Homenaje a Antonio Machado

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Título: Homenaje a Antonio Machado
A los 75 años de su muerte en el exilio
Autora portada: Ciara Ríos
Presentación: Carlos Rascón
Selección: Francisco Vélez Nieto
Edición digital: luzcultural.com
2
Homenaje a Antonio Machado
A los 75 años de su muerte en el exilio
"Porque mis vacaciones se acaban,
sin remedio volveré a mi rincón de los desamparados ..."
Antonio Machado
Esta antología rinde un pequeño homenaje al que fuera uno de los mejores
poetas de nuestro tiempo, Antonio Machado, profesor, escritor, compositor
teatral y sobretodo, poeta.
Humanista e intelectual dotado de una enorme sensibilidad, y que en leguaje
cotidiano sus poemas expresan tanta belleza y hermosura que aun hoy
continúan emocionando a quien los lee.
Te invitamos a que entres en esta antología, un bosque de palabras cautivas,
en la que cada página, como si fuera un sendero te llevará a cada uno de los
poetas y escritores que han participado en este libro y te dedican a ti con todo
su afecto.
Carlos Rascón
3
¿Mí corazón se ha dormido?
¿Mí corazón se ha dormido?
Colmenares de mis sueños,
¿ya no labráis? ¿Está seca
la noria del pensamiento,
los cangilones vacíos,
girando, de sombra llenos?
No; mi corazón no duerme.
Está despierto, despierto.
Ni duerme ni sueña; mira,
los claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha
a orillas del gran silencio.
Antonio Machado
4
Los Machado
Van entrando en tu vida. Primero, don Antonio, el viejo maestro cansado,
fotografiado en las Salesas con su torpe aliño indumentario, el jardinero de
versos de mis diecisiete años, el agua de la fuente, sobre la piedra tosca y de
verdín cubierta; el zahorí de estampas que volverán con el tiempo, y muerto
Abel, junto a una mancha carmín; el que sabe grabarnos el paisaje en el alma
y sabe hacernos ver más allá del paisaje, diagnosticar, Castilla miserable,
ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora; el maestro
que nos lleva de la mano, campo adelante, y nos enseña el ejemplo de la
encina, que brota derecha o torcida con esa humildad que cede sólo a la ley de
la vida, que es vivir como se puede. El jardinero de la terca esperanza,
minúscula, indestructible, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu
rama verdecida. El escribano de su propia agonía en los recuerdos de sueño,
fiebre y duermevela de Abel Martín, ¿soy yo el sambenitado, señor verdugo?
-Sí.
En el desgarrón de un soneto aparece su padre, aún joven. Lee, escribe,
ojea sus libros y medita. Se levanta; va hacia la puerta del jardín. Pasea, a
veces habla solo, a veces canta.
El padre Machado, dedicado a escuchar la voz del
pueblo, la verdad del pueblo, no en los libros, en
las coplas, en los cantares, los decires, los refranes.
Con una atención y un respeto heredados de su
madre, doña Cipriana, la abuela Cipriana que
recogía ya coplas y romances en los campos de la
España de Isabel II.
5
De ahí viene una de las raíces del texto machadiano, de la abuela Cipriana,
hija de un liberal desterrado un tiempo en Francia, de donde volvió
consecuente con sus verdades, las que están depositadas en el fondo del saber
popular y hay que saber encontrarlas poniendo un oído atento. Vuelve a
Sevilla, su cuna, casada con el tercer Machado, el abuelo Machado, don
Antonio, joven catedrático formado en países europeos que busca casa y la
encuentra en el palacio del marqués de Montefuerte, entre la Plaza del Duque
y la calle de las Palmas, hoy Jesús del Gran Poder. Una casa blasonada, con
cadenas que aún perduran, porque allí debió pernoctar el rey Fernando VII,
declarado demente—por no guillotinarlo-- en la iglesia de al lado, San
Hermenegildo. Allí vive el abuelo Machado varios años, hace buenas migas
con sus vecinos del cuartel de la Gavidia, donde entre los oficiales se mueven
los ayacuchos que quieren una corona sometida a la norma constitucional. Ese
enorme palacio, que tiene fachada a la plaza de la Gavidia, será convertido en
Gobierno militar obligando al abuelo Machado a buscar otro domicilio.
Mientras, en la Universidad, con Federico de Castro y Federico Rubio,
conspira, suma voluntades, firma manifiestos y prepara unos apuntes,
clandestinos, donde da las primeras nociones de las ideas evolucionistas de
Darwin.
Una tarde nublada de septiembre de 1868, el abuelo Machado, miembro de
la Junta Revolucionaria, ve salir por la puerta del cuartel de la Gavidia al
general Izquierdo, a caballo, con la bandera de España en la mano, que se
dirige al Ayuntamiento para tomar posesión de la ciudad sublevada.
Allí, el general habrá de aceptar un pacto con el poder civil de la Junta, y
con el pacto un decálogo ejemplar, que publica al día siguiente la prensa: la
consagración del sufragio universal y libre como fundamento de la legitimidad;
la libertad absoluta de imprenta, sin deposito ni fianzas; la abolición de la pena
6
de muerte; la abolición de las quintas; la abolición de la Constitución bastarda
que nos venía rigiendo...
En ese mismo espacio, delante del cuartel de la Gavidia, sesenta y ocho
años más tarde, otro general sublevado contra la II República, Queipo de
Llano, hará leer el primer decreto aboliendo las libertades, clausurando los
sindicatos, iniciando la convulsa etapa de la Guerra Civil entre cuyas víctimas
destaca, ejemplar en su obra y en su vida, el poeta Antonio Machado.
Antonio Cascales
7
El olmo seco de Machado
A Antonio Machado
El olmo seco de Machado,
desde su tronco viejo
y su rama verdecida,
me lleva a una niñez
que no quiero verla dormida.
Aquellos versos,
analizados en una clase
de lengua y literatura,
pertenecen a esa textura
que envuelve los regalos de mi vida.
El olmo seco de Machado,
con su telas grises de arañas
y su ejercito de hormigas,
dibuja una sombra
en el campo de mis recuerdos
con forma de pizarra y tiza.
Olmo hendido por el rayo,
antes que la corriente del olvido
nos arrastre hacia la deriva,
mi corazón espera
otro milagro de la poesía.
Fran Nuño
8
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril
y el sol de mayo
Antonio Machado
Retrato de Antonio Machado en el café de Las Salesas
9
A dónde fueron los pájaros que poblasen
de trinos tu sombra.
Qué fue de tu savia fecunda,
aquélla que anegó el viento
de efluvios ancestrales.
Manso reposa tu tronco
entre hojas mortecinas
y un aluvión de sueños cubre la tristeza
de aquella savia, siempre tuya
signo de antiguos vestigios
que profieren lenguas de mar
o la raíz de astros reverdecidos
que emergieron de tus tentáculos,
para acuñar horas venideras.
En el deambular de los siglos cimbrean umbelas,
sombra unísona, que contempla epitafios,
desde el verde acerado de tus hojas.
Paloma Fernández Gomá
( Algeciras )
10
Hacedme un Duelo de Labores y Esperanzas
ANTONIO MACHADO Y LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
1.- La Institución Libre de Enseñanza en la intelectualidad decimonónica.
Orígenes.
Surge la Institución Libre de Enseñanza en 1876, con el deseo de
transformar la realidad socioeducativa y cultural de España, auspiciada por las
ideas de catedráticos, políticos y pensadores como Joaquín Costa,
Hermenegildo Giner de los
Ríos, Augusto González de
Linares y los fundamentales
ideólogos
del
proyecto:
Francisco Giner de los Ríos
(catedrático de Filosofía del
Derecho),
Gumersindo
de
Azcárate y Nicolás Salmerón
(catedrático
de
Metafísica),
apartados de la carrera docente
por el gobierno conservador de Antonio Cánovas del Castillo en 1875 al
defender la libertad política, religiosa y moral desde sus cátedras
universitarias1. Esta expulsión2 les obliga a crear una nueva institución en la
que pudiesen poner en práctica sus ideales docentes trabajando en todos los
niveles formativos3, provocando un regeneracionismo pedagógico que
transcendía lo meramente instructivo; buscaba la renovación integral de la vida
española construyendo una educación integral, activa, unificada, gradual e
implicada en el entorno paisajístico y cultural. Se trata de una concepción
pedagógica fundada en la educación global del ser humano, desde una
1
El gobierno canovista, con la restauración borbónica en 1875, había prohibido cualquier crítica al dogma
católico o a la monarquía. Siendo ministro de Fomento Manuel Orovio –del que dependía Instrucción Pública2
Aunque fue repuesto en 1881, con el gobierno de Sagasta.
3
Empezaron por la universidad y después organizaron centros de educación primaria y secundaria.
11
perspectiva científica y ética, con la ambición de mejorar la sociedad en su
conjunto y desde distintos ámbitos, pues sus impulsores formaban parte de la
intelectualidad mejor formada en diferentes campos del saber (filosofía,
medicina, derecho, etc.), lo que facilitaba que pudiera calar en diversos
sectores de la sociedad decimonónica.
Ideológicamente,
en
palabras
de
Castillejo4,
la
ILE
“recibió
inspiraciones de Kant y Rousseau; recogió el sentido de unidad de Hegel y la
síntesis de Naturaleza y Espíritu de Schelling, aceptó el proceso de formación
del derecho en la conciencia del pueblo, que la escuela histórica de Savigny
había desentrañado; aprovechó las conquistas del positivismo y de la
Sociología, el análisis psicológico de Wundt, la dirección idealista de la
escuela teológica y la solidez armónica del sistema de Krause” (Castillejo,
1926). Es decir, en palabras de López Morillas, una suerte de “racionalismo
pragmático” (López Morillas, 1988) con claras influencias de las ideas de Sanz
del Río.
Aprovechando el artículo 24 de la Constitución española de 1876 que
permitía centros educativos, siempre y cuando respetasen las normas morales e
higiénicas, Francisco Giner de los Ríos elaboró los estatutos fundacionales 5 y
consiguió que se vinculasen al proyecto intelectuales de todas las esferas del
conocimiento. En cuanto a la financiación, corría a cargo de la burguesía
liberal6, lo que les dejaba las manos libres en cuanto a modelo educativo, tal y
como se desprende del artículo 15:
La Institución Libre de Enseñanza es completamente ajena a todo
espíritu e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político;
proclamando tan sólo el principio de la libertad e inviolabilidad de la ciencia,
4
José Castillejo fue discípulo directo de Francisco Giner de los Ríos.
Aprobados el 31 de mayo de 1876.
6
Eran unos quinientos accionistas.
5
12
y de la consiguiente independencia de su indagación y exposición respecto de
cualquiera otra autoridad que la de la propia conciencia del profesor, único
responsable de sus doctrinas (Institución Libre de Enseñanza, 1876).
Se trataba de construir una sociedad distinta y, para ello, había que
elaborar una nueva pedagogía, transformar la educación desde los pilares
esenciales.
En palabras del propio Giner de los Ríos pronunciadas en un discurso
de inauguración de curso,
La Institución no pretende limitarse a instruir, sino cooperar a que se
formen hombres útiles al servicio de la Humanidad
y de la patria. Para esto, no desdeña una sola
ocasión de intimar con sus alumnos. Sólo de esta
suerte, dirigiendo el desenvolvimiento del alumno
en todas las relaciones, puede con sinceridad
aspirarse a una acción verdaderamente educadora
en aquellas esferas donde más apremia la necesidad
de redimir nuestro espíritu: desde la génesis del
carácter moral, tan flaco y enervado en una nación
indiferente a su ruina, hasta el cuidado del cuerpo, comprometido como tal vez
en ningún pueblo culto de Europa, por una indiferencia nauseabunda; el
desarrollo de la personalidad individual, nunca más necesario que cuando ha
llegado a su apogeo la idolatría de la nivelación y de las grandes masas; la
severa obediencia a la ley, contra el imperio del arbitrio, que tienta a cada
hora entre nosotros la soberbia de gobernantes y de gobernados; el sacrificio
ante la vocación, sobre todo el cálculo egoísta, único medio de robustecer en
el porvenir nuestros enfermizos intereses sociales; el patriotismo sincero, leal,
activo, que se avergüenza de perpetuar con sus imprudentes lisonjas males
13
cuyo remedio parece inútil al servil egoísta; el amor al trabajo, cuya ausencia
hace de todo español un mendigo del Estado o de la vía pública; el odio a la
mentira, uno de nuestros cánceres sociales, cuidadosamente mantenido por
una educación corruptora; en fin, el espíritu de equidad y tolerancia, contra el
frenesí de exterminio que ciega entre nosotros a todos los partidos,
confesiones y escuelas (Giner, VII-50-51).
Y dentro de este modo de entender el mundo se forma la nueva
intelectualidad para el siglo XX, entre ellos, Fernando Giner de los Ríos (que
era su sobrino), Julián Besteiro, Pedro Corominas, Bernaldo de Quirós, Juan
Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Américo Castro, Gregorio Marañón,
Alberto
Jiménez
Fraud…
Y, naturalmente,
los
hermanos Manuel y Antonio Machado.
2.- Mi juventud, veinte años en tierras de Castilla.
Antonio Machado en Madrid.
Después de su infancia sevillana (mi infancia son
recuerdos de un patio de Sevilla/ y de un huerto claro
donde madura el limonero), se marcha la familia del
joven Antonio Machado a Madrid en septiembre de
1883 tras los pasos del abuelo, el prestigioso biólogo Antonio Machado y
Núñez (1815-1896), que había logrado una Cátedra en la Universidad Central
y que tan vinculado estuvo a los krausistas y a la Institución Libre de
Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, con quien mantenía una espléndida
relación7.
Por esa razón, el
futuro escritor empieza su
7
Tanto como para protestar renunciando a su cátedra en la universidad de Sevilla en 1875, cuando Cánovas
del Castillo expulsó de la Universidad a Giner, Salmerón y Azcarate.
14
bachillerato en 1889 dentro de la Institución Libre de Enseñanza, marcado por
valores que van a quedar expuestos a lo largo de su trayectoria poética:
laicismo, racionalismo, aprecio del esfuerzo, interés por la tradición y el
folclore popular, amor a la naturaleza y aprendizaje mediante el diálogo.
Dentro de estos planteamientos acaba sus estudios de bachiller en 1900, pues a
la par, iba desarrollando una fructífera formación literaria y de conexión con
los principales autores de su tiempo (Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez,
Valle-Inclán, etc.). A partir de ahí completa su formación como profesor de
francés, y obtiene una cátedra de profesor de instituto en 1906, tarea a la que
dedicará su vida en distintos destinos profesionales (primero en Soria8, luego
en Baeza9, Segovia10 y, finalmente el Instituto San Isidro en Madrid11).
Lo que resulta claro es que, a lo largo de su trayectoria tanto literaria
como docente, Machado recordó con entusiasmo la manera en que le marca la
ILE:
“En mí no hay otro bagaje de cultura que el adquirido en mis años
infantiles, de los 9 a los 19, en que viví con esos santos varones de la
Institución Libre de Enseñanza”. Desde esos postulados éticos -y también
estéticos- fundados, como decimos, en el trabajo y el esfuerzo constante se
construye la poliédrica personalidad de Antonio Machado.
3.- El ideario de Giner de los Ríos en la trayectoria de Antonio
Machado.
A la muerte de Francisco Giner de los Ríos, que se produjo el 17 de
febrero de 1915, le dedica Antonio Machado dos textos al maestro: uno en
8
1907-1912.
1912-1919.
10
1919-1932.
11
1932-1936.
9
15
verso y otro en prosa. El texto en prosa, titulado rotundamente “Francisco
Giner de los Ríos” y publicado en la revista Idea Nueva el 23 de febrero de
191512, resulta menos conocido que el poema CXXXIX, nominado “Cuando se
fue el maestro...” y aparecido en el primer número de la revista España13 con
posterioridad, aunque, según ha demostrado Jorge Campos (1964: 59-64),
seguramente se escribieron simultáneamente como se puede constatar por el
contenido. De tener que quedarnos con uno, la semblanza más amplia y
dinámica del texto en prosa resulta más oportuna a nuestros fines de
comprender la manera en que el poeta sevillano interpretaba la cosmovisión
pedagógico-filosófica del insigne catedrático
malagueño al que siempre consideró su
maestro desde su clara concepción del
término, expresada en carta a Ortega y
Gasset en 1912:
La palabra maestro es para mí
sagrada y nunca la empleo de forma
equívoca. Al llamarle maestro, le digo hoy, lo que acaso le llamen a V.
mañana, cuando haya dejado de serlo.[…] el maestro es el que influye en el
alma del prójimo14.
El alma de Antonio Machado queda marcada indeleblemente por la
atractiva personalidad de don Francisco y su amor a la enseñanza, siempre
invistiendo de un aura de autoridad al “viejo alegre de la vida santa”, como lo
denomina en un momento del poema, y definiendo a los docentes de la
Institución Libre de Enseñanza como “santos varones”.
12
También se publicó en El Porvenir castellano (4 de marzo de 1915) y en el Boletín de la Institución Libre de
Enseñanza (XXXIX, 664: 220-221).
13
El 26 de marzo de 1915, p. 7.
14
Carta de 10 de julio de 1912. Publicada en Obras Completas, II: 1514.
16
En el texto, tal y como aclara Chiappini, “encontramos los dos extremos
del magisterio gineriano: el testimonio de la doctrina y la experiencia y la
celosa cordialidad en el centro (que son, por otro lado, núcleo típicamente
machadiano)” (1989: 168).
No obstante el influjo de la Institución Libre de Enseñanza se percibe en
otros escritos de carácter no literario, como el titulado “Sobre Pedagogía”
(publicado en El Liberal en marzo de 1913), en el que analiza una conferencia
de Manuel Bartolomé Cossío15 –por quien sentía gran admiración- a propósito
de la necesidad de enviar a los maestros mejor preparados a las escuelas con
mayores dificultades (esto es: las que contaban con menores medios en los
pueblos perdidos). A propósito de esta cuestión, Antonio Machado asevera:
Cuando
afirmamos
que
España
necesita,
decimos
algo
tan
incontrovertible como vago, algo que equivale a proclamar la salud como una
necesidad imprescindible para los enfermos. Que les echen salud a los
enfermos, pan a los hambrientos y cultura a los analfabetos. Muy bien. Pero
todos sabemos que el enfermo es algo más que la enfermedad, y que la
enfermedad no es, sencillamente, falta de salud, sino algo que es preciso
estudiar en el paciente ... También sabemos que el cerebro de un ignorante no
es, ni mucho menos, una página en blanco. Atrevámonos a afirmar que
tampoco hay una ignorancia, sino muchas, y que es preciso descender al
ignorante para conocerlas ... En suma, es preciso acudir al analfabeto, y no
precisamente para medirle el cráneo, sino para enterarse de lo que tiene
dentro (2001:322).
Y dice más en este relevante análisis que viene a marcar su postura sobre
la educación:
15
Titulada “Problemas actuales de la educación nacional”, se pronunció el 20 de febrero de 1913 en el Ateneo
de Madrid.
17
Pero no basta con enviar maestros es preciso enviar también investigadores
del alma campesina, hombres que vayan no sólo a enseñar sino a aprender.
[…] A esa labor de europeizar a España, tan insistentemente aconsejada por
el egregio Costa, y que hoy tiene una expresión práctica y concreta en la Junta
para Ampliación de Estudios, que manda al extranjero jóvenes estudiosos,
hemos de darle su necesario complemento con esta otra labor, no menos
fecunda, de los investigadores del alma popular (2001: 322).
Se trataba, según el planteamiento machadiano, de enseñar a pensar, de
estimular el alma de las gentes, de acercar la educación a los rincones más
perdidos de una España esencialmente rural en aquel momento, en la que los
índices de analfabetismo no es que fueran alarmantes. Es que eran
profundamente deprimentes (en 1910 era 50,6%; y en 1920, 43,3%) y
condicionaban que el poder lo ostentaran los caciques y los curas. El sentido
estaba claro:
[…] si la ciudad no manda al campo verdaderos maestros, sino solo
guardias civiles y revistas de toros, el campo mandará sus pardillos y
abogados de secano, sus caciques e intrigantes a las cumbres del poder, y los
mandará también a las academias y a las universidades (2001: 322).
Y eso no auguraba precisamente un porvenir glorioso, más al contrario.
Sólo abrir las mentes, fomentar el pensamiento, trabajar de forma constante y
realista, podía salvarnos de la decadencia y la mediocridad.
Por eso resulta cardinal tener en cuenta su valiosa colaboración en las
Misiones Pedagógicas, donde puso fundamental interés en la organización del
Teatro del Pueblo y del Retablo de Fantoches, que dejan patente su
compromiso con la educación como patrimonio de todas las clases sociales, no
sólo para las élites, como aclara en Los complementarios: “No soy partidario
18
del aristocraticismo de la cultura, en el sentido de hacer de ésta un privilegio
de casta. La cultura debe ser para todos, para llegar a todos” (2001:88). Todo
ello, evidentemente, muy en la línea de la Institución Libre de Enseñanza y del
humanismo laico de su maestro primigenio de conciencia clara y luminosa,
Giner de los Ríos. Y buscando, con el maestro Giner, que cada persona
aportase sus ideas y su trabajo, elaborado a partir de la reflexión serena
dirigida por docentes bien formados, su individualidad “para poner el sello de
nuestra alma en nuestras obras” (2001: 322). Para construir entre todos el
imprescindible y siempre soñado nuevo florecer de España.
4.- Conclusiones
La escritura y trayectoria vital de Antonio Machado queda marcada
indeleblemente por los principios fundacionales de la Institución Libre de
Enseñanza –matizados por la influencia que tiene en su pensamiento
Unamuno, Ortega y Gasset e, incluso, más tangencialmente Joaquín Costa-. Su
compromiso ético le lleva a defender la necesaria reforma educativa para un
país con un insostenible porcentaje de analfabetismo. De ahí la necesidad de
enviar a los maestros mejor formados a los ámbitos rurales (donde ese
analfabetismo alcanzaba sus mayores cotas) fomentando un intercambio o un
aprendizaje bidireccional: por un lado, los maestros hacia estas clases
campesinas; por el otro, las clases campesinas funcionaban como un ámbito de
aprendizaje de costumbres y folclore tradicional a fin de conocer “el alma
popular”. El papel del maestro lo define en pocas palabras en un artículo
publicado en El País el 4 de junio de 1917 dedicado al catedrático de Teoría de
las Artes de la Universidad de Granada, Domínguez Berrueta, quien promovió
varias excursiones de estudios con sus alumnos entre los que se encontraba
Federico García Lorca: “la formación de unos cuantos hombres capaces de
pensar, de sentir y de trabajar, de unos cuantos valores humanos es todo lo más
y todo lo menos que puede pedirse a un maestro” (Machado, Obras
Completas). Unos maestros que, siguiendo la senda de Giner, fueran capaces
19
de enseñar a pensar, a “utilizar nuestros propios sesos para el uso a que por
naturaleza están destinados” (Machado, Obras Completas). Y todo ello ajeno,
claro, al dogmatismo y al aprendizaje memorístico y mecánico, potenciando el
diálogo socrático en esta nueva pedagogía experimental.
Sólo de esta manera, con el trabajo sereno y perseverante como el del
herrero que, infatigable, forja los metales en el yunque, entendía Antonio
Machado la verdadera regeneración de una nación que vivía anclada en el
recuerdo de un pasado glorioso que ya no era más que una sombra y un sueño
perdido en los polvorientos anaqueles del tiempo.
Remedios Sánchez García
Universidad de Granada
5.- Bibliografía
- Campos, J. (1964). “Antonio Machado y Giner de los Ríos. Comentario a un texto
olvidado”. La Torre, XII, 45-46, pp. 59-64.
- Castillejo, J. (1926). Prólogo. En Giner, F. Obras Completas, Vol. XIII, Resumen
de Filosofía del Derecho. Madrid: La Lectura.
- Chiappini, G. (1989). “Los Elogios de Campos de Castilla como hipótesis
experimental. El CXXXIX a don Francisco Giner de los Ríos entre poesía y prosa”. En
VV.AA. Antonio Machado hoy, 1939-1989. Coloquio Internacional. Madrid: Casa
Velázquez. Ed. de Paul Aubert, pp. 165-184.
- Giner de los Ríos, F. Obras completas: Vol. II. 1916. Madrid, Espasa Calpe; Vol.
VII. 1922. Madrid, La Lectura; Vol. XII. 1925. Madrid, La Lectura; Vol. XVII. 1927.
Madrid, Espasa Calpe.
- Institución Libre de Enseñanza (1986). Bases y Estatutos de la Institución Libre de
Enseñanza. Juntas directiva y facultativa. Madrid: ILE.
- López Morillas, J. (1988). Racionalismo pragmático. El pensamiento de Francisco
Giner de los Ríos. Madrid: Alianza.
- Machado, A. (1989). Obras completas, Madrid: Espasa Calpe. Ed. de Oreste Macrí
y Gaetano Chiappini.
20
- Machado, A. (2001). Prosas dispersas (1893-1936). Madrid: Páginas de Espuma.
Ed. de Jordi Doménech.
Clases al aire libre en el Instituto-Escuela de la Institución Libre de Enseñanza
Carta abierta para Antonio Machado
Cuando estudiaba en el Bachillerato
debatí con mi padre algunas veces
ante un libro de Lengua
si era mejor poema el de “Castilla”
escrito por tu hermano
o el “Olmo seco” que me emocionaba.
El distinguía muchos más valores
en lo noble del Cid, en su destierro,
21
su firme decisión ante la niña
que le hablaba en la puerta
de aquel rey vengativo si ofrecían
cobijo al caballero y su mesnada.
Yo estaba descubriendo, con tu olmo,
el valor de unos versos. Proclamaban
la grandeza que puede contenerse
en un árbol podrido que retoña,
en arañas y hormigas que lo pueblan
y en sus manchas de musgo amarillento.
Y me iban confirmando tus palabras
que nunca necesita la poesía
de grandes personajes ni elocuencias
ni gestos de heroísmo.
Para ella es suficiente
tan sólo la impresión que da el espejo
de lo que nos rodea
de la hondura que brota al reflejarnos
en las cosas sencillas
y el sentimiento puro
de lo que es cotidiano ante los ojos:
La luz, el cielo, el campo y el paisaje
que nos produce un pálpito distinto
al ver volar un pájaro
o el discurrir del agua por el río
o contemplar, llenando la mirada
esos montes violetas a lo lejos.
22
He sido fiel a ti desde esos años
que me he reconocido en tu mensaje.
¡Cuántas horas en “Campos de Castilla”!
Soñaba con la curva de ballesta
trazada por el Duero
con las quiebras desnudas, con los chopos,
los cárdenos alcores
y las calvas roquedas de caliza…
Tardes de soledad con “Soledades”
compartiendo en el libro tus recuerdos
luminosos de infancia
el dolor de los días
la añoranza de todo lo perdido…
Gustando tus “Proverbios y Cantares”
y las nuevas canciones de esperanza
que escribiste a Guiomar.
-Pilar de Valderrama – en lejanía.
Siempre te quise, Antonio.
Amé desde muy joven tu poemas
tu nobleza callada de hombre bueno
y hasta el momento amargo
de marcharte de aquí, casi desnudo,
por los caminos de una España herida
para dejar tu cuerpo en otra tierra.
Hoy declaro mi amor sobre tu tumba
y en mi pecho retoña, como siempre,
la rama verdecida de aquel olmo
lamido por el Duero.
23
Ana María Romero Yedra
Antonio Machado, por José Machado (1937)
Machado en Segovia, Celan en Bremen, lugares que
un tiempo habitaron hombres y libros.
Hace setenta y cinco años que un hombre bueno, un poeta
extraordinario, murió nada más pisar las tierras del exilio al que le llevó el
fascismo asesino. Es tiempo para recordar que con él murió una España que en
las primeras décadas del siglo XX intentó cambiar su vieja y prolongada
historia: catolicismo inquisitorial, corrupción caciquil, ejército represor, pueblo
sumido en la ignorancia, devastación económica y cultural bajo el signo de
monarcas, aristócratas, señores
feudales, oligarcas
y banqueros tan
explotadores como incultos y reaccionarios. Y fuerzas policiales, cuerpos
armados represivos, como la guardia civil, especializados en perseguir, torturar
y encarcelar a quienes intentaban alzarse contra Estados tan crueles como
24
decadentes, alejados de la regeneración democrática que con mayor o menor
fortuna sacudía Europa Setenta y cinco años después todavía decimos con
Machado que ni el ayer ha muerto ni está el mañana escrito.
Segovia, ciudad donde nací y pasé mi infancia y parte de mi
adolescencia, me abrió los ojos a la luz cuando ya los franquistas empujaban a
Machado hacia la muerte. En Segovia, Antonio Machado, los Zambrano, otros
ilustres seguidores de
la Institución Libre de Enseñanza fueron quienes con
su ejemplo alumbraron mi caminar en la vida por los caminos opuestos a la
terrible Dictadura de la represión y el miedo que nos envolvía. Pienso en ellos,
y los veo en los paisajes que yo recorría de niño: hablando en un café de la
plaza Mayor, paseando por las sendas que conducen al Alcázar entre edificios
de belleza no truncada por el silencio y el abandono que les envolvía, parados
ante los árboles que buscan las aguas del Clamores y del Eresma para refrescar
a quienes buscan la sombra en el dulce estío de la ciudad, internándose por la
Fuencisla hacia el camino que conduce a Santa María de Nieva, tomando un
vino en la Venta de Abantos o asomándose al Terminillo mientras cruzan ideas
sobre el desarrollo y actividades de la Universidad Popular que han fundado,
preparan la llegada de intelectuales al servicio de la República que ofrecerán
palabras y debates en el teatro Juan Bravo a los segovianos ávidos de nuevos
pensamientos para desarrollar sus acciones transformadoras, preparación de
cursos de filosofía, literatura, arte que eleven el nivel cultural de los
ciudadanos… y todo envuelto en vientos de amistad, solidaridad, utopía
auténticamente social y revolucionaria, es decir, impulsar la libertad y
enriquecimiento humanístico de la que tan ajenos estaban a comienzos del
siglo XX los hombres y los pueblos de España.
De diciembre de 1919 a junio de 1932, y de lunes a viernes, salvo en
periodos no lectivos que residenciaban a Machado en Madrid, impartía clases
Antonio Machado en el Instituto situado al final de la calle Ochoa Ondátegui,
25
donde yo nací. Y en la plaza contigua del Salvador habitó un tiempo María
Zambrano.
Con Antonio Machado, con el padre de quién sería otra exiliada y una
de las más inteligentes pensadoras de España
de todos los tiempos y con su hermana
Araceli, viviría María el 14 de abril de 1931.
Cuando ella y Machado ascienden por la
calle Real hacia la Plaza Mayor, en cuyo
balcón del Ayuntamiento el poeta participará
en la colocación de la bandera republicana,
contemplan entre la riada de manifestantes a
un hombre de corta estatura, con los brazos
abiertos y el pecho asomando entre la blanca
y entreabierta camisa, que grita una y otra
vez: Viva, viva la república. María le dice a Machado: “Mira, es uno de los
personajes de los fusilamientos de Goya y ha resucitado”. Se verían por última
vez en 1939 después del homenaje que rinde Machado a su íntimo amigo y
compañero de vida Blas Zambrano, “el arquitecto del Acueducto”, como le
llama, que ha muerto en Barcelona poco antes del final de la guerra. Era el 25
de enero. Barcelona ha sido rendida a las hordas invasoras de Franco. La madre
de María, su hermana, sus primos, la criada, van en el hispano suizo que
conduce Manuel Muñoz, director General de seguridad y compañero
sentimental de Araceli. Abandonan Barcelona camino de la Junquera y
Perpignan. En el camino, entre la interminable cola de gentes que con sus
míseros enseres huyen de la bestia, divisan a Antonio Machado agarrado del
brazo de su madre. El hijo parece tener mucha más edad que la anciana que le
conduce. María recuerda entonces las palabras que poco tiempo atrás le había
dicho Machado al referirse a su padre, Blas Zambrano y a él mismo: habían
perdido su sueño utópico, se veían envueltos por la desesperanza, todos sus
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proyectos, conversaciones, fueron derrotados. Su derrota era una vez más la
derrota de España. Y el hitlerismo iniciaba la derrota de Europa y, algo peor, el
fin de la propia civilización.
El 26 de enero de 1958 en la ciudad alemana de Bremen se entregó un
premio literario a uno de los mejores poetas del siglo XX: Paul Celan. Iba a
pronunciar un discurso sobre su obra, tal vez sobre su vida. Contaba 37 años de
edad. Existía gran expectación por escuchar las palabras de aquel judío rumano
que vivía en París y escribía en alemán al referirse al reciente pasado: sus
padres muertos en un campo de concentración nazi y él mismo prisionero,
huido, tras recobrar la libertad y vivir en un tiempo en Bucarest, hacia Viena y
apátrida sufriente como la mayor parte de su pueblo.
Y Paul Celan dijo:
El paisaje del que yo vengo (…) era –si se me permite completar este
apunte topográfico como algo que surge ahora ante mis ojos desde muy lejos
un lugar en el que vivían hombres y libros.
Ni una palabra más en referencia a la barbarie nazi, fuera de su
extraordinario poema ya conocido en todo el mundo “Fuga de muerte” que se
llamó en su versión original publicada en Rumania “Tango de la muerte”.
Vivían hombres y libros.
Pienso en Segovia, no la que yo nací, sino la de Machado, la de los
tiempos en que ella, los Zambrano, Emiliano Barral, los hombres y mujeres
que crearon la Universidad Popular y a ella asistían, los que daban clases según
las pautas marcadas por la Institución Libre de Enseñanza, esa ciudad que
también era un lugar de hombres y libros. A éstos los quemaron. A los otros los
persiguieron, encarcelaron, asesinaron. Y tal vez recordemos las palabras de
Heinrich Heine: “allí donde se queman libros, no tardan en quemarse
hombres”.
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Setenta y cinco años transcurridos. La sombra de la muerte, el
hambre, la injusticia social, la degradación cultur
al –apoteosis de la Iglesia Católica, de las oligarquías económicas, de
las fuerzas represivas que las sustentan, de la corrupción de todos ellos- se
extendió sobre toda España. Pero algo no pudieron matar. La palabra. La
lengua que corrompieron pero no consiguieron destruir. La lengua que era
preciso regenerar. La escritora Ingeborg Bachmann lo expresa con la mayor
precisión posible: “¿Qué es hoy el lenguaje, sea el nuestro, el alemán, pero vale
para otros, español, inglés, chino o árabe, sino plomo derretido que se inyecta
en las conciencias para dormir y aplanar los espíritus?”.
El español, envenena las conciencias de quienes lo recibe y usan a
través de los medios de comunicación y gran parte de la literatura que se
publica. La antítesis precisamente de lo que Antonio Machado y Zambrano nos
siguen irradiando.
Y entonces no puedo menos que considerar y recoger las palabras del
propio Celan en aquel discurso de Bremen. Las que siguieron algunos, pocos,
escritores y pensadores de los tiempos de España. Dijo Celan:
Accesible, próxima y no perdida, permaneció en medio de todas las
pérdidas, solo una cosa, la lengua. Pero tuvo que pasar entonces a través de la
propia falta de respuesta, a través de un enmudecimiento, pasar a través de las
múltiples tinieblas del discurso mortífero… En esa lengua he intentado yo
escribir poemas en aquellos años y en los posteriores: para hablar, para
orientarme, para averiguar donde me encontraba y adonde ir, para
proyectarme una realidad.
Es la lengua de Machado para nosotros, los que pretendemos negar la
realidad que nos envuelve y descubrir y posibilitar la que crearon hombres
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como él, la que proyectamos en nuestro amargo presente histórico. Es el mejor
recuerdo, homenaje, que se puede prestar al poeta y pensador, el hombre
comprometido con los principios que se vulneran hoy día. Porque no vivimos,
como se nos dice a todas horas, una época de crisis, sino de voracidad de un
capitalismo terrorista que día a día va enterrando las escasas conquistas
sociales que costaron decenas de años de lucha, por tanto es época de
reinterpretación del mundo, de nuevas acciones por dar sentido a la vida en la
búsqueda de la igualdad, desarrollar el humanismo frente al neoliberalismo y la
gestión tecnocrática, el pensamiento racional contra los dogmas –religiosos o
nacionalistas- de toda índole, encontrar el lugar del ser humano en la Tierra,
que no sea devorado por la llamada revolución científico-técnica que arrasa
con el pensamiento libre y diferenciador, que busca imponer una sociedad
orweliana, que suplanta el totalismo genocida fascista y nazi del siglo XX por
el dictatorial de los banqueros y del imperialismo impuesto por las poderosas
familias que imparten sus doctrinas económicas y culturales para devorar a los
pueblos y seres humanos del mundo, convertirlos en nuevos esclavos al
servicio de la leyes que impulsan desde su poder..
La historia, la que los hombres como Machado intentaron desarrollar,
no puede continuar siendo un desencuentro de la utopía y la revolución con la
realidad. La realidad conduce a los campos de concentración, a que hoy miles
de millones de seres humanos tengan que vivir con menos de un dólar diario y
cien familias se repartan cientos de millones entre ellos, a que la
discriminación educativa, sanitaria, existencial, cree inmensas bolsas de
pobreza, de excluidos sociales y humanos.
Machado. Cultura popular, diálogos humanistas, palabras y actos para
el desarrollo cultural, para imponer la única religión que debiera enseñarse en
las aulas desde los primeros años de la vida: la de los derechos humanos.
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Hay quienes han sido vencidos por la publicidad y el mercado,
escritores que no reconocen la necesidad de hombres como Antonio Machado.
Integran esa literatura acosada por el feísmo, la vulgaridad, las dependencias
mercantiles, propia de un tiempo histórico que abomina de la ética, el
humanismo y la justicia social.
Ellos, desde luego, no debieran ensuciar con su podredumbre nombres
como el de Antonio Machado en actos burocráticos y serviles. Porque a
Antonio Machado, a su honestidad y claridad de pensamiento, a él, y a otros
como él, los necesitamos en los días aciagos que vivimos. Contra el vocinglerío
canalla, las palabras claras, precisas, de Juan de Mairena y Abel Martín.
Andrés Sorel
A un olmo seco
“A un olmo seco” es el primer poema que recuerdo de Antonio Machado.
A un olmo seco, hendido por el rayo y en su mitad podrido, leía yo a mis
escasos 8 años. El libro no era mío sino de mi hermana. Yo lo cogía cuando
ella no estaba estudiando y casi sin entenderlos leía poemas o pequeños
extractos de libros, sobre los que ella luego haría resúmenes o comentarios de
textos en cuya esquina le pondrían, días más tarde, un 7 o un 8 muy grande y
en rojo, cercado por un círculo a modo de valla protectora.
Más adelante comenzó a sonar en mi casa “Caminante no hay camino” en
la voz y la guitarra de algún aprendiz de Serrat, probablemente amigo de mi
hermana. Por entonces yo ya estaba en el instituto – creo que en 2º de BUP - y
seguía leyendo a Machado, pero ahora como lectura obligatoria.
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En el instituto tuve un profesor de Francés al que la vida debía haber
maltratado mucho. Parecía injustamente avejentado, la piel del color del papiro
y usaba unas extrañas gafas negras. Era incapaz de establecer contacto alguno
con nosotros, sus alumnos, más allá del verbo avoir. Le poníamos motes y nos
reíamos de su torpeza al caminar cuando avanzaba por el pasillo arrastrando los
gastados zapatos, de sus folios amarillentos y desordenados bajo el brazo, de su
ropa mil y una veces lavada. De él se contaban muchas historias: que si había
sido rico, que si lo dejó todo por amor, que si tenía un hijo yonki. Mitologías
de un instituto de provincia que alimentaban nuestros recreos.
No he vuelto a saber de él y probablemente el profesor de Francés ya no
vive (de todo aquello hace tanto tiempo). Pero a menudo se me aparece en mi
memoria como un olmo seco, partido en dos por Dios sabe qué rayos, con un
ejército de hormigas hacedoras de improbables historias que trepaban por él, a
punto de ser derribado por el hacha del leñador que a todos nos visitará y para
el que quizás, sus alocados y púberes alumnos éramos algo así como una
ramita reverdecida, un milagro de la primavera que le sostenía cada mañana:
“Allez! Ouvrez votre livre à la page 24: Du present du subjuntive du verbe
avoir.”
Mayo de 1912. Don Antonio Machado es profesor de Francés en un
instituto de Soria. Arrastra por entonces una infancia en un patio de Sevilla, la
enfermedad de Leonor y unos alumnos que, probablemente torpes como yo,
nunca le entendieron. Como si fuera un olmo seco.
Carmen Ramos Pérez
31
Este silencio de ahora
Para Antonio Machado
en el 75 aniversario de su muerte
Este silencio de ahora
nace del polvo,
del pálido reflejo
de no querer mudanza.
Es un silencio que viene de antiguo.
Lo hemos visto siempre
agazapado en el lomo de libros,
bañado de indolencia
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en muchos rincones abandonados,
como ofrenda vencida.
Un silencio que impregna
el lado oculto de las cosas muertas,
indemne al conflicto.
Y tiende a olvidarse
como larga e inoportuna confianza.
Se advierte compañero de la muerte
y no le importa ser muda promesa
en su conformidad de cementerio.
Y también en la espera de algo simple
Que nunca llega.
Quien lo tiene cercano
Sabe que
deja al alma
serenarse
Y despide el
día con tenue
aliento.
Francisco
Morales
Lomas
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Antonio Machado, por el pintor Rafael Peñuelas. Sanguina (1923).
Casa-Museo Antonio Machado, Segovia
Dedicatoria
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Rafael de Cózar
Antonio Machado, un poeta imprescindible
“Pero mi verso brota
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de manantial sereno”
(De retrato (Campos de Castilla)
Hablar de Antonio Machado me alegra tanto como me abruma, es tanta la
devoción que siento por él.
Pertenezco a esa generación de los 50, que anhelábamos oír “cantar los gallos
de la aurora” y que hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para ver ese
“nuevo amanecer de España”, que “soñaba” su maestro D. Francisco Giner de
los Ríos, según dice el autor en la elegía que le dedica tras conocer su muerte.
Cuando de A. Machado lo más que traían las enciclopedias escolares era el
poema “Recuerdo infantil”, en el que nos dejaba su experiencia, no propia
desde luego de Institución de Libre Enseñanza, a la que asistió un poco
después, al trasladarse la familia a Madrid, sino mas bien de su primera escuela
sevillana, sintonizaba a la perfección con aquellas aulas destartaladas,
conventuales, umbrías de los colegios de monjas , a las que yo asistí, con
pupitres añosos, crujientes, religiosas inquisitoriales y estampaciones
enmarcadas en las paredes, donde se libraba esa batalla sempiterna del
catolicismo entre el bien, ángeles encandilados, asexuados, protegiendo con
sus dedos largos, finos, que casi tocan sutilmente a esos niños que cruzan por
campos tortuosos, amenazados por cielos que presagiaban tempestades, si no
se rompían en ellas y el mal, encarnado por demonios negros con rasgos de
murciélago, provistos de tridente, rabo y cuernos, que los acechaban, bajo un
puente que se rompía, tras un árbol inmenso, cuyas ramas estaban a punto de
quebrarse…, u otra cualquier situación macabra igualmente sucedía escuelas
nacionales, húmedas,
destartaladas,
con los muebles desvencijados,
semejantes ilustraciones y los retratos del dictador y el ausente presidiendo la
jornada, mientras maestros ásperos, nos enseñaban a temer desde nuestra más
tierna infancia, en mañanas y tardes que hoy cruzan mis recuerdos desabridas
y sepias, como las que aquí se cantan:
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“Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto, seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección…”
De Recuerdo infantil
De Recuerdo infantil
Y los libros de bachillerato con alguna canción, querían cumplir con un autor
de los que han entrado por derecho al lugar más elevado del Parnaso, no sólo
de la literatura española, sino también de la literatura universal.
Tuve la suerte de conocerlo pronto, antes de que lo musicara el cantautor Joan
Manuel Serrat en 1969, librerías de tapadillo, libros llegados de América,
Inglaterra, Francia…, algunos venían a parar de la forma más peregrina a
nuestras manos.
Machado, desde adolescente, ha sido mi poeta de cabecera, mi referente, cita
diaria durante décadas, tanto que yo decía que para mí es “como la bolsa de
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aseo”; porque siempre, donde fuera o donde estuviera o esté me ha
acompañado y me sigue acompañando.
“Machado para mí es como la bolsa de aseo”, así lo vi escrito un día en el
periódico Ideal, en una entradilla de una entrevista que me hacían con motivo
de la publicación de un nuevo poemario mío, en la que yo coloquialmente le
había confesado al periodista, que el libro primero de este autor, que compré
en una librería de Barcelona, una antología de la editorial Losada de Argentina,
cuando aquí en Almería era impensable adquirirlo, no se separaba de mí, hasta
al hospital lo he llevado cada vez que he tenido un ingreso.
Antonio Machado me sedujo, me subyugó por lo que decía y por como lo
decía.
Él mismo lo afirma, indirectamente, en su discurso para el ingreso en la Real
Academia de la Lengua a la que no llegó a
incorporarse, cuando decía, en síntesis, que
en la lectura buscaba el contenido, no el
preciosismo del lenguaje.
Ese llegar a la esencia de los sentimientos
que hacen vibrar al lector, ese conocimiento
profundo del ser humano, tanto como
entidad individual como colectivamente.
Ese discurso atemporal, desnudo, puro, que
brota de la esencia existencial misma, que hace que pueda parecer, en una
primera lectura, tal vez apresurada, fatalista, no es sino el resultado de
profundas reflexiones.
Es la neta realidad en la que nos imbuye, la que transmite su sentir más
sincero al interlocutor-lector. Es precisamente la empatía que alcanza con la
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otredad, lo que lo hace tan próximo, pues leyéndolo parece que dialoga en
nosotros, cumpliéndose el verso “Converso con el hombre que siempre va
conmigo”. Antonio Machado por su clarividencia y por el continuo diálogo
consigo, parece un profeta; aunque como dice Serrat en una canción en la que
ate
uno de sus Cantares y a la que añade estos versos propios el cantautor:
“…Profeta, ni mártir, /quiso, Antonio ser/ y un poco de todo/ lo fue sin
querer.”
Así veremos como su vida futura, tras escribir esta letra, parece en momentos
cruciales, trazada en ella, apenas se diferencia de lo que vivirá cuando la
escribió.
En cuanto a la forma de decirlo, su sencillez, lo hacen trascender a la médula
misma de la vida, a la realidad cotidiana del hombre.
Por todo ello, su poesía es una poesía pura, desnuda, es parafraseando un
verso suyo:” Palabra en el tiempo.”
Machado como diría él mismo de Jorge Manrique: “Entre los poetas míos,
tiene <<Machado>> un altar”.
Hijo de Antonio Machado Álvarez, Demófilo, introductor del estudio y
recopilación del folklore en España, bebe también de la sabiduría del pueblo,
sus frecuentes citas al Romancero Viejo y al Nuevo, al Poema de Mío Cid…,
el ritmo y composición de muchas de sus canciones, romances, proverbios y
otras estrofas, enraizadas tanto en la poesía de tradición oral como en en la
esencia misma de las letras del cante flamenco, también estudiado por su
progenitor, hacen de él un comunicador nato, cuando lees a Antonio Machado
parece que es un conversador muy próximo a ti, muy elegante en su sintaxis y
exquisito en su vocabulario tan rico como preciso, quien habla coloquialmente
39
contigo; tomemos como ejemplo de esta sencillez franciscana los versos del
poema XI del libro Soledades en el que habla de un atardecer:
“……………………………………………
Y todo el campo un momento
se queda mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.”
Esta canción de Los complementarios, valga de ejemplo para ver como
recoge el espíritu del flamenco puro:
“Gracias, Petenera mía;
por tus ojos me he perdido:
Era lo que yo quería.”
Al igual que ahora ponemos una muestra de las canciones y composiciones de
corte tradicional del romancero con un fragmento de en Canciones de alto
Duero:
V
“Hortelano es mi amante,
tiene en su huerto,
en la tierra de Soria.
Cerca del Duero.
¡Linda hortelana
40
llevaré saya verde,
monjil de grana!
O como clava en breves y concisos versos, sagaces sentencias, así dice en
Proverbios y cantares, no cabe más en menos:
“Hoy es siempre todavía.”
Antonio Machado es un amante de la naturaleza, seguramente influido por la
enseñanza krausista que recibiera en la Institución. Así observamos la
recurrencia en nombrar los árboles, no sólo son los álamos, están poemas
hermosísimos como el dedicado “Al olmo viejo”, en el que se cumple la
constante de aunar la sencillez formal con la profundidad del mensaje,
mientras nos habla de que un:
“ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.”
Para luego trascender, desesperado, a un asidero de imposible esperanza,
Leonor, el amor de su vida, adolescente casi, que sabe va a morir pronto, le
hace decir:
“mi corazón espera,
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.”
Volviendo a los primeros versos del poema podemos observar que no es la
primera vez que expresa su grandeza con ejemplos vulgares, y poco estéticos,
convencionalmente hablando, hace otra hermosa poesía con unos insectos
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repugnantes como son Las moscas, del libro “Humorismos, fantasías,
apuntes”:
“……Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tenéis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.”
Excepto para los elegidos, qué difícil es hacer lírica partiendo de estos
elementos.
Así mismo da una lección una magistral sobre el conocimiento y el sentimiento
que le suscitan los árboles; en el poema Las encinas, donde hace un delicioso
recorrido por las especies autóctonas de la geografía española, nos cita por
ejemplo: el alto roble, del olor de la poma del manzano, de la palmera, que
crea expectativas de fuentes en el desierto, de los hayedos amedrentadores, los
olmos, evocadores de placetas.
Nombra con tanto acierto como frecuencia los “viejos olivos sedientos/bajo el
claro sol del día”, el naranjo, el limonero, las acacias en la plaza, los rosales y
cipreses del huerto de la dulce Melibea, los pinos del amanecer/entre Almazán
y Quintana, los chopos del río y los ciruelos de las tierras del alto Duero,
cuando pide a su amigo José Mª Palacio que suba a buscar flores para llevar a
la tumba de la amada; y así a lo largo de su extensa obra.
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Al igual hace con los paisajes en los que las: sierras agrias, los páramos
desnudos, los altozanos, las cárdenas roquedas, los grises serrijones, los ariscos
pedregales, las colinas plateadas, los barrancos hondos, las riberas de los ríos,
sus curvas de ballesta, los amaneceres desde el tren o yendo a cazar, cuando se
quiebra el primer albor, … salpican sus escritos
Las flores, las plantas aromáticas como: los lirios, las rosas, las violetas, las
margaritas, humildes como tosco sayal de campesino, las azules campanillas,
el cantueso, la mejorana, el espliego, como el que perfuma la habitación del
niño herido, el tomillo, la jara, el romero, la aulaga, la salvia …,
Ocurre igual con el paisaje bien castellano referenciado en el párrafo anterior
o el paisaje andaluz: Las lomas de olivares, el borbollón de agua clara,
refiriéndose a la fuente de Cazorla, donde se nutre, tras su nacimiento en las
cañadas de Cañepla el Guadalquivir en Almería, la mar de Sanlúcar, el sol de
fuego, las sierras de nieve y piedra de la provincia de Jaén, las madroñeras de
Córdoba serrana, los espartales, las pardas sementeras, campos ubérrimos… y
así con toda nuestra geografía, prácticamente.
Además Machado habla también del paisaje urbano, desde el primer momento,
así vemos como: el huerto, el jardín, el patio y el limonero, tan recurrentes en
él, abren el Retrato, que, como en un milagro, comienza hablando de su
infancia, y va a ser un verso que habla de la infancia lo último que escriba,
comienza así este poema magistral:
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero…”
Y sigue hablándonos en este paisaje urbano en toda su obra, sus poesías están
pobladas de: placetas y fuentes, de molinos y lagares, de cortijos y caseríos, de
ventanales y estancias, bien sea el salón familiar, la suya propia, bien la
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rebotica del Poema de un día, bien la clase donde todo un coro infantil va
cantando la lección…
Otra constante son las ciudades viejas de piedra, el castillo, las murallas
ruinosas, las melladas barbacanas, las casas renegridas…, y ya, afinando,
observamos en el interiorismo paisajístico, del que ya se han citado algunos
referentes, hemos de señalar que si bien recurre al espejo, los cristales, es el el
reloj, por lo que para Machado supone el tiempo, lo que aparece con más
frecuencia.
“¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.”
Aparece en las calles y plazas, dentro de las casas, incluso dentro de las
personas:
De poema de un día
el reloj arrinconado,
y su tic-tic, olvidado
por repetido, golpea.
Tic-tic, tic-tic…
ate he oído.
Tic-tic, tic-tic… Siempre igual,
monótono y aburrido.
Tic-tic, tic-tic, el latido
de un corazón de metal.
En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo? No.
En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
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con esa monotonía,
que mide un tiempo vacío.
Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?
(Tic-tic, tic-tic)… Era un día
(tic-tic, tic-tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.
Aquí aúna su soledad en Baeza tras la muerte de Leonor y el dolor por su
ausencia, que siempre va a acompañarlo. Nuestro poeta en el citado poema de
Retrato, precisa muy bien sobre su compromiso amoroso, haciendo la
salvedad, de Guiomar que veremos más adelante.
“Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.”
Antonio, creo con sinceridad, que sólo sintió, en
plenitud, el amor por la esposa-niña, por Leonor
Izquierdo, la joven dulce que cuando en el poema
de El tren dice, por una licencia literaria:
“ Y la niña que yo quiero
¡Ay! Preferirá casarse
con un mocito barbero.”
Se enfada con él.
Sí con él, con Antonio, que inconsolable marcha a Baeza, y que es él el
caballero que protagoniza este verso, escrito antes que el poema Retrato, donde
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canta el sufrimiento del caballero enlutado, que llora en la venta de Cidones, o
el que sueña que lo llevaba por una blanca vereda, o el que le susurra, cuando
Antonio quiere negar su muerte: ¿No oyes, Leonor, los álamos del río?, de él,
que no se podía resignar a su pérdida y espeta: “calla, corazón no todo/ se lo ha
tragado la tierra.” O exclama:
“Señor, ya me arrancaste lo que más quería,
oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía,
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.”
Campos de Castilla
Por cerrar el capítulo de los amores de D. Antonio veamos la irrupción de la
poetisa Pilar Valderrama, Guiomar, en la vida del poeta, fue como el mismo
dice un amor tardío, Machado se sentía viejo, rondaría
los sesenta años, estaba enfermo y había sufrido mucho,
por la pérdida de Leonor y “la soledad, su sola
compañera” , cuando Guiomar aparece en la pensión en
la que vivía en Segovia Machado, en el callejón de los
Desamparados, aparece esta mujer, que no convivía con
su marido; aunque vivan en la misma casa y que estaba
deseosa de conocerlo. La relación, según todos los
biógrafos de ambos, que parece ser platónica, está
envuelta en los imperativos que ella impone, no podemos
obviar que Pilar Valderrama era una mujer de derechas, sumamente
conservadora, y con una doble moral, que ocultó su relación e iniciada la
contienda, se exilia en Portugal posicionándose del lado de los golpistas.
LXXVII
“De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
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miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otra mar, la mar de España
que Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña.
A mí me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío.”
Poesías de la guerra
Creo que aunque existiera realmente un sentimiento amoroso entre los dos,
para él, mayormente, fue el recobrar, puede que engañosamente, la ilusión, la
pasión que quedó enterrada en el Espino con Leonor.
El contenido y los registros de la obra de Antonio Machado son tan amplios
como profundos.
Hombre del 98, quiere salvar lo puro de la idiosincrasia del pueblo español
para incorporarle el nuevo pensamiento europeo, que la fatídica sucesión de
gobiernos obsoletos e incompetentes, nos había venido lastrando durante siglos
haciendo la salvedad de mínimos respiros.
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Machado es un conocedor lúcido de la antropología social del país, pongamos
unos ejemplos de como capta y transcribe la impronta de los arquetipos, que
formaban la sociedad en que vivió, así pues podemos ver en poemas como La
mujer manchega, el rol generalizado de la mujer rural en España, con distintos
matices locales:
“Es la mujer manchega garrida y bien plantada,
muy sobre sí doncella, perfecta de casada.
…………………………………………………………………….
Y es del hogar manchego la musa ordenadora;
alinea los vasares, los lienzos alcanfora
las cuentas de la plaza anota en su diario,
cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario…”
O la resignación de muchos jornaleros, impotentes en su soledad frente a la
pobreza, como en la composición II de Soledades:
“Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
……………………………………………..
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como otros,
descansan bajo la tierra.”
O en El loco, el retraso en lo que se puede llamar bienestar social, que se
padecía:
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“El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura…
……………………………………………………………..
Huye de la ciudad, pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.”
Es Castilla es la región por antonomasia, en la que D. Antonio ubica la mayor
parte de su producción, así pues tomado del poema Desde mi rincón, que le
escribe a Azorín por el envío de su libro Castilla, desde Baeza, seguimos
viendo rasgos caracteriales y comportamientos tipo de esa España que tanto le
dolía:
“Castilla-hidalgos de semblante enjuto,
rudos jaques y orondos bodegueros-.
Castilla-trajinantes y arrieros
de ojos inquietos y de mirar astuto-,
mendigos rezadores
y frailes pordioseros,
boteros, tejedores
arcadores, perailes, chicarreros,
lechuzos y rufianes,
fulleros y trúhanes,
caciques y tahúres y logreros.”
49
Sin embargo cree, con ciertos recelos, en esa regeneración de España; ya que
su obra se ciñe a la realidad, no a un pesimismo gratuito
“España ¡Oh, tú, Azorín, escucha: España quiere
surgir, brotar, toda una España empieza!
¿Y ha de helarse en la España que se muere?
¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?
Para salvar la nueva epifanía
hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye cantar los gallos de la aurora. “
Elogios
Pese a ser uno de los máximos exponentes de la generación del 98, sus
orígenes son modernistas y así, no sólo la musicalidad del verso es impecable y
cuidadísima, sino que también se ayuda de una amplia paleta de colores para
acercarnos a su poética, no podemos olvidar la emoción que nos provocan: los
arreboles purpurinos, las cárdenas roquedas, el azul de las sierras, los olivos o
los pinos verdes, o las mariposas negras y moradas, los cielos azules, añiles,
los negros encinares, los caminos blancos, las mejillas amarillas, la mole del
Moncayo blanca y rosa, hace incluso incursiones en la sinestesia, recordemos:
las tardes pardas, la tarde azul, la blanca juventud nunca vivida, el blanco
misterio ,o la clara pena.
La obra de Machado está presidida por la honestidad personal con su credo,
lo que si bien le valió el respeto y el reconocimiento tanto de sus coetáneos
como de las generaciones posteriores, los españoles de la España de charanga
y pandereta, los españoles de la España que moría, esos que eran mala gente
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que camina/ y va apestando la tierra, consiguieron que este hombre que
afirmaba de sí:
“ Y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
…………………………………………………………………………
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.”
De Retrato
Viviera sus últimos años de forma trágica y lo abocaron a un final más trágico
aún.
Su ideología, izquierdista y republicana profesada desde siempre lo
caracteriza, así lo manifiesta nuevamente en su Retrato:
“Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”
Por el posicionamiento que mantuvo defendiendo el gobierno legítimamente
constituido de la República y su coherencia personal, antes del golpe de estado
y durante la guerra civil, que éste suscitó.
Antonio Machado, sale de Madrid, junto a su madre, quien desde que enviudó
el hijo le dispensó una atención especial, a su hermano José y su mujer y las
hijas del matrimonio, era una expedición de intelectuales, que, por orden
gubernamental, evacuó el V Regimiento, en noviembre de 1936 a Valencia;
51
allí despliega gran actividad política y cultural pese a lo avanzado de su
enfermedad cardiorrespiratoria.
Escribe artículos, asiste a congresos y reuniones, continúa con la poesía,
especialmente, ahora, hermosa en su desnudez, su cercanía, su empatía, su
emoción.
Sus poesías de la guerra a veces son estremecedoras, tremendas, sirva de
muestra la siguiente:
La muerte del niño herido
Otra vez en la noche…Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. – Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
-Duerme, hijo mío.- Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. - ¡Oh flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, ¿Dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
-¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
¡Oh fría, fría, fría, fría, fría!”
El gobierno republicano ante el avance de las tropas golpistas los traslada en
1938 a Barcelona, donde continúa sus actividades, conforme avanza el tiempo
los republicanos ven reducirse su territorio y así, cuando Tarragona cae en
52
manos del fascista Yagüe, en enero de 1939, recibe la visita de un decano de la
Universidad de Barcelona con la misiva de que abandonen la ciudad, el exilio
es inminente, del día 22 de ese mes al día 28, preparan la marcha de las tres
hijas de José y Matea a Rusia y ellos con la madre totalmente debilitada y el
poeta con un estado de salud grave, forman parte de la España peregrina,
cruzando la frontera en pésimas condiciones y con mil penalidades.
No obstante hubo quien no tuvo ni tren ni coche para huir y huyó andando con
niños, enfermos y ancianos y “lo poco que aguantaron sus exánimes brazos.”
El día 28 llegan a Colliure, un pequeño pueblo de pescadores, que tras las
gestiones del gobierno republicano los acoge. Viven en la pensión BougnolQuintana.
Su tiempo se acaba, sólo puede salir un día, el 18 de febrero se agrava y ha de
guardar cama, aún así escribe a un amigo; pero la suerte está echada, Antonio y
su madre se apagan a la vez.
A primera hora de la tarde de un miércoles de ceniza, 22 de febrero de 1939,
se cumple la profecía con que acaba Retrato:
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.”
Y así, en un pueblo costero, hizo
Antonio su último viaje, había
perdido en el camino una maleta
con parte de su obra y para
amortajarlo, la dueña de la
pensión les regaló una sábana, para que le hicieran el sudario. También les
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regalaron la sepultura, a la que tres días después fue a acompañarlo su madre,
Ana Ruiz.
Poco después, José Machado, el hermano que lo acogió en la última etapa de
su vida, cuando en 1932 fue trasladado a Madrid, encontró un papel arrugado
en el bolsillo de su gabán.
En él había escrito su último verso:
“Estos días azules y este sol de la infancia.”
Posiblemente, quisiera mitigar tanta pérdida y tanto dolor, refugiándose en el
recuerdo dulce, feliz y despreocupado, como dice Rilke de “esa patria del
hombre, que es la infancia.”
Pura López
Entierro de Antonio Machado en Colliure al poco de su exilio
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Soledades
“Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida”
Antonio Machado
Cuando en el corazón te hiere el viento
gris de la soledad como una espada
y se te va quedando el alma helada
de tanta ausencia y tanto abatimiento;
cuando no queda, bajo el firmamento,
nada que encienda la esperanza, nada
que avive, al menos, la memoria y cada
minuto es un pasar amargo y lento;
cuando surcas la noche y el olvido
como el pájaro en vuelo y malherido
por la flecha más torva y más certera;
cuando al dolor, de frente, desafías,
cómo en tus ansias agradecerías
otro milagro de la primavera.
Víctor Jiménez
55
Con Baeza en el pensamiento
En una mañana fría, húmeda y desangelada, bajo sin prisas la escalinata de
la catedral en dirección al instituto. Son las once de la mañana; me adoso a las
paredes buscando algo de protección que alivie el aire que orea las calles,
poniendo una leve pátina de agua en los adoquines, lo que me obliga a caminar
calmo y atento en qué lugar dejo la huella de cada pisada.
Entro en el zaguán; la puerta está abierta y asomo la cabeza, con respeto, con
miedo… Una señora, una profesora o una administrativa, quizá, me aborda:
-¿Qué desea, señor?
-Quisiera visitar el aula de Antonio Machado.
-No es hora de visita.
-Es que… señora… vengo de lejos, sólo por ver esto.
No pude decir más. Después de observarme con detenimiento me abrió la
puerta y me conminó a que la siguiera.
En el patio central, enfrentó una de las aulas:
-Es ésta. Cuando termine cierre esta puerta y la de la calle –dijo. Y se
fue.
Ni un sonido. Sólo los objetos y yo en estas cuatro paredes que transfiguro
en santuario. En silencio, pisando con cuidado por no romper el hechizo
camino hasta el último banco, saco del bolsillo el libro de Rubén Darío y rezo
lo que tenía previsto:
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“Misterioso y silencioso
Iba una y otra vez.
Su mirada era tan profunda
Que apenas se podía ver.
Cuando hablaba tenía un dejo
De timidez y de altivez.
Y la luz de sus pensamientos
Casi siempre se veía arder.
Era luminoso y profundo
Como era hombre de buena fe.
Fuera pastor de mil leones
Y de corderos a la vez.
Conduciría tempestades
O traería un panal de miel.
Las maravillas de la vida
Y del amor y del placer,
Cantaba en versos profundos
Cuyo secreto era de él.
Montado en un raro Pegaso,
Un día al imposible fue.
Ruego por Antonio a mis dioses,
Ellos le salven siempre. Amén.
Repito una vez más, en voz alta, la oración, por el mero placer de escuchar
mi voz quebrada rebotando en los umbrales del tiempo allí enclaustrado.
Observo su mesa, las de los alumnos, un mapa de una España de otra época
colgado en la pared, el perchero de pie en el que descansan cosas que
reconozco: un abrigo gris, un sombrero y un paraguas negro…
Sin moverme de donde estoy soy capaz de respirar, ver, oler, tocar, sentir,
pensar… como si estuviera en otra época, como si fuera el 1 de noviembre de
57
1912, día en que tomé posesión de la cátedra… cuatro meses justos después de
la muerte de Leonor con tan sólo 18 años. Rosa olorosa y temprana que se
fundió con la tierra en Soria, en esa Castilla que no me canso de glosar. ¡Qué
dolor el de ese instante, el de esas diez de la noche de un 1 de agosto! ¡Qué
vértigo, dios!
Ni el hecho de que por aquí anduvieran en otras épocas Juan de Ávila,
San Juan de la Cruz o Melchor Cano, y pudiera rastrear sus pasos en esta
ciudad si quisiera, pueden suavizar el dolor de este voluntario retiro, este
tormento, esta llama negra, fuente segura que conduce a la puerta que vigila
Cerbero.
Estoy en Baeza pero cargo en los hombros todo el peso de los recuerdos
de Soria (de Castilla toda). La luz de la mirada de Leonor ¡qué fogonazo de
virtudes, de vitalidad!, ahora pabilo que se agota queriéndose convertir en
recuerdo, en sueño, pero que yo no consiento.
A pesar del tormento que transito me ocupo en todo lo que puedo, y
estudio, y trabajo, incansable por ocupar el tiempo, por no dar descanso ni al
alma ni al cuerpo. Y estudio griego –quiero leer en su idioma a Platón y a
Aristóteles-, y escribo, y me licencio en filosofía examinado por Cossío y
Ortega y Gasset, y descubro a Descartes y a Kant, y le escribo a Unamuno
una larga carta en donde le cuento las cuitas que me acosan en Baeza y mis
proyectos para el devenir, que ahora veo oscuros, matizados por el desaliento y
la nostalgia porque Soria y Baeza se convierten en una misma cosa sobre la
que sobrevuela Leonor, y trato de distraerme haciendo excursiones a las
fuentes del Guadalquivir, esa gloria que desemboca encajonada entre Doñana y
Salúcar de Barrameda, y me arraigo tanto en esta Castilla del sur que renuncio
a ocupar una cátedra en Cuenca, en la “Ciudad Encantada”…
58
-Señor ¿se encuentra usted bien? –me pregunta la buena señora que me
dejó pasar, aureolada ahora por un sol que, mientras estuve ensimismado, ha
llenado de luz esta estancia sin que me diera cuenta.
O, quizá, esta luz es otra luz. La que aporta la figura de Antonio Machado en
quien, como todo soñador, me he trasuntado por instantes en esta mañana que,
ahora, al salir la chiquillería buscando el merecido descanso, ha perdido de
golpe la calma.
Paco Huelva (Febrero de 2014)
Antonio Machado, por Ricardo Zamorano
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Luz extraña
Extraño esta luz tenue
tamizada por la neblina
que viste de gris serio,
casi fúnebre, mi mundo.
Qué pasa con el cielo azul
que queda allá tras ese manto
liminar que cercena el horizonte.
Como sombras de un tiempo
erramos por este ámbito
en busca de los hilos
de la luz, de la urdimbre
de su trama, sustituida
por este magma gris
donde la claridad
es un concepto físico
no el privilegio de la luz,
el sortilegio de sus rayos.
Francisco Basallote
60
A Antonio Machado
en su último latido
Esa interminable sombra que es el olvido,
que nace en la ceniza y la ceniza hiere,
como la lluvia, tiene agua que muere
y gotas que apacientan allá en lo vivido.
Esa interminable sombra no te ha vencido,
porque en tus versos, aún vive la que fuere
aquella amarga España que aún te quiere,
y te duele la que nunca te ha querido.
Calló tu voz la muerte, tu cálido gemido,
allá en Colliuore en tan lejana estancia,
sembrando de nostalgia tu tiempo adormecido.
Murió el hombre. Y el poeta, con elegancia,
dejó escrito en un verso su último latido:
estos días azules y este sol de la infancia.
Luis Miguel León
61
Soledades, galerías y estos días azules y este sol de la
infancia
Acudo, como un ceremonial, al dintel de su puerta. Mis pasos
atraviesan el corazón de la ciudad sobre el desigual empedrado de adoquines
que caracterizan el viario de intramuros. La anotación de los días y el devenir
del mundo y su inopinado ejercicio de duda y tibieza, no cambia este ritual de
los afectos que encamino una vez más. Esta vez contraído y meditabundo, con
cierto aire sombrío y poco desenvuelto. “Muere un poeta y la creación se
siente / herida y moribunda en las entrañas”, Miguel Hernández vela en la
elegiaca transparencia de Federico García Lorca, el ademán de su fiera
ternura. Mis labios musitan los versos como salmodia –atmósfera ingrávida
de “rumor de besos y batir de alas”-, quizás en la inútil y vana pretensión de
ahuyentar el amargor. En este día –otro más- atiendo con sonoro silencio a la
esencia y desvalimiento de lo humano: “Sólo son verdaderas / las palabras
irreparables”. Félix Grande, badajo de plumón, golpea la bruma y la aventa.
Tan certero como César Vallejo, que quiere “ponerle un pajarillo al malvado
en plena nuca”. Fernando Ortiz decanta el ingrato acontecer que es suma de
fragilidad, “Pensabas que los años daban serenidad, y no impotencia”. El
meloso olor de las gayombas, que refiera José Antonio Muñoz Rojas, me
procura esos lugares que “convertían las habitaciones cerradas al primer calor
intempestivo en nidos oscuros de delicia y aroma donde podía uno quedarse
horas y horas adivinando el palidecer del sol en las rejillas que dejaban los
postigos entornados”. Los dos poetas –el extremeño de Tomelloso y el
sevillano de San Lorenzo- me acompañan con ritmo sereno y cadencioso en
el andar ensimismado, que es el mejor bálsamo para el desencanto y la
soledad, al encuentro de aquél que se marchó hace setenta y cinco años,
“desnudo de equipaje como los hijos de la mar”. La memoria de los días cifra
ese otro trasunto que sonda las cosas del otro lado. La muerte es un pozo que
62
abre su ojo ciego y nos mira sin amenaza. Acaso el reflejo huidizo de lo que
fuimos, plata fría que prende en el brocal de la melancolía y anuda el dolor
del mundo, porque “nuestra vida es tiempo”. Tiempo interior que incesante
fluye.
El Palacio de las Dueñas se muestra en un tímido recogimiento.
Apenas se atisba, tras el primer plano de los caminos de albero y los “naranjos
encendidos”, la recóndita estancia,
“Galerías del alma… ¡El alma niña!”,
por la que anduviera el poeta,
“Y
volver a sentir en nuestra mano / aquel
latido de la mano buena / de nuestra
madre… Y caminar en sueños / por
amor de la mano que nos lleva”. Esa
misma mano que le acompañó hasta
más allá de la frontera de la tierra y de
los sueños, donde sucumbió, herido de
muerte
y desposeído de todo y de
todos, salvo de su niñez, “¡Ah, volver
a nacer, y andar camino, / ya recobrada la perdida senda”. Evoco ese decir
ufano, brisa fresca que aletea en la hiedra del frontal del edificio y es odorante
aroma del fruto del naranjo amargo que madura en su fenecimiento. Me
despierta de esta abstracción un grupo de turistas. Me rodean sin el mayor
recato. Me aparto para cederles espacio. Se apiñan frente al portalón que
impide el paso. Despliegan las cámaras de sus teléfonos móviles. Les observo
de soslayo. Hablan con tono bajo. El lugar parece infundirles cierto reparo y
toman una displicente compostura, como si intuyeran que “allí el poeta sabe /
el laborar eterno / mirar de las doradas / abejas de los sueños”. Se despiden,
los últimos visitantes, alzando, por enésima vez los brazos para encuadrar el
desierto jardín en las pantallas. Retorna el silencio, “como cendal flotante de
63
leve bruma”, la vivaz remembranza se entona inconsciente en los labios, “Y
hoy miro las galerías / del recuerdo, para hacer / aleluyas de elegías /
desconsoladas de ayer”.
La ciudad desmemoriada confunde el sino de los tiempos. La
hipérbole churrigueresca sobrevuela los aleros y espadañas como motivo de
gracia divina, bienhechora y redentora. Entretanto yace el aledaño espacio de
acceso a “el puro azul dormido en la fontana”, como aparcamiento de
automóviles. Inequívoco símbolo de la modernidad cultural que ampara el
oportunismo arribista y no entiende que “El alma del poeta / se orienta hacia
el misterio. / Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos / dentro del alma…”.
Triste y desencantador presente a su memoria, que sólo requeriría dejar
diáfano lugar en el que, como centinelas de los días y noches, se apostasen
“El limonar florido….” y el “Olivo solitario…” para enmendar esta horrenda
componenda urbanística. Remozar y exornar este rincón no es pecunio
significativo. En todo caso testimonial, prueba de justa y exquisita
reciprocidad de su ciudad al poeta universal. En ese patrimonio e itinerario
geográfico y lírico que Juan Ramón Jiménez calificara de capital de la poesía,
y que posee
no sólo el intrínseco valor cultural, también el económico –
ahora que todo se cuantifica en aras al becerro de oro- al ser visitado por un
significativo número de personas.
Rafael Cansinos Asséns –este año 2014 se conmemora el
quincuagésimo aniversario de su fallecimiento- lo definió en su juventud con
elocuente introspección, “el gesto silencioso del que sueña y recuerda”, perfil
que le acompañara hasta el final de sus días en el exilio. Quizás por ello
afirmara que la poesía es “palabra esencial en el tiempo”. La misma que nos
sigue emocionando como el manar sereno de la fuente que durmiera en su
arrullo el arcano misterio de su gozo, “Aún no comprendo nada en el sonido /
del agua, ni del mármol silencioso / al humano lenguaje he traducido / el
64
convulsivo gesto doloroso”. Es el ser en el tiempo. Lo es Juan de Mairena
cuando se define –y con él así mismo-, en la primera lección de su Arte
Poética, como el poeta del tiempo.
Emprende el destino definitivo. Ya no regresará salvo a su
infancia y al hilo germinal de su existencia, a las galerías, “Esta luz de
Sevilla… Es el palacio donde nací, con su rumor de fuente”. El éxodo lo
fulmina en Collioure. Atrás queda España, o lo que queda de ella, que arde en
la inmisericorde represión. La madre lo llama a su encuentro, “Desde el
umbral del sueño me llamaron… / Era la buena voz, la voz querida… / Contigo siempre… Y avancé en mi sueño / por una larga, escueta galería,
siendo el roce de la veste pura / y el palpitar suave de la mano amiga”. A
quién llamó el ángel de la verdadera poesía, sentencia con bellísima expresión
y firmeza lírica la soledad del último viaje y el canto de triste y agónico pesar
de los que quedamos a la espera de la barca de Caronte, “Dios mío, que solos
/ se quedan los muertos”.
Vuelvo la mirada contemplativa hacia el jardín del palacio y creo
entrever, a través de la frondosa floresta, a un niño que, mientras juega,
entona el eco de esta canción: “Aguda espina dorada, / quién te pudiera sentir
/ en el corazón clavada”. Sigo mi camino, tras la ensoñación que me ha
obligado a restregar y abrir sobremanera los ojos, que no es otro que aquél
que “se hace camino al andar”, como diría D. Antonio Machado.
Pedro Luis Ibáñez Lérida
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Locura de amor
Huye del triste amor, amor pacato,
sin peligro, sin venda ni aventura,
que espera del amor prenda segura,
porque en amor locura es lo sensato.
(Antonio Machado)
Poseo todo un atlas de pecados
que abarca las fronteras de tu cuerpo:
pecados de lujuria, de conciencia,
pecados de omisión, contra natura,
infracciones esbeltas y deformes,
pecados que jamás se sometieron
a normas ni promesas, casquivanos,
simples pecados, sin adjetivar,
o pecados mortales, graves, como
la oscuridad del Hades. El muestrario
de mis faltas incluye mil colores
y formas, se conjugan en presente,
en pasado o en futuro; y no busco
salvarme ni el perdón de los pecados,
porque en ellos encuentro, cada día,
el despliegue sagrado del deseo
que me ofrecen los mapas de tu piel.
José Sarria
66
Esperada primavera
“Mi corazón espera
………………………….
Otro milagro de la primavera”
Machado
Se me retrasa ya la primavera.
El corazón no impulsa el calendario
como un reloj sin hora y sin horario,
a la vez que no es hoy lo que antes era.
Quisiera ser la suave enredadera
haciendo cada día un inventario
de soles y de brisa ante notario,
pero siempre me encuentro en la frontera
de quien ya no es el mismo.
Una campana
le gana al tiempo siempre por la mano.
Solo anda el campo y solo va el sendero.
También la soledad va en mi desgana,
mas cada día espero más temprano
que estrene primavera algún jilguero.
Francisco Mena Cantero
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Dolor y verdad en Antonio Machado
Como dejara escrito Claudio Rodríguez, “el dolor verdadero no hace
ruido. / Deja un susurro como el de las hojas / del álamo mecidas por el
viento” [1], versos estos que adquieren una dimensión y significación de una
amplitud y magnitud del propio vivir grandiosas si los aplicamos al propio
vivir de Antonio Machado, donde vida y obra se funden a través de la
transfiguración y sublimación del dolor para formar un todo.
Ya desde Soledades, galerías y otros poemas es notoria esa vieja
angustia que acompaña al poeta en forma de melancolía (hipocondría) desde
la niñez y que acepta como propia.
Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
(I, LXXVII)
Hablamos en Machado de un sentido de pertenencia del dolor, ese dolor
viejo, “y sabes que mis lágrimas son mías / y sabes mi dolor, mi dolor viejo”.
(XXXVII), de una inherencia misma del dolor al propio ser, y de la terrible
consciencia de su propiedad. “Contempla cómo huyen las palabras. / Descansa
sobre el polvo que deja / la memoria. Que todo tu dolor / te pertenezca”, dirá
Ada Salas. [2]
68
“Antonio no ha tenido nunca esa alegría propia de la juventud”, solía
decir su madre, [3]
y sólo el sentimiento amoroso tendrá la capacidad
sanadora de mitigar y suavizar esa natural aflicción, “sólo eres tú, luz que
fulges en el corazón, verdad”. (XVIII) (EL POETA)
Soledades, galerías y otros poemas supondrá el doliente anhelo de la
plenitud amorosa, la plasmación poética de la profunda necesidad de apaciguar
ese hondo sentir que le marca a dolor desde la infancia, para así conseguir
reconciliarse con su existencia y su realidad.
Algo, esto último, que se materializará al casarse con Leonor Izquierdo
en 1909, a la que conoce durante su primera estancia en Soria donde ocupa la
cátedra de Francés. El poeta ve como, al fin, sus sueños de alcanzar el amor se
hacen realidad. A ello se le unirá posteriormente la concesión de una beca de la
Junta de Ampliación de Estudios que le permitirá regresar a su querida París,
esta vez felizmente acompañado, y donde podrá asistir a las clases de filosofía
de su admirado Henri Bergson. Parece que la vida comienza a sonreírle…
Sin embargo, el primer brote de tuberculosis en 1911 precipita un
inesperado regreso del matrimonio de París. “Machado sabe […] que la
felicidad tan largamente esperada puede desvanecerse en cualquier momento”.
[4] Así deja constancia de ello el propio poeta al introducir en su libro
Campos de Castilla el poema A un olmo seco, fechado en Soria 1912 y que
sabemos acabó en Mayo de ese mismo año, donde la referencia a la
enfermedad aparece ya latente en el texto, y, a pesar de un breve respiro, de un
tímido verdecer, el poeta teme lo peor y espera desesperadamente otro milagro
de la primavera.
69
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
70
(CXV)
“El poeta, reconciliado, gracias al milagro del amor sobrevenido, con el
paisaje soriano, que ya es paisaje del alma, parece asumir que Leonor, de modo
irremediable, se le escapa. Y que su destino será el de recordar, siempre, su tan
breve idilio a orillas del Duero”. [5]
Tras una penosa noche Leonor fallece el 1 de Agosto de 1912, y el 8 de
Agosto el poeta se marcha camino de Baeza llevándose el indeleble recuerdo
de Soria en el alma, siempre inseparable ya al de Leonor.
Siempre recordar, volver a pasar por el corazón, volver a sentir, una y
otra vez, desde el mismo principio (“Mi infancia son recuerdos de un patio de
Sevilla” XCVII (RETRATO))
En Machado el recuerdo cobrará una
importancia definitiva frente a la memoria.
Y podrás conocerte, recordando
del pasado soñar los turbios lienzos,
en este día triste en que caminas
con los ojos abiertos.
De toda la memoria, sólo vale
el don preclaro de evocar los sueños.
(LXXXIX)
Parece cumplirse fríamente el designio implícito en el siguiente poema
correspondiente a Soledades, galerías y otros poemas, una puesta en abismo
donde resulta inquietante ver como el propio Machado intuía ya desde mucho
antes para sí mismo un destino tan desgraciado.
71
Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
(II, LXXVII)
Él mismo es el corazón sombrío, el barco a la deriva, el perro
abandonado, el niño perdido en la tristeza entre la festiva multitud, el borracho,
el loco, el soñador… Es enormemente conmovedora la lectura del siguiente
pasaje extraído de La novela de un literato de Rafael Cansinos Assens,
debido sobre todo a la similitud estremecedora que tiene con alguno de los
versos del anterior poema:
En Rosales, adonde esta noche de verano voy a escuchar la Banda
municipal, dirigida por el popular maestro Villa, entre el gentío inmenso allí
congregado, encuentro a Antonio Machado solo y vestido de luto. Su perfil
pálido y serio resalta sobre las caras congestionadas del público. El poeta
72
acaba de quedarse viudo de una mujer joven, linda y amada, con la que su
dicha conyugal ha sido muy breve.
Me acerco a él con la circunspección que su dolor impone y hablamos un
momento entre los trompetazos ensordecedores de una partitura wagneriana.
El autor de Soledades me habla con su laconismo habitual y su gesto
también habitual de dejadez, más acentuado, de su tragedia, sin incurrir en
patetismos vulgares.
Tampoco yo me atrevo a prodigarle vulgares consuelos.
Nos separamos con un expresivo apretón de manos y dejo discretamente al
poeta viudo, perdido anónimamente entre la muchedumbre, que lo ignora.
Solo, pálido, vestido de negro, como cualquier hombre que ha perdido a su
mujer… Pero ¿qué tristes y exquisitas armonías no vibrarán en su cerebro en
esta noche alegre de verano y de luna, entre esta muchedumbre, llena de
parejas, matrimonios y niños? [6]
Se desprende de la lectura de Machado, tanto de su vida como de su
obra, una necesidad estoica de recordar, de re-sentir, aunque sólo sea el dolor,
al final es lo único que no nos pueden arrebatar, un dolor como característica
definitoria de nosotros mismos, como identidad de lo que somos, de lo que nos
importa, quizá el único sentimiento verdadero para quien esté dispuesto a
arriesgarse. Un dolor/sentir verdadero. Verdadera resiliencia.
Tras esto, no es de extrañar que Machado sintiera que a los poetas
nuevos les faltase cordialidad, que fueran “más ricos de conceptos que de
intuiciones” y se dirigieran “más a la facultad de comprender que a la de
sentir”.
73
Verdaderamente, no habría que olvidar nunca que, como diría Bécquer,
“la poesía es el sentimiento”, y en literatura, siguiendo a José María Cossío,
“los sentimientos primordiales del hombre son eternos”. Así que, no vengan a
decir ahora que la poesía no es verdad. No de ésta, de ésta no. “[…] Música
sola, / sin enigmas, son solo que traspasa / mi corazón, dolor que es mi
victoria”. [7]
Mario Álvarez Porro
[1] Rodríguez, Claudio: Poesías completas (1953-1991), Barcelona, Círculo de Lectores2004
[2] Salas, Ada: La sed, Madrid, Hiperión, 1997
[3] Machado, José: Últimas soledades del poeta Antonio Machado, Madrid, Forma
Ediciones, 1981
[4] Gibson Ian, Ligero de equipaje, Madrid, Editorial Punto de Lectura S.L. (2007)
[5] Gibson Ian, Ligero de equipaje, Madrid, Editorial Punto de Lectura S.L. (2007)
[6] Cansinos Assens, Rafael: “El dolor de Antonio Machado”, La novela de un literato, 1
(1882-1914), Madrid, Alianza, 1982
[7] Rodríguez, Claudio: Poesías completas (1953-1991), Barcelona, Círculo de Lectores,
2004
74
En el tren con Machado
En el mismo tren de cercanías o de tercera
que te llevó hace ya un siglo
voy
pero con el equipaje repleto de recuerdos
dejando Madrid atrás
y más aún Bagdad.
Yo no contemplo nada
pero los asientos
como sabes
te eligen al azar.
A mi lado tres doncellas
dicen ser de Jadraque
un pueblecito perdido,
hojean con interés revistas del corazón
una mujer mayor con su hijo
conserva el brillo
y esa dulzura lejana
que un buen día
a todos
nos abandonará.
Ruinas, veo desde mi ventana
campos de olivo, veo
letreros y señales
verde, amarillo, rojo
75
y un color hermetizado
de las charlas ajenas
sin parar.
Intento cerrar los oídos, intento
sin éxito
olvidar los dedos que me reacuerdan
a no olvidar.
El sol es el mismo
aunque decía el poeta mesopotámico
que allí
donde lo dejé
es más bello.
Y conformo
con no abrir
los cajones del alma.
El tren marcha siempre
yo me quedo pegado al calor de la ventana
o al calor de los versos melancólicos.
Todo necesita principio
menos nosotros
la vida nos premia a seguir
y no nos recompensa
excepto por el espectáculo.
76
No es esto Don Antonio que contemplamos
y lo sabemos los dos,
lo que pienso en mi viaje
como lo pensaste en aquel viaje.
Lo que nos preocupa
es ver pasar la vida
- fugazmente –
ante nuestros ojos
como estos árboles
que saltan consecutivamente
a través de las ventanas
y no hay manera de alcanzarlos.
Abdul Hadi Sadoun
77
Palabras para don Antonio Machado
Complicado satisfacer el ruego de mi querido amigo y poeta machadiano.
Sobran ganas pero escaseo de suficiencias para, a estas alturas, unirme a la
pléyade de eruditos que volcaron lo mejor en ensalzar a don Antonio. Mi
atrevimiento lo sostiene y anima uno de sus deseos: «No soy partidario del
aristocraticismo de la cultura, en el sentido de hacer de ésta un privilegio de
casta». Pues bien, animado con pudor y celo le dirijo una carta, rogándole al
ente tiempo que unifique el ayer con el hoy, porque quizá la memoria sea el
pasado convertido en ficción y poesía.
Antonio Machado, admirado señor:
Tengo muchas posibilidades de recibir una cariñosa reprimenda cuando
usted acceda a estas líneas: atentado fraternal a sus profundas convicciones,
porque pocas veces empleó un contundente imperativo: «Huid de escenarios,
púlpitos, plataformas y pedestales». Sin embargo, ahora, a los 75 años de su
muerte, seré uno de los muchos que no pueda reprimir elevarlo a la columna
desde la que sustenta esperanzas y sinsabores.
Me lo imagino con una mano levantada, ambas apoyadas en los últimos
tiempos sobre un bastón, fija su mirada que interroga al pueblo más allá del
objetivo fotográfico. «Paisano ―me diría―, que no es para tanto, solo le
sugiero que aprenda y medite sobre aquella frase que me brotó: “Despacito y
buena letra que hacer las cosas bien, importa más que hacerlas”». Lo entiendo,
don Antonio, porque los maestros, difícilmente podemos reprimir el deseo de
perfección para los alumnos, y por ello la hice mía durante los 45 años que
ejerció.
78
Me llevé un buen rato observando su última foto, la del 27 de enero de
1938. Al recobrar la conciencia, me pregunté el motivo de tan extensa
curiosidad, despejada por la pena que contagia su rostro de vejez prematura,
demacrado por el dolor que todo lo marchita y mata. Comprendí que resultaba
de la condensación de algunas alegrías con hondas tristezas por un tormentoso
e injusto exilio, y mucho más al compartirlo con su anciana madre, símbolo de
una España envejecida y enferma.
Seguirá bien informado por los numerosos amigos que dejó por estos
andurriales, envueltos todavía por una niebla espesa de reyezuelos y lacayos,
herederos de los que en siglos pasados inspiraron las negras pinturas goyescas
y que con tanta clarividencia usted denunció. La ignorancia de muchos y la
estupidez de los más llamados a iluminar la siguen asfixiando a esta Patria
nuestra. Ya lo sintetizaba: «Parece como si pensáramos todos, con honda
convicción, que hay una cosa sagrada: la mentira…». El invocado aire fresco
sigue deseoso de entrar, aprisionado por las numerosas puertas cerradas por la
injusticia.
Palpo la sobriedad de sus letras como un sólido instrumento donde anidó su
espíritu, abierto a la pluralidad de una cultura universal. Sin duda que usted no
nació para pisar inestabilidades ni inciertas aseveraciones. Su genialidad, igual
seduce que acongoja como meta inalcanzable.
No hace mucho pisé tierras sorianas y los muchos lugares donde su espíritu
se contagió de una naturaleza sobria, bajo la impasible mirada de un san
Saturio que todavía observa el Duero y los álamos que usted acarició. Después
preferí apartarme del grupo para recrear su figura en el aula o pensativa a la
espera para inquietar a un alumnado más dado ―es natural― a las euforias
juveniles que a comprender la complicada gramática francesa.
79
Desde su inmortalidad, ganada a golpes disciplinarios en el yunque de la
reflexión, nos verá perdidos, absortos en los balones de oro y otras zarandajas
que los malignos diseñan. Usted, lector del gran Leibniz, del gigantesco Kant
o de tantos intelectuales quizá no comprenda cómo aún tiran la vida tantas
criaturas por las alcantarillas de la estupidez.
A mi tiempo le queda poco, pero consuela que podamos pasear por las
veredas del más allá, haciendo camino, riéndonos de tantas agitaciones cuando
al final siempre llega la paz.
Manuel Filpo Cabana
80
Antonio Machado in memoriam
(Eran las tres y media de un Miércoles de Ceniza, de hace 75 años).
Porque hay que huir de lo que más se quiere,
te saltaste la trampa de la muerte, y viste
una tierra sin odio donde
iba la vida cosida a la carne,
y así evitaste que la voz de un hombre
muriera en cualquier parte.
Atrás quedan los patios sevillanos,
de albahaca y cal, de sol y limoneros.
La fría Soria, cárdena Baeza.
¡Tu Leonor, ardida en la memoria!
Atrás se quedan ya, adormecidos,
los tiempos de silencio…
Como un rey destronado, ibas ungido
con el agua bendita del desprecio.
Atrás se quedan ya las dos España.
Las mismas que aún están –las mismas siempre-.
Pero aún continúas con nosotros.
(¡Odias la voz del viento que asesina!
Y la mano malvada
que empuja el huracán. Hay quién no sabe
que la muerte es la espada, y que ella vive
en la mano del hombre).
81
Iba deshilvanando pensamientos,
con la maleta de cartón, cargada
de corazones vivos.
Un poema arrugado en el bolsillo…, aunque
no haciendo, andando, el camino de vuelta.
Parece ayer, pero del hoy a entonces…
a mí me alumbra un sol más justo ahora…
Así que amen, señor don Antonio Machado.
Y gracias por las plantas que dejaste
crecer en cada uno de nosotros.
Que Colliure respete tu memoria.
Mientras que en la andaluza tierra de los cantes sigo
bebiendo el néctar blanco de tus versos.
Manuel Senra
Antonio Machado
82
Los verdaderos atlas del mundo
Lo que queda fuera de la página puede llegar a ser tan elocuente como lo
escrito. Cuántas veces uno dispone frente a sí las palabras y no logra escribir
una sola línea, o lo que es peor, se dedica a otras tareas: leer un libro, tomar
café o escribir e-mails, interrupciones que impiden, entorpecen, anulan (y
tantas veces enriquecen) la escritura. Que dejan, en definitiva, al texto
inacabado. Corregir (restar palabras, otras veces agregarlas) es tan importante
como escribir.
En este sentido parece expresarse Antonio Machado (Sevilla, 26 de julio
de 1875 – Colliure, 22 de febrero de 1939) a través de su apócrifo Juan de
Mairena16: ““Yo conocí un poeta de maravilloso natural, y borraba tanto, que
sólo él entendía sus escritos, y era imposible copiarlos; y ríete, Laurencio, de
poeta que no borra”. El autor de esas líneas… fue aquel monstruo de la
naturaleza… que se llamó Lope Félix de Vega Carpio.” (VII, p. 1938).
Mairena defiende el equilibrio entre la sobreabundancia y el ascetismo:
“No os empeñéis en corregirlo todo. Tened un poco el valor de vuestros
defectos. Porque hay defectos que son olvidos, negligencias, pequeños errores
fáciles de enmendar y deben enmendarse; otros son limitaciones,
imposibilidades de ir más allá y que la vanidad os llevará a ocultarlos. Y eso es
peor que jactarse de ellos.” (XII, p. 1958).
Machado y su heterónimo saben que un lenguaje en apariencia
espontáneo esconde un trabajo de escritura y reescritura. El escritor ha de ser al
mismo tiempo crítico de sí mismo, ha de desdoblarse para no excederse. Juan
de Mairena no elogia la brevedad por sí misma, sino que pretende ahuyentar
16
Juan de Mairena . Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1936, “Poesía
y Prosa, Tomo IV, Prosas completas (1936-1939), edición crítica de Oreste Macrí, Espasa-Calpe, 1989).
83
los excesos: “Limpiemos – decía mi maestro – nuestra alma de malos humores,
antes de ejercer funciones críticas. Aunque esto de limpiar el alma de malos
humores tiene su peligro; porque hay almas que apenas si poseen otra cosa y, al
limpiarse de ella, corren el riesgo de quedarse en blanco. Pureza, bien; pero no
demasiada, porque somos esencialmente impuros.”. (XXXII, p. 2036).
Jorge Luis Borges había escrito cuatro años antes que no puede haber
sino borradores, que el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la
religión o al cansancio. Sostiene Mairena que no es fácil que él pueda
enseñarnos a hablar, ni a escribir, ni a pensar correctamente, porque él es la
incorrección misma, “un alma siempre en borrador, llena de tachones, de
vacilaciones y arrepentimientos. Llevo conmigo un diablo – no el demonio de
Sócrates –, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo, para escribir
encima lo contrario de lo tachado.” (VI, p. 1933).
Juan de Mairena propone escribir como se habla. O aún mejor, hablar en
vez de escribir. Y si eso no es posible, que la escritura, al menos, haga
prevalecer la intuición. El lenguaje hablado mantiene intacta la gracia y
sencillez de lo espontáneo “… porque no todo merece fijarse en el papel.”
(XLII, p. 2088). “Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo
importante es hablar y decir a vuestro vecino lo que sentimos y pensamos.
Escribir, en cambio, es ya la infracción de una norma natural y un pecado
contra la naturaleza de nuestro espíritu”. (XLVIII, p. 2116).
“Yo no escribo; yo solo corrijo” confesará Augusto Monterroso en La
letra E (1987). John Banville declara a El País, en 2008: “Al principio escribía
y reescribía, y mi primera novela tuvo nueve versiones. Ahora no. Ahora voy
frase a frase”. Antonio Machado, a través de su heterónimo, lo dijo antes:
“Descansemos un poco de nuestra actividad racionante, que es, en último
término, un análisis corrosivo de las palabras.
84
Hemos de vivir en un mundo sustentado sobre unas cuantas palabras, y si
las destruimos, tendremos que substituirlas por otras. Ellas son los verdaderos
atlas del mundo, si una de ellas nos falla antes de tiempo, nuestro universo se
arruina.” (XLIV, p. 2096).
José de María Romero Barea
[1] Rodríguez, Claudio: Poesías completas (1953-1991), Barcelona, Círculo de Lectores, 2004
[2] Salas, Ada: La sed, Madrid, Hiperión, 1997
[3] Machado, José: Últimas soledades del poeta Antonio Machado, Madrid, Forma Ediciones, 1981
[4] Gibson Ian, Ligero de equipaje, Madrid, Editorial Punto de Lectura S.L. (2007)
[5] Gibson Ian, Ligero de equipaje, Madrid, Editorial Punto de Lectura S.L. (2007)
[6] Cansinos Assens, Rafael: “El dolor de Antonio Machado”, La novela de un literato, 1 (1882-1914),
Madrid, Alianza, 1982
[7] Rodríguez, Claudio: Poesías completas (1953-1991), Barcelona, Círculo de Lectores, 2004
85
Cuando estuve en Colliure
no me encontré al poeta de los dedos manchados,
nadie pudo decirme
qué pasó con los álamos, las cigüeñas esquivas,
quién tañe el campanario,
si en la laguna negra aún se escuchan los pasos.
Lo encontré amarillento
en el libro gastado
que devoré de niña de apenas dos bocados.
Apareció la fuente,
el limonero lánguido visto tras la cancela,
el caballo soñado que un niño imaginara.
Quise domesticarlo
e inundó con sus versos el triste calendario.
Cuando lo busco, acude;
me regalan sus labios
palabras que no encuentro, caminos sin atajos,
lecciones sin maestro.
Brújula y astrolabio.
Anabel Caride
86
El hombre que se rio una vez
Aquella gente que merodeaba por Úbeda no tenía el aire admirativo de
los turistas ni se movía con la parsimonia de los que observan calles y
monumentos. Eran sin duda madrileños, pues con ese gentilicio se designaba
en el pueblo a todo aquel forastero que vistiera con desenfado y hablara sin
acento andaluz, en contraste con la contención de modales propia de los
habitantes de la localidad.
Oíste que eran rojos, que habían colmado los hoteles de Baeza, y se
hospedaban en cualquier sitio de Úbeda que ofreciera una cama. Se decía que
habían traído una cabeza enorme de Machado oculta en el maletero de un
coche y querían colocarla entre los olivos, decían unos, o en medio del Paseo
de las Murallas de Baeza, corregían otros. Rojos, se murmuraba. Republicanos
y masones, como fue aquel poeta que dio clases en el instituto de la localidad
vecina. Habían llegado de pronto y merodeaban por calles o se apiñaban en las
mesas de las cafeterías. Estaban soliviantando la comarca -se alarmaban los
corrillos-, haciendo ruido en los periódicos de Madrid, así que nadie diga que
aquello no era una cita política organizada, prevista como un perverso plan
porque habían venido de todas partes y eran muchos y con ganas de gresca. Y
si querían remover la paz que tantos muertos había costado, si querían buscarle
las cosquillas a la gente tranquila y estaban pidiendo leña, pues, con mucho
gusto, leña se les daba, toda la leña del mundo, leña hasta que se hartaran, ¿a
qué venían si no? Que se fueran a protestar a sus casas y qué homenaje ni
homenaje cuando habían acudido en sigilo y de lo que se trataba era de
manifestarse donde nadie los quería, de venir aquí a alborotar, a traernos
problemas, a joder la marrana.
87
Fue en 1966. Y, en efecto, se les dio leña. El busto de Antonio Machado,
un bronce fundido por Pablo Serrano, tendría que esperar años para ocupar un
lugar desde donde, como el poeta en vida,
mirara a Mágina y al Guadalquivir. Pero, antes,
la cabeza de Machado peregrinó por sitios
diversos, como si el poeta estuviera condenado a
que, más allá de su muerte, una de las dos
Españas le siguiera helando el corazón. Hubo
que esperar hasta 1983 para colocarla en el
Paseo de las Murallas de Baeza, después de
haber pasado por la madrileña librería Machado
y haberse estancado durante años en el cuarto de los termos de la casa del
fiscal Vicente Chamorro.
El homenaje se prohibió a última hora. La policía, que había cortado el
acceso a Baeza, cargó contra los más atrevidos; hubo lluvia, paraguas y palos
hasta que las detenciones y algunas protestas en la prensa internacional
cerraron un homenaje que venía a engrosar aquella uniforme frustración sobre
la que sonaban las fanfarrias de la España franquista.
El alcalde de Baeza publicó un bando donde explicaba a sus convecinos
el acto casi heroico de liberar al pueblo de la caterva de advenedizos.
La invasión del pueblo el pasado domingo por gentes de dudosa catadura
moral y política, algunos delincuentes, amorales, etcétera, que vinieron a
sueldo a soliviantar a nuestra pacífica ciudad.
Mucho más tarde, te enteraste de que las gentes de dudosa catadura
moral, aludidas por el alcalde, eran el juez Chamorro, Agustín García Calvo,
Raimon, Alfonso Sastre, Gabriel Celaya, Moreno Galván y otros muchos
88
atraídos por la reivindicación de un poeta al que se le intentaba devolver lo que
las aulas del pensamiento único le habían quitado.
Sin saberlo, los que homenajearon a Machado repitieron el sino de los
ciegos de Lora del Río que, en 1821, cuando empezaba el trienio liberal,
vinieron a la plaza del Mercado de Baeza con el fin de vender los romances
que cantaron con fervor patriótico ante los ciudadanos. Mientras los ciegos,
tañendo sus guitarras, se desgañitaban en un ardoroso coro (Cesó el orgullo,
/déspotas fieros, /pues ya la España, /rompiendo yerros, /salió triunfante /del
cautiverio), los presentes, que sin duda no pensaban que habían salido de
ningún cautiverio, ciñeron el corro sobre los cantores y, al grito de ¡a la leva!,
improvisaron un apedreamiento en toda regla del temible ejército de invidentes
sevillanos.
Esta historia se desenlaza con las quejas de los agredidos ante el juez de
Baeza, quien, a pesar de que el coro estaba autorizado por el Jefe Político de la
provincia, les recomendó que se olvidaran de cantar coplas a la Constitución y
las sustituyeran por los prestigiosos himnos marianos.
Tanto los ciegos de Lora como los que quisieron homenajear a Antonio
Machado se enteraron demasiado tarde de que, desde que medraron las ranas
de San Juan, las tierras de Jaén se habían cerrado sobre sí mismas, como se
cierran las cochas de un inmenso bivalvo, para sumergirse entre su perímetro
de montañas.
No hace mucho has visto una instantánea tomada en aquel día en el que
la cabeza de Machado no encontró su pedestal. En ella, en primer plano,
encabezando un grupo de personas, puede verse a Armando López Salinas, a
Carmen Labra y a los pintores Ibarrola y Genovés. Caminan sonrientes,
mirando al frente, sin reflejar en nada la tensión que vivirán momentos
89
después. Sólo en la cara de Carmen Labra puede leerse cierta inquietud, quizás
recelo, pero por lo demás todo es fluidez, cabezas que se giran en
conversaciones al paso, cigarrillos, miradas confiadas.
Por lo demás, los cuellos de las camisas asomando por el jersey, el corte
del pelo a navaja de los hombres o el escardado de las mujeres, te remiten a
una época en la que oíste hablar del tropel de rojos invasores y tú y tus amigos
empezasteis a aprender a Machado completo. Fue en la época en la que a los
argumentos de los padres sobre los veinticinco años de paz contestabais con
aquel rabioso y recién aprendido cliché de veinticinco años de orden público,
una frase tan poco inocente que a algunos de nosotros nos aportó un exceso de
tutela paternal y a otros, como a Joaquín Sabina, un sonoro tortazo que le
propinó su padre en el balneario de Canena.
De algún modo, Antonio Machado, sin haberlo sospechado, había
escrito para inaugurar vuestra adolescencia y sus versos os mostraban que el
lugar donde vivíais era un rincón donde la vida se había achicado a fuerza de
rizarse y rizarse sobre sí misma.
Sin embargo, antes de que Antonio Machado llegara a Baeza ya creía
estar viendo la nada ante sí. Igual que San Juan, llegó a Jaén como un fugitivo
y, como el carmelita, aunque por razones opuestas, se encuentra con un
espacio que le exige entrar en él para modelarlo, convertirse en una especie de
cruzado al revés. Él, que si algunas armas había empuñado, fueron las
apacibles cerbatanas de los cigarrillos y los dardos de su inteligente
escepticismo.
Leonor, su mujer, ha muerto; su otro gran afecto, Castilla, le parece que
se queda definitivamente atrás, enterrado también en el cementerio de Soria
junto a quien ni se atreve a llamar por su nombre, a quien, por pudor o por
90
antonomasia, reduce a un simple posesivo o a ese pronombre –“ella”- con el
cual suele aludir a la mujer irrecuperable. Una semana después de la muerte de
Leonor, Machado no puede soportar lo que no tiene y pide traslado a ciegas, a
la primera plaza de profesor de francés que quede vacante. Pasado el verano de
1912, como quien se deja arrastrar por el absurdo, comenzará sus clases en
Baeza.
Los testimonios de los que fueron sus alumnos
repiten la figura conocida de un hombre calmoso, de
voz lenta y opaca, que no suspendía nunca a nadie. Un
exalumno lo individualiza un poco más cuando cuenta
que era serio para añadir enseguida que sólo lo vio reír
en una ocasión.
Siempre que has recreado a aquel hombre, que se sentía viejo a los
treinta y siete años, en el momento de llegar al valle del Guadalquivir, te ha
sorprendido que su primera visión de Jaén sea la de alguien que huye de su
perplejidad (mano fría/ que aprietas mi corazón), la de una especie de
semicadáver que mira al valle y no acepta tanta vida. Demasiado verdor,
demasiada agua, demasiado futuro para ese poeta que pronto le escribirá a Juan
Ramón Jiménez para decirle que, cuando murió Leonor, pensó pegarse un tiro.
No era Antonio Machado ningún cantamañanas y hay que creer que no había
ni masoquismo ni autocompasión en aquella carta. Tampoco en la que le
escribe a Unamuno.
La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una
criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por
ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme
a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada
extraordinario en este sentimiento mío.
91
Está al borde de la renuncia y mira sin apetencias de vivir la tierra que
le ha tocado por suerte burocrática. Él, el más norteño de los andaluces, llega a
la Andalucía más septentrional, pero su mundo se ha situado mucho más al
norte y le va a ser imposible, aunque así lo ha escrito, llevárselo consigo.
Como un enajenado, mira desde el tren los campos donde ha ido a exiliarse y
le parece que entra en un paisaje con tanta presencia que no va a poder
contenerlo o explicarlo en sus versos. El valle del Guadalquivir se le antoja una
explosión vegetal. El poeta de lo humilde se encuentra trasladado a lo excesivo
y parece asfixiarse entre la savia y el perfume de las flores.
No es dado Machado a las exageraciones sino a la precisión pictórica,
por eso, extraña que ahora su mente acumule todos los rasgos que expresan
vigor para formar junto a Baeza un locus amoenus inexistente por recargado:
Oh, Soria, cuando miro los frescos naranjales
cargados de perfume, y el campo enverdecido,
abiertos los jazmines, maduros los trigales,
azules las montañas y el olivar florido;
Guadalquivir corriendo el mar entre vergeles;
y al sol de abril los huertos colmados de azucenas,
y los naranjales de oro, para libar sus mieles
dispersos en los campos, huir de sus colmenas;
yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares,
barriendo el cierzo helado tu campo empedernido…
Atendiendo a lo que escribe, se podría decir que el poeta está apresado –
él también- en los tópicos del sur y que acabara de entrar en el Jardín de las
Hespérides, que los mitómanos identifican con Andalucía. Aunque parece más
acertado interpretar que Machado necesitaba un punto de contraste con la Soria
que ha dejado a la espalda y es aquel paisaje frío y desolado (alcores y
92
roquedos del yermo castellano, /fantasmas de robledos y sombras de encinares)
el único que puede dibujar o adaptarse a la atonía de su ánimo. Y no sólo
porque, a la manera de la Generación del 98, su estética se había hecho a la
llana dureza de la Meseta sino porque ahora, viudo casi profesional, soriano de
vocación, quizá comprendiera verdaderamente las razones de su antigua
inclinación por unas tierras tan tristes que tienen alma.
Huye de Soria y va a dar a un espacio de espejos que apenas puede
reconocer como unido a su región de nacimiento. Andalucía se le presenta
entre abigarradas vestimentas, puros despojos del recuerdo y, cuando se acerca
a la naturaleza, parece experimentar la alucinación de contemplar un paisaje
duplicado: el Guadalquivir le recuerda al Duero; los caminos de Sierra Mágina
a los de los Picos de Urbión; todo a Castilla. Y Castilla es Leonor. Llegará a
perder la sensibilidad del paisaje porque los caminos que ahora anda –y los
caminos para él son también la vida- lo remiten a los que anduvo en momentos
en que los páramos, la mujer que amaba o los atardeceres estaban hechos con
la pureza de la felicidad.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos…
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
Cuando llega a nuestra comarca, vivirá el poeta como quien vive en una
tierra movediza en la que no acaba de asentarse. Se siente extranjero en los
campos andaluces y se reparte entre un hipotético traslado a Alicante o a
Cuenca o a Salamanca y un continuo y vivísimo tirón de la nostalgia. Ni
siquiera considera que el presente lo envuelve o le llega a concernir.
93
En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo? No.
En estos pueblos se lucha
sin tregua contra el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.
Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?
(Tic-tic, tic-tic…) Era un día
(Tic-tic, tic-tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.
La mujer-niña que él más quería le robaba el presente, se lo enajenaba
hasta tal punto de que el pasado –el recuerdo- tenía dimensión física y una
capacidad invasora tal que equivalía a una realidad que podía volverse a vivir.
Quizá nadie como Machado pudo sentir con más autenticidad que Jaén
es una encrucijada. Él mismo, en esos años, lo era. Fue ciego ante el esplendor
arquitectónico de Baeza, si bien es verdad que nunca fue un poeta urbano y
sólo apreció a las ciudades por su proximidad a los campos, por las murallas
que dan a los caminos, o por los elementos de la naturaleza que contienen:
espacios abiertos, plazas, parques, naranjos o fuentes. En consecuencia, Baeza
se le reduce a sus miradores, a la tertulia de la rebotica de Almazán dónde se
habla de olivos o a la lluvia golpeando en los cristales de su pensión de la calle
de la Cárcel.
Aunque vive en una población que será declarada Patrimonio de la
Humanidad, alguien como Machado, que por esos años está cambiando de piel,
sólo puede ver en Baeza –y en sí mismo- transición, tierra de paso, frontera.
94
Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.
O, bien, esa esquina del tiempo donde los caminos nunca llegan: rincón
moruno, rincón manchego. Y, por los rincones de Jaén, pasea, se fatiga, va y
vuelve a los miradores que dan al valle; los nueve kilómetros que lo separan de
Úbeda le parecen un pretexto para acercarse allí a comprar tabaco, se detiene a
mitad de camino, junto al mismo árbol, se levanta, continúa fatigándose,
regresa. No deja de caminar y, sin embargo, lo que está haciendo es deambular
por su pasado.
Ha caído en una tierra de indefinición, él, que se encuentra entre dos
tiempos, y hace una poesía de hombre repartido mientras cruza por Jaén en una
larga caminata que durará siete años.
Pero, mucho antes de hacer las maletas hacia Segovia, su convalecencia
ha concluido y Baeza le sirve de puente para que pueda pisar otros territorios
poéticos. Llega un momento en que sus campesinos pierden su aire bucólico de
gentes que aran las sementeras o arrean las recuas cargadas de aceituna. Se le
acaba la égloga al tiempo que una rabia social lo convierte en otro. El
agricultor deja de ser percibido como un simple instrumento que hace fértil la
tierra –un hombre que genera, siembra y labra-, dotado de una bondad
primigenia que lo haría digno del Ángelus de Manet. Ahora, aparece como
dueño moral de lo que cultiva, como señor por nacimiento de los olivares,
95
aunque, es verdad, nada le pertenece y, si tiene algo, es solo el carasol de la
plaza donde espera que el capataz tenga a bien contratarlo.
¡Olivar y olivareros,
bosque y raza,
campo y plaza
de los fieles al terruño
y al arado y al molino,
de los que muestran el puño al destino,
los benditos labradores,
los bandidos caballeros,
los señores
devotos y matuteros!
Por esta vía de la observación, ahora sí, de los hombres que habitan la
ciudad, más que los que se ven en lontananza labrar los campos, se le acaba a
Antonio Machado el paisaje como espejo, como pura contemplación de su
estado de ánimo, para entrar en la significación social de la tierra. Pasa de la
descripción a la ideología; del campesino al bracero; de los idílicos cazadores a
los caciques.
Todavía al año siguiente de llegar a Baeza podía escribir, siguiendo las
ideas medievales de Jorge Manrique, sobre las injusticias sociales como un
asunto menor ya que la muerte ajusta cuentas y la vida es un simple camino
para llegar donde nos jugamos el destino, la morada de la eternidad. Si la vida
es un río que va a dar a la mar, sólo habría que tener paciencia hasta que nos
acoja ese mar calmo e igualatorio de la muerte. Hasta ahí Manrique. Y casi lo
mismo, en 1913, Machado:
96
Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos seamos;
mas, si vamos
a la mar,
lo mismo nos han de dar.
Pero pronto supera la ecuación esencial de Manrique (vida-río) en la más
machadiana de las metáforas (camino-vida), una metáfora que ya había
aparecido en sus primeros poemas con el significado de la pasadizos que
entran en los sueños y que el poeta va transformando, primero, como una
senda que termina en la incertidumbre del más allá, una simple línea que
conduce a un enigma; más tarde, le interesará lo que rodea al trayecto, las
flores del camino, hasta que el camino pierda su horizonte metafísico y acabe
centrándose en sí mismo con el doble valor de la senda que se pisa y el del
itinerario de la vida. Ya sólo restan los últimos ajustes de la metáfora, los que
le dicta el cambio de su vida en Baeza, toda una metamorfosis que transforma
al hombre nostálgico que, unos años antes, se movía con la desazón de los
suicidas.
Aquel poeta que no encontraba el modo de entrar en el presente, ahora,
sin embargo, habla con seguridad, como el que sabe que acierta. Defiende la
vida como algo que se hace a pulso, en solitario y hacia el futuro, con el
esfuerzo de quienes buscan sin más referencias que las de la voluntad porque
se hace camino al andar y no hay posibilidad de volver sobre los pasos andados
porque uno es otro a cada instante, nadie se baña dos veces en el mismo río y
tus propias huellas se borran como estelas en la mar.
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Con las diferencias sociales que observa en Jaén y la incidencia que
tienen en él los últimos acontecimientos políticos, como la guerra europea,
Machado se va radicalizando y perfila su teoría de la sentimentalidad colectiva
y su visión de las dos Españas.
Entre 1913 y 1915, escribe sus poemas cruciales sobre la inanidad del
señorito andaluz, símbolo de la inactiva burguesía de todo el país, de la España
vieja para la que augura su defunción, su mármol y su día. Don Guido o este
hombre del casino provinciano, gentes que ignoran el trabajo y el pensamiento,
representantes de esa España inferior que ora y bosteza o embiste cuando se
digna usar de la cabeza, son los personajes contra los que se levanta Machado.
Símbolos obtenidos como por destilación de las personas que lo rodean -este
hombre, escribe, con ese demostrativo de proximidad- y, con ellos, formula su
visión de seres que taponan el desarrollo del país, personas estériles, meras
sombras que pasan por la vida sin dejar nada, sin haber dado o hecho algo por
los otros, que es lo que ya significa vivir para él.
¿Qué ha sucedido con aquel poeta sonámbulo y solitario que llegó a
Baeza en 1912? ¿Quién le ha dado ese coraje ético que lo lleva a llamar a la
acción a una España joven que alborea con un hacha en la mano redentora?
En un artículo dedicado a Giner de los Ríos, retrata lo que ve, aunque
ahora usa su nuevo lenguaje de la rebeldía y llega a escribir que no hay
salvación posible para esos hombres de presa que llamamos caciques. Cuando,
en 1936, reflexiona desde Madrid sobre la guerra todavía no ha olvidado lo que
vivió en Baeza y señala la responsabilidad de los “señoritos” como hacedores
del atraso y la penuria, de la indignidad ajena.
La verdad es que, como decía Juan de Mairena, no hay señoritos, sino
más bien “señoritismo”, una forma entre varias de hombría degradada, un
estilo peculiar de no ser hombre, que puede observarse a veces en individuos
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de diversas clases sociales, y que nada tiene que ver con los cuellos
planchados, las corbatas o el lustre de las botas…El señoritismo ignora, se
complace en ignorar –jesuíticamente- la insuperable dignidad del hombre. El
pueblo, en cambio, la conoce y la afirma, en ella tiene su cimiento más firme la
ética popular.
En una carta a Fernando Onís, enviada en 1918, rechaza lo que llama el
clima moral de esta tierra y en otra a Unamuno, escrita apenas ha llegado a
Baeza, intuye su metamorfosis:
Cuando se vive en estos páramos espirituales, no se puede escribir nada
nuevo, porque necesita uno la indignación para no helarse también.
El propio Machado va contando las razones de su evolución. Es como si
a aquel hombre, que buscaba la nada por los caminos de Jaén, la realidad lo
hubiera despertado a voces. Lo curó la rabia. Lo curó Baeza. La ciudad le abrió
los ojos y lo puso en medio de la vida. Las tierras de rincón, antiguas
encrucijadas que ahora carecían de caminos, tienen mucho de conservante del
tiempo y allí estaban, en estado puro, agarrados a la tradición, parecidos a seres
abisales, los que poseían la tierra como una leyenda que se guarda en un puño.
Pero también, en la plaza, merodeando bajo la torre de los Aliatares,
muy cerca del casino, los braceros esperaban el improbable trabajo. Lo demás,
lo puso aquel desterrado a quien Baeza le arrancó las ensoñaciones y le dio una
lección de proximidad. Aprendió a mirar de cerca y a meter las aristas de la
realidad en sus versos donde ahora habla de jornaleros que luchan contra la
miseria, hombres observados de cerca en un espacio concreto, hechos suyos
por Machado mientras siente que su tiempo, su vida, se ensancha al ser
arrastrada en el tiempo colectivo.
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A los dos años de estar en Baeza, en el prólogo a un libro de Miguel
Ayuso, puede expresar con claridad una nueva necesidad poética:
Un hombre consagrado a la veterinaria, a la esgrima o a la crematística,
me parece muy bien; un hombre consagrado a la poesía paréceme que no será
nunca un poeta. Porque el poeta no sacará nunca la poesía de la poesía
misma…Así una abeja consagrada a la miel –y no a las flores- será más bien
un zángano, y el hombre consagrado a la poesía y no a las mil realidades de su
vida, será el más grave enemigo de las musas.
Así que la materia poética proviene de lo que rodea al escritor, de las mil
realidades de su vida, y no de abstracciones o de ideas heredadas. El poeta ve y
escucha y actúa en su medio. Por la vía del rechazo a lo que esteriliza a la
tierra –a lo que la hace injusta y productora de miseria- le llega el amor a la
tierra.
El andalucismo de Machado sale de Jaén, de la evidencia de que el
analfabetismo y el despojamiento de la mayoría tiene responsables
reconocibles, con nombre propio, a quienes se les puede oír perorar en esos
recintos de exclusión que son los casinos. Puede que sea verdad que nadie ama
si no odia al mismo tiempo lo que niega a lo amado. Don Antonio lo sabe,
Baeza le ha dado una lección de lucidez y se acerca a Andalucía como quien
quita un velo a las mixtificaciones porque no estaría mal arrancar de una vez la
gruesa capa de colorines del falso andalucismo laudatorio.
Hay otro andalucismo diferente a las de las tierras bajas, parece
comprender el poeta. No se trata de alimentar la eterna canción beticista del
vino y el sarao, de los señoritos y los toros, del incienso y la charanga. Se canta
lo que se pierde, escribió, o lo que es casi lo mismo, se canta lo que más duele.
Los modelos humanos que propone el tópico de nuestra tierra son,
100
precisamente, antimodelos, y no hay nada más antiandaluz que el andalucismo
al uso porque no es en absoluto inocente ocultar o embellecer lo que perpetúa a
la injusticia.
La metamorfosis ha concluido. Antonio Machado ha atravesado por una
esquina de España y de Andalucía y no ha quedado indemne. En aquella
esquina del sur, la frontera de la Reconquista se había solidificado con sus
latifundios y sus arquetipos medievales, y le supone al poeta un reactivo que le
hace pasar sus propios límites. De un yo lírico, donde andaba encerrado, salta
al exterior donde se encuentran los otros.
No se irá de Baeza sin mirar el paisaje de las Lomas con una perspectiva
de posesión. Ha dejado de andar ciego entre el vergel del valle, ha revivido al
contacto con Baeza y se ha transformado en un andaluz del único modo
decente de serlo, levantando las máscaras del embeleco y señalando una
realidad fósil, que siente necesidad de corregir. Es entonces cuando interioriza
el paisaje jiennense, lo recorre y lo nombra con la emoción de quien pone voz
a un todo de cuyo centro salta esa voz.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
Los cortijos blancos.
Jaén se ha convertido en mucho más que la tierra de paso que el poeta
había previsto cuando llegó, la ha descubierto –en todos los sentidos- al tiempo
que Jaén lo ha hecho a él. Es, por tanto, otro el que toma el tren en 1919 con
destino a Segovia. El Guadalquivir es visto ahora no sólo como un río que
fertiliza el valle sino como un flujo continuo de tiempo, el río o el camino de la
vida que se anda hacia la muerte y une al poeta con la tierra y la ciudad –un
barco en la ribera- para llevarlos hacia el destino común del mar.
101
…………………el campo mío,
por donde tuerce perezoso un río
que toda la campiña hace ribera
antes que un pueblo, hacia la mar, navío.
Salvador Compán
(Del ensayo Jaén, la frontera insomne, Fundación Lara, 2007)
Antonio Machado en Baeza, leyendo en un banco.
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Extraños en Colliure
El último trago de hiel de don Antonio, “el bueno”, fue ver entre las manos de
su madre aquellas dos Españas predispuestas a helarle el corazón.
Seguro que no le preocupó ni el enfisema pulmonar, ni sus ritmos sistólicos, ni
la imposible mano de Pilar Valderrama, ni siquiera los golpes de la guerra
perdida. Sino el desastre mismo de aquella niña vieja, desaliñada y con el
viento en el cabello tembloroso que no dejaba de preguntar por el río de
Sevilla:

¿Es éste el río de Sevilla, Antonio? Dime, hijo, ¿y tu hermano Manolo
dónde está?
La clase, y fugitivo y muerto Abel junto a una mancha carmín. El profesor:
un anciano mal vestido, enjuto y seco…
Es cuando el hijo va y le piensa esos días azules y ese sol de la infancia, y le
construye lágrimas sobre las arrugas de la frente.
Y pasa el limonero pálido, la mosca y el bigote lacio de su padre como pasan
sus gotas de sangre jacobina, la filosofía de la ilustración y los delfines locos
por el Guadalquivir.
Allí está su cuento dentro del cuento de aquella confitera de la calle Pureza.
Esa muchacha menestral echada en la baranda del puente de Triana que va a
ser su madre.
103
Su madre. La que habla lo que pasa en la calle y no sabe de rúas ni de eventos
consuetudinarios.
La que le diría a su “Juan de Mairena” y a su “árabe español”, que le
ensancharon la cintura, que tuvieran cuidado con sus distintas camisas, que
miraran por ellas, que no se las fueran a traer salpicadas de sangre ni con un
mal roto en el bolsillo del corazón.
Ahora, esa muchacha vieja junto a su abrigo viejo cruza al exilio junto a él, y
ambos, con ese algo que es tierra en sus carnes, van a sentir la humedad del
jardín como un halago…, como bendita sepultura.
Les queda el olor del hilo y los encajes. Los minúsculos recintos de los
alfileres. La mujer de las manos piadosas que, en otro idioma, les ofrece un
asiento y un vaso de café, hospedarse en la pensión Quintana en una habitación
con vistas a su descanso eterno, y echarse en una cama con derecho a morir de
soledad en una tarde parda y fría.
Rosa Díaz
104
Las paredes huérfanas del aire
Para el homenaje a Antonio Machado en
el 75 aniversario de su muerte, en el exilio.
El tiempo se adormece con sus horas
en la distancia del silencio denso
con su caminar torpe y transparente.
Sus ojos se transforman en la selva
de palabras sin risas ni miradas,
con el exilio de los sueños mudos
en las paredes huérfanas del aire.
El tiempo lo traiciona de consignas
viento y vela de aristas y caminos
en la tierra sin luces ni fronteras,
en los murmullos del agua sangrante
nieve y lluvia furtiva con sus ojos
en el mar tenebroso de los astros.
El tiempo se derrite sin aviso
en las olas ufanas de la vida
nubes, arenas y vientos confusos
caricias en las manos de los campos
y las espigas del sol indeleble
arrecife de la luz y el olvido.
José María Molina Caballero
105
La propagación de las palabras
Homenaje a Antonio Machado
Es dulce la propagación
de las palabras.
Alzan el vuelo
y envuelven con ternura
la sonrisa perpetúa de las rosas.
Con frecuencia vierten
un débil centelleo
al filo
de la luz y de las sombras,
y aludes de granizo y bruma
sobre el murmullo de las piedras.
Sortean
la frondosa niebla
de las incomprensiones.
Imploran la tibieza,
desunidas, juntas y esforzadas
bajo la recia certidumbre
de las cosas.
Se libran de la zozobra
con tan sólo
un soplo leve de esperanza
de no saberse desoídas ,
y sueltan incansables
la entereza de los labios,
106
surcando
la ebriedad de las encinas
con un canto de amor
alto, rotundo y poderoso.
Ana Patricia Santaella Pahlén
Manuscrito Antonio Machado
107
Antonio Machado. ¿Llegamos pronto a Sevilla?
A los setenta y cinco años de la muerte en el exilio de Antonio Machado.
“Los grandes testigos del pasado se convierten en carcasas vacías para turistas
presurosos”
Francisco Rodríguez Adrados
En este febrero que corre de 2014 se cumplen los setenta y cinco años de
la muerte en el exilio en Colliure (Francia) del poeta sevillano Antonio
Machado, nacido en el palacio de las Dueñas de Sevilla un 26 de julio de 1875
y muerto de soledad, tristeza y
desgarrado, ligero de equipaje, en un
ajeno paisaje junto a su madre y el
sangrante dolor de España un 22 de
julio del fatídico 1939. Los versos de
su poema fechado en Lora del Río en
abril de 1913: “En estos campos de
mi tierra / y extranjero en los campos de mi tierra”, augurio de lo que llegaría
al final de su andadura en tierras extranjeras.
El tiempo ha corrido veloz, las generaciones se han sucedido, pero la voz
del poeta que murió con el sueño roto de una España sin caciquismo y cerrazón
religiosa mantiene viva su palabra poética, humana y acusadora de certera
perennidad. Nunca pudieron exiliarla ni aniquilarla la cruz y la espada.
Tampoco la belleza sencilla del recuerdo que le acompañó en sus últimas
horas de soledad y envejecimiento: “En estos días azules / y este sol de
infancia”. Envejecemos nosotros no el amor y la niñez, como cantó Bécquer
que permanece elevado por encima de todo tipo de opresiones, crímenes y
desencantos.
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Este es el peso de la razón desde la imperecedera soledad con lluvia tras
los cristales y niños cantando la tabla de multiplicar. Aunque paralelamente
permanecen los de una tragedia colectiva de la España partida, que dio paso a
la larga noche de piedra, oscuridades y represiones, donde la poesía perseguida
se mantuvo viva cerca del poeta y junto a él la madre, que como todas las
madres del mundo cantada por la copla, siempre se encontrará al lado del hijo,
no por preferido, sino por necesitado de
maternidad protectora, ante la
soledad inmortal de su desgracia.
El crepúsculo inicia
su sobria noche de piedra
en un vagón de vía muerta.
¡Desgarro!, ¡cuánta tristeza!
Y ella, la madre, caminó unida cuerpo a cuerpo sostenida por el tesón y
la ternura, desde los adentros de ese cariño al hijo vencido, extenuado y
enfermo, tan desnudo en toda su austera existencia. Ella, igual a una pluma, es
llevada en los brazos del escritor Corpus Vargas, que se ha volcado volcó en
gestiones y atenciones para toda la familia de los Machados así, cruzó la raya
fronteriza que separa a España de Francia, tras una larga y agotadora caminata
huyendo de la crueldad del cruel fantasma que va asolando la tierra mientras
esta anciana madre pregunta con un hilo de voz, toda nostalgia:
¿Llegamos pronto a Sevilla?
Sueño senil de una vida que se apaga, cuerpo que es todo convulso
cariño y fragilidad, este susurro emocional expresa el sentimiento añorando
por una juventud vivida allá en Sevilla junto a los años de niñez del poeta,
niño que juega en el patio del palacio de las Dueñas con su hermano Manuel,
alrededor de una fuente, la sombra de un limonero bajo un cielo azul como el
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de sus últimos versos encontrados tras su muerte en un bolsillo de su arrugado
y viejo pantalón.
¡Y Sevilla!, cantó su hermano Manuel, gran poeta, fervoroso hermano
que el cruel destino de fusiles, falsas cruces y delirios los separó por distancia
geográfica, aunque no en amor y cariño, pues siempre estuvieron más cerca
que lejos. Por ello ahora, cuando retrocedemos desde la edad gastada a la
infancia, debemos enterrar el maldito tópico de las dos España, esa donde
todavía quedan gente altanera y ricachona de incultura voluntaria que cree que
la cabeza se tiene sólo para embestir.
Así discurre el andar, cuando bien es sabido que unidos cogidos de la
mano es la muestra más fina de cariño.
Por los jardines cerrados
de las Dueñas de los sueños,
cada vez que paso pienso:
Manuel nació con la copla,
Antonio en el sufrimiento.
Cien años que yo viviera
no me cambiarían de sino,
Manolo nos dio la copla,
Antonio nos dio el amino.
Francisco Vélez Nieto
110
Índice
Ciara Ríos – Portada
Carlos Rascón – Presentación –p. 3
Antonio Cascales –Los Machados – p. 5
Fran Nuño – El olmo seco de Machado – p. 8
Paloma Fernández Gomá. A dónde fueron los pájaros que poblasen – p. 10
Remedios Sánchez García. Hacedme un duelo de labores y esperanzas
(Antonio Machado y la Institución Libre de Enseñanza). – p. 11
Ana María Romero Yedra – Cara abierta para Antonio Machado- p. 22
Andrés Sorel – Machado en Segovia – p. 25
Carmen Ramos Pérez - A un olmo seco – p. 31
Francisco Morales Lomas – Este silencio que ahora – p. 33
Rafael de Cózar – Dedicatoria – p. 35
Pura López – Antonio Machado, un poeta imprescindible – p. 36
Víctor Jiménez – Soledades – p.55
Paco Huelva – Con Baeza en el pensamiento – p. 56
Francisco Basallote – Luz extraña – p. 60
111
Luis Miguel León – A Antonio Machado en su último latido – p.61
Pedro Luis Ibáñez Lérida –
Soledades, galerías y estos días azules y este sol de la infancia – p. 62
José Sarria - Locura de amor – p. 66
Francisco Mena Cantero –Esperada primavera – p. 67
Mario Álvarez Porro – dolor y verdad en Antonio Machado – p. 68
Abdul Hadi Sadoun – En el tren con Machado – p. 75
Manuel Filpo Cabana – Palabras para don Antonio Machado – p.78
Manuel Senra – Antonio Machado in memoriam – p. 81
José de María Romero Barea – Los verdaderos atlas del mundo – p. 83
Anabel Caride – Cuando estuve en Colliure – p. 86
Salvador Compán – El hombre que se rio una vez – p. 87
Rosa Díaz – Extraños en Colliure – p. 103
José María Caballero Molina – Las paredes huérfanas del aire – p. 105
Ana Patricia Santaella Pahlén – La propagación de las palabras – p. 106
Francisco Vélez Nieto – Antonio Machado. ¿Llegamos pronto a Sevilla? – p. 108
112
Antonio Machado y su musa, por Leandro Oroz (1924). Óleo sobre lienzo, 210
x 156 cm. Inscripción al reverso, en lápiz: «Evocación». (Colección
particular)
113
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