PDF - Comunità di Sant`Egidio

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La oración de San Egidio
30/01/2005 - 13/02/2005
http://www.santegidio.org/cast/preghiera
30/01/2005
Liturgia del domingo
IV del tiempo ordinario
Recuerdo de la muerte de Gandhi. Con él recordamos a todos los que, en nombre de la
no-violencia, son obreros de paz.
Primera Lectura
Sofonías 2,3; 3,12-13
Buscad a Yahveh,
vosotros todos, humildes de la tierra,
que cumplís sus normas;
buscad la justicia,
buscad la humildad;
quizá encontréis cobijo
el Día de la cólera de Yahveh. Yo dejaré en medio de ti
un pueblo humilde y pobre,
y en el nombre de Yahveh se cobijará el Resto de Israel.
No cometerán más injusticia,
no dirán mentiras,
y no más se encontrará en su boca
lengua embustera.
Se apacentarán y reposarán,
sin que nadie los turbe.
Salmo responsorial
Salmo 145 (146)
¡Alaba a Yahveh, alma mía!
A Yahveh, mientras viva, he de alabar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios.
No pongáis vuestra confianza en príncipes,
en un hijo de hombre, que no puede salvar;
su soplo exhala, a su barro retorna,
y en ese día sus proyectos fenecen.
Feliz aquel que en el Dios de Jacob tiene su apoyo,
y su esperanza en Yahveh su Dios,
que hizo los cielos y la tierra,
el mar y cuanto en ellos hay;
que guarda por siempre lealtad,
hace justicia a los oprimidos,
da el pan a los hambrientos,
Yahveh suelta a los encadenados.
Yahveh abre los ojos a los ciegos,
Yahveh a los encorvados endereza,
Ama Yahveh a los justos,
Yahveh protege al forastero,
a la viuda y al huérfano sostiene.
mas el camino de los impíos tuerce;
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Yahveh reina para siempre,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
Segunda Lectura
Primera Corintios 1,26-31
¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la
carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo
necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo,
para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que
no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la
presencia de Dios. De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para
nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que,
como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 5,1-12
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y
tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos ,
porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la
justicia,
porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa
de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y
os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de
la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
Homilía
Con este domingo empieza la lectura del “Discurso de la Montaña” a la que Mateo
quiere dar un realce especial. Jesús sube a un monte, el lugar por excelencia desde
donde Dios enseña. El evangelista quiere sugerir un paralelismo con la antigua alianza
ratificada en el Sinaí. Jesús tiene ante sus ojos una gran muchedumbre que le seguía
desde hacía varios días. Podemos imaginar a Jesús mientras mira a aquellos hombres
y a aquellas mujeres: les pregunta, les escucha, ha aprendido el nombre de algunos,
pero sobretodo conoce sus preguntas y sus necesidades. Siente compasión por ellos.
Mateo apunta que Jesús, viendo aquella gente cansada y extenuada, sube al monte y
empieza a hablar. Las primeras palabras son sobre la felicidad. O mejor dicho, sobre
quién es feliz. No es un discurso evidente. Jesús quiere proponerles su idea de
felicidad, su camino hacia la bienaventuranza. Los salmos habían acostumbrado a los
creyentes de Israel al sentido de bienaventuranza: “dichoso el hombre que pone en el
Señor su confianza, dichoso el que cura del débil, dichoso el que confía en el Señor”.
Ese hombre podía considerarse feliz. Jesús continúa en esta línea y afirma que son
dichosos los hombres y las mujeres pobres de espíritu (y no quiere decir ricos de
hecho, sino pobres espiritualmente), y también son dichosos los misericordiosos, los
afligidos, los mansos, los hambrientos de justicia, los puros de corazón, los
perseguidos a causa de la justicia y también los que son insultados y perseguidos a
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causa de su nombre. Nadie había dicho antes unas palabras parecidas; los discípulos
nunca las habían escuchado hasta aquel momento. Y a nosotros que las escuchamos
hoy nos parecen muy lejanas. Parecen irreales. Se podría decir también que son
bonitas, pero imposibles. Y, sin embargo, no es así para Jesús. Él quiere para nosotros
una felicidad verdadera, plena, robusta, que resista a los cambios de humor y que no
dependa de los ritmos de la vida o de las exigencias de nuestro bienestar. En realidad,
lo que deseamos es vivir un poco mejor, un poco más tranquilos. Y nada más. No
deseamos ser “dichosos” realmente. La bienaventuranza se ha convertido en una
palabra extraña, excesiva; es una palabra tan fuerte y tan llena que resulta demasiado
diferente de nuestras satisfacciones a menudo insignificantes. Esta página evangélica
nos arranca de una vida banal y nos conduce hacia una vida llena, hacia una alegría
más profunda de la que podemos imaginar. Las bienaventuranzas no son demasiado
altas para nosotros, como no lo eran para aquella primera multitud que las escuchó.
Tienen un rostro concreto y realmente humano: el rostro de Jesús. Él es el hombre de
las bienaventuranzas, el pobre, el manso y el que tiene hambre de justicia, el
apasionado y el misericordioso, el hombre perseguido y asesinado. Miremos a este
hombre y sigámosle: también nosotros seremos dichosos.
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31/01/2005
Memoria de los pobres
Recuerdo de Modesta, vagabunda que dejaron morir en la estación Termini de Roma, sin
ayuda, porque estaba sucia. Con ella recordamos a todos los sin techo que han muerto.
Canto de los Salmos
Salmo 42 (43)
Hazme justicia, oh Dios, y mi causa defiende
contra esta gente sin amor;
del hombre falso y fraudulento,
líbrame.
Tú el Dios de mi refugio:
¿por qué me has rechazado?,
¿por qué he de andar sombrío
por la opresión del enemigo?
Envía tu luz y tu verdad,
ellas me guíen,
y me conduzcan a tu monte santo,
donde tus Moradas.
Y llegaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.
Y exultaré, te alabaré a la cítara,
oh Dios, Dios mío.
¿Por qué, alma mía, desfalleces
y te agitas por mí?
Espera en Dios: aún le alabaré,
¡salvación de mi rostro y mi Dios!
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Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 9,30-32
Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba
enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos
de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» Pero ellos no
entendían lo que les decía y temían preguntarle.
Jesús reúne a los discípulos y con ellos se dirige hacia Jerusalén. Es la imagen
verdadera de cómo cada comunidad cristiana debe cumplir su camino: siempre detrás
de su Señor. En esta atmósfera de familiaridad, por segunda vez, Jesús confía a sus
discípulos la conclusión de su viaje: primero la muerte y después la resurrección. Los
discípulos siguen sin comprender, no porque las palabras no sean claras sino porque
sus corazones tienen otras preocupaciones distintas a las del Maestro. Las han
escuchado con sus oídos, pero no las han comprendido con el corazón; es decir, no las
han entendido con el espíritu que el maestro las ha pronunciado. La Palabra de Dios se
tiene que escuchar en un clima de oración y de comunión con el Señor. De otro modo
se piensan en la lógica del mundo; se llega a decir que es exagerado, irreal. En
cualquier caso, no se acoge lo que Jesús dice y se intenta detener. Pero conocemos la
respuesta de Jesús a las reacciones equivocadas de los discípulos: él sigue su camino.
Los discípulos prefieren quedarse con sus convicciones, con sus costumbres, y no
preguntan nada más. Pero de esa manera permanecen alejados del Señor, de su
corazón y de sus preocupaciones.
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01/02/2005
Memoria de la Madre del Señor
Canto de los Salmos
Salmo 43 (44)
Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos,
nos lo contaron nuestros padres,
la obra que tú hiciste en sus días,
en los días antiguos,
y con tu propia mano.
Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones,
para ensancharlos, maltrataste pueblos;
no por su espada conquistaron la tierra,
ni su brazo les dio la victoria,
sino que fueron tu diestra y tu brazo,
y la luz de tu rostro, porque los amabas.
Tú sólo, oh Rey mío, Dios mío,
decidías las victorias de Jacob;
por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios,
por tu nombre pisábamos a nuestros agresores.
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No estaba en mi arco mi confianza,
ni mi espada me hizo vencedor;
que tú nos salvabas de nuestros adversarios,
tú cubrías de vergüenza a nuestros enemigos;
en Dios todo el día nos gloriábamos,
celebrando tu nombre sin cesar. Pausa.
Y con todo, nos has rechazado y confundido,
no sales ya con nuestras tropas,
nos haces dar la espalda al adversario,
nuestros enemigos saquean a placer.
Como ovejas de matadero nos entregas,
y en medio de los pueblos nos has desperdigado;
vendes tu pueblo sin ventaja,
y nada sacas de su precio.
De nuestros vecinos nos haces la irrisión,
burla y escarnio de nuestros circundantes;
mote nos haces entre las naciones,
meneo de cabeza entre los pueblos.
Todo el día mi ignominia está ante mí,
la vergüenza cubre mi semblante,
bajo los gritos de insulto y de blasfemia,
ante la faz del odio y la venganza.
Nos llegó todo esto sin haberte olvidado,
sin haber traicionado tu alianza.
¡No habían vuelto atrás nuestros corazones,
ni habían dejado nuestros pasos tu sendero,
para que tú nos aplastaras en morada de chacales,
y nos cubrieras con la sombra de la muerte!
Si hubiésemos olvidado el nombre de nuestro Dios
o alzado nuestras manos hacia un dios extranjero,
¿no se habría dado cuenta Dios,
él, que del corazón conoce los secretos?
Pero por ti se nos mata cada día,
como ovejas de matadero se nos trata.
¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor?
¡Levántate, no rechaces para siempre!
¿Por qué ocultas tu rostro,
olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?
Pues nuestra alma está hundida en el polvo,
pegado a la tierra nuestro vientre.
¡Alzate, ven en nuestra ayuda,
rescátanos por tu amor!
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Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 9,33-37
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el
camino?» Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el
mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero,
sea el último de todos y el servidor de todos.» Y tomando un niño, le puso en medio de
ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi
nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que
me ha enviado.»
Una vez en casa, alejados de la multitud, Jesús ayuda a sus discípulos a entender la
distancia que les separa de él y de su Evangelio. Estaba mucho más angustiado que
ellos por la muerte que le esperaba, pero ellos, más llenos de miedo por ellos mismos
que por el maestro, discuten sobre quien debía ser el primero en el reino que se había
de instaurar. Pero Jesús no les riñe por su mezquindad, aunque tengan de qué
avergonzarse. Casi se pone al nivel de ellos y acepta el deseo que tienen de ser los
primeros, pero le da la vuelta: en la comunidad cristiana, el primero es el que sirve.
Este pensamiento de Jesús sobre la primacía del servicio aparece cinco veces en los
Evangelios. Dicho esto, Jesús toma a un niño, lo puso en medio de ellos y le estrechó
entre sus brazos. No se trata sólo de ponerlo en el centro físico. Los pequeños y los
débiles deben estar en el centro, es decir, en el corazón mismo de la comunidad
cristiana. En ellos está el Señor, como también está en los pobres, en los
encarcelados, en los hambrientos y en los enfermos. El que a uno de ellos acoge,
acoge al mismo Dios y será salvado.
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02/02/2005
Memoria de los santos y de los profetas
Fiesta de la presentación de Jesús en el Templo. Recuerdo de los dos ancianos, Simeón
y Ana, que esperaban con fe al Señor. Oración por los ancianos. Recuerdo del centurión
Cornelio, primer pagano convertido y bautizado por Pedro.
Lectura de la Palabra de Dios
Lucas 2,22-40
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del
Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio
un par de tórtolas o dos pichones , conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he
aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y
piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había
sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo
del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al
niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a
Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en
paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos
los pueblos, luz para iluminar a los gentiles
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y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se
decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída
y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una
espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de
muchos corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y
permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella
misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención
de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría;
y la gracia de Dios estaba sobre él.
Después de la parábola del sembrador, el evangelista presenta la de la cizaña.
También ella requiere amplitud de corazón para comprenderla y acogerla. Un
campesino ve crecer en su campo, además del trigo que había sembrado, también
cizaña, introducida evidentemente por su enemigo. Los siervos piden al dueño poder
cortarla, pero él se lo impide no sea que se corte, por error, también el trigo. Y dice que
sólo en el momento de la cosecha se dividirá uno de la otra. Quizá esta parábola ha
sido decisiva en algunos momentos históricos, mayoritariamente cuando los hombres
religiosos, viendo amenazados los derechos de la verdad, sentían vivamente la
exigencia de defenderla. Se puede decir que en una larga historia de cruzadas y de
guerras de religión llevadas a cabo por los cristianos, éstos han encontrado en la
parábola de la cizaña un obstáculo capaz de inducir a la reflexión, a repensar y a dudar
sobre sus decisiones de guerra. De hecho, el dueño del campo tiene un
comportamiento muy singular. Se da cuenta del daño que ha hecho su enemigo, pero
no ordena cortar la hierba mala desde el inicio. Es más, la deja crecer junto al trigo. La
justicia del hombre debe detenerse ante el misterio de la misericordia de Dios que ve
mucho más allá. Estas palabras evangélicas sugieren superar aquellas convicciones de
que hay que abatir y eliminar al enemigo. En todo caso, hay que detener al enemigo, y
posiblemente cambiarlo. El Evangelio puede tocar el corazón de todos y cambiar la
vida.
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03/02/2005
Memoria de la Iglesia
Canto de los Salmos
Salmo 44 (45)
Bulle mi corazón de palabras graciosas;
voy a recitar mi poema para un rey:
es mi lengua la pluma de un escriba veloz.
Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán,
la gracia está derramada en tus labios.
Por eso Dios te bendijo para siempre.
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Ciñe tu espada a tu costado, oh bravo,
en tu gloria y tu esplendor
marcha, cabalga,
por la causa de la verdad, de la piedad, de la
justicia.
¡Tensa la cuerda en el arco, que hace terrible tu
derecha!
Agudas son tus flechas, bajo tus pies están los pueblos,
desmaya el corazón de los enemigos del rey.
Tu trono es de Dios para siempre jamás;
un cetro de equidad, el cetro de tu reino;
tú amas la justicia y odias la impiedad.
Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido
con óleo de alegría más que a tus compañeros;
mirra y áloe y casia son todos tus vestidos.
Desde palacios de marfil laúdes te recrean.
Hijas de reyes hay entre tus preferidas;
a tu diestra una reina, con el oro de Ofir.
Escucha, hija, mira y pon atento oído,
olvida tu pueblo y la casa de tu padre,
y el rey se prendará de tu belleza.
El es tu Señor, ¡póstrate ante él!
La hija de Tiro con presentes,
y los más ricos pueblos recrearán tu semblante.
Toda espléndida, la hija del rey, va adentro,
con vestidos en oro recamados;
con sus brocados el llevada ante el rey.
Vírgenes tras ella, compañeras suyas,
donde él son introducidas;
entre alborozo y regocijo avanzan,
al entrar en el palacio del rey.
En lugar de tus padres, tendrás hijos;
príncipes los harás sobre toda la tierra.
¡Logre yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones,
y los pueblos te alaben por los siglos de los siglos!
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 9,38-41
Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no
viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero
Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi
nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra
nosotros, está por nosotros.» «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el
hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
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Relatando el episodio del sanador “ajeno” al grupo, Marcos se une a una tradición
única en su género. Jesús se muestra como un maestro absolutamente tolerante; no
sólo no se encierra dentro de su grupo sino que exige a los suyos que no sigan un
espíritu sectario. Quien hace el bien, pertenezca al grupo que pertenezca, es aceptado
por Dios. Las palabras que dice a los discípulos: “el que no está contra nosotros, está
por nosotros”, son una reserva de sabiduría y una gran ayuda para abrir el corazón.
Esta página evangélica resuena especialmente actual en nuestro mundo
contemporáneo, mientras asistimos al resurgir de muros y barreras étnicas. El
Evangelio ayuda a comprender y a reconocer todo lo bueno y precioso que hay en el
mundo. Y exhorta a los discípulos para que sepan apreciarlo. Por lo demás, la página
del Evangelio de Mateo que narra el juicio final dice con claridad que quien obra con
caridad, aunque sólo sea ofreciendo un vaso de agua, viene de Dios y hacia él camina.
El Evangelio no separa a los hombres, los conduce a la profundidad de su corazón
para ver en todos el destello de Dios: el amor.
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04/02/2005
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 9,42-50
«Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan
al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y
si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida
que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es
ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos
pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale
que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la
gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser
salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la
sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.»
El Evangelio es severísimo con quien tienta o pone en peligro la fe de los pequeños,
con quien escandaliza a los pobres (“escandalizar” quiere decir “hacer tropezar”), con
quien niega la ayuda a quien tiene necesidad. Jesús llega a decir que sería mejor para
él atarse al cuello una piedra de molino y tirarse al mar. La misma severidad pide el
Evangelio hacia nosotros mismos. En general sucede lo contrario: somos duros con los
demás e indulgentes con nosotros mismos; estamos siempre dispuestos para acusar a
los demás y más que solícitos para excusar nuestros errores; o, como se dice en otra
página evangélica, preparados para ver la paja en el ojo ajeno y no reconocer la viga
que está en el nuestro. La severidad de Jesús al afirmar que es mejor cortarse la mano
o el pie antes que escandalizar indica los cortes que debemos hacer al amor por
nosotros mismos para estar preparados para amar a los demás. El Evangelio implica
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siempre la renuncia al mal, a las maldades, al egoísmo. Pero el Evangelio no es solo
renuncia. Es antes que nada “tener sal” en nosotros mismos. Es como decir que
debemos modelar nuestra vida cada vez más conforme al Evangelio.
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05/02/2005
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 10,1-12
Y levantándose de allí va a la región de Judea, y al otro lado del Jordán, y de nuevo
vino la gente donde él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos
fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la
mujer?» El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés
permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta
la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el
comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su
padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos,
sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en
casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: «Quien repudie a su
mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido
y se casa con otro, comete adulterio.»
Con este párrafo inicia una nueva sección del Evangelio de Marcos. El viaje a
Jerusalén prosigue y el evangelista hace que el grupo llegue a la región de Judea, en el
territorio a oriente del Jordán. Jesús, siempre rodeado por una gran muchedumbre,
comienza a tratar algunas cuestiones importantes para la vida de la comunidad
cristiana. La primera cuestión tiene que ver con el matrimonio y el mandamiento para
los cónyuges de ser fieles de por vida. Jesús, superando las consideraciones de los
fariseos, que querían que cayera en error, interpreta las palabras de Moisés diciendo
que aquella concesión que había hecho nacía de la dureza del pueblo de Israel. Al
inicio no era así, cuando Dios dijo: “no es bueno que el hombre esté solo”. Estas
palabras, más allá de la “casuística” que poco interesa a Jesús, sugieren la vocación
originaria a la comunión que el Señor ha grabado en el corazón de cada hombre y cada
mujer. Y es en este horizonte de amor donde debe insertarse el matrimonio: el hombre
y la mujer, cuando se unen en matrimonio, están llamados a una comunión profunda, a
formar “una sola carne”. Sin este ideal de amor difícilmente es comprensible el
matrimonio, que en la Escritura es evocado con frecuencia para explicar el amor de
Dios por su pueblo.
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06/02/2005
Liturgia del domingo
V del tiempo ordinario
Primera Lectura
Isaías 58,7-10
¿No será partir al hambriento tu pan,
y a los pobres sin hogar recibir en casa?
¿Que cuando veas a un desnudo le cubras,
y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora,
y tu herida se curará rápidamente.
Te precederá tu justicia,
la gloria de Yahveh te seguirá. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá,
pedirás socorro, y dirá: "Aquí estoy."
Si apartas de ti todo yugo,
no apuntas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan,
y al alma afligida dejas saciada,
resplandecerá en las tinieblas tu luz,
y lo oscuro de ti será como mediodía.
Salmo responsorial
Salmo 111 (112)
¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh,
que en sus mandamientos mucho se complace!
Fuerte será en la tierra su estirpe,
bendita la raza de los hombres rectos.
Hacienda y riquezas en su casa,
su justicia por siempre permanece.
En las tinieblas brilla, como luz de los rectos,
tierno, clemente y justo.
Feliz el hombre que se apiada y presta,
y arregla rectamente sus asuntos.
No, no será conmovido jamás,
en memoria eterna permanece el justo;
no tiene que temer noticias malas,
firme es su corazón, en Yahveh confiado.
Seguro está su corazón, no teme:
al fin desafiará a sus adversarios.
Con largueza da a los pobres;
su justicia por siempre permanece,
su frente se levanta con honor.
Lo ve el impío y se enfurece,
rechinando sus dientes, se consume.
El afán de los impíos se pierde.
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Segunda Lectura
Primera Corintios 2,1-5
Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la
sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a
Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso.
Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la
sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra
fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 5,13-16
«Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya
no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
«Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de
un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino
sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen
a vuestro Padre que está en los cielos.
Homilía
Jesús dice a sus discípulos que son sal de la tierra y luz del mundo. Estamos aún al
comienzo de la predicación evangélica, y, sin duda alguna, los discípulos no pueden
vanagloriarse de una conducta ejemplar de “hombres de las bienaventuranzas”. Sin
embargo, Jesús insiste: “Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?” En esta
pregunta hay escondida una petición de responsabilidad. Parece como si Jesús nos
dijera: “Sólo os tengo a vosotros para el anuncio del Evangelio”, o bien: “Si vuestro
comportamiento es insípido y sin gusto, ¿cómo voy a proclamar el anuncio
evangélico?” Es lo que sucede si se enciende una lámpara y la ponemos debajo del
celemín (a veces, una vez bocabajo, servía también de mesilla). En ese caso tampoco
hay remedio, la oscuridad permanece. Todo esto no era verdad sólo entonces, también
lo es hoy. La función de ser sal de la tierra y luz del mundo no puede ser desatendida.
Ante estas palabras cada uno sabe bien que es una pobre persona. Verdaderamente
somos poca cosa, respecto a la tarea que se nos ha asignado y a la bienaventuranza
que hemos escuchado la semana pasada. ¿Cómo es posible ser sal y luz? ¿No
estamos todos por debajo de la suficiencia? Pero el Evangelio insiste: “Vosotros sois la
sal de la tierra”. Es verdad, no lo somos por nosotros mismos, sino sólo si
permanecemos unidos a la verdadera sal y a la verdadera luz: Jesús de Nazaret. La luz
no viene de nuestras dotes personales. El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de
Corinto, recuerda que él no se presentó en medio de ellos con sublimidad de palabras:
“Me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso”. Sin embargo, a pesar de la
debilidad, de la timidez y el temblor, defiende la honestidad de su ministerio: “No quise
saber entre vosotros sino Jesucristo, y éste crucificado”. La debilidad del apóstol no
oscurece la luz del anuncio, no disminuye la fuerza de la predicación y del testimonio;
al contrario, es un pilar y da la razón de ello: “para que vuestra fe se fundase, no en la
sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.” En estas palabras hay un profundo
sentido de liberación. Los discípulos de Jesús, a diferencia de lo que sucede entre los
hombres, no están condenados a esconder delante de Dios su debilidad y su miseria.
Estas no atentan contra el poder de Dios, no lo cancelan, en todo caso lo exaltan,
convencidos que: “llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que
una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4, 7). El primero en
no avergonzarse de nuestra debilidad es el Señor; su luz no se atenúa por nuestras
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tinieblas. No hay ningún desprecio al hombre de parte del Evangelio; no hay ninguna
antipatía de parte del Señor. Pablo añade: “El que se gloríe, gloríese en el Señor”;
nuestro gloriarnos no es nunca para nosotros mismos. La gracia de Dios resplandece
en nuestra debilidad; no podemos apropiarnos de ella, nos supera siempre y no nos
abandona. Añade el Evangelio: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Es la
invitación que el Señor nos hace para que nos convirtamos en trabajadores del
Evangelio. Y el profeta explica lo que significa esto: “¿No será partir al hambriento tu
pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le
cubras, y de tu semejante no te apartes?”. La luz del Señor es la caridad. Ella se dirige
sobre todo hacia los pobres y los débiles, y al mismo tiempo no se olvida de quien
tenemos cerca. Sólo entonces -añade el profeta- “resplandecerá en las tinieblas tu luz,
y lo oscuro de ti será como mediodía”.
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07/02/2005
Memoria de los pobres
7 de febrero de 1968: recuerdo de los comienzos de la Comunidad de Sant’Egidio. Un
grupo de estudiantes de un instituto de Roma comenzó a reunirse alrededor del Evangelio
y del amor por los pobres. Agradecimiento al Señor por el don de la Comunidad.
Canto de los Salmos
Salmo 45 (46)
Dios es para nosotros refugio y fortaleza,
un socorro en la angustia siempre a punto.
Por eso no tememos si se altera la tierra,
si los montes se conmueven en el fondo de los mares,
aunque sus aguas bramen y borboten,
y los montes retiemblen a su ímpetu.
(¡Con nosotros Yahveh Sebaot,
baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!) Pausa.
¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios,
santificando las moradas del Altísimo.
Dios está en medio de ella, no será conmovida,
Dios la socorre al llegar la mañana.
Braman las naciones, se tambalean los reinos,
lanza él su voz, la tierra se derrite.
¡Con nosotros Yahveh Sebaot,
baluarte para nosotros, el Dios de Jacob! Pausa.
Venid a contemplar los prodigios de Yahveh,
el que llena la tierra de estupores.
Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra;
quiebra el arco, parte en dos la lanza,
y prende fuego a los escudos.
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"¡Basta ya; sabed que yo soy Dios,
excelso sobre las naciones, sobre la tierra excelso!"
¡Con nosotros Yahveh Sebaot,
baluarte para nosotros, el Dios de Jacob! Pausa.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 10,13-16
Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas
Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo
impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que
no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los
bendecía poniendo las manos sobre ellos.
La escena narrada por Marcos muestra la atención y la ternura de Jesús hacia los
niños: tocarles significa bendecirles con la imposición de las manos. En los niños que
acuden podemos reconocer a los millones de niños que no saben donde ir y no son ni
bendecidos ni acariciados por nadie. Quien se acerca a ellos como Jesús, para
ayudarles, para hacerles crecer, para defenderles, recibirá una gran recompensa. Es
una llamada urgente también a las comunidades cristianas para que tomen en serio a
los niños, especialmente a los que están abandonados. Y Jesús, como si quisiera
mostrar un lazo especial, toma a los niños como ejemplo para ser sus discípulos: “el
que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él”. Es una enseñanza central
en las páginas evangélicas. Más veces se repite este concepto. Jesús dice a
Nicodemo: “El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Llegar a ser
como niños significa la total dependencia del discípulo de Dios, al igual que un niño
depende en todo del padre. El discípulo es ante todo un hijo que todo lo recibe del
Padre. Este es el convencimiento que sustancia el ser discípulo.
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08/02/2005
Memoria de la Madre del Señor
Canto de los Salmos
Salmo 46 (47)
¡Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de alegría!
Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible,
Rey grande sobre la tierra toda.
El somete a nuestro yugo los pueblos,
y a las gentes bajo nuestros pies;
él nos escoge nuestra herencia,
orgullo de Jacob, su amado.
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Sube Dios entre aclamaciones,
Yahveh al clangor de la trompeta:
¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad,
salmodiad para nuestro Rey, salmodiad!
Que de toda la tierra él es el rey:
¡salmodiad a Dios con destreza!
Reina Dios sobre las naciones,
Dios, sentado en su sagrado trono.
Los príncipes de los pueblos se reúnen
con el pueblo del Dios de Abraham.
Pues de Dios son los escudos de la tierra,
él, inmensamente excelso.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 10,17-27
Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le
preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes
los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso
testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» El, entonces, le dijo:
«Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús, fijando en él su mirada,
le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres
y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas
palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su
alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en
el Reino de Dios!» Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas
Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino
de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico
entre en el Reino de Dios.» Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a
otros: «Y ¿quién se podrá salvar?» Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los
hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»
Esta página evangélica es una de las páginas que han marcado los primeros pasos de
la fe de muchos hombres y muchas mujeres. Resuena fuerte también para nuestra
generación que acaba de entrar en el tercer milenio. Muchas personas “corren” hacia
alguien que pueda dar felicidad o que sepa indicar el camino. El hombre del que habla
el Evangelio, después de correr a su encuentro, se arrodilla delante de Jesús, y le
llama “bueno”. Jesús le corrige enseguida, respondiendo que sólo Dios es bueno,
ridiculizando así nuestra pretensión de sentirnos buenos para no cambiar el corazón y
la vida. Aquel hombre, de hecho, había observado todos los mandamientos. Y podía
estar satisfecho. Seguramente mucho más que nosotros. Pero el problema no es estar
satisfecho, sino más bien seguir al Señor con radicalidad y decisión. Jesús, cada día,
sigue “fijando con amor la mirada” sobre nosotros para que no nos aferremos a las
numerosas riquezas que hemos acumulado y que pesan y ralentizan el seguimiento del
Evangelio. La única riqueza verdadera por la que vale la pena vivir es ser discípulos de
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Jesús. Aquel hombre, eligiendo las riquezas, se fue triste perdiendo la única riqueza
verdadera que no perece y que nadie puede quitarnos, ni siquiera la muerte.
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09/02/2005
Miércoles de ceniza
Miércoles de ceniza
Canto de los Salmos
Salmo 47 (48)
Grande es Yahveh, y muy digno de loa
en la ciudad de nuestro Dios;
su monte santo,
de gallarda esbeltez,
es la alegría de toda la tierra;
el monte Sión, confín del Norte,
la ciudad del gran Rey:
Dios, desde sus palacios,
se ha revelado como baluarte.
He aquí que los reyes se habían aliado,
irrumpían a una;
apenas vieron, de golpe estupefactos,
aterrados, huyeron en tropel.
Allí un temblor les invadió,
espasmos como de mujer en parto,
tal el viento del este que destroza
los navíos de Tarsis.
Como habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad de Yahveh Sebaot,
en la ciudad de nuestro Dios,
que Dios afirmó para siempre. Pausa.
Tu amor, oh Dios, evocamos
en medio de tu Templo;
¡como tu nombre, oh Dios, tu alabanza
hasta los confines de la tierra!
De justicia está llena tu diestra,
el monte Sión se regocija,
exultan las hijas de Judá
a causa de tus juicios.
Dad la vuelta a Sión, girad en torno de ella,
enumerad sus torres;
grabad en vuestros corazones sus murallas,
recorred sus palacios;
para contar a la edad venidera
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que así es Dios,
nuestro Dios por los siglos de los siglos,
aquel que nos conduce.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 6,1-6.16-18
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto,
cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres;
en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que
no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Y cuando oréis, no seáis como los
hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien
plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la
puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará. «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que
desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya
reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Homilía
“Este es el tiempo del retorno” canta la liturgia al comienzo de la Cuaresma. La ceniza
que se impone hoy sobre nuestra cabeza nos recuerda nuestra fragilidad. Pero no para
entristecernos. De hecho, el Señor no se avergüenza de nuestra fragilidad. Al contrario,
la ama y la quiere salvar. Por eso nos pide hoy volver a Él de todo corazón: quien
vuelva encontrará a un Padre que lo abraza con amor infinito. Las palabras del
Evangelio son una invitación a vivir la fe en el Señor sin medirla a partir de gestos o
actitudes exteriores, ni valorarla con la medida del juicio de la gente, sino convirtiendo
nuestro corazón a Él. El Evangelio de Jesús no quiere abolir la ley, “la lleva a
cumplimiento”. Y la ley se cumple cuando se regresa al corazón, al sentido profundo de
la limosna, de la oración y del ayuno. Volver al Señor es despojarnos de nuestras
seguridades, de las muchas reglas que nos dictamos y de las muchas leyes que
encontramos, para buscar al Señor y escuchar su Palabra. Sólo así, viviendo el ayuno
del corazón, nos encontraremos a nosotros mismos y aprenderemos a seguir al Señor
hasta los días de la Pasión y la Resurrección.
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10/02/2005
Memoria de los santos y de los profetas
Recuerdo de santa Escolástica (480 c.-547 c.), hermana de san Benito. Con ella
recordamos a las ermitañas, a las monjas y a las mujeres que siguen al Señor.
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 10,28-31
Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos,
hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir
el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y
hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos
primeros serán últimos y los últimos, primeros.»
Las palabras de Pedro, que se hizo portavoz de los demás, provocan una conducta
opuesta a la del hombre rico que se alejó triste de Jesús para conservar sus riquezas.
En efecto, los discípulos han dejado todo lo que tenían y le han seguido. Pero ¿se trata
sólo de una elección de sacrificio? No, afirma Jesús con claridad. Él no quiere el
sacrificio por el sacrificio. Además dice en otra parte: “Misericordia quiero y no
sacrificio”. Para los discípulos, Jesús quiere una vida llena de sentido. Y, con la
respuesta Pedro, muestra la riqueza que recibe quien deja todo por seguirle. Este
recibirá el ciento por uno ahora, en esta vida (junto a persecuciones, y Jesús no deja de
remarcarlo); y su plenitud en el futuro. El ciento por uno que el Señor da a los
discípulos es la riqueza y la dulzura de la comunidad cristiana. La comunidad es para
todos los discípulos, madre, hermano, hermana, casa. Y esta nueva fraternidad que
nace de la escucha de la Palabra de Dios jamás tendrá fin. Ni siquiera la muerte podrá
destruirla. Es la semilla del reino de Dios en la tierra. Por esto Jesús dice: “El reino de
Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21).
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11/02/2005
Memoria de Jesús crucificado
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 10,32-34
Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos
estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y
comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo
del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a
muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le
matarán, y a los tres días resucitará.»
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Marcos recuerda que Jesús está caminando con los discípulos hacia Jerusalén. Ahora
la meta está próxima. Una vez más, habla de la pasión, muerte y resurrección que le
esperan en la ciudad santa. Es la tercera vez que Jesús confía a los discípulos estas
cosas. Tres veces, para mostrar que es un pensamiento que le acompaña siempre; en
realidad para ello había venido. ¡Cuántas veces confía que está esperando su hora!.
Los que le rodean tienen miedo, también porque ya no están lejos de Jerusalén.
Evidentemente empiezan a comprender los riesgos que también corren ellos. Jesús, en
realidad, no sólo no se echa atrás, sino que explica con detalle a sus discípulos lo que
le espera, subrayando que será entregado a los sacerdotes que a su vez le entregarán
a los romanos para conducirle a la muerte. Jesús acepta obediente esta consigna. El
amor por el Evangelio y por los discípulos es más fuerte que el amor por su misma
vida. Jesús lo dirá el mismo día de Pascua también a los dos de Emaús: “¿No era
necesario que el Cristo padeciera para entrar así en su gloria?” Bienaventurados
seremos nosotros si nos dejamos tocar el corazón por este amor, no nos separaremos
de él nunca más.
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12/02/2005
Vigilia del domingo
Lectura de la Palabra de Dios
Marcos 10,35-45
Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos,
nos concedas lo que te pidamos.» El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?» Ellos le
respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a
tu izquierda.» Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo
voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» Ellos
le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y
también seréis bautizados con el bautismo conque yo voy a ser bautizado; pero,
sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para
quienes está preparado.» Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra
Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como
jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen
con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser
grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre
vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»
La petición de los dos discípulos está en estridente contraste con lo que Jesús acaba
de decir. El amor por sí mismos (la filautía, como dicen los Padres) nos hace sordos y
duros de corazón. La petición de los dos hermanos, discípulos de la primera hora,
parece tener buenas motivaciones. Ellos no quieren sólo honor, sino también un poder
efectivo. ¡En realidad, en la última hora serán dos ladrones los que estarán a la
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derecha y a la izquierda de Jesús! El bautismo que Jesús debe recibir es la inmersión
plena en la muerte, el descenso a los infiernos, es decir, al más profundo y dramático
dolor humano. Es el camino que le ha sido trazado por el Padre. Los dos discípulos
estaban razonando según la lógica del mundo. No es suficiente formar parte de los
suyos, no es suficiente dejarlo todo, es necesario seguir convirtiendo cada día nuestro
corazón. Y Jesús interviene rápidamente en la disputa surgida entre los discípulos, una
disputa que les hace símiles al mundo. Con decisión Jesús les dice: “Pero no ha de ser
así entre vosotros”. Su camino es opuesto al del mundo y lo muestra con su mismo
ejemplo: “el Hijo del hombre, no ha venido a ser servido, sino a servir”.
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13/02/2005
Liturgia del domingo
I de Cuaresma
Primera Lectura
Génesis 2,7-9; 3,1-7
Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices
aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. Luego plantó Yahveh Dios un jardín
en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahveh Dios hizo
brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en
medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. La
serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había
hecho. Y dijo a la mujer: "¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de
los árboles del jardín?" Respondió la mujer a la serpiente: "Podemos comer del fruto de
los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho
Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte." Replicó la serpiente a la
mujer: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que
comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del
mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y
excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido,
que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron
cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos
ceñidores.
Salmo responsorial
Salmo 50 (51)
Tenme piedad, oh Dios, según tu amor,
por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa,
y de mi pecado purifícame.
Pues mi delito yo lo reconozco,
mi pecado sin cesar está ante mí;
contra ti, contra ti solo he pecado,
lo malo a tus ojos cometí.
Por que aparezca tu justicia cuando hablas
y tu victoria cuando juzgas.
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Mira que en culpa ya nací,
pecador me concibió mi madre.
Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser,
y en lo secreto me enseñas la sabiduría.
Rocíame con el hisopo, y seré limpio,
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme el son del gozo y la alegría,
exulten los huesos que machacaste tú.
Retira tu faz de mis pecados,
borra todas mis culpas.
Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,
un espíritu firme dentro de mí renueva;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu.
Vuélveme la alegría de tu salvación,
y en espíritu generoso afiánzame;
enseñaré a los rebeldes tus caminos,
y los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación,
y aclamará mi lengua tu justicia;
abre, Señor, mis labios,
y publicará mi boca tu alabanza.
Pues no te agrada el sacrificio,
si ofrezco un holocausto no lo aceptas.
El sacrificio a Dios es un espíritu contrito;
un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo
desprecias.
¡Favorece a Sión en tu benevolencia,
reconstruye las murallas de Jerusalén!
Entonces te agradarán los sacrificios justos,
- holocausto y oblación entera se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.
Segunda Lectura
Romanos 5,12-19
Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron; porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no
habiendo ley; con todo, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos
que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que
había de venir... Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno
solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un
solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos! Y no sucede con el don como
con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno
solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se
resuelve en justificación. En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un
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solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don
de la justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo! Así pues, como el delito de
uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia
de uno solo procura toda la justificación que da la vida. En efecto, así como por la
desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también
por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.
Lectura de la Palabra de Dios
Mateo 4,1-11
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y
después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. Y
acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en panes.» Mas él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» Entonces el diablo le lleva consigo
a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios,
tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará,
y en sus manos te llevarán,
para que no tropiece tu pie en piedra alguna.» Jesús le dijo: «También está escrito: No
tentarás al Señor tu Dios.» Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le
muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si
postrándote me adoras.» Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está
escrito: Al Señor tu Dios adorarás,
y sólo a él darás culto.» Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos
ángeles y le servían.
Homilía
La celebración del miércoles de ceniza ha abierto la cuaresma; un tiempo de cuarenta
días que prepara la Pascua. La hemos comenzado el “miércoles de ceniza”, es decir, a
partir de nuestra debilidad. La vida de cada uno de nosotros es verdaderamente como
polvo. Es polvo nuestro orgullo, es polvo nuestra arrogancia, es polvo nuestro deseo de
prevalecer, es polvo nuestro sentirnos tranquilos, es polvo nuestra seguridad, es polvo
nuestro protagonismo, es polvo nuestro afanarnos. Y aun así este polvo ha sido elegido
por Dios y es amado por Él, hasta darle vida. Y el Señor lleva al hombre al jardín que
había plantado. Esta era la voluntad del Señor: que todos vivieran en un jardín florido.
Pero el hombre no ha escuchado la Palabra de Dios, prefiriendo la palabra engañosa y
embaucadora de la serpiente. Así perdió aquel jardín y habitó en un desierto. La
narración bíblica no queda relegada al origen del mundo; es la historia de los hombres
de todo tiempo. El jardín de la vida se trasforma en desierto cuando el hombre prefiere
escuchar otras voces en vez de la Dios. El mundo, nuestras ciudades, nuestros
corazones, son muchas veces similares a un desierto porque preferimos el hechizo de
la serpiente a la Palabra de Dios. De esta manera nos encontramos desnudos de
afecto, desnudos de amistad, desnudos de dignidad. Y, como hicieron Eva y Adán,
cada uno acusa al otro de salvarse a si mismo. Cuando no se escucha al Señor, hasta
los más íntimos se convierten en enemigos entre ellos. Y la vida se convierte en un
desierto dominado por el antiguo tentador. Él continua empujando a los hombres a
escucharse a si mismos más que al Señor, a acusarse entre ellos más que a quererse.
Pero en este desierto ha venido Jesús. Ha entrado para mostrarnos hasta donde llega
su amor. Aquí Él, como nosotros, se somete a las tentaciones. El Evangelio señala
tres, de las que la primera es la del pan. Y llega en el momento propicio, cuando Jesús
después de cuarenta días de ayuno está extenuado por el hambre. Ahí se puede leer la
tentación de satisfacerse sólo a uno mismo y al propio bienestar. Jesús, debilitado por
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el ayuno, tiene motivos más que suficientes para ceder a las insinuaciones del tentador.
Pero responde con la única verdadera fuerza del hombre, la de la Palabra de Dios.
Sólo ella derrota la búsqueda del bienestar para nosotros mismos. “No sólo de pan vive
el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4,4). Después, el
diablo lleva a Jesús sobre el alero del templo y lo desafía: “Tírate abajo, porque está
escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te protegerán”. Es la tentación
del protagonista que no se ve más que a sí mismo y pretende que todo esté centrado
en él, que todos, hasta los ángeles, giren a su alrededor. Al final está la tentación del
poder: “Todo esto te daré” dice el diablo a Jesús mientras desde un monte le muestra
la extensión de la tierra. Pero Jesús proclama su libertad del poder afirmando que sólo
se postra delante de Dios. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás
culto.” ¡Cuántas veces se ha creído poder utilizar las cosas, acabando después siendo
esclavo de ellas! En el desierto, dominado por las palabras engañosas del antiguo
tentador, Jesús reafirma en toda ocasión: “Está escrito…”. Es con el Evangelio,
continuamente repropuesto, como Jesús vence las tentaciones y aleja el diablo:
“¡Apártate, Satanás!“ Y aquel desierto se transforma en un jardín de vida. Jesús ya no
está más solo ni abandonado al hambre y a la aridez. Llegan los ángeles, se acercan a
él y le sirven. El desierto se puebla de consolación, de amor y de solidaridad; de
hombres y mujeres que, como ángeles, se acercan a los débiles y a los pobres para
servirles.
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