el padre y los niños el niño/a

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EL PADRE Y LOS NIÑOS
EL NIÑO/A
Cada niño o niña es un ser humano único, original e irrepetible, el más perfecto y bello producto de la
Naturaleza. También llega a ser el producto de la cultura en la que se desenvuelve. En el mundo
civilizado, en especial en el medio urbano, la formación del niño o niña se desarrolla de forma distinta a lo
dispuesto por la Naturaleza. La satisfacción de su existencia depende tanto de su persona como del
ambiente que le rodea, y este ambiente externo ha de serle favorable de modo que no amenace su
seguridad, ni obstaculice su necesidad de satisfacción. Gran parte de la infelicidad que sufrimos los
adultos no se deriva de las dificultades existenciales inevitables, sino de muchas de las reglas que nos
han impuesto desde la primera infancia.
Uno de los principales objetivos que todos pretendemos es aprender a respetar y potenciar la
individualidad del niño o la niña, siempre teniendo en cuenta que no es un ser aislado, sino un sujeto
social que nace y crece en comunidad y evoluciona hacia la independencia en función de la calidad de las
relaciones humanas que establezca. Pretendemos encontrar el mejor modo de acercarnos a su
realidad con auténtica empatía y ayudarle en su realización plena como ser humano.
Actualmente alcanza porcentajes alarmantes el número de personas que viven atormentadas por
conflictos internos y que desarrollan episodios neuróticos en su forma habitual de vida. Psicólogos y
Psiquiatras ven a menudo en sus consultas a pacientes que no han vivido de acuerdo con su potencial, ni
han realizado plenamente sus cualidades innatas. Estas personas están emocional e intelectualmente
atrofiadas y la frustración crónica les produce ansiedad y depresión.
La falta de autorrealización, los logros inferiores a la propia capacidad y síntomas como la depresión y la
ansiedad superiores a lo normal están íntimamente relacionados y con frecuencia se presentan de forma
simultánea.
Muchos de estos adultos quieren educar a los niños y niñas para "vivir bien", mientras ellos mismos son
conscientes de "vivir mal". Algunos incluso proyectan sobre sus hijos e hijas una visión pesimista de sí
mismos y de la vida. Esta problemática tiene sus raíces en la educación recibida, tanto en la familia de
origen como en las experiencias escolares, y se inserta en una cadena secular de generaciones que
transmiten los errores pedagógicos que han padecido.
Nadie es perfecto. Nadie nace siendo educador. (Consideramos educadores tanto a los padres y
madres como a los profesionales de la enseñanza). Ningún padre se equivoca por propia intención, y
es de los errores (propios y ajenos) de donde debemos extraer la experiencia y el conocimiento para
mejorar nuestras actuaciones. Si somos capaces de cometer menos equivocaciones con nuestros hijos e
hijas, no sólo contribuiremos a favorecer su salud mental, sino que además ellos podrán transmitir a las
nuevas generaciones un patrimonio menos contaminado que promueva una vida plena en la niñez y la
satisfacción y autorrealización en la vida adulta.
La Pedagogía y la Psicología no son ciencias exactas porque se relacionan con la persona, y cada
individuo es único e irrepetible. Pero los conocimientos que estas ciencias aportan nos pueden ayudar a
mejorar las actuaciones educativas que aplicamos con intuición a las personas cuyo desarrollo queremos
promover.
Gracias al reconocimiento científico, pedagógico y social, la importancia de la educación en los primeros
seis años de vida ha experimentado un gran avance cuantitativo y cualitativo en la práctica totalidad de
países. Hoy nadie duda que la evolución del niño o la niña en estos años es fundamental y marca el
posterior desarrollo y desenvolvimiento de la persona a lo largo de su vida, siendo los déficits educativos
en este período difícilmente recuperables y responsables de los fracasos posteriores.
Una estimulación correcta en estos primeros años se presenta prioritaria para posibilitar un
progreso adecuado optimizando los potenciales de aprendizaje, de relación, de autonomía
personal y social, en definitiva, en la construcción del hombre y la mujer.
En este Proyecto no vamos a tratar de técnicas sofisticadas para lograr acelerar el dominio de habilidades
y conocimientos académicos de los niños y niñas. Pretendemos que, partiendo del respeto a la
individualidad, padres y madres logremos un acercamiento directo, simple y satisfactorio para
disfrutar de nuestra relación con los niños y niñas, favoreciendo su realización plena y
garantizando su desarrollo intelectual, emocional y creativo.
1.- PREVIO
Desde el mismo momento de la concepción, el niño o la niña cuenta con una carga genética que hereda
del padre y de la madre y determina como serán sus características psico-orgánicas, porque su aspecto
exterior marcará también en el futuro su forma de ser.
La carga genética también transmite algunas características que forma la estructura de la futura
personalidad. Estos factores genéticos o heredados hacen que cada niño o niña reaccione de forma
distinta en su contacto con el ambiente que le rodea, es decir, dispone de su propio temperamento.
La personalidad futura será el resultado del temperamento y las acciones educativas que reciba de los
adultos (padre, madre, hermanos, abuelos, educadores, etc.) y de las relaciones que establezca. El niño o
la niña irá creando una conducta en función de las reacciones que los adultos tengan ante sus
comportamientos y de las diferentes experiencias que vaya acumulando.
Progresivamente, recibirá un aprendizaje del comportamiento preestablecido por la cultura del grupo
social en que vive. El desarrollo de su conducta será diferente al del resto de los niños y niñas de su
mismo grupo social porque las diferencias biológicas le harán reaccionar de modo distinto ante el
aprendizaje social y sus características individuales (salud, enfermedades, número de hermanos, lugar
que ocupa entre ellos, separaciones temporales de la familia, escolarización temprana o tardía, etc.)
interactuarán con su temperamento.
El niño o la niña desarrolla el aprendizaje de la conducta repitiendo los comportamientos que reciben la
atención o la aprobación de los adultos, y descartando aquellos en los que fracasa la atención y la
aprobación. Aquí radica la importancia que adquiere la actuación por parte de los adultos reforzando los
comportamientos positivos y mostrando desaprobación, en muchos casos indiferencia, ante los negativos.
Otros comportamientos que el niño o la niña adopta son aprendidos por imitación, observando a los
demás y las consecuencias de sus comportamientos.
Si deseamos que el niño o la niña desarrolle una conducta adecuada, deberemos proporcionar modelos
de comportamiento positivo a su alrededor.
Es importante destacar que, si el niño recibe mayor número de aprobaciones, desarrollará realizaciones
con seguridad y confianza aunque presenten cierto grado de dificultad porque su autoestima se verá
reforzada. Sin embargo, si su comportamiento produce desaprobaciones continuadas, el niño o la niña
será incapaz de consolidar una mínima autovaloración y autoconfianza.
2.- MOMENTOS CLAVE PARA EL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD
Entre los siete u ocho meses comienza la etapa de "crisis de ansiedad". El niño o la niña diferencia a su
madre del resto de personas y empieza a comprender que está separado de ella, que puede desaparecer.
Por eso el vínculo o apego se estrecha aún más, mostrando mayor dependencia. No tolera separarse de
su madre, llora cuando no está en su campo de visión, la busca constantemente y desearía tenerla
siempre junto a él. Este apego también se manifiesta con el padre aunque la intensidad es menor. La
madre suele ser la figura principal de apego, mientras el resto son secundarias.
El niño o la niña de esta edad suele elegir un peluche, un almohadón u otro objeto como "sustituto
afectivo" u "objeto compensatorio", tenerlo a su lado consuela la ansiedad que siente cuando la madre se
aleja este le da seguridad.
La etapa de "crisis de ansiedad" va superándose a medida que el niño o la niña evoluciona en las
diferentes dimensiones madurativas. Las adquisiciones intelectuales, motóricas, emocionales, lingüísticas
y, sobre todo, afectivas, serán la clave del proceso que irá conformando las bases de su personalidad.
Alrededor de los dieciocho meses, la maduración general le lleva a desarrollar su identidad. La mayor
independencia en los movimientos y en las acciones sobre el entorno le ayudan a progresar como entidad
individual. Toma conciencia de sí mismo como ser con voluntad propia, capaz de transmitir sus deseos y
necesidades. Este período se denomina de "oposición o negativismo". El niño o la niña aprende a decir
"no", utilizándolo para expresar su voluntad, con la satisfacción de poder modificar diferentes situaciones.
Se opone a todo cambio o situación que le resulta poco atractivo
En este período también manifiesta conductas egocéntricas y rebeldes como son las rabietas. Estos
rasgos de la conducta, aún siendo negativos, son necesarios para reafirmar la conciencia de sí mismo. Su
ausencia puede indicar que el niño o la niña sigue considerándose como prolongación de la figura
materna y no como ser individual con capacidades propias.
De los dos a los tres años, sigue manifestando dependencia de los adultos. Esta va disminuyendo a
medida que el niño o la niña avanza en madurez y autonomía. Aún reclama la atención y ayuda de los
adultos de diversas formas. Esta dependencia física se complementa intensamente con la emocional, de
forma que el niño o la niña busca aprobación e interacción afectiva en todo momento.
El niño vive en este período auténticos conflictos, sus comportamientos para reafirmar la conciencia de sí
mismo reciben a menudo la desaprobación de los adultos. Estos olvidan en muchas ocasiones que el mal
comportamiento se debe a que el niño o la niña busca, a través de la experiencia, la orientación de lo que
debe o no debe hacer, desea más que nada la atención en exclusiva de las personas que para él son
importantes, o simplemente constatar que tiene voluntad propia.
Los conflictos internos se agravan cuando el niño o la niña encuentra incomprensión, juicios de valor
hacia su persona, represión de sus sentimientos, etc… Los sentimientos de culpa, la inseguridad, la baja
autoestima y la desorientación, le conducen a intensificar los comportamientos desadecuados que le
reportan de nuevo mayores efectos negativos.
Los comportamientos expresivos adquiridos en la primera infancia (de 0 a 2 años) comienzan después a
reflejar personalidades individuales con actitudes específicas, preferencias marcadas y estilos de control
propios que van a caracterizar al niño o la niña durante toda su vida.
Transcurrida la primera infancia, la maduración física, la capacidad creciente para diferenciar su
experiencia y la consecución de logros, estimulan el progreso en autoconciencia y formación de actitudes
frente a sí mismo.
Toma más interés y conciencia por su crecimiento físico, por las variaciones exteriores de su cuerpo y por
las diferencias físicas entre los sexos, reconociendo su propia identidad sexual. Suelen preocuparse por
las lesiones que puedan sufrir o por perder alguna parte del cuerpo, sobre todo los niños. Los
psicoanalistas denominan a este temor de los niños "angustia de castración".
Las actitudes de los padres y madres ante estos cambios son determinantes. Mostrar alegría por su
crecimiento, por sus logros, responder a su curiosidad sexual con información que puedan comprender y
tomar en serio sus temores, estimulan la actitud positiva del niño o la niña hacia sí mismo.
La capacidad del niño o la niña para lograr el control comienza a formarse según respondan el padre y la
madre a los primeros intentos para afirmarse como persona independiente.
La formación de la personalidad se acelera entre los dos y los siete años, sobre todo por la gran
cantidad de habilidades motrices y cognitivas que adquiere y que facilitan la autonomía y la
independencia. A medida que hace más cosas por sí mismo, comprende mejor lo que sucede a su
alrededor y aumenta su capacidad para lograr el control. Si los padres estimulan esta independencia
progresiva y el esfuerzo por perfeccionar habilidades, aumentará su sentido de capacidad personal y el
placer de buscar su autodominio
Como formula Erikson: "Las investigaciones indican que la motivación de rendimiento de los adultos está
directamente relacionada con el grado de entrenamiento positivo para ser independientes que reciben de
sus padres durante los primeros seis años".
El padre y la madre pueden ayudar en el proceso estimulando las características positivas de sus hijos o
hijas (las que poseen, no las que desearían que poseyeran). Observando los motivos que mueven a los
niños a desear una actividad en vez de otra.
Cada niño o niña es único, pero fundamentalmente todos poseen más similitudes que diferencias. Cada
uno necesita sentir que es un ser humano competente y digno, y desarrollar su capacidad intelectual,
creativa y emocional al máximo, incluso en condiciones de grandes carencias.
Las capacidades y aptitudes de cada niño o niña se desarrollan a su propio ritmo, no existen los "niños
promedio". Hay unas etapas aproximadas que sirven de referencia, pero no deben crearse
expectativas que provoquen preocupación en el padre o la madre cuando una conducta o
habilidad retrasa su aparición, casi seguramente alcanzará en poco tiempo el mismo nivel de otros
niños o niñas de su misma edad.
3.- EL GRUPO FAMILIAR
Durante la infancia y la niñez, las influencias ambientales que actúan sobre el niño o la niña provienen
principalmente del ámbito familiar. Otros agentes socializantes son el ámbito escolar, los medios de
comunicación, las relaciones de la calle, etc.
Como se vio con anterioridad, la madre es la primera persona con quien el niño o la niña establece un
vínculo en los dos primeros años. Luego, progresivamente, la madre empieza a compartir este vínculo
con el padre, los hermanos, los educadores, los amigos y amigas.
Aunque el padre interactúe afectivamente con el niño o la niña y participe en satisfacer sus necesidades,
es a partir del tercer año cuando empieza a cobrar protagonismo en su vida. El pequeño o pequeña
también comienza a diferenciar las actitudes y rasgos de personalidad del padre y de la madre,
aprendiendo a dirigirse a uno u otro en función de su interés y beneficio, consiguiendo en muchos casos
oponer al uno contra el otro.
El padre y la madre no deben dejarse manipular. Es imprescindible que estén de acuerdo sobre sus roles
personales en la familia, establecer normas de conducta y ajustarse a ellas con firmeza para que el niño o
la niña pueda interiorizarlas logrando progresivamente autodisciplina y abandonar la idea de que con
maniobras, con críticas y protestas logrará sus deseos con todo el mundo.
Recordemos aquí que los niños y niñas imitan los rasgos acentuados de la personalidad del padre o
de la madre, o bien los opuestos.
Las influencias del ámbito familiar no sólo provienen de la relación del niño o la niña con el padre y la
madre. La relación entre hermanos es aún más decisiva para el desarrollo de la personalidad del infante.
Este ve a sus hermanos más próximos a él, con intereses y actividades más comunes, los considera un
modelo a imitar, también competidores en las atenciones y el afecto del padre y la madre.
Hay dos principios que debemos conocer. El primero es el principio de los opuestos: Los rasgos de
personalidad del segundo hijo o hija casi seguramente serán contrarios a los del primero, si la diferencia
de edad entre ambos es menor de seis años. Esto se debe a que casi siempre el segundo recibe más
atención (favorable y desfavorable) por características diferentes a las del primero.
Otro principio es el de la expectativa cultural. Nuestra sociedad aún espera que las niñas sean
agradables, ordenadas, limpias y cariñosas, que ayuden a mamá en la casa y que tengan buenas notas.
De los niños se espera que sean más activos y agresivos, que se preocupen menos por las tareas
escolares y las domésticas, les gusten los deportes competitivos y, en general, que tengan más libertad
de acción.
La posición que el niño o la niña ocupa en la constelación familiar también determina algunos rasgos de
su personalidad que pueden ser comunes en muchos casos. Sin embargo, no debemos olvidar que, al ser
cada niño o niña irrepetibles, no siempre han de desarrollar personalidades similares.
No podemos hacer un análisis aquí de todos los casos por la cantidad infinita de combinaciones y
variaciones según el orden de nacimiento, el número de hermanos y hermanas, el sexo de cada uno y sus
edades, pero intentaré destacar algunos rasgos de los casos más habituales.
3.a.- El hijo o hija mayor
Durante los primeros años, el primogénito es único y recibe todo el amor, la atención, la inseguridad y la
inexperiencia del padre y de la madre que, por lo general, tienden a sobreproteger y dejarse manipular por
el niño o la niña. Cuando se ha acostumbrado a su situación privilegiada, es desplazado por el segundo
hijo o hija.
Si la diferencia entre ambos es mayor de cinco años, no suele representar una amenaza para el mayor
porque éste ya tiene un lugar en el mundo exterior a su familia y una identidad establecida.
Cuando la diferencia es menor de cinco años, el mayor ve su vida perturbada. Considera al bebé un
intruso, una amenaza y se encuentra desplazado, hagan lo que hagan el padre y la madre. El primogénito
siente celos en mayor o menor grado y es posible que los manifieste con comentarios verbales de
rechazo, con conductas exageradas para atraer la atención de los adultos o con regresión en habilidades
que ya había adquirido. Cuando el segundo es de distinto sexo, las reacciones negativas del mayor no
son tan extremas.
Habitualmente los hijos mayores se esfuerzan mucho por complacer a los padres, suelen tener muchas
cualidades parentales, cuidan de sus hermanos, son más responsables, verbales y con dotes de
liderazgo. Es posible que tiendan a ser introvertidos y que deseen ser los mejores en lo que realicen,
pueden convertirse en perfeccionistas que se preocupan por todo y no se atreven a cometer errores o a
decepcionar a los padres u otra autoridad. No le gustan los cambios, es más tenso, más serio y reservado
que los demás, le cuesta aceptar las críticas, utilizan su poder para salirse con la suya y toleran menos
los errores ajenos.
•
La hermana mayor de mujeres, por lo general, es brillante, fuerte e independiente, capaz de
cuidar de sí misma y de otros. Es desenvuelta, organizada y dominante.
•
La hermana mayor de varones es una mujer fuerte, independiente, práctica, sensata y tiene un
buen nivel de autoestima, aunque a veces puede parecer retraída.
•
El hermano mayor de varones es "el jefe", en muchos casos un líder de hombres y le gusta estar
al mando en todos los aspectos de su vida. Es muy meticuloso con su persona y sus posesiones.
Puede ser perfeccionista en algunos aspectos como desear el orden en casa o querer ganar en
todos los juegos. Suele tener éxito en lo que hace.
•
El hermano mayor de mujeres es más desenvuelto y divertido que el hermano mayor de varones.
En algunos aspectos puede ser un hedonista, pero considerado y desprendido. Le gusta ser líder
y jefe en el trabajo, pero siempre será simpático y transigente.
3.b.- El segundo y el menor de los hijos o hijas
El segundo hijo o hija se encuentra con un hermano o hermana más grande, más fuerte y más capaz de
hacer cosas que él, es su modelo a imitar. La relación varía entre compañerismo y rivalidad. Disfruta
estando con el mayor pero envidia sus privilegios y compite por lograr la atención y aprobación del padre
y de la madre. Intenta emular las habilidades por las cuáles el mayor recibe atención, pero al no lograrlo,
desarrolla las opuestas para conseguir su objetivo.
Cuando la diferencia de edad es mayor de seis años, el segundo lo considera como un adulto y en vez de
igualarlo o ser su opuesto, pretenderá manipularlo como hace con el padre y la madre.
Con el segundo hijo o hija, el padre y la madre tienen más experiencia, menos inseguridad, ansiedad,
expectativas y tiempo para dedicar en exclusiva al nuevo bebé. Por eso desarrollan menos conductas
indulgentes, respetan más su ritmo de evolución y lo presionan mucho menos. En consecuencia la
maduración es más natural pero los logros son menores en el segundo hijo o hija.
Habitualmente, el segundo hijo o hija es el pequeño de la familia, y es posible que continúen tratándole
así toda la vida. Los hijos o hijas menores suelen carecer de autodisciplina, les cuesta tomar decisiones
porque siempre tuvieron a alguien mayor que resolvía todo y siguen esperando que les resuelvan los
problemas. También puede ocurrir lo contrario y rechazar toda ayuda. Suelen tener menos ambiciones en
la vida que los mayores, son propensos a quebrantar reglas sociales y a dedicarse a actividades
creativas. Enfrentan la vida de forma aventurera, les gusta probar cosas nuevas, desarrollar un estilo
manipulador para conseguir lo que desean. Tienden a ser seguidores más que líderes y, en función del
trato que hayan recibido en la familia de origen, pueden ser sociables, simpáticos y desenvueltos, o bien
tímidos e irritables.
•
La hermana menor de mujeres tiende a ser espontánea, alegre, aventurera, "la pequeña" toda su
vida. Posiblemente desordenada y caprichosa. Puede llegar a ser competitiva (sobre todo con
los hombres), veleidosa o impredecible.
•
La hermana menor de varones suele ser simpática, optimista, atractiva y divertida. En ocasiones
es la preferida de la familia y las cosas tienden a salirle bien con poco esfuerzo. En su vida
adulta elegirá amistades masculinas y en el trabajo se desenvolverá mejor como empleada con
un jefe varón de avanzada edad.
•
El hermano menor de varones puede ser intrépido, audaz, testarudo, caprichoso y rebelde. Con
frecuencia es impredecible y cambia de estado de ánimo repentinamente. No le gusta hacer
planes, vive en función del presente y de sus deseos inmediatos. Puede ser simpático y
encantador cuando todo le va bien y mostrarse ausente cuando la situación no le agrada. No le
gusta perder y es tímido con las mujeres.
•
El hermano menor de mujeres recibe cuidados femeninos durante toda la vida. Si las hermanas
fueron dominantes en su infancia, tenderá a ser rebelde, si el caso fue contrario, dispondrá de
autoestima alta. Todos los miembros de la familia suelen mimarle, así que no precisa esforzarse
para atraer atención. Puede convertirse en embaucador y da por sentado que las mujeres lo
apreciarán y complacerán toda la vida. Aunque en general es afable, suele tener cambios de
humor. No le gusta cumplir normas y se desenvuelve mejor en actividades que no requieran
automotivación. No suele entrar en competitividad.
3.c.- El hijo o la hija del medio
La llegada del tercer hijo o hija afecta más al segundo que al primero. Este no sólo tiene a alguien más
grande y capaz que le marca el paso, además se siente desplazado por la llegada de un bebé más
gracioso y dependiente. Es a la vez el hermano mayor del que sigue y el hermano menor del primero, por
lo que puede sentir confusión sobre su identidad y no desarrollar rasgos distintivos porque vacila entre ser
como el mayor o como el pequeño.
Nunca vive la experiencia de contar con el padre y la madre para él solo, ni recibir tanta atención como el
primogénito.
De adultos, tienden a ser menos capaces de tomar iniciativas o pensar de forma independiente. De los
hermanos y hermanas, son los que tendrán menos éxitos escolares, suelen pensar que la vida es injusta
y para sentir que son importantes se vuelven competitivos y adoptan actitudes destructivas si con ellas se
ven triunfadores. En general, desarrollarán hábitos y comportamientos molestos que llamen la atención.
Son más responsables que los menores, pero tienen más problemas y se muestran más introvertidos que
sus hermanos o hermanas. Llegan a ser expertos en tratar con todo tipo de personas, amigables y
buenos negociadores porque han aprendido a "tratar" con las diferentes personalidades de sus hermanos.
De adultos elegirán trabajos que requieren tacto, pero poco empuje y también en los que puedan obtener
atención, reconocimiento y afecto.
Son muchas las combinaciones posibles de la posición intermedia, variando en función de la edad, el
sexo y la cantidad de hermanos y hermanas, pero en general, el hijo o la hija del medio desarrollará más
rasgos característicos propios de la posición de nacimiento a la que está más cercano
•
El que está exactamente en medio de los hijos o hijas del mismo sexo se encuentra en la peor
situación. Recibirá menos atención y necesitará competir más, tendrá una mezcla equitativa de
características propias del mayor y del menor, sintiendo más ansiedad y será más autocrítico.
•
Si el hijo o la hija del medio es de diferente sexo del resto, recibirá más atención de toda la
familia y, en el caso de ser mimado, tendrá dificultades para hacer amigos de su mismo sexo.
3.d.- Los hijos o hijas únicos
Están a la vez en el mejor y el peor de los casos. No tienen que enfrentarse a situaciones en las que se
sientan desplazados, tampoco tienen que competir por las atenciones y el tiempo que les dedican el
padre y la madre. Suelen tener muchas de las características del primogénito pero al mismo tiempo
conservan ciertos rasgos infantiles de adultos.
La falta de contacto con otros niños y niñas en los primeros años puede provocar en ellos una tendencia a
ser solitarios, introspectivos y no saber compartir porque no están acostumbrados a lidiar con las
complejidades de otros seres humanos.
Los rasgos de personalidad van a depender, más que en el caso de hijos e hijas con hermanos y
hermanas, de las influencias del padre y la madre. En la mayoría de los casos se sienten bien consigo
mismos, con alta autoestima y menos necesidad de controlar a los demás. No sienten resentimientos
frente a la autoridad, esperan y aceptan ayuda, pretenden mucho de la vida, suelen destacar en el
colegio, tener éxito y tendencia al perfeccionismo. En general, de adultos son personas bien adaptadas.
•
El hijo único suele ser más favorecido que la hija única. Recibe constante aprobación, aliento y
respaldo. A menos que lo desee, no se desvive por nadie. Habitualmente es el "geniecillo" de la
familia, atractivo y un poco solitario
•
La hija única piensa que es una persona especial. Anhela recibir aprobación. Es a la vez madura
y perpetuamente infantil. Suele estar sobreprotegida por el padre y la madre y espera similar
protección siendo adulta. Suele ser muy inteligente y competente, desea tener amistades con
relaciones estrechas pero no está muy capacitada para lograrlo fácilmente.
3.e.- Relaciones sociales con niños y niñas de la misma edad
La interacción con iguales le hace descubrir las diferencias físicas y de situaciones familiares entre él y los
demás, aportándole una experiencia tremendamente rica. Acosa al padre y la madre con preguntas al
respecto y establece comparaciones entre los amigos, amigas y él.
El período entre los dos y los ocho años marca la aparición de las diferencias individuales en cualidades,
rasgos de personalidad y habilidades interpersonales. Los niños y niñas juegan juntos y manifiestan
distintos niveles de actividad, de iniciativa, de habilidades motrices o de lenguaje, desarrollan diferentes
capacidades para atender y recordar nuevas ideas. Su grado de agresividad, egoísmo, consideración,
solidaridad, etc., es distinto. Aparece el líder y los seguidores, el introvertido y el extrovertido, el cobarde y
el valiente, el temeroso y el osado, etc.
Para el desarrollo personal y social es vital el juego en general y el juego simbólico en especial, a través
de él los pequeños aprenden a conocerse a sí mismos, a los demás y a manejar las tensiones de las
relaciones interpersonales.
Si el niño o la niña no tiene oportunidad de jugar con iguales, pierde una experiencia vital de aprendizaje
social y lo más probable es que se convierta en una persona inepta e insegura de sí mima en las
relaciones con otras personas.
4.- EL POTENCIAL EN LA INFANCIA
Para estimular el desarrollo del potencial en la infancia dentro del ámbito familiar hemos de tener en
cuenta:
•
El desarrollo intelectual,
•
El desarrollo emocional
•
El desarrollo creativo del niño o la niña. Estas realizaciones se complementan entre sí y son
interdependientes.
4.a.- Desarrollo intelectual
Llegar a una realización plena del desarrollo intelectual consiste en desarrollar diferentes capacidades. La
mayoría de nosotros no llegamos a desarrollar plenamente ninguna, mucho menos el cien por cien.
Algunas de las más importantes son las siguientes:
•
Capacidad para percibir todo lo que llega a través de nuestros sentidos. La curiosidad constante
y la observación ilimitada.
•
Capacidad de conceptualizar. Comprender la base central de una idea o concepto. Para
conseguirlo es necesaria la integración, abstracción y el uso de símbolos más allá de su valor
concreto.
•
Capacidad de memoria, no sólo para recordar lo observado o experimentado, sino para
comprender aquello que recordamos. La memoria y la conceptualización se alimentan de forma
recíproca indefinidamente. Para el desarrollo de la memoria es necesaria la capacidad
perceptiva porque no se puede recordar aquello que no entendemos o experimentamos, por ello
recordamos las percepciones claras y precisas.
•
Capacidad de usar el pensamiento lógico para llegar a conclusiones útiles. Es necesario su uso
habitual y tener múltiples oportunidades y experiencias para aplicar la lógica a diversas
situaciones desde la primera infancia.
•
Capacidad de criterio. Si fallan las habilidades anteriores, el niño o la niña tendrá pobreza de
criterio, y éste es necesario para discernir la realidad de la fantasía, entre otras muchas cosas.
•
Capacidad de pensar. Poder expresar los pensamientos. Verbalizar ideas, opiniones y
sentimientos.
•
Capacidad de aplicar lo que se aprende por placer, provecho o enriquecimiento de todas las
facetas de la vida, ampliando la curiosidad intelectual y la afición por aprender y conocer.
Estas y otras capacidades prosperan o se atrofian según se den las circunstancias nocivas o de
negligencia, o bien de reconocimiento, respeto y refuerzo adecuados.
Las distintas capacidades se interrelacionan y alimentan mutuamente. La mente va llenándose a través
del ejercicio de todas las capacidades intelectuales o los procesos múltiples que se aplican en las
experiencias cotidianas.
Hay que diferenciar la falta de dotes intelectuales y la ignorancia. Lo primero es una condición genética, lo
segundo es el resultado de un conocimiento ignorado. A medida que aumenta la exposición al
conocimiento y la riqueza de experiencias se incrementa la capacidad intelectual de forma independiente
de la dotación genética. 4.b.- Desarrollo emocional
Es indudable la relación entre el desarrollo emocional de un individuo y la evolución intelectual. Por
ejemplo, en depresiones emocionales agudas, las personas tienen poca memoria, la atención dispersa y
la percepción escasa, las asociaciones mentales disminuidas y tan rápidas en algunas fases que resultan
de poca utilidad.
Muchos profesionales de psicoterapia opinan que cuando se produce una atrofia emocional causada por
una carencia afectiva en la infancia, hay una pérdida de la capacidad de abstracción. A medida que los
niños "sienten más" parecen "pensar mejor", aumenta su motivación por aprender, se ensancha su
curiosidad y la profundidad, amplitud y agudeza de la percepción e intuición.
El correcto desarrollo emocional supone el ser consciente de los propios sentimientos, estar en contacto
con ellos y ser capaz de proyectarlos en los demás, es decir, ser capaz de involucrarse emocionalmente
con otras personas de forma adecuada, relacionándose positivamente.
Para lograrlo es necesario desarrollar la capacidad de empatizar, simpatizar e identificarse con los demás,
estableciendo vínculos e intercambiando sentimientos.
La consciencia y la correcta expresión de los sentimientos proporcionan la posibilidad de una
individualidad auténtica, con aceptación, respeto y seguridad en sí mismo. Ayuda a mantener un sentido
de la identidad propia y una sólida autoestima.
Frecuentemente enseñamos a los niños y niñas el temor de sentir y de expresar lo que sienten. Si no
experimentan sus sentimientos de forma consciente y completa, se exponen a ser vulnerables a la
presión de compañeros o adultos, a la necesidad de querer gustar a toda costa y a aceptar cualquier
influencia por destructiva que sea. 4.c.- Desarrollo creativo
Todos nacemos con diferentes clases y grados de potencial creativo. Este es el área más vulnerable a
padecer daños y negligencias durante la infancia. También es la que, para desarrollarse, más necesita ser
reconocida y sustentada.
Para que una acción, producto, teoría o idea sean creativas, además de la originalidad es importante la
conceptualización, la integración, la síntesis y la capacidad asociativa. Vemos pues, la necesaria
interrelación de las funciones intelectuales, emocionales y creativas.
La capacidad asociativa es el proceso de poder generar ideas y pensamientos libremente. Los
pensamientos provocan sentimientos y éstos producen emociones. Si reprimimos los sentimientos y las
emociones en los niños y niñas, no desaparecerán sino que actuarán por su cuenta y provocarán otros
sentimientos de culpa y ansiedad.
Si el proceso creativo no está agobiado por la represión, las asociaciones son ricas y libres.
Si el niño o la niña tiene una autoestima elevada, toma en serio sus propias ideas y, con la adecuada
motivación, aplicará la conceptualización, la síntesis y la integración. Cada idea aportará otras más.
Tomará datos de la experiencia y estimulará la memoria desarrollando y clarificando el concepto. Este
concepto se sintetiza aplicando la lógica y se convierte en una teoría, una escultura, cuadro, canción,
etc...
A medida que el niño o la niña crea es más consciente de sus sentimientos, aumenta la seguridad en sí
mismo y afirma quien es.
5.- AUTOESTIMA Y SEGURIDAD EN SÍ MISMO
La autoestima es la forma de sentir respecto a nosotros mismos, el concepto del propio valor o lo que
pensamos de nosotros.
Todo niño o niña normal nace con el potencial necesario para alcanzar la salud mental. Indispensable
para lograr este objetivo es poseer una autoestima elevada, que se fundamenta en la creencia del niño o
niña de ser digno de amor y que importa por el hecho de existir, sintiendo que se valora y respeta su
individualidad.
El niño o la niña posee cualidades y recursos internos suficientes para gustarse a sí mismo. Desde que
nace aprende a verse como considera que le ven las personas que le rodean. Su imagen la construye en
función del lenguaje verbal y corporal, de las actitudes y los juicios que sobre él emiten las personas que
considera importantes. Se juzga a sí mismo comparándose con los demás y según sean las reacciones
de éstos hacia él.
La pobre opinión de sí mismo afecta su estabilidad y constituye el núcleo de su personalidad,
determinando la forma en que utiliza su potencial.
•
La autoestima alta surge de las experiencias positivas, produce en los niños y niñas seguridad,
propia aceptación y la confianza suficiente para poder realizarse en todas las áreas de la vida,
Las expectativas sobre sí mismos serán apropiadas, alcanzando en el futuro la estabilidad
emocional.
•
La autoestima pobre da lugar a la inseguridad, una escasa resistencia a la frustración, un bajo
sentido de quien es y provoca ansiedad. El niño o la niña se siente inepto y carece de motivación
para relacionarse de forma positiva o comenzar nuevos aprendizajes. Suele ser una de las
principales causas de las conductas desadaptadas en la infancia ya que cuando el niño o la niña
tiene un concepto negativo de sí mismo, cree ser "malo" y adecua sus comportamientos a este
juicio. Normalmente por ello se le regaña, juzga, castiga y rechaza, arraigando en él con más
firmeza la convicción de "ser malo". Por necesidad de coherencia interna evita entonces que le
lleguen mensajes positivos.
El modo como nos vemos a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea se crea durante la
primera infancia en el ámbito familiar. Las impresiones que adquirimos entonces, nos acompañan toda la
vida.
Nosotros podemos y debemos fomentar una autoestima elevada en nuestros niños y niñas con sólo
seguir unas pautas sencillas pero valiosas. Precisamente por su gran valor es preciso insistir en ello:
•
QUE EL NIÑO O LA NIÑA SE CONSIDERE ACEPTADO Y AMADO INCONDICIONALMENTE.
No basta con que le demos todo nuestro amor, debemos asegurarnos que él lo siente y
experimenta. Tiene que percibir que se respeta y acepta su individualidad. Aceptar al niño o la
niña significa sobre todo no confundir el valor de su existencia con el de su
comportamiento.
•
TIENE QUE SENTIRSE VALIOSO, UTIL Y CAPAZ, vinculado a los grupos que pertenece
(familia, clase, etc.) y recibir de éstos seguridad y confianza; interiorizando formas de conducta
positivas porque no se hacen juicios de valor sobre su persona, sino sobre aspectos de su
comportamiento.
•
DEBE DESARROLLAR SEGURIDAD INTERIOR para afrontar con éxito las dificultades que se le
presenten. Para ello se le pedirá que concluya las tareas que comience, se le asignarán
responsabilidades en función de su edad y capacidad, no se hará nunca por el niño o la
niña aquello que sea capaz de hacer solo, se le ayudará a aceptar las consecuencias de
sus acciones y a medir sus posibilidades antes de comenzar una actividad.
•
QUE PUEDA AFIRMARSE COMO INDIVIDUO. Cada niño o niña es único e irrepetible y necesita
sentirse distinto a los demás. No es cierta la creencia de que los padres y las madres deben
tratar a todos los hijos por igual, del mismo modo ocurre con los educadores y sus alumnos.
Cada niño o niña debe sentir que es especial y singular.
•
PROPORCIONAR UN AMBIENTE SIN CONDICIONES PARA EXPRESAR LIBREMENTE SUS
SENTIMIENTOS Y CUIDAR LAS EXPECTATIVAS INADECUADAS. Se fomentará así su
capacidad crítica, permitiendo que piense por sí mismo, aunque no coincida con los
pensamientos del padre, de la madre o del educador.
•
CUIDAR QUE SU INDIVIDUALIDAD NO SE CONVIERTA EN INDIVIDUALISMO EGOISTA.
•
QUE ADQUIERA UNAS PAUTAS DE CONDUCTA Y UNA ESCALA DE VALORES
PERSONALES que le sirvan de referencia para que su forma de pensar y actuar adquiera
coherencia, para que aprenda a distinguir el bien del mal. Padres, madres y
posteriormente educadores las personas cuya estima y aprobación busca con más
esfuerzo, por ello serán los modelos que intente imitar. Estos modelos como luego
veremos deben ser coherentes en sus mensajes y actuaciones.
6.- EL COMPORTAMIENTO HACIA EL NIÑO O NIÑA
La mayor parte de los comportamientos infantiles son aprendidos y se repiten según el efecto que
producen en el medio que rodea al niño o la niña. La conducta es el resultado de la interrelación del
individuo y su ambiente.
El aprendizaje de la conducta se realiza principalmente por:
•
Experiencias anteriores. El niño o la niña reacciona en respuesta a estímulos que guardan
semejanza con otros estímulos aprendidos con anterioridad y que le reportaron beneficio o
perjuicio.
•
Por refuerzo operante. Los comportamientos han recibido refuerzos que pueden ser positivos
como un premio, o negativos como un castigo, inmediatamente después de haberse realizado.
•
Por aprendizaje social, por observación o por imitación.
Cada grupo social elabora unas normas y pautas de conducta. Hablamos de problemas de
comportamiento cuando, por defecto o exceso, éste no se adapta a las pautas de conducta
preestablecidas. Luego los criterios de normalidad son relativos, y la anormalidad implica una desviación
en frecuencia, intensidad y modo de realización del promedio.
El niño o la niña no hereda comportamientos desadaptados, son consecuencia de procesos de
aprendizaje. El ambiente familiar, el escolar o social los ha fortalecido.
Si los comportamientos son adquiridos, pueden ser modificados, además de poder prevenir los que
aún no existen.
Para poder cambiar un comportamiento desadaptado, debe modificarse también el de las personas
que rodean al niño, ya que le han ofrecido reforzadores como la atención concentrada ante dicho
comportamiento.
Al hablar de problemas de comportamiento hay que distinguir entre aquellos que el niño o la niña
desarrolla de forma inadecuada y frecuentemente (por lo tanto nos centraremos en que disminuyan y
desaparezcan) y los comportamientos que el niño o la niña debería de realizar en función de su edad y
no lo hace, o bien lo hace de forma incorrecta (en este caso debemos crearlos o perfeccionarlos).
El niño o la niña realiza el aprendizaje por medio de ensayos y errores o aciertos. Repite un
comportamiento porque tras realizarlo ha obtenido una ventaja, una gratificación o un beneficio.
Conviene averiguar que reforzadores está obteniendo cada niño o niña ante sus comportamientos
desadaptados con el fin de suprimirlos.
El castigo se utiliza para que el niño o la niña experimente unas consecuencias desagradables por su
conducta. Puede ser de cuatro tipos:
•
Agresión física (azotes, bofetadas, etc.)
•
Agresión verbal (críticas, insultos, juicios de valor, etc.)
•
Prohibición de algo agradable (no ver televisión, no salir al parque, etc.)
•
Retirada de un privilegio (acostarse más pronto, eliminar la propina, etc.)
Otro tipo de castigo muy frecuente en la sociedad actual es, el chantaje emocional o castigo psicológico,
que se utiliza cuando, tras el comportamiento, los adultos mantienen interminables silencios, malas caras,
exageradas entonaciones de voz y estimulan los sentimientos de culpa durante un tiempo interminable.
En ningún caso el sistema de castigos debe aplicarse. Está demostrado que el efecto del castigo es
temporal y en el momento en que se modifican las circunstancias en que se aplicó, la conducta vuelve a
repetirse.
Puede ocurrir que lo que el adulto considera desagradable para el niño o la niña en realidad no lo sea
para él y en vez de considerarlo un castigo se convierta en un reforzador, aumentando el comportamiento
desadaptado en intensidad y frecuencia.
El castigo suele ir acompañado de otros efectos emocionales como la ansiedad, el miedo, etc. Cuando el
niño o la niña lo recibe escucha además juicios sobre su valor personal: "eres un desordenado", "eres
malo", "eres desobediente", etc. Lo cuál lesiona gravemente su autoestima, las habilidades que el niño o
la niña esté realizando en ese momento pueden quedar perturbadas por la ansiedad que siente y las
consecuencias erróneas se pueden prolongar en el tiempo e interferir la adquisición de nuevos
aprendizajes.
Si el niño o la niña comete un error en su actividad y se le castiga, aumentará su ansiedad y es posible
que cometa nuevos errores.
Cuando el niño o la niña experimenta miedo o ansiedad, intenta librarse de este estado emocional
evitando enfrentarse con la situación que lo provoca.
Por ello y otras muchas argumentaciones que serían largas de explicar, no se considera el castigo como
un método eficaz de eliminar comportamientos desadaptados. Además la violencia física o verbal que
acompaña al castigo puede convertirse en modelo a imitar por el niño o la niña, desarrollando nuevos
comportamientos desadaptados como la agresividad.
Para suplir o evitar el castigo, se sugiere aplicar el método de las consecuencias lógicas El niño o la niña
debe saber que todo comportamiento tiene unas consecuencias lógicas que no son el castigo impuesto
por los adultos.
•
El padre y la madre deben establecer normas claras de conducta y enseñárselas a los hijos e
hijas.
•
El tono de voz amistosa es más eficaz. Si el niño o la niña percibe el enojo del adulto, está
consiguiendo un posible beneficio: conseguir toda la atención como fruto de su comportamiento.
También puede ocurrir que el enojo o la irritación provoque deseo de represalias por parte del
niño o la niña.
•
No decir por adelantado cuál será la consecuencia, esto se convertiría en una amenaza y
anularía el efecto de la consecuencia porque el niño o la niña sabe con antelación lo que
ocurrirá. Además el niño o la niña puede decidir enfrentar la consecuencia como "una lucha de
poder" y ver si el adulto sigue hasta el final.
•
Cuando el niño o la niña experimente la consecuencia de su comportamiento no hay que decirle
"te lo advertí", si machacamos sobre el resultado anulamos el valor correctivo y fomentamos la
"lucha de poder" del niño o la niña para ganar la batalla final. Cuanto menos se hable durante
todo el proceso, mucho mejor.
•
La consecuencia debe estar relacionada con el mal comportamiento. El niño o la niña tiene que
ver la relación entre lo que hace y el resultado, en otro caso no sería eficaz. Ejemplos: Si Juan
rompe un juguete con intención, se le retira sin ofrecerle otro a cambio. Si Daniel no se lava las
manos, no puede sentarse a la mesa para comer. Si Luis no recoge las piezas de construcción,
no puede sacar otros juegos.
Además tendremos en cuenta nuestro comportamiento al respecto:
•
Evitar la competitividad y la comparación, respetando la individualidad de cada niño o niña
conseguiremos que se responsabilice por sus propios actos.
•
No lamentarse por el niño o la niña cuando le ocurre algo. En vez de ayudarle a superarlo
provocamos lamentación por su parte y no le motivamos para que se sobreponga. Con empatía
comprenderemos sus emociones al respecto y le indicaremos el modo de encauzar estas
emociones de forma adecuada para superar el problema.
•
No dar demasiada importancia a los temores y miedos. Cuando el niño o la niña observa que
se le presta atención por ello, puede afianzarse el comportamiento, tampoco es conveniente
hacer que se enfrente bruscamente a la situación que provoca el temor. Siempre es más positivo
ayudarle a que aumente la seguridad en sí mismo y, progresivamente, intentar que supere el
temor.
•
No utilizar las charlas moralizantes. El niño o la niña debe tener claro que la consecuencia de
su comportamiento no es algo que el adulto le impone, sino la propia situación. Evitar las
moralizaciones es evitar los juicios de valor, los rechazos y fomentar la autoestima.
•
Empezar por modificar un solo comportamiento tomando el tiempo que sea necesario.
Primero se conseguirá una disminución en la frecuencia e intensidad del mismo. Eliminarlo lleva
bastante tiempo, sobre todo cuando el comportamiento está muy interiorizado. Cuando se
observen cambios positivos, puede trabajarse la disminución y eliminación de otros
comportamientos.
•
Cuando el adulto abandona los sermones, los retos, las luchas de poder y las
expectativas inadecuadas, no sólo mejora el comportamiento del niño o la niña, también
mejora la relación. El niño o la niña busca entonces nuevas formas de ser aprobado y
reconocido, si le ofrecemos la posibilidad de que esto ocurra cuando utiliza comportamientos
positivos, muchos aspectos negativos desaparecen.
•
No utilizar castigos físicos, verbales ni emocionales. El niño o la niña aprende que la
violencia es la respuesta adecuada para resolver problemas, sobre todo cuando existe
frustración, que es en realidad lo que siente el adulto que recurre a estos métodos.
•
Hay situaciones que no se prestan para tener consecuencias eficaces o que no son
apropiadas, bien porque el resultado es perjudicial o peligroso, o porque la consecuencia no
puede ser inmediata y, en caso de aplicarla, se convertiría en un castigo.
Por último recordar que para comenzar la eliminación de comportamientos desadaptados conviene
elaborar una lista de los mismos, anotando la frecuencia, la intensidad y lo que sucede antes y después
de cada comportamiento. Esto nos ayuda a reflexionar sobre los beneficios que obtiene el niño o la niña
como consecuencia de dicho comportamiento y lo que puede provocarlo. Si tenemos claros estos datos
estamos en el mejor de los caminos para alcanzar nuestro objetivo.
En primer lugar de la lista colocamos el más desadaptado de los comportamientos y, después de una
semana de intento de modificarla, volvemos a anotar la frecuencia e intensidad para controlar si aparecen
resultados positivos.
Cuando el comportamiento ha disminuido considerablemente, pasamos a hacer lo mismo con el segundo
comportamiento anotado en la lista.
7.- EL COMPORTAMIENTO POSITIVO
Al igual que en la disminución y eliminación de comportamientos desadaptados, el mejor método para
crear o perfeccionar conductas adaptadas consiste en que el niño o la niña experimente las
consecuencias positivas que siguen al comportamiento.El primer paso a seguir será averiguar que
cosas resultan gratificantes para el niño o la niña y, en función de sus intereses variables, cambiar el tipo
de gratificaciones. Así nos encontramos que reforzaremos y estimularemos el buen comportamiento de
los niños y niñas:
•
Las alabanzas, el reconocimiento de los logros propios, la consideración de los demás, son los
refuerzos que más gratifican al niño.
•
Si inmediatamente después de un comportamiento positivo, un logro o cooperación, prestamos
especial atención al niño o la niña con afecto cálido, valoración y aprobación, asociará el placer
de la alabanza con la tarea o conducta realizada y las posibilidades de que se repita son muy
elevadas.
•
Cuando el pequeño o pequeña se esfuerza por realizar algo que consideramos positivo,
debemos estimular y valorar su esfuerzo mientras lo intenta, sin esperar a que termine, de otro
modo podría desanimarse y frustrarse.
•
Hay que reforzar los pequeños logros, son la base de las realizaciones más importantes en el
futuro.
Ahora bien, hemos de considerar:
•
Cuidado con reforzar todo y en todo momento, se le puede estimular o reforzar por hacer poco o
nada. Debe existir cooperación, esfuerzo por un logro o intento de comportarse adecuadamente
para recibir una gratificación.
•
La base de toda evolución positiva consiste en aceptar al niño o la niña y no confundir su
comportamiento con su valor personal. Si no nos basamos en este principio, el pequeño o
pequeña podría sentir que sólo es digno cuando logra buenos resultados.
•
Los refuerzos recibidos con asiduidad hacen que el niño o la niña se sienta apreciado, que gane
confianza en sí mismo y aumente su autoestima y su ilusión por alcanzar nuevos logros.
•
Cuando una conducta positiva no es reforzada, se debilita y desaparece. Aunque el niño o la
niña muestre esa conducta con frecuencia, hay que seguir reforzándola de vez en cuando.
8.- EL MODELO A IMITAR
•
La familia, además de ser la transmisora de la herencia genética, representa el primer contexto
social donde el niño o la niña se desenvuelve. Es, por tanto, el pilar básico de la educación y la
socialización porque la personalidad infantil se forma en la relación con los demás y de la calidad
de estas primeras experiencias va a depender la madurez y el equilibrio emocional de los
pequeños.
•
La familia está constituida principalmente por padre, madre e hijos que forman una comunidad
basada en un hogar común y las interrelaciones de sus miembros. Dentro de la comunidad
familiar, los principales educadores son los padres, se encargan del bienestar y la salud física, de
establecer las normas de convivencia y moldean la conducta de los hijos e hijas a través de su
experiencia y actuaciones. Principalmente, la familia es un ámbito donde la persona se siente
atendida, acogida, aceptada, protegida y amada.
•
Todas las familias de una misma cultura comparten criterios sobre las costumbres, las normas de
comportamiento y los valores. Enseñan al niño o la niña a comportarse según se espera en la
cultura en que vive acompañándole y dirigiéndole desde la total dependencia hacia la autonomía
y madurez.
•
El niño aprende a comportarse según las pautas de conducta que observa en otras personas
que toma como modelo. Elige a esas personas porque despiertan su interés o las valora de
forma positiva. El padre y la madre deben tener presente en todo momento que el niño o la niña
hace lo que ve hacer, no lo que le dicen que haga. Principalmente, son sus modelos a imitar. Por
ello, la unidad de criterios es de vital importancia.
•
No está en nuestras manos modificar los planteamientos de la sociedad, de los medios de
comunicación, pero si es factible que en agentes más decisivo, el ámbito familiar, los criterios
sean comunes en sus principios básicos.
•
El padre y la madre han de estar de acuerdo en las pautas a seguir, acordar sus actuaciones
ante los comportamientos a crear o eliminar, y mantenerlas con firmeza, no con inflexibilidad. No
deben aclarar las dudas o las opiniones contradictorias delante de los hijos o hijas, ni comentar
sobre ello cuando están presentes.
•
Los pequeños imitan comportamientos en los que observan resultados eficaces, sin discernir si
están bien o mal. Los héroes de las series televisivas suelen triunfar gracias a comportamientos
agresivos, engañosos y faltos de escrúpulos morales y en el ambiente de la calle siempre parece
salir triunfador el que más violencia verbal o física ejerce.
•
Nunca es demasiado pronto para inculcar en los niños y niñas unos sólidos valores humanos,
nuestra mirada atenta puede prevenir el que tomen modelos inadecuados para imitar su
comportamiento.
9.- LA ACTUACIÓN FAMILIAR
En la era de la comunicación los cambios de costumbres, normas y relaciones sociales se suceden con
rapidez. En una sociedad de abundancia y consumo (siempre comparada con épocas anteriores) se
observa un deterioro en valores éticos y morales. En su mayoría, los padres sienten incertidumbre con
respecto a la sociedad del futuro y desorientación en el presente.
Los padres no pueden educar a sus hijos e hijas del mismo modo que fueron educados porque la
sociedad ya no transmite sus normas de una generación a otra, los cambios son demasiado rápidos y las
normas se van estableciendo a medida que se suscitan nuevas situaciones.
Ante la falta de claridad en la forma de educar a los niños y niñas, cada uno de los progenitores tiende a
restablecer la dinámica de su familia original en la nueva que ha formado, repitiendo muchos de los
errores educativos sufridos y que siempre juró no cometer, o bien haciendo todo lo contrario como forma
de rebelarse. Al margen de los errores mencionados, la situación lleva a la disparidad de criterios entre los
cónyuges, se crean ambientes cargados de permisividad, sobreprotección, autoritarismos desmesurados,
etc.
Si bien ser padre o madre no implica ser Pedagogo, si implica ser el primer y fundamental educador de
los hijos. Como casi siempre, y más en estas primeras edades, bastará con poner mucho sentido común,
amor y paciencia. Bastará con seguir unos pequeños consejos, con reflexionar sobre:
•
El respeto a la individualidad y a la dignidad del niño o la niña, que no es una propiedad o
capricho de los padres. Estos deben asumir su responsabilidad de ayudar y dirigir al niño o la
niña hacia su madurez ofreciendo, gradualmente, mayor libertad y autonomía que le ayuden a
sentirse útil, responsable de sus actos y asumir las consecuencias que se derivan de ellos
•
El amor entre el padre y la madre, y el amor de ambos hacia el niño o la niña facilita el crear un
clima de aceptación, respeto, seguridad, confianza y afecto. En este clima no caben los juicios
de valor hacia las personas, tampoco las comparaciones, las luchas de poder, no las
expectativas desajustadas.
•
Vivir implica superar pequeñas frustraciones y dificultades diariamente. Los padres protectores
en exceso evitan que el niño o la niña se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la
iniciativa por él y le facilitan todo. En estos casos, los niños o niñas se sentirán ineptos,
inferiores, inseguros y dependientes de sus padres.
•
Los hogares permisivos, donde los niños y niñas hacen lo que les placen les convierte en
desordenados, inseguros, incapaces de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo,
no adquieren una conciencia que dirija su conducta y no tienen capacidad de interiorizar normas
morales. Estos hogares suelen ser fruto de los padres egoístas que tienen desinterés por la
educación de sus hijos o hijas.
•
El entorno familiar, como contexto social, debe establecer una serie de normas, pero esto no
justifica los hogares excesivamente normados e inflexibles.
•
Ejerce la autoridad con diálogo y tolerancia. No se trata de mandar como ejercicio de poder, de
discutir, de imponerse por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia que ayudan a formar
conductas responsables.
•
Nunca debe olvidarse que los padres son el modelo a imitar por los niños y niñas, el espejo en el
que se miran. Los pequeños hacen lo que ven hacer, no lo que se les dice que hagan.
Siempre está bien recordar las siguientes palabras de Theodore Isaac Rubin sobre "El hogar cooperativo
o motivador":
"Ningún hogar es del todo cooperativo y pocos hay que sean totalmente destructivos.
Pero el hogar donde hay cooperación está principalmente vinculado al verdadero
bienestar de todos sus miembros y particularmente de aquellos que aún no son
autosuficientes".
Respecto a esto, el ambiente del hogar cooperativo que debemos formar, es seguro, protegido e
interesante. Esto significa que las personas pueden ser ellas mismas, pueden expresar sus sentimientos,
intercambiarlos, pueden cometer errores, explorar y crecer para adquirir una personalidad propia sin
miedo a mofas, ataques o represalias.
El hogar cooperativo es un lugar lleno de sustento: cuidados físicos, cariño, sustento emocional a través
del intercambio de ideas y sustento creativo a través de la participación enriquecedora de la familia.
Existe en este ambiente una gran aceptación mutua, que en gran parte es incondicional. Hay muy poca o
nula preocupación por lograr igualdad en los intercambios o partes equitativas. Los miembros de este tipo
de hogar creen que lo que obtienen está en relación con sus necesidades. Hay muy poca rivalidad entre
hermanos, favoritismo, suspicacia y paranoia.
En estos hogares, sus distintos componentes suelen contribuir con sus aptitudes, destrezas y
conocimientos particulares. En los hogares malsanos, el que dicta las normas acostumbra a ser aquel que
grita más, independientemente de su capacidad. En los hogares cooperativos las personas contribuyen
espontáneamente con sus conocimientos de forma apropiada, con alegría en vez de ser explotados por
los demás. La ayuda se recibe con gozo y nadie se siente rebajado por ella.
En este ambiente, rara vez se produce la arrogancia. La humildad combinada con sentimientos de
verdadera identidad, suele ser evidente.
Los miembros de un hogar cooperativo tienen una sólida identificación familiar, de la cual obtienen
fortaleza. Tienden a sobrepasar los límites de la familia nuclear en sus sentimientos y también suelen
transcender diferencias generacionales y hacia la prolongación familiar refuerza aún más el sentimiento
de pertenencia a un grupo y proporciona solidez.
Los miembros de un hogar cooperativo demuestran sentimientos firmes, valores, prioridades y conciencia
social. Son flexibles. Se escuchan unos a otros. No se dedican a comparar o a competir. Se dan a sí
mismos y se quieren sin condiciones.
10.- LA SEGURIDAD AFECTIVA NECESARIA
Un niño o una niña no puede disfrutar plenamente de la vida si no se siente en confianza, en seguridad
afectiva, si no se le escucha y reconoce en tanto que individuo.
Cada uno tiene sus necesidades afectivas propias, su personalidad, su pasado, su ritmo de vida. Las
intervenciones del adulto deben dar a cada niño o niña la sensación de una presencia generadora de
confianza y seguridad. Cuanto más pequeños son los niños o niñas, en mayor grado consideran al padre
o madre como el recurso supremo en caso de una dificultad grave de un conflicto importante. La
intervención inmediata, satisface plenamente. El �espera, ya voy� sin consecuencias deja al niño o niña
desorientado. La promesa no cumplida perjudica la credibilidad.
Hemos de crear un clima afectivo y de seguridad para el niño, que solamente podremos conseguir cuando
él perciba que es especialmente querido, y que puede comportarse, dentro de los patrones establecidos,
en libertad. Es necesario que él sienta la seguridad afectiva, junto a una seguridad material y física, que le
permita la acción y la expresión sin miedos.
11.- EL NIÑO ES NIÑO
Los adultos no podemos comprender al niño o la niña si no somos capaces de colocarnos desde su punto
de vista interior para ver las cosas como él las ve, Sólo con un grado elevado de empatía le
comprendemos y aceptamos incondicionalmente.
El niño o niña dispone de naturaleza sociable, está concebido para la convivencia, es capaz de asumir su
responsabilidad como miembro de la sociedad y capaz de aportar a ésta su originalidad, que no debe
confundirse con egoísmos caprichosos. Partiendo de esta base, y sabiendo que cuando nace el niño o la
niña desconoce las normas y pautas de comportamiento de su grupo social, los padres, las madres y los
educadores debemos ser facilitadores de experiencias y relaciones que estimulen su progresiva madurez
social.
Si educamos al niño o la niña para la vida en sociedad, debemos reflexionar sobre el tipo de sociedad en
la que va a desenvolverse, sus normas, pautas y valores, además de las pequeñas sutilezas implícitas en
las relaciones positivas. Determinando esta sociedad, sabremos el tipo de hombre o mujer que debemos
promover y potenciar, pero siempre respetando su individualidad.
No podemos imponer a los niños y niñas las pautas de comportamiento de los adultos, pretendiendo que
actúen como "hombres y mujeres con tamaño reducido".
Como se ha dicho con anterioridad, la permisividad produce falta de control interno, convierte a los niños
en egoístas y oportunistas e impide su evolución hacia la madurez. La sobreprotección transmite
sensación de incapacidad e inseguridad, lesiona la autoestima y bloquea el crecimiento emocional.
No hay que temer a la libertad del niño o la niña. En realidad sólo se educa a sí mismo el niño o la niña
que crece en libertad, porque le conduce desde la total dependencia hasta la autonomía plena de forma
gradual. Los adultos deben ir marcando márgenes y pautas que se van ampliando en libertad y
responsabilidad a medida que el pequeño o pequeña puede asumirlas. El exceso de normas, mandatos y
prohibiciones, no estimulan la independencia ni la responsabilidad, sólo asfixian la libertad.
La autoridad y la firmeza son necesarias para promover valores y capacidades. Es la actitud que facilita la
interiorización de normas de conducta. La autoridad bien ejercida tiene el objetivo de alcanzar la
progresiva madurez y responsabilidad de los niños y niñas. La autoridad no debe confundirse con el
autoritarismo que reprime la iniciativa, impide el desarrollo de los recursos internos y convierte al niño o la
niña en conformista que acata los criterios de los demás o en continuo rebelde.
En el hogar hay que mantener la disciplina. Aunque este valor está desprestigiado, es imprescindible para
establecer y conservar el orden, adaptando la conducta de los niños y niñas a las normas y restricciones
que impone la convivencia en sociedad. La disciplina no autoritaria evita la amenaza y el castigo, lleva
a los niños y niñas hacia la disciplina interior que dirige y canaliza las capacidades hacia la consecución
de objetivos y metas en la vida.
Los padres, las madres podemos y debemos fomentar la autoestima elevada en nuestros niños y niñas.
Con intuición y habilidad de empatizar comprenderemos sinceramente desde su mundo interior los
sentimientos y las emociones, cuidando de no lesionar la opinión que sobre sí mismos comienzan a forjar.
Esta pequeña muestra de actitudes puede resumirse en el deseo de crear un clima afectivo y de
seguridad para los niños y niñas. Esto sólo puede conseguirse cuando sentimos valoración y sincero
aprecio por los niños y niñas simplemente porque existen, porque cada uno es un ser especial al que
queremos, con independencia de que aprobemos o no lo que hace. Si conseguimos que cada niño o niña
se sienta apreciado por como es no por como nos gustaría que fuese, si valoramos la cantidad y calidad
de tiempo que les dedicamos en exclusiva con atención concentrada y abierta a sus cualidades
individuales. Sobre todo cuando el niño o la niña siente que le decimos "me interesas y te quiero".
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