Discurso pronunciado por el profesor Juan Pedro Posani al recibir Doctorado Honoris Causa en Arquitectura. No cometeré esa falta de elegancia que de manera bilateral complementa a veces los discursos de recepción de distinciones como está, tan honrosa para mí. Trataré, por lo tanto, de no incurrir en falta de modestia, por un lado, o por otro, en exhibicionismo de méritos supuestos , imaginarios o reales …. Aceptaré gustoso la idea de que la UCV, esta casa que vence las sombras, alguna razón ha encontrado en mi recorrido por la vida y por las aulas de las universidades del país como para hallar justificado este Doctorado Honoris Causa que, para mi inmenso agradecimiento, se me está otorgando. No caeré en la tentación de mencionar desafíos y los éxitos que, junto con muchos fracasos y numerosas decepciones, han jalonado mi vida de adulto hasta el día de hoy, y mucho menos intentaré dibujar los que probablemente me aguarden, así lo espero, durante unos cuantos años más. En un plano que es estrictamente personal pero que también solicita comunicación con los demás, estimo más urgente y con más sentido, en este momento para mí tan relevante, tratar de contestar a unas preguntas que han brotado de inmediato, al apremio del anuncio de semejante distinción. Son preguntas que atienden a los impulsos, a las razones, a los mecanismos más propios que han conducido a que yo esté aquí, en este lugar tan hermoso y en esta ceremonia tan solemne. Preguntas que me hago yo mismo y cuyas respuestas tal vez puedan servir de algo para comprender mejor y señalar con algún acierto los caminos particularísimos de quien ha llegado o se supone ha llegado a algún lugar de la vida, desde cuya discreta altura pueda decirles a los demás compañeros de aventura, “por aquí es ….”. Diré en primer lugar que cuando recorro analíticamente la experiencia acumulada en mis siete décadas –no pronunciaré nunca esa horrible palabra cargada de resignación y de retiro: septuagenario- lo que encuentro es una vocación primaria e irresistible. La arquitectura se manifiesta como una razón y una opotunidad poderosa de creación, como un ámbito de vida que conforma un filtro a través del cual se me han dado todos los ingredientes para comprender al mundo. A pesar de mis escasas luces y las limitaciones de mi capacidad, una pasión que es emoción y razón, entusiasmo y reflexión, ha sustentado mi trabajo. Como en una fiesta, y con permanente sentido del humor, levantar un muro, explicar un espacio, difundir una noción, organizar una acción, han sido acontecimientos que han estado para mí siempre unidas a la necesidad de intervenir en el mundo a través de la forma arquitectónica. En algún momento, en mi juventud, la atracción por la astronomía o la arquelogía dejaron dejaron una huella considerable y permanente. Más tarde, la historia, como vivencia de riquezas incalculables más que como método estricto, también ha tenido para mí un sello definitivo. Pero ha sido laarquitectura, en cualquiera de sus facetas , la condición, la circunstancia orteguiana, mediante la cual, a través de la cual, dentro de la cual, se me ha dado el acceso al mundo de la realidad y hasta a la esfera de los sentimientos. ¿Como no señalar que esta dimensión arquitectónica de la vocación ha sido también la dimensión de mi compromiso con todas las cosas? ¿Como no repetir que ellos ha sido garantia de una felicidad por demás gratuita? Trasladando la experiencia a todos, absolutamente todos, los demás campos de la cretividad humana, deduzco que en nuestra residencia en la tierra no hay otra alternativa al desgano, a la pasividad y al anonimato de la resignación, que la responsabilidad que uno asume con el producto de su propio trabajo. Unicamente en nuestra mínima huella de hormigas reside la compensación que recibimos por la incomprensible condena mortal que nos signa. Es por ello que no dudo en reconocer en esta adhesión incondicional a la vocación, en mi caso, repito, arquitectónica, el salvavidas que nos puede asegurar llegar a la orilla del horizonte. El encuentro temprano con el Maestro Villanueva, a mis diecisiete años de descubrimientos y sorpresas, vino a ratificar ampliamente esta relación que he mencionado entre vocación y responsabilidad. A lo que ya había aprendido con mi padre, a lo que yo sabía o creía saber en la ingenuidad de mi juventud, se sumó un aprendizaje formidable, intenso y continuo. Fueron años de trabajo, de estudio, de reflexión, de vasto aprendizaje, con quien nunca confundió la enseñanza con la monotonía de la repetición autista, ni la carga de la creación con el monumento al ego, al lado de una personalidad tan cálida y humana en lo cotidiano, como capaz de intuir y realizar magnificamente un espacio tan definitivo como lo es esta Ciudad Universitaria. De Villanueva se ha hablado y mucho más se hablará en este centenario suyo y en algo, inevitablemente, se tocará la larga relación que he tenido la suerte de tener con él. En esta ocasión me limitaré a recalcar que casi todo se lo debo a ese maestro de agudeza intelectual extraordinaria, de humor risueño y de certera sabiduría arquitectónica. Villlanueva no debe ser visto tan sólo –y ya es mucho- como autor de una obra arquitectónica moderna que merece ser revisada, explorada, continuada dentro de esa visión de la cosas, muy suya, que incorpora a los cambios de la cultura y de la sociedad como una constante del diseño. En él hay que apreciar, además, la dedicación exclusiva a la realización del país en los términos más elevados de utopía, de atrevimiento y de calidad. Desde el territorio del Estado, Villanueva nos enseña que en lo público es donde se concretan y se refuerzan los símbolos de la comunidad civil y democrática. En un texto que trabajamos al alimón, como muchos otros, se decía: “… nuestra conciencia de hombres modernos “latinoamericanos”, venezolanos modernos, nos impone autenticarnos, certicarnos colectivamente como nación y, desde luego como pueblo…” Y uno de los caminos es “… una arquitectura de hoy y de aquí”. Repitámoslo. Una arquitectura de hoy y de aquí. Una afirmación que es también programa de trabajo, y que parece obvia. Tiene, sin embargo, na inusitada profundidad de significado. Carlos Raúl Villanueva la propiciaba a partir de su visión del mundo, desde un lugar específico del mundo. El tiempo dira si se trata de una proposición perecedera, por estar atada a un momento histórico, o si podrá prevalecer por sobre las corrientes movedizas de las modas. No diré más: el analisis en profundidad de la enseñanza que nos ha dejado Villanueva está todavía en espera de que se lleve a cabo: y es ésta, hay que decirlo, una deuda que todavía tenemos con su herencia quienes hemos estado a su lado y podemos interpretar y reconstruir con alguna fidelidad de coincidencia lo importante de su maestría. En esta tarea, de ubicación, de raices y de racionalidad, que no debe ni puede cansarnos con su complejidad, puede caber perfectamente una noción que a primera vista puede parecer contradictoria. La hibridación de las culturas, etapa subordinada pero persistente de esa otra noción que es el mestizaje, es un valor, un instrumento, de incomparable eficacia para asegurar el vigor vital del proceso civilizatorio que a todos nos compromete. No sería posible para mí, por ejemplo, poner entre paréntesis, aunque así lo quisiera, la memoria y la formación que implican mi familia y mi nacimiento italiano, justamente de esa distancia, de esas diferencias originales, de manera paradójica, es que se ha originado el profundo y firme compromiso con esa tierra. Hay en esto una razón de razones, un estimulo ético que exige compensar lo que se recibe como hogar, como disfrute y como horizonte. Que nos parezca ésta una declaración formal de patrioterismo adquirido. Desde hace cincuenta años no me cabe otra forma de concebir una relación honesta y aceptable entre una experiencia vital y un lugar especifíco del planeta. Si no se tratase de Venezuela, sino de cualquier otra parte de la tierra a que el azar de las emigraciones me hubiese llevado, tampoco hubiese podido desarrollar otra forma distinta de concebir la racionalidad del trabajo, la orientación y riqueza de los sentimientos o la formulación de las relaciones cordiales entre los hombres. Tiene razón Fernando Savater en su confrontación con el paradigama de los patriotismos. Pero es la noción de tierra-patria de Edgar Morin la que nos asiste en esta percepción de que simplemente inevitable asumir la tolerancia, la comprensión, la asimilación y la interpenetración de las culturas, como una tensión extrema pero obligatoria. En el borde inicial de un siglo XXI globalizado, se hace aún más decisivo asumir a la tierra, pero también a todas sus comarcas, como patrias posibles y necesrias. El potencial de diferencias es también lo que me ha puesto desde muy temprano, ahora lo advierto claramente, en la perspectiva de una integración tan completa que la Política, con pe mayuscula, me ha parecido una dimensión esencial para participar en el progreso del país. Sin duda a ella también le debo la relación tan estrecha con vertientes culturales que de manera repetitiva me han colocado en los vértices de iniciativas de comienzos y de fundaciones. Casi toda mi historia venezolana está asociada con fenómenos que comienzan o con los cuales se ha tenido un papel un papel de iniciadores. Si se mide tal cosa en la escala temporal de una vida, asombra la capacidad de invención y la maravillosa virulencia de novedad que tiene el país. Puesto que estamos en una ceremonia típicamente académica, no puedo ahora dejar de mencionar una circunstancia que ha marcado profundamente mi manera de acercarme al conocimiento. No sé si por el azar o por preferencia, he sido terca y radicalmente autodidacta. Pero en el sentido de prescindir de la enseñanza ajena o de la guia de un maestro sino, todo lo contrario, de aprovecharlas hasta el borde de la manía. Me doy cuenta de que ello me lleva a una reivindicación irónicamente extraña en este lugar consagrado a la educación formal e institucional. Dedicado, además, durante más de cuarenta años a educar formalmente, me he formado , sim embargo, fuera de las normas de la educación formal. Extraña paradoja. Me refiero a que podría decirse que en lo que atañe a formación académica yo pertenezco a una especie que si no es extinta ya, está por lo menos en rápida y franca vía de extinción. De hecho, no esoy seguro de que tal como va el mundo –el mundo en sentido planetario y en el sentido más próximo que nos toca como habitantes de este país, que ciertamente y a pesar de todo, mejor que antes- no estoy seguro, decía, que el espíritu y la práctica del estudio autodidacta y del estudio por el estudio, en una carrera continua y sin metas en pos del conocimiento, sin las normas, las etapas encadenadas, las exigencias y los requisitos del control formal que nos impone la educación civilizada, sean muy recomendables en esta estación moderna y posmoderna de la especialización inevitable y del estricto rigor académico. No me valdría de mucho llamar en mi ayuda a los nombres de un Le Corbusier o de un Frank Lloyd Wright o de otros hombres insignes a quienes en la vida más que en la académia, construyeron y nos dejaron unas experiencias incalculables, y ello por laprimera y evidentísima razón de los mayores no admitenn valoracón comparativa con los menores. Pero sí quisiera que juntos recordáramos una bellísima frase dicha en 1965 por uno de esos grandes, el célebre arquitecto alemán Mies van der Rohe. “No tuve educación arquitectónica convencional. Trabajé bajo unos pocos buenos arquitectos. Leí unos pocos buenos libros … y eso es todo”. En esta frase, dando por descontado el talento indiscutible de Mies, está recogido con toda su fuerza el milagro que producen las convicciones más íntimas, la pasión por el trabajo, la dedicación incondicional a la creación, cuando ellas se aplican a la medida diaria de un tiempo que se aprovecha con la tacañería y a la vez generosidad de quien no espera nada de la rutina o no se en el espejo del aburrimiento. Por una vez trataré de defender esta virtud casi de dinosaurio que acota a quien como yo – a pesar de haber estudiado furiosamente, ardorosamente, todos los días y todos los minutos de su vida – nunca ha estudiado esperando al final del camino o de las estaciones de la ruta del aprender, un papel que declare legalmente frente a todo y a todos el conocimiento adquirido. No recomendaré el sistema. Tampoco recordaré sus múltiples inconvenientes que sociedades como las nuestras, tienden, tal vez con razón, a multiplicar. Pero quisiera señalar que el resorte que impulsa al autodidacta o a quien estudia sin requerimientos – por ser esté absolutamente privado y profundamente interiorgarantiza con frecuencia un cierto esplendor de ciencia o de iluminación humanista que en mi caso, objetivamente, me ha permitido llegar hasta acá. Finalmente no alabaré de sus cualidades sino una que me parece más relevante: la que toca a la firmeza y a la independencia de criterios que se logra con la libertad de escogencia. Debo ahora declarar mi sincero agradecimiento por el honor que se me hace, justamente hoy vispera del centenario del maestro y en este lugar de su diseño y de mi participación que guardo precisa en mi memoria. Mi gratitud a las autoridades de la Universidad Central de Venezuela, a la cual tantos años de trabajo he dedicado y de la cual tanto he recibido y recibo, a las autoridades de mi Facultad de Arquitectura, a todos los amigos, compañeros y colegas con los cuales he compartido éxitos, ilusiones, iniciativas, conflictos y he también diferencias,a veces profundas. Si se colocan las cosas en perspectiva, nada enturbia mi convencimiento de que el debate y la confrontación sincera son parte esencial de la amistad creadora que no puede dejar de unirnos en la condición humana. No quisiera terminar estas palabras, y pido excusas por su extensión, sin mencionar a dospersonas que ya no están aquí y a las cuales les debo un inmenso reconocimiento y cariño. A un hombre de integridad cristalina que me puso a la arquitectura en el corazón, y a una mujer , a una italiana de la estirpe más firma y valiente, que me enseño lo que vale la ternura en la vida. Mi padre y mi madre. A ellos … y todos ustedes, mil gracias. Juan Pedro Posani 29 de mayo de 2000