James, E. L. ~ Grey

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Grey
E.L. JAMES
Este libro esta dedicado a aquellos lectores que pidieron...
y pidió... y preguntó... le preguntó por ello.
Gracias por todo lo que has hecho por mí.
Usted oscila mi mundo todos los días.
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Lunes, 09 de mayo 2011
Tengo tres autos. Van rápido por todo el piso. Muy rápido. Uno es rojo. Otro es verde. Otro
es amarillo. Me gusta el verde. Es el mejor. A mami también le gustan. Me gusta cuando mami
juega conmigo y los autos. El rojo es el mejor para ella. Hoy, está sentada en el sofá mirando a la
pared. El auto verde vuela por la alfombra. El rojo le sigue. Luego el Amarillo. ¡Crash! Pero mami
no ve. Lo hago de nuevo. ¡Crash! Pero Mami no ve. Señalo el auto verde a sus pies. Pero el auto
verde se va por debajo del sofá. No puedo alcanzarlo. Mi mano es demasiado grande para el
agujero. Mami no ve. Quiero mi auto verde. Pero Mami se queda en el sofá mirando a la pared.
Mami. Mi auto. Ella no me escucha. Mami. Empujo su mano y ella se recuesta y cierra los ojos. No
ahora, Maggot. No ahora, dice. Mi auto verde permanece bajo el sofá. Siempre está bajo el sofá.
Puedo verlo. Pero no puedo alcanzarlo. Mi auto verde está borroso. Cubierto de pelaje gris y
suciedad. Lo quiero de regreso. Pero no puedo alcanzarlo. Nunca puedo alcanzarlo. Mi auto verde
está perdido. Perdido. Y no puedo jugar con él de nuevo nunca más.
Abro mis ojos y mi sueño se desvanece a la luz de la mañana. ¿De qué diablos iba eso?
Agarro los fragmentos mientras se desvanecen, pero fallo en atrapar cualquiera de ellos.
Descartándolo, como lo hago la mayoría de las mañanas, me bajo de la cama y encuentro
una sudadera recién lavada en mi vestidor. Afuera, un cielo grisáceo promete lluvia y no estoy de
humor para recibirla durante mi carrera de hoy. Me dirijo arriba, al gimnasio, enciendo el televisor
para las noticias de negocios de la mañana y me subo en la cinta.
Mis pensamientos divagan sobre el día. No tengo más que reuniones, aunque veré a mi
entrenador personal más tarde para una rutina en mi oficina, Bastille siempre es un desafío
bienvenido.
¿Quizá debería llamar a Elena?
Sí. Quizá. Podemos cenar en el transcurso de esta semana.
Detengo la cinta, sin aliento, y me dirijo hacia la ducha para empezar otro monótono día.
—Mañana —murmuro, despachando a Claude Bastille cuando está de pie en el umbral de
mi oficina.
—¿Grey, jugamos golf esta semana? —Bastille sonríe con una relajada arrogancia, sabiendo
que su victoria en el campo de golf está asegurada.
Le frunzo el ceño mientras se da vuelta y se va. Sus palabras de despedida son como sal en
mis heridas porque, a pesar de mis heroicos intentos durante nuestra rutina de hoy, mi
entrenador personal me ha pateado el trasero. Bastille es el único que puede vencerme, y ahora
quiere otro pedazo de carne en el campo de golf. Detesto el golf, pero muchos negocios se hacen
en las calles, de modo que tengo que padecer sus lecciones ahí también… y, aunque odio
admitirlo, jugar contra Bastille sí mejora mi juego.
Mientras miro por la ventana al horizonte de Seattle, el familiar tedio se filtra sin permiso en
mi subconsciente. Mi humor es tan plano y gris como el clima. Mis días se están mezclando sin
distinción y necesito alguna clase de diversión. He trabajado todo el fin de semana y, ahora, en los
confines contiguos de mi oficina, estoy inquieto. No debería sentirme así, no después de varios
encuentros con Bastille. Pero así me siento.
Frunzo el ceño. La aleccionadora verdad es que la única cosa que ha capturado mi interés
recientemente ha sido mi decisión de enviar dos buques de carga a Sudán. Esto me recuerda que
se supone que Ros regresará a mí con números y logística. ¿Qué rayos la está haciendo tardar?
Reviso mi agenda y alcanzo el teléfono.
Maldita sea. Tengo que aguantar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para
la revista estudiantil de la Universidad Estatal de Washington. ¿Por qué diablos accedí a eso?
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Detesto las entrevistas… vanas preguntas de personas desinformadas y envidiosas dirigidas a
investigar sobre mi vida privada. Y ella es una estudiante. El teléfono vibra.
—Sí —le grito a Andrea, como si pudiera culparla. Al menos puedo hacer que esta entrevista
sea corta.
—La señorita Anastasia Steele está aquí para verlo, Sr. Grey.
—¿Steele? Estaba esperando a Katherine Kavanagh.
—Es la señorita Steele quien está aquí, señor.
Odio lo inesperado.
—Hágala pasar.
Bueno, bueno… la Señorita Kavanagh no está disponible. Conozco a su padre, Eamon, el
dueño de Kavanagh Media. Hemos hecho negocios juntos y él parece un operador astuto y un ser
humano racional. Esta entrevista es un favor hacia él, una que pretendo cobrar después, cuando
me convenga. Y, tengo que admitir que estaba vagamente curioso por su hija, interesado en ver la
manzana que ha caído lejos del árbol.
Una conmoción en la puerta me hace ponerme de pie mientras una maraña de largo cabello
castaño, pálidas extremidades y botas marrones se zambulle en mi oficina. Reprimiendo mi
molestia natural por tal torpeza, me apresuro hacia la chica que ha aterrizado sobre sus manos y
rodillas en el piso. Sujetando unos hombros delgados, la ayudo a ponerse de pie.
Claros y avergonzados ojos encuentran los míos y detienen mis movimientos. Son del color
más extraordinario, azul pulverizado, inocentes y, por un horrible momento, creo que puede ver a
través de mí y estoy… expuesto. El pensamiento es desconcertante, así que lo descarto
inmediatamente.
Ella tiene una pequeña y dulce cara que se está sonrojando ahora, de un inocente rosa
pálido. Me pregunto brevemente si toda su piel es así de perfecta y cómo luciría rosa y cálida por
el azote de una vara.
Maldición.
Detengo mis caprichosos pensamientos, alarmado por su dirección. ¿En qué demonios estás
pensando, Grey? Esta chica es demasiado joven. Se queda boquiabierta y resisto la urgencia de
poner los ojos en blanco. Sí, sí, nena, es solo un rostro y es solo piel. Necesito dispersar esa mirada
admirativa de aquellos ojos pero, ¡tengamos algo de diversión en el proceso!
—Señorita Kavanagh. Soy Christian Grey. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?
Ahí está ese sonrojo de nuevo. A cargo una vez más, la estudio. Es bastante atractiva…
ligera, pálida, con una melena de cabello oscuro apenas contenido por un moño.
Una morena.
Sí, es atractiva. Extiendo mi mano mientras tartamudea el inicio de una mortificada disculpa
y pone su mano en la mía. Su piel es fría y suave, pero su apretón es sorprendentemente firme.
—La señorita Kavanagh está indispuesta, así que me ha enviado a mí. Espero que no le
importe, señor Grey. —Su voz es calmada con una musicalidad dudosa y parpadea erráticamente,
largas pestañas agitándose.
Incapaz de evitar la diversión en mi voz mientras recuerdo su entrada poco elegante a mi
oficina, le pregunto quién es.
—Anastasia Steele. Estudio literatura inglesa con Kate, digo… Katherine… bueno… la
Señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington, Campus Vancouver.
¿Del tipo tímida y estudiosa, eh? Lo parece: mal vestida, su ligera silueta escondida bajo un
suéter sin forma, una falda acampanada color marrón y botas funcionales. ¿Tiene algún sentido
del estilo? Mira nerviosamente alrededor de mi oficina, a cualquier parte menos a mí, noto, con
divertida ironía.
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¿Cómo puede ser periodista esa jovencita? No tiene una sola señal de asertividad en su
cuerpo. Es nerviosa, dócil… sumisa. Desconcertado por mis pensamientos inapropiados, sacudo la
cabeza y me pregunto si las primeras impresiones son confiables. Dejando de lado el cliché, le pido
que se siente, luego noto su perspicaz mirada evaluando los cuadros de mi oficina. Antes de que
pueda detenerme, me encuentro explicándolas:
—Un artista de aquí. Trouton.
—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a extraordinario —dice soñadoramente, perdida en
la exquisita y fina destreza del trabajo de Trouton. Su perfil es delicado, una nariz respingona y
suaves y carnosos labios, y en sus palabras ha capturado mis sentimientos exactos. Elevan lo
cotidiano a extraordinario. Es una astuta observación. La señorita Steele es brillante.
Concuerdo y observo, fascinado, mientras el rubor trepa lentamente por su piel una vez
más. Mientras me siento al otro lado de ella, intento frenar mis pensamientos. Saca algunas
arrugadas hojas de papel y una grabadora digital de su gran bolso. Es torpe, dejando caer la
maldita cosa dos veces en mi mesa para café Bauhaus. Es obvio que nunca ha hecho esto antes
pero, por alguna razón que no puedo comprender, lo encuentro divertido. Bajo circunstancias
normales, su torpeza me irritaría como el infierno pero, ahora, escondo una sonrisa bajo mi dedo
índice y resisto la urgencia de acomodarla por mí mismo.
Mientras hurga y se pone más y más nerviosa, se me ocurre que podría refinar sus
habilidades motoras con la ayuda de una fusta. Expertamente manejada, puede controlar al más
inquieto. El errante pensamiento me hace cambiar de posición en mi silla. Me mira y se muerde su
carnoso labio superior.
¡Joder! ¿Cómo no me di cuenta de lo provocadora que es esa boca?
—Pe… perdón. No suelo utilizarla.
Puedo verlo, nena, pero justo ahora me importa un carajo porque no puedo apartar mis ojos
de tu boca.
—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Steele. —Necesito otro momento para
poner en orden mis obstinados pensamientos.
Grey… detén esto, ahora.
—¿Le importa que grabe sus respuestas? —pregunta, su rostro cándido y expectante.
Quiero reírme.
—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?
Parpadea, sus ojos grandes y perdidos por un momento y soy derrotado por el poco familiar
sentimiento de culpa.
Deja de ser una mierda, Grey.
—No, no me importa. —No quiero ser responsable por esa mirada.
—¿Le explicó Kate, digo, la señorita Kavanagh, para qué era la entrevista?
—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré
los títulos de la ceremonia de graduación de este año. —Por qué demonios he accedido a hacer
eso, no lo sé. Sam de Relaciones Publicas me ha dicho que el departamento de ciencias
ambientales de la Estatal de Washington necesita la publicidad para poder atraer fondos
adicionales que complementen lo que les he dado, y Sam haría cualquier cosa por exposición ante
la prensa.
La señorita Steele parpadea una vez más, como si esto fuera una noticia para ella, y parece
desaprobarla. ¿No ha hecho ningún estudio previo para esta entrevista? Debería saberlo. El
pensamiento me hiela la sangre. Es… desagradable, no algo que espero de alguien que está
aprovechándose de mi tiempo.
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—Bien. Tengo algunas preguntas, Señor Grey. —Se pone un mechón de cabello tras la oreja,
distrayéndome de mi molestia.
—Sí, creo que debería preguntarme algo —digo secamente. Hagámosla estremecerse.
Juiciosamente, lo hace, luego se endereza y acomoda sus pequeños hombros. Está en modo
profesional. Inclinándose hacia adelante, presiona el botón de inicio en la grabadora y frunce el
ceño mientras mira sus arrugadas notas.
—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?
Seguramente puede hacer algo mejor que esto. Qué pregunta tan tonta. Ni una pizca de
originalidad. Es decepcionante. Lanzo mi respuesta usual sobre tener a personas excepcionales
trabajando para mí. Personas en las que confío, si es que confío en alguien, y les pago bien,
blablablá… pero, señorita Steele, el simple hecho es que soy brillante en lo que hago. Para mí, es
como desprender un tronco. Comprar descompuestas y mal dirigidas compañías y arreglarlas,
conservando algunas o, si están realmente en quiebra, desarmando sus activos y vendiéndolos al
mejor postor. Es simplemente una cuestión de saber la diferencia entre los dos e, invariablemente,
se resume a las personas a cargo. Para tener éxito en los negocios, necesitas buenas personas y yo
puedo juzgar a una persona mejor que la mayoría.
—Quizá solo ha tenido suerte —dice calladamente.
¿Suerte? Un escalofrío de molestia me atraviesa. ¿Suerte? ¿Cómo se atreve? Parece
modesta y calmada, ¿pero esta pregunta? Nadie ha sugerido jamás que he tenido suerte. Trabajo
duro, traigo personas conmigo, las vigilo de cerca y las estudio si necesito hacerlo y, si no son
buenas para el trabajo, las descarto. Esto es lo que hago y lo hago bien. ¡No tiene nada que ver con
la suerte! Bueno, al diablo con eso. Presumiendo mi erudición, cito las palabras de Andrew
Carnegie, mi industrial favorito.
—El crecimiento y desarrollo de las personas es la labor más importante de los directivos.
—Parece un maniático del control —dice, y habla perfectamente en serio.
¿Qué demonios? Quizá ella sí puede ver a través de mí.
“Control” es mi segundo nombre, cariño.
La miro fijamente, esperando intimidarla.
—Oh, bueno, lo controlo todo, señorita Steele. —Y me gustaría controlarla a usted, justo
aquí y ahora.
Ese atractivo rubor atraviesa su rostro y se muerde aquel labio de nuevo. Divago,
intentando distraerme de su boca.
—Además, decirte a ti mismo, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control
te concede un inmenso poder.
—¿Le parece a usted que su poder es inmenso? —pregunta con una suave y tranquilizadora
voz, pero enarca una delicada ceja con una mirada que expresa su censura. ¿Está,
deliberadamente, tratando de provocarme? ¿Son sus preguntas, su actitud o el hecho de que la
encuentro atractiva, lo que me está molestando? Mi irritación crece.
—Tengo más de cuarenta mil empleados. Eso me otorga un cierto sentido de la
responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las
telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la hipoteca
en poco más de un mes.
Su boca se abre por mi respuesta. Eso es más como debe ser. Chúpate esa, nena. Siento mi
equilibrio retornar.
—¿No tiene que responder ante una junta directiva?
—Soy dueño de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta directiva. —
Debería saber esto.
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—¿Y cuáles son sus intereses aparte del trabajo? —continúa apresuradamente, midiendo
correctamente mi reacción. Sabe que estoy enojado y, por alguna inexplicable razón, esto me
complace.
—Me interesan cosas muy diversas, señorita Steele. Muy diversas. —Imágenes de ella en
varias posiciones en mi cuarto de juegos destellan en mi mente: encadenada a la cruz, extendida
en la cama con dosel, extendida en el banco de azotes. Y, miren, ahí está ese rubor de nuevo. Es
como un mecanismo de defensa.
—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?
—¿Relajarme? —Esas palabras saliendo de su boca inteligente suenan raras, pero
divertidas. Además, ¿cuándo tengo tiempo para relajarme? Ella no tiene idea de lo que hago. Pero
me mira de nuevo con aquellos grandes e ingeniosos ojos y, para mi sorpresa, me encuentro
considerando su pregunta. ¿Qué hago para relajarme? Navegar, volar, follar… probar los límites de
atractivas morenas como ella y hacerlas obedecer... el pensamiento me hace mover en mi silla,
pero le respondo suavemente, omitiendo unos cuantos pasatiempos favoritos.
—Invierte en fabricación. ¿Por qué, específicamente?
—Me gusta construir. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, cuál es su mecanismo,
cómo se montan y se desmotan. Y me encantan los barcos. ¿Qué puedo decirle? —Transportan
comida alrededor del planeta.
—Parece que el que habla es su corazón, no la lógica o los hechos.
¿Corazón? ¿Yo? Oh, no, nena.
Mi corazón fue destrozado sin poder ser reconocido hace mucho tiempo.
—Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.
—¿Por qué dirían algo así?
—Porque me conocen bien. —Le muestro una irónica sonrisa. De hecho, nadie me conoce
tan bien, excepto quizá Elena. Me pregunto qué haría ella con la pequeña señorita Steele aquí.
Esta chica es una masa de contradicciones: tímida, torpe, obviamente brillante y excitante como el
infierno.
Sí, de acuerdo, lo admito. La encuentro seductora.
Ella recita la próxima pregunta por repetición.
—¿Dirían sus amigos que es fácil conocerlo?
—Soy una persona muy reservada, señorita Steele. Hago todo lo posible por proteger mi
vida privada. No suelo ofrecer entrevistas. —Haciendo lo que hago, viviendo la vida que he
elegido, necesito mi privacidad.
—¿Por qué aceptó esta?
—Porque soy mecenas de la universidad y, porque, por más que lo intenté, no podía
sacarme de encima a la señorita Kavanagh. No dejaba de dar lata a mis relaciones públicas y
admiro esa tenacidad. —Pero me alegra que fuera usted quien viniera y no ella.
—También invierte en tecnología agrícola. ¿Por qué le interesa este ámbito?
—El dinero no se come, señorita Steele, y hay demasiada gente en el mundo que no tiene
qué comer. —La miro fijamente, con cara de póker.
—Suena muy filantrópico. ¿Le apasiona la idea de alimentar a los pobres del mundo? —Me
considera con una mirada perpleja y como si yo fuera un enigma, pero no hay manera de que la
deje ver en mi oscura alma. Esta no es una zona de discusión abierta. Pasa la página, Grey.
—Es un buen negocio —murmuro, fingiendo aburrimiento, e imagino follar esa boca para
distraerme de todos los pensamientos de hambre. Sí, su boca necesita entrenamiento y la imagino
sobre sus rodillas ante mí. Bien, ese pensamiento es interesante.
Ella recita la próxima pregunta, arrastrándome fuera de mi fantasía.
—¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste?
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—No tengo una filosofía como tal. Quizá un principio que me guía… de Carnegie: ―Un
hombre que consigue adueñarse absolutamente de su mente, puede adueñarse de cualquier otra
cosa para la que esté legalmente autorizado‖. Soy muy peculiar, muy tenaz. Me gusta el control…
de mí mismo y de los que me rodean.
—¿Entonces quiere poseer cosas?
Sí, nena. A ti, por ejemplo. Frunzo el ceño, sorprendido por el pensamiento.
—Quiero merecer poseerlas, pero sí, en el fondo es eso.
—Parece usted el paradigma del consumidor. —Su voz está teñida de desaprobación,
irritándome de nuevo.
—Lo soy.
Suena como una niña rica que ha tenido todo lo que siempre ha deseado, pero cuando miro
de cerca su ropa, está vestida con prendas de alguna tienda barata como Old Navy o H&M, así que
sé que no es eso. Ella no ha crecido en un entorno pudiente.
Podría cuidar de ti.
¿De dónde diablos vino eso?
Aunque, ahora que lo considero, sí que necesito una nueva sumisa. ¿Han pasado qué, dos
meses desde Susannah? Y aquí estoy, salivando por esta mujer. Intento mostrar una sonrisa
agradable. No hay nada malo con el consumo, después de todo, conduce lo que queda de la
economía americana.
—Fue un niño adoptado. ¿Hasta qué punto cree que ha influido en su manera de ser?
¿Qué tiene esto que ver con el precio del petróleo? Qué pregunta tan ridícula. Si me hubiera
quedado con la perra drogadicta, probablemente estaría muerto. La descarto con una ―no
respuesta‖, tratando de mantener el tono de mi voz, pero ella me presiona, demandando saber
qué edad tenía cuando fui adoptado.
¡Cállala, Grey!
Mi tono es frío.
—Todo el mundo lo sabe, señorita Steele.
Debería saber esto también. Ahora parece contrita mientras se pone un mechón de cabello
tras la oreja. Bien.
—Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo.
—Eso no es una pregunta —espeto.
Se sorprende, claramente avergonzada, pero tiene la gracia de disculparse mientras
reformula la pregunta.
—¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo?
¿Qué quiero con una familia?
—Tengo familia. Un hermano, una hermana y unos padres que me quieren. Pero no me
interesa seguir hablando mi familia.
—¿Es usted gay, señor Grey?
¡¿Qué demonios?!
¡No puedo creer que ella haya dicho eso en voz alta! Irónicamente, es una pregunta que
incluso mi propia familia no haría. ¡Cómo se atreve! Tengo una repentina urgencia de arrastrarla
fuera del asiento, ponerla sobre mi rodilla, palmearla y luego follarla sobre mi escritorio con sus
manos atadas tras su espalda. Eso respondería su ridícula pregunta. Tomo un profundo aliento
para tranquilizarme. Para mi vengativo goce, ella parece mortificada por su propia pregunta.
—No, Anastasia, no soy gay. —Enarco las cejas, pero mantengo mi expresión impasible.
Anastasia. Es un nombre adorable. Me gusta la forma en que se enrolla mi lengua al pronunciarlo.
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—Le pido disculpas. Está…. Bueno... Está aquí escrito. —Ella hace de nuevo aquella cosa con
su cabello tras su oreja. Obviamente es un hábito nervioso.
¿No son estas sus preguntas? Le pregunto, y palidece. Maldita sea, es realmente atractiva,
de una manera discreta.
—Bueno… no. Kate… la señorita Kavanagh… me ha pasado una lista.
—¿Son compañeras de la revista de la facultad?
—No. Es mi compañera de piso.
No hay duda de por qué está tan nerviosa. Me rasco la barbilla, debatiéndome entre hacerla
o no hacerla pasar un mal rato.
—¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista? —pregunto, y soy recompensado con su
mirada sumisa: está nerviosa por mi reacción. Me gusta el efecto que tengo sobre ella.
—Me lo ha pedido ella. No se encuentra bien. —Su voz es suave.
—Esto explica muchas cosas.
Hay un golpe en la puerta y Andrea aparece.
—Señor Grey, perdone que lo interrumpa, pero su próxima reunión es dentro de dos
minutos.
—No hemos terminado, Andrea. Cancele mi próxima reunión, por favor.
Andrea se queda boquiabierta por lo que he dicho, confundida. La miro fijamente. ¡Fuera!
¡Ahora! Estoy ocupada con la pequeña señorita Steele aquí.
—Muy bien, señor Grey —dice, recuperándose con rapidez y girando sobre sus talones para
dejarnos nuevamente a solas.
Vuelvo mi atención a la intrigante y frustrante criatura sobre mi sofá.
—¿Por dónde íbamos, señorita Steele?
—No quisiera interrumpir sus obligaciones.
Oh, no, nena. Es mi turno ahora. Quiero saber si hay secretos que revelar bajo ese adorable
rostro.
—Quiero saber de usted. Creo que es lo justo. —Mientras me recuesto y presiono mis dedos
contra mis labios, sus ojos destellan hacia mi boca y traga saliva. Oh, sí, el efecto de siempre. Y es
gratificante saber que no es completamente ajena a mis encantos.
—No hay mucho que saber —dice, su rubor regresando.
Estoy intimidándola.
—¿Qué planes tiene después de graduarse?
—No he hecho planes, señor Grey. Tengo que aprobar los exámenes finales.
—Aquí tenemos un excelente programa de prácticas.
¿Qué me ha poseído para decir esto? Es contra las reglas, Grey. Nunca folles al personal….
Pero no estás follando a esta chica.
Parece sorprendida y sus dientes saltan sobre aquel labio de nuevo. ¿Por qué es eso tan
excitante?
—Oh, lo tendré en cuenta —responde—. Aunque no creo que encajara aquí.
—¿Por qué lo dice? —pregunto. ¿Qué hay de malo con mi empresa?
—Es obvio, ¿no?
—Para mí no. —Estoy confundido por su respuesta. Está nerviosa una vez más mientras
alcanza la grabadora.
Mierda, se va. Mentalmente, reviso mi agenda para esta tarde. No hay nada que no pueda
esperar.
—¿Le gustaría que le enseñara el edificio?
—Seguro que está muy ocupado, señor Grey, y yo tengo un largo camino.
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—¿Vuelve en auto a Vancouver? —Miro por la venta. Es tremendo camino, y está lloviendo.
Ella no debería estar conduciendo con este clima, pero no puedo prohibírselo. El pensamiento me
irrita—. Bueno, conduzca con cuidado. —Mi voz es más severa de lo que pretendo. Ella se enreda
con la grabadora. Quiere salir de mi oficina y, para mi sorpresa, no quiero que se vaya.
—¿Me ha preguntado todo lo que necesita? —le pregunto en un transparente esfuerzo de
prologar su estadía.
—Sí, señor —dice tranquilamente. Su respuesta me deja pasmado, la forma en que aquellas
palabras suenan saliendo de aquella boca inteligente, y por un momento imagino esa boca a mi
entera disposición.
—Gracias por la entrevista, señor Grey.
—Ha sido un placer —respondo, muy en serio, porque no he estado así de fascinado por
nadie en un tiempo. El pensamiento es desconcertante. Ella se pone de pie y yo extiendo la mano,
ansioso de tocarla.
—Hasta la próxima, señorita Steele. —Mi voz es baja cuando pone su mano sobre la mía. Sí,
quiero azotar y follar a esta chica en mi cuarto de juegos. Tenerla atada y necesitada…
necesitándome, confiando en mí. Trago saliva.
No va a pasar, Grey.
—Señor Grey. —Asiente y retira su mano rápidamente, muy rápidamente.
No puedo dejarla ir así. Es obvio que está desesperada por partir. Es irritante, pero la
inspiración me golpea cuando abro la puerta de mi oficina.
—Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señorita Steele —bromeo.
Sus labios forman una dura línea.
—Muy amable, señor Grey —espeta.
¡La señorita Steele es respondona! Sonrío detrás de ella cuando sale y la sigo afuera. Andrea
y Olivia, ambas, levantan la mirada con sorpresa. Sí, sí. Solo veo salir a la chica.
—¿Ha traído abrigo? —pregunto.
—Chaqueta.
Le lanzo una mirada a Olivia e inmediatamente se levanta de un salto para recuperar una
chaqueta azul marino, pasándomela con su usual expresión atontada. Cristo, Olivia es fastidiosa,
soñando despierta conmigo todo el tiempo.
Hmm. La chaqueta está usada y es barata. La señorita Anastasia Steele debería estar mejor
vestida. La sostengo para ella mientras la acomodo en sus delgados hombros, toco su piel en la
base del cuello. Ella se queda quieta por el contacto y palidece.
¡Sí! Está afectada por mí. El conocimiento es inmensamente placentero. Acercándome al
ascensor, presiono el botón de llamada mientras ella se mueve nerviosamente a mi lado.
Oh, yo podría detener tus movimientos, nena.
Las puertas se abren y ella se escabulle, luego se da vuelta para enfrentarme. Es más que
atractiva. Iría muy lejos en decir que es hermosa.
—Anastasia —digo, a manera de despedida.
—Christian —responde, su voz suave. Y las puertas del ascensor se cierran, dejando mi
nombre colgando en el aire entre nosotros, sonando raro y poco familiar, pero sensual como el
infierno.
Necesito saber más sobre esta chica.
—Andrea —ladro mientras regreso a mi oficina—. Ponga a Welch en la línea ahora.
Mientras me siento en mi escritorio y espero la llamada, miro los cuadros en la pared de mi
oficina y las palabras de la señorita Steele regresan a mí. ―Elevan lo cotidiano a lo extraordinario‖.
Ella podría haber estado describiéndose a sí misma, fácilmente.
Mi teléfono suena.
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—Tengo al Sr. Welch en la línea para usted.
—Páselo.
—Sí, señor.
—Welch, necesito un estudio de antecedentes.
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Sábado, 14 de mayo de 2011
Fecha de nacimiento: 10 de septiembre de 1989, Montesano, Washington.
Dirección: 1114 SW Green Street, apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, WA 98888.
Teléfono celular: 360-959-4352
Número de seguro social: 987-65-4320
Banco: Wells Fargo Bank, Vancouver, Washington. Número de cuenta: 309361. Balance:
$683.16
Ocupación: Estudiante universitaria del Vancouver Colegio de Artes y Ciencias de la
Universidad Estatal de Washington, especialización en Inglés.
GPA: 4.0 Estudios anteriores: Montesano Jr. Sr. High School.
Puntuación SAT: 2150
Empleos: Ferretería Clayton’s, NW Vancouver Drive, Portland, contrato de medio tiempo.
Padre: Franklin A. Lambert. Fecha de Nacimiento: 1 de septiembre de 1969, fallecido el 11
de septiembre de 1989.
Madre: Carla May Wilks Adams. Fecha de Nacimiento: 18 de julio de 1970. Casada con Frank
Lambert el 1º de marzo de 1989, enviudó el 11 de septiembre de 1989. Casada con Raymond
Steele el 6 de junio de 1990, divorciada el 12 de julio de 2006. Casada con Stephen M. Morton el
16 de agosto de 2006, divorciada el 31 de enero de 2007. Casada con Bob Adams el 6 de abril de
2009.
Afiliación política: Ninguna encontrada
Afiliación religiosa: Ninguna encontrada
Orientación sexual: Desconocida
Relaciones: Ninguna indicada al momento.
Leo cuidadosamente el resumen ejecutivo por centésima vez desde que lo recibí dos días
atrás, buscando alguna revelación de la enigmática señorita Anastasia Rose Steele. No puedo sacar
a la maldita mujer de mi cabeza y está empezando a enojarme seriamente. Esta última semana,
durante reuniones particularmente aburridas, me he encontrado reproduciendo la entrevista en
mi cabeza. Sus torpes dedos en la grabadora, la manera en que metía su cabello detrás de su
oreja, la mordedura de su labio. Sí. La mordedura de labio me enciende cada vez.
Y ahora aquí estoy, estacionado afuera de Clayton, una pequeña ferretería familiar en la
periferia de Portland donde ella trabaja.
Eres un tonto, Grey. ¿Por qué estás aquí?
Sabía que se dirigiría a esto. Toda la semana… sabía que tenía que verla otra vez. Lo había
sabido desde que pronunció mi nombre en el elevador. Había tratado de resistirme. Había
esperado cinco días, cinco tediosos días, para ver si me olvidaba de ella.
Y yo no espero. Odio esperar… por lo que sea.
Nunca antes perseguí a una mujer. Las mujeres que he tenido entendían lo que esperaba de
ellas. Mi miedo ahora es que la señorita Steele es demasiado joven y no esté interesada en lo que
tengo para ofrecerle. ¿Lo estará? ¿Siquiera será una buena sumisa? Sacudo mi cabeza. Así que
aquí estoy, un imbécil, sentado en un estacionamiento suburbano en una deprimente parte de
Portland.
Su revisión de antecedentes no produjo nada remarcable… excepto el último dato, el cual
ha estado al frente en mi mente. Es la razón por la que estoy aquí. ¿Por qué sin novio, señorita
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Steele? Orientación sexual desconocida… quizás es gay. Resoplo, pensando que es improbable.
Recuerdo la pregunta que me hizo durante la entrevista, su grave vergüenza, la manera en la que
su piel se sonrojó de aun rosa pálido… he estado sufriendo de estos pensamientos lascivos desde
que la conocí.
Ese es el por qué estás aquí.
Me muero de ganas de volver a verla… esos ojos azules me han atormentado, incluso en mis
sueños. No se la he mencionado a Flynn, y me alegra, porque ahora me estoy comportando como
un acosador. Tal vez debería decirle. No. No quiero que me presione sobre su última mierda de
solución basada en terapia. Simplemente necesito una distracción y, en este momento, la única
distracción que quiero es la que está trabajando como vendedora en una ferretería.
Has venido todo este camino. Veamos si la pequeña señorita Steele es tan atractiva como la
recuerdas.
Hora del espectáculo, Grey.
Una campana repica una sosa nota electrónica mientras camino dentro de la tienda. Es más
grande de lo que parece desde el exterior y, aunque casi es la hora del almuerzo, el lugar está
tranquilo para ser un sábado. Hay pasillos y pasillos de la usual basura que esperarías. Había
olvidado las posibilidades que una ferretería podría ofrecer a alguien como yo. Principalmente
compro en línea mis necesidades, pero mientras esté aquí, quizás resurtiré unos cuantos artículos:
velcro, anillas… Sí. Encontraré a la apetecible señorita Steele y me divertiré.
Me toma tres segundos completos localizarla. Está encorvada sobre el mostrador, mirando
atentamente la pantalla de la computadora y picoteando su almuerzo… una rosquilla. De manera
ausente, limpia una migaja de la esquina de sus labios y la mete en su boca y chupa su dedo. Mi
polla se retuerce en respuesta.
¿Cuántos años tengo, catorce?
La reacción de mi cuerpo es irritante. Tal vez esto se detendrá si la amarro, follo y azoto… y
no necesariamente en ese orden. Sí. Eso es lo que necesito.
Está completamente absorta en su tarea, lo que me da una oportunidad de estudiarla.
Dejando de lado los pensamientos lascivos, es atractiva, verdaderamente atractiva. La he
recordado bien.
Levanta la mirada y se congela. Es tan perturbador como la primera vez que la conocí. Me
sujeta con una mirada perspicaz, estupefacta, creo, y no sé si eso es una buena respuesta o una
mala respuesta.
—Señorita Steele. Qué agradable sorpresa.
—Sr. Grey —dice, susurrante y aturdida. Ah, una buena respuesta.
—Pasaba por aquí. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla. —Un verdadero
placer. Está vestida con una ajustada camiseta y vaqueros, no la mierda sin forma que estaba
usando antes esta semana. Es toda piernas largas, cintura estrecha y tetas perfectas. Sus labios
aún están separados con sorpresa y tengo que resistir el impulso de sujetar su barbilla y cerrar su
boca. He volado desde Seattle solo para verte y por la forma en que me miras justa ahora, ha
valido realmente la pena el viaje.
—Ana. Mi nombre es Ana. ¿En qué puedo ayudarle, Sr. Grey? —Toma una profunda
respiración, cuadra sus hombros como lo hizo en la entrevista y me da una falsa sonrisa que, estoy
seguro, reserva para los clientes.
Empieza el juego, señorita Steele.
—Hay unas cuantas cosas que necesito. Para empezar, me gustarían algunas bridas para
cables.
Mi solicitud la toma fuera de guardia; se ve pasmada.
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Oh, esto va a ser divertido. Te asombrarías de lo que puedo hacer con unos pocos cables,
nena.
—Tenemos de varias medidas. ¿Se las muestro? —dice, encontrando su voz.
—Por favor. Guíe el camino.
Sale de detrás del mostrador y señala hacia uno de los pasillos. Está usando chucks.
Distraídamente, me pregunto cómo se vería en tacones altos. Louboutins… nada excepto
Louboutins.
—Están con los artículos eléctricos, en el pasillo ocho. —Su voz titubea y se sonroja…
La afecto. La esperanza brota en mi pecho.
No es gay, entonces. Sonrío.
—Después de usted. —Extiendo mi mano para que dirija el camino. Dejarla caminar
adelante me da el espacio y tiempo para admirar su fantástico culo. Su larga y abundante cola de
caballo marca el tiempo como un metrónomo del suave balanceo de sus caderas. Realmente es el
paquete completo: dulce, educada y hermosa, con todos los atributos físicos que valoro en una
sumisa. Pero, la pregunta del millón de dólares es: ¿podría ser una sumisa? Probablemente no
sabe nada del estilo de vida —mi estilo de vida—, pero en verdad quiero introducirla a ello. Te
estás adelantando en este trato, Grey.
—¿Está en Portland por negocios? —pregunta, interrumpiendo mis pensamientos. Su voz es
alta; está fingiendo desinterés. Me dan ganas de reír. Las mujeres raramente me hacen reír.
—Estaba visitando el departamento de agricultura de la universidad, que está en Vancouver
—miento. En realidad estoy aquí para verla, señorita Steele.
Su cara se descompone y me siento como una mierda.
—En estos momentos financio una investigación sobre rotación de cultivo y ciencias del
suelo.—Eso, al menos, es cierto.
—¿Forma parte de su plan para alimentar al mundo? —Arquea una ceja, divertida.
—Algo así —murmuro. ¿Se está riendo de mí? Oh, me encantaría ponerle alto a eso si se
está riendo. Pero, ¿cómo empezar? Tal vez con una cena, en lugar de la entrevista usual… ahora,
eso sería una novela: llevar a una posible sumisa a cenar.
Llegamos a las bridas para cables, las cuales están ordenadas en diversidad de medidas y
colores. Distraídamente, mis dedos recorren los paquetes. Podría simplemente invitarla a cenar.
Como…¿en una cita? ¿Aceptaría? Cuando le echo un vistazo, está examinando sus dedos
entrelazados. No puede mirarme… esto es prometedor. Selecciono los cables más largos. Son más
flexibles, después de todo, ya que pueden ajustar dos tobillos o dos muñecas al mismo tiempo.
—Estas estarán bien.
—¿Algo más? —dice rápidamente… o está siendo súper atenta o me quiere fuera de la
tienda, no sé cuál.
—Quisiera cinta adhesiva.
—¿Está decorando su casa?
—No, no estoy decorándola. —Oh, si tan solo supieras…
—Por aquí —dice—. La cinta está en el pasillo de decoración.
Vamos, Grey. No tienes mucho tiempo. Engánchala en alguna conversación.
—¿Ha trabajado aquí durante mucho tiempo? —Por supuesto, ya conozco la respuesta. A
diferencia de otras personas, hago mi investigación. Por alguna razón, está avergonzada. Cristo,
esta chica es tímida. No tengo ni una esperanza en el infierno. Se da la vuelta rápidamente y
camina por el pasillo hacia la sección etiquetada como ―decoración‖. La sigo con entusiasmo,
como un cachorrito.
—Cuatro años —murmura mientras llegamos a la cinta adhesiva. Se inclina hacia abajo y
agarra dos rollos, cada uno de diferente ancho.
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—Me llevaré esta. —La cinta más ancha es mucho más efectiva como mordaza. Mientras
me la pasa, las puntas de nuestros dedos se tocan, brevemente. Resuena en mi ingle. ¡Maldición!
Ella palidece.
—¿Algo más? —Su voz es suave y ronca.
Cristo, estoy teniendo el mismo efecto en ella que el que tiene en mí. Tal vez…
—Un poco de cuerda, creo.
—Por aquí. —Corre rápidamente por el pasillo, dándome otra oportunidad para apreciar su
lindo culo.
—¿Qué tipo de cuerda busca? Tenemos de fibra sintética, de fibra natural, de cáñamo, de
cable…
Mierda, detente. Gimo interiormente, tratando de ahuyentar la imagen de ella suspendida
del techo en mi cuarto de juegos.
—Cinco metros de la de fibra natural, por favor. —Es más áspera y raspa más si luchas
contra ella… mi cuerda de elección.
Un temblor corre por sus dedos, pero mide cinco metros como una profesional. Sacando
una navaja multiuso de su bolsillo derecho, corta la cuerda con un rápido movimiento, la enrolla
cuidadosamente y la ata con un nudo. Impresionante.
—¿Fue una chica scout?
—Las actividades en grupo no son lo mío, Sr. Grey.
—¿Qué es lo suyo, Anastasia? —Sus pupilas se dilatan mientras la miro.
¡Sí!
—Libros —responde.
—¿Qué tipo de libros?
—Oh, ya sabe. Lo usual. Los clásicos. Sobre todo literatura inglesa.
¿Literatura inglesa? Las Brontës y Austen, apuesto. Todos los del tipo románticoyde
corazones-y-flores.
Eso no es bueno.
—¿Necesita algo más?
—No lo sé. ¿Qué más me recomendaría? —Quiero ver su reacción.
—¿De bricolaje? —pregunta, sorprendida.
Quiero reír a carcajadas. Oh, nena, en bricolaje no es lo mío. Asiento, sofocando mi risa. Sus
ojos repasan mi cuerpo y me tenso. ¡Me está dando un repaso!
—Un mono de trabajo —deja escapar.
Es la cosa más inesperada que la he escuchado decir desde su pregunta ―¿Es usted gay?‖.
—No querrá que se le estropee la ropa. —Señala mis pantalones.
No me puedo resistir.
—Siempre podría quitármela.
—Uhm. —Se sonroja mucho y mira hacia abajo.
La saco de su miseria.
—Me llevaré un mono de trabajo. No vaya a ser que se me estropee la ropa. —Sin una
palabra, se gira y camina rápidamente por el pasillo y yo sigo sus seductores pasos.
—¿Necesita algo más? —dice, sonando jadeante mientras me pasa un par de overoles de
trabajo azul. Está mortificada, los ojos aún echados hacia abajo. Cristo, me provoca cosas.
—¿Cómo va el artículo? —pregunto, con la esperanza de que pueda relajarse un poco.
Levanta la mirada y me da una breve sonrisa aliviada.
Finalmente.
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—No estoy escribiéndolo yo, sino Katherine. La señorita Kavanagh. Mi compañera de piso,
ella es la escritora. Está muy contenta. Es la editora de la revista y quedó destrozada por no haber
podido hacerle la entrevista personalmente.
Es la oración más larga que ha pronunciado desde que nos conocimos y está hablando de
alguien más, no de ella misma. Interesante.
Antes de que pueda hacer un comentario, añade:
—Lo único que le preocupa es que no tiene ninguna foto original de usted.
La tenaz señorita Kavanagh quiere fotografías. Fotografías publicitarias, ¿eh? Puedo hacer
eso. Me permitirá pasar tiempo con la apetecible señorita Steele.
—¿Qué tipo de fotografías quiere?
Me mira fijamente por un momento, luego sacude su cabeza, perpleja, sin saber qué decir.
—Bueno, voy a estar por aquí. Quizá mañana… —Puedo quedarme en Portland. Trabajar
desde un hotel. Una habitación en el Heathman, quizá. Necesitaré que Taylor venga, traiga mi
computadora portátil y algo de ropa. O Elliot… a menos que esté follando, lo cual es su modus
operandi los fines de semana.
—¿Estaría dispuesto a hacer una sesión de fotos? —No puede contener su sorpresa.
Le doy un breve asentimiento. Sí, quiero pasar más tiempo contigo.
Quieto, Grey.
—Kate estará encantada… si encontramos un fotógrafo. —Sonríe y su cara se ilumina como
un amanecer sin nubes. Es impresionante.
—Dígame algo mañana. —Saco la billetera de mis pantalones—. Mi tarjeta. Está mi número
de celular. Tendría que llamarme antes de las diez de la mañana. —Y si no lo hace, me dirigiré de
vuelta a Seattle y me olvidaré acerca de esta estúpida aventura.
El pensamiento me deprime.
—Muy bien. —Continúa sonriendo.
—¡Ana! —Ambos nos giramos cuando un muchacho vestido de manera casual aparece en el
extremo más lejano del pasillo. Sus ojos están todos sobre la señorita Anastasia Steele. ¿Quién
demonios es este idiota?
—Eh, discúlpeme un momento, Sr. Grey. —Camina hacia él y el idiota la envuelve en un
abrazo de gorila. Mi sangre se hiela. Es una respuesta primitiva.
Quítale tus jodidas garras de encima.
Empuño mis manos y soy solo ligeramente aplacado cuando ella no le devuelve el abrazo.
Caen en una conversación de susurros. Tal vez la información de Welch estaba equivocada.
Tal vez este tipo es su novio. Se ve de la edad adecuada y no puede quitarle de encima sus
ambiciosos ojos. La sostiene por un momento a un brazo de distancia, examinándola, luego le
pone un brazo sobre sus hombros. Parece un gesto casual, pero sé que está estableciendo un
reclamo y diciéndome que me retire. Ella parece avergonzada, moviéndose de un pie a otro.
Mierda. Debería irme. He exagerado mi mano. Ella está con este tipo. Luego ella le dice algo
más y se aleja de su alcance, tocando su brazo, no su mano, encogiéndose de hombros para
quitárselo de encima. Está claro que no son cercanos.
Bien.
—Eh, Paul, te presento a Christian Grey. Señor Grey, este es Paul Clayton, el hermano del
dueño de la tienda. —Me da una extraña mirada que no entiendo y continúa—: Conozco a Paul
desde que trabajo aquí, aunque no nos vemos muy a menudo. Ha vuelto de Princeton, donde
estudia administración de empresas.—Está balbuceando, dándome una extensa explicación y
diciéndome que no están juntos, creo. El hermano del jefe, no un novio. Estoy aliviado, pero la
extensión del alivio que siento es inesperada y me hace fruncir el ceño. Esta mujer realmente se ha
medito bajo mi piel.
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—Sr. Clayton. —Mi tono es deliberadamente cortante.
—Sr. Grey. —Su apretón de manos es lánguido, como su cabello. Idiota—. Espera… ¿No será
el famoso Christian Grey? ¿El de Grey Enterprises Holdings?
Sí, ese soy yo, imbécil.
En un latido, lo veo transformarse de territorial a servil.
—Ana… ¿puedo ayudarle en algo?
—Anastasia se ha ocupado, Sr. Clayton. Ha sido muy atenta. —Ahora vete a la mierda.
—Estupendo —borbotea, todo dientes blancos y respetuoso—. Nos vemos luego, Ana.
—Claro, Paul —dice y camina sin prisa hacia la parte trasera de la tienda. Lo veo
desaparecer.
—¿Algo más, Sr. Grey?
—Nada más —murmuro. Mierda, se me terminó el tiempo y aún no sé si voy a verla de
nuevo. Tengo que saber si hay alguna mínima esperanza de que pudiera considerar lo que tengo
en mente. ¿Cómo se lo puedo preguntar? ¿Estoy listo para hacerme cargo de una sumisa que no
sabe nada? Va a necesitar considerable entrenamiento. Cerrando mis ojos, imagino las
interesantes posibilidades que esto presenta… llegar ahí va a ser la mitad de la diversión. ¿Siquiera
estará dispuesta a esto? ¿O estoy equivocado?
Camina hacia la caja registradora y marca mis compras, todo mientras mantiene sus ojos en
la registradora.
¡Mírame, maldita sea! Quiero ver su cara otra vez y calibrar lo que está pensando.
Finalmente, levanta su cabeza.
—Serán cuarenta y tres dólares, por favor.
¿Eso es todo?
—¿Quiere una bolsa? —pregunta mientras le paso mi tarjeta de crédito American Express.
—Sí, gracias, Anastasia. —Su nombre, un nombre hermoso para una chica hermosa, fluye
suavemente sobre mi lengua.
Empaca los artículos rápidamente. Esto es todo. Me tengo que ir.
—Ya me llamará si quiere que haga la sesión de fotos.
Asiente mientras me devuelve mi tarjeta.
—Bien. Hasta mañana, quizá. —No puedo solamente irme. Tengo que hacerle saber que
estoy interesado—. Ah, una cosa, Anastasia… Me alegro de que la Señorita Kavanagh no pudiera
hacerme la entrevista. —Se ve sorprendida y alagada.
Esto es bueno.
Deslizo la bolsa sobre mi hombro y salgo de la tienda.
Sí, en contra de mi mejor juicio, la deseo. Ahora tengo que esperar… jodidamente esperar…
otra vez. Utilizando una fuerza de voluntad que enorgullecería a Elena, mantengo mis ojos al
frente mientras saco mi celular de mi bolsillo y me subo al auto rentado. Estoy evitando
deliberadamente mirar hacia ella. No lo voy a hacer. No lo voy a hacer. Mis ojos giran rápidamente
hacia el espejo retrovisor, donde puedo ver la puerta de la tienda, pero todo lo que veo es el
pintoresco frente de la tienda. Ella no está en la ventana, mirando hacia mí.
Es decepcionante.
Presiono el 1 en el marcado rápido y Taylor contesta antes de que el teléfono tenga la
oportunidad de sonar.
—Sr. Grey —dice.
—Haz reservaciones en el Heathman; voy a quedarme en Portland este fin de semana y,
¿podrías traer la todoterreno, mi computadora y el papeleo debajo de ella y uno o dos cambios de
ropa? —Sí, señor. ¿Y Charlie Tango?
—Que Joe lo lleve a PDX.
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—Yo me encargo, señor. Estaré con usted en aproximadamente tres horas y media.
Cuelgo y enciendo el auto. Así que tengo unas cuantas horas en Portland mientras espero
para ver si esta chica está interesada en mí. ¿Qué hago? Tiempo de una caminata, creo. Tal vez de
esta manera pueda sacar de mi sistema esta extraña hambre.
Han pasado cinco horas sin una llamada telefónica de la apetecible señorita Steele. ¿En qué
demonios estaba pensando? Veo la calle desde la ventana de mi habitación en el Heathman.
Aborrezco esperar. Siempre lo he hecho. El clima, ahora nublado, se mantuvo durante mi
caminata por Forest Park, pero la caminata no hizo nada por curar mi agitación. Estoy molesto con
ella por no llamar, pero más que nada estoy molesto conmigo. Soy un tonto por estar aquí. Qué
pérdida de tiempo ha sido perseguir a esta mujer. ¿Cuándo, alguna vez, he perseguido a una
mujer?
Grey, cálmate.
Suspirando, reviso mi teléfono otra vez con la esperanza de simplemente haber perdido su
llamada, pero no hay nada. Al menos Taylor ha llegado y tengo toda mi mierda. Tengo el reporte
de Barney sobre las pruebas de grafeno4 de su departamento para leer y puedo trabajar en paz.
¿Paz? No he conocido la paz desde que la señorita Steele cayó dentro de mi oficina.
Cuando levanto la mirada, el crepúsculo ha cubierto mi habitación con sombras grises. La
perspectiva de otra noche solo es deprimente. Mientras contemplo qué hacer, mi teléfono vibra
contra la madera pulida del escritorio y un desconocido pero vagamente familiar número con
código de área de Washington parpadea en la pantalla. De repente, mi corazón está latiendo como
si hubiera corrido dieciséis kilómetros.
¿Es ella?
Respondo.
—¿Se… Señor Grey? Soy Anastasia Steele.
Mi cara estalla en una sonrisa come mierda. Bueno, bueno. Una señorita Steele susurrante,
nerviosa y de voz suave. Mi noche está mejorando.
—Señorita Steele. Un placer tener noticias suyas. —Escucho que su respiración se
entrecorta y el sonido viaja directamente a mi ingle.
Genial. La estoy afectando. Al igual que ella me está afectando.
—Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo. Mañana, si no tiene
problema. ¿Dónde le iría bien?
En mi habitación. Solo tú, yo y las bridas para cables.
—Me alojo en el Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?
—Muy bien, nos vemos allí —balbucea, incapaz de esconder el alivio y deleite en su voz.
—Lo estoy deseando, señorita Steele. —Cuelgo antes de que sienta mi entusiasmo y lo
complacido que estoy. Inclinándome en mi silla, contemplo el oscurecido horizonte y paso mis dos
manos por mi cabello.
¿Cómo demonios voy a cerrar este trato?
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Domingo, 15 de Mayo de 2011
Con Moby explotando en mis oídos, bajo a toda velocidad por la calle Southwest Salmon
hacia el río Willamette. Son las seis y media de la mañana y estoy tratando de aclarar mi mente.
Anoche soñé con ella. Ojos azules, voz entrecortada… sus frases terminando con "señor" mientras
se arrodilla delante de mí. Desde que la conocí, mis sueños han sido un bienvenido cambio de la
ocasional pesadilla. Me pregunto qué interpretaría Flynn de eso. El pensamiento es
desconcertante, así que lo ignoro y me concentro en empujar mi cuerpo a sus límites a lo largo de
la orilla del Willamette. Mientras mis pies resuenan en el camino, el sol traspasa a través de las
nubes y eso me da esperanza.
Dos horas más tarde, mientras corro de vuelta al hotel, paso por una cafetería. Tal vez
debería llevarla a tomar un café.
¿Cómo una cita?
Bueno. No. No una cita. Me río ante la ridícula idea. Solo una charla… un tipo de entrevista.
Entonces puedo averiguar un poco más acerca de esta enigmática mujer y si está interesada o si
estoy en una inútil persecución. Estoy solo en el ascensor mientras me estiro. Terminando mis
estiramientos en mi suite del hotel, estoy centrado y tranquilo por primera vez desde que llegué a
Portland. El desayuno ha sido entregado y estoy hambriento. No es un sentimiento que tolere,
nunca. Sentándome a desayunar en mi ropa de deporte, decido comer antes de ducharme.
Hay un enérgico toque en la puerta. La abro y Taylor se encuentra en el umbral.
—Buenos días, Sr. Grey.
—Buenos días. ¿Están listos para mí?
—Sí, señor. Están ubicados en la habitación 601.
—Ya bajo. —Cierro la puerta y meto mi camisa en mis pantalones grises. Mi cabello está
mojado por la ducha, pero me importa una mierda. Una mirada al jodido sombrío en el espejo y
salgo para seguir a Taylor hasta el ascensor.
La habitación 601 está llena de gente, luces y cámaras profesionales, pero la encuentro
inmediatamente. Ella está de pie a un lado. Su cabello está suelto: una exuberante melena
brillante que cae por debajo de sus pechos. Está usando jeans ajustados y converse con una
chaqueta azul marino de manga corta y debajo una camiseta blanca. ¿Los jeans y converse son su
firma en cuanto a forma de vestir? Aunque no es muy conveniente, favorecen sus bien torneadas
piernas. Sus ojos, encantadores como siempre, se ensanchan mientras me acerco.
—Señorita Steele, volvemos a vernos.—Ella toma mi mano extendida y por un momento
quiero apretar la suya y alzarla hasta mis labios.
No seas absurdo, Grey.
Vuelve a ruborizarse deliciosamente y señala en dirección a su amiga, que está de pie
demasiado cerca, esperandomi atención.
—Sr. Grey, le presento a Katherine Kavanagh —dice. De mala gana la libero y me giro hacia
la persistente señorita Kavanagh. Es alta, llamativa y meticulosamente pulcra como su padre, pero
tiene los ojos de su madre y tengo que agradecerle por presentarme a la encantadora señorita
Steele. Ese pensamiento me hace sentir un poco más benévolo con ella.
—La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? Espero que se encuentre mejor. Anastasia dijo
que la semana pasada estuvo enferma.
—Estoy bien, gracias, Sr. Grey.
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Tiene un firme y confiado apretón de manos y dudo que alguna vez se enfrentara a un día
de dificultades en su privilegiada vida. Me pregunto por qué son amigas estas mujeres. No tienen
nada en común.
—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión—dice Katherine.
—Es un placer —le respondo y echo un vistazo a Anastasia, quien me recompensa con su
delator rubor.
¿Soy solo yo quien la hace ruborizarse? La idea me complace.
—Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo —dice Anastasia y su rostro se ilumina mientras
me lo presenta.
Mierda. ¿Este es el novio?
Rodríguez florece bajo la dulce sonrisa de Ana.
¿Están follando?
—Señor Grey. —Rodríguez me da una mirada oscura mientras nos damos la mano. Es una
advertencia. Me está diciendo que retroceda. Ella le gusta. Le gusta mucho.
Bueno, que empiece el juego, niño.
—Sr. Rodriguez, ¿dónde quiere que me coloque? —Mi tono es un desafío y él lo escucha,
pero Katherine interviene y me indica una silla. Oh. Le gusta estar a cargo. El pensamiento me
divierte mientras me siento. Otra joven que parece estar trabajando con Rodríguez enciende las
luces y, por un momento, soy cegado.
¡Demonios!
A medida que el deslumbramiento desaparece, busco a la encantadora señorita Steele. Está
de pie al fondo de la habitación, observando el procedimiento. ¿Siempre rehúye de esta manera?
Tal vez por eso son amigas ella y Kavanagh; ella está contenta con estar en el fondo y dejar que
Katherine tome el centro del escenario.
Mmm… una sumisa natural.
El fotógrafo parece suficientemente profesional y absorbido en el trabajo que se le ha
asignado. Observo a la señorita Steele mientras nos observa a los dos. Nuestros ojos se
encuentran; los suyos son honestos e inocentes, y por un momento reconsidero mi plan. Pero
entonces se muerde el labio y mi aliento se atrapa en mi garganta.
Retrocede, Anastasia. Le ordeno que deje de mirar y, como si me pudiera oír, es la primera
en apartar la mirada.
Buena chica.
Katherine me pide que me ponga de pie mientras Rodríguez sigue tomando fotografías.
Entonces, hemos terminado y esta es mi oportunidad.
—Gracias de nuevo, Sr. Grey. —Katherine avanza hacia adelante y me estrecha la mano,
seguida por el fotógrafo, que me mira con mal y disimulada desaprobación. Su antagonismo me
hace sonreír.
Ah, hombre… no tienes ni idea.
—Estoy ansioso por leer su artículo, señorita Kavanagh —digo, dándole un breve
asentimiento educado. Es con Ana con quien quiero hablar—. ¿Vendría conmigo, señorita
Steele?—pregunto, cuando la alcanzo en la puerta.
—Claro —dice con sorpresa.
Aprovecha el día, Grey.
Murmuro alguna trivialidad a aquellos que siguen en la habitación y la hago pasar por la
puerta, queriendo poner algo de distancia entre ella y Rodríguez. En el pasillo,se detiene jugando
con su cabello, luego sus dedos, mientras Taylor me sigue afuera.
—En seguida le aviso, Taylor —le digo y, cuando está casi fuera del alcance del oído, le pido
a Ana que me acompañe por un café, mi aliento contenido por su respuesta.
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Sus largas pestañas parpadean sobre sus ojos.
—Tengo que llevar a todos a casa —dice con consternación.
—Taylor —grito en su dirección, haciéndola saltar. Debo ponerla nerviosa y no sé si esto es
bueno o malo. Y ella no puede dejar de estar inquieta. Pensar en todas las formas en que podría
hacerla detenerse es una distracción.
—¿Van a la universidad? —Ella asiente y le pido a Taylor que lleve a sus amigos a casa.
—Arreglado. ¿Puedo ahora venir conmigoa tomar un café?
—Verá… Sr. Grey… esto… la verdad… —Se detiene.
Mierda. Es un "no". Voy a perder esta cita. Me mira directamente, con los ojos brillantes.
—Mire, no es necesario que Taylor los lleve a casa. Puedo intercambiar vehículos con Kate,
si me espera un momento.
Mi alivio es tangible y sonrío.
¡Tengo una cita!
Abriendo la puerta, la dejo volver a la habitación mientras Taylor oculta su mirada perpleja.
—¿Puedes tomar mi chaqueta, Taylor?
—Ciertamente, señor.
Se gira sobre sus talones, con los labios curvándose mientras se dirige por el pasillo. Lo
observo con los ojos entrecerrados mientras desaparece en el ascensor mientras me apoyo contra
la pared y espero a la señorita Steele.
¿Qué demonios voy a decirle?
“¿Qué tanto te gustaría ser mi sumisa?”
No. Tranquilízate, Grey. Tomemos esto una etapa a la vez.
Taylor está de vuelta en un par de minutos sosteniendo mi chaqueta.
—¿Eso será todo, señor?
—Sí. Gracias.
Me la da y me deja como un idiota de pie en el pasillo.
¿Cuánto tiempo más le va a tomar a Anastasia? Reviso mi reloj. Debe estar negociando el
cambio de auto con Katherine. O está hablando con Rodríguez, explicándole que solo va a tomar
un café conmigo para aplacarme y mantenerme dulce para el artículo. Mis pensamientos se
oscurecen. Tal vez le está dando un beso de despedida.
Maldición.
Emerge un momento después y estoy complacido. No se ve como si acabara de ser besada.
—Está bien —dice con decisión—. Vamos por el café. —Pero sus mejillas enrojecidas
socavan algo de su esfuerzo por lucir confiada.
—Después de usted, señorita Steele. —Oculto mi deleite mientras ella da un paso delante
de mí. Mientras la alcanzo, despierta mi curiosidad sobre su relación con Katherine,
específicamente su compatibilidad. Le pregunto por cuánto tiempo se han conocido.
—Desde nuestro primer año. Es una buena amiga. —Su voz está llena de calidez. Ana es
claramente devota. Hizo todo el camino a Seattle para hacerme una entrevista cuando Katherine
estuvo enferma y me encuentro esperando que la señorita Kavanagh la trate con la misma lealtad
y respeto.
En los ascensores, presiono el botón de llamada y casi de inmediato las puertas se abren.
Una pareja en un apasionado abrazo se separa a toda prisa, avergonzados por ser atrapados.
Ignorándolos, entramos en el ascensor, pero atrapó la sonrisa pícara de Anastasia.
Mientras viajamos a la primera planta, la atmósfera está espesa de deseo sin cumplir. Y no
sé si es que emana de la pareja detrás de nosotros o de mí.
Sí. La deseo ¿Querrá lo que tengo para ofrecer?
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Me siento aliviado cuando las puertas se abren de nuevo y tomo su mano, que está fresca y
no pegajosa como esperaba. Tal vez no la afecto tanto como me gustaría. El pensamiento es
desalentador.
En nuestro camino,escuchamos la risa avergonzada de la pareja.
—¿Qué pasa con los ascensores? —murmuro. Y tengo que admitir que hay algo sano e
ingenuo acerca de sus risitas que es totalmente encantador. La señorita Steele parece tan
inocente, al igual que ellos, y mientras caminamos hacia la calle me cuestiono mis motivos de
nuevo.
Es demasiado joven. Demasiado inexperta, pero, maldita sea, me gusta la sensación de su
mano en la mía.
En la cafetería la dirijo para encontrar una mesa y le pregunto qué quiere beber.
Tartamudea a través de su orden: Té negro… agua caliente, con la bolsita al lado. Eso es nuevo
para mí.
—¿No quiere un café?
—No me gusta demasiado el café.
—Bien, té negro. ¿Azúcar?
—No, gracias —dice, mirando hacia abajo a sus dedos.
—¿Algo para comer?
—No, gracias. —Niega con la cabeza y sacude su cabello sobre su hombro, destacando
destellos de color caoba.
Tengo que esperar en la fila mientras las dos mujeres detrás de la barra intercambian
estúpidas bromas con todos sus clientes. Es frustrante y me apartan de mi objetivo: Anastasia.
—Hola, guapo, ¿qué puedo hacer por ti? —pregunta la mujer mayor con un brillo en sus
ojos. Es solo una cara bonita, cariño.
—Quiero un café con leche evaporada. Té negro. La bolsita de té a un lado. Y una
magdalena de arándanos.
Anastasia podría cambiar de opinión y comer.
—¿Estás visitando Portland?
—Sí.
—¿El fin de semana?
—Sí.
—El clima seguro ha mejorado hoy.
—Sí.
—Espero que salga a disfrutar de un poco de sol.
Por favor, deja de hablarme y date prisa de una jodida vez.
—Sí —siseo entre dientes y echo un vistazo a Ana, quien rápidamente mira hacia otro lado.
Me está mirando. ¿Me está comprobando?
Una burbuja de esperanza se hincha en mi pecho.
—Aquí tienes. —La mujer me da un guiño y coloca las bebidas en mi bandeja—. Pagaen la
caja, cariño, y que tengas un buen día.
Me las arreglo para dar una respuesta cordial.
—Gracias.
En la mesa, Anastasia está mirando fijamente sus dedos, reflexionando en quien sabe qué
demonios.
¿Sobre mí?
—¿Un dólar por sus pensamientos? —pregunto.
Salta y se pone roja mientras dejo el té y el café. Está sentada muda y mortificada. ¿Por
qué? ¿Realmente no quiere estar aquí?
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—¿Sus pensamientos? —pregunto de nuevo y mueve en exceso la bolsa de té.
—Este es mi té favorito —dicey tomo nota mental de que es elTwinings English Breakfast el
té que le gusta. La veo meter la bolsita de té en la tetera. Es un elaborado y
desordenadoespectáculo. La saca casi de inmediato y coloca la bolsita de té usada en su platillo.
Mi boca está torciéndose con mi diversión. Mientras me dice que le gusta flojo su té negro, por un
momento creo que está describiendo lo que le gusta en un hombre.
Contrólate, Grey. Está hablando de té.
Basta ya de este preámbulo; es el momento para un poco de rapidez en este asunto.
—¿Es su novio?
Sus cejas se juntan, formando una pequeña v por encima de su nariz.
—¿Quién?
Esta es una buena respuesta.
—El fotógrafo. José Rodríguez.
Ella se ríe. De mí.
¡De mí!
Y no sé si es de alivio o si piensa que soy gracioso. Es molesto. No puedo conseguir medirla.
¿Le gusto o no? Me dice que es solo un amigo.
Oh, cariño, quiere ser más que un amigo.
—¿Por qué pensó que era mi novio? —pregunta.
—Por la forma en que le sonrió y él a usted. —No tienes ni idea, ¿verdad? El chico está
herido.
—Es más como de la familia —dice.
De acuerdo, entonces la lujuria es unilateral y por un momento me pregunto si se da cuenta
de lo hermosa que es. Mira la magdalena de arándanos mientras le quito el papel y por un
momento la imagino sobre sus rodillas a mi lado mientras la alimento, un bocado a la vez. El
pensamiento es divertido… y excitante.
—¿Quiere un poco? —pregunto.
Niega con la cabeza.
—No, gracias. —Su voz es vacilante y mira una vez más sus manos. ¿Por qué está tan
nerviosa? ¿Tal vez por mi culpa?
—Y el chico al que me presentó ayer, en la tienda. ¿No es su novio?
—No. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer. —Frunce el ceño de nuevo como si estuviera
confundida y se cruza de brazos en defensa. No le gusta ser interrogada acerca de estos chicos.
Recuerdo lo incómoda que parecía cuando el chico en la tienda puso su brazo alrededor de ella,
reclamándola—. ¿Por qué me lo pregunta? —añade.
—Parece nerviosa cuando está con hombres.
Sus ojos se ensanchan. Realmente son hermosos, del color del océano en Cabo, el más azul
de los mares azules. Debería llevarla allí.
¿Qué? ¿De dónde vino eso?
—Usted me resulta intimidante —dice y baja la mirada, contemplando una vez más sus
dedos. Por un lado es tan sumisa, pero por el otro es… desafiante.
—Debería resultarle intimidante.
Sí. Debería. No hay muchas personas lo suficientemente valientes como para decirme que
los intimido. Ella es honesta, y así se lo digo… pero cuando aparta la mirada, no sé lo que está
pensando. Es frustrante. ¿Le gusto? ¿O está tolerando este encuentro para mantener en camino la
entrevista de Kavanagh? ¿Cuál es?
—Es un misterio, señorita Steele.
—No hay nada misterioso en mí.
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—Creo que es muy contenida. —Como cualquier buena sumisa—. Menos cuando se
ruboriza, claro, cosa que hace menudo. Me gustaría saber por qué se ha ruborizado. —Ahí. Eso
provocará una respuesta suya. Lanzando un pequeño trozo de la magdalena de arándanos en mi
boca, espero su respuesta.
—¿Siempre hace comentarios tan personales?
Eso no es tan personal, ¿verdad?
—No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido?
—No.
—Bien.
—Pero es usted un poco arrogante.
—Suelo hacer las cosas a mi manera, Anastasia. En todo.
—No lo dudo —murmura y entonces quiere saber por qué no le he pedido que me llame
por mi nombre de pila.
¿Qué?
Y la recuerdo saliendo de mi oficina en el ascensor… y cómo sonó mi nombre saliendo de su
boca inteligente. ¿Ha visto a través de mí? ¿Está siendo deliberadamente antagonista conmigo? Le
digo que nadie me llama Christian, excepto mi familia…
Ni siquiera sé si ese es mi verdadero nombre.
No vayas allí, Grey.
Cambio el tema. Quiero saber acerca de ella.
—¿Es usted hija única?
Sus pestañas revolotean varias veces antes de que me diga que lo es.
—Hábleme de sus padres.
Pone los ojos en blanco y tengo que luchar contra la compulsión de regañarla.
—Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Bob. Mi padrastro vive en Montesano.
Por supuesto que sé todo esto por la verificación de antecedentes de Welch, pero es
importante escucharlo de ella. Sus labios se suavizan con una sonrisa afectuosa cuando menciona
a su padrastro.
—¿Y su padre?
—Mi padre murió cuando yo era una niña.
Por un momento soy catapultado a mis pesadillas, mirando un cuerpo postrado en un piso
sucio.
—Lo siento —murmuro.
—No me acuerdo de él —dice, arrastrándome de vuelta al ahora. Su expresión es clara y
brillante y sé que Raymond Steele ha sido un buen padre para esta chica. Su relación con su
madre, por otra parte… aún está por verse.
—¿Y su madre volvió a casarse?
Su risa es amarga.
—Ni que lo jure.—Pero no entra en detalles. Es una de las pocas mujeres que he conocido
que pueden sentarse en silencio. Lo que es genial, pero no lo que quiero en este momento.
—No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad?
—Usted tampoco —esquiva.
Oh, señorita Steele. El juego ha comenzado.
Y es con gran placer y una sonrisa que le recuerdo que ya me ha entrevistado.
—Recuerdo algunas preguntas bastante personales.
Sí. Me preguntaste si era gay.
Mi declaración tiene el efecto deseado y está avergonzada. Comienza a balbucear sobre sí
misma y algunos detalles dan en el punto. Su madre es una romántica empedernida. Supongo que
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alguien en su cuarto matrimonio está abrazando la esperanza sobre la experiencia. ¿Es como su
madre? No me atrevo a preguntarle. Si dice que lo es… entonces no tengo ninguna esperanza. Y no
quiero que esta entrevista termine. Me estoy divirtiendo demasiado.
Pregunto por su padrastro y confirma mi corazonada. Es obvio que lo ama. Su rostro se
ilumina cuando habla de él: su trabajo (es un carpintero), sus aficiones (le gusta el fútbol europeo
y la pesca). Prefirió vivir con él cuando su madre se casó por tercera vez.
Interesante.
Endereza sus hombros.
—Cuénteme cosas sobre sus padres —exige en un intento de desviar la conversación de su
familia. No me gusta hablar de la mía, así que le doy detalles vagos.
—Mi padre es abogado y mi madre pediatra. Viven en Seattle.
—¿A qué se dedican sus hermanos?
¿Quiere ir allí? Le doy la respuesta corta, que Elliot trabaja en la construcción y Mia está en
la escuela de cocina en París.
Ella escucha, embelesada.
—Me han dicho que París es preciosa —dice con una expresión soñadora.
—Es bonita. ¿Ha estado ahí?
—Nunca he salido de Estados Unidos.—La cadencia de su voz cae, teñida de pesar. Podría
llevarla allí.
—¿Le gustaría ir?
¿Primero Cabo, ahora París? Contrólate, Grey.
—¿A París? Por supuesto. Pero adonde de verdad me gustaría ir es a Inglaterra.
Su rostro se ilumina con entusiasmo. La señorita Steele quiere viajar. Pero, ¿por qué
Inglaterra?,le pregunto.
—Porque allí nacieron Shakespeare, Austen, las hermanas Brontë, Thomas Hardy… Me
gustaría ver los lugares que los inspiraron para escribir libros tan maravillosos.
Libros.
Lo dijo ayer en Clayton’s. Eso significa que estoy compitiendo con Darcy, Rochester y Angel
Clare: imposibles héroes románticos. Aquí está la prueba que necesitaba. Es una romántica
empedernida, como su madre… y esto no va a funcionar. Para colmo de males, ella mira su reloj.
Ha terminado.
He estropeado este acuerdo.
—Será mejor que me vaya. Tengo que estudiar —dice.
Ofrezco acompañarla de regreso al auto de su amiga, lo que significa que tendré que
caminar de regreso al hotel para hacer mi maleta.
Pero,¿debería hacerlo?
—Gracias por el té, señor Grey —dice.
—No hay de qué, Anastasia. Es un placer. —Mientras digo las palabras me doy cuenta que
los últimos veinte minutos han sido… agradables. Dándole mi sonrisa más deslumbrante,
garantizada para desarmar, le ofrezco mi mano—. Vamos —le digo. Toma mi mano y, mientras
caminamos de regreso al Heathman, no puedo sacudirme cuán agradable se siente su mano en la
mía.
Tal vez esto podría funcionar.
—¿Siempre lleva jeans? —pregunto.
—Casi siempre —dice y es el segundo golpe en su contra: romántica empedernida, que solo
usa jeans… me gustan las faldas en mis mujeres. Me gustan accesibles.
—¿Tiene novia? —pregunta de la nada y es el tercer golpe. Estoy fuera de este acuerdo en
ciernes. Quiere romance y yo no puedo ofrecerle eso.
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—No, Anastasia. Yo no tengo novias.
Afligida con el ceño fruncido, se vuelve bruscamente y tropieza en la carretera.
—¡Mierda, Ana! —grito, tirando de ella hacia mí para detener su caída en el camino de un
ciclista idiota que pasa volando por el lado equivocado de la calle. De repente, está en mis brazos,
agarrando mis bíceps, mirándome. Sus ojos están asustados y por primera vez noto un anillo azul
más oscuro que circunda sus irises; son hermosos, más hermosos de cerca. Sus pupilas se dilatan y
sé que podría caer dentro de esa mirada y no regresar jamás. Toma una respiración profunda.
—¿Está bien? —Mi voz suena extraña y distante y me doy cuenta que me está tocando y no
me importa. Mis dedos acarician su mejilla. Su piel es suave y lisa y, mientras cepillo mi pulgar
contra su labio inferior, se me corta la respiración. Su cuerpo está presionado contra el mío y la
sensación de sus pechos y su calor a través de mi camisa es excitante. Tiene una fragancia fresca y
sana que me recuerda al huerto de manzanas de mi abuelo. Cerrando mis ojos, inhalo, grabando
su aroma en mi memoria. Cuando los abro, ella todavía está mirándome, suplicándome,
rogándome, sus ojos en mi boca.
Mierda.Quiere que la bese.
Y quiero hacerlo. Solo una vez. Sus labios están separados, listos, esperando. Su boca
sintiéndose acogedora debajo de mi pulgar.
No. No. No. No hagas esto, Grey.
Ella no es el tipo de chica para ti.
Ella quiere corazones y flores y tú no haces esa mierda.
Cierro mis ojos para no verla y luchar contra la tentación, y cuando los abro de nuevo, mi
decisión está tomada.
—Anastasia —le susurro—, deberías mantenerte alejada de mí. No soy un hombre para ti.
La pequeña v se forma entre sus cejas y creo que ha dejado de respirar.
—Respira, Anastasia, respira. —Tengo que dejarla ir antes de que haga algo estúpido, pero
estoy sorprendido por mi reticencia. Quiero sostenerla por más tiempo—. Voy a ayudarte a
ponerte en pie y a dejarte marchar. —Doy un paso atrás y ella libera su agarre sobre mí, pero
extrañamente, no siento ningún alivio. Deslizo mis manos sobre sus hombros para asegurarme
que puede estar de pie. Su expresión se nubla con humillación. Está mortificada por mi rechazo.
Demonios. No quise hacerte daño.
—Ya estoy bien —dice, la decepción zumbando en su tono cortante. Ella es formal y
distante, pero no se mueve fuera de mi agarre—. Gracias —añade.
—¿Por qué?
—Por salvarme.
Y quiero decirle que la estoy salvando de mí… que es un gesto noble, pero eso no es lo que
quiere oír.
—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo
de pensar lo que podría haberte pasado. —Ahora soy yo el que está balbuceando, y todavía no
puedo dejarla ir. Me ofrezcoa sentarme con ella en el hotel, sabiendo que es una estratagema
para prolongar mi tiempo con ella y solo entonces liberarla.
Niega con su cabeza, la espalda tiesa y envuelve sus brazos a su alrededor en un gesto
protector. Un momento después, huye al otro lado de la calle y tengo que darme prisa para
mantenerme a su ritmo.
Cuando llegamos al hotel, se da la vuelta y me enfrenta, una vez más, serena.
—Gracias porel té y por la sesión de fotos. —Me mira desapasionadamente y el
arrepentimiento se enciende en mis entrañas.
—Anastasia… Yo…—No puedo pensar en qué decir, excepto que lo siento.
—¿Qué, Christian? —pregunta bruscamente,
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Caray. Está enojada conmigo, vertiendo todo el desprecio que puede en cada sílaba de mi
nombre. Es insólito. Y se está yendo. Y no quiero que se vaya.
—Buena suerte en los exámenes.
Sus ojos parpadean con dolor e indignación.
—Gracias —murmura, el desdén en su voz—. Adiós, Sr. Grey. —Se da la vuelta y da
zancadas por la calle hacia el garaje subterráneo. La observo irse con la esperanza de que me vaya
a dar una segunda mirada, pero no lo hace. Desaparece en el edificio, dejando a su paso un rastro
de arrepentimiento, el recuerdo de sus hermosos ojos azules y el aroma de un huerto de
manzanas en el otoño.
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Jueves, 19 de mayo de 2011
¡No! Mi grito rebota en las paredes de la habitación y me despierta de mi pesadilla. Estoy
cubierto de sudor, con hedor a cerveza rancia, cigarros y pobreza en mis fosas nasales y un
persistente temor a la violencia en estado de ebriedad. Sentado, pongo mi cabeza en mis manos
mientras intento calmar mi intenso ritmo cardíaco y respiración errática. Ha sido lo mismo durante
las últimas cuatro noches. Mirando el reloj, veo que son las tres de la mañana.
Tengo dos reuniones importantes mañana… hoy… y necesito la mente despejada y dormir
un poco. Maldición, lo que daría por una buena noche de sueño. Y tengo un jodido partido de golf
con Bastille. Debería cancelar el golf; la idea de jugar y perder oscurece mí ya sombrío humor.
Trepando fuera de la cama, deambulo por el pasillo y me dirijo a la cocina. Allí, llenó un vaso
con agua y me miro, vestido con tan solo pantalones de pijama, reflejado en la pared de vidrio al
otro lado de la habitación. Me alejo con asco.
Tú la rechazaste.
Ella te quería.
Y la rechazaste.
Fue por su propio bien.
Esto me ha fastidiado por días. Su hermoso rostro aparece en mi mente sin advertencia,
burlándose de mí. Si mi psiquiatra hubiera regresado de sus vacaciones en Inglaterra, podría
llamarlo. Su jodida psicología barata me detendría de sentirme así de pésimo.
Grey, era solo una chica bonita.
Quizás necesito una distracción; una nueva sumisa, tal vez. Ha pasado demasiado tiempo
desde Susannah. Contemplo llamar a Elena en la mañana. Ella siempre encuentra candidatas
adecuadas para mí. Pero la verdad es que no quiero a nadie nuevo.
Quiero a Ana.
Su decepción, su herido despecho y su desprecio permanecen conmigo. Se alejó sin mirar
atrás. Tal vez elevé sus esperanzas al invitarla a tomar un café, solo para decepcionarle.
Tal vez debería encontrar alguna forma de disculparme, entonces puedo olvidarme de todo
este lamentable episodio y sacar a la chica de mi cabeza. Dejando el vaso en el fregadero para que
mi ama de llaves lo lave, me dirijo penosamente a la cama.
La alarma de la radio se sacude a la vida a las seis menos cuarto de la mañana mientras
estoy mirando el techo. No he dormido y estoy agotado.
¡Joder! Esto es ridículo.
El programa en la radio es una distracción bienvenida hasta la segunda noticia. Es sobre la
venta de un raro manuscrito: una novela inconclusa de Jane Austen llamada Los Watson que está
siendo subastada en Londres.
“Libros”, dijo ella.
Cristo. Incluso las noticias me recuerdan a la pequeña señorita ratón de biblioteca.
Es una romántica incurable que ama los clásicos ingleses. Pero yo también, aunque por
razones diferentes. No tengo ninguna primera edición de Jane Austen, ni de las Brontë, para el
caso… pero sí tengo dos de Thomas Hardy.
¡Por supuesto! ¡Eso es! Esto es lo que puedo hacer.
Momentos más tarde, estoy en la biblioteca con Jude el Oscuro y un set de Tess la de los
d’Urberville en sus tres volúmenes tendidos sobre la mesa de billar frente a mí. Ambos son libros
sombríos, con temáticas trágicas. Hardy tenía un alma oscura y retorcida.
Al igual que yo.
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Aparto el pensamiento y examino los libros. Aunque Jude está en mejores condiciones, no
es competencia. En Jude no hay redención, así que le enviaré Tess, con una cita adecuada. Sé que
no es el libro más romántico, considerando los males que le acontecen a la heroína, pero tiene una
breve muestra de amor romántico en el idilio bucólico que es el campo inglés. Y Tess se venga del
hombre que la agravió.
Pero ese no es el punto. Ana mencionó a Hardy como uno de sus favoritos y estoy seguro de
que nunca ha visto, muchos menos poseído, una primera edición.
—Parece usted el paradigma del consumidor.—Su crítica réplica de la entrevista vuelve a mí
para atormentarme. Sí. Me gusta poseer cosas, cosas que aumentarán su valor, como las primeras
ediciones.
Sintiéndome más calmo y más sereno, y un poco satisfecho conmigo mismo, me dirijo a mi
armario y me cambio en mi traje.
En el asiento trasero de mi auto, hojeo el primer libro de la primera edición de Tess,
buscando una cita, y al mismo tiempo me pregunto cuándo será el último examen de Ana. Leí el
libro muchos años atrás y tengo un recuerdo borroso de la trama. La ficción era mi santuario
cuando era un adolescente. Mi madre siempre se maravilló de que leyera; Elliot no tanto. Ansiaba
el escape que me proveía la ficción. Él no necesitaba un escape.
—Señor Grey —interrumpe Taylor—. Estamos aquí, señor. —Sale del auto y abre mi
puerta—. Estaré fuera a las dos para llevarlo a su partido de golf.
Asiento y entro a la Grey House, los libros bajo mi brazo. La joven recepcionista me saluda
con un coqueto gesto.
Cada día… Como una canción cursi en repetición.
Ignorándola, me dirijo hacia el ascensor que me llevará directamente a mi oficina.
—Buenos días, Sr. Grey —me saluda Barry de seguridad mientras presiona el botón para
llamar al ascensor.
—¿Cómo está su hijo, Barry?
—Mejor, señor.
—Me alegro de oír eso.
Entro al ascensor y se dispara hasta el piso veinte. Andrea está disponible para saludarme.
—Buenos días, Sr. Grey. Ros quiere verlo para discutir el proyecto Darfur. Barney quisiera
unos minutos…
Levanto mi mano para callarla.
—Olvide esos, por ahora. Póngame a Welch en la línea y averigüe cuándo vuelve Flynn de
sus vacaciones. Una vez que haya hablado con Welch, podemos retomar la agenda del día.
—Sí, señor.
—Y necesito un expreso doble. Consiga que Olivia me lo prepare.
Pero, mirando alrededor, noto que Olivia está ausente. Es un alivio. La chica siempre está
soñando despierta conmigo y es jodidamente irritante.
—¿Lo quiere con leche, señor? —pregunta Andrea.
Buena chica. Le sonrío.
—Hoy no. —Me gusta mantenerlas adivinando cómo tomo mi café.
—Muy bien, Sr. Grey. —Luce complacida consigo misma, lo cual debería estar. Es la mejor
asistente personal que he tenido.
Tres minutos después, tiene a Welch en la línea.
—¿Welch?
—Sr. Grey.
—La verificación de antecedentes que hizo para mí la semana pasada. Anastasia Steele.
Estudiante en la Estatal de Washington.
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—Sí, señor. Lo recuerdo.
—Me gustaría saber cuándo tiene lugar su último examen final y hágamelo saber con
carácter de prioridad.
—Muy bien, señor. ¿Algo más?
—No, eso será todo. —Cuelgo y miró los libros en mi escritorio. Necesito encontrar una cita.
Ros, mi número dos y mi jefe de operaciones, está muy enérgica.
—Vamos a recibir el visto bueno de las autoridades sudanesas para poner los envíos en el
puerto de Sudán. Pero nuestros contactos en el terreno tienen dudas sobre el viaje por carretera a
Darfur. Están haciendo una evaluación de riesgos para ver cuán viable es. —La logística debe ser
difícil; su normal carácter alegre está ausente.
—Siempre podemos enviar por aire.
—Christian, los costos de un envío aéreo…
—Lo sé. Veamos con qué vuelven nuestros amigos de la ONG.
—Está bien —dice y suspira—. También estoy esperando la alerta de que esté todo
despejado del Departamento de Estado.
Pongo mis ojos en blanco. Jodida burocracia.
—Si tenemos que sobornar a alguien, o hacer que el senador Blandino intervenga, házmelo
saber.
—Así que el próximo tema es dónde ubicar la nueva planta. Sabes que los recortes de
impuestos en Detroit son enormes. Te envié un resumen.
—Lo sé. Pero, Dios, ¿tiene que ser en Detroit?
—No sé qué problema tienes con el lugar. Cumple con nuestros criterios.
—Está bien, haz que Bill investigue potenciales sitios industriales abandonados. Y hagamos
otra búsqueda de campo para ver si alguna otra municipalidad ofrecería condiciones más
favorables.
—Bill ya ha enviado a Ruth allí para reunirse con la Autoridad de Reurbanización de Detroit
Brownfield, quien no podría ser más atento, pero le pediré a Bill que haga una verificación final.
Mi teléfono vibra.
—Sí —le gruño a Andrea… sabe que odio ser interrumpido en una reunión.
—Tengo a Welch para usted.
Mi reloj dice las once y media. Eso fue rápido.
—Póngalo en línea.
Le hago una seña a Ros para que se quede.
—¿Sr. Grey?
—Welch. ¿Qué novedades?
—El último examen de la señorita Steele es mañana, veinte de mayo.
Maldición. No tengo mucho tiempo.
—Genial. Eso es todo lo que necesito saber. —Cuelgo—. Ros, aguárdame un momento.
Agarro el teléfono. Andrea responde inmediatamente.
—Andrea, necesito una tarjeta de notas en blanco para escribir un mensaje, en una hora —
digo y cuelgo—. Bien, Ros, ¿dónde estábamos?
A las doce y media, Olivia entra a mi oficina arrastrando los pies con el almuerzo. Es una
chica alta y esbelta con una cara bonita. Lamentablemente, siempre es mal dirigida hacia mí con
anhelo. Está llevando una bandeja con lo que espero sea algo comestible. Después de una mañana
ocupada, estoy hambriento. Tiembla mientras la coloca sobre mi escritorio.
Ensalada de atún. Está bien. No la ha jodido por una vez.
También coloca tres cartas blancas diferentes, todas de tamaños diferentes, con sus
correspondientes sobres en mi escritorio.
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—Genial —murmuro. Ahora, vete. Se escabulle fuera.
Tomo un bocado de atún para calmar mi hambre, luego agarro mi bolígrafo. He elegido una
cita. Una advertencia. Tomé la decisión correcta, alejándome de ella. No todos los hombres son
héroes románticos. Sacaré la palabra ―hombres‖. Ella entenderá.
¿Por
qué no me dijiste que era peligroso? ¿Por qué no me lo advertiste? Las mujeres saben
de lo que tienen que protegerse, porque leen novelas que les cuentan cómo hacerlo…
Deslizo la tarjeta dentro del sobre y en éste escribo la dirección de Ana, la cual está
arraigada en mi memoria, por la verificación de antecedentes de Welch. Llamo a Andrea.
—Sí, Sr. Grey.
—¿Puede venir, por favor?
—Sí, señor.
Aparece en mi puerta un momento después.
—¿Sr. Grey?
—Agarre estos, empaquételos, y envíeselos a Anastasia Steele, la chica que me entrevistó la
semana pasada. Aquí está su dirección.
—Ahora mismo, Sr. Grey.
—Tienen que llegar a más tardar mañana.
—Sí, señor. ¿Eso será todo?
—No. Encuéntrame un set sustituto.
—¿Para estos libros?
—Sí. Primeras ediciones. Consiga que Olivia lo haga.
—¿Qué libros son estos?
—Tess la de los d’Urberville.
—Sí, señor. —Me ofrece una rara sonrisa y sale de mi oficina.
¿Por qué está sonriendo?
Ella nunca sonríe. Descartando la idea, me pregunto si esta será la última vez que vea los
libros y tengo que reconocer que, en el fondo, espero que no.
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Viernes, 20 de Mayo de 2011
He dormido bien por primera vez en cinco días. Tal vez estoy sintiendo el cierre por el que
había esperado, ahora que le he enviado esos libros a Anastasia. Mientras me rasuro, el cabrón en
el espejo me regresa la mirada con fríos ojos grises.
Mentiroso.
Joder.
De acuerdo. De acuerdo. Estoy esperando que llame. Ella tiene mi número.
La señora Jones levanta la vista cuando entro en la cocina.
—Buenos días, Señor Grey.
—Buenos días, Gail.
—¿Qué le gustaría desayunar?
—Un omelette. Gracias. —Me siento a la mesa de la cocina mientras prepara mi comida y
hojeo a través del Wall Street Journal y el New York Times, luego leo cuidadosamente The Seattle
Times. Mientras estoy perdido en los periódicos, mi teléfono vibra.
Es Elliot. ¿Qué demonios querrá mi hermano mayor?
—¿Elliot?
—Amigo. Necesito salir de Seattle este fin de semana. Esta chica está toda embelesada con
mis genitales y tengo que escaparme.
—¿Tus genitales?
—Sí. Lo sabrías si tuvieras algunos.
Ignoro su burla, y luego un retorcido pensamiento se me ocurre.
—¿Qué tal hacer senderismo alrededor de Portland? Podríamos ir esta tarde. Quedarnos
ahí. Volver el domingo.
—Suena genial. ¿En helicóptero, o quieres conducir?
—Es un helicóptero, Elliot, y nos llevaré en auto. Ven a la oficina a la hora del almuerzo y
saldremos.
—Gracias, hermano. Te lo debo. —Elliot cuelga.
Elliot siempre ha tenido problemas para contenerse. Como también lo tienen las mujeres
con las que se asocia: quien quiera que sea esta desafortunada chica, es solo una más en una
larga, larga línea de sus encuentros casuales.
—Señor Grey. ¿Qué le gustaría que le preparara de comida para este fin de semana?
—Solo prepare algo ligero y déjelo en el refrigerador. Tal vez volveré el domingo.
O tal vez no.
Ella no te dio un segundo vistazo, Grey.
Habiendo gastado una gran parte de mi vida profesional dirigiendo las expectativas de
otros, debería ser mejor en dirigir las mías.
~*~
Elliot duerme la mayoría del camino hacia Portland. El pobre hijo de puta debe estar frito.
Trabajar y follar: esa es la razón de ser de Elliot. Se desparrama en el asiento del pasajero y ronca.
Vaya compañía que será.
Serán más de las tres cuando lleguemos a Portland, así que llamo a Andrea por el manos
libres.
—Señor Grey —contesta al segundo timbre.
—¿Puede hacer que entreguen dos bicicletas en el Heathman?
—¿Para qué hora, señor?
—A las tres.
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—¿Las bicicletas son para usted y su hermano?
—Sí.
—¿Su hermano es como de 1,85mt?
—Sí.
—Me pongo en ello de inmediato.
—Excelente. —Cuelgo, luego llamo a Taylor.
—Señor Grey —responde al primer timbre.
—¿A qué hora estarás aquí?
—Me registraré alrededor de las nueve en punto esta noche.
—¿Traerás el R8?
—Será un placer, señor. —Taylor también es un fanático de los autos.
—Bien. —Termino la llamada y enciendo la música. Vamos a ver si Elliot puede dormir con
The Verve.
Mientras cruzamos la quinta interestatal, mi emoción incrementa.
¿Ya han sido entregados los libros? Estoy tentado a volver a llamar a Andrea, pero sé que la
dejé con una tonelada de trabajo. Además, no quiero darle a mi personal una excusa para
chismear. Normalmente no hago este tipo de mierda.
¿Entonces por qué se los enviaste en primer lugar?
Porque quiero verla otra vez.
Pasamos la salida hacia Vancouver y me pregunto si terminó su examen.
—Oye, hombre, ¿en dónde estamos? —deja escapar Elliot.
—Mirad, él despierta —murmuro—. Casi estamos ahí. Vamos a hacer bicicleta de montaña.
—¿Vamos?
—Sí.
—Genial. ¿Recuerdas que papá solía llevarnos?
—Sí. —Sacudo mi cabeza ante el recuerdo. Mi padre es un erudito, un verdadero hombre
renacentista: académico, deportista, cómodo en la ciudad, más cómodo en el buen aire libre.
Había recibido con los brazos abiertos tres niños adoptados… y yo soy el que no estuvo a la altura
de sus expectativas.
Pero, antes de que llegara a la adolescencia, teníamos un vínculo. Él había sido mi héroe.
Solía amar llevarnos de campamento y hacer todas las actividades al aire libre que yo ahora
disfruto: navegar, piragüismo, ciclismo, lo hicimos todo.
La pubertad arruinó todo eso para mí.
—Supuse que si llegábamos a media tarde, no tendríamos el tiempo para una excursión.
—Bien pensado.
—Así que, ¿de quién te estás escapando?
—Hombre, soy del tipo ámalas y déjalas. Lo sabes. Sin ataduras. No lo sé, las chicas se
enteran de que diriges tu propio negocio y empiezan a tener ideas locas. —Me da una mirada de
reojo—. Has tenido la idea correcta al mantener tu polla para ti mismo.
—No creo que estemos discutiendo sobre mi polla, estamos discutiendo sobre la tuya, y
quién ha tenido en el afilado final dentro de sí recientemente.
Elliot suelta una risita.
—He perdido la cuenta. De cualquier manera, suficiente de mí. ¿Cómo está el estimulante
mundo del comercio y las altas finanzas?
—¿En verdad quieres saber? —Le echo un vistazo.
—Nop —deja salir y me rio ante su apática falta de elocuencia.
—¿Cómo está el negocio? —pregunto.
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—¿Estás revisando tus inversiones?
—Siempre. —Es mi trabajo.
—Bueno, rompimos esquemas en el proyecto Spokani Eden la semana pasada y está dentro
del plazo, pero bueno, ha pasado solo una semana. —Se encoge de hombros. Debajo de su, en
cierto modo, casual exterior, mi hermano es un eco-guerrero. Su pasión por la vida sustentable da
lugar a algunas intensas conversaciones en las cenas dominicales con la familia, y su último
proyecto es un eco-amigable desarrollo de viviendas de bajo costo al norte de Seattle.
—Estoy esperando instalar ese nuevo sistema de aguas grises del que te estaba hablando.
Esto significaría que todos los hogares reducirán su gasto de agua y sus facturas un veinticinco por
ciento.
—Impresionante.
—Eso espero.
Conducimos en silencio hacia el centro de Portland y justo mientras nos estacionamos
dentro del garaje subterráneo en el Heathman —el último lugar donde la vi—, Elliot murmura:
—Sabes que nos vamos a perder el juego de los Mariners esta noche.
—Tal vez puedas tener una noche en frente de la TV. Dale a tu polla un descanso y mira el
béisbol.
—Suena como un plan.
Conservar el ritmo con Elliot es un reto. Destroza el camino con la misma jodida temeridad
que aplica a la mayoría de las situaciones. Elliot no conoce el miedo, por eso lo admiro. Pero,
pedaleando a este ritmo, no tengo oportunidad de apreciar nuestros alrededores. Estoy
vagamente consiente de la exuberante vegetación que me pasa parpadeando, pero mis ojos están
en el camino, tratando de evadir los baches.
Para el final de la pedaleada, ambos estamos sucios y exhaustos.
—Esa fue la mayor diversión que he tenido con mi ropas puestas en un tiempo —dice Elliot
mientras le entregamos nuestras bicicletas al botones en el Heathman.
—Sí —murmuro, y entonces recuerdo sostener a Anastasia cuando la salvé del ciclista. Su
calidez, sus pechos presionados contra mí, su esencia invadiendo mis sentidos.
Tenía mi ropa puesta entonces…
—Sí — murmuro de nuevo.
Revisamos nuestros teléfonos en el ascensor mientras nos dirigimos hacia el último piso.
Tengo correos, un par de textos de Elena preguntando qué haré este fin de semana, pero
ninguna llamada perdida de Anastasia. Es justo antes de las siete de la tarde; ya debe haber
recibido los libros para este momento. El pensamiento me deprime: he venido todo el camino
hacia Portland en una persecución imposible, otra vez.
—Hombre, esa chica me ha llamado cinco veces y me ha enviado cuatro textos. ¿No se da
cuenta de lo desesperada que parece? —lloriquea Elliot.
—Tal vez está embarazada.
Elliot palidece y yo rio.
—No es gracioso, pez gordo —refunfuña—. Además, no le conocido tanto tiempo. O tan
seguido.
Después de una rápida ducha, me uno a Elliot en su habitación y nos sentamos a ver el resto
del juego de los Mariners contra los Padres de San Diego. Ordenamos filete, ensalada, papas fritas
y un par de cervezas, y me siento y disfruto el juego en la relajada compañía de Elliot. Me he
resignado al hecho de que Anastasia no va a llamar. Los Mariners están a la cabeza y parece que
podría ser una paliza.
Decepcionantemente, no lo es, aunque los Mariners ganan 4 a 1.
¡Vamos Mariners! Elliot y yo chocamos las botellas de cerveza.
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Mientras el análisis del post juego suena, mi teléfono vibra y el número de la Señorita Steele
parpadea en la pantalla.
Es ella.
—¿Anastasia? —No escondo mi sorpresa o mi placer. El fondo es ruidoso y se escucha como
que está de fiesta en un bar. Elliot me da un vistazo, así que me levanto del sofá y me alejo del
alcance de su oído.
—¿Por qué me has mandado esos libros? —Está arrastrando sus palabras, y una ola de
aprensión se propaga por mi columna vertebral.
—Anastasia, ¿estás bien? Tienes una voz rara.
—La rara no soy yo, sino tú. —Su tono es acusador.
—Anastasia, ¿has bebido?
Infiernos.¿Con quién está? ¿El fotógrafo? ¿Dónde está su amiga Kate?
—¿A ti que te importa? —Suena malhumorada y beligerante, y sé que está ebria, pero
también necesito saber que está bien.
—Tengo curiosidad… ¿dónde estás?
—En un bar.
—¿En qué bar? —Dime. La ansiedad brota en mis entrañas. Es una mujer joven, ebria, en
algún lugar de Portland. No está segura.
—Un bar de Portland.
—¿Cómo vas a volver a casa? —Presiono el puente de mi nariz con la vana esperanza de que
la acción me distraiga de mi temperamento combatiente.
—Ya me las arreglaré.
¿Qué demonios? ¿Conducirá? Le preguntó otra vez en cuál bar está y ella ignora la pregunta.
—¿Por qué me has mandado esos libros, Christian?
—Anastasia ¿dónde estás? Dímero ahora mismo.
¿Cómo va a llegar a casa?
—Eres tan… dominante. —Suelta una risita. En cualquier otra situación, encontraría esto
encantador. Pero, justo ahora… quiero mostrarle lo dominante que puedo ser. Me está volviendo
loco.
—Ana, contéstame, ¿dónde mierda estás?
Suelta una risita de nuevo. ¡Mierda, se está riendo de mí!
¡Otra vez!
—En Portland… bastante lejos de Seattle.
—¿Dónde exactamente?
—Buenas noches, Christian. —La línea muere.
—¡Ana!
¡Me colgó! Me quedo viendo al teléfono con incredulidad. Nunca nadie me ha colgado. ¡Qué
mierda!
—¿Cuál es el problema? —me pregunta Elliot desde el sofá.
—He recibido una ―llamada en estado de ebriedad‖. —Lo miro de cerca y su boca cae
abierta por la sorpresa.
—¿Tú?
—Sip. —Presiono el botón de devolución de llamada, tratando de contener mi
temperamento, y mi ansiedad.
—Hola —dice ella, toda jadeante y tímida, y está en alrededores más tranquilos.
—Voy a buscarte. —Mi voz es ártica mientras lucho con mi enojo y estampo mi teléfono.
—Tengo que ir por esta chica y llevarla a casa. ¿Quieres venir?
Elliot se me queda viendo como si me hubieran crecido tres cabezas.
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—¿Tú? ¿Con una chica? Esto lo tengo que ver. —Elliot agarra sus sneakers y comienza a
ponérselos.
—Solo tengo que hacer una llamada. —Deambulo por su habitación mientras decido si
debería llamar a Barney o a Welch. Barney es el mayor ingeniero en jefe en la división de
telecomunicaciones de mi empresa. Es un genio de la tecnología. Pero lo que quiero no es
estrictamente legal.
Lo mejor será mantener esto lejos de mi empresa.
Llamo con el marcado rápido a Welch y, dentro de segundos, su áspera voz responde.
—¿Señor Grey?
—En verdad me gustaría saber dónde está Anastasia en este momento.
—Ya veo. —Se detiene por un momento—. Déjemelo a mí, Señor Grey.
Sé que esto está fuera de la ley, pero ella podría estar metiéndose en problemas.
—Gracias.
—Volveré con usted en unos minutos.
Elliot está frotando sus manos con regodeo, con una estúpida mueca en su cara cuando
regreso a la sala de estar.
Oh, por el jodido amor de Dios.
—No me perdería esto por nada en el mundo—dice, alardeando.
—Solo voy a buscar las llaves del auto. Te veré en el garaje en cinco —gruño, ignorando su
cara petulante.
~*~
El bar está abarrotado, lleno de estudiantes determinados a pasarla bien. Hay algo de
basura indie sonando a través del sistema de sonido y la pista de baile está atestada con cuerpos
jadeantes.
Me hace sentir viejo.
Ella está aquí en algún lugar.
Elliot me ha seguido a través de la puerta de entrada.
—¿La ves? —grita por encima del ruido. Escaneando la habitación, localizo a Katherine
Kavanagh. Está con un grupo de amigos, todos ellos hombres, sentados en un reservado. No hay
señal de Ana, pero la mesa está hasta el borde con vasos de chupitos y envases de cerveza.
Bueno, vamos a ver si la Señorita Kavanagh es tan leal a su amiga como Ana lo es con ella.
Me mira con sorpresa cuando llegamos a su mesa.
—Katherine —digo a manera de saludo, y ella me interrumpe antes de que pueda
preguntarle por el paradero de Ana.
—Christian, que sorpresa verte aquí —grita por arriba del ruido. Los tres tipos en la mesa
nos contemplan a Elliot y a mí con recelo hostil.
—Estaba en el vecindario.
—¿Y quién es este? —Sonríe bastante más brillantemente a Eliot, interrumpiéndome otra
vez. Qué mujer tan exasperante.
—Este es mi hermano Elliot. Elliot, Katherine Kavanagh. ¿Dónde está Ana?
Su sonrisa se amplía hacia Elliot, y estoy sorprendido por la sonrisa que él le da en
respuesta.
—Creo que salió por algo de aire fresco —responde Kavanagh, pero no me ve. Solo tiene
ojos para el señor ―ámalas y déjalas‖. Bueno, es su funeral.
—¿Afuera? ¿Por dónde? —grito.
—Oh. Por ahí. —Apunta hacia unas puertas dobles en el extremo del bar.
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Empujando a través del gentío, hago mi camino hacia la puerta, dejando a tres hombres
disgustados y a Kavanagh y a Elliot envueltos en una sonrisa.
Al otro lado de las puertas dobles, hay una fila para el tocador de damas, y más allá de eso
una puerta que da hacia el exterior. Es la parte trasera del bar. Irónicamente, se dirige hacia el
estacionamiento donde Elliot y yo acabamos de estar.
Caminando hacia afuera, me encuentro a mí mismo en un espacio de reunión adyacente al
estacionamiento, un lugar flanqueado por arriates elevados, donde unas cuantas personas están
fumando, bebiendo y platicando. Liándose. La localizo.
¡Infiernos! Está con el fotógrafo, creo, aunque es difícil de decir a la débil luz. Está en sus
brazos, pero parece estar retorciéndose lejos de él. Él le murmura algo, lo cual no escucho, y la
besa, a lo largo de su mandíbula.
—José, no —dice ella, y luego está claro. Está tratando de empujarlo.
Ella no quiere esto.
Por un momento quiero arrancarle su cabeza. Con mis manos empuñadas a mis costados,
marcho hacia ellos.
—Creo que la señorita ha dicho que no. —Mi voz está cargada, fría y siniestra, en relativa
calma, mientras lucho para contener mi ira.
Él libera a Ana y ella me entorna los ojos con una expresión aturdida y borracha.
—Grey —dice él, su voz brusca, y toma cada onza de mi autocontrol no destrozar la
decepción de su cara.
A Ana le dan arcadas, luego se dobla y vomita en el suelo.
¡Oh, mierda!
—Uf, ¡Dios mío, Ana! —José salta fuera del camino con disgusto.
Pendejo idiota.
Ignorándolo, agarro su cabello y lo sostengo fuera del camino mientras continúa vomitando
todo lo que ha tomado esta noche. Es con algo de molestia que noto que, al parecer, ella no ha
comido. Con mi brazo alrededor de sus hombros la guío lejos de los curiosos mirones hacia los
arriates.
—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro. —Es más oscuro aquí. Puede vomitar en
paz. Ella vomita una y otra vez, sus manos en los ladrillos. Es lamentable. Una vez que su estómago
está vacío, continúa con arcadas, largas y secas arcadas.
Chico, lo tiene mal.
Finalmente, su cuerpo se relaja y creo que ha terminado. Liberándola, le doy mi pañuelo, el
cual tengo por algún milagro dentro del bolsillo de mi saco.
Gracias, Señora Jones.
Limpiando su boca, se gira y descansa contra los ladrillos, evitando hacer contacto visual
porque está avergonzada y apenada. Y aun así, estoy complacido de verla. Se ha ido mi furia hacia
el fotógrafo. Estoy deleitado de estar aquíparado en el estacionamiento de un bar para
estudiantes en Portland con la Señorita Anastasia Steele.
Pone su cabeza entre sus manos, se encoge, luego me da un vistazo, todavía mortificada.
Girando hacia la puerta, mira con furia sobre mi hombro. Asumo que es hacia su ―amigo.‖
—Bueno… nos vemos adentro —dice José, pero no me giro a sostenerle la mirada y, para mi
placer, ella lo ignora también, regresando sus ojos a los míos.
—Lo siento —dice finalmente, mientras sus dedos retuercen el suave lino.
De acuerdo, vamos a divertirnos.
—¿Qué sientes, Anastasia?
—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmura.
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—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti. —¿Por
qué es tan divertido molestar a esta mujer?—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites,
Anastasia. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado.
¿Sueles comportarte así?
Quizá tiene un problema con el alcohol. El pensamiento es preocupante, y considero si
debería llamar a mi madre para que me recomiende una clínica de desintoxicación.
Ana frunce el ceño por un momento, como si estuviera enojada, esa pequeña ―v‖ se forma
entre sus cejas, y suprimo la urgencia de besarla. Pero cuando habla, se escucha contrita.
—No —dice—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se
repita. —Levanta la mirada hacia mí, sus ojos desenfocados, y se balancea un poco. Podría
desmayarse así que, sin pensarlo, la levanto en mis brazos.
Es sorprendentemente ligera. Demasiado ligera. El pensamiento me irrita. No hay duda de
por qué está ebria.
—Vamos, te llevaré a casa.
—Tengo que decírselo a Kate—dice, mientras su cabeza descansa en mi hombro.
—Puede decírselo mi hermano.
—¿Qué?
—Mi hermano Elliot está hablando con la señorita Kavanagh.
—¿Cómo?
—Estaba conmigo cuando me llamaste.
—¿En Seattle?
—No, estoy en el Heathman.
Y mi persecución imposible ha valido la pena.
—¿Cómo me encontraste?
—Rastreé tu teléfono celular, Anastasia. —Me dirijo hacia el auto. Quiero llevarla a casa—.
¿Has traído chaqueta o bolso?
—Este… sí, las dos cosas. Christian, por favor, tengo que decírselo a Kate. Se preocupará.
Me detengo y muerdo mi lengua. Kavanagh no estaba preocupada porque ella estuviera
aquí afuera con el excesivamente amoroso fotógrafo. Rodríguez. Ese es su nombre. ¿Qué clase de
amiga es ella? Las luces del bar iluminan su cara ansiosa.
Por mucho que me duele, la bajo y accedo a llevarla adentro. Tomados de la mano,
caminamos de vuelta hacia el bar, deteniéndonos en la mesa de Kate. Uno de los muchachos
todavía está sentado ahí, viéndose molesto y abandonado.
—¿Dónde está Kate? —grita Ana por encima del ruido.
—Bailando —dice el tipo, sus ojos oscuros viendo hacia la pista de baile. Ana recoge su
chaqueta y bolso y, estirándose, inesperadamente agarra mi brazo.
Me congelo.
Mierda.
Mi ritmo cardíaco se dispara a toda marcha mientras la oscuridad surge, estirándose y
tensando sus garras alrededor de mi garganta.
—Está en la pista de baile —grita, sus palabras haciendo cosquillas a mi oreja,
distrayéndome de mi miedo. Y de repente la oscuridad desaparece y el martilleo en mi corazón se
detiene.
¿Qué?
Pongo los ojos en blanco para esconder mi confusión y la llevo hacia la barra, ordeno un
vaso grande de agua, y se lo paso.
—Bebe.
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Viéndome por encima del vaso, toma un vacilante sorbo.
—Bébetela toda —ordeno. Estoy esperando que esto sea suficiente control de daños para
evitar un infierno de resaca por la mañana.
¿Qué le pudo haber pasado si yo no hubiera intervenido? Mi humor se hunde.
Y pienso en lo que acaba de sucederme.
Su toque. Mi reacción.
Mi humor se desploma aún más.
Ana se balancea un poco mientras bebe, así que la equilibro con una mano en su hombro.
Me gusta la conexión, de mí tocándola. Ella es aceite en mis turbulentas y profundas aguas
oscuras.
Hmm… florido, Grey.
Termina su bebida y, recuperando el vaso, lo coloco en la barra.
De acuerdo. Quiere hablar con su supuesta amiga. Inspecciono la abarrotada pista de baile,
incómodo ante el pensamiento de todos esos cuerpos presionándose contra mí mientras
forcejeamos para pasar.
Endureciéndome, agarro su mano y la dirijo hacia la pista de baile. Ella duda, pero si quiere
hablar con su amiga, solo hay una manera; va a tener que bailar conmigo. Una vez que Elliot se
pone en onda, no hay manera de detenerlo; vaya que tendrá una noche tranquila.
Con un tirón, ella está en mis brazos.
Esto lo puedo manejar. Cuando sé que va a tocarme, está bien. Puedo lidiar con ello,
especialmente porque estoy usando mi saco. Nos balanceo a través de la multitud hacia donde
Elliot y Kate están haciendo un espectáculo de ellos mismos.
Todavía bailando, Elliot se inclina hacia mí en un semi contoneo cuando estamos junto a él y
nos estudia con una mirada de incredulidad.
—Voy a llevar a Ana a casa. Díselo a Kate —grito en su oído.
Él asiente y hala a Kavanagh hacia sus brazos.
Correcto. Déjame llevar a la ebria Señorita Ratón de Biblioteca a casa pero, por alguna
razón, parece reacia a irse. Está observando a Kavanagh con preocupación. Cuando salimos de la
pista de baile, mira de vuelta hacia Kate, luego hacia mí, balanceándose y un poco aturdida.
—¡Joder! —Por algún milagro, la atrapo mientras se desmaya en medio del bar. Estoy
tentado a tirarla sobre mi hombro, pero sería demasiado sospechoso, así que la levanto otra vez,
acunándola contra mi pecho, y la llevo afuera hacia el auto.
—Cristo —murmuro mientras pesco las llaves fuera de mis jeans y al mismo tiempo la
sostengo. Extraordinariamente, consigo meterla en el asiento de enfrente y le abrocho el cinturón.
—Ana. —Le doy una pequeña sacudida, porque está preocupantemente tranquila—. ¡Ana!
Murmura algo incoherente y sé que aún está consciente. Sé que debería llevarla a casa,
pero es un largo viaje hasta Vancouver, y no sé si va a enfermarse de nuevo. No me emociona la
idea de que mi Audi apeste a vómito. El olor emanando de su ropa ya es evidente.
Me dirijo hacia el Heathman, diciéndome que lo estoy haciendo por su bien.
Sí, síguete diciendo eso, Grey.
Duerme en mis brazos mientras viajamos en el ascensor desde el garaje. Necesito sacarla de
sus jeans y zapatos. La pestilencia viciada de vómito invade el espacio. En serio quisiera darle un
baño, pero eso sería pasarse de los límites del decoro.
¿Y esto no lo es?
En mi habitación, dejo su bolso en el sofá, luego la cargo hacia el dormitorio y la acuesto en
la cama. Murmura otra vez, pero no se despierta.
Rápidamente, remuevo sus zapatos y calcetines y los pongo en la bolsa de plástico de
lavandería proveída por el hotel. Luego, desabrocho sus vaqueros y se los quito, revisando sus
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bolsillos antes de meter los jeans en la bolsa de lavandería. Se cae de vuelta en la cama,
desparramada como una estrella de mar, toda brazos y piernas pálidos, y por un momento
imagino esas piernas envueltas alrededor de mi cintura mientras sus muñecas están atadas a mi
cruz de San Andrés. Hay un raspón desvanecido en su rodilla y me pregunto si es de la caída que se
dio en mi oficina.
Ella ha estado marcada desde entonces… como yo.
La siento y abre sus ojos.
—Hola, Ana —susurro, mientras le quito su chaqueta lentamente sin nada de cooperación
de su parte.
—Grey. Labios —murmura.
—Sí, cariño. —La acomodo sobre la cama. Cierra sus ojos otra vez y gira hacia su costado,
pero esta vez se hace bolita, viéndose pequeña y vulnerable. Jalo las cobijas sobre ella y planto un
beso en su cabello. Ahora que su ropa sucia se ha ido, un rastro de su esencia ha reaparecido.
Manzanas, otoño, frescura, delicioso… Ana. Sus labios están separados, pestañas abanicando
sobre sus pálidas mejillas, y su piel se ve impecable. Un toque más es todo lo que me permito
mientras acaricio su mejilla con el dorso de mi dedo índice.
—Duerme bien —murmuro, y luego me dirijo hacia la sala para completar la lista de la
lavandería. Cuando está hecha, coloco la ofensiva bolsa fuera de mi habitación para que el
contenido sea recolectado y lavado.
Antes de revisar mi correo electrónico, le envío un texto a Welch, pidiéndole ver si José
Rodríguez tiene algún antecedente penal. Estoy curioso. Quiero saber si caza muchachas ebrias.
Luego, abordo el problema de la ropa para la Señorita Steele: envío un rápido correo electrónico a
Taylor.
De: Christian Grey.
Asunto: Señorita Anastasia Steele.
Fecha: 20 de mayo de 2011 23:46
Para: J B Taylor
Buenos días,
¿Puedes, por favor, encontrar los siguientes artículos para la Señorita Steele y enviarlos a mi
habitación habitual antes de las diez cde la mañana?
Jeans: mezclilla azul. Talla 4
Blusa: azul. Bonita. Talla 4
Converse: negros talla 7
Calcetines: talla 7
Lencería: ropa interior, talla pequeña. Brasier estimado 34C.
Gracias.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Una vez que ha desaparecido de mi buzón de salida, le envío un texto a Elliot.
Ana está conmigo. Si todavía estás con Kate, dile.
Él me manda un texto de vuelta.
Lo haré. Espero que eches un polvo.
En seeeeeeeerio lo necesitas. ;)
Su respuesta me hace resoplar.
Yo también lo espero, Elliot. Yo también.
Abro mi correo electrónico del trabajo y empiezo a leer.
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Sábado, 21 de Mayo de 2011
Casi dos horas más tarde, llego a la cama. Es solopoco más de la una cuarenta y cinco de la
madrugada. Ella está profundamente dormida y no se ha movido de donde la dejé. Me desnudo,
me pongo mis pantalones del pijama y una camiseta, y subo a su lado. Ella está en coma; es poco
probable que vaya a retorcerse y tocarme. Dudo por un momento mientras la oscuridad aumenta
dentro de mí, pero no sale a la superficie y sé que es porque estoy viendo la hipnótica subida y
bajada de su pecho y estoy respirando en sintonía con ella. Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. Inhalo.
Exhalo. Por segundos, minutos, horas, no lo sé, la observo. Y mientras ella duerme, contemplo
cada hermoso centímetro de su hermoso rostro. Sus oscuras pestañas revoloteando mientras
duerme, sus labios entreabiertos por lo que incluso vislumbro sus blancos dientes. Murmura algo
ininteligible y su lengua sale y lame sus labios. Es excitante, muy excitante. Finalmente caigo en un
sueño profundo y sin sueños.
Está silencioso cuando abro los ojos, y estoy momentáneamente desorientado. Oh, sí. Estoy
en el Heathman. El reloj junto a mi cama marca las siete cuarenta y tres de la mañana.
¿Cuándo fue la última vez que dormí hasta tan tarde?
Ana.
Poco a poco vuelvo la cabeza, y ella está dormida, frente a mí. Su hermoso rostro tranquilo
en reposo.
Nunca he dormido con una mujer. He follado a muchas, pero despertarme al lado de una
mujer joven y atractiva es una experiencia nueva y estimulante. Mi polla está de acuerdo.
Esto no va a funcionar.
De mala gana, me bajo de la cama y me cambio a mi ropa de correr. Tengo que quemar
este... exceso de energía. Mientras me cambio a mi ropa deportiva no puedo recordar la última
vez que he dormido tan bien.
En el salón, enciendo mi computadora portátil, reviso mi correo electrónico, y respondo a
dos de Ros y otro de Andrea. Me toma un poco más de lo habitual, ya que estoy distraído
sabiendo que Ana está dormida en la habitación contigua. Me pregunto cómo se sentirá cuando se
despierte.
Con resaca. Oh.
En el mini bar, encuentro una botella de zumo de naranja y vacío el contenido en un vaso.
Todavía está dormida cuando entro, su cabello un derroche caoba esparcido en su almohada, y las
colchas se han deslizado por debajo de su cintura. Su camiseta se ha subido, dejando al
descubierto su vientre y ombligo. La vista agita mi cuerpo una vez más.
Deje de estar parado aquí comiéndote con los ojos a la chica, por el amor de Dios, Grey.
Tengo que salir de aquí antes de que haga algo de lo que me arrepentiré. Colocando el vaso
en la mesita de noche, entro al baño, encuentro dos Advil en mi kit de viaje, y las dejo junto al
vaso de zumo de naranja.
Con una última mirada persistente en Anastasia Steel, la primera mujer con la que he
dormido en toda mi vida, salgo a correr.
~*~
Cuando regreso de mi ejercicio, hay una bolsa en la sala de estar de una tienda que no
reconozco. Doy un vistazo y veo que contiene ropa para Ana. Por lo que puedo ver, Taylor lo ha
hecho bien… y todo antes de las nueve de la mañana.
El hombre es una maravilla.
Su bolso está en el sofá, donde lo dejé caer anoche, y la puerta de la habitación está
cerrada, así que supongo que no se ha ido y todavía está dormida.
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Es un alivio. Estudiando detenidamente el menú del servicio de habitaciones, decido pedir
comida. Va a tener hambre cuando despierte, pero no tengo ni idea de lo que va a comer, por lo
que en un raro momento de indulgencia ordeno un poco de todo del menú de desayuno. Me
informan que tomará media hora.
Hora de despertar a la deliciosa señorita Steele; ha dormido suficiente.
Agarrando mi toalla de entrenamiento y la bolsa de compras, llamo a la puerta y entro. Para
mi deleite, está sentada en la cama. Las pastillas se han ido y también el zumo.
Buena chica.
Ella palidece mientras entro en la habitación.
Mantenlo casual Grey. No quieres ser acusado de secuestro.
Cierra los ojos, y supongo que es porque está avergonzada.
—Buenos días, Anastasia. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor de lo que merezco —murmura, mientras pongo la bolsa en la silla. Cuando vuelve
su mirada hacia mí sus ojos son increíblemente grandes y azules, y aunque su cabello es un
enredado desastre… se ve impresionante.
—¿Cómo llegué hasta aquí? —pregunta, como si tuviera miedo de la respuesta.
Tranquilízala, Grey.
Me siento en el borde de la cama y me apego a los hechos.
—Después de que te desmayaras, no quise poner en peligro la tapicería de piel de mi auto
llevándote a tu casa, así que te traje aquí.
—¿Tú me metiste en la cama?
—Sí.
—¿Volví a vomitar?
—No. —Gracias a Dios.
—¿Me quitaste la ropa?
—Sí. —¿Quién más te la habría quitado?
Se ruboriza, y al fin ella tiene un poco de color en las mejillas. Dientes perfectos muerden su
labio. Suprimo un gemido.
—¿No habremos…? —susurra, mirando sus manos.
Cristo, ¿qué tipo de animal cree que soy?
—Anastasia, estabas casi en coma. La necrofilia no es lo mío. —Mi tono es seco—. Me gusta
que mis mujeres estén conscientes y sean receptivas. —Se relaja con alivio, lo que hace que me
pregunte si esto le ha ocurrido antes, que se haya desmayado y despertado en la cama de un
extraño y descubierto que él la ha follado sin su consentimiento. Tal vez ese es el modus operandi
del fotógrafo. El pensamiento es inquietante. Pero recuerdo su confesión de anoche… que nunca
antes había estado borracha. Gracias a Dios que no ha hecho un hábito de esto.
—Lo siento mucho —dice, su voz llena de vergüenza.
Demonios. Tal vez debería tomarlo con calma con ella.
—Fue una noche muy divertida. Tardaré en olvidarla. —Espero que suene conciliador, pero
sufrente se frunce.
—No tenías por qué seguirme la pista con algún artilugio a lo James Bond que estés
desarrollando para vendérselo al mejor postor.
¡Caray! Ahora está molesta. ¿Por qué?
—En primer lugar, la tecnología para rastrear teléfonos celulares está disponible a través de
Internet.
Bueno, la Internet Invisible…
—En segundo lugar, mi empresa no invierte en ningún aparato de vigilancia, ni los fabrica.
Mi temperamento está crispándose, pero tengo que terminar.
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—Y en tercer lugar, si no hubiera ido a buscarte, seguramente te habrías despertado en la
cama del fotógrafo y, si no recuerdo mal, no estabas muy entusiasmada con sus métodos para
cortejarte.
Parpadea un par de veces, entonces comienza a reírse.
Se está riendo de mí otra vez.
—¿De qué crónica medieval te has escapado? Pareces un caballero andante.
Ella es seductora. Me está llamando... otra vez, y su irreverencia es refrescante, muy
refrescante. Sin embargo, no estoy bajo ninguna ilusión de que soy un caballero de brillante
armadura. Chico, tiene una idea equivocada. Y aunque puede que no sea a mi favor, estoy
obligado a advertirle que no hay nada caballeroso o cortés de mí.
—No lo creo, Anastasia. Un caballero oscuro, quizá. —Si solo ella supiera…¿y por qué
estamos hablando de mí? Cambio de tema—. ¿Cenaste anoche?
Niega con la cabeza.
¡Lo sabía!
—Tienes que comer. Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando
bebes.
—¿Vas a seguir riñéndome?
—¿Es lo que estoy haciendo?
—Creo que sí.
—Tienes suerte de que solo te riña.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si fueras mía, después del numerito que montaste ayer no podrías sentarte en una
semana. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro.—El miedo en mis entrañas me
sorprende; tal conducta irresponsable y de riesgo—. No quiero ni pensar en lo que podría haberte
pasado.
Frunce el ceño.
—Hubiera estado bien. Estaba con Kate.
¡Necesitaba un poco de ayuda!
—¿Y el fotógrafo? —replico.
—José simplemente se pasó de la raya —dice, rechazando mi preocupación y sacudiendo su
enredado cabello por encima de su hombro.
—Bueno, la próxima vez que se pase de la raya, quizá alguien debería enseñarle modales.
—Eres muy partidario de la disciplina —dice entre dientes.
—Oh, Anastasia, no sabes cuánto.
Una imagen de ella encadenada a mi banca, una raíz de jengibre pelada insertada en su culo
para que no pueda apretar sus nalgas, viene a mi mente, seguida por el juicioso uso de un cinturón
o correa. Sí... Eso le enseñaría a no ser tan irresponsable. El pensamiento es enormemente
atractivo.
Me está mirando con los ojos abiertos y aturdidos, y eso me pone incómodo. ¿Puede leer mi
mente? ¿O está simplemente mirando una cara bonita?
—Voy a ducharme. ¿Sino prefieres hacerlo primero? —le digo, pero sigue boquiabierta.
Incluso con la boca abierta es bastante bonita. Es difícil resistirse a ella, y me concedo permiso
para tocarla, trazando la línea de su mejilla con mi pulgar. Su respiración se queda atrapada en su
garganta mientras acaricio su suave labio inferior.
—Respira, Anastasia —murmuro, antes de levantarme e informarle que el desayuno estará
aquí dentro de quince minutos. No dice nada, su boca inteligente en silencio por una vez.
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En el baño tomo una respiración profunda, me desvisto, y salto a la ducha. Estoy medio
tentado a masturbarme, pero el familiar miedo del descubrimiento y revelación, de una época
anterior en mi vida, me detiene.
Elena no estaría contenta.
Los viejos hábitos.
Mientras el agua cae como cascada sobre mi cabeza pienso en mi última interacción con la
desafiante señorita Steele. Ella todavía está aquí, en mi cama, así que no puede encontrarme
totalmente repulsivo. Me di cuenta por la forma en que su aliento se quedó atrapado en su
garganta, y cómo su mirada me siguió alrededor de la habitación.
Sí. Hay esperanza.
¿Pero sería una buena sumisa?
Es obvio que no sabe nada de ese estilo de vida. Ni siquiera podría decir "follar" o "sexo" o
lo que sea que los estudiantes universitarios librescos utilizan como eufemismo para follar en
estos días. Es bastante inocente. Probablemente ha estado sometida a un par de torpes
encuentros con chicos como el fotógrafo.
El pensamiento de su torpeza con alguien más me molesta.
Podría solo preguntarle si está interesada.
No. Tengo que mostrarle lo que estaría tomando en caso de que estuviera de acuerdo en
una relación conmigo.
Vamos a ver cómo nos va, para bien o para mal, durante el desayuno.
Enjaguándome el jabón, estoy por debajo del agua caliente y me mantengo enfocado para
la segunda ronda con Anastasia Steele. Cierro el agua y, saliendo de la ducha, agarro una toalla.
Una revisión rápida en el espejo manchado de vapor y decido saltarme el afeitado hoy. El
desayuno estará aquí dentro de poco, y tengo hambre. Rápidamente me lavo los dientes.
Cuando abro la puerta del baño, ella está fuera de la cama y buscando sus jeans. Levanta la
vista como el arquetipo de un cervatillo asustado, toda piernas largas y ojos grandes.
—Si estás buscando tus jeans, los he mandado a la lavandería. —Ella realmente tiene unas
lindas piernas. No debería ocultarlas con pantalones. Sus ojos se entrecierran y creo que va a
discutir conmigo, así que le digo por qué—. Estaban salpicados de vómito.
—Ah —dice.
Sí. "Ah." Ahora, ¿qué tienes que decir a eso, señorita Steele?
—He mandado a Taylor a comprar otros y unas zapatillas de deporte. Están en esa bolsa.—
Asiento con la cabeza hacia la bolsa de la compra.
Ella levanta las cejas… con sorpresa, creo.
—Bueno… Voy a ducharme—murmura, y luego en el último momento, añade—: Gracias.
Agarrando la bolsa, me esquiva, disparada hacia el baño, y cierra la puerta.
Hmm... No podía entrar en el baño lo suficientemente rápido.
Lejos de mí.
Tal vez estoy siendo demasiado optimista.
Descorazonado, me seco enérgicamente y me visto. En la sala de estar, verifico mi correo
electrónico, pero no hay nada urgente. Soy interrumpido por un golpe en la puerta. Dos jovencitas
han llegado con el servicio de habitaciones.
—¿Dónde quiere el desayuno, señor?
—Pónganlo sobre la mesa del comedor.
Caminando de regreso a la habitación, atrapo sus miradas furtivas, pero las ignoro y reprimo
el sentimiento de culpa que siento sobre la cantidad de comida que he ordenado. Nunca nos
comeremos todo.
—El desayuno está aquí —le digo y toco la puerta del baño.
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—De a…acuerdo. —La voz de Ana suena un poco apagada.
De vuelta en la sala de estar, el desayuno está en la mesa. Una de las mujeres, que tiene
ojos oscuros, muy oscuros, me entrega la cuenta para firmarla, y de mi cartera saco un par de
billetes de veinte para ellas.
—Gracias, señoras.
—Solo tiene que llamar al servicio de habitación cuando deseé que limpiemos la mesa,
señor —dice la señorita Ojos Oscuros con una mirada coqueta, como si estuviera ofreciendo más.
Mi fría sonrisa le advierte que se detenga.
Sentado a la mesa con el periódico, me sirvo un café y comienzo con mí tortilla. Mi teléfono
zumba… un texto de Elliot.
Kate quiere saber si Ana sigue viva.
Me río, algo apaciguadocon que la llamada amiga de Ana esté pensando en ella. Es obvio
que Elliot no le ha dado a su polla un descanso después de todas sus protestas de ayer. Le
contesto en respuesta.
Vivita y coleando ;)
Ana aparece unos momentos más tarde: el cabello mojado, con la bonita blusa azul que
coincide con sus ojos. Taylor lo ha hecho bien; se ve hermosa. Escaneando la habitación, ve su
bolso.
—¡Mierda, Kate! —exclama.
—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Elliot.
Ella me da una sonrisa insegura mientras camina hacia la mesa.
—Siéntate —le digo, señalando el lugar que se ha colocado para ella. Frunce el ceño ante la
cantidad de comida en la mesa, lo que solo acentúa mi culpa.
—No sabía qué te gustaba, así que pedí un poco de todo del menú de desayuno —murmuro
a modo de disculpa.
—Eso es muy despilfarrador de tu parte —dice.
—Sí, lo es. —Mi culpa florece. Pero a medida que se decanta por las tortitas, sirope de arce,
huevos revueltos y tocino, me perdono a mí mismo. Es bueno verla comer.
—¿Té? —pregunto.
—Sí, por favor —dice entre bocado y bocado. Obviamente está hambrienta. Le paso la
pequeña tetera de agua. Me da una dulce sonrisa cuando ve el té Twinings English Breakfast.
Tengo que contener el aliento ante su expresión. Y eso me pone incómodo.
Me da esperanza.
—Tu cabello está muy húmedo —observo.
—No pudeencontrar el secador de cabello —dice, avergonzada.
Se va a enfermar.
—Gracias por la ropa —añade.
—Es un placer, Anastasia. Este color te sienta muy bien.
Ella mira hacia abajo a sus dedos.
—¿Sabes?, realmente deberías aprender a tomar un cumplido.
Tal vez ella no consigue muchos... pero ¿por qué? Es hermosa de una manera discreta.
—Debería darte algo de dinero por la ropa.
¿Qué?
Le doy un vistazo y ella continúa rápidamente
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—Ya me has regalado los libros, que no puedo aceptar, por supuesto. Pero la ropa… Por
favor, déjame que te la pague.
Dulzura.
—Anastasia, confía en mí, me lo puedo permitir.
—No se trata de eso. ¿Por qué tendrías que comprarme esta ropa?
—Porque puedo.—Soy un hombre muy rico, Ana.
Sus ojos despiden un destello malicioso.
—El hecho de que puedas no implica que debas. —Su voz es suave, pero de repente me
pregunto si miró a través de mí y ha visto mis deseos más oscuros—. ¿Por qué me mandaste los
libros, Christian?
Porque quería verte de nuevo, y aquí estás...
—Bueno, cuando casi te atropelló el ciclista… y yo te sujetaba entre mis brazos y me
mirabas diciéndome: ―Bésame, bésame, Christian‖…—Me detengo, recordando ese momento, su
cuerpo presionado contra el mío. Mierda. Rápidamente hago caso omiso del recuerdo—. Bueno,
creí que te debía una disculpa y una advertencia. Anastasia, no soy un hombre de flores y
corazones. No me interesan las historias de amor. Mis gustos son muy peculiares. Deberías
mantenerte alejada de mí. Pero sin embargo hay algo en ti que me impide apartarme. Supongo
que ya lo habías imaginado.
—Pues no te apartes —susurra.
¿Qué?
—No sabes lo que estás diciendo.
—Ilumíname, entonces.
Sus palabras viajan directamente a mi polla.
Joder.
—¿No eres célibe? —pregunta.
—No, Anastasia, no soy célibe. —Y si me dejaras atartete lo probaría justo ahora.
Sus ojos se abren y sus mejillas se ruborizan.
Ah, Ana.
Tengo que mostrárselo. Es la única manera en que lo sabré.
—¿Qué planes tienes para los próximos días? —pegunto.
—Hoy trabajo, a partir del mediodía. ¿Qué hora es? —exclama asustada.
—Poco más de las diez. Tienes tiempo de sobra. ¿Y mañana?
—Kate y yo vamos a empezar a empacar. Nos mudamos a Seattle el próximo fin de semana,
y yo trabajo en Clayton’s toda esta semana.
—¿Ya tienen casa en Seattle?
—Sí.
—¿Dónde?
—No recuerdo la dirección. En el distrito de Pike Market.
—No está lejos de mi casa —¡Bien!—. ¿Y en qué vas a trabajar en Seattle?
—He mandado solicitudes a varios sitios para hacer prácticas. Aún tienen que responderme.
—¿Y has mandado solicitud a mi compañía, como te sugerí?
—Bueno… no.
—¿Qué tiene de malo mi compañía?
—¿Tu compañía o tu compañía? —Arquea una ceja.
—¿Está riéndose de mí, señorita Steele?—No puedo ocultar mi diversión.
Oh, sería un placer entrenar... a esta desafiante y enloquecedora mujer.
Examina su plato, mordiendo su labio.
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—Me gustaría morder ese labio —susurro, porque es verdad.
Su rostro vuela al mío y se remueve en su asiento. Inclina la barbilla hacia mí, con los ojos
llenos de confianza.
—¿Por qué no lo haces? —dice en voz baja.
Oh. No me tientes, nena. No puedo. Todavía no.
—Porque no voy a tocarte, Anastasia… no hasta que tenga tu consentimiento por escrito.
—¿Qué significa eso? —pregunta.
—Exactamente lo que he dicho. Tengo que mostrártelo, Anastasia. —Así ya sabes en quéte
estás metiendo—. ¿A qué hora sales del trabajo esta tarde?
—A las ocho.
—Bien, podríamos ir a cenar a mi casa de Seattle esta noche o el sábado que viene, y
entonces te lo explicaría para que te familiarices con los hechos. Tú decides.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora?
—Porque estoy disfrutando de mi desayuno y de tu compañía. Cuando lo sepas,
seguramente no querrás volver a verme.
Frunce el ceño mientras procesa lo que he dicho.
—Esta noche —dice.
Caray. No tomó mucho tiempo.
—Como Eva, quieres probar cuanto antes del árbol del fruto prohibido —me burlo de ella.
—¿Está riéndose de mí, señor Grey? —pregunta.
La miro con los ojos entrecerrados.
Está bien, nena, tú lo pediste.
Agarro mi teléfono y pulso el número de Taylor sobre la marcación rápida. Responde casi
inmediatamente.
—Sr. Grey.
—Taylor, voy a necesitar el Charlie Tango.
Me mira de cerca mientras hago los arreglos para traer a mi EC135 a Portland.
Voy a mostrarle lo que tengo en mente... y el resto dependerá de ella. Es posible que quiera
volver a casa una vez que lo sepa. Necesitaré que Stephan, mi piloto, esté disponible para que
pueda llevarla de vuelta a Portland si decide no tener nada más que ver conmigo. Espero que ese
no sea el caso.
Y me doy cuenta de que estoy emocionado de que pueda llevarla a Seattle en Charlie Tango.
Será una primera vez.
—Piloto disponible desde las diez y media —confirmo con Taylor y cuelgo.
—¿La gente siempre hace lo que les dices?—pregunta, y la desaprobación en su voz es
obvia. ¿Me está riñendo ahora? Su desafío es molesto.
—Suelen hacerlo si no quieren perder su trabajo. —No cuestiones cómo trato a mi personal.
—¿Y si no trabajan para ti?—añade.
—Bueno, puedo ser muy convincente, Anastasia. Deberías terminarte el desayuno. Luego te
llevaré a casa. Pasaré a buscarte por Clayton’s a las ocho, cuando salgas. Volaremos a Seattle.
—¿Volaremos?
—Sí. Tengo un helicóptero.
Su boca se abre, formando una pequeña o. Es un momento agradable.
—¿Iremos a Seattle en helicóptero?—susurra.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque puedo. —Sonrío. A veces es solo jodidamente genial ser yo—. Termina tu
desayuno.
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Parece aturdida.
—¡Come! —Mi voz es más contundente—. Anastasia, no soporto tirar la comida. Come.
—No puedo comerme todo esto. —Estudia toda la comida en la mesa y me siento culpable
una vez más. Sí, hay demasiada comida aquí.
—Cómete lo que hay en tu plato. Si ayer hubieras comido como es debido, no estarías aquí
y yo no tendría que mostrar mis cartas tan pronto.
Demonios. Esto podría ser un gran error.
Me da una mirada de reojo mientras persigue su comida alrededor del plato con un
tenedor, y su boca hace una mueca.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Niega con la cabeza y mete el último pedazo de tortita en su boca, y trato de no reírme.
Como siempre, me sorprende. Es torpe, inesperada, y encantadora. Realmente me hace querer
reír, y lo que es más, de mí mismo.
—Buena chica —le digo—. Te llevaré a casa en cuanto te hayas secado el cabello. No quiero
que te pongas enferma.
Necesitarás todas tus fuerzas para esta noche, para lo que tengo que mostrarte.
De repente, se levanta de la mesa y tengo que detenerme para no decirle que no tiene
permiso.
Ella no es tu sumisa... aún, Grey.
En el camino de regreso a la habitación, se detiene junto al sofá.
—¿Dónde dormiste anoche?—pregunta.
—En mi cama. —Contigo.
—Oh.
—Sí, para mí también ha sido toda una novedad.
—No tener… sexo.
Dijo la palabra con s... y aparece el revelador sonrojo en sus mejillas.
—No.
¿Cómo puedo decirle esto, sin que suene raro?
Simplemente díselo, Grey.
—Dormir con alguien. —Despreocupadamente, dirijo mi atención a la sección de deportes y
la descripción del partido de anoche, y luego veo como desaparece en el dormitorio.
No, eso no sonó extraño en absoluto.
Bueno, tengo otra cita con la señorita Steele. No, no es una cita. Necesita saber acerca de
mí. Dejo escapar un largo suspiro y bebo lo que queda de mi zumo de naranja. Esto se perfila a ser
un día muy interesante. Estoy contento cuando escucho el zumbido del secador de cabello y
sorprendido de que esté haciendo lo que se le ha dicho.
Mientras la espero, llamo por teléfono alvalet para que saque mi auto del garaje y
compruebo su dirección una vez más en Google Maps. A continuación, le envío un texto a Andrea
para que me envíe un ADC por correo electrónico; si Ana quiere que la ilumine, necesitará
mantener la boca cerrada. Mi teléfono vibra. Es Ros.
Mientras estoy al teléfono, Ana emerge de la habitación y agarra su bolso. Ros está
hablando sobre Darfur, pero mi atención está en la señorita Steele. Rebusca en su bolso y está
contenta cuando encuentra una liga para cabello.
Su cabello es hermoso. Lozano. Largo. Grueso. Ociosamente, me pregunto cómo sería
trenzado. Se lo ata hacia atrás y se pone su chaqueta, luego se sienta en el sofá, esperando a que
termine mi llamada.
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—De acuerdo, adelante. Mantenme informado de cómo van las cosas. —Concluyo mi
conversación con Ros. Ella ha estado haciendo milagros y parece que nuestro envío de alimentos a
Darfur sucederá.
—¿Estás lista? —le pregunto a Ana. Ella asiente. Agarro mi chaqueta y las llaves del agua y la
sigo a la salida. Me mira a través de unas largas pestañas mientras caminamos hacia el ascensor y
sus labios se curvan en una tímida sonrisa. Mis labios se retuercen en respuesta.
¿Qué diablos me está haciendo?
El ascensor llega y le permito entrar primera. Presiona el botón del primer piso y las puertas
se cierran. En los confines del ascensor, estoy completamente consiente de ella. Un rastro de su
dulce fragancia invade mis sentidos… su respiración cambia, acelerándose un poco y ella me
muestra una brillante miradita.
Mierda.
Se muerde el labio.
Está haciendo esto a propósito. Y por un segundo, estoy perdido en su sensual y fascinante
mirada. No retrocede.
Estoy duro.
Instantáneamente. . .
La deseo.
Aquí.
Ahora.
En el ascensor.
—A la mierda el papeleo. —Las palabras salen de la nada y por instinto la agarro y la empujo
contra la pared. Agarrando ambas manos, las sujeto por encima de su cabeza para que no pueda
tocarme y, una vez que está asegurada, retuerzo mi otra mano en su cabello mientras mis labios
buscan y encuentran los suyos.
Ella gime en mi boca como el llamado de una sirena y finalmente puedo saborearla: menta,
té y suaves cerezas. Sabe tan bien como se ve. Me recuerda a una época de abundancia. Dios mío.
Estoy anhelándola. Agarro su barbilla, profundizando el beso, y su lengua toca tentativamente la
mía… explorando. Considerando. Sintiendo. Besándome de vuelta.
Oh, Dios de los cielos.
—Eres… tan… dulce —murmuro contra sus labios, completamente intoxicado, embriagado
por su sabor y aroma.
El ascensor se detiene y las puertas empiezan a abrirse.
Maldita sea, tranquilízate, Grey.
Me aparto de ella y me alejo de su alcance.
Está respirando con dificultad.
Igual que yo.
¿Cuándo fue la última vez que perdí el control?
Tres hombres con trajes de negocios nos muestran miradas cómplices mientras se nos unen.
Y yo miro fijamente el cartel que está por encima de los botones del ascensor, advirtiendo
sobre un sensual fin de semana en el Heathman. Miro a Ana y exhalo.
Ella sonríe.
Y mis labios se retuercen una vez más.
¿Qué mierda me ha hecho?
El ascensor se detiene en el segundo piso y los tipos salen, dejándome solo con la señorita
Steele.
—Te has lavado los dientes —observo con irónica diversión.
—utilicé tu cepillo —dice, sus ojos brillando.
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Por supuesto que sí… y, por alguna razón, encuentro esto placentero, demasiado
placentero. Reprimo mi sonrisa.
—Ay, Anastasia Steele, ¿qué voy a hacer contigo? —Tomo su mano cuando las puertas del
ascensor se abren en el primer piso y murmuro bajo mi aliento—. ¿Qué tendrán los ascensores? —
Ella me muestra una cómplice sonrisa mientras caminamos por el pulido mármol del vestíbulo.
El auto está esperando en una de las bahías frente al hotel; el valet está caminando
impacientemente. Le doy una obscena propina y abro la puerta del pasajero para Ana, quien está
callada y pensativa.
Pero no ha huido.
Incluso aunque me lancé sobre ella en el ascensor.
Debería decir algo sobre lo que pasó ahí pero, ¿qué?
¿Lo siento?
¿Cómo estuvo para ti?
¿Qué diablos estás haciendo conmigo?
Enciendo el auto y decido que entre menos diga, mejor. El sonido tranquilizador de el ―Dúo
de las flores‖ de Delibes llena el auto y empiezo a relajarme.
—¿Qué es lo que suena? —pregunta Ana mientras yo giro hacia la calle Jefferson
Southwest. Le digo y le pregunto si le gusta.
—Christian, es precioso.
Escuchar mi nombre en sus labios es un placer extraño. Lo ha dicho cerca de media docena
de veces ya y cada vez es diferente. Hoy, es con maravilla, por la música. Es genial que le guste la
canción: es una de mis favoritas. Me encuentro a mí mismo sonriendo; obviamente me ha
disculpado por el ataque en el ascensor.
—¿Puedes volver a ponerlo?
—Claro. —Presiono la pantalla táctil para repetir la música.
—¿Te gusta la música clásica? —pregunta mientras cruzamos el Puente Freemont, y caemos
en una relajada conversación sobre mis gustos musicales. Mientras hablamos, recibo una llamada
por el manos libres.
—Grey —respondo.
—Sr. Grey, soy Welch. Tengo la información que pidió. —Oh, sí, detalles sobre el fotógrafo.
—Bien. Mándemela por correo electrónico. ¿Algo más?
—Nada más, señor.
Presiono el botón y la música regresa. Ambos escuchamos, ahora perdidos en el crudo
sonido de Kings of Leon. Pero no dura mucho, nuestro placer de escucha es trastornado una vez
más por el manos libres.
¿Qué demonios?
—Grey —espeto.
—Le han mandado por correo electrónico el acuerdo de confidencialidad, Sr. Grey.
—Bien. Eso es todo, Andrea.
—Que tenga un buen día, señor.
Disparo una mirada a Ana, para ver si ha prestado atención a esa conversación, pero está
estudiando el escenario de Portland. Sospecho que está siendo cortés. Es difícil mantener mis ojos
sobre el camino. Quiero mirarla a ella. A pesar de su torpeza, tiene un hermoso cuello, uno que
quiero besar desde la parte baja de su oreja hacia su hombro.
Infiernos. Me muevo en mi asiento. Espero que esté de acuerdo en firmar el acuerdo de
confidencialidad y aceptar lo que tengo para ofrecer.
Cuando llegamos a la quinta interestatal, recibo otra llamada.
Es Elliot.
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—Hola, Christian. ¿Has echado un polvo?
Oh… genial, amigo, genial.
—Hola, Elliot… estoy con el manos libres y no voy solo en el auto.
—¿Quién va contigo?
—Anastasia Steele.
—¡Hola, Ana!
—Hola, Elliot —dice, animada.
—Me han hablado mucho de ti —dice Elliot.
Mierda. ¿Qué le han dicho?
—No te creas una palabra de lo que te cuente Kate —responde ella con naturalidad.
Elliot se ríe.
—Estoy llevando a Anastasia a su casa. ¿Quieres que te recoja? —interrumpo.
No hay duda de que Elliot querrá hacer una salida rápida.
—Claro.
—Hasta ahora. —Cuelgo.
—¿Por qué te empeñas en llamarme Anastasia? —pregunta.
—Porque es tu nombre.
—Prefiero Ana.
—¿De verdad?
―Ana‖ es demasiado común y ordinario para ella. Y demasiado familiar. Aquellas tres
palabras tienen el poder de herir…
Y, en ese momento, sé que su rechazo, cuando llegue, será difícil de soportar. Ha sucedido
antes, pero nunca me he sentido tan... empeñado. Ni siquiera conozco a esta chica, pero quiero
conocerla, a toda ella. Tal vez es porque nunca he estado tras una mujer.
Grey, contrólate y sigue las reglas, de lo contrario todo esto se irá a la mierda.
—Anastasia —digo, ignorando su mirada desaprobadora—. Lo que ha pasado en el
ascensor… no volverá a pasar. Bueno, a menos que sea premeditado.
Eso la mantiene quieta mientras estaciono fuera de su apartamento. Antes de que pueda
responderme, me bajo del auto, lo rodeo y le abro la puerta.
Mientras pone un pie en la acera, me muestra una fugaz mirada.
—A mí me ha gustado lo que ha pasado en el ascensor —dice.
¿De verdad? Su confesión me detiene en seco. Estoy placenteramente sorprendido de
nuevo por la pequeña señorita Steele. Mientras sube los escalones hacia la puerta principal, tengo
apresurarme para alcanzarla.
Elliot y Kate levantan la mirada cuando entramos. Están sentados en la mesa del comedor
en una habitación escasamente amoblada, adecuada para un par de estudiantes. Hay unas
cuantas cajas de empacar junto a un estante. Elliot parece relajado y sin prisa por irse, lo que me
sorprende.
Kavanagh salta y me muestra nuevamente una crítica mirada mientras abraza a Ana.
¿Qué imaginó que le iba a hacer a la chica?
Sé lo que me gustaría hacerle…
Mientras Kavanagh la sostiene a con un brazo, estoy apaciguado; quizá sí se preocupa por
Ana también.
—Buenos días, Christian —dice ella, su tono frío y condescendiente.
—Señorita Kavanagh. —Y lo que quiero decir es algo sarcástico sobre cómo finalmente está
mostrando algo de interés en su amiga, pero reprimo mi lengua.
—Christian, se llama Kate —dice Eliot con ligera irritación.
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—Kate —murmuro, para ser cortés. Elliot abraza a Ana, sosteniéndola por un momento
demasiado largo.
—Hola, Ana —dice, sonriendo como un idiota.
—Anastasia —digo, ignorando su mirada desaprobadora—. Lo que ha pasado en el
ascensor… no volverá a pasar. Bueno, a menos que sea premeditado.
Eso la mantiene quieta mientras estaciono fuera de su apartamento. Antes de que pueda
responderme, me bajo del auto, lo rodeo y le abro la puerta.
Mientras pone un pie en la acera, me muestra una fugaz mirada.
—A mí me ha gustado lo que ha pasado en el ascensor —dice.
¿De verdad? Su confesión me detiene en seco. Estoy placenteramente sorprendido de
nuevo por la pequeña señorita Steele. Mientras sube los escalones hacia la puerta principal, tengo
apresurarme para alcanzarla.
Elliot y Kate levantan la mirada cuando entramos. Están sentados en la mesa del comedor
en una habitación escasamente amoblada, adecuada para un par de estudiantes. Hay unas
cuantas cajas de empacar junto a un estante. Elliot parece relajado y sin prisa por irse, lo que me
sorprende.
Kavanagh salta y me muestra nuevamente una crítica mirada mientras abraza a Ana.
¿Qué imaginó que le iba a hacer a la chica?
Sé lo que me gustaría hacerle…
Mientras Kavanagh la sostiene a con un brazo, estoy apaciguado; quizá sí se preocupa por
Ana también.
—Buenos días, Christian —dice ella, su tono frío y condescendiente.
—Señorita Kavanagh. —Y lo que quiero decir es algo sarcástico sobre cómo finalmente está
mostrando algo de interés en su amiga, pero reprimo mi lengua.
—Christian, se llama Kate —dice Eliot con ligera irritación.
—Kate —murmuro, para ser cortés. Elliot abraza a Ana, sosteniéndola por un momento
demasiado largo.
—Hola, Ana —dice, sonriendo como un idiota.
Elliot se ríe.
—Hombre, eres un hijo de perra muy estirado. —Se pone su gorra de los Sounders sobre la
cara y se acomoda en su asiento para tomar una siesta.
Subo el volumen de la música.
¡Duerme con eso, Lelliot!
Sí. Envidio a mi hermano: su facilidad con las mujeres, su habilidad para dormir… y el hecho
de que no es el hijo de una perra.
La revisión de antecedentes de José Luis Rodriguez revela una multa por posesión de
marihuana. No hay nada en sus expedientes judiciales que tenga que ver con acoso sexual. Quizá
la noche anterior habría obtenido el primero si yo no hubiera intervenido. ¿Y el pequeño capullo
fuma hierba? Espero que no fume cerca de Ana y espero que ella tampoco fume, punto.
Al abrir el correo electrónico de Andrea, envío el acuerdo de confidencialidad a la impresora
en mi estudio en casa, en el Escala. Ana necesitará firmarlo antes de que le muestre mi cuarto de
juegos. Y, en un momento de debilidad, arrogancia, o quizá optimismo sin precedentes —no sé
cuál de todas—, escribo su nombre y dirección en mi contrato estándar para Dominante/Sumisa y
envío a imprimir eso también.
Hay un golpe en la puerta.
—Hola, pez gordo. Vamos de excursión —dice Elliot al otro lado.
Ah… el niño ha despertado de su siesta.
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El aroma a pino, tierra húmeda y primavera tardía es como bálsamo para mis sentidos. El
olor me recuerda a aquellos embriagadores días de mi infancia, corriendo por un bosque con Elliot
y mi hermana Mia bajo los observadores ojos de nuestros padres adoptivos. La calma, el espacio,
la liberad… el crujir de agujas de pino secas bajo nuestros pies.
Aquí en las grandiosas afueras yo podía olvidar.
Este era un refugio para mis pesadillas.
Elliot parlotea, necesitando solo mi ocasional gruñido para seguir hablando. Mientras nos
abrimos paso por el camino empedrado del Willamette, mi mente divaga hacia Anastasia. Por
primera vez en un largo tiempo, tengo una dulce sensación de anticipación. Estoy emocionado.
¿Aceptará mi propuesta?
La imagino durmiendo a mi lado, suave y pequeña… y mi polla se retuerce con expectación.
Podría haberla despertado y follado en ese momento…. Qué novedad habría sido.
La follaré cuando sea el momento.
La follaré atada y con su brillante boca tapada.
Clayton’s está en calma. El último cliente se fue hace cinco minutos. Y estoy esperando, de
nuevo, golpeteando mis dedos contra mis muslos. La paciencia no es mi fuerte. Incluso la larga
caminata con Elliot el día de hoy no ha podido amainar mi inquietud. Él está cenando con Kate
está noche en el Heathman. Dos citas en noches consecutivas no son su estilo usual.
De repente, las luces fluorescentes dentro de la tienda destellan, la puerta se abre y Ana
sale a la tranquila noche de Portland. Mi corazón empieza a martillear. Esto es: o el principio de
una nueva relación, o el principio del final. Ella se despide con la mano de un joven que la
acompaña. No es el mismo hombre que conocí la última vez que estuve aquí, es alguien nuevo. Él
la observa caminar hacia el auto, sus ojos en su trasero. Taylor me distrae al hacer un movimiento
para salir del auto, pero lo detengo. Esto es mío. Cuando salgo del auto sosteniendo la puerta
abierta para ella, el nuevo tipo está cerrando la tienda y ya no se come con los ojos la señorita
Steele.
Sus labios se curvan en una tímida sonrisa mientras se acerca, su cabello en una desenvuelta
cola de caballo que danza con la brisa nocturna.
—Buenas noches, señorita Steele.
—Señor Grey —dice. Está vestida con jeans negros… Jeans, de nuevo. Saluda a Taylor
cuando se sienta en el asiento trasero del auto.
Una vez que estoy a su lado, agarro su mano, mientras Taylor conduce hacia el camino vacío
y se dirige al helipuerto de Portland.
—¿Cómo ha ido el trabajo? —pregunto, disfrutando la sensación de su mano sobre la mía.
—Interminable —dice, su voz ronca.
—Sí, a mí también se me ha hecho muy largo.
¡Ha sido todo un infierno esperar el último par de horas!
—¿Qué has hecho? —pregunta.
—Fui de excursión con Elliot. —Su mano es cálida y suave. Ella mira a nuestros dedos
entrelazados y yo acaricio sus nudillos con mi pulgar una y otra vez. Su respiración se detiene y sus
ojos encuentran los míos. En ellos, veo su anhelo y deseo… y su sensación de anticipación. Solo
espero que acepte mi propuesta.
Afortunadamente, el camino al helipuerto es corto. Cuando salimos del auto, tomo su mano
de nuevo. Parece un poco perpleja.
Ah. Debe estarse preguntando dónde estará el helicóptero.
—¿Preparada? —pregunto. Ella asiente y la conduzco al edificio, hacia el ascensor. Ella me
muestra una rápida mirada cómplice.
Está recordando el beso de esta mañana, pero… yo también.
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—Son solo tres pisos —murmuro.
Cuando entramos, tomo una nota mental de follarla en un ascensor algún día. Eso, si accede
a mi trato.
En el techo, Charlie Tango, recién llegado de Boeing Field, está preparado y listo para volar,
aunque no hay señal de Stephan, quien lo trajo aquí. Pero Joe, quien dirige el helipuerto de
Portland, está en la oficina. Me saluda cuando lo veo. Es mayor que mi abuelo, y lo que no sabe
sobre volar no vale la pena saberlo; voló Sikorskys en Corea para una evacuación de emergencia y,
amigo, sí que tiene buenas historias que te ponen los pelos de punta.
—Aquí tiene su plan de vuelo, señor Grey —dice Joe, su voz grave revelando su edad—. Lo
hemos revisado todo. Está listo, esperándole, señor. Puede despegar cuando quiera.
—Gracias, Joe.
Una rápida mirada Ana me dice que está emocionada… y también yo. Esta es una novedad.
—Vamos. —Con su mano en la mía una vez más, conduzco a Ana sobre el helipuerto hacia
Charlie Tango. El Eurocóptero más seguro en su clase y todo un deleite para volar. Es mi orgullo y
alegría. Sostengo la puerta abierta para Ana; ella se sube y yo voy detrás de ella.
—Por aquí —ordeno, señalando hacia el asiento del pasajero en la parte de adelante—.
Siéntate. Y no toques nada. —Estoy maravillado cuando hace lo que le he dicho.
Una vez en su asiento, examina el despliegue de instrumentos con una mezcla de asombro y
entusiasmo. Inclinándome a su lado, la aseguro con el cinturón de seguridad, intentando no
imaginarla desnuda mientras lo hago. Me tomo un poco más del tiempo necesario porque esta
puede ser mi última oportunidad de estar así de cerca de ella, mi última oportunidad de inhalar su
dulce y provocativo aroma. Una vez que sepa sobre mis predilecciones, puede que salga
corriendo… por otro lado, puede que acoja el estilo de vida. Las posibilidades que esto acarrea en
mi mente son casi abrumadoras. Ella me está observando atentamente, está tan cerca… tan
adorable. Aprieto la última cinta. No irá a ningún lado. No por una hora, al menos.
Reprimiendo mi animosidad, susurro:
—Estás segura. No puedes escaparte. —Inhala fuertemente—. Respira, Anastasia —añado, y
acaricio su mejilla. Sosteniendo su barbilla, me inclino y la beso rápidamente—. Me gusta este
arnés —murmuro. Quiero decirle que tengo otros, en cuero, en los cuales me gustaría verla atada
y suspendida en el techo. Pero, me comporto, me siento y me abrocho el cinturón.
—Ponte los cascos. —Señalo a los auriculares frente a Ana—. Estoy haciendo todas las
comprobaciones previas al vuelo. —Todos los instrumentos lucen bien. Presiono el acelerador a
1500 rpm, el transponedor a estado de espera y enciendo las luces. Todo está listo y preparado
para volar. .
—¿Sabes lo que haces? —pregunta maravillada. Le informo que he sido un piloto calificado
por cuatro años. Su sonrisa es contagiosa.
—Estás a salvo conmigo —la tranquilizo, y añado—: Bueno, mientras estemos volando. —Le
guiño el ojo, ella sonríe y me encuentro deslumbrado.
—¿Lista? —pregunto, y no puedo creer realmente lo emocionado que estoy de tenerla aquí
a mi lado.
Asiente con la cabeza.
Hablo a la torre, están despiertos, y acelero a 2000 rpm. Una vez que nos dan vía libre, hago
las revisiones finales. La temperatura del aceite está a 104. Bien. Incremento la presión de la
válvula de admisión a 14, el motor a 2500 rpm, y empujo el acelerador. Y como la elegante ave
que es… Charlie Tango se eleva en el aire.
Anastasia jadea mientras el piso desaparece bajo nosotros, pero no habla, embelesada por
las luces nocturnas de Portland. Pronto, estamos sumidos en la oscuridad; la única luz emana de
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los instrumentos frente a nosotros. El rostro de Ana está iluminado por el brillo rojo y verde
mientras mira la noche.
—Inquietante, ¿verdad?
Aunque, no lo creo. Para mí, es un alivio. Nada puede hacerme daño aquí.
Estoy a salvo y escondido en la oscuridad.
—¿Cómo sabes que vas en la dirección correcta? —pregunta Ana.
—Aquí —señalo al panel. No quiero aburrirla hablando de reglas instrumentales de vuelo,
pero el hecho es que todo el equipamiento frente a mí nos guía hacia nuestro destino: el indicador
de inclinación, el altímetro, el VSI y, por supuesto, el GPS. Le cuento sobre Charlie Tango y cómo es
que está equipado para volar de noche.
Ana me mira, maravillada.
—En mi edificio hay un helipuerto. Allí nos dirigimos.
Miro de vuelta al panel, revisando los datos. Esto es lo amo: el control, mi seguridad y
bienestar recayendo en mi dominio de la tecnología frente a mí.
—Cuando vuelas de noche, no ves nada. Tienes que confiar en los aparatos —le digo.
—¿Cuánto durará el vuelo? —pregunta, un poco jadeante.
—Menos de una hora… tenemos el viento a favor. —La miro de nuevo—. ¿Estás bien,
Anastasia?
—Sí —dice, su voz raramente abrupta.
¿Está nerviosa? O quizá está lamentando su decisión de estar aquí conmigo. El pensamiento
es desconcertante. No me ha dado una oportunidad. Me encuentro distraído por el control de
tráfico aéreo por un momento. Luego, cuando despejamos, veo a Seattle en la distancia, un farol
centellando en la oscuridad.
—Mira. Aquello es Seattle. —Dirijo la atención de Ana hacia las brillantes luces.
—¿Siempre impresionas así a las mujeres? ―¿Ven a dar una vuelta en mi helicóptero?‖
—Nunca he subido a una mujer al helicóptero, Anastasia. También esto es una novedad.
¿Estás impresionada?
—Me siento sobrecogida, Christian —susurra.
—¿Sobrecogida? —Mi sonrisa es espontánea. Y recuerdo a Grace, mi madre, acariciando mi
cabello mientras yo leía en voz alta El una vez y futuro rey.
―Christian, eso es maravilloso. Estoy sobrecogida, cariño.”
Yo tenía siete años y apenas había comenzado a hablar.
—Lo haces todo… tan bien —continúa Ana.
—Gracias, señorita Steele. —Mi cara se calienta por el placer de su inesperado elogio.
Espero que no lo note.
—Está claro que te divierte —dice un rato después.
—¿Qué cosa?
—Volar.
—Exige control y concentración. —Dos cualidades que disfruto mucho—. ¿Cómo no iba a
encantarme? Aunque lo que más me gusta es planear.
—¿Planear?
—Sí. Vuelo sin motor. Planeadores y helicópteros. Piloto las dos cosas.
¿Tal vez debería llevarla a planear?
Te estás adelantando, Grey.
¿Y desde cuando llevas a alguien a planear?
¿Desde cuándo traigo a alguien a volar en Charlie Tango?
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El cuerpo de entrenamiento aéreo me reconcentra en el camino de vuelo, deteniendo mis
pensamientos mientras nos acercamos a las afueras de Seattle. Estamos cerca. Y yo estoy más
cerca de saber si esto es un sueño imposible o no. Ana está mirando por la ventana, embelesada.
No puedo apartar mis ojos de ella.
Por favor, di que sí.
—Es bonito, ¿verdad? —pregunto, para que se gire y pueda ver su rostro. Lo hace, con una
enorme sonrisa que me endurece la polla—. Llegaremos en unos minutos —añado.
Repentinamente, la atmósfera en la cabina cambia y tengo una consciencia más aguda de
ella. Respirando profundamente, inhalo su aroma y siento la anticipación. La de Ana. La mía.
Mientras descendemos, llevo a Charlie Tango a través del área del centro hacia el Escala, mi
hogar, y el ritmo de mi corazón se acelera. Ana empieza a inquietarse. También está nerviosa.
Espero que no salga corriendo.
Cuando el helipuerto aparece a la vista, tomo otro profundo aliento.
Aquí vamos.
Aterrizamos suavemente y apago, observando las hojas del rotor ralentizar y detenerse.
Todo lo que podemos oír es el siseo de la estática en nuestros auriculares mientras estamos
sentados en silencio. Me quito los cascos, luego le quito a Ana los suyos.
—Hemos llegado —digo silenciosamente. Su rostro es pálido al brillo de las luces de
aterrizaje, sus ojos iluminados.
Buen Dios, es hermosa.
Me desabrocho el arnés y me estiro para hacerlo con el suyo.
Me mira de soslayo. Confiada. Joven. Dulce. Su delicioso aroma es casi mi ruina.
¿Puedo hacer esto con ella?
Es una adulta.
Puede tomar sus propias decisiones.
Y quiero que me mire de esta manera una vez que me conozca… que sepa de lo que soy
capaz.
—No tienes que hacer nada que no quieras hacer. Lo sabes, ¿verdad? —Ella debe entender
esto. Quiero su sumisión pero, más que eso, quiero su consentimiento.
—Nunca haría nada que no quisiera hacer, Christian. —Suena sincera y quiero creerle. Con
aquellas tranquilizadoras palabras haciendo eco en mi cabeza, me bajo y abro la puerta, luego
salto hacia el helipuerto. Tomo su mano mientras sale del helicóptero. El viento hace revolotear su
cabello alrededor de su cara y luce ansiosa. No sé si es porque está aquí conmigo, sola, o porque
estamos a treinta pisos de altura. Sé que es una sensación vertiginosa estar aquí arriba.
—Vamos. —Envolviendo mi brazo alrededor de ella para escudarla del viento, la guío hacia
el ascensor.
Ambos estamos silenciosos mientras hacemos nuestro corto paseo hacia el pent-house. Ella
usa una camisa verde pálido bajo su chaqueta negra. Le queda bien. Tomo una nota mental de
incluir azules y verdes en la ropa que le daré si accede a mis términos. Debería estar mejor vestida.
Sus ojos encuentran los míos en los espejos del ascensor cuando las puertas se abren en mi
apartamento.
Me sigue a través del vestíbulo, por el corredor y hacia la sala.
—¿Me das la chaqueta? —pregunta. Ana sacude la cabeza y aprieta las solapas para
enfatizar que quiere quedarse con su chaqueta puesta.
De acuerdo.
—¿Quieres tomar una copa? —Intento un acercamiento diferente y decido que necesito
beber para estabilizar mis nervios.
¿Por qué estoy tan nervioso?
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Porque la deseo...
—Voy a tomar una copa de vino blanco. ¿Quieres una?
—Sí, por favor —dice ella.
En la cocina, me quito la chaqueta y abro el enfriador de vinos. Un sauvignon blanc sería un
buen rompehielos. Sacando un útil Pouilly-Fumé, veo a Ana aparecer a través de las puertas del
balcón a la vista. Cuando se da vuelta y camina hacia la cocina, me pregunto si estaría feliz con el
vino que he seleccionado.
—No sé nada sobre vinos, Christian. Estoy segura de que será perfecto. —Ella suena tenue.
Mierda. Esto no va bien. ¿Está abrumada? ¿Eso es todo?
Vierto dos copas y camino hacia donde permanece de pie en medio de mi sala de estar,
viéndose como un cordero directo a ser sacrificado. Se ha ido la mujer despampanante. Parece
perdida.
Como yo...
—Toma. —Le entrego la copa, y ella inmediatamente toma un sorbo, cerrando los ojos ante
la obvia apreciación del vino. Cuando baja la copa, sus labios están húmedos.
Buena elección, Grey.
—Estás muy callada, y ni siquiera te has puesto roja. De hecho, creo que nunca te había
visto tan pálida, Anastasia. ¿Tienes hambre?
Ella niega con la cabeza y toma otro sorbo. Tal vez también está necesitada de un poco de
coraje líquido.
—Qué casa tan grande —dice, con voz tímida.
—¿Grande?
—Grande.
—Es grande. —No hay discusión con eso; es de más de diez mil pies cuadrados.
—¿Tocas? —Ella ve hacia el piano.
—Sí.
—¿Bien?
—Sí.
—Por supuesto que sí. ¿Hay algo que no puedas hacer bien?
—Sí... un par de cosas.
Cocinar.
Contar chistes.
Tener una conversación libre y fácil con una mujer que me atrae.
Ser tocado...
—¿Quieres sentarte? —Gesticulo hacia el sofá. Un enérgico asentimiento me dice que
quiere. Tomando su mano, la llevo allí, y ella se sienta, dándome una mirada pícara.
—¿Qué es tan divertido? —pregunto, mientras tomo asiento a su lado.
—¿Por qué me regalaste precisamenteTess,la de los d'Urberville?
Oh. ¿A dónde está yendo esto?
—Bueno, me dijiste que te gustaba Thomas Hardy.
—¿Es esa la única razón?
No quiero decirle que tiene mi primera edición, y que esa era una mejor opción que Jude el
Oscuro.
—Me pareció apropiado. Yo podría llevarte a alcanzar cierto ideal muy imposible de lograr
como Angel Clare, o corromperte del todo como Alec d'Urberville. —Mi respuesta es lo
suficientemente veraz y tiene una cierta ironía en la misma. Lo que voy a proponer, sospecho, será
muy lejos de sus expectativas.
—Si solo hay dos opciones, elijo la corrupción —susurra.
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Maldita Sea. ¿No es eso lo que quieres, Grey?
—Anastasia, deje de morderte el labio, por favor. Me estás distrayendo. No sabes lo que
estás diciendo.
—Es por eso que estoy aquí —dice ella, sus dientes dejando pequeñas hendiduras en el
labio inferior húmedo con vino.
Y ahí está ella: desarmada una vez más, sorprendiéndome a cada paso. Mi pene está de
acuerdo.
Estamos cortando por lo sano en este acuerdo, pero antes de explorar los detalles,
necesitamos que firme el ADC. Me excuso y me dirijo a mi estudio. El contrato y el ADC están listos
en la impresora. Dejando el contrato sobre mi escritorio —no sé si alguna vez lleguemos a eso—,
engrapo el ADC y regreso con Ana.
—Este es un acuerdo de confidencialidad. —Lo pongo en la mesa de café en frente de ella.
Se ve confundida y sorprendida—. Mi abogado insiste en eso —agrego—. Si eliges la opción dos,
corrupción, tendrás que firmar esto.
—¿Y si no quiero firmar nada?
—Entonces te quedas con los altos ideales de Ángel Clare, bien, la mayor parte del libro de
todos modos. —Y no voy a ser capaz de tocarte. Te enviaré a casa con Stephan, y haré mi mejor
esfuerzo para olvidarte. Mis hongos para la ansiedad; este acuerdo podría enviar todo a la mierda.
—¿Qué implica este acuerdo?
—Implica que no puedes revelar nada de lo que suceda entre nosotros. Nada a nadie.
Ella busca en mi cara y no sé si está confundida o disgustada.
Esto podría ir en cualquier dirección.
—De acuerdo. Firmaré —dice ella.
Bueno, eso fue fácil. Le entrego mi Mont Blanc y coloca la pluma en la línea de la firma.
—¿Ni siquiera vas a leerlo? —pregunto, repentinamente molesto.
—No.
—Anastasia, debes leer siempre todo lo que firmes. —¿Cómo puede ser tan tonta? ¿Acaso
sus padres no le enseñaron nada?
—Christian, lo que no puedes entender es que no hablaría de nosotros en ningún caso con
nadie. Ni siquiera con Kate. Así que da lo mismo si firmo un acuerdo o no. Si significa tanto para ti,
o tu abogado, con quien tú obviamente hablas de mí, entonces está bien. Firmaré.
Tiene una respuesta para todo. Es refrescante.
—Buena puntualización, señorita Steele —digo secamente.
Con una rápida mirada de desaprobación, firma.
Y antes de que pueda comenzar mi discurso, me pregunta:
—¿Quiere decir eso que vas a hacerme el amor esta noche, Christian?
¿Qué?
¿Yo?
¿Hacer el amor?
Oh, Grey, vamos a desengañarla inmediatamente.
—No, Anastasia, no quiere decir eso. En primer lugar, yo no hago el amor. Yo follo… duro.
Ella jadea. Eso la hizo pensar.
—En segundo lugar, tenemos mucho más papeleo que arreglar. Y en tercer lugar, todavía no
sabes de lo que se trata. Todavía podrías salir corriendo.Ven, quiero mostrarte mi cuarto de
juegos.
Está perpleja, una pequeña v formándose entre sus cejas.
—¿Quieres jugar con tu Xbox?
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Me río a carcajadas.
Oh, nena.
—No, Anastasia, ni con el Xbox, ni el PlayStation. Ven. —De pie, le ofrezco mi mano, que
toma de buena gana. La dirijo al pasillo y hacia arriba por las escaleras, donde me detengo en la
puerta de mi cuarto de juegos, mi corazón martillando en mi pecho.
Esto es. Matar o morir. ¿Alguna vez he estado tan nervioso? Al darme cuenta que mis
deseos dependen de girar esta llave, abro la puerta, y en ese momento necesito tranquilizarla.
—Puedes irte en cualquier momento. El helicóptero está listo, esperando para llevarte a
donde quieras ir; puedes pasar la noche aquí y volver a tú casa por la mañana. Lo que decidas, está
bien.
—Abre la maldita puerta de una vez, Christian —dice con una expresión testaruda y con sus
brazos cruzados.
Esta es una encrucijada. No quiero que corra. Pero nunca me he sentido así de expuesto.
Incluso en manos de Elena... y sé que es porque ella no sabe nada sobre éste estilo de vida.
Abro la puerta y la sigo dentro mi cuarto de juegos.
Mi lugar seguro.
El único lugar en el que realmente soy yo mismo.
Ana se encuentra en medio del cuarto, estudiando toda la parafernalia que es una parte tan
importante de mi vida: los látigos, los bastones, la cama, la banca... Está en silencio, observando
todo, y todo lo que escucho es el latido ensordecedor de mi corazón mientas la sangre se precipita
más allá de mis tímpanos.
Ahora ya lo sabes.
Este soy yo.
Ella se da vuelta y me muestra una mirada penetrante mientras espero a que diga algo, pero
prolonga mi agonía y camina más en la habitación, obligándome a seguirla.
Sus dedos se arrastran sobre un látigo de gamuza, uno de mis favoritos. Le digo cómo se
llama, pero ella no responde. Se acerca a la cama, con las manos explorando, sus dedos corriendo
sobre uno de los pilares tallados.
—Di algo —le pido. Su silencio es insoportable. Necesito saber si está de acuerdo.
—¿Haces esto a la gente o te lo hacen a ti?
¡Por fin!
—¿A la gente? —Quiero resoplar—. Hago esto a mujeres que quieren que se lo haga.
Está dispuesta a dialogar. Hay esperanza.
Ella frunce el ceño.
—Si tienes voluntarias dispuestas, ¿por qué estoy aquí?
—Porque quiero hacer esto contigo, lo deseo. —Visiones de ella atada en diversas
posiciones alrededor del cuarto abruman a mi imaginación; en la cruz, en la cama, sobre la banca...
—Oh —dice, y se pasea por la banca. Mis ojos se sienten atraídos por sus dedos inquisitivos
acariciando el cuero. Su toque es curioso, lento y sensual; ¿siquiera es consciente de eso?
—¿Eres un sádico? —dice, sobresaltándome.
Mierda. Ella me ve.
—Soy un Amo —digo rápidamente, esperando cambiar de conversación.
—¿Qué significa eso? —interroga, sorprendida, creo.
—Significa que quiero que te rindas a mí en todo voluntariamente.
—¿Por qué haría eso?
—Para complacerme —le susurro. Esto es lo que necesito de ti—. En términos muy simples,
quiero que quieras complacerme.
—¿Cómo puedo hacer eso? —Suspira.
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—Tengo reglas, y quiero que cumplas con ellas. Son para tu beneficio y para mi placer. Si
sigues estas reglas para complacerme, te recompensaré. Si no lo haces, deberé castigarte, y
aprenderás.
Y no puedo esperar para entrenarte. En todos los sentidos.
Se queda mirando a los bastones detrás de la banca.
—Y, ¿en qué momento entra todo esto en juego? —Ondea con la mano a sus alrededores.
—Todo esto es parte del paquete de incentivos. Tanto la recompensa, como el castigo.
—Entonces disfrutarás ejerciendo tu voluntad sobre mí.
Al clavo, Señorita Steele.
—Se trata de ganar tu confianza y tu respeto, de esa manera me dejarás ejercer mi voluntad
sobre ti. —Necesito tu permiso, nena—. Ganaré una gran cantidad de placer, incluso alegría, en tu
sumisión. Cuanto más te sometas, mayor es mi alegría, es una ecuación muy simple.
—De acuerdo, ¿y que gano yo con todo esto?
—A mí. —Me encojo de hombros. Eso es, nena. Solo a mí. Todo de mí. Y tú también
encontrarás placer...
Sus ojos se abren fraccionadamente mientas me mira fijamente, sin decir nada. Es
exasperante.
—Anastasia, no hay manera de saber lo que piensas. Volvamos abajo, así podré
concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.
Le extiendo mi mano y, por primera vez,ella ve de mi mano a mi cara, indecisa.
Mierda.
La he asustado.
—No voy a hacerte daño, Anastasia.
Tentativamente pone su mano en la mía. Estoy eufórico. Ella no ha huido.
Aliviado, decido mostrarle el dormitorio de la sumisa.
—Quiero mostrarte algo, por si aceptas. —La llevo por el pasillo—. Esta será tu habitación.
Puedes decorarla como gustes, tener lo que quieras aquí.
—¿Mi habitación? ¿Estás esperando que me mude aquí? —chirría con incredulidad.
Bueno. Tal vez debería haber dejado esto para más tarde.
—A vivir no —le aseguro—. Solo, digamos, de la noche del viernes a domingo. Tenemos que
hablar de todo eso. Negociar. Si deseas hacer esto.
—¿Dormiré aquí?
—Sí.
—No contigo.
—No. Te lo dije, no duermo con nadie, solo contigo te has emborrachado hasta perder el
sentido
—¿Dónde duermes?
—Mi habitación está bajando las escaletas. Vamos, debes tener hambre.
—Extrañamente, me parece que he perdido el apetito —declara, con su obstinada
expresión familiar.
—Anastasia, tienes que comer.
Sus hábitos alimenticios serán una de las primeras cuestiones que trabajaré si ella está de
acuerdo en ser mía... eso, y su inquietud.
¡Deja de adelantarte a los hechos, Grey!
—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, Anastasia, y
por eso quiero de verdad que te lo pienses bien.
Ella me sigue abajo a la sala una vez más.
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—Seguro que tienes cosas que preguntarme. Has firmado el acuerdo de confidencialidad,
así que puedes preguntarme lo que quieras y te contestaré.
Si esto va a funcionar, ella va a tener que comunicarse. En la cocina, abro el refrigerador y
encuentro un gran plato de queso y algunas uvas. Gail no esperaba que tuviera compañía, y esto
no es suficiente... Me pregunto si debo pedir un poco de comida a domicilio. ¿O tal vez salir con
ella?
Como en una cita.
Otra cita.
No quiero generar altas expectativas como esas.
No tengo citas.
Solo con ella...
El pensamiento es irritante. Hay baguette en la canasta de pan. Pan y queso tendrán que
ser. Además, ella dice que no tiene hambre.
—Siéntate. —Señalo uno de los taburetes y Ana se sienta y me da una mirada fija a los ojos.
—Has hablado de papeleo —dice ella.
—Sí.
—¿Que papeleo?
—Bueno, aparte del acuerdo de confidencialidad, un contrato estipulando lo que haremos y
lo que no haremos. Tengo que saber cuáles son tus límites, y tútienes que saber cuáles son los
míos. Se trata de un consenso, Anastasia.
—¿Y si no quiero hacer esto?
Mierda.
—Eso está bien —miento.
—Pero, ¿no tendríamos ningún tipo de relación?
—No.
—¿Por qué?
—Este es el único tipo de relación que me interesa.
—¿Por qué?
—Esta es la manera que soy.
—¿Cómo llegaste a ser de esta manera?
—¿Por qué cualquiera es de la manera en que es? Eso es un poco difícil de contestar. ¿Por
qué a algunas personas les gusta el queso y otras personas lo odian? ¿Te gusta el queso? La Sra.
Jones, mi ama de llaves, ha dejado esto para una cena tardía. —Pongo el plato delante de ella.
—¿Cuáles son las reglas que tengo que seguir?
—Las tengo por escrito. Las veremos una vez que hayamos comido.
—Realmente no tengo hambre —susurra.
—Comerás.
La mirada que me da es desafiante.
—¿Quieres otra copa de vino? —pregunto, como ofrenda de paz.
—Sí, por favor.
Vierto el vino en su copa y me siento a su lado.
—Te sentará bien alimentarte, Anastasia.
Toma unas cuantas uvas.
¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
—¿Hace mucho que estás metido en esto? —pregunta.
—Sí.
—¿Es fácil encontrar mujeres que quieran hacer esto?
Oh, si supieras.
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—Te sorprenderías. —Mi tono es irónico.
—Entonces, ¿por qué yo? Realmente no entiendo. —Ella está totalmente desconcertada.
Nena, eres hermosa. ¿Por qué no iba a querer hacer esto contigo?
—Anastasia, te he dicho. Hay algo acerca de ti. No puedo dejarte en paz. Soy como una
polilla atraída por la luz. Te deseo demasiado, sobre todo ahora, cuando te estás mordiendo el
labio de nuevo.
—Creo que tienes ese cliché al revés, del lado equivocado —dice en voz baja, y esa es una
confesión inquietante.
—¡Come! —ordeno, para cambiar de tema.
—No. No he firmado nada todavía, así que creo que abusaré de mi libre albedrío por un
tiempo más, si eso está bien contigo.
Oh... su boca inteligente.
—Como quiera, señorita Steele. —Y oculto mi sonrisa.
—¿Cuántas mujeres? —pregunta, y revienta una uva dentro de esa boca.
—Quince. —Tengo que mirar hacia otro lado.
—¿Durante largos períodos de tiempo?
—Algunas sí.
—¿Alguna vez has herido a alguna?
—Sí.
—¿Grave?
—No. —Dawn estaba bien, aunque un poco sacudida por la experiencia. Y, para ser
honesto, yo también lo estaba.
—¿Me harás daño a mí?
—¿Qué quieres decir?
—Físicamente, ¿quieres hacerme daño?
Solo lo que puedas soportar.
—Te castigaré cuando lo necesites, y será doloroso.
Por ejemplo, cuando te emborraches y te pongas en riesgo.
—¿Alguna vez te han golpeado? —pregunta.
—Sí.
Muchas, muchas veces. Elena era diabólicamente hábil con un bastón. Es el único contacto
que podía tolerar.
Sus ojos se abren ampliamente y pone las uvas sin comer en su plato y toma otro sorbo de
vino. Su falta de apetito es irritante y está afectando el mío. Tal vez debería hacerle frente y
mostrarle las reglas.
—Vamos a discutir esto en mi estudio. Quiero mostrarte algo.
Ella me sigue y se sienta en la silla de cuero frente a mi escritorio mientras me apoyo contra
él con los brazos cruzados.
Esto es lo que quiere saber. Es una bendición que esté curiosa, ella no ha corrido todavía.
Dado que el contrato descansa sobre mi escritorio, tomo una de las páginas y se la doy.
—Estas son las normas. Podemos cambiarlas. Forman parte del contrato, que también te
daré. Léelas y las comentamos.
Sus ojos escanean la página.
—¿Límites infranqueables? —pregunta.
—Sí. Lo que no harás, lo que no haré, tenemos que especificarlo en nuestro acuerdo.
—No estoy segura de que vaya a aceptar dinero para ropa. No me parece bien.
—Quiero gastar dinero en ti. Déjame comprarte algo de ropa. Es posible que necesite que
me acompañes a los eventos.
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Grey, ¿qué estás diciendo? Esta sería una primera vez.
—Y quiero que vistas bien. Estoy seguro de que tu salario, cuando consigas un trabajo, no
cubrirá el tipo de ropa que me gustaría que uses.
—¿No tengo que usarla cuando no esté contigo?
—No.
—De acuerdo. No quiero hacer ejercicio cuatro veces a la semana.
—Anastasia, te necesito flexible, fuerte y con resistencia. Confía en mí, tienes que
ejercitarte.
—Pero seguramente no cuatro veces a la semana. ¿Qué tal tres?
—Quiero que sean cuatro.
—¿Pensé que esto era una negociación?
Una vez más, ella está desarmándome, restregándome mi mierda.
—Muy bien, Señorita Steele, otro punto bien anotado. ¿Qué te parece una hora tres días
por semana, y media hora otro día?
—Tres días, tres horas. Tengo la impresión de que vas a mantenerme ejercitada cuando esté
aquí.
Oh, eso espero.
—Sí, lo haré. Bien, estoy de acuerdo. ¿Estás segura de que no quieres hacer las prácticas en
mi empresa? Eres buena negociando.
—No, no creo que esa sea una buena idea.
Por supuesto que tiene razón. Y esa es mi regla número uno: Nunca follar con el personal.
—Así que, los límites. Estos son los míos. —Le entrego la lista.
Esto es, todo o nada. Conozco mis límites de memoria, y mentalmente marco la casilla de la
lista mientras la veo leer. Su cara se pone más y más pálida mientras se acerca al final.
Maldita sea, espero que esto no la asuste demasiado.
La deseo. Quiero su sumisión... demasiado. Ella traga, mirando nerviosamente hacia mí.
¿Cómo puedo convencerla de intentarlo? Debería tranquilizarla, demostrarle que soy capaz de
cuidarla.
—¿Hay algo que te gustaría agregar?
En el fondo, espero que no agregue nada. Quiero carta abierta con ella. Me mira, todavía sin
palabras. Es irritante. No estoy acostumbrado a esperar por respuestas.
—¿Hay algo que no quieras hacer? —La apresuro.
—No lo sé.
No es la respuesta que estaba esperando.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes?
Ella se mueve en su asiento, luciendo incómoda, sus dientes jugando con su labio inferior.
Una vez más.
—Nunca he hecho algo como esto.
Infiernos, por supuesto que no.
Paciencia, Grey. Por el amor de Dios. Le has lanzado una gran cantidad de información.
Continúo con mi suave enfoque. Esto es nuevo.
—Bueno, ¿ha habido algo que no te ha gustado hacer en el sexo?—Y me acuerdo del
fotógrafo hurgando todo sobre ella ayer.
Ella destella y mi interés se despierta. ¿Qué ha hecho que no le gustó? ¿Es aventurera en la
cama? Parece tan… inocente. Normalmente, eso no me parece atractivo.
—Puedes decírmelo, Anastasia. Si no somos sinceros, no va a funcionar.—Realmente tengo
que animarla a relajarse, ni siquiera hablará acerca del sexo. Se retuerce de nuevo y mira
fijamente a sus dedos.
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Vamos, Ana.
—Dime —ordeno. Dulce Señor, ella es frustrante.
—Bueno… nunca he tenido relaciones sexuales, así que no sé —susurra.
La tierra deja de girar.
Maldita sea, no creo eso.
¿Cómo?
¿Por qué?
¡Mierda!
—¿Nunca? —Estoy incrédulo.
Ella niega con la cabeza, con los ojos muy abiertos.
—¿Eres virgen? —Yo no lo creo.
Asiente, avergonzada. Cierro los ojos. No puedo mirarla.
¿Cómo demonios se puso esto tan complicado?
La ira se precipita a través de mí. ¿Qué puedo hacer con una virgen? Miro hacia ella mientras
la furia surge a través de mi cuerpo.
—¿Por qué mierda no me lo dijiste? —gruño, y empiezo a pasear en mi estudio. ¿Qué quiero
con una virgen? Ella se encoge de hombros como disculpándose, ante la pérdida de palabras.
—No entiendo por qué no me lo dijiste. —La desesperación es evidente en mi voz.
—El tema nunca se presentó —dice—. No tengo por costumbre ir contando por ahí mi vida
sexual. Además… apenas nos conocemos.
Como siempre, es un punto a su favor. No puedo creer que le haya dado el recorrido a mi
cuarto de juegos, gracias al cielo por el ADC.
—Bueno, ahora sabes mucho más acerca de mí —resoplo—. Sabía que eras inexperta, pero,
¡una virgen! Diablos, Ana, acabo de mostrarte...
No solo el cuarto de juegos: mis reglas, mis límites infranqueables. Ella no sabe nada. ¿Cómo
podría hacer esto?
—Que Dios me perdone —murmuro en voz baja. Estoy tan perdido.
Un pensamiento sorprendente se me ocurre, nuestro primer beso en el ascensor, donde
podría haberla follado justo allí y entonces, ¿fue ese su primer beso?
—¿Alguna vez te han besado, aparte de por mí? —Por favor, di que sí.
—Por supuesto. —Se ve ofendida. Sí, ha sido besada, pero no a menudo. Y por alguna razón,
el pensamiento es... placentero.
—Y, algún joven agradable, ¿no se ha tirado a tus pies? Es solo que no entiendo. Tienes
veintiún años, casi veintidós años. Eres hermosa. —¿Por qué ningún tipo la ha llevado a la cama?
Mierda, tal vez es religiosa. No, Welch lo habría descubierto. Ella mira hacia abajo a sus
dedos, y creo que está sonriendo. ¿Piensa que esto es gracioso? Podría patearme a mí mismo.
—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia?
Me faltan las palabras. ¿Cómo puede ser esto posible?
—¿Cómo has evitado el sexo? Cuéntame, por favor. —Porque no lo entiendo. Está en la
universidad, y de lo que recuerdo de la universidad, todos los chicos estaban follando como
conejos.
Todos ellos. Excepto yo.
El pensamiento es uno oscuro, pero lo empujo a un lado por el momento.
Ana se encoge de hombros, sus pequeños hombros levantándose ligeramente.
—Nadie realmente, ya sabes... —Ella se apaga.
¿Nadie qué? ¿Ha visto cuán atractiva eres? Nadie estuvo altura de sus expectativas, ¿y yo sí?
¿Yo?
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Ella realmente no sabe nada. ¿Cómo podría ser una sumisa si no tiene ni idea sobre el sexo?
Esto no va a pasar... y todo el trabajo preliminar que he hecho ha sido en vano. No puedo cerrar
este trato.
—¿Por qué estás tan enojado conmigo? —susurra.
Por supuesto, ella pensaría eso. Haz esto bien, Grey.
—No estoy enojado contigo, estoy enojado conmigo mismo. Simplemente asumí… —¿Por
qué infiernos estaría enojado contigo? Esto es un desastre. Paso mis manos a través de mi cabello,
tratando de refrenar mi temperamento.
—¿Quieres irte? —pregunto, preocupado.
—No a menos que quieras que me vaya —dice suavemente, su voz teñida con pesar.
—Por supuesto que no. Me gusta tenerte aquí.
La afirmación me sorprende mientras la digo. Me gusta tenerla aquí. Estar con ella. Es tan…
diferente. Y quiero follarla, y azotarla, y ver su piel alabastro volverse color rosa bajo mis manos.
Eso está fuera de discusión ahora ¿Verdad? Quizás no el follar… quizás podría. El pensamiento es
una revelación. Puedo llevarla a la cama. Quebrarla. Sería una nueva experiencia para ambos.
¿Querría ella? Me había preguntado antes si iba a hacerle el amor. Podría tratar, sin atarla.
Pero ella podría tocarme.
Joder. Bajo la mirada a mi reloj y noto la hora. Es tarde. Cuando vuelvo a mirarla, la visión de
ella jugando con su labio inferior me excita.
Aún la deseo, a pesar de su inocencia. ¿Podría llevarla a la cama? ¿Querría ella, sabiendo lo
que sabe sobre mí ahora? Infiernos, no tengo idea. ¿Debería preguntarle? Pero me está excitando,
mordiendo su labio otra vez. Lo señalo y se disculpa.
—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo… duro.
Su respiración se engancha.
Oh. Quizás está interesada. Sí. Vamos a hacerlo. Mi decisión está tomada.
—Ven —ofrezco, tendiendo mi mano.
—¿Qué?
—Vamos a rectificar tu situación ahora.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué situación?
—Tu situación, Ana. Voy a hacerte el amor, ahora.
—Oh.
—Eso si tú quieres. Quiero decir, no quiero presionar a mi suerte.
—Creí que tú no hacías el amor. Creí que follabas duro —dice, su voz ronca y tan
malditamente seductora, sus ojos abiertos, pupilas dilatadas. Sonrojada con el deseo. Quiere esto
también.
Y una emoción totalmente inesperada se despliega en mi interior.
—Puedo hacer una excepción, o quizá combinar las dos cosas. Ya veremos. De verdad
quiero hacerte el amor. Ven a la cama conmigo, por favor. Quiero que nuestro acuerdo funcione,
pero tienes que hacerte una idea de dónde estás metiéndote. Podemos empezar tu
entrenamiento esta noche… con lo básico. No quiere decir que venga con flores y corazones. Es un
medio para llegar a un fin,pero quiero ese fin y espero que tú lo quieras también.
Las palabras se precipitan en un torrente.
¡Grey! ¡Contrólate!
Sus mejillas se sonrojan.
Vamos, Ana, sí o no. Estoy muriendo aquí.
—Pero no he hecho todas las cosas que requieres en tu lista de normas. —Su voz es tímida.
¿Está asustada? Espero que no. No quiero que esté asustada.
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—Olvídate de las reglas. Olvida todos esos detalles por esta noche. Te deseo. Te he deseado
desde que caíste en mi oficina, y sé que también me deseas. No estarías sentada tranquilamente
aquí, discutiendo sobre castigos y límites infranqueables si no lo hicieras. Por favor, Ana, quédate
conmigo esta noche.
Ofrezco mi mano otra vez, y esta vez ella la toma. La jalo a mis brazos, sosteniéndola cerca
de mi cuerpo. Jadea con sorpresa y la siento contra mí. La oscuridad está tranquila, quizás
sometida por mi libido. La deseo. Es tan fascinante, esta chica me confunde, a cada paso del
camino. Ya he revelado mi oscuro secreto, y aun así sigue aquí; no ha huido.
Mis dedos tiran de su cabello, acercando su rostro hasta el mío, y miro en sus cautivantes
ojos.
—Eres una chica muy valiente —susurro—. Me tienes fascinado.
Me inclino y la beso suavemente, entonces pruebo su labio inferior con mis dientes.
—Quiero morder este labio. —Tiro fuerte y ella gimotea. Mi miembro se endurece en
respuesta—. Por favor, Ana, déjame hacerte el amor —susurro contra su boca.
—Sí —responde; y mi cuerpo se ilumina como el Cuatro de Julio.
Contrólate, Grey. No he hecho arreglos en este lugar, no he dispuesto límites. Ella no es mía
para hacer lo que quiera; y aun así estoy excitado. Deseoso. Es un sentimiento poco familiar y
estimulante, el deseo por esta mujer atravesándome. Estoy en el mismo borde de una enorme
montaña rusa.
¿Polvo Vainilla?
¿Puedo hacer esto?
Sin otra palabra, la conduzco fuera de mi estudio, a través de la sala y por el corredor hacia
mi habitación. Ella me sigue, su mano apretada fuertemente en la mía.
Mierda. Anticoncepción. Estoy seguro de que no está tomando la píldora…
Afortunadamente, tengo condones de reserva. Al menos no tengo que preocuparme por cada tipo
con el que ha dormido. La suelto cerca de la cama, caminando directo a mi cómoda, me quito mi
reloj, mis zapatos y medias.
—Asumo que no estás tomando la píldora.
Sacude su cabeza.
—Eso pensé.
De la cómoda, saco un paquete de condones, dejándola saber que estoy preparado. Ella me
estudia, sus ojos imposiblemente grandes en su hermoso rostro, y tengo un momento de
vacilación. Se supone que este es un asunto importante para ella ¿No? Recuerdo mi primera vez
con Elena, cuán vergonzoso fue… Pero qué celestial alivio. Profundamente en mi interior, sé que
debería enviarla a casa. Pero la simple verdad es que no quiero que se vaya, y la deseo. Lo que es
más, puedo ver el deseo reflejado en su expresión, en el oscurecimiento de sus ojos.
—¿Quieres que cierre las cortinas? —pregunto.
—No importa —dice—. Creí que no dejabas que nadie durmiera en tu cama.
—¿Quién dice que vamos a dormir?
—Oh. —Sus labios forman una pequeña y perfecta o. Mi miembro se endurece más. Sí, me
gustaría follar esa boca, esa o. La acecho como si fuera mi presa. Oh, nena, quiero enterrarme en
ti. Su respiración es rápida y superficial. Sus mejillas están sonrosadas… es cautelosa, pero está
excitada.
Está a mi merced, y saber eso me hace sentir poderosa. No tiene idea de lo que voy a
hacerle.
—Vamos a quitar esta chaqueta ¿de acuerdo? —murmuro, y sostengo su barbilla entre mi
pulgar y mi índice. Bajándola, la beso firmemente, moldeando sus labios con los míos. Devolviendo
mi beso, es suave, dulce y receptiva, y tengo una sobrecogedora necesidad de verla, a toda ella.
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Deshago rápidamente sus botones, lentamente sacando su blusa y dejándola caer en el piso.
Retrocedo para mirarla. Está llevando el sujetador azul pálido que Taylor compró.
Es impresionante.
—Oh, Ana. Tienes la más hermosa piel, pálida y perfecta. Quiero besar cada centímetro de
ella.
No hay marca sobre ella. El pensamiento es inquietante. Quiero verla marcada… rosa… con
pequeñas y delgadas marcas de una fusta, quizás.
Su piel se tiñe de un delicioso rosa; está avergonzada, sin duda. Sin hacer más, le enseñaré a
no ser tímida con su cuerpo. La alcanzo, sacando la liga de su cabello, liberándolo. Cae exuberante
y castaño alrededor de su rostro y sobre sus pechos.
—Mmm, me gustan las morenas. —Ella es encantadora, excepcional, una joya.
Sosteniendo su cabeza, paso mis dedos a través de su cabello y la jalo hacia mí, besándola.
Ella gime contra mí, separando sus labios, dándome acceso a su cálida y húmeda boca. Los dulces
y apreciativos sonidos hacen eco a través de mí; hasta la punta de mi miembro. Su lengua
tímidamente encuentra la mía, tentativamente probando mi boca, y por alguna razón, su torpe
inexperiencia es… caliente.
Su sabor es exquisito. Vino, uvas e inocencia; una potente, embriagadora mezcla de sabores.
Envuelvo mis brazos más cerca de ella, aliviado de que solo se sostenga a la parte superior de mis
brazos. Con una mano en su cabello, manteniéndola en su lugar, paso la otra hacia abajo por su
columna hasta su trasero y la empujo contra mí, contra mi erección. Ella gime otra vez. Continúo
besándola, instando a su lengua inexperta a explorar mi boca como exploro la suya. Mi cuerpo se
tensa cuando mueve sus manos a mis brazos; y por un momento, me preocupa dónde me tocará
la siguiente vez. Ella acaricia mi mejilla, entonces mi cabello. Es un poco desconcertante. Pero
cuando entierra sus dedos en mi cabello, tirando suavemente…
Demonios, se siente bien.
Gimo en respuesta, pero no puedo dejar que continúe. Antes de que pueda tocarme otra
vez, la empujo hacia la cama y caigo sobre mis rodillas. La quiero fuera de esos jeans, quiero
desnudarla, excitarla más, y… mantener sus manos fuera de mí. Agarrando sus caderas, paso mi
lengua al norte de su la cinturilla de sus jeans hacia su ombligo. Se tensa e inhala afiladamente.
Joder, huele y sabe bien, como un huerto en primavera y quiero llenarla. Sus manos agarran en
puños mi cabello una vez más, esta vez no me importa, de hecho, me gusta. Mordisqueo su
cadera, y su agarre se aprieta en mi cabello. Sus ojos están cerrados, su boca relajada y está
jadeando. Mientras subo y deshago el botón de sus jeans, abre sus ojos y nos estudiamos el uno al
otro. Lentamente, bajo el cierre y muevo mis manos por su trasero. Deslizando mis manos dentro
de la cintura de sus jeans, mis palmas contra las suaves mejillas de su trasero, deslizo los jeans,
sacándolos.
No puedo evitarlo. Quiero sacudirla… probar sus límites justo ahora. Sin quitar mis ojos de
los suyos. Deliberadamente lamo mis labios, entonces me inclino hacia adelante y paso mi nariz
por el centro de sus bragas, inhalando su excitación. Cerrando mis ojos, la saboreo.
Señor, es tentadora.
—Hueles bien.
Mi voz es ronca con deseo y mis jeans se están volviendo extremadamente incómodos.
Necesito quitármelos ya. Suavemente, la empujo sobre la cama y, tomando su pie derecho, hago
un rápido trabajo en remover su zapatilla y su media. Para probarla, paso la uña de mi pulgar por
su empeine y ella se retuerce gratificantemente en la cama, su boca abierta, mirándome,
fascinada. Inclinándome, trazo mi lengua a lo largo de su empeine, y mis dientes raspan la delgada
línea que mi uña ha dejado a su paso. Ella se recuesta en la cama otra vez, sus ojos cerrados,
gimiendo. Es tan receptiva, es deliciosa.
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—Oh, Ana, lo que podría hacerte —susurro, mientras imágenes de ella, removiéndose
debajo de mí en mi salón de juegos, destella a través de mi mente, encadenada a mi cama de
cuatro postes, inclinada sobre la mesa; suspendida en la cruz. Podría probarla y torturarla hasta
que rogara por alivio… las imágenes hacen mis jeans incluso más apretados.
Infiernos.
Rápidamente quito su otro zapato y media, y saco sus jeans. Está casi desnuda sobre mi
cama, su cabello enmarcado su rostro perfectamente, sus largas y pálidas piernas extendidas
como una invitación ante mí. Tengo que hacer concesiones por su inexperiencia, pero está
jadeando. Deseando. Sus ojos fijos en los míos.
Nunca había follado a nadie en mi cama antes. Otra primera vez con la señorita Steele.
—Eres muy hermosa, Anastasia Steele. No puedo esperar para estar en tu interior.
Mi voz es suave, quiero probarla un poco más, descubrir qué es lo que sabe.
—Muéstrame cómo te das placer —pregunto, mirándola con intención.
Ella frunce el ceño.
—No seas tímida, Ana, muéstrame.
Parte de mí desea azotar la timidez fuera de ella.
Sacude su cabeza.
—No sé a qué te refieres.
¿Está jugando conmigo?
—¿Cómo te haces venir? Quiero ver.
Ella permanece en silencio, claramente la he sorprendido otra vez.
—No lo hago —murmura finalmente, su voz sin aliento. La miro con incredulidad. Incluso yo
solía masturbarme. Antes de que Elena hundiera sus garras en mí.
Ella probablemente nunca ha tenido un orgasmo; sin embargo encuentro esto difícil de
creer. Vaya. Soy responsable de su primera follada y su primer orgasmo. Mejor hago que sea
bueno.
—Bien, tendremos qué ver qué podemos hacer respecto a eso.
Voy a hacerte venir como un tren de carga, nena.
Infiernos; probablemente nunca ha visto un hombre desnudo, tampoco. Si quitar mis ojos
de los suyos, deshago el botón de mis jeans y los dejo caer sobre el piso, sin embargo no puedo
arriesgarme a quitarme la camisa, porque ella podría tocarme.
Pero si lo hiciera ella… no podría ser tan malo ¿O sí? ¿Ser tocado?
Desvanezco el pensamiento antes de que la oscuridad aparezca, y sujeto sus caderas, abro
sus piernas. Sus ojos abiertos y sus manos agarrando mis sábanas.
Sí. Mantén tus manos ahí, nena.
Me subo lentamente a la cama, entre sus piernas. Ella se estremece debajo de mí.
—Quédate quieta —le digo, y me inclino para besar la delicada piel en la parte interna de su
pierna. Trazo una línea de besos por su pierna, sobre sus bragas, sobre su vientre, mordiendo y
lamiendo mientras paso. Ella se retuerce debajo de mí.
—Vamos a tener que trabajar en hacer que te quedes quieta, nena.
Si me dejas.
Te enseñaré a solo absorber el placer y no moverte, intensificando cada toque, cada beso,
cada prueba. El solo pensamiento es suficiente para hacerme desear enterrarme en ella, pero
antes de que lo haga, quiero saber cuán receptiva es. Cuánto puede soportar. Está dejándome
reinar libremente sobre su cuerpo. No vacila en nada. Ella desea esto… realmente desea esto.
Hundo mi lengua en su ombligo y continúo mi pausado viaje al norte, saboreándola. Cambio de
posición, descansando junto a ella, una pierna aún entre las suyas. Mi mano pasa suavemente por
su cuerpo, sobre su cadera, por su cintura, sobre su pecho. Gentilmente sosteniendo su pecho,
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tratando de medir su reacción. No vacila. No me detiene… confía en mí. ¿Puedo extender su
confianza hasta dejarme tener completo dominio sobre su cuerpo… sobre ella? El pensamiento es
excitante.
—Encajas perfectamente en mi mano, Anastasia.
Hundiendo mi dedo en su sujetador, lo jalo hacia abajo, liberando su pecho. El pezón es
pequeño, rosa, y ya está duro. Jalo la copa hacia abajo, de modo que la tela y su aro descansan
bajo su pecho, forzándolo hacia arriba. Repito el proceso con la otra copa y miro, fascinado,
mientras sus pezones crecen ante mi mirada fija. Vaya… Ni siquiera la he tocado aún.
—Muy lindo —susurro en apreciación, y soplo gentilmente sobre el pezón más cercano,
mirando deleitado mientras se endurece y crece. Anastasia cierra sus ojos y arquea su espalda.
Quédate quieta, nena, solo absorbe el placer, se sentirá mucho más intenso.
Soplando el otro pezón, ruedo el otro, gentilmente entre mi pulgar y mi índice. Ella agarra
las sábanas fuertemente mientras me inclino y succiono, duro. Su cuerpo se arquea otra vez y
grita.
—Vamos a ver si podemos hacerte venir de esta forma —susurro, y no me detengo. Ella
empieza a gimotear.
Oh, sí, nena… siente esto. Sus pezones crecen más y ella empieza a mecer sus caderas una y
otra vez. Quédate quieta, nena. Te enseñaré a quedarte quieta.
—Oh, por favor —ruega. Sus piernas temblando. Está funcionando. Está cerca. Sigo mi
lascivo asalto. Concentrado en cada pezón, observando su respuesta, sintiendo su placer, está
distrayéndome. Dios, la deseo.
—Déjate ir, nena —murmuro, y tiro de su pezón con mis dientes. Ella grita mientras llega al
clímax.
¡Sí!. Me muevo rápidamente para besarla, capturando sus gritos en mi boca. Está sin aliento
y jadeando, perdida en su placer… mía. Poseo su primer orgasmo, y estoy ridículamente
complacido ante la idea.
—Eres muy sensible. Vas a tener que aprender a controlar eso, y va a ser muy divertido
enseñarte cómo.
No puedo esperar… pero, justo ahora, la deseo. Todo de ella. La beso una vez más y dejo mi
mano viajar por su cuerpo, abajo hacia su vulva. La sostengo, sintiendo su calor. Deslizando mi
dedo índice a través del raso de sus bragas, lentamente giro mi dedo… joder, está mojada.
—Estás tan deliciosamente húmeda. Dios, te deseo —introduzco mi dedo en ella y grita.
Está caliente, apretada y húmeda, y la deseo. Introduzco mi dedo en ella otra vez, tomando sus
gritos en mi boca. Presiono mi palma contra su clítoris… empujando… girando. Grita y se retuerce
debajo de mí. Joder, la deseo… ahora. Está lista.
Sentándome, bajo sus bragas, luego mis bóxer y alcanzo un condón. Me arrodillo entre sus
piernas, empujándolas más abiertas. Anastasia me mira con… ¿Qué? ¿Vacilación? Probablemente
nunca ha visto un pene erecto antes.
—No te preocupes. También te dilatas —murmuro. Estirándome sobre ella, pongo mis
manos a cada lado de su cabeza, soportando mi peso en mis codos. Dios, la deseo… pero
compruebo si todavía está interesada—. ¿Realmente quieres hacer esto? —pregunto.
Por el amor de Dios, por favor no digas no.
—Por favor —ruega.
—Levanta tus rodillas —la instruyo. Así será más fácil. ¿Alguna vez he estado tan excitado?
A penas puedo contenerme a mí mismo. No lo entiendo… debe ser por ella.
¿Por qué?
Grey ¡Enfócate!
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Me posiciono de modo que pueda tomarla a mi antojo. Sus ojos están muy abiertos,
implorándome. Realmente desea esto… tanto como yo. ¿Debería ser gentil y prolongar la agonía?
¿O debería ir por todo?
Voy por todo. Necesito poseerla.
—Voy a follarla ahora, señorita Steele. Duro.
Una arremetida y estoy dentro de ella.
J. O. D. E. R.
Está tan jodidamente apretada. Ella grita.
¡Mierda! Debo haberla herido. Quiero moverme, perderme a mí mismo en su interior, y me
toma toda mi contención detenerme.
—Estás tan apretada. ¿Estás bien? —pregunto, mi voz un ronco y ansioso suspiro, y asiente,
sus ojos amplios. Ella es como el cielo en la tierra, tan apretada a mí alrededor. E incluso a pesar
que sus manos están en mis antebrazos, no me importa. La oscuridad es adormecedora, quizás
porque la he deseado por mucho tiempo. Nunca he sentido este deseo, esta… hambre antes. Es
una nueva sensación, nueva y brillante. Deseo tanto de ella: su confianza, su obediencia, su
sumisión. Deseo que sea mía, pero justo ahora… soy suyo.
—Voy a moverme, nena. —Mi voz es contenida mientras me retiro lentamente. Es una
sensación tan extraordinaria y exquisita: su cuerpo acunando mi miembro. Empujo en ella otra vez
y la reclamo, sabiendo que nunca nadie lo ha hecho antes. Gimotea.
Me detengo.
—¿Más?
—Sí —exhala después de un momento.
Esta vez, me introduzco más profundamente.
—¿Otra vez? —ruego, mientras el sudor corre por mi cuerpo.
—Sí.
Su confianza en mí, es repentinamente sobrecogedora, y empiezo a moverme, realmente
moverme. Quiero que se venga. No me detendré hasta que se venga. Deseo poseer a esta mujer,
cuerpo y alma. Quiero que se apriete a mí alrededor.
Joder. Ella empieza a encontrar mis arremetidas, imitando mi ritmo. ¿Ves cuán bien
encajamos, Ana? Agarro su cabeza, sosteniéndola en su lugar mientras reclamo su cuerpo, y la
beso fuertemente, reclamando su boca. Ella se retuerce debajo de mí… joder, sí. Su orgasmo está
cerca.
—Córrete para mí, Ana —demando. Y ella grita mientras es consumida, echando la cabeza
hacia atrás, su boca abierta, ojos cerrados… y solo la vista de su éxtasis es suficiente. Exploto en su
interior, perdiendo todo sentido y la razón, mientras grito su nombre y me vengo violentamente
dentro de ella.
Cuando abro mis ojos, estoy jadeando, tratando de recuperar el aliento y estamos frente
contra frente. Está mirándome.
Joder. Estoy deshecho.
Planto un suave beso en su frente y me retiro de ella y me acuesto a su lado.
Ella hace una mueca cuando me retiro, pero aparte de eso, luce bien.
—¿Te hice daño? —pregunto, y acomodo su cabello detrás de su oreja porque no quiero
dejar de tocarla.
Ana sonríe con incredulidad.
—¿Me estás preguntando si me hiciste daño?
Y por un momento, no sé por qué está sonriendo.
Oh. Mi cuarto de juegos.
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—No me vengas con ironías —murmuro. Incluso ahora me confunde—. En serio ¿Estás
bien?
Se estira a mi lado, probando su cuerpo y probándome con una divertida pero tranquila
expresión.
—No me has respondido —gruño. Necesito saber si ella lo encontró placentero. Toda la
evidencia apunta a un ―Sí‖, pero necesito oírlo de ella. Mientras espero por su respuesta,
remuevo el condón. Dios, odio estas cosas. Lo descarto discretamente sobre el piso.
Ella me mira.
—Me gustaría hacerlo otra vez —dice con una tímida risita.
¿Qué?
¿Otra vez?
¿Ya?
—¿Sabe, señorita Steele? —Beso la comisura de su boca—. ¿No eres un poquito exigente?
Date la vuelta.
De esa forma sabré que no vas a tocarme.
Ella me da una breve y dulce sonrisa, entonces rueda sobre su estómago. Mi miembro se
agita con aprobación. Desabrocho su sujetador y paso mi mano por su espalda y sobre su insolente
trasero.
—Realmente tienes la piel más hermosa —digo, mientras aparto su cabello de su rostro y
separo sus piernas. Suavemente, planto besos sobre su hombro.
—¿Por qué aun llevas tu camisa? —pregunta.
Es tan malditamente inquisitiva. Mientras está de espalda, sé que no puede tocarme, así
que me aparto y tiro la camisa por encima de mi cabeza, y la dejo caer sobre el piso. Totalmente
desnudo, descanso sobre ella. Su piel es cálida, y se derrite contra mía.
Hmm… podría acostumbrarme a esto.
—¿Así que quieres que te folle otra vez? —susurro en su oído, besándola. Se remueve
deliciosamente contra mí.
Oh, eso no va a pasar. Quédate quieta, nena.
Paso mi mano por su cuerpo hasta la parte trasera de su rodilla, entonces la engancho y tiro
alto, separando sus piernas ampliamente de modo que está abierta debajo de mí. Su aliento se
traba y espero que sea con anticipación. Aún está quieta debajo de mí.
¡Finalmente!
Palmeo su trasero mientras descanso mi peso sobre ella.
—Voy a follarte desde atrás, Anastasia.
Con mi otra mano, agarro su cabello en su nuca y tiro gentilmente, sosteniéndola en su
lugar. No puede moverse. Sus manos están impotentemente descansando y extendidas en las
sábanas, fuera de peligro.
—Eres mía —susurro—. Solo mía, no lo olvides.
Con mi mano libre, me muevo de su trasero a su clítoris y empiezo a circularla lentamente.
Sus músculos se flexionan debajo de mí mientras trata de moverse, pero mi peso la mantiene en
su lugar. Paso mis dientes por la línea de su mandíbula. Su dulce fragancia vaga sobre la esencia de
nuestra unión.
—Hueles divino —susurro, mientras acaricio detrás de su oreja. Ella empieza a circular sus
caderas contra mi mano en movimiento.
—Quédate quieta —advierto.
O me detendré…
Lentamente inserto mi pulgar dentro de ella y lo hago circular una y otra vez, teniendo
particular cuidado en acariciar la pared frontal de su vagina.
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Ella gime y se tensa debajo de mí, tratando de moverse otra vez.
—¿Te gusta esto? —bromeo, y mis dientes trazan la parte externa de su oreja. No detengo
mis dedos de atormentar su clítoris pero empiezo a mover mi pulgar dentro y fuera de ella.
Tiembla, pero no puede moverse.
Gime audiblemente, sus ojos cerrándose fuertemente.
—Estás tan húmeda tan rápidamente. Tan sensible. Oh, Anastasia, me gusta eso. Me gusta
mucho.
Correcto. Vamos a ver cuán lejos puedes llegar.
Quito mi pulgar de su vagina.
—Abre la boca —ordeno, y cuando lo hace, meto mi pulgar entre sus labios—. Prueba cómo
sabes. Chúpame, nena.
Succiona mi pulgar… duro.
Joder.
Y por un momento imagino que es mi pene en su boca.
—Quiero follarte la boca, Anastasia, y lo haré pronto.
Estoy sin aliento.
Cierra sus dientes alrededor de mí, mordiéndome fuerte.
¡Ow! Joder.
Sujeto su cabello apretadamente y me suelta.
—Traviesa, dulce niña.
Mi mente vuela a través del número de castigos merecidos por tal movimiento atrevido. Si
ella fuera mi sumisa, podría infringírselos. Mi pene se expande al máximo con ese pensamiento. La
suelto y me siento sobre mis rodillas.
—Quédate quieta, no te muevas.
Agarro otro condón de mi mesita de al lado, abro el paquete y ruedo el látex sobre mi
erección.
Mirándola, veo que está quieta, excepto por la elevación y el bajar de su espalda mientras
jadea con anticipación.
Es maravillosa.
Inclinándome sobre ella otra vez, agarro su cabello y la sostengo, de manera que no puede
mover su cabeza.
—Vamos a hacer esto realmente lento esta vez, Anastasia.
Jadea, y gentilmente me introduzco en ella hasta que no puedo avanzar más.
Joder. Se siente bien.
Mientras me retiro, acomodo mi cadera y lentamente me deslizo en ella otra vez. Se queja y
sus miembros se tensan debajo de mí mientras trata de moverse.
Oh, no, nena.
Te quiero quieta.
Quiero que sientas esto.
Toma todo el placer.
—Te sientes tan bien —le digo y repito el movimiento otra vez, circulando mis caderas
mientras avanzo. Lentamente. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Su interior empieza a estremecerse.
—Oh, no, nena, todavía no.
No hay forma de que te deje venirte.
No cuando estoy disfrutando esto tanto.
—Oh, por favor —grita.
—Te quiero adolorida, nena —me retiro y me introduzco en ella otra vez—. Cada vez que te
muevas mañana, quiero que recuerdes que he estado aquí. Solo yo. Eres mía.
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—Por favor, Christian —ruega.
—¿Qué quieres, Anastasia? Dime.
Continúo la lenta tortura.
—Dime.
—A ti, por favor. —Está desesperada.
Me desea.
Buena chica.
Acelero el ritmo y su interior empieza a estremecerse, respondiendo inmediatamente.
Entre cada arremetida, pronuncio una palabra.
—Eres. Tan... Dulce... Te... Deseo... Tanto... Eres... Mía...
Sus extremidades tiemblan con el esfuerzo de quedarse quietas. Está en el borde.
—Vente para mí, nena —gruño.
Y ante la orden, se estremece a mí alrededor mientras su orgasmo rasga a través de ella y
grita mi nombre contra el colchón.
Mi nombre en sus labios es mi perdición, y llego al clímax, colapsando sobre ella.
—Joder, Ana —susurro, drenado y aun así eufórico. Me retiro de ella casi inmediatamente y
ruedo sobre mi espalda. Se acurruca a mi lado, y mientras me quito el condón, cierra sus ojos y cae
dormida.
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Domingo, 22 de Mayo 2011
Me despierto con un sobresalto y un penetrante sentido de culpa, como si hubiese
cometido un terrible pecado.
¿Es porque me he follado a Anastasia Steele? ¿Virgen?
Ella está acurrucada, dormida a mi lado. Compruebo la alarma de radio: son pasadas las tres
de la mañana. Ana duerme el sueño profundo de una inocente. Bueno, no tan inocente ahora. Mi
cuerpo se agita a medida que la observo.
Podría despertarla.
Follarla de nuevo.
Definitivamente hay algunas ventajas en tenerla en mi cama.
Grey. Detén este sinsentido.
Follarla fue simplemente un medio paraun fin, y una distracción placentera.
Sí. Muy placentera.
Más como increíble.
Solo fue sexo, joder.
Cierro mis ojos en lo que probablemente será un fútil intento por dormir. Pero la habitación
está demasiado llena de Ana: su aroma, el sonido de su respiración suave, y el recuerdo de mi
primer polvo vainilla. Visiones de su cabeza arrojada hacia atrás con pasión, de ella gritando una
versión apenas reconocible de mi nombre, y su desenfrenado entusiasmo por perder la virginidad
me abruma.
La Señorita Steele es una criatura carnal.
Será una dicha entrenarla.
Mi polla se sacude en acuerdo.
Mierda.
No puedo dormir, a pesar de que esta noche no son pesadillas las que me mantienen
despierto, es la pequeña Señorita Steele. Saliendo de la cama, recojo los condones usados del
suelo, los ato, y los tiro en el bote de basura. De la cómoda, saco un par de pantalones de pijama y
los arrastro. Con una mirada persistente en la mujer tentadora en mi cama, me aventuro en la
cocina. Estoy sediento.
Una vez que he tomado mi vaso de agua, hago lo que siempre hago cuando no puedo
dormir… compruebo mi correo electrónico en mi estudio. Taylor ha vuelto y está preguntando si
puede bajar a Charlie Tango. Stephan debe de estar dormido arriba. Le envío un correo en
respuesta con un ―sí‖, aunque a estas horas de la noche, es un hecho.
De vuelta en la sala, me siento en mi piano. Este es mi consuelo, donde puedo perderme a
mí mismo durante horas. He sido capaz de tocar bien desde que tenía nueve, pero no fue hasta
que tuve mi propio piano, mi propio lugar, que realmente se convirtió en mi pasión. Cuando
quiero olvidar todo, esto es lo que hago. Y, ahora mismo, no quiero pensar acerca de habérmele
propuesto a una virgen, haberla follado, o revelar mi estilo de vida a alguien sin experiencia. Con
mis manos en las teclas, empiezo a tocar y me pierdo a mí mismo en la soledad de Bach.
Un movimiento me distrae de la música, y cuando levanto la mirada Ana está de pie al lado
del piano. Envuelta en un edredón, su cabello salvaje y rizándose por su espalda, los ojos
luminosos, se ve maravillosa.
—Perdona —dice—. No quería molestarte.
¿Por qué se está disculpando?
—Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón. —Toco las últimas notas y me
levantó—. Deberías estar en la cama —la riño.
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—Un tema muy hermoso. ¿Bach?
—La transcripción es de Bach, pero originalmente es un concierto para oboe de Alessandro
Marcello.
—Precioso, aunque muy triste, una melodía muy melancólica.
¿Melancólica? No sería la primera vez que alguien ha usado esa palabra para describirme.
—¿Puedo hablar libremente? Amo. —Leila está arrodillada a mi lado mientras trabajo.
—Puedes.
—Amo, está muy melancólico hoy.
—¿Lo estoy?
—Sí, Amo. ¿Hay algo que le gustaría que hiciera…?
Me sacudo el recuerdo. Ana debería estar en la cama. Se lo digo de nuevo.
—Me desperté y no estabas.
—Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie. —Le he dicho esto, ¿y por
qué me estoy justificando? Envuelvo mi brazo alrededor de sus hombros desnudos, disfrutando la
sensación de su piel, y la guío de regreso al dormitorio.
—¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.
—A los seis años. —Soy abrupto.
—Oh —dice. Creo que ha captado la indirecta… no quiero hablar sobre mi niñez.
—¿Cómo te sientes? —le pregunto mientras enciendo la luz de la mesita de noche.
—Estoy bien.
Hay sangre en mis sábanas. Su sangre. Evidencia de su virginidad ahora ausente. Sus ojos se
lanzan de las manchas a mí y aparta la mirada, avergonzada.
—Bueno, la señora Jones tendrá algo en lo que pensar.
Parece mortificada.
Es solo tu cuerpo, cariño. Agarro su barbilla e inclino su cabeza hacia atrás para poder ver su
expresión. Estoy a punto de darle un sermón corto acerca de cómo no debe estar avergonzada de
su cuerpo, cuando se estira para tocar mi pecho.
Joder.
Doy un paso fuera de su alcance a medida que emerge la oscuridad.
No. No me toques.
—Métete en la cama —ordeno, un poco más brusco de lo que había pretendido, pero
espero que no detecte mi miedo. Sus ojos se ensanchan con confusión y tal vez lastimada.
Maldición.
—Me acostaré contigo —agrego, como una ofrenda de paz, y de la cómoda, saco una
camiseta y me deslizo en ella rápidamente, por protección.
Todavía está de pie, mirándome.
—A la cama —ordeno más enérgicamente. Se apresura a mi cama y se acuesta y yo trepo
detrás de ella, doblándola en mis brazos. Entierro el rostro en su cabello e inhalo su dulce aroma:
otoño y manzanos. Mirando en la otra dirección, no puede tocarme, y mientras me acuesto ahí
decido hacer cucharita con ella hasta que se duerma. Luego me levantaré y haré algo de trabajo.
—Duerme, dulce Anastasia. —Beso su cabello y cierro los ojos. Su aroma llena mis fosas
nasales, recordándome de un tiempo feliz y dejándome repleto… contento, incluso…
Mami está feliz hoy. Está cantando.
Cantando acerca de qué tiene el amor que ver con ello.
Y cocinando. Y cantando.
Mi barriguita gruñe. Está cocinando tocino y waffles.
Huelen bien. A mi barriguita le gusta el tocino y los waffles.
Huelen tan bien.
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Abriendo los ojos, la luz está filtrándose a través de las ventanas y hay un aroma delicioso
viniendo de la cocina. Tocino. Estoy momentáneamente confundido. ¿Volvió Gail de la casa de su
hermana?
Entonces recuerdo.
Ana.
Un vistazo al reloj me dice que es tarde. Salto fuera de la cama y sigo mi nariz hasta la
cocina.
Ahí está Ana. Está usando mi camisa, su cabello trenzado, bailando con algo de música. No
puedo escucharla. Está usando audífonos. Sin ser observado, tomo un asiento en la encimera de la
cocina y observo el espectáculo. Está batiendo huevos, haciendo desayuno, sus trenzas rebotando
mientras se sacude de un pie al otro, y me doy cuenta que no está usando ropa interior.
Buena chica.
Tiene que ser una de las mujeres más descoordinadas que he visto alguna vez. Es divertido,
encantador, y extrañamente excitante al mismo tiempo; pienso en todas las maneras en que
puedo mejorar su coordinación. Cuando se gira y me ve, se congela.
—Buenos días, señorita Steele. Está muy… activa esta mañana. —Se ve incluso más joven
con sus trenzas.
—He… He dormido bien —tartamudea.
—No imagino por qué —digo sarcásticamente, admitiéndome que yo también lo hice
también. Es después de las nueve. ¿Cuándo fue la última vez que dormí más allá de las seis
treinta?
Ayer.
Después de que había dormido con ella.
—¿Tienes hambre?
—Mucha. —Y no estoy seguro de si es por desayuno, o por ella.
—¿Tortitas, tocino y huevos?
—Suena muy bien.
—No sé dónde están los manteles individuales —dice, pareciendo perdida, y creo que está
avergonzada, porque la atrapé bailando. Apiadándome de ella, le ofrezco poner los platos para el
desayuno y añado:
—¿Quieres que ponga música para que puedas seguir bailando?
Sus mejillas se sonrojan y baja la vista al piso.
Demonios. La he molestado.
—Por favor, no te detengas por mí. Es muy entretenido.
Con un puchero, gira su espalda hacia mí y continúa batiendo los huevos con entusiasmo.
Me pregunto si tiene alguna idea de lo irrespetuoso que es esto para alguien como yo… pero, por
supuesto no lo sabe, y por alguna razón incomprensible me hace sonreír. Deslizándome
sigilosamente hacia ella, tiro de una de sus trenzas suavemente.
—Me encantan. No te protegerán.
No de mí. No ahora que te he tenido.
—¿Cómo quieres tus huevos? —Su tono es inesperadamente altivo. Y quiero carcajearme,
pero me resisto.
—Completamente batidos —respondo, tratando y fallando en sonar inexpresivo. Ella
intenta esconder su diversión también, y continúa con su tarea.
Su sonrisa es fascinante.
Precipitadamente, coloco los manteles, preguntándome cuando fue la última vez que hice
esto por alguien más.
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Nunca.
Normalmente, durante el fin de semana mi sumisa se hace cargo de todas las tareas
domésticas.
No hoy, Grey, porque ella no es tu sumisa… aún.
Nos sirvo jugo de naranja a los dos y enciendo el café. Ella no bebe café, solo té.
—¿Quieres un té?
—Sí, por favor. Si tienes.
En la alacena, encuentro las bolsas de té Twinings que le había pedido comprar a Gail.
Bueno, bueno, ¿quién habría pensado que alguna vez llegaría a usarlas?
Frunce el ceño cuando las ve.
—El final estaba cantado, ¿no?
—¿Tú crees? No tengo tan claro que hayamos llegado todavía al final, señorita Steele —
respondo con una mirada severa.
Y no hables de ti así.
Agrego su auto-desprecio a la lista de comportamientos que necesitarán modificaciones.
Evita mi mirada, ocupándose en servir el desayuno. Dos platos son colocados en los
manteles, luego va por el jarabe de maple del refrigerador.
Cuando levanta la vista hacia mí, estoy esperando que se siente.
—Señorita Steele. —Indico dónde se debería sentar.
—Señor Grey —responde, con formalidad artificial, y hace una mueca de dolor cuando se
sienta.
—¿Estás muy dolorida? —Soy sorprendido por una inquieta sensación de culpa. Quiero
follarla de nuevo, preferiblemente después del desayuno, pero si está demasiado adolorida eso
estará fuera de cuestión. Tal vez podría usar su boca esta vez.
Los colores en su rostro se alzan.
—Bueno, a decir verdad, no tengo con qué compararlo —dice agriamente—. ¿Querías
ofrecerme tu compasión? —Su tono sarcástico me toma por sorpresa. Si fuera mía, le ganaría unos
azotes por lo menos, tal vez sobre la encimera de la cocina.
—No. Me preguntaba si debemos seguir con tu entrenamiento básico.
—Oh. —Se sobresalta.
Sí, Ana, podemos tener sexo durante el día también. Y me gustaría llenar esa inteligente
boca tuya.
Tomo un bocado de mi desayuno y cierro los ojos en apreciación. Sabe impresionantemente
bien. Cuando trago, todavía está mirándome.
—Come, Anastasia —ordeno—. Por cierto, esto está buenísimo.
Puede cocinar, y bien.
Ana toma un bocado de su comida, luego empuja su desayuno alrededor de su plato. Le
pido que deje de morderse el labio.
—Es muy distractor, y resulta que me he dado cuenta que no llevas nada debajo de mi
camisa.
Juega con su bolsa de té y la tetera, ignorando mi irritación.
—¿En qué tipo de entrenamiento básico estás pensando? —pregunta.
Ella siempre está curiosa… veamos que tan lejos irá.
—Bueno, como estás dolorida, he pensado que podríamos dedicarnos a las técnicas orales.
Balbucea en su taza de té.
Demonios. No quiero asfixiar a la chica. Suavemente, la golpeo en la espalda y le entrego un
vaso de jugo de naranja.
—Si quieres quedarte, claro. —No debería presionar a mi suerte.
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—Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.
—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?
—A las nueve.
—Te llevaré al trabajo mañana a las nueve.
¿Qué? ¿Quiero que se quede?
Es una sorpresa para mí.
Sí, quiero que se quede.
—Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.
—Podemos conseguirte algo aquí.
Sacude su cabello y mordisquea nerviosamente su labio… otra vez.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Tengo que volver a casa esta noche.
Chico, es obstinada. No quiero que se vaya, pero a esta altura, sin un acuerdo, no puedo
insistir que se quede.
—De acuerdo, esta noche. Ahora cómete tu desayuno.
Examina su comida.
—Come, Anastasia. No comiste nada anoche.
—Realmente no tengo tanta hambre —dice.
Bueno, esto es frustrante.
—Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno. —Mi voz es grave.
—¿Qué problema tienes con la comida? —espeta.
Oh, nena, realmente no quieres saber.
—Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come. —La miro fijamente. No me presiones en
esto, Ana. Me da una mirada testaruda y empieza a comer.
Mientras la observo colocar un bocado de huevos en su boca, me relajo. Es bastante
desafiante en su propia manera. Y es única. Nunca he lidiado con esto. Sí. Eso es. Ella es una
novedad. Esa es la fascinación… ¿Cierto?
Cuando termina su comida, tomo su plato.
—Tú cocinaste, yo limpiaré.
—Muy democrático —dice, arqueando una ceja.
—Sí. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe, tomaremos un baño.
Y puedo poner a prueba sus habilidades orales. Tomo una respiración repentina para
controlar mi excitación instantánea ante el pensamiento.
Demonios.
Su teléfono timbra y ella deambula al extremo de la habitación, concentrada en la
conversación. Me detengo cerca del fregadero y la observo. A medida que se detiene contra la
pared de cristal, la luz matinal contornea su cuerpo en mi camisa blanca. Mi boca se seca. Es
esbelta, con largas piernas, pechos perfectos, y un trasero perfecto.
Todavía en su llamada, se gira hacia mí y yo pretendo que mi atención está en otra parte.
Por alguna razón no quiero que me atrape comiéndomela con los ojos.
¿Quién está en el teléfono?
Escucho mencionar el nombre de Kavanagh y me tenso. ¿Qué está diciendo? Nuestros ojos
se entrelazan.
¿Qué estás diciendo, Ana?
Se da la vuelta y un momento después cuelga, luego camina de regreso a mí, sus caderas
meciéndose en un ritmo suave y seductor debajo de mi cabeza. ¿Debería decirle lo que puedo ver?
—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? —pregunta, deteniéndome en seco
mientras cerraba el armario de la despensa.
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—¿Por qué? —¿A dónde está yendo con esto? ¿Qué le ha dicho a Kavanagh?
Toma una respiración profunda.
—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes, sobre sexo. Y me gustaría comentarlas con Kate.
—Puedes comentarlas conmigo.
—Christian, con todo el respeto… —Se detiene.
¿Está avergonzada?
—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del Cuarto Rojo del Dolor —dice en un apuro.
—¿Cuarto Rojo del Dolor?
¿Qué demonios?
—Se trata sobre todo de placer, Anastasia. Créeme. Y además, tu compañera de piso está
revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.
No quiero que Elliot sepa nada de mi vida sexual. Nunca me dejaría en paz.
—¿Sabe algo tu familia de tus… uhm, preferencias?
—No. No son asunto suyo.
Está muriendo por preguntar algo.
—¿Qué quieres saber? —pregunto, parándome enfrente de ella, escudriñando su rostro.
¿Qué es, Ana?
—De momento, nada en concreto —susurra.
—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche. —Mi
respiración se hace superficial mientras espero por su respuesta. Todo nuestro acuerdo podría
pender de su respuesta.
—Bien —dice, y me da una suave sonrisa sexy.
Es lo que quiero escuchar.
—Para mí también. Nunca había echado un polvo vainilla. Y no ha estado nada mal. Aunque,
quizá es porque ha sido contigo.
Su sorpresa y placer ante mis palabras son obvios. Acaricio su regordete labio inferior con
mi pulgar. Estoy ansioso por tocarla… de nuevo.
—Ven, vamos a bañarnos. —La beso y la llevo al baño.
—Quédate aquí —ordeno, girando la llave del agua, luego añado aceite aromático al agua
humeante. La bañera se llena rápidamente mientras me observa. Normalmente, esperaría que
cualquier mujer con la que estuviera a punto de bañarme, bajara sus ojos con modestia.
Pero no Ana.
Ella no baja su mirada, y sus ojos brillan con anticipación y curiosidad. Pero tiene los brazos
envueltos alrededor de sí; es tímida.
Es excitante.
Y pensar que nunca se ha bañado con un hombre.
Puedo reclamar otra primera vez.
Cuando la bañera está llena, me saco mi camiseta y sostengo mi mano.
—Señorita Steele.
Ella acepta mi invitación y da un paso dentro de la bañera.
—Gírate y mírame —le instruyo—. Sé que ese labio es delicioso, doy fe de ello, pero
¿puedes dejar de mordértelo? Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás adolorida,
¿de acuerdo?
Inhala agudamente, liberando su labio.
—Eso es. ¿Lo has entendido?
Todavía de pie, me da un asentimiento enfático.
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—Bien. —Aún está usando mi camisa y tomo el iPod del bolsillo de la camisa y lo coloco
cerca del lavamanos—. El agua y el iPod… no son una combinación muy inteligente. —Agarro el
dobladillo y se la quito. Inmediatamente baja su cabeza cuando doy un paso atrás para admirarla.
—Oye. —Mi voz es amable y la alienta a alzar la vista hacia mí—. Anastasia eres una mujer
muy hermosa, el paquete completo. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes
por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer contemplarte. —Sosteniendo su barbilla,
inclino su cabeza hacia atrás.
No te escondas de mí, nena.
—Ya puedes sentarte.
Se sienta con prisa indecente y hace una mueca a medida que su cuerpo adolorido golpea el
agua.
De acuerdo…
Cierra sus ojos con fuerza mientras se recuesta, pero cuando los abre, se ve más relajada.
—¿Por qué no te unes? —pregunta con una sonrisa tímida.
—Creo que lo haré. Muévete hacia adelante. —Desnudándome, trepo detrás de ella, la
atraigo hacia mi pecho, y coloco mis piernas alrededor de las suyas, mis pies sobre sus tobillos, y
luego separo sus piernas.
Se menea contra mí, pero ignoro su movimiento y entierro mi nariz en su cabello.
—Hueles tan bien, Anastasia —susurro.
Se tranquiliza y agarro el gel de baño del estante a nuestro lado. Exprimiendo un poco en mi
mano, trabajo en el jabón hasta que se hace espuma y empiezo a masajear su cuello y hombros.
Ella gime a medida que su cabeza cae hacia un lado bajo mi tierna atención.
—¿Te gusta eso? —pregunto.
—Mmm —canturrea con satisfacción.
Lavo sus brazos y sus axilas, entonces alcanzo mi meta principal: sus pechos.
Señor, la sensación de ella.
Tiene pechos perfectos. Los amaso y los atormento. Ella gime y flexiona sus caderas y su
respiración se acelera. Está excitada. Mi cuerpo responde a su vez, creciendo debajo de ella.
Mis manos rozan sobre su torso y su abdomen hacia mi segunda meta. Antes de alcanzar su
vello púbico me detengo y agarro un paño. Exprimiendo algo de jabón en el paño, empiezo el
lento proceso de lavarla entre las piernas. Suave, lento pero seguro, frotando, lavando, limpiando,
estimulando. Empieza a jadear y sus caderas se mueven en sincronización con mi mano. Su cabeza
descansando contra mi hombro, sus ojos cerrados, su boca abierta en un gemido silencioso
mientras se rinde a mis dedos implacables.
—Siéntelo, nena. —Paso mis dientes a lo largo del lóbulo de su oreja—. Siéntelo para mí.
—Oh, por favor —gimotea, y trata de enderezar sus piernas, pero las tengo aprisionadas
debajo de mí.
Suficiente.
Ahora que está toda llena de espuma, estoy listo para proceder.
—Creo que ya estás lo suficientemente limpia —anuncio, y alejo mis manos de ella.
—¿Por qué te detienes? —protesta, sus ojos revoloteando abiertos, revelando frustración y
decepción.
—Porque tengo otros planes para ti, Anastasia.
Ella está jadeando y, si no me equivoco, haciendo pucheros.
Bien.
—Gírate. Necesito lavarme también.
Ella lo hace, su cara sonrojada, sus ojos brillantes, sus pupilas dilatadas.
Alzando mis caderas, tomo mi polla.
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—Quiero que, para empezar, conozcas bien la parte más valiosa de mi cuerpo, mi favorita.
Le tengo mucho cariño.
Su boca cae abierta mientras mira de mi pene a mi cara… y de regreso. No puedo evitar mi
sonrisa malvada. Su cara es una imagen de una modesta indignación.
Pero, mientras mira, su expresión cambia. Primero pensativa, después evaluativa, y cuando
sus ojos se encuentran con los míos, el reto en ellos es claro.
Oh, adelante, señorita Steele.
Su sonrisa es una de deleite mientras se estira por el jabón de cuerpo. Tomándose su dulce
tiempo, esparce algo de jabón en la palma de su mano y, sin quitar sus ojos de los míos, restriega
sus manos juntas. Sus labios se abren y ella muerde su labio inferior, pasando su lengua a través
de las pequeñas marcas que dejaron sus dientes.
¡Ana Steele, seductora!
Mi polla responde en apreciación, endureciéndose más. Estirándose hacia adelante, me
toma, su mano cerrándose alrededor de mí. Mi aliento silba entre mis dientes apretados y cierro
los ojos, saboreando el momento.
Aquí, no me importa ser tocado.
No, no me importa para nada… Colocando mi mano sobre la suya, le enseño qué hacer.
—Así. —Mi voz es ronca mientras la guío. Ella aprieta su agarre a mí alrededor y su mano se
mueve de arriba hacia abajo sobre mí.
Oh, sí.
—Así es. Muy bien, nena.
La suelto y la dejo continuar, cerrando los ojos y rindiéndome ante el ritmo que ha marcado.
Oh, Dios.
¿Qué tiene su inexperiencia que es tan excitante? ¿Es que estoy disfrutando todas sus
primeras veces?
De pronto, me atrae a su boca, succionando duro, su lengua torturándome.
Joder.
—Vaya… Ana.
Ella succiona más duro, sus ojos iluminados con astucia femenina. Esta es su venganza, su
ojo por ojo. Se ve maravillosa.
—Cristo —gruño, y cierro los ojos, así no me voy a venir inmediatamente. Ella continúa su
dulce tortura, y mientras su confianza crece, flexiono mis caderas empujándome más profundo en
su boca.
¿Qué tan lejos puedo ir, nena?
Verla es estimulante, tan estimulante. Tomo su cabello y comienzo a trabajar su boca
mientras ella se sostiene con sus manos en mis muslos.
—Oh… nena… es fantástico.
Ella coloca sus dientes detrás de sus labios y me empuja hacia su boca una vez más.
—¡Ah! —gimo, y me pregunto qué tan profundo me dejará ir. Su boca me atormenta, sus
dientes protegidos succionando duro. Y quiero más. —Dios, ¿has dónde puedes llegar?
Sus ojos encuentran los míos y frunce el ceño. Entonces, con una mirada de determinación,
se desliza hacia abajo hasta que golpeo la parte trasera de su garganta.
Joder.
—Anastasia, me voy a venir en tu boca. —La prevengo, sin aliento—. Si no quieres que lo
haga, detente ahora. —Me entierro en ella una y otra vez, viendo mi polla desaparecer y
reaparecer de su boca. Es más allá de lo erótico. Estoy tan cerca. De pronto, desnuda sus dientes,
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apretándome gentilmente, y estoy desecho, eyaculando en la parte trasera de su garganta,
gritando de placer.
Joder.
Mi respiración es laboriosa. Ella me desarmó completamente… ¡De nuevo!
Cuando abro mis ojos, está brillando con orgullo.
Y debería. Eso fue un infierno de mamada.
—¿No tienes náuseas? —Me maravillo de ella mientras recupero mi respiración. —Dios,
Ana… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. ¿Sabes? No dejas de
sorprenderme. —La elogio por un trabajo bien hecho.
Espera, eso fue demasiado bueno, tal vez tiene algo de experiencia después de todo.
—¿Lo habías hecho antes? —pregunto, y no estoy seguro de querer saber.
—No —dice con evidente orgullo.
—Bien. —Espero que mi alivio no sea demasiado obvio—. Entonces, otra novedad, Señorita
Steele. Bueno, tienes un sobresaliente en técnicas orales. Ven, vamos a la cama. Te debo un
orgasmo.
Salgo de la bañera algo mareado y enredo una toalla alrededor de mi cintura. Tomando
otra, la alzo y la ayudo a salir de la bañera, enredándola en ella,de modo que está atrapada. La
sostengo contra mí, besándola, realmente besándola. Explorando su boca con mi lengua.
Saboreo mi eyaculación en su boca. Agarrando su cabeza, profundizo el beso.
La quiero.
A toda ella.
Su cuerpo y su alma.
Quiero que sea mía.
Mirando hacia sus perplejos ojos, le imploro.
—Dime que sí.
—¿A qué? —susurra.
—A nuestro acuerdo. A ser mía. Por favor, Ana. —Y es lo más cercano que he estado a rogar
en un largo tiempo. La beso de nuevo, vertiendo mi fervor en mi beso. Cuando tomo su mano, se
ve deslumbrada.
Deslúmbrala mucho más, Grey.
En mi habitación, la suelto.
—¿Confías en mí? —pregunto.
Ella asiente.
—Buena chica.
Buena. Hermosa. Chica.
Me dirijo a mi closet para tomar una de mis corbatas. Cuando estoy de regreso frente a ella,
tomo su toalla y la dejo caer al suelo.
—Junta las manos por delante.
Ella lame sus labios en lo que creo que es un momento de inseguridad, entonces estira sus
manos. Rápidamente, ato sus muñecas con la corbata. Pruebo el nudo. Sí. Es seguro.
Hora de más entrenamiento, Señorita Steele.
Sus labios se abren mientras inhala… está excitada.
Gentilmente jalo sus dos coletas.
—Pareces muy joven con estas trenzas. —Pero no me van a detener. Dejo caer mi toalla—.
Oh, Anastasia, ¿qué voy a hacer contigo? —Tomo la parte superior de sus brazos y la empujo
gentilmente hacia la cama, manteniendo mi agarre en ella para que no se caiga. Una vez que está
recostada, me acuesto a su lado, coloco sus manos y las alzo sobre su cabeza—. Deja las manos
así. No las muevas. ¿Entendido?
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Ella traga.
—Contéstame.
—No moveré las manos —dice, su voz es ronca.
—Buena chica. —No puedo evitar sonreír. Ella descansa a mi lado, con las muñecas atadas.
Indefensa. Mía.
No del todo que ver con lo que quería, aún, pero estamos llegando ahí.
Inclinándome, la beso ligeramente y le dejo saber que la besaré por completo.
Ella suspira mientras mis labios se mueven de la base de su oreja hacia abajo, hasta el hueco
en la parte inferior de su cuello. Soy recompensado con un gemido apreciativo. Abruptamente,
baja sus brazos para que puedan cerrarse alrededor de mi cuello.
No. No. No. Esto no pasará, señorita Steele.
Mirándola, los coloco firmemente de regreso arriba de su cabeza.
—Si mueves las manos, tendremos que volver a empezar.
—Quiero tocarte —susurra.
—Lo sé. —Pero no puedes—. Pero deja las manos quietas.
Sus labios están entreabiertos y su pecho está agitado con rápidas respiraciones. Está
encendida.
Bien.
Tomando su barbilla, comienzo a besar mi camino por su cuerpo. Mi mano pasa sobre sus
pechos, mis labios en una búsqueda caliente. Con una mano en su vientre, sosteniéndola en su
lugar, rindo homenaje a cada uno de sus pezones, succionándolos y pellizcándolos gentilmente,
deleitándome cuando se endurecen en respuesta.
Ella maúlla y sus caderas comienzan a moverse.
—No te muevas —le advierto contra su piel. Coloco besos sobre su vientre, donde mi lengua
explora el sabor y la profundidad de su ombligo.
—Ah —gime y se retuerce.
Tendré que enseñarle a mantenerse quieta.
Mis dedos rozan su piel.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele. —Pellizco gentilmente el camino entre su
ombligo y su vello púbico, entonces me siento entre sus piernas. Tomando sus tobillos, estiro sus
largas piernas. Así, desnuda, vulnerable, es una gloriosa vista. Tomando su pie izquierdo, doblo su
rodilla y alzo sus dedos hacia mis labios, viendo su cara mientras lo hago. Beso cada dedo,
entonces muerdo la suave almohadilla de cada uno.
Sus ojos son amplios y su boca está abierta, moviéndose alternativamente entre una
pequeña a una gran O. Cuando muerdo la almohadilla de su dedo pequeño un poco más duro, su
pelvis se flexiona y gime. Paso mi lengua sobre su empeine hacia su tobillo. Ella aprieta sus ojos, su
cabeza moviéndose de un lado a otro, mientras continúo atormentándola.
—Oh, por favor —suplica cuando succiono y muerdo su dedo pequeño.
—Lo mejor para usted, señorita Steele —bromeo.
Cuando llego a su rodilla, no me detengo sino que continúo, lamiendo, succionando y
mordiendo hacia el interior de su muslo, abriendo sus piernas más ampliamente mientras lo hago.
Ella tiembla en sorpresa, anticipando mi lengua en el vértice de sus muslos.
Oh, no… todavía no, señorita Steele.
Regreso mi atención a su pierna izquierda, besando y pellizcando desde la parte de arriba de
su rodillas hasta el interior de su muslo.
Ella se tensa cuando finalmente caigo entre sus piernas. Pero mantiene sus brazos alzados.
Buena chica.
Gentilmente, paso mi nariz de arriba hacia abajo por su vulva.
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Se retuerce debajo de mí.
Me detengo. Tiene que aprender a mantenerse quieta.
Alza su cabeza pasa mirarme.
—¿Sabe lo embriagador que es su olor, señorita Steele? —Manteniendo su mirada con la
mía, empujo mi nariz en su vello púbico e inhalo profundamente. Su cabeza cae hacia atrás en la
cama y gime.
Soplo gentilmente arriba y abajo sobre su vello púbico.
—Me gusta —murmuro. Ha pasado un largo tiempo desde que he visto vello púbico tan
cerca y personalmente como éste. Lo jalo suavemente—. Quizás lo conservaremos.
A pesar de que no es bueno para el juego de cera…
—Oh, por favor —suplica.
—Mmm… me gusta que me supliques, Anastasia.
Ella gime.
—No suelo pagar con la misma moneda, señorita Steele —susurro contra su carne—. Pero
hoy me ha complacido, así que tiene que recibir su recompensa. —Y sostengo sus muslos,
abriéndola con mi lengua, y comienzo a hacer círculos contra su clítoris.
Ella grita, su cuerpo alzándose de la cama.
Pero no me detengo. Mi lengua es implacable. Sus piernas se tensan, sus dedos apuntando.
Ah, está cerca, y lentamente deslizo mi dedo medio dentro de ella.
Está mojada.
Mojada y esperando.
—Oh, nena. Me encanta que estés tan mojada para mí. —Comienzo a mover mi dedo en
círculos, extendiéndola. Mi lengua continúa atormentando su clítoris, una y otra vez. Se tensa
debajo de mí y finalmente grita mientras su orgasmo rompe a través de ella.
¡Sí!
Me pongo de rodillas y tomo un condón. Una vez que está puesto, la penetro lentamente.
Joder, se siente bien.
—¿Cómo estás? —pregunto.
—Bien. Muy bien. —Su voz es ronca.
Oh…Comienzo a moverme, deleitándome con la sensación de ella a mí alrededor. Una y otra
vez, más y más rápido, perdiéndome en esta mujer. Quiero que se venga de nuevo.
La quiero satisfecha.
La quiero feliz.
Finalmente, se tensa una vez más y gime.
—Vente para mí, nena —le digo entre dientes, y explota alrededor de mí.
—Un polvo de agradecimiento —susurro, y me dijo ir, encontrando mi propio dulce
liberación. Brevemente me derrumbo sobre ella, disfrutando de su suavidad. Ella mueve sus
manos de modo que están alrededor de mi cuello, pero como está atada no puede tocarme.
Tomando una respiración profunda, sostengo mi peso en mis brazos y la miro maravillado.
—¿Ves lo buenos que somos juntos? Si te entregas a mí, será mucho mejor. Confía en mí,
Anastasia, puedo transportarte a lugares que ni siquiera sabes que existen. —Nuestras frentes se
tocan y cierro mis ojos.
Por favor, di que sí.
Escuchamos voces fuera de la puerta.
¿Qué demonios?
Son Taylor y Grace.
—¡Mierda! Es mi madre.
Ana chilla mientras me alejo de ella.
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Saltando fuera de la cama, tiro el condón en la papelera.
¿Qué diablos está haciendo mi madre aquí?
Taylor la ha desviado, gracias al cielo. Bueno, ella está a punto de tener una sorpresa.
Ana sigue recostada en la cama.
—Vamos, tenemos que vestirnos… si quieres conocer a mi madre. —Le sonrío a Ana
mientras me pongo mis pantalones. Se ve adorable.
—Christian… no puedo moverme —protesta, pero está sonriendo también.
Inclinándome, deshago el nudo y beso su frente.
Mi madre va a emocionarse.
—Otra novedad —susurro, incapaz de esconder mi sonrisa.
—No tengo ropa limpia aquí.
Me deslizo en una camiseta blanca y cuando me giro, ella se está sentando, abrazando sus
rodillas.
—Tal vez debería quedarme aquí.
—Oh, no, claro que no —le advierto—. Puedes usar algo mío.
Me gusta cuando usa mi ropa.
Su cara cae.
—Anastasia, podrías estar usando un saco y aun así te verías encantadora. Por favor, no te
preocupes. Me gustaría que conocieras a mi madre. Vístete. Iré a calmarla. Te espero en el salón
en cinco minutos, de otra forma, vendré y te arrastraré hasta ahí yo mismo lleves lo que lleves
puesto. Mis camisetas están en este cajón. Mis camisas en el armario. Busca tú misma.
Sus ojos se amplían.
Sí. Hablo enserio, nena.
Advirtiéndole con una dura mirada, abro la puerta y salgo para encontrar a mi madre.
Grace está de pie en el corredor opuesto a la puerta del vestíbulo, y Taylor está hablando
con ella. Su cara se enciende cuando me ve.
—Querido, no tenía idea de que tendrías compañía —exclama, y se ve un poco
avergonzada.
—Hola, Madre. —Beso la mejilla que me ofrece—. Trataré con ella ahora —le digo a Taylor.
—Sí, Sr. Grey. —Asiente, viéndose exasperado, y se dirige de regreso a su oficina.
—Gracias, Taylor —le grita Grace, entonces gira toda su atención hacia mí.
—¿Tratar conmigo? —dice en reprensión—. Estaba de compras en el centro y pensé que
podía venir por un café. —Se detiene—. Si hubiera sabido que no estabas solo… —Se encoje de
hombros de una extraña manera femenina.
Se ha detenido seguido por un café antes y había una mujer aquí… solo que ella nunca lo
supo.
—Ella vendrá en un momento —admito, sacándola de su miseria—. ¿Quieres sentarte? —
Señalo en dirección al sofá.
—¿Ella?
—Sí, madre. Ella. —Mi tono es seco mientras trato de no reírme. Y por una vez, ella está en
silencio mientras deambula por la sala.
—Veo que han desayunado —observa, viendo los trastes sin lavar.
—¿Quieres algo de café?
—No. Gracias, querido. —Se sienta—. Conoceré a tu… amiga y después me iré. No quiero
interrumpirlos. Tenía el presentimiento de que estarías trabajando como un esclavo en tu estudio.
Trabas duro, cariño. Pensé que tendría que arrastrarte para sacarte. —Se ve casi disculpándose
cuando me uno a ella en el sofá.
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—No te preocupes. —Estoy divertido por su reacción—. ¿Por qué no estás en la iglesia esta
mañana?
—Carrick tenía que trabajar, así que decidimos ir a la eucaristía de la tarde. Supongo que es
demasiado desear que vengas con nosotros.
Alzo una ceja en un desprecio cínico.
—Madre, sabes que eso no es lo mío.
Dios y yo nos dimos la espalda el uno al otro mucho tiempo atrás.
Ella suspira, pero entonces Ana aparece… vestida con su propia ropa, viéndose tímida en la
puerta de entrada. La tensión entre madre e hijo es notable, y me pongo de pie aliviado.
—Aquí está.
Grace se gira y se pone de pie.
—Mamá, te presento a Anastasia Steele. Anastasia, está es Grace Trevelyan-Grey.
Sacuden sus manos.
—Encantada de conocerte —dice Grace con un demasiado entusiasta para mi agrado.
—Dra. Trevelyan-Grey —dice Ana educadamente.
—Llámame Grace —dice, de pronto toda amigable e informal.
¿Qué? ¿Tan pronto?
Grace continúa:
—Suelen llamarme Dra. Trevelyan y la señora Grey es mi suegra. —Ella le guiña un ojo a Ana
y se sienta. Me muevo hacia Ana y golpeo el asiento a mi lado, y ella viene y se sienta.
—Bueno, ¿y ustedes cómo se conocieron? —pregunta Grace.
—Anastasia me hizo una entrevista para la revista de la facultad, porque esta semana voy a
entregar los títulos.
—Así que te gradúas esta semana —pregunta Grace a Ana.
—Sí.
El celular de Ana comienza a sonar y se excusa para contestarlo.
—Y yo daré el discurso de graduación —le digo a Grace, pero mi atención está en Ana.
¿Quién es?
—Mira, José, ahora no es un buen momento. —La escucho decir.
Ese maldito fotógrafo. ¿Qué es lo que quiere?
—Dejé un mensaje para Elliot, y luego descubrí que está en Portland. No lo he visto desde la
semana pasada —está diciendo Grace.
Ana cuelga.
Grace continúa mientras Ana se aproxima a nosotros de nuevo:
—…y Elliot me llamó para decirme que estabas por aquí… Hace dos semanas que no te veo,
cariño.
—¿Elliot lo sabía? —pregunto.
¿Qué es lo que el fotógrafo quiere?
—Pensé que podríamos comer juntos, pero ya veo que tienes otros planes, así que no
quiero interrumpirlos. —Grace se pone de pie, y por una vez estoy agradecido que sea intuitiva y
pueda leer una situación. Me ofrece su mejilla de nuevo. La beso de despedida.
—Tengo que llevar a Anastasia a Portland.
—Claro, cariño. —Grace vuelve su animada… y, si no me equivoco, agradecida sonrisa a Ana.
Es irritante.
—Anastasia, ha sido un gran placer. —Grace se acerca y toma la mano de Ana—. Espero que
volvamos a vernos.
—¿Sra. Grey? —Taylor aparece en el umbral de la puerta.
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—Gracias, Taylor —responde Grace, y él la escolta fuera de la habitación y a través de las
puertas dobles del vestíbulo.
Bueno, eso fue interesante.
Mi madre siempre pensó que era gay. Pero como siempre respetó mis límites, nunca me
preguntó.
Bueno, ahora lo sabe.
Ana está mordiendo su labio inferior, irradiando ansiedad… como debería.
—Así que te llamó el fotógrafo —sueno brusco.
—Sí.
—¿Qué quería?
—Solo pedirme perdón, ya sabes… por lo del viernes.
—Ya veo. —Tal vez quiere otra oportunidad con ella. El pensamiento es desagradable.
Taylor se aclara la garganta.
—Señor Grey, hay un problema con el envío a Darfur.
Mierda. Esto es lo que pasa por no revisar mi correo esta mañana. He estado muy ocupado
con Ana.
—¿Charlie Tango está de vuelta en Boeing Field? —le pregunto a Taylor.
—Sí, señor.
Taylor saluda a Ana con un asentimiento.
—Señorita Steele.
Ella le da una amplia sonrisa y él se va.
—¿Taylor vive aquí? —pregunta Ana.
—Sí.
Dirigiéndome a la cocina, tomo mi teléfono y rápidamente veo mi correo. Hay un mensaje
marcado de Ros y un par de textos. La llamo inmediatamente.
—Ros, ¿cuál es el problema?
—Christian, hola. El reporte que traen de Darfur no es bueno. No pueden garantizar la
seguridad de las embarcaciones en el mantenimiento de la carretera, y el Departamento de Estado
no está dispuesto a sancionar el alivio sin la aprobación de la ONG.
A la mierda esto.
—No voy a poner en peligro a la tripulación. —Ros sabe esto.
—Podríamos tratar y atraer mercenarios —dice.
—No, cancélalo…
—Pero el costo —protesta.
—Los lanzaremos desde el aire.
—Sabía que dirías eso, Christian. Tengo un plan en las obras. Será costoso. Mientras tanto,
los contenedores pueden ir a Rotterdam fuera de Philly y podemos tomarlo desde ahí. Eso es todo.
—Bien. —Cuelgo. Más apoyo del Departamento de Estado sería útil. Me acuerdo de llamar a
Blandino para discutir esto mucho mejor.
Mi atención regresa a la señorita Steele, quien está de pie en mi sala de estar, mirándome
con cautela. Necesito ponernos de nuevo en marcha.
Sí. El contrato. Ese es el siguiente paso en nuestra negociación.
En mi estudio, reúno los papeles que están en mi escritorio y los coloco en un sobre de
manila.
Ana no se ha movido de donde la dejé en la sala de estar. Tal vez está pensando en el
fotógrafo… mi estado de ánimo se va en picada.
—Este es el contrato. —Sostengo el sobre—. Léelo y lo comentamos el fin de semana que
viene. Te sugiero que investigues un poco para que sepas de lo que estamos hablando.—Ella mira
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desde el sobre de manila hacia mí, su rostro pálido—. Bueno, si aceptas, y espero de verdad que
aceptes—añado.
—¿Que investigue?
—Te sorprendería saber lo que puedes encontrar en internet.
Frunce el ceño.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—No tengo computadora. Suelo utilizar las de la facultad. Veré si puedo utilizar la
computadora portátil de Kate.
¿Sin computadora? ¿Cómo puede una estudiante no tener computadora? ¿Está en quiebra?
Le entrego el sobre.
—Seguro que puedo… bueno… prestarte una. Recoge tus cosas. Volveremos a Portland en
auto y comeremos algo por el camino. Voy a vestirme.
—Tengo que hacer una llamada —dice, su voz suave y vacilante.
—¿Al fotógrafo? —espeto. Ella se ve culpable.
¿Qué demonios?
—No me gusta compartir, Señorita Steele. Recuérdelo. —Salgo hecho una furia de la
habitación antes de decir algo más.
¿Estáenamorada de él?
¿Me estaba usando para amaestrarla?
Mierda.
Quizás es el dinero. Ese es un pensamiento depresivo…aunque no me parece que sea una
caza fortunas. Fue bastante vehemente sobre que le comprara cualquier prenda. Me saco los
jeans y me pongo unos bóxer. Mi corbata Brioni está en el suelo. Me agacho para recogerla.
Tomó bien que la atara…Hay esperanza, Grey. Esperanza.
Meto la corbata y otras dos en un maletín junto con calcetas, ropa interior y condones.
¿Qué estoy haciendo?
En el fondo, sé que me voy a quedar en el Heathman toda la semana que viene…para estar
cerca de ella. Reúno un par de trajes y camisas que Taylor puede llevar más tarde en la semana.
Necesitaré una para la ceremonia de graduación.
Me deslizo en unos jeans limpios y agarro una chaqueta de cuero, y mi teléfono suena. Es un
mensaje de texto de Elliot.
Estoy conduciendo de vuelta en tu auto.
Espero que eso no arruine tus planes.
Le regreso el mensaje.
No. Volveré a Portland ahora.
Déjale saber a Taylor cuando llegues.
Llamo a Taylor a través del sistema interno telefónico.
—¿Señor Grey?
—Elliot trae la camioneta de vuelta en algún momento de esta tarde. Llévala a Portland
mañana. Me voy a quedar en el Heathman hasta la ceremonia de graduación. Dejé un poco de
ropa que me gustaría que me llevaras también.
—Sí, señor.
—Y llama a Audi. Puede que necesite el A3 más pronto de lo que pensé.
—Está listo, Sr. Grey.
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—Oh. Bueno. Gracias.
Así que arreglado el auto; ahora la computadora. Llamo a Barney, asumiendo que estará en
su oficina, y sabiendo que tendrá una portátil de última generación por ahí.
—¿Sr. Grey? —responde.
—¿Qué está haciendo en la oficina, Barney? Es domingo.
—Estoy trabajando en el diseño de la Tablet. El problema de las celdas solares me está
molestando.
—Necesita una vida en el hogar.
Barney tiene la gracia de reír.
—¿Qué puedo hacer por usted, Sr. Grey?
—¿Tiene alguna computadora portátil nueva?
—Tengo dos aquí, de Apple.
—Genial. Necesito una.
—Por supuesto.
—¿Puede configurarla con una cuenta de correo electrónico para Anastasia Steele? Ella será
su dueña.
—¿Cómo se deletrea?¿―Steal‖?
—S.T.E.E.L.E.
—Perfecto.
—Bien. Andrea se pondrá en contacto hoy para organizar la entrega.
—Claro que sí, señor.
—Gracias, Barney… y váyase a casa.
—Sí, señor.
Le envío un mensaje de texto a Andrea con las instrucciones para enviar la computadora
portátil al domicilio de Ana, luego regreso al salón. Ana está sentada en el sofá, jugueteando con
sus dedos. Me da una mirada cautelosa y se levanta.
—¿Lista? —pregunto.
Ella asiente.
Taylor aparece desde su oficina.
—Mañana, pues —le digo.
—Sí, señor. ¿Qué auto va a llevarse?
—El R8.
—Buen viaje, Sr. Grey. Señorita Steele —dice Taylor, mientras abre las puertas del vestíbulo
para nosotros. Ana se agita a mi lado mientras esperamos el elevador, su diente en su regordete
labio inferior.
Me recuerda a su diente en mi polla.
—¿Qué pasa, Anastasia? —pregunto, mientras extiendo el brazo y agarro su barbilla—. Deja
de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no —gruño.
Está sorprendida, creo, aunque porque lo estaría después de todo lo que hemos hecho…Mi
humor se suaviza.
—Christian, tengo un problema —dice ella.
—¿Ah, sí?
En el ascensor, presiono el botón para el garaje.
—Bueno… —tartamudea, insegura. Luego endereza los hombros—. Tengo muchas
preguntas sobre sexo, y tú estás demasiado implicado. Si quieres que haga todas esas cosas,
¿cómo voy a saber…? —Se detiene, como si midiera sus palabras—. Es que no tengo puntos de
referencia.
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No esto otra vez. Ya hemos hablado de esto. No quiero que hable con nadie. Ha firmado un
acuerdo de confidencialidad. Pero lo preguntó de nuevo. Así que debe ser importante para ella.
—Si no hay más remedio, habla con ella. Pero asegúrate de que no comente nada con Elliot.
—Kate no haría algo así, como yo no te diría a ti nada de lo que ella me cuente de Elliot… si
me contara algo —insiste.
Le recuerdo que no estoy interesado en la vida sexual de Elliot, pero coincido en que pueda
hablar sobre lo que hemos hecho hasta ahora. Su compañera de habitación tendría mis bolas si
supiera mis verdaderas intenciones.
—De acuerdo —dice Ana, y me da una sonrisa brillante.
—Cuanto antes te sometas a mí mejor, y así acabamos con todo esto.
—¿Acabamos con qué?
—Con tus desafíos.—La beso rápidamente y sus labios sobre los míos inmediatamente me
hacen sentir mejor.
—Bonito auto —dice, mientras nos acercamos al R8 en el garaje subterráneo.
—Lo sé. —Le destello una rápida sonrisa, y soy recompensado con otra sonrisa, antes de
que ella ponga los ojos en blanco. Abro la puerta para ella, preguntándome si debería comentar
sobre el asunto de entornar los ojos.
—¿Qué auto es? —pregunta, cuando estoy detrás del volante.
—Es un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la capota. Ahí hay una
gorra. Bueno, debería haber dos.
Enciendo el motor y retracto el techo, y The Boss llena el auto.
—Va a tener que gustarte Bruce.—Le sonrío a Ana y conduzco el R8 por su lugar seguro en
el garaje.
Abriéndome paso entre los autos en zigzag en la quinta interestatal, nos dirigimos hacia
Portland. Ana está tranquila, escuchando la música y mirando fijamente fuera de la ventana. Es
difícil ver su expresión, detrás de los lentes y bajo mi gorra de los Marines. El viento silba sobre
nosotros mientras aceleramos pasado Boeing Field.
Hasta el momento, este fin de semana ha sido inesperado. ¿Pero qué esperaba? Pensé que
tendríamos cena, discutiríamos el contrato, ¿y luego qué? Tal vez follarla era inevitable.
Le echo un vistazo al otro lado.
Sí…Y quiero follarla otra vez.
Desearía saber lo que estaba pensando. Dice poco, pero he aprendido algunas cosas sobre
Ana. A pesar de su inexperiencia, está dispuesta a aprender. ¿Quién habría pensado que debajo de
ese tímido exterior tenía el alma de una sirena? Una imagen de sus labios en torno a mi polla viene
a mi mente y reprimo un gemido.
Sí…está más que dispuesta.
El pensamiento es excitante.
Espero que pueda verla antes del próximo fin de semana.
Incluso ahora, estoy con ganas de tocarla de nuevo. Extendiendo el brazo, ponga la mano
sobre su rodilla.
—¿Tienes hambre?
—No especialmente —responde, moderada.
Esto me está aburriendo.
—Tienes que comer, Anastasia. Conozco un sitio fantástico cerca de Olympia. Pararemos
allí.
Cuisine Sauvage es pequeña y llena de parejas y familias disfrutando el almuerzo del
domingo. Con la mano de Ana en la mía, seguimos a la anfitriona hacia nuestra mesa. La última vez
que vine aquí, fue con Elena. Me pregunto lo que ella diría de Anastasia.
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—Hacía tiempo que no venía. No se puede elegir… Preparan lo que han cazado o recogido—
digo, haciendo una mueca, fingiendo mi horror. Ana se ríe.
¿Por qué me siento de diez metros de alto cuando la hago reír?
—Dos vasos de Pinot Grigio —pido de la mesera, quien me está haciendo ojitos desde
debajo de su rubio flequillo. Es molesto.
Ana frunce el ceño.
—¿Qué pasa? —pregunto, preguntándome si la mesera la está molestando también.
—Yo quería una Coca-Cola light.
¿Por qué no lo dijiste? Frunzo el ceño.
—El Pinot Grigio de aquí es un vino decente. Irá bien con la comida, nos traigan lo que nos
traigan.
—¿Nos traigan lo que nos traigan? —pregunta, sus ojos ruedan con alarma.
—Sí. —Y le doy mi sonrisa de muchos megavatios para reparar no dejarla ordenar su propia
bebida. No estoy acostumbrado a preguntar—. A mi madre le has gustado —añado, esperando
que esto la complazca y recordando la reacción de Grace por Ana.
—¿En serio? —dice, viéndose halagada.
—Claro. Siempre ha pensado que era gay.
—¿Por qué pensaba que eras gay?
—Porque nunca me ha visto con una chica.
—Vaya… ¿con ninguna de las quince?
—Tienes buena memoria. No, con ninguna de las quince.
—Oh.
Sí…solo tú, nena. El pensamiento es inquietante.
—Mira, Anastasia, para mí también ha sido un fin de semana de novedades.
—¿Sí?
—Nunca había dormido con nadie, nunca había tenido relaciones sexuales en mi cama,
nunca había llevado a una chica en el Charlie Tango y nunca le había presentado una mujer a mi
madre. ¿Qué estás haciendo conmigo?
Sí. ¿Qué demonios me estás haciendo? Este no soy yo.
La mesera nos trae nuestro vino frío, y Ana inmediatamente toma un rápido sorbo, sus ojos
brillantes puestos en mí.
—Me lo he pasado muy bien este fin de semana, de verdad—dice con un tímido deleite en
su voz. Yo igual, y me doy cuenta que no he disfrutado un fin de semana por un tiempo…desde
que Susannah y yo nos separamos. Le digo eso.
—¿Qué es un polvo vainilla?—pregunta ella.
Rio ante su inesperada pregunta y completo cambio de tema.
—Sexo convencional, Anastasia, sin juguetes ni accesorios —me encojo de hombros—. Ya
sabes… bueno, la verdad es que no lo sabes, pero eso es lo que significa.
—Oh —dice, y se ve un poco cabizbaja.
¿Qué pasa ahora?
La mesera nos desvía, dejando dos tazones con sopa llena de verdor.
—Sopa de ortigas —anuncia, y se pavonea de nuevo a la cocina. Nos miramos entre sí, luego
de vuelta a la sopa. Una rápida probada nos informa que está delicioso. Ana se ríe ante mi
exagerada expresión de alivio.
—Qué sonido tan bonito —digo suavemente.
—¿Por qué nunca has echado polvos vainilla? ¿Siempre has hecho… bueno… lo que
hagas?—Es tan curiosa como siempre.
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—Más o menos.—Y luego me pregunto si debería profundizar en esto. Más que nada,
quiero que sea comunicativa conmigo; quiero que confíe en mí. Nunca soy tan franco, pero creo
que puedo confiar en ella, así que elijo mis palabras cuidadosamente.
—Una de las amigas de mi madre me sedujo cuando tenía quince años.
—Oh. —La cuchara de Ana hace una pausa a mitad del tazón hacia su boca.
—Sus gustos eran muy especiales. Fui su sumiso durante seis años.
—Oh —respira ella.
—Así que sé lo que implica, Anastasia. —Más de lo que sabes—. En realidad, no tuve una
introducción común y corriente al sexo. —No podía ser tocado. Todavía no puedo.
Espero por su reacción, perocontinúa con su sopa, dándole vuelta a este cotilleo de
información.
—¿Y nunca saliste con nadie en la facultad? —pregunta, cuando ha terminado su última
cucharada.
—No.
La mesera nos interrumpe para recoger nuestros tazones vacíos. Ana espera a que se vaya.
—¿Por qué?
—¿De verdad quieres saber?
—Sí.
—Porque no quise. Solo la deseaba a ella. Además, me habría matado a palos.
Parpadea un par de veces mientras absorbe estas noticias.
—Si era una amiga de tu madre, ¿cuántos años tenía?
—Los suficientes para saber lo que hacía.
—¿Sigues viéndola? —Suena sorprendida.
—Sí.
—¿Todavía… bueno…?—Se sonroja carmesí, su boca baja.
—No —digo rápidamente. No quiero que tenga una idea equivocada de mi relación con
Elena—. Es una buena amiga —le aseguro.
—Oh. ¿Tu madre sabe?
—Claro que no.
Mi madre me mataría… y a Elena también.
La mesera regresa con el plato principal: carne de venado. Ana toma un largo trago de su
vino.
—Pero no estarías con ella todo el tiempo… —Está ignorando su comida.
—Bueno, estaba solo con ella, aunque no la veía todo el tiempo. Era… difícil. Después de
todo, todavía estaba en el instituto, y más tarde en la facultad. Come, Anastasia.
—No tengo hambre, Christian, de verdad —dice ella.
Entrecierro los ojos.
—Come —mantengo mi voz baja, mientras intento controlar mi temperamento.
—Espera un momento —dice, su tono tan tranquilo como el mío.
¿Cuál es su problema? ¿Elena?
—De acuerdo —concuerdo, preguntándome si le he dicho demasiado, y tomo un bocado de
mi carne de venado.
Finalmente, recoge sus cubiertos y comienza a comer.
Bien.
—¿Así será nuestra… bueno… nuestra relación?—pregunta—. ¿Estarás dándome órdenes
todo el rato? —Examina el plato de comida en frente de ella.
—Sí.
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—Ya veo. —Sacude su cola de caballo sobre su hombro.
—Es más, querrás que lo haga.
—Es mucho decir —dice.
—Lo es. —Cierro los ojos. Quiero hacer esto con ella, ahora más que nunca. ¿Qué puedo
decir para convencerla de darle una oportunidad a nuestro acuerdo?
—Anastasia, tienes que seguir tu instinto. Investiga un poco, lee el contrato… No tengo
problema en comentar cualquier detalle. Estaré en Portland hasta el viernes, por si quieres que
hablemos antes del fin de semana. Llámame… Podríamos cenar… ¿digamos el miércoles? De
verdad quiero que esto funcione. Nunca he querido nada tanto.
Vaya. Gran discurso, Grey. ¿Acabas de pedirle una cita?
—¿Qué pasó con las otras quince? —pregunta ella.
—Cosas distintas, pero al fin y al cabo se reduce a… Incompatibilidad.
—¿Y crees que yo podría ser compatible contigo?
Eso espero…
—Entonces ya no ves a ninguna de ellas.
—No, Anastasia. Soy monógamo.
—Ya veo.
—Investiga un poco, Anastasia.
Baja su cuchillo y tenedor, lo que indica que ha terminado su cena.
—¿Ya has terminado? ¿Eso es todo lo que vas a comer?
Ella asiente, colocando las manos en su regazo, y su boca se pone de esa manera testaruda
que tiene…y sé que será una lucha persuadirla de limpiar su plato. No es de extrañar que sea tan
delgada. Sus problemas alimenticios serán algo en lo que trabajar, si está de acuerdo con ser mía.
Mientras continúo comiendo, sus ojos se lanzan hacia mí cada pocos segundos y un rubor lento
mancha sus mejillas.
¿Oh, qué es esto?
—Daría cualquier cosa por saber lo que estás pensando ahora mismo. —Claramente está
pensando en sexo—. Ya me imagino… —la provoco.
—Me alegro de que no puedas leerme el pensamiento.
—El pensamiento no, Anastasia, pero tu cuerpo… loconozco bastante bien desde ayer. —Le
doy una sonrisa lobuna y pido la cuenta.
—Vamos.
Cuando nos vamos, su manos están firmes en las mías. Está en silencio, sumida en sus
pensamientos, al parecer, y permanece así todo el camino hacia Vancouver. Le he dado mucho
que pensar.
Pero ella también me ha dado un gran acuerdo en el que pensar.
¿Querrá hacer esto conmigo?
Maldición, eso espero.
Todavía está claro cuando llegamos a su casa, pero el sol se hunde en el horizonte y brilla
con una luz color rosa y perla en el Monte St. Helens. Ana y Kate viven en un lugar pintoresco con
una vista increíble.
—¿Quieres entrar? —pregunta ella, después de que he apagado el motor.
—No. Tengo trabajo. —Sé que si acepto su invitación, estaré cruzando una línea que no
estoy preparado a cruzar. No soy material de novio, y no quiero darle falsas expectativas del tipo
de relación que tendrá conmigo.
Su rostro cae y, desinflada, aparta la mirada.
No quiere que me vaya.
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Es humillante. Extendiendo la mano, agarro la suya y beso sus nudillos, con la esperanza de
quitar la picadura del rechazo.
—Gracias por este fin de semana, Anastasia. Ha sido… estupendo.—Se da la vuelta con los
ojos brillantes.
—¿Nos vemos el miércoles? —continúo—. Pasaré a buscarte por el trabajo o por donde me
digas.
—Nos vemos el miércoles —dice ella, y la esperanza en su voz es desconcertante.
Mierda. No es una cita.
Beso su mano otra vez y salgo del auto para abrirle la puerta. Tengo que salir de aquí antes
de hacer algo de lo que me arrepienta.
Cuando sale del auto, se alegra, en desacuerdo con la forma en la que se veía hace un
momento. Marcha hasta su puerta, pero antes de que llegue a los peldaños se da vuelta
repentinamente.
—Ah… por cierto, me he puesto unos calzoncillos tuyos —dice en señal de triunfo, y tira de
la pretina para que pueda ver las palabras ―Polo‖ y ―Ralph‖ asomándose sobre sus jeans.
¡Me ha robado la ropa interior!
Estoy aturdido. Y, en ese instante no quiero nada más que verla en mis calzoncillos…y solo
en ellos.
Echa hacia atrás su cabello y se pavonea hacia su apartamento, dejándome de pie en su
acera, mirando como un tonto.
Niego con la cabeza, me subo al auto, y cuando enciendo el motor no puedo evitar mi
sonrisa de idiota.
Espero que diga que sí.
Termino mi trabajo y tomo un sorbo de fino Sancerre, entregado por el servicio de
habitaciones por la mujer con ojos muy oscuros. Arrastrarme por mis correos electrónicos y
responder cuando se requería ha sido una distracción bienvenida de pensamientos sobre
Anastasia. Y ahora estoy gratamente cansado. ¿Son las cinco horas de trabajo? ¿O toda la
actividad sexual de anoche y esta mañana? Recuerdos de la deliciosa señorita Steele invaden mi
mente: en Charlie Tango, en mi cama, en mi bañera, bailando alrededor de mi cocina. Y pensar
que todo comenzó aquí el viernes…y ahora ella está considerando mi propuesta.
¿Ha leído el contrato? ¿Está haciendo su tarea?
Reviso mi teléfono otra vez en busca de un mensaje de texto o una llamada pérdida, por
supuesto, no hay nada.
¿Estará de acuerdo?
Eso espero…
Andrea me ha enviado el nuevo correo electrónico de Ana y me asegura que la
computadora portátil será entregada mañana en la mañana. Con eso en mente, escribo un correo.
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De: Christian Grey
Asunto: Su nueva computadora
Fecha: 22 de Mayo 2011 23:15
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Confío en que haya dormido bien.
Espero que haga buen uso de esta portátil, como comentamos.
Estoy impaciente por cenar con usted el miércoles.
Hasta entonces, estaré encantado de contestar a cualquier pregunta vía correo electrónico,
si lo desea.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
El correo no rebota, así que la dirección está activa. Me pregunto cómo irá a reaccionar Ana
en la mañana cuando lo lea. Espero que le guste la portátil. Supongo que lo sabré mañana.
Recogiendo mi última lectura, me acomodo en el sofá. Es un libro de dos reconocidos economistas
que examinan porqué los pobres piensan y se comportan como lo hacen. Una imagen de una
mujer joven cepillándose su largo y oscuro cabello viene a mi mente; su cabello brilla en la luz de
la ventanilla amarilla entreabierta, y el aire está lleno de motas de polvo bailando. Está cantando
suavemente, como una niña.
Me estremezco.
No vayas ahí, Grey.
Abro el libro y comienzo a leer.
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Lunes, 23 de Mayo de 2011
Es después de las una de la mañana cuando me voy a acostar. Mirando fijamente el techo,
estoy cansado, relajado, pero también emocionado, anticipando lo que la semana traerá. Espero
tener un nuevo proyecto: la Señorita Anastasia Steele.
Mis pies golpean la acera en Main Street mientras corro hacia el río. Son las seis treinta y
cinco de la mañana y los rayos del sol están brillando a través de los edificios de gran altura. Los
árboles en la acera recientemente han reverdecido sus hojas con la primavera, el aire está limpio,
el trafico tranquilo. He dormido bien. Oh, Fortuna de Orff’s Carmina Burana está resonando en mis
oídos. Hoy las calles están pavimentadas con posibilidad.
¿Responderá mi correo electrónico?
Es demasiado temprano, demasiado pronto para cualquier respuesta, pero sintiéndome
más ligero de lo que me he sentido en semanas, corro más allá de la estatua de los alces y hacia el
Willamette.
Para las siete cuarenta y cinco, estoy frente a mi computadora portátil, habiéndome
duchado y pedido el desayuno. Le mando un correo electrónico a Andrea para hacerle saber que
estaré trabajando desde Portland por la semana y para pedirle que reprograme cualquier reunión
para que se pueda llevar a cabo por teléfono o videoconferencia. Le mando un correo electrónico
a Gail para hacerle saber que no estaré en casa hasta el jueves por la noche como más temprano.
Luego trabajo a través de mi bandeja de entrada y encuentro entre otras cosas una propuesta de
una empresa mixta con un astillero en Taiwán. Lo reenvío a Ros para añadirlo a la agenda de
asuntos que necesitamos discutir.
Luego me dirijo hacia mí otro asunto pendiente: Elena. Me ha enviado mensajes de texto un
par de veces durante el fin de semana y no he contestado.
De: Christian Grey
Asunto: El fin de semana
Fecha: 23 de Mayo de 2011 08:15
Para: Elena Lincoln
Buenos días, Elena.
Disculpa no responderte. He estado ocupado todo el fin de semana, y estaré en Portland
todo esta semana. No sé sobre el próximo fin de semana tampoco, pero si estoy libre te lo haré
saber.
Los últimos resultados para el negocio de belleza parecen prometedores.
Bien hecho, Ama…
Lo mejor.
C
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Presiono enviar preguntándome otra vez qué haría Elena con Ana…y viceversa. Hay un
silbido desde mi computadora portátil cuando un nuevo correo electrónico llega.
Es de Ana.
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De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:20
Para: Christian Grey
Asunto: Tu nueva computadora (en préstamo)
He dormido muy bien, gracias… por alguna extraña razón… Amo.Creí entender que la
computadora era en préstamo, es decir, no es mía.
Ana
―Amo‖ con una A mayúscula, la chica ha estado leyendo, y posiblemente investigando. Y
todavía me habla. Sonrío estúpidamente ante el correo electrónico. Esta es una buena noticia.
Aunque también me está diciendo que no quiere la computadora.
Bueno, eso es frustrante.
Sacudo la cabeza, divertido.
De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:22
Para: Anastasia Steele
Asunto: Su nueva computadora (en préstamo)
La computadora está en préstamo.
Indefinidamente, señorita Steele.
Observo en su tono que ha leído la documentación que le di.
¿Tiene alguna pregunta?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Presiono enviar. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que responda? Reanudo la lectura de mi
correo electrónico como distracción mientras espero por su respuesta. Hay un resumen ejecutivo
de Fred, el jefe de mi división de telecomunicaciones del desarrollo de nuestra Tablet alimentada
por energía solar, uno de mis proyectos favoritos. Es ambicioso, pero pocos de mis proyectos
empresariales importan más que este y estoy emocionado por ello. Llevar asequible primera
tecnología al tercer mundo es algo que estoy determinado a hacer.
Hay un silbido desde mi computadora.
Otro correo de la Señorita Steele.
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De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:25
Para: Christian Grey
Asunto: Mentes inquisitivas
Tengo muchas preguntas, pero no me parece adecuado hacértelas vía correo electrónico, y
algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida.
No quiero ni necesito una computadora indefinidamente.
Hasta luego. Que tengas un buen día… Amo.
Ana
El tono de su correo electrónico me hace sonreír, pero parece que está fuera trabajando, así
que este podría ser el último por un rato.
Su renuencia a aceptar el maldito computadora es molesta. Pero supongo que demuestra
que no es adquisitiva. No es una caza fortunas, extraño entre las mujeres que he conocido…sin
embargo, Leila era igual.
—Amo, no soy digna de este hermoso vestido.
—Lo eres. Tómalo. Y no escucharé otra palabra al respecto. ¿Entendido?
—Sí, Amo.
—Bien. Y el estilo te conviene.
Ah, Leila. Era una buena sumisa, pero se volvió demasiada apegada y yo era el hombre
equivocado. Afortunadamente, eso no fue por mucho tiempo. Está casada ahora yes feliz. Vuelvo
mi atención al correo electrónico de Ana y lo releo.
Algunos tenemos que trabajar para ganarnos la vida.
La descarada muchacha está insinuando que no hago ningún trabajo.
Bien,¡al diablo con eso!
Veo el informe bastante resumido de Fred abierto en mi escritorio y decido dejar las cosas
claras con Ana.
De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 08:26
Para: Anastasia Steele
Asunto: Tu nueva computadora (de nuevo en préstamo)
Nos vemos luego, nena.
P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida. Pág in a 182
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Encuentro imposible concentrarme en mi trabajo, esperando el revelador silbido que
anuncia un nuevo correo electrónico de Ana. Cuando llega, lo reviso inmediatamente, pero es de
Elena. Y estoy sorprendido por mi decepción.
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De: Elena Lincoln
Asunto: El fin de semana
Fecha: 23 de Mayo de 2011 08:33
Para: Christian Grey
Christian, te esfuerzas demasiado. ¿Qué hay en Portland? ¿Trabajo?
Ex
ELENA LINCOLN
ESCLAVA
Para la belleza que eres tú™
¿Le digo? Si lo hago, llamará inmediatamente con preguntas, y no estoy listo para divulgar
mis experiencias del fin de semana, aún. Le escribo un rápido correo electrónico diciendo que es
trabajo, y vuelvo a mi lectura.
Andrea me llama a las nueve y revisamos mi agenda. Como estoy en Portland, le pido que
fije una reunión con el presidente y el vicepresidente asistente de desarrollo económico en la
Universidad de Washington, para discutir el proyecto de ciencia del suelo que hemos establecido y
su necesidad para fondos adicionales en el próximo año fiscal. Ella se compromete a cancelar
todos mis compromisos sociales de esta semana, y entonces me conecta a mi primera
videoconferencia del día.
A las tres de la tarde estoy estudiando detenidamente algunos esquemas de diseños de la
Tablet que Barney me ha enviado, cuando soy molestado por un golpe en mi puerta. La
interrupción es molesta, pero por un momento espero que sea la Señorita Steele. Es Taylor.
—Hola. —Espero que mi voz no revele mi decepción.
—Tengo su ropa, Sr. Grey —dice educadamente.
—Entra. ¿Puedes colgarla en el closet? Estoy esperando mi próxima llamada en conferencia.
—Por supuesto, Señor. —Se apresura hacia la habitación, llevando un par de bolsas de
trajes y una lona.
Cuando regresa, sigo esperando por mi llamada.
—Taylor, no creo que te vaya a necesitar por el próximo par de días. ¿Por qué no te tomas
un tiempo para ver a tu hija?
—Eso es muy amable de su parte señor, pero su madre y yo…—se detiene, avergonzado.
—Ah. Con que es así, ¿no? —pregunto.
Él asiente.
—Sí, señor. Tomará un poco de negociación.
—De acuerdo. ¿Sería mejor el miércoles?
—Preguntaré. Gracias, señor.
—¿Algo que pueda hacer para ayudar?
—Hizo suficiente, señor.
Él no quiere hablar sobre esto.
—De acuerdo. Creo que voy a necesitar una impresora, ¿puedes arreglarlo?
—Sí señor —asiente. Mientras sale, cierra suavemente la puerta tras él, frunzo el ceño.
Espero que su ex esposa no le esté causando dolor. Le pago por la educación de su hija como otro
incentivo para que se quede trabajando conmigo, es un buen hombre, y no quiero perderlo. El
teléfono suena, es mi llamada en conferencia con Ros y el Senador Blandino.
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Mi última llamada concluye a las cinco veinte de la tarde. Me estiro en la silla, pienso en lo
productivo que he sido hoy. Es increíble cómo consigo mucho más cuando no estoy en la oficina.
Solo un par de informes para leer y he terminado por el día. Cuando miro por la ventana el inicio
del amanecer, mi mente se desvía hacia cierta potencial sumisa.
Me pregunto cómo ha sido su estado en Clayton’s, fijando bridas para cables y midiendo
longitudes de cuerdas. Espero que algún día llegue a usarlas en ella. El pensamiento evoca
imágenes de ella atada en mi cuarto de juegos. Me detengo en esto por un momento… luego
rápidamente le envío un correo electrónico. Toda esta espera, trabajar, y enviar correos
electrónicos me está poniendo inquieto. Sé cómo me gustaría liberar está energía acumulada,
pero tengo que conformarme con correr.
De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:24
Para: Anastasia Steele
Asunto: Trabajar para ganarse la vida
Querida señorita Steele:
Espero que haya tenido un buen día en el trabajo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me cambio de nuevo a mi atuendo para correr. Taylor me ha traído dos pares más de
pantalones deportivos. Estoy seguro que es obra de Gail. Mientras me dirijo hacia la puerta reviso
mi correo electrónico. Ella contestó.
De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:48
Para: Christian Grey
Asunto: Trabajar para ganarse la vida
Amo… He tenido un día excelente en el trabajo.
Gracias.
Ana
Pero no ha hecho su tarea. Le respondo el correo electrónico.
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De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:50
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¡A trabajar!
Señorita Steele:
Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente.
Mientras escribe correos electrónicos no está investigando.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y en vez de salir de la habitación, espero su respuesta. No me mantiene esperando mucho
tiempo.
De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:53
Para: Christian Grey
Asunto: Pesado
Señor Grey: deja de mandarme correos electrónicos y podré empezar a hacer la tarea. Me
gustaría sacar otro sobresaliente.
Ana
Me río a carcajadas. Sí. Ese sobresaliente fue algo más. Cierro los ojos, y veo y siento su boca
alrededor de mi polla una vez más.
Joder.
Metiendo en cintura mi errante cuerpo, presiono enviar en mi respuesta, y espero.
De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:55
Para: Anastasia Steele
Asunto: Impaciente
Señorita Steele:
Deje de escribirme correos electrónicos… y haga los deberes.
Me gustaría ponerle otro sobresaliente.
El primero fue muy merecido. ;)
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
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Su respuesta no es tan inmediata, y sintiéndome un poco cabizbajo, me doy la vuelta y
decido ir a correr. Pero mientras abro la puerta el silbido de mi bandeja de entrada me hace
regresarme.
De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 17:59
Para: Christian Grey
Asunto: Investigación en internet
Señor Grey:
¿Qué me sugieres que ponga en el buscador?
Ana
¡Mierda! ¿Por qué no pensé en esto? Podría haberle dado algunos libros. Numerosos sitios
webs vienen a mi mente, pero no quiero asustarla.
Quizás debería empezar con lo más vainilla…
De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:02
Para: Anastasia Steele
Asunto: Investigación en internet
Señorita Steele:
Empiece siempre con la Wikipedia.
No quiero más correos electrónicos a menos que tenga preguntas.
¿Entendido?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me levanto de mi escritorio, pensando que no responderá pero, como siempre, me
sorprende y lo hace. No puedo resistirme.
De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:04
Para: Christian Grey
Asunto: ¡Autoritario!
Sí… Amo.
Eres muy autoritario.
Ana
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Malditamente cierto, nena.
De: Christian Grey
Fecha: 23 de mayo de 2011 18:06
Para: Anastasia Steele
Asunto: Controlando
Anastasia, no te imaginas cuánto.
Bueno, quizá ahora te haces una ligera idea.
Haz tu tarea.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Muestra algo de moderación, Grey. Antes de que pueda distraerme otra vez, estoy fuera de
la puerta. Con los Foo Fighters resonando en mis oídos corro hacia el río, he visto el Willamette al
amanecer, ahora quiero verlo al anochecer. Es una buena tarde: las parejas están caminando por
la orilla del río, algunos sentados en el pasto, y unos cuantos turistas hacen ciclismo hacia arriba y
debajo de la explanada. Los evito, la música resonando en mis oídos.
La Señorita Steele tiene preguntas. Todavía está en el juego… este no es un ―no‖. Nuestro
intercambio de correos electrónicos me ha dado esperanza. Mientras corro bajo el puente
Hawthorne reflexiono sobre cuán a gusto está con las palabras escritas, más que cuando está
hablando. Tal vez este es su medio preferido de expresión. Bueno, ha estado estudiando Literatura
Inglesa. Espero que para cuando regrese haya otro correo electrónico, quizás con preguntas,
quizás con un poco más de su burla descarada.
Sí. Eso es algo que espero.
Mientras corro por Main Street me atrevo a esperar que acepte mi proposición. El
pensamiento es excitante, estimulante incluso, y retomo mi ritmo, corriendo de nuevo hacia el
Heathman.
Son las ocho con quince de la noche cuando me siento de nuevo en la silla del comedor. He
comido el salvaje salmón de Oregón para la cena, cortesía de la Señorita Ojos Oscuros otra vez, y
todavía tengo la mitad de una copa de Sancerre por terminar. Mi computadora portátil está
abierta y encendida, debería llegar cualquier correo electrónico importante. Recojo el informe que
he impreso, sobre las zonas industriales abandonadas en Detroit.
—Tendría que ser Detroit —me quejo en voz alta, y empiezo a leer.
Unos minutos después, escucho un silbido.
Es un correo electrónico con ―Universitaria Escandalizada‖, escrito en la línea del asunto. El
titulo me hace levantarme.
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De: Anastasia Steele
Fecha: 23 de mayo de 2011 20:33
Para: Christian Grey
Asunto: Universitaria Escandalizada
Bien, ya he visto bastante.
Ha sido agradable conocerte.
Ana
¡Mierda!
Lo leo otra vez.
Joder.
Es un ―no‖. Me quedo mirando la pantalla con incredulidad.
¿Eso es todo?
¿Sin discutir?
Nada…
¿Solo ―ha sido agradable conocerte‖?
Qué. Carajos.
Me siento de nuevo en la silla, atónito.
¿Agradable?
Agradable.
AGRADABLE.
Ella pensó que era más que agradable cuando su cabeza estaba hacia atrás mientras se
venía.
No seas tan apresurado, Grey.
¿Quizás es una broma?
¡Una broma!
Jalo la computadora portátil hacia mí para escribir una respuesta.
De: Christian Grey
Fecha: Mayo 23, 2011
Para: Anastasia Steele.
Asunto: ¿AGRADABLE?
Pero mientras miro la pantalla, mis dedos sobrevolando las teclas, no puedo pensar en qué
decir.
¿Cómo pudo descartarme tan fácilmente?
Su primera follada.
Cálmate, Grey. ¿Cuáles son tus opciones? Quizás debería hacerle una visita, solo para
asegurarme de que es un ―no‖. Quizás podría persuadirla de cambiar de opinión. Ciertamente no
sé qué decir en este correo electrónico. Quizás ha estado viendo algunos sitios particularmente
rudos. ¿Por qué no le di algunos libros? No puedo creerlo. Necesita verme a los ojos y decirme que
no.
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Sí. Froto mi barbilla mientras formulo un plan, y momentos más tarde, estoy en mi closet,
sacando mi corbata.
Esa corbata.
Este trato no es un trato aún. De mi bolso mensajero saco algunos condones y los meto en
el bolsillo trasero de mis pantalones, entonces agarro mi chaqueta y una botella de vino blanco del
mini bar. Demonios, es un Chardonnay… pero tendrá que ser este. Sacando mi llave de la
habitación, cierro la puerta y me dirijo hacia el ascensor para recoger mi auto del valet.
Mientras freno en la R8 afuera del apartamento que comparte con Kavanagh, me pregunto
si este es un movimiento prudente. Nunca visité a ninguna de mis anteriores sumisas en sus
casas… ellas siempre venían a mí. Estoy presionando todos los límites que me había impuesto.
Abro la puerta del auto y salgo. Estoy incómodo; es peligroso y demasiado presuntuoso para mí el
venir aquí. Entonces otra vez, ya he estado aquí dos veces, aunque solo por unos minutos. Si ella
no está de acuerdo, tendré que arreglar sus expectativas. Esto no pasará otra vez.
Sigue adelante, Grey.
Estás aquí porque crees que es un “no”.
Kavanagh responde cuando toco la puerta. Está sorprendida de verme.
—Hola, Christian. Ana no dijo que vendrías. —Se hace a un lado para dejarme entrar—. Está
en su cuarto. La llamaré.
—No. Me gustaría sorprenderla. —Le doy mi más sincera y entrañable mirada y en
respuesta, parpadea un par de veces.Caray. Eso fue fácil. ¿Quién lo habría pensado? Qué
gratificante—. ¿Dónde está su habitación?
—Por allí, la primera puerta. —Señala la puerta al final de la sala vacía.
—Gracias.
Dejando mi chaqueta y el vino frío sobre una de las cajas embaladas, abro la puerta para
encontrar un pequeño pasillo con habitaciones. Asumo que una es el baño, así que toco la otra
puerta. Después de un latido, la abro y ahí está Ana, sentada en un pequeño escritorio, leyendo lo
que parece el contrato. Tiene sus audífonos puestos mientras tamborilea ociosamente sus dedos a
un ritmo que no escucho. De pie allí por un momento, la veo. Su rostro tiene una mueca de
concentración, su cabello está trenzado y lleva puesta ropa de deporte. Quizás ha ido a correr esta
tarde… quizás sufre de exceso de energía también. El pensamiento me complace. Su cuarto es
pequeño, ordenado y de chica; todo blanco, crema, y azul bebé, y bañado en el suave brillo de la
lámpara junto a la cama. Está también un poco vacío, pero veo una caja embalada con el rótulo
―Cuarto de Ana‖ escrito en la parte superior. A menos ene una cama matrimonial… con una
cabecera blanca forjada en hierro. Sí. Eso tiene posibilidades.
Ana repentinamente salta, alertada por mi presencia.
Sí. Estoy aquí por tu correo electrónico.
Se quita sus audífonos y el sonido de la música a bajo volumen llena el silencio entre
nosotros.
—Buenas noches, Anastasia.
Me mira atontada, sus ojos muy abiertos.
—Sentí que tu correo electrónico merecía una respuesta en persona. —Trato de mantener
mi voz neutral. Su boca se abre y cierra, pero se queda callada.
La señorita Steele sin palabras. Esto me gusta.
—¿Puedo sentarme?
Asiente, aun mirándome con incredulidad mientras me siento en su cama.
—Me preguntaba cómo sería tu habitación —ofrezco para romper el hielo, sin embargo el
charlar no es mi área de especialidad. Ella escanea la habitación como si la viera por primera vez—
. Está muy tranquilo y pacífico aquí —añado, pensando en que me siento cualquier cosa, menos
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tranquilo y pacífico justo ahora. Quiero saber por qué ha dicho que no a mi propuesta sin
discusión alguna.
—¿Cómo…? —susurra, pero se detiene, su incredulidad aún evidente en su tranquilo tono.
—Todavía estoy en el Heathman. —Ella sabe esto.
—¿Quieres tomar algo? —grazna.
—No, gracias, Anastasia. —Bien, ha encontrado sus modales. Pero quiero hablar de
negocios; su alarmante correo electrónico—. ¿Así que ha sido agradable conocerme? —enfatizo la
palabra que más me ofende en esa oración.
¿Agradable? ¿En serio?
Examina sus manos en su regazo, sus dedos nerviosamente golpeteando sus muslos.
—Pensaba que me contestarías por correo electrónico —dice, su voz tan pequeña como su
habitación.
—¿Estás mordiéndote el labio a propósito? —pregunto, mi voz más severa de lo que
pretendo.
—No era consciente de que me lo estaba mordiendo—susurra, su rostro pálido.
Nos miramos el uno al otro.
Y el aire casi crepita a nuestro alrededor.
Joder.
¿Puedes sentir esto, Ana? Esta tensión. Esta atracción. Mi respiración contenida mientras
observo sus pupilas dilatadas. Lentamente, deliberadamente, alcanzo su cabello y tiro de la liga,
liberando una de sus trenzas. Me observa, cautivada, sus ojos nunca dejando los míos. Libero su
segunda trenza.
—Entonces ¿decidiste hacer un poco de ejercicio? —Mis dedos trazan la suave parte
externa de su oreja, con gran cuidado, tirando y apretando la parte henchida del lóbulo de su
oreja. No está usando aretes aunque sus orejas están perforadas. Me pregunto cómo lucirían los
diamantes destellando aquí. Le pregunto por qué se ha estado ejercitando, manteniendo mi voz
baja. Su respiración se acelera.
—Necesitaba tiempo para pensar —dice.
—¿Pensar en qué, Anastasia?
—En ti.
—¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido
bíblico?
Sus mejillas se sonrojan.
—No pensaba que fueras un experto en la Biblia.
—Fui a la escuela dominical, Anastasia. Aprendí mucho.
Catecismo. Culpa. Y que Dios me abandonó hace mucho.
—No recuerdo haber leído sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizás te enseñaron de
una traducción moderna —me aguijonea, sus ojos brillantes y provocativos.
Oh, esa boca inteligente.
—Bueno, he pensado que debía venir a recordarte lo agradable que ha sido conocerme.—El
reto está ahí en mi voz, y no entre nosotros. Su boca cae abierta con sorpresa, pero paso mis
dedos sobre su mandíbula y la insto a cerrarse—. ¿Qué le parece, señorita Steele?—susurro
mientras nos miramos el uno al otro.
Repentinamente se lanza sobre mí.
Mierda.
De alguna forma agarro sus brazos antes de que pueda tocarme, y la giro de modo que
aterriza en la cama, debajo de mí, y tengo sus brazos aprisionados por encima de su cabeza.
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Girando su rostro hacia el mío, la beso, con fuerza, mi lengua explorando y reclamando la suya. Su
cuerpo elevándose en respuesta mientras me devuelve el beso con igual ardor.
Ahora que está donde la quiero, me quito mis zapatos y calcetines, desabrocho el botón
superior de mis pantalones y remuevo mi camisa. No aparta sus ojos de mí.
—Creo que has visto demasiado. —Quiero mantenerla adivinando, y que no sepa qué viene
a continuación. Será una recompensa carnal. No le he vendado los ojos antes, así que esto contará
para su entrenamiento. Eso, sí dice que si…
Sentándome a horcajadas una vez más, agarro el borde de su camiseta y la enrollo hacia
arriba por su cuerpo. Pero en vez de quitarla, la dejo enrollada sobre sus ojos, una efectiva venda.
Luce fantástica, acostada y atada.
—Mmm. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa—susurro, y la beso. Jadea mientras
me bajo de la cama. Fuera de su habitación, dejo su puerta ligeramente abierta y entro a la sala
para recuperar la botella de vino.
Kavanagh levanta la mirada de donde está sentada en el sofá, leyendo, y sus cejas se
levantan con sorpresa. No me digas que nunca has visto a un hombre sin camisa, Kavanagh,
porque no voy a creerte.
—Kate, ¿Dónde podría encontrar copas, hielo y un sacacorchos? —pregunto, ignorando su
escandalizada expresión.
—Eh… En la cocina. Yo te los doy. ¿Dónde está Ana?
Ah, algo de preocupación por su amiga. Bien.
—Está un poco atada en este momento, pero quiere una copa. —Agarro la botella de
Chardonnay.
—Oh, ya veo —dice, y la sigo a la cocina, donde señala algunas copas en la encimera. Toda
la cristalería está afuera, supongo que para ser empacada para su mudanza. Me alcanza un
sacacorchos y del refrigerador saca una cubeta de hielo y cubos de hielo.
—Aún tenemos que empacar aquí. Ya sabes, Elliot va a ayudarnos con la mudanza. —Su
tono es crítico.
—¿Lo hará? —Sueno interesado mientras abro el vino—. Solo pon el hielo en los copas. —
Con mi barbilla, señalo las dos copas—. Es un Chardonnay. Será más bebible con el hielo.
—Me imaginé que eras un chico de vino tinto —dice cuando vierto el vino—. ¿Vas a venir a
ayudar a Ana con la mudanza? —Sus ojos destellan. Está retándome.
Cállala ahora, Grey.
—No. No puedo. —Mi voz es cortante porque está enojándome, tratando de hacerme sentir
culpable. Sus labios están apretados en una línea y me giro para dejar la cocina, pero no antes de
atrapar la mirada desaprobadora en su rostro.
Jódete, Kavanagh.
No hay forma de que vaya a ayudar. Ana y yo no tenemos ese tipo de relación. Además no
tengo tiempo para eso.
Regreso a la habitación de Ana y cierro la puerta detrás de mí, pasando a Kavanagh y su
desdén. Inmediatamente soy apaciguado por la visión de la encantadora Ana Steele, sin aliento y
esperando, en su cama. Poniendo el vino en la mesa al lado de su cama, saco el envoltorio de
aluminio de mis pantalones y lo pongo junto al vino. Entonces dejo caer mis pantalones y mi ropa
interior en el piso, liberando mi erección.
Tomo un sorbo de vino, sorprendentemente, no es malo; y miro hacia abajo a Ana. No ha
dicho una palabra. Su rostro está girado hacia mí, sus labios separados con anticipación. Tomando
la copa, me siento a horcajadas una vez más.
—¿Tienes sed, Anastasia?
—Sí —susurra.
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Tomando un sorbo de vino, me inclino y la beso, vertiendo el vino en su boca. Traga el vino
y desde lo profundo de su garganta, escucho un débil zumbido de apreciación.
—¿Más? —pregunto.
Asiente, sonriendo y la complazco.
—No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia—bromeo, y
en su boca se despliega la más grande de las sonrisas. Inclinándome, dejo que tenga otro trago de
mi boca y se ríe debajo de mí.
—¿Te parece estoagradable? —pregunto, mientras me acuesto a su lado.
Se queda quieta, toda seria ahora, pero sus labios se separan e inhala bruscamente.
Tomo otro trago de vino, esta vez con dos cubos de hilo. Cuando la beso, pongo un pequeño
trozo de hielo entre sus labios, entonces dejo un rastro de besos helados hacia abajo por su piel
dulcemente perfumada desde su garganta hasta su ombligo. Allí, pongo otro trozo de hielo y un
poco de vino.
Ella contiene el aliento.
—Ahora tienes que quedarte quieta. Si te mueves,llenarás la cama de vino, Anastasia. —Mi
voz es baja y la beso otra vez, justo por encima de su ombligo. Sus caderas se mueven—. Oh, no, si
derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.
Gime en respuesta y tira de la corbata.
Todo lo bueno, Ana…
Libero cada uno de sus pechos de su sujetador, de forma que están soportados por el aro
bajo la copa, sus pechos son insolentes y vulnerables, justo como me gustan. Lentamente los
pruebo ambos con mis labios.
—¿Qué tan agradable es esto? —susurro, y soplo gentilmente sobre un pezón. Su boca se
afloja en silencio.
—Ah.
Tomando otro trozo de hielo en mí boca, lentamente bajo hacia su esternón, hasta su
pezón, haciendo círculos un par de veces con el hielo. Gime debajo de mí. Transfiriendo el hielo a
mis dedos, continúo torturando cada pezón con fríos labios y dejando que el cubo de hielo se
derrita en mis dedos.
Gimoteando y jadeando debajo de mí, se tensa pero se las arregla para permanecer quieta.
—Si derramas el vino, no dejaré que te vengas —advierto.
—Oh… Por favor… Christian… Amo… Por favor… —ruega.
Oh, oírla usar esas palabras.
Hay esperanza.
Esto no es un “no”.
Rozo mis dedos sobre su cuerpo hasta sus bragas, probando su suave piel. Repentinamente
su pelvis se flexiona, derramando el vino y el hielo no derretido de su ombligo. Me muevo
rápidamente para recogerlo, besándola y succionándolo de su cuerpo.
—Oh, querida Anastasia, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo? —Deslizo mis dedos en
sus bragas y acaricio su clítoris mientras lo hago.
—¡Ah! —se queja.
—Oh, nena —susurro con reverencia. Está mojada. Muy mojada.
Ves. ¿Ves cuán agradable es esto?
Empujo mi índice y mi dedo medio dentro de ella y se estremece.
—Estás lista para mí tan pronto —murmuro, y empujo mis dedos lentamente dentro y fuera
de ella, provocando un largo y dulce gemido. Su pelvis empieza a levantarse para encontrar mis
dedos.
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Oh, ella desea esto.
—Eres una glotona. —Mi voz aún es baja y ella encuentra el ritmo que sigo mientras
empiezo a hacer círculos sobre su clítoris con mi pulgar, burlándome y atormentándola.
Grita, su cuerpo corcoveando debajo de mí. Quiero ver su expresión, y con mi otra mano,
saco la camiseta de su cabeza. Abre sus ojos, parpadeando ante la suave luz.
—Quiero tocarte —dice, su voz ronca y llena de necesidad.
—Lo sé —susurro contra sus labios, y la beso, al mismo tiempo que mantengo un ritmo
implacable con mis dedos y mi pulgar. Sabe a vino, necesidad y a Ana. Y me devuelve el beso con
un hambre que no había sentido en ella antes. Alcanzo la parte superior de su cabeza,
manteniéndola en su lugar y continúo besándola y follándola con mis dedos. Cuando sus piernas
se mueven dejo caer el ritmo de mi mano.
Oh, no, nena. No vas a correrte aún.
Hago esto otras tres veces mientras beso su cálida y dulce boca. La quinta vez todavía tengo
mis dedos dentro de ella y susurro suave y lentamente en su oído.
—Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable?
—Por favor —suplica.
Dios, amo oírla rogar.
—¿Cómo quieres que te folle, Anastasia?
Mis dedos empiezan otra vez y sus piernas empiezan a temblar y gentilmente detengo mi
mano una vez más.
—Por favor —jadea otra vez, la palabra tan baja que apenas la oigo.
—¿Qué quieres Anastasia?
—A ti… ahora —grita.
—Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras —murmuro.
Extendiendo una mano, agarro el condón de la mesita de al lado y me arrodillo entre sus piernas.
Manteniendo mis ojos en los suyos, saco sus bragas y las tiro en el piso. Sus ojos están oscuros,
llenos de promesa y anhelo. Se amplían mientras lentamente me pongo el condón.
—¿Te parece esto agradable? —pregunto, mientras envuelvo mi puño alrededor de mi
erección.
—Era una broma —gimotea.
¿Broma?
Gracias. A. Dios.
No todo está perdido.
—¿Una broma? —pregunto, mientras mi puño se desliza de arriba hacia abajo por mi polla.
—Sí. Por favor, Christian —ruega.
—¿Y ahora te ríes?
—No. —Su voz es apenas audible, pero la pequeña sacudida de su cabeza me dice todo lo
que necesito saber.
Verla necesitándome… podría explotar en mi mano solo mirándola.Agarrándola, la volteo,
manteniendo su lindo, buen trasero en el aire. Es tan tentador. Palmeo su nalga fuertemente,
entonces me introduzco en ella.
Oh, joder. Está tan lista.
Se aprieta a mí alrededor y grita mientras se corre.
Joder. Eso fue demasiado rápido.
Manteniendo sus caderas en su lugar, la follo, duro, montándola a través de su orgasmo.
Apretando mis dientes, me conduzco dentro de ella una y otra vez, mientras su orgasmo empieza
a construirse una vez más.
Vamos, Ana. Otra vez, le ordeno, bombeándola.
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Gime y se retuerce debajo de mí, un trazo de sudor apareciendo en su espalda.
Sus piernas empiezan a temblar.
Está cerca.
—Vamos, Anastasia, otra vez —gruño, y por algún milagro, su orgasmo se cierra en espiral a
través de su cuerpo y el mío. Gracias joder. Sin palabras, me corro, derramándome en su interior.
Dulce señor, colapso sobre ella. Eso fue exhaustivo.
—¿Cuán agradable fue eso? —siseo contra su oído mientras jalo aire a mis pulmones.
Mientras descansa en la cama, jadeando, me retiro de ella y remuevo el desechado condón.
Salgo de la cama y rápidamente me visto. Cuando he terminado, me estiro y desato mi corbata,
liberándola. Girándose, ella estira sus manos y dedos y reajusta su sujetador. Una vez que la he
cubierto con la frazada, me acuesto a su lado, apoyándome en mi codo.
—Ha sido realmente agradable —dice con una sonrisa traviesa.
—Ya estamos otra vez con la palabrita. —Le sonrío.
—¿No te gusta que la diga?
—No, no tiene nada que ver conmigo.
—Vaya… No sé… parece tener un efecto bastante beneficioso sobre ti.
—¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi amor propio,
señorita Steele?
—No creo que tengas ningún problema de amor propio.—Su ceño es pasajero.
—¿Tú crees?
El Dr. Flynn tendría mucho que decir sobre eso.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?—pregunta, su voz dulce y suave.
—Porque no. —Beso su frente para distraerla de su línea de preguntas—.Así que ese correo
electrónico era lo que tú llamas una broma.
Ella me da una mirada cohibida y un encogimiento de disculpas.
—Ya veo. ¿Entonces todavía estás considerando mi proposición?
—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando.
Bien, joder, gracias por eso.
Nuestro trato aún está en juego. Mi alivio es palpable; casi puedo saborearlo.
—Pero tengo cosas que comentar —añade.
—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.
—Iba a mandártelas por correo electrónico, pero me interrumpiste.
—Coitus interruptus.
—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí. —La luz en sus
ojos baila con alegría.
—No es tan divertido, Anastasia. Pensé que estabas diciéndome que no… que ni siquiera
querías comentarlo.
—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?
La pregunta me sorprende.
—Has estado investigando. No lo sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a nadie.
Oh… ¿Debería sorprenderme? Sé tan poco sobre las sesiones… No sé.
—¿Te han puesto un collar? —pregunta.
—Sí.
—¿La señora Robinson?
—¿La señora Robinson? —Río fuertemente. Anne Babcroft en El Graduado—. Le diré que
dijiste eso; lo amará.
—¿Aún hablas con ella regularmente? —Su voz es aguda con sorpresa e indignación.
—Sí. —¿Por qué sería importante?
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—Ya veo. —Ahora su tono es afilado. ¿Está enojada? ¿Por qué? No lo entiendo—. Así que
tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo. —Su tono es
petulante, pero una vez más me recuerda mi mierda.
—Creo que nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba
parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a
una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.
—¿Esto es lo que tú llamas una broma? —demanda.
—No, Anastasia. —Estoy sorprendido por su vehemencia y sacudo mi cabeza para reforzar
mi negación. Es perfectamente normal para una sumisa comprobar con sus ex que su nuevo
dominante sabe lo que hace.
—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias —insiste, y tira de su edredón y su frazada
hasta su barbilla.
¿Qué? ¿Está enojada?
—Anastasia, no… No quería ofenderte.
—No estoy ofendida. Estoy consternada.
—¿Consternada?
—No quiero hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.
Oh.
—¿Anastasia Steele, estás celosa? —Sueno desconcertado… porque lo estoy. Se ruboriza
profundamente, y sé que he encontrado la raíz del problema. ¿Cómo demonios podría estar
celosa?
Cariño, he tenido una vida antes de ti.
Una vida muy activa.
—¿Vas a quedarte?—chasquea.
¿Qué? Por supuesto que no.
—Mañana a primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además, ya te dije que no
duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el sábado fueron una
excepción. No volverá a pasar.
Ella presiona sus labios juntos con una expresión testaruda.
—Bien, estoy cansada ahora —dice.
Joder.
—¿Estás echándome?
No es así como se supone que tendría que ir.
—Sí.
¿Qué demonios?
Desarmado otra vez por la señorita Steele.
—Bien, esta es otra primera vez —murmuro.
Echado.No puedo creerlo.
—¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato —pregunto, como excusa para
prolongar mi estadía.
—No —gruñe. Su petulancia es irritante, y si fuera mía, esto no sería tolerado.
—Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también —
le digo.
—No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.—Sus ojos destellan con
desafío.
Oh, nena, puedo decirlo. Solo que no puedo hacerlo. No hasta que me dejes.
—Un hombre puede soñar, Anastasia. ¿El miércoles? —Aún deseo esto, sin embargo no sé
por qué, ella es tan difícil. Le doy un breve beso.
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—Hasta el miércoles. —Está de acuerdo, y estoy aliviado una vez más—. Espera, salgo
contigo.—Agrega en un tono más suave—. Dame un minuto. —Me empuja fuera de la cama y se
pone su camiseta—. Por favor, pásame mis pantalones de deporte—ordena, señalándolos.
Vaya. La señorita Steele es una pequeña cosa mandona.
—Sí, ama —bromeo, sabiendo que no entenderá la referencia. Pero entorna los ojos. Sabe
que me estoy divirtiendo a su costa, pero no dice nada mientras se pone los pantalones.
Sintiéndome un poco perplejo al ser echado a la calle, la sigo a través de la sala y hasta la
puerta delantera.
¿Cuándo fue la última vez que esto pasó?
Nunca.
Abre la puerta pero está mirando hacia abajo, a sus manos.
¿Qué sucede aquí?
—¿Estás bien? —pregunto, y acaricio su labio inferior con mi pulgar. Quizás ella no quiere
que me vaya…¿o quizás no puede esperar para que lo haga?
—Sí —dice, su tono suave y bajo. No estoy seguro de creerle.
—El miércoles —le recuerdo. La veré entonces. Inclinándome, la beso, y ella cierra los ojos.
Y no quiero irme. No con su incertidumbre en mi mente. Sostengo su cabeza y profundizo el beso
y ella responde, rindiendo su boca ante la mía.
Oh, nena, no lo des por perdido. Dale una oportunidad.
Agarra mis brazos, devolviéndome el beso, y no quiero detenerme. Ella es intoxicante, y la
oscuridad está tranquila, acallada por la joven mujer que tengo en frente de mí. Reluctantemente,
retrocedo y descanso mi frente contra la suya.
Está sin aliento igual que yo.
—Anastasia, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Podría decir lo mismo de ti —susurra.
Sé que tengo que irme. Me tiene cayendo en picada, y no sé por qué. Beso su frente y
avanzo por el camino de entrada hasta la R8. Se queda de pie, mirándome desde la entrada. No ha
entrado. Sonrío, complacido de que aún me vea mientras entro en el auto.
Cuando vuelvo la mirada, se ha ido.
Mierda. ¿Qué acaba de pasar? ¿Sin despedida ondeando la mano?
Enciendo el auto y empiezo a conducir de regreso a Portland, analizando lo que ha tenido
lugar entre nosotros.
Me envía un correo electrónico.
Voy con ella.
Follamos.
Me echa antes de que estuviera listo para irme.
Por primera vez en mi vida, bien, quizás no la primera, me siento un poco usado, por sexo.
Es un sentimiento perturbador que me recuerda mi tiempo con Elena.
¡Demonios! La señorita Steele está empujando desde el fondo, y ni siquiera lo sabe. Y tonto
de mí, la estoy dejando.
Tengo que meditar esto. Esta suave disposición acercándose está metiéndose con mi
cabeza.
Pero la deseo. Necesito que firme.
¿Es solo la caza? ¿Es eso lo que me está excitando? ¿O es ella?
Joder. No lo sé. Pero espero averiguarlo antes del miércoles. Y en una nota positiva, esa fue
una malditamente agradable forma de pasar la noche. Sonrío ante el espejo retrovisor y entro en
el garaje del hotel.
Cuando estoy de regreso en mi habitación. Me siento en mi computadora portátil.
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Enfócate en lo que quieres, en dónde quieres estar. ¿No es eso con lo que Flynn siempre está
fastidiando? ¿La mierda en la que se basa su solución?
De: Christian Grey
Fecha: Mayo 23 2011 23:16
Para: Anastasia Steele
Asunto: Esta Noche
Señorita Steele,
Espero impaciente sus notas sobre el contrato.
Entretanto, que duermas bien, nena.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y quiero añadir. Gracias por otra divertida noche… pero eso parece un poco demasiado.
Empujando mi portátil a un lado porque Ana probablemente está dormida, recojo el reporte de
Detroit y continúo leyendo.
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Martes, 24 de mayo de 2011
El pensamiento del establecer la planta electrónica de Detroit es deprimente. Detesto
Detroit; no contiene nada más que malos recuerdos para mí. Recuerdos por los que hago un
maldito esfuerzo de olvidar. Salen, principalmente en la noche, para recordarme lo que soy y de
dónde vengo.
Pero Michigan está ofreciendo excelentes incentivos fiscales. Es difícil de ignorar lo que
están proponiendo en su reporte. Lo tiro en la mesa de comedor y tomo un trago de mi Sancerre.
Mierda. Está tibio. Es tarde. Debería dormir. Mientras me pongo de pie y me estiro, hay un sonido
en mi computadora. Un correo electrónico. Debe ser de Ros, así que le doy un rápido vistazo.
Es de Ana. ¿Por qué sigue despierta?
De: Anastasia Steele
Asunto: Problemas
Fecha: 24 de mayo 2011, 00:02
Para: Christian Grey
Estimado señor Grey:
Aquí está mi lista de problemas. Espero poder discutirlas más en detalle en la cena del
miércoles.
Los números se refieren a las cláusulas.
¿Se está refiriendo a las cláusulas? La señorita Steele ha estado pensando. Pongo una copia
en la pantalla para mi referencia.
CONTRATO
A d__________ del 2011 (―Fecha de inicio‖)
ENTRE
SR. CHRISTIAN GREY, con domicilio en Escala 301, Seattle, 98889, Washington ("El
Dominante")
SRTA. ANASTASIA STEELE, con domicilio en SW calle Green 1114, Apartamento 7, Haven
Heights, Vancouver, 98888, Wanshington ("La Sumisa")
LAS PARTES ACUERDAN LO SIGUIENTE:
1. Los siguientes son los términos de un contrato vinculante entre el Dominante y la Sumisa.
TÉRMINOS FUNDAMENTALES
2. El propósito fundamental de este contrato es permitir a la Sumisa explorar su sensualidad
y sus límites con seguridad, respeto y consideración a sus necesidades, sus límites y su bienestar.
3. El Dominante y la Sumisa aceptan y reconocen que todo lo que ocurre bajo los términos
de este contrato será consensual, confidencial y sujeto a los límites acordados y procedimientos
de seguridad establecidos fuera de este contrato. Los límites y procedimientos de seguridad deben
ser acordados por escrito.
4. El Dominante y la Sumisa garantizan al otro que no sufren de ninguna enfermedad sexual
seria, infecciosa o potencialmente mortal; incluyendo pero no limitándose al VIH, Herpes y
Hepatitis. Si durante el periodo —definido más adelante— o cualquier ampliación del plazo de
este contrato, cualquiera de las partes fuera diagnosticado con o tiene conocimiento de cualquier
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enfermedad, él o ella se compromete a informar al otro de inmediato y previamente a cualquier
forma de contacto físico entre las partes.
5. El cumplimiento de las garantías anteriormente mencionadas, los acuerdos e informes —
y cualquier límite adicional y procedimientos de seguridad acordados en la anterior cláusula 3—,
son fundamentales para este contrato. Cualquier incumplimiento que lo contravenga lo dejará sin
efecto inmediatamente y cada parte se compromete a ser plenamente responsable de la otra por
las consecuencias de dicho incumplimiento.
6. Todo en este contrato debe ser leído e interpretado en la luz del propósito fundamental y
términos fundamentales establecidos anteriormente en las cláusulas 2-5.
FUNCIONES
7. EL Dominante debe asumir la responsabilidad por el bienestar y el adecuado
entrenamiento, orientación y disciplina de la Sumisa. El decidirá la naturaleza de tal formación,
orientación y disciplina, así como la hora y el lugar de su administración, sujeto a los términos
acordados, limitaciones y procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o acuerdos
adicionales bajo la anterior cláusula 3.
8. Si en algún momento el Dominante fallara en seguir los términos acordados, limitaciones
y procedimientos de seguridad establecidos fuera de este contrato o acuerdos adicionales bajo la
anterior cláusula 3 ya mencionada, la Sumisa tiene derecho a revocar el presente contrato y a
dejar de inmediato y sin aviso el servicio del Dominante.
9. Sujeto a lo anterior y las cláusulas anteriores 2-5, la Sumisa está para servir y obedecer al
Dominante en todas las cosas. Sujeto a los términos acordados, las limitaciones y los
procedimientos de seguridad establecidos en el presente contrato o acordados conforme a la
cláusula 3 anterior, deberá ofrecer sin duda o vacilación al Dominante tanto placer como él pueda
requerir y ella deberá aceptar sin duda o vacilación su entrenamiento, orientación y disciplina en
cualquier forma que pueda tomar.
INICIO Y VIGENCIA
10. El Dominante y la Sumisa entran en este contrato en la fecha de inicio, plenamente
conscientes de su naturaleza y se comprometen a cumplir sus condiciones sin excepción.
11. El presente contrato tendrá vigencia por un periodo de tres meses de calendario a partir
de la fecha de inicio ("El Plazo"). Al expirar el Plazo, las partes deberán discutir si este contrato y
las medidas que han adoptado en virtud de este contrato son satisfactorias y si las necesidades de
cada parte se han cumplido. Cualquiera de las partes puede proponer la extensión de este
contrato, sujeto a ajustes en estos términos o a los acuerdos que han hecho en virtud del mismo.
A falta de acuerdo para la prórroga del presente contrato, queda terminado y ambas partes
quedan libres para reanudar vidas por separado.
DISPONIBILIDAD
12. La Sumisa se pondrá a sí misma a disposición del Dominante la noche de los viernes
hasta la tarde del domingo de cada semana durante el Plazo, a veces a ser especificados por el
Dominante ("Los tiempos asignados"). Además, el tiempo asignado puede ser mutuamente
acordado cuando se considere necesario.
13. El Dominante reserva el derecho de despedir a la Sumisa de su servicio en cualquier
momento y por cualquier razón. La Sumisa podría pedir su libertad en cualquier momento, dicha
petición a ser concedida a discreción del Dominante, sujetas solo a las reglas de la Sumisa bajo las
cláusulas 2-5 y 8.
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UBICACIÓN
14. La Sumisa se pondrá a sí misma a disposición durante los tiempos asignados y tiempos
adicionales acordados en ubicaciones a ser determinadas por el Dominante. El Dominante se
asegurará de que todos los gastos de viaje en los que incurra la Sumisa para tal propósito sean
reconocidos por él.
PRESTACIÓN DE SERVICIO
15. Las prestaciones de servicio siguientes han sido discutidas y acordadas y deben ser
respetadas por ambas partes durante el Plazo. Ambas partes aceptan que pueden surgir ciertas
cuestiones que no están cubiertas por los términos de este contrato o las prestaciones de servicio
o que ciertas cuestiones pueden ser renegociadas. En tal circunstancia, las cláusulas adicionales
pueden ser propuestas vía enmienda. Las cláusulas adicionales o modificaciones deben ser
acordadas, documentadas y firmadas por ambas partes y estarán sujetas a los términos
fundamentales establecidos en las cláusulas anteriores 2-5.
AMO
15.1. El Dominante hará de la salud y seguridad de la Sumisa una prioridad en todo
momento. El Dominante no podrá exigir en cualquier momento, solicitar, permitir o demandar
que la Sumisa participe a manos del Dominante en cualquiera de las actividades detalladas en el
Apéndice 2 o en cualquier acto que cualquiera de las partes considere que no es seguro. El
Dominante no llevará a cabo o no permitirá que se lleve a cabo ninguna acción que pueda causar
lesiones graves o de riesgo a la vida de la Sumisa. El resto de los incisos de esta cláusula 15 son
para ser leídos sujeto a esta disposición y los asuntos fundamentales acordados en las cláusulas 25 anteriores.
15.2. El Dominante acepta que la Sumisa le pertenece, para poseer, controlar, dominar y
disciplinar durante el Plazo. El Dominante podrá usar el cuerpo de la Sumisa sexualmente o de
cualquier otra manera en cualquier momento de los tiempos asignados o en cualquier momento
del tiempo adicional acordado.
15.3. El Dominante deberá proveer a la Sumisa con todo el entrenamiento y la orientación
necesaria en cómo servir adecuadamente al Dominante.
15.4. El Dominante deberá mantener un entorno estable y seguro en el que la Sumisa pueda
llevar a cabo sus funciones al servicio del Dominante.
15.5. El Dominante puede disciplinar a la Sumisa cuando sea necesario, para garantizar que
la Sumisa es plenamente consciente de su rol de sumisión ante el Dominante y desalentar una
conducta inaceptable. El Dominante puede flagelar, golpear, latiguear o castigar corporalmente a
la Sumisa a efectos de disciplinar, para su disfrute personal o por cualquier otra razón que no está
obligado a proporcionar.
15.6. En el entrenamiento y administración de disciplina el Dominante deberá garantizar
que no sean hechas marcas permanentes sobre el cuerpo de la Sumisa ni lesiones sufridas que
puedan requerir atención médica.
15.7. En la formación y administración de disciplina, el Dominante se asegurará de que la
disciplina e instrumentos utilizados para propósitos de disciplina, sean seguros, no deberán
utilizarse de tal manera que cause daños graves y no excedan de modo alguno los límites definidos
y detallados en el presente contrato.
15.8. En caso de enfermedad o lesión, el Dominante deberá cuidar de la Sumisa, velar por su
salud y seguridad, alentando y ordenando atención médica cuando sea considerado necesario por
el Dominante.
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15.9. El Dominante debe mantener su propia salud y buscar atención médica cuando sea
necesario, con el fin de mantener un entorno libre de riesgos.
15.10 El Dominante no podrá prestar su Sumisa a otro Dominante.
15.11 El Dominante puede restringir, esposar u obligar a la Sumisa en cualquier momento
durante los tiempos asignados o en cualquier momento adicional acordado por cualquier razón y
durante periodos extendidos de tiempo, prestando la debida atención a la salud y seguridad de la
Sumisa.
15.12 El Dominante se asegurará de que todos los equipos utilizados para los fines de
entrenamiento y disciplina se mantendrán en todo momento en un estado limpio, higiénico y
seguro.
SUMISA
15.13 La Sumisa acepta al Dominante como su Amo. En el entendimiento de que ella es
ahora propiedad del Dominante, a ser tratada como el Dominante quiera durante el Plazo en
general, pero específicamente durante los tiempos asignados y cualquier periodo adicional
acordado como tiempo asignado.
15.14 La Sumisa debe obedecer las reglas —"El Reglamento"— establecidas en el Apéndice
1 del presente acuerdo.
15.15 La Sumisa debe servir al Dominante de cualquier forma que el Dominante vea
conveniente y se esforzará por complacer al Dominante en todo momento con lo mejor de sus
capacidades.
15.16 La Sumisa adoptará todas las medidas necesarias para mantener su buena salud y
solicitará o buscará atención médica siempre que sea necesario, manteniendo al Dominante
informado en todo momento sobre cualquier problema de salud que pueda surgir.
15.17 La Sumisa se asegurará de que se promueva la anticoncepción oral y de tomarla en el
momento y de la forma en que se prescribe para prevenir cualquier embarazo.
15.18 La Sumisa deberá aceptar sin cuestionar cualquiera y todas las acciones disciplinarias
que sean consideradas necesarias por el Dominante y recordar su condición y papel en lo que
respecta al Dominante en todo momento.
15.19 La Sumisa no debe tocarse o darse placer sexual a sí misma si el permiso del
Dominante.
15.20 La Sumisa se someterá a cualquier actividad sexual demandada por el Dominante y
deberá hacerla sin dudar o discutir.
15.21 La Sumisa deberá aceptar latigazos, palizas, azotes, palmadas o cualquier otra
disciplina que el Dominante decida administrar sin dudas, preguntas o quejas.
15.22 La Sumisa no deberá mirar directamente a los ojos del Dominante excepto cuando sea
específicamente instruida a hacerlo. La Sumisa deberá mantener sus ojos bajos y conservar un
calmo y respetuoso comportamiento en la presencia del Dominante.
15. 23 La Sumisa deberá siempre comportarse de manera respetuosa con el Dominante y
deberá dirigirse a él solo como señor, señor Grey o cualquier título que el Dominante dirija.
15.24 La Sumisa no tocará al Dominante sin su expreso permiso para hacerlo.
ACTIVIDADES
16. La sumisa no podrá participar en actividades o en ningún acto sexual que alguna de las
partes considere inseguro o cualquier actividad detallada en el Apéndice 2.
17. El Dominante y la Sumisa han discutido las actividades dispuestas en el Apéndice 3 y han
acordado en escribir en el Apéndice 3 su arreglo respecto a ellas.
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PALABRAS DE SEGURIDAD
18. El Dominante y la Sumisa reconocen que el Dominante puede hacer pedidos a la Sumisa
que no pueden realizarse sin ocasionar daño físico, mental, emocional, espiritual u otro al
momento en que los pedidos son hechos a la Sumisa. En circunstancias relacionadas a esto, la
Sumisa puede usar una palabra de seguridad (―Las palabras de seguridad‖), palabras que serán
invocadas dependiendo de la severidad de las demandas.
19. La palabra ―Amarillo‖ será usada para llamar la atención del Dominante de que la
Sumisa está cerca de su límite de tolerancia.
20. La palabra ―Rojo‖ será usada para llamar la atención del Dominante de que la Sumisa
no puede tolerar más exigencias. Cuando esta palabra es dicha, la acción del Dominante cesará
completamente con efecto inmediato.
CONCLUSIÓN
21. Los abajo firmantes hemos leído y entendido por completo los términos de este
contrato. Aceptamos libremente los términos del contrato y lo reconocemos mediante nuestras
firmas debajo.
El Amo: Christian Grey.
Fecha:
La Sumisa: Anastasia Steele.
Fecha:
APÉNDICE 1
NORMAS
Obediencia:
La Sumisa obedecerá cualquier instrucción dada por el Dominante inmediatamente, sin
dudas ni reservas y de manera expresa. La Sumisa accederá a cualquier actividad sexual y
placentera demandada por el dominante, exceptuando aquellas que están detalladas en ―Límites
duros‖ (Apéndice 2). Hará eso con buena disposición y sin dudas.
Sueño:
La Sumisa asegura que tendrá un mínimo de ocho horas de sueño por noche cuando no esté
con el Dominante.
Comida:
La Sumisa comerá regularmente para mantener su salud y bienestar los alimentos de una
lista pre-escrita (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre comidas, con la excepción de fruta.
Ropa:
Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo llevará ropa que el Amo haya aprobado. El
Amo ofrecerá a la Sumisa un presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo
acompañará a la Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el
contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en su presencia o en
cualquier otro momento que el Amo considere oportuno.
Ejercicio:
El Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana, en
sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la Sumisa. El entrenador
personal informará al Amo de los avances de la Sumisa.
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Higiene personal y belleza:
La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La Sumisa irá a un salón de belleza
elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo
considere oportuno.
Seguridad personal:
La Sumisa no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá
riesgos innecesarios.
Cualidades personales:
La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La Sumisa se comportará en todo
momento con respeto y humildad. Debe comprender que su conducta influye directamente en la
del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando
el Amo no esté presente.
El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado,
y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
APÉNDICE 2
Límites infranqueables
Actos con fuego.
Actos con orina, defecación y excrementos.
Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre.
Actos con instrumental médico ginecológico.
Actos con niños y animales.
Actos que dejen marcas permanentes en la piel.
Actos relativos al control de la respiración.
Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica (tanto alterna como
continua), fuego o llamas en el cuerpo.
APÉNDICE 3
Límites tolerables
A discutir y acordar por ambas partes:
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?:
• Masturbación
• Cunnilingus
• Felación
• Ingestión de semen
• Penetración vaginal
• Fisting vaginal
• Penetración anal
• Fisting anal
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?:
• Vibradores
• Consoladores
• Tapones anales
• Otros juguetes vaginales/anales
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?:
• Bondage con cuerda
• Bondage con cinta adhesiva
• Bondage con muñequeras
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•Otros tipos de bondage de cuero
• Bondage con esposas y grilletes
¿Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage?:
• Manos al frente
• Tobillos
• Codos
• Manos a la espalda
• Rodillas
• Muñecas con tobillos
• A objetos, muebles, etc.
• Barras rígidas
• Suspensión
¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?
¿Acepta la Sumisa que se la amordace?
¿Cuánto dolor está dispuesta a experimentar la Sumisa?
1 equivale a que le gusta mucho y 5 a que le disgusta mucho:
1—2—3—4—5
¿Acepta la Sumisa las siguientes formas de dolor/castigo/disciplina?:
• Azotes
• Latigazos
• Mordiscos
• Pinzas genitales
• Cera caliente
• Azotes con pala
• Azotes con vara
• Pinzas para pezones
• Hielo
• Otros tipos/métodos de dolor
Así que, sus puntos son:
2: No tengo nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que explore
mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no necesitaría un contrato de diez
páginas. Seguramente es para TU beneficio
¡Un punto bien demostrado, Señorita Steele!
4: Como sabes, solo he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han hecho una
transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?
¡Otro punto justo! Y me doy cuenta que esta es la primera vez que no he tenido que
considerar la historia sexual de una compañera. Bueno, esa es una ventaja de follarse a una virgen.
8: Puedo dejarlo en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites acordados. De
acuerdo, eso me parece muy bien.
Espero que no llegue a eso, pero no sería la primera vez que pase.
9: ¿Obedecerte en todo? ¿Aceptar tu disciplina sin dudar? Tenemos que hablarlo.
11: Período de prueba de un mes, no de tres.
¿Solo un mes? Eso no es suficiente tiempo. ¿Qué tan lejos podemos llegar en un mes?
12: No puedo comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida propia, y seguiré
teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?
¿Y ella podrá socializar con otros hombres? Se dará cuenta de lo que se está perdiendo. No
estoy seguro de esto.
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15.2: Utilizar mi cuerpo de la manera que consideres oportuna, en el sexo o en cualquier
otro ámbito… Por favor, define ―en cualquier otro ámbito‖.
15.5: Toda la cláusula sobre la disciplina en general. No estoy segura de que quiera ser
azotada, zurrada o castigada físicamente. Estoy segura de que esto infringe las cláusulas 2-5. Y
además eso de ―por cualquier otra razón‖ es sencillamente mezquino… y me dijiste que no eras
un sádico.
¡Mierda! Continúa leyendo, Grey.
15.10: Como si prestarme a alguien pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo dejes
tan claro.
15.14: Sobre las normas comento más adelante.
15.19: ¿Qué problema hay en que me toque sin tu permiso? En cualquier caso, sabes que no
lo hago.
15.21: Disciplina: véase arriba cláusula 15.5.
15.22: ¿No puedo mirarte a los ojos? ¿Por qué?
15.24: ¿Por qué no puedo tocarte?
Normas:
Dormir: aceptaré seis horas.
Comida: no voy a comer lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos se elimina o
rompo el contrato.
¡Bueno, esto va a ser un problema!
Ropa: de acuerdo, siempre y cuando solo tenga que llevar tu ropa cuando esté contigo.
Ejercicio: habíamos quedado en tres horas, pero sigue poniendo cuatro.
Límites tolerables: ¿Tenemos que pasar por todo esto? No quiero fisting de ningún tipo.
¿Qué es la suspensión? Pinzas genitales… debes estar de broma.
¿Podrías decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo trabajo hasta las cinco de la
tarde. Buenas noches.
Ana
Su respuesta es un alivio. La señorita Steele ha pensado esto bien, más que nadie más con
quien haya negociado este contrato. Realmente está comprometida con la causa. Parece estar
tomándoselo en serio y tendremos mucho que discutir el miércoles. La incertidumbre que sentí
cuando dejé su apartamento esta tarde continúa ahí. Hay esperanza para nuestra relación, pero
primero… Necesita dormir.
De: Christian Grey
Asunto: Objeciones
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:07
Para: Anastasia Steele
Señorita Steele:
Es una lista muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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Unos cuantos minutos después, su respuesta llega a mi bandeja de entrada.
De: Anastasia Steele
Asunto: Quemándome las cejas
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:10
Para: Christian Grey
Señor
Si no recuerdo mal, estaba con esta lista cuando un obseso del control me interrumpió y me
llevó a la cama. Buenas noches.
Ana
Su correo electrónico me hace reír en voz alta pero me irrita en igual medida. Es más
descarada por correo y tiene un gran sentido del humor, pero la mujer necesita dormir.
De: Christian Grey
Asunto: Deja de quemarte las cejas
Fecha: 24 de mayo de 2011 00:12
Para: Anastasia Steele
ANASTASIA, VETE A LA CAMA.
Christian Grey
Obseso del control y presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Unos cuantos minutos pasan y una vez que estoy convencido de que se ha ido a dormir,
persuadida por mis mayúsculas, me dirijo a mi habitación. Me llevo mi computadora portátil en
caso de que responda de nuevo.
Una vez estoy en la cama, agarro mi libro y leo. Después de media hora, me rindo. No puedo
concentrarme; mi mente continua desviándose hacia Ana, cómo estaba ella esta tarde y su correo
electrónico.
Tengo que recordarle lo que espero de nuestra relación. No quiero que se lleve la impresión
equivocada. Me he desviado mucho de mi objetivo.
“¿Vendrás a ayudar a Ana con la mudanza?”, las palabras de Kavanagh me recuerdan que se
han creado unas expectativas poco realistas.
¿Tal vez podría ayudarlas a mudarse?
No. Detente ahora, Grey.
Abriendo mi computadora portátil, leo el correo de ―Objeciones‖ de nuevo. Necesito
manejar sus expectativas e intentar encontrar las palabras correctas para expresar cómo me
siento.
Finalmente, me inspiro.
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De: Christian Grey
Asunto: Deja de quemarte las cejas
Fecha: 24 de mayo de 2011 01:27
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Tras revisar con más detalle sus objeciones, me permito recordarle la definición de sumiso.
Sumiso: adjetivo 1. inclinado o dispuesto a someterse; que obedece humildemente:
sirvientes sumisos. 2. que indica sumisión: una respuesta sumisa. Origen: 1580-1590; someterse,
sumisión
Sinónimos: 1. obediente, complaciente, humilde. 2. pasivo, resignado, paciente, dócil,
contenido.
Antónimos: 1. rebelde, desobediente.
Por favor, téngalo en mente cuando nos reunamos el miércoles.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Eso es todo. Espero que lo encuentre divertido, pero eso es desde mi punto de vista.
Con ese pensamiento, apago la luz de mi mesita de noche y duermo y sueño.
Su nombre es Lelliot. Él es más grande que yo. Él ríe. Y sonríe. Y grita. Y habla todo el
tiempo. Le habla todo el tiempo a mamá y a papá. Es mi hermano. ¿Por qué no hablas?, dice Lelliot
una y otra y otra vez. ¿Eres estúpido?, dice Lelliot una y otra y otra vez. Salto en él y golpeo su cara
una y otra y otra vez. Él llora. Llora mucho. Yo no lloro. Nunca lloro. Mamá está enfadada conmigo.
Tengo que sentarme en el escalón inferior. Tengo que sentarme durante más tiempo. Pero Lelliot
nunca más me pregunta por qué no hablo. Si hago mi mano un puño, él huye. Lelliot tiene miedo
de mí. Él sabe que soy un monstruo.
Cuando regreso de mi salida a correr a la mañana siguiente, verifico mi correo electrónico
antes de tomar una ducha. Nada de la señorita Steele, pero son solo las siete treinta de la mañana.
Tal vez sea un poco temprano.
Grey, recupérate. Contrólate.
Miro fijamente al idiota de ojos grises que me devuelve la mirada desde el espejo mientras
me afeito. No más. Olvídate de ella por hoy.
Tengo trabajo que hacer y un desayuno de trabajo al que asistir.
—Freddie estaba diciendo que Barney puede tenerte un prototipo de la tablet en un par de
días —me dice Ros durante nuestra videoconferencia.
—Estuve estudiando los esquemas ayer. Eran impresionantes, pero no estoy seguro de que
estemos allí todavía. Si conseguimos esto correctamente, no sabemos a dónde podría ir la
tecnología y lo que podría hacer en los países en desarrollo.
—No olvides el mercado doméstico —interviene ella.
—Como si lo fuera a hacer.
—Christian, ¿cuánto tiempo vas a estar en Portland? —Ros suena exasperada—. ¿Qué está
pasando ahí? —Mirando la cámara web, se asoma con fuerza en su pantalla en busca de pistas en
mi expresión.
—Una fusión. —Trato de ocultar mi sonrisa.
—¿Marco lo sabe?
Resoplo. Marco Inglis es la cabeza de mi división de fusiones y adquisiciones.
—No. No es ese tipo de fusión.
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—Oh. —Ros se queda callada momentáneamente y, por su mirada, está sorprendida.
Sí. Es privado.
—Bueno, espero que tengas éxito —dice, sonriendo.
—Yo también —reconozco con una sonrisa—. Ahora, ¿podemos hablar de Woods?
Durante el último año, hemos adquirido tres empresas de tecnología. Dos están en auge,
superando todos los objetivos, y una está luchando a pesar del optimismo inicial de Marco. Lucas
Woods la dirige; resultó ser un idiota, todo espectáculo, nada de sustancia. El dinero se le ha
subido a la cabeza y ha perdido el foco y dilapidado la ventaja que su compañía tuvo una vez en
fibra óptica. Mi instinto me dice que liquide los activos de la empresa, que despida a Woods y
fusione su división de tecnología con GEH.
Pero Ros piensa que Lucas necesita más tiempo… y que necesitamos tiempo para planificar
si vamos a liquidar y renombrar su compañía. Si lo hacemos, implicará despidos caros.
—Creo que Woods ha tenido tiempo suficiente para cambiar esto. Simplemente no acepta
la realidad —digo enfáticamente—. Lo necesitamos fuera y me gustaría que Marco estime los
costos de liquidación.
—Marco quiere unirse a nosotros en esta parte de la llamada. Voy a meterlo.
A las doce treinta de la tarde, Taylor me lleva a la Universidad Estatal de Washington en
Vancouver para el almuerzo con el presidente, el jefe del departamento de ciencias
medioambientales y el vicepresidente de desarrollo económico. Mientras nos acercamos por el
largo camino, no puedo dejar de mirar a todos los estudiantes para ver si puedo espiar a la
señorita Steele. Por desgracia, no la veo; probablemente esté encerrada en la biblioteca leyendo
un clásico. El pensamiento de ella acurrucada en algún lugar con un libro es reconfortante. No ha
habido ninguna respuesta a mi último correo electrónico, pero ella ha estado trabajando. Tal vez
habrá algo después del almuerzo.
A medida que llegamos al edificio de administración, mi teléfono vibra. Es Grace. Nunca
llama durante la semana.
—¿Mamá?
—Hola, cariño. ¿Cómo estás?
—Bien. Estoy a punto de entrar en una reunión.
—Tu asistente personal dijo que estabas en Portland. —Su voz está llena de esperanza.
Maldita sea. Cree que estoy con Ana.
—Sí, por negocios.
—¿Cómo está Anastasia? —¡Ahí está!
—Bien, por lo que sé, Grace. ¿Qué quieres?
Oh, Dios mío. Mi madre es alguien cuyas expectativas tengo que manejar.
—Mia volverá a casa una semana antes, el sábado. Estoy de guardia ese día y tu padre está
ausente en una conferencia legal presentando un panel sobre la filantropía y ayuda —dice.
—¿Quieres que me encuentre con ella?
—¿Lo harías?
—Claro. Pídele que me envíe sus detalles de vuelo.
—Gracias, cariño. Saluda a Anastasia por mí.
—Me tengo que ir. Adiós, mamá. —Cuelgo antes de que pueda hacer cualquier otra
pregunta incómoda. Taylor abre la puerta del auto.
—Debería estar fuera de aquí a las tres.
—Sí, señor Grey.
—¿Podrás ver a tu hija mañana, Taylor?
—Sí, señor. —Su expresión es cálida y llena de orgullo paternal.
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—Genial.
—Estaré aquí a las tres —confirma.
Me dirijo al edificio de la administración de la Universidad… Este va a ser un largo almuerzo.
Me las he arreglado para mantener a Anastasia Steele fuera de todo pensamiento hoy. Casi.
Durante el almuerzo, hubo momentos en que me encontraba imaginándonos en mi cuarto de
juegos… ¿Cómo lo llama ella? El Cuarto Rojo del Dolor. Niego con la cabeza, sonriendo, y reviso mi
correo electrónico. Esa mujer tiene una habilidad con las palabras, pero hasta ahora no hay
palabras de ella hoy.
Me cambio de mi traje a mi ropa de ejercicio para estar preparado para el gimnasio del
hotel. Cuando estoy a punto de salir de mi habitación, escucho un silbido. Es ella.
De: Anastasia Steele
Asunto: Mis objeciones... ¿Qué pasa con las suyas?
Fecha: 24 de Mayo de 2011, 18:29
Para: Christian Grey
Señor:
Le ruego que observe la fecha de origen: 1580-1590. Quisiera recordarle al señor, con todo
respeto, que estamos en 2011. Desde entonces hemos avanzado un largo camino.
Me permito ofrecerle una definición para que usted la tenga en cuenta en nuestra reunión:
Compromiso. Sustantivo
1. llegar a un entendimiento mediante concesiones mutuas; alcanzar un acuerdo ajustando
exigencias o principios en conflicto u oposición mediante la recíproca modificación de las
demandas. 2. el resultado de dicho acuerdo. 3. algo intermedio entre cosas diferentes: El desnivel
es un compromiso entre un rancho y una casa de varios pisos. 4. poner en peligro, de la
reputación; exposición al peligro, la sospecha, etc.: poner en un compromiso la integridad de
alguien.
Ana
Qué sorpresa, un provocador correo de la señorita Steele, pero nuestra reunión todavía
sigue en pie. Bueno, eso es un alivio.
De: Christian Grey
Asunto: ¿Qué pasa con mis objeciones?
Fecha: 24 Mayo 2011, 18:32
Para: Anastasia Steele
Buen punto, bien hecho, como siempre, señorita Steele. Pasaré a buscarla por su casa a las
siete en punto.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holding, Inc.
Mi teléfono vibra. Es Elliot.
—Oye, pez gordo. Kate me ha pedido que te moleste sobre la mudanza.
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—¿La mudanza?
—Kate y Ana, ayudarlas a mudarse, idiota.
Le doy un suspiro exagerado. Es realmente un idiota grosero.
—No puedo ayudar. Tengo que recoger a Mia en el aeropuerto.
—¿Qué? ¿No pueden hacer eso mamá o papá?
—No. Mamá me llamó esta mañana.
—Entonces supongo que eso lo resuelve. ¿Nunca me dijiste cómo te fue con Ana? ¿Ustedes
f…?
—Adiós, Elliot. —Cuelgo. No es su asunto y hay un correo electrónico esperándome.
De: Anastasia Steele
Asunto: 2011-Las mujeres sabemos conducir
Fecha: 24 de Mayo de 2011, 18:40
Para: Christian Grey
Señor
Tengo auto. Puedo manejar.
Preferiría que quedáramos en otro sitio.
¿Dónde nos encontramos?
¿En tu hotel a las siete?
Ana
Qué irritante. Respondo inmediatamente.
De: Christian Grey
Asunto: Jovencitas testarudas
Fecha: 24 Mayo 2011 18:43
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele
Me remito a mi correo electrónico de fecha 24 de mayo del 2011, enviado a la una veintidós
de la madrugada, y a la definición contenida en el mismo.
¿Alguna vez será capaz de hacer lo que le dicen?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holding, Inc.
Su respuesta es lenta, lo que no hace nada por mi estado de ánimo.
De: Anastasia Steele
Asunto: Hombres intratables
Fecha: 24 Mayo 2011, 18:49
Para: Christian Grey
Señor Grey Preferiría conducir. Por favor.
Ana
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¿Intratable? ¿Yo? Mierda. Si nuestra reunión va según lo previsto, su comportamiento
contrario será una cosa del pasado. Con esto en mente, estoy de acuerdo.
De: Christian Grey
Asunto: Hombres exasperados
Fecha: 24 Mayo 2011, 18:52
Para: Anastasia Steele
Bien.
En mi hotel a las siete.
Nos encontraremos en Marble Bar.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holding, Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Hombres no tan intratables
Fecha: 24 de Mayo de 2011, 18:55
Para: Christian Grey
Gracias.
Ana x
Y soy recompensado con un beso. Haciendo caso omiso de cómo me hace sentir, le dejo
saber que es bienvenida. Mi estado de ánimo se ha levantado mientras me dirijo al gimnasio del
hotel.
Me envió un beso…
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Miércoles, 25 de mayo de 2011
Pido un vaso de Sancerre y me siento en la barra. He estado esperando este momento
durante todo el día y miro repetidamente el reloj. Esto se siente como una primera cita y, de
alguna manera, lo es. Nunca he llevado a cenar a una candidata. Me he sentado a través de
reuniones interminables hoy, compré un negocio, y despedí a tres personas. Nada de lo que he
hecho hoy, incluyendo correr —dos veces—, y un circuito rápido en el gimnasio, ha disipado la
ansiedad con la que he luchado todo el día. Ese poder está en manos de Anastasia Steele. Quiero
su sumisión.
Espero que no llegue tarde. Echo un vistazo hacia la entrada del bar... y mi boca se seca.
Está de pie en el umbral, y por un segundo no me doy cuenta de que es ella. Se ve exquisita: su
cabello cae en ondas suaves hacia su pecho por un lado, y el otro lado está sujeto, así que es más
fácil ver su delicada línea de la mandíbula y la suave curva de su esbelto cuello. Lleva tacones altos
y un vestido de color ciruela que acentúa su esbelta y seductora figura.
Vaya.
Doy un paso hacia adelante para encontrarme con ella.
—Estás impresionante —susurro, y beso su mejilla. Cerrando los ojos, saboreo su aroma;
huele celestial—. Un vestido, señorita Steele. Me parece muy bien. —Diamantes en sus orejas
completarían el conjunto; tengo que comprarle un par.
Tomando su mano, la llevo a un reservado.
—¿Qué quieres tomar?
Soy recompensado con una sonrisa de complicidad mientras se sienta.
—Tomaré lo mismo que tú, gracias.
Ah, ella está aprendiendo.
—Otra copa de Sancerre —le digo al camarero, y me deslizo en la cabina, frente a ella—.
Tienen una excelente bodega —añado, y me tomo un momento para mirarla. Ella lleva un poco de
maquillaje. No demasiado. Y recuerdo la primera vez que cayó en mi oficina cuán ordinaria pensé
que parecía. Ella es cualquier cosa menos ordinaria. Con un poco de maquillaje y la ropa adecuada,
es una diosa.
Se mueve en su asiento y sus pestañas aletean.
—¿Estás nerviosa? —pregunto.
—Sí.
Esto es, Grey.
Inclinándome hacia delante, en un susurro sincero, le digo que también estoy nervioso. Ella
me mira como si me hubieran crecido tres cabezas.
Sí, soy humano también, nena... simplemente.
El camarero coloca el vino de Ana y dos pequeños platos de frutos secos y aceitunas entre
nosotros.
Ana endereza sus hombros, una indicación de que va en serio, como lo hizo la primera vez
que me entrevistó.
—Entonces, ¿cómo lo hacemos? ¿Revisamos mis puntos uno a uno? —pregunta.
—Siempre tan impaciente, señorita Steele.
—Bueno, puedo preguntarte por el tiempo —contesta.
Oh, esa boca inteligente.
Déjala sentirse nerviosa por un momento, Grey.
Manteniendo los ojos en los de ella, hago estallar una aceituna en mi boca y lamo mi dedo
índice. Sus ojos se amplían y se oscurecen.
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—Creo que el tiempo hoy no ha tenido nada de especial. —Trato de parecer
despreocupado.
—¿Está riéndose de mí, señor Grey?
—Sí, señorita Steele.
Ella frunce los labios para reprimir su sonrisa.
—Sabes que ese contrato no tiene ningún valor legal.
—Soy perfectamente consciente, señorita Steele.
—¿Pensabas decírmelo en algún momento?
¿Qué? No pensé que tendría que hacerlo... y has investigado por ti misma.
—¿Crees que estoy coaccionándote para que hagas algo que no quieres hacer, y que
además pretendo tener algún derecho legal sobre ti?
—Bueno… sí.
Vaya.
—No tienes muy buen concepto de mí, ¿verdad?
—No has contestado a mi pregunta
—Anastasia, no importa si es legal o no. Es un acuerdo al que me gustaría llegar contigo… lo
que me gustaría conseguir de ti y lo que tú puedes esperar de mí. Si no te gusta, no lo firmes. Si lo
firmas y después decides que no te gusta, hay suficientes cláusulas que te permitirán dejarlo. Aun
cuando fuera legalmente vinculante, ¿crees que te llevaría a juicio si decides marcharte?
¿Qué clase de persona cree que soy?
Me mira con sus insondables ojos azules.
Lo que yo necesito es que entienda que este contrato no se trata de ley, se trata de
confianza.
Quiero que confíes en mí, Ana.
Mientras toma un sorbo de su vino, me acerco, tratando de explicar.
—Las relaciones de este tipo se basan en la sinceridad y en la confianza. Si no confías en
mí… Tienes que confiar en mí para que sepa en qué medida te estoy afectando, hasta dónde
puedo llegar contigo, hasta dónde puedo llevarte… Si no puedes ser sincera conmigo, entonces es
imposible.
Se frota la barbilla mientras considera lo que he dicho.
—Es muy sencillo, Anastasia. ¿Confías en mí o no?
Y si ella piensa tan poco de mí, entonces no debemos hacer esto en absoluto.
Mi estómago está anudado por la tensión.
—¿Has mantenido este tipo de conversación con… bueno, con las quince?
—No. —¿Por qué se está yendo por las ramas?
—¿Por qué no? —pregunta.
—Porque ya eran sumisas. Sabían lo que querían de la relación conmigo, y en general lo que
yo esperaba. Con ellas fue una simple cuestión de afinar los límites tolerables, ese tipo de detalles.
—¿Vas a buscarlas a alguna tienda? ¿Sumisas ’R’ Us? —Ella arquea una ceja y me río a
carcajadas. Y al igual que el conejo de un mago, la tensión en mi cuerpo desaparece.
—No exactamente. —Mi tono es irónico.
—Pues, ¿cómo? —Ella siempre es curiosa, pero no quiero hablar de Elena de nuevo. La
última vez que la mencioné, Ana se puso gélida.
—¿De eso quieres que hablemos? ¿O pasamos al meollo de la cuestión? A las objeciones,
como tú dices.
Frunce el ceño.
—¿Tienes hambre? —pregunto.
Mira con recelo a las aceitunas.
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—No.
—¿Has comido hoy?
Lo duda.
Mierda.
—No —dice ella. Trato de no dejar que su admisión me enoje.
—Tienes que comer, Anastasia. Podemos cenar aquí o en mi suite. ¿Qué prefieres?
Ella nunca aceptará esto.
—Creo que mejor nos quedamos en terreno neutral.
Como predije… sensible, señorita Steele.
—¿Crees que eso me detendría? —Mi voz es ronca.
Ella traga.
—Eso espero.
Saca a la chica de su miseria, Grey.
—Vamos, he reservado un comedor privado. Sin público. —Levantándome, extiendo mi
mano hacia ella.
¿La tomará?
Ella mira de mi cara a mi mano.
—Tráete el vino —ordeno. Y ella recoge su vaso y coloca su mano en la mía.
Al salir del bar, noto las miradas de admiración de otros huéspedes, y en el caso de algún
guapo y atlético chico, abierta apreciación de mi cita. No es algo con lo que he tratado antes... y no
creo que me guste.
Arriba, en el entresuelo, el joven anfitrión enviado por el maître nos lleva al salón que he
reservado. Él solo tiene ojos para la señorita Steele, y le doy una mirada fulminante que le envía
en retirada del opulento comedor. Un viejo camarero asiste a Ana y deja caer una servilleta en su
regazo.
—Ya he pedido la comida. Espero que no te importe.
—No, está bien —dice ella con un gesto amable.
—Me gusta saber que puedes ser dócil. —Sonrío—. Bueno, ¿dónde estábamos?
—En el meollo de la cuestión —dice ella, centrada en la tarea en cuestión, pero luego toma
un gran trago de vino y sus mejillas se colorean. Debe estar buscando el coraje. Tendré que estar
pendiente de lo mucho que está bebiendo, porque está conduciendo.
Fácilmente podía pasar la noche aquí... entonces, yo podría sacarla de ese atractivo vestido.
Recuperando mi enfoque, vuelvo al asunto, las objeciones de Ana. Recupero su correo
electrónico del bolsillo interior de mi chaqueta. Ella cuadra los hombros una vez más y me da una
mirada expectante, y tengo que esconder mi diversión.
—Cláusula 2. De acuerdo. Es en beneficio de los dos. Volveré a redactarlo.
Ella toma otro sorbo.
—¿Mi salud sexual? Bueno, todas mis compañeras anteriores se hicieron análisis de sangre,
y yo me hago pruebas cada seis meses de todos estos riesgos que comentas. Mis últimas pruebas
han salido perfectas. Nunca he tomado drogas. De hecho, estoy totalmente en contra de las
drogas, y mi empresa lleva una política antidrogas muy estricta. Insisto en que se hagan pruebas
aleatorias y por sorpresa a mis empleados para detectar cualquier posible consumo de drogas.
De hecho, una de las personas que despedí hoy falló en su prueba de drogas.
Ella está sorprendida, pero lo paso por alto.
—Nunca me han hecho una transfusión. ¿Contesta eso a tu pregunta?
Ella asiente con la cabeza.
—El siguiente punto ya lo he comentado antes. Puedes dejarlo en cualquier momento,
Anastasia. No voy a detenerte. Pero si te vas… se acabó. Que lo sepas.
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Sin. Segundas. Oportunidades. Jamás.
—De acuerdo —responde, aunque no suena convencida.
Los dos nos quedamos en silencio mientras el camarero entra con nuestros aperitivos. Por
un momento, me pregunto si debería haber mantenido esta reunión en mi oficina, y luego
descarto el pensamiento tan ridículo. Solo los tontos mezclan los negocios con el placer. He
mantenido mi trabajo y mi vida privada separados; es una de mis reglas de oro, y la única
excepción fue mi relación con Elena... pero bueno, ella me ayudó a empezar mi negocio.
—Espero que te gusten las ostras —le comento a Ana mientras el camarero las deja.
—Nunca las he probado.
—¿En serio? Bueno. Lo único que tienes que hacer es metértelas en la boca y tragártelas.
Creo que lo conseguirás. —Miro fijamente su boca, recordando lo bien que puede tragar. En el
momento justo se sonroja y exprimo el jugo de limón en el marisco y la pongo en la punta de mi
boca—. Mmm, riquísima. Sabe a mar. —Sonrío mientras me observa, fascinada—. Vamos —la
animo, sabiendo que no se echa hacia atrás en un desafío.
—¿No tengo que masticarla?
—No, Anastasia, no tienes que hacerlo. —Y yo trato de no pensar en sus dientes jugando
con mi parte favorita de mi anatomía.
Ella las presiona en su labio inferior, dejando pequeñas marcas de sangría.
Maldita Sea. La vista revuelve mi cuerpo y me muevo en mi silla. Ella alcanza una ostra,
exprime el limón, sostiene la cabeza hacia atrás, y la abre completamente. Mientras mete la ostra
en su boca, mi cuerpo se endurece.
—¿Y bien? —pregunto, y sueno un poco ronco.
—Me comeré otra —dice con humor irónico.
—Buena chica.
Me pregunta si he elegido ostras deliberadamente, conociendo sus cualidades afrodisíacas.
Le sorprende cuando le digo que simplemente estaban en la parte superior del menú.
—No necesito un afrodisíacos contigo.
Sí, podría follarte ahora.
Compórtate, Grey. Pon esta negociación de nuevo en marcha.
—Así que, ¿dónde estábamos? —Regreso a su correo electrónico y me concentro en sus
objeciones. Cláusula nueve—. Sí, quiero que lo hagas. —Esto es importante para mí. Necesito
saber que está a salvo y hará cualquier cosa por mí—. Necesito que lo hagas. Considéralo un papel,
Anastasia.
—Pero me preocupa que me hagas daño.
—Que te haga daño, ¿cómo?
—Daño físico.
—¿De verdad crees que te haría daño? ¿Qué traspasaría un límite que no pudieras
aguantar?
—Me dijiste que habías hecho daño a alguien.
—Sí, pero fue hace mucho tiempo.
—¿Qué pasó?
—La colgué del techo del cuarto de juegos. Es uno de los puntos que preguntabas, la
suspensión. Para eso son los mosquetones. Con cuerdas. Y apreté demasiado una cuerda.
Consternada, ella sostiene su mano en alto diciéndome que me detenga.
Demasiada información.
—No necesito saber nada más. Entonces, ¿no vas a colgarme? —pregunta.
—No, si de verdad no quieres. Puedes pasarlo a la lista de los límites infranqueables.
—De acuerdo. —Exhala, aliviada.
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Continúa, Grey.
—Bueno, ¿crees que podrás obedecerme?
Ella me mira con esos ojos que ven a través de mi oscura alma y no sé lo que va a decir.
Mierda. Este podría ser el final.
—Podría intentarlo —dice ella, su voz baja.
Es mi turno para exhalar. Todavía estoy en el juego.
—Bien. Ahora la vigencia. —Cláusula once—. Un mes no es nada, especialmente si quieres
un fin de semana libre cada mes. No creo que pueda aguantar lejos de ti tanto tiempo. Apenas lo
consigo ahora. —No llegaremos a ninguna parte en ese tiempo. Ella necesita entrenamiento y no
puedo permanecer lejos de ella por cualquier periodo de tiempo. Le digo esto. Tal vez podamos
comprometernos, como sugirió—. ¿Qué te parece un día de un fin de semana al mes para ti? Pero
te quedas conmigo una noche entre semana.
La veo sopesar la posibilidad.
—De acuerdo —dice con el tiempo, su expresión seria.
Bien.
—Y, por favor, intentémoslo tres meses. Si no te gusta, puedes marcharte en cualquier
momento.
—Tres meses —dice. ¿Está aceptando? Lo tomaré como un "sí".
Bien. Aquí va.
—El tema de la posesión es meramente terminológico y remite al principio de obediencia.
Es para situarte en el estado de ánimo adecuado, para que entiendas de dónde vengo. Y quiero
que sepas que, en cuanto cruces la puerta de mi casa como mi sumisa, haré contigo lo que me dé
la gana. Tienes que aceptarlo de buena gana. Por eso tienes que confiar en mí. Te follaré cuando
quiera, como quiera y donde quiera. Voy a disciplinarte, porque vas a meter la pata. Te adiestraré
para que me complazcas.
—Pero sé que todo esto es nuevo para ti. De entrada iremos con calma, y yo te ayudaré.
Avanzaremos desde diferentes perspectivas. Quiero que confíes en mí, pero sé que tengo que
ganarme tu confianza, y lo haré. El ―en cualquier otro ámbito‖… de nuevo es para ayudarte a
meterte en situación. Significa que todo está permitido.
Vaya discurso, Grey.
Ella se sienta hacia atrás, abrumada, creo.
—¿Sigues aquí? —pregunto con suavidad. El camarero se cuela en la habitación, y con un
gesto le doy permiso para limpiar nuestra mesa.
—¿Quieres más de vino? —le pregunto.
—Tengo que conducir.
Buena respuesta.
—¿Agua, pues?
Ella asiente.
—¿Normal o con gas?
—Con gas, por favor.
El camarero se va con nuestros platos.
—Estás muy callada —susurro. Ella apenas ha dicho una palabra.
—Tú estás muy hablador —dispara directamente hacia mí.
Punto justo, señorita Steele.
Ahora, para el siguiente punto en su lista de objeciones: cláusula quince. Tomo una
respiración profunda.
—Disciplina. La línea que separa el placer del dolor es muy fina, Anastasia. Son las dos caras
de una misma moneda. La una no existe sin la otra. Puedo enseñarte lo placentero que puede ser
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el dolor. Ahora no me crees, pero a eso me refiero cuando hablo de confianza. Habrá dolor, pero
nada que no puedas soportar. —No puedo enfatizar esto lo suficiente—. Volvemos al tema de la
confianza. ¿Confías en mí, Ana?
—Sí, confío en ti —dice de inmediato. Su respuesta me golpea de lado: es completamente
inesperado.
Una vez más.
¿He ganado su confianza ya?
—Bueno, entonces, Lo demás son simples detalles. —Me siento a tres metros de altura.
—Detalles importantes.
Ella está en lo correcto. Concéntrate, Grey.
—De acuerdo, comentémoslos.
El camarero vuelve a entrar con nuestros platos principales.
—Espero que te guste el pescado —digo, mientras él coloca nuestra comida delante de
nosotros. El bacalao negro se ve delicioso. Ana le da un mordisco.
Finalmente, ¡ella está comiendo!
—Hablemos de las normas —continúo—. ¿Rompes el contrato por la comida?
—Sí.
—¿Puedo cambiarlo y decir que comerás como mínimo tres veces al día?
—No.
Aguantando un suspiro irritado, persisto.
—Necesito saber que no pasas hambre.
Ella frunce el ceño.
—Tienes que confiar en mí.
—Oh, touché, señorita Steele —murmuro para mí mismo. Estas son las batallas que no voy a
ganar—. Acepto lo de la comida y lo de dormir.
Ella me muestra una pequeña sonrisa de alivio.
—¿Por qué no puedo mirarte? —pregunta.
—Es cosa de la relación de sumisión. Te acostumbras a ello.
Frunce el ceño una vez más, pero se ve afligida esta vez.
—¿Por qué no puedo tocarte? —pregunta.
—Porque no.
Cállala, Grey.
—¿Es por la señora Robinson?
¿Qué?
—¿Por qué lo piensas? ¿Crees que me traumatizó?
Asiente.
—No, Anastasia, no es por ella. Además, la Sra. Robinson no me aceptaría estas chorradas.
—Entonces no tiene nada que ver con ella —pregunta, luciendo confundida.
—No.
No soporto que me toquen. Y, nena, realmente no quieres saber por qué.
—Y tampoco quiero que te toques —añado.
—Por curiosidad… ¿Por qué?
—Porque quiero para mí todo tu placer.
De hecho, lo quiero ahora. Podría follarla aquí para ver si puede permanecer en silencio.
Realmente en silencio, sabiendo que estamos al alcance del oído del personal del hotel y los
huéspedes. Después de todo, es para eso que he reservado esta habitación.
Abre su boca como para decir algo, pero la cierra de nuevo y toma otro bocado de comida
de su plato intacto.
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—Te he dado muchas cosas en las que pensar, ¿verdad? —digo, doblando su correo
electrónico y metiéndolo en mi bolsillo interior.
—Sí.
—¿Quieres que pasemos ya a los límites tolerables?
—Espera a que acabemos de comer.
—¿Te da asco?
—Algo así.
—No has comido mucho.
—Lo suficiente.
Esto se está volviendo aburrido.
—Tres ostras, cuatro trocitos de bacalao y un espárrago. Ni puré de patatas, ni frutos secos,
ni aceitunas. Y no has comido en todo el día. Me has dicho que podía confiar en ti.
Sus ojos se agrandan.
Sí. He estado contando, Ana.
—Christian, por favor, no suelo mantener conversaciones de este tipo todos los días.
—Necesito que estés sana y en forma, Anastasia.
—Lo sé.
—Y ahora mismo quiero quitarte ese vestido.
—No creo que sea una buena idea —susurra—. Todavía no hemos comido el postre.
—¿Quieres postre? —¿Cuando todavía no has comido tu plato principal?
—Sí.
—El postre podrías ser tú.
—No estoy segura de que sea lo bastante dulce.
—Anastasia, eres exquisitamente dulce. Lo sé.
—Christian, utilizas el sexo como arma. No me parece justo. —Baja la mirada a su regazo, y
su voz es baja, un poco melancólica. Levanta la mirada de nuevo, sujetándome con una mirada
intensa, sus ojos azul pálido desconcertantes… y excitantes.
—Tienes razón. Lo hago —admito—. Cada uno utiliza en la vida lo que sabe, Anastasia. Eso
no quita que te desee muchísimo. Aquí. Ahora. —Y podríamos follar aquí, ahora. Sé que estás
interesada, Ana. Oigo cómo ha cambiado tu respiración—. Me gustaría probar una cosa. —
Realmente quiero saber cuán silenciosa puede ser, y si puede hacer esto con el temor de ser
descubiertos.
Su frente se arruga una vez más; está confundida.
—Si fueras mi sumisa, no tendrías que pensarlo. Sería fácil. Todas estas decisiones… todo el
agotador proceso racional quedaría atrás. Cosas como ―¿Es lo correcto?‖, ―¿Puede suceder
aquí?‖, ―¿Puede suceder ahora?‖. No tendrías que preocuparte de esos detalles. Lo haría yo,
como tu amo. Y ahora mismo sé que me deseas, Anastasia.
Tira de su cabello por encima de su hombro, y su ceño se intensifica mientras se lame los
labios.
Oh, sí. Me desea.
—Estoy tan seguro porque tu cuerpo te delata. Estás apretando los muslos, te has puesto
roja y tu respiración ha cambiado.
—¿Cómo sabes lo de mis muslos? —me pregunta, su voz baja, incrédula, creo.
—He notado que el mantel se movía, y lo he deducido basándome en años de experiencia.
No me equivoco, ¿verdad?
Se queda en silencio por un momento y aparta la mirada.
—No me he terminado el bacalao —dice, evasiva pero aún ruborizada.
—¿Prefieres el bacalao frío a mí?
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Sus ojos se encuentran con los míos y están muy abiertos, las pupilas oscuras y dilatadas.
—Pensaba que te gustaba que me acabara toda la comida del plato.
—Ahora mismo, señorita Steele, me importa una mierda su comida.
—Christian, no juegas limpio, de verdad.
—Lo sé. Nunca he jugado limpio.
Nos miramos el uno al otro en una batalla de voluntades, ambos conscientes de la tensión
sexual extendiéndose entre nosotros a través de la mesa.
Por favor, ¿harías simplemente lo que te digo? Le imploro con una mirada. Pero sus ojos
brillan con sensual desobediencia y una sonrisa se levanta en sus labios. Sin apartar su mirada de
mí, agarra un espárrago y muerde su labio deliberadamente.
¿Qué está haciendo?
Muy lentamente, se coloca la punta del espárrago en la boca y lo chupa.
Joder.
Está jugando conmigo con… una táctica peligrosa que me tendrá follándola sobre esta mesa.
Oh, vamos, señorita Steele.
La observo, hipnotizado, endureciéndome al segundo.
—Anastasia, ¿qué haces? —le advierto.
—Estoy comiéndome un espárrago —dice con una tímida sonrisa.
—Creo que está jugando conmigo, señorita Steele.
—Solo estoy terminándome la comida, Sr. Grey. —Sus labios se curvan más amplios,
lentamente, carnales, y el calor entre nosotros aumenta varios grados. Realmente no tiene idea de
lo sexy que es… Estoy a punto de saltar cuando el camarero golpea y entra.
Maldición.
Dejo que recoja los platos, luego vuelvo mi atención a la señorita Steele. Pero su ceño
fruncido está de vuelta, y está jugueteando con sus dedos.
Demonios.
—¿Quieres postre? —pregunto.
—No, gracias. Creo que tengo que marcharme —dice, aun mirando sus manos.
—¿Marcharte? —¿Se va a ir?
El camarero se retira a toda prisa con nuestros platos.
—Sí —dice Ana, su voz firme con decisión. Se pone de pie para irse. Y yo también me pongo
de pie automáticamente—. Mañana tenemos los dos la ceremonia de entrega de títulos —dice.
Esto no está yendo en absoluto de acuerdo al plan.
—No quiero que te vayas —afirmo, porque es la verdad.
—Por favor… Tengo que irme —insiste.
—¿Por qué?
—Porque me has planteado muchas cosas en las que pensar… y necesito cierta distancia. —
Sus ojos están pidiéndome que la deje ir.
Pero hemos llegado tan lejos en nuestra negociación. Hemos hecho compromisos. Podemos
hacer que esto funcione. Tengo que hacer que esto funcione.
—Podría conseguir que te quedaras —le digo, sabiendo que podría seducirla en este
momento, en esta habitación.
—Sí, no te sería difícil, pero no quiero que lo hagas.
Todo esto está dejando de funcionar… he exagerado mi mano. No es así como imaginaba
que terminaría esta noche. Paso mis manos por mi cabello en señal de frustración.
—Mira, cuando viniste a entrevistarme y te caíste en mi despacho, todo era ―Sí, señor‖,
―No, señor‖. Pensé que eras una sumisa nata. Pero, la verdad, Anastasia, no estoy seguro de que
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tengas madera de sumisa. —Camino los pocos pasos que nos separan y bajo la mirada hacia esos
ojos que brillan con determinación.
—Quizá tengas razón —dice.
No. No. No quiero tener razón.
—Quiero tener la oportunidad de descubrir si la tienes. —Acaricio su rostro y su labio
inferior con mi pulgar—. No sé hacerlo de otra manera, Anastasia. Soy así.
—Lo sé —dice.
Bajo la cabeza para que mis labios floten sobre ella, esperando a que levante su boca hacia
la mía y cierre sus ojos. Quiero darle un beso breve y casto, pero cuando nuestros labios se tocan,
ella se inclina hacia mí, sus manos repentinamente agarrando mi cabello en un puño, su boca
abriéndose a mí, su lengua insistente. Presiono mi mano en la base de su columna vertebral,
sosteniéndola contra mí, y profundizando el beso, reflejando su fervor.
Cristo, la deseo.
—¿No puedo convencerte de que te quedes? —susurro contra la comisura de su boca
mientras mi cuerpo responde, endureciéndose con deseo.
—No.
—Pasa la noche conmigo.
—¿Sin tocarte? No.
Maldición. La oscuridad se desenrolla en mis entrañas, pero la ignoro.
—Eres imposible —murmuro, y me alejo, examinando su rostro y su tensa y meditabunda
expresión—. ¿Por qué tengo la impresión de que estás despidiéndote de mí?
—Porque voy a marcharme.
—No es eso lo que quiero decir, y lo sabes.
—Christian, tengo que pensar en todo esto. No sé si puedo mantener el tipo de relación que
quieres.
Cierro mis ojos y presiono mi frente contra la suya.
¿Qué esperabas, Grey? No está hecha para esto.
Tomo una respiración profunda y la beso en la frente, luego entierro mi nariz en su cabello,
inhalando su dulce y otoñal aroma y memorizándolo.
Esto es todo. Suficiente.
Dando un paso hacia atrás, la libero.
—Como quiera, señorita Steele. La acompaño hasta el vestíbulo. —Extiendo mi mano para
lo que podría ser la última vez y me sorprende lo doloroso que resulta este pensamiento. Coloca
su mano sobre la mía y, en silencio, nos dirigimos a la recepción.
—¿Tienes el boleto del valet? —pregunto mientras llegamos al vestíbulo. Sueno calmo y
tranquilo, pero tengo nudos en el estómago.
Saca el boleto de su bolsa, el cual entrego al portero.
—Gracias por la cena —dice.
—Ha sido un placer como siempre, señorita Steele.
Este no puede ser el final. Tengo que mostrarle… demostrarle lo que significa todo esto, lo
que podemos hacer juntos. Mostrarle qué podemos hacer en el cuarto de juegos. Entonces lo
sabrá. Esta podría ser la única forma de salvar este acuerdo. Me vuelvo hacia ella rápidamente.
—Esta semana te mudas a Seattle. Si tomas la decisión correcta, ¿podré verte el domingo?
—pregunto.
—Ya veremos. Quizás —dice.
Ese no es un “no”.
Noto la piel de gallina en sus brazos.
—Ahora hace fresco. ¿No has traído chaqueta? —pregunta.
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—No.
Esta mujer necesita ser cuidada. Me quito mi chaqueta.
—Toma. No quiero que te agarres un resfriado. —La deslizo sobre sus hombros y la
envuelvo alrededor de ella, cierra sus ojos e inhala profundamente.
¿Se siente atraída por mi olor? ¿Cómo yo al de ella?
¿Tal vez no todo está perdido?
El valet se detiene en un viejo VW Beetle.
¿Qué demonios es eso?
—¿Ese es tu auto? —Esto debe ser más viejo que el abuelo Theodore. ¡Jesús! El valet me le
entrega las llaves y le doy una propia generosa. Se merece un pago extra para compensar los
daños.
—¿Está en condiciones de circular? —Miro a Ana. ¿Cómo puede estar segura en este cubo
oxidado?
—Sí.
—¿Llegará hasta Seattle?
—Claro que sí.
—¿Es seguro?
—Sí. —Trata de tranquilizarme—. Está bien, es viejo. Pero es mío y funciona. Me lo compró
mi padrastro.
Cuando sugiero que podríamos hacer algo mejor que esto, se da cuenta qué le estoy
ofreciendo y su expresión cambia inmediatamente.
Está enojada.
—Ni se te ocurra comprarme un auto —dice enfáticamente.
—Ya veremos —murmuro, tratando de mantenerme en calma. Sostengo la puerta del
conductor abierta y mientras se sube, me pregunto si debería pedirle a Taylor que la lleve a casa.
Maldita sea. Recuerdo que tiene la noche libre.
Una vez que he cerrado la puerta, baja la ventanilla… dolorosamente lento.
¡Por el amor de Cristo!
—Conduce con prudencia —gruño.
—Adiós, Christian —dice y su voz flaquea, como si estuviera intentando no llorar.
Mierda. Mi estado de ánimo cambia de irritación y preocupación por su bienestar a la
impotencia mientras su auto ruge hacia la calle.
No sé si la veré de nuevo.
Me quedo de pie como un tonto en la acera hasta que sus luces traseras desaparecen en la
noche.
Joder. ¿Por qué eso salió tan mal?
Entro de nuevo al hotel, me dirijo al bar y ordeno una botella de Sancerre. Llevándola
conmigo, me dirijo a mi habitación. Mi computadora portátil está abierta sobre mi escritorio y,
antes de descorchar el vino, me siento y comienzo a redactar un correo electrónico.
De: Christian Grey
Fecha: 25 de mayo de 2011, 22:01
Para: Anastasia Steele
Asunto: Esta noche
No entiendo por qué has salido corriendo esta noche. Espero sinceramente haber
contestado a todas tus preguntas de forma satisfactoria. Sé que tienes que plantearte muchas
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cosas y espero fervientemente que consideres en serio mi propuesta. Quiero de verdad que esto
funcione. Nos lo tomaremos con calma.
Confía en mí.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Miro mi reloj. Le tomará, al menos, veinte minutos llegar a casa, probablemente más en esa
trampa mortal. Le envío un correo electrónico a Taylor.
De: Christian Grey
Fecha: 25 de mayo de 2011, 22:04
Para: J B Taylor
Asunto: Audi A3
Necesito que el Audi sea entregado aquí mañana.
Gracias.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Abriendo el Sancerre, me sirvo una copa y abro mi libro, me siento y leo, tratando
duramente de concentrarme. Mis ojos se mantienen desviándose a la pantalla de mi computadora
portátil.
Mientras los minutos pasan, mi ansiedad crece; ¿por qué no me ha respondido el correo
electrónico?
A las once, le envío un mensaje de texto.
¿Llegaste a casa a salvo?
Pero no recibo ninguna respuesta. Quizás se ha ido directamente a la cama. Antes de la
medianoche, le envío otro correo electrónico.
De: Christian Grey
Fecha: 25 de mayo de 2011, 23:58
Para: Anastasia Steele
Asunto: Esta noche
Espero que hayas llegado bien a casa en ese auto tuyo.
Dime si estás bien.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
La veré mañana en la ceremonia de graduación y descubriré si me está rechazando. Con ese
deprimente pensamiento, me desnudo y me meto en la cama y miró el techo.
Realmente has jodido este asunto, Grey.
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Jueves, 26 de Mayo de 2011
Mami se ha ido. A veces ella sale.
Y solo estoy yo. Mis autos, mi mantita y yo.
Cuando vuelve a casa, duerme en el sofá. El sofá es marrón y pegajoso. Está cansada. A
veces la cubro con mi mantita.
O vuelve a casa con algo para comer. Me gustan esos días. Comemos pan y mantequilla. Y a
veces comemos macarrones con queso. Son mis favoritos.
Hoy mami se ha ido. Juego con mis autos. Van rápido por el suelo. Mi mami se ha ido.
Volverá. Lo hará. ¿Cuándo volverá mami a casa?
Está oscuro ahora y mi mami se ha ido. Puedo alcanzar la luz cuando me paro sobre el
taburete.
Prendo. Apago. Prendo. Apago. Prendo. Apago.
Luz. Oscuridad. Luz. Oscuridad. Luz.
Tengo hambre. Como el queso. Hay queso en el refrigerador. Queso con cáscara azul.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
A veces ella vuelve con él. Lo odio. Me escondo cuando él viene. Mi lugar favorito es el
armario de mi mami. Huele a mami. Huele a mami cuando está feliz.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
Mi cama está fría. Y tengo hambre. Tengo mi mantita y mis autos, pero no a mi mami.
¿Cuándo va a volver mami a casa?
Me despierto con un sobresalto.
Joder. Joder. Joder.
Odio mis sueños. Están plegados de angustiosos recuerdos, recuerdos distorsionados de una
época que quiero olvidar. Mi corazón está latiendo con fuerza y estoy empapado de sudor. Pero la
peor consecuencia de esas pesadillas es lidiar con la abrumadora ansiedad cuando despierto.
Mis pesadillas se han vuelto más frecuentes y más vívidas. No tengo idea de por qué.
Maldito Flynn… no va a volver hasta la próxima semana. Paso ambas manos por mi cabello y miro
la hora. Son las cinco treinta y ocho de la mañana y la luz del amanecer se está filtrando a través
de las cortinas. Casi es hora de levantarme.
Ve a correr, Grey.
Aún no hay ningún mensaje de texto o correo electrónico de Ana. Mientras mis pies golpean
la acera, mi ansiedad aumenta.
Déjalo así, Grey.
¡Simplemente déjalo jodidamente así!
Sé que la veré en la ceremonia de graduación.
Pero no puedo dejarlo así.
Antes de mi ducha, le envío otro mensaje de texto.
Llámame.
Solo necesito saber que está a salvo.
Después del desayuno, aún no hay noticias de Ana. Para sacarla de mi cabeza, trabajo
durante unas horas en mi discurso de graduación. Durante la ceremonia de graduación más tarde
en esta mañana, estaré honrando el extraordinario trabajo del departamento de ciencias
medioambientales y el progreso que han hecho en colaboración con GEH en la tecnología de
cultivo para países en desarrollo.
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—¿Le apasiona la idea de alimentar a los pobres del mundo?—Las astutas palabras de Ana
hacen eco en mi cabeza y empujan a la pesadilla de anoche.
La alejo de mi mente mientras reescribo. Sam, mi vicepresidente de publicidad, me ha
enviado un borrador que es demasiado pretensioso para mí. Me lleva una hora rehacer su discurso
de mierda para los medios en algo más humano.
Nueve y media y aún no hay noticias de Ana. Su silencio es preocupante… y francamente
rudo. La llamo, pero su teléfono va directamente a su mensaje de voz genérico.
Cuelgo.
Muestra algo de dignidad, Grey.
Hay un ping en mi bandeja de entrada y el latido de mi corazón salta… pero es de Mia. A
pesar de mi mal humor, sonrío. He extrañado a esa niña.
De: Mia G. Chef Extraordinaire
Fecha: 26 de mayo de 2011, 18:32 GMT-1
Para: Christian Grey
Asunto: Vuelos
Hola, Christian
¡No puedo esperar para largarme de aquí!
Rescátame. Por favor.
Mi número de vuelo para el sábado es AF3622. ¡Llega a las doce veintidós de la tarde y papá
me está haciendo volar en clase económica! ¡*puchero*!
Tendré mucho equipaje. Amo. Amo. Amo la moda de París.
Mamá dice que tienes una novia.
¿Es cierto?
¿Cómo es? ¡¡¡¡¡NECESITO SABER!!!!! Te veo el sábado. Te extrañé demasiado.
À bientôt mon frère. Mxxxxxxxx
¡Oh, demonios! Mi madre y su gran bocota. ¡Ana no es mi novia! Y cuando llegue el sábado
tendré que defenderme de la boca igual de grande de mi hermana y su inherente optimismo y sus
preguntas indiscretas. Ella puede ser agotadora. Haciendo una nota mental del número de vuelo y
hora, le envío a Mia un rápido correo electrónico para hacerle saber que estaré allí.
A las nueves cuarenta y cinco me preparo para la ceremonia. Traje gris, camisa blanca y por
supuesto esa corbata. Será mi sutil mensaje para Ana de que no me he rendido y un recuerdo de
los buenos momentos.
Sí, realmente buenos momentos… imágenes de ella atada y deseosa vienen a mi mente.
Maldita sea ¿Por qué no ha llamado? Presiono el botón de remarcar.
Mierda.
¡Aún ninguna jodida respuesta!
Precisamente a las diez hay un golpe en mi puerta. Es Taylor.
—Buenos días —digo mientras entra.
—Sr. Grey.
—¿Cómo estuvo el día de ayer?
—Bien, señor. —La actitud de Taylor cambia y su expresión se vuelve afectuosa. Debe estar
pensando en su hija.
—¿Sophie?
—Es una muñeca, señor. Y le va muy bien en la escuela.
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—Es genial oír eso.
—El A3 estará en Portland esta tarde.
—Excelente. Vamos.
Y aunque odio admitirlo, estoy ansioso por ver a la señorita Steele.
La secretaria del rector me introduce en una pequeña sala contigua al auditorio de la WSU.
Ella se sonroja, casi tanto como una joven mujer que conozco íntimamente. Allí, en la sala de
espera, académicos, personal administrativo y algunos estudiantes están teniendo un café previo a
la graduación. Entre ellos, para mi sorpresa, se encuentra Katherine Kavanagh.
—Hola, Christian —dice, pavoneándose hacia mí con la confianza del adinerado. Lleva
puesta su toga de graduación y parece bastante alegre; seguramente ha visto a Ana.
—Hola, Katherine. ¿Cómo estás?
—Pareces desconcertado de verme aquí —dice, ignorando mi saludo y sonando un poco
ofendida—. Soy la mejor alumna del curso. ¿Elliot no te lo dijo?
—No, no lo hizo. —No pasamos demasiado tiempo juntos, por el amor de Cristo—.
Felicidades —añado como cortesía.
—Gracias. —Su tono es cortante.
—¿Ana está aquí?
—Pronto. Va a venir con su papá.
—¿La viste esta mañana?
—Sí. ¿Por qué?
—Quería saber si llegó a casa en esa trampa mortal que llama auto.
—Wanda. La llama Wanda. Y sí, lo hizo. —Me mira con expresión inquisitiva.
—Me alegro de oír eso.
En ese momento, el rector se une a nosotros y, con una cortés sonrisa hacia Kavanagh, me
escolta para conocer a los otros académicos.
Estoy aliviado de que Ana esté en una sola pieza, pero enojado de que no haya respondido a
ninguno de mis mensajes.
No es una buena señal.
Pero no tengo tiempo para detenerme en esta desalentadora situación… uno de los
miembros de la facultad anuncia que es momento de comenzar y nos lleva por el corredor.
En un momento de debilidad, intento llamar al teléfono de Ana una vez más. Va
directamente al correo de voz y soy interrumpido por Kavanagh.
—Espero oír tu discurso de graduación —dice mientras nos dirigimos por el pasillo.
Cuando llegamos al auditorio, me doy cuenta de que es más grande de lo que esperé y está
lleno. La audiencia, como una sola, se pone de pie y aplaude mientras nos presentamos sobre el
escenario. El aplauso se intensifica, luego lentamente se desploma en un expectante rumor
mientras todos toman asiento.
Una vez que el rector comienza su discurso de bienvenida, soy capaz de examinar la
habitación. Las primeras filas están llenas de estudiantes en idénticas togas negras y rojas de WSU.
¿Dónde está? Metódicamente, inspecciono cada fila.
Ahí estás.
La encuentro acurrucada en la segunda fila. Está viva. Me siento un idiota por gastar tanta
ansiedad y energía sobre su paradero anoche y esta mañana. Sus brillantes ojos azules se
agrandan mientras interceptan los míos y se remueve en su asiento, un suave rubor coloreando
sus mejillas.
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Sí. Te he encontrado. Y no has respondido mis mensajes. Me está evitando y estoy enojado.
Realmente enojado. Cerrando mis ojos, me imagino vertiendo gotas de cera en sus pechos y a ella
retorciéndose debajo de mí. Esto tiene un efecto radical en mi cuerpo.
Mierda.
Recomponte, Grey.
Apartándola de mi mente, ordeno mis lascivos pensamientos y me concentro en los
discursos.
Kavanagh da un inspirador discurso sobre abrazar las oportunidades; sí, carpe diem, Kate; y
recibe una entusiasta recepción cuando ha terminado. Obviamente es inteligente, popular y
confiada. No la tímida y retraída persona invisible que es la adorable señorita Steele. Realmente
me asombra que estas dos sean amigas.
Oigo que mi nombre es anunciado; el rector me ha presentado. Me pongo de pie y me
acerco al atril. Hora del espectáculo, Grey.
—Estoy profundamente agradecido y emocionado por el gran honor que me han concedido
hoy las autoridades de la Universidad Estatal de Washington, honor que me ofrece la excepcional
posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva a cabo el departamento de ciencias
medioambientales de la Universidad. Nuestro propósito es desarrollar métodos de cultivos viables
y ecológicamente sostenibles para países del tercer mundo. Nuestro último objetivo es ayudar a
erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Más de mil millones de personas, principalmente en
el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven en la más absoluta miseria. El mal
funcionamiento de la agricultura es generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción
ecológica y social. Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy personal…
—Como socios, WSU y GEH han hecho enormes progresos en la fertilidad del suelo y
tecnología de cultivo. Somos pioneros en sistemas de bajos insumos en países en desarrollo y
nuestros sitios de prueba han incrementado las cosechas a un ritmo de treinta por ciento por
hectárea. La WSU ha sido fundamental en este fantástico logro. Y GEH está orgullosa de estos
estudiantes que se han unido a nosotros a través de pasantías para trabajar en nuestros sitios de
prueba en África. El trabajo que hacen allí beneficia a las comunidades locales y a los mismos
alumnos. Juntos podemos luchar contra el hambre y la pobreza extrema que arruina a estas
regiones.
—Pero en esta era de evolución tecnológica, mientras el primer mundo corre por delante,
agrandando la brecha entre lo que se tiene y lo que no, es vital recordar que no debemos
desperdiciar los recursos no renovables del mundo. Esos recursos son para toda la humanidad y
tenemos que aprovecharlos, encontrar maneras de renovarlos y desarrollar nuevas soluciones
para alimentar a nuestro superpoblado planeta.
—Como he dicho, el trabajo que GEH y WSU están haciendo en conjunto proporcionará
soluciones y es nuestro trabajo transmitir el mensaje. Es a través de la división de
telecomunicaciones de GEH que tenemos la intención de proveer información y educación para el
mundo en desarrollo. Estoy orgulloso de decir que estamos haciendo impresionantes progresos en
tecnología solar, la vida de la batería y distribución inalámbrica que llevará el internet a las partes
más remotas del mundo… y nuestro objetivo es hacer que sea gratuito para los usuarios en el
momento de entrega. El acceso a la educación e información, que damos por sentado aquí, es el
componente crucial para terminar con la pobreza en esas regiones en desarrollo.
—Somos afortunados. Somos privilegiados aquí. Algunos más que otros, y me incluyo en esa
categoría. Tenemos una obligación moral para ofrecerle a aquellos menos afortunados una vida
decente que sea saludable, segura y bien nutrida, con acceso a más de los recursos que todos aquí
disfrutamos.
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—Los dejaré con una frase que siempre ha resonado conmigo. Y estoy parafraseando a un
na vo americano diciendo: ―Solo cuando la última hoja se haya caído, el último árbol se haya
muerto y el último pez haya sido atrapado nos daremos cuenta de que no podemos comer
dinero‖.
Mientras me siento ante el entusiasta aplauso, me resisto a mirar a Ana y examino la
bandera de la WSU colgada en la parte posterior del auditorio. Si quiere ignorarme, bien. Este
juego lo pueden jugar dos.
El vicerrector se pone de pie para comenzar a entregar los títulos. Y así comienza la
agonizante espera hasta que llegamos a la S y puedo verla de nuevo.
Luego de una eternidad, oigo que su nombre es llamado:
—Anastasia Steele. —Una oleada de aplausos y está caminando en dirección a mí luciendo
pensativa y preocupada.
Mierda.
¿En qué está pensando?
Mantente compuesto, Grey.
—Felicidades, señorita Steele —digo mientras le entrego su título a Ana. Estrechamos
nuestras manos, pero no suelto la suya—. ¿Tienes problemas con la computadora portátil?
Parece perpleja.
—No.
—Entonces, ¿no haces caso de mis correos electrónicos? —La libero.
—Solo vi el de las fusiones y adquisiciones.
¿Qué demonios significa eso?
Su ceño se profundiza pero tengo que dejarla ir… hay una fila formándose detrás de ella.
—Luego. —Mientras se aleja le hago saber que no hemos terminado con esta conversación.
Estoy en el purgatorio para el momento en que hemos llegado al final de la fila. He recibido
miradas lascivas y pestañas batiéndose hacia mí, chicas riéndose tontamente apretando mi mano
y cinco notas con números de teléfono presionadas en la palma de mi mano. Estoy aliviado cuando
salgo del escenario junto a la facultad hacia los acordes de una lúgubre música procesional y
aplausos.
En el corredor agarro del brazo a Kavanagh.
—Tengo que hablar con Ana. ¿Puedes encontrarla? Ahora.
Kavanagh se sorprende, pero antes que pueda decir algo, añado en el tono más amable que
logro:
—Por favor.
Sus labios se fruncen con desaprobación, pero espera junto a mí mientras las filas
académicas pasan y luego ella vuelve al auditorio. El rector se detiene para felicitarme por mi
discurso.
—Fue un honor que se me hubiera convocado —respondo, estrechando su mano una vez
más. Por el rabillo del ojo, espío a Kate en el corredor… con Ana a su lado. Excusándome, camino
dando zancadas hacia Ana.
—Gracias —le digo a Kate, quien le da a Ana una mirada preocupada. Ignorándola, agarro a
Ana del codo y la dirijo a través de la primera puerta que encuentro. Es un vestidor de hombres y,
por el olor fresco, puedo decir que está vacío. Bloqueo la puerta y me vuelvo hacia la señorita
Steele.
—¿Por qué no me has enviado un correo electrónico? ¿O un mensaje al teléfono? —exijo.
Parpadea un par de veces, consternación escrita a lo largo de su rostro.
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—Hoy no he mirado ni la computadora ni el teléfono. —Parece verdaderamente
desconcertada por mi arrebato—. Tu discurso estuvo muy bien —añade.
—Gracias —murmuro, descarrilado. ¿Cómo puede no haber checado su teléfono o su
correo electrónico?
—Ahora entiendo tus problemas con la comida —dice, su tono suave… y, si no estoy
equivocado, también compasivo.
—Anastasia, no quiero hablar de eso ahora.
No necesito tu compasión.
Cierro mis ojos. Todo este tiempo pensé que no quería hablar conmigo.
—Estaba preocupado por ti.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que llamas auto.
Y pensaba que había arruinado el acuerdo entre nosotros.
Ana se eriza.
—¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está bien. José suele hacerle la revisión.
—¿José, el fotógrafo? —Esto es pone mejor y jodidamente mejor.
—Sí, el Escarabajo era de su madre.
—Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un auto seguro. —Casi
estoy gritando.
—Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me
has llamado?
La llamé a su teléfono. ¿No usa su maldito teléfono celular? ¿Está hablando del teléfono de
casa? Pasando mi mano por mi cabeza con exasperación, tomo una profunda respiración. Este no
es el jodido problema.
—Anastasia, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco.
Su rostro se descompone.
Mierda.
—Christian, yo… Mira, he dejado a mi padrastro solo.
—Mañana. Quiero una respuesta mañana.
—De acuerdo. Mañana. Ya te diré algo —dice con una ansiosa mirada.
Bueno, aún no es un “no”. Y, una vez más, estoy sorprendido por mi alivio.
¿Qué demonios tiene esta mujer? Me mira con sinceros ojos azules, su rostro lleno de
preocupación y resisto la tentación de tocarla.
—¿Te quedas a tomar algo? —pregunto.
—No sé lo que quiere hacer Ray. —Parece insegura.
—¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo.
Su incertidumbre aumenta.
—Creo que no es buena idea —dice oscuramente mientras desbloqueo la puerta.
¿Qué? ¿Por qué? ¿Es porque ahora sabe que fui extremadamente pobre cuando era niño?
¿O porque sabe lo mucho que me gusta follar? ¿Que soy un bicho raro?
—¿Te avergüenzas de mí?
—¡No! —exclama y pone sus ojos en blanco en señal de frustración—. ¿Y cómo te presento
a mi padre? —Levanta sus manos en exasperación—. ¿‖Este es el hombre que me ha desvirgado y
que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista‖? No llevas puestas zapatillas de
deporte.
¿Zapatillas de deporte?
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¿Su papá va a perseguirme? Y simplemente así ha inyectado un poco de humor entre
nosotros. Mi boca se tuerce en respuesta y me devuelve la sonrisa, su rostro iluminándose como
un amanecer de verano.
—Para que sepas, corro muy deprisa —respondo juguetonamente—. Dile que soy un amigo,
Anastasia. —Abro la puerta y la sigo, pero me detengo cuando alcanzo al rector y sus colegas.
Como si fueran uno se vuelven y miran a la señorita Steele, pero ella está desapareciendo en el
auditorio. Se vuelven hacia mí.
La señorita Steele y yo no somos de su incumbencia, gente.
Le doy una breve y cortés guiño al rector y me pregunta si vendré a conocer a otros colegas
suyos y disfrutar de algunos canapés.
—Claro —respondo.
Me lleva treinta minutos escaparme de la reunión de la facultad y mientras me dirijo fuera
de la concurrida recepción Kavanagh se pone a caminar junto a mí. Nos dirigimos al césped, donde
los graduados y sus familias están disfrutando de una copa luego de la graduación en un gran
pabellón entoldado.
—Entonces, ¿le has preguntado a Ana sobre la cena del domingo? —pregunta.
¿Domingo? ¿Ana ha mencionado que nos vamos a ver el domingo?
—En la casa de tus padres —explica Kavanagh.
¿Mis padres?
Veo a Ana.
¿Qué carajos?
Un tipo alto y rubio que luce como si hubiera salido de una playa en California tiene sus
manos sobre ella.
¿Quién demonios es ese? ¿Es por eso que no quería que viniera por una copa?
Ana levanta la mirada, capta mi expresión y palidece mientras su compañera de cuarto se
pone de pie al lado del tipo.
—Hola, Ray —dice Kavanagh y besa al hombre de mediana edad que lleva un traje mal
cortado de pie junto a Ana.
Este debe ser Raymond Steele.
—¿Conoces al novio de Ana? —le pregunta Kavanagh—. Christian Grey.
¡Novio!
—Sr. Steele, encantado de conocerlo.
—Sr. Grey —dice, bastante sorprendido. Estrechamos nuestras manos; su agarre es firme y
sus dedos y palma de su mano son ásperas al toque. Este hombre trabaja con sus manos. Entonces
lo recuerdo… es carpintero. Sus oscuros ojos marrones no delatan nada.
—Y este es mi hermano, Ethan Kavanagh —dice Kate, presentando al vagabundo de la playa
que tiene su brazo envuelto alrededor de Ana.
Ah. La descendencia Kavanagh, juntos a la vez.
Murmuro su nombre mientras estrechamos nuestras manos, notando que son suaves a
diferencia de las de Ray Steele.
Ahora deja de manosear a mi chica, hijo de puta.
—Ana, cariño —murmuro, extendiendo mi mano y, como la buena mujer que es, entra en
mi abrazo. Ha descartado su toga de graduación y lleva un vestido de espalda escotada de color
gris pálido, exponiendo sus perfectos hombros y espalda.
Dos vestidos en dos días. Me está consintiendo.
—Ethan, mamá y papá quieren hablar con nosotros. —Kavanagh se lleva a su hermano lejos,
dejándome con Ana y su padre.
—¿Desde cuándo se conocen, chicos? —pregunta el Sr. Steele.
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Cuando estiro el brazo para agarrar el hombro de Ana, trazo mi pulgar suavemente sobre su
desnuda espalda y tiembla en respuesta. Le digo que nos conocemos desde hace un par de
semanas.
—Nos conocimos cuando Anastasia vino a entrevistarme para la revista de la facultad.
—No sabía que trabajabas para la revista de la facultad, Ana—dice el Sr. Steele.
—Kate estaba enferma —dice.
Ray Steele mira a su hija y frunce el ceño.
—Su discurso ha estado muy bien, señor Grey —dice.
—Gracias, señor. Tengo entendido que es usted un entusiasta de la pesca.
—En efecto, lo soy. ¿Annie le contó eso?
—Lo hizo.
—¿Usted pesca? —Hay una chispa de curiosidad en sus ojos marrones.
—No tanto como me gustaría. Mi papá solía llevarnos a mi hermano y a mí cuando éramos
niños. Para él todo se trataba sobre truchas. Supongo que me contagió. —Ana escucha por un
momento, luego se excusa y se mueve a través de la multitud para unirse al clan Kavanagh
Maldición, luce sensacional en ese vestido.
—¿Oh? ¿Dónde pescaban? —La pregunta de Ray Steele me devuelve a la conversación. Sé
que es una prueba.
—En el noroeste del Pacífico.
—¿Creció en Washington?
—Sí, señor. Mi papa nos inició en el río Wynoochee.
Una sonrisa se extiende en la boca de Steele.
—Lo conozco bien.
—Pero su favorito es el Skagit. Del lado de Estados Unidos. Nos sacaba de la cama a una
intempestiva hora de la mañana y manejábamos hasta allí. Ha atrapado peces impresionantes en
ese río.
—Esa es agua bastante dulce. Atrapé algunos peces en el Skagit. En el lado canadiense.
—Es uno de los mejores tramos para las truchas salvajes. Da lugar a una mejor persecución
que aquellos que están recortados —le digo con mis ojos en Ana.
—No podría estar más de acuerdo.
—Mi hermano ha atrapado un par de monstruos salvajes. Yo, aún estoy esperando por el
más grande.
—Algún día, ¿eh?
—Espero que así sea.
Ana se encuentra en una apasionada discusión con Kavanagh. ¿De qué están hablando esas
dos mujeres?
—¿Aún sale seguido a pescar? —Vuelvo a concentrarme en el Sr. Steele.
—Por supuesto. El amigo de Annie, José, su padre y yo nos vamos tan a menudo como
podamos.
¡El jodido fotógrafo! ¿De nuevo?
—¿Es el chico que cuida del Escarabajo?
—Sí, ese es él.
—Gran auto, el Escarabajo. Soy fanático de los autos alemanes.
—¿Sí? Annie ama ese viejo auto, pero supongo que ya está pasando su fecha de expiración.
—Qué gracioso que mencione eso. Estaba pensando en prestarle uno de los autos de mi
compañía. ¿Cree que lo aceptaría?
—Creo que sí. Eso sería decisión de Annie.
—Genial. Supongo que a Ana no le interesa la pesca.
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—No. Esa chica se parece a su madre. No podría soportar ver a un pez sufriendo. O a los
gusanos, para el caso. Tiene un alma gentil. —Me da una mirada mordaz. Oh. Una advertencia de
Raymond Steele. Lo convierto en una broma.
—No me extraña que no estuviera interesada en el bacalao que comimos el otro día.
Steele se ríe.
—Ella está bien con comerlos.
Ana ha terminado de hablar con los Kavanagh y se está dirigiendo en nuestra dirección.
—Hola —dice, sonriéndonos.
—Annie, ¿dónde están los baños? —pregunta Steele.
Ella lo manda fuera del pabellón y a la izquierda.
—Vuelvo enseguida. Diviértanse chicos —dice.
Lo observa irse, entonces me mira nerviosamente. Pero antes de que ella o yo podamos
decir algo somos interrumpidos por una fotógrafa. Toma una rápida foto de nosotros juntos antes
de alejarse apresuradamente.
—Así que has cautivado a mi padre también… —dice Ana, su voz dulce y burlona.
—¿También? —¿Te he cautivado a ti, Señorita Steele?
Con mis dedos trazo el rosado rubor que aparece en su mejilla.
—Ojalá supiera lo que estás pensando, Anastasia. —Cuando mis dedos alcanzan su barbilla
inclino su cabeza hacia atrás para poder examinar su expresión. Permanece quieta y me devuelve
la mirada, sus pupilas oscureciéndose.
—Ahora mismo —susurra—, estoy pensando: Bonita corbata
Estaba esperando algún tipo de declaración; su respuesta me hace reír.
—Últimamente es mi favorita.
Ella sonríe.
—Estás muy guapa, Anastasia. Este vestido con la espalda descubierta te sienta muy bien.
Me apetece acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.
Sus labios se abren y su aliento se contrae, y puedo sentir el tirón de la atracción entre
nosotros.
—Sabes que irá bien, ¿verdad, nena? —Mi voz es baja, traicionando mi anhelo.
Ella cierra los ojos, traga, y toma una respiración profunda. Cuando los abre de nuevo,
irradia ansiedad.
—Pero quiero más —dice.
—¿Más?
Joder. ¿Qué es esto?
Ella asiente.
—¿Más? —Susurro de nuevo. Su labio es flexible debajo de mi pulgar—. Quieres corazones
y flores. —Joder. Esto nunca va a funcionar con ella. ¿Cómo puede hacerlo? No soy romántico. Mis
esperanzas y sueños comienzan a desmoronarse entre nosotros.
Sus ojos se agrandan, inocentes y suplicantes.
Maldición. Es tan seductora.
—Anastasia. No sé mucho de ese tema.
—Yo tampoco.
Claro; nunca antes ha tenido una relación.
—Tú no sabes nada de nada.
—Tú sabes todo lo malo —dice sin aliento.
—¿Lo malo? Para mí no lo es. Pruébalo —pido.
Por Favor. Pruébalo a mi manera.
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Su mirada es intensa mientras observa mi cara, en busca de pistas. Y por un momento estoy
perdido en esos ojos azules que lo ven todo.
—De acuerdo —susurra.
—¿Qué? —Cada bello de mi cuerpo permanece atento.
—De acuerdo. Lo intentaré.
—¿Estás de acuerdo? —No lo creo.
—Dentro de los límites tolerables, sí. Lo intentaré.
Dulce. Señor. La jalo dentro de mis brazos y la envuelvo en un abrazo, enterrando mi cara en
su cabello, inhalando su seductor aroma. Y no me importa que estemos en un espacio lleno de
gente. Somos solo ella y yo.
—Jesús, Ana, eres tan imprevisible. Me dejas sin aliento.
Un momento después, soy consciente de que Raymond Steele ha regresado y está
examinando su reloj para cubrir su vergüenza. De mala gana, la libero. Estoy en la cima del mundo.
¡Trato hecho, Grey!
—Annie, ¿vamos a comer algo? —pregunta Steele.
—Vamos —dice con una sonrisa tímida dirigida hacia mí.
—Christian, ¿quieres venir con nosotros? —Por un momento me siento tentado, pero la
ansiosa mirada que me da Ana dice: Por favor, no. Quiere tiempo a solas con su papá. Lo entiendo.
—Gracias, Sr. Steele, pero tengo planes. Encantado de conocerlo.
Trata y controla tu estúpida sonrisa, Grey.
—Lo mismo digo —responde Steele… sinceramente, creo—. Cuídame a mi niña.
—Esa es mi intención —respondo, estrechándole la mano.
En maneras que usted posiblemente no puede imaginar, Sr. Steele.
Tomo la mano de Ana y atraigo sus nudillos a mis labios.
—Nos vemos luego, señorita Steele —murmuro. Me has hecho un hombre muy feliz.
Steele me da una breve inclinación de cabeza, y tomando el codo de su hija, la guía fuera de
la recepción. Me quedo aturdido, pero rebosante de esperanza.
Ella está de acuerdo.
—¿Christian Grey? —Mi alegría es interrumpida por Eamon Kavanagh, el padre de
Katherine.
—Eamon, ¿cómo estás? —Nos damos la mano.
Taylor me recoge a las tres treinta.
—Buenas tardes, señor —dice, abriendo la puerta de mi auto.
En el camino me informa que el Audi A3 ha sido entregado en el Heathman. Ahora solo
tengo que dárselo a Ana. Sin duda, esto implicará una discusión, y en el fondo sé que va a ser algo
más que una discusión. Por otra parte, ella accedió a ser mi sumisa, así que tal vez aceptará mi
regalo sin ninguna queja.
¿A quién estás engañando, Grey?
Un hombre puede soñar. Espero que podamos encontrarnos esta tarde; se lo daré como
regalo de graduación.
Llamo a Andrea y le digo que agende en mi horario de mañana una reunión a la hora del
desayuno, a través de WebEx con Eamon Kavanagh y sus asociados en Nueva York. Kavanagh está
interesado en actualizar su red de fibra óptica. Le pido a Andrea que tenga a Ros y Fred en espera
para la reunión, también. Me transmite algunos mensajes, nada importante, y me recuerda que
tengo que asistir a una función de caridad mañana por la noche en Seattle.
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Esta será mi última noche en Portland. Es casi la última noche de Ana aquí, también...
Contemplo llamarla, pero no tiene mucho sentido, ya que no tiene su teléfono celular. Y está
disfrutando un tiempo con su papá.
Mirando fijamente por la ventanilla del auto mientras conducimos hacia el Heathman, veo a
la buena gente de Portland pasar sus tardes. En un semáforo hay una joven pareja discutiendo en
la acera sobre una bolsa de comestibles desparramados. Otra pareja, aún más joven, camina de la
mano delante de ellos, con sus ojos fijos el uno en el otro y riendo. La chica se inclina y susurra
algo al oído de su tatuado novio. Él se ríe e inclina hacia abajo, y la besa rápidamente, luego abre
la puerta de una cafetería y se hace a un lado para dejarla entrar.
Ana quiere "más". Suspiro pesadamente y paso mis dedos por mi cabello. Ellas siempre
quieren más. Todas. ¿Qué puedo hacer al respecto? La pareja tomada de la mano entrando a la
cafetería… Ana y yo hicimos eso. Hemos comido juntos en dos restaurantes, y fue... divertido. Tal
vez podría intentarlo. Después de todo, me está dando mucho más. Me aflojo la corbata.
¿Podría hacer más?
De regreso en mi habitación, me desnudo, me pongo mis pantalones deportivos, y me dirijo
hacia abajo para un circuito rápido en el gimnasio. La forzada socialización ha extendido los límites
de mi paciencia y tengo que quitarme algo del exceso de energía.
Y necesito pensar acerca del más.
Una vez que estoy duchado yvestido y de regreso a enfrente de mi computadora portátil,
Ros llama vía WebEx para reportarse y hablamos durante cuarenta minutos. Cubrimos todos los
asuntos en su agenda, incluyendo la propuesta de Taiwan y Darfur. El costo de la entrega por
paracaídas es exorbitante, pero es más seguro para todos los involucrados. Le doy el visto bueno.
Ahora tenemos que esperar a que el envío llegue en Rotterdam.
—Estoy al tanto de Kavanagh Media. Creo que Barney debería estar en la reunión, también
—dice Ros.
—Si así lo crees. Házselo saber a Andrea.
—Lo haré. ¿Cómo estuvo la ceremonia de graduación? —pregunta.
—Bien. Inesperada.
Ana accedió a ser mía.
—¿Inesperadamente bien?
—Sí.
Desde la pantalla Ros me observa con atención, intrigada, pero no digo nada más.
—Andrea me dice que mañana estás de regreso en Seattle.
—Sí. Tengo una función a la que asistir en la noche.
—Bueno, espero que tu "fusión" haya sido un éxito.
—Yo diría afirmativo a este punto, Ros.
Ella sonríe.
—Me alegra oírlo. Tengo otra reunión, por lo que si no hay nada más, voy a decir adiós por
ahora.
—Adiós. —Salgo de WebEx y reviso mi correo electrónico, volviendo la atención a esta
noche.
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De: Christian Grey
Fecha: 26 de mayo 2011, 17:22
Para: Anastasia Steele
Asunto: Límites Tolerables
¿Qué puedo decir que no haya dicho ya?
Encantado de comentarlo contigo cuando quieras.
Hoy estabas muy guapa.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y pensar que esta mañana estaba convencido de que todo había terminado entre nosotros.
Jesús, Grey. Tienes que controlarte. Flynn tendría un día de campo.
Por supuesto, parte de la razón era que ella no tenía su teléfono. Tal vez necesita una forma
más fiable de comunicación.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de Mayo de 2011, 17:36
Para: J B Taylor
Cc: Andrea Ashton
Asunto: BlackBerry
Taylor,
Favor de proporcionar una nueva BlackBerry a Anastasia Steele con correo electrónico
preinstalado. Andrea puede conseguir los detalles de la cuenta con Barney y dártelos.
Por favor entrégalo mañana ya sea en su casa o en Clayton’s.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Una vez que lo envío, agarro la última edición de Forbes y empiezo a leer.
A las seis treinta no hay respuesta por parte de Ana, así que asumo que todavía está
entreteniendo al tranquilo y sin pretensiones Ray Steele. Teniendo en cuenta que no están
emparentados, son notablemente similares.
Ordeno el risotto de mariscos al servicio de habitación y mientras espero, leo más de mi
libro.
Grace llama mientras estoy leyendo.
—Christian, cariño.
—Hola, madre.
—¿Mia se puso en contacto contigo?
—Sí. Tengo los detalles de su vuelo. La recogeré.
—Genial. Ahora, espero que te quedes a cenar el sábado.
—Claro.
—Y luego el domingo Elliot está trayendo a su amiga Kate a cenar. ¿Te gustaría venir?
Podrías traer a Anastasia.
Es de eso de lo que Kavanagh estaba hablando hoy.
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Jugueteo por un momento.
—Tendré que ver si está libre.
—Déjame saberlo. Será estupendo tener a toda la familia junta de nuevo.
Pongo mis ojos en blanco.
—Si tú lo dices, madre.
—Lo hago, cariño. Te veo el sábado.
Cuelga.
¿Llevar a Ana a conocer a mis padres? ¿Cómo demonios puedo escaparme de esto?
Mientras contemplo esta situación, llega un correo electrónico.
De: Anastasia Steele
Fecha: 26 de mayo 2011, 19:23
Para: Christian Grey
Asunto: Límites Tolerables
Si quieres, puedo ir a verte esta noche y lo comentamos.
Ana
No, no nena. No en ese auto. Y mis planes caen en su lugar.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de mayo 2011, 19:27
Para: Anastasia Steele
Asunto: Límites Tolerables
Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese auto, lo decía en serio.
Nos vemos enseguida.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Imprimo otra copia de los "Límites Tolerables" del contrato y su correo electrónico de sus
"opiniones", porque he dejado mi primera copia en mi chaqueta, la cual ella todavía tiene en su
poder. Entonces llamo a Taylor a su habitación.
—Voy a entregarle el auto a Anastasia. ¿Me puedes recoger de su casa…. digamos, a las
nueve y media?
—Ciertamente, señor.
Antes de irme meto dos condones en el bolsillo trasero de mis jeans.
Podría tener suerte.
Es divertido conducir el A3, a pesar de que tiene menos torque de lo que estoy
acostumbrado. Me dirijo hacia una licorería en las afueras de Portland para comprar un poco de
champán para celebrar. Paso de Cristal y Dom Pérignon por un Bollinger, sobre todo porque es
cosecha de 1999, y está helado, pero también porque es rosa... simbólico, pienso con una sonrisa,
mientras entrego mi AmEx al cajero.
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Ana todavía está usando el impresionante vestido gris cuando abre la puerta. Estoy ansioso
por quitárselo más tarde.
—Hola —dice, con los ojos grandes y luminosos en su pálido rostro.
—Hola.
—Pasa. —Parece tímida y torpe. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—He pensado que podríamos celebrar tu graduación. —Sostengo la botella de champán—.
No hay nada como un buen Bollinger.
—Interesante elección de palabras. —Su voz es sardónica.
—Me encanta la chispa que tienes, Anastasia. —Ahí está... mi chica.
—No tenemos más que tazas. Ya hemos empaquetado todos los vasos y copas.
—¿Tazas? Por mí, bien.
La veo pasear en la cocina. Está nerviosa y asustadiza. Tal vez porque ha tenido un gran día,
o porque aceptó mis condiciones, o porque está aquí sola… sé que Kavanagh está con su propia
familia esta tarde; su padre me lo dijo. Espero que el champán vaya a ayudar a Ana a relajarse... y
hablar.
La habitación está vacía, excepto por las cajas embaladas, el sofá y la mesa. Hay un paquete
marrón sobre la mesa con una nota escrita a mano adjunta.
“Estoy de acuerdo con las condiciones, Ángel; porque tú sabes mejor que nadie cual debe ser
mi castigo; ¡solamente, solamente, no hagas más de lo que pueda soportar!”
—¿Quieres platito también? —dice.
—Con la taza está bien, Anastasia —respondo, distraído. Ella envolvió los libros… las
primeras ediciones que le envié. Me los está devolviendo. No los quiere. Es por esto que está
nerviosa.
¿Cómo demonios reaccionará ante el auto?
Mirando hacia arriba, la veo allí de pie, mirándome. Y cuidadosamente pone las tazas sobre
la mesa.
—Eso es para ti. —Su voz es pequeña y tensa.
—Hmm, me lo imaginé —murmuro—. Muy acertada cita. —Trazo su escritura a mano con
mí dedo. Las letras son pequeñas y ordenadas, y me pregunto lo que haría con ellas un
grafólogo—. Pensé que era d'Urberville, no Ángel. Has elegido la corrupción. —Por supuesto que
es la cita perfecta. Mi sonrisa es irónica—. Solo tú podrías encontrar algo de resonancias tan
acertadas.
—También es una súplica —susurra.
—¿Una súplica? ¿Para que no me pase contigo?
Asiente.
Para mí estos libros fueron una inversión, pero para ella pensé que significarían algo.
—Compré esto para ti. —Es una pequeña mentira blanca… dado que los he reemplazado—.
No me pasaré contigo si lo aceptas. —Mantengo mi voz baja y tranquila, enmascarando mi
decepción.
—Christian, no puedo aceptarlo, es demasiado. Aquí vamos, otra batalla de voluntades.
Plus ça cambio, plus c'est la même elección.
—Ves, a esto me refería, me desafías. Quiero que te lo quedes, y se acabó la discusión. Es
muy sencillo. No tienes que pensar en nada de esto. Como sumisa mía, tendrías que
agradecérmelo. Limítate a aceptar lo que te compre, porque me complace que lo hagas.
—Aún no era tu sumisa cuando lo compraste —dice en voz baja. Como siempre, tiene una
respuesta para todo.
—No… pero has accedido, Anastasia.
¿Está renegando de nuestro acuerdo? Dios, esta chica me tiene en una montaña rusa.
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—Entonces, ¿es mío y puedo hacer lo que quiera con ello?
—Sí. —¿Pensé que amabas a Hardy?
—En ese caso, me gustaría donarlo a una ONG, a una que trabaja en Darfur y a la que
parece que le tienes cariño. Que lo subasten.
—Si eso es lo que quieres hacer… —No voy a detenerte.
Puedes quemarlo, para todo lo que me importa…
Su pálido rostro se llena de color.
—Me lo pensaré —murmura.
—No pienses, Anastasia. En esto, no. —Consérvalos por favor. Son para ti, porque tu pasión
son los libros. Me lo has dicho más de una vez. Disfrútalos.
Colocando el champán en la mesa, me paro frente a ella y acuno su barbilla, inclinando su
cabeza hacia atrás así mis ojos están puestos en los suyos
—Te voy a comprar muchas cosas, Anastasia. Acostúmbrate. Me lo puedo permitir. Soy un
hombre muy rico. —La beso rápidamente—. Por favor —agrego, y la dejo ir.
—Eso hace que me sienta ruin —dice.
—No debería. Le estás dando demasiadas vueltas. No te juzgues por lo que puedan pensar
los demás. No malgastes energía. Esto es porque nuestro contrato te produce cierto reparo; es
algo de lo más normal. No sabes en qué te estás metiendo.
La ansiedad está grabada por todo su hermoso rostro.
—Oye, déjalo ya. No hay nada ruin en ti, Anastasia. No quiero que pienses eso. No he hecho
más que comprarte unos libros antiguos que pensé que te gustarían, nada más.
Parpadea un par de veces y mira el paquete, obviamente en conflicto.
Consérvalos Ana… son para ti.
—Bebamos un poco de champán —le susurro, y me recompensa con una pequeña sonrisa.
—Eso está mejor. —Abro el champán y lleno las delicadas tazas de té que ha colocado
enfrente de mí.
—Es rosado. —Está sorprendida, y no tengo el corazón para decirle por qué elegí rosa.
—Bollinger La Grande Année Rosé 1999, una excelente cosecha.
—En taza. —Sonríe. Es contagioso.
—En taza. Felicidades por tu graduación, Anastasia.
Brindamos, y doy un sorbo. Sabe bien, como sabía que lo haría.
—Gracias. —Lleva la taza a sus labios y toma un rápido sorbo—. ¿Repasamos los límites
tolerables?
—Siempre tan entusiasta. —Tomando su mano, la llevo al sofá, una de las piezas que aún
quedan en la sala se estar, y nos sentamos, rodeados de cajas.
—Tu padrastro es un hombre muy taciturno.
—Lo tienes comiendo de tu mano.
Me rio.
—Solo porque sé pescar.
—¿Cómo has sabido que le gusta pescar?
—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.
—¿Ah, sí? —Toma otro sorbo y cierra los ojos, saboreando el sabor. Abriéndolos de nuevo,
pregunta—. ¿Probaste el vino de la recepción?
—Sí. Estaba asqueroso. —Hago una mueca.
—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?
—No sé tanto, Anastasia, solo sé lo que me gusta. —Y me gustas—. ¿Más? —Asiento con la
cabeza hacia la botella sobre la mesa.
—Por Favor.
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Traigo el champán y relleno su taza. Me mira con recelo. Sabe que la estoy achispando.
—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya? —pregunto, para distraerla.
—Más o menos.
—¿Trabajas mañana?
—Sí, es mi último día en Clayton’s.
—Te ayudaría con la mudanza, pero le he prometido a mi hermana que iría a buscarla al
aeropuerto. Mia llega de París el sábado a primera hora. Mañana regreso a Seattle, pero tengo
entendido que Elliot les va a echar una mano.
—Sí, Kate está muy entusiasmada al respecto.
Me sorprende que Elliot todavía esté interesado en la amiga de Ana; no es su habitual
modus operandi.
—Sí, Kate y Elliot, ¿quién lo iba a decir? —Su relación amorosa hace el asunto más
complicado. La voz de mi madre suena en mi cabeza: “Podrías traer a Anastasia".
—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo de Seattle? —pregunto.
—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Eh… te lo estoy diciendo ahora —dice.
—¿Dónde? —pregunto, ocultando mi frustración.
—En un par de editoriales.
—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?
Asiente con la cabeza, pero aún no es comunicativa.
—¿Y bien?
—Y bien ¿qué?
—No seas retorcida, Anastasia, ¿en qué editoriales? —Mentalmente corro por todas las
editoriales que conozco en Seattle. Hay cuatro... creo.
—Unas pequeñas —dice con evasivas.
—¿Por qué no quieres que lo sepa?
—Tráfico de influencias —dice.
¿Qué significa eso? Frunzo el ceño.
—Oh, ahora tú estás siendo retorcido —dice, con los ojos brillantes de alegría.
—¿Retorcido? —Me río—. ¿Yo? Dios, me estás desafiando. Bébete todo, vamos a hablar de
estos límites.
Sus pestañas revolotean y toma un tembloroso suspiro, entonces drena su taza. Realmente
está muy nerviosa acerca de esto. Le ofrezco más líquido para tomar valor.
—Por favor —responde.
Botella en mano, hago una pausa.
—¿Has comido algo?
—Sí. Tuve un banquete con Ray —dice, exasperada, y pone los ojos en blanco.
Oh, Ana. Por fin puedo hacer algo con este irrespetuoso hábito.
Inclinándome hacia delante, sostengo su barbilla y la miro.
—La próxima vez que me pongas los ojos en blanco, te voy a dar unos azotes.
—Ah. —Se ve un poco sorprendida, pero un poco intrigada, también.
—Ah. Así se empieza, Anastasia. —Con una sonrisa lobuna lleno su taza, y toma un largo
trago.
—¿Tengo tu atención ahora, no?
Asiente con la cabeza.
—Respóndeme.
—Sí, tienes mi atención —dice con una sonrisa contrita.
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—Bien. —Saco de mi chaqueta su correo electrónico, y el Apéndice 3 de mi contrato—. De
los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo. —Se acerca a mí y leemos la lista.
APÉNDICE 3
Límites Tolerables
A discutir y acordar por ambas partes:
Acepta la Sumisa lo siguiente:
Masturbación.
Cunnilingus.
Felación.
Ingestión de semen.
Penetración vaginal.
Fisting vaginal.
Penetración anal.
Fisting anal.
—De fisting nada, dices. ¿Hay algo más a lo que te opongas? —pregunto.
Traga saliva.
—La penetración anal tampoco es que me entusiasme.
—Por lo de fisting paso, pero realmente no querría renunciar a tu culo, Anastasia.
Inhala agudamente, mirándome.
—Bueno, ya veremos. Además, tampoco es algo a lo que podamos lanzarnos sin más. —No
puedo contener mi sonrisa—. Tu culo necesitará algo de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —sus ojos se agrandan.
—Oh, sí. Habrá que prepararlo cuidadosamente. La penetración anal puede resultar muy
placentera, créeme. Pero si lo probamos y no te gusta, no tenemos por qué volver a hacerlo —me
deleito con su expresión atónita.
—¿Tú lo has hecho? —pregunta
—Sí.
—¿Con un hombre?
—No. Nunca he hecho nada con un hombre. No me va.
—¿Con la señora Robinson?
—Sí. —Y sus grandes ojos se agrandan más.
Ana frunce el ceño y me muevo rápidamente, antes de que me haga más preguntas sobre
eso.
—Y la ingestión de semen… Bueno, eso se te da de miedo. —Espero una sonrisa de su parte,
pero me está estudiando intensamente, como si me viera en una nueva luz. Creo que aún está
meditando sobre la Sra. Robinson y el sexo anal. Oh, nena, Elena tenía mi sumisión. Ella podía
hacer conmigo lo que quisiera. Y yo lo disfrutaba.
—Entonces… Tragar semen, ¿está bien? —pregunto, tratando de regresarla al presente.
Asiente y termina su champán.
—¿Más? —pregunto.
Tranquilo, Grey, solo quieres que esté achispada, no ebria.
—Más —susurra.
Vuelvo a llenar su copa y vuelvo a la lista.
—¿Juguetes sexuales?
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Acepta la Sumisa lo siguiente:
Vibradores.
Tapones anales.
Consoladores.
Otros juguetes vaginales/anales.
—¿Tapones anales? ¿Eso sirve para lo que pone en la caja? —Hace una mueca.
—Sí. Y hace referencia a la penetración anal de antes. Al entrenamiento.
—Ah… ¿y el ―otros‖?
—Cuentas, huevos… ese tipo de cosas.
—¿Huevos? —Su mano vuela a cubrir su boca con estupefacción.
—No son huevos de verdad —me carcajeo.
—Me alegra ver que te hago tanta gracia. —El dolor en su voz es preocupante.
—Mis disculpas. Lo siento.
Por Dios santo, Grey. Ve con calma con ella.
—¿Algún problema con los juguetes?
—No —espeta.
Mierda. Está de mal humor.
—Anastasia, lo siento. Créeme. No pretendía burlarme. Nunca he tenido esta conversación
de forma tan explícita. Eres tan inexperta… Lo siento.
Hace pucheros y toma otro sorbo de champán.
—De acuerdo. Bondage —digo, y regresamos a la lista.
Acepta la sumisa lo siguiente:
Bondage con cuerda.
Bondage con cinta adhesiva.
Bondage con muñequeras de cuero.
Bondage con esposas y grilletes.
Otros tipos de bondage.
—¿Y bien? —pregunto, gentilmente esta vez.
—De acuerdo —susurra y continúa leyendo.
Acepta la Sumisa los siguientes tipos de bondage:
Manos al frente.
Tobillos.
Codos.
Manos a la espalda.
Rodillas.
Muñecas con tobillos.
A objetos, muebles, etc.
Barras rígidas.
Suspensión.
¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?
¿Acepta la Sumisa que se la amordace?
—Ya hemos hablado de la suspensión y, si quieres ponerla como límite infranqueable, me
parece bien. Lleva mucho tiempo y, de todas formas, solo te tengo a ratos pequeños. ¿Algo más?
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—No te rías de mí, pero ¿qué es una barra rígida?
—Prometo no reírme. Ya me he disculpado dos veces. —Dios Santo—. No me obligues a
hacerlo de nuevo. —Mi voz es más afilada de lo que pretendo, y se aleja de mí.
Mierda.
Ignora su reacción, Grey. Ve al grano.
—Una barra rígida es una barra con esposas para los tobillos y/o las muñecas. Es divertido.
—Bien… De acuerdo con lo de amordazarme… Me preocuparía no poder respirar.
—A mí también me preocuparía que no respiraras. No quiero asfixiarte. —Jugar con la
respiración tampoco es del todo mi escena.
—Además, ¿cómo voy a usar las palabras de seguridad estando amordazada? —inquiere.
—Para empezar, confío en que nunca tengas que usarlas. Pero si estás amordazada, lo
haremos por señas.
—Lo de la mordaza me pone nerviosa.
—De acuerdo. Tomaré nota.
Me estudia por un momento como si estuviera resolviendo el misterio de la esfinge.
—¿Te gusta atar a tus sumisas para que no puedan tocarte? —pregunta.
—Esa es una de las razones.
—¿Por eso me has atado las manos?
—Sí.
—No te gusta hablar de eso —dice.
—No, no me gusta.
No voy a ir allí contigo, Ana. Déjalo pasar.
—¿Te apetece más champán? —le pregunto—. Te está envalentonando, y necesito saber lo
que piensas del dolor.
Lleno su copa y toma un sorbo, con los ojos muy abiertos y ansiosos.
—A ver, ¿cuál es tu actitud general respecto a sentir dolor?
Permanece callada.
Suprimo un suspiro.
—Te estás mordiendo el labio. —Afortunadamente se detiene, pero ahora está pensativa y
mirando hacia abajo a sus manos.
—¿Recibías castigos físicos de niña? —le pregunto suavemente.
—No.
—Entonces, ¿no tienes ningún ámbito de referencia?
—No.
—No es tan malo como crees. En este asunto, tu imaginación es tu peor enemigo.
Créeme en esto. Ana. Por favor.
—¿Tienes que hacerlo?
—Sí.
—¿Por qué?
Realmente no quieres saberlo.
—Es parte del juego, Anastasia. Es lo que hay. Te veo nerviosa. Repasemos los métodos.
Seguimos leyendo la lista.
Azotes.
Latigazos.
Mordiscos.
Pinzas genitales.
Cera caliente.
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Azotes con pala.
Azotes con vara.
Pinzas para pezones.
Hielo.
Otros tipos/métodos de dolor.
—Bueno, has dicho que no a las pinzas genitales. Muy bien. Lo que más duele son los
varazos.
Palidece.
—Ya iremos llegando a eso —establezco rápidamente.
—O mejor no llegamos —añade.
—Esto forma parte del trato, nena, pero ya iremos llegando a todo eso. Anastasia, no te voy
a obligar a nada horrible.
—Todo esto del castigo es lo que más me preocupa.
—Bueno, me alegro de que me lo hayas dicho. Quitaremos los varazos de la lista de
momento. Y, a medida que te vayas sintiendo más cómoda con todo lo demás, incrementaremos
la intensidad. Lo haremos despacio.
Luce insegura, así que me inclino y la beso.
—Ya está, no ha sido para tanto, ¿no?
Se encoje de hombros, aún dudosa.
—A ver, quiero comentarte una cosa más antes de llevarte a la cama.
—¿A la cama? —exclama y el color llena sus mejillas
—Vamos, Anastasia, después de repasar todo esto, quiero follarte hasta la semana que
viene, desde ahora mismo. Debe de haber tenido algún efecto en ti también.
Se remueve a mi lado y toma un hosco suspiro, sus muslos presionándose juntos.
—¿Ves? Además, quiero probar una cosa.
—¿Me va a doler?
—No… deja de ver dolor por todas partes. Más que nada es placer. ¿Te he hecho daño hasta
ahora?
—No.
—Pues entonces. A ver, antes me hablabas de que querías más —Me detengo.
Joder, estoy en un precipicio.
De acuerdo, Grey, ¿Estás seguro sobre esto?
Tengo que tratar. No quiero perderla antes de comenzar.
Salto.
Tomo su mano.
—Podríamos probarlo durante el tiempo en que no seas mi sumisa. No sé si funcionará. No
sé si podremos separar las cosas. Igual no funciona. Pero estoy dispuesto a intentarlo. Quizá una
noche a la semana. No sé.
Su boca se abre demasiado.
—Con una condición
—¿Qué? —pregunta, y su aliento se queda atrapado.
—Que aceptes encantada el regalo de graduación que te hago.
—Ah —dice, sus ojos agrandándose con incertidumbre.
Y muy en el fondo sé lo que es. Brota el temor en mi vientre.
Me mira fijamente, evaluando mi reacción.
—Ven. —Tiro de ella para que se levante, me quito mi chaqueta de cuero y la dejo caer
sobre sus hombros. Tomando una respiración profunda, abro la puerta delantera y revelo el Audi
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A3 estacionado en la acera—. Para ti. Feliz graduación. —Envuelvo mis brazos alrededor de ella y
beso su cabello.
Cuando la suelto, está mirando confundida al auto.
De acuerdo… esto podría ir de cualquier forma.
Tomando su mano, la conduzco escaleras abajo y me sigue como si estuviera en trance.
—Anastasia, ese Escarabajo tuyo es muy viejo y francamente peligroso. Jamás me lo
perdonaría si te pasara algo cuando para mí es tan fácil solucionarlo…
Boquea hacia el auto, sin palabras.
Mierda.
—Se lo comenté a tu padrastro. Le pareció una idea genial.
Quizás estoy exagerando esto.
Su boca aún está abierta con consternación cuando se gira y me fulmina con la mirada.
—¿Le mencionaste esto a Ray? ¿Cómo has podido? —Está enojada, realmente enojada.
—Es un regalo, Anastasia. ¿Por qué no me das las gracias y ya está?
—Sabes muy bien que es demasiado.
—Para mí, no; para mí tranquilidad, no.
Vamos, Ana. Quieres más, este es el precio.
Sus hombros se hunden, y se gira hacia mí, resignada, creo. No exactamente la reacción que
esperaba. El brillo rosado de sus mejillas a causa del champán ha desaparecido y su rostro está
pálido una vez más.
—Te agradezco que me lo prestes, como la computadora portátil.
Sacudo mi cabeza. ¿Por qué es tan difícil? Nunca tuve esta reacción ante un auto por parte
de mis otras sumisas. Usualmente estaban encantadas.
—De acuerdo, en préstamo. Indefinidamente —estoy de acuerdo, hablando entre dientes.
—No, indefinidamente, no. De momento. Gracias —dice en voz baja e inclinándose hacia
arriba, me besa en la mejilla—. Gracias por el auto, Amo.
Esa palabra. De su dulce, dulce boca. La agarro y presiono su cuerpo contra el mío, su
cabello llenando mis dedos.
—Eres una mujer difícil, Ana Steele. —La beso fuertemente, coaccionando a sus labios a
separarse con mi lengua, y un momento más tarde, está respondiendo, igualando mi ardor, su
lengua acariciando la mía. Mi cuerpo reacciona… la deseo. Aquí. Ahora. En la entrada—. Me está
costando una barbaridad no follarte encima del capó de este auto ahora mismo, para demostrarte
que eres mía y que, si quiero comprarte un jodido auto, te compro un jodido auto. Ahora, vamos
adentro y desnúdate —gruño. Entonces la beso una vez más, demandante y posesivamente.
Tomando su mano, me dirijo directamente al apartamento, cerrando la puerta delantera detrás de
nosotros y dirigiéndonos directamente a su habitación. Ahí la libero y enciendo la luz de su mesita
de al lado.
—Por favor no te enfades conmigo —susurra.
Sus palabras apagan el fuego de mi ira.
—Siento lo del auto y lo de los libros… —Se detiene y lame sus labios—. Me das miedo
cuando te enfadas.
Mierda. Nadie me había dicho eso antes. Cierro mis ojos. Lo último que quiero es asustarla.
Cálmate, Grey.
Ella está aquí. Está a salvo. Está dispuesta. No lo arruines solo porque no entiende cómo
comportarse.
Abriendo mis ojos, encuentro a Ana mirándome, no con miedo, sino con anticipación.
—Date la vuelta —demando, mi voz suave—. Quiero quitarte el vestido.
Obedece inmediatamente.
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Buena chica.
Remuevo mi chaqueta de sus hombros y la descarto sobre el suelo, entonces levanto su
cabello fuera de su cuello. El tacto de su suave piel bajo mi dedo índice es tranquilizador. Ahora
que está haciendo lo que le digo, me relajo. Con la punta de mi dedo, sigo la línea de su columna
hacia abajo por su espalda para empezar a bajar el cierre unido a la tela de gasa color gris.
—Me gusta este vestido. Me gusta ver tu piel inmaculada.
Enganchando mi dedo en la espalda de su vestido, la atraigo más cerca de modo que se está
rozando contra mí. Entierro mi rostro en su cabello y respiro su esencia.
—Qué bien hueles, Anastasia. Muy agradable.
Como el otoño.
Su fragancia es confortante, me recuerda a un tiempo de abundancia y felicidad. Todavía
inhalando su deliciosa esencia, paso mi nariz de su oreja hacia su cuello y a su hombro. Besándola
mientras avanzo. Lentamente bajo el cierre de su vestido y beso, lamo, y succiono a mi paso por su
piel de un hombro a otro.
Tiembla bajo mi toque.
Oh, nena.
—Vas… a… tener… que… a…prender… a estarte… quieta —susurro entre besos y desato el
lazo de su cuello. El vestido cae a sus pies.
—Sin sujetador, señorita Steele. Me gusta.
Estirando mi mano hacia adelante, sostengo sus pechos y siento sus pezones endurecidos
contra mi palma.
—Levanta los brazos y agárrate a mi cabeza —ordeno, mis labios acariciando su cuello. Ella
hace lo que le digo y sus pechos se levantan más arriba en mis palmas. Enreda sus dedos en mi
cabello, de la forma que me gusta y tira.
Ah… eso se siente tan bien.
Su cabeza se inclina hacia un lado, y tomo ventaja, besándola donde el pulso martillea bajo
su piel.
—Mmm… —murmuro en apreciación, mis dedos probando y tirando de sus pezones.
Gime, arqueando su espalda, empujando incluso más sus perfectos pechos hacia mis manos.
—¿Quieres que te haga correrte así?
Su cuerpo se arquea un poco más.
—Le gusta esto, ¿verdad, señorita Steele?
—Mmm…
—Dilo —insisto, continuando mi sensual asalto a sus pezones.
—Sí —dice sin aliento.
—Sí, ¿qué?
—Sí… Amo.
—Buena chica.
Gentilmente los pellizco y giro con mis dedos y su cuerpo se convulsiona contra mí mientras
gime, sus manos tirando más fuerte de mi cabello.
—No creo que estés lista para correrte aún. —Y detengo mis manos, simplemente
sosteniendo sus pechos mientras mis dientes tiran del lóbulo de su oreja—. Además, me has
disgustado. Así que igual no dejo que te corras.
Amaso sus pechos y mis dedos devuelven mí atención a sus pezones, girando y tirando.
Gime y frota su trasero contra mi erección. Cambiando mis manos a sus caderas, la mantengo
quieta y miro hacia abajo a sus bragas.
Algodón. Blanco. Sencillo.
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Engancho mis dedos en ellas y las estiro tanto como se puede, entonces presiono mis
pulgares a través de la costura de la parte posterior. Se rompen en mis manos y las lanzo a los pies
de Ana.
Jadea.
Trazo mis dedos por su trasero e inserto uno en su vagina.
Está húmeda. Muy húmeda.
—Oh, sí. Mi dulce niña ya está lista.
La giro y deslizo mi dedo en mi boca.
Mmm. Salado.
—Qué bien sabe, señorita Steele.
Sus labios se separan y sus ojos se oscurecen con deseo. Creo que está un poco sorprendida.
—Desnúdame. —Mantengo mis ojos en los suyos. Levanta la cabeza, procesando mi orden
pero vacila—. Puedes hacerlo —la animo. Levanta sus manos y repentinamente, creo que va a
tocarme y no estoy listo. Mierda.
Instintivamente, agarro sus manos.
—Ah, no. La camiseta, no.
Quiero que se detenga. No hemos hecho esto aún y ella podría perder su balance, así que
necesito la camiseta por protección.
—Para lo que tengo planeado, vas a tener que acariciarme. —Suelto una de sus manos, pero
la otra la pongo sobre mi erección, la cual lucha por conseguir espacio en mis jeans.
—Este es el efecto que me produce, señorita Steele.
Inhala, mirando su mano. Entonces sus dedos se aprietan alrededor de mi polla y me echa
una mirada con apreciación.
Sonrío.
—Quiero metértela. Quítame los jeans. Tú mandas.
Su boca cae abierta.
—¿Qué me vas a hacer? —Mi voz es áspera.
Su rostro se transforma, brillando con deleite, y antes de que pueda reaccionar, me empuja.
Río mientras caigo sobre su cama, principalmente por su valentía, pero también porque está
tocándome y no he entrado en pánico. Remueve mis zapatos, entonces mis calcetines, pero es
toda dedos y pulgares, recordándome la entrevista y su intento de hacer funcionar la grabadora.
La observo. Divertido. Excitado. Preguntándome qué hará a continuación. Va a ser
jodidamente difícil para ella quitarme los jeans mientras estoy acostado. Quitándose sus zapatillas,
sube a la cama, sentándose por encima de mis muslos, y desliza sus dedos bajo la pretina de mis
jeans.
Cierro mis ojos y flexiono mis caderas, disfrutando de la desvergonzada Ana.
—Vas a tener que aprender a estarte quieto —me castiga, y tira de mi vello púbico.
¡Ah! Tan audaz, señora.
—Sí, señorita Steele —bromeo a través de mis dientes fuertemente apretados—. Condón,
en el bolsillo
Sus ojos brillan con obvio deleite y sus dedos rebuscan en mi bolsillo, conduciéndose
profundamente, rozando mi erección.
Ah…
Saca dos envoltorios plateados y los lanza sobre la cama a mi lado. Sus torpes dedos
alcanzan el botón de mi pretina y después de dos intentos, lo desabrocha.
Su ingenuidad es cautivadora. Es obvio que nunca antes ha hecho esto. Otra primera vez… y
es jodidamente excitante.
—Que ansiosa, señorita Steele —bromeo.
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Baja mi cierre de golpe y, tirando de mi pretina, me da una mirada de frustración.
Trato con fuerza de no reír.
Sí, nena ¿Ahora cómo vas a quitármelos?
Arrastrándolos por mis piernas, tira de mis jeans, fuertemente concentrada, luciendo
adorable. Y decido ayudarla.
—No puedo estarme quieto si te vas a morder el labio —digo, mientras arqueó mis caderas,
levantándolas de la cama.
Levantándose sobre sus rodillas, baja mis jeans y mis bóxers y los pateo fuera de mí,
cayendo en el piso. Se sienta sobre mí, mirando mi polla y lamiendo sus labios.
Caray.
Luce caliente, su cabello oscuro cayendo en suaves ondas alrededor de sus pechos.
—¿Qué vas a hacer ahora? —susurro. Sus ojos vuelan a mi rostro y me agarra firmemente,
apretando con fuerza con su mano, su pulgar acariciando la cabeza.
Jesús.
Se inclina.
Y estoy en su boca.
Joder.
Succiona con fuerza. Y mi cuerpo se flexiona debajo de ella.
—Dios, Ana, tranquila —siseo a través de mis dientes. Pero no muestra piedad mientras me
hace una felación una y otra vez. Joder. Su entusiasmo es desarmador. Su lengua va de arriba a
abajo. Estoy saliendo y entrando de su boca hasta la parte de atrás de su garganta, sus labios
apretándose a mí alrededor. Es una visión sobrecogedoramente erótica. Podría correrme con solo
mirarla.
—Para, Ana, para. No quiero correrme.
Se sienta, su boca húmeda y sus ojos como oscuras piscinas dirigidas hacia mí.
—Tu inocencia y entusiasmo me desarman. —Pero justo ahora quiero follarte, así puedo
verte—. Tú, encima… eso es lo que tenemos que hacer. Toma, pónmelo. —Coloco un condón en su
mano. Lo examina con consternación, entonces rasga el envoltorio abriéndolo con sus dientes.
Es entusiasta.
Saca el condón y me mira pidiendo indicaciones.
—Pellizca la punta y ve estirándolo. No conviene que quede aire en el extremo a la hora de
succionar.
Asiente y hace exactamente eso, absorta en su tarea, fuertemente concentrada, su lengua
asomándose entre sus labios.
—Dios mío, me estás matando —exclamo a través de mis dientes apretados.
Cuando ha terminado, se sienta otra vez y admira su obra, o a mí… no estoy seguro, pero no
me importa.
—Vamos, quiero hundirme en tu interior. —Me siento repentinamente de modo que
estamos cara a cara, sorprendiéndola—. Así —susurro y, envolviendo mi brazo alrededor de ella,
la levanto. Con mi otra mano, posiciono mi polla y la bajo lentamente sobre mí.
Mi aliento escapa de mi cuerpo mientras sus ojos se cierran y el placer truena ruidosamente
en su garganta.
—Eso es nena, siénteme, entero.
Se. Siente. Tan. Bien.
La sostengo, dejándola acostumbrarse a la sensación de mí. Así. Adentro de ella.
—Así entra más adentro. —Mi voz es ronca, mientras flexiono y levanto mi pelvis,
empujando profundamente en su interior.
Su cabeza se inclina y gime.
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—Otra vez —susurra. Y abre sus ojos que arden en los míos. Deseosos. Dispuestos. Amo que
ame esto. Hago lo que me pide y gime otra vez, tirando hacia atrás su cabeza, su cabello cayendo
en un desastre sobre sus hombros. Lentamente me reclino en la cama para observar el
espectáculo.
—Muévete tú, Anastasia, sube y baja, lo que quieras. Toma mis manos. —Las tiendo hacia
ella y las agarra, estabilizándose sobre mí. Lentamente se mueve, entonces se hunde una vez más
en mí.
Mi respiración viene en cortos y afilados jadeos mientras me contengo. Se eleva otra vez y
esta vez levanto mis caderas para encontrar las suyas mientras baja.
Oh sí.
Cerrando mis ojos saboreo cada delicioso centímetro de ella. Juntos encontramos nuestro
ritmo mientras me monta. Una, otra, y otra vez. Se ve fantástica: sus pechos rebotando, su cabello
enredado, su boca relajada mientras absorbe cada estocada de placer.
Sus ojos encuentran los míos, llenos de necesidad carnal y preguntas. Dios, es hermosa.
Grita mientras su cuerpo acaba. Está casi allí, así que aprieto mi agarre sobre sus manos, y explota
a mí alrededor. Agarro sus caderas, sujetándola mientras grita incoherentemente a través de su
orgasmo. Entonces aprieto mi agarre en sus caderas y silenciosamente me pierdo mientras
exploto en su interior.
Se deja caer sobre mi pecho y descanso, jadeando debajo ella.
Dios, es buena follando.
Yacemos acostados por un momento, su peso como un consuelo. Se despierta y me acaricia
a través de la camisa, entonces despliega su mano sobre mi pecho.
La oscuridad se ondula rápida y fuertemente en mi pecho, en mi garganta, tratando de
sofocarme y ahogarme.
No. No me toques.
Agarro su mano y llevo sus nudillos a mis labios. Ruedo sobre ella para que no sea capaz de
tocarme.
—No —ruego, y beso sus labios mientras apaciguo mi miedo.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?
—Porque estoy muy jodido, Anastasia. Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta
sombras más. —Después de años y años de terapia, es la única cosa que sé que es verdad.
Sus ojos se agrandan, inquisitivos, está sedienta de más información. Pero no necesita saber
esta mierda.
—Tuve una introducción a la vida muy dura. No quiero aburrirte con los detalles. No lo
hagas y ya está. —Gentilmente paso mi nariz contra la suya y, saliendo de ella, me siento y
remuevo el condón y lo dejo caer cerca de la cama—. Creo que ya hemos cubierto lo más esencial.
¿Qué tal estuvo?
Por un momento parece distraída, entonces inclina su cabeza a un lado y sonríe.
—Si piensas que he llegado a creerme que me cedías el control es que no has tenido en
cuenta mi nota media. Pero gracias por dejar que me hiciera ilusiones.
—Señorita Steele, no es usted solo una cara bonita. Ha tenido seis orgasmos hasta la fecha y
los seis me pertenecen. —¿Por qué ese simple hecho me alegra?
Sus ojos se disparan hacia el techo y una fugaz expresión de culpa cruza su rostro.
¿Qué fue eso?
—¿Tienes algo que contarme? —pregunto.
Vacila.
—He soñado esta mañana.
—¿Ah, sí?
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—Me he corrido en sueños. —Levanta un brazo sobre su rostro, escondiéndose de mí,
avergonzada. Estoy impactado por su confesión, pero excitado y deleitado también.
Criatura sensual.
Espía por debajo de su brazo. ¿Espera que esté enojado?
—¿En sueños? —aclaro.
—Y me he despertado —susurra.
—Apuesto a que sí. —Estoy fascinado—. ¿Qué soñabas?
—Contigo —dice en voz baja.
¡Conmigo!
—¿Y qué hacía yo?
Se oculta debajo de su brazo otra vez.
—Anastasia, ¿qué hacía yo? No te lo voy a volver a preguntar. —¿Por qué está tan
avergonzada? El que sueñe conmigo es… adorable.
—Tenías una fusta —murmura. Muevo su brazo para poder ver su rostro.
—¿En serio?
—Sí. —Su cara está de un rojo brillante. La investigación debe estarla afectando de buena
manera. Le sonrío.
—Vaya, aún me queda esperanza contigo. Tengo varias fustas.
—¿Marrón, de cuero trenzado? —Su voz está teñida de calmado optimismo.
Me río.
—No, pero seguro que puedo conseguir una.
Le doy un suave beso y me levanto para vestirme. Ana hace lo mismo, poniéndose los
pantalones cortos y una camisola. Levantando el condón del suelo, lo ato rápidamente. Ahora que
ella ha accedido a ser mía, necesita anticonceptivos. Totalmente vestida, se sienta de piernas
cruzadas en la cama, observándome mientras agarro mis pantalones.
—¿Cuándo te llega el período? —pregunto—. Detesto ponerme estas cosas. —Sostengo el
condón amarrado y me pongo los jeans.
La he tomado por sorpresa.
—¿Y bien? —persuado.
—La semana que viene —responde, sus mejillas rosadas.
—Vas a tener que buscarte algún anticonceptivo.
Me siento en la cama para ponerme los calcetines y los zapatos. Ella no dice nada.
—¿Tienes médico? —pregunto. Sacude la cabeza—. Puedo pedirle a la mía que pase a verte
a tu apartamento. El domingo por la mañana, antes de que vengas a verme tú. O le puedo pedir
que te visite en mi casa, ¿qué prefieres?
Estoy seguro que la Dra. Baxter hará una visita domiciliaria para mí, aunque no la he visto en
un tiempo.
—En tu casa —dice ella.
—De acuerdo. Ya te diré a qué hora.
—¿Te vas?
Parece sorprendida de que me vaya.
—Sí.
—¿Cómo vas a volver? —pregunta.
—Taylor viene a recogerme.
—Te puedo llevar yo. Tengo un auto nuevo precioso.
Eso está mejor. Ha aceptado el auto como debería, pero después de todo ese champán, no
debería conducir.
—Me parece que has bebido demasiado.
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—¿Me achispaste a propósito?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque le das demasiadas vueltas a las cosas y te veo tan reticente como tu padrastro.
Con una gota de alcohol ya estás hablando por los codos, y necesito que seas sincera conmigo. De
lo contrario, te cierras como una ostra y no tengo ni idea de lo que piensas. In vino veritas,
Anastasia.
—¿Y crees que tú eres siempre sincero conmigo?
—Me esfuerzo por serlo. Esto solo saldrá bien si somos sinceros el uno con el otro.
—Quiero que te quedes y uses esto. —Agarra el otro condón y lo ondea hacia mí.
Maneja sus expectativas, Grey.
—Anastasia, esta noche me he pasado mucho de la raya. Tengo que irme. Te veo el
domingo. —Me pongo de pie—. Tendré listo el contrato revisado y entonces podremos empezar a
jugar de verdad.
—¿Jugar? —rechina.
—Me gustaría tener una sesión contigo. Pero no lo haré hasta que hayas firmado, para
asegurarme de que estás lista.
—Oh. ¿Ósea que podría alargar esto si no firmo?
Mierda. No había pensado en eso.
Su barbilla se eleva a manera de desafío.
Ah… yendo de arriba a abajo de nuevo. Ella siempre encuentra una manera.
—Bueno, supongo que sí, pero igual reviento de la tensión.
—¿Revientas? ¿Cómo? —inquiere, sus ojos vivos por la curiosidad.
—La cosa podría ponerse muy fea —la provoco, entrecerrando los ojos.
—¿Cómo… de fea? —Su sonrisa es igual a la mía.
—Ah, ya sabes, explosiones, persecuciones en auto, secuestro, cárcel…
—¿Me vas a secuestrar?
—Desde luego.
—¿A retenerme en contra de mi voluntad?
—Por supuesto. —Bien, esa es una idea interesante—. Y luego viene el IPA 24/7.
—Me perdí —dice, perpleja y un poco jadeante.
—Intercambio de Poder Absoluto, las veinticuatro horas. —Mi mente gira mientras pienso
en las posibilidades. Ella es curiosa—. Así que no tienes elección —añado, con un tono juguetón.
—Claro. —Su tono es sarcástico y pone los ojos en blanco hacia el cielo, tal vez buscando
inspiración divina para entender mi sentido del humor.
Oh, qué dulce placer.
—Ay, Anastasia Steele, ¿me acabas de poner los ojos en blanco?
—¡No!
—Me parece que sí. ¿Qué te dije que haría si volvías a poner los ojos en blanco? —Mis
palabras cuelgan entre nosotros y me siento de nuevo en la cama—. Ven aquí.
Por un momento, se me queda mirando, palideciendo.
—Aún no he firmado.
—Te dije lo que haría. Soy un hombre de palabra. Te voy a dar unos azotes, y luego te voy a
follar muy rápido y muy duro. Me parece que al final vamos a necesitar ese condón.
¿Lo hará? ¿No lo hará? Este es el momento. La prueba de si puede hacerlo o no. La observo,
impasible, esperando que se decida. Si dice que no, significa que está dándole falsas promesas a la
idea de ser mi sumisa.
Y eso será todo.
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Toma la decisión correcta, Ana.
Su expresión es seria, sus ojos se agrandan, y creo que está sopesando su decisión.
—Estoy esperando —murmuro—. No soy un hombre paciente.
Tomando una respiración profunda, desenrolla las piernas y gatea hacia mí y yo escondo mi
alivio.
—Buena chica. Ahora, ponte de pie.
Hace lo que le digo y le ofrezco la mano. Pone el condón en mi palma, agarro su mano y
abruptamente la empujo por encima de mi rodilla izquierda, de modo que su cabeza, hombros y
pechos descansan en la cama. Pongo mi pierna derecha por encima de las suyas, sosteniéndola en
su lugar. He querido hacer esto desde que me preguntó si era gay.
—Sube las manos y colócalas a ambos lados de tu cabeza —ordeno y ella lo hace
inmediatamente—. ¿Por qué hago esto, Anastasia?
—Porque te puse los ojos en blanco —dice con un ronco susurro.
—¿Te parece que eso es de buena educación?
—No.
—¿Vas a volver a hacerlo?
—No.
—Te daré unos azotes cada vez que lo hagas, ¿me entiendes?
Voy a saborear este momento. Es otra novedad.
Con gran cuidado, deleitándome con el acto, bajo sus pantalones deportivos. Su hermoso
trasero está desnudo y listo para mí. Mientras pongo la mano en su costado trasero, cada músculo
en su cuerpo se tensa… esperando. Su piel es suave al toque y deslizo mi mano a lo largo de sus
nalgas, acariciando cada una. Tiene un muy lindo trasero. Y voy a dejarlo rosa… como el champán.
Levantando la palma, la azoto, duro, justo por encima de la unión entre sus muslos.
Jadea e intenta levantarse, pero la sostengo con mi otra mano en la parte baja de su espalda
y masajeó el área que acabo de golpear con una lenta y dulce caricia.
Se queda quieta.
Jadeando.
Anticipando.
Sí. Voy a hacerlo de nuevo.
La azoto una vez, dos veces, tres veces.
Ella hace muecas por el dolor, sus ojos fuertemente cerrados. Pero no me pide que me
detenga incluso aunque se está retorciendo debajo de mí.
—Quédate quieta o tendré que azotarte más tiempo —advierto.
Froto su suave carne y empiezo de nuevo, tomando turnos: nalga izquierda, nalga derecha,
en el medio.
Ella grita. Pero no mueve sus brazos y todavía no me pide que pare.
—Solo estoy calentando. —Mi voz es ronca. La azoto de nuevo y trazo la huella rosa que he
dejado en su piel. Su trasero se está sonrojando de buena manera. Luce glorioso.
La azoto una vez más.
Y grita de nuevo.
—No te oye nadie, nena, solo yo.
La azoto una y otra vez, el mismo patrón, nalga izquierda, nalga derecha y en el medio, y ella
aúlla cada vez. Cuando llego a las dieciocho, me detengo. Estoy sin aliento, mi palma ardiendo y mi
polla está rígida.
—Ya está —jadeo, intentando respirar con normalidad—. Bien hecho, Anastasia. Ahora te
voy a follar.
Froto su trasero rosado gentilmente, rodeándolo, moviéndome hacia abajo. Está mojada.
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Y mi cuerpo se endurece más.
Inserto dos dedos en su vagina.
—Siente esto. Mira cómo le gusta esto a tu cuerpo, Anastasia. Te tengo empapada. —
Deslizo los dedos adentro y afuera y ella gime, su cuerpo enrollándose alrededor de ellos con cada
empuje y su respiración acelerándose.
Los retiro.
La deseo. Ahora.
—La próxima vez te haré contar. Ahora, ¿dónde está ese condón? —Agarrándolo desde el
lado de su cabeza, la bajo gentilmente de mi regazo y le pongo en la cama, bocabajo. Bajándome
el cierre, no me preocupo por quitarme los jeans y abro en breve el envoltorio, enrollando el
condón con rapidez y eficiencia. Levanto sus caderas hasta que está arrodillada y su trasero en
toda su rosada gloria está suspendido en el aire mientras me acomodo detrás de ella.
—Voy a tomarte ahora. Puedes correrte —gruño, acariciando su trasero y agarrando mi
polla. Con una suave embestida, estoy dentro de ella.
Gime mientras me muevo. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. La monto, observando mi
polla desaparecer bajo su trasero rosado.
Su boca está abierta y gruñe y gime con cada embestida, sus lloriqueos haciéndose más y
más fuertes.
Vamos, Ana.
Se aprieta a mí alrededor y grita mientras se corre, con fuerza.
—¡Oh, Ana! —La sigo mientras el clímax me llega dentro de ella y pierdo todo el tiempo y la
perspectiva.
Colapso a su lado, la pongo encima de mí y, envolviendo mis brazos a su alrededor, susurro
en su cabello:
—Oh, nena, bienvenida a mi mundo.
Su peso me ancla y ella no hace ningún intento por tocar mi pecho. Sus ojos están cerrados
y su respiración está volviendo a la normalidad. Acaricio su cabello. Es suave, de un rico caoba,
brillando a la luz de su lámpara de noche. Huele a Ana, manzanas y sexo. Es embriagador.
—Bien hecho, nena.
No está llorando. Hizo lo que le pedí. Ha enfrentado cada desafío que le he puesto;
realmente es bastante extraordinaria. Sujeto el delgado tirante de su camisola de algodón barato.
—¿Esto es lo que te pones para dormir?
—Sí. —Suena somnolienta.
—Deberías llevar seda y satén, mi hermosa niña. Te llevaré de compras.
—Me gusta lo que llevo —discute.
Por supuesto que sí.
Beso su cabello.
—Ya veremos.
Cerrando los ojos, me relajo en nuestro tranquilo momento, una extraña alegría
calentándome, llenándome por dentro.
Esto se siente bien. Demasiado bien.
—Tengo que irme —murmuro, y beso su frente—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dice, sonando un poco apagada.
Gentilmente, ruedo debajo de ella y me levanto.
—¿Dónde está el baño? —pregunto, quitándome el condón usado y acomodándome los
jeans.
—Por el pasillo, a la izquierda.
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En el baño, boto los condones usados en el bote de basura y encuentro una botella de
aceite para bebé en el estante.
Eso es lo que necesito.
Está vestida cuando regreso, evadiendo mi mirada. ¿Por qué tan de repente?
—Encontré este aceite para bebé. Déjame te pongo un poco en el trasero.
—No. Estaré bien —dice, examinando sus dedos, todavía evadiendo el contacto visual.
—Anastasia —le advierto.
Por favor, solo haz lo que se te dice.
Me siento detrás de ella y bajo sus pantalones. Derramando algo del aceite en mi mano, lo
froto tiernamente en su adolorido trasero.
Ella pone sus manos en las caderas de una manera obstinada, pero se queda en silencio.
—Me gusta tocarte —admito en voz alta para mí mismo—. Ya está. —Le vuelvo a subir los
pantalones—. Ya me voy.
—Te acompaño —dice tranquilamente, levantándose. Tomo su mano y, a regañadientes, la
dejo ir cuando llegamos a la puerta principal. Parte de mí no quiere irse.
—¿No tienes que llamar a Taylor? —pregunta, sus ojos fijos en el cierre de mi chaqueta de
cuero.
—Taylor lleva aquí desde las nueve. Mírame.
Grandes ojos azules me miran a través de largas y oscuras pestañas.
—No lloraste. —Mi voz es suave.
Y me dejaste azotarte. Eres maravillosa.
La agarro y la beso, derramando mi gratitud en el beso y sosteniéndola cerca.
—Hasta el domingo —susurro, calenturiento, contra sus labios. La libero abruptamente
antes de estar tentado a preguntarle si me puedo quedar, y me dirijo afuera, donde Taylor está
esperando. Una vez que estoy en el auto, miro para atrás, pero ella se ha ido. Probablemente está
cansada… como yo.
Placenteramente cansada.
Esa ha sido la conversación más placentera sobre ―límites tolerables‖ que alguna vez he
tenido.
Maldita sea, esa mujer es inesperada. Cerrando los ojos, la veo montándome, su cabeza
hacia atrás por el éxtasis. Ana no hace las cosas con poco entusiasmo. Se compromete. Y pensar
que apenas hace una semana tuvo sexo por primera vez.
Conmigo. Y con nadie más.
Sonrío mientas miro por la ventana del auto, pero todo lo que veo es mi rostro fantasmal en
el vidrio. Así que cierro los ojos y me permito soñar despierto.
Entrenarla será divertido.
~*~
Taylor me despierta de mi siesta.
—Hemos llegado, Sr. Grey.
—Gracias —murmuro—. Tengo una reunión en la mañana.
—¿En el hotel?
—Sí. Una videoconferencia. No necesitaré que me lleves a ninguna parte. Pero, me gustaría
irme antes del almuerzo.
—¿A qué hora le gustaría que empacara?
—A las diez treinta.
—Muy bien, señor. La Blackberry que pidió le será entregada a la señorita Steele el día de
mañana.
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—Bien. Eso me recuerda, ¿puedes recoger el viejo Escarabajo mañana y disponer de él? No
quiero que conduzca esa cosa.
—Claro. Tengo un amigo que restaura autos antiguos. Puede que le interese. Me haré cargo.
¿Algo más?
—No, gracias. Buenas noches.
Dejo a Taylor estacionando la camioneta y me abro paso hasta mi suite.
Abriendo una botella de agua con gas del refrigerador, me siento frente al escritorio y
enciendo la computadora portátil.
Ningún correo electrónico urgente.
Pero mi propósito real es darle las buenas noches a Ana.
De: Christian Grey
Asunto: Usted
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:14
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Es sencillamente exquisita. La mujer más hermosa, inteligente, ingeniosa y valiente que he
conocido jamás.
Tómese un ibuprofeno (no es un mero consejo). Y no vuelva a agarrar el Escarabajo. Me
enteraré.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Probablemente estará dormida, pero mantengo abierta la portátil por si acaso y reviso la
bandeja de entrada. Unos cuantos minutos después, llega su respuesta.
De: Anastasia Steele
Asunto: Halagos
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:20
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Con halagos no llegarás a ninguna parte, pero, como ya has estado en todas, da igual.
Tendré que agarrar el Escarabajo para llevarlo a un concesionario y venderlo, de modo que
no voy hacer ni caso de la bobada que me propones.
Prefiero el vino tinto al ibuprofeno.
Ana
P.D.: Para mí, los varazos están dentro de los límites INFRANQUEABLES.
Su primera línea me hace reír en voz alta. Oh, nena, no he estado en todas contigo. ¿Vino
tinto con champán? No es una mezcla inteligente, y los varazos están fuera de la lista. Me
pregunto a qué más le pondrá objeciones mientras compongo mi respuesta.
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De: Christian Grey
Asunto: Las mujeres frustradas no saben aceptar cumplidos
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:26
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
No son halagos.
Debería acostarse. Pág in a 314
Acepto su incorporación a los límites infranqueables.
No beba demasiado.
Taylor se encargará de su auto y lo revenderá a buen precio.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Espero que ya esté en la cama.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Será Taylor el hombre adecuado para esa tarea?
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:40
Para: Christian Grey
Querido Amo:
Me asombra que te importe tan poco que tu mano derecha conduzca mi auto, pero sí que lo
haga una mujer a la que te follas de vez en cuando. ¿Cómo sé yo que Taylor me va a conseguir el
mejor precio por el auto? Siempre me he dicho, seguramente antes de conocerte, que estaba
conduciendo una auténtica ganga.
Ana
¿Qué demonios? ¿Una mujer a la que me follo de vez cuándo?
Tengo que tomar una profunda respiración. Su respuesta me fastidia… no, me enfurece.
¿Cómo se atreve a hablar de sí misma de esa manera? Como mi sumisa, ella será mucho más que
eso. Seré devoto a ella. ¿No se da cuenta de esto?
Y se ha llevado una gran ganga conmigo. ¡Bien, bien! Mira todas las concesiones que he
hecho en lo que respecta al contrato.
Cuento hasta diez y, para calmarme, me visualizo a bordo de The Grace, mi catamarán,
navegando por el río Sound.
Flynn estaría orgulloso.
Respondo:
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De: Christian Grey
Asunto: ¡Cuidado!
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:44
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Doy por sentado que es el vino TINTO lo que le hace hablar así, y que el día ha sido muy
largo.
Aunque me siento tentado a volver allí y asegurarme de que no se siente en una semana, en
vez de una noche.
Taylor es ex militar y capaz de conducir lo que sea, desde una moto a un tanque Sherman.
Su auto no supone peligro alguno para él.
Por favor, no diga que es ―una mujer a la que me follo de vez en cuando‖, porque, la
verdad, me ENFURECE, y le aseguro que no le gustaría verme enfadado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dejo salir el aire lentamente, estabilizando el ritmo de mi corazón. ¿Quién más en la tierra
tiene la habilidad de meterse bajo mi piel de esta manera?
Ella no responde inmediatamente. Tal vez está intimidada por mi respuesta. Agarro mi libro,
pero pronto me doy cuenta que he leído el mismo párrafo tres veces mientras espero su
respuesta. Levanto la mirada por enésima vez.
De: Anastasia Steele
Asunto: Cuidado, tú
Fecha: 26 de mayo de 2011 23:57
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
No estoy segura de que yo te guste, sobre todo ahora.
Señorita Steele
Miro fijamente su respuesta y toda mi rabia se marchita y muere para ser reemplazada por
un arranque de ansiedad.
Mierda.
¿Está diciendo que eso es todo?
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Viernes, 27 de Mayo 2011
De: Christian Grey
Asunto: Cuidado, tú
Fecha: 27 de Mayo de 2011, 00:03
Para: Anastasia Steele
¿Por qué no te gusto?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holding, Inc.
Me levanto y abro otra botella de agua con gas.
Y espero.
De: Anastasia Steele
Asunto: Cuidado, tú
Fecha: 27 de Mayo de 2011, 00:09
Para: Christian Grey
Porque nunca te quedas conmigo.
Seis palabras.
Seis pequeñas palabras que hacen que mi cuero cabelludo hormiguee.
Le dije que no duermo con nadie.
Pero hoy fue un gran día.
Se graduó de la universidad.
Ella dijo que sí.
Fuimos a través de todos esos límites suaves de los que ella no sabía nada. Follamos. Le
azoté. Follamos otra vez.
Mierda.
Y antes de que pueda detenerme, agarro el boleto del garaje para mi auto, agarro una
chaqueta, y estoy a la puerta.
Las carreteras están vacías y estoy en su casa veintitrés minutos más tarde.
Llamo despacio, y Kavanagh abre la puerta.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí? —grita, sus ojos ardiendo con ira.
Vaya. No es el recibimiento que esperaba.
—He venido a ver a Ana.
—Bueno, ¡pues no puedes! —Kavanagh está con los brazos cruzados y las piernas apoyadas
en la puerta, como una gárgola.
Intento razonar con ella.
—Pero tengo que verla. Ella me envió un correo electrónico. —¡Fuera de mi camino!
—¿Qué mierda le has hecho ahora?
—Eso es lo que necesito saber. —Aprieto los dientes.
—Desde que te conoció, pasa todo el día llorando.
—¿Qué? —No puedo aguantar su mierda más tiempo, e irrumpo pasándola.
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—¡No puedes entrar aquí! —Kavanagh me sigue, gritando como una arpía, mientras avanzo
rápido por el apartamento hacia la habitación de Ana.
Abro la puerta de Ana y enciendo la luz principal. Ella está acurrucada en su cama, envuelta
en su edredón. Sus ojos están rojos e hinchados, y se entrecierran por la luz del techo. Su nariz
está hinchada y con manchas.
He visto a mujeres en este estado muchas veces, sobre todo después de haberlas castigado.
Pero estoy sorprendido por la inquietud que se apodera de mis entrañas.
—Dios mío, Ana. —Apago la luz principal, para que no tenga que entrecerrar los ojos y me
siento en la cama junto a ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Ella está sollozando. Enciendo la luz de la mesilla.
—¿Quieres que eche a este idiota de aquí? —ladra Kate desde la puerta.
Vete a la mierda, Kavanagh. Levantando una ceja, pretendo ignorarla.
Ana niega con la cabeza, pero sus ojos llorosos están en mí.
—Solo grita si me necesitas —le dice Kate a Ana, como si fuera una niña—. Grey —
chasquea, así que estoy obligado a mirarla—. Estás en mi lista negra, y estaré vigilándote. —Ella
suena estridente, sus ojos brillando con furia, pero no me importa una mierda.
Afortunadamente se va, entorna la puerta, pero sin cerrarla del todo. Compruebo mi bolsillo
interior y, una vez más, la señora Jones ha superado todas las expectativas; agarro el pañuelo y se
lo doy a Ana.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué estás aquí? —Su voz es débil.
No lo sé.
Tú dijiste que no me gustabas.
—Parte de mi papel es cuidar de tus necesidades. Dijiste que querías que me quedase, así
que aquí estoy. —Buen argumento ese, Grey—. Y te encuentro así. —No estabas así cuando me
fui—. Estoy seguro de que es mi culpa, pero no tengo ni idea de por qué. ¿Es porque te golpeé?
Ella lucha para sentarse y se estremece cuando lo hace.
—¿Tomaste algún Advil? —¿Cómo instruí?
Ella niega con la cabeza.
¿Cuándo harás lo que yo te digo?
Voy a encontrar a Kavanagh, que está en el sofá, furiosa.
—Ana tiene dolor de cabeza. ¿Tienen algún Advil?
Ella levanta las cejas, sorprendida, creo, por mi preocupación por su amiga. Ceñuda, se
levanta y pisa fuerte en la cocina. Después de algún susurro a través de cajas, me da un par de
pastillas y una taza de té con agua.
De vuelta en el dormitorio se las ofrezco a Ana y me siento en la cama.
—Toma esto.
Ella lo hace, sus ojos nublados por la aprensión.
—Háblame. Me dijiste que estabas bien. Nunca te hubiera dejado si pensara que estabas
así. —Distraída, juguetea con un hilo suelto en su colcha—. Supongo que cuando dijiste que
estabas bien, no lo estabas.
—Pensé que estaba bien —admite.
—Anastasia, no puedes decirme lo que crees que quiero oír. Eso no es muy honesto. ¿Cómo
puedo confiar en todo lo que me has dicho? —Esto no va a funcionar si no es honesta conmigo.
La idea es deprimente.
Háblame, Ana.
—¿Cómo te sentiste mientras te estaba golpeando, y después?
—No me gustó. Preferiría que no lo hicieras otra vez.
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—No tenía que gustarte.
—¿Por qué te gusta a ti? —pregunta ella, y su voz es más fuerte.
Mierda. No puedo decirle por qué.
—¿De verdad quieres saber?
—Oh, confía en mí, estoy fascinada. —Ahora está siendo sarcástica.
—Cuidado —le advierto.
Ella palidece ante mi expresión.
—¿Vas a pegarme otra vez?
—No, no esta noche. —Creo que has tenido suficiente.
—Entonces… —Ella todavía quiere una respuesta.
—Me gusta el control que me da, Anastasia. Quiero que te comportes de una manera en
particular, y si no lo haces, te castigaré, y aprenderás a comportarte de la manera que quiero.
Disfruto castigarte. He querido golpearte desde que me preguntaste si era gay.
Y yo no quiero que me pongas los ojos en blanco, o seas sarcástica.
—Así que no te gusta como soy. —Su voz es pequeña.
—Creo que eres encantadora tal como eres.
—¿Entonces por qué estás tratando de cambiarme?
—No quiero cambiarte. —Dios no lo quiera. Eres encantadora—. Me gustaría que fueras
respetuosa y siguieras las reglas que te he dado y no me desafiaras. Sencillo. —Te quiero a salvo.
—Pero, ¿quieres castigarme?
—Sí.
—Eso es lo que no entiendo.
Suspiro.
—Es la forma en la que estoy hecho. Necesito controlarte. Necesito que te comportes de
una manera determinada, y si no… —Mi mente se desvía. Lo encuentro excitante, Ana. Lo hiciste,
también. ¿No puedes aceptar eso? Inclinarte sobre mi rodilla... sintiendo tu culo debajo de mi
palma—. Me encanta ver tu hermosa y caliente piel de alabastro bajo mis manos. Me enciende. —
Solo de pensarlo, mi cuerpo se mueve.
—Entonces, ¿no es el provocarme dolor?
Demonios.
—Un poco, para ver qué puedes tomar. —En realidad, es mucho, pero no quiero ir allí ahora
mismo. Si le dijera, me echaría—. Pero esa no es la única razón. Es el hecho de que tú eres mía
para hacerte lo que quiera, control absoluto sobre alguien más. Y me enciende. Muchísimo.
Debo prestarle un libro o dos para ser una sumisa.
—Mira, no me estoy explicando muy bien. Nunca lo he tenido que hacer antes. Realmente,
no he pensado mucho sobre esto. Siempre he estado con personas de mi estilo. —Hago una pausa
para comprobar que todavía está conmigo—. Y no has contestado a mi pregunta: ¿Cómo te
sentiste después?
Ella parpadea.
—Confundida.
—Estabas excitada sexualmente, Anastasia.
Tienes un monstruo interno, Ana. Lo sé.
Cerrando los ojos, la recuerdo, húmeda y esperando alrededor de mis dedos después de
azotarla. Cuando los abro, ella está mirándome, sus pupilas dilatadas, los labios entreabiertos... su
lengua humedeciendo su labio superior. Ella lo quiere también.
Mierda. No otra vez, Grey. No cuando ella está así.
—No me mires así —advierto, mi voz ronca.
Sus cejas se levantan por la sorpresa.
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Sabes lo que quiero decir, Ana.
—No tengo ningún condón, y sabes que estás molesta. Al contrario de lo que cree tu
compañera de cuarto, no soy un degenerado. Así que, ¿te sentiste confundida?
Ella permanece en silencio.
Jesús.
—No tienes ningún problema en ser honesta conmigo por escrito. Tus correos electrónicos
siempre me dicen exactamente cómo te sientes. ¿Por qué no puedes hacer eso conversando?
¿Tanto te intimido?
Sus dedos juguetean con la colcha.
—Me cautivas, Christian. Me abrumas completamente. Me siento como un Ícaro, volando
demasiado cerca del sol. —Su voz es tranquila, pero llena de emoción.
Su confesión me derriba como una patada en la cabeza.
—Bueno, creo que lo entendiste al revés —susurro.
—¿Qué cosas?
—Oh, Anastasia, me has hechizado. ¿No es obvio?
Es por eso que estoy aquí.
Ella no está convencida.
Ana. Créeme.
—Todavía no contestaste mi pregunta. Escríbeme un correo electrónico, por favor. Pero en
este momento, me gustaría dormir. ¿Me puedo quedar?
—¿Quieres quedarte?
—Tú me querías aquí.
—No has respondido a mi pregunta —insiste.
Mujer Imposible. Yo solo conduje como un loco para llegar aquí después de su puto
mensaje. Ahí está tu respuesta.
Gruño que responderé por correo electrónico. No hablaré de esto. Esta conversación ha
terminado.
Antes de que pueda cambiar de opinión y regresar al Heathman, me pongo de pie, vacío mis
bolsillos, me quito los zapatos y los calcetines, y me quito los pantalones. Cuelgo la chaqueta sobre
su silla y me subo a la cama.
—Acuéstate —gruño.
Ella cumple, y me apoyo en mi codo, mirándola.
—Si vas a llorar, llora delante de mí. Necesito saberlo.
—¿Quieres que llore?
—No particularmente. Solo quiero saber cómo te sientes. No quiero que te deslices a través
de mis dedos. Apaga la luz. Es tarde, y ambos tenemos que trabajar mañana.
Ella lo hace.
—Acuéstese de lado, de espaldas a mí.
No quiero que me toques.
La cama se hunde mientras ella se mueve, y envuelvo mi brazo alrededor de ella y
suavemente la empujo contra mí.
—Duerme, nena —murmuro, y respiro el aroma de su cabello.
Maldición, ella huele bien.
Lelliot está corriendo a través de la hierba.
Él se está riendo. Fuerte.
Estoy corriendo detrás él. Mi cara está sonriendo.
Voy a atraparlo.
Hay pequeños árboles que nos rodean.
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Árboles pequeños cubriendo las manzanas.
Mami me permite agarrar las manzanas.
Mami me permite comer las manzanas.
Pongo las manzanas en los bolsillos. En cada bolsillo.
Las escondo en mi suéter.
Las manzanas están buenas.
Las manzanas huelen bien.
Mamá hace pastel de manzana.
Tarta y helado de manzana.
Ellos hacen a mi barriguita sonreír.
Escondo las manzanas en mis zapatos. Y las escondo debajo de la almohada.
Hay un hombre. El abuelo Trev… Trev… yan.
Su nombre es difícil. Es difícil de decir en mi cabeza.
Él tiene otro nombre. The… o… dore.
Theodore es un nombre gracioso.
Los árboles pequeños son sus árboles.
En su casa. Donde él vive.
Él es el papá de mamá.
Él tiene una fuerte carcajada. Y grandes hombros.
Y ojos felices.
Él corre para alcanzarnos a Lelliot y a mí.
No puedes atraparme.
Lelliot corre. Él se ríe.
Corro. Lo alcanzo.
Y caemos en la hierba.
Él se está riendo.
Las manzanas brillan bajo el sol.
Y su sabor es tan bueno.
Yummy.
Y huelen tan bien.
Tan, tan bien.
Las manzanas caen.
Caen sobre mí.
Me giro y me golpeo la espalda. Hiriéndome.
Ouch.
Pero el olor sigue ahí, dulce y crujiente.
Ana.
Cuando abro los ojos, estoy envuelto a su alrededor, nuestras extremidades entrelazadas.
Me está observando con una sonrisa tierna. Su rostro ya no está con manchas e hinchado; ella se
ve radiante. Mi polla está de acuerdo, y se endurece en señal de saludo.
—Buenos días. —Estoy desorientado—. Dios, hasta mientras duermo me siento atraído por
ti. —Estirándome, me desenredo a mí mismo de ella y exploro mi entorno. Por supuesto, estamos
en su dormitorio. Sus ojos brillan con ávida curiosidad mientras mi polla se presiona contra ella—.
Mmm, esto promete, pero creo que deberíamos esperar hasta el domingo. —Le acaricio justo
debajo de la oreja con mi boca y me inclino en mi codo.
Ella se ve sonrojada. Cálida.
—Eres muy caliente —regaña.
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—Tú no estás tan mal. —Sonrío y flexiono mis caderas, burlándome de ella con mi parte del
cuerpo favorita. Ella trata de mirarme con desaprobación, pero falla miserablemente… está muy
divertida. Inclinándome, la beso.
—¿Dormiste bien? —pregunto.
Ella asiente.
—Yo también.
Me sorprende. Tuve el sueño realmente bien. Le digo eso. Sin pesadillas. Solo sueños...
—¿Qué hora es? —pregunto.
—Las siete y media.
—¿Siete y media? ¡Mierda! —Salto de la cama y empiezo a arrastrarme en mis pantalones.
Ella me mira vestirme, tratando de reprimir la risa.
—Eres una mala influencia para mí —me quejo—. Tengo una reunión. Tengo que irme…
tengo que estar en Portland a las ocho. ¿Estás riéndote de mí?
—Sí —admite.
—Voy tarde. Y nunca voy tarde. Otra primera vez, señorita Steele. —Tiro de mi chaqueta,
me agacho y tomo su cabeza con las dos manos—. Domingo —susurro, y la beso. Agarro mi reloj,
mi billetera y el dinero de su mesita de noche, recojo mis zapatos, y voy hacia la puerta—. Taylor
vendrá y se encargará de tu escarabajo. Yo hablaba en serio. No lo conduzcas. Nos vemos en mi
casa el domingo. Te enviaré un correo electrónico con la hora.
Dejándola un poco aturdida, me apresuro fuera del apartamento y hacia mi auto.
Me pongo los zapatos mientras estoy conduciendo. Una vez que están puestos, piso el
acelerador y zigzagueo dentro y fuera del tráfico que se dirige a Portland. Voy a tener que conocer
a los asociados de Eamon Kavanagh en mis jeans. Afortunadamente, esta reunión es a través de
WebEx.
Entro a mi habitación en el Heathman y enciendo la portátil: ocho dos de la mañana.Mierda.
No me he afeitado, pero aliso mi cabello y enderezo mi chaqueta, y espero que no se den cuenta
que solo llevo una camiseta debajo.
¿A quién le importa una mierda, de todos modos?
Abro WebEx y Andrea está en línea, esperándome.
—Buenos días, señor Grey. El señor Kavanagh está retrasado, pero están listos para usted
en Nueva York y aquí en Seattle.
—¿Fred y Barney? —Mis Picapiedra. Sonrío ante el pensamiento.
—Sí señor. Y Ros, también.
—Genial. Gracias. —Estoy sin aliento. Atrapo a Andrea mirándome perpleja y elijo
ignorarlo—. ¿Me puede pedir un panecillo tostado con crema de queso y salmón ahumado y un
café, negro? Envíelo a mi suite lo antes posible.
—Sí, señor Grey. —Ella publica el enlace de la conferencia en la ventana—. Aquí tiene, señor
—dice. Hago clic en el enlace, y entro.
—Buenos días. —Hay dos ejecutivos sentados en una mesa de conferencias en Nueva York,
mirando expectantes a la cámara. Ros, Barney, y Fred están cada uno en ventanas separadas.
En los negocios, Kavanagh dice que quiere mejorar su red de medios con una conexión de
fibra óptica de alta velocidad. GEHpuede hacerlo por ellos, pero, ¿están hablando en serio sobre
comprarlas? Es una gran inversión por delante, pero una gran ganancia en el futuro.
Mientras estamos hablando, una notificación de correo de Ana con un llamativo título flota
en la esquina superior derecha de mi pantalla. Tan silenciosamente como puedo, doy clic sobre él.
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De: Anastasia Steele
Tema: Asalto y agresión: efectos secundarios
Día: 27 Mayo 2011 08:05
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Querías saber por qué me sentí confundida luego de que tú… ¿qué eufemismo deberíamos
utilizar?, me azotaras, castigaras, golpearas, agredieras.
Un poco melodramático, señorita Steele. Podría haber dicho que no.
Pues bien, durante todo el inquietante episodio, me sentí humillada, degradada y ultrajada.
Si te sentías de esa forma, ¿por qué no me detuviste? Tienes palabras de seguridad.
Y para mayor vergüenza, tienes razón, estaba excitada, y eso era algo que no esperaba.
Lo sé. Bien. Finalmente lo has admitido.
Como bien sabes, todo lo sexual es nuevo para mí. Ojalá tuviera más experiencia y, en
consecuencia, estuviera más preparada. Me extrañó que me excitara.
Lo que realmente me preocupó fue cómo me sentí después. Y eso es más difícil de explicar
con palabras. Me hizo feliz que tú lo fueras. Me alivió que no fuera tan doloroso como había
pensado que sería. Y mientras estuve tumbada entre tus brazos, me sentí… plena.
Como yo, Ana, como yo.
Pero esa sensación me incomoda mucho, incluso hace que me sienta culpable. No me
encaja y, en consecuencia, me confunde. ¿Responde eso a tu pregunta?
Espero que el mundo de las fusiones y adquisiciones esté siendo tan estimulante como
siempre, y que no hayas llegado demasiado tarde.
Gracias por quedarte conmigo.
Ana
Kavanagh se une a la conversación, disculpándose por su retraso. Mientras las
presentaciones son hechas y Fred habla sobre lo que GEH puede ofrecer, escribo mi respuesta a
Ana. Espero que para aquellos del otro lado de la pantalla de la computadora se vea como que
estoy tomando notas.
De: Christian Grey
Tema: Libere su mente
Día: 27 de Mayo de 2011 08:24
Para: Anastasia Steele
Interesante… aunque ligeramente exagerado el título, señorita Steele.
Respondiendo a su pregunta: yo diría ―azotes‖, y eso es lo que fueron.
• ¿Así que se sintió humillada, degradada, injuriada y agredida? ¡Es tan Tess Durbeyfield…!
Si no recuerdo mal, fue usted la que optó por la corrupción. ¿De verdad se siente así o cree que
debería sentirse así? Son dos cosas muy distintas. Si es así como se siente, ¿cree que podría
intentar abrazar esas sensaciones y digerirlas, por mí? Eso es lo que haría una sumisa.
• Agradezco su inexperiencia. La valoro, y estoy empezando a entender lo que significa. En
pocas palabras: significa que es mía en todos los sentidos.
• Sí, estaba excitada, lo que a su vez me excitó a mí; no hay nada malo en eso.
• ―Feliz‖ es un adje vo que apenas alcanza a expresar lo que sentí. ―Extasiado‖ se
aproxima más.
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• Los azotes de castigo duelen bastante más que los sensuales, así que nunca le dolerá más
de eso, salvo, claro, que cometa alguna infracción importante, en cuyo caso me serviré de algún
instrumento para castigarla. Luego me dolía mucho la mano. Pero me gusta.
• También yo me sentí pleno, más de lo que jamás podría imaginar.
• No malgaste sus energías con sentimientos de culpa y pecado. Somos mayores de edad y
lo que hagamos a puerta cerrada es cosa nuestra. Debe liberar su mente y escuchar a su cuerpo.
• El mundo de las fusiones y adquisiciones no es ni mucho menos tan estimulante como
usted, señorita Steele.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Su respuesta es casi inmediata.
De: Anastasia Steele
Tema: ¡Mayores de edad!
Día: 27 de Mayo 2011 08:26
Para: Christian Grey
¿No estás en una reunión?
Me alegra mucho que tu mano estuviera dolorida.
Y si escuchara a mi cuerpo, estaría en Alaska en este momento.
Ana
PD: Pensaré en abrazar esos sentimientos.
¡Alaska! En serio, señorita Steele. Me río conmigo mismo y miro como si estuviera inmerso
en la conversación en línea. Hay un golpe en mi puerta, y me disculpo por interrumpir la
conferencia mientras dejo que el servicio a la habitación entre con mi desayuno. Señorita Ojos
Oscuros me recompensa con una sonrisa coqueta mientras firmo el cheque.
Regresando a WebEx, encuentro a Fred informando a Kavanagh y a sus socios en qué tan
exitosa ha sido esta tecnología por otra compañía cliente en la negociación futura.
—¿La tecnología me ayudará con el mercado futuro? —pregunta Kavanagh con una sonrisa
sínica. Cuando le digo que Barney está trabajando duro para desarrollar una bola de cristal que
prediga precios, todos tienen la gracia de reírse.
Mientras Fred discute una teorética línea del tiempo para la implementación e integración
de la tecnología, le mando un correo a Ana.
De: Christian Grey
Tema: No llamas a la policía
Día: 27 Mayo 2011 08:35
Para: Anastasia Steele
Señorita Steele:
Ya que lo pregunta, estoy en una reunión, hablando del mercado de futuros. Por si no lo
recuerda, se acercó a mí sabiendo muy bien lo que iba a hacer.
En ningún momento me pidió que parara; no utilizó ninguna palabra de seguridad.
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Es adulta; toma sus propias decisiones.
Sinceramente, espero con ilusión la próxima vez que se me caliente la mano.
Es evidente que no está escuchando a la parte correcta de su cuerpo.
En Alaska hace mucho frío y no es un buen escondite.
La encontraría.
Puedo rastrear su teléfono celular, ¿recuerda?
Váyase a trabajar.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Fred está en plena plática cuando llega la respuesta de Ana.
De: Anastasia Steele
Tema: Acosador
Día: 27 Mayo 2011 08:36
Para: Christian Grey
¿Has buscado ayuda profesional para esa tendencia al acoso?
Ana
De: Christian Grey
Tema: ¿Acosador? ¿Yo?
Día: 27 Mayo 2011 08:38
Para: Anastasia Steele
Le pago al eminente doctor Flynn una pequeña fortuna para que se ocupe de mi tendencia
al acoso y de las otras.
Vete a trabajar.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
¿Por qué no se ha ido a trabajar? Llegará tarde.
De: Anastasia Steele
Asunto: Charlatanes Caros
Fecha: 27 Mayo 2011 08:40
Para: Christian Grey
Si me lo permites, te sugiero que busques una segunda opinión.
No estoy segura de que el doctor Flynn sea muy eficiente.
Señorita Steele
Maldición, está mujer es divertida… e intuitiva; Flynn me cobra una pequeña fortuna por sus
consejos. Subrepticiamente, escribo mi respuesta.
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De: Christian Grey
Tema: Segundas opiniones
Día: 27 Mayo 2011 08:43
Para: Anastasia Steele
Te lo permita o no, no es asunto tuyo, pero el doctor Flynn es la segunda opinión.
Vas a tener que acelerar en tu auto nuevo y ponerte en peligro innecesariamente. Creo que
eso va contra las normas.
VETE A TRABAJAR.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Kavanagh me lanza una pregunta sobre una prueba a futuro. Le digo que recientemente
adquirimos una compañía que es un jugador innovador dinámico en fibra óptica. No le dejo saber
que tengo dudas sobre el Presidente, Lucas Woods. Se irá, de todos modos. Definitivamente voy a
despedir a ese idiota, no importa lo que Ros diga.
De: Anastasia Steele
Asunto: MAYÚSCULAS GRITONAS.
Fecha: 27 Mayo 2011 08:47
Para: Christian Grey
Como soy el blanco de tu tendencia al acoso, creo que sí es asunto mío. No he firmado aún,
así que las normas me repanloquecen.
Y no entro hasta las nueve y media.
Señorita Steele.
MAYÚSCULAS GRITONAS. Me encanta.
Le respondo:
De: Christian Grey
Asunto: Lingüística descriptiva
Fecha: 27 Mayo 2011 08:49
Para: Anastasia Steele
¿‖Repanloquecen‖? Dudo mucho que eso venga en el diccionario.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
—Podemos tener esta conversación fuera de línea —dice Ros a Kavanagh—. Ahora que
tenemos una idea de sus necesidades y expectativas, prepararemos una propuesta detallada para
usted y le buscaremos la siguiente semana para discutirla.
—Grandioso —digo, tratando de parecer interesado.
Hay asentimientos de acuerdo de parte de todos, y después despedidas.
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—Gracias por darnos la oportunidad de cotizar esto, Eamon —escribo a Kavanagh.
—Suena como si ustedes supieran lo que necesitamos —dice—. Fue bueno verte ayer. Nos
vemos.
Todos cuelgan, excepto Ros, quien me está mirando como si me hubieran crecido dos
cabezas.
Un correo de Ana aparece en mi bandeja de entrada.
—Espera un momento, Ros. Necesito un minuto o dos. —La pongo en silencio.
Y leo.
Y río en voz alta.
De: Anastasia Steele
Asunto: Lingüística descriptiva
Fecha: 27 Mayo 2011 08:52
Para: Christian Grey
Sale después de ―acosador‖ y de ―controlador obsesivo‖.
Y la lingüística descriptiva está dentro de mis límites infranqueables.
¿Me dejas en paz de una vez?
Me gustaría irme a trabajar en mi auto nuevo.
Ana
Escribo una rápida respuesta.
De: Christian Grey
Asunto: Mujeres difíciles pero divertidas
Fecha: 27 Mayo 2011, 08:56
Para: Anastasia Steele
Me escuece la palma de la mano.
Conduzca con cuidado, señorita Steele.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Ros me está mirando cuando le quito el silencio.
—¿Qué demonios, Christian?
—¿Qué? —finjo inocencia.
—Tú sabes qué. No tengas una maldita reunión cuando obviamente no estás interesado.
—¿Era demasiado obvio?
—Sí.
—Joder.
—Sí. Joder. Este podría ser un contrato gigantesco para nosotros.
—Lo sé. Lo sé. Lo lamento. —Sonrío.
—No sé qué es lo que te está pasando últimamente. —Sacude su cabeza, pero puedo decir
que está tratando de cubrir su asombro con exasperación.
—Es el aire de Portland.
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—Bueno, entre más rápido regreses aquí, mejor.
—Regresaré a la hora del almuerzo, más o menos. Mientras tanto, pídele a Marco que
investigue todas las casas editoriales en Seattle y vea si alguna de ellas está lo suficientemente
desarrollada para una adquisición.
—¿Quieres incursionar en el mundo de las editoriales? —farfulla Ros—. No es un sector con
alto potencial del crecimiento.
Probablemente ella tiene razón.
—Solo investiga. Eso es todo.
Suspira.
—Si insistes. ¿Estarás en contacto esta tarde? Podemos ponernos al día apropiadamente.
—Depende el tráfico.
—Anotaré una cita con Andrea.
—Genial. Adiós, por ahora.
Cierro WebEx, luego llamo a Andrea.
—Sr. Grey.
—Llame al Dr. Baxter y consiga que vaya a mi apartamento el domingo, cerca del mediodía.
Si no está disponible, encuentre un buen ginecólogo. El mejor.
—Sí, señor —dice—. ¿Algo más?
—Sí. ¿Cuál es el hombre de la compradora personal que uso en Neiman Marcus en el centro
Bravern?
—Caroline Acton.
—Envíeme su número por mensaje de texto.
—De acuerdo.
—La veré en la tarde.
—Sí, señor.
Cuelgo.
Hasta ahora, ha sido una mañana interesante. No puedo recordar ningún intercambio de
correos tan divertido, nunca. Miro lal portátil, pero no hay nada nuevo. Ana debe estar en el
trabajo.
Deslizo las manos por mi cabello.
Ros notó lo distraído que estuve durante esa conversación.
Mierda, Grey. Compórtate. .
Me devoro el desayuno, bebo algo de café frío y me dirijo a mi habitación para ducharme y
cambiarme. Incluso cuando me estoy lavando el cabello, no puedo sacar a esa mujer de mi cabeza.
Ana.
La maravillosa Ana.
La imagen de ella balanceándose arriba y abajo sobre mí me viene a la mente; ella sobre mi
rodilla, el trasero rosa; ella, atada a la cama, la boca abierta por el éxtasis. Señor, esa mujer es
sexy. Y, esta mañana, despertar a su lado no fue tan malo, y dormí bien… realmente bien.
Mayúsculas gritonas. Sus correos electrónicos me hacen reír. Son entretenidos. Ella es
divertida. Nunca supe que me gustaba eso en una mujer. Necesitaré pensar en lo que haremos el
domingo en mi cuarto de juegos… algo divertido, algo nuevo para ella.
Mientras me afeito, se me ocurre una idea y, tan pronto como me visto, regreso a mi
portátil para buscar mi juguetería favorita. Necesito una fusta, de cuero marrón trenzado. Sonrío
con suficiencia. Voy a hacer realidad los sueños de Ana.
Haciendo la orden, me pongo con correos del trabajo, energizado y productivo, hasta que
Taylor me interrumpe.
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—Buenos días, Taylor.
—Sr. Grey. —Asiente, mirándome con una expresión indescifrable y me doy cuenta que
estoy sonriendo porque estoy pensando en los correos de ella una vez más.
La lingüística descriptiva está dentro de mis límites infranqueables.
—He tenido una buena mañana. —Me encuentro a mí mismo explicándome.
—Me place estuchar eso, señor. Tengo la ropa de la señorita Steele de la semana pasada.
—Empácala con mis cosas.
—De acuerdo.
—Gracias. —Lo observo caminar hacia mi habitación. Incluso Taylor está notando el efecto
Anastasia Steele. Mi teléfono vibra: es un mensaje de texto de Elliot.
E: ¿Sigues en Portland?
C: Sí, pero me voy pronto.
E: Regresaré luego. Voy a ayudar a las chicas a mudarse.
Lástima que no puedas quedarte.
Nuestra primera CITA DOBLE desde que Ana te quitó la virginidad.
C: Vete a la mierda. Recogeré a Mia.
E: Necesito detalles, hermano. Kate no me dice nada.
C: Bien. Vete a la mierda. De nuevo.
—¿Señor Grey? —interrumpe Taylor una vez más, equipaje en mano—. El mensajero ha
sido despachado con la Blackberry.
—Gracias.
Asiente y se va mientras yo escribo otro correo electrónico para la Señorita Steele.
De: Christian Grey
Fecha: 27 de mayo de 2011 11:15.
Para: Anastasia Steele
Asunto: BlackBerry PRESTADA
Quiero poder localizarte a todas horas y, como esta es la forma de comunicación con la que
más te sinceras, pensé que necesitabas una BlackBerry.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y, quizá, responderás este teléfono cuando te llame.
A las once treinta de la mañana, tengo otra conferencia con nuestro director de finanzas
para discutir los asuntos de caridad de GEH para el próximo trimestre. Eso toma la mayor parte de
una hora y cuando hemos acabado, me termino un almuerzo ligero mientras leo el resto de mi
revista Forbes.
Mientras trago la última cucharada de ensalada, me doy cuenta que no tengo otra razón
para quedarme en el hotel. Es hora de irme y, aun así, no tengo ganas. En lo profundo, sé que es
porque no veré a Ana hasta el domingo, a menos que ella cambie de parecer.
Mierda. Espero que no.
Apartando ese pensamiento tan poco placentero, empiezo a empacar mis papeles en mi
maletín y, cuando alcanzo mi portátil para guardarla, veo que hay un correo electrónico de Ana.
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De: Anastasia Steele
Fecha: 27 de mayo de 2011 13:22
Para: Christian Grey
Asunto: Consumismo desenfrenado
Me parece que te hace falta llamar al doctor Flynn ahora mismo.
Tu tendencia al acoso se está descontrolando.
Estoy en el trabajo. Te mando un correo cuando llegue a casa.
Gracias por este otro cacharrito.
No me equivocaba cuando te dije que eres un consumista compulsivo.
¿Por qué haces esto?
Ana
¡Me está regañando! Le respondo inmediatamente.
De: Christian Grey
Fecha: 27 de mayo de 2011 13:24
Para: Anastasia Steele
Asunto: Muy sagaz para ser tan joven
Una muy buena puntualización, como de costumbre, señorita Steele.
El doctor Flynn está de vacaciones.
Y hago esto porque puedo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
No responde de inmediato, así que empaco mi portátil. Agarrando mi maletín, me dirijo a la
recepción para firmar la salida. Mientras espero por mi auto, Andrea me llama para decirme que
encontró una gineco-obstetra que irá al Escala el domingo.
—Su nombre es Dra. Greene, y está altamente recomendada por su Médico, señor.
—Bien.
—Ella ejerce en Northwest.
—De acuerdo. —¿A dónde va Andrea con esto?
—Hay una cosa, señor… es costosa.
Descarto su preocupación.
—Andrea, lo que ella quiera, está bien.
—En ese caso, puede estar en su apartamento a la una treinta de la tarde el domingo.
—Genial. Adelante.
—Perfecto, Sr. Grey.
Cuelgo y me siento tentando a llamar a mi madre para verificar las credenciales de la Dra.
Greene, ya que trabajan en el mismo hospital; pero eso podría provocar demasiadas preguntas de
Grace.
Una vez estoy en el auto, le envío a Ana un correo electrónico con los detalles sobre el
domingo.
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De: Christian Grey
Fecha: 27 de mayo de 2011 13:40
Para: Anastasia Steele
Asunto: Domingo
¿Quedamos el domingo a la una?
La doctora te esperará en el Escala a la una y media.
Yo me voy a Seattle ahora.
Confío en que la mudanza vaya bien, y estoy deseando que llegue el domingo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc
Correcto. Todo listo. Pongo el R8 en el camino y acelero hacia la quinta interestatal.
Mientras paso por la salida de Vancouver, me siento inspirado. Llamo a Andrea por el manos libres
y le pido que organice un regalo de bienvenida para Ana y Kate.
—¿Qué le gustaría enviar?
—Un Bollinger La Grande Année Rosé, de 1999.
—Sí señor. ¿Algo más?
—¿A qué se refiere con ―algo más‖?
—¿Flores? ¿Chocolates? ¿Un globo?
—¿Un globo?
—Sí.
—¿Qué clase de globos?
—Bueno… tienen de todo.
—De acuerdo. Buena idea… vea si puede conseguir un globo con forma de helicóptero.
—Sí, señor. ¿Y un mensaje para la tarjeta?
—―Señoritas: buena suerte en su nuevo hogar. Christian Grey‖. ¿Escribió eso?
—Sí. ¿Cuál es la dirección?
Mierda. No lo sé.
—Se la enviaré por mensaje de texto más tarde o mañana. ¿Así está bien?
—Sí, señor. Puedo hacer que lo envíen mañana.
—Gracias, Andrea.
—De nada. —Suena sorprendida.
Cuelgo y acelero mi R8.
Para las seis treinta, estoy en casa y mi antes entusiasta humor se ha amargado… todavía no
tengo respuesta de Ana. Selecciono un par de mancuernas de los cajones de mi closet mientras
ato mi corbata para el evento de la noche mientras me pregunto si ella está bien. Dijo que me
contactaría cuando llegara a casa; la he llamado dos veces, pero no contesta y me está irritando.
Intento una vez más y, esta vez, dejo un mensaje.
“Me parece que tienes que aprender a lidiar con mis expectativas. No soy un hombre
paciente. Si me dices que te pondrás en contacto conmigo cuando termines de trabajar, ten la
decencia de hacerlo. De lo contrario, me preocupo, y no es una emoción con la que esté
familiarizado, por lo que no la tolero. Llámame”.
Si no llama pronto, voy a explotar.
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Estoy sentando en una mesa con Whelan, mi banquero. Soy su invitado en una cena de
caridad para una entidad sin ánimo de lucro que quiere crear consciencia de la pobreza mundial.
—Me alegra que llegara —dice Whelan.
—Es una buena causa.
—Y gracias por su generosa contribución, Sr. Grey. —Su esposa está empalagosa,
mostrando sus pechos perfectamente operados en mi dirección.
—Como dije, es una buena causa. —Le muestro a ella una mirada de superioridad.
¿Por qué Ana no me ha devuelto la llamada?
Reviso mi teléfono de nuevo.
Nada.
Miro alrededor de la mesa a todos los hombres de mediana edad con su segunda o tercera
esposa de trofeo. Dios no permita que yo alguna vez sea así.
Estoy aburrido. Verdaderamente aburrido y verdaderamente enojado.
¿Qué está haciendo ella?
¿Podría haberla traído aquí? Sospecho que también habría estado aburrida. Cuando la
conversación en la mesa se mueve al estado de la economía, he tenido suficiente. Expresando
excusas, dejo el salón y me dirijo a la salida del hotel. Mientras el valet está trayendo mi auto,
llamo a Ana de nuevo.
Todavía no hay respuesta.
Tal vez ahora que me he ido, ella no quiere tener nada que ver conmigo.
Cuando llego a casa, me dirijo directo a mi estudio y enciendo el iMac.
De: Christian Grey
Fecha: 27 de mayo de 2011 22:14
Para: Anastasia Steele
Asunto: ¿Dónde estás?
Estoy en el trabajo. Te mando un correo cuando llegue a casa.
¿Aún sigues en el trabajo, o es que has empaquetado el teléfono, la BlackBerry y el
MacBook?
Llámame, o me veré obligado a llamar a Elliot.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Miro por mi ventana hacia las oscuras aguas del Sound. ¿Por qué me ofrecí a recoger a Mia?
Podría estar con Ana, ayudándola a empacar toda su mierda, para luego ir por pizza con ella, Kate
y Elliot, o lo que sea que hacen las personas normales.
Por el amor de Dios, Grey.
Ese no eres tú. Compórtate.
Vago por mi apartamento, mis pisadas haciendo eco en la sala, y parece dolorosamente
vacío desde la última vez que estuve aquí. Me deshago la corbata. Tal vez soy yo quien está vacío.
Me sirvo un Armagnac y miro al horizonte de Seattle, hacia el Sound.
¿Qué estás pensando de mí, Anastasia Steele? Las titilantes luces de Seattle no tienen la
respuesta.
Mi teléfono vibra.
Gracias. Mierda. Finalmente. Es ella.
—Hola. —Estoy aliviado de que haya llamado.
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—Hola —dice ella.
—Me tenías preocupado.
—Lo sé. Siento no haberte respondido, pero estoy bien.
¿Bien? Desearía estar…
—¿Lo has pasado bien esta noche? —pregunto, recobrando mi temperamento.
—Sí. Terminamos de empacar y Kate y yo cenamos comida china con José.
Oh, esto solo se pone mejor. El maldito fotógrafo de nuevo. Es por eso que ella no ha
llamado.
—¿Qué tal tú? —pregunta cuando no respondo, y hay una pizca de desesperación en su voz.
¿Por qué? ¿Qué es lo que no me está diciendo?
Oh, ¡deja darle vueltas a esto, Grey!
Suspiro.
—Asistí a una cena con fines benéficos. Aburridísima. Me fui en cuento pude.
—Ojalá estuvieras aquí —susurra.
—¿En serio?
—Sí —dice fervientemente.
Oh. Tal vez me ha extrañado.
—¿Nos veremos el domingo? —confirmo, tratando de evitar que mi voz suene esperanzada.
—Sí, el domingo —dice, y creo que está sonriendo.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Amo. —Su voz es ronca y me quita el aliento.
—Buena suerte con la mudanza de mañana, Anastasia.
Permanece en la línea, su respiración suave. ¿Por qué no cuelga? ¿No quiere hacerlo?
—Cuelga tú —susurra.
Ella no quiere colgar y mi humor se ilumina de inmediato. Sonrío mirando la vista de Seattle.
—No, cuelga tú.
—No quiero.
—Yo tampoco.
—¿Estaba muy enfadado conmigo? —pregunta.
—Sí.
—¿Todavía lo estás?
—No. —Ahora que sé que estás a salvo.
—Entonces, ¿no me vas a castigar?
—No. Yo soy de los que toman acciones en el momento.
—Ya lo he notado —bromea, y eso me hace reír.
—Ya puede colgar, señorita Steele.
—¿En serio quiere que lo haga, señor?
—Vete a la cama, Anastasia.
—Sí, Amo.
No cuelga y sé que está sonriendo. Me eleva el espíritu.
—¿Alguna vez crees que serás capaz de hacer lo que te digan?
—Puede. Lo sabremos después del domingo —dice, tentadora como es, y la línea queda
muerta.
Anastasia Steele, ¿qué voy a hacer contigo?
De hecho, tengo una buena idea, siempre que esa fusta llegue a tiempo. Y, con ese tentador
pensamiento, tiro el resto del Armagnac y me voy a la cama.
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Sábado, 28 de Mayo de 2011
─ Christian! —grita Mia con deleite y corre hacia mí, abandonando su carrito de equipaje.
Arrojando sus brazos alrededor de mi cuello, me abraza fuertemente—. Te he extrañado —dice.
—Te he extrañado, también. —Le doy un apretón de regreso. Se inclina hacia atrás y me
examina con esos intensos ojos oscuros.
—Te ves bien —dice efusivamente—. ¡Cuéntame de esta chica!
—Vamos a llevarte a ti y a tu equipaje primero a casa. —Agarro su carrito, que pesa una
tonelada, y juntos nos dirigimos fuera de la terminal hacia el estacionamiento del aeropuerto—.
Así que, ¿cómo estuvo París? Parece que has traído la mayor parte a casa contigo.
—¡C'est incroyable! —exclama—. Floubert, por el contrario, era un bastardo. Jesús. Era un
hombre horrible. Un profesor de mierda, pero un buen chef.
—¿Eso significa que cocinarás esta noche?
—Oh, esperaba que mamá cocinara.
Mia procede a hablar sin parar sobre París: su pequeño cuarto, la plomería, Sacré-Coeur,
Montmartre, los Parisinos, café, vino tinto, queso, moda, compras. Pero, principalmente sobre
moda y compras. Y pensé que iba a París para aprender a cocinar.
He extrañado su charla; es relajante y agradable. Es la única persona que conozco que no
me hace sentir… diferente.
—Esta es tu hermanita, Christian. Su nombre es Mia.
Mamá me deja abrazarla. Es muy pequeña. Con negro, negro cabello.
Ella sonríe. No tiene dientes. Saco mi lengua. Ella tiene una risa burbujeante.
Mamá me permite sostener a la bebé otra vez. Su nombre es Mia.
Le hago reír. La abrazo y sostengo. Está segura cuando la abrazo.
Elliot no está interesado en Mia. Ella babea y llora.
Y él arruga su nariz cuando ella se hace popó.
Cuando Mia llora, Elliot la ignora. La abrazo y la sostengo y ella se detiene.
Se queda dormida en mis brazos.
—Mii…a —susurro.
—¿Qué dijiste? —pregunta mamá, y su cara está blanca como la tiza.
—Mii…a.
—Sí. Sí. Querido niño. Mia. Su nombre es Mia.
Y mamá comienza a llorar con felices, felices lágrimas.
Giro en la entrada, estacionándome afuera por la puerta delantera de la casa de mamá y
papá, descargo el equipaje de Mia y lo llevo al salón.
—¿Dónde están todos? —Mia hace un puchero completo. La única persona que está es el
ama de llaves de mis padres, es una estudiante de intercambio, y no puedo recordar su nombre.
—Bienvenida a casa —le dice a Mia en su forzado inglés, aunque está mirándome con
mirada anhelante.
Oh, Dios. Es solo una cara bonita, cariño.
Ignorando al ama de llaves, respondo ante la pregunta de Mia.
—Creo que mamá está de guardia y papá está en una conferencia. Llegaste una semana
antes.
—No podía soportar a Floubert otro minuto. Tuve que salir mientras podía. Oh, te compré
un regalo. —Agarra una de sus maletas, la abre en el pasillo y comienza a hurgar a través de ella—.
¡Ah! —Me entrega una caja cuadrada y pesada—. Ábrelo —insta, sonriéndome radiantemente. Es
una fuerza imparable.
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Cautelosamente, abro la caja y encuentro dentro un globo de nieve con un piano negro
cubierto de escarcha. Es la cosa más cursi que he visto.
—Es una caja de música. Aquí… —Me lo quita, le da una buena sacudida y enrolla una
pequeña llave en la parte inferior. Una chispeante versión de ―La Marsellesa‖ comienza a sonar
en una nube de purpurina de colores.
—¿Qué voy a hacer con esto? —Me río, porque es tan Mia—. Esto es genial, Mia. Gracias. —
Le doy un abrazo y me abraza de vuelta.
—Sabía que te haría reír.
Tiene razón. Me conoce bien.
—Así que, cuéntame de esta chica —dice. Pero somos distraídos mientras Grace se apresura
a través de la puerta, dándome un respiro mientras madre e hija se abrazan.
—Siento tanto no haber estado allí para recogerte, cariño —dice Grace—. He estado de
guardia. Luces tan crecida. ¿Christian, puedes llevar bolsas de Mia arriba? Gretchen te dará una
mano.
¿De verdad? ¿Ahora soy un portero?
—Sí, mamá. —Ruedo mis ojos. No necesito a Gretchen soñando despierta conmigo. Una vez
hecho esto, les cuento que tengo una cita con mi entrenador—. Volveré esta noche. —
Rápidamente las beso a ambas, y me voy antes de que sea acosado con más preguntas sobre Ana.
Bastille, mi entrenador, me hace trabajar duro. Hoy estamos haciendo kickboxing en su
gimnasio.
—Te has puesto suave en Portland, chico —suelta después de que soy derribado sobre la
colchoneta por su patada giratoria. Bastille es de la escuela de golpes duros de entrenamiento
físico, la cual me viene bien.
Me pongo de pie. Quiero derribarlo. Pero tiene razón, está por encima de mi mierda hoy y
no consigo nada.
Cuando terminamos, pregunta:
—¿Qué pasa? Estás distraído, hombre.
—La vida, ya sabes —respondo con un aire de indiferencia.
—Seguro. ¿Puedes volver a Seattle esta semana?
—Sí.
—Perfecto. Te arreglaremos.
Cuando corro de vuelta al apartamento, recuerdo el regalo de bienvenida para Ana.
Le mando un mensaje de texto a Elliot.
¿Cuál es la dirección de Ana y Kate?
Quiero sorprenderlas con un presente.
Me envía un texto de vuelta con una dirección y lo reenvío a Andrea. Mientras estoy en el
ascensor hacia el pent-house, Andrea me escribe de vuelta:
Champán y globos enviados.
Taylor me entrega un paquete al llegar al apartamento.
—Esto llegó para usted, Sr. Grey.
Oh, sí. Reconozco la envoltura anónima: es la fusta.
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—Gracias.
—La Sra. Jones dijo que volvería mañana, al finalizar la tarde.
—Está bien. Creo que eso es todo por hoy, Taylor.
—Muy bien, señor —dice con una sonrisa amable y regresa a su oficina. Tomando la fusta,
entro en mi dormitorio. Esta será la perfecta introducción a mi mundo: por su propia admisión,
Ana no tiene ninguna esfera de referencia con respecto a los castigos corporales, excepto las
nalgadas que le di anoche. Y eso la excita. Con la fusta, voy a tener que tomarlo lento y hacerlo
placentero.
Realmente placentero. La fusta es perfecta. Le demostrará que el temor está en su la
cabeza. Una vez que se ponga cómoda con esto, podemos avanzar.
Espero que podamos avanzar…
Lo tomaremos lento. Y solo haremos lo que ella pueda manejar. Si esto se va a funcionar,
vamos a tener que ir a su ritmo. No el mío.
Le doy una mirada más a la fusta y lo pongo en mi armario para mañana.
Mientras enciendo mi portátil para comenzar a trabajar, mi teléfono suena. Espero que sea
Ana pero, lamentablemente, es Elena.
¿Se supone que la llamaría?
—Hola, Christian.
—¿Cómo estás?
—Bien, gracias.
—¿Estás en Portland?
—Sí.
—¿Te apetece cenar esta noche?
—No esta noche. Mia acaba de llegar de París y me han ordenado estar en casa.
—Ah. Por mamá Grey. ¿Cómo está ella?
—¿Mamá Grey? Está bien. Creo. ¿Por qué? ¿Qué sabes que yo no?
—Solo estaba preguntando, Christian. No seas tan susceptible.
—Te llamo la semana que viene. Tal vez podamos salir a cenar entonces.
—Bien. Has estado fuera del radar por un tiempo. Y he conocido a una mujer que creo que
puede satisfacer tus necesidades.
Yo también.
Ignoro su comentario.
—Nos vemos la próxima semana. Hasta luego.
Mientras me ducho, me pregunto si tener que perseguir a Ana lo hizo más interesante… ¿o
es Ana por sí misma?
La cena ha sido divertida. Mi hermana está de vuelta, la princesa que siempre ha sido, el
resto de la familia simplemente sus subordinados, envueltos alrededor de su dedo meñique. Con
todos sus hijos en casa, Grace está en su elemento; ha cocinado la comida favorita de Mia, pollo
frito con puré de papas y salsa de carne.
Tengo que decir que es uno de mis favoritos, también.
—Cuéntame de Anastasia —exige Mia cuando nos sentamos alrededor de la mesa de la
cocina. Elliot se inclina hacia atrás en su silla y descansa sus manos detrás de su cabeza.
—Esto lo tengo que oír. ¿Sabes que le quitó su virginidad?
—¡Elliot! —regaña Grace y lo golpea con su servilleta.
—¡Auch! —Se las arregla por su cuenta.
Ruedo mis ojos a todos ellos.
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—Conocí a una chica. —Me encojo de hombros—. Fin de la historia.
—¡No puedes decir solo eso! —objeta Mia, haciendo pucheros.
—Mia, creo que puede. Y acaba de hacerlo. —Carrick le da una reprobadora mirada
paternal sobre sus gafas.
—Todos la conocerán en la cena de mañana, ¿no, Christian? —dice Grace con una sonrisa
acentuada.
Oh, mierda.
—Kate viene —incita Elliot.
Jodido incitador. Lo miro fijamente.
—No puedo esperar a verla. ¡Suena impresionante! —Mia rebota hacia arriba y hacia abajo
en su silla.
–Sí, sí —murmuro, preguntándome si hay alguna manera de poder escabullirme de la cena
de mañana.
—Elena estaba preguntando por ti, cariño —dice Grace.
—¿En serio? —Finjo un aire desinteresado, desarrollado durante años de práctica.
—Sí. Dice que no te ha visto en mucho tiempo.
—He estado en Portland, por negocios. Hablando de eso, debo ir yéndome, tengo una
llamada importante mañana y necesito prepararme.
—Pero no has comido el postre. Y es postre de manzana.
Mmm… tentador. Pero, si me quedo, me harán preguntas sobre Ana.
—Me tengo que ir. Tengo trabajo que hacer.
—Cariño, trabajas demasiado —dice Grace mientras comienza a levantarse de su silla.
—No te levantes, mamá. Estoy seguro de que Elliot te ayudará con los platos después de la
cena.
—¿Qué? —chilla Elliot. Le guiño, me despido y doy la vuelta para irme.
—Pero,¿te veremos mañana? —pregunta Grace con demasiada esperanza en su voz.
—Ya veremos.
Mierda. Parece que Anastasia Steele va a conocer a mi familia.
No sé cómo me siento al respecto.
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Domingo, 29 de Mayo de 2011
Con la canción Shake Your Hips de los Rolling Stones sonando en mi oídos, acelero por toda
la Cuarta Avenida y giro a la derecha en Vine. Son las seis y cuarenta y cinco de la mañana, y es
cuesta abajo todo el camino… hacia su apartamento. Me siento atraído. Solo quiero ver donde
vive.
Está entre maniático del control y acosador.
Me río dentro de mí. Solo estoy corriendo. Es un país libre.
El bloque de apartamentos es de normales ladrillos rojos, con marcos de ventanas color
verde oscuro, típicos en el área. Está en un buen lugar cerca de la intersección de la calle Viney la
Western. Me imagino a Ana acurrucada debajo de su edredón y de su colcha color crema y azul.
Corro varias cuadras y giro hacia el mercado; los vendedores están colocando sus puestos.
Esquivo los caminos de fruta y vegetales y los furgones refrigerados que entregan la venta del día.
Este es el corazón de la ciudad, vibrante, incluso en esta temprana mañana gris y fría. El agua del
Sound es de un vidrioso color plomizo, haciendo juego con el cielo. Pero no hace nada para
amortiguar mi ánimo.
Hoy es el día.
Después de mi ducha, me pongo unos jeans y una camiseta de lino, y de mi cómoda saco
una liga para el cabello. La deslizo en mi bolsillo y me dirijo a mi estudio para mandarle un correo a
Ana.
De: Christian Grey
Asunto: Mi vida en cifras.
Fecha: 29 de Mayo de 2011 08:04.
Para: Anastasia Steele.
Si vienes en auto, vas a necesitar este código de acceso para el garaje subterráneo del
Escala: 146963.
Estaciona en la plaza 5: es una de las mías.
El código del ascensor es: 1880.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Un segundo o dos después hay una respuesta.
De: Anastasia Steele
Asunto: Una excelente cosecha.
Fecha: 29 de Mayo de 2011 08:08.
Para: Christian Grey
Sí, Amo. Entendido.
Gracias por el champán y el globo de Charlie Tango, que ahora está atado a mi cama.
Ana.
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Una imagen de Ana atada a su cama con mi corbata viene a mi mente. Me muevo en mi
silla. Espero que haya traído esa cama a Seattle.
De: Christian Grey
Asunto: Envidia
Fecha: 29 Mayo 2011 08:11.
Para: Anastasia Steele
De nada.
No llegues tarde.
Suertudo Charlie Tango.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
No responde, así que voy al refrigerador por algo de desayuno. Gail me ha dejado algunos
croissantsy, para el almuerzo, una ensalada César con pollo, suficiente para dos. Espero que Ana
coma esto; no me importa tenerlo comerlo dos días seguidos.
Taylor aparece mientras como mi desayuno.
—Buenos días, señor Grey. Aquí está el periódico del domingo.
—Gracias. Anastasia va a venir hoy a la una, y la doctora Greene a la una y media.
—Muy bien, señor. ¿Algo más en la agenda?
—Sí. Ana y yo iremos a cenar esta noche a casa de mis padres.
Taylor inclina su cabeza, luciendo momentáneamente sorprendido, pero se compone y deja
la habitación. Regreso a mi croissant y le aplico mermelada.
Sí. La voy a llevar a conocer a mis padres. ¿Cuál es el problema?
No puedo calmarme. Estoy inquieto. Son las doce y cuarto del mediodía. El tiempo está muy
lento hoy. Me rindo con el trabajo y, tomando el periódico del domingo, me voy de regreso a la
sala de estar, donde pongo algo de música y leo.
Para mi sorpresa, hay una fotografía de Ana y mía en el periódico local, tomada en la
ceremonia de graduación en la Estatal de Washington. Ella se ve adorable, y un poco asustada.
Escucho las puertas dobles abrirse, y ahí está ella… Lleva su cabello suelto, un poco salvaje y
sexy, y está usando ese vestido púrpura que usó en la cena en el Heathman. Se ve maravillosa.
Bravo, señorita Steele.
—Umm… ese vestido. —Mi voz está llena de admiración mientras camino hacia ella.
—Bienvenida de nuevo, señorita Steele —susurro, y tomando su mentón, le doy un tierno
beso en los labios.
—Hola —dice ella, sus mejillas un poco sonrosadas.
—Llegas a tiempo. Me gusta la puntualidad. Ven. —Tomando su mano, la llevo hasta el
sofá—. Quiero enseñarte algo. —Ambos nos sentamos, y le paso el Seattle Times, la fotografía la
hace reír. No es exactamente la reacción que esperaba.
—Así que ahora soy tu ―amiga‖ —se burla.
—Eso parece. Y sale en el periódico, así que debe ser verdad.
Estoy más calmado ahora que ella está aquí… probablemente porque está aquí. No ha
huido. Coloco su suave y sedoso cabello detrás de su oreja; mis dedos están picando por trenzarlo.
—Entonces, Anastasia, tienes una idea mucho más clara de lo que soy desde la última vez
que estuviste aquí.
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—Sí. —Su mirada es intensa… consciente.
—Y, sin embargo, volviste.
Asiente, dándome una tímida sonrisa.
No puedo creer mi suerte.
Sabía que eras extraña, Ana.
—¿Ya comiste?
—No.
¿Nada? Bien. Tendremos que arreglar esto. Arrastro mi mano por mi cabello y, en un tono
que puedo manejar, pregunto:
—¿Tienes hambre?
—No de comida —se burla.
Vaya. Bien podría estar dirigiéndose a mi ingle.
Inclinándome, presiono mis labios en su oreja y atrapo su intoxicante esencia.
——Tan impaciente como siempre, señorita Steele. ¿Te cuento un secreto? Yo también.
Pero la doctora Greene no tardará en llegar. —Me inclino contra el sofá—. Me gustaría que
comieras. —Es una petición.
—¿Qué puedes decirme acerca de la Dra. Greene? —Cambia hábilmente de tema.
——Es la mejor especialista en ginecología y obstetricia de Seattle. ¿Qué más puedo decir?
De cualquier manera, eso es lo que mi doctor le dijo a mi asistente.
—Pensaba que me iba a atender tu doctora. Y no me digas que en realidad eres una mujer,
porque no te creo.
Suprimo mi carcajada.
—Creo que es más apropiado que veas a un especialista ¿no?
Me da una mirada burlona, pero asiente.
Un tema más para tachar.
—Anastasia, a mi madre le gustaría que vinieras a cenar esta noche. Tengo entendido que
Elliot se lo va a pedir a Kate también. No sé si te apetece. A mí seme hace raro presentarte a mi
familia.
Se toma un segundo en procesar la información, pone su cabello sobre su hombro en la
forma que hace antes de una pelea. Pero se ve herida, no con ganas de discutir.
—¿Estás avergonzado de mí? —Suena sorprendida.
Oh, por el amor del cielo.
—Por supuesto que no. —¡De todas las cosas ridículas para decir! La miro, agraviado.
¿Cómo puede pensar eso sobre sí misma?
—¿Por qué es raro? —pregunta.
—Porque no lo he hecho nunca. —Sueno molesto.
—¿Por qué puedes poner tus ojos en blanco y yo no?
—No me di cuenta de que lo hice. —Me está regañando. De nuevo.
—Normalmente, yo tampoco —estalla.
Mierda. ¿Estamos peleando?
Taylor se aclara su garganta.
—La doctora Greene está aquí, señor —dice.
—Acompáñala a la habitación de la señorita Steele.
Ana se gira para mirarme y le extiendo mi mano.
—No vendrás, ¿verdad? —Está horrorizada y sorprendida al mismo tiempo.
Río, y mi cuerpo se agita.
—Pagaría un buen dinero por mirar, créeme, Anastasia, pero no creo que la doctora lo
apruebe. —Coloca su mano en la mía, y la jalo a mis brazos y la beso. Su boca es suave, cálida e
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invitante; mis manos se deslizan entre su cabello y profundizo el beso. Cuando la alejo, se ve
mareada. Presiono mi frente contra la suya—. Estoy tan agradecido de que estés aquí. Estoy
impaciente por desnudarte. —No puedo creer cuánto te he extrañado—. Vamos. Quiero conocer a
la doctora Greene, también.
—¿No la conoces?
—No.
Tomo la mano de Ana mientras subimos las escaleras a la que será su habitación.
La doctora Greene tiene una de esas miradas miopes, es penetrante y eso me pone un poco
incómodo.
—Señor Grey —dice, sacudiendo la mano que me estrecha con un firme agarre sin sentido.
—Gracias por venir en tan poco tiempo. —Le doy mi sonrisa más benigna.
—Gracias por hacer que valga la pena, señor Grey. Señorita Steele —dice cortésmente a
Ana, y sé que está evaluando nuestra relación. Estoy seguro de que piensa que me estoy torciendo
el bigote como un villano de una película silenciosa. Se gira y me da una significativa mirada que
dice ―váyase ahora‖.
Está bien.
—Estaré abajo —cedo. Aunque me hubiera gustado ver. Estoy seguro de que la reacción de
la buena doctora no tendría precio si hago esa petición. Sonrío ante el pensamiento y me dirijo
abajo, hacia la sala de estar.
Ahora que Ana no está conmigo, me siento inquieto de nuevo. Como distracción, preparo el
mostrador con dos lugares. Es la segunda vez que he hecho esto, y la primera vez fue por Ana
también.
Te estás suavizando, Grey.
Selecciono un Chablis para tomar con el almuerzo, uno de los pocos vinos blancos que me
gustan y, cuando termino, tomo asiento en el sofá y busco en la sección de deportes del periódico.
Subiendo el volumen de mi iPod con el control, espero que la música me ayude a
concentrarme en el resultado del juego de la noche pasada de los Mariners contra los Yankees, en
lugar de lo que está pasando en la parte de arriba con Ana y la doctora Greene.
Eventualmente sus pisadas hacen eco en el pasillo, y alzo la mirada mientras entran.
—¿Terminaron? —pregunto, y presiono el control para el iPod, acallando la música.
—Sí, señor Grey. Cuide de ella, es una mujer hermosa, joven y brillante.
¿Qué es lo que le dijo Ana?
—Eso me propongo —digo con una rápida mirada a Ana que dice ―¿qué diablos?‖.
Ella bate sus pestañas, sin tener idea. Bien. No es nada que haya dicho entonces.
—Le enviaré la factura —dice la doctora Greene—. Buen día, y buena suerte, Ana.
Los bordes de sus ojos se arrugan con una sonrisa cálida mientras sacuden sus manos.
Taylor la escolta hacia el elevador y, sabiamente, cierra las puertas dobles en el vestíbulo.
—¿Cómo fue? —pregunto, un poco perplejo por las palabras de la doctora Greene.
—Bien, gracias —responde Ana—. Dice que tengo que abstenerme de cualquier actividad
sexual por las siguientes cuatro semanas.
¿Qué demonios? Jadeo en sorpresa.
La serena expresión de Ana se disuelve en una de divertido triunfo.
—¡Caíste!
Bien jugado, señorita Steele.
Mis ojos se entrecierran y su sonrisa se desvanece.
—¡Caíste! —No puedo evitar sonreír. Tomándola por su cintura, la jalo contra mí, mi cuerpo
hambriento por ella—. Eres usted incorregible, señorita Steele. —Paso mis manos por su cabello y
la beso duro, preguntándome si debería follarla sobre el mostrador de la cocina como una lección.
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Todo en su momento, Grey.
—Aunque me encantaría hacértelo aquí y ahora, tienes que comer, y yo también. No quiero
que te me desmayes después —susurro.
—¿Es mi cuerpo todo lo que quieres de mí? —pregunta.
—Eso y lengua viperina. —La beso una vez más, pensando en lo que viene… mi beso se
profundiza y el deseo tensa mi cuerpo. Deseo a esta mujer. Antes de que la folle en el suelo, la
suelto, y ambos estamos sin aliento.
—¿Qué música es? —dice, su voz ronca.
—Es una pieza de Villa-Lobos, de sus Bachianas Brasileiras. Buena, ¿verdad?
—Sí —dice, mirando la barra de desayuno. Saco la ensalada César del refrigerador,
colocándola en la mesa entre los platos, y le pregunto si está bien con la ensalada.
—Sí, perfecto, gracias. —Sonríe.
Del congelador de vinos, saco el Chablis, sintiendo sus ojos sobre mí. No sabía que podía ser
tan doméstico.
—¿Qué estás pensando? —pregunto.
—Estaba viendo la forma en que te mueves.
—¿Y? —pregunto, momentáneamente sorprendido.
—Eres muy elegante —dice bajo, sus mejillas rosadas.
—Vaya, gracias, señorita Steele. —Me siento a su lado, inseguro de cómo responder ante su
dulce cumplido. Nadie me ha llamado elegante antes—. ¿Chablis?
—Por favor.
—Sírvete tú misma la ensalada. Dime, ¿por cuál método optaste?
—Mini píldora —dice.
—¿Y recordarás tomártela todos los días a la misma hora?
Un sonrojo pasa por su sorprendida cara.
—Estoy segura de que me lo recordarás —dice con un poco de sarcasmo, que opto por
ignorar.
Debiste de haber tomado la inyección.
—Pondré una alarma en mi agenda. Come.
Toma un mordisco, después otro… y otro. ¡Está comiendo!
—¿Entonces puedo poner la ensalada César de pollo en la lista para la señora Jones? —
pregunto.
—Pensé que cocinaría.
—Sí. Lo harás.
Ella termina antes que yo. Debe haber estado hambrienta.
—¿Impaciente como de costumbre, señorita Steele?
—Sí —dice, con esa mirada recatada mirando bajo las pestañas.
Mierda. Ahí está.
La atracción.
Como si estuviera bajo su hechizo, me levanto y la pongo en mis brazos.
—¿Quieres hacerlo? —susurro, suplicando por dentro que diga que sí.
—No he firmado nada.
—Lo sé… pero últimamente te estás saltando todas las normas.
—¿Me vas a pegar?
—Sí, pero no para hacerte daño. Ahora mismo, no quiero castigarte. Si te hubiera pillado
anoche… bueno, eso habría sido otra historia.
Su cara se vuelve blanca.
Oh, nena.
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—Que nadie intente convencerte de otra cosa, Anastasia: una de las razones por las que la
gente como yo hace esto es porque le gusta infligir o sentir dolor. Así de sencillo. A ti no, así que
ayer dediqué un buen rato a pensar en todo esto.
La rodeo con mis brazos, sujetándola contra mi creciente erección.
—¿Llegaste a alguna conclusión? —susurra.
—No, y ahora mismo no quiero más que atarte y follarte hasta dejarte sin sentido. ¿Estás
preparada para eso?
Su expresión facial se vuelve oscura, sensual y llena de curiosidad carnal.
—Sí —dice; la palabra le sale tan suave como un suspiro.
Joder, gracias.
—Bien. Vamos. —La llevo escaleras arriba, hacia mi cuarto de juegos. Mi sitio seguro. Donde
puedo hacerlo que desee con ella. Cierro los ojos, saboreando brevemente la euforia.
¿He estado alguna vez tan excitado?
Cerrando la puerta tras nosotros, suelto su mano y la estudio. Sus labios se separan al
inhalar; la respiración se le ha acelerado y es poco profunda. Tiene los ojos bien abiertos.
Preparada. Esperando.
—Mientras estés aquí dentro, eres completamente mía. Harás lo que me apetezca.
¿Entendido?
Se lame su labio inferior y asiente.
Buena chica.
—Quítate los zapatos.
Traga saliva y empieza a quitarse las sandalias de tacón alto. Las recojo y las dejo junto a la
puerta.
—Bien. No titubees cuando te pido que hagas algo. Ahora te voy a quitar el vestido, algo
que hace días que vengo queriendo hacer, si no me falla la memoria.
Hago una pausa, comprobando si sigue aquí conmigo.
—Quiero que estés a gusto con tu cuerpo, Anastasia. Tienes un cuerpo que me gusta mirar.
Es fantástico contemplarlo. De hecho, podría mirarlo todo el día, y quiero que te desinhibas y no
te avergüences de tu desnudez. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué? —Mi tono es más brusco.
—Sí, Amo.
—¿Lo dices en serio? —Te quiero desinhibida, Ana.
—Sí, Amo.
—Bien. Levanta los brazos por encima de la cabeza.
Despacio, levanta sus brazos. Agarro el vestido y se lo subo por su cuerpo, revelándolo
centímetro a centímetro, solo para mis ojos. Cuando está fuera, retrocedo para poder así llenarme
de ella.
Piernas, muslos, estómago, culo, tetas, hombros, cara, boca… es perfecta. Doblo el vestido y
lo dejo en la cómoda de juguetes. Alargo la mano y le agarro la barbilla.
—Te estás mordiendo el labio —le regaño—. Date la vuelta.
Hace lo que le digo y se vuelve hacia la puerta. Le suelto el sujetador y le bajo los tirantes
por los brazos, rozándole la piel con los dedos mientras lo hago y siento que tiembla bajo mi
toque. Le quito el sujetador y lo pongo sobre el vestido. Me quedo cerca, sin casi tocarle,
escuchando su rápida respiración y sintiendo el calor que irradia su piel. Está excitada y no es la
única. Le agarro el cabello con ambas manos para que le caiga por la espalda.
Es tan suave al tacto. Lo agarro todo con una mano y tiro para que esté mirando hacia un
lado, exponiendo el cuello para mi boca.
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Recorro con la nariz desde la oreja al hombro, y de nuevo a la oreja, inhalando su aroma del
cielo.
Joder, huele bien.
—Hueles tan divinamente como siempre, Anastasia. —Le doy un beso con suavidad bajo la
oreja, justo donde le late el pulso.
Gime.
—Calla. No hagas ni un solo ruido.
Del bolsillo de mis jeans, saco una goma de cabello y le recojo el cabello. Lo trenzo,
despacio, disfrutando de los tirones y giros contra su bonita y perfecta espalda. Hábilmente, le ato
la goma al final y le doy un tirón, forzándole a echarse hacia atrás y presionar su cuerpo contra el
mío.
—Aquí dentro me gusta que lleves trenza —susurro—. Date la vuelta.
Hace lo que le digo inmediatamente.
—Cuando te pida que entres aquí, vendrás así. Solo en braguitas. ¿Entendido?
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Sí, Amo.
—Buena chica. —Aprende rápido. Tiene los brazos a los lados y los ojos fijos en los míos.
Esperando—.Cuando te pida que entres aquí, espero que te arrodilles allí. —Señalo la esquina de
la habitación junto a la puerta—. Hazlo.
Parpadea un par de veces, pero antes de que se lo diga otra vez, da la vuelta y se arrodilla,
mirándome a mí y a la habitación.
Le doy permiso para sentarse sobre los talones y lo hace.
—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más. —Quiero
verte, nena—. Más. —Ver tu coño—. Perfecto. Mira al suelo.
No me mires ni a mí ni a la habitación. Puedes quedarte sentada y dejar que corran los
pensamientos, imaginando qué es lo que voy a hacerte.
Voy hacia ella y estoy complacido de que siga con la cabeza hacia abajo. Me arrodillo y le
agarro de la trenza, tirando para que me mire a los ojos.
—¿Podrás recordar esta posición, Anastasia?
—Sí, Amo.
—Bien. Quédate ahí, no te muevas.
Paso por delante de ella, abro la puerta y, por un momento, me quedo mirándole. Tiene la
cabeza agachada y los ojos fijos en el suelo.
Qué buena vista. Buena chica.
Quiero correr, pero contengo mi impaciencia y bajo las escaleras hacia mi habitación.
Mantén algo de puta dignidad, Grey.
En mi vestidor, echo la ropa a un lado y, de un cajón, saco mis jeans favoritos. Mis DJs. Mis
jeans de Amo.
Me los pongo y ato los botones, todos menos el último. Del mismo cajón, saco la fusta
nueva y la bata gris. Mientras salgo, agarro un par de condones y me los meto en el bolsillo.
Allá vamos. Es la hora del espectáculo, Grey.
Cuando vuelvo, sigue en la misma posición: su cabeza inclinada, la trenza cayéndole por la
espalda, sus manos en las rodillas. Cierro la puerta y cuelgo la bata del pomo. Ando hacia ella.
—Buena chica, Anastasia. Estás preciosa así. Bien hecho. Ponte de pie.
Se levanta pero sigue con la mirada en el suelo.
—Me puedes mirar.
Impacientes ojos azules me miran.
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—Ahora voy a encadenarte, Anastasia. Dame la mano derecha. —Saco la mano y pone la
mano en la mía. Sin desviar la mirada de sus ojos, vuelvo su palma hacia arriba y, desde la espalda,
saco la fusta. Rápidamente le doy en la palma. Se sobresalta y encorva la mano, parpadeando por
la sorpresa.
—¿Cómo te ha sentado eso? —pregunto.
Se le acelera la respiración y me mira antes de volver su mirada a la mano.
—Respóndeme.
—Bien. —Frunce el ceño.
—No frunzas el ceño —advierto—. ¿Te dolió
—No.
—Esto te va a doler. ¿Entendido?
—Sí. —Le tiembla un poco la voz.
—Va en serio —enfatizo y le enseño la fusta. Cuero marrón trenzado. ¿Lo ves? Escucho.
Me mira a los ojos. Sonrío divertido.
—Nos proponemos complacer, señorita Steele. Ven.
Le llevo al centro de la habitación, bajo la rejilla.
—Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella. —Se queda
mirando a la rejilla y después a mí.
—Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en aquella
pared. —Señalo a la cruz de San Andrés—. Pon las manos por encima de la cabeza.
Lo hace inmediatamente. Agarro las esposas de cuero que cuelgan de la rejilla, ato una a su
muñeca y me vuelvo. Soy metódico, pero me está distrayendo. Estar tan cerca de ella, sentir su
excitación, su ansiedad, tocarla. Encuentro difícil concentrarme. Una vez que está esposada, doy
un paso atrás e inhalo una respiración profunda, aliviado.
Al fin te tengo donde quiero, Ana Steele.
Despacio, ando a su alrededor, admirando la vista. ¿Podría parecer más caliente?
—Estás fabulosa atada así, señorita Steele. Y con esa lengua viperina quieta de momento.
Me gusta. —Me detengo frente a ella, meto los dedos en sus bragas y, oh, muy despacio, las bajo
por sus piernas hasta que estoy de rodillas a sus pies.
Admirándola. Es gloriosa.
Con los ojos fijos en los suyos, le quito las bragas, me las llevo a la nariz e inhalo
profundamente. Abre la boca completamente y se le abren más los ojos por la sorpresa.
Sí. Sonrío satisfecho. La reacción perfecta.
Meto las bragas en el bolsillo de atrás de mis jeans y me levanto, pensando mi siguiente
movimiento. Saco la fusta, le doy un golpe en el estómago y, suavemente, hago círculos en el
ombligo con la punta… la lengua de cuero. Ella toma una respiración y tiembla por el toque.
Estará bien, Ana. Confía en mí.
Despacio, empiezo a acariciarle, pasando la fusta por su piel, su estómago, los costados, la
espalda. En la segunda vuelta, la sacudo y le doy justo por debajo del culo, en su vulva.
—¡Ah! —chilla y tira de las ataduras.
—Calla —le advierto y ando a su alrededor otra vez. Le doy con la fusta en el mismo dulce
sitio y se estremece con el contacto, los ojos cerrados al absorber la sensación. Con otra vuelta, le
atizo en el pezón. Echa la cabeza hacia atrás y gime. Apunto de nuevo y la fusta besa su otro pezón
y veo cómo se endurece y alarga bajo el golpe del cuero.
—¿Te gusta esto?
—Sí —jadea, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás.
Le vuelvo a azotar en el trasero, esta vez más fuerte.
—Sí, ¿qué?
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—Sí, señor —gimotea.
Despacio y con cuidado, le doy pequeños picotazos con la fusta sobre el vientre y el
ombligo, hacia mi meta. Con un solo golpe, la lengua de cuero le da en el clítoris y grita un gemido.
—¡Por favor!
—Calla —ordeno y la castigo con un azote fuerte en su trasero.
La acaricio con el cuero hacia abajo a través de su vello púbico, contra su vulva y hasta la
entrada de su vagina. El cuero marrón está brillando con sus fluidos cuando lo aparto.
—Mira lo húmeda que te ha puesto esto, Anastasia. Abre los ojos y la boca.
Está respirando rápido, pero abre los labios y me mira con los ojos aturdidos y perdidos en
el momento sexual del momento. Y le meto la punta en la boca.
—Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, nena.
Cierra los labios alrededor de la fusta y es como si estuvieran alrededor de mi polla.
Joder.
Es demasiado caliente y no puedo resistirme a ella.
Saco la fusta de la boca y la rodeo con los brazos. Abre la boca para mí cuando la beso y
exploro con la lengua, lo que me revela el sabor de su lujuria.
—Oh, Anastasia, sabes fenomenal —susurro—. ¿Hago que te vengas?
—Por favor —suplica.
Otro chasquido de muñeca y le doy otro azote en el trasero.
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, señor —susurra.
Buena chica. Doy un paso atrás.
—¿Con esto? —pregunto con la fusta levantada para que pueda verla.
—Sí, señor —dice sorprendiéndome.
—¿Estás segura? —No puedo creerme la suerte que tengo.
—Sí, por favor, Amo.
Oh, Ana. Eres una jodida diosa.
—Cierra los ojos.
Hace lo que le ordeno. Y, con infinito cuidado y no poca gratitud, le doy pequeños azotes
sobre su vientre una vez más. En seguida está jadeando otra vez, cada vez más excitada.
Moviéndome hacia abajo, le paso la punta de cuero sobre el clítoris. Una vez. Otra vez. Y
otra vez.
Tira de las esposas, gimiendo y gimiendo. Entonces, se queda callada y sé que está cerca. De
repente, echa la cabeza hacia atrás y abre la boca, gritando en su orgasmo mientras le recorre
todo el cuerpo. Al instante, dejo caer la fusta y le agarro, sujetándole mientras se le disuelve el
cuerpo. Se derrumba contra mí.
Oh. No hemos acabado, Ana.
Con las manos en sus muslos, levanto su cuerpo tembloroso y la llevo, todavía atada a la
rejilla, hasta la cruz de San Andrés. Ahí la suelto, le sostengo de pie, presionada entre la cruz y mis
hombros. Me agarro los pantalones, deshago todos los botones, y dejo libre mi polla. Saco un
condón del bolsillo, rompo el envoltorio con los dientes y, con una mano, lo desenrollo sobre mi
erección.
Suavemente, le levanto y le susurro.
—Levanta las piernas, nena, enróscamelas en la cintura. —Sujetándole la espalda contra la
madera, le ayudo a ponerme las piernas alrededor de la cadera y le pongo los codos sobre mis
hombros.
Eres mía, nena.
En una embestida, estoy dentro de ella.
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Joder. Es exquisita.
Me tomo un momento para saborearla. Después, me empiezo a mover, degustando cada
embestida. Sintiéndola, una y otra vez; mi propia respiración se acelera y jadeo por aire,
perdiéndome en esta preciosa mujer. Tengo la boca abierta en su cuello, probándola. Su aroma
me llena los orificios de la nariz, me llena a mí. Ana. Ana. Ana. No quiero parar.
De repente, se tensa y su cuerpo convulsiona a mí alrededor.
Sí. Otra vez. Y me vengo. Llenándola. Sosteniéndola. Venerándola.
Sí. Sí. Sí.
Es tan preciosa. Y dulce infierno, eso fue alucinante.
Salgo de ella y, cuando colapsa contra mí, rápidamente suelto las muñecas de la rejilla y la
sujeto mientras nos llevo al suelo. La acurruco entre mis piernas, rodeándola con mis brazos, y se
hunde contra mí con los ojos cerrados y respirando con dificultad.
—Muy bien, nena. ¿Te dolió?
—No. —Casi no puedo oírla.
—¿Esperabas que te doliera? —pregunto apartándole unos mechones de cabello de la cara
para poderla ver mejor.
—Sí.
—¿Lo ves, Anastasia? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza. —Acaricio su cabeza—. ¿Lo
harías otra vez? —pregunto.
No responde inmediatamente y creo que se ha dormido.
—Sí —susurra un momento después.
Gracias, querido Señor.
La rodeo con mis brazos.
—Bien. Yo también. —Una y otra vez. Tiernamente,deposito un beso en su cabeza e inhalo.
Huele a Ana, sudor y sexo—. Y aún no he terminado contigo —le advierto. Estoy muy orgulloso de
ella. Ha hecho todo lo que quería.
Ella es todo lo que quiero.
Y, de repente, soy sobrecogido por una emoción poco familiar que me llena, cortando mis
tendones y huesos, dejándome lleno de miedo e inquietud a su paso. Ella vuelve la cabeza y
comienza a acariciar con la nariz el pecho.
Crece la oscuridad, sorprendente y familiar, sustituyendo mi malestar con sensación de
temor. Cada músculo de mi cuerpo se tensa. Ana parpadea y mira con ojos impávidos mientras
lucho por controlar mi miedo.
—No hagas eso —susurro. Por favor.
Se aparta un poco y mira mi pecho.
Contrólate, Grey.
—Arrodíllate junto a la puerta—le ordeno, quitándola de mí.
Vamos. No me toques.
Temblando, se levanta y tambalea hasta la puerta, donde regresa a su posición de rodillas.
Doy una respiración profunda para centrarme.
¿Qué estás haciéndome, Ana Steele?
Me levanto y estiro, más calmado ahora.
Ahí arrodillada al lado de la puerta, es cada centímetro de una sumisa ideal. Tiene los ojos
vidriosos, está cansada. Estoy seguro de que es por el bajón de adrenalina. Sus párpados se
cierran.
Oh, esto nunca funcionará. La quieres como una sumisa, Grey. Demuéstrale el significado de
ello.
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Del armario de juguetes agarrouna de las bridas para cables que compré en Clayton’s y unas
tijeras.
—La aburro, ¿verdad, señorita Steele? —le pregunto, enmascarando la diversión. Me mira
con sus ojos bien abiertos, como sintiéndose culpable.
—Levántate—le ordeno.
Despacio, se levanta sobre sus pies.
—Estás destrozada, ¿verdad?
Asiente con una tímida sonrisa.
Oh, nena, lo has hecho muy bien.
—Aguante, señorita Steele. Aún no he tenido bastante de ti. Pon las manos al frente como si
estuvieras rezando.
Frunce el ceño por un momento, pero presiona las palmas juntas y levanta sus manos. Ato
el cable alrededor de sus muñecas. Sus ojos se encienden al reconocerlo.
—¿Te resulta familiar? —le sonrío y acaricio el plástico, comprobando que haya espacio
para que no esté demasiado ajustado.
—Tengo unas tijeras aquí. —Las levanto para que las vea—. Puedo cortarlas en un segundo.
—Parece aliviada.
—Ven. —Agarro sus manos, dirigiéndola hacia la cama de cuatro postes del otro extremo de
la habitación.
—Quiero más… muchísimo más —le susurro al oído mientras mira a la cama—. Pero, seré
rápido. Estás cansada. Agárrate al poste.
Vacilante, se aferra al pilar de madera.
—Más abajo—ordeno. Mueve sus manos hacia abajo, hasta la base, hasta estar totalmente
inclinada—. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré. ¿Entendido?
—Sí, Amo—dice ella.
—Bien. —Lasostengo por la cadera, aproximándola a mí para que esté bien posicionada, con
su precioso traseroal aire a mi disposición.
—No te sueltes, Anastasia—le advierto—. Te voy a follar duro por detrás. Sujétate bien al
poste para no perder el equilibrio, ¿Entendido?
—Sí.
La azoto una vez en el culo.
—Sí, Amo —dice inmediatamente.
—Separa las piernas. —Empujo mi pie derecho contra el suyo, haciéndome espacio—. Eso
está mejor. Después de esto, te dejaré dormir.
Su espalda tiene la curva perfecta, cada vértebra desde su cuello a su fino, fino trasero.
Recorro la línea con mis dedos.
Tienes una piel preciosa, Anastasia, me digo a mí mismo. Inclinándome sobre ella, recorro el
camino que he trazado con los dedos, pero ahora dejando suaves besos. Mientras lo hago, acaricio
sus pechos, agarrando sus pezones entre mis dedos y los pellizco.
Se retuerce bajo mi toque y le doy un suave beso la cintura, después chupo y mordisqueo su
piel mientras sigo trabajando sus pezones.
Gime. Me detengo y alejo para admirar la vista, poniéndome más duro de solo
contemplarla. Voy por el segundo condón en el bolsillo, rápidamente quito mis pantalones y abro
el paquete. Usando ambas manos, lo deslizo sobre mi polla.
Me encantaría reclamar su trasero. Ahora. Pero es muy pronto para eso.
—Tienes un culo muy sexy y cautivador, Anastasia Steele. Las cosas que me gustaría hacerle.
—Acaricio con ambas manos las nalgas, a continuación bajo mis manos y deslizo dos dedos en su
interior, ensanchándola.
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Vuelve a gemir.
Está lista.
—Qué húmeda… Nunca me decepciona, señorita Steele. Agárrate fuerte… esto será rápido,
nena.
Sosteniéndola por la cadera, posiciono mi cuerpo en su entrada, luego levantándome,
agarro su trenza y la enrosco en mi muñeca, agarrándola fuertemente. Con una mano en mi polla
y otra en la trenza, me deslizo en su interior.
Es. Tan. Jodidamente. Dulce.
Despacio, salgo de ella, después, con la mano libre, le agarro por la cadera y aprieto más la
trenza.
Sumisa.
Entro de golpe, provocándole un grito.
—¡Aguanta, Anastasia! —le recuerdo. Si no espera, saldrá herida.
Sin respiración, se aprieta contra mí, apoyándose en sus piernas.
Buena chica.
Entonces comienzo a embestirla, provocándole pequeños gritos mientras se aferra al
poste... Pero no se echa atrás. Se junta conmigo en cada embestida.
Bravo, Ana.
Y entonces lo siento. Despacio. Sus paredes internas se aprietan a mí alrededor. Perdiendo
el control, me deslizo completamente en ella, permaneciendo inmóvil.
—Vamos, Ana, dámelo —gruño mientras me vengo, fuerte, con su orgasmo prolongando el
mío mientras la sostengo.
Introduciéndola entre mis brazos, nos bajo al suelo con Ana sobre mí, ambos mirando al
techo. Está completamente relajada, exhausta sin ninguna duda; su peso es un bienvenido
confort. Permanezco mirando a los mosquetones y me pregunto si alguna vezme permitirá
suspenderla.
Probablemente no.
Y no me importa.
Ha sido nuestra primera vez aquí y ha sido de ensueño. Le doy un beso en la oreja.
—Levanta las manos. —Tengo la voz rasposa. Despacio, las levanta como si pesaran una
tonelada y deslizo las tijeras bajo el cable.
—Declaro inaugurada esta Ana—murmuro y corto el plástico, librándola. Se ríe, lo que
provoca que se mueva contra mi cuerpo. Es extraño y bienvenido el sentimiento, lo que me hace
sonreír.
—Qué sonido tan hermoso —susurro mientras acaricio sus muñecas. Me siento, de manera
que está en mi regazo.
Me encanta hacerla sonreír. No sonríe lo suficiente.
—Eso es culpa mía—admito a mí mismo mientras la acaricio en sus hombros y brazos para
reanimarla. Se vuelve para mirarme con una mirada cansada pero como buscando—. Que no rías
más a menudo. —aclaro.
—No soy muy risueña—dice y bosteza.
―—Oh, pero cuando ocurre, señorita Steele, es una maravilla y un deleite contemplarlo.
—Muy florido, señor Grey—dice ella, provocándome.
Sonrío.
—Aparentemente te han follado bien y te hace falta dormir.
—Eso no es nada florido—se burla, regañándome.
Levantándola de mi regazo para poder levantarme, voy por mis pantalones y me los pongo.
—No quiero asustar a Taylor, ni tampoco a la señora Jones.
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No sería la primera vez.
Ana se sienta en el suelo como aturdida y cansada. La agarro por la parte de arriba de sus
brazos y la levanto, llevándola hacia la puerta. Del pomo de la puerta, agarro el vestido gris y se lo
pongo. No ayuda, está verdaderamente exhausta.
—A la cama —digo, besándola rápidamente.
Una expresión alarmada cruza por su rostro.
—Para dormir—le aseguro. Me agacho, agarrándola en mis brazos y la acerco a mi pecho, y
me dirijo al cuarto de las sumisas. Ahí, aparto el edredón y la acuesto, y, en un momento de
debilidad, me meto con ella. Nos cubro a ambos con el edredón y la abrazo.
Solo la abrazaré hasta que se quede dormida.
—Duerme, preciosa. —La beso en su cabello sintiéndome completamente saciado… y
agradecido. Lo hicimos. Esta dulce e inocente mujer me permitió perderme en ella. Y creo lo ha
disfrutado. Yo sé que lo hice… más que nunca.
Mami se sienta y me mira en el espejo con el gran crack.
Cepillo su cabello. Es suave y huele a mami y flores.
Agarra el cepillo y le da vueltas y vueltas al cabello.
Así es como una serpiente en su espalda.
Ya está, dice ella.
Se voltea y me mira.
Hoy está contenta.
Me gusta cuando mami está contenta.
Me gusta cuando me sonríe.
Está guapa cuando sonríe.
Hagamos una tarta, Maggot.
Tarta de manzana.
Me gusta cuando mami hornea.
Me despierto repentinamente con un dulce aroma invadiéndome la mente. Es Ana. Está
dormida a mi lado. Me tumbo sobre mi espalda y permanezco mirando al techo.
¿Cuándo me quedé dormido en esta habitación?
Nunca.
La idea me enoja y, por alguna insondable razón, me incomoda.
¿Qué te está pasando, Grey?
Me siento cuidadosamente, sin pretender despertarla, y me quedo mirándoladormir. Sé lo
que es, estoy inquieto porque estoy aquí con ella. Salgo de la cama para dejarla dormir y voy hacia
mi cuarto de juegos. Ahí, recojo el cable usado, los condones y los deslizo dentrodel bolsillo,
donde encuentro las bragas de Ana. Con la fusta, su ropa y zapatos en la mano, salgo y cierro la
puerta. De vuelta en su habitación, cuelgo su vestido en la puerta del armario, pongo sus zapatos
bajo la silla y dejo el sujetador encima. Saco las bragas del bolsillo y una idea cruza por mi mente.
Voy al baño. Necesito una ducha antes de ir a cenar con mis padres. Dejaré dormir un poco
más a Ana.
Llueven cascadas de agua caliente sobre mí y se llevan toda la ansiedad y el malestar de
antes. Para ser la primera vez, no ha estado mal, para ninguno de nosotros. Y yo que pensaba que
una relación con Ana era imposible; pero ahora, el futuro parece lleno de posibilidades. Hago una
nota mental de llamar a Caroline Acton por la mañana para vestir a mi chica.
Después de una productiva hora en mi oficina, poniéndome al día con mis tareas de lectura,
decido que Ana ya ha dormido lo suficiente. Ha oscurecido fuera y tenemos que irnos en 45
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minutos a cenar a casa de mis padres. Me ha sido más fácil concentrarme en mi trabajo sabiendo
que está arriba, en su cuarto.
Raro.
Bueno, sé que está a salvo arriba.
Del refrigerador, saco un cartón de zumo de arándanos y una botella de agua con gas. Los
mezclo en un vaso y subo las escaleras.
Todavía está dormida, acurrucada donde la dejé. Dudo se haya movido un milímetro. Tiene
los labios entreabiertos y respira suavemente. Está despeinada, con hebras saliendo desde la
trenza. Me siento en el borde de la cama, a su lado, y me inclino para depositar un beso en su sien.
Gime y protesta, aún dormida.
—Anastasia, despierta. —Mi voz es amable mientras la acaricio para que despierte.
—No—gimotea, abrazándose contra la almohada.
—En media hora tenemos que irnos a cenar a casa de mis padres.
Abre los ojos y parpadea, después se centra en mí.
—Vamos, bella durmiente. Levántate. —Vuelvo a besarla en la sien—. Te traje algo de
beber. Estaré abajo. No vuelvas a dormirte o te meterás en problemas—le advierto mientras se
estira. Le doy un beso más y, con una mirada hacia la silla donde no encontrará sus bragas, hago
mi camino escaleras abajo, sin poder resistir la sonrisa.
Hora de jugar, Grey.
Mientras espero a la señorita Steele, le doy al botón del iPod remoto y la música viene a la
vida en una lista al azar. Inquieto, ando hasta las puertas del balcón y me quedo mirando al
temprano cielo nocturno, escuchando And She Was de Talking Heads. Taylor entra.
—Señor Grey. ¿Traigo el auto?
—Danos cinco minutos.
—Sí, señor—dice, desapareciendo por el ascensor del servicio.
Ana aparece minutos después en la entrada de la sala de estar. Está luminosa, incluso
impresionante… y parece divertida. ¿Qué dirá sobre sus bragas desaparecidas?
—Hola —dice con una sonrisa críptica.
—Hola. ¿Cómo te encuentras?
Su sonrisa se ensancha.
—Bien, gracias. ¿Y tú? —Finge indiferencia.
—Fenomenal, Señorita Steele. —El suspenso es tangible y espero que mi anticipación no
esté escrita por todo mi rostro.
—Frank. Jamás te habría tomado por fan de Sinatra—dice, ladeando su cabeza y mirándome
curiosamente mientras los ricos tonos de “Witchcraft” llenan la habitación.
—Soy ecléctico, señorita Steele. —Doy un paso hacia ella hasta que estoy justo enfrente.
¿Se romperá? Estoy buscando una respuesta en sus brillantes ojos azules.
Pregúntame por tus bragas, nena.
Acaricio sus mejillas con mis dedos. Se acerca hacia mi toque y estoy completamente
seducido por su dulce gesto, por su expresión tentadora y por la música. La quiero entre mis
brazos.
—Baila conmigo—susurro al tomar el control remoto del bolsillo y subo el volumen hasta
que la voz de Frank canturrea sobre nosotros. Ofrece su mano. Le rodeo por la cintura y acerco su
hermoso cuerpo contra el mío, y empezamos un lento y simple ritmo. Me agarra por los hombros,
pero estoy preparado para que me toque y, juntos, nos movemos por el suelo, su radiante rostro
iluminando la habitación… y a mí. Cae en mi ritmo y, cuando la canción termina, está temblorosa y
sin respiración.
Y yo también lo estoy.
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—No hay bruja más linda que tú. —Le doy un tierno beso en los labios—. Vaya, esto ha
devuelto el color a sus mejillas, señorita Steele. Gracias por el baile. ¿Vamos a conocer a mis
padres?
—De nada, y sí, estoy impaciente por conocerlos—me responde, aún colorada y preciosa.
—¿Tienes todo lo que necesitas?
—Sí, sí—dice con confianza.
—¿Estás segura?
Asiente y se le curvan los labios en una sonrisa.
Dios, tiene agallas.
Sonrío.
—Muy bien. —No puedo ocultar mi satisfacción—. Si así es como quiere jugar, señorita
Steele. —Tomando mi chaqueta, nos dirigimos hacia el ascensor.
Nunca deja de sorprenderme, impresionarme ni desarmarme. Ahora, tendré que
permanecer sentado en la cena con mis padres sabiendo que mi chica no está llevando nada de
ropa interior. De hecho, estoy aquí en el ascensor, sabiendo que está desnuda bajo su falda.
Te está pagando con la misma moneda, Grey.
Ella está silenciosa mientras Taylor nos lleva hacia el norte por la quinta interestatal. Atrapo
un vistazo del Lago Unión; la luna desaparece detrás de una nube, y el agua se oscurece, como mi
estado de ánimo. ¿Por qué la estoy llevando a ver a mis padres? Si la conocen, tendrán ciertas
expectativas. Y lo mismo hará Ana. Y no estoy seguro de si la relación que quiero con Ana estará a
la altura de esas expectativas. Y para empeorar las cosas, puse todo esto en movimiento cuando
insistí en que ella conociera a Grace. Soy el único culpable. Yo, y el hecho de que Elliot está
follando a su compañera de piso.
¿A quién estoy engañando? Si no quisiera que conociera a mi familia, ella no estaría aquí.
Simplemente desearía no estar tan preocupado por ello.
Sí. Ese es el problema.
—¿Dónde has aprendido a bailar? —pregunta, interrumpiendo mi cadena de pensamientos.
Oh, Ana. Ella no va a querer que vaya allí.
—Christian, sostenme. Ahí. Adecuadamente. Derecha. Un paso. Dos. Bien. Mantén el tiempo
de la música. Sinatra es perfecto para el fox-trot. —Elena se encuentra en su elemento.
—Sí, Ama.
—¿En serio quieres saberlo? —respondo.
—Sí —responde, pero su tono dice lo contrario.
Tú preguntaste. Suspiro en la oscuridad junto a ella.
—A la señora Robinson le gustaba bailar.
—Debía de ser muy buena maestra. —Su susurro se tiñe de pesar y renuente admiración.
—Lo era.
—Está bien. Una vez más. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cariño, lo tienes.
Elena y yo nos deslizamos por su sótano.
—Una vez más. —Se ríe, con la cabeza echada hacia atrás, y se ve como una mujer de la
mitad de su edad.
Ana asiente y estudia el paisaje, sin duda elaborando alguna teoría sobre Elena. O tal vez
está pensado sobre conocer a mis padres. Me gustaría saber. Tal vez está nerviosa. Como yo.
Nunca he llevado a una chica a casa.
Cuando Ana comienza a moverse nerviosamente, percibo que algo la está preocupando.
¿Está preocupada por lo que hicimos hoy?
—No lo hagas —digo, mi voz más suave de lo que me propongo.
Ella se gira hacia mí, su expresión indescifrable en la oscuridad.
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—¿Qué no haga qué?
—No le des tantas vueltas a las cosas, Anastasia. —Lo que sea que estés pensando. Me
estiro, tomo su mano, y beso sus nudillos—. La pasé estupendamente esta tarde. Gracias.
Consigo un breve destello de dientes blancos y una sonrisa tímida.
—¿Por qué usaste una brida? —pregunta.
Preguntas sobre esta tarde; esto es bueno.
—Es rápido, es fácil y es una sensación y una experiencia distinta para ti. Sé que parece
bastante brutal, pero me gusta que las sujeciones sean así. —Mi voz es seca mientras trato de
inyectar nuevamente un poco de humor en nuestra conversación—. Lo más eficaz para evitar que
te muevas.
Sus ojos se mueven rápidamente hacia Taylor en el asiento delantero.
Cariño, no te preocupes por Taylor. Él sabe exactamente lo que está pasando, y ha hecho
esto durante cuatro años.
—Forma parte de mi mundo, Anastasia. —Le doy a su mano un apretón tranquilizador antes
de liberarla. Ana se gira para mirar por la ventana; somos rodeados por agua a medida que
cruzamos el Lago Washington en el puente 520, mi parte favorita de este viaje. Ella levanta los pies
y, se acurruca en el asiento, envolviendo los brazos alrededor de sus piernas.
Algo pasa.
Cuando me mira, pregunto:
—¿Un dólar por tus pensamientos?
Suspira.
Mierda.
—¿Tan malos son?
—Ojalá supiera lo que piensas tú —dice.
Sonrío, aliviado de escuchar esto, y me alegro de que no sepa lo que realmente está en mi
mente.
—Lo mismo digo, nena —respondo.
Taylor se detiene frente a la puerta principal de mis padres.
—¿Estás preparada para esto? —pregunto.
Ana asiente y aprieta mi mano.
—También es la primera vez para mí —susurro. Cuando Taylor sale por la puerta, le doy una
malvada sonrisa lasciva—. Apuesto que ahora te gustaría llevar tu ropita interior.
Su respiración se engancha y frunce el ceño, pero salgo del auto para saludar a mis padres,
quienes esperan en el umbral de la puerta. Ana se ve bien y tranquila a medida que rodea el auto y
se dirige hacia nosotros.
—Anastasia, ya conoces a mi madre, Grace. Este es mi padre, Carrick.
—Señor Grey, es un placer conocerlo. —Sonríe y estrecha su mano extendida.
—El placer es todo mío, Anastasia.
—Por favor, llámeme Ana.
—Ana, cuánto me alegro de volver a verte. —Grace la abraza—. Pasa, querida. —Tomando
el brazo de Ana, la lleva dentro y la sigo en su estela sin ropa interior.
—¿Ya ha llegado? —grita Mia desde algún lugar dentro de la casa. Ana me da una mirada
sorprendida.
—Esa es Mia, mi hermana menor.
Ambos nos giramos en dirección a los altos tacones traqueteando a través de la sala. Y ahí
está ella.
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—¡Anastasia! He oído hablar tanto de ti… —Mia la envuelve en un enorme abrazo. Aunque
es más alta que Ana, recuerdo que casi son de la misma edad. Mia toma su mano y la arrastra al
vestíbulo mientras mis padres y yo las seguimos.
—Christian nunca ha traído a una chica a casa —le dice Mia a Ana con voz chillona.
—Mia, cálmate —la reprende Grace.
Sí, por el amor de D. Deja de hacer una escena.
Ana me atrapa rodando los ojos y me lanza una mirada fulminante.
Grace me saluda con un beso en ambas mejillas.
—Hola, cariño. —Está brillando, feliz de tener a todos sus hijos en casa.
Carrick me ofrece su mano.
—Hola, hijo. Cuánto tiempo sin verte.
Estrechamos las manos y seguimos a las mujeres a la sala de estar.
—Papá, me viste ayer —murmuro.
—Bromas de papá. —Mi padre destaca en ellas.
Kavanagh y Elliot están abrazados en uno de los sofás. Pero Kavanagh se levanta y abraza a
Ana cuando entramos.
—Christian. —Me da un educado asentimiento.
—Kate.
Y ahora Elliot tiene sus enormes garras sobre Ana.
Mierda, ¿quién sabía que mi familia fuera tan cariñosa de repente? Bájala. Fulmino con la
mirada a Elliot y él sonríe, una expresión de solo-te-estoy-mostrando-cómo-se-hace embarrada
por todo su rosto. Deslizo mi brazo alrededor de la cintura de Ana y tiro de ella a mi lado. Todos
los ojos están puestos en nosotros.
Demonios. Esto se siente como un espectáculo de fenómenos.
—¿Algo de beber? —Ofrece papá—. ¿Prosecco?
—Por favor —respondemos Ana y yo al unísono.
Mia salta en su lugar y aplaude.
—Pero si hasta dicen las mismas cosas. Ya voy yo. —Sale de la habitación.
¿Qué diablos está mal con mi familia?
Ana frunce el ceño. Probablemente también los está encontrando raros.
—La cena está casi lista —dice Grace mientras sigue a Mia fuera de la habitación.
—Siéntate —le digo a Ana y la llevo hasta uno de los sofás. Ella hace lo que le dicen y yo me
siento a su lado, con cuidado de no tocarla. Tengo que ser un ejemplo para mi familia
excesivamente demostrativa.
¿Tal vez ellos siempre han sido de esta manera?
Mi padre me distrae.
—Estábamos hablando de las vacaciones, Ana. Elliot ha decidido irse con Kate y su familia a
Barbados una semana.
¡Amigo! Me le quedo viendo a Elliot. ¿Qué diablos pasó con el Sr. Ámalas y Déjalas?
Kavanagh debe ser buena en la cama. Ella ciertamente parece bastante engreída.
—¿Te tomarás un tiempo de descanso ahora que has terminado los estudios? —le pregunta
Carrick a Ana.
—Estoy pensando en irme unos días a Georgia —responde.
—¿A Georgia? —exclamo, incapaz de ocultar mi sorpresa.
—Mi madre vive allí —dice, con voz vacilante—, y hace tiempo que no la veo.
—¿Cuándo pensabas irte? —chasqueo.
—Mañana, a última hora de la tarde.
¡Mañana! ¿Qué demonios? ¿Y me vengo a enterar de esto ahora?
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Mia regresa con Prosecco rosa para Ana y para mí.
—¡Porque tengan buena salud! —Papá levanta su copa.
—¿Cuánto tiempo? —persisto, tratando de mantener mi tono de voz.
—Aún no lo sé. Dependerá de cómo vayan mis entrevistas de mañana.
¿Entrevistas? ¿Mañana?
—Ana se merece un descanso —interrumpe Kavanagh, mirándome con antagonismo mal
disimulado. Quiero decirle que se meta en sus propios jodidos asuntos, pero por el bien de Ana
contengo mi lengua.
—¿Tienes entrevistas? —le pregunta papá a Ana.
—Sí, mañana, para un puesto de becaria en dos editoriales.
¿Cuándo iba a decirme esto? ¡Estoy aquí con ella durante dos minutos y estoy descubriendo
detalles de su vida que yo debería saber!
—Te deseo toda la suerte del mundo —le dice Carrick con una sonrisa.
—La cena está lista —llama Grace desde el otro lado del pasillo.
Dejo que los otros salgan de la habitación, pero agarro el codo de Ana antes de que pueda
seguirlos.
—¿Cuándo pensabas decirme que te marchabas? —Mi temperamento está rápidamente
revelándose.
—No me voy, voy a ver a mi madre y solamente estaba valorando la posibilidad. —Ana me
hace caso omiso, como si fuera un niño.
—¿Y qué pasa con nuestro contrato?
—Aún no tenemos ningún contrato.
Pero…
Nos guío por la puerta de la sala y el pasillo.
—Esta conversación no ha terminado —advierto mientras entramos al comedor.
Mamá ha ido por todo —la mejor vajilla china, el mejor cristal—, para beneficio de Ana y
Kavanagh. Saco una silla para Ana; ella se sienta y tomo asiento a su lado. Mia nos sonríe desde el
otro lado de la mesa.
—¿Dónde conociste a Ana? —pregunta Mia.
—Me entrevistó para la revista de la Universidad Estatal de Washington.
—Que Kate dirige —interviene Ana.
—Quiero ser periodista —le dice Kate a Mia.
Mi padre le ofrece a Ana algo de vino mientras Mia y Kate hablan sobre periodismo.
Kavanagh tiene una pasantía en el Seattle Times, sin duda arreglada para ella por su padre.
Por el rabillo del ojo, me doy cuenta de que Ana me está analizando.
—¿Qué? —pregunto.
—No te enfades conmigo, por favor —dice, tan bajo que solo yo puedo oírlo.
—No estoy enfadado contigo —miento.
Sus ojos se estrechan, y es obvio que no me cree.
—Sí, estoy enfadado contigo —confieso. Y ahora siento como que estoy exagerando. Cierro
los ojos.
Contrólate, Grey.
—¿Tanto como para que te pique la palma de la mano? —susurra.
—¿De qué están cuchicheando? —interrumpe Kavanagh.
¡Buen Dios! ¿Ella siempre es así? ¿Tan intrusiva? ¿Cómo diablos Elliot la soporta? La fulmino
con la mirada, y tiene el sentido común de retroceder.
—De mi viaje a Georgia —dice Ana, con dulzura y encanto.
Kate sonríe.
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—¿Qué tal en el bar el viernes con José? —pregunta, con una mirada descarada en mi
dirección.
¿Qué. Demonios. Es. Esto?
Ana se tensa a mi lado.
—Muy bien —dice tranquilamente.
—Como para que me pique la palma de la mano —le susurro—. Especialmente ahora.
Así que fue a un bar con el chico que estaba tratando de embestir su lengua hasta su
garganta la última vez que lo vi. Y ella ya había aceptado ser mía. ¿Ir furtivamente a un bar con
otro hombre? Y sin mi permiso…
Merece ser castigada.
A mi alrededor, la cena está siendo servida.
He acordado no ir demasiado duro con ella… tal vez debería utilizar un flagelador. O quizás
debería darle una azotina directa, más dura que la anterior. Aquí, esta noche.
Sí. Eso tiene posibilidades.
Ana baja la mirada hacia sus dedos. Kate, Elliot y Mia están en una conversación sobre
cocina francesa, y papá regresa a la mesa. ¿Dónde ha estado?
—Preguntan por ti, cariño. Del hospital —le dice a Grace.
—Empiecen sin mí, por favor —dice mamá, pasándole un plato de comida a Ana.
Huele bien.
Ana lame sus labios y la acción resuena en mi ingle. Debe de estar muriendo de hambre.
Bien. Eso es algo.
Mamá se ha superado a sí misma; chorizo, vieiras, pimientos. Bien. Y me doy cuenta de que
también tengo hambre. Eso no puede ser de ayuda a mi estado de ánimo. Pero me alegra ver
comer a Ana.
Grace regresa, luciendo preocupada.
—¿Va todo bien? —pregunta papá, y todos levantamos la mirada hacia ella.
—Otro caso de sarampión —suspira Grace pesadamente.
—Oh, no —dice papá.
—Sí, un niño. El cuarto caso en lo que va del mes. Si la gente vacunara a sus hijos. —Grace
sacude la cabeza—. Cuánto me alegro de que nuestros hijos nunca pasaran por eso. Gracias a Dios,
nunca sufrieron nada peor que la varicela. Pobre Elliot. —Todos miramos a Elliot, que deja de
comer, a medio masticar, con la boca llena de relleno, tonto. Él se siente incómodo siendo el
centro de atención.
Kavanagh le da a Grace una mirada interrogante.
—Christian y Mia tuvieron suerte —explica Grace—. Ellos la tuviera muy flojita, algún
granito nada más.
Oh, dale un descanso, mamá.
—Papá, ¿viste el partido de los Mariners? —Elliot claramente está dispuesto a cambiar de
conversación, como yo.
—No puedo creer que vencieron a los Yankees —dice Carrick.
—¿Viste el juego, pez gordo? —me pregunta Elliot.
—No. Pero leí la columna de deportes.
—Los Mariners están haciendo una gran carrera. Nueve juegos ganados de los últimos once,
me da esperanza. —Papá suena emocionado.
—Ciertamente están teniendo una mejor temporada que en el 2010 —añado.
—Gutiérrez en el campo central estuvo impresionante. ¡Esa atrapada! Vaya. —Elliot alza sus
brazos. Kavanagh se arrastra sobre él como una tonta enamorada.
—¿Qué talsu nueva casa, querida? —le pregunta Grace a Ana.
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—Solo hemos estado allí una noche, y todavía tengo que desempacar, pero me encanta,
está tan céntrica, a una corta caminata de Pike Place, y cerca del agua.
—Oh, así que estás cerca de Christian, entonces —comenta Grace.
La ayudante de mamá limpia la mesa. Todavía no puedo recordar su nombre. Ella es suiza, o
australiana o algo, y no para de sonreír estúpidamente y batir sus pestañas hacia mí.
—¿Has estado en París, Ana? —pregunta Mia.
—No, pero me encantaría ir.
—Nosotros fuimos de luna de miel a París —dice mamá. Ella y papá intercambian una
mirada a través de la mesa, que francamente preferiría no ver. Obviamente la pasaron bien.
—Es una ciudad preciosa, a pesar de los parisinos. Christian, deberías llevar a Ana a París —
exclama Mia.
—Me parece que Anastasia preferiría Londres —respondo a la ridícula sugerencia de mi
hermana. Posicionando mi mano en la rodilla de Ana, exploro su pierna a un ritmo lento, su
vestido subiéndose mientras mis dedos continúan. Quiero tocarla; acariciarla donde sus bragas
deberían estar. Mientras mi polla despierta en anticipación suprimo un gemido y me remuevo en
mi asiento.
Ella se aleja de mí como para cruzar sus piernas, y cierro mi mano alrededor de su pierna.
¡Ni te atrevas!
Ana toma un sorbo de vino, sin sacar sus ojos de la empleada de mi madre, ella está
sirviendo nuestras entradas.
—¿Qué tienen de malo los parisinos? ¿No sucumbieron a tus encantos? —se burla Elliot de
Mia.
—Uy, qué va. Además, Monsieur Floubert, el ogro para el que trabajaba, era un tirano
dominante.
Ana se ahoga con el vino.
—Anastasia, ¿te encuentras bien? —pregunto, y libero su pierna.
Asiente, sus mejillas están rojas, doy golpecitos en su espalda y gentilmente acaricio su
cuello. ¿Tirano dominante? ¿Yo? El pensamiento me molesta. Mia me lanza una mirada de
aprobación por mi demostración pública de afecto.
Mamá ha cocinado su plato especial, ternera a la Wellington, una receta que aprendió en
Londres. Tengo que decir que clasifica cerca del pollo frito de ayer. A pesar de su episodio de tos,
Ana zampa su comida y es tan bueno verla comer. Probablemente está hambrienta después de
nuestra enérgica tarde. Tomo un sorbo de mi vino mientras contemplo otras formas de ponerla
hambrienta.
Mia y Kavanagh están discutiendo las ventajas de St. Bart’s contra Barbados, donde la
familia Kavanagh se estará quedando.
—¿Recuerdas a Elliot y la medusa? —Los ojos de Mia brillan con regocijo mientras mira de
Elliot a mí.
Río entre dientes.
—¿Gritando como una chica? Sí.
—¡Oye, ese podría haber sido un buque de guerra! Odio a las medusas. Arruinan todo. —
Elliot es enfático. Mia y Kate rompen a reír, asintiendo en acuerdo.
Ana está comiendo sinceramente y escuchando las bromas. Todo el mundo se está
calmando, y mi familia está siendo menos rara. ¿Por qué estoy tan tenso? Esto pasa todos los días
en todo el país, familias reuniéndose a disfrutar de la comida y la compañía de otros. ¿Estoy tenso
porque tengo a Ana aquí? ¿Estoy preocupado porque ella no les agrade, o porque a ella no le
agraden? ¿O es porque se va a Georgia malditamente mañana y yo no sabía nada sobre eso?
Es confuso.
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Mia es el centro del escenario, como es usual. Sus historias sobre la vida francesa y la
comida francesa son interesantes.
—Oh, Madre, les pâtisseries sont tout simplement fabuleuses. La tarte aux pommes de M.
Floubert est incroyable —dice ella.
—Mia, chérie, tu parles français —la interrumpo—. Nous parlons anglais ici. Eh bien, à
l’exception bien sûr d’Elliot. Il parle idiote, couramment.
Mia tira su cabeza hacia atrás y comienza a reír como una boba, y es imposible no unírsele.
Pero para el final de la cena, la tensión me está desgastando. Quiero estar solo son mi chica.
Tengo cierta tolerancia para una charla estúpida, incluso con mi familia, y he llegado a mi límite.
Volteo hacia Ana, me estiro y tiro de su barbilla.
—No te muerdas el labio. Me dan ganas de hacértelo.
Tengo que establecer un par de normas básicas. Tenemos que discutir su repentino viaje a
Georgia y salir por unos tragos con hombres que están encaprichados con ella. Pongo mi mano en
la rodilla de Ana otra vez; necesito tocarla. Además, ella debería aceptar mi toque, cuando sea que
quiera tocarla. Mido su reacción mientras mis dedos viajan hacia arriba en su pierna hacia su zona
libre de bragas, provocando a su piel. Su respiración se detiene y aprieta sus piernas juntas,
bloqueando mis dedos, frenándome.
Eso es.
Tengo que disculparme de la mesa.
—¿Quieres que te enseñe la finca? —le pregunto a Ana, y no le doy opción de responder.
Sus ojos están luminosos y serios mientras pone su mano en la mía.
—Si me disculpa… —le dice ella a Carrick, y la guío fuera del comedor.
En la cocina, Mia y mamá están limpiando.
—Voy a enseñarle el patio a Anastasia —le anuncio a mi madre, pretendiendo sonar alegre.
Afuera, mi humor se hunde mientras mi ira emerge.
Bragas. Fotógrafo. Georgia.
Cruzamos la terraza y subimos los escalones al jardín. Ana hace una pausa un momento para
admirar la vista.
Sí, sí. Seattle. Luces. Luna. Agua.
Continúo a través del vasto jardín hacia la casa del bote de mis padres.
—Para, por favor —suplica Anastasia.
Lo hago, y le doy una mirada.
—Los tacones. Tengo que quitarme los zapatos.
—No te molestes —gruño, y la levanto rápidamente sobre mi hombro. Ella chilla en
sorpresa. Demonios. Golpeo su trasero, duro—. Baja la voz —chasqueo, y doy zancadas por el
jardín.
—¿A dónde me llevas? —lloriquea mientras se balancea en mi hombro.
—Al embarcadero.
—¿Por qué?
—Necesito estar a solas contigo.
—¿Para qué?
—Porque te voy a dar unos azotes y luego te voy a follar.
—¿Por qué? —se queja.
—Ya sabes por qué —le lanzo.
—Pensé que eras un hombre impulsivo.
—Anastasia, estoy siendo impulsivo, te lo aseguro.
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Abriendo la puerta de la casa del embarcadero, pongo un pie dentro y enciendo la luz.
Mientras los fluorescentes saltan a la vida, me dirijo escaleras arriba hacia el cuarto. Ahí enciendo
otro interruptor, y los halógenos iluminan el cuarto.
Deslizo a Ana abajo, disfrutando de sentirla, y la pongo en sus pies. Su cabello es oscuro y
descontrolado, sus ojos chispeando con el brillo de las luces, y sé que no está usando sus bragas.
La deseo. Ahora.
—No me pegues, por favor —susurra.
No lo entiendo. La miro fijamente en blanco.
—No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas.
Pero… la miro boquiabierto, paralizado. Es por eso que estamos aquí. Levanta su mano, y
por un momento no sé lo que va a hacer. La oscuridad se agita y gira alrededor de mi cuello,
amenazando con asfixiarme si me toca. Pero posiciona sus dedos en mi mejilla y gentilmente
rozándola hasta mí barbilla. La oscuridad se convierte en olvido y cierro mis ojos, sintiendo las
yemas de sus dedos en mí. Con la otra mano agita mi cabello, corriendo sus dedos a través de él.
—Ah —gimo, y no sé si es de miedo o de anhelo. Estoy sin aliento, parado en un precipicio.
Cuando abro mis ojos, ella da un paso adelante, así su cuerpo se descarga contra el mío. Empuña
ambas manos en mi cabello y tira de él ligeramente, elevando sus labios hacia los míos. Y la estoy
viendo hacer esto, como un testigo, sin estar presente en mi cuerpo. Soy un espectador. Nuestros
labios se tocan y cierro mis ojos mientras ella fuerza su lengua dentro de mi boca. Y es el sonido de
mi gemido el que rompe el hechizo.
Ana.
Envuelvo mis brazos alrededor de ella, besándola de vuelta, liberando dos horas de
ansiedad y tensión en nuestro beso, mi lengua poseyéndola, reconectando con ella. Mis manos
agarran su cabello y la saboreo, su lengua, su cuerpo contra el mío mientras mi cuerpo se
enciende como gasolina.
Mierda.
Cuando me alejo, ambos respiramos con dificultad, sus manos apretando mis brazos. Estoy
confundido. Quiero azotarla. Pero ha dicho que no. Como lo hizo en la cena.
—¿Qué me estás haciendo? —le pregunto.
—Besarte.
—Me has dicho que no.
—¿Qué? ¿No a qué? —Luce desconcertada, o tal vez haya olvidado lo que pasó.
—En el comedor, cuando has juntado las piernas.
—Cenábamos con tus padres.
—Nadie me ha dicho nunca que no. Y eso… me excita. —Y es diferente. Deslizo mi mano por
su espalda y le doy una sacudida contra mí, tratando de recuperar el control.
—¿Estás furioso y excitado porque te he dicho que no? —Su voz es gutural.
—Estoy furioso porque no me habías contado lo de Georgia. Estoy furioso porque saliste de
copas con ese tipo que intentó seducirte cuando te emborrachaste y te dejó con un completo
desconocido cuando te pusiste enferma. ¿Qué clase de amigo es ese? Y estoy furioso y excitado
porque juntaste las piernas cuando quise tocarte.
Y porque no estás usando bragas.
Mis dedos levantan lentamente su vestido por sus piernas.
—Te deseo, y te deseo ahora. Y si no me vas a dejar que te azote, aunque te lo mereces, te
voy a follar en el sofá ahora mismo, rápido, para darme placer a mí, no a ti.
Sosteniéndola contra mí, veo que jadea mientras deslizo mi mano a través de su vello
púbico y deslizo mi dedo medio dentro de ella. Escucho un bajo, sonido sexy de apreciación en su
garganta. Está tan lista.
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—Esto es mío. Todo mío. ¿Entendido? —Deslizo mi dedo dentro y fuera de ella,
sosteniéndola, mientras sus labios se abren de sorpresa y deseo.
—Sí, tuyo —susurra.
Sí. Mío. Y no te dejaré olvidarlo, Ana.
La empujo hacia el sofá, desabrocho mi bragueta, y me tumbo sobre ella, depositándola
debajo de mí.
—Las manos sobre la cabeza —gruño entre dientes. Me arrodillo y extiendo mis piernas,
obligando las suyas a abrirse más. Desde adentro del bolsillo de mi chaqueta saco un condón, y
tiro mi chaqueta en el suelo. Con mis ojos en ella, abro el paquete y lo desenrollo sobre mi pene
ansioso. Ana pone sus manos en su cabeza, mirándome, sus ojos destellando con necesidad.
Mientras me arrastro sobre ella, se retuerce debajo de mí, sus caderas alzándose para atraparme y
complacerme.
—No tenemos mucho tiempo. Esto va a ser rápido, y es para mí, no para ti. ¿Entendido?
Como te vengas, te doy unos azotes —ordeno, enfocándome en sus ojos aturdidos de par en par, y
con un veloz, duro movimiento, me entierro dentro de ella. Grita en bienvenida y da un lloriqueo
familiar de placer. La sostengo hacia abajo para que no se mueva, y empiezo a follarla,
consumiéndola. Pero ella inclina su pelvis en conformidad, encontrándome estocada tras
estocada, estimulándome.
Oh, Ana. Sí, nena.
Me lo devuelve, igualando mi ferviente ritmo, una y otra vez.
Oh, la sensación de ella.
Y estoy perdido. En ella. En esto. En su esencia. Y no sé si es porque estoy molesto o tenso
o…
Sííííí. Me vengo rápido, perdiendo la razón y explotando dentro de ella. Continúo.
Llenándola. Poseyéndola. Recordándole que es mía.
Mierda.
Eso fue…
Salgo de ella y me arrodillo.
—No te masturbes. —Mi voz es ronca y sin aliento—. Quiero que te sientas frustrada. Así es
como me siento yo cuando no me cuentas las cosas, cuando me niegas lo que es mío.
Asiente, tumbada debajo de mí, su vestido apiñado alrededor de su cintura así puedo ver
que está abierta y húmeda y deseosa, y veo cada pedazo de lo gloriosa que es. Me pongo d pie,
remuevo el desgraciado condón y lo ato, luego me visto, tomando mi chaqueta del piso.
Tomo una respiración profunda. Estoy más calmado ahora. Mucho más calmado.
Mierda, eso fue bueno.
—Más vale que volvamos a la casa.
Se sienta, mirándome fijamente con ojos oscuros, inescrutables.
Dios, es adorable.
——Toma, ponte esto. —Del bolsillo de mi chaqueta, saco sus bragas de encaje y se las
paso. Creo que está tratando de no reírse.
Sí, sí. Juego, punto y partido para ti, señorita Steele.
—¡Christian! —grita Mia desde el piso de abajo.
Mierda.
—Justo a tiempo. Dios, qué pesadita es cuando quiere. —Pero esa es mi hermana menos.
Alarmado, miro a Ana deslizándose en su ropa interior. Me frunce el ceño mientras se pone de pie
para alisar su vestido y arregla su cabello con sus dedos—. Estamos aquí arriba, Mia —la llamo—.
Bueno, señorita Steele, ya me siento mejor, pero sigo queriendo darle unos azotes.
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—No creo que lo merezca, señor Grey, sobre todo después de tolerar su injustificado
ataque. —Es fresca y formal.
—¿Injustificado? Me has besado.
—Ha sido un ataque en defensa propia.
—Defensa ¿de qué?
—De ti y de ese cosquilleo con la palma de tu mano. —Trata de suprimir una sonrisa.
Los tacones de Mia traquetean en la escalera.
—Pero, ¿ha sido tolerable? —pregunto.
Sonríe.
—Apenas.
—Ah, aquí están —exclama Mia, sonriéndonos. Dos minutos antes y esto podría haber sido
realmente raro.
—Le estaba enseñando a Anastasia todo esto. —Le extiendo mi mano a Ana y la toma.
Quiero besar sus nudillos, pero lo dejo en un suave apretón.
—Kate y Elliot están a punto de marcharse. ¿Han visto a esos dos? No paran de sobarse. —
Mia arruga su nariz en disgusto—. ¿Qué han estado haciendo aquí?
—Le enseñaba a Anastasia mis trofeos de remo. —Con mi mano libre, hago un gesto hacia
las estatuillas de metal falso de mis días de escuela en Harvard acomodados en los estantes al final
del cuarto—. Vamos a despedirnos de Kate y Elliot.
Mia se voltea para irse y dejo a Ana precederme, pero antes de llegar a las escaleras, golpeo
su trasero.
Ella suaviza su chillido.
—Lo volveré a hacer, Anastasia, y pronto —susurro en su oído, y envolviéndola en mis
brazos, beso su cabello.
Caminamos de la mano a través del jardín, de vuelta a la casa mientras Mia parlotea a
nuestro lado. Es una noche hermosa; ha sido un bello día. Me alegro de que Ana haya conocido a
mi familia.
¿Por qué no he hecho esto antes?
Porque nunca he querido.
Aprieto la mano de Ana, y me da una tímida mirada y una sonrisa de oh-que-tierno. En mi
otra mano, sostengo sus zapatos, y en los escalones de piedra me inclino a abrochar cada una de
sus sandalias.
—Ahí —anuncio cuando termino.
—Gracias por eso, Sr. Grey —dice ella.
—El placer es, y fue, todo mío.
—Estoy al tanto de eso, señor —bromea.
—¡Oh, ustedes dos son taaan tiernos! —arrulla Mia mientras nos dirigimos a la cocina. Ana
me mira de reojo.
De vuelta en el corredor, Kavanagh y Elliot están a punto de irse. Ana abraza a Kate, pero
luego la empuja a un costado para tener una acalorada conversación privada. ¿Sobre qué
demonios se trata? Elliot toma el brazo de Kavanagh y mis padres los saludan mientras se suben a
la camioneta de Elliot.
—Nosotros también deberíamos irnos… Tienes las entrevistas mañana. —Tenemos que
llevarla de vuelta a su nuevo apartamento y son casi las once.
—¡Pensábamos que nunca encontraría una chica! —suelta Mia mientras abraza a Ana,
fuerte.
Oh, por el amor de Dios…
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—Cuídate, Ana, querida —dice Grace, sonriéndole cálidamente a mi chica. Tira de Ana a mi
lado.
—No me la espanten ni me la mimen demasiado.
—Christian, déjate de bromas —me reprende Grace a su manera.
—Mamá. —Le doy un rápido beso—. Gracias por invitar a Ana. Ha sido una revelación.
Ana se despide de mi papá, y nos dirigimos al Audi, donde Taylor espera, sosteniendo la
puerta trasera abierta para ella.
—Bueno, parece que también le has caído bien a mi familia —observo cuando me he unido
a Ana en la parte trasera. Sus ojos reflejan la luz del porche de mis padres, pero no puedo adivinar
lo que piensa. Sombras oscurecen su rostro mientras Taylor conduce tranquilamente por la
carretera.
La atrapo observándome bajo el destello de una luz callejera. Está ansiosa. Algo anda mal.
—¿Qué? —pregunto.
Ella se queda en silencio al principio, y cuando habla hay un vacío en su voz.
—Me parece que te viste obligado a traerme a conocer a tus padres. Si Elliot no se lo
hubiera propuesto a Kate, tú jamás me lo habrías pedido a mí.
Maldita sea. Ella no entiende. Era la primera vez para mí. Estaba nervioso. Seguramente
sabe ahora que si no la quería aquí, no estaría aquí. Al pasar de la luz a la sombra debajo de las
lámparas de la calle, luce distante y molesta.
Grey, esto no va a bastar.
—Anastasia, me encanta que hayas conocido a mis padres. ¿Por qué eres tan insegura? No
deja de asombrarme. Eres una mujer joven, fuerte, independiente, pero tienes una muy mala
opinión de ti misma. Si no hubiera querido que los conocieras, no estarías aquí. ¿Así es como te
sentiste todo el rato que estuviste allí? —Niego con la cabeza, alcanzo su mano, y le doy otro
apretón tranquilizador.
Ella mira nerviosamente a Taylor.
—No te preocupes por Taylor. Contéstame.
—Pues sí. Pensaba eso —dice en voz baja—. Y otra cosa, yo solocomenté lo de Georgia
porque Kate estaba hablando de Barbados. Aún no me he decidido.
—¿Quieres ir a ver a tu madre?
—Sí.
Mi ansiedad emerge. ¿Quiere irse? Si va a Georgia, su madre podría convencerla de
encontrar a alguien más… adecuado, alguien quien, como su madre, crea en el romance.
Tengo una idea. Ella ha conocido a mis padres; he conocido a Ray; tal vez debería conocer a
su madre, la romántica incurable. Cautivarla.
—¿Puedo ir contigo? —pregunto, sabiendo que va a decir que no.
—Eh… no creo que sea buena idea —responde, sorprendida por mi pregunta.
—¿Por qué no?
—Confiaba en poder alejarme un poco de toda esta… intensidad para poder reflexionar.
Mierda. Quiere dejarme.
—¿Soy demasiado intenso?
Se ríe.
—¡Eso es quedarse corto!
Maldita sea, me encanta hacerla reír, aunque sea a costa mía; y me siento aliviado de que
haya conservado su sentido del humor. Tal vez que no quiere dejarme después de todo.
—¿Se está riendo de mí, señorita Steele? —bromeo.
—No me atrevería, señor Grey.
—Me parece que sí y creo que sí te ríes de mí, a menudo.
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—Es que eres muy divertido.
—¿Divertido?
—Oh, sí.
Se está burlando de mí. Es innovador.
—¿Divertido por peculiar o por gracioso?
—Uf… mucho de una cosa y algo de la otra.
—¿Qué parte de cada una?
—Te dejo para que lo adivines tú.
Suspiro.
—No estoy seguro de poder averiguar nada contigo, Anastasia. —Mi tono es seco—. ¿Sobre
qué tienes que reflexionar en Georgia?
—Sobre lo nuestro.
Mierda.
—Dijiste que lo intentarías —le recuerdo gentilmente.
—Lo sé.
—¿Tienes dudas?
—Puede.
Es peor de lo que temía.
—¿Por qué?
Ella me mira en silencio.
—¿Por qué, Anastasia? —insisto. Ella se encoge de hombros, su boca cae, y espero que vaya
a encontrar su mano en la mía tranquilizador—. Háblame, Anastasia. No quiero perderte. Esta
última semana…
Ha sido la mejor de mi vida.
—Sigo queriendo más —suspira.
Oh, no, no esto otra vez. ¿Qué necesita que diga?
—Lo sé. Lo intentaré. —Sujeto su barbilla—. Por ti, Anastasia, lo intentaré.
Te acabo de llevar a conocer a mis padres, por amor de Dios.
De repente, se desabrocha el cinturón de seguridad, y antes de darme cuenta se ha lanzado
a mi regazo.
¿Qué demonios?
Me siento inmóvil mientras sus brazos se deslizan alrededor de mi cabeza, y sus labios
encuentran los míos, y persuaden un beso de mi parte antes de que la oscuridad tenga
oportunidad de moverse. Mis manos se deslizan por su espalda hasta que estoy sosteniendo su
cabeza y devolviendo su pasión, explorando su dulce, dulce boca, tratando de encontrar
respuestas… Su inesperada muestra de afecto es totalmente encantadora. Y nueva. Y confusa.
Pensé que quería irse, y ahora ella está en mi regazo, excitándome, de nuevo.
Nunca he… nunca… No te vayas, Ana.
—Quédate conmigo esta noche. Si te vas, no te veré en toda la semana. Por favor —susurro.
—Sí —murmura—. Yo también lo intentaré. Firmaré el contrato.
Oh, nena.
—Firma después de Georgia. Piénsalo. Piénsalo mucho, nena. —Quiero que haga esto
voluntariamente, no quiero forzarla. Bueno, parte de mí no quiere. La parte racional.
—Lo haré —dice, y se acurruca contra mí.
Esta mujer me tiene hecho nudos.
Irónico, Grey.
Y quiero reír porque me siento aliviado y feliz, pero la sostengo, respirando su aroma
fragante y reconfortante.
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—Deberías ponerte el cinturón de seguridad —la regaño, pero no quiero que se mueva. Ella
permanece envuelta en mis brazos, su cuerpo lentamente relajándose contra el mío. La oscuridad
dentro de mí está tranquila, contenida, y estoy confundido por mis emociones en conflicto. ¿Qué
quiero de ella? ¿Qué necesito de ella?
Así no es cómo deberíamos estar avanzando, pero me gusta ella en mis brazos; me gusta
acunarla así. Beso su cabello, me inclino hacia atrás y disfruto del viaje a Seattle.
Taylor se detiene frente a la entrada a Escala.
—Ya estamos en casa —le susurro a Ana. Estoy reacio a soltarla, pero la levanto sobre su
asiento. Taylor abre la puerta y ella se une a mí en la entrada del edificio.
Un escalofrío la recorre.
—¿Por qué no llevas chaqueta? —pregunto a medida que quito la mía y la dejo caer sobre
sus hombros.
—La tengo en mi auto nuevo —dice, bostezando.
—¿Cansada, señorita Steele?
—Sí, señor Grey. Hoy me han convencido de que hiciera cosas que jamás había creído
posibles.
—Bueno, si tienes muy mala suerte, a lo mejor consigo convencerte de hacer alguna cosa
más. —Si tengo suerte.
Se inclina contra la pared del ascensor mientras subimos al pent-house. Bajo mi chaqueta se
ve delgada, alta y sexy. Si no estuviera usando ropa interior podría tomarla aquí dentro… me estiro
y libero su labio de sus dientes.
—Algún día te follaré en este ascensor, Anastasia, pero ahora estás cansada, así que creo
que nos conformaremos con la cama. —Me agacho y suavemente tomo su labio inferior entre mis
dientes. Su respiración se queda atrapada y devuelve el gesto con sus dientes y mi labio superior.
Lo siento en mi ingle.
Quiero llevarla a la cama y perderme en ella. Después de nuestra conversación en el auto,
simplemente quiero estar seguro de que es mía. Cuando salimos del ascensor le ofrezco una
bebida, pero declina.
—Bien. Vámonos a la cama.
Luce sorprendida.
—¿Te vas a conformar con una simple y aburrida relación vainilla?
—Ni es simple ni aburrida… tiene un sabor fascinante.
—¿Desde cuándo?
—Desde el sábado pasado. ¿Por qué? ¿Esperabas algo más exótico?
—Ay, no. Ya he tenido suficiente exotismo por hoy.
—¿Segura? Aquí tenemos para todos los gustos… por lo menos treinta y un sabores. —Le
doy una mirada lasciva.
—Ya lo he observado. —Arquea una delgada ceja.
—Vamos, señorita Steele, mañana le espera un gran día. Cuanto antes se acueste, antes la
follaré y antes podrá dormirse.
—Es usted todo un romántico, señor Grey.
—Y usted tiene una lengua viperina, señorita Steele. Voy a tener que someterla de alguna
forma. Ven.
Sí. Creo que puedo pensar en una forma.
Al cerrar la puerta de mi habitación, me siento más ligero de lo que estaba en el carro. Ella
todavía está aquí.
—Manos arriba —ordeno, y hace lo que le dicen. Agarro el dobladillo de su vestido y en un
movimiento suave tiro de él hacia arriba y sobre su cuerpo para revelar la hermosa mujer debajo.
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—¡Tachán! —Soy un mago. Ana se ríe y me da una ronda de aplausos. Me inclino,
disfrutando del juego, antes de colocar su vestido sobre mi silla.
—¿Cuál es el siguiente truco? —pregunta, con los ojos brillando.
—Ay, mi querida señorita Steele. Métete en la cama, que enseguida lo vas a ver.
—¿Crees que por una vez debería hacerme la dura? —bromea, inclinando su cabeza hacia
un lado así su cabello cae sobre su hombro.
Un nuevo juego. Esto es interesante.
—Bueno, la puerta está cerrada. No sé cómo vas a evitarme. Me parece que el trato está
hecho.
—Pero soy buena negociadora —dice, su voz suave pero determinada.
—Y yo.
Está bien, ¿qué está pasando aquí? ¿Está reacia? ¿Demasiado cansada? ¿Qué?
—¿No quieres follar? —pregunto, confundido.
—No —susurra.
—Ah. —Bueno, eso es decepcionante.
Ella traga, luego dice en voz baja:
—Quiero que me hagas el amor.
La miro fijamente, perplejo.
¿A qué se refiere exactamente?
¿Hacer el amor? Lo hacemos. Lo hemos hecho. Es solo otro término para follar.
Ella me estudia, con expresión seria. Demonios. ¿Esta es su idea de más? Toda la mierda de
flores-y-corazones, ¿eso es lo que quiere decir? Pero solo estamos hablando de semántica, ¿no?
—Ana, yo… —¿Qué quiere de mí?—. Pensé que ya lo habíamos hecho.
—Quiero tocarte.
Mierda. No. Doy un paso hacia atrás mientras la oscuridad se cierra alrededor de mis
costillas.
—Por favor —susurra.
No. No. ¿No lo he dejado claro? No puedo soportar ser tocado. No puedo. Nunca.
—Ah, no, señorita Steele, ya le he hecho demasiadas concesiones esta noche. La respuesta
es no.
—¿No? —pregunta.
—No.
Y por un momento, quiero enviarla a su casa, o arriba, a cualquier lugar lejos de mí. Aquí no.
No me toques.
Me está observando con cuidado y pienso en el hecho de que se va mañana y no la veré en
un tiempo. Suspiro. No tengo energía para esto.
—Mira, estás cansada, y yo también. Vámonos a la cama y ya está.
—¿Así que el que te toquen es uno de tus límites infranqueables?
—Sí. Ya lo sabes. —No puedo evitar la exasperación en mi voz.
—Dime por qué, por favor.
No quiero ir allí. Esta no es una conversación que quiero tener. Nunca.
—Ay, Anastasia, por favor. Déjalo ya.
Su rostro cae.
—Es importante para mí —dice, con una súplica vacilante en su voz.
—A la mierda con esto —murmuro para mí mismo. De la cómoda saco una camiseta y se la
lanzo—. Póntela y métete en la cama. —¿Por qué incluso la estoy dejando dormir? Pero es una
pregunta retórica; en el fondo, sé la respuesta. Es porque duermo mejor con ella.
Ella es mi atrapa sueños.
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Ella mantiene mis pesadillas a raya.
Se aleja de mí y se quita el sujetador, después se pone la camiseta.
¿Qué le dije en la habitación de juegos esta tarde? No debería ocultar su cuerpo de mí.
—Necesito ir al baño —dice.
—¿Ahora me pides permiso?
—Eh… no.
—Anastasia, ya sabes dónde está el baño. En este extraño momento de nuestro acuerdo, no
necesitas permiso para usarlo. —Desabrocho mi camisa y la deslizo fuera, y ella pasa corriendo a
mi lado fuera de la habitación mientras trato de contener mi temperamento.
¿Qué se le ha metido?
Una noche en casa de mis padres y está esperando serenatas, puestas de sol, y jodidas
caminatas bajo la lluvia. Eso no es por lo que voy. Ya le he dicho esto. No hago el romance. Suspiro
pesadamente a medida que me quito los pantalones.
Pero ella quiere más. Quiere toda esa mierda romántica.
Mierda.
En mi armario, lanzo mis pantalones en el cesto de la ropa sucia, me pongo mis pantalones
de pijama, y camino de nuevo a mi dormitorio.
Eso no va a funcionar, Grey.
Pero quiero que funcione.
Deberías dejarla ir.
No. Puedo hacer que esto funcione. De alguna manera.
El despertador marca las once cuarenta y seis. Hora de dormir. Reviso mi teléfono por
cualquier correo electrónico urgente. No hay nada. Le doy a la puerta del baño un golpe rápido y
enérgico.
—Pasa —espeta Ana. Está cepillándose los dientes, literalmente echando espuma por la
boca con mi cepillo de dientes. Escupe en el lavabo mientras me paro a su lado, y nos miramos
entre sí en el espejo. Sus ojos brillan con picardía y humor. Enjuaga el cepillo de dientes y sin decir
una palabra me lo entrega. Lo pongo en mi boca y luce satisfecha consigo misma.
Y solo así, toda la tensión de nuestro intercambio anterior se evapora.
—Si quieres, puedes usar mi cepillo de dientes —digo sarcásticamente.
—Gracias, Amo. —Sonríe, y por un momento creo que va a hacer una reverencia, pero me
deja para que me cepille los dientes.
Cuando regreso a la habitación, está tendida debajo de las cobijas. Debería estar tendida
debajo de mí.
—Para que sepas, no es así como tenía previsto que fuera esta noche. —Sueno hosco.
—Imagina que yo te dijera que no puedes tocarme —dice, tan argumentativa como
siempre.
Ella no dejará pasar esto. Me siento en la cama.
—Anastasia, ya te lo he dicho. De cincuenta mil formas. Tuve un comienzo duro en la vida;
no hace falta que te llene la cabeza con toda esa mierda. ¿Para qué?
¡Nadie debería tener esta mierda en su cabeza!
—Porque quiero conocerte mejor.
—Ya me conoces bastante bien.
—¿Cómo puedes decir eso? —Se sienta y arrodilla frente a mí, seria y ansiosa.
Ana. Ana. Ana. Déjalo ir. Por el amor de Dios.
—Estás poniendo los ojos en blanco —dice—. La última vez que yo hice eso, terminé
tumbada en tus rodillas.
—Huy, no me importaría volver a hacerlo. —Justo ahora. Su rostro se ilumina.
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—Si me lo cuentas, te dejo que lo hagas.
—¿Qué?
—Lo que has oído.
—¿Me estás haciendo una oferta? —Mi voz traiciona mi incredulidad. Ella asiente.
—Negociando.
Frunzo el ceño.
—Esto no va así, Anastasia.
—Du acuerdo. Cuéntamelo y luego te pongo los ojos en blanco.
Me río. Ahora está siendo ridícula, y linda en mi camiseta. Su rostro brilla con anhelo.
—Siempre tan ávida de información. —Me asombro. Y un pensamiento se me ocurre;
podría azotarla. He querido hacer eso desde la cena, pero podría hacerlo divertido.
Salgo de la cama.
—No te vayas —advierto, y dejo la habitación. De mi estudio, recojo la llave del cuarto de
juegos y me dirijo arriba. Del baúl de la habitación de juegos saco los juguetes que quiero y
contemplo también el lubricante, pero pensándolo bien, y a juzgar por la experiencia reciente, no
creo que Ana vaya a necesitar ninguno.
Ella está sentada en la cama cuando regreso, su expresión brillante con curiosidad.
—¿A qué hora es tu primera entrevista mañana? —pregunto.
—A las dos.
Excelente. No tan temprano por la mañana.
—Bien. Sal de la cama. Ponte aquí de pie. —Señalo un lugar frente a mí. Ana se apresura a
salir de la cama sin dudarlo, ansiosa como siempre. Lo está esperando—. ¿Confías en mí?
Asiente, y extiendo mi mano, revelando dos bolas plateadas de Kegel. Ella frunce el ceño y
mira de las bolas a mí.
—Son nuevas. Te las voy a meter y luego voy a dar unos azotes, no como castigo, sino para
darte placer y dármelo yo.
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Lunes, 30 de Mayo de 2011
Su inhalación brusca es música para mi pene.
—Luego follaremos —susurro—, y, si aún sigues despierta, te contaré algunas cosas sobre
mis años de formación. ¿De acuerdo?
Asiente. Su respiración se ha acelerado, sus pupilas son más grandes, más oscuras, con su
necesidad y su sed de conocimiento.
—Buena chica. Abre la boca.
Vacila un instante, desconcertada. Pero hace lo que le digo antes de que pueda reprenderla.
—Más.
Inserto ambas bolas en boca. Son un poco grandes y pesadas, pero mantendrá su boca
inteligente ocupada por un momento o dos.
—Necesitan lubricación. Chúpalas.
Ella parpadea y trata de chupar, su postura cambiando sutilmente mientras aprieta sus
muslos juntos y se retuerce.
Oh, sí.
—No te muevas, Anastasia —advierto, pero estoy disfrutando del espectáculo.
Suficiente.
—Para —ordeno y las saco de su boca. En la cama, tiro el edredón a un lado y me siento—.
Ven aquí.
Se desliza hacia mí, juguetona y sexy.
Oh, Ana, mi pequeña monstruo.
—Date la vuelta, inclínate hacia delante y agárrate los tobillos. —-Su expresión me dice que
no es lo que esperaba oír—. No titubees —le reprendo y meto las bolas en mi boca. Se da la
vuelta, y sin ningún esfuerzo se agacha, presentando sus largas piernas y su buen traseropara mí,
mi camiseta deslizándose por su espalda hacia su cabeza y su melena de cabello.
Bien, podría mirar esta gloriosa vista por un tiempo e imaginar lo que me gustaría hacerle.
Pero ahora quiero pegarle y follarla. Pongo mi mano sobre su trasero, disfrutando de su calor bajo
mi palma mientras la acaricio través de sus bragas.
Oh, estetrasero es mío, tan mío. Y va a entrar en calor.
Deslizo sus bragas a un lado, dejando al descubierto sus labios vaginales, y mantengo las
bragas en su lugar con una mano. Me resisto a la tentación de pasar mi lengua arriba y abajo por la
longitud de su sexo; además, mi boca está llena. En cambio, trazo la línea de abajo de su perineo a
su clítoris y otra vez, antes bajar mi dedo dentro de ella.
En lo profundo de mi garganta, tarareo con aprobación y lentamente hago círculos con mi
dedo, estirándola. Gime y me endurezco. Instantáneamente.
La señorita Steele lo aprueba. Quiere esto.
Con mi dedo, hago círculos dentro de ella una vez más, a continuación, retiro las bolas de mi
boca. Suavemente, inserto la primera en ella, luego la segunda, dejando fuera la etiqueta,
envuelta contra su clítoris. Beso su culo desnudo y deslizo sus bragas en su lugar.
—Enderézate —ordeno, y agarro sus caderas hasta que sé que está firme en sus pies—.
¿Estás bien?
—Sí. —Su voz es áspera.
—Date la vuelta.
Cumple inmediatamente.
—¿Qué tal? —pregunto.
—Raro.
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—¿Raro bueno o raro malo?
—Raro bueno—contesta.
—Bien.
Tendrá que acostumbrarse a ellas. ¿Qué mejor manera que estirarse y alcanzar algo?
—Quiero un vaso de agua. Ve a traerme uno, por favor. Y cuando vuelvas, te tumbaré en
mis rodillas. Piensa en eso, Anastasia.
Está desconcertada, pero se da vuelta y camina con cautela, con pasos vacilantes, fuera de
la habitación. Mientras se va, agarro un condón de mi cajón. Estoy quedando escaso, voy a tener
que abastecerme de éstos hasta que sus píldoras empiecen a hacer efecto. Sentándome en la
cama, espero con impaciencia.
Cuando vuelve a entrar, su andar es más seguro, y tiene mi agua.
—Gracias —digo, tomando un sorbo rápido y colocando el vaso en mi mesita de noche.
Cuando levanto la mirada, está observándome con deseo. Es una buena mirada en ella.
—Ven. Ponte a mi lado. Como la otra vez.
Lo hace, y ahora su respiración es irregular… pesada. Chico, está realmente encendida. Tan
diferente a la última vez que la azoté.
Vamos a irritarla un poco más, Grey.
—Pídemelo. —Mi voz es firme.
Una mirada desconcertada cruza su rostro.
—Pídemelo.
Vamos, Ana.
Su frente se arruga.
—Pídemelo, Anastasia. No te lo voy a repetir más. —Mi voz es más cortante.
Finalmente, se da cuenta de lo que estoy pidiendo, y se sonroja.
—Azótame, por favor… Amo —susurra.
Esas palabras… cierro mis ojos y las dejo sonar a través de mi cabeza. Agarrando su mano, la
tiro sobre mis rodillas para que su torso yazca en la cama. Mientras acaricio su trasero con una
mano, quito su cabello de su cara con la otra, y lo meto detrás de su oreja. Entonces agarro su
cabello en la nuca de su cuello para mantenerla en su lugar.
—Quiero verte la cara mientras te doy los azotes, Anastasia. —Le acaricio atrás y empujo
contra su vulva, sabiendo que la acción va a empujar las bolas más profundo dentro de ella.
Ella tararea su aprobación.
—Esta vez es para darnos placer, Anastasia, a ti y a mí.
Levanto mi mano, luego le pego justo ahí.
—¡Ah! —gesticula, arruinando su cara, y acaricio su dulce, dulce trasero mientras se ajusta a
la sensación. Cuando se relaja, le pego otra vez. Gime, y yo contengo mi respuesta. Empiezo en
serio, nalga derecha, nalga izquierda, entonces la unión de sus muslos y culo. Entre cada golpe
acaricio y amaso su trasero, mirando su piel volverse de un delicado tono rosa debajo de su ropa
interior de encaje.
Gime, absorbiendo el placer, disfrutando de la experiencia.
Me detengo. Quiero ver su trasero en todo su esplendor de color de rosa. Sin prisa,
burlándome de ella, deslizo sus bragas, rozando mis dedos por sus muslos, la parte posterior de las
rodillas y las pantorrillas. Ella levanta sus pies, y tiro sus bragas en el suelo. Se retuerce, pero se
detiene cuando pongo mi mano plana contra su rosa, piel brillante. Agarrando su cabello otra vez,
empiezo de nuevo.
Suavemente primero, y luego reanudo el patrón.
Está mojada; su excitación está en mi palma.
Agarro su cabello más duro y ella gime, los ojos cerrados, su boca abierta y floja.
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Joder, ella es caliente.
—Buena chica, Anastasia. —Mi voz es ronca, mi respiración irregular.
La azoto un par de veces más hasta que no puedo soportarlo más.
La deseo.
Ahora.
Envuelvo mis dedos alrededor de la lengüeta y saco las bolas de ella.
Grita de placer. Volteándola otra vez, me detengo a tirar de mis pantalones y ponerme un
miserable condón, entonces me acuesto al lado de ella. Agarro sus manos, las levanto sobre su
cabeza, y poco a poco me adentro en ella y maúlla como un gato.
—Oh, nena. —Se siente increíble.
Quiero que me hagas el amor, sus palabras resuenan en mi cabeza.
Y suavemente, oh, tan suavemente, empiezo a moverme, sintiendo cada preciosa pulgada
de elladebajo y a mí alrededor. La beso, apreciando su boca y su cuerpo a la vez. Envuelve sus
piernas alrededor de mí, reuniéndose en cada embestida suave, meciéndose contra mí hasta que
va en espiral hacia arriba, arriba y arriba y se deja ir.
Su orgasmo me lleva al borde.
—¡Ana! —Llamo, vertiéndome en ella. Dejándome ir. Una bienvenida liberación que me
deja con ganas de más... necesitando más.
Mientras mi estabilidad regresa, empujo lejos la extraña oleada de emoción que roe mis
entrañas. No es como la oscuridad, pero es algo que temer. Algo que no entiendo.
Flexiona sus dedos alrededor de los míos, y abro los ojos y bajo la mirada hacia su
somnolienta y saciada mirada.
—Me gustó —susurro, y le doy un beso.
Me recompensa con una sonrisa somnolienta. Me levanto, la cubro con el edredón, recojo
mis pantalones de dormir, y camino sin hacer ruido hacia baño, donde retiro y desecho el condón.
Me pongo mis pantalones y alcanzo la crema de árnica.
De vuelta en la cama, Ana me da una sonrisa de satisfacción.
—Date la vuelta —ordeno, y por un momento creo que va a rodar los ojos, pero me
complace y se mueve—. Tienes el trasero de un color espléndido —Observo, satisfecho con los
resultados. Arrojo a chorros un poco de crema en la palma de mi mano y lentamente masajeo su
trasero.
—Déjalo ya, Grey —dice con un bostezo.
—Señorita Steele, está estropeando un momento.
—Teníamos un trato —insiste.
—¿Cómo te sientes?
—Estafada.
Con un profundo suspiro, pongo la crema de árnica en la mesita de noche y me deslizo en la
cama, tirando de Ana en mis brazos. Le beso la oreja.
—La mujer que me trajo al mundo era una puta adicta al crack, Anastasia. Duérmete.
Se tensa en mis brazos.
Me quedo quieto. No quiero su simpatía o su compasión.
—¿Era? —susurra.
—Murió.
—¿Hace mucho?
—Murió cuando yo tenía cuatro años. No la recuerdo. Carrick me ha dado algunos detalles.
Solo recuerdo ciertas cosas. Por favor, duérmete.
Después de un tiempo se relaja contra mí.
—Buenas noches, Christian. —Su voz es soñolienta.
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—Buenas noches, Ana. —La beso una vez más, inhalando su aroma suave y la lucha mis
recuerdos.
—¡No te limites a recoger las manzanas y tirarlas, imbécil!
—Vete a la mierda, tú mojigato santurrón.
Elliot recoge una manzana, toma un bocado, y la tira hacia mí.
—Gusano —se burla.
¡No! No me llames así.
Salto hacia él. Golpeando mis puños en su cara.
—Maldito cerdo. Esta es comida. Solo estas desperdiciándola. El abuelo vende estas. Cerdo.
Cerdo. Cerdo.
—ELLIOT. CHRISTIAN.
Papá me arrastra lejos de Elliot, quien está acurrucado en el suelo.
—¿De qué se trata esto?
—Está loco.
—¡Elliot!
—Está destruyendo las manzanas. —El enojo crece en mi pecho, en mi garganta. Creo que
podría explotar—. Está tomando un bocado y luego las lanza. Lanzándomelas.
—Elliot, ¿es cierto?
Elliot se vuelve rojo bajo la dura mirada de papá.
—Creo que será mejor que vengas conmigo. Christian, recoge las manzanas. Tú puedes
ayudar a mamá a hornear un pastel.
Está profundamente dormida cuando me despierto, mi nariz en su fragante cabello, con mis
brazos envolviéndola. He soñado con corretear a través del huerto de manzanas de mi abuelo con
Elliot; esos eran felices y enojosos días.
Esta es casi la séptima vez… otro momento de dormir con la señorita Steele. Es extraño
despertar a su lado, pero extraño en el buen sentido. La contemplo despertar con una follada
mañanera; mi cuerpo está más que dispuesto, pero ella está prácticamente en estado de coma y
podría estar dolorida. Debo dejarla dormir. Salgo de la cama, con cuidado de no despertarla,
agarro una camiseta, recojo su ropa del suelo, y paseo hacia la sala de estar.
—Buenos días, señor Grey. —La señora Jones está ocupada en la cocina.
—Buenos días, Gail. —Estirándome, miro por las ventanas a los restos de un vívido
amanecer.
—¿Hay algo de ropa allí? —pregunta.
—Sí. Estas son de Anastasia.
—¿Quieres que la lave y seque?
—¿Tiene tiempo?
—Voy a ponerlas en el ciclo rápido.
—Excelente, gracias. —Le paso la ropa de Ana—. ¿Cómo estaba su hermana?
—Muy bien, gracias. Los niños están creciendo. Los niños pueden ser difíciles.
—Lo sé.
Sonríe y ofrece hacerme un poco de café.
—Por favor. Estaré en mi estudio. —Cuando me mira, su sonrisa cambia de agradable a
conocedora… de la manera femenina y secreta. Entonces se apresura fuera de la cocina, supongo
que para el cuarto de lavado.
¿Cuál es su problema?
Bueno, este es el primer lunes—la primera vez—, en los cuatro años que ha trabajado para
mí, que ha habido una mujer dormida en mi cama. Pero no es la gran cosa. Desayuno para dos,
Señora Jones. Creo que puede manejar eso.
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Niego con la cabeza y paseo a mi estudio para empezar a trabajar. Voy a ducharme tarde...
tal vez con Ana.
Reviso mi correo electrónico y envío uno a Andrea y Ros, diciendo voy a estar en esta tarde,
no esta mañana. Entonces echo un vistazo a los últimos esquemas de Barney.
Gail golpea y me trae una segunda taza de café, dejándome saber que ya son las ocho y
quince.
¿Tan tarde?
—No voy a la oficina esta mañana.
—Taylor estaba preguntando.
—Voy a ir esta tarde.
—Se lo diré. He colgado la ropa de la señorita Steele en su armario.
—Gracias. Eso fue rápido. ¿Sigue durmiendo?
—Creo que sí. —Y ahí está esa pequeña sonrisa de nuevo. Arqueo las cejas y su sonrisa se
amplía, mientras se vuelve para dejar mi estudio. Pongo mi trabajo a un lado y mi cabeza fuera con
mi café para tomar una ducha y afeitarme.
Ana está todavía fuera de combate cuando termino de vestirme.
La has agotado, Grey. Y fue placentero, más que placentero. Luce serena, como si no tuviera
una sola preocupación en el mundo.
Bien.
Desde la cómoda tomo mi reloj, y en un impulso abro el cajón superior y guardo mi último
condón.
Nunca se sabe.
Deambulo a través de la sala de estar hacia mi estudio.
—¿Quiere su desayuno ya, señor?
—Voy a tomar el desayuno con Ana. Gracias.
Agarro el teléfono y llamo a Andrea desde mi escritorio. Después que hemos intercambiado
unas palabras me pone a Ros.
—Así que ¿cuándo podemos esperarte? —El tono de Ros es sarcástico.
—Buenos días, Ros. ¿Cómo estás? —le digo con dulzura.
—Enojada.
—¿Conmigo?
—Sí, contigo, y tu ética de trabajo de no intervención.
—Estaré más tarde. La razón por la que estoy llamando es que he decidí liquidar la
compañía de Woods. —Le he dicho esto ya, pero ella y Marco están tomando demasiado tiempo.
Quiero que esté hecho, ahora. Le recuerdo que esto iba a pasar si la empresa P & L no mejoraba. Y
no lo ha hecho.
—Se necesita más tiempo.
—No me interesa, Ros. No llevaremos un peso muerto.
—¿Estás seguro?
—No quiero más malditas excusas. —Basta ya. Ya he tomado una decisión.
—Christian…
—Dile a Marco que me llame, es el momento de todo o nada.
—Bueno. Bueno. Si eso es lo que realmente quieres. ¿Algo más?
—Sí. Dile a Barney que el prototipo se ve bien, aunque no estoy seguro acerca de la interfaz.
—Pensé que la interfaz funcionaba bien, una vez que la entendí. No es que yo sea una
experta.
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—No, es solo que falta algo.
—Habla con Barney.
—Quiero reunirme con él esta tarde para discutir.
—¿Cara a cara?
Su sarcasmo es irritante. Pero ignoro su tono y le digo que quiero a todo su equipo ahí para
una lluvia de ideas.
—Él va a estar contento. Así que ¿te veré esta tarde? —Suena esperanzada.
—Está bien —le aseguro—. Transfiéreme de nuevo a Andrea.
Mientras espero a que ella tome el teléfono, miro al cielo sin nubes. Es el mismo tono que
los ojos de Ana.
Sensible, Grey.
—Andrea…
Un movimiento me distrae. Miro hacia arriba, estoy contento de ver a Ana de pie en la
puerta, vestida con nada más que mi camiseta. Sus piernas, largas y bien formadas, están en
exhibición solo para mis ojos. Tiene piernas geniales.
—Señor Grey —responde Andrea.
Mis ojos se bloquean con los de Ana. Son el color de un cielo de verano y tan caliente. Dios
mío, podría tomar el sol en su calor durante todo el día, cada día.
No seas absurdo, Grey.
—Despeje mi agenda de esta mañana, pero consiga que Bill me llame. Voy a estar a las dos.
Tengo que hablar con Marco esta tarde, tomará al menos media hora.
Una suave sonrisa tira de los labios de Ana y me encuentro a su reflejo.
—Sí, señor —dice Andrea.
—Agenda a Barney y a su equipo después de Marco o tal vez mañana, y encuéntrame
tiempo para ver a Claude todos los días de esta semana.
—Sam quiere hablar con usted, esta mañana.
—Dígale que espere.
—Se trata de Darfur.
—¿Ah, sí?
—Al parecer, él ve el convoy de ayuda como una gran oportunidad personal para Relaciones
Públicas.
Oh, Dios. Pero, por supuesto, ¿no?
—No, no quiero publicidad para Darfur. —Mi voz es ronca con exasperación.
—Él dice que hay un periodista de Forbes que quiere hablar con usted acerca de eso.
¿Cómo demonios lo saben?
—Dígale a Sam que se encargue de eso —chasqueo. Eso es lo que le pago por hacer.
—¿Quiere hablar con él directamente? —pregunta.
—No.
—Lo haré. También tengo que confirmar su asistencia al evento del sábado.
—¿Qué evento?
—La Gala de la Cámara de Comercio.
—¿El sábado que viene? —pregunto, mientras una idea surge en mi cabeza.
—Sí, señor.
—Espere —Me dirijo a Ana, quien sacude su pie izquierdo, pero sin apartar los ojos de color
azul cielo de encima—. ¿Cuándo vuelves de Georgia?
—El viernes —dice.
—Necesitaré una entrada más, porque voy acompañado—informo a Andrea.
—¿Acompañado? —Andrea chirría con incredulidad.
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Suspiro.
—Sí, Andrea, eso es lo que he dicho, acompañado, la señorita Anastasia Steele vendrá
conmigo.
—Sí, señor Grey. —Suena como si le hubiera hecho el día.
Por el amor de Dios. ¿Qué pasa con mi equipo?
—Eso es todo. —Cuelgo—. Buenos días, señorita Steele.
—Señor Grey —dice Ana a modo de saludo. Me paseo por mi escritorio hasta que estoy
delante de ella, y acaricio su rostro.
—No quería despertarte, se te veía tan serena. ¿Has dormido bien?
—Descasé, gracias. Solo vine a saludar antes de darme una ducha. —Está sonriendo y sus
ojos brillan de alegría. Es un placer verla así. Antes de entrar de nuevo al trabajo, me inclino a
darle un suave beso. De repente, envuelve sus brazos alrededor de mi cuello y enreda sus dedos
en mi cabello, y presiona su cuerpo a lo largo de la longitud mía.
Vaya.
Sus labios son persistentes, por lo que respondo, besándola de vuelta, sorprendido por la
intensidad de su ardor. Con una mano, tomo su cabeza, con la otra su desnudo trasero
recientemente azotado, y mi cuerpo se inflama como yesca seca.
—Vaya, parece que el descanso te ha sentado bien. —Mi voz se ata con la lujuria
repentina—. Te sugiero que vayas a ducharte, ¿o te echo un polvo ahora mismo encima de mi
escritorio?
—Prefiero lo del escritorio —susurra en la esquina de mi boca, moliendo su sexo contra mi
erección.
Bueno, esto es una sorpresa.
Sus ojos son oscuros y codiciosos de deseo.
—Esto le gusta de verdad, ¿no, señorita Steele? Te estás volviendo insaciable.
—Lo que me gusta eres tú.
—Desde luego, solo yo. —Sus palabras son la llamada de una sirena en mi libido. Perdiendo
todo autocontrol, aparto todo lo de mi escritorio, tiro mis papeles, teléfono y bolígrafos todo
estrépito o flotando en el suelo, pero no me importa un carajo. Levanto Ana y la acuesto en mi
escritorio para que su cabello se derrame sobre el borde y en el asiento de la silla.
—Tú lo has querido, nena —gruño, sacando el condón y desabrochando mis pantalones.
Mientras hago el trabajo rápido de cubrir mi polla, miro hacia abajo a la insaciable señorita
Steele—. Espero que estés lista —le advierto, agarrando sus muñecas y manteniéndolas a los
costados. Con un movimiento rápido estoy dentro de ella—. Dios, Ana. Sí que estás lista. —Le doy
un nanosegundo para adaptarse a mi presencia. Entonces empiezo a empujar. De ida y vuelta. Una
y otra vez. Más y más fuerte. Ella tira su cabeza hacia atrás, su boca abierta en una súplica muda,
mientras sus pechos suben y bajan en el ritmo con cada sacudida a su cuerpo. Envuelve sus
piernas alrededor de mí mientras me paro, perforando en ella.
¿Esto lo que quieres, nena?
Ella se encuentra con cada empuje, meciéndose contra mí y gimiendo mientras la poseo.
Tomándola, más y más alto y más alto, hasta que siento su rigidez a mi alrededor.
—Vamos, nena, dámelo todo. —Aprieto los dientes, y lo hace, espectacularmente, gritando
y llevándome a mi propio orgasmo.
Mierda. Me vengo tan espectacular como ella, y me desplomo encima de ella mientras su
cuerpo se tensa alrededor de mí con réplicas.
Maldita sea. Eso fue inesperado.
—¿Qué diablos me estás haciendo? —Estoy sin aliento, mis labios rozando su cuello—. Me
tienes completamente hechizado, Ana. Ejerces alguna magia poderosa.
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¡Y me saltaste!
Libero a sus muñecas y seguir de pie, pero ella aprieta sus piernas alrededor de mí, sus
dedos enredándose en mi cabello.
—Soy yo la hechizada —susurra. Nuestros ojos están bloqueados, su escrutinio intenso,
como si estuviera viendo a través de mí. Al ver la oscuridad en mi alma.
Mierda. Déjame ir. Esto es demasiado.
Tomo su cara en mis manos para besarla rápidamente, pero cuando lo hago, el pensamiento
inoportuno de ella en esta posición con alguien más me viene a la mente. No. Ella no hará esto con
nadie más. Jamás.
—Tú… eres… mía —Mis palabras rompen entre nosotros—. ¿Entendido?
—Sí, tuya —dice, su expresión sincera, sus palabras llenas de convicción, y mis celos
irracionales retroceden.
—¿Segura que tienes que irte a Georgia? —pregunto, alisando su cabello de alrededor de su
cara.
Asiente con la cabeza.
Maldita sea.
Salgo de ella y se estremece.
—¿Te duele?
—Un poco —dice con una sonrisa tímida.
—Me gusta que te duela. Te recordará que he estado ahí, solo yo. —Le doy un beso
posesivo, áspero.
Porque no quiero que se vaya a Georgia.
Y a mí nadie me ha dejado desde... desde Elena.
E incluso entonces, fue calculado siempre, parte de una escena.
De pie, extiendo mi mano y tiro de ella para sentarla. Mientras tiro del condón, murmura:
—Siempre preparado.
Le doy una mirada, confundido, mientras abrocho mi bragueta. Sostiene el paquete de
aluminio vacío a modo de explicación.
—Un hombre siempre puede tener esperanzas, Anastasia, incluso sueña, y a veces los
sueños se hacen realidad. —No tenía idea de que conseguiría utilizarlo tan pronto, y en sus
términos, no los mías. Señorita Steele, por ejemplo a un inocente, usted es, como siempre,
inesperada.
No tenía idea de que conseguiría utilizarlo tan pronto y en sus términos, no los míos.
Señorita Steele, para ser tan inocente, eres como siempre, inesperada.
—Así que… hacerlo en tu escritorio... ¿era un sueño? —pregunta.
Cariño. He tenido sexo en este escritorio muchas, muchas veces, pero siempre en mi
instigación, nunca de las sumisas.
No es así como funciona.
Su cara cae mientras lee mis pensamientos.
Mierda. ¿Qué puedo decir? Ana, a diferencia de ti, tengo un pasado.
Me paso la mano por el cabello en señal de frustración. Esta mañana no va de acuerdo con
el plan.
—Más vale que vaya a darme una ducha —dice sometida. Se levanta y da unos pasos hacia
la puerta.
—Tengo un par de llamadas más que hacer. Desayunaré contigo cuando salgas de la ducha.
—Miro detrás de ella, preguntándome qué decir para arreglar esto—. Creo que la señora Jones te
ha lavado la ropa de ayer. Está en el armario.
Luce sorprendida, e impresionada.
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—Gracias —dice.
—No se merecen.
Su frente se arruga mientras me estudia, desconcertada.
—¿Qué? —pregunto.
—¿Qué pasa?
—¿A qué te refieres?
—Pues, estás siendo más raro de lo habitual.
—¿Te parezco raro? —Ana, nena, "raro" es mi segundo nombre.
—A Veces.
Dile. Dile que nadie se te ha abalanzado por un largo tiempo.
—Como de costumbre, me sorprende, señorita Steele.
—¿En qué le sorprendo?
—Digamos que era un regalito inesperado.
—Nos proponemos complacer, Sr. Grey —se burla, todavía escudriñándome.
—Y me complaces —reconozco. Pero me desarmas, también—. ¿Pensé que ibas a darte una
ducha?
Su gesto se entristece.
Mierda.
—Sí, eh, luego te veo. —Se vuelve y corretea fuera de mi estudio, dejándome de pie en un
laberinto de confusión. Sacudo la cabeza para despejarme, empiezo a recoger mis pertenencias
esparcidas por el suelo y las organizo en el escritorio.
¿Cómo diablos puede solo bailar vals en mi estudio y seducirme? Se supone que debo estar
en el control de esta relación. Esto es lo que estaba pensando de la noche anterior; su entusiasmo
desenfrenado y afecto. ¿Cómo diablos se supone que debo hacer frente a eso? No es algo que
sepa. Hago una pausa cuando agarro mi teléfono.
Pero es bueno.Sí.
Más que bueno.
Me río del pensamiento y recuerdo su "bonito" correo electrónico. Maldita sea, hay una
llamada perdida de Bill. Debe de haber llamado durante mi cita con la señorita Steele. Me siento
en mi escritorio, dueño de mi propio universo, una vez más—ahora que está en la ducha—, y lo
llamo de regreso. Necesito que me hable de Detroit... y necesito volver a mi juego.
No contesta, llamo a Andrea.
—Sr. Grey.
—¿Está el jet libre hoy y mañana?
—No está programado su uso hasta el jueves, señor.
—Genial. ¿Puede intentar comunicarse con Bill por mí?
—Claro.
Mi conversación con Bill es larga. Ruth ha hecho un excelente trabajo de exploración de
todos los solares abandonados disponibles en Detroit. Dos son viables para la planta de tecnología
que queremos construir, y Bill está seguro que Detroit tiene disponible la fuerza laboral que
requerimos.
Mi corazón se hunde.
¿Tiene que ser Detroit?
Tengo recuerdos vagos del lugar: borrachos, vagabundos y drogadictos gritándonos en las
calles; la picada de mala muerte que llamábamos hogar; y una joven, mujer rota, la puta adicta al
crack que llamé mamá, mirando al vacío mientras se sentaba en una habitación gris y sucia llena
de motas de polvo y aire rancio.
Y él.
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Me estremezco. No pienses en él... o ella.
Pero no puedo evitarlo. Ana no ha dicho nada acerca de mi confesión nocturna. Nunca he
mencionado a la puta adicta al crack a cualquiera. Tal vez por eso me atacó esta mañana: piensa
que necesito algo de tierno amor y cuidado.
A la mierda eso.
Nena. Me quedo con tu cuerpo, si lo ofreces. Lo estoy haciendo bien. Pero incluso mientras
los pensamientos estallan en mi cabeza me pregunto si estoy ―bien‖. Ignoro mi inquietud; es algo
para discutir con Flynn cuando esté de vuelta.
En este momento, tengo hambre. Espero que tenga su dulce trasero fuera de la ducha,
porque necesito comer.
Ana está de pie en el mostrador de la cocina hablando con la señora Jones, quien ha
establecido lugares para nuestro desayuno.
—¿Le apetece comer algo? —pregunta la señora Jones.
—No, gracias —contesta.
Oh no, no lo hagas.
—Pues claro que va a comer algo —gruño a las dos—. Le gustan las tortitas con huevos y
tocino, señora Jones.
—Sí, señor Grey. ¿Qué va a tomar usted, señor? —responde sin pestañear.
—Tortilla, por favor, y algo de fruta. Siéntate —digo a Ana, señalando uno de los taburetes.
Lo hace, y tomo asiento a su lado mientras la señora Jones prepara nuestro desayuno.
—¿Comprastetu tiquete de avión? —pregunto.
—No, lo compraré cuando llegue a casa, por Internet.
—¿Tienes dinero?
—Sí —dice, como si yo tuviera cinco años de edad, y sacude elcabello sobre su hombro,
aplanando los labios, molesta, creo.
Arqueo una ceja en censura. Siempre podía azotarte de nuevo, cariño.
—Sí, tengo, gracias —dice con rapidez, en un tono más moderado.
Eso está mejor.
—Tengo un jet. No se va a usar hasta dentro de tres días; está a tu disposición. —Será un
"no". Pero, por lo menos puedo ofrecer.
Sus labios se separan en estado de shock y su expresión se transforma, desde aturdida a
impresionada y exasperada en igual medida.
—Ya hemos abusado bastante de la flota aérea de tu empresa. No me gustaría volver a
hacerlo —dice con indiferencia.
—La empresa es mía, el jet también.
Niega con la cabeza.
—Gracias por el ofrecimiento. Pero prefiero tomar un vuelo regular.
Seguramente la mayoría de las mujeres se saltarían a la oportunidad de tomar un avión
privado, pero parece que la riqueza material realmente no impresiona a la chica, o no le gusta
sentirse en deuda conmigo. No estoy seguro cuál. De cualquier manera, es una criatura obstinada.
—Como quieras. —Suspiro—. ¿Tienes que prepararte mucho para las entrevistas?
—No.
—Bien —responde, pero todavía no me dicecuál de las editoriales verá. En lugar de eso, me
da una sonrisa parecida a una esfinge. No hay manera de que divulgue este secreto.
—Soy un hombre de recursos, señorita Steele.
—Soy perfectamente consciente de eso, Sr. Grey. ¿Me vas a rastrear el teléfono?
Confiaba en que recordaría eso.
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—La verdad es que esta tarde voy a estar muy ocupado, así que voy a tener que pedirle a
alguien que lo haga por mí —respondo sonriendo.
—Si puedes poner a alguien a hacer eso, es que te sobra personal, desde luego.
Oh, está descarada el día hoy.
—Le enviaré un correo electrónico a la jefa de recursos humanos y le pediré que revise el
recuento del personal. —Esto es lo que me gusta, nuestras bromas. Es refrescante, divertido y
diferente a todo lo que he conocido.
La señora Jones nos sirve el desayuno, y estoy satisfecho de ver a Ana saboreando su
comida. Cuando la señora Jones deja la cocina, entorna los ojos hacia mí.
—¿Qué pasa, Anastasia?
—¿Sabes? Nunca me has dicho por qué no te gusta que te toquen.
¡No esto de nuevo!
—Te he contado más de lo que le he contado nunca a nadie.—Mi voz es baja para ocultar la
frustración. ¿Por qué persiste con estas preguntas? Come un par de bocados de sus panqueques.
—¿Pensarás en nuestro contrato mientras estás fuera? —pregunto.
—Sí. —Está seria.
—¿Me vas a extrañar?
¡Grey!
Se vuelve hacia mí, tan sorprendida como yo por la pregunta.
—Sí —dice después de un momento, su expresión abierta y honesta. Esperaba un
comentario inteligente, Sin embargo, tengo la verdad. Y extrañamente, encuentro su confesión
reconfortante.
—Yo también te voy a extrañar —murmuro—. Más de lo que imaginas. —Mi apartamento
estará más callado sin ella, y un poco vacío. Acaricio su mejilla y la beso. Me da una dulce sonrisa
antes de regresar a su desayuno.
—Voy a lavarme los dientes, luego debo irme —anuncia, una vez que termina.
—Tan pronto. Pensé que podrías quedarte más tiempo.
Está desconcertada. ¿Pensó que la echaría?
—Te he convencido y tomado de tu tiempo lo suficiente, Sr. Grey. Además, ¿no tienes un
imperio que manejar?
—Puedo hacer novillos. —La esperanza hincha mi pecho y mi voz. Y solo despejé la mañana.
—Tengo que prepararme para mis entrevistas. Y conseguir cambiarme. —Mira con cautela.
—Te ves genial.
—Vaya, gracias señor —dice amablemente. Pero sus mejillas están coloreando su familiar
satén rosa, al igual que su trasero anoche. Está avergonzada. ¿Cuándo va a aprender a tomar un
cumplido?
Levantándose, lleva su plato hacia el fregadero.
—Deja eso. La señora Jones lo hará.
—Está bien. Solo voy a lavarme los dientes.
—Por favor, siéntete libre de utilizar mi cepillo —ofrezco, con sarcasmo.
—Tenía toda la intención de hacerlo —dice y desfila fuera de la habitación. Esa mujer tiene
una respuesta para todo.
Regresa unos minutos después con su bolso.
—No te olvides de llevar el BlackBerry, tu Mac, y los cargadores a Georgia.
—Sí, señor —dice obedientemente.
Buena chica.
—Ven. —La llevo hasta el ascensor y camino dentro.
—No tienes que bajar. Puedo guiarme a mi auto.
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—Todo esto es parte del servicio —digo sarcásticamente—. Además, puedo besarte todo el
camino. —La encierro entre mis brazos y hago precisamente eso, disfruto de su sabor y su lengua,
dándole una apropiada despedida.
Los dos estamos excitados y sin aliento para el momento en que las puertas se abren en la
planta del garaje. Pero se va. La llevo a su auto y abro la puerta del conductor, ignorando mi
necesidad.
—Adiós, por ahora, Amo —susurra y me besa una vez más.
—Conduce con cuidado, Anastasia. Y ten un viaje seguro. —Cierro su puerta, retrocedo, y la
veo irse. Luego me dirijo arriba.
Llamo a la puerta del estudio de Taylor y le hago saber que me gustaría ir a la oficina en diez
minutos.
—Tendré el auto listo, señor.
Llamo a Welch desde el auto.
—Sr. Grey —dice en tono áspero.
—Welch. Anastasia Steele comprará un tiquete de avión el día de hoy, dejando Seattle esta
noche hacia Savannah. Me gustaría saber cuál es su vuelo.
—¿Tiene una aerolínea de preferencia?
—Me temo que no lo sé.
—Veré lo que puedo hacer.
Cuelgo. Mi plan estúpido está cayendo en su lugar.
—¡Sr. Grey! —Andrea está sorprendida por mi aparición varias horas más temprano de lo
habitual. Quiero decirle que yo trabajo aquí, pero decido comportarme.
—Pensé en sorprenderla.
—¿Café? —gorjea.
—Por favor.
—¿Con o sin leche?
Buena chica.
—Con. La leche cocida al vapor.
—Sí, Señor Grey.
—Contacte a Caroline Acton. Me gustaría hablar con ella de inmediato.
—Por supuesto.
—Y haga una cita para ver a Flynn, la próxima semana.—Ella asiente y se sienta a trabajar.
En mi escritorio, enciendo la computadora.
El primer correo electrónico en mi bandeja de entrada es de Elena.
De: Elena Lincoln
Asunto: El fin de semana
Fecha: 30 de mayo de 2011, 10:15
Para: Christian Grey
Christian, ¿qué pasa?
Tu madre me dijo que llevaste a una jovencita para la cena de ayer. Me intriga. Ese no es su estilo.
¿Has encontrado una nueva sumisa? Llámame.
Ex
ELENA LINCOLN ESCLAVA
Porque La Belleza Eres Tú®
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Eso es todo lo que necesito. Cierro su correo electrónico, decido ignorarlo por ahora. Olivia
golpea y entra con mi café mientras Andrea llama a mi teléfono.
—Tengo a Welch para usted, y le dejé un mensaje a la Señora Acton—anuncia Andrea.
—Bien. Póngalo en contacto.
Olivia coloca el café con leche en mi escritorio y sale nerviosa. Hago lo que puedo para hacer
caso omiso de ella.
—Welch.
—No hay tiquetes de avión comprados por el momento, señor Grey. Pero voy a controlar la
situación y le informo, en caso de que haya un cambio.
—Por favor, hágalo.
Él cuelga. Tomo un sorbo de café y de llamo a Ros.
Justo antes del almuerzo Andrea pone a Caroline Acton.
—Sr. Grey, que encantador tener noticias de usted. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Hola, Sra.Acton. Me gustaría lo habitual.
—¿El vestuario del gabinete? ¿Tiene una paleta de colores en mente?
—Azules y verdes. Plata, tal vez, para un evento formal. —La cena de la Cámara de
Comercio me viene a la mente—. Colores de gemas, creo.
—Bonito—responde la Sra. Acton con su entusiasmo habitual.
—Y satén, ropa interior de seda y ropa de dormir. Algo glamoroso.
—Sí, señor. ¿Tiene un presupuesto en mente?
—No hay presupuesto. Vaya por todo. Quiero todo de alta gama.
—¿Zapatos también?
—Por favor.
—Genial. ¿Tamaños?
—Voy a enviárselo por correo electrónico. Tengo su dirección de la última vez.
—¿Cuándo desea la entrega?
—Este viernes.
—Estoy segura de que puedo hacer eso. ¿Le gustaría ver fotografías de mis opciones?
—Por favor.
—Genial. Me pondré en ello.
—Gracias.—Cuelgo y Andrea pone a Welch.
—Welch.
—La Señorita Steele viajará en DL2610 a Atlanta, con salida a las diez veinticinco esta noche.
Anoto todos los detalles de sus vuelos y conexiones a Savannah. Llamo a Andrea, que entra
momentos más tarde, llevando su cuaderno.
—Andrea, Anastasia Steele viajará en estos vuelos. Súbala a primera clase, compruébelo y
pague para que entre en el salón de primera clase. Y compre el asiento a su lado en todos los
vuelos, ida y vuelta. Usemi tarjeta de crédito personal.—La mirada perpleja de Andrea me dice
que piensa que me he despedido de mi cordura, pero se recupera rápidamente y acepta mi nota
garabateada a mano.
—Lo haré, señor Grey.—Está tratando todo lo posible para mantenerlo profesional, pero la
veo sonreír.
Esto no es asunto suyo.
Mi tarde se pasa en reuniones. Marco ha preparado informes preliminares sobre las cuatro
casas editoriales con sede en Seattle. Los puse a un lado para leerlos más tarde. Él también está de
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acuerdo conmigo sobre Woods y su compañía. Esto se va a poner feo, pero después de haber visto
las sinergias, el único camino a seguir es el de absorber la división de tecnología de Woods y
liquidar el resto de su compañía. Va a ser caro, pero es mejor para GEH.
Por la tarde, logro tener un entrenamiento rápido y vigoroso con Bastille, así que estoy
tranquilo y relajado cuando me dirijo a casa.
Después de una cena ligera, me siento a leer en mi escritorio. Lo primero de la noche es
responder a Elena. Pero cuando abro mis correos electrónicos, hay uno de Ana. No ha estado lejos
de mis pensamientos todo el día.
De: Anastasia Steele
Asunto: Entrevistas
Fecha: 30 de mayo de 2011 18:49
Para: Christian Grey
Querido Amo:
Las entrevistas de hoy han ido bien.
Pensé que podría interesarte.
¿Qué tal tu día?
Ana.
Escribo mi respuesta inmediatamente
De: Christian Grey
Asunto: Mi día
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:03
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Todo lo que hace me interesa. Es la mujer más fascinante que conozco.
Me alegrode que sus entrevistas hayan ido bien.
Mi mañana ha superado todas mis expectativas. Mi tarde, en comparación, ha sido de lo
más aburrida.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Me siento y froto mi barbilla, esperando.
De: Anastasia Steele
Asunto: Mañana maravillosa
Fecha: 30 Mayo 2011 19:05
Para: Christian Grey
Querido Amo:
También la mañana ha sido espectacular para mí, aunque te hayas mostrado raro después
del impecable polvo sobre el escritorio. No creas que no me di cuenta.
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Gracias por el desayuno. O gracias a la señora Jones.
Me gustaría hacerte algunas preguntas sobre ella (sin que vuelvas a ponerte raro conmigo).
Ana
¿Ponerse raro? Diablos. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Está diciendo que soy raro? Bueno, lo
soy, supongo. Puede ser. Tal vez ella se dio cuenta lo sorprendido que estaba cuando saltó hacia
mí, nadie ha hecho eso durante mucho tiempo.
―Impecable‖... me quedo con eso.
De: Christian Grey
Asunto: ¿Tú en una editorial?
Fecha: 30 Mayo 2011 19:10
Para: Anastasia Steele
Anastasia:
―Ponerse raro‖no es una forma verbal aceptable y no debería usarla alguien que quiere
entrar en el mundo editorial. ¿Impecable? ¿Comparado con qué, dime, por favor? ¿Y qué es lo que
quieres preguntarme de la señora Jones? Me tienes intrigado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Tú y la señora Jones
Fecha: 30 Mayo 2011 19:17
Para: Christian Grey
Querido Amo:
La lengua evoluciona y avanza. Es algo vivo. No está encerrada en una torre de marfil,
rodeada de carísimas obras de arte, con vistas a casi todo Seattle y con un helipuerto en la azotea.
Impecable en comparación con las otras veces que hemos… ¿cómo es que lo llamas tú…?
Ah, sí, follado. De hecho, los polvos han sido todos impecables, punto, en mi modesta opinión,…
pero, claro, como bien sabes, tengo una experiencia muy limitada.
¿La señora Jones es una ex sumisa tuya?
Ana.
Su respuesta me hace reír en voz alta, y luego me choca.
¡La señora Jones! ¿Sumisa?
De ninguna manera.
Ana. ¿Estás celosa? Y hablando de lenguaje... ¡vigila el tuyo!
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De: Christian Grey
Asunto: Lenguaje. ¡Esa boquita…!
Fecha: 30 Mayo 2011 19:22
Para: Anastasia Steele
Anastasia:
La señora Jones es una empleada muy valiosa. Nunca he mantenidocon ella más relación
que la profesional. No contrato a nadie con quien haya mantenido relaciones sexuales. Me
sorprende que se te haya ocurrido algo así. La única persona con la que haría una excepción a esta
norma eres tú,porque eres una joven brillante con notables aptitudes para la negociación. No
obstante, como sigas utilizando semejante lenguaje, voy a tener que reconsiderar la posibilidad de
incorporarte a mi planilla. Me alegra que tengas experiencia limitada. Tu experiencia seguirá
siendo limitada… solo a mí.
Tomaré―impecable‖ como un cumplido… aunque con go nunca sé si eseso lo que quieres
decir o si el sarcasmo está hablando por ti, como de costumbre.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc., desde su torre de marfil.
Aunque tal vez no sería una buena idea que Ana trabajara para mí.
De: Anastasia Steele
Asunto: Ni por todo el té de China
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:27
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Creo que ya le he manifestado mis reservas respecto a trabajar en su empresa. Mi opinión
no ha cambiado, ni va a cambiar, ni cambiará, jamás. Ahora te tengo que dejar porque Kate ya
volvió con la cena. Mi sarcasmo y yo te deseamos buenas noches.
Me podré en contacto contigo cuando esté en Georgia.
Ana.
Por alguna razón, me irrita ligeramente escuchar que no quería trabajar para mí. Tiene un
impresionante promedio general. Es brillante, encantadora, divertida; sería un activo para
cualquier compañía. También es prudente al decir que no.
De: Christian Grey
Asunto: ¿Ni por el té Twinings English Breakfast?
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:29
Para: Anastasia Steele
Buenas noches, Anastasia.
Espero que tu sarcasmo y tú tengan un buen vuelo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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Pongo todos los pensamientos de la señorita Steele a un lado y comienzo a responderle a
Elena.
De: Christian Grey
Asunto: El fin de semana
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:47
Para: Elena Lincoln
Hola, Elena.
Mi madre tiene una enorme boca. ¿Qué puedo decir?
Conocí una chica. La llevé a cenar.
No es gran cosa.
¿Cómo vas tú?
Lo mejor,
Christian
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Elena Lincoln
Asunto: El fin de semana
Fecha: 30 de mayo de 2011 19:50
Para: Christian Grey
Christian, eso es mentira. Vamos a cenar.
¿Mañana?
Ex
ELENA LINCOLN ESCLAVA
Porque La Belleza Eres Tú®
¡Mierda!
De: Christian Grey
Asunto: El fin de semana
Fecha: 30 de mayo de 2011 20:01
Para: Elena Lincoln
Por supuesto.
Lo mejor,
Christian.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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De: Elena Lincoln
Asunto: El fin de semana
Fecha: 30 de mayo de 2011 20:05
Para: Christian Grey
¿Quieres conocer a la chica que te mencioné?
Ex
ELENA LINCOLN ESCLAVA
Porque La Belleza Eres Tú®
No por el momento.
De: Christian Grey
Asunto: El fin de semana
Fecha: 30 de mayo de 2011 20:11
Para: Elena Lincoln
Creo que dejaré que el contrato que tengo ahora siga su curso.
Nos vemos mañana.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me siento para leer la propuesta del proyecto de Fred para Eamon Kavanagh, después paso
al resumen de Marco de las editoriales en Seattle.
Justo antes de las diez de la mañana soy distraído por un sonido de mi computadora. Es
tarde. Supongo que es un mensaje de Ana.
De: Anastasia Steele
Asunto: Detalles superextravagantes
Fecha: 30 de mayo de 2011 21:53
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Lo que verdaderamente me alarma es cómo supiste qué vuelo iba a tomar.
Tu tendencia al acoso no conoce límites. Espero que el doctor Flynn haya vuelto de
vacaciones.
Me hicieron la manicura, me dieron un masaje en la espalda y me tomé dos copas de
champán, una forma agradabilísima de empezar las vacaciones.
Gracias.
Ana.
Ha sido subida de clase. Bien hecho, Andrea.
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De: Christian Grey
Asunto: No se merecen
Fecha: 30 de mayo de 2011 21:59
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
El doctor Flynn ha vuelto y tengo cita con él esta semana.
¿Quién le ha dado un masaje en la espalda?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc., con amigos en los sitios adecuados.
Reviso la hora de su correo. Debería estar a bordo en este momento, si su avión está a
tiempo. Abro rápidamente Google y compruebo las salidas de Sea-Tac. Su vuelo está a tiempo.
De: Anastasia Steele
Asunto: Manos fuertes y capaces
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:22
Para: Christian Grey
Querido Amo:
Me ha dado un masaje en la espalda un joven muy agradable. Verdaderamente agradable.
No me habría topado con Jea-Paul en la sala de embarque normal, así que te agradezco de nuevo
el detalle.
¿Qué demonios?
No sé si me van a dejar mandar correos cuando hayamos despegado; además, necesito
dormir para estar guapa, porque últimamente no he dormido mucho.
Dulces sueños, señor Grey… pienso en ti.
Ana.
¿Está tratando de ponerme celoso? ¿Tiene alguna idea de cuán enojado puedo ponerme?
Se ha ido por un par de horas, y deliberadamente me está haciendo enojar. ¿Por qué me hace
esto?
De: Christian Grey
Asunto: Disfruta mientras puedas
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:25
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Sé lo que se propone y, créame, lo ha conseguido. La próxima vez irá en la bodega de carga,
atada y amordazada y metida en un cajón. Le aseguro que encargarme de que viaje en esas
condiciones me producirá muchísimo más placer que cambiarle el boleto por uno de primera
clase.
Espero ansioso su regreso.
Christian Grey
Presidente de mano suelta de Grey Enterprises Holding, Inc.
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Su respuesta es casi inmediata.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Bromeas?
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:30
Para: Christian Grey
¿Ves?, no tengo ni idea de si estás bromeando o no. Si no bromeas, mejor me quedo en
Georgia. Los cajones están en mi lista de límites infranqueables. Siento haberte enfadado. Dime
que me perdonas.
A
Por supuesto que estoy bromeando… más o menos. Al menos sabe que estoy molesto. Su
avión debería estar despegando. ¿Cómo es que está enviando correos?
De: Christian Grey
Asunto: Bromeo
Fecha: 30 de mayo de 2011 22:31
Para: Anastasia Steele
¿Cómo es que estás mandando correos? ¿Estás poniendo en peligro la vida de todos los
pasajeros, incluida la tuya, usando la BlackBerry? Creo que eso contraviene una de las normas.
Christian Grey
Presidente de manos sueltas (ambas) de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Y sabemos qué pasa si desobedeces las reglas, señorita Steele. Reviso la página web de SeaTac por las salidas de los vuelos; su avión ha salido. No sabré de ella por un tiempo. Ese
pensamiento, así como su pequeña artimaña del correo, me han puesto de mal humor.
Abandonando mi trabajo, me dirijo a la cocina y decido servirme una bebida, esta noche Armañac.
Taylor asoma su cabeza por la entrada de la sala de estar.
—Ahora no —vocifero.
—Muy bien, señor —dice y se dirige de nuevo a dónde sea que vino.
No desquites tu mal humor con el personal, Grey.
Molesto conmigo mismo, camino hacia las ventanas y miro el horizonte de Seattle. Me
pregunto por qué ella se ha metido bajo mi piel, y por qué nuestra relación no está avanzando en
la dirección que me gustaría. Espero que una vez que haya tenido la oportunidad de reflexionar en
Georgia, vaya a tomar la decisión correcta. ¿No es cierto?
La ansiedad aflora en mi pecho. Tomo otro trago de mi bebida y me siento en mi piano para
tocar.
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Martes, 31 de Mayo de 2011
Mami se ha ido. No sé a dónde.
Él está aquí. Oigo sus botas. Son botas fuertes.
Tienen hebillas de plata. Pisan. Fuerte.
Él pisa. Y grita.
Estoy en el armario de mami.
Escondido.
Él no me escuchará.
Puedo estar quieto. Muy quieto.
Quieto porque no estoy aquí.
—¡Jodida perra! —grita.
Él grita mucho.
¡Jodida perra!
Él grita a mami.
Él me grita.
Él golpea a mami.
Él me golpea.
Oigo la puerta cerrarse. Él ya no está aquí.
Y mami se ha ido, también.
Me quedo en el armario. En la oscuridad. Estoy muy quieto.
Me siento por un largo tiempo. Un largo, largo, largo tiempo. ¿Dónde está mami?
Hay un destello del amanecer en el cielo cuando abro los ojos. La alarma de la radio dice
cinco y veintitrés. He dormido a ratos, plagado de sueños desagradables, y estoy agotado, pero
decido ir a correr al despertarme. Una vez que estoy en chándal, recojo mi teléfono. Hay un texto
de Ana.
He llegado sana y salva a Savannah.
A :)
Bien. Ella está ahí, y a salvo. La idea me agrada y escaneo rápidamente mi correo
electrónico. El tema del mensaje más reciente de Ana es el primero que veo: "¿Te gusta
asustarme?"
De ninguna jodida manera.
Mi cuero cabelludo pica y me siento en la cama, desplazándose a través de sus palabras. Ella
debe haber enviado esto durante su escala en Atlanta, antes de que enviara su mensaje.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Te gusta asustarme?
Fecha: 31 de mayo de 2011 06:52 EST
Para: Christian Grey
Sabes cuánto me desagrada que te gastes dinero en mí. Sí, eres muy rico, pero aun así me
incomoda; es como si me pagaras por el sexo. No obstante, me gusta viajar en primera —mucho
más civilizado que el autocar—, así que gracias. Lo digo en serio, disfruté del masaje de Jean-Paul,
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que era gay. Omití ese detalle en mi correo anterior para provocarte, porque estaba molesta
contigo, y lo siento.
Pero, como de costumbre, tu reacción es desmedida. No me puedes decir esas cosas (atada
y amordazada en un cajón; ¿lo decías en serio o era una broma?), porque me asustan, me asustas.
Me tienes completamente cautivada, considerando la posibilidad de llevar contigo un estilo de
vida que no sabía ni que existía hasta la semana pasada, y vas y me escribes algo así, y me dan
ganas de salir corriendo espantada. No lo haré, desde luego, porque te extrañaría. Te echaría
mucho de menos. Quiero que lo nuestro funcione, pero me aterra la intensidad de lo que siento
por ti y el camino tan oscuro por el que me llevas. Lo que me ofreces es erótico y sensual, y siento
curiosidad, pero también tengo miedo de que me hagas daño, física y emocionalmente. A los tres
meses, podrías pasar de mí y, ¿cómo me quedaría yo? Claro que supongo que ese es un riesgo que
se corre en cualquier relación. Esta no es precisamente la clase de relación que yo imaginaba que
tendría, menos aun siendo la primera. Me supone un acto de fe inmenso.
Tenías razón cuando dijiste que no hay una pizca de sumisión en mí, y ahora coincido
contigo. Dicho esto, quiero estar contigo, y si eso es lo que tengo que hacer para conseguirlo, me
gustaría intentarlo, aunque me parece que lo haré de pena y terminaré llena de moratones… y la
idea no me atrae en absoluto.
Estoy muy contenta de que hayas accedido a intentar darme más. Solo me falta decidir lo
que en endo por ―más‖, y esa es una de las razones por las que quería distanciarme un poco. Me
deslumbras de tal modo que me cuesta pensar con claridad cuando estamos juntos.
Nos llaman para embarcar. Tengo que irme.
Hasta más tarde.
Tu Ana.
Me está regañando. Otra vez. Pero me sorprende con su honestidad. Es esclarecedor. Leo su
correo electrónico y otra vez, y cada vez me detengo en "Tu Ana."
Mi Ana.
Ella quiere que trabajemos en esto.
Quiere estar conmigo.
Hay esperanza, Grey.
Pongo mi teléfono en mi cama, y decido que necesito correr, para despejar mi cabeza así
que puedo pensar en mi respuesta.
Tomo mi ruta habitual hasta Stewart a la Avenida Westlake luego alrededor de Denny Park
un par de veces, She just likes to fight de Four Tet resuena en mis oídos.
Ana me dio una gran cantidad para procesar.
¿Le pago por sexo? Al igual que a una puta.
Nunca he pensado en ella de esa manera. La sola idea me hace enojar. Jodidamente loco.
Corro de nuevo alrededor del parque, mi enojo estimulándome sucesivamente. ¿Por qué se hace
esto a sí misma? Soy rico, ¿y qué? Ella solo tiene que acostumbrarse a eso. Me recuerda nuestra
conversación de ayer sobre el jet de GEH. Ella no tomaría esa oferta.
Al menos no me quiere por mi dinero.
Pero, ¿me quieren en absoluto?
Ella dice que la deslumbro. Pero chico, lo ha entendido mal. Me deslumbra de una manera
que nunca he experimentado, sin embargo, ha volado a través del país para alejarse de mí.
¿Cómo se supone que me sienta?
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Ella está en lo correcto. Es un camino oscuro al que le estoy llevando, pero que es mucho
más íntimo que cualquier relación de vainilla, o por lo que he visto. Solo tengo que mirar a Elliot y
su enfoque alarmantemente casual de citas para ver la diferencia.
Y nunca haría daño físico o emocional, ¿cómo puede pensar eso? Solo quiero empujar sus
límites, veo lo que hará y no hará. Sancionarla cuando pasa las líneas... sí, podría doler, pero no
más allá de lo que ella puede tomar. Podemos planear lo que me gustaría hacer. Podemos tomar
las cosas con calma.
Y aquí está el problema.
Si va a hacer lo que yo quiero que haga, voy a tener que tranquilizarla y darle "más". Lo que
podría ser... no lo sé todavía. La he llevado a conocer a mis padres. Eso fue más, sin duda. Y eso no
fue tan difícil.
Tomo un trote lento por el parque para pensar en lo que más me molesta acerca de su
correo electrónico. No es miedo, es que ella está aterrorizada de la profundidad de los
sentimientos que tiene por mí.
¿Qué significa eso?
Ese sentimiento desconocido surge en mi pecho mientras mis pulmones queman por aire.
Me da miedo. Me asusta tanto que me empujo más fuerte, de modo que todo lo que siento es el
dolor del esfuerzo en las piernas y en mi pecho y el sudor frío que se escurre por mi espalda.
Sí. No vayas allí, Grey.
Mantén el control.
De regreso a mi apartamento, tomo una ducha rápida y me afeito, y luego me visto.
Gail está en la cocina cuando camino a través de camino a mi estudio.
—Buenos días, señor Grey. ¿Café?
—Por favor —le digo, sin detenerme. Estoy en una misión.
En mi escritorio, enciendo mi iMac y compongo mi respuesta a Ana.
De: Christian Grey
Asunto: ¡Por fin!
Fecha: 31 de mayo de 2011 07:30
Para: Anastasia Steele
Anastasia:
Me fastidia que, en cuanto pones distancia entre nosotros, te comuniques abierta y
sinceramente conmigo. ¿Por qué no lo haces cuando estamos juntos?
Sí, soy rico. Acostúmbrate. ¿Por qué no voy a gastar dinero en ti? Le dijimos a tu padre que
soy tu novio. ¿No es eso lo que hacen los novios? Como amo tuyo, espero que aceptes lo que
gaste en ti sin rechistar. Por cierto, díselo también a tu madre.
No sé cómo responder a lo que me dices que te sientes como una puta. Ya sé que no me lo
has dicho con esas palabras, pero es lo mismo. Ignoro qué puedo decir o hacer para que dejes de
sentirte así. Me gustaría que tuvieras lo mejor en todo. Trabajo muchísimo, y me gusta gastarme el
dinero en lo que me apetezca. Podría comprarte la ilusión de tu vida, Anastasia, y quiero hacerlo.
Llámalo redistribución de la riqueza, si lo prefieres. O simplemente ten presente que jamás
pensaría en ti de la forma que dices y me fastidia que te veas así. Para ser una joven tan guapa,
ingeniosa e inteligente, tienes verdaderos problemas de autoestima y me estoy pensando muy
seriamente concertarte una cita con el doctor Flynn.
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Siento haberte asustado. La idea de haberte inspirado miedo me resulta horrendo. ¿De
verdad crees que te dejaría viajar como una presa? Te ofrecí mi jet privado, por el amor de Dios.
Sí, era una broma, y muy mala, por lo visto. No obstante, la verdad es que imaginarte atada y
amordazada me excita (esto no es broma: es cierto). Puedo prescindir del cajón; los cajones no me
atraen. Sé que no te agrada la idea de que te amordace; ya lo hemos hablado: cuando lo haga —si
lo hago—, ya lo hablaremos. Lo que parece que no te queda claro es que, en una relación
amo/sumiso, es el sumiso el que tiene todo el poder. Tú, en este caso. Te lo voy a repetir: eres tú
la que tiene todo el poder. No yo. En la casita del embarcadero te negaste. Yo no puedo tocarte si
tú te niegas; por eso debemos tener un contrato, para que decidas qué quieres hacer y qué no. Si
probamos algo y no te gusta, podemos revisar el contrato. Depende de ti, no de mí. Y si no quieres
que te ate, te amordace y te meta en un cajón, jamás sucederá.
Quiero compartir mi estilo de vida contigo. Nunca he deseado nada tanto. Francamente, me
admira que una joven tan inocente como tú esté dispuesta a probar. Eso me dice más de ti de lo
que te puedas imaginar. No acabas de entender, pese a que te lo he dicho en innumerables
ocasiones, que tú también me tienes hechizado. No quiero perderte. Me angustia que hayas
tomado un avión y vayas a estar a casi cinco mil kilómetros de mí varios días porque no puedes
pensar con claridad cuando me tienes cerca. A mí me pasa lo mismo, Anastasia. Pierdo la razón
cuando estamos juntos; así de intenso es lo que siento por ti.
Entiendo tu inquietud. He intentado mantenerme alejado de ti; sabía que no tenías
experiencia —aunque jamás te habría perseguido de haber sabido lo inocente que eras—, y aun
así me desarmas por completo como nadie lo ha hecho antes. Tú correo, por ejemplo; lo he leído y
releído un montón de veces, intentando comprender tu punto de vista. Tres meses me parece una
cantidad arbitraria de tiempo. ¿Qué te parece seis meses, un año? ¿Cuánto tiempo quieres?
¿Cuánto necesitas para sentirte cómoda? Dime.
Comprendo que esto es un acto de fe inmenso para ti. Debo ganarme tu confianza, pero,
por la misma razón, tú debes comunicarte conmigo si no lo hago. Pareces fuerte e independiente,
pero luego leo lo que has escrito y veo otro lado tuyo. Debemos orientarnos el uno al otro,
Anastasia, y solo tú puedes darme pistas. Tienes que ser sincera conmigo y los dos debemos
encontrar un modo de que nuestro acuerdo funcione.
Te preocupa no ser dócil. Bueno, quizá sea cierto. Dicho esto, debo reconocer que solo
adoptas la conducta propia de una sumisa en el cuarto de juegos. Parece que ese es el único sitio
en el que me dejas ejercer verdadero control sobre ti y el único en el que haces lo que te digo.
―Ejemplar‖ es el califica vo que se me ocurre. Y yo jamás te llenaría de moretones. Me va más el
rosa. Fuera del cuarto de juegos, me gusta que me desafíes. Es una experiencia nueva y
refrescante, y no me gustaría que eso cambiara. Así que sí, dime a qué te refieres cuando me pides
más. Me esforzaré por ser abierto y procuraré darte el espacio que necesitas y mantenerme
alejado de ti mientras estés en Georgia. Espero con ilusión tu próximo correo.
Entretanto, diviértete. Pero no demasiado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Presiono enviar y tomo un sorbo de mi frío café.
Ahora tienes que esperar, Grey. Ver lo que ella dice.
Me dirijo a la cocina para ver lo que Gail ha preparado para el desayuno.
Taylor está esperando en el auto para llevarme rápidamente al trabajo.
—¿Qué es lo que querías anoche? —le pregunto.
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—No era nada importante, señor.
—Bien —respondo y miro por la ventana, tratando de colocar a Ana y Georgia fuera de mi
mente. Fallo miserablemente, pero una idea comienza a tomar forma.
Llamo a Andrea.
—Buenos días.
—Buenos días, Sr. Grey.
—Estoy en camino, ¿pero puede comunicarme a Bill?
—Sí, señor.
Un momento más tarde, tengo a Bill en la línea.
—Sr. Grey.
—¿Su gente vería a Georgia como una opción para colocar la planta de tecnología? ¿A
Savannah en particular?
—Creo que lo hemos hecho, señor. Pero necesito comprobarlo.
—Compruébelo. Y me avisa.
—Lo haré. ¿Eso es todo?
—Por ahora. Gracias.
Mi día está lleno de reuniones. Miro mi correo electrónico esporádicamente, pero no hay
nada de Ana. Me pregunto si está intimidada por el tono de mi correo electrónico, o si está
ocupada haciendo otras cosas.
¿Qué otras cosas?
Es imposible evitar pensar en ella. Durante todo el día, intercambio mensajes de texto con
Caroline Acton, aprobando y vetando vestidos que son elegidos para Ana. Espero que le gusten: se
verá impresionante en todos ellos.
Bill regresa con un sitio potencial cerca de Savannah para nuestra planta. Ruth está
haciendo las averiguaciones.
Al menos no es Detroit.
Elena me llama, y decidimos cenar en el Columbia Tower.
—Christian, estás siendo tan evasivo sobre esta chica —reprende.
—Te diré todo esta noche. En estos momentos, estoy ocupado.
—Tú siempre estás ocupado. —Se ríe.
—Te veo a las ocho.
—Hasta luego, entonces.
¿Por qué las mujeres en mi vida son tan entrometidas? Elena. Mi madre. Ana... me pregunto
por enésima vez lo que está haciendo. Y he aquí, una respuesta de ella, por fin.
De: Anastasia Steele
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:08 EST
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Elocuente?
Señor, eres un escritor elocuente. Tengo que ir a cenar al club de golf de Bob y, para que lo
sepas, estoy poniendo los ojos en blanco solo de pensarlo. Pero, de momento, tú y tu mano suelta
están muy lejos de mí. Me encantó tu correo. Te contesto en cuanto pueda. Ya te extraño.
Disfruta de tu tarde.
Tu Ana
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No es un ―no‖, y me está extrañando. Estoy aliviado y contento por su tono. Así que
respondo.
De: Christian Grey
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:10
Para: Anastasia Steele
Asunto: Su trasero
Querida señorita Steele:
Me tiene distraído el asunto de este correo. Huelga decir que, de momento, está a salvo.
Disfrute de la cena. Yo también la extraño, sobre todo su trasero y esa lengua viperina suya.
Mi tarde será aburrida y solo me la alegrará pensar en usted y en sus ojos en blanco. Creo
que fue usted quien juiciosamente me hizo ver que también yo tengo esa horrenda costumbre.
Christian Grey
Presidente que acostumbra a poner los ojos en blanco, de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Unos minutos después su respuesta pita en mi bandeja de entrada.
De: Anastasia Steele
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:14 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Ojos en blanco
Querido señor Grey:
Deja de mandarme correos. Intento arreglarme para la cena. Me distraes mucho, hasta
cuando estás en la otra punta del país. Y sí, ¿quién te da unos azotes a ti cuando eres tú el que
pone los ojos en blanco?
Tu Ana
Oh, Ana. Tú lo haces.
Todo el tiempo.
La recuerdo diciéndome que no me mueve y tirando mi vello púbico mientras estaba
sentada a horcajadas sobre mí, desnuda. La idea es excitante.
De: Christian Grey
Fecha: 31 de mayo de 2011 16:18
Para: Anastasia Steele
Asunto: Su trasero
Querida señorita Steele:
Me gusta más mi asunto que el tuyo, en muchos sentidos. Por suerte, soy el dueño de mi
propio destino y nadie me castiga. Salvo mi madre, de vez en cuando, y el doctor Flynn, claro. Y tú.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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Me encuentro tamborileando mis dedos, esperando por su respuesta.
De: Anastasia Steele
Fecha: 31 de mayo de 2011 19:22 EST
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Castigarte yo?
Querido señor:
¿Cuándo he tenido yo valor de castigarle, señor Grey? Me parece que me confunde con
otra, lo cual resulta preocupante. En serio, tengo que arreglarme.
Tu Ana
Tú. Me castigas por correo electrónico en cada oportunidad. ¿Y cómo podría siquiera
confundirte con alguien más?
De: Christian Grey
Asunto: Tu trasero
Fecha: 31 de mayo 2011 16:25
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele: Lo hace constantemente por escrito. ¿Me deja que le suba la
cremallera del vestido?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Para mayores de 18 años
Fecha: 31 mayo 2011 19:28 EST
Para: Christian Grey
Preferiría que me la bajaras.
Sus palabras viajan directamente a mi polla, pasando "Ve" en el camino.
Mierda.
Esto requiere, ¿cómo las llamó ella? MAYÚSCULAS GRITONAS.
De: Christian Grey
Asunto: Cuidado con lo que deseas...
Fecha: 31 de mayo 2011 16:31
Para: Anastasia Steele
YO TAMBIÉN.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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De: Anastasia Steele
Asunto: Jadeando
Fecha: 31 mayo 2011 19:33 EST
Para: Christian Grey
Muy despacio...
De: Christian Grey
Asunto: Gruñendo
Fecha: 31 mayo 2011 16:35
Para: Anastasia Steele
Ojalá estuviera allí.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Gimiendo
Fecha: 31 de mayo 2011 19:37 EST
Para: Christian Grey
OJALÁ.
¿Quién más puede encenderme mediante un correo electrónico?
De: Anastasia Steele
Asunto: Gimiendo
Fecha: 31 mayo 2011 19:39 EST
Para: Christian Grey.
Tengo que irme.
Hasta luego, nene.
Esbozo una sonrisa torcida ante sus palabras.
De: Christian Grey
Asunto: Plagio
Fecha: 31 mayo 2011 16:41
Para: Anastasia Steele
Me robaste la frase. Y me dejaste colgado.
Disfruta de la cena.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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Andrea toca la puerta con los nuevos esquemas de Barney para la tableta de energía solar
que estamos desarrollando. Le sorprende que esté contento de verla.
—Gracias, Andrea.
—De nada, Sr. Grey. —Me da una curiosa sonrisa—. ¿Quiere un café?
—Por favor.
—¿Leche?
—No, gracias.
Mi día ha mejorado enormemente. He golpeado a Bastille en su trasero dos veces en
nuestras dos rondas de kickboxing. Eso nunca sucede. En cuanto me deslizo en mi chaqueta
después de mi ducha, me siento preparado para hacer frente a Elena y todas sus preguntas.
Aparece Taylor.
—¿Quieres que conduzca yo, señor?
—No. Me quedo con el R8.
—Muy bien, señor.
Antes de salir, verifico mi correo electrónico.
De: Anastasia Steele
Asunto: Mira quién habla
Fecha: 31 de mayo 2011 22:18 EST
Para: Christian Grey
Señor, si no recuerdo mal, la frase era de Elliot.
¿Sigues colgado?
Tu Ana
¿Está coqueteando conmigo? ¿Otra vez? Y es mi Ana. De nuevo.
De: Christian Grey
Asunto: Pendiente.
Fecha: 31 mayo 2011 19:22
Para: Anastasia Steele
Señorita Steele: Ha vuelto. Se ha ido tan de repente, justo cuando la cosa empezaba
aponerse interesante.
Elliot no es muy original. Le habrá robado esa frase a alguien.
¿Qué tal la cena?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Presiono enviar.
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De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Pendiente?
Fecha: 31 mayo 2011 22:26 EST
Para: Christian Grey
La cena me llenó; te gustará saber que comí hasta hartarme. ¿Se estaba poniendo
interesante? ¿En serio?
Me alegro de que esté comiendo...
De: Christian Grey
Asunto: Negocios Inconclusos-Definitivamente
Fecha: 31 mayo 2011 19:30
Para: Anastasia Steele
¿Te estás haciendo la tonta? Me parece que acababas de pedirme que te bajara la
cremallera del vestido. Y yo estaba deseando hacerlo. Me alegra saber que estás comiendo bien.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Bueno, siempre nos queda el fin de semana
Fecha: 31 mayo 2011 22:36 EST
Para: Christian Grey
Pues claro que como... Solo la incertidumbre que siento cuando estoy contigo me quita el
apetito. Y yo jamás me haría la tonta, señor Grey.
Seguramente ya te habrás dado cuenta. ;)
¿Ella pierde el apetito a mí alrededor? Eso no es bueno. Y se está burlando de mí. Una vez
más.
De: Christian Grey
Asunto: Estoy impaciente
Fecha: 31 mayo 2011 19:40
Para: Anastasia Steele
Lo tendré presente, señorita Steele, y, por supuesto, utilizaré esa información en mi
beneficio. Lamento saber que le quito el apetito. Pensaba que tenía un efecto más concupiscente
en usted. Eso me ha pasado a mí también, y bien placentero que ha sido.
Espero impaciente la próxima ocasión.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
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De: Anastasia Steele
Asunto: Flexibilidad léxica
Fecha: 31 mayo 2011 22:36 EST
Para: Christian Grey
¿Has estado revisando otra vez al diccionario de sinónimos?
Me carcajeo de risa.
De: Christian Grey
Asunto: Me ha pillado
Fecha: 31 mayo 2011 19:40
Para: Anastasia Steele
Qué bien me conoce, señorita Steele.
Voy a cenar con una vieja amistad, así que estaré conduciendo.
Hasta luego, nena©.
Christian Grey
Presidente Ejecutivo de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Por mucho que me gustaría mantener las bromas con Ana, no quiero llegar tarde para la
cena. Si fuera yo, Elena estaría disgustada. Apago la portátil, recojo mi billetera y teléfono, y tomo
el ascensor hasta el garaje.
El Club Alta Millaestá en el pent-house deColumbia Tower. El sol se hunde hacia las cumbres
del Parque Nacional Olímpico, coloreando el cielo con una impresionante fusión de naranjas,
rosas, y ópalos. Es impresionante. A Ana le encantaría esta vista. Debo traerla aquí.
Elena está sentada en una mesa del rincón. Me da un pequeño gesto con la mano y una
gran sonrisa. El maître me acompaña hasta su mesa, y ella se levanta, me muestra su mejilla.
—Hola, Christian—ronronea.
—Buenas noches, Elena. Te ves muy bien, como siempre. —Beso su mejilla. Ella sacude su
lacio cabello platinado hacia un lado, lo que hace cuando se siente juguetona.
—Siéntate —dice—. ¿Qué quieres tomar? —Sus dedos y sus uñas escarlatas están envueltos
alrededor de una copa de champán.
—Veo que has comenzado con el Cristal.
—Bueno, creo que tenemos algo que celebrar, ¿no?
—¿De verdad?
—Christian. Esta chica. Suéltalo todo.
—Voy a tomar una copa de Mendocino Sauvignon Blanc —le digo al camarero revoloteando.
Él asiente y se aleja rápidamente.
—Por lo tanto, ¿no es un motivo de celebración? —Elena toma un sorbo de champán,
levantando las cejas.
—No sé por qué estás haciendo una gran cosa de esto.
—No estoy haciendo una gran cosa. Tengo curiosidad. ¿Cuántos años tiene? ¿Qué hace?
—Acaba de graduarse.
—Oh. ¿Un poco joven para ti?
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Arqueo una ceja.
—¿En serio? ¿Vas a ir allí?
Elena se ríe.
—¿Cómo está Isaac? —pregunto con una sonrisa torcida.
Se ríe de nuevo.
—Comportándose—Sus ojos brillan con picardía.
—Qué aburrido para ti. —Mi voz es seca.
Sonríe, resignada.
—Es una buena mascota. ¿Pedimos?
A mitad de la sopa de cangrejo, saco a Elena de su miseria.
—Su nombre es Anastasia, estudió literatura en la Estatal de Washington, y la conocí
cuando vino a entrevistarme para la revista estudiantil. Di el discurso de graduación de este año.
—¿Está en tu estilo de vida?
—Todavía no. Pero tengo esperanzas.
—Vaya.
—Sí. Escapó a Georgia para pensar en ello.
—Es un largo camino por recorrer.
—Lo sé. —Bajo la mirada hacia mi sopa, preguntándome cómo está Ana y lo que está
haciendo; durmiendo, espero... sola. Cuando levanto mi cabeza, Elena me estudia. Atentamente.
—No te he visto así —dice ella.
—¿Qué quieres decir?
—Estás distraído. No pareces tú.
—¿Es tan obvio?
Asiente, sus ojos suavizándose.
—Obviamente para mí. Creo que ella ha puesto tu mundo al revés.
Inhalo bruscamente pero escondo el hecho levantando mi copa a mis labios.
Perceptiva, Sra. Lincoln.
—¿Tú crees? —murmuro después de sorber.
—Lo creo —dice, sus ojos buscando los míos.
—Es encantadora.
—Estoy segura de que esto es nuevo. Y apuesto a que estás preocupado por lo que está
haciendo en Georgia, lo que está pensando. Sé cómo eres.
—Sí. Quiero que tome la decisión correcta.
—Deberías ir a verla.
—¿Qué?
—Súbete a un avión.
—¿De verdad?
—Si está indecisa. Ve, utiliza tu considerable encanto.
Mi resoplido es burlón.
—Christian—regaña ella—, cuando quieres mucho algo, vas tras ello y siempre ganas. Tú lo
sabes. Eres tan negativo sobre ti mismo. Me sacas de quicio.
Suspiro.
—No estoy seguro.
—La pobre chica está probablemente aburrida hasta las lágrimas allí abajo. Ve. Obtendrás
tu respuesta. Si es no, puedes seguir adelante, si es sí, puedes disfrutar de ser tú mismo con ella.
—Ella estará de vuelta el viernes.
—Aprovecha el día, mi querido.
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—Dijo que me extrañaba.
—Tienes que ir.
—Sus ojos destellan certeza.
—Pensaré sobre ello. ¿Más champán?
—Por favor—dice, y me da una sonrisa de niña.
Conduciendo de vuelta al Escala, contemplo el consejo de Elena. Podría ir a ver a Ana. Dijo
que me extrañaba... El jetestá disponible.
Al volver a casa, leo su último correo electrónico.
De: Anastasia Steele
Asunto: Compañeros de cena apropiados
Fecha: 31 mayo 2011 23:58 EST
Para: Christian Grey
Espero que esa amistad tuya y tú hayan pasado una velada agradable.
Ana
P.D.: ¿Era la señora Robinson?
Mierda.
Esta es la excusa perfecta. Esto va a necesitar una respuesta en persona.
Llamo a Taylor y le digo que voy a necesitar a Stephan y el Gulfstream9 en la mañana.
—Muy bien, señor Grey. ¿Adónde va?
—Vamos a Savannah.
—Sí, señor.
—Y hay un toque de diversión en su voz.
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Miércoles, 1 de Junio de 2011
Ha sido una mañana interesante. Salimos de Boeing Field a las once y media, hora del
Pacifico; Stephan está volando con su primer oficial, Jill Beighley, y estamos por llegar a Georgia a
las siete y media de la noche hora del este.
Bill ha logrado organizar una reunión con la Autoridad de Reurbanización de Savannah
Brownfield mañana, y podría reunirme con ellos para tomar una copa esta noche.
Así que si Anastasia, por otra parte, está ocupada, o no quiere verme, el viaje no será una
completa pérdida de tiempo.
Sí, sí. Dite eso a ti mismo, Grey.
Taylor se me ha unido para un almuerzo ligero y ahora estoy clasificando algunos papeles de
trabajo, y tengo un montón de lectura para hacer.
La única parte de la ecuación que todavía tengo que resolver es arreglármelas para ver Ana.
Voy a ver cómo va una vez que llegue a Savannah; Estoy esperando que algo de inspiración llegue
a mí en el vuelo.
Me paso la mano por mi cabello, y por primera vez en mucho tiempo me recuesto y me
quedo dormido mientras el G550 mantiene la velocidad a treinta mil pies, con destino al
aeropuerto internacional Hilton Head de Savannah.El zumbido de los motores es relajante, y estoy
cansado. Tan cansado.
Eso sería por las pesadillas, Grey.
No sé por qué son peores en este momento. Cierro los ojos.
—Así es cómo estarás conmigo. ¿Entiendes?
—Sí, Ama.
Ella corre una uña escarlata a través de mi pecho.
Me estremezco y tiro de las restricciones mientras la oscuridad emerge, quemando mi piel
como consecuencia de su contacto. Pero no hago un sonido.
No me atrevo.
—Si te portas bien, te dejaré venir. En mi boca.
Mierda.
—Pero no todavía. Tenemos un largo camino por recorrer antes de eso.
Su uña quema mi piel, desde la parte superior de mi esternón hasta el ombligo.
Quiero gritar.
Ella agarra mi cara, presionando para abrir mi boca, y me besa.
Su lengua demandante y húmeda.
Sacude el látigo de cuero.
Y sé que esto será difícil de soportar.
Pero tengo mis ojos en el premio. Su puta boca.
Cuando el primer latigazo cae y ampolla en toda mi piel, doy la bienvenida al dolor y a la
avalancha de endorfina.
—Señor Grey, aterrizaremos en veinte minutos —me informa Taylor, despertándome
asustado—. ¿Está bien, señor?
—Sí. Claro. Gracias.
—¿Quiere un poco de agua?
—Por favor. —Tomo una respiración profunda para bajar mi ritmo cardíaco y Taylor me
pasa un vaso de Evian fría. Tomo un sorbo de bienvenida, me alegro de que solo sea Taylor a
bordo. No es frecuente que sueñe con mis días embriagadores con la señora Lincoln.
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Fuera de la ventana el cielo es azul, las nubes dispersas rosáceas por el sol de la tarde. La luz
aquí es brillante. Dorada. Tranquila. El sol escondiéndose reflejado en los cúmulos de nubes. Por
un momento, desearía estar en mi planeador. Apuesto a que las térmicas son fantásticas aquí
arriba.
¡Sí!
Eso es lo que debería hacer: llevar a Ana a planear. Eso debería ser más, ¿no lo sería?
—Taylor.
—Sí, señor.
—Me gustaría llevar a Anastasia a planear en Georgia, mañana al amanecer, si podemos
encontrar un lugar para hacerlo. Pero más tarde estaría bien, también.
Si es más tarde, voy a tener que mover mi reunión.
—Voy a ponerme en ello.
—No importa el costo.
—Está bien, señor.
—Gracias.
Ahora solo tengo que decirle a Ana.
Hay dos autos esperando por nosotros cuando el G550 se detiene en la pista cerca de la
terminal de Signature Flight Support en el aeropuerto. Taylor y yo salimos fuera del avión y hacia
el calor sofocante.
Infiernos, es pegajoso, incluso en esta época.
El representante entrega las llaves de los dos autos a Taylor. Levanto una ceja.
—¿Ford, Mustang?
—Es todo lo que pude encontrar en Savannah en un corto plazo. — Taylor se ve
avergonzado.
—Por lo menos es un convertible rojo. Aunque, con este calor, espero que tenga aire
acondicionado.
—Debería tener todo, señor.
—Bien. Gracias.
Tomo las llaves de él y, agarrando mi maletín, lo dejo para descargar el resto del equipaje
del avión en su Suburban.
Estrecho la mano con Stephan y Beighley y les doy las gracias por un vuelo sin problemas. En
el Mustang, cruzo al salir del aeropuerto y de allí a la ciudad de Savannah, escuchando a Bruce en
mi iPod a través del sistema de sonido del auto.
Andrea me ha reservado una suite en el Bohemian Hotel, el cual tiene vista al río Savannah.
Es casi de noche y la vista desde el balcón es impresionante: el río es luminoso, lo que refleja los
colores degradados del cielo y las luces del puente colgante y los muelles. El cielo es
incandescente, los colores sombreados de morado intenso a un color rosa.
Es casi tan sorprendente como el crepúsculo sobre el sonido.
Pero no tengo tiempo para estar de pie aquí y admirar la vista. Configuro mi portátil, pongo
en marcha el aire acondicionado a tope, y llamo a Ros para una actualización.
—¿Por qué el repentino interés en Georgia, Christian?
—Es personal.
Ella resopla el teléfono.
—¿Desde cuándo dejas que tu vida personal interfiera con los negocios?
Desde que conocí a Anastasia Steele.
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—No me gusta Detroit—chasqueo.
—Está bien. —Ella retrocede.
—Podría reunirme con el enlace de Savannah Brownfield para tomar una copa después —
agrego, tratando de aplacarla.
—Lo que sea, Christian. Hay algunas otras cosas que tenemos que hablar. La ayuda ha
llegado a Rotterdam. ¿Todavía quieres seguir adelante?
—Sí. Vamos a terminarlo. Hice un compromiso con el End Global Hunger Launch. Esto tiene
que ocurrir antes de que pueda hacer frente a ese comité de nuevo.
—Está bien. ¿Alguna idea más sobre la adquisición editorial?
—Todavía estoy indeciso.
—Creo que SIP tiene cierto potencial.
—Sí. Puede Ser. Déjame pensar en ello durante un tiempo más.
—Veré a Marco para discutir la situación de Lucas Woods.
—Está bien, hazme saber cómo va. Llámame luego.
—Lo haré. Adiós por ahora.
Estoy evitando lo inevitable. Sé esto. Pero decidir que sería mejor para hacer frente a la
señorita Steele —a través del correo electrónico o por teléfono—, todavía tengo que decidir cuál,
con el estómago lleno, así que ordeno la cena. Mientras estoy esperando, hay un texto de Andrea
dejándome saber que mi cita de bebidas ha sido cancelada. Estoy bien con eso. Los veré mañana
en la mañana, siempre que no esté volando con Ana.
Antes de que llegue el servicio de habitaciones, Taylor llama.
—Señor Grey.
—Taylor. ¿Te has registrado?
—Sí, señor. Su equipaje estará en camino en un momento.
—Grandioso.
—La Asociación de Brunswick Soaring tiene un planeador libre. Le pedí a Andrea que envíe
un fax con sus credenciales de vuelo para ellos. Una vez que se hayan firmado los documentos,
estamos bien para ir.
—Grandioso.
—Lo harán en cualquier momento desde las seis de la mañana.
—Mejor aún. Que estén listos a partir de entonces. Envíame la dirección.
—Lo haré.
Hay un golpe en la puerta, mi equipaje y el servicio de habitaciones llegan de forma
simultánea. La comida huele deliciosa: tomates verdes fritos, camarones y sémola. Bien, estoy en
el Sur.
Mientras como, contemplo mi estrategia con Ana. Podría hacer una visita a su madre
mañana en el desayuno. Llevarbagels. Luego llevarla a planear. Ese es probablemente el mejor
plan. Ella no ha estado en contacto durante todo el día, así que supongo que está enojada. Vuelvo
a leer su último mensaje una vez he terminado de cenar.
¿Qué demonios tiene contra Elena? Ella no sabe nada acerca de nuestra relación.
Lo que sucedió pasó hace mucho tiempo y ahora solo somos amigos. ¿Qué derecho tiene
Ana de estar enojada?
Y si no fuera por Elena, Dios sabe lo que hubiera sido de mí.
Hay un golpe en la puerta. Es Taylor.
—Buenas noches señor. ¿Feliz con su habitación?
—Sí, está bien.
—Tengo el papeleo para la Asociación Brunswick Soaring aquí.
Analizo el contrato de alquiler. Se ve bien. Lo firmo y se lo devuelvo.
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—Voy a conducir mañana. ¿Nos vemos allí?
—Sí, señor. Estaré allí desde las seis.
—Te haré saber si hay cambios.
—¿Desempaco por usted, señor?
—Por favor. Gracias.
Él asiente y entra mi maleta a la habitación.
Estoy inquieto, y necesito tener claro en mi mente lo que voy que decirle a Ana. Echo un
vistazo a mi reloj; son las nueve y veinte minutos. He dejado esto realmente tarde. Tal vez debería
tomar primero una copa rápida. Dejo a Taylor para desempacar y decido revisar el bar del hotel
antes de hablar con Ros de nuevo y escribirle a Ana.
El bar de la azotea está lleno de gente, pero encuentro un lugar al final de la barra y pido
una cerveza. Es uno de moda, un lugar contemporáneo, con una iluminación regulable y un
ambiente relajado. Analizo el bar, evitando el contacto visual con dos mujeres sentadas a mi
lado... y un movimiento capta mi atención: un mechón de cabello rebelde de brillante caoba que
capta y refleja la luz.
Es Ana. Mierda.
Está de espaldas a mí, sentada frente a una mujer que solo podía ser su madre. El parecido
es sorprendente.
¿Cuáles son las jodidas probabilidades? De todos los bares... Jesús.
Las veo, petrificado. Están bebiendo cócteles, Cosmopolitans, por el aspecto. Su madre es
impresionante: al igual que Ana, pero más vieja; luce como a finales de los treinta, con cabello
largo y oscuro, y los ojos que son la sombra del azul de Ana. Tiene un algo bohemio en ella... no
alguien que asociaría automáticamente con el conjunto de club de golf. Tal vez está vestida de esa
manera porque está fuera con su joven y hermosa hija.
Esto no tiene precio.
Aprovecha el día, Grey.
Busco mi teléfono en el bolsillo de mis jeans. Es hora de enviar un correo a Ana. Esto
debería ser interesante. Voy a probar su estado de ánimo... y me pongo a observar.
De: Christian Grey
Asunto: Compañera de cena
Fecha: 01 de junio 2011 21:40 EST
Para: Anastasia Steele
Sí, cené con la señora Robinson. Ella es solo una vieja amiga, Anastasia.
No puedo esperar a volver a verte otra vez. Te extraño.
Christian Grey
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Su madre luce seria; tal vez está preocupada por su hija, o tal vez está tratando de extraer
información de ella.
Buena suerte, señora Adams.
Y, por un momento, me pregunto si están hablando de mí. Su madre se levanta; parece que
irá a los baños. Ana revisa su bolso y saca su BlackBerry.
Aquí vamos...
Comienza a leer, con los hombros encorvados, sus dedos flexionándose y tamborileando
sobre la mesa. Comienza a golpear furiosamente las teclas. No puedo ver su cara, lo cual es
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frustrante, pero no creo que este impresionada con lo que acaba de leer. Un momento después,
abandona el teléfono sobre la mesa con lo que parece estar disgustada.
Eso no es bueno.
Su madre regresa y señala a uno de los camareros para otra ronda de bebidas. Me pregunto
cuántas han tenido.
Reviso mi teléfono, y por supuesto, hay una respuesta.
De: Anastasia Steele
Fecha: 1 de junio de 2011 21:42 EST
Para: Christian Grey
Asunto: VIEJOS compañeros de cena
Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otro adolescente al cual hincarle el diente?
¿Te has hecho demasiado mayor para ella?
¿Por eso terminó su relación?
¿Qué demonios? Mi temperamento hierve a fuego lento mientras leo.
Isaac está a finales de sus veinte.
Como yo.
¿Cómo se atreve?
¿Es la bebida hablando?
Es hora de anunciarte, Grey.
De: Christian Grey
Asunto: Cuidado
Fecha: 1 junio de 2011 21:45
Para: Anastasia Steele
No me apetece hablar de esto por correo electrónico.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Ella estudia su teléfono, sentándose derecha de repente, y mira alrededor de la habitación.
Hora del espectáculo, Grey.
Deposito diez dólares en el mostrador y camino tranquilamente hacia ellas.
Nuestros ojos se encuentran. Ella palidece —conmocionada, creo—, y no sé si me va a
saludar o cómo contendré mi temperamento si dice algo más sobre Elena.
Mete su cabello detrás de sus orejas con dedos inquietos. Una clara señal de que está
nerviosa.
—Hola —dice, con voz tensa y aguda.
—Hola. —Me inclino y beso su mejilla. Huele increíble, incluso si está tensa mientras mis
labios rozan su piel. Se ve encantadora; ha tomado algo de sol, y no lleva sujetador. Sus pechos
están presionando contra el material sedoso de su blusa, pero ocultos por su largo cabello.
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Solo para mis ojos, espero.
Y a pesar de que está molesta, me alegro de verla. La he extrañado.
—Christian, esta es mi madre, Carla. —Ana hace un gesto hacia su mamá.
—Encantado de conocerla, señora Adams.
Los ojos de su mamá están completamente sobre mí.
¡Mierda! Me está dando un vistazo. Es mejor ignorarlo, Grey.
Después de una pausa más larga de lo necesario, se estira para estrecharme la mano.
—Christian.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Ana, con tono acusatorio.
—Vine verte, claro. Me alojo en este hotel.
—¿Te alojas aquí? —chilla.
Sí. Yo tampoco puedo creerlo.
—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Estoy tratando de calibrar su reacción.
Hasta el momento ha habido: inquietud, nervios, tensión, un tono acusatorio, y una voz tensa.
Esto no está yendo bien—. Nos proponemos complacer, señorita Steele —añado, inexpresivo, con
la esperanza de ponerla de buen humor.
—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Christian? —dice gentilmente la señora
Adams, y llama la atención del camarero.
Necesito algo más fuerte que la cerveza.
—Tomaré un gin-tonic —le digo al camarero—. Hendricks, si tienen, o Bombay Sapphire.
Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.
—Y otros dos Cosmos, por favor —añade Ana, con una mirada inquieta hacia mí. Tiene
razón al estar ansiosa. Creo que ya ha tenido suficiente de beber.
—Acerca una silla, Christian.
—Gracias, señora Adams.
Hago lo que me pide, y me siento al lado de Ana.
—Así que, ¿casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —El
tono de Ana es tenso.
—O casualmente están tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo. Acabo de cenar,
vine aquí y te vi. Andaba distraído, pensando en tú último correo —le doy una mirada
penetrante—, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Ana luce nerviosa.
—Mi madre y yo hemos fuimos compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego
decidimos salir de copas esta noche —dice a toda prisa, como si tuviera que justificar el beber en
un bar con su madre.
—¿Ese top es nuevo? —pregunto. Realmente luce impresionante. Su camisola es verde
esmeralda; he hecho la elección correcta, colores de gemas, para los vestuarios que Caroline
Acton ha seleccionado para ella—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás
preciosa.
Sus mejillas se sonrojan y sus labios se levantan ante mi elogio.
—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde… —Tomo su mano,
porque quiero tocarla, y le doy un suave apretón. Poco a poco acaricio sus nudillos con mi pulgar,
y su respiración se altera.
Sí, Ana. Siéntelo.
No estés molesta conmigo.
Sus ojos se encuentran con los míos, y soy recompensado con su sonrisa tímida.
—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la diste tú a mí, Anastasia, cuando te
vi aquí. No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo
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pendiente. —Me resisto a besar sus nudillos. No sé qué le ha dicho a su madre acerca de nosotros,
si es que le ha dicho algo.
—Christian, me alegro mucho de conocerte. Ana me ha hablado muy bien de ti —dice la
señora Adams, con una sonrisa encantadora.
—¿En serio? —Miro a Ana, quien se ha sonrojado.
Muy bien, ¿eh?
Estas son buenas noticias.
El camarero coloca un gin tonic frente a mí.
—Hendricks, señor.
—Gracias.
Les sirve a Ana y a su madre Cosmopolitan frescos.
—¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Christian? —pregunta su mamá.
—Hasta el viernes, señora Adams.
—¿Cenarás con nosotras mañana? Y, por favor, llámame Carla.
—Me encantaría, Carla.
—Estupendo —dice—. Si me disculpan un momento, tengo que ir al lavabo. —¿No acababa
de haber ido al baño?
Me pongo de pie mientras se va, luego me siento de nuevo para enfrentarme a la ira de la
señorita Steele. Tomo su mano una vez más.
—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga. —Beso cada nudillo.
—Sí. —Es cortante.
¿Está celosa?
—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Anastasia. Solo te deseo a ti. ¿Aún no te has
dado cuenta?
—Pues para mí es una pederasta, Christian.
Mi cuero cabelludo hormiguea en estado de shock.
—Eso es muy crítico de tu parte. No fue así. —Suelto su mano en señal de frustración.
—Ah, ¿cómo fue entonces? —chasquea, sacando su obstinada y pequeña barbilla. ¿Es esta
la bebida hablando?
Continúa:
—Se aprovechó de un chico vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de
quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al
sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Mia, por ejemplo?
Oh, ahora está siendo ridícula.
—Ana, no fue así.
Sus ojos relampaguean. Realmente está enojada. ¿Por qué? Esto no tiene nada que ver con
ella. Pero no quiero una enorme discusión aquí en el bar. Modero mi voz.
—De acuerdo, no lo sentí así. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba. —Buen Dios,
probablemente estaría muerto ahora, si no fuera por Elena. Estoy luchando por controlar mi
temperamento.
Su ceño se frunce.
—No lo entiendo.
Tranquilízala, Grey.
—Anastasia, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más
adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me
puedo ir.
Su expresión cambia a pánico.
—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido —añade rápidamente.
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¿Encantada? Podrías haberme engañado.
—Solo quiero que entiendas —dice—, que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con
ella para cenar. Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a José. José es un buen amigo.
Nunca he tenido una relación sexual con él. Mientras que tú y ella…
—¿Estás celosa?
¿Cómo puedo hacerla darse cuenta de que Elena y yo somos amigos? No tiene que estar
celosa de eso.
Claramente, la señorita Steele es posesiva.
Y me toma un momento darme cuenta de que eso me gusta.
—Sí, y furiosa por lo que te hizo —continúa.
—Anastasia, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus
celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete
años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Anastasia. Me gusta mi independencia. No he
ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar.
Es amiga y socia.
Sus ojos se abren.
Oh. ¿No lo había mencionado?
¿Por qué lo mencionaría? No tiene nada que ver con ella.
—Sí, somos socios. Ya no hay sexo entre nosotros. Desde hace años.
—¿Por qué terminó su relación?
—Su esposo se enteró. ¿Te importaría que hablemos de esto en otro momento, en un sitio
más discreto?
—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.
¡Maldita sea, Ana! ¡Suficiente, es suficiente!
—Y no lo veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya!
—¿La querías?
¿Qué?
—¿Cómo van? —Carla está de regreso. Ana fuerza una sonrisa que hace que mi estómago
se revuelva.
—Bien, mamá.
¿Quería a Elena?
Tomo un sorbo de mi bebida. Malditamente la adoraba… pero, ¿la quería? Qué pregunta
tan ridícula. No sé nada sobre el amor romántico. Esa es la mierda de flores-y-corazones que
quiere. Las novelas del siglo XIX que ha leído le han llenado la cabeza de tonterías.
He tenido suficiente.
—Bueno, señoras, las dejo disfrutar de su velada. Por favor, que carguen estas copas en mi
cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Anastasia. Hasta mañana, Carla.
—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hija.
—Un nombre precioso para una chica preciosa. —Estrecho la mano de Carla, sincero sobre
el cumplido pero no hay ninguna sonrisa en mi rostro.
Ana está silenciosa, implorándome con una mirada que ignoro. Beso su mejilla.
—Hasta luego, nena —murmuro en su oído, luego me giro, camino a través del bar y de
regreso a mi habitación.
Esa chica me provoca como nadie lo ha hecho antes.
Y está enojada conmigo; tal vez tiene el SPM. Dijo que su período llegaba esta semana.
Irrumpo en mi habitación, cierro la puerta de golpe, y me dirijo directamente al balcón.
Hace calor afuera, y tomo una respiración profunda, inhalando el picante olor salado del río. Ha
caído la noche, y el río es negro tinta, como el cielo… como mi estado de ánimo. Ni hablar de la
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discusión de mañana. Descanso mis manos en la barandilla del balcón. Las luces en la orilla y el
puente mejoran la vista… pero no mi temperamento.
¿Por qué estoy defendiendo una relación que comenzó cuando Ana todavía estaba en
cuarto grado? No es su asunto. Sí, fue poco convencional. Pero eso es todo.
Paso ambas manos por mi cabello. Este viaje no está saliendo como esperaba, en absoluto.
Tal vez fue un error venir aquí. Y pensar que fue Elena quien me animo a hacer el viaje.
Mi teléfono vibra, y espero que sea Ana. Es Ros.
—Sí —espeto.
—Vaya, Christian. ¿Estoy interrumpiendo algo?
—No. Lo siento. ¿Qué pasa? —Cálmate, Grey.
—Pensé que te pondría al tanto de mi conversación con Marco. Pero si ahora es un mal
momento, te llamaré nuevamente en la mañana.
—No, está bien.
Hay un golpe en la puerta.
—Espera, Ros. —Abro, esperando a Taylor o a alguien de la limpieza para hacer la cama,
pero es Ana, de pie en el pasillo, luciendo tímida y hermosa.
Ella está aquí.
Abriendo más la puerta, le hago señas para que entre.
—¿Están listas todas las indemnizaciones? —le pregunto a Ros, sin apartar mis ojos de Ana.
—Sí.
Ana entra en la habitación, mirándome con recelo, sus labios están entreabiertos y
húmedos, sus ojos oscureciéndose. ¿Qué es esto? ¿Un cambio de parecer? Conozco esa mirada. Es
deseo. Me desea. Y yo también, sobre todo después de nuestra discusión en el bar.
¿Por qué más ella estaría aquí?
—¿Y el coste? —le pregunto a Ros.
—Casi dos millones de dólares.
Silbo a través de mis dientes.
—Uf, nos ha salido caro el error.
—GEH consigue explotar la división de fibra óptica. —Ella tiene razón. Este era una de
nuestras metas.
—¿Y Lucas? —pregunto.
—Reaccionó mal.
Abro el mini bar y le hago señas a Ana para que se sirva. Dejándola allí, camino a la
habitación.
—¿Qué hizo?
—Lanzó un ataque.
En el baño, abro el grifo para llenar de agua la enorme bañera de mármol y añado un poco
de aceite de baño perfumado. Hay espacio para seis personas aquí.
—La mayor parte de ese dinero es para él —le recuerdo a Ros mientras compruebo la
temperatura del agua—. Y tiene el precio de compra de la empresa. Siempre puede empezar de
nuevo.
Vuelvo a salir, pero en el último momento decido encender las diversas velas que están
ingeniosamente dispuestas en el banco de piedra. Velas encendidas cuenta como “más”, ¿no?
—Bueno, está amenazando a los abogados, aunque no entiendo por qué. Estamos a prueba
de balas en esto. ¿Es agua lo que escucho? —pregunta Ros.
—Sí, estoy preparando un baño.
—¿Oh? ¿Quieres que me vaya?
—No. ¿Algo más?
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—Sí, Fred quiere hablar contigo.
—¿De verdad?
—Ha analizado el nuevo diseño de Barney’s.
Mientras deambulo de regreso a la sala de estar, acepto la solución de diseño de Barney’s
para la tableta y le pido que tenga a Andrea enviándome las gráficas revisadas. Ana ha tomado
una botella de jugo de naranja.
—¿Este es tu nuevo estilo de dirección: no estando aquí? —pregunta Ros. Me río a
carcajadas, pero sobre todo por la elección de Ana de bebida. Mujer sabia. Y le digo a Ros que no
estaré de regreso en la oficina hasta el viernes.
—¿En serio vas a cambiar de opinión con respecto a Detroit?
—Estoy interesado en un terreno de por aquí.
—¿Bill está al tanto de esto? —Ros es insolente.
—Sí, que me llame Bill.
—Lo hará. ¿Conseguiste tomar una bebida con las personas de Savannah esta noche?
Le digo que los veré mañana. Estoy más conciliador y consciente de mi tono, y este es un
botón caliente para Ros.
—Quiero ver lo que podría ofrecernos Georgia si nos instalamos aquí. —Tomo un vaso de la
estantería, se lo entrego a Ana, y señalo el cubo de hielo.
—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque
aquí hace un calor de mil demonios.
Ana sirve su bebida.
—Es tarde para que cambies tu opinión en esto, Christian. Pero podría darnos alguna
ventaja con Detroit —reflexiona Ros.
—Estoy de acuerdo, Detroit también tiene sus ventajas, y es fresca.
Pero allí hay demasiados fantasmas para mí.
—Consigue que Bill me llame. Mañana. Es tarde ahora y tengo una visita. No muy temprano
—advierto. Ros dice buenas noches y cuelgo.
Ana me mira con reservas mientras me empapo de ella. Su abundante cabello cae sobre sus
pequeños hombros, enmarcando su adorable y pensativo rostro.
—No has contestado a mi pregunta —murmura.
—No. No lo hice.
—¿No, no contestaste mi pregunta o no, no la querías?
No va a dejarlo ir. Me inclino contra la pared y doblo mis brazos para que así no pueda
tirarla ella hacia ellos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Anastasia?
—Te lo acabo de decir.
Sácala de su miseria, Grey.
—No. No la quería.
Sus hombros se relajan y su cara se suaviza. Es lo que ella quería escuchar.
—Tú eres la diosa de ojos verdes, Anastasia. ¿Quién lo habría pensado?
¿Pero eres mi diosa de ojos verdes?
—¿Está burlándose de mí, señor Grey?
—No me atrevería —replico.
—Oh, creo que lo harías, y creo que lo haces… a menudo. —Sonríe y hunde sus perfectos
dientes en su labio.
Lo está haciendo a propósito.
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—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, no he puesto los ojos en ti
desde hace casi tres días y he volado un largo trayecto para verte. —Necesito saber si estamos
bien, en la única forma que lo sé. Quiero follarla, duro.
Mi teléfono vibra, pero lo apago sin comprobar quién llama. Quien quiera que sea puede
esperar.
Doy un paso hacia ella.
—Te deseo, Anastasia. Ahora. Y tú me deseas. Por eso estás aquí.
—Realmente quería saber la respuesta —dice.
—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas? —pregunto, en pie delante de ella.
—Me quedo —dice, con sus ojos fijos en los míos.
—Oh, me alegro. —Bajo la mirada hacia ella, maravillado cuando sus iris se oscurecen.
Me desea.
—Estabas tan enojada conmigo… —susurro.
Todavía es una novedad, lidiar con su furia, tener en cuenta sus sentimientos.
—Sí.
—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.—
Amablemente toco su cara con la punta de mis dedos, y los bajo a su barbilla. Ella cierra sus ojos e
inclina su mejilla a mi toque. Inclinándome, deslizo mi nariz a lo largo de su hombro desnudo,
hacia su oreja, inhalando su dulce aroma mientras el deseo fluye por mi cuerpo. Mis dedos se
mueven a su nuca y en su cabello.
—Deberíamos hablar —susurra.
—Más tarde.
—Hay tantas cosas que quiero decirte.
—Yo también. —Le beso bajo su oreja y tiro de su cabello, echando hacia atrás su cabeza
para exponer su garganta. Mis dientes y labios rozan su barbilla y hacia abajo a su cuello mientras
mi cuerpo zumba con necesidad—. Te deseo —susurro, mientras beso el lugar donde su pulso late
bajo su piel. Ella gime y sostiene mis brazos. Me tenso por un momento, pero la oscuridad se
mantiene dormida.
—¿Estás con el período? —pregunto entre besos.
Se detiene.
—Sí —dice.
—¿Tienes dolores?
—No. —Su voz es tranquila, aunque intensa con vergüenza.
Dejo de besarla y la miro a los ojos. ¿Por qué está avergonzada? Es su cuerpo.
—¿Te tomaste la píldora?
—Sí —responde.
Bien.
—Vamos a darnos un baño.
En el desmesurado baño, suelto la mano de Ana. La atmosfera está caliente y húmeda, el
vapor se eleva ligeramente por sobre la espuma. Es este calor estoy demasiado vestido, mi
camiseta de lino y jeans pegándose en mi piel.
Ana me mira, su piel rociada por la humedad.
—¿Tienes una cinta para el cabello? —pregunto. Su cabello empezará a pegarse a su piel.
Ella tira de una goma para el cabello del bolsillo de sus jeans.
—Recógetelo —le digo y miro mientras sigue mi orden con rápida y eficiente gracia.
Buena chica. No más discusiones.
Unas hebras se escapan de su cola de caballo, pero ella se ve adorable. Cierro el grifo y,
tomando su mano, la guío hasta la otra parte del baño, dónde un gran espejo dorado cuelga sobre
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dos lavabos de mármol. Mis ojos en los suyos en el espejo, me quedo detrás de ella y le digo que
se quite sus sandalias. Rápidamente se las quita y las deja caer en el suelo.
—Levanta los brazos —susurro. Tomando el dobladillo de su bonita camiseta, la subo por
sobre su cabeza, liberando sus pechos. Rodeándola, deshago el botón y la cremallera de sus
vaqueros—. Te lo voy a hacer en el baño, Anastasia. —Sus ojos divagan por mi boca y lame sus
labios. Bajo la suave luz sus pupilas brillan con excitación.
Inclinándome le doy besos suaves en su cuello, engancho mis pulgares en la cintura de sus
pantalones, y lentamente tiro hacia abajo sobre su buen culo, atrapando sus bragas con mis
manos en el camino hacia abajo. Arrodillándome detrás de ella, termino de bajar por sus piernas a
sus pies.
—Saca los pies de los pantalones —ordeno. Agarrando el borde del lavabo, ella obedece,
ahora está desnuda y yo estoy cara a cara con su trasero. Lanzo sus pantalones, bragas y camiseta
al taburete blanco bajo el lavabo y considero todas las cosas que puedo hacer con ese trasero. Me
fijo en la cuerda azul entre sus piernas, su tampón sigue en su lugar, así que deposito un beso y
muerdo si trasero suavemente antes de levantarme. Nuestros ojos se conectan en el espejo una
vez más y extiendo mi mano sobre su delicada y delgada barrida—. Mírate. Eres tan hermosa.
Siéntete. —Su respiración se acelera cuando tomo sus manos en las mías y extiendo sus dedos en
su vientre bajo mis manos extendidas.
—Siente lo suave que es tu piel —susurro. Ligeramente guío sus manos a través de su torso
en un amplio y extenso círculo, y las llevo hacia sus pechos.
—Siente lo turgentes que son tus pechos. —Sostengo sus manos bajo sus pechos,de modo
que está ahuecándolos. Ligeramente rozo sus pezones con mis pulgares. Ella gime y arquea su
espalda, presionando sus pechos en nuestras manos unidas. Atrapando sus pezones entre sus
pulgares y los míos, tiro suavemente una y otra vez, y complaciéndome verlos endurecer y
alargarse en respuesta.
Como cierta parte de mi anatomía.
Ella cierra sus ojos y se retuerce contra mí, frotando su trasero contra mi erección. Gime, su
cabeza inclinada contra mi hombro.
—Eso es, nena —murmuro contra su cuello, disfrutando de su cuerpo revivir bajo su toque.
Guío sus manos hacia abajo a sus caderas, después hacia su vello púbico. Empujo mi pierna entre
las suyas y con mi pie ampliando su postura mientras guío sus manos sobre su vulva, una mano a
la vez, una y otra vez, presionando sus dedos sobre su clítoris una y otra vez.
Gime y la veo retorcerse contra mí en el espejo.
Señor, es una diosa.
—Mira cómo resplandeces, Anastasia. —La beso y muerdo su cuello y hombro, entonces la
suelto, dejándola colgada, y abre sus ojos mientras doy un paso atrás.
—Continúa —le digo, preguntándome qué hará.
Ella titubea por un momento, entonces se frota a sí misma con una mano, pero ni de cerca
con entusiasmo.
Oh, esto nunca funcionará.
Rápidamente me quito mi pegajosa camiseta, pantalones y ropa interior, liberando mi
erección.
—¿Prefieres que lo haga yo? —pregunto, sus ojos abrasando los míos en el espejo.
—Oh, sí, por favor —dice, desesperada, la necesidad en el borde de su voz. Envuelvo mis
brazos alrededor de ella, mi pecho contra su espalda, mi polla descansando en la grieta de su
buen, buen trasero. Tomo sus manos en las mías una vez más, guiándola sobre su clítoris, una a la
vez, una y otra vez, presionando, acariciando y excitándola. Ella suspira mientras chupo y muerdo
su cuello. Sus piernas empiezan a temblar. De pronto la hago girar de modo que está
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enfrentándome. Agarro sus muñecas con una de mis manos, sosteniéndolas en su espalda,
mientras agarro su cola de caballo con la otra, trayendo sus labios a los míos. La beso,
consumiendo su boca, deleitándome con su sabor: zumo de naranja y dulce, dulce Ana. Su
respiración es áspera, como la mía.
—¿Cuándo empezó tu periodo, Anastasia?
Quiero follarte sin condón.
—Ayer —suspira.
—Bien. —Doy un paso atrás y la hago girar—. Agárrate del lavabo —ordeno. Tiro de sus
caderas, levantándola y tirando de ella hacia atrás por lo que se dobla. Mi mano se desliza hacia
abajo a su trasero, a la cuerda azul, y tiro de su tampón, el cual tiro al inodoro. Ella jadea,
sorprendida, creo, pero agarro mi polla y la deslizo dentro de ella rápidamente.
Mi respiración silba entre mis dientes.
Joder. Se siente bien. Tan bien. Piel contra piel.
Me retiro y entonces me empujo en ella una vez más, despacio, sintiendo cada centímetro
suave y precioso de ella. Gruñe y se empuja contra mí.
Oh, sí, Ana.
Aprieta su agarre en el mármol mientras tomo velocidad, y agarro sus caderas,
construyendo... construyendo, entonces martilleando dentro de ella. Reclamándola. Poseyéndola.
No estés celosa, Ana. Solo te deseo a ti.
A ti.
A ti.
Mis dedos encuentran su clítoris y la provoco, acaricio y estimulo hasta que sus piernas
empiezan a temblar una vez más.
—Eso es, nena. —murmuro, mi voz ronca mientras palpito dentro de ella con un castigador
ritmo posesivo.
No discutas conmigo. No pelees conmigo.
Sus piernas se endurecen mientras me empujo en ella y su cuerpo empieza a estremecerse.
Entonces grita mientras su orgasmo la supera, llevándome con ella.
—¡Oh, Ana! —jadeo mientras me dejo ir, el mundo se desdibuja y me vengo dentro de ella.
Mierda.
—Oh, nena, ¿alguna vez voy a tener suficiente de ti? —susurro mientras me hundo en ella.
Despacio, me bajo al suelo, trayéndola conmigo y rodeando mis brazos a su alrededor. Se
sienta, su cabeza contra mi hombro, todavía jadeando.
Dulce Señor.
¿Ha sido alguna vez así?
Beso su cabello y se tranquiliza, sus ojos cerrados, su respiración despacio vuele a la
normalidad mientras la sostengo. Estamos ambos sudados y calientes en el húmedo baño, pero no
quiero estar en ningún otro lugar.
Ella se mueve.
—Estoy sangrando —dice.
—No me molesta. —No quiero dejarla ir.
—Me di cuenta. —Su tono es seco.
—¿Te molesta a ti? —No debería. Es natural. Solo he conocido a una mujer que era
remilgada sobre el sexo durante el periodo, pero no tomaría nada de esa mierda de ella.
—No, en absoluto. —Ana me mira con claros ojos azules.
—Bien. Vamos a tomar un baño. —La libero y frunce el ceño por un momento mientras
observa mi pecho. Su rostro rosado pierde algo de su color, y ojos nubosos se encuentran con los
míos.
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—¿Qué pasa? —pregunto, alarmado por su expresión.
—Tus cicatrices. No son de varicela.
—No, no lo son. —Mi tono es ártico.
No quiero hablar sobre esto.
En pie, extiendo mi mano a ella y tiro para ponerla en sus pies. Sus ojos están amplios con
horror.
La pena viene después.
—No me mires así —advierto y suelto su mano.
No quiero tu maldita compasión, Ana. No vayas allí.
Ella estudia su mano, adecuadamente disciplinada, espero.
—¿Ella te hizo eso? —Su voz es casi inaudible.
Frunzo el ceño, sin decir nada, mientras trato de contener mi ira. Mi silencio la hace
mirarme.
—¿Ella? —gruño—. ¿La señora Robinson?
Ana palidece ante mi tono.
—No es una salvaje, Anastasia. Por supuesto que no lo hizo. No entiendo por qué te
empeñas en demonizarla.
Inclina su cabeza para evitar contacto visual, camina rápidamente pasándome, y entra en la
bañera, encogida en la espuma por lo que ya no puedo ver su cuerpo. Mirándome, su rostro
arrepentido y abierto, dice:
—Solo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido, si ella no te hubiera introducido
en ese… estilo de vida
Maldita sea. Volvemos a Elena.
Camino hacia la bañera, me deslizo dentro del agua, y siento en el rincón bajo el agua lejos
de su alcance. Ella me mira, esperando por una respuesta. El silencio entre nosotros crece hasta
que puedo oír la sangre bombeando a través de mis orejas.
Mierda.
Ella no quita los ojos de los míos.
¡Desiste, Ana!
No. No va a pasar.
Sacudo la cabeza. Mujer imposible.
—De no haber sido por la señora Robinson, probablemente habría seguido los pasos de mi
madre biológica.
Mete un húmedo rizo detrás de su oreja, quedándose muda.
¿Qué puedo decir sobre Elena? Pienso en nuestra relación: Elena y yo. Aquellos excitantes
años. El secretismo. Los encuentros furtivos. El dolor. El placer. La liberación. El orden y la calma
que ella trajo a mi mundo.
—Ella me quería de una forma que yo encontraba… aceptable —medito, casi para mí
mismo.
—¿Aceptable? —dice Ana incrédula.
—Sí.
La expresión de Ana es expectante.
Quiere más.
Mierda.
—Me apartó del camino de autodestrucción que yo había empezado a seguir sin darme
cuenta. —Mi voz es baja—. Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres
perfecto.
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Inhala profundamente.
Infiernos. Odio hablar sobre esto.
—¿Aún te quiere?
¡No!
—No creo, no así. Sigo diciéndote que fue hace mucho tiempo. Está en el pasado. No podría
cambiarlo incluso si lo quisiera, que no quiero. Me salvó de mí mismo. Nunca he hablado de esto
con nadie. Salvo con el doctor Flynn, claro. Y la única razón por la que te lo cuento a ti ahora es
que quiero que confíes en mí.
—Confío en ti —dice—, pero quiero conocerte mejor, y cuando quiero hablar contigo me
distraes. Hay tanto que quiero saber.
—Oh, por el amor de Dios, Anastasia. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer? —Mira a
sus manos bajo la superficie del agua.
—Solo intento entender, eres como un enigma. Diferente de cualquier persona que haya
conocido antes. Me alegro que me estés diciendo lo que quiero saber.
De pronto, con decisión, se mueve por el agua a sentarse a mi lado, inclinándose contra mí
por lo que mi piel se pega a la suya.
—Por favor, no te enfades conmigo —dice.
—No estoy enfadado contigo, Anastasia. Solo no estoy acostumbrado a esta clase de
conversación, este tanteo. Esto solo lo hago con el Dr. Flynn y con...
Maldita sea.
—¿Con ella? ¿La señora Robinson? Hablas con ella —dice, su voz tranquila.
—Sí, lo hago.
—¿Sobre qué?
Me vuelvo hacia ella tan de repente que el agua chapotea saliendo de la bañera y hacia el
suelo.
—Eres insistente, ¿eh? De la vida, del universo… de negocios.La señora Robinson y yo hace
tiempo que nos conocemos, Anastasia. Hablamos de todo.
—¿De mí? —pregunta.
—Sí.
—¿Por qué hablan de mí? —pregunta, y ahora suena hosca.
—Nunca he conocido a nadie como tú, Anastasia.
—¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a que nunca has conocido a nadie que no firmara
automáticamente todo tu papeleo sin preguntar primero?
Niego con la cabeza.No
—Necesito consejo.
—¿Y te lo da doña Pedófila? —espeta.
—Anastasia… basta ya —casi grito—. O te voy a tener que tumbar en mis rodillas. No tengo
ningún interés romántico o sexual en ella. Ninguno. Es una amiga querida y apreciada, y socia mía.
Nada más. Tenemos un pasado en común, hubo algo entre nosotros que a mí me benefició
muchísimo, aunque a ella le destrozara el matrimonio… pero esa parte de nuestra relación ya
terminó.
Cuadra sus hombros.
—¿Y tus padres nunca se enteraron?
—No —gruño—. Ya te lo he dicho.
Me mira con recelo, y creo que sabe que me ha empujado mi límite.
—¿Has terminado? —pregunto.
—De momento.
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Gracias a Dios por eso. No estaba mintiendo cuando me dijo que había mucho que quería
decir. Pero no estamos hablando de lo que yo quiero hablar. Necesito saber en dónde estoy. Si
nuestro acuerdo tiene una oportunidad.
Aprovecha el día, Grey.
—Correcto, ahora me toca a mí. No has contestado mi correo electrónico.
Se mete el cabello detrás de la oreja, y luego niega con la cabeza.
—Iba a contestar. Pero viniste.
—¿Habrías preferido que no viniera? —Aguanto la respiración.
—No, me encanta que hayas venido —dice.
—Bien. A mí me encanta haber venido, a pesar de tu interrogatorio. Aunque acepte que me
acribilles a preguntas, no creas que disfrutas de algún tipo de inmunidad diplomática solo porque
haya venido hasta aquí para verte. Para nada, señorita Steele. Quiero saber lo que sientes.
Sus cejas se fruncen.
—Ya te lo he dicho. Me gusta que estés conmigo. Gracias por venir hasta aquí. —Suena
sincera.
—Ha sido un placer. —Me inclino hacia abajo y la beso, y ella se abre como una flor,
ofreciendo y queriendo más. Me hago hacia atrás—. No. Me parece que necesito algunas
respuestas antes de que hagamos más.
Ella suspira, su mirada cautelosa regresa.
—¿Qué quieres saber?
—Bueno, para empezar, qué piensas de nuestro contrato.
Hace una mueca con su boca, como si su respuesta fuera a ser desagradable.
Oh querida.
—No creo que pueda firmar por un periodo mayor de tiempo. Un fin de semana entero
siendo alguien que no soy.—Mira hacia abajo, lejos de mí.
Eso no es un "no". Es más, creo que tiene razón.
Agarrando su barbilla, inclino su cabeza hacia arriba para que pueda ver sus ojos.
—No, yo tampoco creo que pudieras.
—¿Te estás riendo de mí?
—Sí, pero sin mala intención. —La beso de nuevo—. No eres muy buena sumisa.
Su boca se abre. ¿Está fingiendo ofensa? Y entonces se ríe, una dulce risa contagiosa, y sé
que no está ofendida.
—A lo mejor no tengo un buen maestro.
Buena puntualización, señorita Steele.
Me río, también.
—A lo mejor. Igual debería ser más estricto contigo.—Busco su rostro—. ¿Tan mal lo
pasaste cuando te di los primeros azotes?
—No, la verdad es que no —dice, con las mejillas un poco ruborizadas.
—¿Es más por lo que implica? —le pregunto, presionándola más.
—Supongo. Lo de sentir placer cuando uno no debería.
—Recuerdo que a mí me pasaba lo mismo. Lleva un tiempo procesarlo.
Finalmente estamos teniendo la discusión.
—Siempre puedes usar las palabras de seguridad, Anastasia. No lo olvides. Y si sigues las
normas, que satisfacen mi íntima necesidad de controlarte y protegerte, quizá logremos avanzar.
—¿Por qué necesitas controlarme?
—Porque satisface una necesidad íntima mía que no fue satisfecha en mis años de
formación.
—Entonces, ¿es una especie de terapia?
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—No me lo había planteado así, pero sí, supongo que sí.
Asiente con la cabeza.
—Pero el caso es que en un momento me dices ―No me desafíes‖, y al siguiente me dices
que te gusta que te desafíe. Resulta difícil traspasar con éxito esa línea tan fina.
—Lo entiendo. Pero, hasta la fecha, lo has hecho estupendamente.
—Pero ¿a qué coste personal? Estoy hecha un auténtico lío, me veo atada de pies y manos.
—Me gusta eso de atarte de pies y manos.
—¡No lo decía en sentido literal!—Lanza su mano a través del agua, salpicándome.
—¿Me salpicaste?
—Sí.—dice.
—Ay, señorita Steele. —Envuelvo mi brazo alrededor de su cintura y tiro de ella en mi
regazo, derramando agua sobre el suelo una vez más—. Creo que ya hemos hablado bastante por
hoy.
Sostengo su cabeza entre mis manos y la beso, mi lengua burlándose de sus labios
separados, entonces profundizo en su boca, dominando la suya. Ella pasa los dedos por mi cabello,
devolviéndome el beso, torciendo su lengua alrededor de la mía. Inclinando su cabeza con una
mano, la muevo con la otra así está a horcajadas sobre mí.
Me hago hacia atrás para tomar un respiro. Sus ojos están oscuros y carnales, su lujuria a la
vista. Pongo muñecas a su espalda y las agarro con una mano.
—Te la voy a meter —declaro y la levanto sobre mí, de manera que mi erección está
posicionada debajo de ella—. ¿Lista?
—Sí —respira, y poco a poco la bajo sobre mí, viendo su expresión mientras la lleno. Gime y
cierra los ojos, empujando sus pechos hacia adelante en mi cara.
Oh, dulce Jesús.
Doblo mis caderas, levantándola, enterrándome aún más profundo dentro de ella, y me
inclino hacia adelante para que nuestras frentes se toquen.
Se siente tan bien.
—Suéltame las manos, por favor —susurra.
Abro los ojos y veo su boca abierta mientras arrastra el aire en sus pulmones.
—No me toques —pidoy suelto sus manos y agarro sus caderas. Agarra el borde de la
bañera y poco a poco comienza a tomarme. Arriba. Luego hacia abajo. Oh, tan lentamente. Abre
los ojos para encontrar los míos en su rostro. Observándola. Montándome. Inclinándose, me besa,
su lengua invadiendo mi boca. Cierro los ojos, deleitándome en la sensación.
Oh, sí, Ana.
Sus dedos están en mi cabello, tirando y tirando mientras me besa, su lengua húmeda
entrelazándose con la mía mientras se mueve. Sostengo sus caderas y empiezo a levantarla más
alto y más rápido, vagamente consciente de que el agua cae en cascada fuera de la bañera.
Pero no me importa. La deseo. De esta manera.
Esta hermosa mujer que gime en mi boca.
Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Una y otra vez.
Dándose a mí. Tomándome.
—Ah. —El placer está atrapado en su garganta.
—Eso es, nena —susurro, mientras acelera a mí alrededor, entonces grita mientras explota
en su orgasmo.
Envuelvo mis brazos alrededor de ella, abrazándola, sosteniéndola con fuerza mientras me
pierdo y corro dentro de ella.
—¡Ana, nena! —grito, y sé que nunca quiero volver a dejarla ir.
Besa mi oreja.
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—Eso fue… —jadea ella.
—Sí. —Sosteniendo sus brazos, la insto a acostarse para poder estudiarla. Se ve somnoliento
y saciada, y me imagino que debo lucir igual—. Gracias —susurro.
Se ve confundida.
—Por no tocarme —aclaro.
Su rostro se suaviza y levanta la mano. Me tenso. Pero niega con la cabeza y traza mis labios
con su dedo.
—Dijiste que es un límite infranqueable. Lo entiendo. —Y se inclina hacia adelante y me
besa. Los sentimientos desconocidos salen a la superficie, hinchándose en mí pecho, sin nombre y
peligrosos.
—Vamos a llevarte a la cama. ¿A menos que tengas que ir a casa? —Estoy alarmado por a
dónde van mis emociones.
—No. No tengo que irme.
—Bien. Quédate.
La pongo de pie y salimos de la bañera para buscar toallas para ambos, y descarto mis
inquietantes sentimientos.
La envuelvo en una toalla, envuelvo una alrededor de mi cintura, y dejo caer otra en el suelo
en un vano intento de limpiar el agua derramada. Ana camina hacia los lavabos mientras yo seco
el baño.
Bien. Esta fue una noche interesante.
Y ella tenía razón. Fue bueno hablar, aunque no estoy seguro de que hayamos resuelto
nada.
Está cepillándose los dientes con mí cepillo de dientes cuando camino a través del cuarto de
baño hacia el dormitorio. Me hace sonreír. Recojo mi teléfono y veo que la llamada perdida era de
Taylor.
Le envío un texto.
¿Todo bien?
Voy a estar saliendo alrededor de las seis de la mañana.
Él responde inmediatamente.
Es por eso que estaba llamando.
El tiempo se ve bien.
Lo veré ahí.
Buenas noches, señor.
¡Llevaré a volar a la señorita Steele! Mi alegría brota en una amplia sonrisa que se ensancha
cuando sale del baño envuelta en la toalla.
—Necesito mi bolso —dice, luciendo un poco tímido.
—Creo que lo dejaste en la sala de estar.
Corretea hacia afuera para buscarlo, y cepillo mis dientes, sabiendo que el cepillo de dientes
acaba de estar en su boca.
En el dormitorio descarto la toalla, tiro de las sábanas, y me acuesto, esperando a Ana. Ella
desapareció en el cuarto de baño y cerró la puerta.
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Momentos después, regresa. Deja caer su toalla y se acuesta a mi lado, desnuda salvo por
una tímida sonrisa. Estamos tumbados en la cama el uno frente al otro, abrazando nuestras
almohadas.
—¿Quieres dormir? —pregunto. Sé que tenemos que madrugar, y son casi las once.
—No. No estoy cansada —dice, con sus ojos brillantes.
—¿Qué quieres hacer? —¿Más sexo?
—Hablar.
Más charla. Oh, Señor. Sonrío, resignado.
—¿De qué?
—De cosas.
—¿De qué cosas?
—De ti.
—De mí, ¿qué?
—¿Cuál es tu película favorita?
Me gustan sus preguntas rápidas.
—Actualmente, El Piano.
Me devuelve la sonrisa.
—Por supuesto. Qué boba soy. ¿Por esa banda sonora triste y emotiva que sin duda sabes
interpretar? Cuántos logros, señor Grey.
—Y el mayor eres tú, señorita Steele.
Su sonrisa se ensancha
—Entonces soy la número diecisiete.
—¿Diecisiete?
—El número de mujeres con las que… has tenido sexo.
Oh, mierda.
—No exactamente.
Su sonrisa desaparece.
—Tú me dijiste que habían sido quince.
—Me refería al número de mujeres que habían estado en mi cuarto de juegos. Pensé que
era eso lo que querías saber. No me preguntaste con cuántas mujeres había tenido sexo.
—Ah. —Sus ojos se agrandan—. ¿Vainilla?—pregunta.
—No. Tú eres mi única relación vainilla. —Y por alguna extraña razón, me siento
increíblemente satisfecho de mí mismo—. No puedo darte una cifra. No he ido haciendo muescas
en el poste de la cama ni nada parecido.
—¿De cuántas hablamos… decenas, cientos… miles?
—Decenas. Nos quedamos en las decenas, por desgracia. —Finjo indignación.
—¿Todas sumisas?
—Sí.
—Deja de sonreírme —dice con arrogancia, tratando y fallando para mantener su seriedad.
—No puedo. Eres divertida. —Y me siento un poco mareado, mientras nos sonreímos el uno
al otro.
—¿Divertida por peculiar o por graciosa?
—Un poco de ambas, creo.
—Eso es bastante insolente, viniendo de ti —dice.
Le beso la nariz para prepararla.
—Esto te va a sorprender, Anastasia. ¿Preparada?
Sus ojos están bien abiertos y hambrientos, llenos de entusiasmo.
Dile.
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—Todas eran sumisas en prácticas, cuando yo estaba haciendo mis prácticas. Hay sitios en
Seattle y los alrededores a los que se puede ir a practicar. A aprender a hacer lo que yo hago —
dice.
—Ah —exclama.
—Pues sí, yo he pagado por sexo, Anastasia.
—Eso no es algo de lo que estar orgulloso —me regaña—. Y tienes razón, me has dejado
pasmada. Y enfadada por no poder dejarte pasmada yo.
—Te pusiste mis calzoncillos.
—¿Eso te sorprendió?
—Sí.Y fuiste sin bragas a conocer a mis padres.
—¿Eso te sorprendió?
Su entusiasmo está de regreso.
—Sí.
—Parece que solo puedo sorprenderte en el ámbito de la ropa interior.
—Me dijiste que eras virgen. Esa es la mayor sorpresa que me han dado nunca.
—Sí, tu cara era un poema. De foto. —Se ríe, y su rostro se ilumina.
—Me dejaste que te excitara con una fusta.—Estoy sonriendo como el jodido gato de
Cheshire. ¿Cuándo he estado acostado desnudo junto a una mujer y simplemente hablado?
—¿Eso te sorprendió?
—Pues sí.
—Bueno, igual te dejo volverlo a hacer.
—Uy, eso espero, señorita Steele. ¿Este fin de semana?
—De acuerdo —dice.
—¿De acuerdo?
—Sí. Volveré al cuarto rojo del dolor.
—Me llamas por mi nombre.
—¿Eso te sorprende?
—Me sorprende lo mucho que me gusta.
—Christian —susurra, y el sonido de mi nombre en sus labios propaga el calor a través de mi
cuerpo.
Ana.
—Mañana quiero hacer una cosa.
—¿Qué cosa?
—Una sorpresa. Para ti.
Bosteza.
Suficiente. Está cansada.
—¿La aburro, señorita Steele?
—Nunca —confiesa. Me inclino de un lado a otro y le doy un beso rápido.
—Duerme —ordeno, y apago la luz de la mesa junto a la cama.
Y unos minutos más tarde,incluso escucho su respiración; se duerme rápidamente. Pongo
una sábana sobre ella, ruedo sobre mi espalda, y miro el chirriante ventilador del techo.
Bueno, hablar no es tan malo.
Hoy funcionó, después de todo.
Gracias, Elena...
Y con una sonrisa saciada, cierro mis ojos.
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Jueves, 2 de Junio de 2011
─No. No me dejes. —Las palabras susurradas penetran mi sueño, me revuelven y
despiertan.
¿Qué fue eso?
Miro alrededor de la habitación. ¿Dónde diablos estoy?
Ah, sí, Savannah.
—No. Por Favor. No me dejes.
¿Qué? Es Ana.
—No voy a ninguna parte —murmuro, perplejo. Dando una vuelta, me apoyo en mi codo.
Ella se acurruca a mi lado y se ve como si estuviera dormida.
—Yo no te dejaré —murmura.
Mi cuero cabelludo se eriza.
—Estoy muy contento de escuchar eso.
Ella suspira.
—¿Ana? —susurro. Pero ella no reacciona. Sus ojos están cerrados. Está profundamente
dormida. Debe estar soñando... ¿qué está soñando?
—Christian —dice ella.
—Sí —le respondo automáticamente.
Pero ella no dice nada; está definitivamente dormida, pero nunca la he oído hablar en
sueños antes.
La veo, fascinado. Su rostro se ilumina con luz ambiental de la sala. Su frente se arruga por
un momento, como si un pensamiento desagradable le inundara, luego vuelve a estar terso de
nuevo. Con los labios entreabiertos mientras respira, su rostro suave por el sueño, ella es
hermosa.
Y no quiere que me vaya, y no me dejará. La franqueza de su admisión subconsciente barre
a través de mí como una brisa de verano, dejando calidez y esperanza a su paso.
Ella no va a dejarme.
Bueno, ahí tienes tú respuesta, Grey.
Le sonrío. Parece haberse tranquilizado y deja de hablar. Puedo comprobar la hora en el
despertador de radio: cuatro y cincuenta y siete a.m.
Es hora de levantarse de todos modos, y estoy eufórico. Voy a volar. Con Ana. Me encanta
volar. Pongo un rápido beso en su sien, me levanto, y me dirijo a la sala principal de la suite, donde
he pedido el desayuno y reviso el reporte del clima local.
Otro día de calor con alta humedad. Sin lluvia.
Me ducho rápidamente, me seco, luego recojo la ropa de Ana del baño y las dejo en una silla
cerca de la cama. Mientras recojo sus bragas recuerdo cómo fracasó mi plan retorcido de confiscar
su ropa interior.
Oh, señorita Steele.
Y después de nuestra primera noche juntos...
—Oh, por cierto, estoy usando tu ropa interior. —Jala la cintura hacia arriba, para que
pueda ver las palabras “Polo” y “Ralph” sobresalir de sus pantalones vaqueros.
Niego con la cabeza, y tomo del armario un par de mis bóxers y los dejo en la silla. Me gusta
cuando ella usa mi ropa.
Murmura de nuevo, y creo que dice ―jaula‖, pero no estoy seguro.
¿De qué carajos está hablando?
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Ella no se mueve, sino que permanece felizmente dormida mientras me visto. Mientras me
pongo mi camiseta hay un golpe en la puerta. El desayuno ha llegado: pasteles, un café para mí, y
el té English Breakfast de marca Twinings para Ana. Afortunadamente, el hotel abastece su mezcla
favorita.
Es hora de despertar a la señorita Steele.
—Fresa—murmura, cuando me siento a su lado en la cama.
¿Qué pasa con la fruta?
—Anastasia —la convoco suavemente.
—Quiero más.
Sé que sí, y yo también.
—Vamos, nena. —La persuado para despertarla.
Ella se queja.
—No. Quiero tocarte.
Mierda.
—Despierta. —Me inclino y tiro suavemente de su lóbulo de la oreja con los dientes.
—No. —Ella cierra sus ojos con fuerza.
—Despierta, cariño.
—Ay, no —protesta.
—Es hora de levantarse, nena. Voy a encender la lamparita. —Me estiro hacia el otro lado y
la enciendo, bañándola en una piscina de luz suave. Ella entrecierra los ojos.
—No—se queja. Su renuencia a despertar es divertida y diferente. En mis relaciones
anteriores una sumisa somnolienta podía esperar ser disciplinada.
Yo acaricio su oreja con mi nariz y susurro:
—Quiero perseguir el amanecer contigo. —Le beso la mejilla, cada párpado, la punta de su
nariz, y por último beso sus labios.
Sus ojos parpadean y se abren.
—Buenos días, preciosa.
Y se cierran de nuevo. Ella se queja, y sonrío hacia ella.
—No eres muy madrugadora.
Ella abre un ojo fuera de foco, estudiándome.
—Pensé que querías sexo —dice con evidente alivio.
Suprimo mi risa.
—Anastasia, yo siempre quiero sexo contigo. Reconforta saber que a ti te pasa lo mismo.
—Pues claro que sí, solo que no tan tarde. —Abraza su almohada.
—No es tarde, es temprano. Vamos, levanta. Vamos a salir. Te tomo la palabra con lo del
sexo.
—Estaba teniendo un sueño tan bonito —suspira, mirando hacia mí.
—¿Con qué soñabas?
—Contigo. —Su cara se calienta.
—¿Qué hacía esta vez?
—Intentabas darme de comer fresas —dice con un hilo de voz.
Eso explica su balbuceo.
—El Dr. Flynn tendría para rato con eso. Levanta, vístete. No te molestes en ducharte, ya lo
haremos luego.
Ella protesta, pero se sienta, haciendo caso omiso de la sábana que se desliza hasta su
cintura y expone su cuerpo. Mi pene se mueve. Con el cabello revuelto, en cascada sobre sus
hombros y encrespado alrededor de sus tetas desnudas, ella se ve hermosa. Haciendo caso omiso
de mi excitación, me pongo de pie para darle un poco de espacio.
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—¿Qué hora es? —pregunta con voz soñolienta.
—Las cinco y media de la mañana.
—Pues parece que son las tres.
—No tenemos mucho tiempo. Te he dejado dormir todo lo posible. Vamos. —Quiero
arrastrarla fuera de la cama y vestirla yo mismo. No puedo esperar a llevarla por el aire.
—¿No puedo ducharme?
—Si te duchas, voy a querer ducharme contigo, y tú y yo sabemos lo que pasará, que se nos
irá el día. Vamos.
Ella me da una mirada paciente.
—¿Qué vamos a hacer?
—Es una sorpresa. Ya te dije.
Niega con la cabeza y se queja, muy divertido.
—Está bien. —Sale de la cama, inconsciente de su desnudez, y se da cuenta de su ropa en la
silla. Estoy encantado de que no es su ser tímido habitual; tal vez es porque tiene sueño. Se desliza
sobre mi ropa interior y me da una amplia sonrisa.
—Te dejo tranquila un rato ahora que ya te has levantado.
La dejo vistiéndose, deambulo de nuevo por la sala principal, me siento en la pequeña mesa
de comedor, y me sirvo un poco de café. Me acompaña a los pocos minutos.
—Come —ordeno, haciendo un gesto para que ella tome asiento. Me mira fijamente,
paralizada, con los ojos vidriosos—. Anastasia —digo, interrumpiendo su sueño. Sus pestañas
revolotean cuando regresa de donde sea que estaba.
—Tomaré un poco de té. ¿Puedo dejar el croissant para más tarde? —pregunta
esperanzada. Ella no va a comer.
—No me amargues el día, Anastasia.
—Voy a comer más tarde, cuando mi estómago haya despertado. Alrededor de las siete y
media, ¿sí?
—Está bien. —No puedo obligarla.
Ella se ve desafiante y obstinada.
—Me dan ganas de ponerte los ojos en blanco —dice.
Oh, Ana, dale con todas tus fuerzas.
—Por favor, hazlo, y me alegrarás el día.
Ella mira a la de rociadores contra incendios en el techo.
—Bueno, unos azotes me despertarían, supongo —dice ella, como si estuviera sopesando la
opción.
¿Ella lo está considerando? ¡Así no funcionan las cosas, Anastasia!
—Por otra parte, no quiero que estés todo caliente e incómodo; el clima ya es lo
suficientemente caliente. —Me da una sonrisa empalagosa.
—Como de costumbre, es usted muy difícil, señorita Steele —mi voz tiene un tono de
gracia—. Bebe tu té.
Se sienta y toma un par de sorbos.
—Bébetelo todo. Nos tenemos que ir. —Estoy ansioso porque nos vayamos pronto—. El
camino es largo.
—¿A dónde vamos?
—Ya verás.
Para ya con las sonrisitas idiotas, Grey.
Ella hace mala cara por la frustración. La señorita Steele, como siempre, está intrigada. Pero
todo lo que lleva puesto es su camisola y pantalones vaqueros; ella tendrá frío una vez que
estemos en el aire
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—Termina tu té —ordeno y me alejo de la mesa. En el dormitorio revuelvo el armario y saco
una sudadera. Esto debería servir. Llamo al valet y le digo que lleve el auto al frente.
—Estoy lista—dice mientras vuelvo a la sala principal.
—La vas a necesitar. —Le lanzo la sudadera mientras ella me mira desconcertada—. Confía
en mí. —Le doy un beso rápido en sus labios. Tomando su mano, abro la puerta de la suite y nos
dirigimos a los ascensores. Allí, se encuentra un empleado del hotel de pie, Brian, según el nombre
de su etiqueta, quien también espera el ascensor.
—Buenos días —dice, saludando alegre mientras las puertas se abren. Echo un vistazo a Ana
y sonrío al entrar.
No habrá travesuras en el ascensor esta mañana.
Ella esconde su sonrisa y mira al suelo, sus mejillas se sonrojan. Sabe exactamente lo que
está cruzando mi mente. Brian nos desea un buen día cundo salimos. En el exterior, el vale está
esperando con el Mustang. Ana arquea una ceja, impresionada por el GT500. Sí, es un auto
divertido, incluso si es solo un Mustang.
—A veces, es genial que sea quien soy, ¿eh? —le tomo el pelo, y con una cortés inclinación
abro la puerta.
—¿A dónde vamos?
—Ya lo verás. —Me pongo al volante y llevo el auto hacia la carretera. En el semáforo
programo rápidamente la dirección del campo de aviación en el GPS. Nos dirige fuera de Savannah
hacia la I-95. Enciendo mi iPod a través del volante y el auto se llena con una melodía sublime.
—¿Qué es? —preguntaAna.
—Es de La Traviata. Una ópera de Verdi.
—¿La Traviata? He oído hablar de ella, pero no sé dónde. ¿Qué significa?
Le doy una mirada de complicidad.
—Bueno, literalmente, ―la descarriada‖. Está basada en el libro de Alejandro Dumas: La
Dama de las Camelias.
—Ah. Lo he leído.
—Lo suponía.
—La desgraciada cortesana —relata, con la voz teñida de melancolía—. Mmm, es una
historia deprimente —dice.
—¿Demasiado deprimente? —No podemos dejar que eso suceda, señorita Steele,
especialmente cuando estoy de tan de buen humor—. ¿Quieres poner otra cosa? Está sonando en
el iPod.
Toco la pantalla de navegación y aparece la lista de reproducción.
—Elige tú —ofrezco, preguntándome si le gustará algo de lo que tengo en iTunes. Estudia la
lista y se desplaza a través de ella, concentrándose duro. Escoge una canción, y las cuerdas dulces
de Verdi son remplazadas por un tono estremecedor y Britney Spears.
—Conque Toxic, ¿no? —observo, con humor irónico.
¿Está tratando de decirme algo? ¿Se está refiriendo a mí?
—No sé lo que quieres decir —dice inocentemente.
¿Cree que debería llevar una advertencia?
La señorita Steele quiere jugar.
Que así sea.
Bajo la música un poco. Es un poco temprano para este remix, y para el recordatorio.
—Señor, esta sumisa solicita respetuosamente el iPod del Amo.
Echo un vistazo lejos de la hoja de cálculo que estoy leyendo y la estudio mientras ella se
arrodilla a mi lado, con los ojos hacia abajo. Ha sido excepcional este fin de semana. ¿Cómo puedo
negarme?
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—Claro, Leila, tómalo. Creo que está en el banquillo.
—Gracias, Amo —dice, y se pone de pie con su gracia habitual, sin mirarme.
Buena chica.
Y, llevando únicamente zapatos de tacón alto de color rojo, se tambalea hacia el soporte del
iPod y recoge su recompensa.
—Yo no he puesto esa canción en mi iPod —digo alegremente, y piso el acelerador,
lanzándonos a los dos contra nuestros asientos, pero oyendo el pequeño resoplido exasperado de
Ana, a pesar del rugido del motor.
Mientras Britney continúa con su mejor sensualidad, Ana tamborea con los dedos sobre su
muslo, irradiando inquietud mientras mira por la ventana del auto. El Mustang se come las millas
en la autopista; no hay tráfico, y la primera luz del amanecer nos está persiguiendo por la I-95.
Ana suspira mientras comienza Damien Rice.
Sácala de su miseria, Grey.
Y no sé si es mi buen humor, nuestra conversación de anoche, o el hecho de que estoy a
punto de ir a volar, pero quiero decirle quien puso la canción en el iPod.
—Fue Leila.
—¿Leila?
—Una ex, ella puso la canción en mi iPod.
—¿Una de las quince? —Vuelve su atención completamente a mí, hambrienta por
información.
—Sí.
—¿Qué le pasó?
—Terminamos.
—¿Por qué?
—Quería más.
—¿Y tú no?
Echo un vistazo a ella y sacudo la cabeza.
—Yo nunca he querido más, hasta que te conocí a ti. —Ella me recompensa con su sonrisa
tímida.
Sí, Ana. No eres solo tú quien quiere más.
—¿Qué pasó con las otras catorce? —pregunta.
—¿Quieres una lista? ¿Divorciada, decapitada, muerta?
—No eres Enrique VIII —me regaña.
—Bueno. Sin seguir ningún orden en particular, solo he tenido relaciones largas con cuatro
mujeres, aparte de Elena.
—¿Elena?
—Para ti, la Señora Robinson.
Hace una pausa por un momento, y sé que ella me está examinando. Mantengo mis ojos en
la carretera.
—¿Qué fue de esas cuatro? —pregunta.
—Qué inquisitiva, qué ávida de información, señorita Steele —bromeo.
—Mira quién habla, don ―Cuándo te llega el período‖.
—Anastasia, un hombre debe saber esas cosas.
—¿Ah, sí?
—Yo sí.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que te quedes embarazada.
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—¡Ni yo quiero quedarme! Bueno, al menos hasta dentro de unos años —dice con un poco
de nostalgia.
Por supuesto, eso sería con alguien más... la idea es inquietante... Ella es mía.
—Bueno, ¿qué pasó entonces con las otras cuatro? —persiste.
—Una conoció a otro. Las otras tres querían… más. A mí entonces no me apetecía más. —
¿Por qué abrí esta caja de Pandora?
—¿Y las demás?
—No salió bien.
Ella asiente y mira por la ventana mientras Aaron Neville canta Tell It Like It Is.
—¿A dónde vamos? —pregunta de nuevo.
Estamos cerca ahora.
—Vamos a un campo de aviación.
—No iremos a volver a Seattle, ¿verdad? —suena alarmada.
—No, Anastasia. —Me río ante su reacción—. Vamos a disfrutar de mi segundo pasatiempo
favorito.
—¿Segundo?
—Sí. Esta mañana te he dicho cuál era mi favorito. —Su expresión me dice que está
completamente perpleja—. Disfrutar de ti, señorita Steele. Eso es lo primero de mi lista. De todas
las formas posibles.
Ella mira hacia abajo a su regazo, sus labios se curvan.
—Sí, también yo lo tengo en mi lista de perversiones favoritas —dice.
—Me complace saberlo.
—¿A un campo de aviación, dices?
Le sonrío.
—Vamos a planear. Vamos a perseguir el amanecer, Anastasia. —Tomo la salida hacia el
campo de aviación y conduzco hasta el hangar de la Asociación Brusnwick Soaring; donde detengo
el auto.
—¿Estás preparada para esto? —pregunto.
—¿Pilotas tú?
—Sí.
Su rostro se ilumina con entusiasmo.
—¡Sí, por favor! —Me encanta cuán valiente es y cuán entusiasmada está con cada nueva
experiencia. Inclinándome, la beso rápidamente.
—Otra primera vez, señorita Steele.
Afuera está fresco pero no hace frío y el cielo está más claro ahora, perlado y brillante en el
horizonte. Camino alrededor del auto y abro la puerta de Ana. Con su mano en la mía hacemos
nuestro camino hacia el frente del hangar.
Taylor está esperando allí con un joven hombre barbudo en pantalones cortos y sandalias.
—Señor Grey, este es su piloto de remolque, el señor Mark Benson —dice Taylor. Suelto la
mano de Ana para poder darle la mano a Benson, quien tiene un brillo salvaje en sus ojos.
—Tiene una gran mañana para esto, Sr. Grey —dice Benson—. El viento está a diez nudos
del noreste, lo que significa que la convergencia a lo largo de la costa debe mantenerse por poco
tiempo.
Benson es británico, con un firme apretón de manos.
—Suena muy bien —respondo, y observo a Ana mientras comparte una broma privada con
Taylor—. Anastasia. Ven.
—Hasta luego —le dice a Taylor.
Haciendo caso omiso de su familiaridad con mi personal, le presento a Benson.
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—Sr. Benson, esta es mi novia, Anastasia Steele.
—Encantada de conocerlo —dice ella, y Benson le da una sonrisa brillante, mientras se dan
la mano.
—Igualmente —dice—. Si gustan seguirme.
—Dirige el camino. —Tomo la mano de Ana mientras caminamos junto a Benson.
—Tengo una Blaník L23 preparado y listo. Es de la vieja escuela. Pero se maneja bien.
—Genial. Aprendí a pilotar en una Blaník. Una L13 —le digo a Benson.
—No te puedes equivocar con una Blaník. Soy un gran fan. —Me da un pulgar hacia arriba—
. Aunque prefiero la L23 por las acrobacias aéreas.
Asiento con la cabeza en acuerdo.
—Estás enganchado a mi Piper Pawnee —continúa—. La llevaré hasta mil metros, entonces
los soltaré. Eso debería darte algo de tiempo de vuelo.
—Eso espero. La cobertura de nubes parece prometedora.
—Es un poco temprano en el día para gran ascenso. Pero nunca se sabe. Dave, mi
compañero, apuntalará el ala. Está en el jakes.
—Está bien. —Creo que "jakes" significa baño—. ¿Ha estado volando por mucho tiempo?
—Desde mis días en la Real Fuerza Aérea. Pero he estado volando estos aeroplanos taildraggers durante cinco años. Estamos en la frecuencia CTAF 122.3, para que sepa.
—Entendido.
La L23 parece estar en buena forma, y tomo una nota de su registro de la RFA: Noviembre.
Papa. Tres. Alfa.
—Primero hay que ponerse los paracaídas. —Benson mete la mano en la cabina de mando y
saca un paracaídas para Ana.
—Yo lo hago —ofrezco, tomando el paquete de Benson antes de que tenga la oportunidad
de ponérselo o sus manos en Ana.
—Voy por el lastre —dice Benson con una sonrisa alegre, y se dirige hacia el avión.
—Te gusta atarme a cosas —dice Ana con una ceja levantada.
—Señorita Steele, no tiene usted ni idea. Toma, mete brazos y piernas por las correas. —
Sostengo abiertas las cerraduras de las piernas para ella. Inclinándose, ponesu mano en mi
hombro. Me pongo rígido instintivamente, esperando que la oscuridad despierte y me ahogue,
pero no lo hace. Es raro. No sé cómo voy a reaccionar en lo que a su toque concierne. Deja ir una
vez las cuerdas alrededor de sus muslos, y yo alzo las correas de sus hombros por encima de sus
brazos y fijo el paracaídas.
Chico, se ve bien en un arnés.
Brevemente, me pregunto cómo se vería despatarrada y colgada de los mosquetones en la
sala de juegos, su boca y su sexo a mi disposición. Pero, por desgracia, marcó la suspensión como
un límite duro.
—Hala, ya estás —murmuro, tratando de desterrar esa imagen de mi mente—. ¿Llevas la
cinta de cabello de ayer?
—¿Quieres que me recoja el cabello? —pregunta.
—Sí.
Hace lo que se le dijo. Para variar.
—Vamos, adentro —le ordeno con la mano y ella empieza a subir en la parte posterior.
—No, adelante. El piloto va detrás.
—Pero no serás capaz de ver nada.
—Veré lo suficiente. —La veré disfrutando, espero.
Ella sube y me inclino sobre ella en el plexiglás para sujetarla en su asiento, cerrando el
arnés y ajustando las correas.
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—Mmm, dos veces en la misma mañana; soy un hombre con suerte —le susurro, y la beso.
Se inclina hacia mí, su anticipación palpable—. No va a durar mucho: veinte, treinta minutos a lo
sumo. Las masas de aire no son muy buenas a esta hora de la mañana, pero las vistas desde allá
arriba son impresionantes. Espero que no estés nerviosa.
—Emocionada —dice, sin dejar de sonreír.
—Bien. —Acaricio su mejilla con mí dedo índice, entonces, me pongo mi propio paracaídas y
subo al asiento del piloto.
Benson regresa cargando el lastre para Ana, y comprueba sus correas.
—Muy bien, todo en orden. ¿Es la primera vez? —le pregunta.
—Sí.
—Te va a encantar.
—Gracias, señor Benson —dice Ana.
—Llámame Mark —responde, dándole un jodido guiño. Entrecierro mis ojos en él—. ¿Todo
bien? —me pregunta.
—Sí. Vamos —le digo, impaciente por estar en el aire y alejarlo de mi chica. Benson asiente,
cierra el plexiglás, y deambula hacia la Piper. A la derecha, noto que Dave, el compañero de
Benson, ha aparecido, apuntalando la punta del ala. Rápidamente pruebo el equipo: pedales (Oigo
el movimiento del timón detrás de mí); el control de barra… de lado a lado (un rápido vistazo a las
alas y puedo ver los alerones en movimiento); y el control de barra… de adelante hacia atrás (oigo
que el timón de profundidad responde).
Correcto. Estamos listos.
Benson se sube a la Piper y casi de inmediato la única hélice arranca, fuerte y gutural en la
tranquila mañana. Unos momentos más tarde, su avión está rodando hacia adelante, tomando la
parte floja de la cuerda de remolque, y estamos fuera. Equilibro los alerones y el timón mientras la
Piper toma velocidad, entonces libero la palanca de control, y volamos en el aire antes de que
Benson lo haga.
—¡Allá vamos, nena! —le grito a Ana a medida que ganamos altura.
—Tráfico de Brunswick, Delta Victor, dirigiéndose dos siete cero. —Es Benson en la radio. Lo
ignoro mientras subimos más y más alto. La L23 se maneja bien, y estoy viendo a Ana; su cabeza se
azota de lado a lado mientras trata tomar en la vista. Ojalá pudiera ver su sonrisa.
Nos dirigimos al oeste, el sol recién salido detrás de nosotros, y tomo nota cuando cruzamos
la I-95. Me encanta la serenidad aquí arriba, lejos de todo y de todos, solo yo y el parapente en
busca del ascenso... y pensar que nunca antes he compartido esta experiencia con nadie. La luz es
hermosa, ondulante, todo lo que había esperado que sería... para Ana y para mí.
Cuando compruebo el altímetro, estamos cerca de los mil metros y rodeando la costa a
ciento cinco nudos. La voz de Benson crepita en la radio, informándome que estamos a mil metros
y podemos soltarnos.
—Afirmativo. Suéltanos —contesto a la radio, y tiro de la perilla de liberación. La Piper
desaparece y nos hago girar en una lenta inclinación, hasta que nos estamos dirigiendo al suroeste
y montando el viento. Ana se ríe a carcajadas. Animado por su reacción, sigo en espiral, con la
esperanza de que podamos encontrar una cierta elevación de convergencia cerca de la costa o las
corrientes de aire caliente por debajo pálida nubes rosadas… los someros cúmulos podrían
significar el ascenso, incluso tan temprano.
De repente lleno con una embriagadora combinación de picardía y alegría, le grito a Ana:
—¡Agárrate fuerte! —Y nos llevo a un giro completo. Ella chilla, sus manos alzándose y
agarrándose del plexiglás. Cuando nos dirijo una vez más se está riendo. Es la respuesta más
gratificante que un hombre podría querer, y me hace reír, también.
—¡Menos mal que no he desayunado! —grita.
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—Sí, pensándolo bien, menos mal, porque voy a volver a hacerlo.
Esta vez, se aferra al arnés y mira directamente hacia el suelo mientras está suspendido
sobre él. Se ríe, el ruido mezclado con el silbido del viento.
—¿A que es precioso? —grito.
—Sí.
Sé que no tenemos mucho tiempo, ya que no hay mucho que levantar aquí… pero no me
importa. Ana está disfrutando… y yo también
—¿Ves la palanca de mando que tienes delante? Agárrala.
Trata de volver la cabeza, pero ella está atada demasiado apretada.
—Vamos, Anastasia, agárrala —la insto.
Mi palanca de mando se mueve en mis manos, y sé que la está sosteniendo.
—Agárrala fuerte… mantenla firme. ¿Ves el dial de en medio, delante de ti? Que la aguja no
se mueva del centro.
Seguimos volando en línea recta, el transmisor permaneciendo perpendicular al plexiglás
—Buena chica.
Mi Ana. Nunca retrocede ante un desafío. Y por alguna extraña razón me siento
inmensamente orgulloso de ella.
—Me extraña que me dejes tomar el control —grita.
—Te extrañaría saber las cosas que te dejaría hacer, señorita Steele. Ya sigo yo.
Al mando de la palanca de mando, una vez más, nos dirijo hacia la pista de aterrizaje
mientras empezamos a perder altura. Creo que puedo hacernos aterrizar allí. Llamo por la radio
para informar a Benson y el que podría estar escuchando que vamos a aterrizar, y luego ejecuto
otro círculo para llevarnos más cerca del suelo.
—Agárrate nena, que vienen baches.
Me sumerjo de nuevo y llevo la L23 en línea con la pista a medida que descendemos hacia la
hierba. Aterrizamos con un golpe, y me las arreglo para mantener ambas alas hacia arriba hasta
llegar a una parada discordante cerca del final de la pista. Suelto el plexiglás, lo abro, suelto mi
arnés, y trepo.
Estiro mis extremidades, me deshago de mi paracaídas, y sonrío hacia abajo a las mejillas
rosadas de la señorita Steele.
—¿Qué tal?—pregunto, estirándome para desabrocharla de su asiento y el paracaídas.
—Ha sido fantástico. Gracias —dice, con los ojos brillantes de alegría.
—¿Ha sido más? —Ruego para que no puede oír la esperanza en mi voz.
—Mucho más —Sonríe con alegría y me siento tres metros más alto.
—Vamos. —Le extiendo mi mano y la ayudo a salir de la cabina. Mientras ella salta la
envuelvo en mis brazos, tirando de ella contra mí. Lleno de adrenalina, mi cuerpo responde
inmediatamente a su suavidad. En un nanosegundo mis manos están en su cabello, y estoy
inclinando su cabeza hacia atrás para poder darle un beso. Mi mano roza la base de su columna,
apretándola contra mi creciente erección, y mi boca toma la suya en un largo y persistente, beso
posesivo.
La deseo.
Aquí.
Ahora.
En la hierba.
Ella responde en especie, sus dedos retorciéndose en mi cabello, tirando, pidiendo más,
mientras se abre para mí como una gloriosa mañana.
Me aparto por aire y racionalidad.
¡No en un campo!
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Benson y Taylor están cerca.
Sus ojos están luminosos, suplicando por más.
No me mires de esa manera, Ana.
—Desayuno —le susurro, antes de que haga algo de lo que me arrepentiré. Girándome, la
tomo de la mano y caminamos de regreso hacia el auto.
—¿Y el planeador? —pregunta mientras trata de mantener mi ritmo.
—Ya se ocuparán de él. —Es para lo que le pago a Taylor—. Ahora vamos a comer algo.
Vamos.
Ella salta a mi lado, rebosante de felicidad; No sé si alguna vez la visto tan optimista. Su
estado de ánimo es contagioso y no recuerdo si alguna vez me he sentido optimista, tampoco. No
puedo evitar que mi gran sonrisa se extienda mientras le sostengo abierta la puerta del auto.
Con Kings of Leon sonando en el sistema de sonido saco con facilidad el Mustang fuera de la
pista de aterrizaje hacia la I-95.
Mientras avanzamos a lo largo de la autopista, la BlackBerry de Ana comienza a sonar.
—¿Qué es eso? —le pregunto.
—Una alarma para tomarme la píldora —murmura.
—Bien hecho. Odio los condones.
Desde la mirada de reojo que le doy, creo que está poniendo los ojos en blanco, pero no
estoy seguro.
—Me gustó que me presentaras a Mark como tu novia —dice, cambiando de tema.
—¿No es eso lo que eres?
—¿Lo soy? Pensé que tú querías una sumisa.
—Quería, Anastasia, y quiero. Pero ya te lo he dicho: yo también quiero más.
—Me alegra mucho que quieras más —dice.
—Nos proponemos complacer, señorita Steele —bromeo mientras nos dirijo al International
House of Pancakes… el placer culposo de mi padre.
—Un IHOP —dice con incredulidad.
El Mustang retumba hasta detenerse.
—Espero que tengas hambre.
—Jamás te habría imaginado en un sitio como este.
—Mi papá solía llevarnos a uno de ellos cada vez que mi mamá se iba a una conferencia
médica. —Nos deslizamos en una cabina, uno frente al otro—. Era nuestro secreto. —Tomo el
menú, mirando a Ana mientras mete su cabello detrás de sus orejas y examina lo que IHOP tiene
para ofrecer para el desayuno. Lame sus labios en anticipación. Y me veo obligado a suprimir mi
reacción física—. Sé lo que quiero —susurra y me pregunto cómo se sentiría visitando el baño
conmigo. Sus ojos se encuentran con los míos y sus pupilas se expanden.
—Quiero lo que quieras —murmura. Como siempre, la Señorita Steele no se aleja de un
desafío.
—¿Aquí? —¿Estás segura, Ana? Sus ojos miran alrededor del tranquilo restaurante, luego
vienen a posarse sobre mí, oscuros y llenos de promesa carnal—. No muerdas tus labios —le
advierto. Tanto como me gustaría, no voy a follarla en el baño de IHOP. Ella merece algo mejor
que eso y francamente, también yo—. No aquí, no ahora. Si no puedo tenerte aquí, no me tientes.
Somos interrumpidos.
—Hola, mi nombre es Leandra. ¿Qué puedo conseguir para ustedes... er... amigos... er...
hoy, esta mañana?
¡Oh, Dios! Ignoro a la camarera pelirroja.
—¿Anastasia? —la provoco.
—Te dije, quiero lo que tú quieras.
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Demonios. Así ella podría estar dirigiéndose a mi ingle.
—¿Les doy otro minuto para decidir? —pregunta la camarera.
—No. Sabemos lo que queremos. —No puedo apartar mi mirada de Ana—. Tendremos dos
porciones de los panqueques originales con jarabe de arce y tocino a un costado, dos vasos de
jugo de naranja, un café con leche descremada y un té English Breakfast, si lo tienen.
Ana sonríe.
—Gracias, Señor. ¿Eso será todo? —exclama la camarera, todo avergonzada y entrecortada.
Aparto mi atención de Ana, despido a la camarera con una mirada y se escabulle.
—Sabes, realmente no es justo —dice Ana con voz tranquila mientras su dedo traza la figura
de un ocho en la mesa.
—¿Qué no es justo?
—Cómo desarmas a la gente. Mujeres. A mí.
—¿Te desarmo? —Estoy impactado.
—Todo el tiempo.
—Es solo apariencia, Anastasia.
—No, Christian, es mucho más que eso.
Ella tiene esto de la manera equivocada, y una vez más le digo cuán desarmadora la
encuentro.
Frunce el ceño.
—¿Es eso por qué cambiaste de opinión?
—¿Cambiar mi opinión?
—Sí, ¿sobre... emm... nosotros?
¿He cambiado de opinión? Creo que solo he relajado mis límites un poco, eso es todo.
—Creo que no he cambiado mi opinión per se. Solo tenemos que redefinir nuestros
parámetros, dibujar nuestras líneas de batalla, si quieres. Podemos hacer esto, estoy seguro. Te
quiero sumisa en mi sala de juegos. Te castigaré si te desvías de las reglas. Aparte de eso... bueno,
creo que está todo abierto a la discusión. Esos son mis requisitos, señorita Steele. ¿Qué le dices a
eso?
—¿Así puedo dormir contigo? ¿En tu cama?
—¿Es lo que quieres?
—Sí.
—Estoy de acuerdo, entonces. Además, duermo muy bien cuando estás en mi cama. No
tenía ni idea.
—Estaba asustada de que me dejarías si no estaba de acuerdo en todo —dice, su rostro un
poco pálido.
—No voy a ninguna parte, Anastasia. Además —¿cómo puede pensar eso? Necesito
tranquilizarla—, estamos siguiendo tus consejos, tu definición: compromiso. Tú me enviaste un
correo electrónico a mí. Y hasta el momento, está funcionando para mí.
—Me encanta que quieres más.
—Lo sé. —Mi tono es cálido.
—¿Cómo lo sabes?
—Confía en mí. Solo lo sé. —Me lo dijiste en tu sueño.
La camarera vuelve con nuestro desayuno y veo a Ana devorarlo. ―Más‖ parece estar
funcionando para ella.
—Esto es delicioso —dice.
—Me gusta que tengas hambre.
—Debe haber sido todo el ejercicio ayer por la noche y la emoción esta mañana.
—Fue una emoción, ¿no fue así?
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—Estuvo maravillosamente bien, Sr. Grey —dice mientras mete el ultimo bocado de su
panqueque en su boca—. ¿Te puedo invitar? —agrega.
—Invitar ¿a qué?
—Pagarte el desayuno.
Resoplo.
—Me parece que no.
—Por favor. Quiero hacerlo.
—¿Quieres castrarme del todo? —levanto una ceja en advertencia.
—Este es probablemente el único sitio en el que puedo permitirme pagar.
—Anastasia, te agradezco la intención. De verdad. Pero no.
Muerde sus labios con irritación cuando le pregunto a la pelirroja por la cuenta.
—No te enfurruñes —le advierto, y reviso la hora; son las ocho treinta. Tengo una reunión a
las once quince con la Autoridad de Reconstrucción de Savannah Brownfield, así que por desgracia
tenemos que regresar a la ciudad. Contemplo cancelar la reunión, porque me gustaría pasar el día
con Ana, pero no, eso es demasiado. Estoy corriendo detrás de esta chica cuando debo
concentrarme en mi negocio.
Prioridades, Grey.
Con su mano en la mía, nos dirigimos hacia el auto como cualquier otra pareja. Ella está
inundada en mi sudadera, con mirada casual, relajada, hermosa, y sí, está conmigo. Tres chicos
entrando en IHOP la miran, está ajena incluso cuando pongo mi brazo alrededor de ella para
reclamarla. Realmente no tiene idea cuán hermosa es. Abro la puerta del auto y me da una sonrisa
resplandeciente.
Podría acostumbrarme a esto.
Programo la dirección de su madre en el GPS y partimos al norte por la I-95, escuchando a
los Foo Fighters. Los pies de Ana marcan el ritmo. Este es el tipo de música que le gusta, rock tipo
americano. El tráfico en la autopista es más pesado, con viajeros dirigiéndose a la ciudad. Pero no
me importa; me gusta estar aquí con ella, pasando el tiempo. Con su mano, tocando su rodilla,
verla sonreír. Me habla de visitas anteriores a Savannah; tampoco es fanática del calor, pero sus
ojos se iluminan cuando habla de su madre. Sería interesante ver su interacción con su madre y su
padrastro esta noche.
Estaciono fuera de casa de su madre con cierto pesar. Ojalá que nos pudiéramos hacer
novillos durante todo el día; las últimas doce horas han sido... agradables.
Más que agradables, Grey. Sublimes.
—¿Quieres entrar? —pregunta.
—Tengo que trabajar, Anastasia, pero esta noche vengo. ¿A qué hora?
Sugiere a las siete, luego mira de sus manos hacia mis ojos, sus ojos brillantes y alegres.
—Gracias… por el más.
—Un placer, Anastasia. —Me inclino y la beso, inhalando su dulce, dulce esencia.
—Te veo luego.
—Intenta impedírmelo —susurro.
Sale del auto, todavía con mi sudadera puesta y dice adiós. Me dirijo hacia el hotel,
sintiendo un poco más vacío ahora que no está conmigo.
En mi cuarto, llamo a Taylor.
—Sr. Grey.
—Sí... gracias por organizar esta mañana.
—De nada, señor. —Suena sorprendido.
—Estaré listo para salir a las diez cuarenta y cinco rumbo a la reunión.
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—Voy a tener la camioneta esperando fuera.
—Gracias.
Me cambio mis jeans y me pongo mi traje, pero dejo mi corbata favorita al lado de mi
portátil y ordeno café al servicio de habitaciones.
Trabajo a través de mi correo electrónico, tomando café y considerando llamar a Ros; sin
embargo, es demasiado temprano para ella. He leído todos los documentos que Bill envío:
Savannah resulta una buena ubicación para colocar la planta. Reviso mi bandeja de entrada, y hay
un nuevo mensaje de Ana.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:20 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Planear mejor que apalear.
A veces sabes cómo hacer pasar un buen rato a una chica.
Gracias.
Ana x
El titulo me hace reír y ese beso me hace sentir tres metros más alto. Escribo mi respuesta.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:24 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Planear mejor que apalear
Prefiero cualquiera de las dos cosas a tus ronquidos.
Yo también lo he pasado bien.
Pero siempre lo paso bien cuando estoy contigo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Su respuesta es casi inmediata.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:26 EST
Para: Christian Grey
Asunto: RONQUIDOS
YO NO RONCO. Y si lo hiciera, no es muy galante por tu parte comentarlo.
¡Qué poco caballeroso, señor Grey!
Además, que sepas que estás en el Profundo Sur.
Ana.
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Me rio.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:28 EST
Para: Anastasia Steele.
Asunto: Somniloquia.
Yo nunca dije que fuera un caballero, Anastasia, y creo que te lo he demostrado en
numerosas ocasiones. No me intimidan tus mayúsculas GRITONAS. Pero reconozco que era una
mentirilla piadosa: no, no roncas, pero sí hablas dormida. Y es fascinante.
¿Qué hay de mi beso?
Christian Grey
Sinvergüenza y Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Esto la volverá loca.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:32 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Desembucha
Eres un sinvergüenza y un canalla; de caballero, nada, desde luego.
A ver, ¿qué dije? ¡No hay besos hasta que me lo cuentes!
Esto podría seguir y seguir.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:35 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Bella durmiente parlante
Sería una descortesía por mi parte contártelo; además, ya he recibido mi castigo. Pero, si te
portas bien, a lo mejor te lo cuento esta noche. Tengo que irme a una reunión.
Hasta luego, nena.
Christian Grey
Sinvergüenza, Canalla y Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Con una amplia sonrisa hago el nudo de mi corbata, tomo mi chaqueta y me dirijo abajo
para encontrar a Taylor.
A poco más de una hora más tarde, estoy terminando mi reunión con la Autoridad de
Reconstrucción de Savannah Brownfield. Georgia tiene mucho que ofrecer, y el equipo ha
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prometido a GEH algunos incentivos fiscales serios. Hay una llamada en la puerta y Taylor entra en
la pequeña sala de conferencias. Su rostro parece triste, pero lo que es más preocupante es que él
nunca, nunca interrumpe mis reuniones. Mi cuero cabelludo se eriza.
¿Ana? ¿Está bien?
—Disculpen, damas y caballeros —nos dice a todos.
—Sí, Taylor —pregunto, se acerca y habla discretamente en mi oído.
—Tenemos una situación en el hogar referente a la señorita Leila Williams.
¿Leila? ¿Qué demonios? Y parte de mí está aliviada de que no es Ana.
—¿Podrían disculparme, por favor? —pido a los dos hombres y dos mujeres de la ARSB.
En el pasillo, el tono de Taylor es grave mientras se disculpa una vez más por interrumpir mi
reunión.
—No te preocupes. Dime lo que pasó.
—La señorita Williams está en una ambulancia camino a la sala de emergencias del Seattle
Free Hope.
—¿Ambulancia?
—Sí, Señor. Ella irrumpió en el apartamento e hizo un intento de suicidio frente a señora
Jones.
Mierda.
—¿Suicidio? —¿Leila? ¿En mi apartamento?
—Se cortó la muñeca. Gail fue con ella en la ambulancia. Me ha informado de que los
paramédicos llegaron a tiempo y la señorita Williams no está en ningún peligro inmediato.
—¿Por qué el Escala? ¿Por qué frente a Gail? —Estoy impactado.
Taylor niega con la cabeza.
—No lo sé, Señor. Tampoco Gail. Ella no puede meter algo de sentido a la señorita Williams.
Al parecer, solo quiere hablar con usted.
—Joder.
—Exactamente, señor —dice Taylor sin juzgar. Paso mis manos por mi cabello, tratando de
comprender la magnitud de lo que ha hecho Leila. ¿Qué demonios debo hacer? ¿Por qué vino a
mí? ¿Estaba esperando para verme? ¿Dónde está su marido? ¿Qué ha pasado con él?
—¿Cómo está Gail?
—Un poco nerviosa.
—No estoy sorprendido.
—Pensé que usted debería saber, señor.
—Sí. Seguro. Gracias —murmuro, distraído. No puedo creerlo; Leila parecía feliz cuando ella
me escribió su ultimo correo electrónico, lo que, fue hace seis o siete meses. Pero no hay
respuestas para mí aquí en Georgia, tengo que volver y hablar con ella. Averiguar por qué—. Dile a
Stephan que tenga listo el jet. Necesito ir a casa.
—Lo haré.
—Vamos a salir tan pronto como podamos.
—Estaré en el auto.
—Gracias.
Taylor se dirige a la salida, levantando el teléfono a su oído.
Estoy dando vueltas al asunto.
Leila. ¿Qué demonios?
Ella ha estado fuera de mi vida por un par de años. Hemos compartido un correo electrónico
ocasional. Se casó. Parecía feliz. ¿Qué ha pasado?
Vuelvo a la sala de conferencias y doy mis disculpas antes de salir al calor sofocante, donde
Taylor está esperando en la camioneta.
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—El avión estará listo en cuarenta y cinco minutos. Podemos volver al hotel, empacar e
irnos —me informa.
—Bien —respondo, agradecido para el aire acondicionado del auto—. Debo llamar a Gail.
—Lo he intentado, pero su teléfono va a correo de voz. Creo que todavía está en el hospital.
—Bueno, voy a llamarla más tarde. —Esto es no lo que Gail necesita en la mañana de un
jueves—. ¿Cómo hizo Leila para entrar al apartamento?
—No lo sé, Señor. —Taylor hace contacto visual conmigo en el espejo retrovisor, su cara
sombría y disculpándose una vez más—. Voy a hacer es una prioridad averiguarlo.
Nuestras maletas están empacadas y estamos en nuestro camino a Savannah/Hilton Head
International cuando llamo a Ana, pero frustrantemente, no contesta. Me sumerjo en los
pensamientos, mirando por la ventana mientras vamos hacia el aeropuerto. No tengo que esperar
mucho tiempo para que ella devuelva mi llamada.
—Anastasia.
—Hola —dice su voz entrecortada, y es un poco placentero escucharla.
—Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino de Hilton Head. Pídele disculpas
a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.
—Nada serio, espero.
—Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Taylor a
recogerte al aeropuerto si no puedo ir yo.
—De acuerdo. —Suspira—. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen
vuelo.
Desearía no tener que ir.
—Tú también, nena —susurro, y cuelgo antes de cambiar de idea y quedarme.
Llamo a Ros mientras nos dirigimos por la autopista.
—Christian, ¿cómo va Savannah?
—Estoy en el avión de vuelta a casa. Tengo un problema con el que tengo que lidiar.
—¿Algo en el GEH? —pregunta Ros alarmada.
—No. Es personal.
—¿Cualquier cosa que pueda hacer?
—No. Nos vemos mañana.
—¿Cómo fue tu reunión?
—Positiva. Pero tuve que interrumpirla. Vamos a ver lo que ponen por escrito. Quizás
prefiero Detroit solo porque es más fresco.
—¿El calor es malo?
—Sofocante. Me tengo que ir. Voy a llamar para ponernos al día más tarde.
—Ten un buen viaje, Christian.
En el vuelo, me sumerjo en trabajo para distraerme del problema esperando en casa. Para el
momento que hemos aterrizado, he leído tres informes y he escrito quince correos electrónicos.
Nuestro auto está esperando, y Taylor conduce a través de la incesante lluvia directamente al
Seattle Free Hope. Tengo que ver a Leila y averiguar qué diablos está pasando. Cuando estamos
cerca del hospital mi enojo sale a flote.
¿Por qué me haría esto?
La lluvia está cayendo a cántaros cuando salgo del auto; el día es tan sombrío como mi
estado de ánimo. Tomo una respiración profunda para controlar mi furia y me dirijo a través de las
puertas delanteras. En la recepción pregunto por Leila Reed.
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—¿Es usted familiar? —La enfermera de guardia me fulmina con la mirada, su boca
apretada y amarga.
—No. —Suspiro. Esto va a ser difícil.
—Bueno, lo siento, no puedo ayudarte.
—Se intentó abrir una vena en mi apartamento. Creo que tengo derecho a saber dónde
diablos que está —susurro a través de mis dientes.
—¡No use ese tono conmigo! —espeta. La miro fijamente. No voy a llegar a ninguna parte
con esta mujer.
—¿Dónde está su departamento de sala de emergencias?
—Señor, no hay nada que podemos hacer si no es familia.
—No se preocupe, encontraré la manera —gruño y me dirijo estrepitosamente a través de
las puertas dobles. Sé que pude llamar a mi madre, quien aceleraría esto para mí, pero entonces
tendría que explicar lo que ha sucedido.
La sala de emergencias está llena de médicos y enfermeras, y cubículos llenos de pacientes.
Abordo a una joven enfermera y le regalo mi sonrisa más brillante.
—Hola, estoy buscando Leila Reed, fue admitida el día de hoy. ¿Me puede decir donde
podría estar?
—¿Y usted es? —pregunta, un sonrojo arrastrándose sobre su cara.
—Soy su hermano —miento, ignorando su reacción.
—Por aquí, Sr. Reed. —Se mueve afanadamente a la estación de las enfermeras y
comprueba su computadora—. Está en el segundo piso; sala de salud conductual. Toma el
ascensor al final del corredor.
—Gracias. —Le premio con un guiño y ella coloca un mechón de cabello detrás de su oreja,
me da una sonrisa coqueta que me recuerda a cierta chica dejé en Georgia.
Cuando salgo del ascensor en el segundo piso, sé que algo está mal. En el otro lado de lo
que parecen como puertas cerradas, dos guardias de seguridad y una enfermera están peinando el
corredor, comprobando cada habitación. Mi cuero cabelludo se eriza, pero camino a la zona de
recepción, fingiendo no notar el alboroto.
—¿Puedo ayudarle? —pregunta un joven con un anillo a través de su nariz.
—Estoy buscando Leila Reed. Soy su hermano.
Él palidece.
—Oh. El Sr. Reed. ¿Pueden venir conmigo?
Le sigo a una sala de espera y me siento en la silla plástica que señala; observo que está
atornillada al suelo.
—El doctor estará con usted pronto.
—¿Por qué no puedo verla? —pregunto.
—El médico le explicará —dice, su expresión resguardada, y sale antes de que pueda hacer
cualquier otra pregunta.
Mierda. Tal vez llegué demasiado tarde.
El pensamiento me repugna. Me levanto y paso la pequeña habitación, contemplando hacer
una llamada a Gail, pero no tengo que esperar mucho tiempo. Entra un joven con rastas cortas y
ojos oscuros e inteligentes. ¿Es su médico?
—¿El Sr. Reed? —pregunta.
—¿Dónde está Leila?
Me evalúa por un momento, luego suspira y se prepara a sí mismo.
—Me temo que no lo sé —dice—. Ella se las arregló para escaparse.
—¿Qué?
—Se ha ido. Cómo salió, no lo sé.
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—¿Se escapó? —exclamo con la incredulidad y me hundo en una de las sillas. Él se sienta
frente a mí.
—Sí. Ha desaparecido. Estamos haciendo una búsqueda por ella en este momento.
—¿Está todavía aquí?
—No lo sabemos.
—¿Y quién es usted? —pregunto.
—Soy el Dr. Azikiwe, el psiquiatra de guardia.
Parece demasiado joven para ser un psiquiatra.
—¿Qué puede decirme sobre Leila? —pregunto.
—Bueno, fue admitida después de un intento de suicidio fallido. Trató de cortar una de sus
muñecas en la casa de un ex novio. Su ama de llaves la trajo aquí.
Siento que la sangre se drena de mi cara.
—¿Y? —pregunto. Necesito más información.
—Eso es todo lo que sabemos. Ella dijo que era un error de juicio, que estaba bien, pero
nosotros queríamos mantenerla aquí bajo observación y hacerle más preguntas.
—¿Habló con ella?
—Lo hice.
—¿Por qué hizo esto?
—Ella dijo que era un grito de ayuda. Nada más. Y, habiendo hecho tal espectáculo de sí
misma, estaba avergonzada y quería irse a casa. Dijo que no quería suicidarse. Le creí. Sospecho
que fue solo una idea suicida por su parte.
—¿Cómo pudo dejarla escapar? —Paso la mano por mi cabello, tratando de contener mi
frustración.
—No sé cómo salió. Habrá una investigación interna. Si se pone en contacto con usted, le
sugiero que la anime a volver. Necesita ayuda. ¿Puedo hacer algunas preguntas?
—Por supuesto. —Estoy de acuerdo, distraído.
—¿Hay antecedentes de enfermedades mentales en su familia? —Frunzo el ceño, entonces
recuerdo que él está hablando de la familia de Leila.
—No lo sé. Mi familia es muy privada sobre esos asuntos.
Luce preocupado.
—¿Sabe usted algo sobre este ex novio?
—No —digo, un poco demasiado rápido—. ¿Ha contactado a su esposo?
Los ojos del doctor se ensanchan.
—¿Está casada?
—Sí.
—Eso es no lo que nos dijo.
—Oh. Bueno, le llamaré. No lo haré perder más su tiempo.
—Pero tengo más preguntas para usted.
—Preferiría pasar mi tiempo buscándola. Obviamente está mal. —Me pongo de pie.
—Pero, este esposo...
—Voy a ponerme en contacto con él. —Esto no está llevándome a ninguna parte.
—Pero deberíamos hacer eso… —El Dr. Azikiwe se levanta.
—No puedo ayudarle. Necesito encontrarla. —Me dirijo a la puerta.
—Sr. Reed...
—Adiós —murmuro, apresurándome fuera de la sala de espera y no molestándome en subir
al elevador. Tomo las escaleras de emergencias, de dos en dos. Aborrezco los hospitales. Una
memoria de mi infancia sale a la superficie: soy pequeño y asustado y mudo, y el olor del
desinfectante y la sangre nubla mis fosas nasales.
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Me estremezco.
Cuando salgo del hospital, me detengo un momento y dejo que la lluvia torrencial lave esa
memoria. Ha sido una tarde estresante, pero al menos la lluvia es un refrescante alivio del calor en
Savannah. Taylor gira para recogerme en la camioneta.
—Casa —le ordeno mientras vuelvo al auto. Una vez he abrochado cinturón de seguridad
llamo a Welch desde mi celular.
—Sr. Grey —gruñe.
—Welch, tengo un problema. Necesito que localice a Leila Reed, de soltera Williams.
Gail está pálida y tranquila mientras me estudia con preocupación.
—¿No va a terminar, señor? —pregunta.
Niego con mi cabeza.
—¿La comida estaba bien?
—Sí, por supuesto. —Le doy una pequeña sonrisa—. Después de los acontecimientos de
hoy, no tengo hambre. ¿Cómo lo lleva usted?
—Estoy bien, Sr. Grey. Fue un shock total. Solo quiero mantenerme ocupada.
—La escucho. Gracias por hacer la cena. Si recuerda cualquier cosa, me avisa.
—Por supuesto. Pero como dije, ella solo quería hablar con usted.
¿Por qué? ¿Qué esperaba que hiciera?
—Gracias por no involucrar a la policía.
—La policía no es lo que esa niña necesita. Ella necesita ayuda.
—La necesita. Desearía saber dónde está.
—La encontrará —me dice con tranquila confianza, sorprendiéndome.
—¿Necesita algo? —pregunto.
—No, Sr. Grey. Estoy bien. —Lleva mi plato con mi comida a medio comer al fregadero.
Las noticias de Welch sobre Leila son frustrantes. El camino se pone frío. Ella no está en el
hospital, y todavía están perplejos en cuanto a cómo escapó. Una pequeña parte de mí admira
eso, ella siempre fue ingeniosa. Pero, ¿qué podría haberla hecho tan infeliz? Descanso mi cabeza
en mis manos. Un día, de lo sublime a lo ridículo. Volando con Ana y ahora este lío con el que
lidiar. Taylor está perdido en cuanto a cómo Leila se metió en el apartamento, y Gail no tiene ni
idea, tampoco. Al parecer, Leila marchó a la cocina exigiendo saber dónde estaba. Y cuando Gail
dijo que no estaba allí, ella gritó: ―Se ha ido‖, y luego cortó su muñeca con una navaja.
Afortunadamente, el corte no fue profundo.
Miro a Gail limpiando en la cocina. Mi sangre corre fría. Leila podría haberla lastimado. Tal
vez el objetivo de Leila era lastimarme. ¿Pero por qué? Cierro mis ojos, tratando de recordar si
algo en nuestra última correspondencia podría darme una pista sobre por qué ha perdido su
rumbo. Estoy en blanco, exasperado, y con un suspiro me dirijo a mi estudio.
Cuando me siento mi teléfono vibra con un mensaje de texto.
¿Ana?
Es Elliot.
E: Oye, pez gordo. ¿Quieres algunos tragos en la piscina?
Tragos en la piscina con Elliot significan venir aquí y beber toda mi cerveza.
Francamente, no estoy de humor.
C: Trabajando. ¿La próxima semana?
E: Seguro. Antes de que me vaya a la playa.
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Te voy a destrozar.
Hasta luego.
Lanzo mi teléfono sobre la mesa y estudio minuciosamente el expediente de Leila, en busca
de cualquier cosa que pudiera darme una pista acerca de dónde está. Encuentro la dirección de
sus padres y el número de teléfono, pero nada de su esposo. ¿Dónde está? ¿Por qué no está con
él?
No quiero llamar a sus padres y alarmarlos. Llamo a Welch y le doy su número; él puede
averiguar si ha estado en contacto con ellos.
Cuando enciendo mi iMac hay un correo de Ana.
De: Anastasia Steele
Asunto: ¿Has llegado bien?
Fecha: 2 de junio de 2011 22:32 EST
Para: Christian Grey
Querido señor:
Por favor, hazme saber si has llegado bien. Empiezo a preocuparme. Pienso en ti.
Tu Ana x
Antes de darme cuenta, mi dedo está en el pequeño beso que me ha enviado.
Ana.
Tonto, Grey. Tonto. Contrólate.
De: Christian Grey
Asunto: Lo siento
Fecha: 2 de junio de 2011 19:36
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Llegué bien; por favor, discúlpeme por no haberle dicho nada. No quiero causarle
preocupaciones; me reconforta saber que le importo. Yo también pienso en usted y, como
siempre, estoy deseando volver a verla mañana.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Presiono enviar y deseo que estuviera aquí conmigo. Ella ilumina mi casa, mi vida... a mí.
Niego con la cabeza a mis pensamientos fantasiosos y miro a través del resto de mis correos
electrónicos.
Un pitido me dice que hay uno nuevo de Ana.
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De: Anastasia Steele
Asunto: El problema
Fecha: 2 de junio de 2011 22:40 EST
Para: Christian Grey
Querido señor Grey:
Me parece que es más que evidente que me importas mucho. ¿Cómo puedes dudarlo?
Espero que tengas controlado ―el problema‖.
Tu Ana x
P.D.: ¿Me vas a contar lo que dije en sueños?
¿Ella se preocupa por mí profundamente? Eso es bueno. De repente toda esa sensación
extraña, ausente durante todo el día, despierta y se expande en mi pecho. Debajo de ella, hay un
pozo de dolor que no quiero reconocer o tratar. Tirar de la memoria perdida de una mujer joven
cepillando su largo, cabello oscuro...
Mierda.
No vayas allí, Grey.
Respondo el correo de Ana, y como una distracción decido molestarla.
De: Christian Grey
Asunto: Me acojo a la Quinta Enmienda
Fecha: 2 de junio de 2011 19:45
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Me encanta saber que le importo tanto. ―El problema‖ aún no se ha resuelto. En cuanto a
su posdata, la respuesta es no.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Asunto: Alego locura transitoria
Fecha: 2 de junio de 2011 22:48 EST
Para: Christian Grey
Espero que fuera divertido, pero que sepas que no me responsabilizo de lo que pueda salir
por mi boca mientras estoy inconsciente. De hecho, probablemente me oyeras mal.
A un hombre de tu avanzada edad, sin duda le falla un poco el oído.
Por primera vez desde que regresé a Seattle, me río. Que distracción bienvenida es ella.
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De: Christian Grey
Asunto: Me declaro culpable
Fecha: 2 de junio de 2011 19:52
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Perdone, ¿podría hablarme más alto? No la oigo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Su respuesta es rápida.
De: Anastasia Steele
Asunto: Alego de nuevo locura transitoria
Fecha: 2 de junio de 2011 22:54 EST
Para: Christian Grey
Me estás volviendo loca.
De: Christian Grey
Asunto: Eso espero…
Fecha: 2 de junio de 2011 19:59
Para: Anastasia Steele
Querida señorita Steele:
Eso es precisamente lo que me proponía hacer el viernes por la noche. Lo estoy deseando. ;)
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Tendré que pensar en algo muy especial para mi pequeña loca.
De: Anastasia Steele
Asunto: Grrrrrr
Fecha: 2 de junio de 2011 23:02 EST
Para: Christian Grey
Para que sepas, estoy furiosa contigo.
Buenas noches.
Señorita A. R. Steele
Vaya. ¿Toleraría esto de alguien más?
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De: Christian Grey
Asunto: Gata salvaje
Fecha: 2 de junio de 2011 20:05
Para: Anastasia Steele
¿Me está sacando las uñas, señorita Steele? Yo también tengo gato para defenderme.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Ella no responde. Cinco minutos pasan y nada. Seis Siete.
Maldición. Ella hablaba en serio. ¿Cómo puedo decirle que mientras dormía ella dijo que no
me iba a dejar? Va a pensar que estoy loco.
De: Christian Grey
Asunto: Lo que dijiste en sueños
Fecha: 2 de junio de 2011 20:20
Para: Anastasia Steele
Anastasia:
Preferiría oírte decir en persona lo que te oí decir cuando dormías, por eso no quiero
contártelo. Vete a la cama. Más vale que mañana estés descansada para lo que te tengo
preparado.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
No responde; espero que por una vez que esté haciendo lo que le dice y esté dormida.
Brevemente, pienso en lo que podríamos hacer mañana, pero es demasiado excitante, así
que empujo el pensamiento a un lado y me concentro en mi correo electrónico.
Pero tengo que confesar que me siento un poco más ligero después de algunas bromas por
correo con la señorita Steele.
Ella es buena para mi oscura, oscura alma.
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Viernes, 3 de Junio de 2011
No puedo dormir. Son pasadas las dos y llevo mirando al techo por una hora. Esta noche no
son mis pesadillas las que me mantienen despierto. Es una pesadilla viviente.
Leila Williams.
El detector de incendios me guiña desde el techo, su luz verde me cabrea.
¡Demonios!
Cierro los ojos y dejo mis pensamientos correr.
¿Por qué era Leila una suicida? ¿Qué le habrá poseído? Su desesperada infelicidad se parece
a mí joven y miserable yo. Estoy intentando reprimir mis recuerdos, pero el enfado y desolación de
mis solitarios años de adolescencia resurgen y no se van a ir. Me recuerda al daño y a cómo dejaba
fuera a todos en mi juventud. El suicidio me cruzó en la mente a menudo, pero siempre me eché
atrás. Resistí por Grace. Sabía que la destrozaría. Sabía que se culparía a sí misma si me quitaba la
vida y había hecho tanto por mí, ¿cómo podría herirle así? Y después de conocer a Elena… todo
cambió.
Levantándome de la cama, empujo las ideas al fondo de mi mente. Necesito el piano.
Necesito a Ana.
Si hubiera firmado el contrato y todo hubiera salido acorde al plan, estaría conmigo, arriba,
durmiendo. Podría despertarle y perderme en ella… o, bajo nuestro nuevo acuerdo, podría estar a
mi lado y podría follarla y después verle dormir.
¿Qué diría de Leila?
Cuando me siento en el banco del piano, sé que Ana nunca conocerá a Leila, lo que es una
cosa buena. Sé cómo se siente acerca de Elena. Dios sabe cómo se sentirá sobre una ex… una loca
ex.
Esto es lo que no llego a entender: Leila era feliz, traviesa y brillante cuando la conocí. Era
una sumisa excelente; pensaba que se había sentado cabeza y que estaba felizmente casada. Sus
correos nunca me indicaron que algo iba mal. ¿Qué pasó?
Empiezo a tocar… y mis pensamientos empiezan a retroceder hasta que solo quedamos la
música y yo.
Leila se está metiendo mi polla en la boca.
Su boca talentosa.
Tiene las manos atadas detrás de su espalda.
Su cabello trenzado.
Está de rodillas.
Los ojos fijos en el suelo. Modesta. Atractiva.
No me está mirando.
Y, de repente, es Ana.
Ana de rodillas delante de mí, desnuda, preciosa.
Con mi polla en la boca.
Pero los ojos de Ana están fijos en los míos.
Sus brillantes ojos azules lo ven todo.
Me ven. Mi alma.
Ve la oscuridad y el monstruo que se esconde en mi interior.
Sus ojos se abren por el horror y, de repente, desaparece.
¡Mierda! Me despierto con una erección dolorosa que se me baja tan pronto como recuerdo
el pánico en la mirada de Ana en mi sueño.
¿Qué diablos?
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Raramente tengo sueños eróticos. ¿Por qué ahora? Compruebo la alarma, le he ganado por
unos minutos. El sol matutino se cuela entre los edificios al salir. Estoy inquieto, sin duda por mi
inquietante sueño, así que decido ir a correr para quemar algo de energía. No tengo nuevos
correos, ni mensajes, ni noticias de Leila. El apartamento está en silencio cuando me voy. No hay
ninguna señal de Gail todavía. Espero que se haya recuperado de la experiencia de ayer.
Abro las puertas de cristal del vestíbulo y salgo al refrescante y soleado día y, con cuidado,
escaneo la calle. Cuando empiezo a correr, compruebo los callejones y las puertas al pasar y tras
los autos para ver si Leila está ahí.
¿Dónde estás, Leila Williams?
Subo el volumen de Foo Fighters y mis pies golpean el pavimento.
Olivia está especialmente irritante hoy. Ha derrapado mi café, perdió una llamada
importante y sigue mirándome con esos grandes ojos marrones.
—Póngame con Ros —le ladro—. Mejor todavía, haga que suba. —Cierro la puerta de la
oficina y vuelvo a mi escritorio; tengo que intentar no desquitarme con mi personal.
Welch no tiene noticias, excepto que los padres de Leila creen que su hija sigue en Portland
con su marido. Alguien llama a la puerta.
—Entre. —Espero, por Dios, que no sea Olivia. Ros asoma su cabeza.
—¿Querías verme?
—Sí. Claro. Entra. ¿Dónde estamos con Woods?
Ros se va justo después de las diez. Todo va sobre ruedas: Woods ha decidido aceptar el
trato y la ayuda para Darfur estará pronto en camino a Múnich para preparar el puente aéreo.
No tengo ninguna noticia todavía de Savannah y su oferta.
Compruebo la bandeja del correo y veo contento que hay un correo electrónico de Ana.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 12:53 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Rumbo a casa
Querido señor Grey:
Ya estoy de nuevo cómodamente instalada en primera, lo cual te agradezco. Cuento los
minutos que me quedan para verte esta noche y quizá torturarte para sonsacarte la verdad sobre
mis revelaciones nocturnas.
Tu Ana x
¿Torturarme? Oh, señorita Steele, creo que las cosas van al revés. Como que tengo un buen
acuerdo que hacer, respondo de forma breve.
De: Christian Grey
Fecha: 3 de junio de 2011 09:58
Para: Anastasia Steele
Asunto: Rumbo a casa
Anastasia, estoy deseando verte.
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Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Pero Ana no está satisfecha.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 13:01 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Rumbo a casa
Queridísimo señor Grey:
Confío en que todo vaya bien con respecto al ―problema‖. El tono de tu correo resulta
preocupante.
Ana x
Al menos recibo un beso. ¿No debería de estar embarcando en el avión ahora?
De: Christian Grey
Fecha: 3 de junio de 2011 10:04
Para: Anastasia Steele
Asunto: Rumbo a casa
Anastasia:
El problema podría ir mejor. ¿Has despegado ya? Si lo has hecho, no deberías estar
mandándome correos electrónicos. Te estás poniendo en peligro y contraviniendo directamente la
norma relativa a tu seguridad personal. Lo de los castigos iba en serio.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Estoy a punto de llamar a Welch para una actualización de la situación, pero vuelve a sonar;
Ana de nuevo.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 13:06 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Reacción desmesurada
Querido señor Cascarrabias:
Las puertas del avión aún están abiertas. Llevamos retraso, pero solo de diez minutos. Mi
bienestar y el de los pasajeros que me rodean está asegurado. Puedes guardarte esa mano suelta
de momento.
Señorita Steele
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Me sorprendo sonriendo. ¿Señor Cascarrabias, eh? Y sin un beso. Oh, cariño.
De: Christian Grey
Fecha: 3 de junio de 2011 10:08
Para: Anastasia Steele
Asunto: Disculpas; mano suelta guardada
Te extraño a ti y a tu lengua viperina, señorita Steele. Quiero que lleguen a casa, sanas y
salvas.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 3 de junio de 2011 13:10 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Disculpas aceptadas
Están cerrando las puertas. Ya no vas a oír ni un solo pitido más de mí, y menos con tu
sordera.
Hasta luego.
Ana x
Mi beso está de vuelta. Bueno, es un alivio. A regañadientes, me arrastro lejos de la pantalla
delacomputadora y recojo el teléfono para llamar a Welch.
A la una en punto, rechazo la oferta de Andrea de comer en mi escritorio. Necesito salir. Las
paredes de la oficina se me cierran alrededor y creo que es porque no ha habido ninguna noticia
de Leila.
Estoy preocupado por ella. Mierda, vino a verme. Decidió usar mi casa como su escenario.
¿Cómo podría no tomarme eso como algo personal? ¿Por qué no me manda un correo o me
llama? Si estuviera metida en algún problema, podría haberle ayudado. Habría ayudado, lo he
hecho antes.
Necesito algo de aire fresco. Paso por delante de Olivia y Andrea, ambas parecen ocupadas,
aunque veo que Andrea me mira confusa mientras me meto en el ascensor.
Fuera, hay una brillante y rebosante tarde. Tomo una respiración profunda y detecto algo
de la humedad del agua salada del Sound. ¿Quizás debería cogerme el resto del día libre?
Pero no puedo, tengo una reunión con el alcalde esta tarde. Es irritante, le voy a ver mañana
en la gala de la Cámara de Comercio.
¡La gala!
De repente tengo una idea, y con un renovado sentimiento de resolución, voy hacia la
pequeña tienda que conozco.
Después de la reunión en la oficina del alcalde, camino los diez bloques que hay,
aproximadamente, hasta el Escala; Taylor se ha ido a recoger a Ana del aeropuerto. Gail está en la
cocina cuando entro al salón.
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—Buenas noches, señor Grey.
—Hola, Gail. ¿Cómo estuvo su día?
—Bien, gracias, señor.
—¿Se siente mejor?
—Sí, señor. La ropa para la señorita Steele llegó, la he desenvuelto y colgado en el armario
de su habitación.
—Genial. ¿Ninguna señal de Leila? —pregunta tonta. Gail me habría llamado.
—No señor. También llegó esto. —Levanta una pequeña bolsa roja.
—Bien. —Agarro la bolsa de su mano, ignorando el encantador guiño que me dedica.
—¿Cuántos para cenar esta noche?
—Dos, gracias. Y, Gail…
—¿Señor?
—¿Puede poner las sábanas de satén en el cuarto de juegos?
Espero poder llevar a Ana ahí en algún momento del fin de semana.
—Sí, señor Grey —dice ella un poco sorprendida. Se vuelve a lo que sea que está haciendo
en la cocina, dejándome un poco confuso por su comportamiento.
Puede que Gail no lo apruebe, pero es lo que quiero de Ana.
En mi estudio,tomo la bolsa de Cartier. Es un regalo para Ana, que le daré mañana a tiempo
para la gala: unos pendientes. Simples. Elegantes. Bonitos. Justo como ella. Sonrío, incluso en sus
zapatillas y jeans es una chica encantadora.
Espero que acepte mi regalo. Como mi sumisa, no tiene otra opción, pero bajo nuestro
acuerdo alternativo, no sé cuál será su reacción. Cualquiera que sea su salida, será interesante.
Siempre me sorprende. Cuando pongo la bolsa en mi escritorio oigo que me suena lacomputadora
y me distraigo. Los últimos diseños de tablets de Barney están en mi bandeja de entrada, y estoy
ansioso por verlos.
Cinco minutos después, Welch me llama.
—Señor Grey. —Respira con dificultad.
—Sí. ¿Tiene noticias?
—Hablé con Russell Reed, el marido de la señorita Reed.
—¿Y? —Inmediatamente estoy inquieto. Salgo como una bala de mi oficina y cruzo la sala
de estar hacia las ventanas.
—Dice que su mujer está fuera visitando a sus padres —reporta Welch.
—¿Qué?
—Precisamente. —Welch suena tan cabreado como yo.
Contemplando a Seattle bajo mis pies, saber que la señora Reed, mejor conocida como Leila
Williams, está ahí fuera en algún lugar, aumenta mi irritación. Paso mis dedos por mi cabello.
—Tal vez eso es lo que ella le dijo.
—Tal vez —dice—. Pero no hemos encontrado nada hasta ahora.
—¿No hay rastro? —No puedo creer que solo pudiera desaparecer.
—Nada. Pero si utiliza un cajero automático, cobra un cheque, o ingresa en medios sociales,
la encontraremos.
—Está bien.
—Nos gustaría buscar en las imágenes del circuito cerrado de cámaras de todo el hospital.
Esto costará dinero y tomará algo más de tiempo. ¿Es eso aceptable?
—Sí. —Un cosquilleo hace a mi cuero cabelludo hormiguear, no de la llamada. Por alguna
razón desconocida, siento que estoy siendo observado. Dando la vuelta, veo a Ana de pie en el
umbral de la habitación, escudriñándome, con el ceño fruncido y labios pensativos, y está
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vistiendo una corta, corta falda. Ella es toda ojos y piernas... especialmente piernas. Me las
imagino envueltas alrededor de mi cintura.
Deseo, crudo y real, enciende mi sangre mientras la observo fijamente.
—Vamos a llegar directo a ello —dice Welch.
Termino con él, con mis ojos fijos en Ana, y vago hacia ella, quitándome la chaqueta y la
corbata y tirándolos en el sofá.
Ana.
Envuelvo mis brazos a su alrededor, tirando de su cola de caballo, levantando sus ansiosos
labios con los míos. Sabe a cielo, hogar, rendición y Ana. Su aroma invade mis fosas nasales
mientras tomo toda su cálida boca que tiene para ofrecerme. Mi cuerpo se endurece con la
expectación y hambre cuando nuestras lenguas se entrelazan. Quiero perderme en ella, para
olvidar el final de mierda de esta semana, olvidarme de todo menos ella.
Mis labios febriles contra los de ella, tiro de su cola de caballo mientras enreda sus dedos en
el mío. De repente estoy abrumado por mi necesidad, desesperado por ella. Y me alejo, bajando
mi mirada a un rostro que está aturdido con pasión.
Me siento igual. ¿Qué está haciéndome?
—¿Qué pasa? —susurra.
Y la respuesta es clara, resonando en mi cabeza.
Te he echado de menos.
—Me alegro mucho de que hayas vuelto. Dúchate conmigo. Ahora.
—Sí —responde, con voz ronca. La tomo de la mano y nos dirigimos a mi cuarto de baño.
Enciendo la ducha, y luego la enfrento. Es hermosa, con sus ojos brillantes y relucientes en
anticipación, mientras me mira. Mi mirada examina de su cuerpo a sus piernas desnudas. Nunca la
había visto en una falda así de corta, con gran parte de su cuerpo expuesta, y no estoy seguro de si
lo apruebo. Ella es solo para mis ojos.
—Me gusta tu falda. Es muy corta. —Demasiada corta—. Tienes unas hermosas piernas. —
Saliendo de mis zapatos, quito mis calcetines, y sin romper el contacto visual, ella, también se
desliza fuera de sus zapatos.
A la mierda la ducha. La quiero ahora.
Caminando hacia ella, agarro su cabeza, y retrocedemos así está en contra de la pared de
azulejos, sus labios se parten cuando inhala. Sosteniendo su cara y entrelazando mis dedos en su
cabello, la beso: su mejilla, su cuello, su boca. Es el néctar y no puedo conseguir suficiente. Su
respiración se atrapa en su garganta y agarra mis brazos, pero en su toque no hay protestas por
parte de la oscuridad interior. Solo hay Ana, en toda su belleza y la inocencia, besándome de
vuelta con un fervor que coincide con el mío.
Mi sangre es espesa de deseo, mi erección dolorosa.
—Quiero hacértelo ya. Aquí, rápido, duro —gimo, mientras mi mano se extiende hasta su
muslo desnudo debajo de su falda—. ¿Aún estás con el período?
—No.
—Bien. —Empujo la falda hasta sus caderas, enganchando ambos pulgares en sus bragas de
algodón y cayendo al suelo, me pongo de rodillas, y luego las deslizo por sus piernas.
Jadea cuando agarro sus caderas y beso la dulce unión por debajo de su vello púbico.
Moviendo mis manos a la parte trasera de sus muslos, separo sus piernas, dejando al descubierto
su clítoris con mi lengua. Cuando comienzo mi asalto sensual sus dedos se sumergen en mi
cabello. Mi lengua la inquieta, y ella gime e inclina su cabeza hacia atrás contra la pared.
Huele exquisito. Sabe mejor.
Mientras ronronea inclina su pelvis hacia mi invasiva, insistente lengua, y sus piernas
empiezan a temblar.
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Suficiente. Quiero venir dentro de ella.
Será mi piel contra su piel otra vez, como en Savannah.Liberándola, me levanto y agarro la
cara, capturando su boca sorprendida y decepcionada con la mía, besándola duro.Me desabrocho
la bragueta y la levanto, agarrándola bajo sus muslos.
—Enrosca las piernas alrededor de mí, nena. —Mi voz es áspera y urgente. Tan pronto como
lo hace, empujo hacia adelante, deslizándome en su interior.
Es mía. Es el cielo.
Aferrándose a mí, gime cuando me sumerjo en ella, lentamente al principio, luego
marcando mi ritmo mientras mi cuerpo toma el control, conduciéndome hacia adelante,
conduciéndome en ella, cada vez más rápido, cada vez más duro, mi cara en su garganta. Gime y
siento su vibración a mí alrededor, y estoy perdido, en ella, en nosotros, mientras llega a su clímax,
gritando su liberación. La sensación de su pulso a mí alrededor me lleva al borde y me vengo
profundo y duro dentro de ella, gruñendo una versión distorsionada de su nombre.
Beso la garganta, sin querer retirarme, esperando a que se calme. Estamos en una nube de
vapor de la ducha, y mi camisa y pantalones están pegados a mi cuerpo, pero no me importa. La
respiración de Ana se desacelera, y se siente más pesada en mis brazos mientras se relaja. Su
expresión es desenfrenada y aturdida cuando la tiro hacia mí, así la sostengo rápido mientras
encuentra sus pies. Sus labios se elevan en una sonrisa encantadora.
—Parece que te alegras de verme —dice.
—Sí, señorita Steele, creo que mi alegría es más que evidente. Ven, deja que te lleve a la
ducha.
Me desnudo rápidamente, y cuando estoy desnudo empiezo a deshacer los botones de la
blusa de Ana. Sus ojos se mueven de mis dedos a mi rostro.
—¿Qué tal tu viaje? —pregunto.
—Bien, gracias —dice, con la voz un poco ronca—. Gracias otra vez por los tiquetes de
primera. Es una forma mucho más agradable de viajar. —Toma una respiración rápida, como si ella
misma se estuviera preparando—. Tengo algo que contarte —dice.
—¿Enserio? —¿Y ahora qué? Remuevo su blusa y la deposito encima de mi ropa.
—Tengo trabajo. —Suena reticente.
¿Por qué? ¿Pensaba que estaría enojado? Por supuesto que encontró un trabajo. El orgullo
crece en mi pecho.
—Felicitaciones, señorita Steele. ¿Me vas a decir ahora dónde? —le pregunto sonriendo.
—¿No lo sabes?
—¿Por qué iba a saberlo?
—Dada tu tendencia al acoso, pensé que igual… —Se detiene para estudiar mi rostro.
—Anastasia, jamás se me ocurriría interferir en tu carrera profesional, salvo que me lo
pidieras, claro.
—Entonces, ¿no tienes ni idea de qué editorial es?
—No. Sé que hay cuatro editoriales en Seattle, así que imagino que es una de ellas.
—SIP —anuncia.
—Oh, la más pequeña, bien. Bien hecho. —Es la empresa que Ros ha identificado como
desarrollada para comprarla. Esto será fácil.
Beso la frente de Ana.
—Chica lista. ¿Cuándo empiezas?
—El lunes.
—Qué pronto, ¿no? Más vale que disfrute de ti mientras pueda. Date la vuelta.
Obedece inmediatamente. Remuevo su sujetador y falda, y luego la acuno por detrás y beso
su hombro. Inclinándome en contra de ella, acaricio su cabello. Su olor perdura en mis fosas
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nasales, calmante, familiar, y únicamente Ana. La sensación de su cuerpo contra el mío es a la vez
relajante y embriagadora. Es ciertamente el paquete completo.
—Me embriagas, señorita Steele, y me calmas. Una mezcla interesante.
Agradecido de que ella esté aquí, beso su cabello, luego tomo su mano y tiro de ella en la
ducha caliente.
—Ay —chilla y cierra los ojos, estremeciéndose bajo la cascada de vapor.
—No es más que un poco de agua caliente. —Sonrío hacia ella. Abriendo un ojo, levanta su
barbilla y lentamente se rinde ante el calor.
—Date la vuelta —ordeno—. Quiero lavarte. —Obedece, y presiono un poco de gel de
ducha en mi mano, haciendo espuma, y comienzo a masajear sus hombros.
—Tengo algo más que contarte —dice, sus hombros tensándose.
—¿Ah, sí? —Mantengo mi voz suave. ¿Por qué está tensa? Mis manos se deslizan sobre su
torso a sus hermosos pechos.
—La exposición fotográfica de mi amigo José se inaugura el jueves en Portland.
—Sí, ¿y qué pasa?
¿El fotógrafo de nuevo?
—Le dije que iría. ¿Quieres venir conmigo? —Las palabras vienen apresuradas, como si
estuviera ansiosa de sacarlas.
¿Una invitación? Estoy aturdido. Solo recibo invitaciones de mi familia, del trabajo, y de
Elena.
—¿A qué hora?
—La inauguración es a las siete y media.
Esto contará como más, sin duda alguna. Beso su oreja y susurro:
—Está bien. —Sus hombros se suavizan cuando se inclina hacia atrás en contra de mí.
Parece aliviada y no estoy seguro de sí estar divertido o molesto. ¿Soy realmente tan inaccesible?
—¿Estabas nerviosa porque tenías que preguntármelo?
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Anastasia, se te acaba de relajar todo el cuerpo. —Enmascaro mi irritación.
—Bueno, parece que eres… un poco celoso.
Sí. Estoy celoso. El pensamiento de Ana con nadie más es... inquietante. Muy inquietante.
—Sí, lo soy. Y harías bien en recordarlo. Pero, gracias por preguntar. Iremos en el Charlie
Tango.
Me muestra una rápida sonrisa mientras mis manos se deslizan por su cuerpo, el cuerpo que
me ha dado a mí y a nadie más.
—¿Puedo lavarte yo a ti? —pregunta, desviándome.
—Me parece que no. —Beso su cuello mientras enjuago su espalda.
—¿Me dejarás tocarte algún día? —Su voz es una súplica suave, pero no detiene la
oscuridad que está arremolinándose repentinamente de la nada y aprieta alrededor de mi
garganta.
No.
Fuerzo mi voluntad, acunando y concentrándome en el culo de Ana, su muy gloriosa parte
trasera.
Mi cuerpo responde en un nivel primario… a la guerra con la oscuridad. La necesito. La
necesito para alejar mis temores.
—Apoya las manos en la pared, Anastasia. Voy a follarte otra vez —susurro, y con una
mirada de sorpresa en mí, aplana sus manos sobre las baldosas. Agarro sus caderas, tirando de ella
detrás de la pared—. Aférrate, Anastasia —le advierto, mientras las corrientes de agua cubre su
espalda.
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Inclina su cabeza y se prepara a sí misma cuando mis manos barren a través de su vello
púbico. Se retuerce, su trasero rozando mi excitación.
¡Mierda! Y así como así, mi miedo residual se derrite.
—¿Quieres esto? —pregunto mientras mis dedos se burlan de ella. En respuesta menea su
trasero contra mi erección, haciéndome sonreír—. Dímelo —exijo, mi voz tensa.
—Sí. —Su respuesta positiva se desliza a través del agua vertida manteniendo la oscuridad a
raya.
Oh, nena.
Está todavía húmeda de antes, de mí, de ella, no lo sé. En el momento en que doy una
palabra silenciosa de agradecimiento a la Dra. Greene; no más condones. Me meto en Ana con
facilidad y poco a poco, deliberadamente haciéndola mía nuevamente.
La envuelvo en una bata de baño y la beso profundamente.
—Seca tu cabello —ordeno, entregándole un secador de cabello sin usar—. ¿Tienes
hambre?
—Estoy hambrienta —admite, y no sé si lo quiere decir, o si lo dijo solo para complacerme.
Pero me complace.
—Excelente. Yo también. Voy a comprobar si la Señora Jones se encuentra con la cena.
Tienes diez minutos. No te vistas. —La beso una vez más y camino hacia la cocina.
Gail está lavando algo en el fregadero. Mira por encima del hombro cuando me asomo
—Almejas, señor Grey —dice.
Delicioso. Pasta Alle Vongole, uno de mis favoritos.
—¿Diez minutos? —pregunto.
—Doce —dice.
—Excelente.
Me mira cuando me dirijo al estudio. La ignoro. Me ha visto en menos de mi albornoz antes,
¿cuál demonios es su problema?
Compruebo a través de algunos correos electrónicos y mi teléfono para ver si hay alguna
noticia sobre Leila. Nada, pero desde la llegada de Ana, no me siento tan desesperado como antes.
Ana entra a la cocina, al mismo tiempo que yo, sin duda atraída por el tentador olor de
nuestra cena. Cuando ve a la señora Jones sostiene el cuello de la bata.
—Justo a tiempo —dice Gail, sirviendo la comida en dos grandes platos colocados en el
mostrador.
—Toma asiento. —Señalo a uno de los taburetes. Los ojos ansiosos de Ana pasan de mí a la
señora Jones.
Está cohibida.
Nena, tengo personal. Supéralo.
—¿Más vino? —Ofrezco, para distraerla.
—Por favor —dice, sonando reservada cuando toma su asiento.
Abro una botella de Sancerre y lo vierto en dos copas pequeñas.
—Hay de queso en la nevera si le gustaría, señor —dice Gail. Asiento, y sale de la habitación,
para gran alivio de Ana. Tomo asiento.
—Salud. —Levanto mi copa.
—Salud —responde Ana, y las copas suenan cuando las tintineamos. Toma un bocado de su
comida y hace un ruido apreciativo desde la parte baja de su garganta. Tal vez está muerta de
hambre.
—¿Vas a decirme? —pregunta.
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—¿Decirte qué? —La señora Jones se ha superado a sí misma; la pasta tiene un sabor
delicioso
—Lo que te dije en mis sueños.
Niego con la cabeza.
—Hasta que comas. Sabes que me gusta verte comer.
Hace pucheros con fingida exasperación.
—Eres tan pervertido —exclama bajo su respiración.
Oh, cariño, no tienes ni idea. Y un pensamiento viene a la mente; tal vez deberíamos
explorar algo nuevo en el cuarto de juegos esta noche. Algo divertido.
—Háblame de ese amigo tuyo —pido.
—¿Amigo?
—El fotógrafo. —Mantengo mi voz ligera pero ella me premia con un fugaz ceño fruncido.
—Bueno, nos encontramos en el primer día de universidad. Él es un gran ingeniero, pero su
pasión es la fotografía.
—¿Y?
—Eso es todo. —Sus respuestas evasivas son irritantes—. ¿Nada más?
Sacude su cabello sobre sus hombros.
—Nos hemos convertido en buenos amigos. Resulta que mi papá y el papá de José sirvieron
juntos en el ejército antes de que yo naciera. Ellos han estado nuevamente en contacto, y son
ahora mejores amigos.
Oh.
—¿Tu papá y su papá?
—Sí. —Hace girar más pasta en su tenedor.
—Ya veo.
—Esto sabe delicioso. —Me da una sonrisa contenida, y su bata se abre un poco, revelando
la curva de supecho. La visión de ello provoca mi polla.
—¿Cómo te sientes? –-pregunto.
—Bien —dice.
—¿Mejor para más?
—¿Más?
—¿Más vino?
¿Más sexo? ¿En el cuarto de juegos?
—Un poquito, por favor.
Le vierto un poco más de Sancerre. No quiero que ninguno de nosotros beba demasiado si
vamos a jugar.
—¿Cómo va el ―problema‖ que te trajo a Sea le?
Leila. Mierda. No quiero discutir esto.
—Descontrolado. Pero tú no te preocupes por eso, Anastasia. Tengo planes para ti esta
noche.
Quiero ver si podemos jugar en este llamado acuerdo de ambos sentidos.
—¿Ah, sí?
—Sí. Te quiero en el cuarto de juegos dentro de quince minutos. —Me pongo de pie,
mirándola de cerca para medir su reacción. Toma un sorbo de su vino, sus pupilas amplían—.
Puedes prepararte en tu habitación. Por cierto, el vestidor ahora está lleno de ropa para ti. No
admito discusión al respecto.
Su boca se coloca en una O sorprendida. Y yo le doy una mirada severa, desafiándola a
discutir conmigo. Sorpresivamente, no dice nada, y me dirijo a mi estudio para enviar un breve
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correo electrónico a Ros diciéndole que quiero empezar el proceso para adquirir SIP tan pronto
como sea posible.
Escaneo un par de correos electrónicos del trabajo, pero no veo nada en mi bandeja de
entrada de la señora Reed. Alejo los pensamientos sobre Leila fuera de mi mente; me ha
preocupado por las últimas veinticuatro horas. Esta noche me centraré en Ana y pasar un buen
rato.
Cuando regreso a la cocina, Ana ha desaparecido; asumo que se está preparando en el piso
de arriba.
En el armario me quito la bata y me deslizo en mis jeans favoritos. Cuando lo hago, las
imágenes de Ana en mi cuarto de baño vienen a mi mente, su perfecta espalda, luego sus manos
presionadas contra los azulejos, mientras la follaba.
Hombre, la chica tiene resistencia.
Veremos cuánto.
Con una sensación de euforia, tomo mi iPod desde el salón y me dirijo arriba al cuarto de
juegos.
Cuando encuentro Ana arrodillada como debería estar en la entrada frente a la sala, mirada
baja, las piernas separadas, y vistiendo solo su ropa interior, mi primera sensación es de alivio.
Todavía está aquí; se acabó el juego.
Mi segunda reacción es orgullo: ha seguido mis instrucciones al pie de la letra. Mi sonrisa es
dura de esconder.
La señorita Steele no da marcha atrás ante un desafío.
Cerrando la puerta detrás de mí, noto que su bata ha sido colgada en la percha. Camino por
delante de ella descalzo y coloco mi iPod en el pecho. He decidido que voy a privarla de todos sus
sentidos, menos del tacto, y ver cómo ella lidia con eso. La cama ha sido preparada con sábanas de
satén.
Y los grilletes de cuero están en su lugar.
De la cómoda saco una cinta para cabello, una venda para ojos, un guante de piel,
auriculares y el práctico transmisor que Barney diseñó para mi iPod. Dejo afuera los objetos en
una fila ordenada, conectando el transmisor en la parte superior del iPod, dejando esperando a
Ana. La anticipación es la mitad de la preparación para una escena. Una vez que estoy satisfecho
voy y me paro junto a ella. La cabeza de Ana está inclinada, la luz ambiental dándole brillo a su
cabello. Luce modesta y hermosa, el epítome de una sumisa.
—Estás preciosa. —Acuno su rostro e inclino su cabeza hacia arriba hasta que ojos azules
encuentran los grises—. Eres una mujer hermosa, Anastasia. Y eres toda mía —murmuro—.
Levántate.
Está un poco rígida mientras se pone de pie.
—Mírame —ordeno, y cuando miro sus ojos sé que podría ahogarme en su seria y absorta
expresión. Tengo toda su atención—. No hemos firmado el contrato, Anastasia, pero ya hemos
hablado de los límites. Además, te recuerdo que tenemos palabras de seguridad, ¿de acuerdo?
Parpadea un par de veces, pero sigue estando muda.
—¿Cuáles son? —exijo.
Ella duda.
Oh, esto nunca va a funcionar.
—¿Cuáles son las palabras de seguridad, Anastasia?
—Amarillo.
—¿Y?
—Rojo.
—No lo olvides.
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Levanta una ceja con evidente desdén, y está a punto de decir algo.
Oh no. No en mi cuarto de juegos.
—Cuidado con esa boquita, señorita Steele, si no quieres que te folle de rodillas.
¿Entendido?
Tan agradable como es el pensamiento, es su obediencia lo que quiero ahora mismo.
Traga su disgusto.
—¿Y bien?
—Sí, señor —dice rápidamente.
—Buena chica. No es que vayas a necesitar las palabras de seguridad porque te vaya a doler,
sino que lo que voy a hacerte va a ser intenso, muy intenso, y necesito que me guíes. ¿Entendido?
Su rostro permanece impasible, sin apartarse.
—Vas a necesitar el tacto, Anastasia. No vas a poder verme ni oírme, pero podrás sentirme.
—Haciendo caso omiso de su mirada confundida, me dirijo al reproductor de audio por encima de
la cómoda y lo pongo en modo auxiliar.
Solo tengo que elegir una canción; y en ese momento recuerdo nuestra conversación en el
auto después de que se acostó en mi cama en el Heathman. Veamos si le gusta un poco de música
coral de los Tudor.
—Te voy a atar a la cama, Anastasia, pero primero te voy a vendar los ojos y no vas a poder
oírme —le muestro el iPod—, lo único que vas a oír es la música que te voy a poner.
Creo que es sorpresa lo que veo en su cara, pero no estoy seguro.
—Ven. —La dirijo al fondo de la cama—. Ponte aquí de pie—. Inclinándome, respiro su
dulce aroma y le susurro al oído—: Espera aquí. No apartes la vista de la cama. Imagínate ahí
tumbada, atada y completamente a mi merced.
Contiene el aliento.
Sí, nena. Piensa en ello. Me resisto a la tentación de plantar un suave beso en su hombro.
Primero necesito trenzar su cabello y buscar un flogger. Desde la parte superior de la cómoda
agarro el guante de pelo y, desde el estante selecciono mi flogger favorito, que meto en el bolsillo
trasero de mis jeans.
Cuando vuelva a estar de pie detrás de ella, tomo suavemente su cabello y lo trenzo.
—Aunque me gustan tus trencitas, Anastasia, estoy impaciente por tenerte, así que tendrá
que funcionar con una. —Sujeto el extremo con la cinta y tiro de la trenza por lo que se ve
obligada a dar un paso atrás contra mí. Enredando el final alrededor de mi muñeca, tiro a la
derecha, inclinando su cabeza para exponer su cuello. Recorro con mi nariz desde el lóbulo de
oreja hasta su hombro, chupando y mordiendo suavemente.
Mmm... Huele tan bien.
Se estremece y tararea en el fondo de su garganta.
—Calla —advierto y sacando el flogger de mi bolsillo, la rodeo, mis brazos rozando los suyos
y mostrándoselo ella.
La escucho contener el aliento y veo sus dedos contraerse.
—Tócalo —susurro, sabiendo que es lo que quiere. Levanta la mano, hace una pausa, y
luego pasa los dedos por las suaves colas de gamuza. Es excitante—. Lo voy a usar. No te va a
doler, pero hará que te corra la sangre por la superficie de la piel y te la sensibilice. ¿Cuáles son las
palabras de seguridad, Anastasia?
—Eh… ―amarillo‖ y ―rojo‖, señor —murmura, paralizada por el flogger.
—Buena chica. Recuerda, la mayor parte de tu miedo está en tu mente. —Dejo caer el
flogger en la cama y cepillo mis dedos por sus costados, más allá de la suave curva de sus caderas,
y los deslizo dentro de sus bragas—. No las vas a necesitar. —Las arrastro por sus piernas y me
arrodillo detrás de ella. Se agarra del soporte para salir torpemente de su ropa interior.
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—Quédate quieta —le ordeno, y beso su trasero, gentilmente pellizcando cada nalga—.
Acuéstate. Boca arriba. —La azoto una vez, y ella salta, sobresaltada, y se escabulle en la cama. Se
acuesta frente a mí, con los ojos en los míos, brillando de emoción y un poco de temor, creo.
—Las manos por encima de la cabeza.
Hace lo que le digo. Mientras recupero los auriculares, la venda para ojos, el iPod, y el
control remoto desde lo alto de la cómoda. Sentado a su lado en la cama, le muestro el iPod con el
transmisor. Su mirada se mueve de mi cara a los dispositivos y viceversa.
—Esto transmite al equipo del cuarto lo que se reproduce en el iPod. Voy a oír lo mismo que
tú, y tengo un control remoto para controlarlo.
Una vez que ha visto todo, inserto los auriculares en sus orejas y coloco el iPod en la
almohada.
—Levanta la cabeza. —Obedece y deslizo la venda sobre sus ojos. Levantándome, tomo su
mano izquierda y esposo su muñeca en el grillete de cuero en la esquina superior de la cama. Dejo
que mis dedos acaricien su brazo extendido y se retuerce en respuesta. Mientras camino
lentamente alrededor de la cama, con su cabeza sigue el sonido de mis pasos; Repito el proceso
con su mano derecha, esposando su muñeca.
La respiración de Ana se altera, volviéndose errática y rápida a través de sus labios
entreabiertos. Un rubor se arrastra hasta su pecho, y ella se retuerce y levanta las caderas en la
anticipación.
Bien.
En la parte inferior de la cama, agarro ambos tobillos.
—Levanta la cabeza otra vez —ordeno. Lo hace de inmediato, y la arrastro hacia abajo por la
cama para que sus brazos estén completamente extendidos.
Deja escapar un gemido silencioso y levanta las caderas una vez más.
Esposo cada uno de sus tobillos a la esquina correspondiente de la cama así que está
despatarrada delante de mí y retrocedo para admirar la vista.
Joder.
¿Alguna vez ha lucido así de caliente?
Está totalmente y de buena gana a mi merced. El conocimiento es intoxicante, y me quedo
quieto por un momento para maravillarme con su generosidad y valentía.
Me arrastro lejos de la fascinante vista y desde la cómoda recojo el guante de pelo de
conejo. Antes de ponérmelo presiono reproducir en el control remoto; hay un breve silbido, y
luego comienza la cuadragésima parte del motete, la voz angelical de la cantante suena a través
del cuarto de juegos y sobre la deliciosa señorita Steele.
Se queda inmóvil mientras escucha.
Y yo camino alrededor de la cama, bebiendo de la vista.
Extendiendo la mano, acaricio su cuello con el guante. Inhala fuertemente y tira de sus
esposas, pero no llora ni me dice que me detenga. Poco a poco, paso mi enguantada mano por su
garganta, por encima de su esternón, entonces, sobre su pecho, disfrutando de como se retuerce
contenidamente Rodeando sus pechos, tiro suavemente de cada uno de sus pezones, y su gemido
de agradecimiento me anima a dirigirme hacia abajo. A un ritmo deliberadamente pausado
exploro su cuerpo: su vientre, sus caderas, el vértice de sus muslos, y abajo en cada pierna. La
música es como una ola, más voces se unen al coro en el contrapunto perfecto a mí mano en
movimiento. Observo su boca para determinar cómo se siente; ahora abre la boca en placer,
ahora se muerde el labio. Cuando corro mi mano sobre su sexo aprieta su trasero, empujándose
en mi mano.
A pesar de que normalmente me gusta que no se mueva, el movimiento me complace.
La señorita Steele está disfrutando de esto. Es una glotona.
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Cuando acaricio sus pechos de nuevo, sus pezones se endurecen por el roce del guante.
Sí.
Ahora que su piel está sensibilizada remuevo el guante y recojo el flogger. Con mucho
cuidado recorro el final con cuentas sobre su piel, siguiendo el mismo patrón: sobre su pecho, sus
pechos, su vientre, a través de su vello púbico, y por sus piernas. A medida que más coristas
prestan sus voces para el motete levanto el mango del flogger y paso las tiras sobre su vientre.
Grita, creo que por la sorpresa, pero no usa la palabra de seguridad. Le doy un momento para
absorber la sensación, y luego hacerlo de nuevo… un poco más fuerte esta vez.
Tira de sus grilletes y grita una vez más, un grito confuso… pero no es la palabra de
seguridad. Azoto el flogger sobre sus pechos, y ella inclina su cabeza hacia atrás y deja escapar un
silencioso grito, su boca se afloja mientras se retuerce en el satén rojo.
Todavía no hay palabra de seguridad. Ana está abrazando su monstruo interior.
Me siento mareado con deleite mientras paso las tiras de arriba a abajo sobre su cuerpo,
viendo su cálida piel bajo su quemadura. Cuando los coristas se detienen, yo también
Cristo. Se ve impresionante.
Comienzo de nuevo mientras la música llega al crescendo, todas las voces cantando juntas;
chasqueo el flogger sobre ella, una y otra vez, y se retuerce debajo de cada golpe.
Cuando las últimas notas suenan a través de la habitación, me detengo, dejando caer el
flogger en el suelo. Estoy sin aliento, jadeante de deseo y necesidad.
Joder.
Está acostada en la cama, impotente, su piel bastante rosa, y está jadeando, también.
Oh, nena.
Me subo a la cama entre sus piernas y me arrastro sobre ella, sosteniéndome por encima de
ella. Cuando la música comienza de nuevo, una sola voz canta una seráfica nota dulce, sigo el
mismo patrón con el guante y el flogger… pero esta vez con mi boca, besando y chupando y
adorando cada centímetro de su cuerpo. Me burlo de cada uno de sus pezones hasta que están
brillando con mi saliva y en posición de firmes. Se retuerce tanto como las restricciones le
permiten y gime debajo de mí. Mi lengua se arrastra hasta su vientre, alrededor de su ombligo,
lamiéndola. Probándola. Venerándola. Moviéndose hacia abajo a través de su vello púbico a sus
dulce clítoris expuesto que está pidiendo el toque de mi lengua. Por aquí y por allá,
arremolinándose, bebiendo su aroma, bebiendo su reacción, hasta que la siento temblar debajo
de mí.
Oh, no. Todavía no, Ana. Todavía no.
Me detengo y ella jadea su muda decepción.
Me arrodillo entre sus piernas y abro mi bragueta, liberando mi erección. Luego,
inclinándome, puedo deshacer suavemente el grillete alrededor de su tobillo izquierdo. Curva su
pierna a mí alrededor en una caricia de largas extremidades mientras libero su otro tobillo. Una
vez que está libre masajeo y sobro para devolver la vida a sus piernas, desde las pantorrillas hasta
los muslos. Se retuerce debajo de mí, levantando sus caderas a un ritmo perfecto con el motete de
Tallis, mientras mis pulgares se abren camino hasta sus muslos internos, bañados con su
excitación.
Reprimo un gruñido y agarro sus caderas, levantándola de la cama, y en un rápido, áspero
movimiento me entierro en su interior.
Joder.
Está resbaladiza y caliente y húmeda y su cuerpo late mí alrededor, en el borde.
No. Demasiado pronto. Demasiado pronto.
Me detengo, sosteniéndome todavía sobre ella y dentro de ella, mientras el sudor gotea de
mi frente.
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—Por favor —dice en voz alta, y aprieto mi agarre sobre ella mientras sofoco el impulso de
moverme y perderme en ella. Cerrando mis ojos, así no puedo verla maravillosamente acostada
debajo de mí, me concentro en la música; y una vez que estoy en control de nuevo, empiezo a
moverme poco a poco. A medida que la intensidad de la pieza coral crece, lentamente aumento mi
ritmo, coincidiendo con el poder y el ritmo de la música, acariciando cada apretado centímetro
dentro de ella.
Empuña sus manos e inclina su cabeza hacia atrás y gime.
Sí.
—Por favor —suplica entre dientes.
Te escucho, nena.
Acostada boca arriba en la cama, me extiendo sobre ella, apoyando mi peso sobre los codos,
y sigo el ritmo, entrando y perdiéndome en ella y la música.
Dulce, valiente Ana.
El sudor se desliza por mi espalda.
Vamos, nena.
Por favor.
Y finalmente explota a mí alrededor, gritando su liberación y empujándome hacia un intenso
y exhaustivo clímax donde pierdo todo el sentido. Me dejo caer encima de ella mientras mi mundo
cambia y se reorganiza, dejando que la desconocida emoción arremolinándose en mi pecho, me
consuma.
Niego con la cabeza, tratando de ahuyentar la ominosa y confusa sensación. Estirándome
hacia arriba, agarro el control remoto y apago la música.
No más Tallis.
La música sin duda contribuyó a lo que era casi una experiencia religiosa. Frunzo el ceño,
intentando pero fallando en conseguir dominar mis sentimientos. Me deslizo fuera de Ana y me
estiro para liberarla de cada esposa.
Suspira mientras flexiona sus dedos, y suavemente le quito la venda de los ojos y los
auriculares.
Grandes ojos azules parpadean hacia mí.
—Hola —le susurro.
—Hola —dice, juguetona y tímida. Su respuesta es una delicia e, inclinándome, planto un
tierno beso en sus labios.
—Lo hiciste muy bien. —Mi voz está llena de orgullo.
Ella lo hizo. Lo tomó. Lo tomó todo.
—Date la vuelta.
Sus ojos se abren con alarma.
—Solo te voy a dar un masaje en los hombros.
—Ah, de acuerdo.
Se da la vuelta y se acuesta en la cama con los ojos cerrados. Me siento a horcajadas sobre
ella y masajeo sus hombros.
Un placentero estruendo resuena en lo profundo de su garganta.
—¿Qué música era esa? —pregunta.
—Es el motete a cuarenta voces de Thomas Tallis, titulado Spem in alium.
—Ha sido… impresionante.
—Siempre he querido follar al ritmo de esa pieza.
—¿No me diga que también ha sido otra primera vez, señor Grey?
Sonrío.
—En efecto, señorita Steele.
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—Bueno, también es la primera vez que yo follo con esa música —dice, su voz traicionando
su cansancio.
—Mmm… tú y yo nos estamos estrenando juntos en muchas cosas.
—¿Qué te he dicho en sueños, Chris… eh… señor?
No otra vez. Sácala de su miseria, Grey.
—Me has dicho un montón de cosas, Anastasia. Me has hablado de jaulas y fresas, me has
dicho que querías más y que me extrañabas.
—¿Y ya está? —Suena aliviada.
¿Por qué estaría aliviada?
Me estiro a su lado para poder ver su rostro.
—¿Qué pensabas que habías dicho?
Abre los ojos por un breve momento, y los cierra de nuevo rápidamente.
—Que me parecías feo y arrogante, y que eras un desastre en la cama. —Un ojo azul se
entreabre y me mira con recelo.
Oh... está mintiendo.
—Bueno, está claro que todo eso es cierto, pero ahora me tienes intrigado de verdad. ¿Qué
es lo que me ocultas, señorita Steele?
—No te oculto nada.
—Anastasia, mientes fatal.
—Pensaba que me ibas a hacer reír después del sexo; esto no está funcionando para mí.
Su respuesta es inesperada, y le doy una sonrisa renuente.
—No sé contar chistes —confieso.
—¡Señor Grey! ¿Una cosa que no sabes hacer? —Me recompensa con una amplia sonrisa
contagiosa.
—Los cuento fatal —le digo, como si fuera una insignia de honor.
Se ríe.
—También los cuento fatal.
—Me encanta oírte reír —susurro, y la beso. Pero todavía quiero saber por qué está
aliviada—. ¿Me ocultas algo, Anastasia? Voy a tener que torturarte para sonsacártelo.
—¡Ja! —El espacio entre nosotros está lleno de su risa—. Creo que has hecho la suficiente
tortura.
Su respuesta borra la sonrisa de mi rostro, y su expresión se suaviza inmediatamente.
—Tal vez voy a dejar que me tortures así de nuevo —dice tímidamente.
El alivio me recorre.
—Me gustaría mucho eso, señorita Steele.
—Nuestro objetivo es complacer, señor Grey.
—¿Estás bien? —le pregunto, humillado y ansioso a la vez.
—Más que bien. —Me da su sonrisa tímida.
—Eres increíble. —Beso su frente, luego salgo de la cama mientras esa ominosa sensación
ondea a través de mí una vez más. Sacudiéndola, abrocho mi bragueta y sostenga mi mano para
ayudarla a salir de la cama. Cuando está de pie la pongo en mis brazos y la beso, saboreando su
sabor.
—Cama —murmuro, y la llevo a la puerta. No la envuelvo en el albornoz que queda
colgando en la clavija, y antes de que pueda protestar la cargo y la llevo a la planta baja a mi
dormitorio.
—Estoy tan cansada —murmura una vez que está en mi cama.
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—Duerme ahora —le susurro, y la envuelvo en mis brazos. Cierro los ojos, luchando contra
la inquietante sensación que surge y llena mi pecho una vez más. Es como la nostalgia y la
bienvenida, todo en uno... y es aterrador.
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Sábado, 4 de Junio de 2011
La brisa de verano peina mi cabello, acariciado por los dedos astutos de un amor. Mi amor.
Ana.
Me despierto de repente, confuso. Mi habitación está envuelta en oscuridad, y a mi lado
Ana duerme, su respiración suave y regular. Me apoyo en un codo y paso mi mano por mi cabello,
con la extraña sensación de que alguien acaba de hacer exactamente eso. Miro alrededor de la
habitación, mirando con atención a las oscuras esquinas, pero Ana y yo estamos solos.
Extraño. Podía jurar que alguien estaba aquí. Alguien me tocó.
Solo fue un sueño.
Me saco de encima el molesto pensamiento y compruebo la hora. Son pasadas las cuatro y
media de la mañana. Cuando me dejo caer en mi almohada, Ana murmura una palabra
incoherente y se gira de frente a mí, todavía dormida. Se ve serena y hermosa.
Miro al techo, la parpadeante luz de la alarma de incendios se burla de mí una vez más. No
tenemos contrato. Además Ana está aquí. A mi lado. ¿Qué significa eso? ¿Cómo se supone que
lidio con ella? ¿Seguirá mis reglas? Necesito saber que ella está a salvo. Froto mi cara. Esto es un
territorio inexplorado para mí, está fuera de mi control y es perturbador.
Leila viene a mi mente.
Mierda.
Mi mente corre: Leila, trabajo, Ana… y sé que no volveré a dormir otra vez. Me levanto, me
pongo unos pantalones de pijama, cierro la puerta de la habitación y me dirijo a la sala de estar a
mi piano.
Chopin es mi consuelo; las notas sombrías concuerdan con mi humor y las toco una y otra
vez. Un pequeño movimiento en el borde de mi visión capta mi atención, y alzando la mirada, veo
a Ana acercarse hacia mí, con pasos vacilantes.
—Deberías estar durmiendo —murmuro, pero continúo tocando.
—Y tú —lanza de regreso. Su rostro es firme con decisión, aunque se ve pequeña y
vulnerable vestida solo en mi gran bata de baño. Escondo mi sonrisa.
—¿Me está regañando, señorita Steele?
—Sí, señor Grey.
—No puedo dormir.
Tengo demasiado que sopesar en mi mente y prefiero que ella se vaya a la cama y duerma.
Debe estar cansada de ayer. Ignora mi humor y se sienta a mi lado en el banco del piano,
inclinando su cabeza en mi hombro.
Es un gesto tierno e íntimo que por un momento me pierdo en el preludio, pero continúo
tocando, sintiéndome más en paz porque ella está conmigo.
—¿Qué era lo que tocabas? —pregunta cuando termino.
—Chopin. Op. 28. Preludio n.º 4 en mi menor, por si te interesa.
—Siempre estoy interesada en lo que tú haces.
Dulce Ana. Beso su cabello.
—Siento haberte despertado.
—No has sido tú—dice, sin mover su cabeza—. Toca la otra.
—¿La otra?
—La pieza de Bach que tocaste la primera noche que me quedé aquí.
—Oh, la de Marcello.
No puedo recordar la última vez que toqué para alguien bajo petición. Para mí el piano es
un instrumento solitario, para mis oídos solamente. Mi familia no me ha escuchado tocar por
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años. Pero ya que ella me lo pidió, tocaré para mi dulce Ana. Mis dedos acarician las teclas y la
inolvidable melodía hace eco a través de la habitación.
—¿Por qué solo tocas música triste? —pregunta.
¿Es triste?
—¿Así que solo tenías seis años cuando empezaste a tocar? —Continúa con sus preguntas,
alzando su cabeza y estudiándome. Su rostro está abierto y ansioso por información, como es
usual; y después de anoche, ¿quién soy yo para negarle algo a ella?
—Aprendí a tocar para complacer a mi nueva madre.
—¿Para encajar en la familia perfecta? —Mis palabras de nuestra cándida noche en
Savannah hacen eco en su suave voz.
—Sí, algo así. —No quiero hablar sobre esto y me sorprende cuanta información personal
mía está reteniendo—. ¿Por qué estás despierta? ¿No necesitas recuperarte de los excesos de
ayer?
—Para son las ocho de la mañana. Además, tengo que tomarme la píldora.
—Me alegro de que te acuerdes —medito—. Solo a ti se te ocurre empezar a tomar una
píldora de horario específico en una zona horaria distinta. Quizá deberías esperar media hora hoy
y otra media hora mañana, hasta que al final terminaras tomándotela a una hora razonable.
—Buena idea —dice—. De acuerdo, ¿y qué hacemos durante esa media hora?
Bueno, podría follarte sobre este piano.
—Se me ocurren unas cuantas cosas. —Mi voz es seductora.
—Aunque también podríamos hablar. —Sonríe, provocativa.
No estoy de humor para hablar.
—Prefiero lo que tengo en mente. —Extiendo mi brazo alrededor de su cintura, tirando de
ella a mi regazo, y acaricio su cabello.
—Tú siempre antepondrías el sexo a la conversación. —Ríe.
—Cierto. Sobre todo contigo. —Sus manos se curvan alrededor de mis bíceps, la oscuridad
todavía se mantiene tranquila y silenciosa. Trazo besos desde la base de su oreja a su garganta—.
Quizá encima del piano —murmuro, mientras mi cuerpo responde a la imagen mental de ella
tumbada sobre el piano, su cabello cayendo por los lados.
—Quiero que me aclares una cosa —dice suavemente en mi oreja.
—Siempre tan ávida de información, señorita Steele. ¿Qué quieres que te aclare? —Su piel
es suave y cálida contra mis labios mientras empujo la bata de baño de su hombro con mi nariz.
—Lo nuestro —dice ella, y la simple palabra suena como un rezo.
—Mmm… ¿Qué pasa con lo nuestro? —Me detengo. ¿A dónde quiere llegar con esto?
—El contrato.
Paro y miro a su mirada astuta. ¿Por qué está haciendo esto ahora? Mis dedos se deslizan
por su mejilla.
—Bueno, me parece que el contrato ha quedado obsoleto, ¿no crees?
—¿Obsoleto? —dice, y sus labios se suavizan con el atisbo de una sonrisa.
—Obsoleto. —Reflejo su expresión.
—Pero eras tú el interesado en que lo firmara. —La incertidumbre nubla los ojos de Ana.
—Eso era antes. Pero, las normas no. Las normas siguen en pie. —Necesito saber que estás
a salvo.
—¿Antes? ¿Antes de qué?
—Antes… —Antes de todo esto. Antes de que volvieras mi mundo del revés, antes de que
durmieras conmigo. Antes de que recostaras tu cabeza en mi hombro en el piano. Es todo…—.
Antes de que hubiera más —murmuro, llevando lejos mi ahora familiar incomodidad en las tripas.
—Ah —dice, y creo que está complacida.
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—Además, ya hemos estado en el cuarto de juegos dos veces, y no has salido corriendo
espantada.
—¿Esperas que lo haga?
—Nada de lo que haces es lo que espero, Anastasia.
La v entre sus cejas está de regreso.
—A ver si entendí: ¿quieres que me atenga a lo que son las normas del contrato en todo
momento, pero que ignore el resto de lo estipulado?
—Salvo en el cuarto de juegos. Ahí quiero que te atengas al espíritu general del contrato, y
sí, quiero que te atengas a las normas en todo momento. Así me aseguro de que estarás a salvo y
podré tenerte siempre que lo desee —añado ligeramente.
—¿Y si incumplo alguna de las normas? —pregunta.
—Entonces te castigaré.
—Pero, ¿no necesitarás mi permiso?
—Sí, claro.
—¿Y si me niego? —persiste.
¿Por qué está siendo tan obstinada?
—Si te niegas, te niegas. Tendré que encontrar una forma de convencerte. —Debería saber
esto. Ella no me dejó azotarla en el cobertizo y quería hacerlo. Pero tuve que hacerlo después esa
noche… con su aprobación.
Se levanta y camina hacia la entrada de la sala de estar, y por un momento creo que está
enojada, pero se gira con la expresión perpleja.
—Vamos, que lo del castigo se mantiene.
—Sí, pero solo si incumples las normas. —Esto está claro para mí. ¿Por qué no para ella?
—Tendría que releérmelas —dice, repentinamente toda seria.
¿Necesita hacer esto ahora?
—Voy por ellas.
En mi estudio, enciendo mi computara e imprimo las reglas, preguntándome por qué
estamos discutiendo esto a las cinco de la mañana.
Ella está en el fregadero, bebiendo un vaso de agua, cuando regreso con los papeles. Me
siento en una banqueta y espero, mirándola. Su espalda está firme y tensa; esto no es buena
señal. Cuando se gira y deslizo las hojas de papel hacia ella a través de la isla.
—Aquí tienes.
Escanea las reglas rápidamente.
—¿Así que lo de la obediencia sigue en pie?
—Oh, sí.
Sacude su cabeza, y con una sonrisa irónica tira de la esquina de su boca mientras sus ojos
se lanzan al cielo.
Oh, qué deleite.
Mi espíritu de repente se levanta.
—¿Me acabas de poner los ojos en blanco, Anastasia?
—Puede, depende de cómo te lo tomes. —Se ve precavida y entretenida al mismo tiempo.
—Como siempre —Si ella me dejara…
Traga y sus ojos se amplían con anticipación.
—Entonces…
—¿Sí?
—Quieres darme unos azotes.
—Sí. Y lo voy a hacer.
—¿Ah, sí, señor Grey? —Dobla sus brazos, su barbilla empuja hacia arriba retándome.
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—¿Me lo vas a impedir?
—Vas a tener que atraparme primero. —Sonríe coquetamente, lo cual va directamente a mi
polla.
Ella quiere jugar.
Me bajo de la banqueta, mirándola atentamente.
—Ah, sí, señorita Steele? —El aire casi cruje entre nosotros.
¿En qué dirección va a correr?
Sus ojos están en los míos, llenos de emoción. Sus dientes prueban su labio inferior.
—Además, te estás mordiendo el labio —¿Lo está haciendo a propósito? Me muevo
despacio a mi izquierda.
—No te atreverás —se burla—. A fin de cuentas, tú también pones los ojos en blanco. —Con
sus ojos fijos en mí, también se mueve a la izquierda.
—Sí, pero con este jueguecito acabas de subir el nivel de excitación.
—Soy bastante rápida, para que lo sepas —me tienta.
—Y yo.
¿Cómo lo hace todo tan emocionante?
—¿Vas a venir sin rechistar?
—¿Lo hago alguna vez? —Sonríe, tomando el cebo.
—¿Qué quieres decir, señorita Steele? —La acecho alrededor de la isla de la cocina—. Si
tengo que ir a por ti, va a ser peor.
—Eso será si me agarras, Christian. Y ahora mismo no tengo intención de dejarme agarrar.
¿Habla en serio?
—Anastasia, te puedes caer y hacerte daño. Y eso sería una infracción directa de la norma
siete, ahora la seis.
—Desde que te conocí, señor Grey, estoy en peligro permanente, con normas o sin ellas.
—Así es.
Tal vez esto no es un juego. ¿Está tratando de decirme algo? Duda y de repente me lanzo
para agarrarla. Ella chilla y corre alrededor de la isla, a la relativa seguridad del otro lado de la
mesa del comedor. Con sus labios separados, su expresión cautelosa y temeraria al mismo tiempo,
la bata se desliza por uno de sus hombros. Se ve caliente. Jodidamente caliente.
Despacio, merodeo hacia ella y se aleja.
—Desde luego, sabes cómo distraer a un hombre, Anastasia.
—Lo que sea por complacer, señor Grey. ¿De qué te distraigo?
—La vida. El universo. —Ex sumisas que han desaparecido. Trabajo. Nuestro trato. Todo.
—Parecías muy preocupado mientras tocabas.
Ella no desiste. Me detengo y doblo mis brazos, reconsiderando mi estrategia.
—Podemos pasarnos así el día entero, nena, pero terminaré atrapándote y, cuando lo haga,
será peor para ti.
—No, ni hablar —dice, con absoluta certeza.
Frunzo el ceño.
—Cualquiera diría que no quieres que te atrapo.
—No quiero. De eso se trata. Para mí lo del castigo es como para ti el que te toque.
Y de algún modo, la oscuridad repta sobre mí, cubriendo mi piel, dejando un rastro de fría
desesperación cuando despierta.
No. No. No puedo soportar ser tocado. Nunca.
—¿Eso es lo que sientes? —Es como si ella me tocara, sus uñas dejando rastros blancos
sobre mi pecho.
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Parpadea varias veces, evaluando mi reacción, y cuando habla su voz es amable.
—No. No me afecta tanto; es para que te hagas una idea. —Su expresión es ansiosa.
Bueno, ¡infiernos! Esto dirige una luz totalmente diferente en nuestra relación.
—Ah —reflexiono, porque no puedo pensar en nada más que decir.
Ella toma una profunda respiración y se acerca a mí, y cuando está parada delante de mí y
alza la mirada, sus ojos queman con recelo.
—¿Tanto lo odias? —susurro.
Eso es. Somos realmente incompatibles.
No. No quiero creer eso.
—Bueno… no —dice, y el alivio me inunda. —No —continúa—, no lo tengo muy claro. No es
que me guste, pero tampoco lo odio.
—Pero anoche, en el cuarto de juegos, parecía…
—Lo hago por ti, Christian, porque tú lo necesitas. Yo no. Anoche no me hiciste daño. El
contexto era muy distinto, y eso puedo racionalizarlo a nivel íntimo, porque confío en ti. Sin
embargo, cuando quieres castigarme, me preocupa que me hagas daño.
Mierda. Díselo.
Es la hora de verdad o reto, Grey.
—Quiero hacerte daño, pero no quiero provocarte un dolor que no seas capaz de soportar.
—Nunca iría tan lejos.
—¿Por qué?
—Porque lo necesito. —Suspiro—. No te lo puedo decir.
—¿No puedes o no quieres?
—No quiero.
—Entonces sabes por qué.
—Sí.
—Pero no me lo quieres decir.
—Si te lo digo, saldrás corriendo de aquí y no querrás volver nunca más. No puedo correr
ese riesgo, Anastasia.
—Quieres que me quede.
—Más de lo que puedas imaginar. No podría soportar perderte.
No puedo soportar más la distancia entre nosotros. La agarro para que deje de correr, y tiro
de ella a mis brazos, mis labios buscando los suyos. Responde a mi necesidad, su boca moldeando
la mía, devolviéndome el beso con la misma pasión, esperanza y deseo. La envolvente oscuridad
retrocede y encuentro mi consuelo.
—No me dejes —susurro contra sus labios—. Me dijiste en sueños que nunca me dejarías y
me rogaste que nunca te dejara yo a ti.
—No quiero irme —dice, pero sus ojos buscan los míos, buscando respuestas. Y estoy
expuesto, mi fea y rota alma en exposición.
—Enséñamelo —dice.
Y no sé a qué se refiere.
—¿Qué cosa?
—Enséñame cuánto puede doler.
—¿Qué? —Me inclino hacia atrás y la miro fijamente con incredulidad.
—Castígame. Quiero saber lo malo que puede llegar a ser.
Oh, no. La libero y doy un paso fuera de su alcance.
Me mira; abierta, honesta, seria. Ella misma se está ofreciendo a mí una vez más; mía para
tomarla, para hacer lo que yo quiera. Estoy aturdido. ¿Cumpliría esta necesidad por mí? No me lo
puedo creer.
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—¿Lo intentarías?
—Sí. Te dije que lo haría. —Su expresión está llena de determinación.
—Ana, me confundes.
—Yo también estoy confundida. Intento entender todo esto. Así sabremos los dos, de una
vez por todas, si puedo seguir con esto o no. Si yo puedo, quizá tú…
Se detiene, y doy un paso más atrás. Ella quiere tocarme.
No.
Pero si hacemos esto, entonces sabré. Ella sabrá.
Estaremos aquí mucho antes de lo que pensaba que estaríamos.
¿Puedo hacer esto?
Y en ese momento, sé que no hay nada que quiera más... No hay nada más que satisfaga el
monstruo dentro de mí.
Antes de que pueda cambiar mis pensamientos, agarro su brazo y la llevo al piso de arriba a
la sala de juegos.
En la puerta me detengo.
—Te voy a enseñar lo malo que puede llegar ser, y así puedes hacerte tu propia opinión.
¿Estás preparada para esto?
Ella asiente, su cara endurecida por una terca determinación que he llegado a conocer tan
bien.
Que así sea.
Abro la puerta, cojo rápidamente el cinturón del bastidor antes de que ella cambie de
opinión y la llevo a la banca en la esquina de la habitación.
—Inclínate sobre el banco —ordeno en voz baja.
Ella hace lo que le digo, sin decir nada.
—Estamos aquí porque tú has accedido, Anastasia. Además, has huido de mí. Te voy a pegar
seis veces y tú vas a contarlas conmigo.
Aun así, no dice nada.
Doblo el dobladillo de su bata de baño por la espalda, dejando al descubierto su hermosa
espalda. Corro mi palma sobre sus nalgas y la parte superior de los muslos y un escalofrío me
recorre.
Esto es. Lo que quiero. Hacia lo que he estado dirigiéndome.
—Hago esto para que recuerdes que no debes huir de mí, y, por excitante que sea, no
quiero que vuelvas a hacerlo nunca más. Además, me pusiste los ojos en blanco. Sabes lo que
pienso de eso. —Tomo una respiración profunda, saboreando este momento, tratando de calmar
mi atronador latido.
Necesito esto. Es lo que quiero. Finalmente estamos aquí.
Puede hacerlo.
—Suéltame. No… —Lucha fuera de mi alcance, peleando lejos de mí, empujándome y
finalmente girando sobre mí como un gato salvaje en plena ebullición—. ¡No me toques! —sisea.
Su cara está manchada y untada de lágrimas, su nariz está moqueando, y su cabello es una maraña
oscura, pero nunca me había parecido tan magnifica... y al mismo tiempo enojada.
Su ira se estrella sobre mí como un maremoto.
Está furiosa. Realmente furiosa.
Está bien, no me había dado cuenta de la ira.
Dale un momento. Espera a que las endorfinas entren en acción.
Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Esto es lo que te gusta realmente? ¿Verme así? —Se limpia la nariz con la manga de la
bata de baño.
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Mi euforia desaparece. Estoy aturdido, completamente indefenso y paralizado por su ira. El
llanto lo conozco y entiendo, pero esta rabia... en algún lugar profundo en el interior resuena
conmigo y no quiero pensar en ello.
No vayas allí, Grey.
¿Por qué no me pidió que parara? No dijo la palabra de seguridad. Merecía ser castigada.
Huyó de mí. Puso los ojos en blanco. Esto es lo que pasa cuando me desafías, nena.
Ella frunce el ceño. Sus ojos azules y brillantes, repentinamente llenos de dolor y rabia, una
visión escalofriante.
Mierda. ¿Qué he hecho?
Esto es aleccionador.
Estoy desequilibrado, tambaleándome en el borde de un precipicio peligroso, buscando
desesperadamente las palabras para hacer esto bien, pero mi mente está en blanco.
—Bueno, eres un maldito hijo de puta —gruñe.
Todo el aliento sale de mi cuerpo, y es como si me hubiese azotado con un cinturón...
¡Mierda! Me reconoció por lo que soy.
Ha visto al monstruo.
—Ana —susurro, suplicándole. Quiero que se detenga. Quiero abrazarla y hacer que el dolor
desaparezca. Quiero que llore en mis brazos.
—¡No hay Ana que valga! ¡Tienes que solucionar tus mierdas, Grey! —Se quiebra, y sale del
cuarto de juegos, en silencio cerrando la puerta detrás de ella. Aturdido, permanezco mirando la
puerta cerrada, sus palabras resonando en mis oídos.
Eres un maldito hijo de puta.
Nada sale de mí. ¿Qué demonios? Mecánicamente, paso mis manos por el cabello, tratando
de racionalizar su reacción, y la mía. Acabo de dejarla ir. No estoy enojado... estoy... ¿qué? Me
agacho para recoger el cinturón, camino a la pared, y lo cuelgo en el bastidor. Ese fue, sin duda,
uno de los momentos más satisfactorios de mi vida. Hace un momento me sentí más ligero, el
peso de la incertidumbre entre nosotros se había ido.
Está hecho. Estamos ahí.
Ahora que sabe en lo que estoy involucrado, podemos seguir adelante.
Le dije. A la gente como yo, les gusta infligir dolor.
Pero solo en las mujeres que les guste.
Mi sensación de inquietud crece.
Su reacción, la imagen de su herida, su mirada embrujada está de regreso, no deseada, en
mi imaginación. Es inquietante. Estoy acostumbrado a hacer que las mujeres lloren, es lo que
hago.
¿Pero, Ana?
Me hundo en el suelo e inclino mi cabeza contra la pared, con los brazos sobre las rodillas
dobladas.
Simplemente déjala llorar. Se sentirá mejor por llorar. Las mujeres lo hacen, en mi
experiencia. Dale un momento, y luego ve y ofrece tu cuidado posterior. No dijo la palabra de
seguridad. Lo pidió. Quería saber, curiosa como siempre. Simplemente ha sido un duro despertar,
eso es todo.
Eres un maldito hijo de puta.
Cerrando los ojos, sonrío sin humor. Sí, Ana, sí lo soy, y ahora lo sabes.
Ahora podemos seguir adelante con nuestra relación... arreglo. Sea lo que sea.
Mis pensamientos no me consuelan y la sensación de inquietud crece. Sus ojos heridos
mirándome, indignados, acusatorios, autocompasivos... ella me puede ver por lo que soy. Un
monstruo.
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Flynn viene a mi mente.No insistas en lo negativo. Christian.
Cierro los ojos una vez más y contemplo el rostro angustiado de Ana.
Qué tonto soy.
Fue demasiado pronto.
Demasiado, demasiado pronto.
Maldición.
Voy a tranquilizarla.
Sí, la dejaré llorar, entonces la tranquilizaré.
Estaba enojado con ella por huir de mí. ¿Por qué hizo eso?
Infiernos. Es tan diferente de cualquier otra mujer que haya conocido. Por supuesto que no
reaccionaría de la misma manera.
Necesito mirarla, abrazarla. Vamos a salir de esto. Me pregunto dónde está.
¡Mierda!
El pánico se apodera de mí. ¿Suponiendo que se haya ido? No, ella no haría eso. No sin decir
adiós. Me paro y corro fuera de la habitación y bajo las escaleras. Ella no está en la sala de estar,
debe estar en la cama. Me lanzo a mi dormitorio.
La cama está vacía.
La ansiedad en toda regla estalla en la boca de mi estómago. ¡No, no puede haberse ido!
Arriba, debe estar en su habitación. Tomo las escaleras de tres en tres y me detengo, sin
aliento, junto a la puerta de su dormitorio. Está ahí, llorando.
Oh, gracias a Dios.
Inclino mi cabeza contra la puerta, abrumado de alivio. No te vayas. El pensamiento es
horrible.
Por supuesto, solo tiene que llorar.
Tomando una respiración para tranquilizarme, me dirijo al baño junto al cuarto de juegos a
buscar un poco de crema de árnica, ibuprofeno, un vaso de agua y vuelvo a su habitación.
En su interior todavía está oscuro, aunque el amanecer es una raya pálida en el horizonte, y
me toma un momento encontrar mi hermosa niña. Está acurrucada en el medio de la cama,
pequeña y vulnerable, sollozando en silencio. El sonido de su dolor rasga a través de mí,
dejándome sin aliento. Mis sumisas nunca me afectaron como ella, incluso cuando les gritaba. No
lo entiendo. ¿Por qué me siento tan perdido? Dejando a un lado el árnica, agua, y las tabletas,
levanto la colcha, me deslizo a su lado, y la alcanzo. Se pone rígida, todo su cuerpo gritando ¡No
me toques! No perdiéndome la ironía.
—Tranquila —susurro, en un vano intento de detener sus lágrimas y calmarla. No responde.
Permanece congelada, inflexible.
—No me rechaces, Ana, por favor. —Se relaja una fracción, lo que me permite tirar de ella
en mis brazos, y enterrar mi nariz en su cabello maravillosamente fragante. Huele tan dulce como
siempre, su aroma un bálsamo calmante para los nervios. Y le planto un tierno beso en el cuello.
—No me odies —me quejo, y presiono mis labios en su garganta, saboreándola. Ella no dice
nada, pero poco a poco su llanto se disipa en sollozos y mocos suaves. Por fin está tranquila. Creo
que podría haberse quedado dormida, pero no me atrevo a comprobarlo, en caso de perturbarla.
Al menos se encuentra más tranquila ahora.
El amanecer viene y se va, y la luz ambiente se hace más brillante, metiéndose en la
habitación, ya la mañana continúa. Y todavía estamos acostados silenciosamente. Mi mente se
desvía a como tengo mi niña en mis brazos, y observo el cambio en la calidad de la luz. No puedo
recordar un ejemplo, de cuando solo me acostaba, dejando correr el tiempo y mis pensamientos
vagar. Es relajante, imaginando lo que podíamos hacer por el resto del día. Tal vez debería llevarla
a verThe Grace.
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Sí. Podríamos ir a navegar esta tarde.
Si todavía te habla, Grey.
Ella se mueve, un ligero temblor en su pie, y sé que está despierta.
—Te traje ibuprofeno y una pomada de árnica.
Finalmente responde, girando lentamente en mis brazos hacia mí. El dolor en sus ojos se
centra en los míos, su mirada es intensa, inquisitiva. Se toma su tiempo para examinarme, como si
me viera por primera vez. Es desconcertante porque, como de costumbre, no sé de lo que está
pensando, lo que ve. Pero definitivamente está más tranquila, y doy la bienvenida a la pequeña
chispa de alivio que aquello trae. Hoy podría ser un buen día, después de todo.
Acaricia mi mejilla y pasa los dedos a lo largo de mi mandíbula, haciéndome cosquillas por el
camino. Cierro los ojos, saboreando su toque. Sigue siendo tan nueva, esta sensación, siendo
acariciado y disfrutando de sus dedos inocentes acariciando suavemente mi cara, la oscuridad
tranquila. No me importa que toque mi cara... o sus dedos en mi cabello.
—Lo siento —dice ella.
Sus suaves palabras son una sorpresa. ¿Me está pidiendo disculpas?
—¿Por qué?
—Lo que dije.
El alivio recorre mi cuerpo sin control. Me ha perdonado. Además, lo que dijo con ira tenía
razón, soy un maldito hijo de puta.
—No me dijiste nada que no supiera ya. —Y por primera vez en muchos años, me encuentro
pidiendo disculpas—. Siento haberte hecho daño.
Sus hombros se levantan un poco y me da una ligera sonrisa. He ganado un indulto. Estamos
a salvo. Estamos bien. Me siento aliviado.
—Te lo pedí yo —dice.
Seguro que lo hiciste, nena.
Traga nerviosamente.
—No creo que pueda ser todo lo que quieres que sea —admite, con los ojos muy abiertos,
con sinceridad de corazón.
El mundo se detiene.
Mierda.
No estamos seguros del todo.
Grey. Has lo correcto.
—Ya eres todo lo que quiero que seas.
Frunce el ceño. Sus ojos están enrojecidos y esta tan pálida, más pálida de lo que la he visto
alguna vez. Curiosamente estimulante.
—No lo entiendo —dice—. No soy obediente, y puedes estar seguro de que jamás volveré a
dejarte hacerme eso. Y eso es lo que necesitas, me lo dijiste tú.
Y ahí está, su tiro de gracia. Empujé demasiado lejos. Ahora sabe y todos los argumentos
que tenía conmigo mismo antes de embarcarme a que mi niña me inundara otra vez.
No le va el estilo de vida. ¿Cómo puedo corromperla de esta manera? Ella es demasiado
joven, demasiado inocente, demasiado... Ana.
Mis sueños son solo eso... sueños. Esto no funcionará.
Cierro mis ojos; no puedo soportar la idea de mirarla. Es verdad, estaría mejor sin mí. Ahora
que ha visto al monstruo, sabe que no puede competir con él. Tengo que liberarla, dejarla ir a su
manera. Esto no funcionará entre nosotros.
Enfócate, Grey.
—Tienes razón. Debería dejarte ir. No te convengo.
Sus ojos se abren.
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—No quiero irme —susurra. Lágrimas encharcan sus ojos, haciendo que brillen sus pestañas
largas y oscuras.
—Yo tampoco quiero que te vayas —respondo, porque es la verdad, y esa sensación, esa
ominosa y aterradora sensación, me abruma. Las lágrimas gotean por sus mejillas una vez más.
Suavemente le seco una lágrima que cae con mi pulgar, y antes de darme cuenta de las palabras,
caen—. Desde que te conozco, me siento más vivo. —Trazo mi pulgar por su labio inferior. Quiero
besarla, duro. Hacerla que olvide. Cegarla. Excitarla, sé que puedo. Pero algo me hace contener; su
mirada herida. ¿Por qué iba a querer ser besada por un monstruo? Ella me podría alejar, y no sé si
podría tratar con más rechazo. Sus palabras me persiguen, tirando de algún recuerdo oscuro y
reprimido.
Eres un maldito hijo de puta.
—Yo también —susurra—. Me he enamorado de ti, Christian.
Recuerdo a Carrick enseñándome a bucear. Mis dedos agarrando el borde de la piscina
mientras me arqueaba en el agua y ahora estoy cayendo una vez más, en el abismo, en cámara
lenta.
No hay manera de que ella pueda sentir eso por mí.
No por mí. ¡No!
Y me ahogo en busca de aire, estrangulado por sus palabras trascendentales y su
apremiante peso en mi pecho. Me sumerjo más abajo y abajo, la oscuridad me da la bienvenida.
No puedo oírlas. No puedo tratar con ellas. No sabe lo que está diciendo, con quien está tratando,
con lo que ella está tratando.
—No. —Mi voz es cruda con un dolorido recelo—. No puedes quererme, Ana. No… es un
error.
Necesito hacerla entrar en razón sobre esto. No puede amar a un monstruo. No puede amar
a un jodido hijo de puta. Necesita irse. Necesita salir… y en un instante, todo se vuelve claro como
el cristal. Este es mi momento Eureka. No puedo hacerla feliz. No puedo ser lo que necesita. No
puedo dejar que esto siga. Tiene que terminar. Esto nunca debió haber empezado.
—¿Un error? ¿Por qué un error?
—Bien, mírate. No puedo hacerte feliz.
La angustia es evidente en mi voz mientras me hundo más y más en el abismo, envuelto en
la desesperación.
Nadie puede amarme.
—Pero tú me haces feliz —dice, no comprendiendo.
Anastasia Steele, mírate. Tengo que ser honesto con ella.
—En este momento, no. No cuando haces lo que yo quiero que hagas.
Parpadea, sus pestañas revolotean sobre sus grandes y heridos ojos, estudiándome
intensamente mientras busca la verdad.
—Nunca conseguiremos superar esto, ¿verdad?
Sacudo mi cabeza, porque no puedo pensar en qué decir. Esto vuelve a la incompatibilidad
otra vez. Cierra sus ojos, como si le doliera, y cuando los abre otra vez, están claros, llenos de
resolución. Sus lágrimas se han detenido. Y la sangre empieza a bombear a través de mi cabeza
mientras mi corazón martillea. Se lo que va a decir. Temo lo que va a decir.
—Bien, entonces mejor me voy. —Hace una mueca mientras se levanta.
¿Ahora? No puede irse ahora.
—No, no te vayas. —Estoy en caída libre, más y más profundo. Su partida se siente como un
monumental error. Mi error. Pero no puede quedarse si se siente de esta forma por mí,
simplemente no puede.
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—No tiene sentido que me quede —dice, y cautelosamente baja de la cama, aún envuelta
en bata de baño. Realmente se va. No puedo creerlo. Bajo de la cama para detenerla, pero su
mirada se fija en el piso, su expresión tan desolada, fría y distante, para nada mi Ana.
—Voy a vestirme. Me gustaría algo de privacidad —dice. Cuán plana y vacía suena su voz
cuando se gira y se aleja, cerrando la puerta tras ella. Miro la puerta cerrada.
Esta es la segunda vez en el día en que se aleja de mí.
Me siento y sostengo mi cabeza en mis manos, tratando de calmarme, tratando de
racionalizar mis sentimientos.
—Tiene alguna idea de donde puede estar, pero quiere que le engrasen la mano. Quiere
saber quién está tan interesado en su esposa. Aunque no fue así como la llamó.
Peleo contra mi temperamento surgiendo.
—¿Cuánto quiere?
—Dijo dos mil.
—¿Dijo cuánto? —grito, enloqueciendo. ¿Por qué no simplemente admite que Leila lo
abandonó antes?—. Pues nos podía haber dicho la puta verdad. Dame su número de teléfono;
necesito llamarlo… Welch, esta esuna cagada monumental.
Miro hacia arriba y Ana está parada torpemente en la entrada de la sala, vestida con jeans y
una fea sudadera. Es toda ojos enormes y contrito y tenso rostro, la maleta a su lado.
—Encuéntrala —chasqueo, colgando. Trataré con Welch más tarde.
Ana camina hasta el sofá, y de la mochila, saca la Mac, su teléfono, y la llave de su auto.
Tomando un profundo aliento, marcha hasta la cocina y deja las tres cosas en la encimera.
¿Qué demonios? ¿Está regresando sus cosas?
Se gira para mirarme, la determinación clara en su pequeño rostro ceniciento. Es su
impactante mirada la única que reconozco tan bien.
—Necesito el dinero que Taylor consiguió por mi Escarabajo.
Su voz está calmada pero monótona.
—Ana, no quiero esas cosas, son tuyas. —No puede hacerme—. Por favor, tómalas.
—No, Christian. Solo las acepté en préstamo, y ya no las quiero.
—¡Ana, sé razonable!
—No quiero nada que me recuerde a ti. Solo necesito el dinero que Taylor consiguió por mi
auto —su voz desprovista de emoción.
Quiere olvidarme.
—¿Intentas hacerme daño de verdad?
—No, no lo hago. Trato de protegerme a mí misma.
Por supuesto, trata de protegerse del monstruo.
—Por favor, Ana, toma esas cosas.
Sus labios están tan pálidos.
—Christian, no quiero discutir, solo necesito ese dinero.
Dinero. Todo vuelve siempre al jodido dinero.
—¿Aceptarías un cheque? —me burlo.
—Sí. Creo que eres bueno para eso.
Quiere dinero. Le daré dinero. Me precipito a mi estudio, apenas conteniendo mi
temperamento. Sentándome en mi escritorio, llamo a Taylor.
—Buenos días, Sr. Grey.
Ignoro su saludo.
—¿Cuánto conseguiste por el VW de Ana?
—Doce mil dólares, señor.
—¿Tanto? —A pesar de mi sombrío estado de ánimo, estoy sorprendido.
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—Es un clásico —dice por toda explicación.
—Gracias. ¿Puedes llevar a la señorita Steele a casa ahora?
—Por supuesto. Bajaré de inmediato.
Cuelgo y saco mi chequera del cajón de mi escritorio. Mientras lo hago, recuerdo mi
conversación con Welch sobre el jodido imbécil del esposo de Leila.
¡Siempre es todo sobre el jodido dinero!
En mi rabia, doblo la suma que Taylor consiguió por la trampa mortal y meto la cosa en un
sobre.
Cuando regreso, está parada cerca de la isla de la cocina, perdida, casi como una niña. Le
entrego el sobre, mi rabia evaporándose con la vista de ella.
—Taylor consiguió un buen precio... es un auto clásico —murmuro como disculpa—. Puedes
preguntarle. Te llevará a casa.
Asiento hacia donde Taylor espera en la entrada de la sala.
—Está bien. Puedo regresar por mi cuenta, gracias.
¡No! Acepta el viaje, Ana. ¿Por qué hace esto?
—¿Vas a desafiarme a cada paso?
—¿Por qué cambiar el hábito de toda una vida? —Me da una mirada en blanco.
Y ese es el problema, el por qué nuestro acuerdo estaba condenado desde el inicio.
Simplemente no está hecha para esto, y muy profundamente, siempre lo supe. Cierro mis ojos.
Soy tan idiota.
Trato una aproximación más suave, rogándole.
—Por favor, Ana. Deja que Taylor te lleve a casa.
—Traeré el auto, señorita Steele —anuncia Taylor con tranquila autoridad y se retira.
Quizás ella lo escuche. Miro alrededor, pero ya ha bajado al sótano a conseguir el auto.
Se vuelve de espaldas hacia mí, sus ojos muy abiertos repentinamente. Y contengo mi
aliento. Realmente no puedo creer que se esté yendo. Esta es la última vez que la veré, y se ve tan
triste. Me hiere profundamente ser el único responsable de esa mirada. Doy un vacilante paso
hacia adelante; quiero sostenerla una vez más y rogarle que se quede.
Retrocede, y es un movimiento que señala tan claramente que no me quiere. La he llevado a
alejarse.
Me congelo.
—No quiero que te vayas.
—No puedo quedarme. Se lo que quiero, y no puedes dármelo, y no puedo darte lo que
necesitas.
Oh, por favor, Ana, déjame sostenerte una vez más. Oler tu dulce, dulce esencia. Sentirte en
mis brazos. Avanzo hacia ella otra vez, pero sostiene sus manos hacia arriba, deteniéndome.
—No... por favor —retrocede, el pánico grabado en su rostro—. No puedo hacer esto.
Y agarra su mochila y se dirige al vestíbulo. La sigo, manso e indefenso ante su estela, mis
ojos fijos en su pequeña figura.
En el vestíbulo, llamo al elevador. No puedo quitar mis ojos de ella... su delicado rostro de
elfo, esos labios, la forma en que sus oscuras pestañas cubren y lanzan una sombra sobre sus
pálidas, pálidas mejillas.
Las palabras me fallan mientras intento memorizar cada detalle. No tengo líneas
deslumbrantes, rápido ingenio, ni órdenes arrogantes. No tengo nada, nada más que un agujero
vacío en mi pecho.
Las puertas del elevador se abren y Ana camina entrando directamente a través de ellas. Me
mira, y por un momento su máscara se desliza, y ahí está; mi dolor reflejado en su bello rostro.
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No… Ana. No te vayas.
—Adiós, Christian.
—Adiós, Ana.
Las puertas se cierran y se ha ido.
Me hundo lentamente en el piso y pongo mi cabeza en mis manos. El vacío es ahora
cavernoso y doloroso, sobrecogiéndome.
Grey, ¿Qué demonios has hecho?
Cuando levanto la mirada otra vez, las pinturas en mi vestíbulo, mis Madonas, traen una
triste sonrisa a mis labios. La idealización de la maternidad. Todas ellas mirando a sus niños, o
mirándome desfavorablemente hacia abajo.
Están en lo correcto por mirarme así. Se ha ido. Realmente se ha ido. La mejor cosa que
alguna vez me ha pasado. Después de decir que nunca me dejaría. De prometerme que nunca se
iría. Cierro mis ojos, alejando esas miradas de lástima sin vida, y levanto mi cabeza, apoyándola
contra la pared. Bueno, dijo esto dormida, y como el idiota que soy, le creí. Siempre supe muy
profundamente, que no era bueno para ella, y que era demasiado buena para mí. Es así como
debe ser.
Entonces,¿Por qué me siento como una mierda? ¿Por qué es tan doloroso?
La campanilla que anuncia el regreso del elevador, obliga a abrir mis ojos otra vez y mi
corazón sube a mi boca. Está de regreso. Me siento, paralizado, esperando, y las puertas se abren
otra vez. Taylor sale y se congela momentáneamente.
Demonios, ¿cuánto tiempo he estado sentado aquí?
—La señorita Steele está en casa, Sr. Grey —dice, como si dirigirse a mí mientras estoy
postrado en el piso, fuera cosa de todos los días.
—¿Cómo estaba? —pregunto, tan desapasionadamente como puedo, sin embargo,
realmente quiero saber.
—Alterada, señor —dice, sin mostrar emoción cualquiera.
Asiento, despachándolo. Pero no se va.
—¿Puedo traerle algo, señor? —pregunta, demasiado amablemente para mi gusto.
—No. —Vete. Déjame solo.
—Señor —dice, y sale, dejándome tirado en el piso del vestíbulo.
Por mucho que me gustaría sentarme aquí todo el día y revolcarme en mi desesperación, no
puedo. Quiero una actualización de Welch, y necesito llamar a la pobre excusa de esposo de Leila.
Y necesito una ducha. Quizás esta agonía se lavará con un baño.
Mientras me paro, toco la mesa de madera que domina el vestíbulo, mis dedos
ausentemente trazando su delicada marquetería. Me hubiera gustado mucho follar a la señorita
Steele sobre esto. Cierro mis ojos, imaginándola extendida sobre esta mesa, su cabeza echada
hacia atrás, su barbilla levantada, su boca abierta en éxtasis, y su delicioso cabello derramándose
por el borde. Mierda, me pongo duro de solo pensar en ello.
Mierda.
El dolor en mis entrañas gira y aprieta.
Se ha ido, Grey, acostúmbrate a ello.
E invocando a años de esforzado control, levanto mi cuerpo sobre mis pies.
La ducha es abrasadora, la temperatura solo a un grado de ser dolorosa, de la forma en que
me gusta. Me paro bajo la cascada, tratando de olvidarla, esperando que este calor la chamusque
lejos de mi cabeza y lave su esencia de mi cuerpo.
Si se va, no hay regreso.
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Nunca.
Restriego mi cabello con amarga determinación.
Hasta nunca.
Succiono mi aliento.
No. No un hasta nunca.
Levanto mi rostro hacia el agua cayendo. No es un hasta nunca para nada, voy a extrañarla.
Apoyo mi cabeza contra las baldosas. Tan solo la otra noche estaba aquí conmigo. Miro mis
manos, mis dedos acariciando la línea de azulejos donde solo ayer sus manos se apoyaban contra
la pared.
Que se joda todo esto.
Cerrando la llave del agua, salgo del cubículo de la ducha. Mientras envuelvo una toalla
alrededor de mi cintura, esto cala en mí: cada día será más oscuro y vacío, porque ella ya no está
en el.
No más jocosos e ingeniosos correos electrónicos.
No más lengua viperina.
No más curiosidad.
Sus brillantes ojos azules ya no me mirarán con diversión apenas velada… o sorpresa, o
lujuria. Miro al idiota taciturno y melancólico mirarme de vuelta en el espejo del baño.
—¿Qué demonios has hecho imbécil? —me burlo de él. Articula las palabras de regreso
hacia mí con mordaz desprecio. Y el bastardo parpadea hacia mí, grandes ojos grises con cruda
miseria.
—Está mejor sin ti. No puedes ser lo que ella quiere. No puedes darle lo que necesita.
Quiere corazones y flores. Se merece algo mejor que tú, la jodiste, bastardo. —Repelido por la
imagen devolviéndome ceñuda la mirada, me alejo del espejo.
Al demoniocon afeitarme hoy.
Me dirijo a mi gaveta de cajones y saco algo de ropa interior y una camiseta limpia. Mientras
me giro, noto una pequeña caja sobre mi almohada. La alfombra es jalada bajo mis pies otra vez,
revelando una vez más el abismo bajo ellos, su mandíbula cae abierta, esperando por mí, y mi
rabia se convierte en miedo.
¿Es algo departe de ella? ¿Por qué me lo daría? Dejo caer mis ropas y, tomando un
profundo aliento, me siento sobre la cama y recojo la caja.
Es un planeador. Un kit de maqueta para un Blanik L23. Una nota escrita a mano cae de
encima de la caja y flota hasta la cama.
Esto me recuerda a un momento feliz.
Gracias.
Ana
Es el regalo perfecto de la chica perfecta.
El dolor me atraviesa. ¿Por qué?
¿Por qué es tan doloroso? ¿Por qué?
Algo perdido, feos recuerdos se revuelven, intentando hundir los dientes aquí y ahora. Pág
in a 616
No. Este no es el lugar en el que quiero que mi mente retorne. Me levanto, lanzando la caja
en la cama, y vistiéndome por encima. Cuando termino agarro la caja,la nota y me dirijo a mi
estudio.
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Arreglaré esto mejor desde mi silla del poder.
Mi conversación con Welch es breve. Mi conversación con Russell Reed, el miserable
bastardo mentiroso que se casó con Leila es más rápida. No sabía que se casaron en un fin de
semana ebrios en las Vegas. Sin asombro, su matrimonio fallóluego de solo dieciocho meses. Lo
dejó doce semanas atrás.
¿Así que donde estás ahora Leila Williams?
¿Qué has estado haciendo?
Concentro mi mente en Leila, intentando pensar en alguna pista de nuestro pasado que
pueda decirme dónde se encuentra. Necesito saber. Necesito saber que está a salvo. Y por qué
vino aquí. ¿Por qué yo?
Ella quería más, yo no, pero eso fue hace mucho. Fue fácil cuando ella se fue, nuestro
acuerdo terminó por mutuo consentimiento. De hecho, todo nuestro acuerdo fue ejemplar; solo lo
que debía ser.
Fue traviesa cuando estuvo conmigo, muy deliberadamente, y no la rota criatura que Gail
describió.
Recuerdo lo mucho que disfrutaba nuestras sesiones en el cuarto de juegos. Leila amaba
estar amordazada.
Un recuerdo aflora, estoy amarrando sus dedos de los pies juntos, girando sus pies para que
no retrocediera y evitara el dolor. Si, ella amaba toda esa mierda, y yo también. Era una gran
sumisa, pero nunca llamómi atención como Anastasia Steele.
Nunca manejó mi distracción como Ana.
Miro el kit del avión a escala en mi escritorio y trazo los bordes de la caja con mi dedo,
sabiendo que los dedos de Ana la habían tocado.
Mi dulce Anastasia.
Qué diferentes son todas las mujeres que he conocido. La única mujer que he perseguido, y
la única mujer que no puede darme lo que quiero.
No entiendo.
He recobrado la vida desde que la conocí. Esas últimas semanas han sido las más
interesantes, las más impredecibles, las más fascinantes en mi vida. He sido persuadido de mi
monocromático mundo con un rico color, además ella no es lo que necesito.
Pongo la cabeza en mis manos. A ella nunca le gustaría lo que hago. Traté de convencerme
que podríamos elaborar hasta la mierda más dura. Pero eso no pasará, nunca. Está mejor lejos de
mí. ¿Quién querría estar con monstruo de mierda que no soporta ser tocado?
Aunque me compró este amable obsequio. ¿Quién hace eso por mí, aparte de mi familia?
Estudio la caja una vez más y la abro. Todas las piezas de plástico de la nave están metidas en una
cuadricula, envueltas en celofán. Recuerdos de ella chillando durante recorrido vienen a mi mente,
sus manos arriba, agarrada contra el dosel de plexiglás. No podía ayudar, pero reí.
Dios, eso fue muy divertido, el equivalente de jalar su trenza en el parque de juegos. Ana
con trenzas... cierro ese pensamiento de inmediato. No quiero ir allí, nuestro primer baño. Y lo
único con lo que me quedo es con la idea de que no la veré de nuevo.
El abismo está abierto.
No. No de nuevo.
Necesito hacer ese viaje. Sería una distracción. Rasgando el celofán, echo un vistazo a las
instrucciones. Necesito pegamento, pegamento moldeador. Busco atravesando mi escritorio.
Mierda. Ubicada en la parte de atrás de un cajón encuentro la caja de cuero roja que
contiene los pendientes Cartier. No tuve la oportunidad de dárselos y ahora nunca la tendré.
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Llamo a Andrea y dejo un mensaje en su celular, pidiéndole que cancele lo de esta noche.
No puedo hacerle frente a la gala, no sin mi cita.
Abro la caja de cuero roja y examino los pendientes. Son hermosos; simples pero elegantes,
justo para la fascinante señorita Steele… que me dejó esta mañana porque la castigué... porque la
castigué muy fuerte. Acuno mi cabeza una vez más. Pero me lo permitió. No me detuvo. Ella me lo
permitió porque me quiere. La idea es horrorosa, y la descarto inmediatamente. No puede. Es
sencillo; nadie puede sentir algo por mí. No si me conocen.
Continúa Grey, concéntrate.
¿Dónde está el maldito pegamento? Guardo los pendientes atrás en el cajón y continúo mi
búsqueda. Nada.
Llamo a Taylor.
—¿Señor Grey?
—Necesito pegamento de molde.
Se detiene un momento.
—¿Para qué tipo de modelo, señor?
—Un modelo de planeador.
—¿Madera o plástico?
—Plástico.
—Tengo algo, lo traeré ahora, señor.
Le agradezco, un poco sorprendido de que él tenga pegamento de moldear. Momentos
después golpea la puerta.
—Adelante.
Se pasea en mi estudio y coloca el pequeño envase plástico sobre el escritorio. Él no se va y
le hago una pregunta.
—¿Por qué tenías esto?
—Construí un raro avión. —Su rostro se ruboriza.
—¿Oh? —Mi curiosidad está picando.
—Volando con mi primer amor, señor.
No entiendo.
—Daltónica —explica inexpresivamente.
—¿Por eso entraste a la Marina?
—Sí, señor.
—Gracias por esto.
—No hay problema, señor Grey. ¿Cenó?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—No tengo hambre, Taylor. Por favor, vete, disfruta la tarde con tu hija, y te veré mañana.
No te molestaré de nuevo.
Se detiene un momento, y mi irritación sube.
Vete.
—Estoy bien. —Demonios, mi voz esta conmovida.
—Señor. —Inclina la cabeza—. Volveré mañana en la tarde.
Le doy un despectivo asentimiento, y se va.
¿Cuándo fue la última vez que Taylor me ofreció algo de comer? Debo parecer más un
desastre de lo que creo. Enfurruñándome, tomo el pegamento.
El planeador está en la palma de mi mano. Me asombro con un sentido de logro, recuerdos
del vuelo rondan mi conciencia. Anastasia era imposible de despertar —sonrío cuando recuerdo—,
y una vez arriba ella era difícil, encantadora, hermosa, y divertida.
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Cristo, eso fue divertido; su entusiasmo femenino durante el vuelo, los chillidos, y después,
nuestro beso.
Ese fue mi primer intento de más. Es extraordinario que terminara en poco tiempo, tengo
acumulados muchos momentos felices.
El dolor aparece una vez más, perturbador, doliente, recordándome todo lo que perdí.
Concéntrate en el planeador, Grey.
Ahora debo pegar las conexiones en su sitio, son complicados pequeños retoños.
Finalmente, la última está encendida y secándose, mi planeador tiene su propio registro
FAA. Noviembre. Nueve. Cinco. Dos. Eco. Charlie.
Eco Charlie.
Levanto mi mirada y la luz está atenuándose. Es tarde. Mi primer pensamiento es que
puedo mostrarle esto a Ana.
No más Ana.
Tenso mis dientes y estiro mis hombros rígidos. Levantándome lentamente, me doy cuenta
que no he comido en todo el día o tomado algo de beber, y mi cabeza está palpitante.
Me siento como la mierda.
Reviso mi teléfono con la esperanza de que haya llamado, pero solo hay un mensaje de
Andrea.
Gala cancelada.
Espero todo esté bien.
A.
Mientras leo el mensaje de Andrea el teléfono suena. Mi corazón salta inmediatamente,
entonces cae cuando lo reconozco, es Elena.
—Hola. —No me molesto en ocultar mi decepción.
—Christian, ¿esa es la manera de decir hola? ¿Qué te está carcomiendo? —me regaña, pero
su voz está llena de humor.
Miro fijamente fuera de la ventana. El amanecer a lo lejos de Seattle. Brevemente, me
pregunto que estará haciendo Anastasia. No quiero decirle a Elena lo que está pasando. No quiero
decir las palabras en voz alta y hacerlas una realidad.
—¿Christian? ¿Qué pasa? Dime. —Cambia su tono a brusco y molesto.
—Ella me dejó —susurro, sonando malhumorado.
—Oh. —Elena suena sorprendida—. ¿Quieres que vaya?
—No.
Toma una profunda respiración.
—Esta vida no es para todos.
—Lo sé.
—Diablos, Christian, suenas como la mierda. ¿Quieres que salgamos a cenar?
—No.
—Estoy saliendo.
—No, Elena. No soy buena compañía. Estoy cansado y quiero estar solo. Te llamaré durante
la semana.
—Christian... es lo mejor.
—Lo sé. Adiós.
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Cuelgo. No quiero hablar con ella. Me animó a que volara a Savannah. Tal vez sabría que
este día llegaría. Frunzo el ceño al teléfono, lo lanzo en el escritorio, y voy a buscar algo de beber y
comer.
Examino el contenido de mi refrigerador, nada me gusta.
En la despensa, encuentro una bolsa de pretzels. La abro y como uno después del otro
mientras camino hacia la ventana. Afuera, la noche está cayendo; las luces parpadean y parpadeo
a través de la lluvia torrencial. El mundo sigue adelante.
Sigue adelante, Grey.
Sigue adelante.
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Domingo, 5 de Junio de 2011
Miro hacia el techo del dormitorio. El sueño se me escapa. Estoy atormentado por la
fragancia de Ana, la cual todavía se aferra a mis sábanas. Me pongo la almohada sobre mi cara
para respirar su aroma. Es una tortura, es el cielo, y por un momento contemplo la muerte por
asfixia.
Contrólate, Grey.
Me repitolos eventos de la mañana en mi cabeza. ¿Podrían haberse desarrollado de manera
diferente? Como regla, nunca hago esto, porque es un desperdicio de energía, pero hoy estoy
buscando pistas sobre dónde me equivoqué. Y no importa la forma en que sucede, sé, en mis
huesos que hubiéramos llegado a este callejón sin salida, si era esta mañana, o en una semana, o
un mes, o un año. Mejor que haya sucedido ahora, antes de que haya infringido cualquier futuro
dolor a Anastasia.
Pienso en ella acurrucada en su pequeña cama blanca. No puedo imaginarla en el nuevo
apartamento —no he estado ahí—, pero la imagino en esa habitación en Vancouver donde una
vez dormí con ella. Niego con la cabeza; esa fue la mejor noche de sueño que había tenido en
años. La radio alarma lee las dos de la mañana. He permanecido aquí durante dos horas, mi mente
agitada. Tomo una respiración profunda, inhalando su aroma, una vez más, y cierro los ojos.
Mami no puede verme. Me paro frente a ella. No puede verme. Duerme con los ojos
abiertos. O enferma.
Oigo un sonajero. Sus llaves. Él regresó.
Corro, me escondo y me hago pequeño debajo de la mesa en la cocina. Mis autos están aquí
conmigo.
Bang. La puerta se cierra, haciéndome saltar.
A través de mis dedos veo a mami. Vuelve la cabeza para verlo. Luego está dormida en el
sofá. Él lleva sus grandes botas con hebillas brillantes y se para sobre mami gritando. Golpea a
mami con un cinturón. ¡Levántate! ¡Levántate! Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Mami
hace un ruido. Un ruido de lamento.
Detente. Deja de golpear a mami. Deja de golpear a mami.
Corro hacia él y lo golpeo, lo golpeo y lo golpeo.
Pero él se ríe y me golpea en la cara.
¡No! Mami grita.
Eres una jodida puta.
Mami se hace a sí misma pequeña. Pequeño como yo. Y entonces ella está en silencio. Eres
una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta.
Estoy debajo de la mesa. Tengo mis dedos en mis oídos y cierro los ojos. El sonido se
detiene. Se vuelve y puedo ver sus botas mientras pisa fuerte en la cocina. Él lleva el cinturón
golpeándolo contra su pierna. Está tratando de encontrarme. Se inclina y sonríe. Huele
desagradable. De fumar, beber y malos olores. Ahí estás, pedazo de mierda.
Un aullido escalofriante me despierta. Estoy empapado de sudor y mi corazón late con
fuerza. Me siento muy erguido en la cama.
Mierda.
El ruido inquietante vino de mí.
Tomo una respiración profunda para calmarme, tratando de deshacer de mi memoria el olor
corporal,el bourbon barato y cigarrillos Camel rancios.
Eres un maldito hijo de puta.
Las palabras de Ana suenan en mi cabeza.
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Así.
Mierda.
No pude ayudar a la puta adicta al crack.
Lo intenté. Buen Dios, lo intenté.
Ahí estás, pedazo de mierda.
Pero podía ayudar a Ana.
La dejé ir.
Tuve que dejarla ir.
Ella no necesitaba toda esta mierda.
Miro el reloj: son las tres y treinta. Me dirijo a la cocina y después de beber un gran vaso de
agua me dirijo al piano.
Despierto de nuevo con una sacudida y la luz del sol mañanero llena la habitación. Estaba
soñando con Ana: Ana besándome, su lengua en mi boca, mis dedos en su cabello; presionando su
delicioso cuerpo contra mí, sus manos atadas por encima de su cabeza.
¿Dónde está?
Por un momento dulce, me olvido de todo lo que sucedió ayer, a continuación, me inunda
de nuevo.
Ella se ha ido.
Mierda.
La evidencia de mi deseo presiona contra el colchón, pero el recuerdo de sus ojos brillantes,
nublados por el dolor y la humillación mientras se va, pronto soluciona ese problema.
Sintiéndome como una mierda, me acuesto sobre mi espalda y miro hacia el techo, con los
brazos detrás de mi cabeza. El día se extiende ante mí, y por primera vez en muchos años, no sé
qué hacer conmigo mismo. Compruebo el tiempo otra vez: cinco y cincuenta y ocho.
Diablos, bien podría ir a correr.
Arrival of the Montagues and Capulets de Prokofiev resuena en mis oídos mientras corro a
través de la tranquilidad mañana de la Cuarta Avenida. Me duele en todas partes, mis pulmones
están llenos, mi cabeza está palpitando, y bostezando, el dolor sórdido de la pérdida corroe mis
entrañas. No puedo correr de este dolor, aunque lo estoy intentando. Me detengo a cambiar la
música y arrastro precioso aire dentro de mis pulmones. Quiero algo… violento. Pump It de los
Black Eyed Peas, sí. Capto el ritmo. Me encuentro corriendo por Vine Street, y sé que es una
locura, pero espero verla. Mientras me acerco a su calle mi corazón se acelera aún más duro y mi
ansiedad se intensifica. No estoy desesperado por verla, solo quiero comprobar que está bien. No,
eso no es verdad. Quiero verla. Finalmente en su calle, recorro pasando su edificio de
apartamentos.
Todo está tranquilo, un Oldsmobile11avanza por la carretera, dos paseadores de perros
están fuera, pero no hay señales de vida desde el interior de su apartamento. Cruzando la calle,
hago una pausa en laacera opuesta, entonces me escabullo en la puerta de un edificio de
apartamentos para recuperar el aliento. Las cortinas de una habitación están cerradas, lasdel otro
abiertas. Tal vez esa es su habitación. Tal vez todavía está dormida, si ella está allí en absoluto. Se
forma un escenario de pesadilla en mi mente: ella saliendo la noche pasada,emborrachándose,
conociendo a alguien… No. La bilis se eleva en mi garganta. El pensamiento de su cuerpo en manos
de otra persona, un imbécil tomandola calidez de su sonrisa, haciéndola reír con nerviosismo,
haciéndola reír,haciéndola venirse. Se necesita todo mi autocontrol para no ir irrumpir por la
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puerta principal de su apartamento para comprobar que está allí y ella sola. Trajiste esto a ti
mismo, Grey. Olvídala. No es para ti.
Tiro de la gorra de Seahawkshacia abajo sobre mi cara y corro a toda velocidad hacia abajo a
la Avenida Western. Mis celosson crudos y enojados; llenan el enorme agujero. Lo odio, trae algo
del fondo de mi psique que realmente no quiero examinar. Corro más duro, lejos del recuerdo,
lejos del dolor, lejos de Anastasia Steele.
La oscuridad está sobre Seattle. Me levanto y estiro. He estado en el escritorio de mi estudio
todo el día, y ha sido productivo. Ros ha trabajado duro, también. Está preparada y me envió un
primer borrador del plan de negocios y carta de intención para SIP.
Por lo menos voy a ser capaz de mantener un ojo en Ana.
La idea es dolorosa y atractiva en partes iguales.
He leído y comentado en dos solicitudes de patentes, algunos contratos, y una nueva
especificación de diseño, y aunque perdí detalle de esos, no he pensado en ella. El pequeño
planeador está todavía en mi escritorio, burlándose de mí, recordándome tiempos más felices,
como ella dijo. Me la imagino de pie en la puerta de mi estudio, usando de una de mis camisetas,
toda piernas largas y ojos azules, justo antes de que me sedujera.
Otra primera vez.
La extraño.
Ahí, lo admito.
Reviso mi teléfono, esperando en vano, y hay un texto de Elliot.
E: ¿Cerveza, campeón?
Respondo:
C: No. Ocupado.
La respuesta de Elliot es inmediata.
E: Jódete, entonces.
Sí. Que me jodan.
Nada de Ana: ninguna llamada perdida. Ningún correo electrónico. El dolor persistente en
mis entrañas se intensifica. No va a llamar. Quería irse. Quería alejarse de mí, y no puedo culparla.
Es lo mejor.
Me dirijo a la cocina para cambiar de escenario.
Gail está de vuelta. La cocina ha sido limpiada, y hay una burbujeante olla en la estufa.
Huele bien… pero no tengo hambre. Ella entra mientras estoy mirando lo que está cocinando.
—Buenas tardes, señor.
—Gail.
Hace una pausa, sorprendida por algo. ¿Sorprendida por mí? Mierda, debo lucir mal.
—¿Pollo Chasseur? —pregunta con voz incierta.
—Claro—murmuro.
—¿Para dos? —pregunta.
Me le quedo mirando, y se ve avergonzada.
—Para uno.
—¿Diez minutos? —dice, su voz vacilante.
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—Bien. —Mi voz es fría.
Me vuelvo para irme.
—¿Señor Grey? —Me detiene.
—¿Qué, Gail?
—No es nada. Lamento molestarle. —Se vuelve hacia la estufa para revolver el pollo, y yo
me dirijo a tener otra ducha.
Cristo, incluso mi personal se ha dado cuenta de que algo está podrido en el estado de la
jodidaDinamarca.
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Lunes, 6 de Junio de 2011
Temo ir a la cama. Es después de la medianoche, y estoy cansado, pero me siento en mi
piano, tocando Marcello la pieza de Bach, una y otra vez. Recordando su cabeza apoyada sobre mi
hombro, casi puedo oler su dulce fragancia.
¡Maldita sea, dijo que lo iba a intentar!
Dejo de tocar y me agarro la cabeza con ambas manos, mis codos martillando dos acordes
discordantes cuando me apoyo sobre las teclas. Dijo que lo intentaría, pero ella cayó a las
primeras de cambio.
Luego se echó a correr.
¿Por qué la golpeé con tanta fuerza?
En el fondo sé la respuesta, porque me lo pidió, y yo era demasiado impetuoso y egoísta
como para resistir la tentación. Seducido por su desafío, aproveché la oportunidad de movernos a
donde quería que fuéramos. Y ella no pronunció la palabra de seguridad, y la lastimé más de lo
que podía soportar, cuando le prometí que nunca haría eso.
¡Qué puto imbécil soy!
¿Cómo podía confiar en mí después de eso? Es entendible que se haya ido.
¿Por qué carajos iba a querer estar conmigo, de todos modos?
Contemplo emborracharme. No he estado borracho desde que tenía quince años; bueno,
una vez, cuando tenía veintiún años. Detesto perder el control: sé lo que el alcohol puede hacerle
a un hombre. Me estremezco y cierro mi mente a esos recuerdos, y decido terminar la noche.
Acostado en mi cama, rezo por un sueño sin sueños… pero si voy a soñar, quiero soñar con
ella.
Mami está bonita hoy. Se sienta y me deja cepillarle el cabello. Me mira en el espejo y me
sonríe con su sonrisa especial. Su sonrisa especial solo para mí. Hay un fuerte ruido. Un choque. Él
regresó. ¡No! ¿Dónde putas estás, perra? Tengo un amigo necesitado aquí. Un amigo con dinero.
Mami se levanta, toma mi mano y me empuja en su armario. Me siento en sus zapatos y trato de
estar tranquilo y cubrir mis oídos y cerrar mis ojos con fuerza. La ropa huele como mami. Me gusta
el olor. Me gusta estar aquí. Lejos de él. Él está gritando. ¿Dónde está el pequeño puto enano? Me
toma del cabello y me saca del armario. No quiero que jodas la fiesta, pedazo de mierda. Él
cachetea a mamá duro en su rostro. Encárgate que mi amigo lo pase bien y conseguirás tu parte,
perra. Mami me mira y tiene lágrimas. No llores, mami. Otro hombre entra en la habitación. Un
hombre grande con el cabello sucio. El gran hombre sonríe a mami. Me tira a la otra habitación. Él
me empuja al suelo y me lastimo las rodillas. Ahora, ¿qué voy a hacer contigo, pedazo de mierda?
Huele desagradable. Él huele a cerveza y está fumando un cigarrillo.
Me despierto. Mi corazón martillea como si hubiera corrido cuarenta cuadras perseguido
por perros del infierno. Salto de la cama, empujando la pesadilla de nuevo en lo más recóndito de
mi conciencia, y me apresuro a la cocina a buscar un vaso de agua.
Necesito ver a Flynn. Las pesadillas son peores que nunca. No tenía pesadillas cuando me
acostaba con Ana a mi lado.
Demonios.
Nunca se me ocurrió dormir con ninguna de mis sumisas. Bueno, nunca sentí la inclinación.
¿Estaba preocupado de que me tocaran por la noche? No lo sé. Tomo un inocente sorbo ebrio
para mostrarme cuán reparador podría ser.
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Había visto a mis sumisas dormir antes, pero era siempre un preludio antes despertarlas
para algún alivio sexual.
Recuerdo mirando a Ana durante horas cuando dormía en el Heathman. Cuanto más la
miraba, más hermosa se convertía: su piel impecable luminosa a la luz suave y su cabello oscuro
abanicado sobre la almohada blanca, sus pestañas revoloteando mientras dormía. Tenía los labios
entreabiertos, y podía ver sus dientes y su lengua cuando se lamía los labios. Era una de las
experiencias más excitante el soloobservarla. Y cuando finalmente me iba a dormir a su lado,
escuchando su respiración regular, mirando el ascenso y descenso de su pecho con cada
respiración, dormía bien… muy bien.
Vago en mi estudio y recojo el planeador. Mirarlo me provoca una sonrisa cariñosa y me
consuela. Me siento orgulloso de haberlo hecho y ridículo por lo que voy a hacer. Fue su último
regalo para mí. Su primer regalo siendo… ¿qué?
Por supuesto. Ella misma.
Se sacrificó por mi necesidad. Mi codicia. Mi lujuria. Mi ego… mi maldito ego dañado.
Maldita sea, ¿será qué este dolor nunca acaba de parar?
Sintiéndome un poco tonto, me llevo el planeador conmigo a la cama.
—¿Qué le gustaría desayunar, señor?
—Solo café, Gail. Ella duda. —Señor, no comió su cena.
—¿Y? —Tal vez se está contagiando de algo.
—Gail, solo café. Por favor.
—La ignoro, esto no es asunto suyo. A pesar de sus labios delgados, asiente y se vuelve a la
Gaggia. Me dirijo al estudio para recoger mis papeles para la oficina y buscar un sobre acolchado.
Llamo a Ros desde el auto.
—Gran trabajo en el material de SIP, pero el plan de negocios necesita alguna revisión.
Vamos a ofertar.
—Christian, esto es apresurado.
—Quiero actuar con rapidez. Te he enviado por correo electrónico lo que pienso sobre el
precio de la oferta. Estaré en la oficina desde las siete y media. Reunámonos.
—Si estás seguro.
—Estoy seguro.
—Bueno. Voy a llamar a Andrea para programar. Tengo las estadísticas sobre Detroit versus
Savannah.
—¿En pocas palabras?
—Detroit.
—Ya veo.
Mierda… no Savannah.
—Vamos a hablar más tarde. —cuelgo.
Me siento, meditando en la parte trasera del Audi, mientras Taylor acelera a través del
tráfico. Me pregunto cómo irá a trabajar Anastasia esta mañana. Tal vez compró un auto ayer,
aunque de alguna manera lo dudo. Me pregunto si se siente tan miserable como yo… espero que
no. Tal vez se dio cuenta de que era un enamoramiento ridículo.
Ella no me puede amar.
Y, ciertamente, no ahora, no después de todo lo que he hecho con ella. Nadie nunca dijo
que me amaba, excepto mamá y papá, por supuesto, pero incluso entonces lo hacían por su
sentido del deber. Las palabras insistentes de Flynn sobre el amor incondicional de los padres—
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incluso para los niños que son adoptados—, resuenan en mi cabeza. Pero yo nunca me lo he
creído; no he sido más que una decepción para ellos.
—¿Sr. Grey?
—Lo siento, ¿qué sucede? —Taylor me ha cogido por sorpresa. Está sosteniendo la puerta
abierta del auto, esperándome con una mirada de preocupación.
—Ya llegamos, señor.
Mierda… ¿cuánto tiempo hemos estado aquí?
—Gracias. Te haré saber a qué hora esta noche.
Concéntrate, Grey.
Andrea y Olivia me miran cuando salgo del ascensor. Olivia aletea sus pestañas y mete un
mechón de cabello detrás de su oreja. Cristo, estoy harto de esta chica tonta. Necesito que
recursos humanos la traslade a otro departamento.
—Café, por favor, Olivia, y tráigame un croissant. —Salta a cumplir mis órdenes—. Andrea,
consígame a Welch, Barney, luego Flynn, y por último a Claude Bastille en el teléfono. No quiero
ser molestado en absoluto, ni siquiera por mi madre… a menos que… a menos que Anastasia
Steele llame. ¿Entendido?
—Sí, señor. ¿Quiere revisar su agenda de hoy?
—No. Necesito café y algo de comer primero. —Frunzo el ceño a Olivia, que se mueve a
paso de tortuga hacia el ascensor.
—Sí, señor Grey —diceAndrea tras de mí mientras abro la puerta de mi oficina.
Tomo el sobre acolchado de mi maletín que sostiene mi posesión más preciada; el
planeador. Lo coloco en mi escritorio, y mi mente se desvía a la señorita Steele.
Va a empezar su trabajo nuevo esta mañana, conocerá gente nueva… hombres nuevos. La
idea es deprimente. Me olvidará.
No, ella no me va a olvidar. Las mujeres siempre recuerdan el primer hombre que follaron,
¿no? Siempre voy a tener un lugar en su memoria, solopor eso. Pero no quiero ser un recuerdo:
quiero quedarme en su mente. Tengo que estar en su mente. ¿Qué puedo hacer?
Llaman a la puerta y Andrea aparece.
—Su café y croissant, señor Grey.
—Adelante.
Mientras se escabulle a mi escritorio sus ojos alcanzan el planeador, pero sabiamente
contiene la lengua. Coloca el desayuno en mi escritorio.
Café negro. Bien hecho, Andrea.
—Gracias.
—He dejado mensajes para Welch, Barney, y la Bastille. Flynn está llamando de vuelta en
cinco.
—Bien. Quiero que cancele cualquier compromiso social que tenga esta semana. Ni
almuerzos, ni nada en la noche. Consiga a Barney en el teléfono y consígame el número de una
buena floristería.
Garabatea furiosamente en su bloc de notas.
—Señor, utilizamos Rosas de Arcadia. ¿Le gustaría que enviara flores por usted?
—No, deme el número. Lo haré yo mismo. Eso es todo.
Asiente y sale rápidamente, como si no pudiera salir de mi oficina lo suficientemente rápido.
Unos momentos más tarde, el teléfono vibra. Es Barney.
—Barney, necesito que me hagas un soporte para el modelo de un planeador.
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Entre reuniones, llamo a la floristería y compro dos docenas de rosas blancas para Ana, que
se entregarán en su casa esta noche. De esa manera, ella no será avergonzada o incomodada en su
trabajo.
Y no será capaz de olvidarme.
—¿Le gustaría dejar un mensaje con las flores, señor? —pregunta la florería.
¿Un mensaje para Ana?
¿Qué podría decir?
Vuelve. Lo siento. No te voy a golpear de nuevo.
Las palabras surgen espontáneamente en mi cabeza, haciéndome fruncir el ceño.
—Eh… algo así como: ―Felicitaciones por tu primer día en el trabajo. Espero que todo haya
salido bien‖. —Miro el planeador en mi escritorio—. Y ―Gracias por el planeador. Eso fue muy
considerado. Tiene un lugar de honor en mi escritorio. Christian‖.
El florista lo lee de nuevo a mí.
Maldita sea, no expresa lo que quiero decirle para nada.
—¿Eso es todo, señor Grey?
—Sí. Gracias.
—De nada, señor, y que tenga un buen día.
Lanzo dagas al teléfono. Buen día mi culo.
—Oye, amigo, ¿qué te está carcomiendo? —Claude se levanta del piso, de donde acabo de
noquearlo sobre su magro, flaco y fornido trasero—. Estás que ardes esta tarde, Grey. —Se
levanta lentamente, con la gracia de un gato grande que reevalúa su presa. Estamos solos
peleando en el gimnasio del sótano en la Casa Grey.
—Estoy enfadado —siseo.
Su expresión es relajada mientras nos movemos en círculos enfrentándonos.
—No es buena idea entrar en el ring si tus pensamientos están en otra parte —dice Claude,
divertido, pero sin apartar los ojos de encima.
—Encontraré ayuda.
—Más a la izquierda. Protege tu derecha. Manos arriba, Grey.
Se balancea y me golpea en el hombro, casi me hace perder el equilibrio.
—Concéntrate, Grey. Ninguna mierda de tu sala de juntas aquí. ¿O es una chica? Un buen
pedazo de trasero por fin está rompiendo tu serenidad. —Se burla, me incita. Funciona: lo pateo
hacia el lado en la parte media de su cuerpo y lanzo un puño una vez, luego dos veces, y se
tambalea hacia atrás, sus rastas volando.
—Métete en tus putos asuntos, Bastille.
—Uy, hemos encontrado la fuente del dolor —gruñe Claude con triunfo. De repente, lanza
un gancho, pero anticipo su acción y lo bloqueo, empujando con un puño y una patada. Salta de
nuevo esta vez, impresionado.
—Cualquiera que sea la mierda que está pasando en tu pequeño mundo privilegiado, Grey,
está funcionando. Vamos.
Oh, él está jodido. Me lanzo hacia él.
El tráfico es ligero en el camino a casa.
—Taylor, ¿podemos hacer un desvío?
—¿A dónde, señor?
—¿Puedes conducir pasando el apartamento de la señorita Steele?
—Sí, señor.
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Me he acostumbrado a este dolor. Parece que siempre está presente, igual que un zumbido
en los oídos. Durante las reuniones es silenciado y menos molesto; es solo cuando me encuentro
solo con mis pensamientos que se enciende y ruge dentro de mí. ¿Cuánto tiempo dura esto?
A medida que nos acercamos a su apartamento, mis latidos del corazón se aceleran.
Tal vez la veré.
La posibilidad es emocionante e inquietante. Y me doy cuenta de que no he pensado en
nada más que en ella desde que se fue. Su ausencia es mi compañera constante.
—Conduce lento —instruyo a Taylor mientras se acerca a su edificio.
Las luces están encendidas.
¡Ella está en casa!
Espero que esté sola, y extrañándome.
¿Habrá recibido mis flores?
Quiero comprobar mi teléfono para ver si me envió un mensaje, pero no puedo arrastrar mi
mirada de su apartamento; no quiero perder la oportunidad de verla. ¿Estará bien? ¿Estará
pensando en mí? Me pregunto cómo fue su primer día de trabajo.
—¿Una vez más, señor? —preguntaTaylor, mientras lentamente pasamos su edificio, y el
apartamento desaparece de la vista.
—No —exhalo; no me había dado cuenta de que había dejado de respirar. Mientras nos
dirigimos de nuevo al Escala reviso a través de mis correos electrónicos y textos, esperando algo
de ella… pero no hay nada. Hay un texto de Elena.
¿Estás bien?
Lo ignoro.
Está silencioso en mi apartamento; realmente no lo había notado antes. La ausencia de
Anastasia ha acentuado el silencio.
Tomando un sorbo de coñac, deambulo con indiferencia en mi biblioteca. Es irónico que
nunca le mostrara esta sala, dado su amor por la literatura. Espero encontrar algo de consuelo
aquí, ya que la habitación no tiene ningún recuerdo de nosotros. Examino todos mis libros,
cuidadosamente dejados de lado y catalogados, y mis ojos se deslizan por la mesa de billar. ¿Ella
jugará billar? Supongo que no.
Una imagen de ella abierta de brazos y piernas sobre la tela verde de la mesa viene a mi
mente. Puede que no haya ningún recuerdo de ella aquí, pero mi mente es más que capaz, y más
que dispuesta, para crear imágenes eróticas vivas de la encantadora señorita Steele.
No puedo soportarlo.
Tomo otro trago de coñac y salgo de la habitación.
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Martes, 7 de Junio de 2011
Estamos follando. Follando duro. Contra la puerta del baño. Ella es mía. Me pierdo en ella,
una y otra vez. En su gloria: sus caricias, su aroma, su sabor. Empuñando mi mano en su cabello,
sosteniéndola en su lugar. Sosteniendo su trasero, sus piernas envueltas alrededor de mi cintura.
No puede moverse, está sujeta por mí. Envuelta alrededor de mí como la seda. Sus manos tirando
mi cabello. Oh sí. Estoy en casa. Ella es mi hogar. Este es el lugar en el que quiero estar… dentro de
ella…
Ella. Es. Mia. Sus músculos están apretándose cuando se viene, contrayéndose a mi
alrededor, su cabeza hacia atrás. ¡Vente para mí! Le grito y la sigo… oh sí, mi dulce, dulce
Anastasia. Sonríe, soñolienta, satisfecha, y oh muy sexy. Se levante y me mira, con esa sonrisa
juguetona en sus labios, entonces me empuja y camina hacia atrás, sin decir nada. Agarro su mano
y estábamos en el cuarto de juegos. Estoy sujetándola en la mesa, subo mi brazo para castigarla,
cinturón en mano… y ella desaparece. Está en la puerta. Su rostro blanco, estupefacto y triste, en
silencio se va lejos… la puerta ha desaparecido, y ella no se detendrá. Tiende sus manos en suplica.
Acompáñame, susurra, pero moviéndose atrás, apenas visible… desapareciendo delante de mis
ojos… esfumándose… se fue. ¡No! Grito. No. Pero no tengo voz. No tengo nada. Estoy mudo.
Mudo… de nuevo.
Despierto, confundido.
Mierda, es un sueño. Otro vívido sueño.
Diferente, sin embargo.
¡Demonios! Soy un desastre pegajoso. En resumen, me siento es tan olvidada, pero familiar
sensación de miedo y regocijo, pero Elena no es mía ahora.
Jesucristo. Voy por el equipo de E.E.U.U. Esto no me sucede desde que tenía, ¿Qué?
¿Quince, dieciséis?
Me recuesto en la oscuridad, disgustado conmigo mismo. Me quieto la camiseta y me
limpio. Hay semen en todas partes. Me encuentro a mí mismo sonriendo con suficiencia en la
oscuridad. A pesar del ligero dolor de pérdida. El sueño erótico valió la pena. El resto de esto… al
demonio. Me doy la vuelta y vuelvo a dormir.
Él se fue. Mami está sentada en el sofá. Está quieta. Mira la pared y parpadea de vez en
cuando. Me paro frente a ella, pero no me mira, agito mi mano pero me despide lejos con la
mano. No, Maggot, no ahora. Él lastima a mami. Me lastima. Lo odio. Me hace desesperar mucho.
Es mejor cuando estamos solo mami y yo. Ella es mía entonces. Mi mami. Mi barriguita duele. Es
hambre de nuevo. Estoy en la cocina, buscando las galletas, coloco la silla en la despensa y me
subo en ella. Encuentro una caja de galletas saladas. Es la única cosa en la despensa. Me siento en
la silla y abro la caja. Quedan dos. Me las como. Saben bien. Lo escucho. Está de vuelta. Salto
abajo y corro a mi habitación y subo a la cama. Finjo estar dormido. Me empuja con su dedo.
Quédate ahí, pequeña mierda. Voy a follar a la puta de tu madre. No quiero ver tu maldita horrible
cara por el resto de la tarde. ¿Entiendes? Abofetea mi rostro cuando no respondo. O quemaré tu
pequeña polla. No. No. No me gusta eso. No me gusta ser quemado. Eso lastima. ¿Entiendes,
retardado? Lo sé y me hace llorar. Pero es difícil. No puedo hacer ruido. Me golpea con su puño.
Sobresaltado, me despierto de nuevo, y me recuesto jadeando a la luz del pálido amanecer,
esperando que mi corazón se ralentice lentamente no perder sabor agrio de lágrimas en mi boca.
Ella te salvó de esta mierda, Grey.
No reviviste el dolor de esos recuerdos cuando ella estaba contigo. ¿Por qué la dejaste ir?
Miro el reloj: cinco y quince. Hora de correr.
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Su edificio luce sombrío, aún está en la sombra, intacto por el sol de la temprana mañana.
Apropiado. Refleja mi estado de ánimo. Dentro de su apartamento está oscuro, incluso las cortinas
de la habitación que vi antes están recogidas. Debe ser su habitación.
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Martes, 7 de Junio de 2011
Estamos follando. Follando duro. Contra la puerta del baño. Ella es mía. Me pierdo en ella,
una y otra vez. En su gloria: sus caricias, su aroma, su sabor. Empuñando mi mano en su cabello,
sosteniéndola en su lugar. Sosteniendo su trasero, sus piernas envueltas alrededor de mi cintura.
No puede moverse, está sujeta por mí. Envuelta alrededor de mí como la seda. Sus manos tirando
mi cabello. Oh sí. Estoy en casa. Ella es mi hogar. Este es el lugar en el que quiero estar… dentro de
ella…
Ella. Es. Mia. Sus músculos están apretándose cuando se viene, contrayéndose a mi
alrededor, su cabeza hacia atrás. ¡Vente para mí! Le grito y la sigo… oh sí, mi dulce, dulce
Anastasia. Sonríe, soñolienta, satisfecha, y oh muy sexy. Se levante y me mira, con esa sonrisa
juguetona en sus labios, entonces me empuja y camina hacia atrás, sin decir nada. Agarro su mano
y estábamos en el cuarto de juegos. Estoy sujetándola en la mesa, subo mi brazo para castigarla,
cinturón en mano… y ella desaparece. Está en la puerta. Su rostro blanco, estupefacto y triste, en
silencio se va lejos… la puerta ha desaparecido, y ella no se detendrá. Tiende sus manos en suplica.
Acompáñame, susurra, pero moviéndose atrás, apenas visible… desapareciendo delante de mis
ojos… esfumándose… se fue. ¡No! Grito. No. Pero no tengo voz. No tengo nada. Estoy mudo.
Mudo… de nuevo.
Despierto, confundido.
Mierda, es un sueño. Otro vívido sueño.
Diferente, sin embargo.
¡Demonios! Soy un desastre pegajoso. En resumen, me siento es tan olvidada, pero familiar
sensación de miedo y regocijo, pero Elena no es mía ahora.
Jesucristo. Voy por el equipo de E.E.U.U. Esto no me sucede desde que tenía, ¿Qué?
¿Quince, dieciséis?
Me recuesto en la oscuridad, disgustado conmigo mismo. Me quieto la camiseta y me
limpio. Hay semen en todas partes. Me encuentro a mí mismo sonriendo con suficiencia en la
oscuridad. A pesar del ligero dolor de pérdida. El sueño erótico valió la pena. El resto de esto… al
demonio. Me doy la vuelta y vuelvo a dormir.
Él se fue. Mami está sentada en el sofá. Está quieta. Mira la pared y parpadea de vez en
cuando. Me paro frente a ella, pero no me mira, agito mi mano pero me despide lejos con la
mano. No, Maggot, no ahora. Él lastima a mami. Me lastima. Lo odio. Me hace desesperar mucho.
Es mejor cuando estamos solo mami y yo. Ella es mía entonces. Mi mami. Mi barriguita duele. Es
hambre de nuevo. Estoy en la cocina, buscando las galletas, coloco la silla en la despensa y me
subo en ella. Encuentro una caja de galletas saladas. Es la única cosa en la despensa. Me siento en
la silla y abro la caja. Quedan dos. Me las como. Saben bien. Lo escucho. Está de vuelta. Salto
abajo y corro a mi habitación y subo a la cama. Finjo estar dormido. Me empuja con su dedo.
Quédate ahí, pequeña mierda. Voy a follar a la puta de tu madre. No quiero ver tu maldita horrible
cara por el resto de la tarde. ¿Entiendes? Abofetea mi rostro cuando no respondo. O quemaré tu
pequeña polla. No. No. No me gusta eso. No me gusta ser quemado. Eso lastima. ¿Entiendes,
retardado? Lo sé y me hace llorar. Pero es difícil. No puedo hacer ruido. Me golpea con su puño.
Sobresaltado, me despierto de nuevo, y me recuesto jadeando a la luz del pálido amanecer,
esperando que mi corazón se ralentice lentamente no perder sabor agrio de lágrimas en mi boca.
Ella te salvó de esta mierda, Grey.
No reviviste el dolor de esos recuerdos cuando ella estaba contigo. ¿Por qué la dejaste ir?
Miro el reloj: cinco y quince. Hora de correr.
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Su edificio luce sombrío, aún está en la sombra, intacto por el sol de la temprana mañana.
Apropiado. Refleja mi estado de ánimo. Dentro de su apartamento está oscuro, incluso las cortinas
de la habitación que vi antes están recogidas. Debe ser su habitación.
Espero en Dios que ella esté durmiendo sola allí arriba. La imagino doblada en su cama de
metal blanca, una pequeña bola de Ana. ¿Está soñando conmigo? ¿Estoy en sus pesadillas? ¿Me
ha olvidado?
Nunca me había sentido así de miserable, ni siquiera cuando era adolescente. Tal vez antes
de ser un Grey… mi memoria hace espirales de bueno. No, no, no despierta. Esto es demasiado.
Tirando mi capucha apoyándome en la pared de granito; estoy escondido en la entrada del edificio
opuesto. El terrible pensamiento cruza mi mente ¿puede que esté aquí en una semana, un mes…
un año? mirando, esperando, solo para atrapar un vistazo de la chica que solía ser mía. Es
doloroso. Me convertí en lo que ella siempre me culpo de ser, su acosador.
No puedo seguir con esto. Tengo que verla. Ver que está bien. Necesito borrar la última
imagen que tengo de ella: herida, humillada, derrotada… y dejándome.
Tengo que pensar en una manera.
De vuelta en el Escala, Gail me mira impasiblemente.
—No pedí esto. —Miro al omelet que puso frente a mí.
—Lo tiraré, entonces, señor Grey —dice y alcanzo el plato. Sabe que odio desperdiciar, pero
no se asusta por mi fuerte mirada.
—Hizo eso a propósito, señora Jones. —Mujer entrometida.
Sonríe, con una pequeña sonrisa victoriosa. Frunzo el ceño, pero no me inmuto, y con el
persistente recuerdo de las pesadillas de anoche, devoro mi desayuno.
¿Podría solo llamar a Ana y decirle: hola? ¿Tomaría mi llamada? Mis ojos deambulan en el
planeador de mi escritorio. Pidió una ruptura limpia. Debería honrar eso y dejarla sola. Pero quiero
escuchar su voz. Por un momento medito llamándola y colgando, solo para escucharla hablar.
—¿Christian? ¿Christian estás bien?
—Lo siento, Ros, ¿qué fue eso?
—Estas muy distraído. Nunca te había visto así.
—Estoy bien. —Chasqueo.
Mierda concéntrate, Grey
—¿Qué estabas diciendo?
Ros me mira con desconfianza.
—Te estaba diciendo que SIP está en más problemas financieros de los que pensábamos,
¿estás seguro que quieres seguir adelante?
—Sí. —Mi voz es violenta—. Lo estoy.
—Nuestro equipo estará aquí esta tarde para los anunciar a los encargados el acuerdo.
—Bueno, ahora ¿qué es lo último de nuestra oferta para Eamon Kavanagh?
Me levanto pensativo, mirando hacia abajo a través de las persianas de madera hacia
Taylor, quien está estacionado fuera de la oficina de Flynn. Es tarde y aún estoy pensando en Ana.
—Christian, estoy más que feliz por tomar tu dinero y que mires fuera de la ventana, pero
no creo que la vista sea la razón de que estés aquí —dice Flynn.
Cuando giro mi rostro hacia él, está observándome con un aire de cortes anticipación.
Suspiro y me hago camino a su sofá.
—Las pesadillas están de vuelta, como nunca antes.
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Flynn levanta una ceja.
—¿Las mismas?
—Sí.
—¿Qué cambió? —Ladea su cabeza a un lado, esperando por mi respuesta. Cuando
permanezco callado, agrega—: Christian luces tan miserable como pecaminoso. Algo sucedió.
Me siento como cuando con Elena, parte de mí no quiere decirle, porque entonces es real.
—Conocí una chica.
—¿Y?
—Me dejó.
Luce sorprendido.
—Las mujeres te han dejado antes. ¿Cuál es la diferencia?
Lo miro con la mirada vacía.
¿Por qué esto es diferente? Porque Ana era diferente.
Mis pensamientos se hacen borrosos en un enredo colorido tapiz: ella no fue una sumisa.
No teníamos un contrato. Era sexualmente inexperta. Fue la primera mujer que quería que fuera
más que solo sexo. Cristo, todas las primeras experiencias con ella: la primera chica con la que
dormí a mi lado, la primera virgen, la primera que conoció mi familia, la primera que voló en el
Charlie Tango, la primera a la que agobié.
Sí… diferente.
Flynn interrumpe mis pensamientos.
—Es una pregunta simple Christian.
—La extraño.
Su rostro permanece amable y preocupado. Pero no me dice nada.
—¿Nunca habías extrañado a ninguna mujer con la que te has involucrado anteriormente?
—No.
—Así que, eso fue lo diferente sobre ella —cuestiona.
Suspiro, pero insiste.
—¿Tenías una relación contractual con ella? ¿Fue una sumisa?
—Esperaba que lo fuera. Pero no lo fue.
Flynn frunce el ceño.
—No entiendo.
—Rompí una de mis reglas. Perseguí a esta chica, pensando que estaría interesada, y resultó
que esto no era para ella.
—Dime qué pasó.
Las compuertas se abren y recuento los eventos del mes pasado, desde el momento en que
Ana calló en mi oficina hasta cuando me dejó el sábado en la mañana.
—Veo. Definitivamente has hecho mucho desde la última vez que hablamos. —Frota su
mentón mientras me estudia—. Hay muchas cuestiones aquí, Christian. Pero, ahora en lo único
que quiero que te concentres es en cómo te sentiste cuando ella te dijo que te amaba.
Inhalo bruscamente, mi estómago se contrayéndose con temor.
—Horrorizado —susurro.
—Por supuesto. —Sacudió su cabeza—. No eres el monstruo que crees ser. Eres más que
digno de cariño, Christian. Sabes eso. Te lo he dicho lo suficiente. Solo está en tu mente lo que no
eres.
Le doy una leve mirada, ignorando su cliché.
—¿Y cómo te sientes ahora? —pregunta.
Perdido. Me siento perdido.
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—La extraño. Quiero verla. —Estoy en el confesionario una vez más, admitiendo mis
pecados: la oscura, la oscura necesidad que tengo de ella, como si fuera una adicción.
—¿Así que a pesar de que, como lo percibes, ella no podía satisfacer tus necesidades, la
echas de menos?
—Sí. No es solo mi percepción, John. Ella no puede ser lo que quiero que sea, y no puedo ser
lo que ella quiere que yo sea.
—¿Estás seguro?
—Se fue.
—Se fue porque le pegaste con el cinturón. Si no comparte tus gustos, ¿la puedes culpar?
—No.
—¿Has pensado en intentar una relación a su manera?
¿Qué? Lo miro, sorprendido. Continúa:
—¿Encontraste las relaciones sexuales con ella satisfactorias?
—Sí, por supuesto —chasqueo, irritado. Ignora mi tono.
—¿Encontraste golpearla satisfactorio?
—Mucho.
—¿Te gustaría hacerlo de nuevo?
¿Hacerle eso de nuevo? ¿Y verla a irse otra vez?
—No.
—¿Y por qué es eso?
—Porque no es su escena. Lastimarla. Realmente lastimarla... y no puede... ella no... —Hago
una pausa—. No lo disfruta. Estaba enfadada. Jodidamente enfadada. —Su expresión, sus ojos
heridos, me atormentarán durante mucho tiempo... y no quiero volver a ser la causa de esa
mirada otra vez.
—¿Estás sorprendido?
Niego con la cabeza.
—Estabaenojada —susurro—. Nunca la había visto tan enojada.
—¿Cómo te hace sentir eso?
—Indefenso.
—Y eso es una sensación familiar —objeta.
—Familiar, ¿cómo? —¿Qué quiere decir?
—¿No te lo admites en absoluto? ¿Tu pasado? —Su pregunta me golpea fuera de balance.
Joder, hemos dado vueltas una y otra vez a esto.
—No, no lo hace. Es diferente. La relación que tenía con la señora Lincoln era
completamente diferente.
—No estaba refiriéndome a la señora Lincoln.
—¿A qué estabas refiriéndote? —Mi voz es baja pero tranquila, porque de repente veo a
dónde va con esto.
—Tú sabes.
Respiro en busca aire, por la impotencia y la rabia de un niño indefenso. Sí. La rabia. La
profunda indignante rabia... y el miedo. La oscuridad se arremolina furiosamente dentro de mí.
—No es lo mismo —siseo a través de los dientes apretados, me esfuerzo para mantener mi
temperamento.
—No, no lo es —admite Flynn.
Pero la imagen de su rabia viene indeseable a mi mente.
—¿Esto es lo que realmente te gusta? —¿Me, gusta esto?
Eso amortigua mi rabia.
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—Sé lo que estás tratando de hacer aquí, doctor, pero es una comparación injusta. Ella me
pidió mostrarle. Es una adultacon consentimiento, por el amor de Dios. Podría haber dicho las
palabras de seguridad. Podía haberme dicho que me detuviera. No lo hizo.
—Lo sé. Lo sé. —Levanta su mano—. Solo estoy ilustrando cruelmente un punto, Christian.
Eres es un hombre enojado, y tienes toda la razón de estarlo. No voy hacer un refrito de todo en
este momento, obviamente estás sufriendo y el punto central de estas sesiones es ir a un lugar
donde estés más cómodo contigo mismo en la aceptación. —Hace una pausa—. Esta chica...
—Anastasia —murmuro irritado.
—Anastasia. Obviamente, ha tenido un profundo efecto en ti. Su partida te ha provocado
problemas de abandono y el trastorno de estrés postraumático. Ella claramente significa mucho
más para ti de lo que estás dispuesto a admitirte a ti mismo.
Tomo una respiración profunda. ¿Es por eso que esto es tan doloroso? ¿Porque ella significa
algo más, mucho más?
—Tienes que centrarte en dónde es que quieres estar —continúa Flynn—. Y me parece que
quieres estar con esta chica. La extrañas. ¿Quieres estar con ella?
¿Estar con Ana?
—Sí —susurro.
—Entonces tienes que centrarte en ese objetivo. Esto se remonta a lo que he estado
golpeando en nuestras últimas sesiones de SFBT13. Si ella está enamorada de ti, como te dijo que
está, debe estar sufriendo, también. Así que repito mi pregunta: ¿has considerado una relación
más convencional con esta chica?
—No, no lo he hecho.
—¿Por qué no? —Porque nunca se me ocurrió que pudiera.
—Bueno, si ella no está dispuesta a ser tu sumisa, no se puede desempeñar el papel de
dominante.
Lo fulmino con la mirada. No es un papel, es quién soy. Y de la nada, recuerdo un correo
electrónicoanterior para Anastasia. Mis palabras: Lo que creo es que no te das cuenta que en las
relaciones Dominante/Sumisa es el sumiso quien tiene todo el poder. Eres tú. Te repito esto, eres tú
quien tiene todo el poder. No yo. Si ella no quiere hacerlo... entonces tampoco puedo.
La esperanza despierta en mi pecho…
¿Podría yo?
¿Podría tener una relación vainilla con Anastasia?
Mi cuero cabelludo hormiguea. Mierda. Posiblemente.
¿Si pudiera, me querría ella de vuelta?
—Christian, has demostrado que eres una persona extraordinariamente capaz, a pesar de
tus problemas. Eres una persona rara. Una vez que te centras en un objetivo, lo llevas adelante y
por lo general lo logras superando todas tus expectativas. Escuchándote hoy, está claro que te has
centrado en conseguir a Anastasia donde querías que ella fuera, pero no tomaste en cuenta su
inexperiencia o sus sentimientos. Me parece que te has enfocado en alcanzar tu objetivo que te
perdiste el viaje que estaban tomando juntos.
Destellos del mes pasado parpadean ante mí: su tropiezo en mi oficina, su vergüenza aguda
en Clayton’s, sus ingeniosos correos electrónicos sarcásticos, su boca inteligente, su risa, su
fortaleza tranquila y desafío, su coraje, y se me ocurre que he disfrutado cada minuto. Cada
enfurecimiento, cada segundo gracioso, distracción, humor, sensual, carnal de ella, sí, lo he hecho.
Hemos estado en un viaje extraordinario, nosotros dos, bueno, seguramente lo he hecho.
Mis pensamientos toman un giro más oscuro.
Ella no conoce las profundidades de mi depravación, la oscuridad en mi alma, el monstruo
debajo, tal vez debería dejarla en paz.
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No soy digno de ella. No puede amarme.
Pero justo cuando pienso las palabras, sé que no tengo la fuerza para permanecer lejos de
ella... si me aceptara.
Flynn llama mi atención.
—Christian, piensa en ello. Nuestro tiempo se acabó. Quiero verte en unos días y hablar a
través de algunos de los otros temas que has mencionado. Haré que Janet llame a Andrea y
concierte una cita. —Se pone de pie, y sé que es hora de marcharse.
—Me has dado mucho que pensar —le digo.
—No estaría haciendo mi trabajo si no lo hiciera. Solo unos días, Christian. Tenemos mucho
más de que hablar. Él me estrecha la mano y me da una sonrisa tranquilizadora, y me marcho con
una pequeña flor de esperanza.
De pie en el balcón, contemplo Seattle en la noche. Aquí estoy solo, lejos de todo. ¿Qué lo
llamó ella?
Mi torre de marfil.
Normalmente me parece tranquilo, pero últimamente mi paz mental ha sido destrozada por
una mujer joven de ojos azules.
—¿Has pensado en intentar una relación a su manera? —Las palabras de Flynn se burlan de
mí, sugiriendo tantas posibilidades.
¿La podría volver a conquistar? El pensamiento me aterra.
Tomo un sorbo de mi coñac. ¿Por qué me querría ella de regreso? ¿Podría alguna vez ser lo
que quiere que sea? No dejaré ir mi esperanza. Necesito encontrar una manera.
La necesito.
Algo me asusta, un movimiento, una sombra en la periferia de mi visión. Frunzo el ceño.
¿Qué...? Me dirijo hacia la sombra, pero no encuentro nada. Veo cosas ahora. Babeo el coñac y
regreso a la sala de estar.
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Miércoles, 8 de Junio de 2011
¡Mami! ¡Mami! Mami está dormida en el suelo. Ha estado dormida por mucho tiempo. La
sacudo. No se despierta. La llamo. No se despierta. Él no está aquí y mamá todavía no se
despierta.
Tengo sed. En la cocina, tiro de una silla hacia el fregadero y tomo un trago. El agua salpica
sobre mi suéter. Mi suéter está sucio. Mami todavía está dormida. ¡Mami, despierta! Todavía está
tumbada. Está fría. Voy a buscar mi mantita y cubro a mami y me acuesto en la pegajosa alfombra
verde al lado de ella.
Mi barriguita duele. Es hambre, pero mami está todavía dormida. Tengo dos autos de
juguete. Uno rojo. Otro amarillo. Mi auto verde ha desaparecido. Están por el suelo donde mami
está dormida. Creo que mami está enferma. Busco algo para comer. En el refrigerador encuentro
guisantes. Están fríos. Me los como despacio. Hacen que mi barriguitaduela. Me duermo al lado de
mami. Los guisantes se terminan. En el refrigerador hay algo. Huele raro. Lo lamo y mi lengua se
pega. Me lo como poco a poco. Sabe asqueroso. Bebo un poco de agua. Juego con mis autos y me
duermo al lado de mami. Mami está tan fría y ella no se despierta. La puerta chasquea abierta.
Cubro a mami con mi mantita.Joder. ¿Qué mierda ha pasado aquí? Oh, la jodida puta loca. Mierda.
Joder. Sal de mi camino, tú, pequeña mierda. Él me patea y golpeo mi cabeza en el suelo. Mi
cabeza duele. Él llama a alguien y se va. Bloquea la puerta. Me acuesto al lado de mami. Mi cabeza
duele. La chica policía está aquí. No. No. No. No me toques. No me toques. No me toques. Me
quedo con mami. No. Aléjate de mí. La chica policía tiene mi mantita y me agarra. Grito. Mami.
Mami. Las palabras desaparecen. No puedo decir palabras. Mami no puede oírme. No tengo
palabras.
Me despierto con la respiración pesada, tomando enormes bocanadas de aire,
comprobando mis alrededores. Oh, gracias a Dios, estoy en mi cama. Lentamente el miedo se
desvanece. Tengo veintisiete, no cuatro. Esta mierda tiene que parar.
Solía tener mis pesadillas bajo control. Tal vez una cada dos semanas pero nada como esto,
noche tras noche.
Desde que ella se fue.
Me giro y me acuesto sobre mi espalda, mirando al techo. Cuando ella dormía a mi lado, yo
dormía bien. La necesito en mi vida, en mi cama. Ella era el día de mi noche. Voy a conseguir
tenerla de vuelta.
¿Cómo?
—¿Has pensando en probar una relación a su manera?
Ella quiere corazones y flores. ¿Puedo darle eso? Frunzo el ceño, intentando recordar los
momentos románticos en mi vida… Y no hay ninguno… Excepto con Ana. El ―más‖. El planeador y
el IHOP, y llevarla en el Charlie Tango.
Tal vez puedo hacer esto. Me dejo llevar por el sueño, el mantra en mi cabeza: Ella es mía.
Ella es mía… Y la huelo, siento su piel suave, pruebo sus labios y escucho sus gemidos. Exhausto,
caigo en un sueño erótico lleno de Ana.
Me despierto de repente. Mi cuero cabelludo se estremece, y por un momento creo que lo
que me trastornó es más externo que interno. Me siento y froto mi cabeza y despacio escaneo la
habitación.
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A pesar del sueño carnal, mi cuerpo se ha comportado. Elena estaría satisfecha. Ella me
mandó mensajes ayer, pero Elena es con la última persona con la que quiero hablar. Hay solo una
cosa que quiero hacer ahora mismo. Me levanto y tiro de mi equipo de correr.
Voy a comprobar a Ana.
Su calle está tranquila excepto por el murmullo de un camión de reparto y el silbido
desafinado de un solitario paseador de perros. Su apartamento está oscuro, las cortinas de su
habitación están cerradas. Mantengo una silenciosa vigilancia desde mi escondido de acosador,
mirando fijamente a las ventanas y pensando. Necesito un plan, un plan para ganármela de vuelta.
Cuando las luces del amanecer brillan en su ventana, subo el volumen de mi iPod, con Moby
resonando en mis oídos corro de regreso a Escala.
—Tomaré un croissant, señora Jones.
Ella se queda inmóvil sorprendida y alzo una ceja.
—¿Mermelada de albaricoque? —pregunta, recuperándose.
—Por favor.
—Le calentaré un par para usted, señor Grey. Aquí está su café.
—Gracias, Gail.
Sonríe. ¿Es solo porque voy a tomar croissants? Si eso la hace feliz, debería tomarlas más a
menudo.
En el asiento de atrás del Audi, planeo. Necesito reunirme cerca y personalmente con Ana
Steele, para empezar mi campaña para ganármela. Llamo a Andrea, sabiendo que a las siete
quince de la mañana ella no estará en su escritorio todavía y dejo un mensaje de voz:
—Andrea, tan pronto como llegue, quiero repasar mi agenda para los próximos días. —Ahí,
paso uno en mi ataque es para hacer tiempo en mi agenda para Ana. ¿Qué demonios se supone
que estoy haciendo esta semana? En este momento, no tengo ni idea. Normalmente estoy en esta
mierda, pero últimamente he estado todo sobre el lugar. Ahora tengo una misión en la que
concentrarme. Puedes hacer esto, Grey.
Pero en el fondo, deseo que tenga el valor en mi convicción. La ansiedad se despliega en mi
estómago. ¿Puedo convencer a Ana que me tome de vuelta? ¿Me escuchará? Eso espero. Esto
tiene que funcionar. La extraño.
—Señor Grey, he cancelado todos sus eventos sociales para esta semana, aparte de uno
para mañana, no sé de qué se trata. Su calendario dice Portland, eso es todo.
¡Sí! ¡El jodido fotógrafo!
Le sonrío a Andrea, y sus cejas se alzan en sorpresa.
—Gracias, Andrea. Eso es todo por ahora. Envíeme a Sam.
—Claro, señor Grey. ¿Le gustaría un poco más de café?
—Por favor.
—¿Con leche?
—Sí. Café con leche. Gracias.
Ella sonríe amablemente y se va.
¡Eso es! ¡Mi entrada! ¡El fotógrafo! Ahora… ¿Qué hacer?
Mi mañana ha sido consecutivas reuniones, y mi equipo me ha estado mirando
nerviosamente, esperando que explotase. De acuerdo, ese ha sido mi modus operandi por los
últimos días, pero hoy me siento claro, calmo y presente; capaz de lidiar con todo.
Ahora es la hora de comer, mi trabajo con Claude ha ido bien. El único contratiempo es que
no hay más noticias de Leila. Todo lo que sabemos es que ella ha metido la pata con su marido y
que podría estar en cualquier lugar. Si ella se asoma, Welch la encontrará.
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Estoy hambriento. Olivia deja un plato en mi escritorio.
—Su sándwich, señor Grey.
—¿Pollo y mayonesa?
—Uhm…
La miro fijamente. Ella simplemente no lo entiende.
Olivia ofrece una inepta disculpa.
—Dije pollo con mayonesa, Olivia. No es tan difícil.
—Disculpe, señor Grey.
—Está bien. Solo váyase. —Ella se ve aliviada, pero se lanza para salir de la habitación.
Llamo a Andrea.
—¿Señor?
—Venga aquí.
Andrea aparece en el marco de la puerta, viéndose calma y eficiente.
—Deshágase de esa chica.
Andrea se endereza.
—Señor, Olivia es la hija del Senador Blandino.
—No me importa si es la Reina de la jodida Inglaterra. Sáquela de mi oficina.
—Sí, señor. —Traga.
—Consiga a alguien más para ayudarle —le ofrezco en un tomo amable. No quiero
enemistarme con Andrea.
—Sí, señor Grey.
—Gracias. Eso es todo.
Ella sonríe y sé que está de regreso a bordo. Es una buena asistente personal. No quiero que
se vaya porque estoy siendo un idiota. Ella sale, dejándome con mi sándwich de pollo —sin
mayonesa—, y mi plan de campaña.
Portland.
Sé la forma de mandar un correo electrónico para empleados de SIP. Creo que Anastasia
responderá mejor en escrito; ella siempre lo hace. ¿Cómo empiezo?
Querida Ana.
No.
Querida Anastasia.
No.
Querida señorita Steele.
¡Mierda!
Media hora después todavía estoy mirando fijo a la vacía pantalla del ordenador. ¿Qué
demonios digo?
Vuelve… ¿por favor?
Perdóname.
Te echo de menos.
Vamos a intentarlo a tu manera.
Pongo mi cabeza en mis manos. ¿Por qué es esto tan difícil?
Mantenlo simple, Grey. Solo corta la mierda.
Tomo una profunda respiración y tecleo un correo electrónico. Sí… esto lo hará. Andrea me
llama.
—La señora Bailey está aquí para verle, señor.
—Dígale que espere.
Cuelgo y me tomo un momento, y con mi corazón martilleando, presiono enviar.
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De: Christian Grey
Asunto: Mañana
Fecha: Junio 8, 2011 14:05
Para: Anastasia Steele
Querida Anastasia
Perdona esta intromisión en el trabajo. Espero que esté yendo todo bien. ¿Recibiste mis
flores?
Me he dado cuenta de que mañana es la inauguración de la exposición de tu amigo en la
galería, y estoy seguro de que no has tenido tiempo de comprarte un auto y eso está lejos. Me
encantaría acompañarte… Si te apetece.
Házmelo saber.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Miro mi bandeja de entrada.
Y miro.
Y miro… Mi ansiedad creciendo con cada segundo que pasa.
Me levanto, camino de un lado a otro por la oficina, pero eso me aleja de lacomputadora.
De regreso en mi escritorio, compruebo mi correo electrónico otra vez.
Nada.
Para distraerme a mí mismo, trazo mi dedo a lo largo de las alas de mi planeador.
Por el amor de Dios, Grey. Controlate.
Vamos, Anastasia, contéstame. Ella siempre ha sido tan rápida. Compruebo mi reloj… dos
con nueve de la tarde.
¡Cuatro minutos!
Todavía nada.
Levantándome, me paseo alrededor de mi oficina una vez más, mirando a mi reloj cada tres
segundos, o así se siente.
Para las dos con veinte estoy desesperanzado. Ella no va a contestar. Realmente debe
odiarme… ¿quién puede culparla?
Entonces escucho un silbido de un correo electrónico. Mi corazón colapsa en mi garganta.
¡Demonios! Es de Ros, diciéndome que ha vuelto a su oficina. Y entonces allí está, en mi
bandeja de entrada, la línea mágica: De: Anastasia Steele.
De: Anastasia Steele.
Asunto: Mañana.
Fecha: Junio 8, 2011 14:25.
Para: Christian Grey.
Hola Christian.
Gracias por las flores; son preciosas.
Sí, te agradecería que me acompañaras.
Gracias.
Anastasia Steele.
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP.
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El alivio fluye a través de mí; cierro mis ojos, saboreando el sentimiento.
¡SÍ!
Leo cuidadosamente su correo electrónico buscando pistas, pero como usual no tengo ni
idea de qué pensamientos están detrás de sus palabras. El tono es suficientemente amigable, pero
eso es todo. Solo amigable.
Carpe diem, Grey.
De: Christian Grey.
Asunto: Mañana.
Fecha: Junio 8, 2011 14:27.
Para: Anastasia Steele.
¿A qué hora quieres que te recoja?
Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
No tengo que esperar por mucho.
De: Anastasia Steele.
Asunto: Mañana.
Fecha: Junio 8, 2011 14:32.
Para: Christian Grey.
La exposición de José se inaugura a las siete y media de la tarde. ¿Qué hora te parece bien?
Anastasia Steele.
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP.
Podríamos ir con el Charlie Tango.
De: Christian Grey. Pág in a 657
Asunto: Mañana.
Fecha: Junio 8, 2011 14:34.
Para: Anastasia Steele.
Querida Anastasia.
Portland está bastante lejos. Debería recogerte a las cinco cuarenta y cinco de la tarde.
Tengo muchas ganas de verte.
Christian Grey.
Presidente de Grey
Enterprises Holdings Inc.
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De: Anastasia Steele.
Asunto: Mañana.
Fecha: Junio 8, 2011 14:38.
Para: Christian Grey.
Te veo entonces.
Anastasia Steele.
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP.
Mi campaña para ganármela está en camino. Me siento eufórico, la pequeña flor de
esperanza es ahora un cerezo japonés floreciendo.
Llamo a Andrea.
—La señorita Bailey regresó a su oficina, señor Grey.
—Lo sé, me envió un correo electrónico. Necesito a Taylor aquí en una hora.
—Sí, señor.
Cuelgo. Anastasia está trabajando para un tipo llamado Jack Hyde. Quiero saber más sobre
él. Llamo a Ros.
—Christian. —Ella suena enfadada. Dura.
—¿Tienes acceso a los archivos de los empleados de SIP?
—No todavía. Pero puedo conseguirlos.
—Por favor. Hoy si puedes. Quiero todo lo que tengan sobre Jack Hyde, y cualquiera que
trabaje con él.
—¿Puedo preguntar por qué?
—No.
Se queda en silencio por un momento.
—Christian, no sé lo que te está pasando recientemente.
—Ros, solo hazlo, ¿de acuerdo?
Suspira.
—De acuerdo. Ahora, ¿podemos tener nuestra reunión sobre la propuesta del astillero de
Taiwán?
—Sí. Tuve una llamada importante que hacer. Me tomó más de lo que pensé.
—Iré en seguida.
Cuando Ros se marcha la sigo fuera de la oficina.
—Estatal de Washington el próximo viernes —le digo a Andrea, quien garabatea el
recordatorio en su cuaderno.
—¿Y voy volar en el aparato de la empresa? —Ros burbujea con entusiasmo.
—Helicóptero —la corrijo.
—Lo que sea, Christian. —Pone sus ojos en blanco mientras entra en el ascensor, y eso me
hace sonreír.
Andrea mira a Ros irse y después me da una mirada expectante.
—Llame a Stephan, volaré a Charlie Tango a Portland mañana por la tarde y necesitaré que
él lo regrese a Boeing Field —le digo a Andrea.
—Sí, señor Grey.
No veo ninguna señal de Olivia.
—¿Se ha ido?
—¿Olivia? —pregunta Andrea.
Asiento.
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—Sí. —Parece aliviada.
—¿A dónde?
—Finanzas.
—Bien pensado. Eso mantendrá al Senador Blandino fuera de mi espalda.
Andrea se ve satisfecha ante el elogio.
—¿Está buscando alguien más que le ayude aquí? —pregunto.
—Sí, señor. Voy a ver a tres candidatas mañana por la mañana.
—Bien. ¿Está Taylor aquí?
—Sí, señor.
—Cancele el resto de mis reuniones para hoy. Voy a salir.
—¿Salir? —chilla sorprendida.
—Sí. —Sonrío—. Salir.
—¿A dónde, señor? —pregunta Taylor, mientras me estiro en el asiento de atrás de la
camioneta.
—A Mac Store.
—¿Al noreste cuarenta y cinco?
—Sí. —Voy a comprarle a Ana un iPad. Me inclino hacia atrás en mi asiento, cierro mis ojos y
contemplo qué aplicaciones y canciones voy a descargar e instalar para ella. Podría escoger Toxic.
Sonrío con suficiencia ante el pensamiento. No, no creo que esa sería popular con ella. Se
enfadaría como el demonio y por primera vez en un tiempo el pensamiento de que se enfade me
hace sonreír. Enfadada como lo estuvo en Georgia, no como el pasado sábado. Me muevo en mi
asiento; no quiero recordar eso. Vuelvo mis pensamientos a la elección de posibles canciones,
sintiéndome más animado de lo que he estado en días. Mi teléfono suena, y el ritmo de mi
corazón salta.
¿Me atrevo a esperar?
E: Oye. Idiota. ¿Cerveza?
Infiernos. Un mensaje de mi hermano.
C: No. Ocupado.
E: Siempre estás ocupado.
Me voy a Barbados mañana.
Para, ya sabes, RELAJARME.
Te veo cuando regrese.
¡¡¡Y vamos a tener esa cerveza!!!
C: Hasta luego, Lelliot. Buen viaje.
Ha sido una tarde divertida, llena de música. Una jornada nostálgica a través de mi iTunes,
haciéndole una lista de reproducción a Anastasia. La recuerdo bailando en mi cocina; ojalá supiera
lo que había estado escuchando. Se veía graciosa y completamente adorable. Eso fue después de
que la follé por primera vez.
No. ¿Después de que le hice el amor por primera vez? Ninguno de los términos se siente
bien.
La recuerdo apasionadamente rogando la noche que la presenté a mis padres.
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Quiero que me hagas el amor. Cuán impactado estuve por su simple afirmación y todavía
todo lo que ella quería era tocarme. Tiemblo ante el pensamiento. Tengo que hacerla comprender
que esto es un límite duro para mí, no puedo tolerar ser tocado.
Sacudo mi cabeza. Te estás adelantando a ti mismo, Grey. Tienes que cerrar este trato
primero. Compruebo la inscripción en el iPad.
Anastasia: Esto es para ti.
Sé lo que quieres escuchar.
La música aquí lo dice por mí.
Christian
Tal vez esto funcionará. Ella quiere corazones y flores; tal vez esto llegará cerca. Pero sacudo
mi cabeza, porque no tengo idea. Hay tanto que quiero decirle a, si me escucha. Y si no, las
canciones lo dirán por mí. Solo espero que me permita la oportunidad de dárselo.
Pero si no le gusta mi proposición, si a ella no le gusta el pensamiento de estar conmigo,
¿qué haré? Puede que solo sea un conveniente viaje a Portland. El pensamiento me deprime,
mientras me encamino hacia mi habitación por un muy necesitado de sueño.
¿Me atrevo a tener esperanza?
Maldita sea. Sí, me atrevo.
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Jueves, 9 de Junio de 2011
La doctora levanta sus manos. No voy a hacerte daño. Necesito revisar tu barriguita. Aquí.
Me da una fría, cosa redonda y me deja jugar con él. Lo pones en tu barriguita, y no voy a tocarte y
puedo escuchar tu barriguita. La doctora es buena… La doctora es mami.
Mi nueva mami es bonita. Es como un ángel. Un ángel médico. Acaricia mi cabello. Me gusta
cuando me acaricia el cabello. Me permite comer helado y pastel. No grita cuando encuentra el
pan y manzanas escondidos en mis zapatos. O debajo de mi cama. O bajo mi almohada. Cariño, la
comida va en la cocina. Solo encuéntrame o a papá cuando tengas hambre. Señala con tu dedo.
¿Puedes hacer eso?
Hay otro niño. Lelliot. Es molesto. Así que le doy un puñetazo. Pero a mi nueva mami no le
gustan las peleas. Hay un piano. Me gusta el sonido. Me detengo en el piano y presiono las teclas
blancas y las negras. El ruido de la negra es extraño. La señorita Kathie se sienta al piano conmigo.
Es profesora de las notas blancas y negras. Tiene el cabello largo y castaño y se parece a alguien
que conozco. Huele a flores y pastel de manzana recién horneado. Huele bien. Hace que el piano
suene bonito. Es amable conmigo. Sonríe y toco el piano. Sonríe y soy feliz. Sonríe y ella es Ana.
Hermosa Ana, sentada conmigo mientras toco una fuga, un preludio, un adagio, una sonata.
Suspira, apoyando su cabeza en mi hombro, y sonríe. Me encanta escucharte tocar, Christian. Te
amo, Christian.
Ana. Quédate conmigo. Eres mía. Te amo, también.
Me despierto, con un sobresalto.
Hoy, la recuperaré.
Fin
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