Discurso de Rafael Velasco, Rector de la UCC

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DISCURSO PARA LA ASUNCIÓN DEL NUEVO VICERRECTOR DE ECONOMÍA Y
DEL NUEVO DIRECTOR DEL ICDA
En este acto asumen nuevas autoridades en la UCC. El Mgr Hugo Giménez como Vicerrector de
Economía y el Mgr Gonzalo García Espeche como nuevo Director del ICDA. Parece una buena
ocasión para hacer algunas reflexiones acerca de lo que significa liderar ignacianamente en la
Universidad Católica; universidad confiada por la Iglesia a la Compañía de Jesús.
Se ha dicho que la espiritualidad Ignaciana es una espiritualidad de la realidad. Una espiritualidad
que asume la realidad de la persona y no la evade, que cree en un Dios que habla en la realidad y
que es capaz de transformar las realidades personales, dejándonos a las personas trabajar por la
transformación de las realidades comunes, que es edificación de todos y requiere construcción de
sentido.
Karl Rahner –uno de los más brillantes teólogos católicos del siglo XX- dice algo importante,
comentando los Ejercicios Espirituales, pero que puede ser iluminador en todos los procesos
humanos:
“Lo que importa es no atropellar nada. Fácilmente tendemos a pasar velozmente de una cosa a la
otra. Eso entraña el peligro de que saltemos por encima de nuestra propia realidad. Puede
acontecer que uno rece, haga propósitos, entregándose a ilusiones, mientras el hombre viejo
sobrevive y muy pronto vuelve a levantar cabeza. Si después de los Ejercicios todo sigue como
antes, la culpa habrá que atribuirla con frecuencia a que el hombre viejo no fue invitado a
participar de ellos”1
Esto que Rahner refiere al proceso personal que se da durante los Ejercicios Espirituales, puede
tener una cierta analogía con los procesos de transformación personal pero también a los procesos
de conducción de realidades como son las de las unidades académicas o áreas de gestión.
En la gestión comprobamos muchas veces que nuestras ideas se contradicen con la realidad.
Tenemos ideas sobre cómo deben ser las cosas, pero podemos no tener demasiado en cuenta la
realidad ambigua y compleja que somos las comunidades humanas. Y una Universidad es una
comunidad de personas. Cuando la realidad se resiste a nuestra visión de las cosas hay quien dice
que cuando eso sucede “peor para la realidad”. Pero en el fondo es peor para todos, porque los
esfuerzos muchas veces rompen la realidad en vez de transformarla. Hay que contar al animar
procesos, con que las personas –y las instituciones- tenemos luces y sombras; junto con el “hombre
nuevo” (es decir con nuestra mejor versión de nosotros mismos), convive nuestro hombre viejo” (en
términos de san Pablo) es decir nuestra parte más oscura, nuestras resistencias a cambiar, a
renovarnos, a emprender procesos que nos implican esfuerzos a veces arduos. Nuestras biografías
personales e institucionales están marcadas por la ambigüedad, las luchas, las claudicaciones y las
Esperanzas. Y hay que aprender a escuchar la realidad; para ayudar a transformarla.
¿Esto implica, entonces, una convocatoria a la inacción y cierta actitud derrotista de que nada se
puede hacer? No; por el contrario, implica tener una actitud más “contemplativa” para ver lo que la
realidad da de sí, y cómo podemos ayudarla a progresar en determinada dirección (teniendo en
cuenta el horizonte hacia el que avanzamos y nuestra hoja de ruta institucional).
Eso es lo que le toca al que conduce: Animar “sin atropellar”; esto quiere decir alentando,
dialogando, escuchando, convenciendo y decidiendo. A veces incluso las decisiones duras que hay
1
RAHNER, Karl; Meditaciones sobre los Ejercicios de San Ignacio; p. 15.
1
que tomar ayudan a orientar lo que tiende a desordenarse. No hay que evadir las decisiones duras;
pero es claro que el proceso de ayudar a transformar una institución y a las personas requiere de
mucha paciencia, convicción, tenacidad y sentido del humor.
Liderar una comunidad humana –como lo es una unidad académica o un vicerrectorado- implica
ayudar a que las personas den lo mejor de sí. Que se esfuercen (nos esforcemos) por ser la mejor
versión de si mismos. Somos personas de carne y hueso. Por lo tanto cada uno de nosotros sabe que
las realidades personales, no siempre se amoldan al ideal, pero se nos pide que al menos lo
intentemos, no que deseemos ser alguien que no somos, sino que seamos lo mejor posible, la mejor
versión de nosotros mismos, para ser un don para los otros, para la facultad, para los alumnos, para
la profesión, para la sociedad. Es fundamental que lo que el directivo pide a los demás, lo intente
primero vivir en sí mismo. No hay argumento más convincente que la consistencia personal.
Dios habla en la realidad, habita en la realidad de las personas: la propia y ajena. A la hora de
planificar y de proponer hay que atender a esa realidad y “escucharla”, de lo contrario nuestro obrar
no ayudará a transformar la realidad. Esto implica tiempo y paciencia y mucho sentido del humor,
cualidades que Dios tiene con nosotros.
Dios nos habla en la realidad, decimos. Y la realidad concreta que nos toca hoy a nivel social y
político es compleja: la pobreza avanza y acorrala a cada vez más hermanos argentinos, la
inequidad no se detiene; corrupción y violencia social creciente son parte del panorama. En
momentos así la tentación de abroquelarse sobre uno mismo y de encerrarse en la propia dinámica
institucional está a la orden del día. Sin embargo es el momento de hacer –como universidadopciones éticas; de ser responsables, de dar una respuesta por el contexto: de responder ante la
realidad.
Y esa respuesta que queremos dar como Universidad está inspirada en las vida y las opciones de
Jesús de Nazareth, que se acercó a los sufrientes y desposeídos para anunciarles la buena noticia de
que Dios está cerca siempre. Y que ese Dios es liberador porque aborrece la injusticia y la
explotación del hombre por el hombre.
Como Universidad entonces, además de nuestro deber de ser excelentes académicamente para
formar profesionales lúcidos y competentes, tenemos la responsabilidad de ser una buena noticia
para los pobres. Ellos tienen derecho de esperar de nosotros más que buenas clases: tienen derecho
a esperar que aquí se formen graduados, profesionales con conciencia y compasión; con lucidez y
compromiso para transformar la realidad en algo más justo y equitativo. Y esto no es un agregado a
nuestra misión; no es algo meramente deseable; es parte de nuestro ser universitarios. Es esencial.
Ignacio Ellacuría decía en uno de sus discursos universitarios, que “El sentido último de la
universidad y lo que es en su realidad total debe mensurarse desde el criterio de su incidencia en la
realidad histórica, en la que se da y a la que sirve”.2
El objetivo último de la actividad universitaria es el cambio de las estructuras. Es decir que no
trabajamos con la fuerza de las palabras en la cultura, críticamente, para transformar personas
solamente. Buscamos, por cierto, transformar conciencias desde una mirada más humana, más
lúcida y más cristiana. Pero también la universidad debe tener en su horizonte último la intención de
transformar la sociedad desde sus estructuras para que haya de verdad más equidad y Justicia.
2
ELLACURÍA, Ignacio; “Diez años después. ¿es posible una universidad distinta?; ECA 324-325 (1975) pp.
605 - 628
2
Las Universidades tenemos dos grandes capitales: conocimiento y credibilidad. El tema es qué
hacemos con ambos valores. ¿A favor de quiénes vamos a poner nuestro conocimiento y
credibilidad institucional? ¿A favor de los más desfavorecidos o –por el contrario- para favorecer a
los privilegiados de siempre? La opción de la gestión universitaria es finalmente una opción ética:
Qué respuesta da la universidad a la realidad. Y en particular que respuesta ofrece –desde lo que le
es propio- a las grandes mayorías desfavorecidas que no pueden acceder a sus claustros. El
compromiso social de la universidad intenta ser una respuesta ética.
Ética entendida desde la perspectiva de Emmanuel Lévinas: que afirma que “La ética no viene a
modo de suplemento de la base existencial previa” Se entiende la ética “como responsabilidad para
con el otro, así, como responsabilidad para lo que no es asunto mío o que incluso pareciera que no
me concierne…”
Y esa responsabilidad es intransferible. En ella va la propia identidad subjetiva (institucional). Una
subjetividad institucional sólo es humana si es responsable.
Antes de concluir, quiero hacer un agradecimiento especial al Lic Nicolás Liarte por haber aceptado
el desafío de hacerse cargo de manera interina del ICDA en un momento complejo. Le agradezco en
nombre de la Universidad por su esfuerzo y compromiso. Y quiero agradecer especialmente al Dr.
Jorge Pérez por sus siete años al frente del Vicerrectorado de Economía: por su honradez y su
integridad; por haber sido un buen compañero de camino y un buen amigo. Que Dios te pague,
Jorge, por todo lo que has dado a la UCC.
Decíamos que escuchar la realidad, animar; hacerse responsables para ser buena noticia para los que
necesitan, ser un ejemplo en el que puedan mirarse nuestros alumnos y docentes; tales son algunas
de las características de la misión del directivo de la UCC. Intentar ser de alguna manera signo de lo
que anunciamos; concientes de nuestras limitaciones y pobrezas personales e institucionales; pero
intentándolo una y otra vez sin desanimarnos, creyendo aquello que dice Pedro Laín Entralgo:
“Vive y actúa como si de tu esfuerzo dependiese que se realice pronto lo que esperas o desearías
poder esperar. Así quisiera, así quiero vivir yo en la historia. Muy bien sé que muchas veces no
vivo así; pero cuando no lo hago, puedo al menos sentir en mi alma la desazón de no haberlo
hecho.”
P. Lic. Rafael Velasco, sj
Rector
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