Migración femenina centroamericana y violencia de género

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Migración femenina centroamericana y violencia de género: pesadilla sin límites Hiroko Asakura Introducción La movilidad de la población centroamericana se caracteriza por un alto grado de violencia a lo largo de todo el proceso migratorio que atraviesa grandes espacios geográficos y diferentes contextos sociales. Para empezar, las desigualdades económicas existentes entre los países del mundo se han agudizado conforme hayan avanzado los procesos de globalización, sobre todo económicos. Los países del Norte global se han proliferado gracias al manejo de las tecnologías que les permiten generar flujos permanentes de bienes, capital, gente e información. Instalan empresas transnacionales sin importar las fronteras geográficas; sus ejecutivos viajan para inaugurar, administrar o supervisar las sucursales ubicadas en diferentes partes del mundo; la operación financiera se realiza a través de los teclazos sin importar la ubicación de donde la ejecuten; siempre están conectados a través de diferentes dispositivos electrónicos que les permiten obtener información necesaria y precisa y comunicarse con su gente cuando se requiera. Por otra parte, los países del Sur global no han podido gozar de la misma manera de esos procesos. En la región centroamericana la política económica neoliberal y la reestructuración económica han producido crisis agudas, y a ellas se les han sumado los conflictos armados internos y las catástrofes naturales como huracanes y terremotos. 1
En estos países que pertenecen al Sur global, la feminización de la pobreza se observa no sólo en las zonas rurales donde las mujeres han sustituido las labores tradicionalmente asignadas a los hombres y han intentado sobrevivir mientras sus maridos se van en busca de otras formas de subsistencia, sino también en las ciudades cuyo nivel de desempleo es sumamente alto donde ellas han buscado pequeñas oportunidades en las maquilas y los sectores informales para ganar el pan de cada día. Estas desigualdades entre el Norte global y el Sur global han producido movimiento poblacional que va más allá de las fronteras nacionales; la gente se mueve atravesando las líneas que dividen geopolíticamente los Estados-­‐nación en busca de empleo. La composición de esta población han cambiado a lo largo del tiempo; al principio eran mayoritariamente hombres, pero ahora hay cada vez más mujeres que dejan sus lugares de origen. Los motivos de la migración femenina son diversos; algunos coinciden con los de hombres pero otros son propios de su condición de género como la violencia doméstica. Las mujeres migrantes centroamericanas están inmersas en este fenómeno mundial. Su proceso migratorio puede describirse como una pesadilla sin límites caracterizada por alto contenido de violencia. La violencia iniciada en su país de origen continúa en el lugar de tránsito, o sea México, y en el lugar de destino final, Estados Unidos. En el trayecto ellas enfrentan diferentes formas de violencia: robo, extorsión, violación, secuestro, etc. A estas se les suman la violencia simbólica que las estigmatiza, discrimina e invisibiliza. Si tienen suerte de llegar al “país de las oportunidades” las esperan duras condiciones de vida: empleo mal pagado, miedo constante de ser 2
deportadas y xenofobia. Es un camino lleno de obstáculos y peligros que a veces les hace desear a regresar a sus países de origen sin que hayan logrado su objetivo inicial. Las formas y los grados de violencia que enfrentan las migrantes centroamericanos pareciera que dependen de la “suerte” que tiene cada persona. Ni en México ni en Estados Unidos no existe la garantía de respetar sus derechos de esos otros que “amenazan” la seguridad nacional. Los Estados receptores de migrantes emplean diferentes medidas para excluir y eliminar la población “no autorizada”. Las políticas migratorias cada vez más restrictivas y el fortalecimiento gradual de la vigilancia fronteriza se traducen a las prácticas violentas de instituciones, organizaciones e individuos. También guían la percepción de la población nativa sobre la extranjera hasta el grado de que ciertas formas de violencia ya no se consideren como tal, es decir, se normalizan. El objetivo de esta ponencia es describir y analizar las diferentes dimensiones de violencia ejercida contra las mujeres migrantes centroamericanas, cómo se entrelazan y cuáles son los mecanismos a través de los cuales se producen y reproducen esas violencias. I.
Contextualizando la migración centroamericana La migración centroamericana es producto del desarrollo geográfico capitalista desigual. Según el informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 2013, los países principales expulsores de población hacia fuera tienen el índice de desarrollo humano no favorable; Guatemala se ubica en el 133 lugar de los 186 países enlistados, Nicaragua 3
en 129, Honduras en 120 y El Salvador en 107 (PNUD, 2013: 157-­‐158). Por ejemplo, si vemos uno de los indicadores de este índice – la pobreza –, el porcentaje de la población en pobreza extrema es alta en comparación, por ejemplo con México (5.8%) donde existe una marcada desigualdad social: el 14.5% de guatemaltecos, 11.3% de hondureños y 11.2% de nicaragüenses se encuentra en esta situación (Ibid: 161). También el nivel de instrucción es bajo; solamente el 14.8% de la población de 25 años y mayores en Guatemala, 19.7% en Honduras y el 37.5% tienen la educación secundaria completa (Ibid: 171-­‐172). En relación con la seguridad y vulnerabilidad el mismo informe señala que en Honduras la tasa de homicidio llega a 91.6 por cada 100,000 personas, cifra que se incrementó considerablemente desde 2010 (60.9). Esto se traduce a la percepción de la seguridad, ya que únicamente el 45% de la población se siente segura al caminar en la calle (Ibid.: 174). Debido a la falta de fuentes de empleo e inseguridad generalizada en su propio país, estas personas cruzan las fronteras en busca de trabajo, principalmente con la categoría de indocumentados. Sin embargo, existen contradicciones en la actitud de los países receptores. Estos requieren la mano de obra barata que proveen los migrantes. Sin embargo, al mismo tiempo niegan su legal tránsito e ingreso, utilizando el discurso sobre una supuesta “amenaza” a la seguridad nacional. En este discurso los migrantes son los “no autorizados”, o sea los “cuerpos indóciles” (Foucault, 2001[1976]) que intencionalmente tendría que dominar, a pesar de ser mano de obra necesaria para la reproducción de los países que los reciben. Después de entrar al país de tránsito o de destino final, es difícil cambiar su condición de indocumentados, más aún revertir el 4
estigma de ser los “no autorizados”. Siempre son estigmatizados y discriminados; la violencia se vuelve cotidiana. La construcción de este otro “no autorizado” emerge en un contexto histórico específico. En el siglo XIX, cuando se impulsaba la migración europea en Norteamérica, otra población extranjera como asiáticos y de otras partes del continente americano no era bienvenida. Actualmente, esta población que construye ese otro se asocia con la “amenaza” como miembros de la guerrilla, del narcotráfico, de la Mara Salvatrucha, del crimen organizado o del terrorismo. Esta estigmatización histórica del otro ha constituido la base para elaborar leyes y políticas migratorias que ejercen legítimamente diferentes formas de violencia con el fin de contener esa supuesta “amenaza”. Además, esta violencia va trazando fronteras intangibles que refuerzan esa estigmatización histórica y ejercen otras formas de violencia en la dinámica cotidiana (Álvarez, 2010). La actitud del gobierno mexicano hacia la migración centroamericana no puede ser analizada sin hacer la referencia a la relación compleja que ha tenido con su vecino país del norte, quien ha presionado a México para que impusiera la posesión de visa a ciertas nacionalidades, especialmente a países pobres, a partir de la década de los 1980. Esta primera potencia mundial también ha determinado la política mexicana en el tema del combate con la migración indocumentada en tránsito concebido como una “amenaza” relacionada con la guerrilla, el narcotráfico, las pandillas juveniles violentas, la Mara Salvatrucha centroamericana o el terrorismo. La frontera sur mexicana ha fungido como primer muro para evitar el ingreso de migrantes indocumentados centroamericanos antes de llegar al destino final, que es Estados Unidos. 5
En los años 1980, cuando algunos países centroamericanos se encontraban en los conflictos internos, la actitud de México frente a esta población era ambigua. Se acogía a refugiados, y al mismo tiempo, se incrementaban las deportaciones debido a las percepciones xenofóbicas de considerarlos como amenazas económicas o posibles miembros de la guerrilla. La actitud del gobierno estadounidense era claramente contradictoria. Intentó defender la “seguridad regional” a través de impedir el ingreso de posibles guerrilleros centroamericanos, cuando ellos mismos alimentaban los conflictos armados en Nicaragua, El Salvador y Guatemala con su intervención bélica. En la década de los noventa, México firmó el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) (1994) y con el Triángulo de Norte – Guatemala, Honduras y El Salvador – (1995). Gracias a estos acuerdos, aumentó la circulación de bienes y capital, pero la de personas no, debido al endurecimiento de los controles fronterizos produciendo la migración indocumentada. En esta época, se incrementó la violencia provocada por la Mara Salvatrucha, y eso provocó el control más rígido al paso de centroamericanos por la frontera sur de México (Programas Antimara Acero I, II, III). Al inicio del siglo XXI, el presidente de México, Vicente Fox, negociaba con su homólogo norteamericano, George Bush, un acuerdo para que regularice y mejore las condiciones laborales de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, a cambio de fortalecer la vigilancia y control de los migrantes indocumentados en la frontera sur y combatir contra los guardias corruptos que trabajan con bandas de tráfico de personas. Sin embargo, el ataque de 11 de septiembre impidió su culminación; la regularización de 6
la situación de los mexicanos indocumentados no se realizó, pero el control de la frontera sur siguió en curso. Esta fecha ha sido crucial para que la “guerra contra el terror” orientada hacia la “securalización de las políticas migratorias” se ha convertido en el modelo global. El Plan Sur implementado por el Instituto Nacional de Migración (INM) en 2001, para fortalecer el control y vigilancia de la frontera sur de México, otorgaba poder a la fuerza pública quien violaba los derechos de los migrantes bajo el “legítimo” y argumento de seguridad nacional. Se crearon “cinturones de seguridad” por el sur de México que detienen el paso de los migrantes indocumentados, orillándolos hacia las rutas clandestinas más peligrosas. Sin embargo, debido a las críticas nacionales e internacionales, sólo tuvo vigencia durante un año, aunque los operativos violentos y la configuración de cinturones de seguridad perduren hasta la actualidad. En 2005, México publicó la Propuesta de Política Migratoria Integral en la Frontera Sur de México. Aunque por primera vez, se declaró contemplar los derechos humanos, acciones para incrementar la seguridad pública y “proyectos de expansión económica en la región”, esta propuesta está basada principalmente en el Plan Sur cuyo principal objetivo es impedir el paso de los migrantes indocumentados. Es claro que a partir del 11 de septiembre de 2001, la migración indocumentada ha sido directamente asociada con el terrorismo. Se la concibe como un asunto de seguridad nacional y los migrantes indocumentados son percibidos como illegal alians. En este contexto que criminaliza a la migración indocumentada, las mujeres centroamericanas realizan su largo viaje con el fin de alcanzar al “sueño americano”. 7
II.
Pesadilla sin límites: camino interminable de violencia En este apartado, con base en las narrativas de las mujeres migrantes centroamericanas, describiremos las diferentes dimensiones y formas de violencia que ellas enfrentan a lo largo de su proceso migratorio, que comienza en sus propios países de origen, luego continúa en el lugar de tránsito, que es México, y no se acaba en Estados Unidos a donde anhelan llegar. Lugar de origen La violencia que sufren las mujeres migrantes centroamericanos en su lugar de origen tiene principalmente el carácter estructural. Los conflictos armados internos de los años 1980 y 1990, la política económica neoliberal y la reestructuración económica que crearon grandes cantidades de deuda externa, así como las catástrofes naturales que han ocasionado daños severos en diferentes países de Centroamérica, han deteriorado la calidad de vida de la población de esta región. El informe de Naciones Unidas para el Desarrollo señala que el porcentaje de la población con empleo vulnerable entre el total de la población empleada es relativamente alto en estos tres países centroamericanos: Guatemala, 55.0%, Honduras, 48.9% y El Salvador, 35.5% (PNUD, 2010: 209-­‐210). Esto significa que entre un tercio y más de la mitad de la población no tiene un empleo estable y confiable. El hecho, como es de suponer, se traduce en ingresos precarios: el 18.2% de hondureños, el 11.7% de guatemaltecos y el 6.4% de la población salvadoreña viven con ingresos inferiores a 1.25 dólares por día (Ibídem: 182). Si queremos ilustrar 8
esta situación de una manera más vívida y concreta, basta señalar que el ingreso promedio mensual en Honduras, que es de 109.4 dólares (Pastoral Social / Cáritas, 2003: 35), ni siquiera alcanza para pagar la canasta básica para una familia de cinco integrantes (Tiempo, 20 de marzo de 2003: 6, citado por Pastoral Social / Cáritas, 2003). La alusión a la canasta básica nos remite de nueva cuenta al mismo fenómeno innombrable: son pueblos con hambre. Esta pobreza generalizada ha hecho imposible para muchas personas llevar a cabo la reproducción de su hogar estando en su tierra natal. La migración internacional se ha disparado a partir de la década de los 1980, generando 2,358,203 de centroamericanos ingresados legalmente en Estados Unidos entre 1980 y 2000 (Puerta, 2005: 66). El número de centroamericanos que obtuvieron la residencia legal en Estados Unidos ha disminuido a partir de esa fecha. Sin embargo, la cantidad de migrantes indocumentados que intentan ingresar a este país no ha cambiado. Otra violencia estructural se refleja en la desigualdad de género. En esta región prevalece el matrimonio sin compromiso oficial, es decir, unión libre. Esta forma de conyugalidad ha generado miles de hogares encabezados por mujeres, ocasionando la feminización de la pobreza. La responsabilidad económica recae en los hombros de las mujeres, generalmente con hijos, y éstas buscan maneras de sobrevivir ya ni siquiera de salirse de la pobreza. Frecuentemente, esa salida no se encuentra en el interior del país ni en la región, y esas condiciones las impulsan a partir hacia el Norte a pesar del altísimo riesgo que correrán en el camino. 9
Pues por la misma situación que allá no hay trabajo, no tenía casa, no tenía dinero y son cuatro niños los que yo tenía en Honduras. Ahorita me traje uno el año pasado y todavía me quedan tres en Honduras y son mi ilusión, mi razón de estar aquí. O sea por ellos me vine porque estaba yo casada y me dejó embarazada el papá de los niños, quedé embarazada de la niña que tiene diez años, a ella la dejé bebita porque no tenía pues allá el dinero es el lempira y no tenía yo ni un lempira para darles, me pedían, “dame”, allá decimos confites a los dulces y fue muy duro dejar yo a mis hijos porque estaban más chiquillos. (Guadalupe, hondureña, 44 años) A parte de estas violencias estructurales algunas mujeres sufren otra forma de violencia que contiene un componente genérico evidente: la violencia doméstica. Frecuentemente, el motivo de partida de las mujeres centroamericanas es el maltrato severo por parte de su pareja. Como les decía… yo me casé allá a los 15 años, y la pareja con la que me casé era como animal, me golpeaba mucho. Viví durante 15 años con él, pero todo tiene su límite y yo ya no pude seguir aguantando más. La gente me aconsejaba que lo dejara, que me iba a matar (…) Sí. De hecho tengo una conmoción en la cabeza de un golpe que me dio. Hace 9 años vengo padeciendo de dolor de cabeza, para eso no hay medicamento. Después de eso yo decidí salir del país en busca de trabajo, porque tengo mis hijos. Él nunca me ayudó, yo siempre trabajaba. Cuando nos separamos, el trabajo me empezó a faltar y ya no podía trabajar como trabajaba antes… (Soledad, guatemalteca, 32 años) 10
Este conjunto de violencia no termina, aunque las mujeres centroamericanas salgan de su país, más bien, el nivel de violencia puede aumentar conforme vayan avanzando en el camino hacia el norte, aunque las formas varíen. Lugar de tránsito: México Según INM, el 95% de la gente que cruza de manera indocumentada por la frontera sur de México, lo hace con la pretensión de llegar a Estados Unidos (Rodríguez et al., 2011). Por lo tanto, estas personas no tienen la intención de quedarse en el territorio mexicano. Sin embargo, esta frontera ha sido utilizada para contener a los migrantes indocumentados que intentan llegar hasta el vecino país del norte; han existido numerosos obstáculos para conseguir un libre tránsito en el territorio. Uno de ellos ha sido la posesión de visa estadounidense para tramitar la visa de tránsito en México. Esta violencia estructural se traduce en diferentes formas de violencia directa. En primer lugar, podemos observar la violencia económica. En el trayecto dentro del territorio mexicano, los/as migrantes centroamericanos/as son víctimas de robos y extorsión de diferentes actores sociales. Es muy raro que un migrante indocumentado no haya tenido alguna experiencia de robo. Además, para avanzar en el camino es necesario realizar numerosos pagos “no oficiales”, aunque haya tomado el tren llamado “La Bestia” cuyo costo se supone que es gratis, ya que es un tren de carga y ellos suben de manera clandestina. En las vías del tren existen varios puntos donde los agentes de migración están vigilando el ingreso de los/as indocumentados/as. A algunos se les puede convencer con unos billetes. Los maquinistas del tren también les exigen a los/as 11
migrantes una cuota para subir al tren. Sin embargo, estos pagos no les garantiza la seguridad en el camino. Los accidentes del tren no se parará mientras los/as migrantes indocumentados/as no tengan otros medios de transporte igual de “económicos”, y sobre todo, el estatus migratorio que no les obliguen a esconderse de la autoridad migratoria y local. Cada vez que perciben el peligro de ser encontrados/as seguirán saltando de este transporte cargado de ilusiones, a pesar del riesgo de ser atropellados/as y de perder parte del cuerpo e incluso la vida. Además, ahora el peligro de tomar el tren no se limita a los accidentes sino que también contiene ser víctima de secuestro, ya que este acto de violencia se comete principalmente en y cerca de las vías de este transporte. Los maquinistas, los agentes de migración, los policías locales y hasta el ejército frecuentemente están coludidos con los grupos de secuestradores como las Maras y los Zetas. Yo 15 días (estuve secuestrada), en ese trayecto veníamos hasta que nos subieron caminando por los cerros, hasta los trenes. Ellos parlaban con los de los trenes y ahí detenían a toda la gente, ahí los subían, porque los mismos maquinistas también están con ellos y se bajan, porque ese día el helicóptero baja. Antes no bajaba tanto cuando el tren va chocando cuanta gente, y hacen reten ahora, y esos que traen secuestrados bajan la gente antes y en las montañas las tienen y mandan a traer la comida y les están dando. Todo el que tiene familiar le piden comida, ya después les dan clave y todo ya los tratan bien después de que los han golpeado. No sé si los terminaran de subir o no, les dicen que los van a subir, que paguen rescate y que tanto por tanto … (Camelia, hondureña, 29 años) 12
El viaje en tren está plagado de violencia: los robos y las mordidas que van vaciando el bolsillo de migrantes; el miedo de ser descubiertos/as y deportados/as por la migración y también de ser secuestrados/as por los grupos de crimen organizado. Cuando son perseguidos/as y capturados/as por la autoridad migratoria o la policía local, muchas veces el trato que reciben no corresponde al trato digno que todas los seres humanos deben recibir. Si cae en la mano de los secuestradores, el nivel de violencia que pueden sufrir es inimaginable. Ahora bien, todas estas formas de violencia son ejercidas de manera igual contra los hombres y las mujeres. Sin embargo, la condición de género les hace más vulnerable a las mujeres frente a la violencia sexual. Todo el trayecto, desde que salió de su lugar de origen, está lleno de ser abusadas sexualmente. Según algunos estudios, seis de cada diez mujeres son violadas en su trayecto migratorio (Belausteguigoitia y Melgar, 2008; Amnistía Internacional, 2010). Debido al gran peligro que tienen que enfrentar los/as migrantes, ellos frecuentemente se mueven en grupo. Cuando hay mujeres están expuestas al abuso de sus compañeros. A veces ellas mismas negocian con uno de ellos para que las protejan de los otros a cambio de ser su pareja sexual del camino. También en ocasiones estas mujeres son utilizadas como monedas para el pago a diferentes actores sociales que aprovechan de esta población migrante indocumentada. Existe una expresión cuerpomatic cuyo origen se encuentra en el cajero automático (Álvarez, 2010). Mientras que el cajero automático es una máquina que da dinero, el cuerpo femenino sirve como moneda para que dé el pase para avanzar. Entonces, entre los integrantes 13
del grupo de camino se acuerdan que cuando se les exijan un pago a cambio de dejarlos pasar, las mujeres que forman parte de ese grupo pagarán con su cuerpo. A veces las mujeres se preparan antes de comenzar su ruta migratoria para disminuir las consecuencias que puedan ocasionar este tipo de evento; toman anticonceptivos para evitar, por lo menos, embarazo. En este clima de violencia, la cosificación del cuerpo femenino es evidente y toda agresión sexual contra las mujeres está naturalizada, incluso por las mismas mujeres. La violencia sexual contiene todas las formas de violencia: física, económica y psicológica. Los daños que pueden ocasionar este tipo de violencia, sobre todo cuando es tumultuaria, como suele ejercer contra las mujeres migrantes centroamericanas, son inmedibles. Algunas mujeres terminan rompiendo lazos con su familia debido a la vergüenza que se siente con lo que les ha sucedido. Otras dejan su objetivo de llegar al “país de las oportunidades” y regresan a su lugar de origen. A veces estas mujeres se convierten en víctimas de trata y de tráfico de mujeres. Lugar de destino El camino de violencia que corren las mujeres migrantes centroamericanas no termina al llegar a su destino final. Ellas parten de su lugar de origen en busca de “sueño americano” con el objetivo de salirse de la pobreza y alcanzar a una vida digna que se supone que todos los seres humanos merecen tener. Sin embargo, el suelo americano no reciben a estas migrantes con brazos abiertos, más bien los tratan como esos otros “no autorizados”, empleando diversos mecanismos de exclusión. 14
La violencia simbólica de concebir a esta población no deseada como “amenaza” a la seguridad social, se traduce en diversas formas de violencia estructural. En primer lugar, aunque los/as migrantes centroamericanos/as consigan el ingreso al territorio estadounidense el mercado laboral que se supone que les permita cumplir su “sueño americano” no les está abierto completamente. Debido a su estatus migratorio indocumentado, estas personas no pueden acceder a los empleos bien remunerados, más bien, son explotadas laboralmente; realizan labores no calificadas independientemente de la preparación o la profesión que tengan antes de migrar con remuneración raquítica. Además, las mujeres enfrentan la segregación del mercado laboral por género, que se traduce en aún menos salario. Muchas veces las condiciones laborales son inadecuadas pero no pueden protestar o denunciar debido al miedo a ser deportadas, y sobre todo, la necesidad de solventar los gastos en ambos lados de las fronteras. Aquí en Estados Unidos (lo más difícil) es encontrar trabajo, porque no es tan fácil encontrar trabajo. Cuando yo vine nadie, no había nadie que decirle (…) tenía que tener a alguien que me conectara donde yo quería trabajar, y ahí por eso casi estuve como tres años sin trabajo. (¿Tres años?) Ajá, no encontraba trabajo. (¿Pero qué hacía?, o sea, ¿cómo se mantenía?) Me mantenía porque cuidaba niños. Pero no encontraba trabajo porque como le digo, tiene que estar alguien adentro para que lo conecte a uno. (Elena, guatemalteca, 43 años) 15
La segregación laboral por su condición de ser mujer además de ser migrante indocumentada se traduce en una violencia estructural que contiene una carga simbólica muy fuerte; implanta la idea de que estas personas son necesarias pero no son deseadas y que deben permanecer invisibles para que no las descubran. Esta percepción de sí mismas ejerce violencia psicológica, ya que el miedo a ser descubiertas y deportadas se convierte permanente y cotidiano. No pueden encontrar la paz en su vida mientras cargan ese estigma de ser indocumentadas. La violencia de género continúa en el lugar de destino. La relación de pareja, ya sea la continuación o la nueva formación después de llegar al lugar de destino, suele convertirse en una carga adicional para las mujeres en una situación por sí adversa en su proceso migratorio. Se supone que la aplicación leyes relacionadas con la violencia de género es más efectiva en Estados Unidos. Sin embargo, este tipo de violencia se ejerce en un ámbito íntimo y muchas mujeres no se atreven a denunciar, debido a la vergüenza de ser golpeada y también al miedo de ser descubierta y deportada por su estatus de indocumentada. La violencia de pareja continúa hasta que ellas tomen la decisión de terminar esa relación o por alguna fuerza mayor que los separan físicamente. Es muy ilustrativa la narrativa de Vania, cuya segunda pareja fue deportada a Guatemala debido a una infracción cometida, y por fin pudo recuperar tranquilidad en su vida. Él (mi segunda pareja) era violento también, yo sufría mucha violencia con él. (…) No, yo ahorita estoy feliz porque estoy sola (risa). No importa, que estoy con mis hijas nada más, pero estoy feliz porque no tengo ningún yugo ahorita. No, yo estoy feliz ya viví mucho de eso, ya no quiero vivir eso ya ahora digo “no, yo no estoy para soportarle nada a ningún 16
diablo” es lo que digo yo. No, ya no mucho menos infidelidades porque, eso, infidelidades me quedé hasta aquí con él, con el papá de ella, infidelidad, corajes, violencia también. (Vania, guatemalteca, 47 años) Así las mujeres migrantes centroamericanas van enfrentando una serie de violencias que se traslapan en diferentes espacios y etapas de su proceso migratorio. A modo de conclusión La experiencia migratoria de las mujeres centroamericanas no puede abordarse sin hacer referencia a la violencia. Su trayecto, desde el momento de salida hasta después de haber ingresado al destino final, está lleno de violencia que, además, es multidimensional: directa, estructural y simbólica. Todo ello causa diferentes daños en la vida de las mujeres migrantes centroamericanas. Su condición de género las hace más vulnerables en el proceso migratorio. En el lugar de origen, la violencia estructural, simbólica y doméstica derivadas de la desigualdad de género las impulsan a abandonar su tierra natal y sus seres queridos. En el lugar de tránsito, la cosificación del cuerpo femenino y por lo tanto la violación del derecho básico a la integridad física es evidente. Ellas son utilizadas como pago para obtener el pase con el fin de seguir el camino; son vendidas, después de varias violaciones, para ser prostituidas tanto dentro como fuera del país donde transitan. La violencia sexual contra las mujeres migrantes está natualizada al grado de que las mismas mujeres toman medidas antes de partir para “aligerar” las consecuencias. En el lugar de destino, la violencia estructural y simbólica 17
se sigue ejerciendo contra ellas; el mercado laboral segmentado y restringido genéricamente disminuye las oportunidades de empleo e ingreso. Además, para algunas mujeres continúa la violencia de pareja, ya sea por parte del compañero con el que viajaron o algún otro con quien se relacionaron después de establecerse en la sociedad acogida. Es frecuente la combinación de diversas formas de discriminación por ser mujeres, migrantes y además indocumentadas. El miedo a deportación es permanente, por eso es preferible mantenerse invisibles. ¿Cuándo terminará su camino de violencia? ¿Algún día se les quitará el dolor y el sufrimiento? Los daños psicológicos son más difíciles de eliminar. La violencia simbólica también tiene el mismo carácter. Para que las mujeres migrantes centroamericanas dejen de sufrir múltiples formas de violencia, es necesario eliminar la violencia simbólica que las discrimina y las excluye. El único camino posible es la transformación de las estructuras sociales que producen las desigualdades tanto de género como de estatus migratorio. Hay que reconocer el valor de la vida que poseen esas personas para dar pleno sentido a los principios de igualdad y universalidad basados en los derechos humanos básicos, y a partir de ahí elaborar políticas migratorias integrales que intentan satisfacer las necesidades diferentes poblaciones, es decir, no sólo las de las migrantes centroamericanas y sus familiares sino también las de la gente de la sociedad acogida. 18
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