Regazos - Obrapropia

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Juguetes
que he fabricado
revolviendo
en los armarios
de Shakespeare
Manuel Palazón Blasco
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© Texto: Manuel Palazón Blasco
© Edición: OBRAPROPIA, S.L.
C/ Puerto Rico, 40-bajo
46006 VALENCIA
.
Primera edición: Noviembre 2013
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la
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ss. del Código Penal)
www.obrapropia.com
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Juguetes que he fabricado
revolviendo en los armarios de Shakespeare
ÍNDICE
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Preludio…9.
Historias de O…11.
Fantasmas que rondaron las habitaciones de Shakespeare…19
Todo (no) está bien…33
Hombres de la Noche…43
“¿Hasta dónde me quieres?”…45
Algunos pobres de su pobretería…47
Barberías…51
Hados y libre albedrío…63
Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, en color…113
Lucrecia, blanca y colorada; Tarquino, rojo y negro…121
Caerse de espaldas…125
Luces…127
“Laps” / “Regazos”…138
Lametones…157
Didos que escribió Shakespeare…159
“Palabras, palabras, palabras.”…175
Bibliografía…179
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Preludio
Visito a menudo las casas (hechas de palabras, de palabras, de palabras)
de Shakespeare. En ellas me distraigo de los ruidos del siglo. Me sirven de
patio de recreo. Allí, en muchos ratos que voy apartando, armo juguetes que
valdrán o no para tu diversión. Mira éste, éste, éste.
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Historias de O
O(h) tremenda
La interjección “¡oh!” “hace diversos sentidos con la variedad de los
afectos” (Cov.). Aquí, todos horrorosos.
El Viejo Rey Lear ha perdido a su hija Cordelia: “O(h), o(h), o(h), o(h).”
(V, III, 309) Tito Andrónico resume su lamentabilísima tragedia: “¡O(h), o(h),
o(h)!” (III, II, 68) Otelo saluda la muerte de Desdémona: “¡O(h)! ¡O(h)! ¡O(h)!”
(V, II, 195) Lady Macbeth, sonámbula, maniática, no consigue lavar la sangre
de sus manos: “¡O(h)! ¡O(h)! ¡O(h)!” (V, I, 57)
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Oes astronómicas
Porque copian su figura la o sirve para decir las estrellas, y nuestro
planeta:
Para Lisandro, enamorado, Helena “más brillo da a la noche / que
todas aquellas oes de fuego [all yon fiery oes], y aquellos ojos de luz” (III, II,
187 – 188).
(En El sueño de una Noche de San Juan)
A la reina de Egipto se le acabado, junto con Antonio, el mundo:
Cleopatra: He soñado que había un Emperador Antonio.
¡Oh, tener otro sueño así, por que yo pudiera ver
Otro hombre como él!
(…)
Su rostro era como los cielos, y en él orbitaban
Un sol y una luna que seguían su curso e iluminaban
La pequeña O, la tierra.
(V, II, 76 – 81)
(En Antonio y Cleopatra)
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“Esta O de palo…”
El Coro prologa La vida del rey Enrique V:
--¡Oh! ¡Por una Musa de fuego, que ascendiese
Hasta el cielo más luminoso de la invención!
¡Tener, por teatro, un reino, y príncipes actores,
Y monarcas contemplando la creciente escena!
Entonces Enrique, el guerrero, en persona,
Asumiría la parte de Marte, y, tras sus talones,
Atados como sabuesos, el hambre, la espada y el fuego
Pedirían empleo. Perdonad, pues, gentiles espectadores,
A los espíritus llanos, no invocados, que han osado
Representar sobre este pobre andamio
Materia tan notable. ¿Puede este corral de gallos de pelea contener
Los vastos campos de Francia? Y ¿cabrán
Dentro de esta O de palo los yelmos
Que llenaron de terror el aire en Agincourt?
(1 – 15)
“Esta O de palo” (“this wooden O”), eco del suspiro que abre el Prólogo
(“¡O(h)!”), vale el teatro de El Globo, habitación de la poesía de Shakespeare,
oficina de Los Hombres de Lord Chamberlain, que luego fueron del Rey, su
compañía, en la orilla meridional, de mayores libertades y menos vergüenzas,
del Támesis.
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Oes venéreas
Rompiendo sus votos los caballeros (que habían jurado retirarse del
siglo en el Parque de Navarra), enamorados, repartieron favores entre las
damas que los visitaban. Uno de los galanes, para acompañar sus versos,
perfectamente contados, dibujó el retrato de Rosaline. La princesa y Catalina,
sus compañeras, bromearon, pintándola demasiado morena.
Rosaline:
¡Eh, guardaos de los lápices! No dejéis que muera como deudora vuestra,
Mi dominical colorada, mi letra dorada…
¡Oh! Ojalá vuestro rostro no estuviera tan lleno de Oes.
Princesa:
¡Que la rupia cubra esa burla! ¡Mal hayan las damas donaire!
(V, II, 45 – 46)
La “dominical colorada” era la D inicial mayúscula de los viejos
almanaques. Rosaline, borde, contraataca llamando pecosa a Catalina. Pero las
“oes” de su rostro pueden significar las picaduras de la tarántula, las úlceras del
morbo gálico.
(En Trabajos de amor perdidos)
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O pudenda
*
En los alfabetos “de amor” la P vale “prick”, nuestra polla, y la O el
“orificio secreto”1 de la mujer.
Sir Hugh Evans, párroco galés y ceceoso, examinaba a William, un
chavalillo hijo de una de las “alegres dueñas” del título, de latín:
--…¿Cuál es el caso “follativo”, William?
--O…vocativo, O.
(Las alegres dueñas de Windsor, IV, I, 42 – 44)
Fuerzo algo la traducción para que no se pierda el retruécano.
“Focative”, en inglés, suena “fuckative”. La respuesta del muchacho es,
entonces, correcta (y gamberra). La O es terminación necesaria para el caso
“follativo”.
*
Romeo se escondía en casa de fray Lorenzo. El ama de Julieta lo
buscaba:
Aya: Oh, santo fraile, oh, decidme, santo fraile,
¿Dónde está el señor de mi señora? ¿Dónde está Romeo?
Fray Lorenzo:
Ahí, en el suelo: se ha emborrachado con sus propias lágrimas.
Aya: Oh, está, entonces, en el mismo caso de mi señora,
En su mismo caso. ¡Oh triste simpatía,
Lamentable situación! Así la he dejado a ella, acostada,
Balbuciendo y sollozando, sollozando y balbuciendo.
Levantaos, levantaos. Levantaos, y sed un hombre.
Por amor de Julieta, por amor de ella, en pie, y levantaos.
¿A qué viene caer en una O tan profunda?
(III, III, 81 – 90)
“Stand up, stand up. Stand up, and you be a man.
For Juliet’s sake, for her sake, rise and stand.”
Memoirs of an Oxford Scholar, 1756: 40. Citado en Gordon Williams, A Dictionary of Sexual Language
and Imagery in Shakespearean and Stuart Literature, The Athlone Press, Londres y Atlantic Highlands,
New Jersey, 1994, “lovers’ alphabet”.
1
15
Son groserías del ama. Quiere a Romeo, el amigo de su señora, erguido,
alzado, empalmado: en la postura armada del varón. Y aquella O tan honda en
la que ha caído es la de Julieta: Romeo está enfigado.
(En Romeo y Julieta)
*
Hamlet: Señora, ¿me acuesto sobre vuestro regazo?
[Se acuesta a los pies de Ofelia.]
Ofelia: No, mi señor.
Hamlet: Digo, si puedo apoyar la cabeza en vuestro regazo.
Ofelia: Eso sí, mi señor.
Hamlet: ¿Pensáis que hablaba de asuntos mundanos?
Ofelia: Yo no pienso nada, mi señor.
Hamlet:
Es hermoso pensarse así entre las piernas de una doncella.
Ofelia:
¿Pensarse cómo, mi señor?
Hamlet:
Dentro de vuestra nada.
Ofelia: Os burláis, mi señor.
Hamlet: ¿Quién, yo?
Ofelia: Sí, mi señor.
Hamlet:¡Ay! ¡No hay mayor bufón que Dios! ¿Qué va a hacer un hombre, como no burle?
(III, II, 110 – 124)
Propone el faldero galán recogerse en el regazo de la chica, cobijarse
dentro de su tibio gremio. El regazo de ella o, si se mira bien, el todo por la
parte, su deliciosa vaina. Él quiere meter cabeza, que vale por glande, el cual,
bien mirado, la parte por el todo, trae detrás de sí el resto del miembro viril.
La “nada”, como la letra “O” (la inicial de Ofelia), vale su coño.
(En Hamlet)
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Emplea Flavio la misma construcción sintáctica que Celopatra, cuando
acierta su duelo (tiene en brazos el cuerpo de Antonio, que ya no vale): “All’s
but naught.” “Todo no es sino nada” (Antonio y Cleopatra, IV, XV, 78). Una y otra
frases son hijas del barroco.
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Fantasmas que rondaron
las habitaciones de Shakespeare
Prólogo
Fantasma es “la representación de alguna figura que aparece, o en
sueños o por flaqueza de la imaginación, o por arte mágica” (Aut.). Pero a
veces, “permitiéndolo Dios, el demonio suele causar estas visiones
interiormente en la potencia imaginativa y exteriormente tomando cuerpo
fantástico” (Cov.).
El fantasma de Humphrey, el Duque de Gloucester, asusta al Cardenal
Beaufort, que había arruinado su nombre, y perseguido su muerte, hasta
enfermarlo, desquiciarlo y perderlo para el Cielo.
El espíritu de Julio César se aparece dos veces a Bruto, su asesino
principal, para decirle la hora y la manera de su final, y anda por ahí
horrorizando a los demás confabulados hasta arrastrarlos al suicidio.
El fantasma de Banquo es algo travieso, que le quita la silla a Macbeth,
que ha ordenado su muerte, y le mete miedo, capándolo figuradamente.
El fantasma del Viejo Hamlet, en cambio, cansa a su hijo, el príncipe,
para que lo vengue.
Los fantasmas familiares de Póstumo Leonato (el de su padre, el de su
madre, el de sus dos hermanos) descubren en corro su falla trágica, y luego
interceden por él delante de Júpiter.
Por último, el espíritu de Hermíone (pero vive todavía) le sale en
sueños a Antígono para pedirle que abandone a su hijilla en Bohemia, y le dé
el nombre de Perdita.
19
El fantasma de Humphrey
(En La Segunda Parte de El Rey Enrique VI)
El Cardenal Beaufort, Obispo de Winchester, con otros, buscaba
amenguar a Humphrey, Duque de Gloucester, tío del rey y, por ahora, su
Protector (I, I, 146 – 163; 169 – 170; I, III, 94 – 96; 118 - 137).
A Gloucester lo entristecieron algunos “sueños pesados” (“troublous
dreams”) (I, II, 22):
--Me pareció que esta vara, símbolo de mi oficio en la Corte,
La partían en dos: quién lo hacía, lo he olvidado,
Pero creo que el Cardenal…
(I, II, 25 – 27)
Gloucester y Beaufort riñeron, y se desafiaron esa noche a las espadas,
en la parte oriental del bosquecillo (II, I, 13 - 55). Pero descubrieron a
Eleonor, la mujer del Duque, que adelanta a Lady Macbeth, tratando con
brujos, averiguando “la vida y la muerte del Rey Enrique” (II, I, 158 – 169) y,
aunque Humphrey la desterraba, por eso, de su cama y de su compañía (II, I,
189), ya (su arma despuntada) no acudiría a su duelo (II, I, 170 – 173). Era
“príncipe virtuoso” y “bueno” (II, II, 73). Desterraron a Eleonor a la Isla de
Man, y quitaron a Gloucester el protectorado, aunque el Rey lo amaba aún (II,
III, 9 – 27). Ya no era Gloucester, casi, él mismo, andaba tullido, rengueba sin
el bastón, señal de su honor (II, III, 40 – 43). Sacaron en procesión, descalza,
envuelta en una sábana blanca, con una vela encendida en la mano y papeles
que publicaban sus vergüenzas cosidos a su espalda, a Eleonor. Ésta advirtió a
su marido que Suffolk, y York, y “el impío Beaufort, ese falso sacerdote”, le
cortarían las alas (II, IV).
Acusaron a Gloucester la Reina, Suffolk, el Cardenal, York. El Rey lo
defendió todavía. El Duque sabía que se habían confabulado para acabar con
él, y afirmó que, si su muerte pudiese traer la felicidad a “esta isla”, con gusto
se daría a ella.
--Pero mi muerte es el prólogo de su obra:
Las de otros miles, que no sospechan aún peligro alguno,
No concluirán la tragedia que ellos han armado.
(III, I, 151 – 153)
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El Rey se rindió a sus torcidos consejeros. Gloucester sería el
“prisionero” del Cardenal (III, I, 187).
Gloucester: ¡Ah! Así, el Rey Enrique arroja a un lado sus muletas
Antes de que sus piernas tengan la firmeza suficiente para sostener su cuerpo.
Con esto apartan al pastor de tu lado,
Y los lobos gruñen, por ver cuál te devora primero.
¡Ay! ¡Ojalá fueran falsos mis temores! ¡Ay! ¡Ojalá lo fueran!
Porque, mi buen rey Enrique, temo tu caída.
Rey: Señores, siguiendo lo que parezca mejor a vuestras sabias personas,
Haced y deshaced como si Nos estuviésemos aquí.
(III, I, 189 – 196)
Enteraron al Rey del final de su tío, y se desmayó, que lo sentía mucho.
El Cardenal la glosó:
Cardenal: Ha sido el juicio secreto de Dios: anoche soñé
Que el Duque se volvía mudo, y no podía pronunciar palabra alguna.
(III, II, 30 – 31)
La muerte de Gloucester había sido dudosa, y el Rey mandó que la
investigasen (III, II, 121 – 132). Warwick descorrió las cortinas, y descubrió
teatralmente el cadáver del Duque. Examinó su rostro, “negro, hinchado de
sangre”, sus ojos salidos, los de un hombre estrangulado, sus pelos de punta,
sus narices extendidas, los dedos de sus manos rígidos, sus barbas
desaseadas…todo apuntaba a que había sido asesinado (III, II, 148 – 177).
Aquella “tragedia” era “sospechosa” (III, II, 193). El Rey desterró a Suffolk
(III, II, 241 – 287). Con eso hacía “algún servicio al fantasma del Duque
Humphrey” (III, II, 229 – 230).
El Cardenal Beaufort había enfermado repentinamente y estaba “a
punto de muerte”. Boqueaba, se quedaba mirando el vacío, reñía con el aire,
blasfemaba contra Dios y maldecía a los hombres terrenales. “Unas veces
habla como si el fantasma del Duque Humphrey / estuviese a su lado; otras,
llama al Rey, / y dice, murmurando, a su almohada, como si fuese él, / los
secretos de su pesada alma” (III, II, 368 – 375).
21
Enrique lo visitó.
Cardenal: Si eres la Muerte, te daré el tesoro de Inglaterra,
Lo suficiente para que puedas comprar otra isla semejante,
Con tal de que me dejes vivir, y sin dolor.
Rey: ¡Ah, señal es ésta de una vida llena de pecados,
Cuando la proximidad de la muerte parece tan terrible!
(III, III, 2 – 6)
El Cardenal, alucinado, pidió que lo juzgasen:
--¿No murió en su cama? ¿Dónde iba a morir?
¿Puedo yo hacer que los hombres vivan, quieran ellos o no?
¡Oh, no sigáis atormentándome! Confesaré.
¿Vivo otra vez? Entonces mostradme dónde se encuentra:
Daré mil libras por verlo.
Le faltan los ojos: el polvo los ha cegado.
Peinad sus cabellos: ¡mirad, mirad! Los tiene de punta,
Como ramas untadas con liga para que quede, atrapada en ellas, mi alma alada.
Dadme algo de beber; y pedid al boticario
Que me traiga el fuerte veneno que le compré.
(III, III, 8 – 18)
El demonio cercó el “alma” del “desgraciado” y la ganó (III, III, 19 –
28).
El Cardenal Beaufort hace El Orgullo y La Ambición, figuras de autos
morales (Morality Plays), y es otro Bastardo (II, I, 40 – 41). El Fantasma de
Gloucester lo tara hasta acabarlo, pero no pisa el escenario.
22
El espíritu de César
*
Bruto quiso que durmiesen con él, en su tienda, la víspera de la batalla,
sus criados, y que tocase para él, mientras llegaba el sueño, Lucio. Cogió un
libro que estaba leyendo y ahí vio que entraba el Fantasma de César…
Bruto:
¡Esta cera no arde bien! ¿Qué? ¿Quién entra?
Creo que será la debilidad de mis ojos
La que forma esta aparición monstruosa.
Viene hacia mí. ¿Eres algo?
¿Eres algún dios, algún ángel, algún diablo,
Que haces que se me congele la sangre y miren, pasmados, mis cabellos?
Dime qué eres.
Fantasma: Tu espíritu malo [evil], Bruto.
Bruto:
¿A qué vienes?
Fantasma: A decirte que me verás en Filipo.
Bruto:
Bien, entonces ¿volveré a verte?
Fantasma:
Sí, en Filipo.
Bruto:
Vale, te veré en Filipo entonces.
[El Fantasma desaparece]
Ahora que me he armado de valor desapareces:
Espíritu enfermo [ill], quisiera seguir conversando contigo.
(IV, III, 243 – 286)
Los otros no soñaron, ni vieron, nada.
*
Ya se han dado muerte Casio y Titinio. Bruto sabe quién anda por ahí.
“¡Oh, Julio César! ¡Eres todavía poderoso! / Tu espíritu se pasea, y hace que
busquemos con las espadas / nuestras propias entrañas” (V, III, 94 – 96).
*
Volumnio: ¿Qué dice mi señor?
Bruto:
Esto, Volumnio:
Que el fantasma de César se ha aparecido ante mí
Dos veces: una, en Sardis,
Y esta última noche en los Campos Filípicos.
Sé que mi hora ha llegado.
(V, V, 16 – 20)
23
*
A Bruto le parece una “aparición monstruosa” (IV, III, 276). Quiere
saber qué es. Es, contesta el Fantasma, su “espíritu malo” (“evil spirit” [IV, III,
281]), parte o criatura suya (o nacida para él). Bruto confirma su condición: es
un “espíritu enfermo” (“ill spirit” [IV, III, 286]), o sea, “no sano, ni seguro,
corrompido, viciado” (Aut.), y por fin lo conoce: es el “espíritu” (V, III, 95) y
“fantasma” (V, V, 17) de César. El espíritu o fantasma de César “se pasea”
(“walks abroad” [V, III, 95]) (quiere decir, pasea el mundo terrenal, este lado
de las cosas) para cansar al capitán de sus asesinos y citarlo con la Muerte.
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El Fantasma de Banquo
Se sentó el Fantasma de Banquo en la silla de Macbeth, que había
ordenado su muerte, espantándolo. “La mesa está llena” (III, IV, 46). Imaginó
alguna conspiración: “¿Quién de vosotros ha hecho esto?” (III, IV, 49) Y se
dirigió al espíritu: “Tú no puedes decir que yo lo hiciera, y no sacudas / tus
rizos sanguinolentos, terribles, hacia mí” (III, IV, 50 – 51). Lady Macbeth, que
no lo veía, observando a su marido asombrado, se lo reprocha: “¿Sois
hombre?” (III, IV, 58) Él se defiende: “Sí, y valiente, que me atrevo a mirar
algo / que encogería al diablo” (III, IV, 59 – 60).
-¡Ay, nonadas!
Es la pintura misma de vuestro miedo,
Es la daga flotante que dijisteis
Que os conducía hasta Duncan. ¡Ay! Estas fallas, estos ataques
(Impostores del verdadero miedo) casarían bien
En un cuento de dueñas junto a un fuego, en invierno,
Autorizado por la abuela. ¡Vergüenza!
¿Por qué hacéis esos gestos? Miráis,
Nada más, un taburete.
(III, IV, 60 – 68)
Macbeth: ¡Te lo ruego, mira ahí! ¿Lo ves? ¡Mira! ¡Ay! ¿Qué decís?
¿Y qué me importa? Si puedes asentir con la cabeza, habla, también.
Si los osarios y nuestras sepulturas van a devolvernos
A aquéllos que hemos enterrado, nuestros monumentos serán
Los estómagos de los buitres. [El Fantasma desaparece.]
(III, IV, 69 – 73)
“¡Qué! ¿Os roba la hombría la locura?” (III, IV, 74) Macbeth se
quejaba, que “en los viejos tiempos” corría la sangre, y los muertos no
regresaban con veinte heridas mortales, y le quitaban a uno su silla (III, IV, 75
– 83).
25
Otra vez salió el Fantasma.
Macbeth: ¡Fuera! ¡Y quita de mi vista! ¡Que la tierra te esconda!
No tienes tuétano en el hueso, y tu sangre se ha enfriado,
Y a esos ojos con los que me miras
Les falta la especulación.
(…)
Me atreveré a tanto como cualquier otro hombre:
Acércate como un tremendo oso ruso,
Como el armado rinoceronte, o el tigre hircano,
Adopta la figura que te plazca, excepto ésta, y mis firmes nervios
No temblarán nunca. Vive otra vez,
Y desafíame en un desierto, con tu espada:
Si me vieses temblar entonces, asegura que soy
Una niña pequeña. ¡Fuera, sombra horrible!
¡Burla irreal, fuera! [El Fantasma desaparece.]
Ah, sí, ahora que se ha ido
Soy, de nuevo, hombre.
(III, IV, 93 – 108)
Sólo Macbeth veía al Fantasma de Banquo. Ni Lady Macbeth ni sus
convidados lo notaron.
26
El fantasma de Hamlet el Viejo
*
La “aparición” (I, I, 31) es “fantasía” de los centinelas (I, I, 26),
“historia” (I, I, 35) (cuento). La han “visto” ya, Barnardo y Fancisco, dos veces
(I, I, 28). “Mira [Look] por dónde viene de nuevo” (I, I, 43). “Obsérvala
[Mark it], Horacio” (I, I, 46). Entra luego el Fantasma “en la misma figura del
Rey muerto” (I, I, 44). “¿No se parece al Rey?” (I, I, 46) La figura: el “rostro”,
o la “representación o semejanza que se halla en alguna cosa, respecto de
otra”, o, en plural, “los personajes que representan los Comediantes, fingiendo
la persona del Rey, de la dama, y de otros diferentes estados” (Aut). “It would
be spoke to” (I, I, 48). Quiere que le hablen. Pero cuando Horacio lo
interroga y quiere saber “qué” es, y por qué usurpa la “forma” de Dinamarca,
se va, “no quiere responder” (I, I, 48 – 55). Era “como el Rey”. Llevaba “la
misma armadura” con que combatió a Noruega, miraba con el mismo ceño
tremendo que mostró a los polacos cuando los derrotó. “Es extraño” (I, I, 61
– 67).
Poco después regresa. “Alto, ilusión.” Horacio vuelve a interpelarlo.
Marcelo lo amenaza con su lanza. “Esta aquí.” “Está aquí.” “Se ha ido.” Es
que ha cantado el gallo, “la trompeta de la mañana”, y aquel “espíritu
extravagante, errante”, ha vuelto a su “confín” (I, I, 128 – 161).
Informarán a Hamlet. “Este espíritu, mudo [dumb] para nosotros, hablará
con él” (I, I, 176).
Hasta ahora el Fantasma ha representado una pantomima (a dumb show).
Ha sido “mudo” mimo: con la “figura” y la “forma” del antiguo Rey, y su
traje, ha usado sólo, para comunicarse, “visajes y ademanes” (Aut).
*
Horacio:
Hamlet:
Horacio:
Hamlet:
Mi señor, creo que lo vi anoche.
¿Lo viste? ¿A quién?
Mi señor, al rey, vuestro padre.
¿Al rey, mi padre?
(I, II, 188 – 191)
27
Horacio pidió a su amigo que suspendiese su “admiración un poco” (I,
II, 192) y le describiría la “maravilla” (I, II, 195): la “aparición” (I, II, 211) de
“una figura parecida a vuestro padre” (“a figure like your father” [I, II, 199]).
“Es muy extraño” (I, II, 220), comenta Hamlet. “Quisiera haber estado allí.”
“Os habría asombrado mucho.” “Seguramente” (I, II, 234 – 235). “Si asume
la persona de mi noble padre…” (I, II, 244) Su persona: su máscara. “¡El espíritu
de mi padre…armado! Todo no va bien. / Sospecho que ha habido juego
sucio [foul play]” (I, II, 255 – 256). Quiere decir, en su final.
*
El fantasma o espíritu del Rey Viejo se aparece primero con “un gesto
que revela más la pena que la furia” (I, II, 231), “muy pálido” (I, II, 232). Por
ahora calla. Porque si se entra en nuestro mundo, lo hace para contar a su hijo
la escena de su mala muerte, y exigir su venganza.
*
Velaban Hamlet, Horacio y Marcelo. Dieron las doce. Entra, puntual, el
Fantasma, en una “forma cuestionable”, o sea incierta, dudosa, pero que a la
vez invita a la inquisición (I, IV, 43). “Te llamaré Hamlet, / Rey, padre, Danés
real” (I, IV, 44 – 45). Todos esos nombres, o títulos, le da su hijo.
--...¿Qué querrá decir esto,
Que tú, cuerpo muerto, armado de nuevo con todo tu acero,
Visites así otra vez los reflejos de la luna,
Volviendo espantosa la noche y haciendo que en nosotros, pobres juguetes de la
naturaleza,
Tiemble nuestra disposición tan horrorosamente,
Con pensamientos que traspasan los límites del alma?
(I, IV, 51 – 56)
El Fantasma, con gestos y ademanes, indica que quiere apartarse, a
solas, con su hijo (I, IV, 58 – 60). Horacio y Marcelo hacen al Coro: “Algo
está podrido en el estado de Dinamarca.” “El Cielo lo enderezará” (I, V, 90 –
91). Por fin habla. Confirma, primero, quién es: “Soy el espíritu de tu padre”
(I, V, 9). Y dice la historia de su “asesinato”, “el más turbio, extraño, y
antinatural” (I, V, 28), exigiendo venganza (I, IV, 25), pero advirtiéndole, en
una cláusula adicional, que su “acto” no toque a su madre, que Dios, y su
conciencia, la castigarán (I, IV, 86 – 88). “Acuérdate de mí” (I, V, 91).
Termina, y se va.
28
--...¿Acordarme de ti?
Sí, sí, pobre fantasma: mientras la memoria tenga asiento
En este globo distraído. ¿Acordarme de ti?
Sí: de la tabla de mi memoria
Borraré todos los recuerdos triviales, o tontos,
Todo cuanto dicen los libros, todas las formas, todas las impresiones del pasado
Que la juventud y la observación copiaron en ella,
Y tu mandamiento vivirá solitario
En el libro y volumen de mi cerebro,
Sin mezclarse con materia más baja.
(I, V, 95 – 104)
“En lo que toca a esta visión, / dejadme deciros que se trata de un
fantasma honrado” (I, V, 143 – 144). “La hora se ha salido de quicio. ¡Oh,
maldita pesadez, / haber nacido para corregirla!” (I, V, 196 – 197).
Sin embargo, Hamlet, escrupuloso, no se fiará. “Decid, ¿qué es esto? ¿A
qué ha venido? ¿Qué deberíamos hacer?” (I, IV, 57)
--…El espíritu que he visto
Puede ser demonio, y el demonio tiene el poder
De adoptar una forma agradable, sí, y, quizás,
Aprovechando mi debilidad, mi melancolía,
Puesto que su fuerza crece cuando uno se ve poseído por estos espíritus,
Me engaña para condenarme. Encontraré fundamentos
Más firmes que éste.
(II, II, 594 – 602)
Hamlet sólo creerá verdadera la historia del Fantasma cuando espante al
Rey Claudio con la representación de La ratonera.
*
La otra vez que “entra” el Fantasma es en la escena donde Hamlet
visita a su madre en su habitación (“the closet scene”). Sólo lo ve, y oye, el
príncipe: “¿Qué quiere vuestra graciosa figura?” (III, IV, 104 – 105) La Reina,
observando a su hijo “inclinando su mirada hacia el vacío” (III, IV, 117), los
pelos de punta, “como excrementos de la vida” (III, IV, 121 – 122), pide saber
qué mira (III, IV, 124), con quién habla (III, IV, 131), y corrobora sus recelos:
“¡Ay, está loco!” (III, IV, 106) Hamlet señala al antiguo Rey: “¿Qué? Mirad
ahí, mirad cómo se aleja. / ¡Es mi padre, en el hábito que llevaba cuando vivía!
/ Miradlo ahí, ahora mismo, en el portal” (III, IV, 136 – 138).
29
Gertrudis, apesadumbrada, contesta: “Esto es acuñación de tu cerebro.
/ Tiene el éxtasis mucho ingenio / para armar estas creaciones incorpóreas”
(III, IV, 139 – 141).
En esta ocasión el Fantasma del Viejo Hamlet se aparece, por lo tanto,
en representación privada, secreta, sólo a su hijo: su “visitación” busca nada
más “afilar” su “propósito casi embotado” (III, IV, 110 – 111).
30
Fantasmas familiares de Póstumo Leonato
(En Cymbelino)
“Lo siento. ¿Es eso suficiente?” (V, IV, 11) Sí. Asombran a Póstumo
Leonato en un sueño los fantasmas de su padre (Viejo, con armadura
guerrera), de su madre (“matrona antigua”) y de sus dos hermanos (enseñan
las heridas que los terminaron), acompañados de música solemne, rodeándolo.
Se presentan primero, y revelan luego su error trágico, que ha desgraciado a
Imógena, su buena esposa, y piden el socorro de Júpiter (V, IV, 30 – 92). Dios
Padre, que había presidido su boda, baja ex machina, tronando, anuncia
felicidades, coloca sobre su pecho una “tablilla” que encierra “toda su
fortuna”, monta su águila y se va por el aire (V, IV, 93 – 113). Los fantasmas,
que han contemplado la escena de rodillas, “se desvanecen” satisfechos (V,
IV, 114 – 122).
--Sueño, has sido abuelo, y has engendrado
Un padre para mí: y has creado
Una madre, y dos hermanos: pero ¡ay, era burla!
¡Se han ido! Se han marchado nada más nacer,
Y ahora estoy despierto. Los pobres desgraciados, que dependen
Del favor de los grandes, sueñan como yo lo he hecho y,
Despertando, no encuentran nada…
(V, IV, 123 – 129)
Ve entonces la tablilla, con profecías íntimas y generales. “¿Qué hadas
rondan estos suelos?” (V, IV, 133) Lee el libro, pero así y todo duda:
--Es, todavía, un sueño: o, si no, materia que los locos
Dicen, y no comprenden: o ambas cosas, o ninguna,
O palabras sin sentido, o palabras
Que el entendimiento no puede desatar.
(V, IV, 146 – 149)
A Póstumo Leonato la escena (la aparición de sus fantasmas, y de
Júpiter, la tablilla) le parece sueño, cosa de hadas, alucinación.
31
El fantasma de Hermíone
Es un Cuento de invierno. Antígono ha traído a Perdita hasta Bohemia,
para abandonarla, como manda su padre, el Rey de Sicilia, en los montes.
Antígono:
Ven, mi pobre pequeña.
Yo he oído, sin creerlo, que los espíritus de los muertos
Pueden caminar de nuevo. Si fuera así, tu madre
Se apareció a mí anoche: nunca hubo un sueño
Tan parecido a la vigilia. Viene hacia mí una criatura,
Meneando la cabeza ahora hacia un lado, ahora hacia el otro
(Jamás vi un bajel tan triste,
Con las velas así desplegadas, espléndido), su túnica era blanca y pura,
Como la santidad misma, se acercó entonces
A mi camarote, donde yo estaba descansando. Tres veces se inclinó ante mí
Y, tomando aire para comenzar algún parlamento, sus ojos
Se transformaron en dos torrentes; gastada su furia, luego
Surgió esto de ella: “Buen Antígono,
Puesto que el destino, contradiciendo tu mejor disposición,
Te ha escogido para que te deshagas
De mi pobre pequeña, cumple tu propio juramento:
Lugares lo suficientemente remotos hay en Bohemia,
Entrégate allí al llanto, y déjala llorando y, ya que a la niña
La cuentan perdida para siempre, Perdita,
Te lo ruego, llámala. Por este oficio poco gentil,
Que mi señor te ha encargado, no volverás a ver
A tu mujer Paulina nunca más.” Y así, entre chillidos,
Se disolvió en el aire.
(III, III, 15 – 37)
“Los sueños son juguetes” (III, III, 39); sin embargo,
“supersticiosamente”, Antígono seguiría las instrucciones de éste (III, III, 40 –
41).
Pero Hermíone vive aún, escondida. Que la sueñe Antígono, que la cree
(como nosotros) muerta, ¿no prueba acaso que los fantasmas son criaturas
nuestras, hijos de nuestros miedos o de nuestro amor?
32
Todo (no) está bien
Prólogo
Bien “significa muchas veces beneficio, provecho, adelantamiento,
utilidad”, y “vale asimismo próspera y felizmente”. “Bien está”, o “está bien”,
dice uno, “para manifestar que uno asiente, o consiente”, observando la suerte
del mundo, o de su mundo, de su historia particular (Aut.).
Suele la comedia empezar por riñas, cuestiones, desavenencias,
despechos, y rematarse en paz, concordia, amistad y contento. Lo contrario es
la tragedia, que tiene fin en algún desastre (Cov.)
Shakespeare usó este “bien está”, o “está bien”, para distinguir la
comedia de la tragedia.
33
Uno
*
El título de esta comedia, All’s well that ends well, junto con los guiños
continuos que hacen al mismo los personajes que la representan, dicen
exactamente su género, y además su especie (la cuentan entre las “oscuras”, o
inquietantes, del autor).
Los trabajos de Helena por ganar el amor difícil de Beltrán están a
punto de terminar:
--Bien está lo que bien acaba2: la conclusión es, todavía, la corona:
Cualquiera que sea su curso, la fama la da el final.
(IV, IV, 35 – 36)
Helena emplea ahora una pequeñísima variación:
--Bien está lo que bien acaba todavía3,
Pese a que el tiempo parezca tan adverso, y los medios tan escasos.
(V, I, 25 – 26)
Beltrán ama ahora como toca a su esposa, y el Rey buscará marido a la
buena de Diana, y la dotará generosamente. Dice el Rey, como Rey (con estos
versos termina la comedia):
--Todo parece aún bien4, y si acaba tan bien armado,
Cuando el pasado ha sido amargo, más dulce nos parece el presente.
(V, III, 327 – 328)
Ese aún nos desasosiega algo, puesto que dice que la felicidad recién
conseguida es provisional.
“All’s well that ends well.”
“All’s well that ends well yet.”
4 “All yet seems well…”
2
3
34
El Epílogo lo dice el Rey, y comienza así:
--El Rey es un mendigo, ahora que la obra ha terminado,
Y todo está bien acabado5 si ganamos este ruego:
Que expreséis vuestro contento…
El final feliz se alarga más allá de la comedia, pero depende de que
nosotros, el público, la recibamos con gusto.
5
“All is well ended if…”
35
Dos
*
Las máscaras de Otelo parece que establecen conversación con la comedia
de All’s well that ends well, y con su título, que da su cifra, socarronas, o
amargas.
*
Yago ha tendido una trampa al buen Casio, y Otelo lo ha apartado de
su favor, si no todavía de su amistad.
Desdémona: ¿Qué pasa, cariño?
Otelo:
Todo va bien ahora, caramelito.
Ven a la cama.
(II, III, 248 – 249)
“All’s well now…” Pero no, todo comienza a irse a pique.
*
Emilia consuela a Casio, que ha perdido la opinión:
--Buenos días, mi buen teniente. Lamento
Vuestro malestar, pero seguro que todo irá bien.
El general y su esposa están hablando de ello,
Y ella os defiende con firmeza…
(III, I, 42 – 45)
“…but all will sure be well” No, todo no irá bien aquí, que es tragedia.
*
Otelo puteaba a su mujer, Desdémona. Yago, cínico, la consolaba. Era
nada más “su humor” (IV, II, 167). “Entrad, y no lloréis; todo saldrá bien6” (IV,
II, 173).
6
“All things shall be well…”
36
*
Yago (ese demonio) alcahueteaba para Roderigo.
Yago:
¡Ánimo, ánimo!, todo va muy bien.
Roderigo: ‘Muy bien’, ¡Ánimo, ánimo!’ No puedo tener animo, hombre, y esto no
va muy bien. Lo veo muy turbio, y empiezo a pensar que me habéis timado.
Yago:
¡Va muy bien!
Roderigo: ¡Y yo os digo que no va muy bien!7
(IV, II, 193 – 198)
*
Yago, claro, que torcía, con sus actos, con su palabra, la comedia, para
que fuese tragedia, corrigiendo su argumento desde dentro, sostiene todavía
en los demás personajes la ilusión de que habitan una obra de final feliz.
7
“Very well.” “I tell you, ‘tis not very well!”
37
Tres
*
El fantasma del Rey Viejo pasea, con puntualidad maniática, las almenas
del castillo de Elsinore. “Es extraño” (I, I, 67). “Esto anuncia alguna extraña
erupción en nuestro Estado” (I, I, 72). Erupción vale viruela, pero también
hay que entenderla en términos geológicos y astronómicos.
Hamlet se queda solo, dice su primer monólogo. El príncipe ha
aborrecido la carne, y el mundo, y apetece la muerte. Que su madre se ha
casado con aquel “sátiro (I, II, 140) “antes de que se gastaran los zapatos /
con los que siguió el cuerpo de mi pobre padre” (I, II, 146 – 147). “¡Ir por la
posta, / con tanta agilidad, a meterse bajo unas sábanas incestuosas!” (I, II,
156 – 157) “¡Fragilidad, tu nombre es mujer!” (I, II, 146) Enseguida, a
Horacio, le dirá: “Las tortas del funeral / las sirvieron, frías, en las mesas de la
boda” (I, II, 180 – 181). Y, cuando lo enteran de que “el espíritu de [su]
padre” asombra “armado” (I, II, 255) dice: “Todo no está bien. / Barrunto juego
sucio” (I, II, 255 – 256).
“All is not well.” No, no. Aquel “espíritu extravagante y errante” (I, I,
159) publica que “algo se ha podrido en el Estado de Dinamarca”. Pero “el
Cielo lo rectificará” (I, V, 90 – 91).
*
Hamlet estaba con lo del “ser o no ser” cuando oyó algo.
Hamlet:
…¡Calla ahora!
¡La bella Ofelia! Ninfa, en tus oraciones
Acuérdate de todos mis pecados.
Ofelia:
Bueno, mi señor.
¿Cómo os ha ido todos estos días?
Hamlet:
Bien, bien, bien, os lo agradezco humildemente.
(III, I, 88 – 92)
“Well, well, well…” Prefiero la repetición, que trae la edición en Folio de
la obra, y que dice su tristeza, casi patológica.
38
“Bien, bien, bien…” Con eso comienza Hamlet la representación de esa
“máscara grotesca” (“an antic disposition” [I, V, 180]) que gastará para
disimularse mientras investiga el texto del fantasma de su padre, y que
desgraciará a Ofelia. Hamlet se dice al revés. Se había echado a perder
Dinamarca. Pero esa tragedia, que era política, es ahora íntima, la particular del
príncipe.
39
Cuatro
*
A Ofelia, ay, la abandona su perico, y se pierde.
Rey:
¿Cómo te va, maja?
Ofelia:
Bien, que Dios os lo pague...Dicen que la lechuza había sido la hija
del panadero. ¡Señor! Sabemos lo que somos, pero no sabemos lo que podemos venir a
ser. ¡Que Dios se siente a vuestra mesa!
Rey: Llora así a su padre.
(IV, V, 41 – 45)
“How do you, pretty lady?” “Well, good dild you.” Pero a la pobreta la ha
tarado su príncipe de cuento, chuleándola, matando a su padre, haciéndose
luego humo.
Ofelia:
Ojalá salga todo bien. Hay que tener paciencia, pero no puedo dejar de
llorar, cuando pienso que lo han metido debajo de la tierra, ¡tan fría! Mi hermano se
enterará. Os agradezco vuestros sanos consejos. ¡Traedme el coche! Buenas noches,
señoras. Buenas noches, dulces señoras, buenas noches, buenas noches.
(IV, V, 67 – 73)
“I hope all will be well.” No. No. “Corren las penas una a la zaga de la otra,
/ pisándose los talones” (IV, VII, 162 – 163), y a Ofelia la acaba “una muerte de
barro” (IV, VII, 182).
40
Cinco
Puck, el duendecillo gamberro de El sueño de una Noche de San Juan,
exprime el zumo de una flor alcahueta sobre los ojos de Lisandro, mientras
duerme, para que, cuando los abra, vuelva a enamorarse de su “señora de antes”
(III, II, 457).
Puck: …Tendrá a Juana Pascual,
Nada irá mal;
El hombre tendrá de nuevo a su yegua, y todo irá bien.
Puck: Jack shall have Jill,
Nought shall go ill;
The man shal have his mare again, and all shall be well.
(III, II, 461 – 463)
Puck dice así, exactamente, la esencia de las comedias.
41
42
Hombres de la Noche
“The schoole of night”
Serán Trabajos de amor perdidos. La hija del Rey de Francia, con sus tres
damas compañeras, quedaron acampadas a las puertas del Parque de Navarra,
alojadas en ricas tolderías. Tenían prohibida la entrada, porque el Rey, con sus
tres caballeros más privados, habían inaugurado una academia ideal, donde
pasarían, según lo jurado, tres años estudiosos, de ayuno y vela, y apartados,
sin oler hembra. Sin embargo, el cerco los rindió, emparejándolos con aquellas
altas doncellas.
Berowne y el Rey de Navarra debatían ahora las virtudes de sus amigas
nuevas. Rosaline era “celestial” (IV, III, 217). Al Rey le parecía la princesa
“una graciosa luna”, y, la otra, “una estrella de su séquito” (IV, III, 226 – 227).
No, no, protesta Berowne, Rosaline era “el sol”. El Rey le corrige: “¡Válgame
el cielo! Tu amor es tan negro como el ébano.” El enamorado responde,
encogiéndose de hombros: “¿Es el ébano como ella? ¡Oh madera divinal!”
(IV, III, 243 – 244) Y el Rey comenta, más abajo: “¡Oh, paradoja! El negro es
la insignia del infierno, / el color de las mazmorras y de la escuela de la noche…”
(IV, III, 250 – 251)
Esa “Escuela de la Noche” han dicho (y le ha dado segundo nombre) que
fue la Escuela de Ateísmo que presidía Sir Walter Raleigh, y que contaba en su
nómina tenebrosa con poetas como Christopher Marlowe o George
Chapman…
¿O tendría noticia Shakespeare de la Academia de los Nocturnos de
Valencia, fundada por Bernardo Catalá de Valeriola en 1591? Allí, en su casa
palacio, las noches de todos los miércoles, se reunieron durante tres años
poetas más o menos aficionados que asumían sobrenombres que dijesen su
calidad de nocherniegos. Así, su presidente se llamaba Silencio; su secretario,
Francisco Desplugues, Descuido; su consiliario, Francisco Agustín Tárrega,
Miedo; Jerónimo Virués, Estudio; Miguel Beneito, su portero, Sosiego; Gaspar
Mercader, Relámpago; Guillén de Castro, Secreto; Andrés Rey de Artieda,
Centinela; Gaspar de Aguilar, Sombra...
43
“The moon’s men”
Falstaff era el Gran Maestre (y Hal, el príncipe gamberro, su caballero
primero) de una Orden de tunos a la que dio varios nombres. A su pupilo le
dice:
Falstaff:
Por la Virgen, entonces, dulce rapagón, cuando tú seas rey, no permitas que
a nosotros, escuderos del cuerpo de la noche [squires of the night’s body],
nos llamen ladrones de la belleza del día: titúlanos más bien guardianes de las
selvas de Diana, caballeros de la sombra [gentlemen of the shade],
servidores [minions] de la Luna…Que digan los hombres que somos hombres
bien gobernados, pues nos gobierna, como al mar, nuestra noble y casta señora, la
luna, bajo cuyo aspecto robamos.
Príncipe:
Dices bien, y muy a propósito, pues nuestra fortuna, como hombres de la
luna [the moon’s men] que somos, sigue el flujo y el reflujo de la marea…
(Primera Parte de El Rey Enrique IV, I, II, 26 - 37)
Shakespeare perteneció primero a Los Hombres de la Reina, y luego a Los
Hombres de Chamberlain, que fueron después Los Hombres del Rey. Pero tal vez
mi misterioso señor formase parte feliz, como Falstaff, su héroe más humano,
y el travieso príncipe, de otra Compañía, mágica, nochera, la de Los Hombres de
la Luna.
44
“¿Hasta dónde me quieres?”
*
Lear: Mientras tanto expresaremos otro propósito nuestro más oscuro.
Traedme aquel mapa. Sabed que hemos dividido
En tres nuestro reino, y es nuestra firme intención
Sacudirnos de encima todo cuidado y negocio,
Confiriéndolos sobre músculos más jóvenes, que ya luego,
Sin esa carga, nos arrastraremos hacia la muerte.
(I, I, 35 - 40)
El Rey (el dios maravilloso) de los britanos se quitaba “del gobierno, /
de su interés en el territorio, de las preocupaciones de estado” (I, I, 49 – 50).
Y, pamplinero, antes de repartir quiso pesar amores, y que se los engalanasen,
y preguntó a sus hijas: “¿Hasta dónde me queréis?”
Goneril (I, I, 54 – 61), la mayor, y Regan (I, I, 69 – 76), la mediana,
“hecha del mismo metal que [su] hermana”, inventaron su amor, que estaba
más allá, dijeron (contradiciéndose), del “lenguaje”. Y ganaron así cada una su
parte.
Lear:
…Pero ahora nuestra alegría,
Aunque sea la última, y la pequeña...En vuestro tierno amor
Las viñas de Francia y la leche de Burgundia
Están interesados. ¿Qué podéis decir para sacar
Un tercio más opulente que el de vuestras hermanas? Hablad.
Cordelia:
Nada, mi señor.
Lear:
¿Nada?
Cordelia:
Nada.
Lear:
Ah, nada saldrá de nada. Hablad de nuevo.
Cordelia.
Soy una pobre infeliz, y no puedo llevarme
El corazón a la boca. Amo a vuestra majestad
De acuerdo con los lazos que me atan a vos, ni más ni menos.
Lear:
¿Cómo, cómo, Cordelia? Corregid un poco vuestro lenguaje,
A menos que queráis echar a perder vuestras fortunas.
(I, I, 82 – 95)
45
Lear la desheredó, y la desconoció. Pero Francia sí escuchó a Cordelia,
y la amó aún. “¿No es nada más que esto? ¿Una tardanza en su naturaleza /
que a menudo deja sin decir la historia / que tiene la intención de cumplir?”
(I, I, 237 – 239)
“¿Qué dirá Cordelia? Ama, y guarda silencio” (I, I, 62), dice la pequeña,
aparte. Hija histérica, no supo, ni pudo, decir su amor. O bien, hija de cuento
de hadas, quería a papá como tocaba, ni más ni menos.
*
El Coro, estreñido, señalaba a Antonio, “el tercer pilar del mundo,
transformado / en el bufón de una ramera” (I, I, 12 – 13):
Cleopatra:
Antonio:
Cleopatra:
Antonio:
Si verdaderamente es amor, dime cuánto [tell me how much].
Sería propio de mendigos el amor que puede ser calculado.
Yo señalaré la frontera que diga hasta dónde puedes amarme.
Entonces habrás de encontrar un nuevo cielo, y una tierra nueva.
(Antonio y Cleopatra, I, I, 14 – 17)
Como el Rey Lear, Cleopatra exige al amigo que pese y diga
exactamente su amor, y Marco Antonio, como Cordelia, niega primero que
pueda, o deba, medirse, aunque enseguida entra en el juego.
*
El silencio de Cordelia es tremendo. La tragedia de El rey Lear arranca
de él. Este otro de Antonio es nervioso coqueteo…
46
Algunos pobres de su pobretería
*
Dicen pobreduría, o pobrería, o pobretería, al “cuerpo, conjunto o agregado
de pobres” (Aut.). Pues bien, la pobreduría, o pobrería, o pobretería fabulosa de
Shakespeare revienta de ellos. Pobres, pobretes, pobretillos, pobrecitos,
pobrecillos (desdichados, infelices, abatidos, miserables [Aut.], cada uno con
su pasión particular) pueblan su mundo más o menos fingido. Digo algunos,
significativos, o curiosos.
*
Pobre se manifiesta, primero, el bardo, en sus versos más íntimos, los
de los Sonetos. “Pobre de mí”, dice en uno (XLIX, 13), y declara, en otros,
pobres, su “corazón” (CXXXIII, 10) y su “alma” (CXLVI, 1), su “nombre”
(LXXI, 11) y su “rima” (CVII, 11).
*
En el poema que titula a medias con el efebo trágico, Venus es la
“pobre reina del amor” (251) (es que babea detrás del indiferente, asqueroso
Adonis).
En el suyo, la “pobre Lucrecia” (1217), siente su “pobre belleza”
(1651), que ha emborricado a Tarquino, y la debilidad de su “pobre persona”
(1646), pues no ha podido defenderse del violador. El cuerpo sin vida de la
casta romana le parece a su padre su “pobre espejo roto” (1758).
*
Está Catalina de Aragón. El Rey Enrique VIII, con escrúpulos, pedía la
anulación de su matrimonio, que eran primos demasiado cercanos. La Vieja
saludaba así su destino: “Ay, mi pobre señora: / viene a ser hoy, otra vez, una
extraña” (II, III, 16 – 17). Catalina, querellándose de rodillas delante de su
marido (II, IV, 11 – 14), o aparte, en soledad (III, I, 20), también se sabía una
pobre mujer.
*
Están Troilo y Crésida.
“¡Ay, pobre Troilo!”, suspira Pándaro, en tercería famosa, delante de
Crésida, pintándolo enamorado (I, II, 70). “¡Ja, ja! ¡Ay, pobre desgraciado! Ah,
¿es que su pobre capullo no ha dormido esta noche?” (IV, II, 32 – 33), ríe en
otra, socarrón, que ya ha montado el mozo a la moza.
47
Luego Pándaro traerá a Troilo una carta “de aquella pobre chica” (V,
III, 99), Crésida, que su antiguo amigo, celoso, rompe en pedazos: “Palabras,
palabras, meras palabras…” (V, III, 107)
*
Hay una canción del sauce que cantaría, digo yo, Ofelia en sus últimas,
y cantó (esto se sabe) Desdémona en sus penúltimas, y canta (no puede hacer
otra cosa, prisionera de su letra) la “pobrecita alma” (IV, III, 39) de su primer
verso, quejándose de su falso amigo. Son, todas, pobretas.
*
“Pobre”, “en bancarrota”, se queda el corazón de Julieta cuando recibe
noticia imperfecta de que Romeo, su novio, y Tibaldo, su primo, el guapo, se
habían matado a navajazos en una reyerta (III, II, 57).
*
Hamlet condenaba la prisa de su madre, que se había casado, viuda de
pocas semanas, “antes de que envejeciesen los zapatos / con los que siguió el
cuerpo de mi pobre padre” (I, II, 146 – 147). El príncipe saludará dos veces al
“pobre fantasma” (I, V, 4; I, V, 96) del Viejo Rey.
Observando las majaderías de Ofelia, el Rey Claudio suspiraba:
--Pobrecita Ofelia,
Dividida de su alma y de su juicio
Ya no es más que una pintura, o un animal del campo.
(IV, V, 84 – 86)
Y su hermano, cuando aprende que se ha ahogado, que se ha ahogado,
exclamará, con un ingenio rápido pero poco delicado: “Te has hartado de
beber agua, pobre Ofelia…” (IV, VII, 182 – 184)
*
“¡Entonces, pobre Cordelia!”, dice la pequeña del Rey Lear, porque no
sabe decir su amor (I, I, 76), y calla.
“Pobre padre” (IV, VII, 38), le dice Cordelia a Lear, acertando el naipe
que le duele.
Lear entra con su hija en brazos, y gime: “¡Y mi pobre boba ahorcada!”
(V, III, 304)
48
*
Pobrecitas son las hijas de los romances de Shakespeare, y alguna otra de
sus criaturas. Mira:
Una tempestad, ésta verdadera, de este otro cuento, el de Pericles, ha
dejado (eso creen) viudo al héroe, y huérfana a la niña parida con marejada,
“esta pobre infanta, esta nueva marinera” (III, I, 41) a la que su padre llamará,
por todo eso, Marina.
En Cymbelino el Coro resume el torcido destino de Imógena:
--...Ay, pobre princesa,
Tú, divina Imógena, ¡lo que estás soportando!,
Te aprieta tu padre, gobernado por tu madrastra,
Y ésta anda continuamente coceándote, y te agobia
Un pretendiente odioso...
(II, I, 55 – 59)
En El cuento de invierno Leontes, el Rey de Sicilia, torcido por los celos,
manda que dejen a la niña que le ha nacido a su esposa, “hembra bastarda”,
en “algún lugar remoto y desierto” (II, III, 174 – 175), “donde pueda la suerte
ser su nodriza o acabarla” (II, III, 181 – 182). Antígono, más obediente que
bueno, contesta:
--Lo haré, lo juro, aunque su muerte inmediata
Habría sido más misericordiosa. Pobrecilla, ven conmigo,
¡Quiera algún espíritu poderoso instruir a cuervos y milanos
Para que te hagan de ayas! Hay lobas y osas, dicen,
Que, olvidando su condición salvaje, han ejercido
Oficios piadosos muy semejantes. (...)
¡Pobre criatura, condenada a perder!
(II, III, 183 – 191)
Ganará ahí el nombre de Perdita.
49
En La Tempestad es pobre (pero maravillosa) la “isla” (V, I, 212), y la
“celda” del antiguo Duque de Milán (V, I, 301). Miranda llora la suerte de las
“pobres almas” de los ahogados en la tormenta de cuento que ha levantado su
padre, el Rey Mago (I, II, 9). El Rey de Nápoles buscaba a su “pobre hijo” (II,
I, 319), perdido en el fantástico naufragio. Próspero nota, divertido, que su
hija se ha enamorado del príncipe: “¡Pobre gusanito, estás infectado!” (III, I,
31). Estéfano y Trínculo, las partes ridículas de la comedia, juzgan a Calibán un
“pobre monstruo” (II, II, 146; II, II, 158; III, II, 34 – 35), un “pobre
borracho” (II, II, 166).
*
“¿Y eras tú el que quería ser rey de Inglaterra?” Margarita había
derrotado a York y lo tenía en su poder. Ahora ella le daba un pañuelo
empapado en la sangre de su hijo pequeño, para que lo bañase también con
sus lágrimas. Se lo había matado su campeón. “Alas, poor York!” “¡Ay, pobre
York!” (Tercera Parte de El Rey Enrique VI, I, IV, 84) Buscando humillarlo, lo
obligaría a representar un rey a lo ridículo, de entremés, con corona de papel.
Luego lo termina.
Mientras cavaban la huesa de Ofelia (pero el principito aún no lo sabía),
el sepulturero saca un cráneo que llevaba enterrado veintitrés años, el de “un
loco hijodeputa”, “el bufón del Rey”. “Alas, poor Yorick.” “Ay, pobre Yorick.”
Hamlet lo conoció, y recordó su “infinito ingenio”, su “excelentísima
fantasía”, y cómo lo había llevado sobre sus hombros “mil veces”, cuando era
pequeño, y comparó los labios que había besado “no sé en cuántas
ocasiones”, con su horrorosa mueca, fija, de ahora (Hamlet, V, I, 166 – 186).
“Alas, poor York!” “Alas, poor Yorick.” Shakespeare iguala las suertes
del rey humillado y del gentilhombre de placer que la muerte ha podrido,
rimándolas o, más bien, mediante aliteración graciosa, a través de años, de
comedias, de palabras, palabras, palabras.
*
Y ¿la vida? Macbeth, cuando lo enteran de la muerte de su tremenda
esposa, la resume amargo:
--La vida no es sino una sombra andante, un pobre cómico
que pasa pavoneándose y agitándose su hora en el escenario
y al que luego no se oye más.
(V, V, 24 – 26)
50
Barberías
Prólogo
Las desastradas barbas de Apolonio/Pericles, como las espantosas de
Mio Cid, y las trágicas, tristísimas, del gigante Isbadadán son, quizás, el Signo
del Padre-de-la-Novia. Sólo las afeitarán para dárselas a otro hombre, señalando
la pérdida de su Nombre, su pérdida.
51
Apolonio
*
En su Libre Apolonio, como se entendió “rey descasado” (quería decir
viudo), y con una hija, “maldiziendo su fado” (327ab), dio en cuanto pudo a la
niña para que se la criasen. E hizo un voto ceremonioso (346cd – 347):
“…non quiero los cabellos ni las hunyas taiar
fasta que casamiento bueno le pueda dar.
Fasta que esto pueda conplir & aguisar
al reyno de Antioco quiérole dar vagar;
nin quiero en Pentápolin ni en Tiro entrar;
quiero en Egipto en tan amientre estar.”
En la Confessio Amantis (Libro VIII, vv. 1309 – 1314) de John Gower
hace una “promesa a Dios”, que no se afeitará la barba hasta que no haya
dado a su hija, cuando esté granada, en matrimonio. Y en la novela de The
Patterne of Painefull Adventures (Ejemplo de aventuras dolorosas) “juró solemnemente
que no se tallaría el pelo, ni asearía sus barbas, ni se cortaría las uñas, hasta que
hubiese casado a su hija cuando estuviese en sazón” (cap. X, p. 451.). Y ésta
fue la palabra de Pericles, que parece hecha en dedicación a la Señora de las
Vírgenes:
--...Y hasta que la case, señora,
Por mor de la espléndida Diana, a quien honramos,
No toleraré tijeras ni navaja de barbero,
Aunque parezca feo.
(III, III, 27 - 30)
*
Y ahora “tornemos en el padre” (433d). “A cabo de diez anyos que la
hubo lexada, / recudió Apolonio con su barba trençada, / cuydó fallar la fija
duenya grant & criada…” (434abc) Fue a Tarso y supo, o creyó, que también
su hija se le había muerto. Viudo viejo, huérfano nuevo, se vino abajo.
“Quando cuydé agora que podría sanar,
que cuydaua la llagua guarir & ençerrar,
é preso otro colpe en esse mismo logar…” (442abc)
Piensa, encima, que ha perdido a su hija por sus pecados (441b).
52
En The Patterne… “Apolonio quedó largo rato aturdido” (“amazed”)
(cap. XV, p. 460). “Amazed” quiere decir, etimológicamente, perdido,
extraviado en un laberinto.
En la patraña oncena de El Patrañuelo de Joan de Timoneda la promesa
de Apolonio arranca de aquí, del duelo por la muerte de su hija: juró “en
todos los días de su vida no afeitarse la barba, ni quitarse el cabello, ni cortarse
las uñas, ni vestir oro ni seda, ni oír cosa que de pasatiempo fuese” (p. 219).
Lo que hace el héroe, en Pericles (IV, IV, 27 – 29), cuando piensa que ha
perdido a su hija Marina, es renovar su voto, y reforzarlo: “Jura / que nunca
se lavará la cara, ni cortará sus cabellos, / se pone un basto sayal y se hace a la
mar.”
*
Tocó Apolonio, en su melancólica romería, el puerto de Mitilena. “En
un cabo de la naue, en hun rencón destaiado, / echósse en hun lecho el rey
tan deserrado; / juró que quien le fablasse serié mal soldado, / dell huno de
los pies serié estemado” (460). Pese a esta “dura ley puesta & confirmada”
(462b) avisaron a Antinágora, “contáronle la estoria & toda la razón” (467c),
y, oyendo que el desgraciado se llamaba Apolonio, recordó que “tal nombre
suele Tarsiana auer mucho vsado” (468b). Quiso ver entonces “el logar hon
iazìa” (469a), “viólo con fiera barba que los pechos le cobrié”, y le pareció “façanya
porque atal fazié” (469cd). Entonces, este príncipe de Mitalena pidió a la
“juglaresa” (483a) (pero era la hija de Apolonio) que sirviese a aquel “buen
omne”, “omne de gran fazienda, de raýz & de manyas”, que se dolía de
“pérdidas estranyas” (487abc).
*
Cuando Pericles conoció a su hija pidió, con vergüenza de su pinta, que
lo mejorasen:
-…¡Oh, ven aquí,
Tú, que has concebido a aquél que te engendró!
¡Tú, nacida en el mar, enterrada en Tarso,
Y encontrada, de nuevo, en el mar!
(…)
¡Ay, bendita seas! Levántate; eres mi hija.
Dadme ropa nueva. A mi niña, Helícano,
No la mataron en Tarso…
(V, I, 194 – 197; 212 - 214)
53
Otra vez quiso Pericles que lo vistiesen con su ropa, pues parecía
“salvaje”, para recibir, desde su nueva, imperfecta felicidad (le faltaba su
esposa), a Lisímaco, el gobernador de Mitilena (V, I, 221).
*
Entonces “el prínçep Antinágora” (548a), como había “ya oýdo (…)
que auié Apolonyo palabra destaiada: / de barba nin de criness que non çerçenase nada /
fasta que a ssu fija ouiesse bien casada” (549), “por acabar su pleyto & su seruiçio
complir, / asmó a Apolonyo la fija le pedir; / quando fuesse casada que lo
farié tundir, / por seyer salua la jura & non aurìa qué dezir” (550bcd). Le
pidió, entonces, “merçet”, “que me des tu fija, que seya yo su marido”
(552ab), y Apolonio se lo otorgó, pues “della fuste maestro & a mí as guarido”
(554ad).
“Demás yo he jurado de non me çerçenar,
nin rayer la mi barba nin mis unyas tajar,
fasta que pudiesse a Tarsiana desposar:
pues que la he casada, quiérome afeytar” (555).
*
Volvamos atrás catorce o quince años. Echaron por la borda el cuerpo
de la mujer de Apolonio, y “al terçer día” (284a) lo encontraron en una playa
de Éfeso. Un médico prodigioso supo reanimarla (casi resucitarla), y “por
amor que toviese su castidat mejor, / fiziéronle vn monesterio do visquiese
seror / fasta que Dios quisiere que venga su senyor…” (324abc) Hoy la
“música de las esferas” (V, I, 228) duerme al héroe, y se le aparece Diana, o
“vínol’ en visión “un omne blanqueado; / ángel podrié seyer” (577BC), de
parte de la Virgen de las Selvas, ordenándole que fuera su peregrino en Éfeso.
Allí “ganarás tal ganancia / (…) / perdrás todas las cuytas que prisiste en
infançia” (“infançia” vale mocedad) (583ad). Eso hizo, llegó a la capilla “con su
barba treçada (…) ssu barba adobada” (575bc), y muy poco a poco fueron
reconociéndose los esposos, en la voz, en sus cuentos, por sus gestos, por sus
prendas.
En el romance Pericles se presenta en Éfeso, ante su esposa Thaisa, con
las barbas todavía silvestres.
-Thaisa,
Este príncipe, el bravo prometido de tu hija,
Se casará con ella en Pentápolis.
(V, II, 70 – 72)
54
Entonces el padre se dirige a Marina, su hija, la novia:
-Y ahora,
(…) este ornamento
Que me hace parecer malhadado lo recortaré, dándole forma,
Y lo que estos catorce años no ha tocado navaja alguna,
Para llenar de gracia el día de tu boda, lo hermosearé.
(Pericles, V, II, 72 – 76)
Apolonio lleva la barba “trençada” cuando acude a Tarso, donde cree
que hallará a su hija madura, y podrá casarla, y “treçada y adobada” cuando ya
ha asegurado su matrimonio. Pericles alarga algo su penitencia, y no irá al
barbero hasta el día de la boda.
55
Mio Cid
*
Se ve muy crecido en todo mio Cid, y con “casa” (Valencia) (v. 1232), y
quiere que le valga, como signo de sus ganancias reales y simbólicas, la barba
(vv. 1238 – 1242):
Ya.l’ crece la barba e vale allongando;
dixo mio Cid de la su boca atanto:
--¡Por amor del rey Alfonso, que de tierra me á echado,-nin entrarié en ella tigera ni un pelo non avrié tajado,
e que fablassen d’esto moros e cristianos.
Parece voto rabioso, resentido, hecho desde su gloria nueva, contra su
mal señor don Alfonso, y para aumentar su fama entre “moros e cristianos”.
Sin embargo, el rapador parece que no le ha metido tijeras desde mucho antes.
Su barba apellida siempre al Campeador. El poeta, contra los dos reyes moros,
Fáriz y Galve, pinta terrible a mio Cid con éstas: “…¡Dios, cómmo es bien
barbado!” (v. 789) Y es “el de la luenga barba” (v. 1226) cuando lucha contra el
rey sevillano.
Además, ¿son nuevas las juras, o comienzan antes, y tienen otra raíz?
Puesta de hinojos delante de él, y besándole las manos, doña Ximena rogó a
su marido que se acordase de ella y de sus hijas, y lo llama “barba tan conplida”
(v. 268), la parte por el todo, y lo mismo hace el juglar: “Enclinó las manos
la barba vellida, / a las sus fijas en braços las prendía, / llególas al coraçón,
ca mucho las quería; / llora de los ojos,
tan fuertemientre sospira…” (vv.
274 - 277), y es justo ahí donde mio Cid pide a los del cielo “¡…que aún con
mis manos
case estas mis fijas...!” (v. 282b) Y otra vez le dice “la barba
vellida” (v. 930) cuando conoce las “saludes” de su mujer y de sus hijas
después de la primera embajada de Álvar Fáñez. Quizás la promesa va ligada
íntimamente al deseo de casar con sus manos, y bien, a sus hijas.
*
Pasó lo del robledo de Corpes. Luego, “cuando ge lo dizen a mio Cid
el Campeador, / una grand ora pensó e comidió, / alçó la su mano, a la
barba se tomó” (vv. 2827 – 2829) y juró:
--¡Por aquesta barba que nadi non messó,
non la lograrán los ifantes de Carrión,
que a mis fijas bien las casaré yo!—
(vv. 2832 – 2834)
56
Aquí la barba, que nadie ha osado tocarle, significa su honra.
Tomándosela con la mano jura, lo mismo que Apolonio/Pericles, que
remediará a sus hijas, y las casará mucho mejor.
*
Mio Cid entró en Toledo bravo y tremendo, sujetándose “los pelos”
con “una cofia” y atada “con el cordón” “la barba”, que “avié luenga”, para
que no le estorbasen (vv. 3084 – 3100). Todos lo miraban: “en sos
aguisamientos
bien semeja varón” (v. 3125). “No.l’ pueden catar de
vergüença
ifantes de Carrión” (v. 3126). Y enumeró sus demandas, una
detrás de otra, advirtiendo, antes que nada, que la deshonra principal no le
tocaba a él, sino a Alfonso: “por mis fijas que.m’ dexaron
yo non he
desonor, / ca vós las casastes, rey, sabredes qué fer oy…” (vv. 3149 – 3150)
*
El triple combate judicial se celebró “a cabo de tres semanas
en
begas de Carrión” (v. 3481). De él salieron aterrados y muy mal parados los
infantes, con “grant (…) biltança” (v. 3705), disminuidos, valiendo, de ahí en
adelante, menos.
Ruy Díaz, cuando lo supo, “prísos’ a la barba” (v. 3713) y exclamó
aliviado y dichoso, como quien da por terminados sus trabajos y por cumplida
su palabra (vv. 3714 – 3716):
--¡Grado al rey del cielo, mis fijas vengadas son,
agora las ayan quitas heredades de Carrión!
¡Sin vergüença las casaré, o a qui pese o a qui non!—
Andidieron en pleitos los de Navarra e de Aragón,
ovieron su ajunta con Alfonso el de León,
fizieron sus casamientos con don Elvira e con doña Sol.
Los primeros fueron grandes, mas aquestos son mijores,
a mayor ondra las casa que lo que primero fue.
¡Ved cuál ondra crece al que en buen ora nació
cuando señoras son sus fijas de Navarra e de Aragón!
Oy los reyes d’España sos parientes son,
a todos alcança ondra por el que en buen ora nació.
(vv. 3717 - 3725)
Es, para mio Cid, final de cuento casi feliz, casi perfecto. Los infantes
de Carrión quedan fijados en posturas ridículas, y doña Elvira y doña Sol
acaban hechas unas reinas. Ruy Díaz da su sangre a “los reyes de España”,
vigorizándola.
57
Ya puede morirse el héroe, pasar “d’este sieglo” (v. 3726), y terminar su
autor su Cantar, y acabar Per Abbat de escribirlo, y el juglar de recitarlo.
Su último gesto, aquel “prísos’ a la barba” (v. 3713), bendice
histéricamente los nuevos matrimonios de doña Elvira y doña Sol, que él ha
ganado para ellas.
La barba es la señal del guerrero, y la de la hombría, y la del padre-de-lanovia, índice de lo que puede Mio Cid, de lo que vale, de lo que es.
58
Isbadadán
*
Los once cuentos galeses del Mabinogion vienen en El Libro Blanco de
Rhydderch (1300-25) y El Libro Rojo de Hergest (1375-1425). También traen
fragmentos de los mismos, algunos de ellos cien años anteriores al Libro
Blanco, los Manuscritos Peniarth 6, 7, 14 y 16, que se conservan en la Biblioteca
Nacional de Gales, en Aberystwyth. Las fechas de estos documentos no son
relevantes. En el Mabinogion vienen, contaminadas, las historias que empezaron
el mundo. De allí saco la de Cúljuch y Olgüena.
*
Cúljuch, aojado por su madrastra, supo que no podría conocer mujer,
como no fuera a Olgüena, la hija de Isbadadán, el gigante mayor, y fue a casa de
Arturo, su primo hermano, para que mediase.
--Vengo a pedirte un favor.
--Te daré lo que quieras –le respondió Arturo--, menos mi nave, mi
manto, mi espada, mi lanza, mi escudo, mi cuchillo y mi esposa, doña Ginebra.
Arturo le cortó el pelo a Cúljuch con tijeras de plata, lo peinó con peine
de oro, y oyó:
--Gana para mí a Olgüena, la hija de Isbadadán, el gigante mayor.
Encontraron a Olgüena siguiendo el rastro de los tréboles que brotaban
en la sombra de sus pasos. Olgüena le dijo a Cúljuch:
--Pecaríamos tú y yo, Cúljuch, si me fuera contigo como quieres. Sé,
como sabe también mi padre, que el día que yo me case se acaba él. De todos
modos pide mi mano, y promete llevar a cabo todas las tareas que él te mande.
--Bueno.
Fueron a casa de Isbadadán, y le mataron sus nueve porteros, y los nueve
mastines que la guardaban. Y le pidieron a su hija tres días seguidos. El gigante
tenía tres lanzas de piedra, con la punta envenenada, a su lado. Cuando oía la
demanda, arrojaba una contra quienes le apretaban, pero alguno de los
campeones de Arturo la atrapaba y se la devolvía. La primera mañana le
clavaron la lanza en la rodilla. “Cojearé desde ahora.” La segunda mañana le
atravesaron el pecho. “Ya no podré subir cuestas sin fatigarme.” La tercera
mañana entortó. “¡Condenado yerno! ¡Salvaje! Me llorarán los ojos, y me
mareará la luna nueva.”
Los trabajos que el gigante Isbadadán puso al pretendiente de su hija
dicen muchísimo.
59
--En una sola jornada, desmatarás aquel monte, lo ararás, sembrarás la
cebada, la cosecharás, y dejarás que fermente, sacando cerveza suficiente para
hartar a mis invitados. Para la mantilla de la novia, labrarás un campo de lino.
Llenarás estos cuencos de miel, que no sea de abejas, para hacer arrope para los
postres. Tráeme la copa de Luir, con su vino famoso, y la canasta de la
abundancia de Güidneu Piernas Largas, para que no falte de nada en el
banquete, y el caldero de Diurnach, que en él herviremos la carne, y las botellas
de leche que no se agria de Rhynnon, y, para que mi niña sirva a todos con
gracia, el cuerno de Gulgaud Gododín. También, por que me distraigan la
tristeza, el arpa mágica de Teirtu, y los pajarillos cantores de Rhianona, que
despiertan a los muertos y adormecen a los vivos. Luego, para remojarme las
barbas, la sangre de la Bruja Negra, que de otro modo no sabría afeitármelas, y,
para ir bien peinado, los colmillos de Turch Truith, el jabalí sagrado, que con
ellos me haré las tijeras y el peine. Que he de ir aseado a la boda de la niña de
mis ojos.
Todos esos trabajos los terminó Arturo de parte de Cúljuch. La víspera
de la boda uno de la Tabla Redonda afeitó al gigante Isbadadán, apretando el
cuchillo, tocando hueso, cortándole las dos orejas.
--Ya estás afeitado –le dijo Cúljuch--. ¿Me darás ahora a tu hija?
--Sí, muy en contra mía, pues de buena voluntad nunca te la habría dado.
Tómala, y quítame, con ella, la vida que ya me falta.
Otro caballero arrastró al gigante del pelo hasta la cima de la colina
mágica, le cortó la cabeza y la plantó en el centro del patio, en una estaca.
Cúljuch se casó con Olgüena, y fueron felices.
Todas las tareas que impone el gigante Isbadadán son melancólicas.
Busca con ellas aliviar su pena, su angustia (que va a perder a su hija). Con
todas procura que sea una fiesta su casamiento. Las últimas buscan su aseo
personal: irá afeitado, y peinado, a la boda. Pero sabe que su traje de padrino
le servirá de mortaja, que su barbero (el novio) lo degollará.
El gigante Isbadadán conocía su mala suerte, que casar a su hija lo
terminaría. La muchacha también. Y su sino, ¿es particular, o común a todos
los hombres en nuestros comienzos?
60
Bibliografía
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ANÓN. (1995), The Mabinogion, ed. y trad. al inglés Gwyn Jones y Thomas Jones,
Londres, Vermont, Everyman.
ANÓN. Libro de Apolonio (1999), ed. Dolores Corbella, Madrid, Cátedra.
GOWER, John (1975), Confessio Amantis. En BULLOUGH (1975, vol. VIII).
SHAKESPEARE, William, (1994), Pericles (1608-09), F. D. Hoeniger, ed., Londres y
Nueva York, Routledge, Arden.
TIMONEDA, Joan (1986), El Patrañuelo. Ed. José Romera Castillo, Madrid, Cátedra.
TWINE, Lawrence (1975), The Patterne of Painefull Aduentures. En BULLOUGH (1975,
vol. VIII).
WILKINS, George (1975), The Painfull Adventures of Pericles, Prince of Tyre. En
BULLOUGH (1975, vol. VIII).
Obras básicas de referencia
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COVARRUBIAS OROZCO, Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana, o española,
edición de Felipe C. R. Maldonado, revisada por Manuel Camarero, Madrid, Editorial
Castalia, Nueva Biblioteca de erudición crítica, 1995.
MOLINER, María, Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1986.
Oxford English Dictionary, 2ª ed., CD-ROM, Oxford, Oxford U. Press, 1999.
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de Autoridades (Aut.), Madrid, Gredos, ed.
facsímil, 1990.
SECO, Manuel, ANDRÉS, Olimpia y RAMOS, Gabino, Diccionario del español actual,
Madrid, Aguilar, 1999.
61
62
Hados y libre albedrío
Prólogo
¿Cuánto podemos? Nuestra vida, ¿está escrita en el cielo? ¿Tenemos
libre el albedrío, y alcanza éste algo? Shakespeare, el hombre, dio la palabra, y
la voz, al poeta de los Sonetos, y a los personajes de sus obras, y ellos discurren
sobre esta cuestión.
63
En los Sonetos
Shakespeare, astrónomo muy particular
XIV
De las luminarias del cielo no arranca Shakespeare, como frutas del
paraíso, su “juicio”8. No usa su “astronomía”…
“…para acertar la buena suerte, o la mala,
Para anunciar plagas, hambrunas, o la calidad de las estaciones;
Ni sé desmenuzar la fortuna hasta el minuto más breve,
Señalando a cada cual su trueno, su lluvia, su viento,
Ni asegurar con los príncipes si algo irá bien
Prediciéndolo por cosas que encuentro en el cielo…”
El poeta practica la ciencia caldea, pero no estudia otras “estrellas” que
las “constantes” que forman los ojos de su amiguito. Mirando en ellas (en
ellos) hace sólo este pronóstico: cuando su chico se acabe, se terminarán con
él la verdad y la belleza.
Shakespeare, desafortunado
Una y otra vez el poeta entiende que la Fortuna lo persigue sañuda.
Solamente lo remedia el amor del amigo.
XXV
Algunos, “que tienen el favor de sus estrellas”, pueden “presumir” de
“honores públicos, y de orgullosos títulos”,
“Mientras que yo, a quien la fortuna separa de tales triunfos,
Me gozo, secreto, en aquello que más honro…”
(1 – 4)
En el amor, quiere decir, que se tienen él y el amigo.
“Not from the stars do I my judgement pluck…” (1) Judiciarios son “los que ejercitan el arte de
adivinar por los Astros…” (Aut.). Juicio “llaman los Astrólogos al Pronóstico que hacen de los
sucesos del año, discurriendo por las Lunas. Y también al que hacen por las configuraciones de los
Astros, en orden a la vida o acciones de algún sujeto, que llaman levantar figura” (Aut.).
8
64
XXVI
El poeta dirige al “señor” de su “amor” (1) “esta embajada escrita” (3),
“Hasta que la estrella, fuera cual fuera, que guía mis movimientos,
Apunte hacia mí graciosamente, con su mejor aspecto,
Y vista con ropas elegantes mi desastrado amor
Para mostrarme merecedor de tu dulce respeto…”
(9 – 12)
XXIX
“Cuando en desgracia de la fortuna y de los ojos de los hombres
Lloro, en soledad, mi destierro,
Y enfado a los sordos cielos con mis inútiles lamentos,
Y me miro, y maldigo mi hado [my fate]…”
(1 – 4)
El poeta corría con desgracia, padecía un destierro literal o figurado, y
envidiaba la esperanza de éste, la belleza de aquél, el arte de uno, la libertad del
otro, hasta que se acordaba del amigo (10), y entonces no cambiaría su
“estado” por el de “los reyes” (14).
XXXVII
“So I, made lame by fortune’s dearest spite…” (3) El “aborrecimiento
de la fortuna”, lastimando sus partes “más preciosas”, ha dejado al poeta
“tullido” (es la misma suerte de Edgar, en El rey Lear). Sólo encuentra
consuelo en la “abundancia” (11) del amigo.
XC
“Así que ódiame cuando te plazca y, si alguna vez vas a hacerlo, hazlo ahora,
Ahora, mientras el mundo se empeña en atropellar mis acciones,
Únete al aborrecimiento de la fortuna…”
(1 – 3)
Otra vez el poeta siente la aversión de la fortuna: “Join with the spite of
fortune”.
65
Su oficio teatral, malaventuranza
CXI
“Oh, hacedlo vos por mí, reñid a la Fortuna,
La diosa culpable de mis dañinos actos,
Que no me dio otro oficio para ganarme la vida
Que éste, público, que cría maneras públicas9;
De ahí viene que mancillen mi nombre,
De ahí, casi, que mi naturaleza se vea rebajada
Por aquello en lo que se ocupa, como la mano del tintorero.”
(1 – 7)
William Shakespeare se querella contra la diosa Fortuna, que lo ha
empleado en el teatro, mester demasiado público, que lo rebaja.
Amor y poesía, contra el Tiempo y la Fortuna
El amor del poeta por el amigo, y sus sonetos, son más poderosos que
el Tiempo y la Fortuna.
CXV
Shakespeare medita sobre “el tiempo, cuyos accidentes, que se cuentan
por millones” (5), todo lo mudan. Así, mintió cuando aseguraba que no podía
querer más al amigo (1 – 2). “El amor es un bebé” (13). Y el suyo crece aún.
CXXIV
El amor del poeta no es “el bastardo de la fortuna” (2): “fue construido
lejos de todo accidente” (5).
XV
“Cuando considero… (…) / Que en este gigantesco teatro no se
representa otra cosa que espectáculos / Que las estrellas ordenan en secreto, y
comentan…” (1; 3 – 4)
Público “se toma también por vulgar, común y notado de todos: y así se dice, ladrón público,
mujer pública, &c. Lat. Publicus” (Aut.).
9
66
Las estrellas escriben el guión de las comedias que improvisamos, y
sirven luego de Coro.
En este “gigantesco teatro” nada sostiene su “perfección” (2): todo lo
gastan las horas. Sólo el poeta, mediante su amor, y con la ayuda de sus
Sonetos, en guerra con el tiempo, ahorra al amigo esa decadencia (13 – 14).
XVIII
La “casualidad” (“chance”), o “el curso cambiante de la naturaleza”,
estropean toda belleza (7 – 8). Sólo el amigo conserva su “verano eterno” (9)
en los “versos eternos” (12) que él le ha escrito.
67
Apellidos de la Fortuna
Un general romano pide a “la bella diosa Fortuna” que se enamore de
Coriolano, y lo favorezca (Coriolano, I, V, 20). Próspero la califica de
“generosa” o “abundosa” (“bountiful”) (La Tempestad, I, II, 178). Pero la
Fortuna es “ciega” (Los dos nobles parientes, II, II, 38), y puede mostrarse
también “ultrajosa” (pero “outrageous” puede valer “antojadiza”) (Hamlet; III,
I, 58), “torcida” (“wayward”) (Pericles, V, I, 89), “fullera” (“ill-dealing”) (Los dos
nobles parientes, I, III, 5), sutil tahúr (Los dos nobles parientes, V, IV, 112 – 113), o
“pendenciera” (“quarrel”) (El rey Enrique VIII, II, III, 14), o ser “la puta de un
rebelde” (Macbeth, I, II, 14 – 15).
La suerte, o casualidad (“Chance”) es injuriosa (Troilo y Crésida, IV, IV,
32) y “voluble” (Los dos nobles parientes, I, II, 67).
68
El Tiempo, Padre de nuestras suertes
*
Pándaro alcahueteaba para Troilo delante de Crésida, y sin venir mucho
a cuento dice: “Well, the gods are above; time must friend or end” (Troilo y
Crésida, I, II, 75 – 76). “Bueno, los dioses están arriba, y el tiempo habrá de
favorecerte o terminarte.”
*
Se llevaban a Crésida al otro lado, para desgracia de Troilo. Paris,
compadecido, dice, aparte, a Eneas: “The bitter disposition of the time / will
have it so” (Troilo y Crésida, IV, I, 47 – 49). “No hay otro remedio. / La
amarga disposición del tiempo / ha querido que así sea.”
*
--La noche se ha mostrado ingobernable: donde dormíamos
Las chimeneas se han desplomado, y, según dicen,
Se oían lamentos en el aire, extraños chillidos de muerte,
Que profetizaban, con acentos terribles,
Combustiones y confusos sucesos,
La nueva pollada del triste tiempo. El pájaro oscuro
Ha gritado toda la noche: algunos dicen que la tierra
Tenía fiebre, y sufría sacudidas.
(Macbeth, II, III, 60 – 67)
Era que habían asesinado al Rey. Ross y su padre confirman la rareza de
los últimos días: nunca amanecía, todo parecía “antinatural”, “el pasado
martes” un mochuelo ratonero cazó un halcón y lo mató, y los caballos del
Rey Duncan habían roto las puertas de sus cuadras y se devoraban entre sí (II,
IV, 1 – 20).
-¡Ay! Mi buen padre,
Ya ves, los cielos [the heavens], como si los escandalizase el acto del hombre,
Amenazan su sangriento teatro.
(Macbeth, II, IV, 4 – 6)
69
*
En su querella, Lucrecia, desgraciada por Tarquino, maldice al Tiempo,
ama de leche y asesino de todas las cosas (929). Su “sirviente”, “la
Oportunidad” (932), ha “cancelado” sus “fortunas”. Pero entre las glorias del
Tiempo (939) se halla la de “girar la rueda redonda y vertiginosa de la
Fortuna” (952), y Lucrecia sabrá cancelar su “destino” dándose muerte (1729).
(La violación de Lucrecia)
70
La Rueda de la Fortuna
*
Edmundo sabe que está a punto de cumplirse su destino (sus horas
contadas): “La rueda ha completado su círculo: aquí estoy” (El rey Lear, V, III,
173).
*
Está dicho. Lucrecia, desgraciada, hallaba algún consuelo en el hecho de
que la “gloria del tiempo” (939) consiste también en “girar la rueda redonda y
vertiginosa de la Fortuna” (952).
(Lucrecia)
*
Han echado a Kent a los hierros. Pero lee una carta de Cordelia, que
promete mejorar al Rey. “Fortuna, buenas noches: sonríe una vez más; gira tu
rueda” (El rey Lear, II, II, 171).
71
Plegarias
*
Tito Larcio, general romano, saludaba a Cayo Marcio, al que titularían
“Coriolano”:
-Ahora, que la bella diosa Fortuna
Se enamore profundamente de ti, y que sus grandes hechizos
Hagan errar las espadas de vuestros enemigos! Valiente caballero,
¡Que la Prosperidad sea vuestro paje!
(Coriolano, I, V, 20 – 23)
*
Teseo salía, casado a medias, para la guerra. La novia, Hipólita, deseaba
que tuviera fuerzas en exceso, sobradas, “para que pueda / derrotar a la fullera
fortuna” (I, III, 3 – 5). Luego entrará en su habitación y, arrodillada, pedirá
que sus “fortunas” sean favorables (I, III, 93 – 94).
(En Los dos nobles parientes)
*
Teseo regresa victorioso. Las tres Reinas, viéndose remediadas, piden
su bendición:
Reina Primera:
¡Que ninguna estrella te mire oscura!
Reina Segunda:
¡Que tanto el cielo como la tierra
Sean siempre tus amigos!
Reina Tercera:
¡Que todos los bienes que puedan desearse
Se derramen sobre tu cabeza, y amén!
(Los dos nobles parientes, I, IV, 1 – 3)
72
La Fortuna distingue
*
Creían Agamenón, “nervio y hueso de Grecia” (Troilo y Crésida, I, III,
55), y Néstor, su consejero más prudente, entonces, como Coriolano, el Gran
Capitán de los romanos, y su madre tremenda, Volumnia, que la Fortuna sirve
para revelar lo que somos, y cuánto valemos. En sus tempestades se prueban
los buenos.
*
El cerco de Troya duraba siete años. Agamenón arengaba a sus
hombres:
Agamenón:
Néstor:
Y ¿por qué, príncipes,
Os sonrojáis al contemplar nuestros trabajos,
Y juzgáis que nos avergüenzan, cuando no son otra cosa
Que las interminables pruebas del gran Júpiter?
Con ellas Él ensaya la persistencia y la constancia en el hombre.
La fineza de nuestro metal no se encuentra
Cuando la Fortuna nos mira amorosa, pues, entonces, el valiente y el
cobarde,
El sabio y el bobo, el artista y el ignorante,
El duro y el blando, parecerían afines, y emparentados.
No: en el viento y en la tempestad de su ceño
La distinción, con un fuelle ancho y poderoso,
Soplando sobre todos, aventa las ahechaduras,
Y aquello que posee masa o materia en sí mismo
Conserva la riqueza de sus virtudes, y no se mezcla.
Con la debida observancia de tu divino asiento,
Gran Agamenón, Néstor comentará ahora
Tus últimas palabras. En las suertes contrarias
Se prueba el verdadero valor de los hombres.
Sigue luego con una alegoría. En los mares mansos todos pueden
navegar, pero cuando se enfurecen, sólo los navíos más bravos aguantan. “Del
mismo modo / se muestra el valor, y se divide / en las tormentas de la
fortuna” (Troilo y Crésida, I, III, 17 – 47).
73
*
Desterraron a Coriolano, desagradecidos, los romanos.
Coriolano: Vamos, dejad vuestras lágrimas. ¡Un breve adiós! La bestia
De muchas cabezas me echa a cornadas. No, madre,
¿Dónde está vuestro antiguo coraje? Solíais
Decir que los extremos templaban el ánimo,
Que los hombres comunes pueden soportar suertes [chances] comunes,
Que cuando el mar está en calma todos los barcos por igual
Muestran su arte de navegar; los golpes de fortuna,
Cuando tocan en el corazón, y lastiman al gentilhombre, exigen
Una inteligencia noble. Solíais cargarme
De preceptos que volverían invencible
El corazón que los siguiera.
(Coriolano, IV, I, 1 – 11)
74
Defensores del libre albedrío
*
Casio denunciaba a Julio César, viéndolo tan aumentado. “Y este
hombre / se ha convertido ahora en dios” (I, II, 115 – 116). Y querían
encima, algunos, hacerlo rey (I, II, 215 – 254; I, III, 85 - 88). Había que salvar
la República:
Cassius:
Men at some time are masters of their fates,
The fault, dear Brutus, is not in our stars,
But in ourselves, that we are underlings.
(I, II, 138 – 140)
Casio:
Los hombres, en algunas ocasiones, son dueños de sus destinos:
La falta, querido Bruto, no está en nuestras estrellas,
Sino en nosotros mismos, si somos lacayos.
*
Roderigo confiesa su “vergüenza”: carece de la “virtud” suficiente para
“enmendar” el amor que le tiene a Desdémona. Yago protesta:
--¿Virtud? ¡Una higa! Está en nosotros mismos ser así, o así. Nuestros
cuerpos son jardines, y nuestras voluntades les sirven de jardineros. De manera que
si queremos plantar ortigas o sembrar lechugas, tener hisopo y arrancar el tomillo,
cultivarlo sólo con un género de hierbas o distraerlo con muchas, si dejamos,
perezosos, que se pierda, estéril, o lo abonamos con industria, en cualquier caso el
poder y la autoridad que nos permite corregir el mundo reside en nuestras voluntades.
(Otelo, I, III, 318 – 327)
Y eso es el amor, “es meramente una calentura de la sangre y una
licencia de la voluntad” (Otelo, I, III, 335 – 336).
“’Tis in ourselves that we are thus…” “Está en nosotros mismos ser
así, o así…” Nos hace nuestra voluntad. Somos lo que queremos.
75
*
Según Gloucester, los “últimos eclipses del sol y de la luna” son
heraldos de su mala suerte, y de la del mundo:
--Estos últimos eclipses del sol y de la luna no presagian nada bueno para
nosotros. Aunque las Ciencias de la Naturaleza puedan razonarlo así y así, la
naturaleza se ve azotada por sus efectos consiguientes. El amor se enfría, la amistad
se derrumba, los hermanos se dividen, hay, en los palacios, traición, y se quiebra el
lazo entre el hijo y el padre. Este villano mío [lo dice por Edgar] cae bajo la
predicción: he ahí al hijo contra su padre. El Rey se desvía de la tendencia natural:
he ahí al padre contra su hijo. Hemos visto lo mejor de nuestro tiempo. Las
maquinaciones, el engaño, la traición y todos los ruinosos desórdenes nos siguen
inquietos hasta nuestras tumbas.
(El rey Lear, I, II, 104 – 114)
Edmundo, su hijo bastardo y torcido, critica su opinión:
--Ésta es la excelente estupidez del mundo, que cuando enferma nuestra
fortuna, cosa que a menudo trae la indigestión de nuestro propio comportamiento,
hacemos culpables de nuestros desastres al sol, a la luna y a las estrellas, como si
fuésemos villanos por necesidad, bobos por obligación celestial, bellacos, ladrones, y
traidores por el predominio esférico, borrachos, embusteros y adúlteros por una
obediencia forzosa a la influencia planetaria, y toda nuestra maldad viniera por
imposición divina. Una evasión admirable del putero, que carga sus inclinaciones
cabrunas sobre una estrella. Mi padre se juntó con mi madre bajo la cola del dragón,
y mi natividad tuvo lugar bajo la Osa Mayor, y de ahí se sigue que yo soy un bruto,
y lujurioso. ¡Bah! Yo habría sido lo que soy aunque la estrella más virginal del
firmamento hubiera brillado cuando me hicieron bastardo.
(El rey Lear, I, II, 118 – 133)
*
Creonte, el “tirano” (I, II, 63), “deifica únicamente / a la Voluble
Casualidad [Chance]”, y “sólo atribuye / las facultades de otros instrumentos
/ a su nervio y a sus actos” (I, II, 66 – 69). Él puede más, entonces, que el
Destino.
(En Los dos nobles parientes)
76
*
En la Ilíada (II, 212 ss.) Homero pinta a Tersites cobarde, ridículo,
patizambo, rengo, jorobado, con una cabeza picuda y casi pelón. Es el hombre
peor que ha llegado a Troya. Shakespeare siguió la tradición, y en la “lista de
roles” resume a Tersites, “un griego deforme y bufón”: ésa es, exactamente, su
parte.
Tersites contempla los cuernos del marido de Elena. “Pero ¡ser
Menelao! Conspiraría contra el destino [destiny]. No me preguntéis lo que quisiera
ser, si no fuera Tersites, porque no me importaría ser piojo o lázaro, con tal de
no ser Menelao” (Troilo y Crésida, V, I, 61 – 65).
“I would conspire against destiny.” Tersites opina que se puede
conspirar contra el destino…
*
Ariel había dormido al rey de Nápoles, con su guardia personal.
Antonio, traidor antiguo, pertinaz, jaleaba a Sebastián para que matase a su
hermano y ganase, con ello, su corona:
Antonio:
Noble Sebastián,
Dejas que tu fortuna duerma…o, más bien, que muera; guiñas los dos ojos
Estando despierto.
Sebastián:
Roncas con mucho ruido,
Y tus ronquidos significan algo que importa.
(II, I, 210 – 213)
Antonio pensaba que somos dueños de nuestra suerte, que ésta se halla
“a nuestro cargo” (“in yours and my discharge”):
--…Y el destino [destiny] nos permite obrar de modo
Que el pasado sea nuestro prólogo, y el porvenir
Cosa de vos y mía.
(II, I, 247 – 249)
No podrá.
77
*
--A menudo tenemos nuestro remedio,
Que buscamos en el cielo, muy a mano. [The fated sky] El fatal firmamento
Da campo a nuestra libertad; sólo nos tiran atrás,
Si somos torpes, nuestros lentos designios.
(Bien está lo que bien acaba, I, I, 212 - 215)
Helena, campeona de la libertad, se casó con quien ella quería (así se
remediaba) después de pasar muchos trabajos, y con mucha inteligencia.
*
Casio, héroe paradójico de la República romana (traiciona al César, y lo
asesina), nos pensaba libres. La brava Helena, también. Los otros que afirman
que nuestra suerte no está escrita en los rollos celestiales son malos (Yago,
Edmundo, Antonio) o cínicos grotescos (Tersites).
78
Estrellas y hado contagiosos
Tiene cada uno sus estrellas, y su hado, privados. Y pueden ser
contagiosos. Sebastián, náufrago, se despide de Antonio, su amigo, que lo ha
rescatado.
Antonio:
Sebastián:
¿No os quedaréis más tiempo? ¿Y no queréis que vaya con vos?
Os pido paciencia: no. Mis estrellas brillan oscuramente sobre mí. [My stars
shine darkly over me.] La malignidad de mi hado [The malignancy of my
fate] podría acaso torcer el vuestro, de modo que ruego que me deis licencia
para que pueda soportar mis penas solo. Mal recompensaría vuestro amor
cargándolas sobre vos.
(Noche de reyes, II, I, 1 – 8)
79
“Fate, show thy force; ourselves
we do not owe.”
Olivia se ha enamorado repentinamente de Cesario (pero es Viola
travestida):
--Destino, muestra tu fuerza: no somos dueños nosotros de nuestra suerte.
Lo que está decretado que sea, tendrá que ser, y así sea esto.
(Noche de reyes, I, V, 314 – 315)
“Fate, show thy force; ourselves we do not owe…” Olivia se reconoce
sierva del Destino, enamorada forzosa, casi mágica.
80
Fortuna olorosa del Capitano
Parolles, Capitano, siguiendo la estrella fija de su máscara, había sido
ridiculizado, quedando como cobarde. “Me veo ahora, señor, ensuciado por el
humor de la Fortuna, y el olor algo fuerte que despido arranca de su fuerte
aborrecimiento”. Es que se ha hecho encima, apretado por el miedo, y apesta.
Traía una carta para Lafeu. “¿Daréis papel sacado del retrete de la Fortuna a
un noble?” El Bufón glosa sus palabras para Lafeu: “He aquí, señor, el boñigo
de la Fortuna, o el gato de la Fortuna, pero un gato no perfumado, puesto que
se ha caído en el turbio estanque de peces de su aborrecimiento y dice que,
con todo eso, se ha ensuciado.” Parolles se defiende como puede: “Mi señor,
soy un hombre a quien Fortuna ha arañado.” Y Lafeu le responde, divertido:
“¿Y no será que habéis interpretado la parte del bellaco con doña Fortuna, y
ella ha tenido que arañaros? Mirad que ella es una buena dama, y no permite
que los bellacos prosperen mucho tiempo bajo su gobierno.”
(Bien está lo que bien acaba, V, II, 1 – 32)
Parolles culpa a Fortuna de su desgracia; el Bufón sabe que su parte de
Capitano (su naturaleza) lo determina.
81
En las tres partes de El rey Enrique VI
*
Lamentan, en su funeral, la muerte del rey Enrique V:
--¡Que cuelguen del cielo cortinas negras, y se rinda el día a la noche!
Y vosotros, cometas, que señaláis cambios en los tiempos y en los estados,
Sacudid vuestras trenzas de cristal en el firmamento
Y, con ellas, azotad a las malas, rebeldes estrellas
Que han consentido la muerte de Enrique…
(I, I, 1 – 5)
Así se abre la Primera Parte de El rey Enrique VI.
*
En lo de San Albano achuchaban los York a los Reyes. Les habían
matado a sus campeones. Enrique no se movía, parecía a su esposa “lento”.
“¿De qué estáis hecho? Ni queréis luchar ni huir.” “¿Es que podemos
adelantarnos, por mucho que corramos, a los cielos? [Can we outrun the
heavens?]” (V, II, 72 – 74)
(En la Segunda Parte de El rey Enrique VI)
*
Eduardo de York no sería, desde ahora, “sino la sombra” de rey. Sus
enemigos le han quitado la corona, para dársela a Enrique, rey “verdadero”
(IV, III, 50 – 51).
--Lo que los hados [fates] imponen, los hombres deben acatarlo;
De nada sirve resistir a la vez vientos y mareas.
(IV, III, 59 – 60)
(En la Tercera Parte de El rey Enrique VI)
*
Las estrellas torcidas, “los cielos”, o “los hados” determinan nuestra
suerte: nada podemos contra ellos.
82
En Julio César
*
Casio:
Los hombres, en algunas ocasiones, son dueños de sus destinos:
La falta, querido Bruto, no está en nuestras estrellas,
Sino en nosotros mismos, si somos lacayos.
(I, II, 138 – 140)
Esta defensa famosa del libre albedrío (no manda en nosotros la estrella
que presidía nuestra concepción, o nuestro nacimiento; pueden nada más, en
lo nuestro, nuestra voluntad, y nuestra naturaleza) pega mal en esta obra que
tiene tanto de tragedia griega. Todo está escrito en el libro del Cielo, la muerte,
primero, de Julio César, las de sus traidores, luego.
*
“Guárdate del idus de marzo. (…) Guárdate del idus de marzo” (I, II,
18 y 23). Avisaba a Julio César un “adivino” (19), pero, juzgándolo “soñador”,
no hizo caso (I, II, 24). Brutus, luego, preguntará a su criado: “¿No es
mañana, chico, el idus de marzo?” “No lo sé, señor.” “Mira en el calendario, y
dímelo” (II, I, 40 – 42).
*
Hay una tempestad de fuego (I, III, 10), “prodigios” (28), “cosas
portentosas” (31), “un tiempo extrañamente dispuesto” (33): señales de “la
extraña impaciencia de los cielos” (61) que observan “un estado monstruoso”
(71), que quieren los senadores “establecer a César como rey” (86).
*
César:
Ni la tierra ni el cielo han tenido paz esta noche:
Tres veces Calfurnia ha gritado en sueños,
¡Socorro, ay! ¡Que asesinan a César!
(II, II, 1 – 3)
Julio César ordena inmediatamente que los “sacerdotes presenten un
sacrificio” y le traigan “sus opiniones” (II, II, 5 – 6). Su esposa Calfurnia le
suplica que no salga hoy de casa, tiene miedo, pues el centinela ha observado
esa noche “horribles apariciones”, una leona callejeando, las tumbas
desocupadas, y sus fantasmas chillando fuera, “guerreros feroces, fieros”,
peleando en las nubes, derramando sangre sobre el Capitolio (II, II, 13 – 26).
83
Él responde:
-¿Hay algo que pueda ser evitado
Si los poderosos dioses han buscado su final?
(…)
Los cobardes mueren muchas veces antes de sus muertes,
El valiente no prueba la muerte sino una vez.
La muerte es “un final necesario”, y “vendrá cuando venga” (II, II, 26 –
37).
Eso ha dicho César, valiente o resignado, pero, por si acaso, pregunta:
“¿Qué dicen los augures?”
--No desean que salgáis hoy.
Mirando en las entrañas de una ofrenda
No han podido encontrar, dentro de la bestia, el corazón.
(II, II, 37 – 40)
Él irá al Senado, de todos modos, que acaso, con esos signos, los dioses
calan su cobardía. Calfurnia, de nuevo, le ruega que ponga alguna excusa, que
no vaya, y él, por seguirle el “humor”, dirá que no se encuentra “bien”, y se
quedará en casa (II, II, 41 – 56). Pero vienen los “secretos romanos” (II, I,
125), sus enemigos, con engaños, a sacarlo de ella. Él dice aún que no quiere
ir, que su esposa ha soñado que su estatua sangraba como una fuente de cien
caños. Decio, entonces, uno de los confabulados, suelta el sueño para que
signifique lo contrario, y le advierte que hoy van a coronarlo en el Senado,
pero que, si vieran que, aprensivo, no acude, podrían cambiar de opinión.
Finalmente, a César le parecen “tontos” sus “temores”, y le avergüenza
haberse rendido a ellos. Irá (II, II, 57 – 107).
Artimidoro, “sofista de Cnidos”, va a avisar a Julio César, dándole a leer
un papel que nombra a los conjurados. “Si lees esto, César, podrás vivir; / si
no, los Hados [the Fates] conspiran con los traidores” (II, III, 15 - 16). Delante
del Capitolio, muy cerca del Senado, ve al adivino de antes. César lo saluda,
socarrón:
--El idus de marzo ha venido.
--Sí, César, pero aún no se ha ido.
84
Después le sale al paso Artimidoro, intenta darle el panfleto, pero a
César le parece una impertinencia, y sigue su camino (III, I, 1 – 12).
Asesinarán a Julio César.
*
Marco Antonio, sobre el cuerpo roto de Julio César, hace una profecía:
la “furia doméstica y una feroz guerra civil / asolarán todas las partes de
Italia”, y “el espíritu [spirit] de César, buscando venganza, / con Ate a su lado
saldrá, encendido, del infierno”, traerá el caos y “soltará los perros de la
guerra” (III, I, 259 – 273).
Bruto quiso que durmiesen con él, en su tienda, la víspera de la batalla,
sus criados, y que Lucio sonase para él algún instrumento, mientras llegaba el
sueño. Cogió un libro que estaba leyendo y ahí vio que entraba el Fantasma de
César…
Bruto:
¡Esta cera no arde bien! ¿Qué? ¿Quién entra?
Creo que será la debilidad de mis ojos
La que forma esta aparición monstruosa.
Viene hacia mí. ¿Eres algo?
¿Eres algún dios, algún ángel, algún diablo,
Que haces que se me congele la sangre y los cabellos miren fijamente?
Dime qué eres.
Fantasma: Tu espíritu malo [Thy evil spirit], Bruto.
Bruto:
¿A qué vienes?
Fantasma: A decirte que me verás en Filipo.
Bruto:
Bien, entonces ¿volveré a verte?
Fantasma:
Sí, en Filipo.
Bruto:
Vale, te veré en Filipo entonces.
[El Fantasma desaparece]
Ahora que me he armado de valor desapareces:
Espíritu malo [Ill spirit], quisiera seguir conversando contigo.
(IV, III, 243 – 286)
Ya se han dado muerte Casio y Titinio. Bruto sabe quién anda por ahí.
“¡Oh, Julio César! ¡Eres todavía poderoso! / Tu espíritu [Thy spirit] camina, y
hace que busquemos con las espadas / nuestras propias entrañas” (V, III, 94 –
96).
85
Volumnio: ¿Qué dice mi señor?
Bruto:
Esto, Volumnio:
Que el fantasma de César [the ghost of Caesar] se ha aparecido ante mí
Dos veces: una, en Sardis,
Y esta última noche en los Campos Filípicos.
Sé que mi hora ha llegado.
(V, V, 16 – 20)
*
Casio también conoce la hora de su muerte:
--Este día alenté primero; el tiempo ha dado la vuelta,
Y, donde empecé, allí voy a terminarme;
Mi vida ha corrido su curso [My life is run its compass].
(V, III, 23 – 25)
*
Cinna, “el poeta”, ha soñado que se banqueteaba con César, y ha
notado que aquella “fantasía” (III, III, 2) estaba cargada de mala suerte. “No
quiero salir de casa, / pero algo me empuja afuera” (III, III, 3 – 4). Sus
aprensiones eran acertadas. Unos ciudadanos (la chusma) lo rodean, e
interrogan.
--Decidnos vuestro nombre, señor, sin faltar a la verdad.
--Mi nombre es, en verdad, Cinna.
--Despedazadlo: es uno de los conspiradores.
--Soy Cinna el poeta, soy Cinna el poeta.
--Hacedlo pedazos por sus malos versos, hacedlo pedazos por sus malos versos.
--Que no soy Cinna, el conspirador.
--No importa, su nombre es Cinna: arrancadle el nombre del corazón, y dejadlo ir.
--¡Hacedlo pedazos, hacedlo pedazos!
(III, III, 28 - 40)
Las aprensiones de Cinna, y su mala pata, remedan a lo ridículo las de
Julio César.
86
Aprensiones de Troilo
“But something may be done that we will not…”
Compraban a Crésida para su padre, Calcas. Troilo no se fiaba, que los
griegos tenían muchas gracias:
Troilo:
…Pero no te dejes tentar.
Crésida:
¿Crees que lo haré?
Troilo:
No.
Pero pueden suceder cosas que no queremos...
(Troilo y Crésida, IV, IV, 90 – 93)
“But something may be done that we will not…” Nuestra voluntad
puede a veces menos que el destino, pues “nuestras fuerzas” (“our powers”)
son frágiles (IV, IV, 95).
“injury of chance”
Troilo comunicó a su amiga que se la llevaban “de Troya y de Troilo”.
Crésida:
¿Es posible?
Troilo:
Y repentinamente, de modo que la suerte, injuriosa,
Estorba que nos despidamos…
(Troilo y Crésida, IV, IV, 31 – 33)
Injuria es “hecho (…) contra razón, o contra lo que debe ser,
especialmente contra justicia, por el daño que se sigue a otro” (Aut.).
87
En El Rey Lear
*
Comparando a Cordelia con sus hermanas, Kent niega la fuerza de la
herencia biológica:
-Son las estrellas,
Son las estrellas, allá arriba, las que gobiernan nuestras condiciones,
De otro modo un marido y una mujer no podrían engendrar
Hijas tan diferentes.
(El rey Lear, IV, III, 33 – 36)
*
Lear cree que es prisionero de su hija Cordelia:
--…Soy, seguro,
El hijo bobo de la fortuna.
(El rey Lear, IV, VI, 186 – 187)
*
Gloucester, ciego, pregunta a su hijo Edgar: “Ahora, mi buen señor,
¿qué sois?” Él responde: “Un pobre hombre, al que los golpes de la fortuna
han domado [made tame]” (El rey Lear, IV, VI, 216 – 217). Esto, en el Folio. El
Cuarto (IV, VI, 225) dice, empleando la misma expresión del soneto XXXVII:
“Un pobre hombre, al que los golpes de la fortuna han tullido [made lame]”.
88
La “cuestión”
El Príncipe, perplejo, dudosísimo, tenía un solo trabajo, formidable, que
le había impuesto un fantasma armado con el rostro y el gesto y la voz de su
padre. Vacilaba entre la angustia y la muerte.
Hamlet:
Ser o no ser, ésa es la cuestión:
Si parece más noble para tu conciencia sufrir
Las hondas y flechas de la ultrajosa [outrageous] fortuna,
O tomar las armas contra un mar de calamidades
Y, oponiéndose a ellas, terminarse.
(Hamlet, III, I, 56 – 60)
89
La palabra de las Tres Brujas
La palabra (sobrenatural) de las tres Brujas ordena la tragedia de Macbeth.
*
La palabra de las tres Brujas dice lo que está escrito que pasará. Ya han
hecho a Macbeth, como habían anunciado las feas, señor de Glamis y de
Cawdor. Faltaba, para que se cumpliese entera la profecía, que llegase a rey.
Macbeth, aparte, se somete a la suerte, y no hará nada:
--Si la suerte [chance] quiere que sea rey,
Bueno, que sea la suerte [chance] la que me corone,
Sin que yo mueva un dedo.
(I, III, 143 – 145)
No obstante, la palabra de las tres Brujas es dudosa, incierta:
Banquo:
…¿Qué son éstas
Tan gastadas y salvajes en sus hábitos
Que no parecen habitantes de la tierra,
Y, sin embargo, están en ella? ¿Vivís? O ¿sois algo
Que un hombre pueda interrogar?
(I, III, 39 – 43)
Macbeth:
Hablad, si podéis: ¿qué sois?
(I, III, 47)
Banquo:
…En nombre de la verdad,
¿Sois fantásticas? ¿O sois eso
Que aparentáis?
(I, III, 52 – 54)
Banquo:
Si podéis mirar en las semillas del tiempo,
Y decir qué grano crecerá y cuál no,
Habladme entonces a mí, que ni mendigo ni temo
Vuestros favores o vuestro odio.
(I, III, 58 – 61)
90
Son, cree por ahora Macbeth, “imperfectas habladoras” (“imperfect
speakers”) (I, III, 70). Y las desafía:
--…Decidme, ¿de dónde
Sacáis esta extraña inteligencia? O ¿por qué
Nos detenéis en nuestro camino en este páramo terrible
Con saludos tan proféticos? Hablad, os lo ordeno.
(I, III, 75 – 78)
Desaparecieron entonces, y “lo que parecía corporal se disolvió / como
el aliento en el aire”. Banquo titubeó: ¿las habían visto? “¿O hemos comido la
raíz insana / que hace prisionera a la razón?” (I, III, 81 – 85) Desconfiaba:
--…Pero es extraño:
Y a menudo, para ganarnos para nuestro daño,
Los instrumentos de las tinieblas nos dicen verdades,
Nos rinden con nonadas verdaderas, y nos traicionan luego,
Con las más hondas consecuencias.
(I, III, 122 – 126)
Macbeth tampoco sabía a qué atenerse, y resumía así sus vacilaciones:
“y nada es / excepto lo que no es” (“and nothing is / but what is not”) (I, III,
141 – 142).
Después, en una carta urgente a su mujer, Macbeth calificaba la palabra
(misteriosa) de las Brujas como “el informe más perfecto”, pues “poseen algo
más que la ciencia mortal”, y se confesaba maravillado, en éxtasis (I, V, 1 – 7).
Las inseguridades de Banquo y Macbeth son semejantes a las del
Hamlet delante del Fantasma de su Padre.
*
Ya era Macbeth rey, pero le dolía que pudiesen sucederlo los hijos de
Banquo.
--Antes que eso, ¡que salga el destino [fate] a la palestra
Y sea mi paladín, hasta que se cumpla la palabra de las brujas!
(III, I, 71 – 72)
91
*
Hécate se sonreía: las nuevas profecías harán que Macbeth, confundido,
“desprecie al destino [fate], se burle de la muerte, y conserve / sus esperanzas
más allá de la sabiduría, la gracia y el miedo” (III, V, 30 – 31).
*
La palabra de las Brujas (que dice lo que está escrito en el rollo del cielo
o, más bien, en los muros del infierno) se cumplirá exactamente.
92
Sueltos de Macbeth
*
La “fortuna” sonreía sobre la “condenada querella” de Macdonald,
mostrándose “como la puta de un rebelde; pero de nada le valió, / porque el
bravo Macbeth (bien merece ese apellido), / desdeñando a la fortuna”, lo
mató (Macbeth, I, II, 14 – 17). Aquí Macbeth derrota a doña Fortuna, que
favorecía a su rival.
*
El destino, o Fortuna, marca tanto al verdugo como a su víctima.
Macbeth jaleaba a los asesinos para que matasen a Banquo y a todos los suyos,
recordándoles viejos agravios. El Asesino Primero estaba “tan agotado por los
desastres, tan llevado y traído por la fortuna [“tugg’d by fortune”], / que
arriesgaría mi vida a la menor ocasión / por remediarla o librarme de ella”
(Macbeth, III, I, 112 – 114). Ordenando su muerte, Macbeth les advertía que
Fleance, el hijo de Banquo, debía “abrazar el destino [the fate] / de esa hora
oscura” (Macbeth, III, I, 135 – 138).
*
Macduff vivía “en desgracia” (Macbeth, III, VI, 23), pero “el pío
Eduardo” lo había acogido en la corte inglesa, rebajando con ello “la
malevolencia de la fortuna” (Macbeth, III, VI, 27 – 28).
93
En Antonio y Cleopatra
*
Para César Marco Antonio era “la suma de todas las faltas / que los
hombres siguen”. Lépido lo corrigió:
-No creo que haya
Males suficientes para oscurecer toda su bondad:
Sus faltas, en él, parecen las manchas del cielo,
Más llameantes en la negrura de la noche; hereditarias,
Antes que adquiridas; algo que no puede cambiar,
Antes que algo escogido por él.
--Sois demasiado indulgente.
(I, IV, 8 – 16)
*
Pompeyo: Si los grandes dioses son justos, favorecerán
Los hechos de los hombres más justos.
Menas:
Debes saber, noble Pompeyo,
Que lo que aplazan no lo niegan.
Pompeyo: Mientras somos pretendientes a su trono, se arruina
Aquello que pretendíamos.
Menas:
Nosotros, ignorándonos a nosotros mismos,
Pedimos a menudo nuestro propio daño, cosa que los sabios poderes
Nos niegan para nuestro bien; así hallamos provecho
Cuando se pierden nuestras oraciones.
(II, I, 1 – 8)
La escena la concluye Pompeyo resignado a su suerte: “¡Que sea lo que
nuestros dioses quieran!” (II, I, 50)
*
Marco Antonio había huido, detrás de Cleopatra. Le pidió, para
mejorar, “un beso”, “vino” y “viandas”. “La Fortuna sabe / que nos burlamos
más de ella cuando más nos golpea” (III, XI, 70 – 74).
94
*
Enobarbo se mofaba aparte de Marco Antonio, que retaba a César a las
espadas:
--¡Sí, seguro! ¡El César de las grandes batallas querrá
Rebajar su condición y estado, y aparecer en un escenario para reñir
Con un espadachín! Veo que el juicio de los hombres es
Una parcela de sus fortunas, y que las cosas exteriores
Atraen la cualidad interna hacia ellas,
Para que sufran la misma suerte…
(III, XIII, 29 – 34)
*
Marco Antonio: …Pero cuando hacemos callo en nuestro vicio
(¡Ay, miseria!) los sabios dioses cosen nuestros párpados,
Hunden nuestro claro juicio en nuestras propias inmundicias, hacen
Que adoremos nuestros errores, y se ríen de nosotros mientras, pavoneando,
Nos perdemos en la confusión.
(III, XIII, 111 – 115)
*
Marco Antonio:
¡Ay, nuestra luna terrenal
Está eclipsada ahora, y pronostica solamente
La caída de Antonio!
(III, XIII, 153 – 155)
*
César conoció la muerte de Marco Antonio, su enemigo:
--…Dejadme aún que lamente
(…) que nuestras estrellas,
Irreconciliables, hayan dividido
Nuestra igualdad así.
(V, I, 40 y 46 – 48)
*
Sólo Cleopatra señoreará a Fortuna, fabricando su suerte con el veneno
de la bicha (V, II, 1 – 8).
95
El suicidio desata la mazorca de tu suerte
*
Cleopatra: Mi desolación comienza a procurar
Una vida mejor: es poca cosa ser César:
No siendo la Fortuna, él no es sino su vasallo,
Un ministro de su voluntad. Y es magnífico
Hacer aquello que pone fin a todos los demás actos,
Aquello que pone grilletes a los accidentes, y echa cerrojos al cambio,
Aquello que duerme, y nunca saborea más el estiércol,
El ama de leche del mendigo, y de César.
(V, II, 1 – 8)
César nada podría en ella. La Fortuna, tampoco. Cleopatra buscará
quitarse de su soledad nueva y evitar que la paseen, derrotada, en Roma
dándose muerte.
*
Querella de Lucrecia. La “Oportunidad”, que servía al Tiempo, ha
“traicionado las horas que me diste para reposar, / ha cancelado mis fortunas y me
ha encadenado / a una cita interminable de penas que nunca se acaban” (932
– 935). Sin embargo, la “gloria del tiempo” (939) consiste también en “girar la
rueda redonda y vertiginosa de la Fortuna” (952). Lucrecia, rota y todo, se
declara aún “señora” de su “destino”: “I am the mistress of my fate” (1069).
“Envainó” en su pecho un cuchillo y, con eso, “desenvainó su alma” (1723 –
1724). Sueltan entonces sus “suspiros quejosos” “su espíritu alado”, y “de su
herida escapa volando / su vida eterna de un destino [destiny] cancelado”
(1728 - 1729).
(En La violación de Lucrecia)
*
El suicidio ahorra a Lucrecia el recuerdo de su desgracia, y sirve de
lavadero a su honor, y ahorra melancolías y vergüenzas a Cleopatra: así
esquivan ambas lo que La Fortuna reservaba para ellas, así cancelan sus
destinos.
96
Los cambios de Fortuna, uno de los temas
del Timón de Atenas
*
El Poeta y el Pintor dicen el Prólogo de la tragedia, y sirven de Coro. Y su
tema es la Fortuna. El Poeta ha “fingido” a Fortuna “entronizada” “en la cima
de una alta y amena colina”, y a sus pies, entre otros muchos, los ojos clavados
en “esta dama soberana”, ha representado a uno con “la figura” de Timón.
Ahora Fortuna lo saluda “con su mano de marfil”, acogiéndolo. Él, inclinando
la cabeza, sube la ladera hacia “su felicidad”, y muchos lo siguen. Pero
“cuando Fortuna, en su mudable humor, / derribe a patadas a su antiguo
favorito”, y éste se vea abajado, nadie querrá acompañarlo en su nueva mala
suerte. Era cosa “común”. También el Pintor podía enseñarle “mil cuadros
morales” “que demuestran estos rápidos golpes de la Fortuna / preñados de
sentido mucho más allá de lo que las palabras puedan expresar” (I, I, 64 – 93).
*
Apemanto, un filósofo cínico que en Atenas lo había fatigado con sus
avisos (vería cómo a pan comido y a mesa alzada se deshace la compañía),
venía hoy a burlarse de su suerte, que en Timón aquella “melancolía miserable
y mujeril” arrancaba de “un cambio de fortuna”, y no echaba raíces en su
“naturaleza”. Era impostura, imitación (IV, III, 198 – 205).
*
Timón compara su Fortuna, que tuvo favorable, y luego lo abandonó,
con la de Apemanto, que siempre le fue contraria y parece, por eso, más
llevadera, pues la costumbre todo lo ablanda… (IV, III, 251 – 277)
97
En Pericles
*
--¡Vosotros, dioses, que me hicisteis hombre, y dominado por el amor,
Que habéis inflamado el deseo en mi pecho
De probar el fruto de aquel árbol celestial
O morir en la aventura, ayudadme,
Pues yo soy hijo y servidor de vuestra voluntad,
A abrazar una felicidad tan infinita!
(I, I, 20 – 25)
Pericles se declara desde el principio hechura de los dioses, y su hijo
leal.
*
Helícano aconseja al príncipe que emprenda viaje hasta que pasen “la
furia y la ira” del rey Antíoco, que quiere matarlo, “o hasta que los Destinos
[the Destinies] corten el hilo de su vida” (I, II, 106 – 108). Sucederá lo
segundo. El Cielo acabará al mal padre.
*
Pericles pide asilo en Tarso “hasta que nuestras estrellas, que ahora nos
miran ceñudas, nos sonrían” (I, IV, 108).
*
Después de su primera tempestad, y de su primer naufragio, Pericles
pide, humilde:
--¡Cesad ya vuestra ira, furiosas estrellas del cielo!
Viento, lluvia, trueno, recordad, el hombre, hecho de barro,
Es sólo una substancia que debe rendirse ante vosotros,
Y yo, como toca a mi naturaleza, os obedezco.
(II, I, 1 – 4)
*
Las “fortunas” (II, I, 110) de Pericles, muy estropeadas después de que
su nave se va a pique, mejoran algo cuando unos pescadores rescatan del mar
las armas que heredó de su padre (II, I, 141). Con ellas participará en el torneo
que Simónides celebra en Pentápolis, para ganar la mano de su hija. “Hoy me
elevaré, o añadiré males sobre males” (II, I, 165).
98
*
Pericles ganará a Thaisa en Pentápolis, y ella concebirá enseguida. Pasan
casi nueve meses, y tienen que coger un barco, regresar a la patria, “pero el
humor de la fortuna / varía de nuevo: el terrible septentrión / vomita una
tempestad…” (III, Pról., 46 – 48) Otra aún. Pericles se dirigió, de suplicante, a
los dioses:
--¡Tú, el dios de estos vastos oceanos, abronca a las olas
Que lavan cielos e infiernos; y tú, que tienes
El mando de los vientos, amárralos con bronce,
Ya que los has invocado desde las profundidades! ¡Oh, haz que callen
Tus truenos ensordecedores, tremendos; apaga gentilmente
Tus relámpagos ágiles, sulfurosos! Ay, dime, Licórida,
¿Cómo va mi reina? Sigues aún con tu venenosa tormenta:
¿Te escupirás entero?
(III, I, 1 – 8)
*
Pericles ha perdido (piensa) a su mujer en la última tempestad, y deja a
su hija Marina en Tarso, para que la críen Cleón y Dionisa.
Cleón:
Vuestros golpes de fortuna,
Aunque os han dejado herido de muerte, nos dejan a nosotros, todavía,
Admirados.
Dionisa:
¡Ay! ¡Vuestra dulce reina!
¡Ojalá los estrictos hados hubiesen querido traerla hasta aquí
Para bendecir mis ojos!
Pericles:
No podemos hacer otra cosa que obedecer
A los poderes del cielo. Aunque yo pudiera rugir, lleno de furia,
Como el mar en que ella yace, el final
Sería el mismo.
(III, III, 5 – 12)
Pericles soporta su suerte con estoicismo: “yet the end / must be as
‘tis.”
99
*
Pericles, engañado, cree que ha perdido también a su hija:
Gower:
Dejad que Pericles crea que su hija ha muerto,
Y soportad que los cursos de su vida los ordene
Doña Fortuna…
(IV, IV, 46 – 48)
Gower nos pide a nosotros, los espectadores de la comedia, que
toleremos que la suerte gobierne la vida del héroe.
*
Marina también se sabe sometida a su estrella:
--Aunque la torcida fortuna haya rebajado mi estado
Derivo de antepasados
Equivalentes a poderosos reyes.
(V, I, 89 – 91)
*
Toda la historia de Pericles (y la de Marina) está gobernada por
tempestades y naufragios literales y simbólicos, “tormentas de la fortuna”10
que los aumentan y los echan por el suelo.
10
Troilo y Crésida, I, III, 47.
100
En El cuento de invierno
*
El Rey encerraba a su mujer en prisión, celoso:
Hermíone:
Reina algún planeta maligno:
Yo debo tener paciencia hasta que los cielos miren
Con un aspecto más favorable.
(II, I, 105 – 107)
*
Le han arrancado a Hermíone de los pechos a su pequeña, su “tercer
consuelo”: a la pobre la gobierna una estrella desgraciada (“starr’d most
unluckily”) (III, II, 99 – 101).
*
Iban a abandonar a Perdita en una selva de Bohemia.
--…Los cielos, con lo que tenemos a mano, están furiosos,
Y nos miran ceñudos.
--¡Que se hagan sus santas voluntades!
(III, III, 5 – 7)
*
El príncipe Florizel se casará con la pastora Perdita a pesar de su padre,
el rey de Bohemia: “En esto seré constante / aunque el destino [destiny] diga
que no” (IV, IV, 45 – 46). El príncipe se fugaría con su rústica amiga: “Dejad
que luche con la fortuna / por el porvenir” (IV, IV, 497 – 498). Perdita rezaba
a la Señora de sus suertes: “¡Oh, doña Fortuna, / muéstrate auspiciosa!” (IV,
IV, 51 – 52).
Camilo:
¿Habéis pensado
A qué lugar iréis?
Florizel:
En ninguno, todavía,
Pero, del mismo modo que el impensado accidente es culpable
De lo que hacemos repentinamente [wildly], profesamos
Ser esclavos de la suerte [chance], moscas que arrastran
Con ellos todos los vientos.
(IV, IV, 537 – 542)
101
El buen Camilo le aconsejó, no obstante, que se construyesen su
suerte, y buscasen asilo en Sicilia. Aquél era “un curso más prometedor / que
la azarosa dedicación de vuestras personas / a aguas no holladas, a costas no
soñadas” (IV, IV, 566 – 568).
102
El matrimonio, una “arriesgada gesta
del destino”
Eran las bodas de Teseo e Hipólita. El novio juzga el “matrimonio”
una “arriesgada gesta del destino [fate]” (Los dos nobles parientes, I, I, 164 – 165).
103
En Los dos nobles parientes
*
Palamón y Arcite, patriotas, defenderán Tebas al lado de su tío Creonte,
aunque saben que vicia la ciudad, sometiéndose “a la merced de nuestro
destino [our fate], / que ha atado nuestro último minuto” (I, II, 101 – 103).
En efecto, el Destino, o su Autor, o su autor, ha “atado” sus finales, y todas
sus escenas. Y ellos se sujetan a Él:
-Que el suceso,
Árbitro que nunca se equivoca, nos lo diga todo
Cuando ya lo conozcamos…y acudamos
A la citación de nuestra suerte.
(I, II, 113 – 116)
“…and let us follow / the becking of our chance.” Citación es el
“llamamiento, vocación, emplazamiento jurídico, que despacha el Juez o
Tribunal, para que comparezca ante sí alguna persona” (Aut.). La suerte los
cita, también, como al toro, para que entren a su trapo.
*
A Palamón y Arcite los habían encerrado para siempre.
Arcite:
Así lo creo,
Y rindo con paciencia la hora que me queda
A ese destino [destiny].
(II, II, 4 – 6)
*
En aquella cárcel no podrían casarse, ni multiplicarse:
Arcite:
…Las doncellas de ojos hermosos llorarán nuestros destierros
Y en sus canciones maldecirán a la ciega Fortuna
Hasta que vea la afrenta que ha hecho
A la juventud y a la naturaleza.
(II, II, 37 – 40)
104
*
Arcite servía a Emilia, porque venció en los juegos que celebraban su
cumpleaños, y ella notaba sus virtudes, y le regalaba caballos:
--…Decidme, oh, doña Fortuna [Lady Fortune],
(Mi soberana, después de Emilia), hasta qué punto
Puedo estar orgulloso.
(III, I, 15 – 17)
Viéndose tan favorecido, suspiraba:
--…Ay, ay,
Mi pobre primo, Palamón, pobre prisionero,
Poco sueñas mi fortuna, y piensas
Que eres el más feliz de los dos, porque estás
Tan cerca de Emilia: a mí me juzgas en Tebas,
Desgraciado, aunque libre.
(III, I, 22 – 27)
*
Derrotaron Arcite y sus tres paladines a Palamón y a los suyos, cosa que
significaba la muerte de estos últimos:
-¿Qué final será
El más dichoso? Sobre nosotros tienen los vencedores
La Fortuna, pero su título es tan momentáneo
Como cierta para nosotros es la muerte.
(V, IV, 15 – 18)
*
Finalmente perdió Arcite, en un accidente, la vida, y ganó Palamón a la
chica:
Teseo:
Jamás la Fortuna
Ha repartido naipes más sutiles.
(V, IV, 112 – 113)
“Never Fortune / has play’d a subtler game.”
105
Teseo hizo al Coro:
Teseo:
…¡Oh, vosotros, mágicos celestiales,
Lo que hacéis de nosotros! De lo que nos falta
Nos reímos, lamentamos lo que tenemos, y seguimos,
De alguna manera, siendo niños. Agradezcamos
Lo que es, y dejemos a vosotros disputas
Que están más allá de lo que nosotros podemos…
(V, IV, 131 – 136)
*
Si la suerte de los personajes de la tragicomedia la disputaban los dioses,
perdieron Marte, el abogado de Arcite (V, I, 49 – 68), y Diana, madrina de
Emilia (V, I, 137 – 173), y ganó Venus, que favorecía a Palamón (V, I, 69 –
136).
*
Aunque Palamón y Arcite se esfuerzan por fabricar sus vidas, los
“mágicos celestiales”, la Fortuna, las estrellas, el destino, determinan sus
suertes, tan distintas.
106
El Rey Enrique VIII
*
Todos se entienden, en ésta, que es la última obra que escribió (pero a
medias) Shakespeare, esclavos del destino, o de la cambiante fortuna. Algunos
aceptan “la voluntad del Cielo” con paciencia; otros, amargos, protestan.
*
La Reina Catalina acusó a Wolsey, el Cardenal de York, de cargar a sus
sujetos de impuestos para su provecho particular. Él se defendió: todo lo
había hecho “con la sabia aprobación de los jueces”:
--…si me traducen
Las lenguas ignorantes, que no conocen
Ni mis facultades ni mi persona, y pretenden ser, a pesar de eso,
Los cronistas de mis hechos, permitidme decir
Que ésta no es sino la fatalidad del lugar que ocupo…
(I, II, 71 – 75)
“‘Tis but the fate of place.” Wolsey se entiende atado a su “lugar”, a su
cargo público de Cardenal.
*
El Rey había ordenado que encerrasen a Buckingham en la Torre de
Londres. El Duque aceptó su mala suerte con paciencia:
--…Que la voluntad del cielo
Se haga en ésta como en todas las cosas: yo obedezco.
(I, I, 209 – 210)
--…mi vida ya tiene su medida:
Yo soy la sombra del pobre Buckingham...
(I, I, 223 – 224)
“El Cielo persigue un fin en todas las cosas…” (II, I, 123)
107
*
Enrique iba a repudiar a Catalina, y ella “cuando el mayor golpe de la
fortuna caiga / bendecirá aún al Rey” (II, II, 34 – 35).
*
Ana Bolena lamentaba la nueva mala suerte de Catalina, su antigua
señora:
-Ay, ojalá Dios hubiera querido antes
Que ella no conociese la pompa, aunque sea temporal,
Pues si esa pendenciera, la fortuna, se divorcia
De su dueño, el sufrimiento duele tanto
Como cuando se separa el alma del cuerpo.
(II, III, 12 – 16)
*
La Vieja se quejaba, socarrona, de la súbita elevación de Ana Bolena:
ella había mendigado dieciséis años en la corte sin ganar nada…
--…y a vos (¡ay, el destino! [oh fate])
Un pez nuevo aquí (mal haya
Esta fortuna forzada) os llenan la boca
Antes de que la abráis.
(II, III, 85 – 88)
*
La Reina Catalina, con sus damas compañeras, se veía desgraciada: “Ay,
pobres amigas, ¿dónde están ahora vuestras fortunas?” (III, I, 148)
*
Por casualidad el rey descubrió “un inventorio” de las riquezas
acumuladas por el Cardenal Wolsey mucho mayor del que tocaba a un
“sujeto” (III, II, 120 – 128).
-Es la voluntad del cielo:
Algún espíritu puso este papel en el paquete
Para bendecir con él vuestra mirada.
(III, II, 128 – 130)
108
En La Tempestad
*
En medio de la tormenta, observando la insolencia del Contramaestre,
Gonzalo cobró alguna esperanza: salvaría la nave su estrella fija de ahorcado.
La idea (¿o es amarga chanza?) la repite una y otra vez, recordándola, incluso,
en el último acto:
Gonzalo: Me reconforta este sujeto: me parece que le falta la marca de los ahogados;
antes tiene cara de patibulario. Asegura, buen Destino, su ahorcamiento: haz que la
soga de su suerte nos sirva a nosotros de amarra, puesto que las de esta nave no nos
van a dar mucha ventaja. Si éste no ha nacido para que lo cuelguen, nuestro caso
está perdido.
(I, I, 28 – 35)
Antonio:
¡Que te ahorquen, chucho! ¡Que te ahorquen, hijo de puta, follón insolente!
(…)
Gonzalo: Yo garantizo que éste no se moriría ahogado, aunque la nave fuera menos
robusta que una cáscara de nuez, o tuviera más coladeros que una ramera
incontinente.
(I, I, 43 – 48)
Antonio:
Es triste: nos estafan la vida unos borrachos:
Este canalla deslenguado… ¡ojalá acabes anegado,
Y te laven diez mareas!
Gonzalo:
Todavía subirá al cadalso,
Aunque todas las aguas se conjuren para impedirlo
Y abran sus fauces para engullírselo.
(I, I, 55 – 59)
Gonzalo: …Yo profeticé que, si había patíbulo en tierra,
Este tipo no podía morir ahogado.
(V, I, 17 – 18)
Parece creer Gonzalo, pues, que nuestra condición determina nuestro
destino.
109
*
Condenada a irse a pique la nave, Gonzalo propone un trueque: “Ahora
daría yo mil estadios de mar por un acre de tierra baldía, de brezos, de
retamas, de aliagas y malas hierbas.” Enseguida se resigna: “¡Háganse las
voluntades del cielo!” Pero termina su plegaria con un modesto ruego: “Sin
embargo, preferiría una muerte seca” (I, I, 64 ss.).
“The wills above be done!” (V, I, 66) El cielo tiene la voluntad plural: los de
“arriba” (está escrito en las epopeyas antiguas) deciden nuestra suerte después
de muchas deliberaciones y riñas.
*
Miranda:
Próspero:
¿Cómo alcanzamos la costa?
Por divina Providencia.
(I, II, 158 – 159)
Quisieron los dioses, entonces, remediar al antiguo Duque y a su hija, y
que llegaran a la Isla.
*
Quiso saber Miranda por qué había levantado aquella tormenta su
padre:
Próspero: …Por un extrañísimo accidente la generosa [bountiful] Fortuna,
(Desde ahora mi señora) ha traído a mis enemigos
Hasta esta playa, y por mi presciencia
He averiguado que mi zénit depende
De una estrella muy auspiciosa. Si no cortejase ahora
Su influencia, y la dejase pasar, mi suerte
Iría menguando en adelante.
(I, II, 178 – 184)
Es pensamiento mágico, profilaxis. Próspero se reconoce sujeto de la
Fortuna. Sabe que el orden de las estrellas sigue un método, leyes muy recias.
Pero sabe también que nosotros podemos algo en lo nuestro si “cortejamos su
influencia”, volviéndolas favorables. Y eso hará, con su Arte.
110
*
Antonio entiende el destino como ocasión. Si él y Sebastián
aprovechaban el sueño de don Alonso, y el de sus leales, para asesinarlos,
adelantarían. El futuro estaba a su cargo, pensaba (II, I, 210 – 213; II, I, 247 –
249). No podrán.
*
Ariel, de harpía, dijo los pecados de los enemigos de su señor:
Ariel: Sois tres hombres pecadores, a los cuales el Destino [Destiny]
(Que utiliza como instrumento este mundo inferior
Y todo lo que contiene) ha obligado al mar, que nunca se harta,
A vomitar, y ello sobre esta isla
Donde no habita persona alguna…
(III, III, 53 – 57)
Sin embargo, la tempestad que los ha traído la ha levantado, con su Arte,
el Rey Mago de esta isla maravillosa.
*
Alonso:
¿Qué es esta doncella con la que jugabas?
No podéis haberos conocido más de tres horas:
¿Es ella la diosa que nos ha separado
Para juntarnos después?
Fernando:
Señor, ella es mortal,
Pero, por la inmortal Providencia, es mía…
(V, I, 185 – 189)
Naturalmente, ha sido Próspero, el padre de la novia, el que ha
arrimado al principito a su hija.
*
Gonzalo, contemplando el amor de Fernando y Miranda, reza:
--…¡Mirad aquí, dioses,
Y coronad con vuestra bendición a esta pareja
Ya que habéis trazado con tiza el camino
Que nos ha traído hasta este lugar.
(V, I, 201 – 204)
111
*
Estéfano, el bodeguero borracho, derrotado en la revolución que lo
habría convertido en Rey de la Isla, se somete a su sino: de poco sirven
nuestras acciones, “pues no hay nada fuera de la fortuna” (“all is but fortune”
[V, I, 256 – 256]).
*
En La Tempestad Próspero hace de dios, hace a dios, y gobierna su
suerte y la de los demás personajes. A pesar de que éstos continuamente
atribuyen los acontecimientos a la Fortuna, él es, como poco, su sacerdote.
“Por divina Providencia” (I, II, 159) alcanzaron la isla Próspero y su
hija. Ahora, “por un extrañísimo accidente la generosa Fortuna” ha acercado a
sus enemigos hasta sus costas. Y él, mágico prodigioso, como por su
“presciencia” ha averiguado que su “zénit depende / de una estrella muy
auspiciosa”, cortejará su influencia para repararse (I, II, 178 – 184), y levanta
con su Arte la tempestad de cuento, y escribe y dirige todas las escenas de La
Tempestad.
Ariel, de harpía (pero los engaña), dice a los “pecadores” que la
tormenta, y su naufragio, los ha ordenado el Destino (III, III, 53 – 57). El
Príncipe cree que Miranda es suya “por la inmortal Providencia” (V, I, 189).
Gonzalo también da fé a la versión del duende, y piensa que los “dioses” han
“trazado con tiza el camino” que los ha traído hasta allí (V, I, 201 – 204).
Antonio entiende la “fortuna”, el “destino”, como oportunidad, como
ocasión: uno puede aprovecharlo, y fabricar, con sus obras, “el porvenir” (II, I,
210 – 213; 247 - 249). Él no sabrá; Próspero, con su Arte, sí.
*
El Rey Mago, aprovechando su hora, con su Arte levanta una tempestad
de cuento que trae a sus enemigos a la isla, y escribe una comedia que dirige
Ariel, su espíritu principal y más privado. En ella casa a su hija con el príncipe,
facilitando con ese matrimonio hecho con amor la paz con Nápoles. En ella
se redime Calibán, el monstruo (las redenciones de Antonio y Sebastián, los
hermanos traidores, son dudosas). En ella se rinde él al tedio: no jugará más, y
volverá a ser “el antiguo Milán”. Ahora Ariel facilitará su regreso feliz.
*
Pero viene el Epílogo…
Y Próspero, como hombre, desvalido, se dirige a nosotros. Lo dice
rimado. Sólo nuestro aplauso (nuestra fé poética), y nuestras oraciones, y
nuestra “indulgencia”, pueden darle la libertad.
112
Venus y Adonis y La violación de Lucrecia,
en color
Prólogo
William Shakespeare mimó la escritura y la publicación de Venus y
Adonis y La violación de Lucrecia. En los dos poemas gastó paleta y pincel. El
blanco y el rojo, en todos sus matices, y, en el segundo, también el negro,
señalan las pasiones y las naturalezas de sus personajes.
113
Venus y Adonis:
rojo y blanco (y una flor
fantástica)
“Esta solemne simpatía…”
*
La víspera de la cacería a los ojos de Venus “se presenta” una “imagen”
del jabalí, rabioso, y, bajo sus “afilados colmillos”, otra, yaciente, de Adonis,
“todo manchado de sanguaza: / su sangre, derramada sobre las flores frescas,
/ hace que se marchiten y agachen, llenas de dolor” (661 – 666).
Al otro día buscó la diosa a su chico, y lo halló, y primero no quiso, ni
pudo, mirarlo, hasta que por fin vio…
“…La ancha herida que el jabalí había cavado
En su tierno costado, cuya acostumbrada blancura de lirio,
Se había empapado de las lágrimas púrpuras que su herida lloraba.
No hubo flor, en sus alrededores, ni hierba, ni hoja, ni maleza,
Que no le robara la sangre y pareciese sangrar con él.”
(1052 – 1056)
“Esta solemne simpatía notó Venus…” (1057)
Entonces “el muchacho, que yacía muerto a su lado, / se disolvió como
vapor, desapareciendo de su vista, / y, donde su sangre encharcaba el suelo, /
brotó una flor púrpura, con vetas blancas, / que se parecía mucho a sus
pálidas mejillas, sobre cuya blancura / resaltaban gotas redondas de sangre”
(1165 – 1170).
*
Esta “solemne simpatía” entre las flores y la sangre del héroe, su
“amistad” y “conformidad” naturales (Cov.), la leyó Shakespeare en las
Metamorfosis de Ovidio, en la traducción de Arthur Golding, de 1567, en dos
lugares.
114
En el Libro X (725 ss.) Venus, bruja, mezcla la sangre de Adonis con
un “néctar oloroso” para que naciese una flor “del mismo color que la sangre,
(…) como las que suelen producir los granados púnicos, que ocultan el grano
bajo una corteza tarda”. La nueva flor repetiría cada año su duelo.
En el Libro IV la sangre desesperada de Píramo salpica la morera “de
níveos frutos” (89), tiñendo de negro sus hojas. También caló hasta la raíz, y
dio a las moras “un color púrpura profundo” (125 – 127).
*
En el soneto XCIX todas las flores del campo roban al dulce amigo de
Shakespeare, una, de su aliento, su perfume, otra, de los rizos de sus cabellos,
la suavidad de sus pétalos, y ésta, y aquélla, de sus manos, o de sus venas, sus
colores, blanco o púrpura.
*
Shakespeare dijo el origen fantástico de otra flor. “Love in idleness”, o
“amor ocioso”, es otro nombre de la trinitaria. Oberón, Rey de Hadas, sabe su
principio. Cayó la flecha de Cupido, desviada, sobre “una florecilla del oeste, /
antes blanca como la leche, ahora púrpura, herida de amor: / y las doncellas la
llaman ‘amor ocioso’” (El sueño de una noche de San Juan, II, I, 154 – 168).
Derramando su zumo sobre sus ojos, mientras duerme, confundirá ahora a su
esposa Titania, porque anda celoso de ella (II, I, 176 – 185). Mucho después,
para soltarla, y devolverle la libertad, usará, como contraveneno, jugo del
“capullo de Diana”, más poderoso que “la flor de Cupido” (IV, I, 70 – 73).
115
Adonis
La flor nueva, mágica, repite a Adonis de varias maneras.
Nada más verlo Adonis le pareció a Venus (y adivinaba su suerte
prodigiosa) “la flor principal del campo, dulce sin comparación” (…) “más
blanco y más rojo que las palomas o las rosas” (8 y 10).
Su albura perfecta la alhaja el rubor que le enciende naturalmente las
mejillas:
“Justo cuando el sol, con su rostro color púrpura,
Había dicho su último adiós a la llorosa mañana,
Adonis, de mejillas sonrosadas, salió a cazar…”
(1 – 3)
“Rose-cheek’d Adonis…” Las mejillas sonrosadas parecen el atributo
del muchacho, casi su epíteto.
Pero el rostro de Adonis sirve de espejo a sus escrúpulos, que él no
puede (¿todavía?) darse al amor carnal, y quiere (¿aún o para siempre?) jugar,
jugar, jugar (pero no a eso, no a eso). Ahora el pudor (que Venus intenta una y
otra vez despabilar su deseo, hocicando en sus carnes dormidas con sus
manos maravillosas, con sus divinos labios, con sus gastadas y alcahuetas
razones) arrecia el fuego de sus carrillos, incendiándolos; ahora el fastidio, y
las nieves de su corazón (y de su miembro), hacen que entremuera la llama
hasta apagarla:
“Él ve que ella viene, y comienza a arder
Lo mismo que un ascua moribunda se reaviva con el viento…”
(337 – 338)
Venus desmontó a la fuerza al “tierno muchacho”,
“Que se sonrojaba y hacía pucheros, torpe y desdeñoso,
Con su apetito de plomo, incapaz de jugar:
Ella roja y ardiente como las brasas de carbón en el fuego,
Él colorado de vergüenza, pero escarchado en el deseo.”
(32 – 36)
116
La diosa le decía cositas.
“Y él todavía se muestra huraño, todavía frunce el ceño y refunfuña,
Entre la vergüenza carmesí y la cólera, cenicienta y pálida.
Lo prefiere cuando se pone rojo, y cuando se queda blanco
Lo prefiere más aún, deliciosamente.”
(75 – 78)
A Venus la hechizaba aquella carita que iba y venía del encarnado al
blanco. Invitaba a Adonis a que se sentara a su lado, que quería, con “diez
besos que fueran tan cortos como uno, y con uno tan largo como veinte”,
ensayando estupendas variaciones, volver sus labios primero “encarnados”, y
luego “pálidos” (21 - 22).
117
Venus
Pues también Venus se pone colorada (pero a ella la enciende la gana,
no la decencia), y palidece (cuando nota en el amigo el asco, o la indiferencia,
o teme perderlo).
Amor (lo hemos leído) la abrasaba (35). El poeta nota “el reñido
conflicto” de la tez de Venus, “cómo el blanco y el rojo se destruían el uno al
otro”. “Ahora tenía las mejillas pálidas, y luego luego / echaban fuego, como
un relámpago del cielo” (345 – 348).
Venus observa el aborrecimiento en el gesto de Adonis, y se desmaya.
“El tonto, creyendo que está muerta / abofetea suavemente sus pálidas
mejillas hasta que enrojecen” (467 – 468). Y de nuevo “una palidez súbita, /
como si extendiésemos un manto de hilo blanco sobre la ruborizada rosa, /
usurpa su mejilla” cuando entiende que Adonis está empeñado en salir a cazar
el jabalí al otro día (589 – 591).
118
El jabalí
El blanco y el rojo pintan también, en esta baraja rimada, un palo
terrible:
Venus “espió” al cochino montés. Tenía el hocico “espumoso, tintado
todo de rojo, / como si hubiesen mezclado leche con sangre”. Se espantó
(900 – 903). La baba del monstruo vale su semen (que también dicen lecha). La
herida de Adonis, que la bestia ha “cavado” en su “tierno costado” (1052 –
1053) (pero esto es eufemismo, o sinécdoque por cercanía), es la de una virgen
violada, y la sangre la bandera de su desgracia.
119
120
Lucrecia, blanca y colorada;
Tarquino, rojo y negro
*
Tarquino ha abandonado el cerco de Árdea y va alado hacia Colacia.
Lleva…
“…el fuego sin luz que,
Escondido entre pálidas brasas, acecha para aspirar
Y ceñir con el abrazo de sus llamas la cintura
De la bella amada de Colatino, Lucrecia la casta.”
(1 – 7)
Colatino, poco discreto, había despabilado el “apetito” del rey de Roma
alabando “el rojo y el blanco, claros, incomparables, / que triunfaban en el
cielo de sus delicias” (8 – 12).
Tarquino fue bien recibido “por la dama romana”, y observó que en su
rostro “la belleza y la virtud luchaban / por ver cuál de las dos debía sostener
su fama” (49 – 70):
“Cuando la virtud fanfarroneaba, la belleza, por pudor, se sonrojaba;
Cuando la belleza se jactaba de su rubor, para contrariarla
La virtud lo tapaba con un manto blanco, de plata.
Pero la belleza, que ganaba el derecho al blanco
De las palomas de Venus, reclamaba ese hermoso campo;
Entonces la virtud reclamaba a la belleza su color rojo,
Puesto que ella lo había dado a la edad de oro para que dorase
Sus mejillas de plata, y lo convirtió en su escudo,
Enseñándoles así a utilizarlo en la lucha para que,
Cuando el pudor las asaltase, el rojo defendiese su blancura.
Toda esta heráldica podía verse en el rostro de Lucrecia,
Argumentada por el rojo de la belleza y el blanco de la virtud;
De ambos colores eran, la una como la otra, reinas,
Probando, desde la minoría del mundo, sus derechos.
Sin embargo, su ambición hace que peleen aún,
Y las dos tienen un poder tan soberano
Que a menudo intercambian sus tronos.”
121
Tarquino contempló, entonces, en el “lindo campo” del rostro de la
matrona “esta guerra silenciosa de lirios y de rosas” (71 – 72), y quedó
“hechizado” (83).
*
Lucrecia, cortés, convidó a Tarquino, mandó que armasen para él una
rica cama en la habitación de los invitados, y se retiró a la suya. Ahí se coló, al
rato, el apeado caballero, con la falcata, amolada, en la mano. Sintió algún
escrúpulo: “la humanidad” aborrecería “este acto / que ensuciará y manchará
el modesto vestido del amor, blanco como la nieve” (195 – 196). Su “acto” era
“negro” (226).
*
Tarquino imaginó que la despertaba, que ella le cogía la mano con
ternura y buscaba, angustiada, noticias contrarias del frente.
“¡Oh, cómo levantaba el miedo sus colores!
Primero la puso roja, como las rosas del prado,
Luego, llevándose las rosas, blanca como la grama.”
(257 – 259)
*
Entró él, y la miró dormida: “Su rosada mejilla reposaba sobre su mano
de lirio, / robando a la almohada el beso que por ley merecía” (386 – 387). La
otra mano yacía “sobre el cobertor verde, y, allí, su blancura perfecta / parecía
una margarita de abril en la hierba, / y su sudor de perla el rocío de la noche”
(393 – 396). Los “hilos de oro” de su cabello “jugaban con su aliento” (400).
Sus pechos parecían “globos de marfil rodeados de azul” (407). Tarquino
“admiró” luego “sus venas de azur, su piel de alabastro, / sus labios de coral,
los hoyuelos de sus mejillas blancas como la nieve” (418 – 420). Ahora la
mano de él…
“Humeando, orgullosa, marchó para plantar sus estandartes
En su pecho desnudo, el corazón de su tierra,
Y las venas azules que hacían su centinela, al ver cómo las escalaba aquella mano,
Dejaron sus redondas torres desoladas y pálidas.
Acudiendo entonces al silencioso gabinete
Donde descansaba su gobernadora, su señora,
Le dicen que la tienen cercada horrorosamente,
Y la asustan con la confusión de sus gritos.”
(437 – 445)
122
Ella quiso conocer “la razón de esta prisa y de esta alarma”, y con sus
“oraciones” lo aprieta para que confiese “bajo qué colores comete esta
afrenta”.
“Él le responde así: ‘Los colores de tu rostro,
Que, si te enfadas, hacen que palidezca el lirio,
Y que la rosa roja se ruborice viendo su desgracia,
Serán mis abogados, y contarán mi historia de amor.’”
(473 – 480)
El poeta compara a Lucrecia con “una cierva blanca” (543), o con un
“pobre corderillo” de “blanco vellocino” (677 – 678), y el deseo cabezón de
Tarquino con “un nubarrón de negro rostro” (547).
Tarquino iba a dar “negro pago” a su “hospitalidad” (575 – 576). Lo
desgobernaba “la negra lujuria [lust]” (654), o “su lujuria [lust] escarlata”
(1650).
*
Ya ha pasado. Lucrecia se querella contra su violador, huido:
“Si fuera Tarquino la noche (y él es hijo de la noche)
Ensuciaría a la reina de plata,
Y sus tintelleantes doncellas, mancilladas por él,
No volverían a asomar sus ojos en el pecho negro de la noche.”
(785 – 788)
Lucrecia lloraba, “condimentando la tierra con lluvias de salmuera de
plata” (796).
*
La observa su doncella, y compara sus mejillas con “los prados
invernales, cuando el sol derrite la nieve que los cubría” (1217 – 1218). Los
“dos soles” de su señora los han eclipsado las nubes, y la pena ha lavado “sus
hermosas mejillas” (1224 – 1225).
*
Ha entregado Lucrecia la carta donde pide a su “señor” (1332) que
acuda deprisa, y le ha parecido que su correo “se ha ruborizado al ver su
vergüenza” (1344). “Dos fuegos rojos ardieron en los rostros de ambos. / Ella
pensaba que él se sonrojaba como si conociera el deseo de Tarquino”, y, así,
se ruborizaba también (1353 – 1355).
123
*
Ha llegado Colatino y…
“…encuentra a su Lucrecia vestida de negro duelo,
Y, alrededor de sus ojos, desteñidos por las lágrimas,
Surgían círculos azules, como un arco iris en el cielo.”
(1585 – 1587)
Miró mejor, y vio “que sus ojos, aunque bañados en lágrimas, parecían
rojos, crudos, / y que penas mortales habían matado su vivo color” (1592 –
1593), y le preguntó: “Mi dulce amor, ¿qué desgracia ha gastado tu hermoso
color?” (1600). Era Lucrecia ahora un “pálido cisne” (1611).
*
Aquí también se produce un milagro11. Lucrecia se dio muerte con el
cuchillo. Brotó de su herida una “fuente púrpura” (1734). Su sangre,
“Saliendo a borbotones de su pecho, se divide
En dos ríos lentos, de modo que la sangre carmesí
Rodea su cuerpo por todas partes,
Y parece una isla que acaban de saquear,
Solitaria, todas sus gentes muertas en esta temible inundación.
Parte de su sangre seguía siendo pura y roja,
Otra parte parecía negra, que el falso Tarquino la había ensuciado.
Cerca del rostro triste y congelado
De esa sangre negra sale un círculo acuoso
Que parece llorar sobre el mancillado lugar,
Y, desde entonces, como compadeciéndose de las penas de Lucrecia,
La sangre corrompida muestra alguna prenda acuosa,
Y la sangre no contaminada permanece roja,
Ruborizándose ante aquello tan putrefacto.”
(1737 – 1750)
El elemento maravilloso que ha podido tanto es la “sangre casta”
(1836) de Lucrecia.
Shakespeare explica poéticamente “el fenómeno que asiste a la coagulación de la sangre en la
separación del suero del coágulo” (F. T. Prince, ed., Nota a los versos 1742 – 1750).
11
124
Caerse de espaldas
*
Paris pedía a Julieta a su padre. Pero ella era “todavía una extraña para
el mundo”, y “aún no ha cumplido los catorce años”. No está “madura” “para
ser una novia” (I, II, 8 – 11). El galán lo importuna aún: “A otras, más jóvenes
que ella, han hecho felices madres.” Don Capuleto le contesta: “Y la prisa las
estropea antes de tiempo” (I, II, 12 – 13). De todos modos tolerará su padre
que Paris la corteje y, si la rindiese, se la daría. Esa misma noche facilitará los
trabajos del conde, invitándolo a una fiesta, en su palacete (I, II, 16 – 34).
Ahora doña Capuleto quiere hablar “en secreto” con su hija (I, III, 8),
que tiene “una edad bonita” (I, III, 10), pues “no tiene los catorce” (I, III, 12).
Su aya entiende que ya tratan el matrimonio de la niña, y recuerda (y repite el
cuento dos veces) cómo su marido (“que Dios tenga su alma, / era un
hombre alegre [a merry man]”) recogió en sus brazos a Julieta, cuando era una
chiquilla, una vez que se había ido al suelo de morros:
--“Ah”, dijo él, “¿conque te caes de bruces?
De espaldas te caerás cuando tengas mayor discreción,
¿O no, Julilla?” Y, lo juro por Nuestra Señora,
La linda desgraciada se fue llorando y dijo, “Sí”.
Pues ahora veré cómo se cumple aquella broma.
Os lo aseguro, aunque llegue a vivir mil años
Jamás lo olvidaré. “Verdad que sí, Julilla?”, dijo él,
Y la linda boba se paró y dijo, “Sí”.
(I, III, 38 – 48)
Doña Capuleto se escandaliza: “Basta, te lo ruego, calla” (I, III, 49).
Pero el Aya va lanzada:
--Sí, señora, y, sin embargo, a la fuerza me río,
¡Pensar que se fue llorando y dijo “Sí”!
Y, con todo, os aseguro que tenía en la frente
Un chichón tan grande como los dídimos de un gallo de corral,
El golpe tenía su peligro, y lloraba amargamente.
“Ah”, dijo mi marido, “¿conque te caes de bruces?
De espaldas te caerás cuando alcances la edad crítica,
¿O no, Julilla?” Ella paró y dijo, “Sí”.
--Para tú también, te lo ruego, aya, vale.
(Romeo y Julieta, I, III, 50 – 58)
125
*
El grosero (y festivo) donaire lo usa también la Gitanilla en la Novela
que Cervantes puso a su nombre. Preciosa vendió a “la señora tenienta” su
“buenaventura”, rimada, por un dedal de plata. Divertía a su clienta con
atrevidas burlas. Ha dicho “la vara” que “el tiniente”, “juguetón”, “quiere
arrimar” (vale su cipote), y el “lunar” que ella tiene, “luna clara”, “sol, que allá
en los antípodas / escuros valles aclara” (por el pubis lo decía).
“¡Agora sí es la risica!
¡Ay, que bien haya esa gracia!
Guárdate de las caídas,
principalmente de espaldas;
que suelen ser peligrosas
en las principales damas.”
*
Caerse de espaldas una mujer, aquí como allí, es lo mismo que recibir
amorosamente al macho de la especie.
126
Luces
Luces y teatro
Por rebajar la melancolía del príncipe toleraron que montase, con los
cómicos ambulantes que visitaban Elsinore, una pieza que tituló La Ratonera.
Don Claudio, tío de Hamlet, su padrastro, ha visto calcados sus pecados,
primero mudos, después dialogados. Espantado, el nuevo rey de Dinamarca
se levantó:
Hamlet:
Reina:
Polonio:
Rey:
Todos:
¿Qué, os asusta un fuego falso?
¿Qué tiene mi señor?
Poned fin a la obra.
¡Dadme alguna luz! ¡Fuera!
¡Luces, luces, luces!
(Hamlet, III, II, 259 – 264)
“Give me some light…” “Lights, lights, lights.” Claudio pide luz para
anular la ilusión teatral (ésta aprovecha lo oscuro para sus encantamientos)
donde se representaba su torcida naturaleza.
127
Luces y el nombre-de-la-hija
*
A Brabancio le han chivado que su hija Desdémona se ha fugado con
Otelo, el Moro.
Brabancio: ¡Encended una yesca!
Dadme una lámpara [a taper], llamad a toda mi gente.
Este accidente no se distingue de un sueño que he tenido,
Y su crédito me está oprimiendo.
¡Luz digo, luz!
(Otelo, I, I, 138 – 142)
Con aquella luz el Viejo burlado buscaba salir de su pesadilla, pero
luego, cuando mire en el cuarto de la niña y vea el armario vacío y la cama
hecha, el horror lo empezará a acabar.
*
“Salen Brabancio, en camisón, y sus Criados, con antorchas.”
Brabancio: Es, este mal, demasiado cierto: ella se ha ido.
Y a mí ya sólo me restan
Horas amargas. Entonces, Roderigo,
¿Dónde la has visto…? ¡Ay, mi niña, pobre!
¿Con el Moro, dices…? ¿Quién querrá ahora ser padre…?
¿Cómo sabes que era ella…?. ¡Ay, me ha engañado
Más allá de todo pensamiento…! ¿Qué os dijo ella…? Traed más lámparas
[tapers],
Levantad a todos los míos. ¿Crees que se habrán casado?
(Otelo, I, I, 158 – 165)
Todas aquellas antorchas descubren el robo (¿forzado?) de su hija, y su
deshonra nueva. Júntanse a su luz los hombres de Brabancio, para reparar su
nombre-de-padre, tan estropeado. Sirven para romper, también, la noche, el
escenario de aquel matrimonio furtivo, y monstruoso.
128
“Put out the light, and then
put out the light!”
Entró Otelo a asesinar a Desdémona, “con una luz” (“with a light”).
Ella dormía. Mirándola, no podía.
Otelo:
¡Apaga la luz, y luego apaga la luz!
Si mato tu candela, flamígero ministro,
Puedo restaurar tu luz de nuevo,
Si me arrepintiese. Pero una vez que haya apagado tu luz,
Artero boceto de la naturaleza más perfecta,
No habrá calor prometeo
Que pueda volver a encenderla.
(Otelo, V, II, 7 – 13)
“Put out the light, and then put out the light!” Sólo si apagaba, primero, la
vela, en la oscuridad, que no vería su piel blanca, maravillosa, sabría Otelo
sofocar la luz de su imperfecta esposa, la perra.
129
Luz y delación
Edmundo, genial, es el autor de algunas de las escenas de El Rey Lear, y
las dirige además. Aquí, mira, el bastardo ha puesto a su padre, Gloucester, a
oír, detrás de una puerta, y guiará el diálogo, y la acción, de modo que crea que
su hijo de ley, Edgar, trama su asesinato. Y a Edgar, su medio hermano, lo ha
traído a su cuarto, advirtiéndole que venga armado. Ahora está con él.
--Oigo que viene mi padre…perdonadme:
Debo, por astucia, desenvainar mi espada contra vos.
Sacad la vuestra, haced como que os defendéis, y ahora libraos. [dando voces]
¡Rendíos, venid ante mi padre! ¡Luz, eh, aquí! [a Edgar] Huid, hermano, huid. [dando
voces] ¡Antorchas, antorchas! [a Edgar] Adiós, entonces. [Éntrase Edgar.]
Un poco de sangre engendrará la opinión
De que mis esfuerzos han sido ferocísimos. [Se hace un corte en el brazo.]
(II, I, 29 – 35)
Al pedir luz Edmundo hace como si le horrorizase la escena que él
mismo ha escrito. Que entren las antorchas, está diciendo, y con ellas se
despejará la bruma tremenda de este crimen que he impedido.
130
Tinieblas y malos hijos
Bufón:
Y es que, ¿sabes, tío?
Tanto tiempo dio de su buche la curruca al cuclillo
Que el pollo le arrancó la cabeza de un picotazo.
¡Sí, se apagó el candil y nos quedamos a oscuras!
(El Rey Lear, I, IV, 205 – 208)
“So out went the candle and we were left darkling.” Lo ha dicho, con
triste tino, el gracioso, que ve cómo Goneril, la chica mayor de Lear, heredada
en muy mala hora, desaira a su padre, el antiguo rey, el rey viejo, lo va
arrumbando, lo desdeña. Entran en un mundo tenebroso, de hijos torcidos.
131
Cegado
“¡Sí, se apagó el candil y nos quedamos a oscuras!” (El Rey Lear, I, IV,
208) Las palabras del Bufón, que decían la desgracia general del mundo,
presagian la ceguera particular del bueno de Gloucester. Le han arrancado, y
han pisoteado luego, los ojos (El Rey Lear, III, VII, 66 – 70), y dice su querella:
Gloucester: ¿Quedaré en la oscuridad más absoluta, y sin consuelo? ¿Dónde está mi hijo
Edmundo?
Edmundo, prende todas las chispas de la naturaleza
Para vengar este acto horrible.
(El Rey Lear, III, VII, 84 – 86)
Pero Edmundo, su hijo borde, lo odia.
132
Noche oscura y crímenes
En Macbeth una y otra vez las sombras de la noche amparan y esconden
horrores.
*
A Macbeth, para que se cumplan las profecías de las brujas, le estorba
Malcolm, el Príncipe de Cumberland:
Macbeth [Aparte]: …¡Estrellas, ocultad vuestros fuegos!
No dejéis que la luz vea mis deseos más negros y profundos…
(Macbeth, I, IV, 50 – 51)
Macbeth no quiere que las estrellas publiquen su pecaminosa
conciencia.
*
Esta noche Macbeth va a dar muerte muy traidora al rey de Escocia, su
señor, su huésped. Lady Macbeth pide que le arranquen el sexo, o que la
quiten de su sexo (“Unsex me here…” [I, V, 42]), y dice:
--…Ven, espesa noche,
Y amortájate en el humo más pardo del infierno,
Para que mi afilada navaja no vea la herida que hace,
Ni atraviese el cielo con su mirada el manto de lo oscuro
Para gritar, ‘¡Detente, detente!’
(Macbeth, I, V, 51 – 55)
La noche parece obedecer a Lady Macbeth:
Inverness. Patio interior del castillo. Sale Banquo con Fleance, su hijo, y
un Criado con antorcha.
Banquo:
¿Cómo va la noche, chico?
Fleance:
La luna se ha despintado. No he oído el reloj.
Banquo:
Pues la luna se esconde a las doce.
Fleance:
Ya veo. Será más tarde, señor.
Banquo:
(...) Un casero tacaño administra el cielo:
Han apagado todos los candiles.
(Macbeth, II, I, 1 – 6)
133
Ya han acuchillado al Rey:
-¡Ay! Mi buen padre,
Ya ves, los cielos, como si los escandalizase el acto del hombre,
Amenazan su sanguinario teatro: según el reloj es de día,
Y, sin embargo, la noche más oscura estrangula la viajera lámpara.
¿Es el predominio de la noche, o la vergüenza del día,
Lo que hace que la oscuridad sepulte en una tumba la faz de la tierra
Cuando la viva luz debería besarla?
(Macbeth, II, IV, 4 – 10)
*
Macbeth había armado la matanza de Banquo y de los suyos:
--…¡Ven, noche, que coses los párpados del mundo,
Envuelve en una bufanda el tierno ojo del penoso día,
Y con tu mano sanguinaria e invisible
Cancela y rompe en pedazos ese gran lazo
Que me hace palidecer! La luz se espesa, y el cuervo
Se marcha aleteando hasta el oscuro bosque,
Las cosas buenas del día comienzan a entornar sus ojos, y a adormecerse,
Mientras los negros agentes de la noche levantan a sus presas.
(Macbeth, III, II, 46 – 53)
*
En el zaguán de su palacio de Forres Macbeth ha puesto a tres asesinos.
Cae la noche, y llegan los últimos, retrasados, Banquo y su hijo Fleance.
Banquo:
¡Hola! ¡Dadnos alguna lámpara!
(...)
Asesino Segundo: ¡Una luz, una luz!
Asesino Tercero:
Es él.
Asesino Primero: ¡Aprestaos!
[Entran Banquo y Fleance, con una antorcha.
Banquo:
Esta noche va a llover.
Asesino Primero: Que llueva.
134
[Se echan sobre Banquo.
Banquo:
¡Traición! ¡Huye, mi buen Fleance, huye, huye, huye!
Y podrás vengarme. ¡Esclavo!
[Muere. Fleance escapa.
Asesino Tercero: ¿Quién ha apagado la luz?
Asesino Primero:
¿No había que hacerlo así?
Asesino Tercero: Sólo ha caído uno, su hijo ha huido.
Asesino Segundo:
Hemos perdido
La mitad mejor de nuestro contrato.
Asesino Primero: Bueno, vámonos, y digamos cuánto queda hecho.
(Macbeth, III, III)
Los asesinos esperan a oscuras, que las tinieblas favorecen la trampa,
son aliadas de su oficio. Banquo y Fleance piden luz, seguridad. Después, con
todo, Fleance logra esquivar la muerte cuando uno de los malos, no queriendo
ver los rostros de sus víctimas, para que no lo visiten en sus pesadillas, apaga
la antorcha.
135
Luz balsámica
Mi señora Macbeth, que daba miedo, se espanta ahora de su sombra, va
desvelada, desquiciada. Su dama de compañía ha traído a un médico, para que
la espíe paseando en sueños. Entra con una vela.
Dama:
¡Mirad! Aquí viene. Y de esa guisa, y, por mi vida, dormida.
Observadla. Acercaos.
Médico:
¿De dónde ha sacado esa luz?
Dama:
¿Ésa? La tenía a mano. Tiene mandado que haya una luz a su lado
continuamente.
(Macbeth, V, I, 21 – 26)
Mi señora Macbeth no puede cerrar los ojos. Se mira las manos, que
hundiera en la sangre de Duncan, el Rey. Necesita luz, vigilia, que en la
oscuridad (en sus sueños, que son verdaderos) se ve horrorosa.
136
El velón que mide nuestra vida
*
Dice Macbeth, acorralado y solo, que se le ha muerto su señora:
--El mañana, y el mañana, y el mañana,
Se arrastran con sus pasos cortos día tras día,
Hasta la última sílaba del registro de los tiempos,
Y todos nuestros ayeres han alumbrado para los bobos
El camino que les lleva a la muerte y al polvo. ¡Apágate, apágate, breve cirio!
La vida no es sino una sombra andante, un pobre cómico
Que balbucea y malpasa su hora sobre las tablas,
Y calla luego; es un cuento
Contado por un idiota, lleno de sonido y furia,
Que nada significa.
(Macbeth, V, V, 19 - 28)
El pasado (nuestra historia) es una lámpara embustera, que nos engaña,
conduciéndonos a la nada. Macbeth quiere que maten la vela de una vida
absurda.
*
Cleopatra: …Todo es nada.
La paciencia es cosa de puercos, y la impaciencia
Propia de perros rabiosos. Entonces, ¿es pecado
Entrar corriendo en la casa secreta de la muerte,
Antes de que la muerte ose venir a buscarnos? ¿Cómo estáis, mujeres?
¡Hala, hala, animaos! ¿Y ahora qué, Charmian?
¡Mis nobles muchachas! Ah, mujeres, mujeres. Mirad,
Nuestra lámpara se ha agotado, está apagada. Mis buenos señores, tened
corazón,
Lo enterraremos, y luego, lo bravo, lo noble,
Lo haremos según la moda de los grandes romanos,
Y conseguiremos que la muerte esté orgullosa de llevársenos. Venid, llevaos
La caja de ese enorme espíritu que ahora está frío.
¡Ay, mujeres, mujeres! Venid, no tenemos otros amigos
Que nuestra resolución, y el final más breve.
(Marco Antonio y Cleopatra, IV, XV, 79 ss.)
“Our lamp is spent, it’s out.” La lámpara agotada dice la muerte de
Marco Antonio y, enseguida, la de Cleopatra.
137
Luz y pudor
*
Entra Tarquino en el dormitorio de Lucrecia, su falcata amolada (176),
y, mirándola, vacila:
“Bella antorcha, consume tu luz, y no la des en préstamo
Para oscurecer a aquélla cuya luz es más excelente que la tuya;
Y morid, pensamientos sacrílegos, antes de que manchéis
Con vuestra suciedad aquello que es divino;
Ofreced incienso puro a este altar tan puro…”
(190 – 194)
*
Si primero Tarquino quiere que no haya luces para que luzca más
espléndida Lucrecia, ahora, rendido ya a su instinto, “pisa la luz, / porque la
luz y la lujuria son enemigos mortales, / y la vergüenza, envuelta en la noche
ciega, que todo lo oculta, / cuando menos se ve, más tiraniza” (673 – 676).
*
Lucrecia, “náufraga” (744) después de su pérdida, dice “su odio /
contra el secreto invisible de la noche”:
“¡Oh, noche, que das muerte al consuelo, imagen del infierno,
Oscuro registro y notario de la vergüenza,
Negro teatro de tragedias y horrorosos asesinatos,
Vasto Caos, que escondes el pecado, ama de cría de la culpa!
Alcahueta ciega y sorda, oscuro puerto de la infamia,
Horrorosa caverna de la muerte, murmuradora, conspiras
Con la traición muda y con el violador!”
(764 – 770)
Luego, en cambio, le suplica que cubra su vergüenza para siempre (771
– 784; 799 – 833). Fue en vano: “la solemne noche descendió con pasos
lentos y tristes / al feo infierno, y, mirad, la mañana, sonrojándose, / presta su
luz a todos los ojos que la reciben, / pero Lucrecia, nublada, siente vergüenza
al verse, / y, así, quisiera enclaustrarse aún en la noche” (1081 – 1085).
(En Lucrecia)
138
“Laps” / “Regazos”
Prólogo
“Lap”, traído al castellano, puede decirse “regazo”, o “gremio”, o
“faldas”. Regazo es “el enfaldo de la saya, que hace seno sobre el vientre,
desde la cintura hasta la rodilla”. “Se llama también la parte del cuerpo donde
se forma el regazo.” “Metafóricamente se toma por cualquier otra cosa, que
recibe en sí otra, piadosa y cariñosamente” (Aut.). Gremio “vale lo mismo que
el regazo, la falda que cuelga suelta de la cintura para abajo…”, y, “por
traslación”, el “amparo y refugio del que acoge a otro y le favorece” (Cov.).
El “regazo”, la “falda”, el “gremio” (los tres sirven para traducir “lap”) son
voces que vienen, propiamente, de la sastrería, pero se estiran, y alcanzan
otros sentidos figurados.
139
El regazo
de la tierra
(y de la primavera, y de abril, y de la rosa)
Introducción
La tierra “llamóse madre universal, por criar todas las cosas, y la gran
madre” (Cov.). Lo mismo que ella, también la primavera, y abril, su mes más
fecundo, y la rosa que la representa, poseen regazo. Este uso que hace
Shakespeare de la voz “lap” lo confirman dos de las citas que vienen en el
Diccionario de Autoridades:
“Cuando la fresca Aurora, como Júpiter en lluvia de oro, transformada
en aljófar, enriquecía el regazo de la tierra, salió el Peregrino Pánfilo de
Zaragoza” (Lope de Vega, El Peregrino en su Patria, libro 5).
“No tenía más cama que la que instituyó la naturaleza en los maternales
regazos de la tierra, asaz blanda y suave para el trabajado” (Fray Francisco de
Santa María, Historia Profética, libro 1, capítulo 6).
La tierra (matriz) se deja impregnar, o sea, preñar, por el rocío
mañanero. La tierra (siempre hembra) recibe al romero en su regazo, le da
cómodo albergue.
“Or from their proud lap pluck them where they grew.”
SONETO XCVIII
“Ausente he estado de ti esta primavera,
Cuando el lindo, irisado Abril, en sus mejores galas,
Cala en todo un espíritu juvenil,
Y hasta el pesado Saturno se ríe y salta con él.
Sin embargo, ni el trinar de las aves, ni el dulce perfume
De las distintas flores, con sus infinitas variaciones,
Lograban hacerme contar un cuento de verano,
O que las arrancara del orgulloso regazo donde crecían:
140
Ni me maravillaba la blancura del lirio,
Ni alababa el vivísimo bermellón de la rosa;
Eran, sí, dulces, pero no eran más que figuras de la delicia,
Calcadas sobre ti, que les servías de modelo.
Aún así, seguía pareciéndome invierno, y, estando tú tan lejos,
Jugaba con ellas como con tu sombra.”
Las flores de abril son hijas de la tierra, y crecen en su “orgulloso
regazo”.
“...such crimson tempest should bedrench
The fresh green lap of fair King Richard’s land...”
Enrique Bolingbroke hace un uso terrible de la imagen. Tiene
acorralado al rey Ricardo, el Segundo:
-Noble señor,
Id hasta las rudas costillas de aquel antiguo castillo,
Con el aliento de una trompeta de cobre exigid parlamento
A sus oídos arruinados, y proclamad esto:
Enrique Bolingbroke besa,
De rodillas, la mano del rey Ricardo,
Y, de todo corazón, jura lealtad y fe
A su majestad. He venido hasta aquí,
Y pondré a sus pies mis armas y todo mi poder,
Siempre que se anule mi destierro,
Y vea restauradas las tierras que me quitaron.
Si no, aprovecharé la ventaja de mis fuerzas,
Y haré tamaña carnicería entre los ingleses
Que encharcaré el polvo del verano con un chaparrón de sangre.
Que tal tempestad carmesí vaya a empapar
El verde y fresco regazo de la tierra del buen rey Enrique,
Está muy lejos todavía del pensamiento de Bolingbroke,
Como demostrará, tiernamente, mi humilde deber.
(El Rey Ricardo II, III, III, 32 – 48)
141
“...who are the violets now,
That strew the green lap of the new come spring?”
Han encerrado al segundo Ricardo en Pomfret y reina ahora, en su
lugar, Enrique Bolingbroke. Contra el monarca de hoy se han confabulado
algunos notables, y uno de ellos es Aumerle, hijo de York. Acaba Aumerle de
regresar de la Corte, y lo recibe su madre, la duquesa de York, preguntándole
por los nuevos privados de Enrique:
--Bienvenido, hijo mío: ¿quiénes son ahora los claveles
Que cubren el verde regazo de la nueva primavera?
--Señora, no lo sé, ni me importa mucho:
Sabe Dios que prefiero que no me cuenten entre ellos.
York, que recela de las traiciones de su hijo, le avisa:
--Mira, compórtate bien en esta nueva primavera,
O te arrancarán antes de que estés en flor.
(El Rey Ricardo II, V, II, 46 – 51)
Pongo “claveles” donde había “violetas”, porque pega mejor la flor
macho. La “nueva primavera” cuyo “verde regazo” cubren aquellos “claveles”
es la del reinado de Enrique.
“And thorough this distemperature we see
The seasons alter: hoary-headed frosts
Fall in the fresh lap of the crimson rose...”
A aquel chico indio lo ahijó Titania, y ahora lo quería Oberón para su
tren, y lo pondría de montero mayor. Por acaparar las especiosas gracias del
chaval riñeron Oberón y Titania, y, si el Rey y la Reina de Hadas no están a
bien, se descompone el mundo:
--Y así, con todas estas destemplanzas, vemos
Cómo se alteran las estaciones: canosas heladas
Caen sobre el fresco regazo de la rosa carmesí,
Y sobre la corona flaca y gélida de la vieja Hieme
Han puesto, como burla, una olorosa guirnalda de dulces capullos estivales:
142
La primavera, el verano, el preñado otoño y el airado invierno
Cambian sus libreas de costumbre, y el mundo, asombrado
Con sus mudanzas, no sabe ahora cuál es cuál.
Toda esta progenie de daños viene
De nuestro debate, de nuestra disensión:
Nosotros dos somos sus padres, y sus orígenes.
(El Sueño de una Noche de San Juan, II, I, 106 – 116)
143
El regazo de Inglaterra
“...Now the time is come,
That France must vail her lofty-plumed crest,
And let her head fall into England’s lap.”
Juana, “la Pucela de Orleans”, virgen y ramera, santa y demonia, o
barragana del demonio, capitana travestida de los franceses, pierde ahora, y
llama a sus familiares, que la socorran en ésta, pero ellos vienen taciturnos.
--¿Ves? Me han abandonado. Ha llegado la hora,
Francia habrá de quitarse su alto crestón emplumado,
Y dejar que su cabeza caiga sobre el regazo de Inglaterra.
Mis antiguos encantamientos son demasiado flojos…
(Primera Parte de El Rey Enrique VI, V, III, 24 - 27)
En el patíbulo baja el hacha el verdugo y cae la cabeza del condenado
en una cesta. Así recogerá Inglaterra, terrible, en su regazo, la testa descubierta
de Francia, después de derrotarla.
144
El regazo literal de la mujer del marino
“A sailor’s wife had chestnuts in her lap,
And munch’d, and munch’d, and munch’d...”
¡Se ha juntado tríada de brujas, a mirar (y fabricar) futuros!
Bruja 1ª: ¿Dónde has estado, hermana?
Bruja 2ª: Matando gorrinos.
Bruja 3ª: Hermana, y tú, ¿dónde?
Bruja 1ª: La mujer de un marino tenía el regazo lleno de castañas,
Y masticaba, y masticaba, y masticaba...
“Dame,” le dije.
“¡Quita, bruja!” chilla la sarnosa culona.
Su marido está en Alepo, es el capitán de “el Tigre”.
Pues yo me iré hasta allí embarcada en un cedazo,
Como una rata sin cola,
Y veréis, veréis, veréis...
(Macbeth, I, III, 1 ss.)
La Bruja, rencorosa, irá hasta Alepo, y secará al marino, lo arrugará, y
mareará su nave con tempestades de cuento.
El regazo de la mujer del marino es literal, vale sus faldas. En él ha
recogido esas castañas que no ofrece a la Bruja, y que ganarán el naufragio de
su esposo.
145
El regazo de Virgo
“...Good boy, in Virgo’s lap: give it Pallas.”
Mandó Tito a los suyos que tensaran los arcos. Cada punta de flecha
llevaba clavado un pasquín contra el falso Emperador. Sobre Roma lloverían
escandalosas octavillas. El viejo general pidió que apuntasen hacia los planetas
desde donde nos velan los dioses, quejándose así a ellos de sus afrentas.
--¡Ahora, señores, tirad! [Disparan] ¡Ah! ¡Buen tino, Lucio!
¡Mi bravo chico, en el regazo de Virgo! ¡Eso, entrégasela a Palas!
(Tito Andrónico, IV, III, 63 – 64)
Se encomienda sobre todo el Gran Capitán romano a Virgo y a Palas
Atenea, para que reparen la deshonra de su hija Lavinia.
146
Pornografías
Erótica de regazos y cabezas
UNO
Hamlet:
Ophelia:
Hamlet:
Ophelia:
Hamlet:
Ophelia:
Hamlet:
Lady, shall I lie in your lap?
No, my lord.
I mean, my head upon your lap.
Ay, my lord.
Do you think I meant country matters?
I think nothing, my lord.
That’s a fair thought to lie between maids’ legs.
Hamlet y Ofelia comían palomitas a oscuras, en el palco real, en el
teatro de Élsinor. Los actores iban a representar, poco disimuladas adrede, las
traiciones horribles del rey nuevo Claudio, que ha asesinado a su hermano y se
ha casado con la viuda, su cuñada.
Hamlet: Señora, ¿me acuesto sobre vuestro regazo?
[Se acuesta a los pies de Ofelia.]
Ofelia: No, mi señor.
Hamlet: Digo, si puedo apoyar la cabeza en vuestro regazo.
Ofelia: Eso sí, mi señor.
Hamlet: ¿Pensáis que hablaba de asuntos mundanos?
Ofelia:
Yo no pienso nada, mi señor.
Hamlet:
Es hermoso pensarse así entre las piernas de una doncella.
Ofelia:
¿Pensarse cómo, mi señor?
Hamlet:
Dentro de vuestra nada.
Ofelia: Estáis contento, mi señor.
Hamlet: ¿Quién, yo?
Ofelia: Sí, mi señor.
Hamlet: ¡Ay! ¡No hay mayor bufón que Dios! ¿Qué va a hacer un hombre, como no esté
contento?
(III, II, 110 – 124)
147
Propone el faldero galán (grosero) recogerse en el regazo de la chica,
cobijarse dentro de su tibio gremio. El regazo de ella o, si se mira bien, el todo
por la parte, su delicioso coño. Él quiere meter cabeza, que vale por glande, el
cual, bien mirado, la parte por el todo, trae detrás de sí el resto del miembro
viril. La “nada”, como la letra “O” (la inicial de Ofelia), vale también por el
sexo de la mujer.
DOS
--She bids you
Upon the wanton rushes lay you down
And rest your gentle head upon her lap,
And she will sing the song that pleaseth you...
--Come, Kate, thou art perfect in lying down: come, quick, quick, that I may lay my
head in thy lap.
--Go, ye giddy goose.
*
Bolingbroke se apoderó del trono y del aire que respiraba Ricardo II, y
se puso de Enrique IV, rey de Inglaterra. Ahora lo incordian los bárbaros del
norte y del oeste. Envía contra Escocia a Enrique Percy, al que apodan
“Espuela Caliente”, y a Edmundo Mortimer contra Gales. Y las dos empresas
se le tuercen. La Primera Parte de El Rey Enrique IV relata la insurrección de sus
dos comandantes, que se aliaron con las naciones que habían salido a castigar.
El rey Enrique IV, está dicho, mandó a Edmundo Mortimer de
campeador, a correr aquel país vecino de brutos y romanceros. Después de
Ricardo II hubiera heredado Inglaterra este Mortimer, porque era su sobrino
más próximo y aquél en quien más fiaba. Pero Enrique IV pudo más que uno
y que otro. Edmundo Mortimer perdió aquellas guerras, y fue emparedado.
Sin embargo su carcelero, Owen Glendower, titulado Gran Kan de Gales,
meigo de oficio, lo sacó pronto de las mazmorras y le dio a su hija, princesa de
cuento. Dijeron que el casamiento lo habían tratado antes de la batalla, y que
por ahí vino el descalabro inglés. Dijeron que no. Fuera como fuera, el padre
de la novia ligaba así su sangre a la de Mortimer. Entonces, si pusiera al yerno
en el sitio que le correspondía, de rey de Inglaterra, prosperarían Gales y su
Casa.
148
Los alzados se citaron en Shrewsbury. A Shrewsbury iban a acudir
Percy el Viejo y los escoceses de Archibald Douglas. Los demás malcontentos,
a saber, Mortimer, el Joven Percy y su tío, saldrían enseguida. Por su parte, el
galés Owen Glendower se demoraría un par de semanas, encargándose de la
escolta de las damas. “Bajo mi conducta vendrán vuestras mujeres, / de
quienes os debéis separar sin despediros” (III, I, 93 – 94). Owen recelaba que
los llorosos adioses enfangaran a los sublevados. Aunque al final concedió que
los guerreros se despidiesen sus damas:
Glendower: La luna brilla espléndida, y podréis salir esta noche:
Yo meteré prisa al escribano. En ese espacio,
Dad cuenta a vuestras esposas de vuestra partida.
¡Temo que mi hija se vuelva loca,
Tan amartelada está con su Mortimer! [Sale.
(III, I, 141 – 145)
Lady Percy ya estaba enterada, por su marido. Se le había querellado,
que tenía desatendidos sus privilegios de amor una quincena, que le dijese qué
negocio era ése por el cual dejaba de frecuentar sus manteles y sus sábanas. Él
pedía su caballo, su caballo, y la amansaba: “Pero oídme, Cati: adonde voy yo
iréis vos también. / Hoy salgo yo; mañana, vos. / ¿Os contentará esto, Cati?”
“A la fuerza lo hará” (II, III, 41 ss.).
La otra pareja la hacen Edmundo Mortimer, rey ideal de Inglaterra (que
no de hecho), y la infanta cambriana, la hija de Owen Glendower. Mira a los
novensanos, y cómo el rey mago de Gales les hace de trujimán de alcoba,
trayendo del inglés al galés, del galés al inglés, sus asuntos más privados.
[Vuelve a entrar Glendower, con las Damas.
Mortimer: Ésta es la mortal contrariedad que tanto me enfada,
Que mi mujer no sepa inglés, ni yo hable el galés.
Glendower: Mi hija llora; no quiere apartarse de vos:
Se hará soldado también, irá a las guerras.
Mortimer: Buen padre, decidle que ella y mi tía Cati
Nos seguirán bajo vuestra conducta muy pronto.
[Glendower habla con su hija en galés, y ella le responde en su lengua.
Glendower: Está desesperada, como puta testaruda y cerril,
Que no se deja persuadir.
149
[Ella le dice algo a Mortimer en galés.
Mortimer: Tus ojos sí los entiendo: ese bonito galés
Que haces llover de los hinchados cielos
Lo domino a la perfección y, si no fuera porque me da reparo,
Te contestaría en ese mismo idioma.
[Ella habla de nuevo.
Comprendo tus besos, como tú los míos,
Y es conversación muy sentida,
Pero no haré novillos, amor,
Hasta que haya aprendido tu idioma, pues, hablado por ti,
El galés no es menos dulce que los elegantes versos
Que entonara una hermosa reina en su cenador estival,
Acompañándolos maravillosamente con su laúd.
Glendower: ¡Mirad que, si os derretís, mi hija se me desquicia!
[Ella habla de nuevo.
Mortimer: ¡Ay! En esto soy la ignorancia misma.
Glendower: Ruega ella
Que os echéis sobre los voluptuosos juncos
Y apoyéis la gentil cabeza en su regazo,
Que ella os cantará la canción que gustéis,
Y mandará que se pose sobre vuestros párpados el dios del sueño,
Encantándoos la sangre, acunándola dulcemente.
Entonces apenas distinguireís el velar del dormir,
Igual que se confunden el día y la noche
La hora antes de que el tiro de caballos enjaezados en el cielo
Comienza su dorado progreso en el oriente.
[Ella habla de nuevo.
Mortimer: Con todo mi corazón me sentaré a oírla cantar:
Para entonces habrán redactado, supongo, el documento.
Glendower: Hacedlo,
Que los músicos que tocarán para vosotros,
Aunque cuelgan del aire a mil leguas de este lugar,
Se presentarán aquí en un santiamén: sentaos, y atended.
Espuela Caliente: Ven, Cati, que tú eres perfecta en eso de acostarte, ven, corre, corre,
que pueda apoyar yo la cabeza en tu regazo.
Lady Percy: Quitad, que parecéis un pato mareado.
[Glendower pronuncia algunas palabras galesas, y se oye una música.
Espuela Caliente: Ahora percibo que el diablo entiende el galés,
Y no es maravilla que tenga esos humores.
¡Por Nuestra Señora!, es un buen músico.
150
Lady Percy: En tal caso deberíais tener vos un gran talento musical, ya que los humores
os gobiernan. Estaos quieto, ladrón, y escuchad a la dama cantar en galés.
Espuela Caliente: Prefiero oír a Dama, mi perra, aullar en irlandés.
Lady Percy: ¿Quieres que te rompa la cabeza?
Espuela Caliente: No.
Lady Percy: Pues quietecito.
Espuela Caliente: Eso no puedo, por culpa de una hembra.
Lady Percy: ¡Huy, que Dios te dé socorro…!
Espuela Caliente: …Para llegarme al lecho de la dama galesa.
Lady Percy: ¿Qué has dicho?
Espuela Caliente: ¡Calla! ¡Que va a cantar!
[Lady Mortimer canta una canción en galés.
Espuela Caliente: Venid, Cati, cantadme algo vos ahora.
Lady Percy: Yo no, a fe mía.
(III, I, 191 - 250)
Espuela Caliente y su esposa tratan sus amores en divertida y rijosa
prosa, mientras que Mortimer y la princesa de Cambria sólo se entienden
como los mudos, por gestos, o sirviéndoles de lengua el padre de la recién
casada, el rey brujo galés Owen Glendower.
Glendower: She bids you
upon the wanton rushes lay you down
And rest your gentle head upon her lap,
And she will sing the song that pleaseth you...
(III, I, 213 – 216)
Glendower: Ruega ella
Que os echéis sobre los voluptuosos juncos
Y apoyéis la gentil cabeza en su regazo,
Que ella os cantará la canción que gustéis…
La petición de la princesa (que su padre traslada) es tierna, inocente. La
“gentil cabeza” del héroe no es otra cosa más fea que su cabeza, y su regazo es
rigurosamente su regazo. Espuela Caliente, empalmado, dice su celo
cambiando una preposición (“in thy lap” por “upon her lap”). Ahora mueve a
su esposa con mucha prisa a que se acueste (en eso ella es “perfecta”) para
poder buscar con su “cabeza” (la de su cipote) la tibieza húmeda de su
“regazo” (vale su vaina):
151
Hotspur:
Come, Kate, thou art perfect in lying down: come, quick, quick, that I may
lay my head in thy lap.
Lady Percy: Go, ye giddy goose.
(III, I, 229 – 232)
Espuela Caliente: Ven, Cati, que tú eres perfecta en eso de acostarte, ven, corre, corre,
que pueda apoyar yo la cabeza en tu regazo.
Lady Percy: Quitad, que parecéis un pato mareado.
El juguetón diálogo continúa:
Lady Percy: ¿Quieres que te rompa la cabeza?
Espuela Caliente: No.
Lady Percy: Pues quietecito.
Espuela Caliente: Eso no puedo, por culpa de una hembra.
(III, I, 241 – 244)
La “cabeza” que Catalina amenaza con romper es otra vez la traviesa
que su cachondo marido gasta entre las piernas.
TRES
“Then, Pistol, lay thy head in Furies’ lap.”
Pistola viene a decir a Falstaff que su pupilo, aquel Enrique tan
parrandero, es desde hoy, porque se le murió el padre, el Quinto de Inglaterra,
con todo lo cual, pensaban, se vería muy aumentado su antiguo maestro de
correrías. Pistola da rodeos muy adornados, se demora, no va al grano, está
inspirado. Los otros, impacientes, le meten prisa:
Daví: ...hay un tal Pistola que viene de la Corte con noticias.
Falstaff: ¿De la Corte? Deja que pase.
[Sale Pistola.
¿Qué hay, Pistola?
(...)
¿Qué aires te han arrastrado hasta aquí?
(...)
152
Pistola: (...) Sir John, yo soy tu Pistola, y tu amigo,
Y he venido a ti sobre un caballo desbocado,
Y rumores te traigo, y afortunadas alegrías,
Y tiempos dorados, y felices nuevas de mucho precio.
Falstaff: Ahora te ruego que las entregues como hombre de este mundo.
Pistola: ¡A la porra el mundo y sus vulgares gentezuelas!
¡Yo hablo de África, y de dichas de oro!
Falstaff: ¡Oh, vulgar caballero asirio! ¿Qué nuevas traes?
¡Entera de la verdad al rey Cofetúa!
Silencio: [Canta.] Y a Robín de los Bosques, y a Escarlata, y a Juan.
Pistola: Y estos chuchos de estercolero, ¿recibirán con ladridos a las Musas del Helicón?
¿Me desgraciarán la buena nueva?
Entonces, Pistola, más vale que reposes tu cabeza en el regazo de las Furias.
(Segunda Parte de El Rey Enrique IV, V, III, 78 – 103)
El Helicón es hogar montesino de las Musas. En sus cumbres tienen su
nacimiento los ríos de la poesía. A este Pistola contar su novedad
desguarnecida, sin emperifollarla, se le hace tan enfadoso como ponerse en el
regazo de las Furias horribles, ofrecerse al apetito amoroso de las tres Feas.
Morir en el regazo de la amiga
Adormecerse en algo significa “encebarse en un vicio o deleite...” (María
Moliner). Morirse en el regazo de la amiga, claro, vale irse, o venir, en el
éxtasis del coito.
UNO
“And in thy sight to die, what were it else
But like a pleasant slumber in thy lap?”
Suffolk y Margarita se entendieron con mucho gusto a espaldas del rey
bobo, su marido, hasta que, acusado del asesinato de Gloucester, tío y
protector de Enrique, cayó en desgracia, y fue desterrado. Aquí se dicen adiós
los amigos furtivos:
Reina Margarita: Ahora vete de aquí: el rey, lo sabes, viene:
Si te encuentra a mi lado date por muerto.
153
Suffolk:
Si me aparto de ti no podré vivir,
Y, morir ante tus ojos, ¿no sería lo mismo
Que adormecerme dulcemente en tu regazo?
Aquí podría yo dar mi último suspiro, y el alma con él:
Sería una muerte tan suave y gentil como la de un bebé
Que se muriese amorrado al pezón de su madre...
(Segunda Parte de El Rey Enrique VI, III, II, 387 – 392)
DOS
“I will live in thy heart, die in thy lap, and be buried in thy eyes...”
Por fin se han enamorado como colegiales, después de muchas
graciosas escaramuzas, Benedick y Beatrice, antiguos solterones jurados.
“Viviré dentro de tu corazón, me moriré en tu regazo, y me sepultaré en tus
ojos...” (Mucho ruido y pocas nueces, V, II, 108)
El regazo de una mujer, tu cielo
“I’ll make my heaven in a lady’s lap...”
Otro monólogo de Ricardo, que será, en la última pieza de esta
cuatrinca, Tercero de Inglaterra. Ricardo es un monstruo manco, jorobado y
rengo que, habiendo desesperado del amor, sólo busca ya sentarse en el trono.
Estorban, sin embargo, su ambición, el rey de ahora, Eduardo, y sus propios
hermanos y sobrinos, que van antes que él.
--Bien, digamos que no hay reino, entonces, para Ricardo:
¿Qué otro placer podrá proporcionarme el mundo?
Me haré mi cielo en el regazo de una dama:
Vestiré mi cuerpo con alegres galas,
Y embrujaré a dulces señoras con mis palabras y mi hermosura.
¡Ay, miserables pensamientos! Más lejos estoy de todo eso
Que de conseguir veinte coronas de oro.
¡Si Amor me desconoció en el vientre de mi madre…!
(Tercera Parte de El Rey Enrique VI, III, II, 146 – 152)
¡Hacerte tu “cielo”, tu paraíso, tu delicioso jardín, en “el regazo de una
dama”!
154
El regazo de Cleopatra
“...that our stirring
Can from the lap of Egypt’s widow pluck
The ne’er-lust-wearied Antony.”
Pompeyo, con flotilla de piratas, se ha hecho fuerte en los mares. César
ha llamado a Marco Antonio, que se entretenía, con muchísimo gusto, en casa
de Cleopatra, la reina gitana, y dentro de su húmedo regazo. Y Marco Antonio
viene.
Pompeyo: ...No pensaba
Que este amoroso calavera fuera a ponerse el yelmo
Por unas guerras tan insignificantes. Su poderío
Dobla al de César y Lépido juntos. ¡Bueno! Esto aumentará
Nuestra opinión, que nuestro alzamiento
Haya podido arrancar del regazo de la viuda de Egipto
A Antonio, vicioso incansable.
(Antonio y Cleopatra, II, I, 32 – 38)
Oros penetran regazos
CERO
Don Oro es donjuán muy poderoso, que rompe las puertas de los
regazos mejor custodiados.
UNO
“She will not stay the siege of loving terms,
Nor bide the encounter of assailing eyes,
Nor ope her lap to saint-seducing gold.”
155
Romeo aún no conoce a Julieta, y anda emborricado con otra, “la
hermosa Rosalinda”, que no le hace caso. Romeo se queja de su frialdad:
--...ella no se deja acertar
Con la flecha de Cupido; tiene el ingenio de Diana,
Y, fuertemente armada de castidad,
Sabe escapar al flojo, pueril arco de Amor.
No tolera el cerco de las amorosas palabras,
Ni soporta el encuentro con los ojos asaltantes,
Ni abre su regazo al oro, que seduce a las más santas.
(Romeo y Julieta, I, I, 206 – 212)
DOS
“Thou ever young, fresh, lov’d, and delicate wooer,
Whose blush doth thaw the consecrated snow
That lies on Dian’s lap!”
Ya odiaba, resentido, Timón Ateniense, a todos los hombres. Ahora
contaba las monedas de oro que había encontrado en el bosque. Las emplearía
para echar pestes sobre la ciudad.
--¡Oh, tú, dulce regicida, caro divorcio
Entre el hijo natural y su padre! ¡Tú, que mancillas con tu brillo
El lecho más puro de Himeneo! ¡Tú, valiente Marte!
¡Tú, eternamente joven, fresco, bienamado, delicado galán,
Cuyos rubores derriten la nieve consagrada
Que cubre el regazo de Diana! ¡Tú, dios visible,
Que consigues soldar los metales más opuestos,
Y hacer que se fundan en uno! ¡Que hablas todas las lenguas,
Y sirves todos los propósitos! ¡Oh, tú, piedra de toque de los corazones!
(Timón de Atenas, IV, III, 384 – 392)
Bajo la escarcha guarda Diana su flor con mucho trabajo.
156
Lametones
El verbo inglés “to lap” y el castellano “lamer”, que lo traduce, tienen
tatarabuelos comunes. Traigo dos ejemplos:
*
“That dog, that had his teeth before his eyes,
To worry lambs, and lap their gentle blood...”
Reunión de antiguas reinas rabiosas. Margarita, la viuda de Enrique, le
dice a Isabel, la madre del rey de ahora, Ricardo, el Tercero:
--De la perrera de tu vientre se ha escapado, arrastrándose,
Un sabueso infernal que nos perseguirá a todos hasta la muerte:
Ese perro, que tuvo dientes antes que ojos,
Para meter con ellos miedo a los corderos, y lamer su dulce sangre...
(Ricardo III, IV, IV, 46 – 50)
*
“Uncover, dogs, and lap!”
Timón Ateniense convidaba y regalaba a todos sus vecinos. Tanto
repartió de lo suyo que un día se vio sin blanca. Entonces, cuando fue a sus
gorrones de antes, a pedir algo prestado, se lo negaron. Hoy, rabioso,
fingiéndose rico de nuevo, banqueteaba a los desagradecidos, y les daría un
escarmiento. “¡Hale, cada uno a su banqueta...!” (III, VI, 73) Sus camareros
sirvieron las mesas, poniendo delante de cada invitado un plato hondo,
cubierto. “¡Levantad la tapadera, y lamed, perros!” (III, VI, 96) Había mandado
llenar los platos de agua tibia.
(Timón de Atenas)
157
158
Didos que escribió Shakespeare
Prólogo
Elisa Dido rondó siempre a Shakespeare. Shakespeare, con sus pobres
latines, leería sus penas en La Eneida, de Virgilio, y las oiría en los teatros,
dibujadas por Christopher Marlowe y William Nashe. Hasta es posible que
Shakespeare escribiera para ella una tragedia entera, que falló. Sea como fuera,
Shakespeare trae a Dido cosida durante toda su carrera dramática, desde La
Segunda Parte de El rey Enrique VI, salida de sus primeros partos, hasta La
Tempestad, que cierra mágicamente sus trabajos. Y la Reina de Cartago no le
hace ascos, tampoco, a ningún género, aparece en una “historia”, en una
truculencia romana, en algunas de las tragedias centrales, en una comedia
amarga, en un “romance”, y en un poema narrativo.
Shakespeare se fijó en esto, en esto. Dido pide a Eneas que le cuente su
triste historia, que comienza con el incendio de Troya (o se la dice el pequeño
Ascanio, en su regazo). Dido y Eneas se conocen carnalmente en una caverna
(iban en montería, y una tormenta maravillosa los ha traído hasta allí). Dido,
desde la playa, mira la nave de su amigo, que, pío y patriota, busca fundar una
nueva Troya y pierde a su segunda esposa. Uno titula a Dido “viuda”, y otros
hacen chistes con su erudición. Dido, comparada con la amiga de Romeo, es
“un pingo”. Dido tiene un nombre sonoro, que sirvió a Shakespeare.
159
“El cuento [tale] de Eneas a Dido…”
*
Para distraer la melancolía de Hamlet Rosencratz y Guildenstern, sus
compañeros de colegio, le han traído a Elsinore una compañía de
representantes. Hamlet pide al actor que recite un monólogo que le oyó en
otro tiempo...
--...aunque nunca fue representado, o, si lo fue, no más de una vez, que la obra, lo
recuerdo bien, no gustó al montón. Fue dar caviar a la generalidad, pero era, según
yo la recibí, y otros más entendidos la juzgaron, una pieza excelente, las escenas bien
digeridas, escrita con tanta modestia como ingenio. Recuerdo que uno dijo que a los
versos les faltaba aliño, y quedaban algo sosos, que las frases parecían huecas,
amaneradas, pero a pesar de ello encontró su método honesto, a un tiempo dulce y
cordial, y de una gracia natural muy notable. Admiré, sobre todo, uno de los
monólogos de la obra, el cuento de Eneas a Dido, y, dentro de él, especialmente
la parte en la que habla de la matanza de Príamo. Si aún vive en vuestra memoria,
empezad por este verso: dejadme ver, dejadme ver... “Pirro, enfurecido como la bestia
hircania”...no, no es así...empieza con Pirro...
(Hamlet, II, II, 430 - 447)
Hamlet pinta a Pirro, el hijo de Aquiles, tremendo, bañado en sangre de
troyanos, buscando a su rey, Príamo, para darle una muerte horrible, y el actor
termina con Hécuba, su esposa, la reina de Troya, espantada (II, II, 448 –
514).
Esto provoca que Hamlet, a solas, se eche en rostro su tibieza, su furia
entumecida, comparándolas con la pasión fingida del cómico, que parece más
conmovido con la mala suerte de Hécuba, que nada le toca, que el príncipe de
Dinamarca con la mala sombra de su padre (II, II, 543 – 583).
*
¿Qué Dido sería ésta que Hamlet recuerda haber visto representada?
Este final de Príamo lo traen Virgilio en su Eneida, y Christopher Marlowe y
William Nashe en obras que trataban la historia de la Reina de Cartago. El
fragmento que recitan Hamlet y el Actor tocan poco en estos textos. ¿Y si
escribió Shakespeare, en sus vacilantes mocedades, una tragedia de Dido que
fracasó y se ha perdido, y quiso sacar aquí, picado, su pedazo favorito?
160
*
“’Twas Aeneas’ tale to Dido…” “Era el cuento de Eneas a Dido…”
Mira en ca Virgilio. Dido quiere que su huésped le cuente sus “casos” y
“errancias”, o sea, el final de Ilión y el comienzo de su Eneida (I, 1041 ss.).
En la tragedia de Dido, Reina de Cartago, de Christopher Marlowe, ella
pide primero a Eneas que le diga el “cuento triste” (“my sad tale” [II, I, 121];
“thy ruthful tale” [II, I, 301]) de la caída de Troya.
161
“When he to madding Dido would unfold
His father’s acts, commenc’d in burning Troy!”
*
Los encuentros furtivos de Lanzarote y doña Ginebra los espiaban los
primos de don Galván. Tristán e Isolda fornicaban con miedo continuo de un
enano y de tres barones, guardianes celosos de la estropeada honra del rey
Mares. A Suffolk y a la reina doña Margarita los fastidiaba Gloucester, tío del
rey Enrique y su protector. Tanto los incordiaba que, buscando su caída, lo
acusaron de falsas traiciones. Enrique defendió su inocencia, y su esposa le
contestó con palabras famosas:
Margarita: ¿Parece una paloma? Sus plumas son sólo prestadas,
Que tiene la disposición del odioso cuervo.
¿Es un cordero? Alguien le habrá dejado la piel,
Que tiene la inclinación del lobo rapaz.
¿Quién, si quiere engañar, no puede robar la forma de otro?
(La segunda parte de El rey Enrique VI, III, I, 75 - 79)
*
Suffolk trajo al rey la noticia de la muerte repentina de Gloucester.
Enrique la recibió con desmayos y grandes lamentos. Y sospechó de Suffolk,
que venía “a cantar la nota de un cuervo” “desde un pecho hueco” (La segunda
parte de El rey Enrique VI, III, II, 39 y 42). La reina doña Margarita, por
amparar a su amigo secreto, protestaba:
Enrique:
¡Ay de mí! ¡Pobre Gloucester!
Margarita: ¡Ay de mí, digo yo, que soy más desgraciada que él!
¡Qué! ¿Me darás la espalda, escondes el rostro?
No soy yo ninguna repugnante leprosa: mírame.
¡Qué! ¿Eres, como la víbora, sordo?
Usa entonces, también, de su veneno, y mata a tu triste reina.
¿Ha quedado todo tu consuelo encerrado en la tumba de Gloucester?
Si es así, doña Margarita no fue nunca tu alegría:
Erígele a él una estatua y adóralo,
Y cuelga mi imagen a la puerta de cualquier taberna...
(La segunda parte de El rey Enrique VI, III, II, 71 – 80)
162
Margarita se compara entonces con otra reina desengañada:
--¡Tantas veces he tentado la lengua de Suffolk
(El agente de tu torpe inconstancia)
Pidiéndole que se sentase y me embrujase, como Ascanio hiciera
Cuando desplegaba para Dido, que enloquecía,
Los actos de su padre, comenzados en el incendio de Troya!
¿No me veo yo embrujada como ella? ¿Y no eres tú tan falso como Eneas?
¡Ay de mí, no puedo más! ¡Muere, Margarita,
Que Enrique llora de verte vivir tanto tiempo!
(La segunda parte de El rey Enrique VI, III, II, 113 -120)
En la Eneida de Virgilio Eneas ha ordenado que traigan a su hijillo, Yulo
Ascanio, a palacio, con reliquias de Troya para la reina de Cartago: el manto y
el velo de la dote de Elena, el cetro de Ilíone, la hija mayor de Príamo, y su
hilo de perlas, y su diadema. Venus (todo lo ve) usará “nuevas artes” para
cercar, y rendir luego, el corazón de la viuda Dido, y que arda por el dudoso
héroe. La diosa roba a Ascanio y lo pone a dormir, y se lo lleva a sus casas, en
el monte Idalio, y manda al travieso Cupido que tome el aspecto del chiquillo
y arrime a Dido y al príncipe fugado (I, 643 – 1040). Luego Dido forzará a su
invitado a contarle cómo se acabó Troya y empezó la historia que llevará su
nombre (I, 1041 ss.).
En la tragedia de Dido, Reina de Cartago, de Christopher Marlowe, Eneas
dice a Dido el “cuento triste” de la caída de Troya. El relato la llena de
melancolía… (II, I, 301 – 303) Venus adormece ahora a Ascanio con una
nana, y lo deja en una cueva, sobre un suelo de “violetas de dulce perfume, /
ruborosas rosas y jacinto color púrpura”, guardado por palomas, y dice a
Cupido que asuma la forma del niño mortal y juegue en el regazo de Dido, y
roce con la punta de su flecha el “blanco pecho” de la reina, para que busque
el amor de Eneas y repare sus naves, y abastezca a sus soldados, y lo regale
mucho… Cupido hará su “parte” (II, I, 304 ss.).
Shakespeare no recuerda muy bien la historia, o la corrige (pero en
Hamlet la escribirá en este punto exactamente). En lo de Virgilio, como en lo
de Marlowe, quien da su versión de las últimas horas de Troya nunca es
Ascanio. Lo cuenta todo Eneas. El principito (Cupido mudado) se sienta en el
regazo de Dido, canta para ella, la enternece, le pellizca el seno con la punta
hechizada de su flecha. Aquí, en cambio, el pequeño encanta, y tara (la ladea
amor) a Dido con la narración de las machadas de su padre, el principio de su
Eneida.
163
La amorosa cueva
Tamora, reina derrotada de los godos, se ha casado, a cambio de la
libertad de los suyos y otros privilegios, con Saturnino, el emperador de Roma
(pero se perdía, secreta, por el moro Aarón). Hay doble boda, y la segunda es
la de Lavinia, la hija de Tito Andrónico, con Basiano, el hermano de
Saturnino.
Tito despierta temprano a los novios con una alborada de perros y
cuernos, que salen todos, para celebrar, a cazar panteras y ciervos. Será una
montería desgraciada, que terminará con el asesinato de Basiano y la horrorosa
violación de Lavinia. Pero antes se han apartado, “en un lugar solitario del
bosque”, Aarón y Tamora. La reina goda tienta al moro:
--Mi adorable Aarón, ¿por qué pareces tan triste
Cuando todo mueve a la alegría?
Los pájaros entonan sus melodías en cada arbusto,
La serpiente disfruta, enrollada, del calor del sol,
Las verdes hojas se estremecen, mecidas por el aire fresco,
Y proyectan sobre la tierra una sombra movediza.
Sentémonos, Aarón, bajo su dulce toldo,
Y mientras el eco, charlatán, engaña a los sabuesos
Respondiendo destemplado a los afinados cuernos,
Como si hubiera una doble cacería,
Sentémonos a oír el ruido de sus aullidos.
Entonces, después de una batalla amorosa como la que supuestamente
El príncipe errante y Dido disputaron, gozosos, una vez,
Viéndose sorprendidos por una feliz tormenta,
Y ocultos por las cortinas de una discreta cueva,
Podemos nosotros, en brazos el uno del otro,
Después de terminados nuestros pasatiempos, echarnos una dorada siesta,
Mientras los perros, las trompas y las dulces aves melodiosas
Nos sirven de nana
Acunándonos como a bebés.
(II, III, 10 - 29)
Gobierna Venus a Tamora, y se sueña Dido en la escena de la cueva,
pero a Aarón lo nubla ahora otro planeta, Saturno, y sus intenciones son todas
sanguinarias. “No, señora, no son éstas señales venéreas” (II, III, 37).
164
En la Eneida virgiliana Venus y Juno, aliadas contradictorias, arman la
tormenta que dispersa a los monteros, juntan en la gruta a Dido y a Eneas,
ordenan sus repentinas bodas (IV, 174 – 252).
En la obra de Christopher Marlowe hay aparato de “tormenta”, y una
“cueva”.
Dido:
¡Eneas!
Eneas:
¡Dido!
Dido: Dime, amor mío, ¿cómo has encontrado esta cueva?
Eneas: Por casualidad, dulce Reina, igual que cuando Marte y Venus se conocieron.
Dido: No, no, que aquéllos se vieron atrapados en una red, y nosotros estamos sueltos...
Y, sin embargo, yo no soy libre...¡Ah, ojalá lo fuera!
(III, IV, 1 - 6)
Allí le prometió él que no abandonaría jamás aquellas murallas recién
levantadas, “mientras Dido viva y reine en la ciudad de Juno”, y ella le rogó
que se fabricase aquella Italia que buscaba entre sus brazos, que lo haría rey de
Libia y de Cartago (III, IV, 48 ss.).
165
Dido en la playa
Con una mojiganga Lorenzo le quitó a Shylock su hija Jessica y un
saquito de oro. Ahora, en Belmonte, en casa de Porcia, Lorenzo y Jessica,
felices novensanos huidos, chicolean, glosando sus amores con ejemplos
melancólicos, y repasando de paso, con tiernos guiños cruzados, la historia de
su pasión, cosquilleándose con reproches poco sentidos, de mentirijillas.
Lorenzo:
La luna brilla, resplandeciente: en una noche así, como ésta,
Cuando la suave brisa besaba, gentil, los árboles,
Que no hacían ruido alguno, en una noche así
Troilo, me parece, se subió a las murallas troyanas
Y se le iba el alma en suspiros mirando las tiendas de los griegos
Donde Crésida trasnochaba.
Jessica:
En una noche así
Tisbe pisaba de puntillas, miedosa, el rocío,
Y, al ver la mera sombra del león,
Huyó desmayada.
Lorenzo:
En una noche así
Dido agitaba una rama de sauce
Desde las salvajes orillas, por si servía de faro a su amor
Para regresar a Cartago.
Jessica:
En una noche así
Medea recogió las hierbas encantadas
Que renovaron al viejo Esón.
Lorenzo:
En una noche así
Se hurtó Jessica del rico judío
Y despilfarrando amor huyó de Venecia
Hasta llegar a Belmonte.
Jessica:
En una noche así
Juró Lorenzo que la quería bien,
Robándole el alma con grandes votos de fe,
Ninguno verdadero.
Lorenzo:
En una noche así
La linda Jessica (¡bruja!)
Difamó su amor, y él la perdonó.
Jessica:
Podría ganarte a noches, si no viniese nadie,
Pero ¿oyes? Oigo los pasos de un hombre.
(El Mercader de Venecia, V, I, 1 –24)
166
Eneas se larga, patriota y religioso, en las naves que Dido le ha armado
en sus puertos, abandonándola, a fundar la Nueva Troya. Dido lo llora. Los
demás ejemplos son también, todos, infelices: Crésida hizo novillo a Troilo,
Píramo y Tisbe terminaron muertos a la sombra de una morera blanca, Jasón
prefirió a otra, más principal, y dejó a la tía de las hechiceras.
En la Eneida de Virgilio Eneas, “pío” (IV, 393), se marcha, y Dido, que
ve desde el alcázar la vela de su capitana, pide sólo una tregua, que espere un
viento más propicio, una estación mejor (IV, 575 – 633).
En la tragedia de Marlowe Eneas “se ha ido, se ha ido” (V, I, 192).
Dido se fabricará las alas de cera de Ícaro, y buscará el sol, para caer,
desplumada, sobre la nave del amigo, o rezará a los mares, que le permitan
nadar, como la sobrina de Tritón, hacia él, o bien le irá detrás montada sobre
los lomos de un delfín (V, I, 243 – 250).
167
“Como una que, en la playa…”
Adonis se quitó del “dulce abrazo” de Venus (811), y salió corriendo
hacia su casa. Ella, con su mirada, lo siguió como saeta,
“…como una que, en la playa,
Clava su mirada en el amigo que acaba de embarcar
Hasta que las salvajes olas, cuyas crestas contienden
Con las nubes, uniéndose a ellas, impiden verlo ya:
Así la noche inmisericorde y oscura
Envolvió el objeto que servía de alimento a sus ojos.”
(Venus y Adonis, 817 – 822)
“As one on shore…” “Como una que, en la playa…” El poeta piensa en
Dido (Eneas se va, se va), como no sea en Ariadna (Teseo se va, se va).
168
La historia de Dido y Eneas, arrumbada
Han enterado a Antonio de la muerte de Cleopatra. Unas escenas atrás
el Gran Capitán romano, derrotado, la había puteado. Ahora se tira de las
barbas. “Te adelantaré, Cleopatra, y / pediré llorando mi perdón” (IV, XIV,
44 – 45).
--...Ya vengo, mi reina. (...) Espérame:
Allí, donde las almas se tienden sobre lechos de flores, pasearemos cogidos de la
mano,
Y con nuestro alegre porte dejaremos admirados a los fantasmas.
Dido, y su Eneas, se quedarán sin acompañamiento,
Y todos los espíritus nos seguirán a nosotros.
(Antonio y Cleopatra, IV, XIV, 50 – 54)
Dido y Eneas, antiguos reyes (prom king and queen) de Campo de
Muertos, ceden su señorío a Antonio y Cleopatra. Su historia (de amor)
parecerá, desde ahora, más curiosa.
169
“La viuda Dido…”
Alonso, el rey de Nápoles, venía de África, de casar a su hija Claribel
con el señor de Túnez, cuando una tempestad teatral pareció hundir su
capitana. Después del naufragio Alonso daba por ahogado a su hijo Fernando,
el príncipe heredero.
Sebastián: Han sido unas bodas dulces, y regresando de ellas hemos prosperado.
Adrián: Túnez no tuvo nunca antes la gracia de una Reina de tanta calidad.
Gonzalo: Desde los tiempos de la viuda Dido, no.
Antonio:
¡Viuda! ¡Oh cuerpo de mí con la viuda! ¿Y cómo ha llegado esa viuda hasta
aquí? ¡La viuda Dido!
Sebastián: ¿Y si hubiera dicho también “el viudo Eneas”? ¡Señor, os lo tomáis
muy a pecho!
Adrián:
¿“La viuda Dido”, decís? Me haréis estudiar el caso: Dido era de Cartago,
no de Túnez.
Gonzalo: Esta Túnez, señor, fue aquella Cartago.
Adrián:
¿Cartago?
Gonzalo: Os lo aseguro, Cartago.
Antonio:
Su palabra puede tanto como la milagrosa arpa.
Sebastián: Con ella ha levantado las murallas, y sus edificios además.12
Antonio:
Y ahora, ¿qué otro asunto imposible convertirá en cosa de hilar y cantar?
Sebastián: Supongo que se llevará esta isla a casa en el bolsillo, y se la dará a su hijo en
lugar de una manzana.
Antonio:
Desparramará sus pepitas en el mar y surgirán nuevas islas.
Gonzalo: Sí.
Antonio:
¿Ya contestáis? ¡Os habéis tomado vuestro tiempo!
Gonzalo: Señor, decíamos que nuestra ropa parece ahora tan nueva como cuando la
estrenamos en Túnez, en el casamiento de vuestra hija, que ahora es su
reina.
Antonio:
Y la más rara que han visto allí.
Sebastián: Quitando, eso sí, a la viuda Dido.
Antonio:
¡Ah, la viuda Dido! Sí, la viuda Dido...
Gonzalo: ¿No está, señor, mi jubón tan nuevo como el primer día que lo llevé? Quiero
decir, poco más o menos.
Antonio:
Ese “poco más o menos” lo habéis pescado muy oportunamente.
12 Ahora lo hacen ignorante: Cartago y Túnez son villas vecinas. Anfión, con su lira maravillosa,
levantó las murallas de Tebas, como Febo las de Ilión con la suya. Gonzalo, con su error, ha
fabricado una nueva ciudad.
170
Gonzalo: Decía, cuando lo llevé para celebrar el matrimonio de vuestra hija…
Alonso:
Me embutís los oídos con esta palabrería, y se revuelve
El estómago de mi razón. Ojalá nunca hubiera
Casado a mi hija, que, viniendo de aquel lugar
He perdido a mi hijo, y, ahora lo veo, a ella también,
Tan apartada de Italia
Que nunca la volveré a ver. Ay, y a ti, que ibas a heredarme
En Nápoles y en Milán, ¿qué extraño pez
Se ha almorzado contigo?
Francisco:
Señor, puede que viva...
Vi cómo luchaba con las olas
Y cabalgaba sobre sus lomos: parecía caminar sobre las aguas,
Apartando a un lado su enemistad, y superaba
Las crestas más hinchadas que le salían al paso; mantenía la cabeza
Muy por encima de las furiosas olas, y usaba sus vigorosos brazos
Como remos, nadando con fuerza
Hacia la costa, de manera que ésta parecía inclinarse
Para aliviar sus trabajos: yo no dudo
Que haya llegado a salvo a tierra.
Alonso:
No, no, se ha ido.
Sebastián: Señor, sólo a vos mismo debéis agradecer esta enorme pérdida,
Pues no quisisteis bendecir a Europa con vuestra hija,
Prefiriendo antes soltársela a un africano.13
Al menos ella, desterrada donde vuestros ojos no podrán contemplarla más,
No verá cómo el dolor de vuestra doble desgracia os los humedece.
Alonso:
Calla, te lo ruego.
Sebastián: Todos nosotros nos arrodillamos ante vos,
Y os importunábamos para que no lo consintieseis,
Y la pobre niña, dividida entre el asco y la obediencia,
No sabía hacia dónde inclinarse. Hemos perdido a vuestro hijo,
Me temo, para siempre: Milán y Nápoles han ganado
Más viudas con este trato
Que hombres les llevamos para consolarlas.
Y vos tenéis la culpa.
Alonso:
También pierdo yo más que ninguno.
Gonzalo: Mi señor Sebastián,
A la verdad que decís le faltan gentileza
Y oportunidad: echáis sal en una herida
Que deberíais procurar aliviar con algún bálsamo.
13 “But rather loose her to an African…” (II, I, 121) Sebastián carga sobre las espaldas de su hermano
Alonso, rey de Nápoles, la alforja de sus desgracias. “To loose” es verbo alcahuete, de mamporreros,
que Shakespeare ha empleado otras veces.
171
Sebastián:
Excelente parlamento.
Antonio:
Y exhibe, con él, la ciencia de un cirujano.
Gonzalo: El día se encapota para todos nosotros, mi buen señor,
Si os nubláis vos.
(La Tempestad, II, I, 69 - 137)
“¡La viuda Dido!” (“Widow Dido!” [II, I, 75]) “¿‘La viuda Dido’, decís?”
(“‘Widow Dido’ said you?” [II, I, 78]) Antonio y Sebastián hacen aquí la parte del
gracioso, y se mofan del buen Gonzalo, poniéndolo de pedante, pero sus
donaires son agrios, antipáticos.
Ciertamente Dido fue la viuda de Siqueo, un sacerdote de Tiro. En las
versiones más antiguas, las de Timeo o Nevio, Pigmalión, el hermano de
Dido, mata a su marido, y la viuda se suicida por esquivar la boda con Yarbas,
caudillo africano. Virgilio conoce lo de Siqueo, pero le inventa sus amoríos
con Eneas. Boccaccio, por ejemplo, en De Claribus Mulieribus, defiende la
castidad de Dido, leal a su difunto. En Marlowe, en cambio, Dido viste a
Eneas con la ropa de su esposo y, ya perdida por el troyano, le dice:
--Que te llamen Siqueo, y no Eneas,
Rey de Cartago, y no hijo de Anquises.
(III, IV, 59 – 60)
Y sí, también Eneas era viudo. Troya se acababa. El héroe custodiaba
los penates de la patria, cargaba con su padre, el viejo Anquises, sobre sus
espaldas, y llevaba de la mano a su hijo, que lo continuaría. Y perdió (extravió)
a su mujer, Creúsa, que lo iba a estorbar en las colonias.
172
“Dido a dowdy…”
Benvolio: Ahí viene Romeo, ahí viene Romeo.
Mercucio: Con la esperma gastada, como un arenque seco: ¡ay, la carne, la carne vuelta
pescado! Ya va midiendo, como Petrarca, sus sílabas: Laura, comparada con su
dama, no era sino una marmitona, eso sí, su amigo la rimaba con más gracia. Al
lado de su señora, era Dido un pingo, Cleopatra una gitana, Helena y Hero,
busconas y rameras, y Tisbe una legañosa...
(Romeo y Julieta, II, IV, 37 - 44)
Los de su barra creen que Romeo ha entretenido la noche en casa de
Rosalinda, su novia de antes, pero equivocan la chica: Romeo viene de la
escena del balcón, bobo de amor, aunque no corrido, todavía, y es Julieta su
nueva amiga.
“Dido a dowdy”. “Pingo”, en castellano, como en inglés “dowdy”, vale por
fea, sucia, andrajosa y desastrada, y también sirve para designar a las
esquineras. Dido, con las otras mujeres famosas de su lista (todas tienen muy
mala suerte), queda muy rebajada.
173
El nombre de Dido, juguete de Shakespeare
Divirtió, y entretuvo a Shakespeare, el nombre de la reina africana. Lo
encontraba gracioso y musical. Fue juguete al que acudió a menudo. Siempre
que pudo buscó la rima, o la aliteración, en las palabras de su vecindario.
Así:
“Stood Dido with a willow...”14
“…madding Dido…”15
“…widow Dido…”16
Y sobre todas ellas, porque la repite del revés, como capicúa, o
imperfecto palíndromo: “Dido a dowdy…”17
El Mercader de Venecia, V, I, 10.
La segunda parte de El Rey Enrique VI, III, II, 116.
16 La Tempestad, II, I, 73, 75, 78, 96 y 97.
17 Romeo y Julieta, II, IV, 42.
14
15
174
“Palabras, palabras, palabras.”
*
Algunos hijos desastrados de Shakespeare descreyeron del verbo. Las
palabras no podrán reparar a Lucrecia (la ha estropeado Tarquino). Fatigan a
Troilo, despechado. No alivian a Brabancio, que ha perdido a su hija
Desdémona y, detrás de ella, su nombre. No ayudarán a Hamlet a dar descanso
al espíritu de su padre, el Rey Viejo. Dicen a Timón, cavernícola, el ruido del
mundo.
*
Lucrecia maldecía a la Noche, al Tiempo y a la Oportunidad, que la
habían desgraciado. Hasta que la fatiga la rindió:
“¡Fuera, vanas palabras, criadas de los superficiales bufones18,
Ruidos sin provecho, débiles árbitros!
(…)
El humo desvalido de las palabras no me remedia…”
(1016 – 1017; 1027)
Sólo el cuchillo podrá asegurar su castidad, y restaurar su opinión.
(En La violación de Lucrecia)
*
Troilo ha espiado a Crésida, su antigua amiga, en conversación
demasiado “familiar” (V, II, 9) con Diomedes (ella lo titula su “dulce
guardián” [V, II, 8]). Parece natural, entonces, que cuando Pándaro, su
alcahuete particular, le trae una carta “de aquella pobre chica” (V, III, 99), él,
celoso, la rompa en pedazos: “Palabras, palabras, meras palabras, no son materia
que arranque del corazón” (V, III, 107).
(En Troilo y Crésida)
Y son, es verdad, las palabras los trastos del Bufón, sus armas, las herramientas de su arte, y así el
de doña Olivia, en Noche de Reyes, dice: “Yo no soy, en efecto, su bufón [her fool], sino su corruptor de
palabras [her corrupter of words]” (III, I 36 – 37).
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*
Yago despertó con mucho escándalo a Brabancio:
Yago: …Se os romperá el corazón, que habéis perdido la mitad de vuestra alma.
¡Ahora, ahora, en este mismo momento, un viejo morueco negro
Está montando a vuestra blanca chotilla!
(…)
¡…toleraréis que cubra a vuestra hija un caballo berberisco: pues os relincharán
vuestros nietos, tendréis corceles culinegros por primos, y árabes zainos por sobrinos!
Brabancio: ¿Y tú quién eres, bellaco?
Yago:
Yo soy uno, señor, que viene a deciros que vuestra hija y el Moro están ahora
representando a la bestia de dos espaldas.
(I, I, 86 – 88; 109 – 115)
Brabancio se querelló contra Otelo, que le había robado, decía, con
encantamientos, a su hija Desdémona. El Duque le aconsejaba paciencia con
adagios usados. El Vejete, sin embargo, no tenía consuelo:
--…Estas frases sirven lo mismo para endulzar que para amargar,
Pues, como tienen fuerza tanto para lo uno como para lo otro, son equívocas.
Pero las palabras son palabras, y todavía no he oído jamás
Que el corazón lastimado sanara por las que penetran por el oído.
(I, III, 217 – 220)
“But words are words…” (I, III, 219)
(En Otelo)
*
Con el propósito de esconder la historia que ha aprendido del incierto
fantasma de su padre, el príncipe de Dinamarca parecerá desde ahora
“extraño” (“strange”), “raro” (“odd”), y va a representar “una máscara
grotesca” (“an antic disposition”) (I, V, 178 – 180), fingiéndose tarado.
Inquietaba al Rey don Claudio “la transformación de Hamlet” (II, II, 5), y
entristecía a la Reina ver a su hijo tan “cambiado” (II, II, 36). Polonio pensó
haber “encontrado / la causa precisa de la luna de Hamlet” (II, II, 48 – 49),
que sería la tibieza de su hija Ofelia, y, para sondar su “pasión” (III, I, 164) lo
abordó:
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Polonio:
Hamlet:
¿Qué leéis, mi señor?
Palabras, palabras, palabras.
(II, II, 191 - 192)
“Words, words, words.” Lo dice desde su “melancolía”, que es
verdadera y peligrosa (III, I, 167 - 169), y con la exactitud del truhán, y del
atreguado. “Aunque esto sea locura, hay método en ella” (II, II, 205).
(En Hamlet)
*
Parecen, ¿ves?, las palabras, a Lucrecia “vanas” (“falt[as] de realidad,
substancia, o entidad”, “huec[as], vací[as], y falt[as] de solidez, y hablando de
algunas frutas de cáscara, vale faltas de meollo, o por haberse podrido, o
secado”, “inútil[es], infructuos[as] o sin efecto”, “insubsistente[s], poco
durable[s], o estable[s] [Aut.]), “ociosas” (“sin fruto, provecho, ni substancia”
[Aut.]) (ambas voces traducen “idle”), “ruidos sin provecho” (“unprofitable
sounds”), “débiles árbitros” (incapaces, por ello, para mediar entre el
pensamiento y la realidad), “humo desvalido”, y sólo sirven a “los superficiales
bufones”. Tampoco Brabancio les encuentra utilidad medicinal: “Pero las
palabras son palabras…” Y cansan al Príncipe, que va a otra cosa: “Palabras,
palabras, palabras.”
*
Va a peor.
A Timón de Atenas lo había arruinado su liberalidad. Flavio, su
mayordomo, se lamentaba:
--¡Ay, mi buen señor! ¡El mundo no es sino una palabra!
Si fuera todo vuestro, y lo pudierais regalar con un golpe de aliento,
¡Con qué rapidez se os terminaría!
(II, II, 162 - 164)
(En Timón de Atenas)
Va a peor. “O my good lord! the world is but a word!” No es ya que la
palabra no consiga decir la cosa, convocarla, hacerla presente. No es que no
haya nada detrás de las palabras. Es que “el mundo no es sino una palabra”.
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