VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la

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Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2011, nº 1 ARTÍCULOS
LA BÚSQUEDA DE UNA EXPLICACIÓN DE LA RUPTURA CON AMÉRICA
DESDE LA ECONOMÍA
Dr. Juan Velarde Fuertes
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Resumen: El economista español Álvaro Flórez Estrada se alarma ante las consecuencias que
puede generar la ruptura, a partir de 1810, entre América y España. Observa que Gran Bretaña es
aliada de España contra Napoleón, pero simultáneamente, apoya a los recién alzados
hispanoamericanos frente a la metrópoli. De ahí que se traslade a Londres y logre publicar allí, en
inglés, su Examen imparcial de las disensiones de la América con España, en 1811. El examen de
este texto y de otra serie de documentos permite observar de qué modo las citadas disensiones
tenían una raíz económica evidente. De ahí se derivó una preocupación americanista importante
en Flórez Estrada, manifestada en 1815 en su Presentación a S. M. Católica el Sr. D. Fernando VII
en defensa de las Cortes. En todos esos trabajos no ahorró críticas muy duras a españoles e
hispanoamericanos, para tratar de llegar a una reconciliación que entonces no se produjo.
Palabras clave: Flórez Estrada, Asturias, economistas clásicos, emancipación americana,
Fernando VII, Cortes de Cádiz, economía británica.
Abstract: The Spanish economist Alvaro Flores Estrada is alarmed by the consequences that the
break between America and Spain can generate after 1810. He observes that Great Britain is allied
with Spain against Napoleon but that it simultaneously supports the new Spanish Americans
opposed to the metropolis. Thus he moves to London and manages to publish, in 1811, "An
impartial review of America’s dissensions with Spain”. The examination of this text and of another
series of documents lets us observe in which way the mentioned dissensions had an evident
economic root. From this fact an important Americanist concern stemmed in Flores Estrada,
manifested in his "Presentation to His Catholic Majesty Ferdinand VII, in defence of the
Parliament", published in1815. In all these works he did not avoid very strong criticisms against
Spaniards and Spanish Americans in order to try to reach a reconciliation, which, at that time, did
not materialize.
Keywords: Flores Estrada, Asturias, classical economists, American emancipation, liberalism,
Ferdinand VII, Cadiz Parliament and British economy.
* * *
Cuando se alzaron los Estados Unidos frente al Gobierno de Londres,
Benjamin Franklin, en la etapa previa, en la que éste buscaba algún tipo de
solución sin una escisión radical del mundo británico, aludía al riesgo de romper
para siempre el vaso de fino cristal que era la realidad política capitaneada por el
monarca inglés, porque ese vaso jamás se recompondría, con daño evidente. Por
el Tratado de Versalles de 1783, ese vaso quedó roto para siempre, con todas las
Cómo citar este artículo: VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde
la economía, Revista Hispanoamericana. Revista Digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y
Letras. 2011, nº1 Disponible en: < http://revista.raha.es/>. [Consulta: Fecha de consulta]. ISSN: 2174-0445
VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
consecuencias temidas por Franklin. Pero, muy pronto, algo similar iba a suceder
al Sur y Este de esta nueva realidad. El, hasta entonces, sólido conjunto de
virreinatos españoles en América, que únicamente se había sentido amenazado
bien por los asaltos ingleses, a veces con alianzas con corsarios desde el exterior,
y desde el interior por revueltas y ataques de los descendientes de los primitivos
pobladores del continente americano, comenzó a observar tensiones crecientes
en la población criolla. No es posible entender lo sucedido si decidimos ignorar
todo un conjunto de enlaces ideológicos y fácticos. Fundamentalmente, por la
independencia norteamericana, la Revolución francesa y, finalmente, por la
invasión napoleónica iniciada en 1808 en la Península, con el inicio del reinado e
José I Bonaparte, con el telón de fondo de una economía española ciertamente
deprimida. Piénsese que –según el cálculo de Angus Maddison- para 100’0 el PIB
por habitante de España en 1600, el de Francia era de 98’6, el de Austria, de 98’1
y el de Gran Bretaña era de 114’2. Por lo tanto España tenía un nivel económico
semejante al de las otras tres grandes potencias, de aquellos momentos. En
cambio, en 1820, cuando la explosión del mundo iberoamericano era ya evidente,
también en su PIB por habitante para 100’0 España, Francia tiene 112’6; Austria,
120’8 y Gran Bretaña. 169’2. Incluso Estados Unidos, que en 1600 tenía sólo el
46’9 del PIB por habitante de España, en 1820, había saltado al 124’7%. Esta
comparación, en un momento en que los valores derivados del capitalismo liberal
penetraban por todas partes –basta recordar el famoso teorema de la mano
invisible de Adam Smith-, mostraba un fracaso de la política de Madrid, y en la
naciente sociedad burguesa, de los virreinatos su talante crítico era evidente, y
también lo fueron sus consecuencias.
El mundo del liberalismo económico que se inicia con Quesnay –al
que se debe la expresión del “laissez-faire”-, señala la prioridad del
enriquecimiento, porque, como decía este economista, “despreciar el dinero es lo
mismo que despreciar la felicidad, la libertad, los goces de todo tipo que procura”.
Todo, pues, estaba enlazado, y la prueba empírica que mostraba las bondades
del cambio político, al que se oponía, desde luego Fernando VII, parecía también
crear un freno a la mejora económica. Y aunque entonces no existían datos
macroeconómicos como los indicados Productos Brutos por habitante, bastaba
abrir los ojos para observar que la riqueza española retrocedía, y que los países
con realidades más liberales –Austria podía ser, parcialmente, una excepcióneran también más opulentos.
Los mensajes de los ilustrados españoles del siglo XVIII comenzaron
a caminar por ese sendero. Acabo de mencionar el teorema de la mano invisible
de Smith, que dice exactamente: “Es cierto que, por lo general, nadie se propone
fomentar el interés público, ni sabe hasta qué punto lo está fomentando... Busca
únicamente su propia ganancia, y en éste, como en otros muchos casos, una
mano invisible le lleva a fomentar una finalidad que no entraba en sus
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propósitos... Buscando su propio interés, fomenta frecuentemente el de la
sociedad con mayor eficacia que cuando se lo propone realmente. Yo nunca he
visto que quienes pretendían promover con sus actividades el bien público hayan
hecho muchas cosas buenas”.
Esas tesis pasan a nuestro Jovellanos. Como lector asiduo de La
riqueza de las naciones de Smith, lo que se comprueba al observar sus
anotaciones en su Diario, había entendido muy bien ese menaje. Por eso en 1796
escribía: “Pero, ¿es posible, me decía yo, que no haya un impulso primitivo que
influya generalmente en la acción de todas estas causas y que produzca su
movimiento, así como la gravedad, o sea, la atracción produce todos los
movimientos necesarios en la naturaleza?” Ese recuerdo a ley de la gravedad de
Newton que así se equipara al teorema de la mano invisible de Adam Smith, es lo
que había llevado a Jovellanos a escribir en el famoso Informe sobre la Ley
Agraria, concluido el 22 de febrero de 1794, aquello que los economistas hemos
citado innumerables veces: “Los celosos ministros que propusieron a V.A.
-recuérdese que el Informe era de la Sociedad Económica de Madrid dirigida al
Real y Supremo Consejo de Castilla que tenía tratamiento de Alteza- sus ideas y
planes de reforma en el expediente de Ley Agraria, han conocido también la
influencia de las leyes en la agricultura, pero pudieron equivocarse en la
aplicación de este principio. No hay alguno que no exija de V.A. nuevas leyes
para mejorar la agricultura, sin reflexionar que las causas de su atraso están por
la mayor parte en las leyes mismas y que por consiguiente, no se debía tratar de
multiplicarlas, sino de disminuirlas: no tanto de establecer leyes nuevas, como de
derogar las antiguas”.
Estas ideas, como todas, pasaron a tener una fuerza colosal.
Recuérdense aquellas frases de Keynes cuando así concluye los últimos párrafos
de su obra clave, la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero: “Las
ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas
como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que suele pensarse.
En realidad, el mundo está gobernado por poco más que esto”. De otro modo no
es posible entender la enorme fuerza y amplitud del movimiento secesionista
americano. Pero como quien lo va a exponer de modo lúcido es Álvaro Flórez
Estrada, conviene señalar, también las bases ideológicas de este economista 1 .
1
Álvaro Flórez Estrada (Pola de Somiedo, 1766-Madrid, 1853). Se trata de uno de los políticos
y economistas españoles más importantes para poder explicar los hondos cambios
experimentados por España, en su paso del Antiguo Régimen a una situación totalmente diferente
a causa de la coincidencia de la Revolución Liberal, de la Industrial, de un notable avance
científico y de los inicios de la Revolución Social.
Probablemente, Flórez Estrada, de familia hidalga asturiana, recibe la influencia del mundo
previo liberal a través de su padre, Martín, quizá como explica Valentín Andrés Álvarez, gracias a
la lectura de libros franceses e ingleses – de Locke, Rousseau, Smith, Montesquieu, Benthamque llegaban con facilidad a los puertos asturianos, muy poco vigilados por la Inquisición. Había
estudiado Álvaro Flórez Estrada Derecho en la Universidad de Oviedo. Trasladado a Madrid,
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
Tras haber trabajado mucho su obra, he de señalar que se trataba de un político,
jurista y economista, nacido en 1760 en Asturias, en Pola de Somiedo, de familia
hidalga, y fallecido en 1853, en Madrid. Había estudiado leyes en la Universidad
de Oviedo. Los hidalgos asturianos que en realidad más que formar parte de una
alta nobleza con amplias posesiones en realidad constituía lo que se puede
denominar una clase media típica, según una hipótesis muy plausible de Valentín
Andrés Álvarez, habían de pelear continuamente con los grandes nobles
poseedores de numerosas propiedades que controlaban la mayor parte de los
resortes políticos del Principado, así como con la Iglesia, también gran propietaria.
Recibían, a través de unos puertos asturianos, muy poco vigilados por la
Inquisición, y gracias a los buques que navegaban sobre todo con Inglaterra y
Francia, libros que justificaban sus demandas, sus aspiraciones. Las obras de
pronto es acusado de conspirar en una tertulia y desterrado a Pola de Somiedo, su lugar natal.
Después, va a ir y venir continuamente a Madrid, como consecuencia del logro de puestos
administrativos, que luego desaparecen, entremezclados con sus planes siderúrgicos para
desarrollar una ferrería en Somiedo, que acaba por fracasar por los altos costes del transporte.
Pero es en 1808 donde entra con enorme brío en la vida política e intelectual española. Primero en
la Junta General del Principado, que declara la guerra a Napoleón y la paz y la alianza con
Inglaterra y, cuando, tras el golpe del marqués de La Romana contra la Junta Suprema de
Asturias, se traslada a Sevilla, en el ámbito de la Junta Central. Redacta entonces un texto
constitucional y un ensayo de la libertad de imprenta. Marcha a Londres, en 1810, justamente
cuando se inicia en Caracas y en Buenos Aires, el movimiento independentista hispanoamericano.
Para lograr que no lo apoye el aliado Gobierno de Londres escribe su famoso Examen imparcial
de las disensiones de la América con España en 1811.
Regresa a Cádiz, vive intensamente la realidad política, sobre todo analizando cómo encajar al
mundo militar en una realidad constitucional liberal. De ahí su libro Constitución política para la
nación española por lo tocante a la parte militar, que Blanco Valdés ha comparado con la obra de
Clausewitz. Al aproximarse la victoria contra la invasión se le encuentra ya volcado hacia la
economía, con su Reglamento del crédito público y su Plan para formar la estadística de la
provincia de Sevilla.
Perseguido por Fernando VII desde 1814 -fue condenado a pena de muerte y confiscación de
bienes-, huye a Londres, donde permanece de 1814 a 1820. Allí, no sólo influido por Locke
escribirá su Representación a Fernando VII en defensa de la Constitución, sino que ampliará su
conocimiento de la economía, lo que le va a conducir hacia un librecambismo decidido, que
explique que en 1846, fuese el gran introductor de un conocido discípulo de David Ricardo,
Cobden, cuando éste visita Madrid. Es el momento en que prácticamente encabeza la sociedad
paramasónica de los comuneros, mucho más radicales que los francmasones. Naturalmente, en
1823 vuelve a exiliarse, primero en Londres y desde 1830, en París. En 1825 entra ya con una
crítica de Juan Bautista Say en el ámbito de los economistas importantes, con sus Reflections on
the Present Mercantile Distress, la crisis de 1825, causada sobre todo por las inversiones
británicas dilapidadas por los recién independizados países hispanoamericanos. Pero aun ahí no
tenía los conocimientos que adquiriría después para dar a luz su obra capital, el Curso de
economía política (1828), que será para siempre la publicación básica de la Escuela clásica de
economía escrita en español. A partir de ahí se multiplicaron las ediciones con añadidos, a veces
tan curiosos como el de que, desde la 5ª, (1840) aceptará la postura socialista de Richard Jones,
sobre la propiedad de la tierra, en debate claro con lo que sucedía con la desamortización de
Mendizábal. El Curso, directa e indirectamente, es hijo de David Ricardo, y fue traducido al
francés. Esa es la causa de su ingreso en 1852 en la plaza que había ocupado el famoso
economista liberal Bastiat, en la Academie de Sciences Morales et Politiques de París. Las
ediciones del Curso llegaron en vida de Flórez Estrada hasta la 7ª, donde agregó consideraciones
sobre las consecuencias de los descubrimientos de oro en California y Australia. Como síntesis,
señala su gran estudioso, el profesor Salvador Almenar, que en esa etapa final de su vida se le
considera como el gran adelantado “en la defensa del librecambio en España”.
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Revista Hispanoamericana, 2011, nº 1
Locke, de Rousseau, se leían, y se conservaban en los caserones asturianos. De
otro modo no es posible explicar ese gran predominio de asturianos en el
momento en que, como dice otro asturiano, el conde de Toreno, se produce,
simultáneamente, a partir de 1808, la “guerra y revolución” españolas. Una de sus
consecuencias es bien conocida: la Constitución de 1812 de Cádiz. Y uno de los
personajes esenciales de ese momento será precisamente Álvaro Flórez Estrada.
Tomo de su mejor estudioso actual, el profesor Salvador Almenar, la
noticia de que a partir de 1808 Flórez Estrada pasa a desempeñar un “importante
papel... en la revolución (antifrancesa) en Asturias, y poco después en la
formulación teórica del pensamiento político liberal en España... Impulsa desde
junio (de 1808) la convocatoria de Cortes Generales bajo el lema “la soberanía
reside siempre en el pueblo...” Apoya el “establecimiento de relaciones
diplomáticas y comerciales directas con Gran Bretaña, lo que significan una
alianza militar y aboga por la libertad de imprenta”. Pasa a Sevilla desde Asturias
en 1809, e inmediatamente redacta “un proyecto de Constitución y un ensayo
sobre la libertad de imprenta”. Al observar estas primeras tareas, Almenar destaca
que el carácter más personal o peculiar de los escritos de Flórez es su
vehemencia en la crítica del absolutismo político y del régimen social estamental,
y la enérgica defensa de un sistema constitucional basado en los principios de “la
seguridad, la libertad y la igualdad de condiciones”.
Detrás de todo esto se encontraban los ya citados Locke y
Rousseau a más de Jeremías Bentham. Pero también aparte del liberalismo
político, Flórez Estrada, desde el punto de vista de la ciencia económica, es el
grande hispano de la Escuela Clásica. Como también nos ha mostrado el profesor
Almenar en su edición crítica del Curso de Economía Política de Flórez Estrada,
que éste va a publicar en 1828 en Londres, en él son fundamentales las
influencias de ese friso de colosales economistas que asentaron la Escuela
Clásica nacida en Adam Smith, que en aquellos momentos eran los autores de
trabajos científicos esenciales en esa ciencia. Se trata de Ricardo, de James Mill,
de McCulloch, de Juan Bautista Say, de Storch, de Simonde de Sismondi, de
Destutt de Tracy, y por supuesto, también son visibles en él las huellas de dos
españoles: Jovellanos y Canga Argüelles. Y, aparte de Smith, también
encontramos influencias de Malthus. Pero no es posible dejar a un lado su previa
actitud, que indudablemente es una fundamental aproximación suya a la
economía, explícita en una obra que, como señalaba Almenar, tenía como
“propósito primario... demostrar que en el «sistema restrictivo», el «sistema errado
de economía», basado en la «balanza de comercio» -esto es, debo puntualizar
yo, en un proteccionismo exclusivista que se consagró definitivamente desde el
inicio del siglo XVIII a partir del Tratado de Amiens- que era el que España había
practicado internamente y en sus relaciones con Sudamérica desde el siglo XVI
(se hallaba)... «la principal causa de la decadencia de la nación española» desde
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
entonces. Y como conclusión, que un sistema económico organizado por la
libertad económica y –específicamente- por la libertad absoluta de comercio
(era)... la mejor garantía para el crecimiento económico y el bienestar colectivo,
tanto de españoles peninsulares como sudamericanos. El librecambio aparece, de
este modo, como el eje de una política de expansión (económica) interna y de
reconciliación política con América”. De aquí la importancia de su viaje a
Birmingham y a Londres en 1810, esto es, desde que el general francés Bonnet
ocupa Oviedo. En esa estancia inglesa aprovecha para publicar tres obras muy
importantes: en Birmingham, la titulada Constitución para la nación española; en
Londres, la Introducción para la historia de la Revolución de España, y en relación
con aquello que comenzaba a germinar en América precisamente en 1810, lo
que, en primera edición aparece en Londres, en 1811, bajo el título de Examen
imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su
recíproco interés y de la utilidad de los aliados de la España (Imprenta de R.
Juigne, 17 Margaret Street-Cavendish Square, London 1811), con una inmediata
traducción al inglés, a cargo de W. Bourdon con el título de An Impartial
Examination of the Dispute between Spain and her American Colonies, a más de
una síntesis en el periódico que en Londres dirigía Blanco White, titulado El
Español.
Jesús Prados Arrarte, en su discurso de ingreso en la Real
Academia Española el 28 de noviembre de 1982, titulado Don Alvaro Flórez
Estrada, un español excepcional (1766-1853), sospecha que Flórez Estrada tenía,
al escribir ese ensayo, encomendado buscar “un cambio favorable en la actitud
del Gobierno británico frente a las tendencias independentistas de las colonias
americanas”. Le parece al profesor Prados Arrarte “muy posible, pues si Inglaterra
apoyaba a España en la lucha contra Napoleón, favorecía en América a los
criollos contra la Madre Patria, paradoja que no comprendía don Álvaro”.
En la Introducción a este Examen imparcial parece mostrarse esto
de modo clarísimo, cuando en ella se lee que “el asunto de que se va a tratar no
sólo interesa a España; debe interesar a todos los gobiernos conducidos por
principios de justicia; debe principalmente interesar a los gobiernos que de buena
fe procuren trabajar en favor de la lucha que aquélla (España) mantiene. La
experiencia de los actuales males que sufre Europa, demasiado les debiera
desengañar que no debe ser indiferente a ninguna nación ver tranquila la ruina de
otra. Toda otra consideración sería mezquina e impolítica; su resultado será
siempre el mismo que fue en todos tiempos. Sería sacrificar el mayor interés que
deben defender los hombres de todos los pueblos a los celos con que todas las
naciones miran la grandeza de otra, aun cuando de ninguna manera los
perjudique. Ocuparse de buena fe en esta pacificación el Gobierno de la Gran
Bretaña, el fiel aliado de España, sería coadyuvar en gran manera al principal
objeto al que deben ceder intereses secundarios o que sólo lo pueden ser para
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quien no prevé; sería cubrirse de gloria; sería manifestar que obra con sinceridad
y con sabiduría, no pretendiendo conseguir a un mismo tiempo dos objetivos
incompatibles, y que antepone el principal al que, o sólo lo es imaginario o si
realmente lo es debe considerase muy inferior. Sería hacer ver que una política
franca, cual conviene a un gobierno ilustrado, no permite que al mismo tiempo
que esté auxiliando con los esfuerzos posibles a una nación que defiende su
misma causa, proteja a un pueblo que justa o injustamente se emplea en un
altercado opuesto a los intereses de aquella. Sería, finalmente, saber prescindir
de la pasión de los celos, tan mezquina y tan genuina a todos los gobiernos, y de
este modo conseguiría reunir los ánimos de los que acordes no harían otra cosa
que sostener una causa que tanto honor haría a todos si la concluyesen como
dicta la justicia”.
Por un lado, Flórez Estrada considera que el arreglo, desde luego
sería beneficioso para la Gran Bretaña en lo económico. Prácticamente cierra el
Examen imparcial “haciendo una observación acerca de lo mucho que interesa a
Inglaterra la amistad de la Península sólo por lo que mira a sus intereses
materiales, el principal móvil que dirige en su conducta al Gobierno y a la gran
masa de la nación británica. En el año 1809, a pesar de estar cerrados a los
buques ingleses todos los puertos del Continente –recuérdese el denominado
bloqueo continental de Napoleón-, a excepción de los de la Península, la suma de
exportaciones que hizo Inglaterra, según resulta del estado oficial de sus
aduanas, ascendió a la cantidad de 50.301.763 libras... cuando en el quinquenio
anterior, en que tenía abiertos todos los puertos del Continente, a excepción de
los de Francia y de España, sólo en el año 1806, en que se exportó más que en
ningún otro, ascendió esta suma al importe de 36.527.184 libras... Es decir,
España consume a Inglaterra mucho más que ninguna otra nación de Europa”. A
lo que añade estos párrafos clarísimos en relación con la intencionalidad evidente
ante ese doble juego británico: “Se debe advertir también que las Américas todas
de la dominación española no consumen de artículos ingleses la cuarta parte que
la Península. Una amistad, pues, de esta importancia exige que la Gran Bretaña,
aun cuando no tenga otra consideración que el fomento de su comercio, no
desconozca de tal modo sus verdaderas fronteras, que prefiera la separación de
las Américas a la amistad de la Península. Además, las Américas, unidas o
separadas de la metrópoli consumirán a Inglaterra sus géneros, a menos que lo
impida Francia, la que solamente le podrá estorbar si domina la Península, pues
ésta jamás puede dejar de ser el amigo natural de Inglaterra y el enemigo natural
de Francia”.
Finalmente, esta obra concluye prácticamente así con esta
evolución, fundamentalmente orientada a Gran Bretaña, porque en 1810-1811 no
abundaban muchos otros aliados, pues en 1809 Austria había aceptado tras la
batalla de Wagram, el que ha sido calificado de “humillante” Tratado de Viena, y la
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
posibilidad de una compensación gracias a Rusia era, en lo económico,
extraordinariamente minúscula, a pesar de las decisiones del zar en sus
manifestaciones del 31 de diciembre de 1810. Prusia, en lo económico, muy poco
significaba también. Flórez Estrada, en este sentido lanza este mensaje postrero:
“Aliados de la gran causa de la Península: aunque una mala política os pudiese
autorizar en otra situación para ver con indiferencia la guerra civil de los
americanos y españoles, las circunstancias presentes exigen que con todos
nuestros esfuerzos contribuyáis a apagarla, pues lo contrario es oponerse a
vuestra misma conducta en auxiliar la Península; es destruir vosotros mismos con
una mano lo que edificáis con la otra; es trabajar por su independencia, al mismo
tiempo que contribuir a privarla de su poder. No trabajar en esta pacificación es lo
mismo que cooperar directamente a promover la insurrección; es finalmente, una
contradicción la más monstruosa que desdice mucho de la sabiduría de que os
gloriáis. Examinad la historia de todos los tiempos y de todas las naciones, y no
hallareis un sólo ejemplo de que una tuviere que arrepentirse de haber sido justa
y generosa. Una alianza franca, cual debe ser la de dos naciones demasiado
grandes para que se dejen arrastrar de pasiones mezquinas, pero que necesitan
aun más poder del que tienen para resistir al coloso que amenaza muy de cerca
la independencia de ambas, exige que sacrifiquéis a este objeto cualquier otro
interés, bien o mal entendido que pueda oponerse”.
Después de todo esto da la impresión de que Prados Arrarte califica
como “sospecha” lo que, de la pluma de Flórez Estrada no deja de ser un
mensaje clarísimo que hace al Gobierno de Londres, para que cese en sus
simpatías y apoyos al iniciarse el movimiento independentista americano, que en
1810 tenía ya una fuerza considerable.
Regresa Álvarez Flórez Estrada a Cádiz y allí publica en 1812 una
nueva versión con el título de Examen imparcial de las disensiones de la América
con la España, de los medios para su reconciliación y de la prosperidad de todas
las naciones, con unos importantes agregados, por un lado relacionados con la
polémica sobre el libre comercio y, por otra, sobre el ya muy evidente movimiento
independentista visible en todo el continente americano del ámbito hispano.
Del excelente Estudio preliminar de Luis Alfonso Martínez Cachero
al tomo II de las Obras de Álvaro Flórez Estrada de la Biblioteca de Autores
Españoles procede esta síntesis básica de las ideas que subyacen en el Examen
imparcial mencionado: 1) El concepto del equilibrio natural, que procede de Smith;
2) Como consecuencia, la crítica al intervencionismo estatal, que pasó a exponer
Flóres Estrada así: “Los gobiernos no deben intervenir en la producción,
distribución o cambios de la riqueza; por cuanto el interés individual, cuanto no
media violencia, privilegio o fraude, está siempre en armonía con el interés social.
No es así al tratar de las contribuciones; en este caso el Gobierno debe intervenir,
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Revista Hispanoamericana, 2011, nº 1
pues de otro modo nadie contribuiría para subvenir a los cargos públicos, y del
buen o mal sistema que se adopte depende la prosperidad o decadencia del país,
y el que la renta pública sea o no suficiente para cubrir todas las atenciones del
Estado”; 3) Caluroso apoyo a todo tipo de intercambios, naturalmente incluidos los
típicos del comercio. La frase clave de Flórez Estrada podría ser ésta: “Lo que
más distingue entre sí al hombre salvaje y (al) civilizado es que el hombre
civilizado hace mas cambios de productos físicos y morales que el hombre
salvaje. Desde que, por un accidente cualquiera, los cambios cesan, la vitalidad
social decae... (y) la subsistencia de los individuos se va cada vez haciendo más
difícil; 4) Esto lleva a la defensa de la libertad de comercio. Dice Flórez Estrada:
“El comercio libre tiene por base la reciprocidad de intereses. Comprar y vender
son dos acciones inseparables. Si una nación compra a otros un gran número de
artículos, éstos le tomarían necesariamente una cantidad de productos de un
valor igual al de los productos que ellos le hayan vendido. Una venta es imposible
sin una compra de igual valor; de consiguiente, no hay compra sin venta
equivalente: prohibir o entrabar la compra es prohibir o entrabar la venta”; y 5) El
comercio exterior genera una gran productividad al capital empleado en él. Dice
Flórez Estrada: “El error de Smith y Say proviene de no haber advertido que,
cuando el comercio que se hacía entre dos pueblos de una misma nación pasa a
hacerse con el extranjero, el capital empleado en aquel comercio se duplica
necesariamente con otro extranjero. Tampoco es cierto, como lo afirma Smith,
que el capital empleado en el comercio interior se renueva más rápidamente que
el empleado en el comercio exterior; antes bien, por lo común, sucede lo
contrario”.
Todo esto, en el Examen imparcial, lo sintetiza así de un modo
librecambista radical: “Si España, cuyas primeras materias son tan apreciadas, y
a las que su misma calidad las hace exclusivas en toda Europa, concediese tanto
a la importación de todos los géneros extranjeros como a la exportación de todos
sus frutos una libertad absoluta, conseguiría, irremediablemente, estos dos
grandes objetivos, a saber: que sus individuos trabajasen con continuación y
utilidad, y que el producto de sus trabajos fuese buscado a porfía por todas las
naciones comerciantes. El resultado, en este caso, por más que digan los que
sólo viven a costa de abusos y del sudor de sus conciudadanos, sería la riqueza y
la prosperidad general. Todos debían conocer que así sucedería, si no se
persuadiesen que conviene admitir solamente ciertos artículos de comercio y
desechar constantemente a otros para tener en su favor lo que llaman balanza de
comercio, mas todos se equivocan groseramente. Todos se persuaden que es
necesario vender aquellos artículos que valen más dinero al tiempo de la venta, y
comprar sólo dinero y cuya manufacturación aumenta considerablemente su
precio, para volver a venderlos a la misma nación productora. Procuremos
patentizar que todas las naciones padecen en esto un error muy perjudicial, del
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
cual provienen todos los males que sufren las sociedades, y de cuya aclaración
depende resolver el problema de esta discusión”.
Dejo a un lado que, con lo dicho se muestra que todavía no había
trabajado Flórez Estrada a Ricardo, y que por ello no había captado esa maravilla
que es la teoría de los costes comparativos, pero sí es evidente el librecambismo
que late en su obra, y que le lleva a sostener: “Si queremos hacer que renazcan
(las fábricas) concédase una libertad absoluta de comerciar y asegúrese la
libertad civil, y tanto la Península como América verán prosperar su agricultura,
comercio e industria... Vuestra conducta en la conservación de las aduanas se
asemeja a la que usan los salvajes de la Luisiana, que para coger con mas
comodidad y por entero la fruta de un árbol lo cortan por el pie, y de este modo
cada año tienen menos fruta y más distante del lugar de su morada. La libertad
absoluta de la industria y del comercio es el único plan ventajoso con que podéis
asegurar vuestra prosperidad”. Y esto porque antes había señalado que “en todas
partes en donde haya una absoluta libertad de comerciar con el extranjero, los
naturales, no podrán por menos de ser activos e industriosos”.
De ahí que la rectificación por parte de España, tendría que ser
radical. Supondría eliminar “aquel sistema restrictivo, por el que, para conservar a
América bajo nuestro dominio, se monopolizó la agricultura, comercio e industria,
de tan ricas posesiones, cuyo descubrimiento y conquista por este motivo, en vez
de enriquecer, no sirvió sino para empobrecer y deteriorar la Península”. Por ello
manifestará rotundamente que “si América en lo sucesivo hubiera de ser regida
bajo un sistema tan ruinoso como lo fue hasta aquí, con justicia debería desde
ahora tratar de separarse de la metrópoli. Si España no hubiese de sacar en
adelante más ventajas de América que las que ha sacado hasta el presente,
seguramente sería un bien para los españoles no haber hecho su conquista y no
conservar por más tiempo su posesión”. De ahí que exponga críticamente Flórez
Estrada: “El plan económico adoptado (por España hasta entonces) con América,
(fue el ) plan que puso en contradicción los intereses de americanos y españoles,
y que él solo contribuyó más que todas las otras causad, ...a la decadencia de
todos los ramos de prosperidad de la nación española”.
El centro de esa crítica es el capítulo IV del Examen imparcial, cuyo
título, suficientemente significativo era: “Examen de la segunda causa de la
decadencia de la nación española, a saber: las restricciones fuertes que sufrió el
comercio de América, no sólo por la expulsión de una gran parte de los
españoles, sino por la expulsión de los extranjeros”.
Adelanto los argumentos de Flórez Estrada, que eran los de los
alzados, sobre los que hay que volver, pero que conviene exponer previamente,
porque en el fondo lo que éste pone de relieve y critica es que existían dos tipos
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Revista Hispanoamericana, 2011, nº 1
de españoles: los de la Península eran más importantes y debían ser tratados de
mejor manera que los de América. Porque considera que no habría respuesta
cuando los naturales americanos dijesen: “Si todos debemos gozar de igual
protección; si la ley debe atender a que todos sean ricos o pobres y es un medio
el que no se consuman géneros extranjeros o que sólo se consuman por segunda
mano para que la Península no consuma tantos artículos extranjeros, y para que
los americanos se enriquezcan por el comercio de comisión, usando de la misma
igualdad que vosotros, pedimos el que los artículos extranjeros de vuestro
consumo no puedan ser conducidos a nuestros puertos sino por comerciantes
connaturalizados en América, del mismo modo que nuestros comisionistas nos los
traen a nosotros. Mientras esto no sea así, ¿en dónde está esa decantada
igualdad que tanto se pregona? ¿No basta que tengamos que sufrir los sufridos e
irremediables costes de un flete tan caro sin que se exija hacerlo más largo y sin
que se nos precise a recibir los artículos de nuestro consumo por segunda mano,
que forzosamente ha de cobrar salarios a su antojo? Sólo una violencia manifiesta
podrá imponernos una contribución tan onerosa que no tiene más objeto que
enriquecer con insulto de nuestra miseria y de nuestras instituciones una pequeña
porción de comerciantes de la Península y cuyo verdadero resultado es la ruina
de los dos países. Sólo una opresión chocante podrá prohibir la concurrencia de
los extranjeros, pues sin ella no es posible que vendamos nuestras producciones
con la estimación que dan a todas las cosas el mayor número de compradores”. Y
la causa de la queja sería que “la libre concurrencia de compradores y la facultad
de vender el productor sus géneros a quien más le acomode... es un derecho
inherente al derecho de propiedad, el primero y principal objeto, si no el único, a
que deben atender las sociedades”.
Todo esto es lo que Flórez Estrada denuncia en relación con
América. La política española, que disentía de todo esto, es lo que consideraba
que subyacía en “las disensiones de la América con la España”.
Esta preocupación americana, no la iba a abandonar Flórez Estrada.
Cuando Fernando VII, tras la derrota de Napoleón, regresa a España y decide
cerrar las Cortes de Cádiz y liquidar el proceso constituyente, Flórez Estrada
redactará y se editará en Londres, en 1815, en su forzoso exilio, su Presentación
a S.M. Católica el Sr. D. Fernando VII en defensa de las Cortes, donde señalaba
así la repercusión en América de la disolución de las Cortes: “En cuanto a la
pacificación de las Américas beneficiadas con una Constitución, cuyos derechos y
privilegios eran los mismos para sus naturales que los declarados y concedidos a
los de la metrópoli, estaba tan cerca de verificarse, que el Gobierno de Buenos
Aires, a la vuelta de V.M., creyendo que se reconocería la Constitución, había
despachado comisionados con amplios poderes para tratar los convenios; pero
con la noticia de la destrucción del cuerpo legislativo, suspendieron toda
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
negociación. No debe olvidarse –concluía Flórez Estrada- que en aquella época
ya no había otras provincias levantadas, a no ser Buenos Aires y Caracas”.
Desde ahí las referencias a América nunca desaparecerán de sus
aportaciones. La última, ya en otro contexto, será aquella que recoge Ernest Lluch
en su trabajo titulado El viaje triunfal de Cobden, a España. A sus 80 años Flórez
Estrada acudió al banquete que se ofreció en Madrid a este defensor y divulgador
de las tesis de David Ricardo, que era Cobden, y, sobre todo, defensor del
principio básico ricardiano de los costes comparativos. Entre paréntesis, era lo
que va a combatir, hasta convertirlo en el eje central de su crítica revolucionaria,
junto con Singer, Raul Prebisch. Allí en el brindis, Flórez Estrada proclamó que “el
hombre que dé a España el librecambio, habrá hecho mayor beneficio a su patria
que Colón enseñando el camino de América”.
Lo que ahora exactamente hace dos siglos, planteaba Flórez
Estrada, para, evidentemente, en el fondo exponer la molestia americana, era una
autocrítica de la política económica efectuada. Desde el principio, concretamente,
desde la Introducción al Examen imparcial de las disensiones de América con
España, no va a velar ningún motivo para ello, con el fin de que sea nítido el
camino que tendría que llevar el acuerdo. Estas palabras de Flórez Estrada son
muy claras en ese sentido: “En medio de las calamidades que afligían a España
cuando defendía la causa de todos los hombres (en la Guerra contra Napoleón), o
bien por la entrega del enemigo común de Europa (o sea, el propio Napoleón), o
bien por pasiones y resentimientos de hombres inconsiderados o malignos, o bien
por un efecto forzoso de la opresión en que se hallaban los pueblos de la América
española (subrayado mío), o bien por la oscuridad con que todos los hombres y
todas las naciones ven sus verdaderos intereses, o más bien por una
concurrencia simultánea de todas estas causas, se originan los disturbios que
devastan aquel hermoso hemisferio”. Por eso con esa obra pretende, porque
nadie lo hace, “conciliar los dos partidos ensangrentados en una guerra civil, que
si no se termina amistosamente no puede menos de exponer los dos hemisferios
a caer bajo la esclavitud que ambos detestan”. De ahí que busque con su obra
“presentar... los defectos cometidos por una y otra parte en una causa tan mal
manejada, con el único objeto de que unos y otros procuren enmendarlos y hacer
ver los medios que deben contribuir a la prosperidad de todos para que procuren
adoptarlos, he aquí la única causa que me determinó a escribir el presente
discurso”, porque “todo español amante de su Patria no puede menos de oír con
dolor el levantamiento de algunos pueblos de América en una época en que sin
sus auxilios será más difícil que la Madre Patria pueda sostener la gran causa que
defiende”. Por eso, “ver devorarse en guerras civiles los individuos de una misma
familia; ver derramar por los españoles mismos la sangre española, y en unas
circunstancias en que la Patria tanto la necesita para resistir la opresión más dura;
verlos, finalmente, debilitarse... es lo más triste y sensible para todo español que
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Revista Hispanoamericana, 2011, nº 1
ame de corazón a su Patria”. Creo que acierta totalmente Miguel Artola cuando
sintetiza así en el Estudio preliminar a las Obras de Álvaro Flórez Estrada, para la
Biblioteca de Autores Españoles, lo que dañaba por igual a América y a la
industria española:
“1) El gran rédito que producía a los españoles (que podían
participar en él) el comercio del Nuevo Mundo”. He aquí lo que sobre esto señala
el propio Flórez Estrada en esa obra inicial de 1811: “El exceso de lucro que se
hacía en este comercio, no podía menos de perjudicar todos los otros ramos de
prosperidad y de producir los mismos efectos que produce todo monopolio, esto
es, reducir el beneficio al corto número de los que le disfrutaban y conducir a los
otros ciudadanos a la mendicidad, imposibilitándolos de prosperar en los demás
ramos”.
“2) Las restricciones fuertes que supuso este comercio no sólo por la
exclusión de una parte de los españoles, sino también por la de los extranjeros”
porque “como el comerciante extranjero, igualmente que el natural es el que
proporciona (un aumento de valor a todas las cosas que el hombre apetece, y que
dañando este aumento de valor se puede dejar de estimular al trabajo),... en
economía era un absurdo excluir al extranjero de hacer directamente ese
comercio” e insistía así: “Es perjudicial al individuo español, excluir al extranjero,
por la misma razón que lo es al americano, pues debiendo vender sus géneros
para el mercado de América, cuanto mayor sea el número de los que hagan este
comercio... nada puede estimular (más) a la industria”. Incluso escribirá lo que
sigue, tras exponer la expansión económica que produjo el eliminar, a partir de
Carlos III, el monopolio existente de Cádiz en la Península y Veracruz en América:
“Sin embargo de los felices resultados que produjo este simulacro de libertad, que
no merece otro nombre, el Gobierno español estuvo muy lejos de darle la
extensión que necesitaba. La idea sola de permitir a los extranjeros el que
hiciesen directamente el comercio de América, de tal modo arredraba a todos,
que ninguna persona tuvo jamás valor para proponerla, ni acaso el mismo
gobierno hubiera tenido suficiente energía para decretarla... Pero en una época
como la actual, en que a los españoles es permitido manifestar sus ideas, no
debo yo recelar exponer cuanto crea justo y conveniente al bien general. No se
trata de favorecer al comercio extranjero en perjuicio del nacional; se trata de
hacer ver que la prosperidad del uno no es incompatible con la felicidad del otro;
se trata de manifestar que la exclusión al extranjero de concurrir al mercado de
América llevando él mismo sus mercancías es perjudicialísimo a los intereses de
los españoles e injusta para los americanos”. Y añade, mostrando la raíz de una
lógica protesta: “Si los españoles americanos deben gozar de iguales derechos
que los españoles de la Península, ¿cómo se puede privar a aquéllos de recibir
de la primera mano las mercancías extranjeras que en el día reciben de los
comisionistas de la Península?”
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
Y diría también, “3) La grande cantidad de plata traída de América a
España”, porque “a proporción que España recibía más oro y plata de América, la
principal y casi única mercancía que entonces tomaba en cambio de todos los
artículos comerciales que se llevaban a aquel país, todo se encarecía en España.
Desde entonces las primeras materias, la mano de obra y las manufacturas no
podían ya concurrir con los extranjeros, y el comerciante español hallaba su
interés en comprar los géneros al extranjero... La decadencia, pues, de la
agricultura y de la industria era un efecto forzoso e inmediato de la carestía y ésta
lo era de aquella expresión en que se creía ver la prosperidad de la nación”. Y
tras una serie de argumentos avalados con datos estadísticos, concluirá: “A vista
de estos datos oficiales e innegables, ¿aun habrá hombres tan egoístas y de mala
fe que pretendan persuadirnos que la libertad del comercio sólo puede producir
ventajas en la teoría?”
La raíz de esta cuestión de algún modo la captó así Flórez Estrada:
“¿Podrán los amantes de la libertad gloriarse de las operaciones de los
innovadores americanos? Seamos justos y seamos consiguientes con nuestros
mismos principios. Atacar al déspota y no al despotismo es dejar subsistir la raíz
del mal; es querer a costa de sacrificios muy costosos abolir el despotismo bajo
de una forma para consolidarlo de otra tal vez más funesta. El amante de la
genuina libertad no tiene motivos para gloriarse de la conducta de los americanos,
quienes hasta ahora ningún paso dieron hacia su libertad. No nos engañemos. No
basta derribar al déspota que nos oprime; es necesario derrotar al mismo
despotismo, pero cimentar las nuevas reformas por actos que le constituyen, es el
medio más opuesto al intento. No nos dejemos seducir de una imaginación
acalorada por los sentimientos mismos de libertad y de justicia contra los horrores
cometidos por los actuales déspotas, creyéndoles los únicos hombres capaces de
cometerlos. Convenzámonos ya que todos los hombres son déspotas cuando lo
pueden ser impunemente. La conducta de los americanos hasta el presente no
fue otra que atacar déspotas a déspotas... El remedio no debe buscarse en la
calidad del gobernante, sino en la calidad del gobierno. Debe convencernos de
cuan peligroso suele ser echar mano para el mando político de personas osadas,
astutas y de gran reputación militar, cuya educación nunca fue otra que obedecer
ciegamente o marchar sin más regla que su capricho. Por último, debe hacernos
ver cuán fácil es que hombres de esas calidades, buscados de intento para ser
los defensores de la patria, se convierten en señores de ella. Caracas, sobre todo,
a quien tanto pueden convenir estas reflexiones, no debe echar en olvido ninguna,
y aunque en la autoridad progresen, puede que algún día se arrepientan, no
conociendo sino para llorarle, que es muy común que semejantes aventureros
sean los únicos que lleven todo el fruto de una revolución costosa, convirtiéndose
en agresores los que antes pretextaban defender la libertad”. Es mucho de lo que
se ha visto después y hasta ahora mismo en Caracas.
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Revista Hispanoamericana, 2011, nº 1
Pero no sólo Flórez Estrada, hace ahora exactamente dos siglos, se
ocupó de cuestiones económicas. No dejó incluso de captar lo que sucedía en
Buenos Aires. Me permito, aunque los hechos son bien conocidos, transcribir lo
que exactamente señala sobre lo que el 25 de mayo de 2010 los argentinos
conmemoraron en su segundo centenario. Primero, con un talante bastante crítico
se refiere a la sublevación de Caracas. He aquí cómo contempla el alzamiento de
esta provincia: “El bergantín particular llamado “Nuestra Señora del Carmen” llega
a Puerto Cabello el 14 de abril (de 1810) y al día siguiente se reciben en Caracas
las cartas particulares que había llevado y se extienden las noticias de los
desgraciados sucesos de la Península. Los que se hallaban resentidos de las
antiguas autoridades y los amigos de novedades, cuyo número en Caracas era
abundante, conociendo que aquella era la ocasión de poder impunemente dar
principio al plan que mucho tiempo antes meditaban, bajo el plausible pretexto de
atender al bien público, tratan de introducir las innovaciones que les dictaban sus
pasiones y no las reformas que exigían la justicia y la fraternidad. El 17 de abril,
por la noche, llegó a La Guayra un correo del Gobierno español, y el 18, por la
mañana, todo el pueblo estaba ya enterado del establecimiento de la regencia,
cuya noticia constaba por los papeles de oficio, por las correspondencias
particulares y por la deposición del comisionado. A pesar de estas noticias y de
que el motivo que hasta entonces habían alegado los descontentos para
tumultuar al pueblo en la absoluta ruina y anarquía de la metrópoli, teniendo
aquellos sobornado o persuadido a entrar en su partido a los principales jefes de
la tropa, ésta, el 19 por la mañana al tiempo de entrar Oficios divinos en la
Catedral, el general don Vicente Emparán amenazándole con la muerte si
intentaba resistirse, le condujo a la Casa Consistorial, en donde estaban ya
reunidos los vocales del Cabildo secular, principales autores de todo lo ocurrido.
Allí se le obligó por la fuerza a que renuncie al mando, cuya renuncia es la prueba
más convincente de la violencia con que se obraba, y por medio de la cual se
procuraba alucinar al pueblo... Destituidas todas las anteriores autoridades del
mando, se depositó éste en el Ayuntamiento, mientras toda la provincia nombraba
diputados que formasen el gobierno... (Esta) nueva Junta... desde el primer día,
para atraer partidarios a su causa, dio a los militares grados sin economía;
contrató empleos que estaban previstos; creó ministerios más por orgullo que por
necesidad; finalmente practicó cuanto podía contribuir a que fuese un país
enteramente independiente, o que, cuando menos, retardaría el que aquella
provincia volviese a unirse a la Madre Patria... No contentos los de Caracas con
levantar aquella capital para separarla de la Madre Patria, trataron de levantar los
demás pueblos y provincias inmediatamente, por medio de amenazas... Si aquel
pueblo tenía un derecho para mudar su gobierno, por consentimiento de la
mayoría de sus naturales y hacer las reformas que creía convenientes, igual
derecho debían tener los demás pueblos para abrazar el partido que les
acomodase. Obligarles, pues, por la fuerza o por la seducción a entrar en su
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VELARDE FUENTES, Juan. La búsqueda de una explicación de la ruptura con América desde la economía
causa era una violencia real y valerse del mismo medio que destruía el
fundamento que ellos podían buscar para establecer su libertad”. Inmediatamente
a continuación escribe exactamente esta versión que tenía de lo ocurrido en
Buenos Aires: “Aunque desde un aspecto más franco y generoso, y en un
principio con todos los caracteres de justo, al levantamiento de Caracas se siguió
el de Buenos Aires. Habiéndose sabido en aquella ciudad por una embarcación
procedente de Málaga, antes que se recibiese de oficio la instalación de la
Regencia, los sucesos de la Península, y que aquélla no había sido reconocida
por la Junta de Cádiz, el Cabildo convocó al pueblo el 22 de mayo. Después de
una larga discusión se acordó que la autoridad del Virrey quedase subrrogada en
una Junta Provincial de Gobierno que interin se formaba una elegida por los
diputados que debían ser convocados y venir de todas las provincias del
virreinato, exigiendo de sus individuos juramento de subordinación al futuro
gobierno de la Península que legítimamente representase a su rey cautivo... En
tales circunstancias nadie sin duda podía haberse determinado ni con más
moderación, ni con más justicia”, pero, en ese mismo documento se señala la
existencia de un factor irritativo que acabará justificando la ruptura. Dice así
Flórez Estrada: “Si el Gobierno de la Junta Central hubiera sido tan sabio y tan
justo en todas sus providencias, como lo fue en el Decreto relativo a determinar el
número de representantes que señaló tanto para la Península como para la
América, ciertamente serían infundadas todas las quejas que de él queremos
formar, por más que los que predican en favor de la insurrección americana nos
digan que este Gobierno sólo en palabras concedía a los americanos la libertad,
cuando lo impedía en las obras. ¿Qué son 24 representantes concedidos a la
América que tiene 12 millones de habitantes –o sea, 1 por 500.000-, cuando a la
Metrópoli se le concede uno por cada 50.000 a lo más? ¿Es ésta la igualdad, la
independencia y lo que le correspondía, siendo aquellos dominios para parte
integrante de la Nación? ¿Quién ha tratado de dar a los americanos la libertad
que merecen?”
Se observa pues ahí, con claridad, el talante de crítica hacia un lado
y otro que empapa esta obra de Flórez Estrada, y que él, al final de su Parte II
explica así: “El objeto de mi obra no es otro que la reconciliación de americanos y
españoles y como para conseguirla el único medio es hacer ver que sus intereses
no están en oposición, me ceñiré a hablar sólo de las causas que contribuyeron a
dividirlos o, por mejor decir, del sistema que los puso en contradicción; y que por
un efecto forzoso produjo la ruina de todos... Hablaré... de aquellas causas que
las personas aun de más probidad y luces no conocen tan comúnmente, esto es,
de aquel sistema restrictivo, por el que, para conservar a América bajo nuestro
dominio, se monopolizó la agricultura, comercio e industria de tan ricas
posesiones, cuyo descubrimiento y conquista por este motivo, en vez de empecer,
no sirvió sino para empobrecer y deteriorar la Península”.
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Revista Hispanoamericana, 2011, nº 1
* * * *
A lo largo de estos doscientos años, entre la América hispana y
España ha habido encuentros y desencuentros múltiples. Ahora, en estos
momentos, parece que ha llegado el momento de recoger unas palabras que allá
en Inglaterra estampó en este Examen Imparcial aquel gran economista que fue
Álvaro Flórez Estrada: recordemos que por la Academie de Sciences Morales et
Politiques de Francia fue elegido en 1852 para cubrir la vacante provocada por el
fallecimiento de Bastiat, con el respaldo de aquellos importantes miembros de la
Escuela Economista que fueron Blanqui y Joseph Garnier. Unas palabras que
considero muy importantes: “Olvidemos todo lo pasado; un nuevo orden de cosas
con precisión debe variar todo nuestro sistema. Olvidemos para siempre un
lenguaje que nos ofenda; adoptemos el más conforme al interés de todos...”
porque no debemos dejarnos “seducir por aquellos que interesados en la ruina de
todos nosotros... sólo... hablan de felicidades imaginarias que... resultarán de
nuestra desunión”.
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