LAUDATIO DEL DOCTORANDO D. ALFONSO CANALES PÉREZ QUE PRONUNCIA EL DOCTOR D. CRISTÓBAL CUEVAS EN APOYO DE LA PETICIÓN DE CONCESIÓN DEL SUPREMO GRADO DE LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA Excma. y Magfca. Sra. Rectora Excmas. e Ilmas. Autoridades Compañeras y compañeros de Universidad Amigas y amigos todos: Yo quisiera que las reflexiones que voy a hacer trazaran un perfil integral de Alfonso Canales, sin podar su frondoso ramaje artístico y humano. Porque hay muchos que simplifican su complejidad. Como pedía para sí Fernando de Herrera, hay que dejar de llamarle "el poeta" a secas, con olvido de su honda condición de humanista. Ya dijo en 1808 Niethammer que hay un humanismo histórico -que se extiende en España desde fines del siglo XV a la primera mitad del XVI-, y un humanismo intelectual y estético que aparece en diversas épocas, en cenáculos intelectuales y hasta en individuos únicos. Tal es el caso de quien nuestra Universidad va a acoger en su seno como Doctor honoris causa. El humanismo aparece en Alfonso como una aspiración a desarrollar lo positivo que hay en el hombre. De ahí su antropocentrismo, su ideal de armonía, su respeto al canon, su atención a las ciencias y las artes, su criticismo racionalista, su bibliofilia y su amor por la academia como tertulia docta, promotora de buenas publicaciones. A lo largo de los años ha conseguido ser un perito en las artes del espacio –arquitectura, escultura y pintura–, un melómano ejemplar, y un fino catador de aromas, paladares y tactos. En fin, frente al desprecio de lo humano de Inocencio III o Tomás de Kempis enaltece, como Pico della Mirándola o Pérez de Oliva, la dignidad de ser hombre. Nunca ha sido Alfonso un asceta. Se niega a sacrificar la naturaleza a prejuicios seudo-espiritualistas. Tampoco la desvaloriza como Plinio, considerándola no madre, sino madrastra. Piensa, en cambio, que es bueno cuanto forma parte de ella, y que, aunque existan el dolor y la tragedia, la naturaleza puede darnos felicidad si la asumimos correctamente. En ese sentido, el ideal de moderación se equilibra en su obra con el de la fruición y el éxtasis. Desde tales perspectivas, la figura de Alfonso Canales cobra su dimensión cabal. Nacido en Málaga en 1923, inicia en Granada la carrera de Filosofía y Letras y culmina la de Derecho, se doctora en éste y ejerce como fiscal y abogado. Amplía estudios en las universidades de París y Salamanca. Ya entonces asume su condición de universitario, que se prolongará en sus esfuerzos para que se fundara nuestra Universidad, con la que ha colaborado siempre con préstamos de libros, consejos a graduandos, participación en tribunales de tesis doctorales, concursos literarios para escritores noveles, etc. Su condición de jurista, por otra parte, le integra en la corriente del humanismo forense –recuérdese su traducción de la Lex Flavia Malacitana–, uniendo el rigor legal con la belleza y precisión expresivas, en el marco de la "jurisprudencia elegante" al modo francés y holandés. Y es que, como dicen Manuel García Garrido y Federico Fernández de Buján, estos estudios dan al jurista un manejo ejemplar de los recursos retórico-dialécticos del lenguaje. A ello contribuye su familiaridad con las materias filológicas, en las que profundiza como investigador y docente. A sus estudios en Granada se une durante veintisiete años su condición de profesor de Literatura y Comentario de Textos en general y de Historia del Teatro en particular, con cursos monográficos sobre Cervantes y otros clásicos españoles o foráneos. Si a esto unimos su amplísima lectura, su curiosidad insaciable y su amor por la bibliofilia –Alfonso es dueño de una de las mejores bibliotecas de Andalucía–, se precisa aún más su dimensión de humanista moderno. Su conocimiento de lenguas aparece en sus espléndidas versiones al castellano. De la literatura neolatina traslada en 1957 la leyenda de los enamorados de Antequera siguiendo el De rupe duorum amantium de Lorenzo Valla. Vierte del inglés treinta poemas de Cummings, cuatro de Blay, dos de Wright, etc. Lo mismo hace con multitud de textos clásicos o modernos. Con criterios que entroncan con fray Luis de León, sus versiones aúnan la fidelidad al espíritu y a la forma del original, lejos del prejuicio italiano del traduttore-traditore. Como amante de las artes, redacta su exquisito Velázquez ensayista. Como erudito es autor de Málaga en la poesía, Pintores del XIX, Barros del XIX, o El chanquete, brillante cala en la ictionimia mediterránea. Gran conversador, en la tradición mediterránea que fluye de Sócrates a nuestros días, Alfonso practica una inteligente mayéutica que brilla por ironía y agudeza. Sus amistades, siempre selectas, alcanzan a Dámaso Alonso, Jorge Guillén y otros poetas del Veintisiete, además de Camilo J. Cela, José Aº Muñoz Rojas o Manuel Alcántara. Como valedor de nuestro Museo de Bellas Artes y Director de la Sala de Exposiciones de la Caja de Antequera merece el elogio que Garcilaso hizo de Severo en su Égloga III: "Él, lleno de alborozo y de alegría, / sus ojos mantenía de pintura". Conoce cuanto de artístico hay en Málaga, y defiende siempre lo valioso, en especial los restos arqueológicos y su restauración responsable. Pero Alfonso Canales –ya lo dijimos al principio–, es conocido sobre todo por su condición de poeta. Ha publicado más de treinta obras en verso, entre las que destacan Momento musical, Gran fuga –como el famoso Cuarteto de Beethoven–, Sobre las horas, Décimas en tono menor, Réquiem andaluz, Navidades juntas –todas con ecos mélicos presentes ya en Nocturno mayor de José Asunción Silva o en Sonatina y en Sinfonía en gris mayor de Rubén Darío–. Recordemos, por otra parte, la Vida de Antonio, Reales sitios, El año sabático, Ocasiones y réplicas, El edificio, El Puerto, El canto de la Tierra, Port-Royal, El Candado o Aminadab. ¿Cuáles forman su legado decisivo? Muchos se inclinan por este último trío. Todo va en gustos, y no faltan quienes defienden otras opciones razonadas. Como hemos visto, los títulos de los poemarios de Alfonso Canales esconden un misterio que busca provocar en el lector el efecto sorpresa. Así sucede, por ejemplo, con Aminadab, suegro de Aarón según el Éxodo; en el Cantar de los cantares se alude a la increíble velocidad de sus carros de guerra, lo que delata la excepcional pericia que alcanzó en su manejo; S. Juan de la Cruz lo presenta como figura del Demonio –y del mal, en general– al final del Cántico espiritual en una perspectiva enigmática. Antonio es el gran anacoreta de la Tebaida –compañero de Pacomio, Pafnucio, Tritemio, María Egipcíaca y Simeón Estilita–, torturado por alucinantes incitaciones carnales, compañero de S. Pablo Ermitaño, a quienes cada día sustenta un cuervo con un pan –Velázquez pintó genialmente la escena–, y sepultado en la arena con ayuda de un león; todos ellos aparecen en la Leyenda Áurea de Jacobo de Vorágine, en el Prado espiritual de Santoro y en las Vidas de santos del P. Ribadeneira. Port-Royal, en fin, es la abadía jansenista a la que Pascal, muy joven, se retira para practicar un cristianismo tan radical, adusto y desengañado que Racine llegó a decir que, a sus 39 años, había muerto de viejo. De la pluma de Alfonso han salido lúcidas páginas de metapoética. Sin olvidarlas, creo que su estética radica en una inspiración que brota de la razón, transida de emoción y axiología. Esa razón está ya en la Poética de Aristóteles, y tras recorrer mil vericuetos, vuelve a vislumbrarse en la razón pura de Kant y en la razón vital de Ortega, hasta culminar en la razón poética de María Zambrano. "El conocimiento poético –escribe nuestra pensadora– se logra por un esfuerzo al que le sale a mitad de camino la realidad. Su verdad no es alézeia, sino revelación graciosa y gratuita: razón poética". Por eso Juan Ramón Jiménez pedía precisamente a la Inteligencia "el nombre exacto de las cosas". La razón pura sería un mecanismo agónico que se obstina en auparse a razón lírica. Según la teoría de Pius Servien, precisada por Matila C. Ghyka, el lenguaje lírico se caracteriza por su imposible adecuación al lenguaje prosaico, su polisemia, su vibración rítmica y su recurso a palabras poéticas por naturaleza o contigüidad. La meta de la locución artística es, en fin, la de elevarse a lirismo. Cualquier lector de Alfonso Canales percibe estos enfoques como fundantes de sus mejores poemas. En lo estilístico, éstos incorporan con mesura la estética de la oscuridad, tan estudiada por los especialistas de la cultura barroca. De acuerdo con este enfoque, sus poemas buscan, no muchos lectores, sino los exigentes y entendidos. Creo que nuestro poeta, como el mismo Juan Ramón, se dirige "A la minoría siempre". La falta de ascetismo de Alfonso Canales se extiende sobre todo a sus poemas, ricos en audacias de estilo y retórica, pero rechazando que "sean –como dice él mismo– una mera pirueta, un mero ejercicio circense con el que intentamos demostrar nuestras habilidades". Siguiendo su ideal integrador, no suscribe definiciones reduccionistas de la poesía, como la machadiana: "Ni mármol duro y eterno, ni música ni pintura, sino palabra en el tiempo". Menos aún acepta la "poesía pura", hecha utopía en unos conocidos versos de León Felipe: "Deshaced ese verso, quitadle los caireles de la rima, el metro, la cadencia y hasta la idea misma. Aventad las palabras, y si después queda algo todavía, eso será la poesía". Olvidando tales postulados, los poemas de Alfonso incorporan rasgos simbolistas, parnasianos, modernistas, vanguardistas y surrealistas, hasta ahora no bien estudiados ni en su cuantía, ni en su complejidad, ni en su función poética. En todo caso, sus versos nacen en buena parte de una actitud lúdica. Él mismo confesó con humor en 1970 que el poeta "nunca sabe lo que se trae entre manos"; en esa actitud se inserta José Aº Muñoz Rojas, quien en La voz que me llama (2005), constata: "Jugando con palabras siempre estoy / sin saber dónde terminan por llevarme"; Jaime Gil de Biedma, por su parte, incluye en Moralidades (1966) su perspicaz boceto "El juego de hacer versos". Los poemas del autor de El Candado exhiben además un léxico rico y preciso, una retórica 'andaluza' –nunca folclorista–, docta sin afectación, unas alusiones y elusiones intencionadas, una métrica libre –en la Vida de Antonio, admite que "intenta no desprenderse de la prosa"–, unas pausas y cesuras certeras, y una ancha disponibilidad para que cada uno los interprete a su gusto. A la postre, la gran poesía se entiende mejor con el corazón que con la cabeza. Para demostrarlo basta con hojear su poemario. En el movimiento quinto de "Un navío en la sombra" leemos los siguientes dísticos: [Dios] "es nuestro creador y la criatura de lo creado. Finge promociones para luego habitarlas. Desnacemos al tiempo que nacemos. Todo brotó del agua, y nos navega un navío en la sombra". Yo, para gustar estos versos, "me los tengo que soñar". Así entiendo, en confuso, que el poeta bucea en problemas como el del nacimiento del hombre, el curso de su vida y sus postrimerías, y sospecho que el "yo poético" que me interpela es, como diría Dámaso Alonso, la voz de un poeta razonablemente "arraigado". Esto no impide que desoiga con frecuencia al Leibnitz de la Teodicea o al Jorge Guillén de "Beato sillón", y siga a Job, al Voltaire de Cándido o al Rubén Darío de "Lo fatal" al afirmar que "este bravo mundo / no está bien hecho". Y que cuando escribe: "me estoy arrepintiendo de haber nacido" coincida con La vida es sueño de Calderón para el cual "el delito mayor / del hombre es haber nacido". Descubrimos así que lo que nos dice Canales en los dísticos citados es que Dios es nuestro creador, pero a la vez, y en cierto sentido, nuestra criatura. Si él nos ha dado el ser, nosotros le damos la forma usando el molde de nuestra inteligencia, nuestros sentimientos y nuestra imaginación. Dios es nuestro arquitecto y nuestra arquitectura, pues nos ha hecho –y lo hacemos– a nuestra respectiva imagen y semejanza. "Finge" es, a mi parecer, un cultismo semántico, que significa 'hace', 'moldea', como el fingere latino. "Promociones" significa 'generaciones de hombres', 'seres en quienes establecer su morada'–. "Desnacemos / al tiempo que nacemos" recuerda textos quevedescos, y hasta las "Coplas de Jorge Manrique" cuando dice que, en la vida, "partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos". La palabra "desnacemos" significa 'nos volvemos atrás del nacimiento', es decir, 'perdemos la existencia en el momento mismo de adquirirla'. Por lo demás, estos dos versos reproducen el diseño retórico de Jorge Manrique: "Desnacemos / al tiempo que nacemos", dice Alfonso; "y llegamos / al tiempo que fenecemos", afirma Manrique. En ambos casos, tetrasílabo más octosílabo, con el principio de verso "al tiempo que" y la rima en "–emos": "nacemos / fenecemos". El dístico final –"Todo brotó del agua, y nos navega / un navío en la sombra"– parece evocar en su principio un inicio de parto, y en su conjunto el Génesis, cuando dice que al comienzo de la Creación "el espíritu de Dios volaba sobre las aguas". "Nos navega" significaría 'nos transporta por el mar', como el latín navigare en Ulpiano. En resumen, el texto que hemos elegido significaría: 'Dios y nosotros nos hemos creado mutuamente. Él nos hace como tiendas donde albergarse, aunque nosotros tengamos una duración efímera. Todo ha nacido del agua y una nave, con destino desconocido, nos lleva por las tinieblas.' Mi prosificación es personal y nada dogmática, pero la polisemia de lo escrito por Alfonso me permite interpretarlo de esa manera. La obra lírica de Canales es admirable en la integridad de su arquitectura, y lo es en sus detalles menores. El discurso corre ágilmente sobre encabalgamientos con técnica de taracea, siendo muy rara la esticomitia. Asombra la cantidad y calidad de sus "versos desprendidos", es decir, aquellos que se sacan de contexto y brillan en su escueta desnudez, muchas veces paradójica. He aquí una corta muestra: —"Nadie llora a los muertos que no nacieron nunca" —"... proclaman / que todo es fin, antes de ser principio" —"Tal vez seamos / nadies que nacen, nadies que respiran" —"Dios existe / y está azul, como tú si te desnudas" —"Y del párpado surge / una pestaña de metal" —"... una música deseosa de oídos" —"la terrible semilla de un árbol de silencio" Como buen humanista, Alfonso Canales –"milagro de una generación sin suerte", según Guillermo Carnero– ha sido premiado con una corona. Pero como es moderno, ésta no es de laurel. La forman los juicios, siempre laudatorios, de críticos como el propio Carnero, Carmen Conde, Pere Gimferrer, Enrique Molina Campos –llamado alguna vez por Canales su "crítico predilecto"–, José Antonio Muñoz Rojas, Jaime Siles, Mª del Pilar Palomo, Francisco del Pino Calzacorta, Francisco Umbral y, desde hace dos semanas, Antonio Gómez Yebra que le ha publicado una bella antología. Este decenario podría ampliarse mucho. En 1994 la lista (incompleta) llenaba ocho páginas de la edición de Pilar Palomo. Y luego está la corona de distinciones y honores recibidos: Académico Correspondiente por Andalucía de la Real Academia Española, Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia, Académico Numerario –y después Presidente– de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Premio Nacional de Literatura en 1965, Premio de la Crítica en 1973, Hijo Predilecto de Málaga en 2002, miembro de prestigiosos jurados de literatura y arte, protagonista de innumerables lecturas públicas de sus poemas –Alfonso Canales es uno de los más perfectos decidores de verso que conozco–, conferenciante sabio y ameno, y un larguísimo etcétera que es imposible detallar. Tras estas reflexiones creo que nuestra Universidad recibe hoy en su claustro a un universitario de singulares dotes humanas, artísticas y científicas. En un tiempo en que tanto abunda la indocumentación y la frivolidad, la figura de Alfonso Canales enriquece nuestros puntos de vista con el rigor de su inteligencia, su saber y su auctoritas. Yo, que me precio de su amistad, de su caballeroso trato y de su altura de miras, me sentiré siempre orgulloso de haberlo apadrinado. Y guardaré en mi memoria las muestras de deferencia y afecto que de él he recibido a lo largo de más de treinta años de comunicarlo asiduamente.