NOTAS AL PROGRAMA Concierto de 28 de noviembre de 2006 (Auditorio Nacional, Sala Sinfónica) Evgueni Starodoubtsev, piano José Luis Temes, director En el concierto de hoy, escucharemos a la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid bajo la batuta del Maestro José Luis Temes. Interpretará en una primera parte el estreno absoluto de la versión con coro de la obra NiFe del excelente guitarrista y compositor cubano Flores Chaviano, conocido y prestigioso, entre otros valores, por su servicio constante a la música de nuestro tiempo. También escucharemos el Concierto para piano y orquesta nº3 en Do mayor de Sergei Prokofiev, obra de inmarchitable frescura y vitalidad compuesta por una de las principales figuras de la música del siglo XX. En la segunda parte, escucharemos la Sinfonía nº 1 en Si bemol mayor “Primavera” Opus 38 de Robert Schumann, como homenaje a quien encarnó más intensamente el espíritu del Romanticismo, en el 150 aniversario de su muerte. Flores CHAVIANO (1946): NiFe (estreno absoluto, versión con coro) Flores Chaviano nació en Cabairen (Cuba) en 1946. Realizó sus estudios de guitarra, composición y dirección coral en la Habana y más tarde completó los de guitarra en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Incorporado al panorama cultural español desde la década de los 80, desempeña una polifacética labor como guitarrista, compositor, director y profesor, que le posibilitan vivir y transmitir la música desde todas sus dimensiones. En estas dos décadas de trabajo ya sea en Madrid, Asturias, Miami, Berlín o en China, por sólo citar algunos de los lugares donde se ha hecho sentir como maestro e intérprete, Flores Chaviano transmite su erudición musical y se le sitúa entre los grandes de la música cubana contemporánea. Compositor de amplísimo catálogo (casi abarca el centenar de obras), aborda composiciones para música sinfónica, de cámara, para instrumentos solistas, coral, electroacústica y combinaciones instrumentales de muy diversos formatos. Sus obras han sido interpretadas en países como la India, Sudáfrica (Ciudad del Cabo), Pretoria, Pekín, Helsinki, Estocolmo, Japón, Nueva York, Washington, Florida, Florencia, Berlín, Milán, Varsovia, México, Bolivia, Venezuela, Cuba y en casi toda la geografía española, de la mano de prestigiosas orquestas y grupos de cámara tales como: Orquesta Sinfónica Nacional de México D.F., Academia de Gdansk (Polonia), Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), 1 Orquesta de Granada, Orquesta Sinfónica de Matanzas (Cuba), Orquesta de Cámara de Nalón (Asturias), Mutare Ensemble de Francfort, Cuarteto Latinoamericano de México, Quinteto de viento de Komiche (Opera de Berlín), el Featuring Ensemble de Nueva York, Cuarteto de Percusiones de la Florida Internacional University, Cuarteto Entrequatre, Coro de la Fundación Príncipe de Asturias, etc. Ha compuesto obras por encargo del Centro de Difusión para la Música Contemporánea (CDMC), la Fundación Príncipe de Asturias, Radio Nacional de España y del Conservatorio Profesional de Música del Nalón. Ha sido fundador y director de los grupos Ensemble de Segovia, Cuarteto Fin de Siglo, Capilla musical “Esteban Salas” y del Grupo Sonido Trece. Ha sido crítico musical del Periódico “El adelantado” de Segovia y Maestro Musical de los actos de la Universidad Sek de Segovia. En la actualidad es profesor de guitarra y música de cámara en el Conservatorio Profesional de Música Ángel Maceín de Madrid. En su labor como intérprete, ha desarrollado una intensa actividad de conciertos y recitales, abriendo nuevos horizontes con la guitarra y promoviendo, rescatando y estrenando las obras de los nuevos valores hispanoamericanos y las de otros anteriores, a quienes el olvido estaba a punto de cubrir. Muestra como guitarrista una extraordinaria sensibilidad, especialmente proclive hacia las nuevas y más complicadas técnicas. Quienes amen la cultura cubana encontrarán una excelente oportunidad para conocer y admirar la obra de este maestro, uno de los más originales del panorama musical hispanoamericano. Su obra NiFe II que hoy se estrena, es una nueva versión de su obra original NiFe, estrenada en Langreo (Asturias), el 20 de Diciembre de 1995, a la que se incorpora una agrupación coral. 1995 se convirtió en uno de los años más trágicos de la historia de la minería asturiana. Cuando finalizaba el mes de agosto, y en un solo accidente, murieron 14 mineros en la cuenca del Caudal y pocos días más tarde caían otros 4 en la cuenca del Nalón. Al terminar el año las víctimas llegaban a 33. La conmoción fue enorme, y el director de la Orquesta del Conservatorio de Música del Nalón, Manuel Ángel Paz, tuvo la iniciativa de encargar una obra a Flores Chaviano, en homenaje a todas las víctimas de la minería para ser interpretada por la orquesta del centro. Así nació NiFe (Ni (Níquel)-Fe (Hierro), nombre científico del centro de la tierra), un réquiem minero conducido por una canción que es casi un himno, para contar la tragedia y su inmediato tiempo anterior y posterior. La obra conmocionó al público (familiares y amigos de las víctimas) e intérpretes el día de su estreno. En su memoria han quedado grabados los trece minutos de esta composición sublime que logró transmitir el sentimiento luctuoso, dramático y solidario a los corazones de los asturianos, a finales de ese fatídico año. Se ha interpretado más de una centenar de veces desde 1995: en la sede de la ONU de Nueva York, en Brasil, Bolivia, Polonia, República Checa, Portugal, Austria, Eslovaquia, Reino Unido. La Orquesta de Cámara del Nalón, la ha grabado recientemente en un CD con más obras para orquesta del compositor. 2 Años más tarde la OSPA (Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias), le encargó la versión sinfónica que se interpretaría en el Auditorio Príncipe de Asturias de Oviedo. Para su creación, Flores Chaviano se adentró en el mundo de la mina. Su colega guitarrista, director y promotor incansable de la vida musical asturiana, Manuel Ángel Paz, quién le encargó la obra, le ayudó a familiarizarse con palabras y realidades como “turuyu” (sirena), “grisú” (gas), “jaula” (ascensor metálico que sube y baja más de 800 metros de profundidad llevando personal y carbón), Pozo Nicolasa, el Himno a Santa Bárbara (patrona de la minería). Dos años más tarde Flores Chaviano entraría en una mina y supo entonces que había acertado con su obra musical. La obra utiliza recursos contemporáneos tales como los “clusters”. Su intención programática es clara y traslada al oyente con facilidad, de forma inmediata, al inquietante ambiente que se va creando desde el descenso de los mineros en las “jaulas”, la explosión de un dedal de grisú (gas), el álgido y dramático momento con el sonido de las sirenas de alarma, el amargo dolor y sobre él, el desgarrador Himno a Santa Bárbara, patrona de los mineros (mira, mira Maruxina, mira como vengo yo), primero interpretada con una gaita y posteriormente con un coro “a bocca chiusa”. NiFe II, la versión que se estrena hoy, tiene la novedad de incluir al Coro. Esto ha ofrecido al compositor la posibilidad de ampliar ciertos elementos cantados presentes ya en la primera versión, si bien entonces se encomendaban a los propios músicos de la orquesta. Una Salve (fragmento) de Esteban Salas, Maestro de Capilla y máximo representante del barroco cubano, se escucha como eco lejano al final de la obra. 3 Sergei PROKOFIEV (Sontsovka, Ukrania, 1891- Nikolina Gora, cerca de Moscú, 1953): Concierto para piano y orquesta nº3 en Do mayor Opus 26 Sergei Prokofiev empezó su carrera como compositor cuando era niño (a los nueve años compuso su Primera Sinfonía). Su fama, sin embargo, le vino de su dominio del piano. Su virtuosismo le permitió viajar por todo el mundo y ganar mucho más dinero que como compositor. La primera obra que trascendió fue su Primer Concierto para piano (1911), con el que obtuvo al mismo tiempo fama y escándalo. Su manejo del instrumento era asombroso, pero su falta de respeto al oído de los oyentes, con golpes agresivos, ritmos descompuestos y ese sentido sarcástico que casi siempre le acompañó, le granjeó la animadversión de muchos. Prokofiev fue un artista de ida y vuelta, que sólo se instaló en los moldes de la vida soviética en la mitad de su vida, no como consecuencia de un cambio ideológico, sino más bien de su compleja y a veces contradictoria personalidad. En su autobiografía definió hasta cinco “líneas estilísticas” en su música: la clásica, la modernista (caracterizada por la tendencia a la atonalidad y a la cacofonía intencionada), la “motorista” (con ritmos ostinato), la lírica y la grotesca o burlona. Pero no se trata, como el mismo Prokofiev se cuidó de advertir, de etapas o periodos, sino de tendencias superpuestas, que se alteran o confluyen según los casos. Si hubiera que señalar periodos, sería preferible enumerar tres: uno modernista, otro neoclásico (con muchas sinuosidades), y un tercero adaptado a la música soviética (también con cambios y hasta tendencias “desviacionistas”). Tras la revolución soviética, Prokofiev se trasladó a Occidente. Él mismo describió sus años en el extranjero, en los que compuso entre otros el Concierto nº 3 que hoy escucharemos, como un gradual proceso de fracasos que achacaba a las difíciles condiciones de la vida musical en esos países. Pero no nos debemos engañar por sus pesimistas manifestaciones que eran proferidas con un ojo puesto en el censor soviético; porque él era muy consciente que su intención era retornar definitivamente a su país y no podía permitirse el lujo de obviar puerta alguna. Debiera haber reconocido que la revolución le cercenó las posibilidades de crecimiento artístico y por ello se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos en 1918 y a Europa occidental en 1922. En 1933 se establecía definitivamente en Moscú. Para las autoridades soviéticas fue esta repesca un auténtico triunfo. A partir de este momento todas sus manifestaciones artísticas e ideológicas fueron recatadas para no contravenir la doctrina dominante en su país. La desgracia de Prokofiev llegó una vez terminada la guerra mundial, cuando coincidieron el deseo del compositor de buscar caminos nuevos y la “dictadura musical” de Zdanov. Sus creaciones más avanzadas y tendentes a la vanguardia tonal, no gustaron, y le valieron el dicterio de “desviacionista antidemocrático”. Aunque hasta ese momento había gozado del favor del gobierno, en los últimos años de su carrera musical, el apoyo oficial del régimen soviético se tornó en una persecución que le sumió en la incertidumbre y el pesimismo. Su final fue triste; y sarcasmos de la vida y de la muerte, falleció un día después que Stalin. 4 Los cinco Conciertos para piano y orquesta de Prokofiev, aún con notables diferencias de forma, de carácter y de calidad entre ellos se inscriben precisamente en las dos etapas (la rusa y la occidental). Los dos primeros se componen entre los años 1911 y 1913; el Cuarto y el Quinto entre 1931 y 1932; y prácticamente en medio –fue terminado en 1921- se cita el Tercero. Después Prokofiev se olvidó del género. Mientras cabe adjetivar al Primero de sensual y misterioso, a pesar de que La voz de Moscú lo tildara tras su estreno, de obra dura y difícil por su escritura densa; y al Segundo de angustiado y rompedor; al Tercero, que hoy vamos a escuchar, se le considera como una de las más valiosas y originales aportaciones pianísticas de Prokofiev. Este Tercer Concierto marca un franco retorno a la configuración neoclasicista, tripartita, conservadora armónicamente. A pesar de la cascada de disonancias, la tonalidad no es puesta en cuestión en momento alguno y la composición se presenta sólida, equilibrada y original. Su brillantez, el virtuosismo del solista y el hábil aprovechamiento de las formas clásicas sutilmente modernizadas, hacen del Tercer Concierto una obra muy del gusto del público del siglo XX y coopera a que sea éste el más interpretado de los cinco Conciertos para piano del compositor. Gran parte del material temático del Concierto había sido esbozado ya en Rusia en los años sucesivos a 1911; sin embargo, se concluyó en 1921, durante una pasajera estancia del músico en Bretaña. Es por ello por lo que siendo una obra predominantemente diatónica para el gusto del público americano, es extremadamente efectista y contiene reminiscencias del folklore ruso. El estreno tuvo lugar el 16 de diciembre de 1921 en Chicago con el propio compositor al piano y bajo la dirección de Friedrich Stock. Se repitió al mes siguiente en Nueva York bajo la batuta de Coates. Desde entonces es su concierto más conocido y fue la primera obra que grabó él mismo con la London Simphony Orchestra. La obra está dedicada al también exiliado poeta ruso Constantin Balmont. A cinco de sus poemas había puesto música Prokovief en el mismo año en que ambos coincidieron en tierras bretonas. Anteriormente ya existían en el catálogo del compositor otros dos ciclos (Visiones fugitivas (1917) y Son Siete (1918)), basados en textos del autor. El Concierto para piano y orquesta nº3 en Do mayor Opus 26, comienza con un misterioso clarinete que presenta una introducción lenta en cuya hermosa melodía se perciben reminiscencias populares rusas; el tema se retoma por flautas y violines. El subsiguiente Allegro es una forma de sonata nítidamente definida. El tema principal, una melodía burlona y enérgica constituida por fragmentos de escalas ascendentes y descendentes, se revela como un verdadero motor rítmico, abundante en sorpresas armónicas. El segundo tema es jocoso, y hasta sarcástico. Estos aspectos lo proporcionan los instrumentos de viento madera con las cuerdas en pizzicato y con la guinda tímbrica de las castañuelas. El Allegro está organizado siguiendo la línea de estos dos temas contrastados que, tras un breve desarrollo son repuestos de un modo marcadamente diferente al inicial para terminar en una coda. 5 El Andantino adopta la forma de cinco variaciones, cada una de las cuales lleva una indicación de tempo diferente, sobre un tema lejanamente misterioso. El tratamiento de cada variación destaca las posibilidades del carácter del tema, desde las armonías evocadoras del jazz de la primera hasta el movimiento perpetuo de la tercera, pasando por las estridencias de la segunda o el vertiginoso virtuosismo de la quinta. Para terminar, el Allegro ma non troppo, nos ofrece una fórmula ternaria en la que de nuevo los temas son contrastantes y el despliegue del pianismo de Prokofiev nos arrastra con una fuerza imparable. El movimiento empieza con un canto de los dos fagotes punteados por la cuerda en pizzicato. Poco después oiremos un episodio pastoral a cargo de la orquesta que resultará violentamente interrumpido por el piano. Dos episodios, uno lírico y otro más violento, ofrecen el adecuado contraste en la estructuración de un finale impetuoso y directo. Termina así un concierto que, por sus hallazgos rítmicos y armónicos y por la destreza en el diseño de sus frases, logra una sonoridad brillante y consigue adentrarnos en un estilo nuevo, en una especie de modernidad galante que se asienta en la mitad del siglo XX y, al mismo tiempo, tiende puentes hacia los anteriores. 6 Robert SCHUMANN (Zwickau, Sajonia, 1810- Endenich, 1856): Sinfonía nº1 en Si bemol mayor “Primavera” Opus 38. Situado en la primera mitad del siglo XIX, Robert Schumann representa un eslabón de continuidad en el momento histórico en el que se impone el movimiento romántico en la música alemana; consecuencia de un impulso que arranca con Beethoven, a quien seguirán las aportaciones de Schubert, Mendelssohn, el propio Schumann, Wagner, Bruckner y Brahms. Robert Schumann provenía de un hogar culto y acomodado. Estudió piano con el maestro alemán Friedrich Wieck, pero una lesión irreversible en uno de sus dedos le impidió desarrollar su carrera como pianista. Se dedicó entonces a la composición y a la crítica musical. Declaró su amor a Clara Wieck, también pianista y compositora, desafiando a su tiránico padre (su propio profesor de piano) para poder casarse con ella cuando llegara a la mayoría de edad. Hasta su matrimonio en 1840, Robert Schumann, sólo publicó unas cuantas piezas para piano. Luego, en un año, compuso el ciclo Dichterliebe y el Concierto para piano. Escribió cuatro Sinfonías, junto con el primer Concierto para violonchelo posclásico, una ópera, una Misa, un Réquiem y muchas otras composiciones para voz y grupos de cámara. La obra de Robert Schumann, músico poeta, hombre de gran vida interior que concebía melodías apasionadas, fiel reflejo de sus contradictorios estados de ánimo, es fruto exclusivo de su yo interior. La introspección, el estudio de todos sus fenómenos internos, le proporcionó los datos fundamentales de su creación. Su visión poética buscó la naturaleza oculta y simbólica de las cosas: de ahí el inmenso espacio reservado en su obra para la fantasía, para lo misterioso, para lo mágico e infantil. Como buen artista romántico, su vida tuvo un trágico final. Tras lanzarse a las crecidas aguas del Rhin, un lluvioso lunes del mes de febrero de 1854, consintió en ingresar en un manicomio en Enderich. Murió dos años más tarde, a los 46 años de edad, por los efectos acumulativos de su enfermedad mental, la sífilis y las dosis mortales de mercurio con que trataron los dos males. Acudieron multitudes a su funeral. Johannes Brahms, el protegido de Schumann y acompañante fiel de su mujer, encabezó el cortejo fúnebre. Sin embargo, antes de que su enfermedad le hiciese descender al abismo de la locura, Robert Schumann fue capaz de encumbrar su nombre hasta las más altas cimas de la historia de la música. No en vano se le considera el representante en alto grado del alma romántica. Abordó con frecuencia la forma de las piezas breves para piano y los Lieder, que le permitían escapar de los marcos organizados de la sonata tradicional y volcar más libremente sus emociones. Sin embargo, Schumann estaba ansioso de comprobar sus propias posibilidades con las grandes formas y, evidentemente, como todos los compositores del siglo XIX, había de mirar hacia Beethoven. El resultado son cinco sinfonías (si contamos la Sinfonieta) un tanto problemáticas, arriesgadas, absolutamente personales, sorprendentemente originales, inspiradas y frescas. Algunos críticos opinan que sus sinfonías parecen piezas de sonatas para piano más que obras orquestales clásicas. 7 Su música sinfónica y concertante ha sufrido juicios despreciativos sobre sus procedimientos de orquestación; el reproche que se les hace a las cuatro sinfonías es que las parejas de maderas, usadas igual en todas, se estorban entre sí y la cuerda está devaluada con respecto a sus verdaderas posibilidades. Por este motivo, Gustav Mahler (entre otros) se sintió obligado a volver a orquestar partes de sus sinfonías; pero todos los retoques que se le han hecho a las orquestaciones, no mejoran en absoluto el original, con lo que podríamos sospechar que todos esos pretendidos “defectos” son características propias de su estilo y que no se pueden corregir sin destruir ese mismo estilo. Se ha señalado que la instrumentación de Schumann no aparece, como en el piano, como una necesidad del acto creador, con sus armonías sin claridad y sus masivas sonoridades, a veces opacas. Es verdad que la invención musical se encuentra también menos constantemente sostenida. Pero las cuatro sinfonías tienen otras riquezas, sobre todo en la construcción, la cual se aleja de los parámetros clásicos en la búsqueda de una mayor libertad pero manteniendo como idea fija la unidad entre los movimientos, algo que es extremadamente innovador. Como lo es también una preocupación casi permanente de unidad orgánica entre los movimientos, gracias a las hábiles ligazones temáticas, con temas, por lo demás, frecuentemente notables y enriquecidos por una polifonía pletórica de generosidad. Las cuatro sinfonías revelan la lucha de su imaginación desbocada, profundamente romántica y de su espíritu que intenta dominarla sin desnaturalizarla. Lo que justifica que, con las de Brahms, estas sinfonías dominen toda la producción romántica alemana y el que se inscriban regularmente en los programas de conciertos. Robert Schumann bosquejó la Sinfonía nº1 subtitulada “Primavera” algunos meses después de su boda con Clara Wieck, en cuatro días de enero de 1841 y completó la partitura el mes siguiente. Por aquella época Schumann se había interesado en la composición de las obras sinfónicas, luego de algún intento fallido varios años atrás. La primera audición pública de la sinfonía tuvo lugar el 31 de marzo de 1841 en la Gewandhaus de Leipzig, bajo la dirección de su amigo Felix Mendelssohn, obteniendo una buena recepción del público pero con algunas reservas por parte de la crítica. Respecto a esta sinfonía manifestó el propio Schumann: “La sinfonía me ha dado muchas horas de alegría... Doy gracias al Espíritu benefactor que me ha permitido llevar tan fácilmente a término, en tan breve tiempo, una obra de esta importancia”. La fuente de inspiración para la composición fue también literaria: la métrica de una de las Baladas de Primavera de Adolf Böttger, cuyo verso “en el valle florece la primavera” aparece citado en la partitura y está implícita en las primeras frases. En el animado buen humor de la sinfonía -que es un himno a la primavera-, hay ecos de la dicha y alegría de Schumann. Parte de ese entusiasmo se debía también a que mientras escribía la pieza supo que iba a ser padre por primera vez. En principio, los cuatro movimientos iban a ser encabezados por los correspondientes títulos: “Comienzo de la primavera”, “Atardecer”, “Alegres camaradas”, y “Plenitud de la primavera”. El autor consideró después que la música 8 bien podía presentarse sin indicaciones literarias o sentimentales, aunque no dejase de pensar en esa primavera. Es Schumann un romántico consciente de serlo, un hombre que quiere ofrecernos, en música, el vínculo activo entre dos polos, el del alma y el de la Naturaleza, las pasiones y las sensaciones. En su “Primavera” no hay pintura, sino expresión de sentimientos. Unos sentimientos típicamente románticos de la Naturaleza. Una Naturaleza humanizada y civilizada, casi doméstica, pero provocadora de efusiones y de buenos pensamientos; y así este particular canto primaveral podía fluir libremente sin la menor intención descriptiva, haciendo visible el alma y aprehendiendo la fuerza creadora de la Naturaleza, que habla por medio de símbolos de la interioridad de las cosas. Ya el comienzo de las trompetas y trompas, con el feroz tremolando de las violas, resulta absolutamente admirable y es raro que quienes se quejan del tratamiento de las maderas no hayan observado que el de los metales es excelente, cosa mucho más difícil en aquella época, en que estos instrumentos eran aún rudimentarios con respecto a los actuales. La música bulle en ideas, la vena melódica es generosa, variada e inagotable. Tras la exposición y el desarrollo, aparece otro tema conmovedor del oboe. La recapitulación procede con un enérgico sentido del drama. Continúan los rápidos compases, se produce un resplandor sonoro con la orquesta sonando fortísimo, y ya hacia el final, todo es triunfo cuando escuchamos, una vez más, la jubilosa fanfarria. Todo nos revela que está pronto el siguiente movimiento, cuya presencia es uno de los bellos toques, no clásicos, que abundan en las sinfonías de Schumann. El Larghetto, es una preciosa canción que exponen violines y violas. La orquestación es acertada y típica de la fantasía de Schumann. Al final los trombones, que no habían participado desde el primer movimiento, entran pianissimo en una de esas misteriosas codas que se prodigan en la sinfonía. Sin pausa entre ambos movimientos (attaca), de nuevo los trombones tocan un enérgico y fuerte Scherzo. Los violines prosiguen de modo más lírico, con cierto aire de danza. La atmósfera ha cambiado rápidamente y todo es jovial. Dos tríos alivian este vigoroso movimiento; el primero suena calmoso con efectos antifonales y luego se parece a una danza campestre. El otro es igualmente popular pero más sombrío. El retorno cambia caprichosamente y la última palabra es un recuerdo apenas audible del primer trío. El último movimiento comienza como una llamada de atención de toda la orquesta. El primer tema es burbujeante y le sigue otro que alude a su Kreisleriana. En la recapitulación escucharemos una melancólica canción del oboe, la trompa que llama desde los bosques y una dulce y soñadora cadencia de la flauta. A partir de aquí todo es júbilo hasta el final. La sinfonía, que nació, como Schumann decía, en “una hora ardiente”, termina en una lucha brillante. La primavera se va como vino: con los cielos aborregados y transformados por la música de un hombre que convirtió un gran amor en una espléndida sinfonía. Alaitz Monasterio Arana 9