El funcionalismo y la ciudad fordista

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Instituto Manuel Belgrano Geografía Económica y Social 6º año Humanidades Prof. Sergio Perdoni Trabajo Práctico nº 1 El funcionalismo y la ciudad fordista Revolución industrial y cambios en la ciudad Ya desde finales del siglo XIX pero de forma más sistemática desde comienzos del siglo XX las ciudades y sus cada vez más complejos problemas pasaron a formar parte del ideario positivista de la racionalidad, un ideario sostenido por nociones como evolución, progreso y desarrollo; transformadas más tarde en las bases argumentales para la institucionalización de la planificación urbana. Racionalismo y positivismo El deterioro de las condiciones de vida en vastos sectores de la población urbana afectados por el costado menos amable de un proceso de industrialización acelerado hizo que las ciudades fueran consideradas ”…un lunar de óxido en el rostro cromado de la modernidad” a partir de lo cual “Asediadas por viejos y nuevos males, caóticas y desordenadas, sucias, malolientes y dueñas de una trama confusa más propia de tiempos bárbaros, las ciudades debían ser reformadas de manera urgente”(Ricardo Greene; 2005: 79). En Europa, a lo largo del siglo XIX las ideas del higienismo habían procurado revertir en parte los perjuicios de una urbanización acelerada que acompañaba el vertiginoso crecimiento de la actividad industrial. Factores críticos como las inadecuadas condiciones de trabajo en minas y fábricas, la contaminación ambiental, las epidemias sanitarias y el hacinamiento se habían transformado en los principales focos de conflictualidad socio‐ambiental en las ciudades. Esa misma doctrina del higienismo a través de medidas de higiene pública como el abastecimiento de agua potable, alcantarillado, dotación de espacios verdes, ensanche de calles y avenidas, inspección de mataderos y mercados, etc.; apenas pondría paños fríos al descalabro de la naciente sociedad industrial, pues al fin y al cabo sería el racionalismo el que introduciría a través de las nociones de orden y planificación los instrumentos para contener los desfasajes de este nuevo modelo de crecimiento que tenía su epicentro en las áreas urbanas. Las condiciones de vida urbana tras la primera revolución industrial “La construcción de las nuevas casas o la adaptación de las existentes estaba en manos de especuladores privados, y debido al juego de la competencia, la calidad de los alojamientos, lo mismo que los salarios o la prolongación de los horarios de trabajo en las fábricas, eran en casi todas partes los peores que las familias obreras estuviesen dispuestas a soportar. La mayoría de las casas de obreros en Manchester, Leeds, Birmingham y los suburbios londinenses habían sido construidas durante las guerras napoleónicas, cuando la madera importada de los países bálticos comenzaba a escasear, la mano de obra para la construcción era más costosa y, sobre todo, las tasas de interés sobre el capital invertido iba en aumento, manteniéndose elevada hasta muchos años después de finalizado el conflicto. Las condiciones de la época de la guerra contribuyeron, pues, de forma decisiva a empeorar la calidad de los nuevos barrios” Benévolo, Leonardo; (1994) Orígenes del urbanismo moderno “En la ciudad vieja, las calles, aun las mejores, son estrechas y tortuosas […], las casas sucias, viejas y ruinosas, y el aspecto de las callejas laterales, horrible. Si se camina desde la iglesia vieja por Long Millgate, aparecen de pronto, a la derecha, una serie de casas anticuadas, de las que quedan en pie solo algunos muros exteriores; son restos de la vieja Manchester preindustrial, cuyos primitivos habitantes se han retirado con sus descendientes, a los barrios mejor construidos, dejando las casas, que para ellos eran demasiado miserables, a una raza de obreros con fuerte mezcla de sangre irlandesa. Aquí nos encontramos de veras en un barrio declaradamente obrero, pues ni siquiera las tiendas y las tabernas se toman la molestia de aparentar un poco de limpieza. Pero esto no es nada comparado con las travesías y patios que se abren detrás, y a los que sólo se llega por medio de estrechos pasajes cubiertos, que no pueden ser recorridos por dos personas al mismo tiempo. Es imposible hacerse una idea de la desordenada confusión de casas, que constituye una burla contra toda urbanística racional, y de la estrechez del espacio, pues se encuentran literalmente pegadas una a la otra. Y no son sólo los edificios de la vieja Manchester los que presentan tales características; en tiempos más recientes la confusión ha sido llevada a su más alto grado, pues donde existía algún espacio libre entre las construcciones de la época precedente, se continuó edificando y construyendo añadidos, hasta ocupar entre las casas el último centímetro de terreno libre susceptible de ser utilizado. Engels, Fredrick; (1845) La situación de la clase obrera en Inglaterra El antecedente más importante de las transformaciones que impondrían nuevas condiciones de urbanidad a las ciudades de la era industrial remite de manera inequívoca a la renovación integral de París impulsada por Napoleón III a través del Barón Haussmann en la década de 1850‐1860. Haussmann llevó a cabo la apertura de anchos y extensos bulevares que abrieron la ciudad medieval al acceso del público, a la circulación de carros y trenes, a la multiplicación de comercios, cafés y teatros en el área centro de la ciudad. El trazado de París y el conflicto social. Entre las razones que impulsaron la reforma urbana de la capital francesa, debe considerarse también la experiencia qué generó la denominada Revolución de 1848. Durante esta rebelión de carácter liberal, los manifestantes antimonárquicos, mayoritariamente estudiantes, obreros, artesanos y miembros de la pequeña burguesía, ocuparon el corazón medieval de la ciudad y taponaron los accesos de las estrechas calles mediante la construcción de alrededor de 1500 barricadas que dificultaron el acceso a las tropas del ejército. Sobre la base de esta experiencia, los arquitectos de Haussmann (llamados “geómetras urbanos”) diseñaron vías de circulación que permitieran acceder rápidamente al centro de la ciudad, y calcularon el ancho de las estas de modo que pudieran circular dos carros de asalto disparando en paralelo hacia los laterales. Imagen: barricadas durante la Revolución de 1848. Foto de Hippolythe Bayard El proyecto también impulsó la construcción de espacios destinados a la cultura, parques y plazas provistos de mobiliario urbano e importantes obras de ingeniería que dotaron a París de las condiciones requeridas para hacer frente al cambio de época. El modelo de Haussmann fue replicado en numerosas ciudades de todo el mundo, entre ellas Buenos Aires, donde hacia finales del siglo XIX se llevó a cabo la apertura de la Avenida de Mayo, expresión de la floreciente burguesía comercial‐industrial porteña. Apertura
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La exaaltación de la racionalidad: el funcionalismo y la ciud
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como la planificacción de la economía, e
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nizaciones (Weeber) y el ordeenamiento dee las ciudades. El cine tomó debida cuenta de estos cambios. La película de Charlie Chaplin “Tiempos modernos” (1936) puede ser considerada como un perfecto documento de época, pues retrata en tono de sátira el espíritu de la sociedad capitalista comandada por el fordismo como nuevo sistema productivo. A través del maquinismo y las nuevas condiciones de trabajo de los obreros se hacen visibles los vectores de una nueva realidad histórica en la que subyacen cuestiones como la modernidad, la industrialización, la urbanización acelerada, y la subjetividad moderna, entre otros. Este período se produjo en medio de un clima de ideas sostenido por los planteos que exaltaban el poder del pensamiento y de la razón como formas de superación ‐en línea con la filosofía cartesiana‐ entendiendo que “el racionalismo, la ciencia y la técnica permitirán resolver todos los problemas relacionados a los hombres con el mundo y a los hombres entre sí” (Choay; 1976: 21). Puesto de esta manera podría decirse que el siglo XIX fue el siglo de las ilusiones, el tiempo donde la construcción racionalista se consolida y perfecciona, donde el poder del hombre para dominar el mundo alcanza su punto más alto. Los grandes sistemas de pensamiento racionalista (el idealismo dialéctico de Hegel, el positivismo sociológico de Comte y el materialismo dialéctico de Marx) auguraban la felicidad de la humanidad en la tierra y por obra del hombre. Durante este período, como sucediera con la mayoría de las disciplinas la arquitectura abrazó los planteos de la racionalidad seducida por el mito de una sociedad científica y racionalmente ordenada. Sobre esto, el arquitecto Josep María Montaner ha dicho “El racionalismo como proceso de pensamiento se ha convertido en forma [...] la arquitectura está interpretada como contenedor de actividades, como sumatorio de instalaciones, como máquina que absorbe la energía del entorno, como problema de medidas, como definición de estándares.La arquitectura racionalista parte de la entronización del método. Toda precipitación, intuición, improvisación ha de ser sustituida por la sistematicidad, los cálculos precisos y los materiales producidos en serie” (Montaner; 1995). Forma y función La gran mayoría de estos planteos coincidiría con los del funcionalismo, es decir, con la premisa de que la forma es un resultado de la función; esto fue adoptado casi dogmáticamente por la arquitectura durante el período conocido como la modernidad. A partir de la Declaración de La Sarraz producida en 1928, se dio inicio a los llamados Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) que se prolongarían hasta el año 1959, los mismos sirvieron para difundir los principios arquitectónicos del movimiento moderno, cuya aspiración era mejorar el mundo por medio del urbanismo y el diseño arquitectónico. En el CIAM IV de 1933 cuyo tema central fue “la ciudad funcional” se redactó el manifiesto conocido como Carta de Atenas que sentaría las bases teóricas del funcionalismo urbano al promover la separación de los lugares de residencia, ocio y trabajo, al tiempo que se ponía en entredicho el carácter y la densidad de la ciudad tradicional. Planteaba un nuevo tipo de urbanismo a partir de las cuatro funciones propuestas: habitar, trabajar, recrearse y circular. Para el propioLe Corbusier el urbanismo así concebido consistía en un objeto urbano expandido cuyos componentes estandarizados se repartían en el espacio según un orden funcional y geométrico. Le Corbusier. Charles Édouard Jeanneret‐Gris(Suiza, 1887 – Francia 1965), más conocido, como Le Corbusier, fue un teórico de la arquitectura, urbanista, diseñador y pintor suizo nacionalizado francés. Es considerado uno de los más claros exponentes del Movimiento Moderno en la arquitectura (junto con Frank Lloyd Wright, Oscar Niemeyer, Walter Gropius, Alvar Aalto y Ludwig Mies van der Rohe), y uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX. Es quizás el exponente más famoso y extremo del urbanismo funcional‐racionalista, fuertemente criticado por sus concepciones que desligaban el diseño urbano y arquitectónico de los procesos sociales: “la planificación de ciudades es algo demasiado importante para dejarla en manos de sus habitantes”. Durante la depresión de los años ’30, imposibilitado de ser financiado por los capitalistas, comenzó a descreer de éstos y se sintió atraído por la planificación centralizada, que no solo incluía las ciudades sino todos los aspectos de la vida: “(los urbanistas) deben trabajar lejos de cualquier presión o interés partidista; una vez que los planes se hayan formulado, deben ser llevados a la práctica sin ningún tipo de oposición”. Partidario del cientificismo absoluto aplicado a la planificación, consideraba que el trazado geométrico era la solución para la mayoría de los problemas urbanos. Según el geógrafo inglés Peter Hall, las ideas de Le Corbusier “utilizadas entre 1950 y 1960 para planificar las viviendas de la clase obrera en Sheffield, St. Louis, y en cientos de ciudades; los resultados han sido discutibles en el mejor de los casos y, en el peor, catastróficos” (Hall, 1996) La Carta de Atenas significó el auge del urbanismo racional‐funcionalista, también llamado racional‐
normativo por su correlato prescriptivo a través de normas y regulaciones, devenidas en los instrumentos para proveer el tan ansiado orden. Contando con los elementos teóricos y las herramientas técnicas, este tipo de urbanismo se adueñó de los tableros de diseño de las oficinas de planeamiento de las ciudades: “Los arquitectos y protourbanistas se dedicaron a jugar con las ciudades como si pudieran armarlas y desarmarlas a su antojo. Lo que estaba construido carecía de importancia ya que lo relevante –lo glorioso‐ era que la imaginación corriera por los senderos de la razón, de la mano de la técnica, hacia la cumbre del progreso y del desarrollo. Las tradiciones y costumbres, los recorridos y los ritos, las prácticas y las apropiaciones, lo simbólico y lo transitorio eran sólo escollos para esos objetivos, y el lápiz y la escuadra herramientas certeras para arrasar con todo” (Greene; 2005: 80). Entre los instrumentos dilectos de la planificación racional‐normativa apareció con fuerza el «zoning», un instrumento bien conocido en nuestras ciudades a través de las llamadas “ordenanzas de zonificación de usos del suelo” que establecen en detalle las actividades permitidas para cada sector del área urbana y su entorno rural, así como los parámetros de ocupación (superficies libres y cubiertas, densidades y alturas máximas). El zoning se basa en dividir la complejidad de la ciudad en partes que se consideran susceptibles de ser tratadas de manera genérica e independientes entre ellas. Observemos este mapa de Zonificación de usos en el partido de San Miguel, provincia de Buenos Aires. Fueente: Municipalid
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obierno federral y la ubicacción dada a o
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nsideran que existen correespondencias con la Ville R
Radieuse de Lee Corbusier? Fuente: Google Earth Fuente:www.pss‐archi.eu
Ahora bien, luego de observar estos ejemplos de ciudades planificadas ¿Pueden notar el paralelismo con la fábrica fordista? Durante el fordismo la planta industrial concentraba en unas mismas instalaciones las áreas de diseño, producción de insumos o partes, cadena de montaje, áreas de almacenaje, oficinas de dirección y publicidad, comedores, escuelas y hasta viviendas para los obreros. Todo situado en un mismo predio a fin de controlar los procesos, pero perfectamente delimitados y distribuidos de manera orgánica a fin de hacer más eficiente la producción. Sin embargo, a partir de la Segunda Guerra Mundial el concepto de racionalismo entró en un proceso de crisis, aunque –como veremos más adelante‐ lejos estaba de desaparecer del escenario de las ciudades. El filósofo y sociólogo Theodor Adorno de la Escuela de Fráncfort, sin dudas hasido uno de los críticos más enfáticos al cuestionar al racionalismo y el funcionalismo por considerarlos como mecanismos que empobrecen las complejidades y cualidades de la realidad.Esta crítica pareciera evidente para el caso de las ciudades por la excesiva fragmentación y segregación a las que se han visto sometidas de la mano del urbanismo racionalista encarnado de manera especial en el zoning. También se le critica cierta ingenuidad al plantear respuestas únicas para problemas urbanos diversos en situaciones muy diferentes, ya que “el diseño de una forma ideal bastaba para satisfacer a todos los hombres, en todas las naciones y sobre cualquier geografía” (Greene; 2005: 80). A pesar la cuasi hegemonía del pensamiento racional‐funcionalista en cuanto a cómo debían ser hechas las ciudades, hubieron en la misma época algunos intentos por recuperar los valores de una ciudad más integrada y en armonía con la naturaleza. Desde la perspectiva culturalista sobresale la propuesta de la ciudad jardín de Howard. Por oposición al fu
uncionalismo: la ciudad Jardín de Ebenezer Howard Poco antes que el CIAM promo
oviera su mod
delo de ciudad funcional extendida, e
el modelo cultu
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mía –por el co
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opia: la Ciuda
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0‐2001: 21). Hacia fines del sigglo XIX en Ingglaterra comeenzó a plante
earse los beneficios de vivvir en ciudade
es con espaccios verdes y ventilados, que q alentaría el desarrollo
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des y los proyyectos de ciud
dad‐jardín en las periferias metropolitan
nas. En 1898 Howard preseentó su propu
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des jardín (dee unos 32.000
0 habitantes ccada una) autosuficientes p
pero interconectadas entre
e sí y a una ciudad central mediante un servicio de trrenes locales.
Las id
deas de Howaard llegaron a a plasmarse en e dos ciudad
des próximas a Londres: Letchworth (1903) y Welw
wyn Garden City (1920). Con
n respecto a eesta última ob
bsérvense el d
dibujo publiciitario del centtro, en el que se promociona una mejora en la caalidad de vidaa en relación a los grandees centros urrbanos industtrializados y een la fotograffía de la dereccha, una vistaa actual de la ciudad. Puede apreciarse q
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o de la Ville R
Radieuse de Le
e Corbusier, ccon una propu
uesta paisajísttica de tipo orgánica, o
e in
ntegración dee usos del su
uelo en espacios caracterizados por el verde y lass bajas densid
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mente largos yy por ello perrmiten tomarr vista de las formas pretééritas de “hacer ciudad”. A excepción de las ciudad
des completamente nuevaas, cada una de ellas guarda los vestiggios de su historia pasadaa, y esa es ssu principal riqueza testim
monial. Biblio
ografía citada Benévvolo, L. (1994)) Orígenes dell Urbanismo M
Moderno. Cele
este edicioness utopías y realiidades. Lumen
n. Choayy, F. (1971). Ell urbanismo: u
Engels, F. (1845) Laa situación de la clase obrerra en Inglaterrra. s/d ne, R. (2005)). Pensar, dibujar, matar la ciudad: orden, o
planifficación y competitividad en el Green
urban
nismo modern
no. EURE (Santiago), 31(94)), 77‐95. Hall, P
P. (1996) Ciud
dades del Mañ
ñana. Historia del Urbanism
mo en el siglo X
XX. Ediciones del Serbal. Montaner, J. M. (1
1995). El racio
onalismo como método de proyectación
n: progreso y crisis. En: Tem
mes de dissen
ny, (12), 149‐1
157. Roch Peña, F. (2000). La Ciudad Jardín, la urbanidad revisitada. Ciudades: Revista del Instituto Universitario de Urbanística de la Universidad de Valladolid, (6), 21‐33. 
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