Primero, quiero agradecer a los organizadores por

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Primero, quiero agradecer a los organizadores por invitarme a participar de estas
jornadas, luego, empezar por decirles sobre los derechos políticos y ciudadanos
de las personas con discapacidad, que la larga lucha histórica por la igualdad, es
un valor superior que está en la base de las convicciones de los socialistas, y ha
incluido como un aspecto no menor la aspiración al pleno ejercicio de los derechos
políticos, por parte del conjunto de la sociedad. Esa lucha fue iniciada por el
liberalismo en la época de las grandes revoluciones de fines del siglo XVIII y de la
primera mitad del XIX. Los socialistas nos incorporamos a ella desde nuestro
nacimiento como corriente ideológica, con el acento puesto de manera particular
sobre las necesidades y las aspiraciones de las clases trabajadoras.
En ese proceso hubo avances y retrocesos, pero una perspectiva de larga
duración permite comprobar que se han ido acumulando sucesivas victorias. El
derecho al sufragio universal fue una de ellas, aunque estuviera garantizado solo a
los hombres. La inclusión de las mujeres en la vida republicana mediante la
posibilidad de votar y ser votadas, aunque tardía, fue otro triunfo trascendental.
Sin embargo, hay que decir que en buena medida esos derechos existen más en
la letra de las constituciones y de las leyes que en la vida cotidiana de los más
desfavorecidos de nuestras sociedades.
En efecto, las condiciones reales de vida, la pobreza, la falta de acceso a la
educación, los prejuicios establecidos, hacen muchas veces de esos derechos una
positiva pero insuficiente declaración de principios. Tal como lo entendemos, solo
la justicia social plena puede transformarlos en auténticos cambios en la vida de
las mayorías.
Muchas graves desigualdades, más allá de los privilegios y de la opresión de
clase, tienen razones específicas que pueden incluso cruzar transversalmente esa
división de la sociedad. Allí están, como ejemplo, las numerosas limitaciones que
tienen que enfrentar las personas que padecen alguna discapacidad física o
intelectual. Unas limitaciones generadas por la organización de la vida en
sociedad, que se superponen a las carencias inherentes a la discapacidad en sí
misma, y las agravan, y vuelven aun más difícil la lucha de cada persona por
mejorar las condiciones de la propia vida.
Nuestro país cursa desde hace casi una década un notable proceso de ampliación
de derechos, una expresión que sintetiza precisamente la aspiración de facilitar a
todas las personas el mejoramiento de las condiciones de su existencia. Baste
mencionar, para referirnos solo a lo más reciente, la inclusión de los jóvenes de
entre 16 y 18 años entre quienes pueden, precisamente, ejercer el derecho al
voto. Quiero señalar que si los nuevos sufragantes serán aproximadamente un
millón cuatrocientos mil, se estima que entre ellos hay unos ciento cincuenta mil
que sufren alguna discapacidad. Eso nos lleva precisamente a nuestro tema, el de
los derechos políticos de las personas que padecen alguna discapacidad,
derechos que más que una sanción legal reclaman condiciones efectivas de
realización.
Ya el artículo 75 de la Constitución Nacional, en su inciso 23, establece entre las
atribuciones del Congreso la de “legislar y promover medidas de acción positiva
que garanticen la igualdad real de oportunidades y de trato, y el pleno goce y
ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitución y por los tratados
internacionales vigentes sobre derechos humanos, en particular respecto de los
niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad”. Subrayo: “…y
las personas con discapacidad”. La ley 26.378, por otra parte, aprobó la
Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad sancionada en
2006 por las Naciones Unidas.
Esa Convención resulta a tal punto exhaustiva y precisa en el tratamiento del
problema que nos ocupa, que referirse a ellos se parece a la tarea de glosarla y
comentarla. En efecto, ella empieza por reafirmar “la universalidad, indivisibilidad,
interdependencia e interrelación de todos los derechos humanos y libertades
fundamentales, así como la necesidad de garantizar que las personas con
discapacidad los ejerzan plenamente y sin discriminación”. Y subraya que “la
discapacidad es un concepto que evoluciona y que resulta de la interacción entre
las personas con deficiencias y las barreras debidas a la actitud y al entorno que
evitan su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones
con las demás” O sea, se trata de una situación dinámica que no se apoya
meramente en una particularidad de la persona: también lo hace, como decíamos
antes, en el modo en que la sociedad plantea facilidades o dificultades a esa
persona para que pueda desplegar su actividad en el seno de ella.
La idea de discapacidad, por otra parte, más allá de la abstracción que hacemos
para considerarla en conjunto, no debe hacer que olvidemos la diversidad de las
personas que la padecen. Y son esas personas afectadas por discapacidades
diversas las que encuentran en su práctica cotidiana barreras que les impiden
participar en igualdad de condiciones con las demás en la vida social, por lo que
sus derechos humanos, que son indivisibles, se siguen vulnerando en todas las
partes del mundo.
En ese contexto, es imposible no percibir la importancia que para las personas con
discapacidad revisten su propia autonomía y su independencia individual, incluida
la libertad de tomar sus propias decisiones, De ahí que debamos tomar como una
ineludible responsabilidad social el hecho de garantizarles, como puntualiza la
Convención, “la oportunidad de participar activamente en los procesos de
adopción de decisiones sobre políticas y programas, incluidos los que les afectan
directamente”.
En este marco general, resultan especialmente preocupantes las situaciones de
discriminación en el interior de un grupo ya de por sí víctima de discriminación.
Nos referimos a aquellas personas cuya discapacidad se agrava por motivos de
sexo, opinión política, origen étnico, o edad, por mencionar solo algunas de las
condiciones que puedan resultar agravantes. Las mujeres y las niñas con
discapacidad, por ejemplo, suelen estar expuestas a riesgos mayores, tanto
dentro como fuera de su hogar, de violencia, lesiones o abuso, abandono o trato
negligente, malos tratos o explotación.
Ahora bien. Descripto ese conjunto indivisible de derechos que es imperioso
garantizar a todas las personas que padecen las más diversas formas de
discapacidad, volvemos a referirnos en particular al ejercicio de los derechos
políticos. En ese sentido, resulta elemental señalar que la mayor parte de la tarea
que corresponde llevar adelante a los Estados se refiere no solo a la legislación y
a las reglamentaciones en general, sino también a la puesta al alcance de la
población afectada de todos los medios para que esos derechos puedan ser
ejercidos en plenitud.
Como se puede comprender claramente, hay un presupuesto básico para que los
derechos políticos se traduzcan en una genuina participación: me refiero al acceso
a la educación y a la información. Ello es así, obviamente, para todas las
personas, padezcan o no alguna discapacidad. La diferencia es que para aquellas
que sí las padecen, el Estado tiene que ser aun más auto exigente con respecto a
las políticas públicas que genera.
Entre esas políticas hay que incluir, por ejemplo, la de promover la investigación y
el desarrollo de bienes, servicios, equipo e instalaciones que requieran la menor
adaptación posible y el menor costo para satisfacer las necesidades específicas
de las personas con discapacidad, promover su disponibilidad y uso. En otras
palabras, productos, entornos, programas y servicios de diseño universal.
Es que proporcionar información accesible para las personas con discapacidad
implica echar mano de dispositivos técnicos y tecnologías de apoyo, incluidas
nuevas tecnologías, así como otras formas de asistencia y servicios e
instalaciones de apoyo, en formatos accesibles. Y no debe tener costo adicional
alguno. Se debe reclamar también a las entidades privadas que presten servicios
al público en general, incluso mediante Internet, a que proporcionen información y
servicios en formatos que las personas con discapacidad puedan utilizar.
En este sentido debe considerarse como una forma de discriminación a la
denegación de los llamados ajustes razonables. Ellos son las modificaciones y
adaptaciones necesarias y adecuadas que no impongan una carga
desproporcionada, cuando se requieran en un caso particular, para garantizar a
las personas con discapacidad el goce o ejercicio de sus derechos.
Al respecto, no quiero cerrar esta charla sin recordar que en nuestro país,
concretamente, tenemos un desafío más o menos inmediato: lograr que para las
próximas elecciones se lleven a cabo los ajusten razonables que hagan falta para
el ejercicio del voto en las próximas elecciones. Exhortamos a la justicia electoral a
garantizar que estos dispositivos y ajustes razonables existan en cada uno de los
distritos electorales del país. Que la próxima elección sea totalmente accesible
para todas y todos los ciudadanos habilitados para votar, que todos los
ciudadanos, sin discriminación de ninguna naturaleza, puedan acceder al cuarto
oscuro de su lugar de votación, y puedan emitir su voto a conciencia y sin
limitación alguna. Si es así, habremos dado un paso adelante en el cumplimiento
de un principio pionero en las legislaciones modernas, por el que hay que luchar
todavía: el de la igualdad ante la ley.
Muchas gracias
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