, antes de retirarme, porque me voy a — de decirle ir mercé... algo ¿Por qué te vas? le pregunto. Porque... Luego lo sabrá... y, además... que ya no estoy para trabajar. Pero es de aquí; quisiera a su — — veo bien otra de lo que quería hablarle... Guarda silencio un instante, y en seguida conti núa, elevando ligeramente el tono de su voz gasta cosa da, de anciano. — Simón le habrá dicho que estoy casa... — Lo sabía, le contesto. alojado en su FEDERICO 72 — Pues bien, quería GANA decir a Ud. antes de irme, que yo tengo mis derechos para estar allá. Yo soy un limosnero Y en estas palabras vibra no en esa casa. fundo acento de un instante, orgullo como ca para reunir donde Ud. Señor, aquí fantasía, yo también — rico. . He vivido un en males y sirvientes indefinible, un pro contenido. Guarda silencio sus me ideas y continúa: ve y aunque parez he sido lo que se llama un lo propio, y con casas y ani a quienes mandar. Esto hace años, señor, muchos años; éramos jóvenes enton ces... Pasábamos buena vida trabajando y gozando en el trabajo... ¿Conoció Ud. Zurita? (Me treinta años habla de ha); un al finado don rico propietario yo le serví... Era un Pancho fallecido buen caballe Todo lo que había al sur del pueblo era de él; los y potreros los tenía llenos de vacunos; no se mataban otros animales en la ciudad que los de él; ro... allá, casa, iba todo el pobrerío a comprar la Yo, señor, cuidaba del ganado, y nunca, puedo decirlo, le faltó una cabeza... Era un buen a su carne... patrón; siempre alegre. ¿En qué fiestas faltaba? Si carreras, ahí estaban sus caballos; si topeaduras, nadie le pasaba sus animales; y bueno para la diversión hasta con los hombres pobres... Mu chos años le serví. Un día me dijo: «Floro, ¿quieres trabajar en lo propio»? Yo me quedé callado, mirán dole. Después me dijo: «Tú eres un muchacho honrado y quiero que hagas plata. Ándate de aquí a la había DÍAS Dehesa; elige a tu DE CAMPO gusto 1 50 73 vaquillas y llévatelas medias». En por diez años para la cordillera... En eran los tiempos en que las vacas valían tonces ca pesos... Me fui, pues, mi señor, a la montaña me estuve diez años invernando en las casas de y allí piedra, que es como decir bajo los peñascos i entre torce la nieve... Era buena uno no vida aquella, señor, porque de tiempo pensar en el frió, ni en los al ver cómo iba cundiendo la crianza... tenía hombres, aquellos diez Pancho, y le dije: Yo, Al fin de don años nos señor, partimos con estoy hecho por modo de quedarme y comprar un voy lo Me compré un suelo así hice. de tierra; y pedazo todo: era para vacunos, para ovejas y para que para siembras. Edifiqué con mis manos una buena casa con su huerto y sus corrales, le planté un parrón -allá; a ver para tener licor do un en los inviernos, y ahí estuve vivien tiempo largo... Una vez, hace de esto muchos años, llegaron por jóvenes Norambueña, a quienes conocía. Eran carreteros y me pidieron alojamiento y talaje para sus bueyes; venían en lo propio; llevaban vino allá unos que vendían muy bien y buscaban corderos y ca bros para llevarlos de retorno. Iban con las mujeres, los perros. Yo los alojé y ellos, porque casi siempre los chiquillos estuve y hasta divirtiendo con me con solo. Ellos eran lo pasaba más que yo, y llegaron de la otra unos amigos mozos entonces, mucho de la diversión. Una noche banda; ahí se hicieron ami- FEDERICO GANA 74 pusieron se gos; que naipes a vino, a cantar y a bailar Después los argentinos sacan monte; y se cerraron a jugar que tomar contento. era un y les ponen daba lástima, y como los carreteros no tenían la ca beza muy buena, aquí tiene, su mercé, que pierden hasta los bueyes de las carretas. Los argentinos les habían ganado todo. cómo volverse. ofrecí casas hay. me Y ahí Yo, que se vi esto prestarles bueyes para pintaban donde decían y Y así se fueron, en ran; pero bueyes, y esperando de llegaron nunca... esto, no que fueran se a sus que tenían de cuanto señor... Pasó el devolvieron los atención quedaban sin tener al día siguiente, les yo no día en tiempo y no ponía mucha día que llega Después a mí me vinieron los tiempos malos y, y principié a empobrecer. Un caballero de Santiago compró un fundo grande, inmediato al mío; y como vio aquella tierra tan bien trabajada, se le abrió el apetito. Se fué al pueblo, vio abogado; el abogado le encontró no sé qué a la compra que yo había he cho, y, entonces, me metieron pleito. Y aquí tengo que venirme a la ciudad y principiar a padecer; todo era tragines y gastos en pago por los papeles y a los tinterillos, y así fué como fui vendiendo todas mis abogado que yo tenía me lo compró el rico; el pleito lo salí perdiendo al fin, las costas me llevaron los animales que me quedaban, y, no mu cho tiempo después, vinieron a quitarme aquellas tierras y me dejaron tan pobre como era antes, y sin cosas. El DÍAS DE CAMPO 75 amparo de nadie, porque don Pancho Zurita era muerto hacía años. Ya nada tenía que hacer en la cordillera, principié los bueyes a y entonces, resolví a venirme por acá y noticiarme de los que me habían traído para ver si se acordaban. Un día jeron que estaban en este fundo, Simón, que es su hermano. en la casa me di de don Llego y nadie me conoce; pregunto por aquellos jóvenes y me anuncian que son muertos hace años; mujer: era la viuda de uno de los finados; estaba vieja, enferma, llena de familia y trabajando sale una al día para mantenerlos. Al fin se acordó; nada tenía » con qué favorecerme, porque ella estaba también de allegada en casa de don Simón. Al fin me ofreció alojamiento, y ahí me pasado, todos estos días ayudándole en lo que podía, calentándome al fuego y mirando las ceni zas... ¡Qué le había de decir si la veía tan pobre como yo!... le digo, Y ¿adonde te vas ahora? A recoger algunas cosas que me quedan por lo he — — — ahí... Guarda silencio nuevamente y humilde — luego agrega con gravedad: Esto era no todo lo que tenía que decirle, señor, quería que usted se quedara creyendo porque yo que yo había estado de Se calla nuevamente allegado por y en seguida acá... agrega en voz 76 alta FEDERICO GANA como hablándose a sí mismo, al ponerse en marcha: — Ha estado de Dios que yo había de morir Y nacer y pobre... con estas palabras zancadas que hacen quecido como el de se aleja temblar una su pobre ferma, y lo veo perderse así borrosa del camino real... andando largo bestia en a grandes cuerpo enfla fatigada y en la sombra vaga y EL CLAVEL ROJO A Francisco Contreras Oí, me dijo, continuando mi amigo, donde Ud. me yo también me he ocupado de letras, hace ya muchos años escribí versos, prosa y hasta afronté ve la y publicación, no diera ni pero honra, todo pasara inadvertido ni dinero, aquí me tiene Ud. como sembrando papas y tratando de hacer plata, para vivir tranquilamente lo mejor que se pueda. Por ahí, en mis cajones, conservo aún algo inédito, revuelto entre blicar papeles; un y ya que Ud. libro me dice que piensa pu le traeré uno de novelas cortas, de estos días modo de algunos de esos ensayos, para que vea aprovecharlo dándole la forma que quiera. Quien así me hablaba en primavera, allá en el fundo, yistas como se encuentran una hermosa mañana de era uno en de tantos nuestra tierra, de ensa esos después de soñar mucho y tentarlo todo sin éxito alguno, terminan por marcharse al campo a que 8o FEDERICO olvidar nes en GANA él muchas heridas ocultas, muchas ilusio fracasadas. acepté el ofrecimiento; y hé ingenuas impresiones, casi iguales sequiara mi buen amigo. Le ahí a esas breves las que me e ob * * Ya he cumplido campo está como * catorce años y la encantada para mí vieja en casa estas de vaca ciones. A mi desatinada turbulencia de otro sucedido una gravedad la ley de extrema. dece como a acaso triste, pero mi tristeza me un siento tan hondamente tiempo, ha Mi vida ahora obe ritmo; estoy tranquilo, a nadie hace mal, y yo enorgullecido. Me paso las horas perdidas sumergido en pensa mientos vagos y profundos, pero tan armoniosos. El vuelo de perfume en de un insecto que atraviesa el espacio, el hoja de madreselvas, me sumergen una éxtasiá sin fin. Siento que mi alma comprende, por fin, su objeto, todo, nada tengo que es perar. La vida se pasará así... Comprendo que soy superior a todos; hablo como y me digo: ya está hecho soñando, desdeñosamente. Ellos creto, No largo pienso; y callo y me muevo rato, de la me sonrío casa en tranquilamente, no mi se con ternura. todo el por mi saben día; me piececilla paseo de es- DÍAS 8l DE CAMPO tudiante, sin hacer nada, deteniéndome a veces de lante del espejo; y, por fin, siento el deseo de ir una vez más a la pieza Allí están costuras y ha venido en a madre dice — de mi madre. ella y mi prima Natalia, ocupadas en tejidos. Natalia tiene quince años y pasar las vacaciones al sonriéndose, Natalia, ocupa a verme este flojo nosotros. Mi con entrar: en desenredar tu madeja. Yo silleta me acerco, baja me siento y tiendo los junto a mi prima en una brazos, mientras ella rodea cuidadosamente las muñecas la me madeja y pelota de lana. Y yo al mirarla, comprendo vagamente mi secre to; mi corazón palpita y se abre contemplando las pesadas madejas de sus cabellos negros peinados a la colegiala, su tersa frente, sus grandes ojos claros, que fija de tiempo en tiempo en mí detenidamente y en cuyo fondo, límpido y sereno, donde brillan rayos de ternura, me parece que se refleja todo mi ser. De repente mi brazo tiembla; la madeja se enre da, me esfuerzo en desenredarla, mientras mi prima me dirije una mirada baja, con la que parece darme las gracias por lo que he hecho. Me inclino aturdi damente a recoger la madeja, mis cabellos rozan el percal del vestido de Natalia y me alzo estremecido con las mejillas encendidas de felicidad. Y después, paseándome por el comedor, pienso principia a con formar la 6 82 FEDERICO vivir así... ¡Ah! — do Pero día viene un a uno Después sus contemplar ojos... ¡No te pi un médico del Es un pueblo vecino a de mis hermanos. del examen del enfermo, el doctor hace últimas recomendaciones casa. sus Dios mío! más, visitar GANA en el viejo salón de la joven elegantemente vestido, de peque estatura, ojos vivos y risa simpática. Habla con aire de afectada desenvoltura y gestos fatigados, ña pronunciando a medias las palabras técnicas, y con templa sonriente a mi prima, que da vueltas lenta mente a su alrededor, con una espresión atenta, co mo si ella sola pudiese comprender lo que él dice. Ella también, de pie, parece abandonarse muelle mente a la admiración que produce, y dirige al mé dico una mirada clara y luminosa, cargada de con fianza y de interés. Yo estoy sentado junto al piano y comparo, con humillación, mis gruesos pantalones de invierno, mi manchada chaqueta de brin y mis gran des y rojas manos de muchacho, con el elegante y tran quilo aspecto del doctor; un tumulto de punzantes inquietudes se alza con violencia en el fondo de mi corazón; y levantándome bruscamente de mi asiento mi habitación y Me paseo agitado por la me voz dirijo a me encierro con llave. pieza, pronunciando en alta frases entrecortadas: — Todo acabó... bado, me no la miraré más. Todo ha aca repito. Siento que es menester hacer algo, algo muy DÍAS grande... DE Ella verá...! Pero nester ahora pensar Y no la miraré... Es me seriamente... Obrar sin demo Estudiaré... ra. 83 CAMPO me digo. dirigiéndome gravemente . a mi mesa de estudio, sobre la que está mi pequeña biblioteca, escojo en tre mis librejos una vieja gramática francesa. (He fracasado en el examen ese año). Es menester recu perar el tiempo perdido, pienso, tendiéndome sobre el sofá y abriendo sosegadamente la gramática. Y leo, leo largo tiempo sin danzan confusamente ante mi entender; las letras vista; y pienso en que ya todo está perdido para mí y en que soy ho rriblemente desgraciado; me esfuerzo en exagerar mi desgracia: una compasión infinita por mi inmensa desventura rece se subirme mientras las y, por apodera a de mí; la garganta; lágrimas nudo amargo pa un mis inundan sin ojos cesar nublan, mejillas; de lágri se mis fin, abrumado de dolor y exhausto quedo dormido con la gramática sobre las Despierto sobresaltado. Alguien empuja la puerta y tamborilea impaciente en los vidrios. A través de los cristales, donde se reflejan los úl timos rayos del sol poniente, diviso confusamente, de mi con alegría mezclada de amargura, el rostro una de prima bajo gran chupalla paja. Viene, como mas, me narices. de costumbre, ña cercana. día, so. es a invitarme Siento que a salir después menester mostrarme con Abro la puerta. a pasear por la vi de lo ocurrido ese ella frío y desdeño 84 FEDERICO GANA Apúrate, vamos luego, dice, golpeando el suelo con — que se hace tarde, el pie; y salimos. me La tarde está tibia y serena. El viento se duerme a poco en las copas de los álamos; pequeñas poco nubes inmóviles bordean el horizonte; el sol se pone sin rayos, y sobre la cordillera, que parece fundirse en el azul, la luna llena, como un gran escudo de plata sube lentamente vapores. Frente a en una nosotros la viña se atmósfera pesada de extiende envuelta en ligera bruma. Mi prima marcha lentamente delante de mí, ho llando con cuidado la yerba, irguiendo la cabeza como para respirar mejor. En su mano lleva un clavel gran rojo, con el que juega distraída; de cuan do en cuando clava en mí una larga y candida mi una rada. Yo la sigo en ciendo saltar las ella va silencio con piedrecillas la cabeza con los y viene entre las parras, yo reguero y contemplo el sol que ella exclama: en un baja, ha pies. Mientras he me poniente. sentado Y oigo Mira, aquí hay uvas maduras ya. Aquí tengo racimo casi negro. El sol se ha puesto; y una gran mancha de oro empañado queda sobre la cordillera de la costa; los — un árboles, los potreros lejanos y la viña se empeque ñecen poco a poco. Mi prima, cansada de correr, está a mi lado silenciosa. Yo contemplo a hurtadillas 85 DÍAS DE CAMPO perfil inmóvil, sus grandes ojos dilatados fijos en el espacio, sus largos cabellos sueltos bajo la chu palla de paja, la pequeña mano que sostiene la me jilla, fundiéndose todo en la sombra y experimento una angustia vaga e infinita. De repente ella murmura en voz baja, sin volver su la cabeza, — yo como era tu Oye; tor? Y ella sí misma: me has dicho que me tienes! busca traía de la casa, me ¿No viste, doc entonces, que era cabellos el clavel que lo tiende en silencio y continúa en sus contemplando el horizonte de la noche. ese contesta sin mirarme: me ideas ¡Qué viejo? En seguida — a inclino hacia ella y le digo: confiésame esto: ¿Te casarías con Entonces — hablándose estás triste hoy? ¿No mejor amiga...? ¿Por qué envuelto ya en las sombras I Un mediodía de primavera, mi padre que se pasea. ba, como era su costumbre, por el corredor interior de las casas del fundo, me dijo: Tienes que ir luego a los potreros de abajo, a Los Montes, porque don Calixto me ha mandado decir que mi medianía estaba mala y se le pasaban — mis animales. Anda con el Candelilla para que te señale bien. Llamé go en voz corredor, en alta y tendí mis miradas por el lar cuyo extremo se agrupaban los peones que esperaban el pago, y no vi entre ellos, al llamado Candelilla. Allí estaban, afirmados en los pilares o paseándose y mirando cavilosos el suelo, algunos trabajadores que conocía desde la niñez. El viejo don Bartolo; el hercúleo Juan Sierra; el Chercán, vejete pequeñito apergaminado, vestido de andrajos; el borracho y fiel regador del potrero FEDERICO 90 de Santa Teresa, don GANA Sosa; Núñez, el éstos eran, puede decirse, los criollos, los del fundo; pero Candelilla no estaba. El apodado Candelilla, a causa tal bodeguero; aborígenes vez de ojos claros y rubios cabellos, era una especie de gabundo, casi siempre invisible para mí, y muy pular en era algo esos así sus va po contornos. como un Sabía yo vagamente que ayudante intermitente del cui dador de animales, sin sueldo y con ración, solamen cuando trabajaba; que muchas noches llegaba a te la cocina de las casas a comer cualquier cosa de los restos; que en los veranos, cuando llegaba la épo ca de los cortes y cosechas de trigo, emigraba al sur, a Traiguén, la Victoria, la Frontera, en busca de trabajo, llegando, después, en invierno y entradas de primavera, a refugiarse al calor del fogón hospitala rio de las cocinas, como tantos otros. De pronto, del grupo de peones una de acento despreciativo, alegre, burlona, — Patrón, voz ronca, dijo: allá viene el Candelilla..* Se escuchaban risas contenidas... Dirigí la vista por todo el amplio patio plantado eucaliptos y pequeños duraznos flore cidos, tapizado de yerba sobre la que corrían y pi coteaban las gallinas, encuadrado por diversas cons trucciones muy bajas. Cocheras, mediaguas para las de enormes caballerizas y las carretas, graneros, ga del fundo con su único portón y la gran bode al fin del allá, DÍAS DE CAMPO 91 patio, vi a Candelilla que salía de la cocina y avan zaba hacia el corredor con la cabeza descubierta. Se detuvo frente a mí con un afectado ademán de de respetuosa obediencia. Yo examinaba ahora con interés el aspecto de ese hombre que antes había mirado con indiferencia. Era un individuo de regu lar estatura y anchas espaldas, delgado, recio. Ves tía una ropa a la que el largo uso había dado un color indefinible; tas. una Se Y a sus pies estaban calzados pesar de la tibieza del con día, cubríale el ojo torso gruesa manta de invierno rota y deshilachada. humilde ante mí, pero sus redon inclinaba dos ojos verdes, muy claros, fijábalos con risueña ex presión interrogativa en mi semblante. Imposible habría sido definir la edad de aquel sujeto, pues los ásperos y lucientes cabellos, el grueso mostacho, las espesas cejas de un rubio claro, denunciaban la ju ventud, al par que las hondas mejillas fatigadas, sueltas, picadas de viruelas; la estrecha, frente en que las marcadas arrugas parecían cicatrices, habla ban de largos años de trabajos y padecimientos. Y ahora la de su un la que Le hacer; gunté: — gruesa boca fruncíase en una niño que acabase de cometer pidieran perdón. expliqué, rápidamente, y mientras ¿Hay me ponía sonrisa una como falta, de lo que teníamos que las espuelas, le pre mucho barro todavía, allá, abajo? FEDERICO GANA 92 — Algo queda señor, porque el invierno ha sido malo. Subimos a jísima caballo; y al casi inválida, yegua, de peones, alguien le — ¡No se te vaya dijo Candelilla la flo montar que cabalgaba, con voz del grupo fuerte: cargar la bestia! a Candelilla sonrió vagamente a la broma, mostran do su gruesa dentadura amarillenta. Marchábamos lentamente puro aire vasto potrero de las a se lo lejos, campesino. aspirando casas con delicia el extendía por el donde pacía el terneraje; Mi vista se al sur, divisaba el caserío del pueblo que a los pies de los enor proyectaba amontonándose mes murallones de cal y ladrillo de la Iglesia incon clusa aun; en el confín de la costa sucedíanse los cercados de perales florecidos de blanco, de sauces cubiertos de nuevas, los hojitas tupidas zarzamoras; pálido tranquilo. aquí grandes álamos, las y allá los pequeños ran chos de paja de los inquilinos, destacaban, con pro funda claridad, sus manchas sombrías sobre el cielo y bes cubría el neros, azul, En lo alto el aire de separados césped sus era una red finísima de tibio y suave. madres, jugaban no nu Los ter lejos de brillante y manchaban el paisaje de colores vivos; bandadas de jilgueros, de diucas, de loicas, de tordos, gozaban de la tibieza de la mí sobre el yerba, de la tierra y de la luz y se alzaban a cada ins mis pasos. Por todas partes los grandes tante ante charcos de las lluvias del invierno reciente, brillaban DÍAS inmóviles tía que 93 CAMPO espejos resplandecientes. Y yo sen dulce embriaguez se apoderaba de mí ese hermoso día; recordaba cosas leja. como una gozando DE de de la niñez. ñas Y atravesando seguimos destinados unos a la potreros y potreros, engorda, cubiertos de espeso trébol y vallica; otros, recién arados que la próxima siembra de chacras. Al fin llegamos Los Montes La o a nuestro Crianza, denominaba. Y vi a esperaban destino, el potrero de como indistintamente Candelilla esforzándose se le en vano por bajar las gruesas varas de un tranquero; me des monté de mi caballo y entre los dos corrimos, con dificultad, los pesados largueros. dije sonriendo; ¡Estás muy falso, hombre! Le — Es que este brazo lo tengo indicándome, con su izquierda, la — malo, mano me contestó, derecha, en la que observé, inmediatamente, una grande y profunda cicatriz en la muñeca y algunos dedos encogidos y engarrotados. Y, ¿de qué — — Aquí en te vino eso? balazo que me pegaron hace años. el hombro tengo otro, continuó, y por eso Fué de un tengo fuerzas. no — ¿Dónde alegre Su da, su te pegaron esos balazos? se iluminó con una sonrisa tími rostro gruesa nariz aguileña, más encendida y avina- FEDERICO GANA 94 da que de costumbre alumbrarle la con el reciente esfuerzo, parecía cara. Contestó entre dientes: — Ahí le contaré eso más tarde... Y yo, atravesando el hondo y sombrío estero cu bierto de espeso bosque que aun nos separaba de Los Montes, pensaba en que tales desperfectos de bían haber sido causados por una riña precedida de colosal borrachera, como acostumbraba mi acom una pañante. . El potrero a que entrábamos formaba extraño los que acabábamos de atravesar. La allí inculta, selvática, virgen; las pata- contraste con espesura era guas, los arrayanes, el maqui, el canelo y el litre cre y opulentos en las hondonadas pantanosas; las tórtolas y las torcazas, que aun no cían silvestres, libres emigraban cuidadas, de cuando seco sus la montaña, volaban lentamente, des a de árbol en en cuando y duro de los nidos en árbol, sobre QÍase a nuestras picos carpinteros, las altas y secas cabezas; la distancia el ramas golpe que labraban de los árboles muertos, Al desembocar rios terneros de la las altas en los claros, veíamos uno o va crianza, que pacían tranquilamen yerbas y nos miraban inmóviles, confia dos, grandes y negros ojos purísimos. Todo era allí sombra, frialdad, silencio interrumpido por un movimiento leve, por el grito o el arrullo de un ave, el rumor de una rama agitada por un animal, y te con sus DÍAS después de esa era más DE CAMPO profunda la 95 tranquilidad misteriosa pequeña selva. Atravesando por estrechos senderos, baches y inclinándonos ciénagas, para deslizamos a sobre través de la nuestras monturas espesa maraña del bosque, llegamos por fin a las medianías. Candelilla me mostró, cuidadosamente, los deslin des del vecino y los de mi padre, y llegué con mi ocular inspección al convencimiento de que la me dianía en mal estado Fatigados cosos era la del mañoso don Calixto. de marchar por atajos, pantanos vericuetos, llegamos por fin a un y bos pequeño alto algunos maitenes jóvenes, cubiertos quintrales. Alrededor de las rojas flores, color de sangre fresca, de los hermos parásitos, zum baban bandadas de picaflores que volaban siempre inquietos yendo rápidos de un árbol a otro; lanzan do estridentes gritos de alegría, de íntima embria guez. A los pies de los herniosos árboles silvestres, veíase la tierra suelta pisoteada y revuelta por los animales que venían a revolcarse bajo sus frescas donde crecían de espesos sombras. El sol muy bajo ya sobre las montañas de la cos ta, lanzaba sus rayos últimos; el cielo despejado de profundo, purísimo; una hela bosque cercano. Candelilla se acercó a mí; permanecimos silencio sos a la sombra de los árboles. Le dije: nubes era de un azul da brisa venía del — Cuéntame al fin cómo te pegaron esos balazos, 96 FEDERICO GANA Su rostro animado, alegre, enigmático, sus ojos ingenuos, casi infantiles se ensombrecieron, parecía haber envejecido de súbito; se sacó el viejísimo sombrero, rascóse fuertemente la cabeza, suspiró, e inclinando el rostro exclamó, como hablándose a sí mismo: — ¡Yo he sido muy padecido, patrón! Si le con tara... Yo escuchaba atento... Alzó la cabeza, miró vagamente a su alrededor, y continuó: — Yo nací padres; dueño aquí, en este mi familia vivía era en fundo. De aquí esta son mis tierra cuando el el finado don Antonio Pando. A la muerte de don Antonio, los hijos y las hijas empobrecieron, según hablaba la gente, porque había poco trabajo entonces, apenas para poder co mer un pan. Yo estaba aquí cuando llegó el patrón de hoy que les compró a todos los Pando... Yo era se el patrón, como su padre; era el quese fundo, continuó alzando orgullosamente la voz al recuerdo de aquellos felices tiempos de ju ventud, de abundancia... Me ocupaban en todo: ¡qué Camilo, aquí, que Camilo acá! ¡con qué gusto tra joven como ro en este bajaba! Meditó una voz dos, tal instante, y en seguida continuó con misteriosa, con los ojos brillantes, encendi un vez dida para al recuerdo de siempre, una felicidad lejana, per DÍAS 97 DE CAMPO debe acordarse de todo esto, porque era muy mediano, apenas se levantaba del suelo. Un día llega la señora de Santiago. ¡Qué bulla en la Ud. no casa con los — quilla, la arreglos, qué trajines! Nos veíamos a con yo se señor. En esto viene la guerra del Perú y a chi una volvió para Santiago, aquí me la Tránsito. Me casé con ella, pues, cuando la señora quedé Traía muy joven y nada mal parecida. cada instante... Pasó el verano; y Tránsito, enganchar gente ba nadie a en la fuerza. principian Entonces el pueblo. ¡Cómo se no entra el cuartel! llenaba más que me había casado, cuan do un sábado que, le confesaré, andaba con mi co pa desde temprano, ¿no me da por ir a meterme a la Hacía dos meses no estación? Pues allí había sicas, porque pasaba pelear al norte. Los con copa y copa monta a un carro cionada, que correr a nuestra Ud. que la perdido bolina de gente y mú batallón de los que iban a una enganchadores y dice que la van a es patria amables, y futre y se la tienen trai muy todo el mundo. Sale un cautivar, que todos defenderla porque sangre labras de un poca para somos sus darla; y aquí tenemos hijos, me que tiene y embarcado para la guerra por las pa futre. Mi mujer, a la que noticiaron de ese esta que me iba, alcanzó a llegar cuando el tren ya ba andando. Y así la vi, señor por la última vez, lio rando sin consuelo y levantando los brazos como si quisiera sujetarme! no había remedio! en el camino, ya con arrepentirmel Vino la noche ¡Qué sacaba 7 98 FEDERICO GANA Cuando línea, y al norte, me destinaron al 2.° de hice la campaña con mi finado co llegué en él mandante Ramírez. Guardó silencio sorto en instante un recuerdos, y, sus profundamente seguida continuó en grave acento: Y allá fuimos mandados — ción de agarrar mos Tarapacá. en esa marchando, niños, trai los cholos los íbamos a que iban de derrota. Y gallinas, como pelear sabían, dijeron que des Los que de San Francisco, pués a ab con muy contentos por a va aquellos desiertos que parecían brasas encendidas, brasas, espaldas y en la boca yesca. ¡Hubiera visto, señor, algu compañeros que quedaban rezagados, buceando patrón, la en cabeza, en las reseca como una nos el agua en la arena, con las dos manos, como Cuando tuvimos el enemigo al frente ya locos! no nos agua en las caramayolas; el sol siempre en la cabeza y la boca amarga como la hiél. Y bala y bala. De repente mandan bajar a una quebrada; ahí quedaba está el agua, decer orden hasta decían; los compañeros ninguna y empiparse, cuando se a corren sin obe ponen de boca a beber los dos lados de la ba aparecen los cholos como moscas, que nos estaban cateando. ¡Hubiera visto patrón! Todos los rranca sedientos quedaron dada. Yo con ahí muertos como patos en ban Valenzuela, mi teniente Arrieta y un subteniente logramos guarecernos de las balas que caían como granizo, en una casita de tejas que ha- DÍAS DE CAMPO 99 bía arriba. Allí había muchos de los Los cholos los teníamos veíamos las tenían caras siempre traicionados. tan cerca que les Nos y les escuchábamos las balas atravesaban las murallas voces. rodeados; las de adobe y el que se asomaba a la puerta era hom bre muerto. Mi capitán Necochea estaba allí herido de muchos tiros y pedía a gritos agua y que lo ma taran, y nosotros sin poder darle nada, saltábamos por encima de él y disparábamos defendiendo la vi da a más y mejor. De repente, por una ventana veo, patrón, como en una estampa, que mi estandarte, el estandarte del 2.° lo está la guardia regimiento con una niebla de cholos, no a tirosv sino a culatazos, guantadas y tirones, pedacito a pedacito. ¡Qué le diré patrón! Al ver esto sentí yo lo mismo que el día que me enganché allá en el pueblo y habló el futre de la estación; y, casi sin se peleando del saber cómo, corrí solo hacia mi estandarte como si loco. Iba corriendo con el fusil me hubiese vuelto bien da y dado apretado cuando escucho una descarga cerra siento aquí, en el pecho como si me hubiesen dar mil un trancazo tan fuerte que me hizo vueltas y perder los sentidos. Cuando volví en mí y levanté la cabeza, ya no estaban los que peleaban y del estandarte no había ni señas. Ahí cerca no vi sino un rimero de muertos hechos pedazos y cho rreando sangre. Con la descarga me hicieron las dos heridas en la muñeca y en el hombro, ¡Así fué cómo me pegaron estos balazos, patrón! FEDERICO GANA 100 la campaña, me vino esa fiebre de tiritones que todavía me da y me mandaron a Chile. Cuando llegué aquí me encontré solo, sin casa y Después, en mujer, porque la pobre Tránsito se había muerto de viruela. Y así estoy solo desde hace más de vein sin te años, sin nadie allá. — en este ¡Qué hacerle! Esa Y ¿qué sacaste de mundo, viviendo aquí y habría sido mi suerte! la guerra? Nada más que este brazo malo y las malditas tercianas que no me dejan, contestó sencillamente. — Durante esta , f relación, el sol puso; el crepús- .culo manchaba ya de sombras el horizonte; las pri- I meras- estrellas principiaban \ se el cielo. Y al Regresamos llegar a las casas Pásame en roe brotar dulcemente en le digo: tu mano. Me la tiende en a silencio. humilde e silencio y yo estrecho con fuerza, aquella diestra mutilada de un hé en la obscuridad ignorado como tantos otros... CONFIDENCIAS 'La trilla había terminado por fin ese día. Y en la tarde, mientras las primeras estrellas principiaban a brotar, dulcemente, del cielo sin nubes, yo estaba muellemente recostado Hasta mí llegaban en en la enorme era de paja, la calma del atardecer, los del hondo camino real vecino: traqueteos de carretas, cantares vagos, ladridos de perros, todo envuelto en confusas nubes de polvo. A mis espal rumores das, en la región de los potreros y las vegas, prin melopea al crepúsculo. Contemplaba tranquilamente sumergido en suave embriaguez, el gran motor mudo e inmó vil; el enorme cono de trigo que se ensombrecía poco a poco, las casas bajas del mayordomo, que cipiaban las ranas tenía al frente; la y sapos a ensayar enorme masa su de los Andes, que ser vían de fondo las"múltiples alamedas que se pro el yectaban muy pequeñas. Ahí cerca escuchaba suave rumor de las aguas del estero deslizándose a FEDERICO GANA 104 suavemente, era raíces de los tranquilidad, dul del hondo silencio de la noche. De pronto, muy paja, húmedas llorones. Todo grandes sauces zura, preludios de las besando escuché de mí, en el gran montón conversación. Era un diálogo cerca una lento, desmayado, interrumpido por suspiros, boste zos, largos dores que — intervalos de silencio. Eran dos se Sí, Juan, decía don Sosa. hacer la ca a pedía buena, buena mujer la vida la de ella! ¡Qué Lavar, planchar, con co comida; recogerlo todos los sábados borracho de los traerlo es uno, Yo la conocí cuando estaba casada Tomasa. ser, trabaja hacían confidencias. negocios donde iba el caballero y su casa en la tarde. Nun él y a su yegua, a un cinco ni decía una palabra: ella bastaba para todo; y tú te acuerdas lo «chatre» que andaba el viejo; todos los sábados camisa limpia, ropa nue- vecita; parecía un caballero! Y cuando se enfermó, Y, para el entierro! de trajines para cuidarlo, qué ¿cómo fué, Juan, cuando se concertaron? Aquella noche, don Bartolo había ido a las Tres Esquinas; no tenía cobre porque todo lo debía a la hacienda; llegan unos niños y me convidan con un trago de ponche, y vamos poniéndole... Tanto le — puse que, según me contaron, como andaba mal co mido hacía días, ahí me quedé dormido cerca de la vara. Pasa la Tomasa, me ve, me remece — usted me levanta sabe las fuerzas que tiene y yo a su casa me lleva hasta tastabillones, y así del brazo — DÍAS 105 DE CAMPO apretado en la mano. Cuando al día siguiente desperté durmiendo en el corre dor, al lado de la quincha, ella estaba parada frente a mí, don Bartolo, con un mate en la mano. Cuando me dijo muy seria: Juan, sírvase este matecito, le mi sombrero bien con qué me dio de decirle: Tomasa, ¿quiere que me quede aquí para que vivamos juntos siempre? Al dirme ella se alejó callada, pero vi que le habia gustado; y así me he ido quedando todos estos días allá hasta que me resolví. ¿Qué le parece? —Muy bien, Juan; como te dije, la Tomasa es hará bien — yo no sé de esas que mandan. Tú eres solo, no tie nadie por estos contornos; es cierto que ella mucho mayor que tú, podría ser tu madre, pero, mujer una nes a es mejor, vas a porque te librará de los peligros. ¡Qué vida llevar! Te envidio. Tú trabajarás para ti y ella no para ti y para ella, como debe ser. El hombre debe casarse sino cuando sea su conveniencia. Y yo, fíjate, Juan, yo que ya soy un viejo, ¿qué hice? ¡la siglo. Hace varios años de esto. Llega la señora de Santiago y trae una chiquilla nada fea, muy elegante, parecía que no pisaba en el suelo. Y ahí le da al patrón y a la señora, porque yo me «burra» del reía así se que la chicuela, que nos habíamos de casar; y hizo. Para qué te digo nada todo lo que tuve con padecer con acostumbrada ¡Qué a ella esto! después. ¡Que — ¡Que yo una no estoy señorita! yo soy hombre más borracho! Y ella cuidándose — — sola, loó FEDERICO GANA echando los pulmones para man ella y al sartal de chiquillos que vinieron Para qué te cuento los pleitos y las pata pobre Bartolo y el tenerla a después. das. ¡Que voy donde el juez para que nos separe mos! Y esto era de todos los días. ¡Naranjas! Y — ahora que está vieja y ha puesto ese tambo que tiene, a mí no me gusta, porque todo seré yo, pero que le anden con historias a las chiquillas, eso sí que no lo cio; que En — aguanto! no seas Pero ella manda. — ¡Que bruto; que lo echas todo el nego a perder. que estoy viejo, enfermo y fregado por fin, haberme casado con una china aseñorada! No diré mala, Juan, porque todo lo hace por vivir. veces el patrón me dice riéndose cuando paga: ¿cómo le va, don Bartolo, con la María? sea que Muchas me Y yo tengo que contestarle: ahí lo pasamos, patrón, patada. ¡Cásate, cásate entre un garrotazo y una falta? luego con la Tomasa, Juan! ¿Qué Algunos mediecitos a los que ella va a juntar, y después ir donde el cura don Delfín, para que nos te — ponga las bendiciones. Y mientras escuchaba imaginaba a los dos diálogo íntimo, interlocutores: Juan Sierra, este alto, de araucano, peón tipo chacho de veintitantos años, espaldas, de gabundo, que, de sas cuando hacienda, y don Bartolo fundo, vejete de setenta en me mu anchas i grue solitario y va cuando, aparecía por la Sepúlveda, inquilino del años, célebre en el lugar 107 DÍAS DE CAMPO por sus vieja eternas y risibles reyertas con su mujer, la María. La noche había caído ya por completo: infinitas estrellas brillaban en el negro cielo sin luna; la in mensa se a Y vía láctea parecía titilar, también, acercándo la tierra. en sación el profundo silencio, aquella de dos gañanes campesinos confidencialmente, de bles, ofrecíame un llares de mundos bre mi cabeza. sus interés banal conver que hablaban, pequeñas vidas misera tan hondo resplandecientes como los que rutilaban mi so UN CARÁCTER A Gustavo Valledor S. L.STO que hoy relato pasó allende el El reo Maule, vecina está frente al al juez. lejana aldea pueblo donde yo en la Es un hombre de X, vivía. como de y cinco a cincuenta años, de larga y es barba negra, nariz aplastada, frente estrecha, pesa carnosa, surcada de arrugas, ojos bizcos y mandí cuarenta bula inferior saliente y temblorosa. Su cuerpo es fuerte y robusto, aunque deforme: los brazos extre anchas y gruesas y en forma de arco. torcidas las piernas muy cortas, Viste un raído y manchado pantalón de mezcla, una madamente largos, las espaldas camisa de tocuyo y un harapo en forma de manta. Los pies desnudos. Ha entrado cojeando a causa de los beza una grillos baja y de su y la frente natural deformidad, contraída, profunda abstracción. llegar al medio de la sala, Al como con la sumergido ca en ha levantado la vis- FEDERICO GANA 112 paseado ta y larga una la habi por toda mirada tación. ¿Cómo Tarda un te — — testa ruda y No sé. en contestar y, al fin, responde sonora: ¡Cómo! ¿No sabes? pueblo me llaman Juan, «Juanito», En el con — llamas? instante con voz — y le pregunta: juez lo contempla fijamente El — ¿Y con indiferencia. tu padre? No tengo padre. ¿Y tu madre? — — No tengo madre. ¿No tienes pariente — — Soy — nar solo — El juez permanece guida le dice: ¿Tú entonces? dice sencillamente y vuelve la cabeza sobre el — alguno, mataste a incli pecho. un instante en silencio. En se al señor Gómez? yo lo maté; yo le deshice la cabeza a hasta hacerle saltar los sesos y quebrarle garrotazos todo el cuerpo con ese palo que hay sobre la mesa. Mucho tiempo lo esperé para matarlo detrás de la — Sí, señor, cerca... Ahí me pasé varios días. Bien sabía que al fin había de verlo solo. Y cuando lo vi que venía para su quinta me le fui encima con ese palo y le pegué hasta dejarlo convertido en una masa. ¡Así lo hice, señor juez! DÍAS Al DE CAMPO "3 terminar, la mandíbula inferior del reo tiembla ligeramente. Un largo silencio sigue a estas palabras. ¿No sabías, entonces, que te habían de — fusilar? Sí, lo sabía, señor, pero lo que hice hecho está y ¡ni el mismo Dios lo podría deshacer! Pero antes que me condenen, quiero decir algo a Su Señoría. — Diré lo que tengo aquí, en el pecho. A nadie im porta lo que tengo que decir, pero escúcheme, se lo ruego. Él era un caballero principal, muy rico. Sí, él tenía mucha muchos hijos. y casas, y padre, madre, mujer, Todos lo querían a «él». El comía plata bien, siempre; andaba abrigado. Debía pasarlo muy bien, digo yo. Yo no he dicho antes nada, por esto. yo no tenía que comer, sino lo que me da he tenido frío y hambre y nadie, nadie se ha Ahora ban, " padecido todo sin quejarme. conseguido? ¡Nada! quiero que Su Señoría oiga esto acordado de mí. Yo he Y ¿qué hubiera Pues, ahora que voy a decir, y es que yo, que no tenía a nadie, había ya lo recogido dije, soy solo, porque, como del agua a un perro que se estaba ahogando, y le di que comer y lo crié... Diez años vivimos juntos; me acompañaba por los caminos a pedir limosna; no había qué comer, él no se separaba de cuando y mí hasta que venían los días buenos. Y ahora pre y gunto yo: ¿Los hombres hacen esto? Nó. Cuando falta la Comida ellos se separan. Mil veces le pega8 FEDERICO 114 GANA él por defenderme a mí. Me cuidaba, y yo lo quería más que a todo en el mundo. Sabía que una ron a vez muerto él, nadie die acordaría ya más de mí, porque todos me odian y se na me jugaría conmigo, desprecian. Y ahora, dígame Su Señoría: por qué él, que era un caballero, a quien nada le faltaba, y yo un miserable infeliz, que no le había hecho ningún mal ¿por qué vino y me buscó para matar al ani mal?... ¿Por qué él, que era tan rico, vino a quitarme mi única riqueza? era juguetón El animal y día que el caballero un pasaba frente al camino, le salió a ladrar. Entonces él sacó un trabuco y lo hirió, y lo mató. Murió, pues, y ¡quién la cola lo creyera! como al morir me conoció y meneaba haciéndome cariño!... Se detiene guida un instante para tomar se' inclina hacia adelante como y toma entre sus manos una aliento; en se avergonzado, de las hilachas de la principia a retorcerla con fuerza entre sus dedos. Después continúa, con voz sorda: Ahora, yo quedé solo, y todo por culpa de ese hombre a quien jamás había hecho daño. ¿Para qué me servía la vida sin mi perro? Para nada. Y en manta y — tonces creí que lo debía matar como él mató al ani mal: sin compasión, sin compasión. Y así fué, señor lo esperé y lo maté a palos! juez, Hice mal, lo sé, pero esa ha sido mi suerte; él mató al animal, yo debía matarlo a él. Porque yo como siento aquí — continuó golpeándose con fuerza el DÍAS pecho lo — algo que nadie DE CAMPO puede comprender. H5 Yo sólo sé, y me lo guardo, y me callo. Y no diré más. Pronuncia esta especie de discurso, alzando gro tescamente funda e sus largos brazos, iluminado su con voz grave y pro horrible semblante por una sonrisa forzada. El juez, manos entre tanto, se y parece reflexionar cubre la frente profundamente. con las CREPÚSCULO Kegresaba de cazar una fría tarde de invierno y marchaba al lento paso de mi caballo al lado de la línea férrea, por un camino vecinal bordeado de sau ces llorones. A mis espaldas, dejaba las azules tañas de la costa, donde el sol acababa de y a de las ta ocultarse, extendía el caserío del vecino pue más allá divisaba el panorama de la cor mi frente se blo de L.; dillera de Los Andes, que sombrías brumas, entre los nos mon pardas lejanos. alamedas se destacan cubiertos de largos y caprichosos filos de los potreros y los cami El día anterior había llovido, y todo lo que la vis abarcaba estaba cubierto de grandes charcas que rojas y sombrías, como transparentes man chas de sangre recién vertida, al reflejar el cielo po blado de espesos arreboles. De cuando en cuando, brillaban la rama de sobre mí agua. un una que rozara al pasar, dejaba caer helada lluvia de pequeñas gotas de árbol, FEDERICO GANA 120 El día había de patos y estaba becasinas; pero pie en sido bueno y mi morral iba me repleto sentía fatigado, pues desde el amanecer, la caminata había larga y deseaba con ansias llegar luego a casa. Mi perro corría en libertad cerca de mí, husmeando sido nerviosamente entre las sos plantas acuáticas de los fo que bordeaban la carretera. El verde de los se obscurecía pos de ovejas, ruido de poco escapándose una poco; de locomotora ción, el mugido de cam balidos plañideros algún lugar cercano, el que se alejaba de la esta a una vaca llamando a su cría, tur baban sólo la calma del anochecer. De repente, do minando todos estos rumores, resonó pausado y vi claro y distinto de la campana de la del pueblo, que llamaba a la oración; y me brante el Iglesia son confusamente que las sombras se espesa ban y caían con más rapidez alrededor de mí. Esa sensación obscura e indefinible de inconscien imaginaba melancolía que infunde siempre el crepúsculo, pa recía penetrar más hondamente en mi corazón, bo te rrando por un instante todas las alegres impresiones aquel día de caza. Dejé caer las riendas sobre el de cuello de mi caballo y ciones... me entregué a vagas medita Cuando volví de mi abstracción, todo a mi alrede parecía haberse obscurecido de súbito: las aguas dor de los pantanos que atravesaba tenían un reflejo sombrío, casi negro; los tonos de las nubes, de ro jos que eran habíanse tornados en cárdenos y viola- DÍAS DE CAMPO 121 grandes manchas obscuras teñían la nieve de lejanas montañas. Sobre mi cabeza, añosos sau ceos, y las ces entrelazaban sus ramas, haciendo más densa la helada bruma obscuridad; te de la tierra, velando una Encontrábame ya de me dirijía, y a lo en a lejos imperioso — elevaba lentamen intervalos el paisaje.^ los linderos del fundo lejos divisaba del arbolado que circundaba de mí oí se resonar una casas, cuando las voz irritado que decía: Vamos andando luego, y don a la borrosa silueta gruesa, de e dejarse de lamenta Allá, donde el juez, alegarán todo lo ciones. no acento que quieran. Bajo las desnudas ramas de un gran peral que se erguía al lado de una choza derribada y abandona da, en una especie de plazoleta cubierta de trozos secos, había un individuo a caballo nocí al administrador del fundo que en el que reco atravesaba, don Manuel Tapia. Montaba, como de costumbre, un hermoso caballo de pequeña alzada, de pura raza chilena, y la indeci elevada sa luz del crepúsculo me permitía ver su flamante indumentaria de huaso, y su anguloso y duro, encuadrado en la larga e estatura, rostro hirsuta tos patilla sombríos grandes — que su negra. No lejos de él, había dos bul inmóviles, que tenían a sus pies haces de leña cuidadosamente listos. e dijo don Manuel, aquí tiene a los dejaban un palo en la cerca nueva; veinte Vea, señor, no me unos me GANA FEDERICO 122 la he hecho recargar de ramas para que no se pasaran los animalesy siempre se la llevaban. Hacía veces tiempo que andaba siguiéndoles las los ladrones, hasta que hoy los he venido mucho a las con manos en la pisadas a pillar masa. Mientras don Manuel hablaba así, yo observaba silencio en a Eran éstos los delincuentes. un conocía desde anciano y mi niñez, una mujercilla, a quienes inquilinos de aquel como fundo. En medio de la vaga penumbra que nos rodeaba, distinguía sus cabellos blancos, sus cuerpos descar nados, casi desnudos, débiles, temblorosos, cubier de arrugas, labrados por los años, la miseria y el trabajo. El viejo, con la cabeza inclinada sobre el pecho, per de tos andrajos; sus rostros surcados extraño a lo que en do únicamente rodeaba, pareciendo ocuparse de árbol entre blar y retorcer una pequeña ramilla manecía silencioso y absorto, como le sus manos, entre la diestra mente sus manos apoyada en la los haces de leña callosas; la anciana, con mejilla, contemplaba fija tendidos a sus pies, sumer honda y dolorosa meditación. Entre tanto, don Manuel continuaba su filípica y decía con acen to burlón y amenazador: gida en hubiera creído que este viejo don está Núñez, que ya para rendir sus cuentas a Dios, en estas cosas todavía? ¡Pero del había de andar — Y ¿quién DÍAS DE CAMPO cogote lo he de que aprenda a tener en 123 la barra toda la noche para andar robándome la leña! Al escuchar estas palabras, la anciana salió brus abstracción, e irguiendo su encorvado cuerpecillo avanzó rápidamente hacia donde yo me encontraba, temblequeteando, al mismo tiempo que tendía hacia arriba sus largos brazos descarnados y camente de su sarmentosos, con violentos y convulsivos ademanes. Por fin, exclamó con voz ahogada, silbante, en la que había — una mezcla de sollozo y de alarido. don Manuel, no acrimine más ¡Don Manuel, por Dios der! Si pobre viejo que no hay culpa, yo la tengo... a ese ¡Pero Ud. tiene el corazón como se puede defen y le explicaré. las piedras; Ud., que también ha sido pobre! Después volvióse bruscamente hacia mí y tinuó. con Patroncito, Ud., a quien he conocido desde mediano se compadecerá de estos pobres gusanos — miserables... Inclinó su enmarañada cabeza blanca, meditó un instante, y, seguida, agregó: Señor, el año pasado se nos murió el último de los niños, Nicasio, el que salía con Ud. y lo acom en — pañaba a cazar ¿se acuerda? Le dio la picada y no duró tres días. Así fué como nos quedamos solos con Núñez. Esto era a la entrada de este invierno. Una mañana, me acuerdo como si fuera ahora, Nú ñez, cuando se iba al trabajo viéndome que lloraba FEDERICO 124 callada, a me dijo: «Cruz ¿qué toda hora? Ya los niños conformarse GANA aflijirte así, murieron; hay que sacas se con la voluntad de Dios... pero consi queda todavía ese pobre huachito, con dera que ahí nos hijo de Nicasio». Tenía sólo tres años, señor, y ya nos acompañaba a todas partes como un corde- el trajinaba por la reía conmigo, me y lo tomaba rito. Cuando casa brazos y acordaba de mis hi se en jos... Un día, hace de esto pocos meses, mientras el patrón estaba en Santiago, don Manuel, aquí pre sente, manda llamar a «Hombre, tú ya No, pues, señor, — — Núñez y le dice: tienes peones. desde que se murió Nicasio. no Pues me buscas otra posesión porque necesito la que tienes. Y yo ¿no soy peón entonces? le contestó Nú ñez. Don Manuel se rió, y le dijo: — — Estás tan — viejo que no el pan que pagas ni comes. Y hubo remedio, señor, porque nos tuvimos que ir. Piense, caballero, que aquí nos habíamos criado y trabajado, que aquí había vivido siempre nuestra fa milia como en lo propio... Al llegar a esta parte de no relación la anciana, don Manuel volvióse hacia su mí y me dijo en voz baja: Lo que dice esta mujer es cierto, señor. Si yo hubiese sido el patrón los habría dejado aquí. Pero — los negocios, son los negocios al cabo; y en un fun- DÍAS DE CAMPO 125 do bien tenido los que no trabajan están demás, terminó con voz fuerte y decidida. Sí, don Manuel, continuó la anciana; por esos — — tuvimos que salir de la ha pedir pan por los caminos para no mo rirnos de hambre. Ahora vivimos en un pajar que negocios cienda nos que Ud. a han dado lo conseguir algo, quieren admitir se para pasar este invierno. todos los días por el pueblo salgo a Núñez, por lo viejo, no porque aquí Allí estamos. Yo a dice, un cerca ninguna parte. Ayer, Núñez buscar trabajo; yo salí después, y en fué temprano a en la casa al niño, durmiendo. dejé dio día do con muchas cosas humareda que me Llegaba habían dado, a me cuan grande; creo que es in siento un olor como cuando están asando cendio y carne. Entro: veo la pieza blanca de humo y una cosa negra en el suelo. Era el niño, señor. Lo tomo en veo una brazos... lo muy remezco... era todo una llaga viva, vienen los vecinos... le echan agua., pero no vuel ve, porque el pobre angelito estaba frío hacía tiem principiamos a arreglarlo todo velorio; trajeron flores y ramas verdes. Cuando llegó este pobre viejo en la noche y vio las luces encendidas y todo aquel arreglo, la gente y que yo tenía al niño hecho una compasión en los brazos, se quedó parado en el umbral, sin habla... y no se atrevía a entrar. Al fin se sentó junto al fue po. Ya para el en go, y ahí la tarde me se quedó chada. Le hablaba; toda la noche no me con respondía. la cabeza aga Así está des. I2Ó FEDERICO GANA de ayer. Hoy en la tarde le dije: ahora nos hace fal ta la leña para hacer la fogata; considera que hoy es el último día que lo vamos a tener en casa, y ma bien temprano hay que llevarlo allá, abajo... Pareció que me entendía y me siguió para acá, don de nos pusimos a recoger estas ramas secas que es ñana taban botadas por el suelo. Esta es la pura verdad, patroncito. Calló la anciana, inclinó fuerza la cabeza so pecho, y me pareció escuchar después un do y profundo rumor de sollozos sofocados. Cuando terminó esta larga relación, que fué sor con bre el nunciada tono con voz trémula y entrecortada, y pro en ese elevado que parece un cantar monótono y pla tan común en nuestros campesinos del sur, ñidero, me volví hacia don Manuel que permanecía con la cabeza desdeñosamente echada atrás, y le dije: yo — Don Manuel, déjelos irse... ¡Al fin es una in significancia! Por toda respuesta, don Manuel se volvió hacia dijo rudamente: los dos ancianos y les Eso les pasa por — la y dejar a los ¡No aprenden nunca...! vayanse luego. casa. Ellos, no chiquillos Ahora tomen bien escucharon estas palabras, solos su en leña cuando agilidad de la que no se les habría creído capaces, se abalanzaron hacia los haces de leña, se los echaron a la cabeza y mascullando bendiciones con una y agradecimientos se marcharon rápidamente. DÍAS DE CAMPO 127 Entre tanto, don Manuel murmuraba entre dientes al ponernos en camino: Con este sistema, vamos — a tener cerca algu na vez. Y mientras giosa de la me en medio de la calma reli noche, que caía rápidamente, cía que el cielo ble alejaba contemplara amenazador me e pare implaca la tierra envuelta ya en las sombras, velada la niebla inmóvil que cubría por completo la por muda extensión de los campos. Volví la vista hacia atrás, y allí, en lo alto de la línea férrea, divisé to a los dos ancianos que, grandes haces de leña a la davía a encorvados, con sus cabeza, se perdían poco a poco en la bruma, como dos fúnebres silue tas de miseria y sufrimiento, bajo el cielo tempes tuoso donde meras estrellas. principiaba a brillar el oro de las pri LA SEÑORA 9 A Antonio Bórquez Solar Nacía ya tres horas que galopaba sin descansar, mi de mozo, por aquel camino que se me seguido hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la tarde en todo el rigor de Enero, el que inundaba a mi fatigado caballo, una ansja devoradora de llegar, de Me volví impaciente hacia el acompañaba, diciéndole: Pero al fin ¿dónde está ese mismo sudor producían llegar pronto. me muchacho que me tal don Daniel Ru — bio? — me ., Es allí cerquita, a contestó, haciendo y sin dejar de la vuelta de un lento galopar. A ambos lados del camino se potreros sin agua, cubiertos de que hería la beraban con aquella alameda, signo con la mano extendían un pastillo grandes blanco y donde los rayos del sol rever fuerza. A lo lejos, la enorme mole vio- vista, FEDERICO 132 lacea de los Andes, gía con GANA de despojada violenta claridad sobre sus un en que dadero sacrificio. ese viaje pensaba convertía se emer cielo sin nubes, pálido y brillante. Y yo, inclinado sobre mi caballo, desaliento nieves, en un con ver En aquella época, mi padre, aprovechando mis vacaciones, ocupábame, de cuando en cuan en contratarle do, bueyes para el trabajo de la próxi ma siembra. Y yo cumplía tales comisiones con pla cer, porque ellas me permitían emprender largas ocios de caballo por los alrededores. Muchos de viajes me proporcionaron la oportunidad de correrías estos a hacer más de una visita bien agradable para mis veces regresé de es no sé qué dulce nos ilusiones de veinte años; varias peregrinaciones sintiendo talgia en el corazón, a la que tal tas vez no era extraña cierta cabellera negra o rubia que divisara, a la des pedida, en el corredor, a través de la reja y los na de campo... Según las informa ciones que había tomado la víspera, don Daniel Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero; y en su ranjos casa vas de una casa nada había que sentimentales. pudiera halagar De esta certidumbre provenían tal cio y mi mal humor. A medida que avanzaba, el mis vez expectati mi cansan paisaje principiaba a Añosos álamos y sauces daban sombra al camino; divisaba verdura, chácaras, pastales de tré- variar. DÍAS cuando, en Ya estamos De la alameda, asomaban tras humeantes ranchos de — 133 vacunos, aguas corrientes... bol, animales do DE CAMPO algunos inquilinos. lo de don Daniel en cuan — me dijo el mozo. interesaba, contemplando el buen cultivo tierra, la excelencia de los cierros, mil peque Y yo de la me ños detalles que revelaban la de una mano avezada a vigilancia y el las labores de la trabajo agricul tura. — ¿Cuántas cuadras tiene el fundo? pregunté al mozo. — Trescientas cuadras dando, y ahora tierras te — me con su regadas. Principió arren trabajo ha comprado estas contestó. Llegábamos ya al fin de la alameda, y un instan después tenía ante mí una reja de madera pinta da de blanco, a través de la cual huerta de hortalizas y un edificio, sencilla y primitiva, tura guas construcciones peculiar campesinas: tejas, bajas murallas, anchos se divisaba con esa en arquitec nuestras enorme una anti techo de y sombríos corredores. el mozo, y pasando frente a la casa entramos por una ancha puerta de golpe que daba a un caminillo bordeado de acacias. — Aquí es — me dijo En el fondo de este camino, una un hombre recer, en con bajo la sombra de caballo ensillado, veíase la cabeza inclinada, ocupado, al pa ramada, al lado de arreglar un una correa de la brida. FEDERICO GANA 134 A pesar de los furiosos ladridos de un perro que a recibirnos y que mi mozo se esforzaba en salió espantar, el hombre continuaba afanado en su tra bajo. Daniel Rubio está ¿Don — en casa? pregunté con fuerte. voz El hombre alzó la cabeza, mirada tranquila y me fijó en nosotros una contestó sosegadamente, con cierta reticencia: — Con él habla... Quien así me respondía era un individuo alto, obeso, poderosamente constituido. Representaba de cuarenta común a y cinco manta queña a nuestros cincuenta años, y vestía el traje mayordomos de haciendas: pe listada, chaqueta corta, pantalones bombachos de diablo sombrero de paja fuerte, enormes espuelas de anchas alas. Su rostro y cobrizo, de facciones gruesas y duras, singularizábase por el estrabismo y la inmovilidad de una de sus negras pupilas nía un que parecía cristalizada, mientras la otra te brillo y una vivacidad extraña. Contemplan do esta fisonomía, involuntariamente me pasó por vulgar: «No me gustaría encon trarme con este sujeto por un camino solitario». Nos han dado noticias que tenía bueyes le la cabeza esta frase — — dije. — Sí, hay algunos volviendo el rostro — ¿Podríamos — me a un verlos? contestó lado. — agregué. con indiferencia^ DÍAS DE CAMPO 135 Por toda respuesta tomó las riendas del que a su lado estaba, subió rápidamente y, de nosotros, se dirigió al interior del fundo. caballo, seguido Durante nuestra excursión por los potreros, tuve ocasión de observar que mi acompañante era per sona inteligente, en todo lo que a campo se refería; el curso de vez en y esto lo demostró más de una del ne motivo la conversación que sostuvimos con gocio de los bueyes. Sus modales eran rudos, como de hombre de pocas letras; sus palabras breves y terminantes; pero, a través de toda esta exteriori dad poco agradable, había en su persona no sé qué aire de honradez y de seriedad que, insensiblemente inspiraba respeto, ya que no simpatía. Por fin el negocio se arregló satisfactoriamente, la noche caía ya a la en y el horizonte, cuando regresamos casa. Todo lo que usted ha visto lo he formado yo estas manos dijo don Daniel, respondiendo a — con — mis felicitaciones por el buen pie en que veía su ha cienda. — Usted piendo ahí mis se quedará excusas a alojar llamó a — un agregó; e interrum trabajador que por andaba, ordenándole que desensillara los ca ballos. Y, después, No — se me dijo: hay apure, que Pero antes que todo, es hora; y nos donde tender los huesos. vamos a mascar dirigimos a la casa. algo, que ya 136 FEDERICO GANA de atravesar el obscuro Después mos a una pieza que daba al corredor, pasadizo entra. y que servía de comedor. La estaba encendida y la sopa humeaba pequeña mesa, puesta con gran decencia lámpara sobre una limpieza. No parecía aquel un comedor de soltero. Aquí y allá, sobre el mantel inmaculado, había gran des maceteros con flores frescas y hojas verdes; las servilletas tenían cierto arreglo peculiar; el vino bri llaba en las garrafas de vidrio, y en las paredes vi diferentes estampas de santos que no dejaron de y llamarme la atención. A indicación de don una Daniel, la mesa; pero cumplimiento, luego me de pie precipitadamente, porque a abrió me tuve senté, sin que poner frente a mí se puerta y entró una persona. Era una an ciana de cabellos blancos y elevada estatura, vestida de negro. una Me hizo Daniel — nos una ceremoniosa presentaba: La señora Carmen En reverencia, mientras don seguida ella se Mancilla, sentó a el señor... la cabecera de la mesa. Yo observaba En su luminosa de cianas, leñal, con interés rostro extenuado y la recién venida. pálido, con esa palidez personas extremadamente an hundida boca, en su fina nariz agui- algunas en su en sus a grandes ojos claros, vagaba una tranquilidad. Parecía sonreír a sión de dulce expre cierto DÍAS DE CAMPO 137 alegre pensamiento interior, mientras servía trabajo la sopa con sus largas manos temblorosas, samente donde resaltaban las Se detuvo mente, por si buscara como fin, me dijo mi un con una El señor, si — y los nervios. venas instante, contemplándome un no y debe nombre) (nombró a unos tíos de mi nacimiento). tema de conversación, y, vocesita cascada: he oído ser curiosa mal, se pariente llama (aquí dijo de los señores... abuelos míos, enterrados antes Al escuchar mi respuesta afirmativa, continuó gran animación: Yo los conocí — venían siempre mucho cuando a casa eran con solteros... de mi marido. Entonces reci bíamos mucha gente. ¡Qué alegres eran! Daniel ¿te acuerdas del baile que dio el gobernador? Pero, es verdad, tú no estabas con hasta el amanecer, y voladores. Recuerdo que mos cueca. nosotros todavía. en a el corredor mi Pero entonces los jóvenes Sus tíos, siempre grandes regalos... que venían a me Baila quemaban hicieron bailar muy corteses... vernos, nos traían eran Mientras la señora hablaba así, don Daniel la contemplaba con aire cohibido y obsecuente, echán silencio los bocados y sirviéndose, a cada instante, grandes vasos de vino. La única pupila que podía mover estaba inquieta, húmeda y brillante, y dose en parecía decirme: la pena. — Escúchela con atención que vale 138 Y FEDERICO GANA al mismo tiempo que continuaba su charla alegre volubilidad, me servía los platos con toda clase de miramientos, dirigiéndome signos de inteligencia, como indicándome que esa conversa ción sólo nosotros podíamos comprenderla. De repente me dijo: ¿Qué ha sido de esos jóvenes, de sus tíos? Sé que uno se casó en Santiago, y que ha tenido mu chos hijos. ¡Han muerto todos, señora, hace muchos años! Al escuchar estas palabras, me contempló estu pefacta, suspiró hondamente, se puso la palma de la mano en la barba, inclinó su cabeza blanca y pa ella, con — — reció abismarse en sus reflexiones. A medida que la comida llegaba a su fin, hacíase más notable el contraste que formaban los modales finos, insinuantes, casi aristocráticos de esa viejeci- los desmañados y selváticos de mi huésped. Observé que el rostro de éste estaba encendido por ta, con las frecuentes libaciones y que poco a poco salía de su mutismo hablando de diferentes tópicos. Por la anciana se levantó de su asiento y me fría y descarnada mano, diciéndome: Usted se queda esta noche aquí. Voy a arre tendió — fin, su glar algo allá adentro... En seguida volvióse hacia mi huésped e inclinándose a su oído, le dijo en voz baja: — No bebas mucho. Cuidado dades... con las enferme DÍAS CAMPO DE 139 Cuando ella salió, el tosco y moreno semblante parecía iluminarse con una sonrisa, de don Daniel velaban dulcemente y sus gruesos la bios temblaban como si deseara decirme algo. pupilas sus se que el vino Comprendí principiaba a hacer su efecto. fin, rompí el silencio diciándole: Al señora ¿La — — — no es su madre? Nó. Y ¿Su parienta tal vez? aproximó Don Daniel perdone... silencio en botella, una llenó hasta los bordes los vasos, bebió el suyo de sorbo, y, limpiándose los labios, contestó: Nó, señor, la persona que usted ha visto no es mi madre, ni mi parienta, es la señora, la señora de un — concluyó con orgullo indefinible, esta casa cierto bre la — un acento dando un que vibraba ligero golpe so mesa. Después se pasó la mano por la cabeza con aire deciso, y mirándome fijamente, siguió en como in resuelto, diciendo: Como usted lo ha de saber al fin, si es que ya lo sabe, voy acontarle lo que hay en esto. Y para — no principiar, le diré que yo, aquí donde usted me ve, madre; soy de esos que na padre cen en cualquier parte, sin saber cómo. Hasta la edad de siete años lo he pasado por ahí, como los no he conocido perros sin gió y me ni amo. llevó Un día vino a su casa. esta señora, me reco Allí he crecido, señor, sir- FEDERICO GANA 140 viéndole Ella me ella y a sus hijos; y no me avergüenzo... puso la cartilla en la mano, ella me enseñó a lo que poco que sé y mandó me a la escuela, por que era una señora como ahora no las hay. yo salí a buscar la vida y trabajé en lo que a mano: se necesitaba necesitaba un Después me vino albañil, allí estaba yo; se herrero, pues buscarme; y así fui formando mi capitalito. Eso sí, no me he casado un a nunca, porque las mujeres... en fin, no hablemos de ellas. Pasaron los años y los años; y yo siempre iba a ver a mi señora, llevándole cualquier regalito. Al fin marido murió y sus ballero había sido gastador, y su no dejó casi nada. hijos se casaron. El ca caballero que era, los pleitos, los tinte como Después rillos y todo lo demás que usted sabe, fueron lleván dose lo poco que quedaba, y aquí tiene usted a mi sin señora tener un mal pan que llevar Yo, que estaba arrendando una me presenté y le usted ande sufriendo. allá, de su a la boca. fundo, que fué mío, sabiendo que ella estaba en casa amiga, digamos como de limosna, me fui después de entonces este dije: Señora, no permito que Véngase a su casa, a la casa — chino, que ahí nada le faltará. Usted será la siempre lo ha sido. No me desprecie. levantó, la pobre vieja y vino y me abrazó llorando, y aquí tengo a mi viejecita hasta que se muera: ella es mi madre, todo lo que tengo en el mundo... Y si yo trabajo y gano algo, es para dár señora, como Y ella se selo ella! a DÍAS Al terminar este gruesa cabeza gris DE CAMPO relato, y se 141 don Daniel inclinó cubrió la frente su con las dirigió una manos. Después se levantó bruscamente, me mirada torva y murmuró entre dientes: Usted estará cansado y ya es hora de dormir. — Y en había silencio fué a indicarme la pieza que se me preparado. Al día siguiente desperté temprano. En el corre espuelas. Me vestí con presteza y dor oía ruido de y salí de mi habitación. Allí estaba don Daniel pa seándose. Tomamos el desayuno hablando de cosas indife fin, despedí y monté a caballo. cantaban los pájaros. El fresco aire Alegremente rentes. Por me de la mañana parecía infundirme una vida, una fuer extraña. za Y pensaba vagamente que sentía del desbordar sol, la debía hombre de cuya a en en mí que tal los con alegría, primeros rayos vez esa haber estrechado la casa partía. mano de ese ÍNDICE ! PÁGS. La casa La Maiga -. .". -y*£ En las montañas Casa 9 13 .-.y» — 25 37 vieja Paulita .y^ 51 El forastero 65 El clavel 77 rojo Candelilla :^ 87 Confidencia1., i I01 Un carácter 109 Crepúsculo .'. .y\ . La señora iL. ll7 l29