Artigo original Hegemonia – Revista Eletrônica de

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Hegemonia – Revista Eletrônica de Relações Internacionais do Centro Universitário
Unieuro
ISSN: 1809-1261
UNIEURO, Brasília, número 4, 2009
Recebido em: 16/10/2009
Revisado em: 25/10/2009
Aprovado em: 13/11/2009
Soberania, Modernização e Autoritarismo:
China diante da Segunda Guerra Fria (1979-1989)
Soberanía, modernización y autoritarismo:
China frente a la Segunda Guerra Fría (1979-1989)
DOMÍNGUEZ AVILA, Carlos Federico
“No importa que el gato sea blanco o negro,
lo importante es que cace los ratones.”
Deng Xiaoping
Resumo: O artigo explora a inserção internacional da República Popular da China entre
1979 e 1989. Particular interesse apresentam as reformas econômicas impulsionadas pelo
dirigente Deng Xiaoping. Igualmente são abordadas as relações triangulares entre Beijing,
Washington e Moscou, bem como suas implicações regionais e globais. O texto inclui a
questão da violenta repressão da oposição democrática em 1989.
Palavras-chave:China; Economic reforms; International politics; Asia-Pacific region.
Abstract:The article explores the international relations of the People's Republic of China
between 1979 and 1989. Particular interest presents the economic reforms stimulated by
Deng Xiaoping. Equally the triangular relations between Beijing, Washington and Moscow
are boarded, as well as its regional and global implications. The text includes the question
of the violent repression of the democratic opposition in 1989.
Key-words: China; Economic reforms; International politics; Asia-Pacific region.
1. Introducción
El 16 de enero de 1980, Deng Xiaoping dirigió a un selecto grupo de líderes reunidos por el
Comité Central del Partido Comunista de China (PCCH) el discurso titulado ‘La presente
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situación y las tareas frente a nosotros.1 En ese discurso, el carismático líder resaltó las tres
tareas fundamentales de la política exterior en particular y del país en general para el
decenio de 1980. Ellas eran: a) oponerse al hegemonismo, b) trabajar por el retorno de
Taiwán a la madre-patria, para [completar] la reunificación de China2 y c) intensificar el
desarrollo económico a través del programa de las Cuatro Modernizaciones (agricultura,
industria, defensa, y ciencia y tecnología).
Casi tres décadas después de aquel discurso, podemos constatar que China logró
exitosamente oponerse al hegemonismo de ambas superpotencias3 e implementar un
impresionante programa de modernización orientado por un sui generis modelo de
economía socialista de mercado que incluía reformas económicas y apertura comercial
hacia Occidente. Entretanto, Beijing no logró completar la reunificación del país debido a
la negativa de las autoridades de Formosa (también conocida como Taiwán o República de
China en Taiwán) y especialmente a la contradictoria política de Washington hacia ese
proceso.
Sobre la base de estos elementos introductorios vale señalar que el propósito central
del presente ensayo es comprender como la República Popular de China logró mantener su
capacidad de maniobra, independencia y soberanía en un contexto internacional tan
complejo como el de la Segunda Guerra Fría (1979-1989). Igualmente, identificar cuales
fueron los rasgos fundamentales de la política exterior de Beijing frente a ambas
superpotencias. En suma, la interrogante central que orienta y recorre el presente trabajo es:
¿cómo y porqué la República Popular de China fue uno de los (pocos) países del Tercer
Mundo capaces de maniobrar entre ambas superpotencias en un contexto internacional de
1
XIAOPING, Deng, “The Present Situation and the Task Before Us”, Discurso presentado en el
Comité Central del Partido Comunista de China, Beijing, 16 de enero de 1980, Selected Works of Deng
Xiaoping (1975-1982), Beijing: Foreign Languages Press, 1983; pp. 224-258.
2
A menos que se indique lo contrario, los términos ‘China’ y ‘Reino del Medio’ aluden a la
República Popular de China. Formosa y Taiwán son sinónimos, aún así, en el presente trabajo se utiliza con
mayor frecuencia el primer término. A partir de 1975, Camboya se transformó en Kampuchea.
3
Inicialmente, Beijing utilizó la categoría “hegemonismo” para designar a las aspiraciones
expansionistas de la Unión Soviética (‘hegemonismo global’) o de sus aliados (‘hegemonismo regional’ de
Vietnam en Indochina, por ejemplo). De ese modo, la noción de “hegemonismo” sustituyó progresivamente
las antiguas categorías de “revisionismo” y “social imperialismo” que Beijing había atribuido a Moscú. Pero a
partir de comienzos del decenio de 1980 también fue utilizado para denunciar las aspiraciones ‘imperialistas’
de Estados Unidos.
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tensiones, confrontación y competencia hegemónica como el que caracterizó a la década de
1980?
2. El legado de Mao Zedong en la política exterior de China
Desde el triunfo de la revolución en 1949 hasta su muerte en 1976, la política exterior de
China fue dominada por el pensamiento, las interpretaciones y orientaciones estratégicas de
Mao Zedong. Después de su muerte, y en contraste con lo que ocurrió con la mayor parte
del legado económico y sociopolítico del Estado maoísta, las directrices generales de la
política exterior de heredadas del cuarto de siglo durante el cual el gran timonel condujo los
destinos del país fueron –en general– confirmadas (Yahuda, 1983). Con ese legado
doctrinario, el gobierno chino implementó su política exterior durante el decenio de 1980.
Antes de analizar la doctrina político-ideológica que inspiró la inserción
internacional de China, parece oportuno hacer un breve comentario sobre la periodización
de la política exterior post-1949 del Reino del Medio. En términos generales es posible
identificar tres grandes fases en la política exterior china entre 1949 y 1979.4 La primera
fase, entre 1949 y 1960, se caracterizó por la alianza sino-soviética, la intensa rivalidad
contra Washington (particularmente durante la guerra de Corea), y el respaldo a los
movimientos de liberación nacional y/o descolonización en el mundo afroasiático según la
línea de Bandung. Destacándose, además, que uno de los propósitos centrales de la política
externa china fue la consolidación del Estado-nacional mediante el retorno de Formosa y
otros territorios (Hong Kong, Macao) a la soberanía del país.
La segunda fase, entre 1960 y 1971, se caracterizó por las crecientes divergencias
ideológicas entre los partidos comunistas chino y soviético, situación que culminó, no solo
con el agotamiento de la alianza sino-soviética y el quiebre de la unidad al interior del
movimiento comunista internacional, sino que también provocó crecientes tensiones
interestatales e incluso conflictos armados fronterizos en 1969. Las relaciones con Estados
4
Detalles en Harding (1983), Nianlong y otros (1990), Yahuda (1983).
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Unidos continuaron siendo muy tensas debido al escudo defensivo que Washington
proporcionó a las tropas de Chiang Kai-shek en Formosa. Al mismo tiempo, Beijing
implementó una política externa independiente y activo internacionalismo proletario en
favor de las luchas revolucionarias en Vietnam y muchos otros países del Tercer Mundo
(Van Ness, 1970). Durante la segunda mitad de la década de 1960, la política exterior en
particular y las relaciones internacionales en general fueron afectadas (negativamente) por
la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria. Durante aquellos años, China se cerró
asimisma dominada por un radicalizado sentimiento sino-céntrico y de fundamentalismo
maoísta (Abi-sad, 1996: 59ss; Mezzetti, 2000: Capítulos IV y V).
La tercera fase, entre 1971 y 1979, se caracterizó por el retorno de Beijing a la sociedad
internacional mediante el reconocimiento mundial de su gobierno a través de su ingreso
oficial en la ONU (25 de octubre de 1971), la sorprendente apertura hacia Estados Unidos y
Occidente en general (proceso que culminó con la visita del Presidente Richard Nixon en
1972), la oposición sistemática contra el –llamado– social imperialismo soviético, y el
decreciente apoyo a los movimientos revolucionarios en el Tercer Mundo.
A lo largo de esas tres décadas es posible identificar elementos constantes en la política
externa china, entre ellos: a) el carácter cíclico (alineamiento-aislamiento, auge-declinio) de
las relaciones con el resto del mundo; b) relación flexible y oscilatoria con las
superpotencias (vale notar que entre 1949 y 1989 China sobrevivió bajo la amenaza de
ataques nucleares de una u otra superpotencia); c) evolución desde posturas políticas
revolucionarias, hacia reformistas y finalmente conservadoras en el contexto del sistema
internacional; d) intensa preocupación con la seguridad y soberanía del inmenso y populoso
Estado (lo que incluye el persistente esfuerzo por unificar definitivamente el país mediante
la incorporación de territorios como los de Formosa, Hong Kong y Macao); y, e) la
presencia del propio Mao y de Zhu En-lai en la formulación y el proceso de toma de
decisiones relacionadas con las relaciones internacionales del país.
Sobre la base de esa (elemental) periodización es posible identificar algunos de los
principales legados doctrinales que Mao heredó a los hombres de Estado encargados de la
política exterior china durante la Segunda Guerra Fría. Entre los legados del Gran Timonel
sobresalen: a) teoría de los Tres Mundos, b) la interpretación de la coyuntura internacional
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a través del análisis de las contradicciones, y, c) la construcción de frentes unidos
antihegemónicos.
La Teoría de los Tres Mundos fue formulada por Mao Zedong en febrero de 1974 y
presentada públicamente por Deng Xiaoping en abril del mismo año en la Asamblea
General de la ONU (Gittings, 1985). Esta teoría tiene como antecedente directo la noción
de zona intermedia que el propio Mao construyó en la década de 1950 para comprender las
tendencias del sistema internacional (particularmente en lo que se refiere a las condiciones
y posibilidades de las naciones asiáticas, africanas y latinoamericanas ubicadas en la zona
intermedia, y su relación con la pugna entre las superpotencias por la hegemonía global).5
La teoría de los Tres Mundos sugiere que las relaciones internacionales estarían
dominadas por la interacción entre tres grupos de naciones (o Mundos). El primer mundo
estaría conformado por las dos superpotencias (Estados Unidos y la Unión Soviética),
ambas empeñadas en alcanzar la hegemonía económica y política de la sociedad
internacional. El segundo mundo estaría compuesto por los países industrializados de
Europa, así como Canadá y Japón. Mientras, el tercer mundo estaría compuesto por todos
los países en desarrollo (incluida la propia China).
De acuerdo con la racionalidad de esta teoría, las naciones del tercer mundo (con el
apoyo de las naciones del segundo mundo) deberían construir una alianza estratégica
antihegemónica orientada contra las aspiraciones imperialistas o neo-coloniales de ambas
superpotencias. En otras palabras, las aspiraciones imperialistas y expansionistas de
Washington y Moscú, solamente podrían ser controladas y derrotadas mediante la universal
y persistente resistencia de las naciones del tercer y segundo mundo (en ese proceso, China
podría tener un expresivo liderazgo antihegemónico).6
5
En términos operativos la noción de la zona intermedia sugiere que la lucha real entre las
superpotencias por la hegemonía global no tenia lugar en el teatro europeo sino en la vasto y diverso conjunto
de naciones del Tercer Mundo. En ese sentido, desde la perspectiva maoísta, el imperialismo estadounidense
estaría empeñado, primero, en dominar las naciones del Tercer Mundo, para luego, agredir al mundo
socialista.
6
En 1975 se introdujo una modificación en la teoría de los Tres Mundos, al afirmarse que si bien
ambas superpotencias continuaban con sus aspiraciones hegemónicas, la URSS parecía mucho más
amenazadora y agresiva que los Estados Unidos (debido a la derrota militar en la Segunda Guerra de
Indochina y el aparente declinio de su poderío económico y militar). En ese sentido, las naciones del tercer
mundo deberían resistir con mayor énfasis al llamado social imperialismo soviético.
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Muy vinculado a la teoría de los Tres Mundos, fue el interés que la doctrina maoísta
de relaciones internacionales atribuyó tanto a la identificación de las contradicciones
(principal y secundarias) de la coyuntura internacional específica, como a la construcción
de frentes unidos antihegemónicos (Yahuda, 1983). El interés de Mao por las
contradicciones en la coyuntura internacional parte de la sólida formación marxista y
dialéctica. Para el gran timonel y sucesores, el universo estaba en constante transformación
debido al resultado de la persistente lucha entre opuestos. La evolución de la humanidad
reflejaría la superación de un modo de producción por otro más avanzado. En el caso de las
relaciones internacionales, se presume un flujo dinámico según el cual Estados fuertes se
debilitan y Estados débiles se fortalecen. En ese proceso, dinámico, o más exactamente
dialéctico, los hombres de Estado encargados de la política exterior de China deberían estar
atentos y ser capaces de identificar las contradicciones generales de la coyuntura
internacional y las contradicciones que el proceso revolucionario chino debería enfrentar.
Naturalmente, como resultado del análisis de las contradicciones –y de la subordinación de
las contradicciones secundarias a la contradicción principal– se podría identificar
potenciales adversarios, amigos y neutrales.
A la resolución de las contradicciones seguiría la formación de frentes unidos
compuestos por todos aquellos actores amenazados por la misma potencia. La noción de
frente unido fue inicialmente implementada en la formulación de políticas domésticas en el
contexto del proceso revolucionario chino. A partir de la década de 1930, Mao Zedong
logró articular frentes unidos contra sucesivos adversarios, entre ellos: a) invasores
japoneses durante los años 1930 y Segunda Guerra Mundial, b) nacionalistas chinos
vinculados al Koumintang durante la guerra civil (1946-1949), c) imperialistas
estadounidenses (a partir de 1950), d) “revisionistas” o “social imperialistas” soviéticos (a
partir de la década de 1960), etc. Los resultados alcanzados con los diferentes frentes
unidos fueron variables, en algunos casos hubo más éxito (frentes unidos antijaponés,
antiKoumintang, antisoviético), mientras en otros casos hubo menos suceso (frente
antiestadounidense). Aún así, la tradición de formación de frentes unidos fue un legado
muy importante que Mao Zedong heredó a los encargados de formular la política externa de
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un país subdesarrollado y constantemente amenazado por alguna de las dos
superpotencias.7
¿Cuáles eran las principales características de la inserción internacional de China a
la muerte del ‘gran timonel’? Como se sabe, Mao Zedong murió el 9 de septiembre de
1976. Sus sucesores, al contrario de la desmaoización observada en las esferas económica y
sociopolítica, dieron continuidad a las principales tendencias de la política exterior. Entre
esas tendencias sobresalen: a) oposición a las aspiraciones hegemónicas de Moscú, b)
paulatina reaproximación a Estados Unidos en particular y a Occidente en general, c)
intensificación de las relaciones interestatales y decreciente respaldo a los movimientos
revolucionarios en el Tercer Mundo, y d) aceptación de la legitimidad del sistema
internacional vigente. Dada la naturaleza del presente trabajo conviene limitarse a analizar
solamente las relaciones sino-soviéticas y sino-estadounidenses.
Relaciones sino-soviéticas. Las divergencias ideológicas entre el Partido Comunista de
China (PCCH) y el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de fines de la década
de 1950 y comienzos de los años 1960 derivaron en graves conflictos armados fronterizos
entre ambos Estados en 1969 (Crankshaw, 1963; Hinton, 1971). Desde la perspectiva de
Beijing, a partir de 1968 la Unión Soviética había substituido a los Estados Unidos como la
potencia más amenazadora contra la soberanía y seguridad del país (Gelman, 1979). Ello se
lo atribuyeron a los siguientes acontecimientos: a) la invasión soviética de Checoslovaquia
y la emergencia de la llamada doctrina Brézhnev sobre la soberanía limitada de los
miembros de la comunidad socialista fue –correctamente– considerada como una grave
amenazaba la independencia del partido comunista y del propio Estado chino, en tal
sentido, no es extraño que para la dirigencia china, la política externa soviética sería no solo
revisionista sino también social imperialista porque desarrollaría políticas de evidente cuño
7
Otras prácticas de política exterior heredada por Mao a sus sucesores incluyen: a) el uso de la fuerza
frente a amenazas externas, nótese que en los 30 años posteriores al triunfo de la revolución Beijing hizo uso
del Ejército Popular de Liberación frente a adversidades estratégicas en Corea (1950-1953), estrecho de
Taiwán (1954, 1958), India (1962), URSS (1969), Vietnam del Sur (1974), Vietnam (1979); b)
implementación de la doctrina de la guerra popular (entendida como defensa estratégica fundamentada en el
compromiso, moral y voluntad de la población para resistir potenciales intervenciones militares en territorio
continental chino); y c) el principio de la no inevitabilidad de la guerra mundial.
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imperial solapadas bajo una fachada socialista; b) la agudización de las preocupaciones con
la seguridad del Estado debido a los amenazadores conflictos fronterizos con la Unión
Soviética en la región Amur-Ussuri y Sinkiang y la denuncia de los llamados “tratados
desiguales” del s. XIX entre el imperialismo zarista y la decadente dinastía manchú; c) la
militarización de la frontera común, ya que a comienzos de la década de 1970 alrededor de
un tercio de poderío militar soviético (incluyendo parte de las fuerzas nucleares
estratégicas) estaban preparadas para una guerra de carácter ofensivo contra China; d)
según Beijing, los soviéticos estarían aprovechando el período de distensión con Occidente
(détente) no solo para acumular poderío militar convencional y nuclear, sino que también
estarían implementando un plan estratégico para conquistar la hegemonía global y, al
mismo tiempo, aislar e imponer un cerco de fuerzas hostiles frente a la propia China
(contando para ello con las propias fuerzas soviéticas en la frontera Norte, un Vietnam
unificado y pro-soviético en la frontera Sur, el tradicional adversario indio en el Oeste, y, el
avance hegemónico con la revolución pro-soviética en Afganistán en el Noroeste).8
Al contrario de las expectativas soviéticas, el Beijing post-Mao no solo se opuso a
una inmediata normalización de relaciones bilaterales sino que a partir de 1977 –en
afinidad con Estados Unidos– se dio la tarea de impulsar la organización de un frente unido
antisoviético destinado a resistir y a hacer retroceder los avances social imperialistas y/o
hegemónicos de Moscú y sus aliados (Cuba, Vietnam) en Asia, África y América Latina.
De hecho uno de los símbolos más evidentes de las tensiones bilaterales fue el anuncio de
Beijing, en 1979, de la no renovación del tratado de amistad sino-soviético firmado por
Stalin y Mao en 1950, con validez de 30 años y que dio lugar al más completo programa de
transferencia de tecnología durante el siglo XX.
En suma, la muerte de Mao Zedong y la emergencia de una nueva dirigencia en
Beijing no solo no supuso la normalización de relaciones sino-soviéticas, sino que además
el Kremlin debió aceptar la acelerada aproximación sino-estadounidense y los esfuerzos de
Beijing para construir un amplio frente unido antihegemónico, esto es, antisoviético
8
Véase Pollack (1981), Azar (1979), y Nianlong y otros (1990: Capítulo X).
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(Gelman, 1984). De esa manera, la URSS se convirtió en el principal y más poderoso de los
enemigos de China.
Relaciones sino-estadounidenses. A partir de la guerra de Corea (1950-1953) las relaciones
entre Beijing y Washington evolucionaron desde una profunda hostilidad hacia una
semialianza pragmática fundamentada en un consenso estratégico antisoviético. A partir de
la visita del Presidente Nixon (1972), las relaciones bilaterales avanzaron de manera
extraordinaria, particularmente después de la retirada de las tropas estadounidenses de
Vietnam (1973) y el fin de la Segunda Guerra de Indochina (1975).
Entre los criterios básicos que permiten comprender la convergencia de intereses
entre ambos Estados sobresalieron: (1) el congelamiento de la disputa en torno a Formosa
(conflicto que será analizado detalladamente en § 5), (2) las alentadoras perspectivas
comerciales, financieras y de transferencia de tecnología occidental hacia China en el
contexto de las reformas económicas incentivadas por Deng Xiaoping (programa de las
Cuatro Modernizaciones), y, (3) el interés paralelo de Washington y Beijing para contener
el expansionismo soviético mediante la construcción del frente unido antihegemónico,
compuesto entre otros, por la propia China, Estados Unidos, Japón y Europa Occidental.9
El proceso de normalización de las relaciones sino-estadounidenses se dio a través
de complicadas negociaciones que culminaron en tres comunicados conjuntos, ellos son: a)
Comunicado Conjunto entre la República Popular de China y los Estados Unidos de
América (firmado el 28 de febrero de 1972, conocido como Shanghai I), b) Comunicado
Conjunto sobre el Establecimiento de Relaciones Diplomáticas entre la República Popular
de China y los Estados Unidos de América (firmado el 16 de diciembre de 1978, conocido
como Shanghai II) y c) Comunicado Conjunto de los Estados Unidos de América y la
República Popular de China (firmado el 17 de agosto de 1982, conocido como Shanghai
9
Desde la perspectiva de Beijing, los propósitos del consenso estratégico (o frente unido) sinoestadounidense deberían incluir: 1) impedir un ataque soviético contra China o contra los aliados de China, 2)
quebrar el cerco estratégico soviético-vietnamita, 3) aislar internacionalmente a los adversarios, lo que
implicaba “globalizar” el consenso estratégico en todo el planeta, 4) obtener el liderazgo del frente unido, 5)
adquirir moderna tecnología militar, 6) intercambiar informaciones sensibles sobre el adversario común
(Terril, 1980; Scalapino, 1979; Robinson, 1981).
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III).10 En lo que sigue, se analizarán los comunicados Shanghai I y II (por razones de
coherencia lógica el comunicado Shanghai III será analizado en § 4).
A groso modo Shanghai I implicó el reconocimiento del principio de una China
según el cual Formosa es parte del territorio chino y el gobierno encabezado por Mao
Zedong era el legítimo gobierno del inmenso y populoso Estado. Al mismo tiempo,
Washington declaró que no se oponía al proceso de reunificación del país pero hizo notar
su deseo de que la eventual reunificación fuese llevada a cabo por medios pacíficos. Por su
parte, Beijing advirtió que el retorno de Formosa al dominio chino era un asunto de
soberanía interna, y que si bien prefería una reunificación pacífica no podía renunciar al uso
de la fuerza. Desde entonces, Formosa fue un asunto clave en el proceso de normalización
de las relaciones bilaterales. Adicionalmente, Shanghai I dejó entrever que ninguno de los
dos países buscaba ni la hegemonía global ni la hegemonía en la región Asia-Pacífico. Se
expresó el interés de ambas partes para normalizar u oficializar las relaciones bilaterales
mediante el reconocimiento recíproco y el establecimiento de relaciones diplomáticas
plenas a nivel de embajadas (a pesar de que Washington persistentemente expresó su
propósito de mantener relaciones no-oficiales con los llamados antiguos amigos de
Formosa).
El proceso de normalización de las relaciones bilaterales alcanzó un punto de no
retorno con los acuerdos de Shanghai II. Según dicho acuerdo, de diciembre de 1978,
ambos países reiteraron el principio de “una China” y que el territorio de Formosa es parte
de ella. Además, que las autoridades de Beijing eran el legítimo gobierno del gigantesco y
populoso Estado. Y también concordaron en establecer relaciones diplomáticas plenas a
nivel de Embajadas a partir del 1° de enero de 1979. Al mismo tiempo, Estados Unidos se
comprometió a suspender las relaciones diplomáticas con Taipei, derogar el tratado de
defensa entre Washington y la isla, y retirar el personal e instalaciones militares de
Formosa y alrededores; aún así, Washington insistió en que mantendría intercambios nooficiales (sobretodo de naturaleza comercial y cultural, además de la creación del American
Institute in Taiwan), reiteró su deseo por una eventual reunificación pacífica de la isla y
10
Véase Nianlong y otros (1990), Scalapino (1979, 1982) y Oksenberg (1981).
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advirtió sobre la continuación de venta de armamento defensivo a las autoridades de
Formosa.11 Entretanto, Beijing, a pesar de las críticas a la continuidad de las relaciones nooficiales entre Washington y sus antiguos amigos en Formosa, aceptó el acuerdo (aunque
no renunció a la posibilidad de una reunificación forzada de la isla).12
El establecimiento de relaciones diplomáticas fortaleció la semi-alianza entre
Washington y Beijing. En febrero de 1979 Deng Xiaoping visitó los Estados Unidos,
aprovechando la ocasión para firmar importantes acuerdos sobre asuntos económicos
(relacionados con el comercio), políticos, culturales y estratégicos.13 El sustancial
mejoramiento de las relaciones bilaterales se amplió y profundizó aún más a partir de
diciembre de 1979, como consecuencia de la masiva intervención soviética en Afganistán.
Episodio que, desde la perspectiva de Occidente, fue el detonante de lo que Fred Halliday
(1986) llamó la Segunda Guerra Fría.
3. La Segunda Guerra Fría: origen, evolución e impacto en la región Asia-Pacífico
El 9 de enero de 1980, el Embajador Dimitri Jukov, jefe de la representación diplomática
de la Unión Soviética en Brasilia, se reunió con uno de los funcionarios de más alto rango
en el Itamaraty. El Embajador Dimitri Jukov solicitó la audiencia para expresar su disgusto
sobre la programada reunión del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de
Naciones Unidas que, a pedido de Washington y Beijing, se realizaría para discutir y
condenar la intervención militar soviética en Afganistán, ocurrida el 27 de diciembre de
1979.
11
Como se analizará detalladamente más abajo, la continuidad en la venta de armamento defensivo
estadounidense a las autoridades de Formosa serían uno de los obstáculos más serios en las relaciones
bilaterales.
12
Especialistas en las relaciones sino-estadounidenses sugieren que Beijing aceptó el acuerdo
Shanghai II debido a la urgente necesidad de fortalecer el frente unido antihegemónico en momentos en los
que la llamada “amenaza soviética” era muy grave.
13
Es posible que Deng Xiaoping informase a las autoridades de Washington la intención de dar una
lección a Hanoi por la invasión de tropas vietnamitas a Kampuchea y el establecimiento de un gobierno proHanoi y pro-Moscú en Phnom Pehn. Sobre éste asunto volveré con detalle en § 5.
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Durante la audiencia, el Embajador soviético entregó a su par brasileño un pequeño
mensaje traducido y enviado desde Moscú, el cual, entre otros aspectos, planteaba que:
Nos últimos dias os Estados Unidos e alguns países que lhes apoiam, incluindo a China,
utilizando como pretexto os acontecimentos no Afeganistão deliberadamente tomaram o
caminho de aumento da ten[s]ão na região de Médio Oriente e não somente lá. A este objetivo
em particular serve a chicana americano-chinesa no Conselho de Segurança da ONU sobre a
situação no Afeganistão.
[..., Ao submeter a discussão na Assembléia Geral da ONU o assunto da intervenção soviética
no Afeganistão] está se empreendendo uma tentativa de impor a este forum internacional uma
confrontação no espírito da “guerra fria”, explorar a Assembléia Geral para fins pouco
honestos, semear a discórdia e fazer entrar em choque os países que mant[é]m entre si relações
estáveis e atuam juntos em relação aos problemas atuais da luta contra o imperialismo e
colonialismo [i]nclusive no movimento de não-alinhamento.
[...] As tentativas de hoje de implicar a ONU, seu Conselho de Segurança e sua Assembléia
Geral em debates sobre a situação no Afeganistão somente respondem aos interesses dos que
estão tentando reanimar o clima de “guerra fria”, evidentemente visando deste modo facilitar a
realização de seus planos imperialistas e hegemônicos.14
Este puede ser uno de los primeros mensajes (semi)oficiales en América Latina y el Caribe
que dan cuenta del acelerado enfrentamiento retórico y gran tensión internacional que
opuso a dos sistemas sociales, capitalista y socialista, encabezados respectivamente por
Estados Unidos y la Unión Soviética, desde fines de 1979 (o posiblemente antes) hasta
1989, cuando tuvo lugar el emblemático derrumbe del Muro de Berlín. Éste período de gran
tensión Este-Oeste, y con evidentes repercusiones en todo el planeta (incluyendo la
América Latina y el Caribe), caracteriza lo que el historiador inglés Fred Halliday (1986)
llamó la Segunda Guerra Fría.15
Inicialmente, parece apropiado señalar que la noción de Guerra Fría es muy antigua.
El propio Halliday sugiere que la misma ya era conocida en la Edad Media. En su opinión,
habría sido un noble del Reino de Castilla, Don Juan Manuel, quien a principios del siglo
XIV, utilizó el vocablo para designar el “estado natural de guerra entre Cristianos y
14
Rúbrica ilegible [posiblemente del Secretário-Geral del Itamaraty, Embaixador João Baena
Clemente Soares] a Ministro de Estado, Memorando confidencial (SG/03), Brasilia, 9.1.1980, AHMRE: Cx
J06 1980 (11).
15
A menos que se compruebe lo contrario, el primer artículo académico que dio cuenta de la
polarización y grave deterioro de las relaciones Este-Oeste fue publicado en 1980 por el historiador británico
Edward Thompson (1985). En ese seminal análisis Thompson plantea que la posibilidad real de una guerra
nuclear total y el suicidio colectivo de la humanidad serían los principales rasgos de lo que el llamó “estado
final de la civilización.” Las actitudes que favorecían dicho holocausto fueron llamadas exterminismo.
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Musulmanes”. Quiere decir, un conflicto más o menos permanente entre dos doctrinas
ideológicas en competencia.
En esa línea una guerra fría puede entenderse en dos sentidos, por un lado, se trata
de un conflicto que no es “caliente”, puesto que no existen batallas que terminen en victoria
o derrota total frente al adversario y por ello no ofrecen “ni paz ni honor”. Por otro lado, el
sentido de una guerra fría sugiere que las relaciones entre dos o más actores no son buenas.
Esto es, son tensas, amenazadoras y hostiles. En suma, para los fines del presente trabajo, la
noción de guerra fría puede entenderse como “a particular period of globalised conflict,
namely one in which the emphasis is upon military and strategic confrontation and in which
negotiation is minimal or non-existent” (Halliday, 1986: 9).
Según el historiador británico desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1986
(cuando fue publicada la segunda edición de su libro, pero en realidad este subperíodo se
prolonga hasta 1989 cuando ocurrió el derrumbe del Muro de Berlín y la –virtual–
implosión de la comunidad socialista), uno de los elementos definidores de las relaciones
internacionales habría sido la competencia, el proceso de re-bipolarización y la lucha por la
hegemonía16 mundial entre dos sistemas sociales liderados por Washington y Moscú. En su
opinión, estos cuarenta años de historia de relaciones internacionales podrían ser divididos
en cuatro subperíodos que él llama: a) Primera Guerra Fría (1947-1953), b) Antagonismo
Oscilatorio (1953-1969), c) Détente (1969-1979), y d) Segunda Guerra Fría (1979-1989).
Para los fines del presente estudio, parece ser extremadamente importante resaltar
que Halliday y otros historiadores de las relaciones internacionales –particularmente
aquellos historiadores especializados en la Guerra Fría– han aceptado como útil y
16
El término hegemonía, según Adam Watson (1997: 147), al ser aplicado al estudio de la historia de
las relaciones internacionales, puede ser entendido como la “habilidad del más poderoso de los Estados para
determinar la naturaleza de la sociedad [internacional], y especialmente su ejercicio”. Para los fines de la
presente investigación, la noción de hegemonía es sumamente importante por dos razones básicas: de un lado,
ella permite aproximarse a los análisis sobre la evolución de la sociedad internacional, incluyendo las
consecuencias que de ello derivan en lo que tiene que ver específicamente con los límites a la independencia
y la soberanía absoluta de los Estados en la actualidad, así como con la tensa relación de dicha noción con el
Derecho Internacional –particularmente con el principio de no intervención en los asuntos internos de otros
Estados. De otro, en términos generales, no parece incorrecto sugerir que una de las principales
preocupaciones de éste estudio es comprender el choque de hegemonías –o más exactamente, la oposición de
las políticas externas latinoamericanas y caribeñas frente a las aspiraciones y presiones hegemónicas de las
superpotencias y de sus respectivos aliados y clientes, en el contexto de la Segunda Guerra Fría.
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pertinente identificar al subperíodo 1979-1989 como una unidad lógica y de análisis
cualitativamente diferente tanto frente a la distensión o Détente que caracterizó al decenio
de 1970, como frente a –lo que puede ser considerado como– el interregno de unilateralidad
hegemónica estadounidense que predominó en el orden internacional post-Segunda Guerra
Fría, esto es, durante el decenio de 1990.17
Las causas que dieron origen a la Segunda Guerra Fría son variadas. Entre ellas
pueden incluirse las siguientes: (1) el declinio del poder económico, político y militar de los
Estados Unidos como consecuencia del fracaso en la Segunda Guerra de Indochina o
Guerra de Vietnam y la crisis de legitimidad generada a partir del escándalo de Watergate,
(2) el sostenido incremento de la capacidad estratégica y política de los soviéticos, (3) la
sorprendente semi-alianza estratégica entre Washington y Beijing con clara finalidad
antisoviética, (4) la grave crisis financiera mundial provocada por los choques petroleros de
1973 y 1979 y la estagnación económica en los países industrializados, (5) el
fortalecimiento del bloque de países no-alineados y tercer-mundistas, particularmente de
los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), (6) el
debilitamiento de la disciplina intrabloques, creando graves disputas entre países –
teóricamente– aliados, (7) el aparente éxito de la llamada Tercera Ola Revolucionaria en el
Tercer Mundo18 y (8) el ascenso del neoconservadurismo en los Estados Unidos y otros
países occidentales.
Entretanto, es aún causa de debate académico definir claramente cuales fueron las
causas inmediatas que provocaron el surgimiento del nuevo período de confrontación y
competencia entre las superpotencias y sus respectivos bloques y alianzas.
17
Desde la
Dicho período post–Segunda Guerra Fría, aparentemente, concluyó el día 11 septiembre del 2001,
con los dramáticos ataques –así llamados– “terroristas” a dos importantes ciudades estadounidenses
(Washington y Nueva York).
18
La Tercera Ola Revolucionaria en el Tercer Mundo inició, en 1974, con la “Revolución de los
Claveles” en Portugal (25 de abril) y el derrocamiento del Emperador etíope Haile Selassie (14 de
septiembre). La Tercera Ola Revolucionaria (1974-1980) incluyó un grupo de 14 países: siete africanos
(Etiopía, Guinea-Bissau, Mozambique, Cabo Verde, São Tome e Príncipe, Angola y Zimbabwe), cinco
asiáticos (Kampuchea, Vietnam, Laos, Afganistán e Irán) y dos de América Latina y el Caribe (Granada y
Nicaragua). Obviamente, dicho conjunto de países es muy diverso. No todos terminaron adoptando una
“orientación socialista”, según la semántica soviética. Pero casi todos asumieron una política crítica respecto a
la hegemonía de Occidente, particularmente de Estados Unidos, en el Tercer Mundo (Katsikas, 1982;
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perspectiva de Washington, la causa inmediata para el lanzamiento de la Segunda Guerra
Fría fue la intervención soviética en Afganistán (27 de diciembre de 1979) y la persistente
“sovietización” del Tercer Mundo, en general. De hecho, tanto para las administraciones
Gerald Ford (1974-1977) y Jimmy Carter (1977-1981), como para la emergente e
influyente comunidad de políticos e ideólogos inspirados en el pensamiento
(neo)conservador (Ehrman, 1995), las revoluciones en el Tercer Mundo eran –o parecían
ser– inspiradas ideológicamente, financiadas y armadas directamente por Moscú, lo que no
necesariamente era verdadero. No obstante, los políticos e intelectuales (neo)conservadores
consideraron que los soviéticos habían violado el acuerdo tácito de la distensión (o
Détente)19. Por lo tanto, habría que prepararse para hacer frente a esta nueva fase de
“expansionismo” soviético desde la perspectiva Este-Oeste (Podhoretz, 1980; Ehrman,
1995; Katsikas, 1982). En ese sentido, la intervención militar soviética en Afganistán
terminó siendo, desde la perspectiva Occidental, el golpe de gracia a la Détente y el
detonante de la Segunda Guerra Fría (Gelman, 1985; Podhoretz, 1980; Katsikas, 1982).
En contraste, desde la perspectiva soviética, la tensión internacional que culminó
con el “nuevo” período de Guerra Fría fue desencadenada por la decisión de los gobiernos
de los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dada a
conocer el día 12 de diciembre de 1979 –esto es, algunos días antes de la intervención
soviética en Afganistán20–, de incrementar los presupuestos de defensa y la instalación de
nuevos misiles de alcance intermedio (Pershing II y Tomahawk) en varios países de Europa
Occidental (Gelman, 1985). En lo que respecta a Afganistán, el gobierno soviético
Hobsbawn, 1998: Capítulo XV). Estratégicamente, los casos más importantes fueron los de Irán, Angola y
Nicaragua.
19
Desde la perspectiva de Washington, el acuerdo tácito de la Détente incluía la aceptación de la
paridad nuclear entre las superpotencias, a cambio de la estabilidad y desincentivo de parte del Kremlin a las
actividades revolucionarias en el Tercer Mundo (Katsikas, 1982; Gelman, 1985).
20
Sorprendentemente, ahora se sabe que tanto la decisión política del Kremlin que culminó con la
intervención militar soviética en Afganistán, como la decisión de los miembros de la OTAN para aumentar
sus presupuestos de defensa e instalar misiles de alcance intermedio en varios países de Europa Occidental –
con el propósito de re-establecer el aparente desequilibrio estratégico en el teatro europeo provocado, según
se argumentó en Bruselas, por la instalación de misiles soviéticos SS-20, desde 1977, en varios países del
Pacto de Varsovia– fue tomada en la misma fecha, el día 12 de diciembre de 1979.
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argumentó que la intervención del 27 de diciembre de 197921 fue producto de una petición
urgente de Kabul, y, con la finalidad de sostener un régimen aliado amenazado por los
conservadores movimientos contra-revolucionarios de Mujaheddin –quiere decir, guerreros
santos islámicos– apoyados financieramente por Pakistán, China, Irán y otras naciones
islámicas. La alarma en Occidente se debió a que, por primera vez desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial, los soviéticos hicieron uso de sus fuerzas de combate más allá de
las fronteras del Pacto de Varsovia.
Periodización. La Segunda Guerra Fría se prolongó entre 1979 y 1989. Naturalmente, el
ambiente y las políticas de re-bipolarización, confrontación y competencia entre las
superpotencias no fue uniforme. Al contrario, es posible y pertinente identificar dos
subperíodos (o fases), uno de bipolaridad rígida (1979-1985) y otro de bipolaridad flexible
(1985-1989).
El subperíodo de bipolaridad rígida coincidió, por un lado, con el último año de la
administración Carter (1977-1981) y el primer período presidencial de Ronald Reagan
(1981-1985); y, por otro lado, con el ocaso de la era del Premier Leonid Brézhnev (19641982) y los sucesores inmediatos, Yuri Andropov (1982-1984) y Konstantin Chernenko
(1984-1985). En términos generales, el subperíodo de bipolaridad rígida fue el de mayor
competencia, conflicto y tensión internacional.22
Mientras, el subperíodo de bipolaridad flexible coincidió con un paulatino
relajamiento de tensiones entre las superpotencias, favorecido por la implantación de la
21
En realidad, durante todo el mes de diciembre de 1979, tropas soviéticas habían sido transferidas
hacia Afganistán de manera más o menos encubierta. De cualquier manera, fue el día 27 de diciembre de
1979 cuando ocurrió el golpe de Estado que derrumbó al Primer Ministro Hafizullah Amin, colocando en su
lugar a Babrak Karmal, y, simultáneamente, tuvo lugar la masiva penetración de tropas soviéticas en dicho
país de Asia Central.
22
Con certeza, 1983 puede ser considerado como uno de los años más peligrosos y dramáticos en las
relaciones Este-Oeste desde la crisis de los misiles soviéticos en Cuba (1962). Aquel fue un año que comenzó
con el anuncio de la “Iniciativa de Defensa Estratégica” de Estados Unidos. Continuó con el derribo de un
avión de pasajeros surcoreano sobre el espacio aéreo soviético, la prolongada agonía del Secretario General
Yuri Andropov, la invasión de Granada (octubre), los ejercicios militares de la OTAN (Able Acher 83), la
instalación de modernos y mortíferos misiles estadounidenses de alcance intermedio en varios países de
Europa Occidental, y finalizó con la ruptura de las negociaciones soviético-estadounidenses sobre control y
verificación de armas nucleares. Sin olvidar la guerra propagandística y la retórica militarista que se impuso
en Washington y Moscú.
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perestroika y el “nuevo pensamiento” en la política exterior soviética dirigida por el
Secretario General del PCUS Mikhail S. Gorbachëv (1985-1991), así como el creciente
pragmatismo del segundo gobierno del Presidente Ronald Reagan (1985-1989) y su
sucesor, George Bush (1989-1993).
Escenarios de la Segunda Guerra Fría. Afirmar que una de las principales características
de la Segunda Guerra Fría fue su dimensión global implica, entre otras cosas, reconocer que
la lógica y las políticas inspiradas en la tensión y competencia Este-Oeste provocaron un
impacto más o menos significativo en las relaciones internacionales en la mayor parte del
planeta.
En el ámbito político, la tensión internacional del decenio 1979-1989 se puede
estudiar en dos niveles articulados. Por un lado, en las relaciones entre las propias
superpotencias y sus respectivas alianzas estratégicas (especialmente, la OTAN y el Pacto
de Varsovia). Por otro lado, en los conflictos regionales en el Tercer Mundo.
En lo que respecta a las relaciones entre las superpotencias, conviene señalar que
durante la fase de bipolaridad rígida destacó: (a) la vigorosa competencia hegemónica en
distintos foros internacionales y europeos; (b) la guerra propagandística; (c) la
revitalización de la carrera de armamentos, incluyendo el polémico proyecto
estadounidense de defensa estratégica conocido como Star Wars; (d) el mutuo boicot a
eventos científicos, culturales y deportivos; (e) la parálisis en las negociaciones
multilaterales y bilaterales, particularmente, aquellas sobre control y verificación de armas
nucleares; y, (f) muy particularmente, la instalación de mortíferos misiles de alcance
intermedio en el teatro europeo y en el nordeste de Asia. Todo ello sugiere que las
relaciones entre Washington y Moscú realmente eran conflictivas e incluso antagónicas.
Durante la fase de bipolaridad flexible, las tensiones entre las superpotencias comenzaron a
relajarse, permitiendo la paulatina reactivación de negociaciones sobre asuntos estratégicos
–como el control de armas nucleares, por ejemplo– y algunos avances en el ámbito
económico y comercial.
En el Tercer Mundo, muchos conflictos socio-políticos internos e internacionales
preexistentes adquirieron la lógica Este-Oeste cuando las superpotencias consideraron que
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intervenir era conveniente para potenciar sus respectivos intereses estratégicos y/o cuando
actores endógenos apelaron a la ayuda de alguno de los bloques en competencia. De ese
modo, el sesgo ideológico socialismo-capitalismo transformó a numerosos conflictos
internos (e incluso tribales) en sangrientos escenarios de la Segunda Guerra Fría. Surge, así,
la noción de conflicto regional en el Tercer Mundo, que es sumamente importante para los
fines del presente ensayo.
En consecuencia, el término conflicto regional en el Tercer Mundo se utiliza en este
estudio para referirse a una situación de aguda tensión y conflicto armado generado por la
interacción compleja entre factores locales (y subregionales), por un lado, e influencias,
aspiraciones y presiones hegemónicas extraregionales, por otro. Siendo que la interacción
entre presiones endógenas y exógenas amenazó con comprometer el envolvimiento de las
dos superpotencias de la época, los Estados Unidos y la Unión Soviética, sea directamente
o indirectamente a través de sus respectivos aliados. Nótese, así, la expresiva importancia
de la lógica y las políticas inspiradas en la confrontación, competencia y tensión propias de
la bipolaridad estratégica, política, económica e ideológica, quiere decir la lógica de la
Segunda Guerra Fría, que dominó la evolución de la sociedad internacional, entre 1979 y
1989. Por tanto, un conflicto regional supone (o supuso durante el decenio de 1980) la
“internacionalización” o “globalización” de una crisis local o subregional, a través de la
articulación de factores esencialmente endógenos con presiones y aspiraciones
hegemónicas de potencias continentales y globales.
Entre los conflictos regionales en el Tercer Mundo más importantes, en el contexto
global de la Segunda Guerra Fría vale resaltar los siguientes: (a) América Central
(Nicaragua, El Salvador, Guatemala, y con repercusiones más o menos significativas en
Granada, Cuba, Surinam, Colombia, etc.), (b) Afrecha Meridional (Angola, Mozambique,
Namibia, Afrecha del Sur, Zaire, etc.), (c) noroeste de Afrecha (Sahara Occidental,
Marruecos, Argelia, etc.), (d) el cuerno de Afrecha (Etiopía, Somalia, etc.), (e) Indochina
(Camboya, Vietnam, China Tailandia, etc., también conocido como la Tercera Guerra de
Indochina), (f) Asia Central (Afganistán, URSS, Irán, Pakistán, China, etc.); y, hasta cierto
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punto, (g) nordeste de Asia (península coreana), y, (h) Oriente Medio (conflicto palestinoisraelita, Líbano, Libia, guerra Irán-Irak).23
En el ámbito económico, la lógica del conflicto Este-Oeste se expresó en la
intensificación de las divergencias entre doctrinas de economía política y la propaganda de
los respectivos modelos de desarrollo socio-económico. Por un lado, Washington, Londres
y algunos de los más importantes organismos financieros internacionales (Fondo Monetario
Internacional, Banco Mundial) promovían la implementación de economías liberales de
mercado (Feinberg, 1983; Cano, 2000; Bitar, 1988; Bitar, 1984). Entretanto, Moscú y otros
países socialistas destacaban las virtudes de la economía de planificación centralizada con
amplio predominio del sector público.
Vale agregar que el conocido modelo cepalino de desarrollo hacia adentro –
utilizado, desde el decenio de 1930, en algunos países de América Latina y el Caribe para
promover la industrialización y el crecimiento económico– también fue objeto de la disputa
ideológica. Por un lado, era positivamente evaluado por los soviéticos al considerarlo como
un ejemplo de modelo de desarrollo dirigido por el Estado. En contraste, el mismo modelo
fue duramente cuestionado por economistas y políticos de orientación neo-liberal
inspirados en los trabajos de Friedrich von Hayek, Milton Friedman y Michael Novak, en
los llamados Reaganomics y, muy particularmente, en el llamado Consenso de Washington
–surgido a comienzos del decenio de 1980 para enfrentar la grave crisis del endeudamiento
externo latinoamericano desde la perspectiva del modelo de economía liberal de mercado.
He aquí una versión estilizada de la conocida dicotomía Estado-Mercado que, desde
23
La lista completa de conflictos sociopolíticos domésticos que adquirieron algún tipo de connotación
Este-Oeste es bastante amplia. De hecho, en mayo de 1980, además de los casos arriba citados, habían
situaciones de insurgencia en Birmania, Etiopía, India, Líbano, Filipinas, África del Sur, Namibia, Siria,
Tailandia, Turquía, Sahara Occidental, Guatemala, Irán, Chad, Colombia, Perú, entre otros. Al mismo tiempo,
existían potenciales conflictos sociopolíticos en Argentina, Chile, Argelia, Bangladesh, Egipto, Jamaica,
Liberia, Pakistán, Yugoslavia, Túnez, Rhodesia/Zimbabwe, Arabia Saudita e Indonesia. Conviene agregar
que, en términos generales, los principales actores estatales de la Segunda Guerra Fría terminaron siendo:
Estados Unidos, Unión Soviética, China, Alemania, Cuba, Israel, Vietnam, Afrecha del Sur, India, Reino
Unido, Angola, Arabia Saudita, Libia, Francia, Irán y Nicaragua. Al mismo tiempo, es sorprendente constatar
que la posición geopolítica y el componente ideológico hizo de algunos países en desarrollo –como
Nicaragua, Granada, El Salvador, Mozambique, Cuba, Camboya, Afganistán, Libia, o Corea del Norte–
actores de primer nivel en el conflicto Este-Oeste. Ello es posible atribuírselo, al menos en parte, al carácter
global de la política internacional en el contexto de la Segunda Guerra Fría.
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entonces, dominó gran parte del debate sobre economía política en América Latina y el
Caribe (Feinberg, 1983; Bitar, 1984; Bitar, 1988; Cano, 2000; Lynn Ground, 1984).
En el ámbito ideológico, la competencia Este-Oeste fue particularmente intensa y
perturbadora. De un lado, el Presidente Reagan se auto-proclamaba como el abanderado de
la democratización del mundo, y al mismo tiempo calificaba al régimen soviético como
totalitario e incluso, de modo un tanto maniqueísta, también como Imperio del Mal. De
otro, los jerarcas soviéticos –fundamentados en los tradicionales textos marxistas–
planteaban que, a pesar de la agresividad del (aparentemente) declinante imperialismo
estadounidense, la correlación de fuerzas en el mundo se inclinaba inexorablemente hacia
el socialismo, favorecido por las así llamadas leyes de la historia, los avances tecnológicos
de la Unión Soviética y los procesos de liberación nacional en el Tercer Mundo. A partir de
1985, el Secretario General Mikhail S. Gorbachëv se dio la tarea de implementar una serie
de reformas políticas y económicas orientadas a fortalecer a la declinante economía
soviética, pero también a continuar promoviendo la utopía socialista (Gorbachëv, 1987).
En el ámbito estratégico, Washington y Moscú se dieron la tarea de modernizar,
reforzar y disciplinar las respectivas alianzas estratégicas y acuerdos militares con aliados
en el Tercer Mundo. Para varios autores, los intentos de las superpotencias para
(re)imponer la hegemonía en tales pactos militares (particularmente, la OTAN y el Pacto de
Varsovia) provocó no pocos conflictos Oeste-Oeste y Este-Este. Paralelamente, parece
importante destacar que, con excepción de la infame invasión a Granada (25 de octubre de
1983), no hubo intervención militar directa de una superpotencia contra un aliado de la otra
superpotencia24. Esta no es una constatación menor puesto que –a pesar de las graves
tensiones– ambas potencias lograron evitar que los numerosos conflictos regionales se
transformasen en escaladas que eventualmente pudiesen desembocar en un terrorífico
holocausto nuclear.
Vale agregar que hacia fines del decenio de 1980, ocurrieron importantísimas
mutaciones estratégicas –con destaque para el derrumbe del Muro de Berlín y la
24
Aún así, las estrategias de conflicto de baja intensidad implementadas por Washington –e inspiradas
en la así llamada doctrina Reagan– contra regímenes considerados marxista-leninista (Nicaragua, Camboya,
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reunificación de Alemania (Moniz Bandeira, 2001)– que marcaron el agotamiento total de
la alianza militar impuesta por los soviéticos en Europa Oriental y un evidente
debilitamiento del poder y la posición de la Unión Soviética (y luego, de Rusia) en el
sistema internacional. Al menos en el teatro europeo, el derrumbe del Muro de Berlín y la
posterior implosión del bloque soviético terminó marcando el fin de la Segunda Guerra Fría
y la apertura de un nuevo período en la historia de las relaciones internacionales
contemporáneas –el cual, a falta de mejor término, no parece incorrecto llamar de interludio
de unilateralidad hegemónica estadounidense (1989-2001).25
Del mismo modo que otras regiones del mundo, Asia-Pacífico fue testigo de la
competencia y confrontación entre las superpotencias. Inicialmente, parece importante
tener presente que la región Asia-Pacífico se caracterizó durante la década de 1980 por: (i)
extraordinario dinamismo económico, (ii) sólida alianza estratégica entre Estados Unidos y
Japón26, (iii) predominancia de conflictos Este-Este (URSS-China, China-Vietnam,
Vietnam-guerrilleros del Khmer Rojo respaldados por China), (iv) expresivo programa de
reformas económica fundamentadas en la lógica de los mecanismos de mercado en China
(“Cuatro Modernizaciones”), (iv) incapacidad de los soviéticos para transformar el
expresivo poderío militar en influencia política efectiva, (v) resurgimiento del poderío
militar estadounidense.27
En ese contexto, Thomas W. Robinson (1981: 44-48) plantea que los propósitos de
la política externa de Washington hacia la región Asia-Pacífico incluirían: oponerse a
cualquier potencia que intente dominar a Asia o sus regiones o que intente excluir la
presencia de los Estados Unidos, sea económica, cultural, o militar; estimular el
Angola, Mozambique, Afganistán), se convirtieron en verdaderas e ilegales agresiones indirectas contra
dichos Estados.
25
Al mismo tiempo, parece pertinente resaltar que aunque parece importante resaltar que la caída del
Muro de Berlín y la implosión de la comunidad socialista no pasaron desapercibidos en América Latina y el
Caribe (Castañeda, 1996; Castañeda, 1993; Pastor, 1992; Ullman, 1996; Hurrell, 1996). De hecho, desde la
perspectiva estratégica, aquellos acontecimientos abrieron una oportunidad para que conflictos armados
internos –particularmente en el caso del conflicto regional en América Central– pudiesen ser resueltos
mediante acuerdos políticos relativamente satisfactorias para todas las partes.
26
No obstante la solidez de la alianza estratégica nipo-estadounidense, vale notar que ambos países
estaban enfrascados en una guerra fría económica producto de los persistentes y masivos superávit
comerciales del Japón.
27
Detalles en Zagoria (1985); Scalapino (1979); y Choudhury (1979).
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crecimiento económico dentro del sistema capitalista y bajo los criterios centrales de la
economía liberal de mercado; fomentar el liberalismo político (incluyendo el Estado de
derecho y la gobernabilidad democrática), y, especialmente, contener el expansionismo
soviético mediante el equilibrio de poder y la construcción de un consenso estratégico
antisoviético con los aliados y amigos de Washington en la región. Entretanto, el mismo
Robinson (1989: 172) sugiere que los propósitos de la política exterior soviética hacia la
misma región incluían: la defensa del territorio soviético; competir con los Estados Unidos
y China por la influencia regional; defender los avances del socialismo pro-soviético en
Mongolia, Corea del Norte, e Indochina (Vietnam, Laos y Kampuchea);28 intensificar el
desarrollo económico de Siberia; participar del dinamismo económico regional; y
finalmente, adquirir tecnología y capitales de la región.
La oposición de intereses entre Washington y Moscú en la región Asia-Pacífico
supuso la verticalización y el disciplinamiento de amigos y aliados en la competencia
regional. Los Estados de la región debieron incrementar sus presupuestos de defensa.
Además, con la excepción parcial del caso japonés, muchos de los –más o menos–
autoritarios gobiernos de la región lograron mantenerse en el poder gracias a una espuria
alianza con la respectiva superpotencia y la persistente represión a los sectores opositores
internos. Aún así, resalta la transición hacia la gobernabilidad democrática en Filipinas,
Corea del Sur y Formosa.
Finalmente, vale destacar que a diferencia de otras regiones del mundo, la presencia de
China y su capacidad de maniobrar entre ambas superpotencias fue una de las
características particulares de la evolución de la Segunda Guerra Fría en la región AsiaPacífico.
28
Las condiciones y posibilidades de nuevos avances socialistas en Asia-Pacífico eran muy limitadas,
incluso en las Filipinas donde una elite revolucionaria de inspiración marxista continuaba luchando contra la
ocupación colonial estadounidense. En Tailandia, Birmania y Malasia los procesos revolucionarios fueron
abortados. Entretanto, en la península coreana, por primera vez desde el ‘alto al fuego’ de 1953, existían
posibilidades reales de una nueva guerra de unificación nacional, sobretodo desde la perspectiva de
Pyongyang, ya que Kim Il-song deseaba vivamente concluir con su proyecto nacional antes de fallecer; no
obstante, la permanencia de las tropas de Estados Unidos y el creciente poderío militar y económico de Corea
del Sur inviabilizaron las expectativas de la elite revolucionaria norcoreana (Kim, 1985).
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4. Beijing contra las aspiraciones hegemónicas de las superpotencias en los contextos
de bipolaridad rígida y flexible
La política exterior de China frente al proceso de re-bipolarización de las relaciones
internacionales en el contexto de la Segunda Guerra Fría puede estudiarse, por un lado,
enfatizando los aspectos bilaterales de las relaciones con ambas superpotencias, y, por otro
lado, en la posición de Beijing frente a las crisis regionales (sobretodo las más inmediatas a
la propia China). En el presente acápite se analiza las relaciones sino-estadounidenses y
sino-soviéticas tomando como referencia los criterios de bipolaridad rígida (subperíodo
entre 1979 y 1985) y bipolaridad flexible (subperíodo de 1985 a 1989).
En términos generales la política exterior china frente a las superpotencias entre
1979 y 1985 se caracterizó por el pasajero consenso estratégico antisoviético entre Beijing
y Washington, el cual, a partir de los insatisfactorios resultados del acuerdo Shanghai III
(agosto de 1982), se transformó en una relación fundamentada, desde la perspectiva china,
en los llamados Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica,29 lo que en términos
operativos implicó el abandono de la noción de frente unido antihegemónico y la adopción
de una política de equidistancia frente a Washington. Entretanto, las relaciones sinosoviéticas inicialmente muy tensas, evolucionaron lentamente hacia un modus vivendi más
o menos satisfactorio para ambas partes.
Las relaciones sino-estadounidenses durante la fase de bipolaridad rígida iniciaron –
bajo los entendimientos del comunicado Shanghai II– con el establecimiento de relaciones
diplomáticas plenas el 1° de enero de 1979. Desde la perspectiva de Beijing el
establecimiento de relaciones con Washington facilitaba la construcción del frente unido
antihegemónico (esto es, antisoviético). Ello no es un asunto menor, ya que durante la
década de 1970, las aspiraciones hegemónicas de la Unión Soviética y la posibilidad de
establecer un cerco estratégico en las fronteras Norte, Este y Sur del país, eran consideradas
29
La política externa fundamentada en los “Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica” fue
inicialmente presentada por la diplomacia china a mediados de la década de 1950. Inspirada en el tercermundismo y la Conferencia de Bandung (1955) los “Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica” eran: 1)
respeto por la soberanía y la integridad territorial, 2) no-agresión, 3) no interferencia en los asuntos internos
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por Deng Xiaoping y colegas como una de las principales amenazas a la seguridad, la
soberanía y la integridad territorial de China (Xiang, 1981; Scalapino, 1982; Oksenberg,
1981; y Whiting, 1982).
Entre 1979 y 1981, Beijing y Washington lograron crear un consenso estratégico
que se tradujo en medidas prácticas tales como: a) el apoyo material y financiero de ambas
partes a los movimientos de resistencia armada contra la ocupación de Kampuchea y
Afganistán por tropas vietnamitas y soviéticas, respectivamente; b) la transferencia de
armamento letal de Estados Unidos para China con la finalidad de acelerar la
modernización de las fuerzas armadas; c) la cooperación en organismos internacionales
para denunciar el hegemonismo soviético y de sus aliados (Vietnam, Cuba, etc.); d) la
colaboración entre las respectivas comunidades de inteligencia y seguridad; e) los
constantes intercambios de visitas de autoridades de alto nivel; entre otras.
Curiosamente,
las
coincidencias
ideológicas
antisoviéticas
no
fueron
lo
suficientemente consistentes como para impedir el resurgimiento del espinoso asunto de la
venta de armas defensivas de Estados Unidos a Formosa. Al mismo tiempo, el feroz
anticomunismo del Presidente Reagan debilitó las posibilidades reales de establecer
acuerdos estratégicos de mayor alcance ya que China, a pesar de las reformas económicas y
la apertura comercial hacia Occidente, continuaba siendo un Estado socialista,
fundamentado en una ideología marxista y dirigido de manera autoritaria por la dirigencia
colectiva del PCCH. Adicionalmente, parece claro que la semi-alianza Beijing-Washington
difícilmente podría ser sostenible en el largo plazo habida cuenta que en caso de una
reaproximación sino-soviética –lo que no era totalmente descartado considerando las
visiones pragmáticas de la dirigencia china– nuevamente Estados Unidos volvería a ser el
principal adversario del Reino del Medio debido al complejo problema de Formosa, el
temor que las aspiraciones expansionistas (e incluso “hegemónicas”) que la propia China
provocaba entre otros aliados de Washington en la región Asia-Pacífico (sobretodo entre
de otros Estados, 4) igualdad y mutuo beneficio en las relaciones internacionales, y, 5) coexistencia pacífica
(Nianlong y otros, 1990: 101ss).
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los Estados miembros de la ASEAN –Brunei, Indonesia, Malasia, Filipinas y Singapur)30 y
el creciente poderío militar chino sustentado en el dinámico proceso de crecimiento
económico del país.
En esa línea, la política exterior china para Estados Unidos durante el período de
bipolaridad rígida evolucionó del frente unido antihegemónico (o antisoviético) hacia una
política realmente pragmática fundamentada en los Cinco Principios de la Coexistencia
Pacífica. Efectivamente, el frente unido antihegemónico en el cual China, Estados Unidos y
otros países debería actuar conjuntamente para contener las aspiraciones expansionistas de
los soviéticos alcanzó su cenit en 1980 y 1981; pero a partir de las divergencias entre
Beijing y Washington sobre el futuro de las ventas de armas estadounidenses a Formosa el
consenso estratégico se debilitó notoriamente.
A partir de 1982, parecía evidente la redefinición de la política exterior de Beijing
frente a Washington sobre la base de los Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica, la
ruptura del frente unido antisoviético, la oposición tanto frente a las aspiraciones
hegemónicas soviéticas como a las aspiraciones imperiales de Estados Unidos en el
contexto de la competencia y confrontación por la hegemonía global, la equidistancia e
independencia frente a ambas superpotencias y el resurgimiento de la teoría de los Tres
Mundos.31
30
A pesar de que reiteradamente Beijing negó que pretendiese una hegemonía regional, que amenazara
a sus vecinos, o que tuviese intención de construir una esfera de influencia en la región del sudeste de Asia, lo
cierto es que China tenia (y tiene) disputas territoriales de carácter estratégico con India, Vietnam, Brunei,
Malasia, Filipinas, Japón, Singapur, Rusia y otros países. Las aspiraciones hegemónicas de Beijing son
especialmente importantes en el caso del Mar del Sur de China, compuesto por un conjunto de naciones que
en el pasado fueron Estados vasallos y tributarios del Reino del Medio.
31
Las divergencias político-ideológicas entre Beijing y Washington en el contexto de la bipolaridad
rígida no impidió la intensificación de los contactos de alto nivel o la cooperación cultural, científica,
tecnológica y sobretodo económica. En realidad el comercio bilateral creció substancialmente de casi cero en
1970 a EUA$ 5.9 billones en 1981 y EUA$ 7.3 billones en 1986. En pocos años, y a pesar de las prácticas
proteccionistas y algunas restricciones a la adquisición de tecnologías sensibles, Estados Unidos se convirtió
en uno de los más importantes socios comerciales de China. Con relación a las visitas de personalidades vale
destacar las visita a Beijing del Presidente Reagan (1984), del Vicepresidente George Bush (1985) y los
Secretarios de Estado Alexander Haig (1981) y George Shultz (1983); en compensación visitaron Washington
el VicePrimer Ministro Deng Xiaoping (1979), el Primer Ministro Zhao Ziyang (1984) y el Presidente Li
Xiannian (1985).
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Entretanto, las relaciones sino-soviéticas entre 1979 y 1985 evolucionaron desde
una situación de considerable tensión, competencia y confrontación hacia una lenta y
gradual aproximación. Desde fines de la década de 1960, China consideraba a la Unión
Soviética como la principal amenaza a su seguridad nacional; esa sensación fue una de las
herencias que Mao Zedong legó a sus sucesores. En consecuencia, no es extraño que
Beijing fuese uno de los actores más activos en la formación del frente unido
antihegemónico y que las tensiones entre ambos Estados alcanzara un nivel grave. 32
En 1979, dos acontecimientos fueron particularmente importantes en la
implementación de la política externa china frente a la Unión Soviética, por un lado, el
anunció formal de que no sería renovado el Tratado de Amistad, Alianza y Mutua
Asistencia entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Popular de
China (firmado en Moscú el 14 de febrero de 1950), y, por otro lado, la vigorosa reacción
de Beijing frente a la intervención militar soviética en Afganistán (Nianlong y otros, 1990:
Capítulo XIX).
Con relación a lo primero, vale señalar que el anuncio de la no renovación del
tratado sino-soviético –documento que en el pasado había sido muy importante pero que a
fines de los años 1970 no tenía mayor sentido debido a la tensa situación de las relaciones
bilaterales– fue una decisión de carácter simbólico. En compensación, Beijing ofreció a
Moscú el inicio de una serie de rondas de negociación sobre asuntos bilaterales
(militarización de la frontera común, comercio, cooperación científico-tecnológica). La
primera ronda se llevó a cabo en la capital soviética entre septiembre y diciembre de 1979.
No se llegó a acuerdos substanciales debido a que el Kremlin se negó a incluir en la agenda
asuntos relacionados con terceros países (Kampuchea, Mongolia). En consecuencia, la
32
Edward Crankshaw (1963) sugiere que a partir de 1960 las relaciones entre China y la Unión
Soviética se encontraban en una situación de virtual guerra fría. Las causas del enfrentamiento incluían
divergencias ideológicas al interior del movimiento comunista internacional, la sensación de amenaza a la
seguridad nacional de ambos Estados, las rivalidades personales y otras razones de prestigio, la competencia
por la ‘hegemonía regional’ en el sudeste de Asia, etc. (Ellison, 1987)
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primera y única ronda de conversaciones sino-soviéticas fue un fracaso que hizo evidente,
una vez más, las tensiones entre ambos gobiernos.33
En lo que se refiere a la vigorosa reacción de China frente a la intervención
soviética en Afganistán vale adelantar que Beijing no solo no reconoció el gobierno de
Babrak Karmal como también fue uno de los primeros Estados a apoyar con armas y
recursos financieros a la emergente resistencia afgana (Vertberger, 1981; Halliday, 1980).
Adicionalmente, la intervención militar en Afganistán fue desde la perspectiva de Beijing
un nuevo e inaceptable avance del social imperialismo soviético que debería ser enfrentado
con el fortalecimiento del frente unido antihegemónico bajo la conducción china. En suma,
chinos y soviéticos abrieron la década de 1980 en lados opuestos de las trincheras
diplomática, política y militar en el contexto global de la Segunda Guerra Fría.
A partir de 1982, las tensiones sino-soviéticas comenzaron a atenuar. Es posible que
las divergencias entre Beijing y Washington sobre Formosa fuese una de las causas más
importantes del lento y gradual proceso de mejoramiento de relaciones entre Beijing y
Moscú. De cualquier modo, Roy Medvedev (1983), William Griffith (1983), Hebert Ellison
(1987), Steve Goldstein (1989: 50s) y otros especialistas destacan que el discurso de Leonid
Brézhnev en Tashkent (24 de marzo de 1982) proponiendo un conjunto de medidas para
normalizar las relaciones bilaterales fue un acontecimiento importante en las relaciones
sino-soviéticas.
Conociendo de antemano las divergencias sino-estadounidenses sobre Formosa,
Brézhnev ofreció la reanudación de las conversaciones bilaterales, el reconocimiento de
China como un país de la comunidad socialista y rechazó la idea de dos Chinas (una obvia
referencia a la ambigua posición de Washington frente al proceso de reunificación de la isla
al continente). De acuerdo con Han Nianlong y otros (1990), la diplomacia china tomó nota
del discurso de Brézhnev y respondió favorablemente siempre y cuando los soviéticos
aceptaran remover tres obstáculos: a) la masiva presencia militar soviética en la frontera
común y en Mongolia, b) la presencia militar soviética en Afganistán, y c) la presencia
33
La segunda ronda de conversaciones sino-soviéticas debería reunirse en Beijing en 1980. No
obstante, ello nunca ocurrió debido a la intensificación de las tensiones internacionales, regionales
(Afganistán, Indochina) y bilaterales.
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militar vietnamita (con apoyo soviético) en Kampuchea.34 En suma, la remoción de esos
tres obstáculos fue la condición necesaria para normalizar las relaciones que los chinos
exigieron de los gobiernos del premier Leonid Brézhnev y sucesores (Yuri Andropov,
Konstantin Chernenko y Mikhail Gorbachev).35
Entretanto, las relaciones comerciales (un importante indicador de la situación de
las relaciones bilaterales entre Estados comunistas) comenzaron a intensificarse saltando de
EUA$263 millones en 1981 a EUA$2 billones en 1985. También se intensificaron las
visitas de personalidades y las relaciones culturales, científico-tecnológicas, deportivas.
Aún así, el proceso de re-institucionalización de las relaciones bilaterales no debe ser
exagerado ya que para Beijing los soviéticos (y su estrategia de cerco estratégico contra
China) continuaron siendo considerados como la principal amenaza al país. Y por su parte,
los soviéticos continuaron desconfiando de la cooperación sino-estadounidense en
Indochina, Afganistán y otros escenarios de la Segunda Guerra Fría.
En suma la política externa china frente a las superpotencias en el contexto de la
bipolaridad rígida (1979-1985) se caracterizó por una creciente independencia y
equidistancia ante las ambiciones hegemónicas de Washington y Moscú. Dicha
constatación es sumamente importante ya que de ese modo Beijing recobró la capacidad de
maniobra para ejercer mayor influencia y obtener mayores beneficios políticos, económicos
y estratégicos de un sistema internacional altamente conflictivo. En términos operativos
34
Nótese que desde la perspectiva soviética la remoción de dichos obstáculos era un asunto muy serio,
con graves riesgos e inciertas ganancias. Con relación al primer obstáculo, la retirada de un tercio del poderío
militar soviético impediría proyectar poder en la región Asia-Pacífico y además esa medida era cuestionada en
Europa Occidental (al mismo tiempo, China, Japón y otros países asiáticos temían un eventual acuerdo sobre
misiles de alcance intermedio en Europa que incluyese el desplazamiento de misiles soviéticos –SS 20, por
ejemplo- hacia el teatro de operaciones Asia-Pacífico). Con relación al segundo obstáculo, la retirada de las
tropas soviéticas de Afganistán supondría el inmediato derrocamiento de un país extremadamente importante
para la estrategia diplomática, política, económica y militar soviética en el contexto de la re-bipolarización no
solo debido a la extensa frontera común sino también porque los futuros gobernantes serían extremistas
islámicos de cuño conservador y pro-estadounidenses (lo que obviamente no era bien visto por Moscú). Y,
finalmente, el tercer obstáculo se relacionaba con un aliado estratégico (Vietnam) sobre el cual Moscú no
tenía una influencia tan decisiva –además de no desear perturbar las excelentes relaciones bilaterales- como
para exigir una retirada militar tan importante en el contexto específico de la Tercer Guerra de Indochina.
Adicionalmente, parece importante agregar que Beijing y Moscú continuaron en competencia por la
influencia en Pyongyang (Kim, 1985). En § 5, volveré con detalle sobre los casos de Indochina y Afganistán.
35
Curiosamente, los contactos de alto nivel entre chinos y soviéticos fue favorecida por el continuo
fallecimiento de líderes del Kremlin -Brézhnev (1982), Andropov (1984) y Chernenko (1985). Esto es lo que
algunos autores han llamado la diplomacia de funeral durante la primera mitad de la Segunda Guerra Fría.
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ello supuso el quiebre de la noción del frente unido antihegemónico (léase, antisoviético) y
un relativo distanciamiento de las aspiraciones imperiales de Washington sin que ello
afectase la apertura económica hacia Occidente en el contexto del programa de las Cuatro
Modernizaciones. Al mismo tiempo, hubo una gradual re-institucionalización de las
relaciones sino-soviéticas (aún así, la Unión Soviética continuó siendo considerada como la
principal amenaza para la seguridad e integridad territorial del Reino del Medio).
El mayor pragmatismo del segundo gobierno del Presidente Ronald Reagan, la
emergencia del “nuevo pensamiento” de Mikhail Gorbachev y la creciente oposición de
China y otros países en desarrollo al ambiente y a las políticas inspiradas en la nueva guerra
fría fueron algunas de las causas inmediatas del surgimiento de la bipolaridad flexible entre
1985 y 1989.
Siguiendo las orientaciones que Deng Xiaoping propuso en su discurso de enero de
1980 con relación a las tres tareas del país en el decenio,36 vale reiterar que la política
exterior de China hacia Washington y Moscú se caracterizó por la oposición a los
hegemonismos, la aspiración a la equidistancia y el no alineamiento. La retórica de Beijing
declaraba que la política externa del Reino del Medio tenía como objetivos principales la
intensificación de la modernización socialista del país, la reunificación de la nación y la
resistencia a las aspiraciones hegemónicas para salvaguardar la paz mundial. En otras
palabras, se estaría implementando una política inspirada doctrinariamente en la teoría de
los Tres Mundos y en los Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica. En ese sentido, la
agenda internacional del país comenzó a expresar de manera más evidente las
preocupaciones con el deterioro en los términos de intercambio y otras consecuencias de la
intensificación de las relaciones económicas internacionales, el endeudamiento externo de
la propia China y otros países del Tercer Mundo, el proteccionismo de los países
industrializados, etc. En suma, se trataría de un esfuerzo por superar la lógica Este-Oeste
mediante la recuperación de las temáticas ligadas a las preocupaciones sobre el desarrollo
económico y social, propias del diálogo Norte-Sur.
36
Véase la cita 2.
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Durante la fase de bipolaridad flexible las relaciones sino-estadounidenses se
caracterizaron por el énfasis economicista. El comercio entre ambos países creció de
manera expresiva, saltando de EUA$7.3 billones en 1986 a EUA$ EUA$11.8 billones en
1990.37
En el ámbito político, resaltó la continuidad en las divergencias sobre el futuro de
Formosa y su reunificación con el territorio continental, pero también las convergencias
con relación a la necesidad de mantener la estabilidad y el equilibrio de fuerzas en la
península coreana y al mismo tiempo continuar presionando a soviéticos y vietnamitas para
retirarse de Afganistán y Kampuchea, respectivamente. Durante la segunda mitad del
decenio de 1980 fue posible advertir cuestionamientos de Beijing a la política de los
llamados cuatro portaaviones terrestres de Estados Unidos en el Tercer Mundo (Sudáfrica,
Israel, Formosa y Corea del Sur), la oposición a la política intervencionista de la
administración Reagan en la crisis regional de América Central, y el cuestionamiento a las
restricciones impuestas para la adquisición de bienes y servicios de alta tecnología
necesarios para garantizar la sostenibilidad del crecimiento económico del país. Al mismo
tiempo, el gobierno comunista chino también rechazó enérgicamente las presiones de
Washington para promover la liberalización política, o más exactamente, la
democratización interna del país (incluyendo el polémico debate sobre el carácter universal
o local de la defensa de los derechos humanos) según los criterios de la tradición políticodemocrática occidental (Mezzetti, 2000).38
La evolución de las relaciones sino-soviéticas fue más compleja. En el ámbito
político, el “nuevo pensamiento” de Gorbachev sobre la política exterior soviética incluía
intensificar las relaciones con la dinámica y próspera región Asia-Pacífico, lo que
naturalmente implicaba lograr la “normalización” de las relaciones con Beijing (Kimura,
37
Prybyla (1989, 1986) y Mezzetti (2000) ofrecen detalles sobre la naturaleza de las reformas
económicas en China y su impacto en las relaciones internacionales del país.
38
Otros asuntos conflictivos en la agenda bilateral eran el creciente déficit comercial de Estados
Unidos, la ligera protección a los derechos de autor en China, las divergencias sobre la protección a los
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1987). En dos célebres discursos, el primero en Vladivostok (1986) y el segundo en
Krasnoyarsk (1987), Mikhail Gorbachev propuso a China en particular y los gobiernos de
la región Asia-Pacífico en general, la creación de un modelo de seguridad regional, la
creciente participación económica soviética, el gradual retiro de tropas soviéticas de
Mongolia y Afganistán (pero no de tropas vietnamitas de Kampuchea), el reinicio de las
negociaciones sobre la frontera (incluyendo la aceptación de Moscú a la aplicación del
principio de Thalweg en la disputa fronteriza en la región Amur-Ussuri), y, la
intensificación de la cooperación económica (Kimura, 1987; Ellison, 1987).
La diplomacia china reaccionó positiva pero cautelosamente a las propuestas
soviéticas. Si por un lado los soviéticos parecían dispuestos a remover dos de los tres
obstáculos, por otro lado, Moscú no declaró nada sobre el obstáculo a la normalización de
relaciones bilaterales que representaba la presencia de tropas vietnamitas, con apoyo
financiero, diplomático y material soviético, en Kampuchea. Adicionalmente, es posible
que Beijing no estuviese interesado en que una acelerada aproximación con Moscú
perjudicase las aún más provechosas relaciones políticas, económicas y estratégicas con
Estados Unidos y otros países de Occidente. En todo caso, el mejoramiento de las
relaciones sino-soviéticas se hizo evidente.
En el ámbito económico el comercio bilateral creció de EUA$2.6 billones en 1986 a
aproximadamente EUA$ 3.0 billones en 1989. También se firmaron acuerdos para
intensificar la expansión de la cooperación cultural y científico-tecnológica. E incluso se
retomaron algunos proyectos bilaterales que en 1960 fueron abandonados con la dramática
retirada de los técnicos soviéticos de China debido a la divergencia Khrushchev-Mao.
Las condiciones para normalizar las relaciones sino-soviéticas se ampliaron y
profundizaron a partir de 1988 con el anuncio del gradual retiro de tropas soviéticas de
Afganistán (abril) y Mongolia (diciembre), y finalmente de tropas vietnamitas de
Kampuchea (abril de 1989). Estos acontecimientos fueron decisivos para el histórico viaje
de Mikhail Gorbachev a Beijing en el verano boreal de 1989. De ese modo, China logró
normalizar sus relaciones con ambas superpotencias y obtener un inusual provecho
derechos humanos, las ventas de armas chinas a Estados adversarios de Washington (sobretodo en el Medio
Oriente), etc.
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económico, político y diplomático de ambas. El proceso de normalización de las relaciones
sino-soviéticas fue aún más expresivo al haberse realizado de acuerdo a las condiciones
impuestas por Beijing, esto es, la remoción de los tres obstáculos. Ahora bien, ¿por qué
Beijing consideraba obstáculos a las situaciones en Indochina, Afganistán y Formosa?
5. China y tres crisis regionales en el contexto de la Segunda Guerra Fría: Indochina,
Afganistán y Formosa
La política externa china frente a la Segunda Guerra Fría no se definió únicamente en los
designios de Beijing con relación a las dos superpotencias. En realidad, como potencia de
medio porte, la República Popular de China tenía intereses específicos con relación a crisis
regionales conectadas con la lógica y las políticas de guerra fría imperantes entre 1979 y
1989. En esa línea, en los casos que son analizados es posible advertir la compleja
articulación de la defensa de los intereses nacionales con la lógica inherente a la Segunda
Guerra Fría. Curiosamente, en los tres casos, Beijing se opuso a las aspiraciones
hegemónicas e intervencionistas de alguna de las dos superpotencias.
En el caso de la Tercera Guerra de Indochina, Beijing (con el apoyo de Washington
y de Bangkok) se opuso a lo que llamó la aspiraciones hegemónicas regionales de Hanoi
(sustentadas material y financieramente por los soviéticos) en una tradicional región de
influencia china. En el caso de Afganistán, Beijing (junto con Washington, Islamabad,
Teherán y otros gobiernos árabes) se opuso categóricamente a la intervención militar
soviética y persistentemente exigió la total e incondicional retirada de las tropas extranjeras
de ese país. Finalmente, el caso de Formosa, a pesar que no adquirió totalmente la lógica
Este-Oeste propia de la “nueva” guerra fría, si reflejo la oposición entre China y una
superpotencia hegemónica e intervencionista.
Indochina, durante la segunda mitad del siglo XX, la península de Indochina (conformada
por Vietnam, Laos y Camboya o Kampuchea) fue el sangriento escenario de tres grandes
guerras de liberación nacional. La primera guerra enfrentó a vietnamitas y franceses
culminando con la retirada francesa en 1954; la segunda guerra enfrentó a vietnamitas y
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estadounidenses culminando con la retirada de las tropas de Washington en 1973 y el
triunfo de los procesos revolucionarios de inspiración marxista en los tres países en 1975; y
finalmente, la Tercera Guerra de Indochina enfrentó a una compleja alianza de camboyanos
radicales (encabezados por el temible Khmer Rojo), chinos y tailandeses (con encubierto
apoyo de Washington) contra la intervención militar vietnamita (apoyada por los
soviéticos) en Kampuchea, resultando en la retirada vietnamita a partir de 1989 (Gordon,
1986; Simon, 1989).
Paradójicamente, desde la lógica de la Segunda Guerra Fría la Tercera Guerra de
Indochina (1978-1989) fue fundamentalmente producto de conflictos Este-Este en tres
niveles de análisis diferentes pero conectados, ellos son: a) local o indochino, b) regional
(incluyendo a China y Tailandia), y, c) global (competencia entre superpotencias).
En términos generales, el nivel local alude a las divergencias entre las victoriosas
élites revolucionarias instaladas en Hanoi y Phnom Penh a partir de 1975. Si de un lado,
Hanoi aspiraba a construir una Federación Indochina bajo su liderazgo; de otro lado, la
Kampuchea de Pol Pot no solo se oponía al proyecto vietnamita como también comenzó a
exigir desaforadas compensaciones territoriales al gobierno de Hanoi. Las divergencias
entre ambos gobiernos escalaron rápidamente siguiendo el patrón histórico de rivalidad y
enfrentamiento. Entre 1975 y 1978 se sucedieron esporádicos choques armados, lo que
provocó que ambos gobiernos solicitaran apoyo moral, financiero y material al respectivo
aliado; esto es, a Beijing en el caso del maoísta y radical régimen de Pol Pot y a Moscú en
el caso del gobierno colectivo vietnamita dirigido por Pham Van Dong. Las tensiones
fronterizas, junto a la lucha por la hegemonía en la península indochina y las masivas y
sistemáticas violaciones a los más elementales derechos humanos cometidos por la élite
revolucionaria camboyana contra su propio pueblo,39 culminaron con una verdadera guerra
relámpago del ejército vietnamita –apoyado por algunos regimientos de camboyanos
39
El régimen de Pol Pot es muy tristemente célebre por las crueles, masivas y sistemáticas violaciones
a los derechos humanos. Nótese por ejemplo que mismo día en que las tropas del Khmer Rojo conquistaron
Phnom Penh (17 de abril de 1975) ordenaron la total evacuación de la ciudad con el propósito de reconstruir
de manera radical la economía y las relaciones Estado-Sociedad a través de una autoritaria y grotesca reprimarización del país. La radical y mortífera alianza entre una dogmática élite revolucionaria (encabezada
por Pol Pot, Khieu Samphan e Ieng Sary, todos ellos ex-alumnos de las universidades francesas), esotéricas
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desafectos del régimen de Pol Pot– entre el 25 de diciembre de 1978 y el 7 de enero de
1979. Con el apoyo político, diplomático y militar de Moscú, el gobierno de Hanoi impuso
un nuevo gobierno en Phnom Penh dirigido por Heng Samrin; régimen, que dicho sea de
paso, no fue reconocido en la ONU debido a la enérgica oposición de Beijing y otros
gobiernos. Aún así, las tensiones en lugar de atenuar se ampliaron y profundizaron ya que
el Khmer Rojo y otros grupos de camboyanos liderados por el príncipe Norodom Sihanouk
y el ex-Primer Ministro Son Sann se aprestaron a iniciar una verdadera guerra de guerrillas
contra los vietnamitas. De ese modo, la nueva Kampuchea se transformó en un verdadero
“Vietnam” para el ejército vietnamita.
En el ámbito regional ni Tailandia ni China aceptaron la intervención militar
vietnamita en Kampuchea. Los primeros debido a la histórica rivalidad con los vietnamitas
por el dominio de Camboya, y especialmente por el deseo de evitar que la propia Tailandia
fuese el próximo avance del socialismo en el sudeste de Asia. En ese sentido, mantener a
Kampuchea como un Estado tapón era un asunto sumamente importante para Bangkok y
por ello se sumó al consenso estratégico contra la hegemonía regional vietnamita mediante
la tolerancia con los santuarios de los guerrilleros camboyanos en su territorio y el
correspondiente apoyo logístico y diplomático (Solomon, 1981; Choudhury, 1979;
Scalapino, 1979).
Las relaciones entre China y Vietnam en particular e Indochina en general son aún
más complejas. Durante más de mil años, los pueblos de Indochina fueron tributarios al
Reino del Medio.40 Los dirigentes chinos permanentemente consideraron esa región como
de interés vital para su país y, desde una perspectiva subimperialista o hegemónica, como
un área de influencia exclusiva. En esa línea, las divergencias entre Hanoi y Beijing
comenzaron aún durante la Segunda Guerra de Indochina cuando los sucesores de Ho Chi
Minh cuestionaron la sorprendente y amenazadora aproximación sino-estadounidense. Las
tensiones comenzaron a agudizarse a partir de 1975 con la reunificación de Vietnam y los
esfuerzos de Hanoi para construir la Federación Indochina. Hacia 1979, Beijing y Hanoi se
organizaciones secretas (Angkar) y la espuria idealización del mundo campesino culminaron con
indescriptibles matanzas y sufrimientos (Zasloff y Brown, 1979; Gordon, 1986).
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encontraban trabados en un complejo conflicto que incluía: a) disputas territoriales
relacionadas con el dominio soberano sobre las estratégicas islas Spratly y Paracels, la
delimitación de la frontera marítima en el Golfo de Tonkin y la delimitación de algunos
sectores de la frontera terrestre; b) la expulsión de alrededor de 160,000 personas de la etnia
hoa desde Vietnam hacia China; c) rencores, temores y resentimientos mutuos; y d) el firme
propósito de Beijing por impedir la consolidación del poder vietnamita en Kampuchea e
Indochina (Nianlong y otros, 1990: Capítulo XXI; Abi-Sad, 1996: 94ss).
La respuesta de Beijing a la intervención militar vietnamita en Kampuchea culminó
con una dramática operación militar limitada del ejército chino contra Vietnam (17 de
febrero al 16 de marzo de 1979). La acción de Beijing, llamada eufemísticamente como
contra-ataque defensivo, fue extremadamente peligrosa debido a la posibilidad de provocar
una gran guerra convencional e incluso nuclear ya que tanto Vietnam como China estaban
dotados de poderosos ejércitos, pero también porque ambos estaban ligados a alguna de las
superpotencias. En consecuencia, durante toda la década de 1980, las relaciones BeijingHanoi se caracterizaron por una virtual guerra fría regional.41
Finalmente, en el ámbito global China denunció el Tratado de Amistad y
Cooperación entre Hanoi y Moscú (3 de noviembre de 1978) como una amenaza a su
seguridad nacional por considerarlo como un nuevo paso del social imperialismo soviético
para fortalecer el cerco estratégico a la propia China e intensificar tanto las aspiraciones de
hegemonía global de Moscú como de hegemonía regional de Hanoi.42 En ese sentido, el
gobierno chino incentivó a Washington a asumir la Tercera Guerra de Indochina como un
conflicto que también se fundamentaba en la lógica de la Segunda Guerra Fría (tensión,
40
El propio Vietnam fue una provincia china que en el siglo X logró independizarse gracias a la
desintegración del imperio Tang.
41
China fue uno de los más firmes opositores a las aspiraciones hegemónicas regionales de Hanoi en
Indochina. La determinación de Beijing se tradujo en el persistente respaldo diplomático, moral y material
(incluyendo armas y recursos financieros) a los diferentes movimientos guerrilleros que luchaban contra el
régimen de Heng Samrin. A partir de 1989, gradualmente el ejército vietnamita comenzó a retirarse de
Kampuchea. Entretanto, la retirada de las tropas vietnamitas no supuso el fin del conflicto interno de
Kampuchea, de hecho, en la actualidad, pequeñas células radicales del Khmer Rojo continúan combatiendo al
moderado gobierno de Phnom Penh.
42
Nótese que a cambio de una considerable cantidad de ayuda financiera soviética, Vietnam ofreció a
Moscú las antiguas bases militares estadounidenses de Cam Ranh y Da Dang para hacer oposición a las
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confrontación y competencia en el sentido Este-Oeste) al proponerse evitar la consolidación
de un nuevo avance social imperialista en una región extremadamente importante para
Beijing. La armonización de las visiones de Washington y Beijing con relación a Indochina
fue, en última instancia, exitoso. Entretanto, al presentar la presencia de tropas vietnamitas
en Kampuchea como uno de los tres principales obstáculos a la normalización de las
relaciones sino-soviéticas, Beijing tácitamente presionó a Moscú e indirectamente a Hanoi
para lograr la retirada militar.
En síntesis, la política externa china frente a la Tercera Guerra de Indochina se
caracterizó por la persistente oposición a las aspiraciones de hegemonía regional de Hanoi.
En ese contexto, Kampuchea sufrió un verdadero proceso de libanización por cuanto el país
se convirtió en escenario de una sangrienta y compleja disputa entre actores locales,
regionales y globales. En última instancia, con la retirada de las tropas vietnamitas de
Kampuchea, Beijing logró su principal objetivo.
Afganistán, es un Estado con especificidades realmente interesantes, entre ellas destaca que
es uno de los poquísimos países del Tercer Mundo que nunca fue colonizado por las
potencias imperialistas europeas. Geográficamente se trata de una nación que no se adapta a
las divisiones regionales convencionales puesto que no es claro si está ubicado en el Medio
Oriente, Sur de Asia o de Asia Central. En lo que respecta al origen de su población,
Halliday (1978) sugiere que se trata de un verdadero museo de pueblos que incluye a
Pushtuns (etnia mayoritaria), Tajiks, Hazaras, Baluchis, Aimaq, Uzbecos, Turcomanos,
Qizil-Bazh, Judios, Sikhs y otros, ¡un verdadero paraíso para los antropólogos!
En el ámbito sociopolítico, durante el siglo XX Afganistán se caracterizó por: a) el
predominio de una forma de Estado monárquico-conservadora (excepto durante el gobierno
de inspiración kemalista del Rey Amir Habibullah en la década de 1920); b) el predominio
de conflictos étnicos, religiosos y tribales; c) el autoritarismo de la cultura política local; d)
la debilidad de las fuerzas modernizadoras en un país mayoritariamente rural; y e) el
expresivo poder de convocatoria de los mollah (líderes espirituales musulmanes). Vale
amenazas de Beijing, la presencia militar de Estados Unidos en las Filipinas y la hostil actitud de Tailandia y
otros países de la ASEAN (excepto Indonesia y Malasia).
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destacar que, en 1973, el Primer Ministro Mohammad Daud, con el apoyo del Partido
Popular Democrático de Afganistán (PPDA), derrocó al Rey Zahir, instaurando un régimen
republicano y prometiendo una serie de importantes reformas económicas, políticas y
sociales de gran relevancia para el país (Halliday, 1978).
Por su parte el PPDA era el principal partido de tendencia progresista del país.
Fundado a comienzos de la década de 1950 bajo la influencia del Partido Comunista de la
India, el PPDA se convirtió en uno de las principales organizaciones políticas de los
sectores ilustrados –intelectuales, profesionales, estudiantes– de Kabul y otras ciudades.
Los principales dirigentes eran Nur Mohammad Taraki y Babrak Karmal. Vale notar que al
interior del PPDA existían tres tendencias políticas más o menos claras: Khalq de tendencia
populista (su mayor representante era Taraki), Parcham de tendencia más leninista y prosoviética (encabezado por Karmal) y la minoritaria –y más tarde purgada– facción Settami
Melli de tendencia maoísta y pro-china (dirigido por Taher Badakhshi). Adicionalmente,
vale tener presente que si bien el PPDA era un partido relativamente progresista para los
parámetros afganos también adolecía de importantes limitaciones que se hicieron visibles
después de la Revolución de Abril de 1978 entre ellas: las divergencias internas entre las
dos facciones más importantes Khalq y Parcham; el carácter esencialmente urbano del
PPDA en un país donde alrededor del 90% de la población habitaba en las áreas rurales; las
precarias condiciones para construir un verdadero Estado-nacional con posibilidades reales
para lograr un desarrollo socio-económico auto sustentado; y la hostilidad de importantes
vecinos como Pakistán, China, Irán, Arabia Saudita, así como de Estados Unidos (Halliday,
1980).
Desde el punto de vista estratégico, tradicionalmente Afganistán sirvió como Estado
tapón entre sus poderosos vecinos, al norte el Imperio Ruso y al sur las posesiones del
Imperio Británico en la India. Vale notar que desde el siglo XVIII uno de los más
importantes objetivos de los gobernantes rusos (incluyendo a los Romanov, Lenin, Stalin)
era acceder a las cálidas aguas del Océano Indico, en contraste los ingleses y más tarde, los
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estadounidenses, tratarían de impedir dicho avance. Potencias regionales como Irán,
Pakistán y China también tenían intereses más o menos importantes en el país.43
La alianza Daud-PPDA de 1973 fue de corta duración. A partir de 1975, el gobierno
de Daud se inclinó hacia la derecha, mientras el PPDA no solo se alejó del gobierno como
también comenzó a explorar la posibilidad de intentar un golpe de Estado con el apoyo de
los sectores más progresistas del ejército.44 La lucha por el poder culminó el 27 de abril de
1978 con el sangriento derrocamiento del gobierno de Daud y la imposición de un gobierno
revolucionario dirigido colectivamente por representantes del Khalq y Parcham, siendo
Taraki el Presidente, Primer Ministro y Secretario General del PPDA (Halliday, 1978).
El nuevo gobierno modificó el nombre del país por el de República Democrática de
Afganistán y se alistó para lanzar un ambicioso programa de reformas económicas y
sociopolíticas en las que destacó la reforma agraria, fortalecimiento del Estado, promoción
de los derechos de las mujeres y minorías étnicas, etc. Entretanto, en lo que se refiere a la
política exterior y asuntos internacionales, Kabul se inclinó hacia Moscú. En diciembre de
1978 ambos países firmaron un tratado de amistad y cooperación que incluyó la
intensificación de la cooperación técnica mediante el incremento en el número de asesores
civiles y militares, el fortalecimiento de las relaciones entre el PPDA y el PCUS, el
establecimiento de cooperación militar destinada a crear un sistema colectivo de seguridad
en Asia, asuntos comerciales y financieros. Adicionalmente, vale notar que el gobierno de
Nur Mohammad Taraki fue reconocido por Estados Unidos y otros países Occidentales
(Halliday, 1978).
Sorprendentemente, las ya serias limitaciones de la élite revolucionaria fueron
agravadas por la persistencia de las divergencias internas entre las dos principales facciones
del PPDA (e incluso al interior del propio Khalq). El resultado fue el surgimiento de
expresivos problemas de inestabilidad política que fueron aprovechados por los diferentes
adversarios del régimen (incluyendo las emergentes fuerzas contra-revolucionarias
43
Las relaciones entre Afganistán y Pakistán se caracterizaron por una persistente tensión debido a la
presencia de importantes colonias de Pushtuns y Baluchs en territorio pakistaní, las cuales aparentemente
deseaban acceder a la soberanía afgana. En varios momentos las tensiones provocaron el cierre de la frontera
común e incluso amenazas de guerra (Halliday, 1980).
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dirigidas por los mollahs con apoyo de Pakistán, Irán y China). De ese modo, el 14 de
septiembre de 1979, Taraki renunció por razones de salud (en realidad pudo haber sido
envenenado), siendo sustituido por Hafizullah Amin (perteneciente a la facción Khalq del
PPDA). Al parecer el nuevo gobierno no fue bien recibido en Moscú, en consecuencia, el
26 de diciembre del mismo año, el propio Amin fue derrocado por una facción prosoviética del ejército afgano y sustituido por Babrak Karmal (líder de la facción Parcham
del PPDA, y, en aquellos momentos Embajador en Praga). El 27 de diciembre de 1979,
miles de soldados soviéticos cruzaron la frontera dando inicio a la ocupación militar del
país y, desde la perspectiva de Occidente, también a la Segunda Guerra Fría (Halliday,
1980).
¿Cuál fue el interés de China en el proceso revolucionario afgano? En términos
generales, desde la perspectiva de Beijing, la Revolución de Abril de 1978 y
particularmente la intervención militar soviética en Afganistán era un nuevo e inaceptable
avance social imperialista destinado a reanimar la antigua aspiración rusa a acceder a las
cálidas aguas del Océano Indico, a fortalecer el cerco estratégico contra la propia China, y,
a continuar con las aspiraciones de obtener la hegemonía global (Vertberger, 1981).
Para Beijing, tanto al Revolución de Abril de 1978 como la intervención militar
soviética, eran amenazas contra la seguridad nacional de China y sus aliados debido a: 1)
China y Afganistán son vecinos ya que comparten una frontera de 100 kilómetros en el
extremo oriental del llamado Corredor de Whakan;45 2) la presencia de 120,000 soldados
soviéticos en Afganistán era una amenaza tanto para la propia China como para Pakistán
uno de los más importantes aliados de Beijing;46 3) la alianza soviético-afgana podría
estimular las tensiones nacionalistas Pushtuns y Baluchs en Pakistán, ofreciendo a Moscú la
posibilidad de acceder al Océano Indico, y a Kabul la posibilidad de integrar dichas
comunidades bajo la soberanía afgana, obviamente esto supondría la desintegración del
Pakistán (lo que era inaceptable para Beijing y Washington); 4) la presencia de tropas
44
El ejército y la fuerza aérea afgana eran abastecidos y asesorados técnicamente por misiones
militares soviéticas.
45
El Corredor de Whankan es una región estratégica ya que sirve de como punto de intersección a las
fronteras Afganistán-China-URSS y Afganistán-China-Pakistán.
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soviéticas en el Corredor de Whakan debilitaría la reclamación china sobre la región del
Pamir (Asia Central Soviética) y fortalecería la hipótesis del cerco estratégico de Moscú
contra China, naturalmente ello provocaría la necesidad de incrementar los gastos de
defensa afectando negativamente el programa de reformas económicas; 5) en el contexto de
la competencia sino-soviética en Oriente Medio, la inclinación de Kabul hacia Moscú
podría ser considerado como un retroceso parcial, no obstante, compensado con el
generalizado rechazo del mundo árabe a la intervención soviética y la disposición de dichos
países (particularmente de Arabia Saudita, Kuwait y Egipto) a sumarse al frente unido
antihegemónico; y, 6) de acuerdo con Beijing la intervención militar soviética en
Afganistán era parte de un mismo plan controlado por Moscú para obtener la hegemonía
global que incluía la intervención vietnamita en Kampuchea, en ese sentido, Afganistán y
Kampuchea eran problemas vinculados y frente a los cuales no podían establecerse ningún
tipo de compromiso, excepto la retirada total e incondicional.47
Sobre la base de tales consideraciones la política externa china frente a la
intervención soviética en Afganistán se caracterizó por la persistente oposición al
reconocimiento de la ocupación y/o a la finlandización del país. En esa línea, la política
externa china se implementó en tres niveles conectados. En el ámbito local, el respaldo de
Beijing a la resistencia fundamentalista islámica inició de manera bastante temprana e
incluyó el suministro de armas y otros productos de empleo militar. Algunas evidencias
sugieren que desde comienzos de 1979 y durante toda la década de 1980, Beijing participó
activamente del esfuerzo colectivo para hacer de los Mujahideen una fuerza militar capaz
de expulsar de Afganistán a los invasores soviéticos y a sus representantes en Kabul. De ese
modo, Afganistán se convirtió en un verdadero “Vietnam” del ejército soviético.
46
China y Pakistán comparten los sentimientos de rivalidad frente a la India, la que a su vez ha sido
una tradicional aliada de los soviéticos en el Sur de Asia.
47
Fred Halliday (1980: 26) deja entrever que, además de la grave inestabilidad sociopolítica de
Afganistán y el fortalecimiento de la contra-revolución islámica, otro de los motivos que permitirían
comprender la intervención soviética en el país fue la alarma en Moscú frente a un posible “contra-ataque
chino a través del Hindu-Kush para vengar los retrocesos en Indochina”. Desde ésta perspectiva, Beijing, con
el apoyo de Pakistán, habrían conspirado durante todo el año de 1979 (mediante el tráfico de armas,
entrenamiento de elementos contra-revolucionarios, y oposición a Kabul en el frente diplomático) para
devolver el golpe soviético-vietnamita en Kampuchea. En este sentido, la conexión entre los acontecimientos
en Kabul y Phnom Penh si parecen ser convincentes.
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En el ámbito regional, Beijing –junto a Islamabad y otros gobiernos árabes–
declaró su disposición a contener y rechazar las aspiraciones hegemónicas de Moscú. La
dimensión islámica del conflicto supuso el expresivo respaldo del mundo árabe al consenso
estratégico antisoviético en Oriente Medio. Algunos líderes religiosos musulmanes
convocaron a una guerra santa (jihad) contra los soviéticos. China y otros países del Tercer
Mundo denunciaron la acción soviética en el Movimiento de los No-Alineados. De ese
modo, el polémico intento cubano de intensificar la natural alianza entre los no-alineados y
la comunidad socialista quedó seriamente en duda.
Finalmente, en el ámbito global, Beijing ofreció respaldo práctico a los esfuerzos
internacionales de Washington para condenar y desprestigiar la política externa soviética en
el Tercer Mundo. Al mismo tiempo, ambos países (con la anuencia de Pakistán) se
comprometieron a organizar y financiar los esfuerzos de los guerrilleros fundamentalistas
islámicos para liberar su país de los ocupantes extranjeros. Al mismo tiempo, Beijing se
opuso a cualquier propuesta de Finlandización de ese Estado, y urgió a Washington para
asumir el conflicto en Afganistán como parte de una ofensiva más amplia del social
imperialismo soviético, frente a la cual no era posible hacer concesiones.48
La persistente oposición de Beijing y otros países a la intervención soviética, el
agotamiento del ejército rojo y el “nuevo pensamiento” Mikhail de Gorbachev culminaron,
en abril de 1988, con un acuerdo internacional que estipuló la progresiva retirada de las
fuerzas soviéticas de Afganistán.49 Desde la perspectiva china, la retirada de las tropas
soviéticas fue un enorme éxito diplomático que permitió comprobar la validez de las tesis
maoístas sobre imperialismo como “tigre de papel” (y, en menor medida, la práctica del
frente unido antihegemónico), fortalecer el prestigio y la importancia estratégica de China
en Occidente y el Oriente Medio (además de fortalecer la alianza estratégica con Pakistán),
48
Nótese que la presencia de tropas soviéticas en Afganistán se convirtió en otro de los obstáculos que
impedían la normalización de las relaciones sino-soviéticas. De acuerdo con Beijing, el respaldo a los
Mujahideen era de vital importancia para lograr la retirada de las fuerzas invasoras tanto por la incapacidad de
éstas para obtener una victoria militar cuanto por el masivo incremento de los costos humanos, políticos y
financieros de la intervención soviética en el país.
49
Según el acuerdo de Ginebra, la retirada de las fuerzas soviéticas de Afganistán debería realizarse
entre mayo de 1988 y febrero de 1989.
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y, también, agilizar el proceso de “normalización” de las relaciones sino-soviéticas
(Goldstein, 1989; Ellison, 1987).
En suma, la política externa china frente a la Revolución de Abril de 1978 y la
posterior ocupación militar soviética de Afganistán se caracterizaron por su sistemática
oposición a legitimar lo que se consideraba un nuevo e inaceptable avance del social
imperialismo, además de ser una amenaza a la seguridad nacional de la propia China. En
ese sentido, Beijing respaldó a los Mujahideen, participó activamente del consenso
estratégico antisoviético regional y global, y, en última instancia, como ocurrió en el caso
de Kampuchea, logró alcanzar su principal objetivo.
Formosa o Taiwán, fue el refugio que el Generalísimo Chiang Kai-shek y el resto de los
derrotados seguidores del Kuomintang encontraron para salvar la vida y continuar la lucha
contra Mao Zedong (Shaw, 1985). A pesar de la categórica derrota militar, Chiang Kaishek continuó presentándose como el legítimo gobernante de todo el territorio chino. En
realidad, el destino final del Kuomintang en el contexto de la guerra civil fue salvado a
mediados de 1950 por la ruptura de hostilidades en la península coreana, la intensificación
de la Primera Guerra Fría en el teatro asiático y la decisión del Presidente Harry Truman de
impedir la inminente intervención del ejército chino en la isla.
Desde entonces, la cuestión de Formosa fue uno de los principales obstáculos en las
relaciones sino-estadounidenses, ya que mientras en Beijing se afirmaba que el conflicto de
Formosa era esencialmente un problema interno legado de la guerra civil, esto es, una
provincia rebelde que debería reunificarse (con o sin uso de la fuerza) lo más pronto posible
a la soberanía de la República Popular China; en Washington, donde se reconoció el
principio de “una China” (Shanghai I y II), también se reclamó una reunificación pacífica y
voluntaria de la isla. Adicionalmente, las autoridades de Taipei (protegidas por la sombrilla
militar de los Estados Unidos) no solo se negaban a negociar con Beijing como continuaban
–ilusoriamente– reclamando para sí la legítima representación de todo el Estado chino. En
ese sentido, la cuestión de Formosa era al mismo tiempo de fácil comprensión pero de
extremadamente compleja resolución.
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Las relaciones sino-estadounidenses comenzaron a modificarse a partir de
comienzos de la década de 1970. Como se analizó más arriba, ambos países acordaron según los comunicados conjuntos Shanghai I (1972) y Shanghai II (1978)- reconocerse
oficialmente, construir una semi-alianza con evidente finalidad antisoviética e intensificar
las relaciones económicas y culturales. Tácitamente, esos acuerdos congelaron el tema de la
reunificación de la isla en aras de enfrentar lo que ambos gobiernos consideraban que era la
principal amenaza común del momento, esto es, el social imperialismo soviético. De ese
modo, China –a pesar de las protestas– firmó el acuerdo de Shanghai II, el cual incluía,
entre otros tópicos, la disposición de Washington a mantener contactos no-oficiales de
carácter comercial, cultural y científico-tecnológico con el pueblo de Formosa; se expresó
el deseo de promover una reunificación por medios pacíficos; y también la decisión de
continuar vendiendo armas defensivas a la isla con el propósito de mantener una capacidad
mínima de auto-defensa frente a un eventual ataque u hostigamiento desde el continente.
A pesar de los pesares, Shanghai II permitió la famosa visita de Deng Xiaoping a
Estados Unidos en febrero de 1979. Las relaciones entre ambos países parecían haber
alcanzado un alto grado de consenso de visiones sobre los problemas mundiales y las
relaciones bilaterales. Aún así, en marzo del mismo año, la cuestión de Formosa volvió a
reaparecer. Sucedió que el Congreso de los Estados Unidos, haciendo valer su inusual
capacidad de tomar decisiones internas que afectan las relaciones internacionales, aprobó la
llamada Taiwán Relations Act (TRA). Dicha ley definió la naturaleza de las relaciones nooficiales entre Estados Unidos y Formosa.50
En términos operativos, la TRA afirma claramente que –de acuerdo con el
Congreso de los Estados Unidos– la reunificación de la isla al continente debería realizarse
exclusivamente por medios pacíficos. Para garantizar la efectividad de esa decisión el
Congreso demandaría del Poder Ejecutivo no solo la continuidad en el abastecimiento del
armamento defensivo necesario “para mantener una suficiente capacidad de auto-defensa”
en la isla como también el mantenimiento de presencia militar en la región capaz de
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garantizar la seguridad y el sistema económico y social del pueblo de Formosa. El
Presidente Carter, a pesar de algunas reservas, sancionó la ley y, de éste modo, la TRA se
convirtió en un nuevo e informal pacto de defensa entre Estados Unidos y Formosa (Javits,
1981).
Naturalmente, Beijing rechazó la TRA (Nianlong y otros, 1990: 285-290;
Xiang, 1981: 44ss). En el ámbito legal, la arbitraria imposición de una ley doméstica que
afecta directamente los asuntos internos de otro Estado fue –correctamente– considerado
como una violación a la soberanía y al derecho internacional. En el ámbito político, la ley
no solo atentó contra el principio de “una China” (fundamento básico de la aproximación
entre ambos países de acuerdo a los comunicados Shanghai I y II), sino que también hizo
evidente por un lado la fortaleza de los grupos de presión pro-Formosa en el gobierno de
Estados Unidos, y por otro lado, el carácter táctico de la semi-alianza entre ambos países.
En suma, la TRA (particularmente en lo que se refiere a la continuidad en la venta de
armamento defensivo) hizo nuevamente de Formosa un importante obstáculo para la
ampliación y profundización de las relaciones sino-estadounidenses.
Las divergencias bilaterales con relación a la isla se agudizaron a partir de 1981 con
la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca. El neo-conservadurismo y el feroz
anticomunismo del Presidente Reagan comprometió seriamente la cooperación entre
Beijing y Washington al declarar no solo que continuaría implementando la transferencia
de armamento defensivo a la isla según lo definido por la TRA, sino que públicamente
afirmó el 28 de julio de 1982 que “Nosotros no vamos a abandonar a nuestros antiguos
amigos y aliados en Taiwán. [...] Ello es una obligación moral que nosotros mantenemos”
(citado por Whiting, 1982: 711s).
Considerar a los jerarcas del Kuomintang como aliados (¿anticomunistas?) de
Washington implicó introducir la lógica Este-Oeste en las relaciones sino-estadounideses,
lo que obviamente era un asunto muy grave para Beijing. Paradójicamente, el desaforado
anticomunismo (o más exactamente antisovieticismo) del Presidente Reagan colocó en
50
Jacob Javits (1981) ofrece un análisis pormenorizado del proceso de elaboración y
aprobación de la TRA ya que él mismo fue uno de los principales responsables de su formulación en el
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grave riesgo tanto el consenso estratégico antisoviético en la región Asia-Pacífico como el
proceso de aproximación bilateral entre Washington y Beijing.
Desde la perspectiva china el asunto más espinoso de la cuestión de Formosa era la
continuidad indefinida de la venta de armas estadounidenses a la isla. Beijing deseaba: a)
limitar el período de tiempo durante el cual tales ventas continuarían siendo toleradas, b)
determinar claramente la calidad y cantidad de dichas armas, y c) imponer una tendencia
decreciente en la transferencia de las mismas. En términos operativos, ello implicaba la
revocación de la TRA. Por su parte, Washington no solo se negaba a aceptar la limitación
temporal en la transferencia de armas a la isla como exigía del gobierno chino una solemne
promesa de que no utilizaría la fuerza para reunificar la isla. En ese contexto, se llegó al
acuerdo conjunto Shanghai III (17 de agosto de 1982).51
Shanghai III permitió la reaproximación entre ambos gobiernos pero no solucionó
los problemas de fondo. Por un lado, Beijing se negó a descartar el uso de la fuerza en una
eventual reunificación de la isla. Entretanto, Washington se comprometió a reducir
gradualmente la venta de armas a Formosa hasta la pacífica resolución del problema (lo que
obviamente significaba continuar indefinidamente con el abastecimiento de armas a
Taipei).
¿Por qué era tan compleja una reunificación pacífica de Formosa? Parece evidente
que la incapacidad de alcanzar acuerdos sobre una reunificación pacífica de la isla al
continente se debía a varias razones. Primero, tres décadas después de la fundación de la
República Popular de China, ambos gobiernos continuaban disputando la legitimidad de su
poder político sobre todo el territorio chino. En esa línea, es evidente que Beijing –y no
Taipei– ha sido reconocido como el verdadero gobierno de la nación (Abi-sad, 1996: 77ss).
Segundo, de acuerdo con Yu-ming Shaw (1985) y Fredrick F. Chien (1991), las
autoridades de Taipei aceptarían la reunificación voluntaria sobre la base de los llamados
Tres Principios del Pueblo (Nacionalismo, Democracia y Mejoramiento de las condiciones
de vida del Pueblo), una negociación fundamentada en el mutuo reconocimiento de
legitimidad, sin presiones de Beijing, y, únicamente hasta que la República Popular de
Congreso de los Estados Unidos.
51
Véase Nialong y otros (1990: 290ss).
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China modifique su carácter esencialmente socialista. Al mismo tiempo, ante la
imposibilidad de “volver al Continente”, las nuevas generaciones del Kuomintang y otras
organizaciones políticas habrían considerado seriamente la posibilidad de luchar por la
independencia de la isla.52
Tercero, Gou-cang Huan (1985) sugiere que la política china (post-Mao) hacia
Formosa se caracterizaría por la articulación de tres elementos: a) reducir las tensiones en el
estrecho de Taiwán y negociar, b) paralelamente, presionar a Taipei en diferentes foros
internacionales, y 3) establecer límites a la conducta internacional de Taipei.53 La oferta
básica de Beijing para una reunificación pacífica de la isla se fundamentó en el principio de
“un Estado, dos sistemas” exitosamente aplicado en las negociaciones sino-británicas sobre
Hong Kong en 1984. De acuerdo con esa oferta, Formosa aceptaría la soberanía de Beijing
a cambio de convertirse en una región económica especial y manteniendo prerrogativas
específicas tales como establecer relaciones no-oficiales con otros países, mantener un
aparato propio de seguridad, auto-gobierno, etc. Aún así, Taipei reaccionó negativamente.
Finalmente, en el contexto de la Segunda Guerra Fría, Washington tendría intereses
específicos en mantener las relaciones directas con Taipei debido a su importancia
estratégica en el control de rutas marítimas fundamentales que comunican el Océano
Indico, el Mar del Sur de China y el Mar del Este de China. Adicionalmente, habida cuenta
del carácter ultra pragmático de Deng Xiaoping y sucesores, era posible que China se
reaproximara a Moscú; en ese caso, conservar Taipei era un importante factor de
contención del comunismo en general y de China en particular.
Los pobres resultados de Shanghai III provocaron un expresivo deterioro en las
relaciones sino-estadounidenses que culminó con el agotamiento de la política del frente
52
Huan (1985: 1076ss) sugiere que a mediados de la década de 1985 las autoridades de Taipei tendrían
cuatro opciones básicas de política exterior frente a Beijing: a) continuar con la política de guerra fría
heredada desde 1949; b) luchar por la independencia; c) iniciar una política de reunificación bajo el principio
de “una China, pero no ahora”; y d) implementar una cautelosa reducción de tensiones e intensificación de
contactos (sobretodo comerciales). Cada una de ellas tendría aspectos positivos y negativos, lo único
totalmente inaceptable para Beijing sería la opción b).
53
Deng Xiaoping habría advertido que usaría la violencia contra la isla en cinco escenarios
específicos: a) Taipei se aleja de Washington y se aproxima a Moscú; b) decide desarrollar armas nucleares;
c) opta por la independencia; d) se quiebra la gobernabilidad interna de la isla; o, e) si Taipei continúa
rechazando indefinidamente las conversaciones sobre la reunificación (Huan, 1985: 1068ss).
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unido antihegemónico (de hecho, los soviéticos aprovecharon la oportunidad para ofrecer la
normalización de las relaciones bilaterales con Beijing). Aunque con una carga menos
ideológica que los casos de Kampuchea y Afganistán, desde la perspectiva de Beijing la
inaceptable interferencia del imperialismo y de las conductas hegemónicas de Washington
continuó siendo uno de los principales obstáculos que impedían la reunificación de la isla al
continente.
Hacia 1989, la cuestión de Formosa no había sido resuelta. Si bien, hubo avances en
materia de transportes y comunicaciones, visitas y contactos familiares y de carácter
científico, tecnológico y cultural, además de un importante flujo de inversiones de capitales
de Formosa en las zonas económicas especiales de China; el problema básico –la
reunificación de la isla a la soberanía de Beijing– continuaba bloqueada por las mismas
razones, si por un lado Washington y sus aliados en Taipei deseaban una salida negociada y
voluntaria, por otro lado Beijing insistía en el carácter interno del conflicto y se negaba a
descartar la posibilidad de una eventual reunificación con uso de la fuerza.
6. Tiananmen: ¿hacia una nueva redefinición de las relaciones sino-rusoestadounidenses?
En pocos países, entre ellos China, el fin de la Segunda Guerra Fría fue tan evidente y tan
trágico. Si por un lado, la histórica visita de Mikhail Gorbachev a Beijing entre el 15 y 18
de mayo de 1989 simbolizaba la normalización de las relaciones entre los dos gigantes
comunistas y la finalización de tres décadas de divergencias ideológicas y geopolíticas; por
otro lado, los dramáticos acontecimientos que culminaron con la brutal represión del
movimiento pro-democracia en la plaza de Tiananmen (3-4 de junio) condujo a un
acelerado enfriamiento de las relaciones con Occidente, particularmente con Estados
Unidos.54
Con relación a las relaciones sino-soviéticas vale reiterar que a partir de 1988 los
tres obstáculos que desde la perspectiva de Beijing impedían la normalización de las
54
Fernando Mezzetti (2000) fue un testigo presencial de los trágicos acontecimientos que ocurrieron
en la plaza de Tiananmen entre abril y junio de 1989.
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relaciones bilaterales, habían comenzado a ser removidos. Moscú se comprometió a retirar
sus tropas de Afganistán y de Mongolia, y Hanoi anunció la gradual retirada de sus tropas
de Kampuchea. En esa línea, el ambiente para llevar a cabo la sexta cumbre sino-soviética
de jefes de Estado, eran totalmente favorables y prometedoras para ambas partes
(Goldstein, 1989).
No obstante, la situación interna de China se complicó aceleradamente a partir de la
muerte del carismático líder y ex-Secretario General del PCCH Hu Yaobang (15 de abril de
1989). El funeral de Hu Yaobang se transformó en un acto político en el cual diferentes
sectores sociales encabezados por un activo movimiento de estudiantes comenzaron a
reclamar una apertura política, diálogo con la élite gobernante, mayor respeto a los
derechos humanos (particularmente en relación a los derechos civiles) y represión de la
creciente corrupción y nepotismo en el país (Mezzetti, 2000: 395ss).
En términos generales el movimiento pro-democracia representaba las presiones en
favor de una liberación sociopolítica congruente con la liberación económica que China
implementaba desde fines de 1978. Paradójicamente, el éxito económico había fomentado
una creciente expectativa de democratización sociopolítica que contrastaba frontalmente
con el autoritarismo de las élites del partido y del gobierno.
El movimiento pro-democracia adquirió fuerza y popularidad. A comienzos de
mayo habían comenzado las protestas en la gran plaza de Tiananmen (ubicada en el centro
de Beijing justo enfrente de la sede del gobierno). Miles de estudiantes se acamparon en el
lugar para presionar al Primer Ministro Zhao Ziyang a abrir un diálogo político.55
Entretanto, los preparativos para la esperada visita soviética comenzaron a complicarse a
pesar de los desesperados esfuerzos del gobierno para evitar el fiasco y el considerable
daño a la reputación internacional del gobierno ante las cámaras de televisión de todo el
mundo.
De esa manera, Mikhail Gorbachev llegó a Beijing en medio de masivas
demostraciones de estudiantes en favor de la apertura política. La visita y las reuniones de
55
Curiosamente, Mezzetti informa que entre los letreros de los estudiantes había uno que ridiculizaba
directamente a Deng Xiaoping afirmando que “No importa que el gato sea blanco o negro, desde que se
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trabajo con los líderes chinos se llevaron a cabo en un ambiente a la vez festivo y tenso.
Importantes eventos protocolarios debieron ser pospuestos o cancelados. El propio
Gorbachev se encontró en una situación delicada frente a las protestas, ya que si
demostraba algún tipo de apoyo o simpatía podía disgustar a sus importantes interlocutores,
y por el contrario, si los condenaba, fortalecería a los sectores autoritarios en Moscú, ya
bastante preocupados con la evolución de la perestroika en la propia Rusia y en los países
de Europa del Este (Mezzetti, 2000: 402-410).
En cualquier caso, los encuentros celebrados el 16 de mayo entre Gorbachev y los
dirigentes Deng Xiaoping y Zhao Ziyang sellaron simbólicamente la normalización de las
relaciones entre ambos Estados y la reanudación de contactos entre los partidos comunistas
de ambos países.
Un día después del regreso de Gorbachev a Moscú, Beijing impuso la ley marcial y
el Estado de sitio en la ciudad (19 de mayo). El endurecimiento de las posiciones del
gobierno, partido y ejército por un lado, y de los estudiantes por otro culminaron con la
brutal represión de los últimos entre el 3 y 4 de junio (Mezzetti, 2000: Capítulo XXVII). La
tragedia de Tiananmen provocó un número indeterminado de muertos (alrededor de 1000),
miles de detenidos y en general un proceso de disciplinamiento ideológico que recordó los
peores años de la Revolución Cultural de la década de 1960.56
La reacción internacional frente a la matanza de Tiananmen fue inmediata. Al
unánime repudio de la comunidad internacional, siguieron una serie de sanciones
económicas y políticas de varios gobiernos occidentales. En el caso específico de Estados
Unidos, el gobierno del Presidente George Bush (1989-1993) anunció la suspensión de
venta de armas, el rechazo de contactos oficiales de alto nivel, se colocó en debate la
renovación de la cláusula de “nación más favorecida” que permitía a China exportar de
manera ventajosa hacia el competitivo mercado estadounidense, se vetaron importantes
créditos de organismos financieros internacionales, además de los serios cuestionamientos
vaya”, otros exigían la apertura democrática, e incluso elogiaban las reformas políticas impulsadas por el
propio Gorbachëv en la Unión Soviética.
56
Richard Bernstein y Ross H. Munro (1997: 29) sugieren que como consecuencia de Tiananmen el
sistema político de China se encamina “hacia una forma de Estado corporativista, militarizado y nacionalista,
con algunas semejanzas a los Estados fascistas de Mussolini o Francisco Franco.”
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políticos y diplomáticos (Scalapino, 1990: 89ss; Oksenberg, 1991).57 Obviamente, Beijing
rechazó vigorosamente lo que consideró una insoportable interferencia en sus asuntos
internos. En ese sentido no resultó extraña la acelerada proliferación de sentimientos sinocéntricos, nacionalistas y antiimperialistas.
Desde un punto de vista estratégico, Tiananmen marcó el agotamiento definitivo de
lo que quedaba de la semi-alianza antisoviética entre Beijing y Washington. No solo porque
el ambiente de bipolaridad flexible había permitido la aproximación cautelosa de las tres
potencias, sino también porque la amenaza expansionista y la hegemonía soviética en
Europa Oriental (y otros lugares del mundo) tambaleaba, lo que se hizo evidente algunos
meses después con el derrumbe del Muro de Berlín y la implosión del sistema soviético.
En el mediano plazo, los acontecimientos en Tiananmen, el derrumbe del Muro de
Berlín y la implosión del imperio soviético provocaron una expresiva redefinición de las
relaciones sino-ruso-estadounidenses. En términos generales, parece evidente que la década
de 1990 se caracterizó por reflejar un virtual esquema de unilateralidad hegemónica de los
Estados Unidos en la sociedad internacional (particularmente en el ámbito económico y
militar). Dicho interregno de unilateralidad hegemónica fue cuestionado por Beijing y por
Moscú. China, Rusia y otros Estados abogaron por construir un sistema mundial multipolar
que superase la pax americana inherente a las ideas del “nuevo orden internacional” y el fin
de la historia propuestas por los ideólogos de Washington.
Las relaciones sino-estadounidenses post-Tiananmen se caracterizaron por la latente
tensión y competencia política y estratégica en la región Asia-Pacífico. Richard Bernstein y
Ross H. Munro (1997) sugieren que –como consecuencia de los acontecimientos en
Tiananmen y en Berlín– China y Estados Unidos se habrían descubierto como adversarios
de largo plazo en competencia por la hegemonía en la costa occidental de la inmensa y
dinámica cuenca del Océano Pacífico. Esto no es un asunto menor, la emergente rivalidad
57
En realidad, hacia 1989 las relaciones entre Beijing y Washington eran cada vez más tensas debido
al creciente déficit comercial de Estados Unidos; la transferencia de tecnología nuclear y de cohetes a Estados
desafectos de Washington tales como Argelia, Libia, Irán, Siria, etc.; la constatación de trabajo forzado de
opositores políticos en campos de concentración y prisiones comunes; la falta de adecuada protección de
Beijing a las patentes y a los derechos de autor; divergencias sobre la debida protección a los derechos
humanos y el medio ambiente; entre otros. Naturalmente, estas temáticas escapan a la lógica de la Segunda
Guerra Fría, en ese sentido no son estudiadas a fondo en el presente trabajo.
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entre Washington y Beijing ha agudizado los conflictos bilaterales y multilaterales
relacionados con la creciente presencia geopolítica y militar Beijing en el Mar del Sur de
China, la península coreana, y sobretodo en el caso de Formosa. Ambos autores advierten
que una intervención militar de Beijing en Formosa es cada vez más posible y probable. En
ese caso, Washington tendría dos opciones evitar la “liberación” de Formosa mediante el
uso de las propias fuerzas para contener la ofensiva china (lo que obviamente provocaría un
enfrentamiento militar directo entre ambos países) o arriesgarse a perder la credibilidad y el
prestigio de superpotencia capaz de garantizar la estabilidad en la región Asia-Pacífico.
Al mismo tiempo, en un contexto de unilateralidad hegemónica estadounidense
parece más pertinente el legado antihegemónico del propio Mao Zedong. En este sentido,
es posible que la “nueva” generación de líderes chinos encabezados por Jiang Zemin
lentamente se encamine hacia la construcción de un consenso estratégico antihegemónico
compuesto por los sorprendentes vínculos políticos, comerciales e ideológicos de Beijing
con varios países de Oriente Medio y el Norte de Afrecha que son reconocidos adversarios
de Washington (entre ellos, Siria, Irán, Argelia, Libia, etc.), y las estrechas relaciones con
Rusia.
Las relaciones sino-rusas post-Tiananmen se intensificaron de manera notoria sobre
la base de intereses comunes y recíprocos. Incluso algunos días antes de la represión en
Tiananmen, Beijing habría dado señales claras orientadas “hacia un inmediato incremento
de la cooperación económica y comercial con la Unión Soviética [...] como una
contramedida frente a una posible reducción de créditos ofrecidos por los Estados Unidos,
Japón y otros países Occidentales” (citado por Goldstein, 1989: 69). Durante y después de
los trágicos acontecimientos en Tiananmen, Moscú –al contrario de muchos gobiernos
Occidentales– no se pronunció de manera clara contra Beijing. Al parecer, ambos Estados
estaban dispuestos a no complicar la “nueva era” de las relaciones bilaterales después de
tres décadas de rivalidad.58
58
En contraste, a pesar del fin de la Segunda Guerra Fría, las relaciones ruso-estadounidenses
continuaron siendo relativamente frías. Agobiados por un sentimiento de impotencia, los rusos comprobaron
que las relaciones con Occidente (y en particular con la OTAN) eran cada vez peores. A partir de 1992, las
tensiones entre Rusia y la OTAN incluían: 1) el futuro del complejo industrial-militar ruso (particularmente
en lo que se refiere a las crecientes posibilidades de proliferación de armas de destrucción de masas), 2) las
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La desintegración de la Unión Soviética no provocó mayores perturbaciones a una
relación fundamentada en intereses geoestratégicos. Naturalmente, el nuevo consenso sinoruso es radicalmente diferente a la alianza sino-soviética de la década de 1950. En los años
1990 e inicio del siglo XXI ambas partes se encontraron como socios con intereses iguales,
convergentes y/o paralelos. Desde la perspectiva de Beijing, las nuevas relaciones con
Rusia le permitieron adquirir tecnología (particularmente en sector eléctrico), combustibles
y sobretodo armas modernas (Achcar, 1998: 115ss). Efectivamente, una de las lecciones de
la Guerra del Golfo (1991) fue la urgente necesidad de acelerar la modernización del
Ejército Popular de Liberación mediante la introducción de tecnología militar avanzada,
incluyendo sistemas de defensa antiaérea, barcos y submarinos, aviones de combate.
Habida cuenta del embargo de armas impuesto por Washington y otros países de Occidente,
una de las pocas fuentes alternativas de tecnología bélica era el agobiado y decadente
complejo industrial-militar de Rusia. Rápidamente, China se convirtió en el principal
comprador de armas rusas.59
En el ámbito político, entre 1992 y 1997 se realizaron cuatro cumbres sinosoviéticas en las que ambos países decidieron resolver definitivamente las antiguas disputas
territoriales, intensificar los intercambios comerciales, armonizar las visiones de mundo y
oponerse al unilateralismo hegemónico mediante la promoción de un sistema mundial
multipolar (en obvia alusión al sistema unipolar vigente entonces). Estas ponderaciones
fueron reafirmadas en la última cumbre sino-rusa, celebrada en Moscú en julio del 2001,
con la presencia del Presidente Vladimir Putin y el Primer Ministro Jiang Zemin. En un
acontecimiento de gran importancia en las relaciones bilaterales, Putin y Zemin firmaron el
primer tratado de amistad en más de tres décadas, prometiendo que ambas naciones
“continuarán siendo amigas por siempre.” Además de insistir en la asociación estratégica y
la oposición a los planes de Washington para quebrar el Tratado de Misiles Antibalísticos,
divergencias sobre la presencia de capitales estadounidenses en la rica región petrolífera del Cáucaso y Asia
Central, 3) el proceso de ampliación de la OTAN hacia Europa Oriental, y 4) la incapacidad de mantener la
integridad territorial del inmenso país agobiado por expresivas tensiones separatistas de carácter étnico
(Chechenia, Moldavia, etc.).
59
Nótese que siguiendo la experiencia internacional, la adquisición de avanzada tecnología militar
rusa también genera crecientes vínculos políticos entre Moscú y Beijing.
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de 1972.60 A pesar de que el nuevo tratado sino-ruso no debe ser considerado como una
alianza militar contra terceros, es evidente que ambos gobiernos están interesados en
ampliar y profundizar la cooperación bilateral y multilateral con el propósito de oponerse a
las aspiraciones hegemónicas globales de Washington.
La emergente asociación estratégica antihegemónica entre Beijing y Moscú
contrasta
claramente
con
las
crecientes
tensiones
sino-estadounidenses.
Tres
acontecimientos recientes agudizaron las tensiones entre Washington y Beijing, ellos
fueron: a) la crisis de Formosa a comienzos de 1996 provocada por los ejercicios militares
ofensivos de gran escala de la marina china en el estrecho de Taiwán y el desplazamiento
hacia la región de dos porta-aviones estadounidenses en el contexto de un importante
proceso electoral en la isla (nótese que Beijing temía una victoria electoral del partido proindependencia); b) la injustificada e inexplicable destrucción parcial de la Embajada de
China en Belgrado a comienzos de 1999 en el contexto de la crisis de Kosovo entre la
OTAN y Yugoslavia; y, c) la crisis del avión espía estadounidense que –después de
colisionar con un caza chino en aguas internacionales– se vio obligado a hacer un aterrizaje
de emergencia en territorio chino en abril del 2001.61
En suma, a mediano plazo los dramáticos acontecimientos de Tiananmen, la virtual
derrota de Moscú en la Segunda Guerra Fría y la emergencia del interregno de
unilateralidad hegemónica estadounidense provocaron una expresiva redefinición de las
relaciones sino-ruso-estadounidenses. En términos operativos, parece evidente que Beijing
y Washington se han reconocido como adversarios en competencia por la hegemonía en la
60
Vladimir Isachenkov, “Beijing, Moscow ‘friends forever’”, Usa Today, 17 de julio de 2001, p. 1. El
Tratado de Misiles Antibalísticos firmado en 1972 por Estados Unidos y la Unión Soviética, fue un acuerdo
clave en la estabilidad estratégica global, ya que –tácitamente- se reconoció que ninguna superpotencia podría
resultar victoriosa en una guerra nuclear total. Sin embargo, la administración George Bush (2001-2005) ha
declarado reiteradamente la disposición a crear un sistema estratégico de defensa antimisiles que, en los
hechos, quebraría el acuerdo de 1972, y, que afecta, particularmente, la estrategia militar de China debido al
limitado número de misiles intercontinentales que dispone.
61
El primer semestre del 2001 ha sido testigo de la creciente tensión entre China y Rusia por un lado,
y los Estados Unidos por otro, debido a una serie de asuntos que incluyen: casos de espionaje, competencia
ideológica, divergencias sobre la validez de tratados de armamentos y otros asuntos estratégicos, conflictos
sobre la adecuada protección a los derechos humanos y el medio ambiente, proliferación nuclear y de cohetes,
diferencias comerciales en el contexto de la globalización de la economía y de las finanzas, etc. En esa línea,
es perturbador suponer que el emergente frente unido antihegemónico (léase, antiestadounidense) pueda ser
uno de los síntomas más evidentes de -lo que podríamos llamar- la Tercera Guerra Fría.
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región Asia-Pacífico. El resultado de esa creciente tensión en el Pacífico occidental se
reflejará en las decisiones que ambas partes tomen sobre el futuro de Formosa.
En contraste, las relaciones sino-rusas tienden a estrecharse no solo por la
complementariedad de sus economías, sino también por las afinidades políticas e
ideológicas, y sobretodo, por su oposición a las aspiraciones hegemónicas globales de
Washington. Oposición a la unilateralidad hegemónica, que dicho sea de paso, no es
exclusiva de chinos y rusos sino que es compartida por franceses, iraníes, indios, cubanos,
alemanes y muchos otros pueblos. En ese sentido, es muy probable que el interregno de
unilateralidad hegemónica que Washington disfrutó durante la década de 1990 esté por
terminar. No sabemos si el nuevo período de relaciones internacionales será caracterizado
por la distensión y el entendimiento o por un nuevo período de guerra fría entre potencias.
En cualquier caso, la tendencia dominante sugiere claramente que la política exterior de
China –inspirada en el pensamiento y obra de Mao Zedong– continuará resistiendo a las
aspiraciones hegemónicas globales de la única superpotencia de la actualidad.
7. Conclusión
La política exterior de la República Popular de China frente a la Segunda Guerra Fría se
caracterizó por su evolución en tres fases más o menos claras. La primera fase
fundamentada en la oposición a las aspiraciones hegemónicas globales del llamado social
imperialismo mediante la activa participación en un frente unido antisoviético que alcanzó
su apogeo en 1980. La segunda fase de equidistancia frente a la competencia y las tensiones
provocadas (o agudizadas) por las superpotencias. Y finalmente la normalización de las
relaciones sino-soviéticas (previa remoción de los famosos tres obstáculos) complementada
con un acelerado deterioro de las relaciones sino-estadounidenses como consecuencia de
los trágicos acontecimientos de Tiananmen en junio de 1989.
Entre las principales influencias doctrinarias que inspiraron la política externa china
durante la década de 1980 sobresalió la continuidad con el legado del pensamiento y los
métodos de Mao Zedong. Ello es sorprendente tomando en cuenta que desde fines de 1978
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el liderazgo colectivo post-Mao (dirigido por el carismático Deng Xiaoping) se dio la tarea
de desmaoizar las relaciones económicas y sociopolíticas del país.
En ese sentido, la intensificación y el fortalecimiento de las expresivas reformas
económicas integradas en el programa de las Cuatro Modernizaciones (agricultura,
industria, defensa, y ciencia y tecnología) y la apertura comercial hacia Occidente, se
convirtió en una de las tres tareas que Deng Xiaoping delineó para la política externa de
Beijing en la conflictiva década de 1980.62
Resistir a las aspiraciones hegemónicas de los soviéticos, y más tarde de ambas
superpotencias, fue otra de las tareas trazadas por Deng. Ahora sabemos, que China logró
cumplir con éste objetivo por cuanto mantuvo la capacidad de maniobra entre Washington
y Moscú. Beijing también hizo respetar su soberanía, la independencia, la integridad
territorial y sus intereses nacionales de manera ejemplar en un contexto extremadamente
complejo de bipolarización entre los dos bloques antagónicos. El solo hecho de haber
mantenido la capacidad de maniobra entre ambas superpotencias con el propósito de lograr
alcanzar sus propios objetivos, hizo de China un fuerte candidato a obtener el rango de
superpotencia media.
La tercer tarea trazada por Deng Xiaoping, esto es, la reunificación de la isla de
Formosa al continente, no fue logrado. Ello se lo podemos atribuir a la obstinada resistencia
de las autoridades de la isla, y principalmente a la ambigua política de Washington. Según
los comunicados Shanghai I, II y III, el gobierno de Estados Unidos reconoció el principio
de “una China” (siendo el territorio de Formosa parte de él) y que Beijing era el legítimo
gobierno del país, no obstante, al mismo tiempo, reiteró su interés por que la reunificación
fuese por medios pacíficos, además de insistir en el mantenimiento de relaciones nooficiales y especialmente en la continuidad en la transferencia de armas defensivas hacia la
isla argumentando razones morales. Entretanto, para Beijing la anómala situación de la isla
se transformó en un problema de hegemonía imperialista que implicaba la indebida
intromisión en sus asuntos internos. Al fin de cuentas, hasta el momento Formosa no
regresó a la soberanía de Beijing.
62
Véase cita 2.
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Y 1989 fue un año muy importante en la evolución de la política exterior de China y
de las relaciones internacionales en general. Si por un lado, Beijing y Moscú lograron
normalizar sus relaciones bilaterales dejando atrás tres décadas de divergencias ideológicas
y geopolíticas, por otro lado, los trágicos acontecimientos de la plaza de Tiananmen (3-4 de
junio) dejaron muchas dudas sobre la calidad de la participación de Beijing en la sociedad
internacional y sobre el futuro de las relaciones sino-estadounidenses. Las crecientes
tensiones entre Beijing y Washington no son casuales, en realidad Estados Unidos es la
única potencia capaz de contener las aspiraciones hegemónicas de China en la región AsiaPacífico. Lo que no es un asunto menor, al constatar que la cuenca del Pacífico se ha
transformado en la región más dinámica y prometedora del planeta.
Finalmente, parece evidente que el legado antihegemónico de Mao Zedong ha
recobrado actualidad en un interludio caracterizado por la unilateralidad hegemónica de los
Estados Unidos en las relaciones internacionales desde el derrumbe del Muro.
Aparentemente, dicho interludio está llegando a su fin debido a la creciente resistencia de la
comunidad internacional frente a las prepotentes políticas del gobierno de la única
superpotencia mundial, y en dicho proceso, China –y su legado antihegemónico– parece
dispuestos a ser un actor de primer orden en la apertura de un nuevo período en la historia
de las relaciones internacionales contemporáneas.
8. Cronología Básica
1949
Triunfo de la revolución y fundación de la República Popular de China.
1950
Firma del tratado de amistad sino-soviético.
Inicio de las hostilidades en Corea. China participa junto a Corea del Norte contra las
fuerzas de Estados Unidos y otros países.
Washington interviene en la guerra civil de China con la interposición de la 7a flota en el
estrecho de Taiwán para evitar la invasión a la isla donde se habían refugiado el
Generalísimo Chiang Kai-shek y otros altas jerarcas del Kuomintang.
1953
Armisticio en Corea.
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1954
Acuerdo de Ginebra, retirada francesa y fin de la Primera Guerra de Indochina.
1956
Nikita Krushchev inicia el proceso de des-stalinización en la Unión Soviética y propone a
Washington la “coexistencia pacífica”.
1957
Campaña de las “Cien Flores”, Mao Zedong invita a los intelectuales a exponer sus
divergencias sobre la situación interna del país. El proceso culminó con la represión de
intelectuales “burgueses”, “derechistas” y “contra-revolucionarios”.
1960
Conferencia de Partidos Comunistas en Bucarest. Las divergencias ideológicas sinosoviéticas se agudizan. Beijing acusa a Moscú de conductas revisionistas, entretanto
Moscú acusa a Beijing de “ultra-izquierdismo”.
Retorno de técnicos soviéticos de China.
Conferencia de Partidos Comunistas en Moscú, ruptura de las relaciones ínter partidarias
entre el PCCH y el PCUS, y quiebre de la alianza sino-soviética.
1963
Surgimiento de reclamaciones fronterizas de Beijing frente a Rusia debido a los tratados
“desiguales” de los siglos s. XVIII y XIX.
Crisis de los Misiles soviéticos en Cuba.
Beijing ofrece respaldo moral y material a movimientos revolucionarios en el Tercer
Mundo.
1965
Escalada militar de Estados Unidos en la Segunda Guerra de Indochina.
1966
Surgimiento de la Revolución Cultural.
1968
Intervención militar soviética en Checoslovaquia, surgimiento de la llamada “doctrina
Brézhnev” sobre la soberanía limitada de los Estados socialistas. China acusa a Rusia de
asumir aspiraciones “social imperialistas”.
Surgimiento del clima de distensión en Europa.
1969
Choques armados entre tropas chinas y soviéticas en la región Amur-Ussuri y Asia Central.
La Unión Soviética se convierte en el principal adversario de China.
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1971
Reconocimiento de Beijing como legítimo representante de China en la ONU.
Visita secreta de Henry Kissinger a China.
1972
Sorpresiva visita del Presidente Richard Nixon a China. Acuerdo Shanghai I donde se
reconoce el principio de “una China”, la soberanía de Beijing sobre todo el territorio
(incluida la isla de Formosa) y se expresa el deseo de Washington para una reunificación
por medios pacíficos.
1973
Retirada de las tropas de Estados Unidos de Indochina.
1974
Presentación de la “Teoría de los Tres Mundos”
Inicio de la Tercera Ola Revolucionaria en el Tercer Mundo.
1975
Fin de la Segunda Guerra de Indochina resultando en victorias socialistas en Vietnam, Laos
y Camboya.
Beijing constata que el “hegemonismo” soviético es más peligroso que el “imperialismo”
estadounidense debido al carácter ofensivo del primero y defensivo del segundo.
1976
Muerte de Mao Zedong.
Represión de la “Banda de los Cuatro”.
1977
Crecientes divergencias entre Vietnam y Camboya, y Vietnam y China.
China invita a la construcción de un frente unido antihegemónico para luchar contra el
expansionismo soviético en el mundo.
1978
Revolución de Abril en Afganistán.
Tratado soviético-vietnamita de alianza, amistad y cooperación.
Tratado soviético-afgano de alianza, amistad y cooperación.
Acuerdo de Shanghai II, Estados Unidos y China se reconocen mutuamente y deciden
establecer relaciones diplomáticas plenas; aún así Washington expresó su determinación
de mantener relaciones no oficiales con la isla (comercio, intercambio cultural, turismo,
etc.). Fortalecimiento de la semi-alianza antisoviética.
Implementación del programa de la “Cuatro Modernizaciones” (agricultura, industria,
defensa, y ciencia y tecnología) bajo la orientación de Deng Xiaoping.
Intervención militar vietnamita en Camboya, derrocamiento de Pol Pot, imposición de
Heng Samrin, e inicio de la Tercera Guerra de Indochina.
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1979
Revolución Islámica en Irán.
Visita de Deng Xiaoping a Estados Unidos y Japón.
“Contra-ataque defensivo” del ejército chino contra Vietnam.
El Congreso de los Estados Unidos aprueba la Taiwán Relations Act (TRA). Donde se
expresa claramente el deseo de Washington para llevar a cabo una reunificación por
medios pacíficos, además se determina que el Poder Ejecutivo tiene la obligación de
continuar transfiriendo las armas necesarias para garantizar la suficiente capacidad de
auto-defensa. Beijing protesta contra la TRA.
Anuncio de la no renovación del tratado sino-soviético de 1950.
Revolución en Granada.
Revolución Sandinista en Nicaragua.
Las conversaciones bilaterales sino-soviéticas fracasan.
Intervención militar soviética en Afganistán. Babrak Karmal es nombrado jefe de Estado.
Inicio de la Segunda Guerra Fría.
1980
Deng Xiaoping anuncia las tres tareas fundamentales de la política exterior china en la
década de 1980: 1) consolidar el proceso de modernización económica, 2) oponerse a los
“hegemonismos”, y, 3) “reunificación” de la nación.
Apogeo de la semi-alianza antisoviética entre Washington y Beijing en el contexto de la
bipolaridad rígida.
1981
Ronald Reagan toma posesión de la Casa Blanca.
Acelerada intensificación de tensiones entre las superpotencias y agudización de las crisis
regionales en el Tercer Mundo.
Crecientes divergencias entre Estados Unidos y China debido a la continuidad en la venta
de armas a Formosa.
1982
Discurso de Leonid Brézhnev en Tashkent.
Acuerdos de Shanghai III donde se reconoce el principio de “una China” gobernada por
Beijing pero al mismo tiempo Washington continuaría vendiendo armas “defensivas” a
Formosa. China se niega a renunciar a la posibilidad de utilizar el uso de la fuerza en
una eventual reunificación de la isla.
Beijing abandona la política del frente unido antisoviético y asume una política externa de
equidistancia frente a ambas superpotencias fundamentada sobre la base de los “Cinco
Principios de la Coexistencia Pacífica”.
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1983
Gradual proceso de aproximación sino-soviética. Beijing exige la remoción de “tres
obstáculos” (presencia de tropas soviéticas en la frontera y Mongolia, presencia de
tropas soviéticas en Afganistán, presencia de tropas vietnamitas en Kampuchea).
1984
Visita del Primer Ministro Zhao Ziyang a Estados Unidos.
Visita del Presidente Ronald Reagan a China. Progresivo mejoramiento de las relaciones
bilaterales.
Negociaciones sino-británicas sobre el futuro de Hong Kong fundamentada en el principio
“un Estado, dos sistemas”. Beijing ofrece a las autoridades de Formosa una
reunificación pacífica sobre la base del mismo principio.
1985
Mikhail Gorbachev asume las máximas instancias de poder en la Unión Soviética e inicia
un programa de reformas políticas y económicas articulados con un “nuevo
pensamiento” soviético en política exterior y relaciones internacionales.
Inicio de la fase de bipolaridad flexible en la Segunda Guerra Fría.
1986
Gorbachev realiza el ‘Discurso de Vladivostok’ donde se expresa el deseo de normalizar las
relaciones con China en particular y la región Asia-Pacífico en general.
Intensificación de las relaciones comerciales sino-estadounidenses favorecidas por el
programa de liberación económica.
1989
Visita de Mikhail Gorbachev a Beijing con “normalización” de relaciones bilaterales.
Brutal represión del movimiento pro-democracia en la plaza de Tiananmen. Imposición de
sanciones económicas y políticas a China por Washington y otros países Occidentales.
Derrumbe del Muro de Berlín, conclusión de la Segunda Guerra Fría e inicio del interregno
de unilateralidad hegemónica estadounidense.
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