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LAS MASACRES. ORTODOXIA HISTORICA. HETERODOXIA LITERARIA.
(Premio Bienal de Literatura “Miguel Ramón Utrera.” Mención Ensayo 1998)
Julia Elena Rial
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Cuando en 1956 llegó a mis manos la novela El Profeta del Sertao de Lucien Marchal
no pensé que el tema masacres pasaría a ser un eje de investigación que más adelante
culminaría con este ensayo.
Pienso que no debe haber fisuras entre literatura, sociedad e ideologías, por tal razón
este discurso está dirigido tanto al lego culto como al lector especializado, conservando un
mínimo de la terminología que asume la crítica literaria y despejando el texto de referencias
molestas con notas al pié de página, ya que no es nuestro propósito ir tras una praxis
académica de asepsia literaria, que muchas veces seduce y traiciona.
Los documentos utilizados en la investigación se citan en el texto. Sin duda encontrarán
algunas coincidencias de ideas en capítulos diferentes, creo que la redundancia no
empañará el interés del lector. Se trata, a veces, de presentar aspectos claves que
clarifiquen el tema a tratar. Ideas que se arropan entre los pliegues del ensayo porque de
esta manera
no permanecerán estáticas sino susceptibles de transformación, como
un
corpus abierto a futuras investigaciones sobre las masacres.
Aún cuando cada palabra contiene el desarrollo de mi punto de vista, el campo que se
abarca es muy amplio. Tal vez el lector encuentre que algunos capítulos se alejan del eje
principal, a pesar de ello espero que esos desvíos resulten interesantes para ampliar el
espectro social del tema.
El proyecto es simple, después de aspectos introductorios sobre las masacres en
Latinoamérica y alguna aclaratoria de tipo semántico, la línea principal se nutre de elementos
históricos y literarios, de interés intrínseco para reflexionar sobre tres novelas que relatan
en tres períodos distintos la masacre de Canudos.
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Comprender la concepción mecanicista de las mentes y de la sociedad de fin de siglo
XIX es importante ante la lectura de Os Sertoes de Euclides Da Cunha. Escritor para quien
desde la lluvia hasta la erupción volcánica y la psiquis humana podían ser medidas con
la nueva tecnología. En la obra del brasileño los personajes sobreviven no tanto por su valor
como por la puesta en escena del saber positivista. Otro aspecto importante de la ideología
de Da Cunha es la obsesión topográfica, introducida a través de las expediciones científicas
de Humbold y Darwin. Toda esta concepción filosófica lo lleva a expresar un pensamiento
escindido entre la cultura occidental y la autóctona, dos mitades que dialogan entre sí, pero
nunca se ponen de acuerdo.
Con la caída del Imperio en Brasil las ideas positivistas se convierten en artífices de la
inteligencia nacional. No es de extrañar que, siendo educación, política y religión los
campos donde más se dejó sentir la acción positivista, acabar con Canudos, asiento
campesino-religioso, fuera objeto primordial de la nueva República. A los ojos actuales,
Canudos y el deseado progreso yacen bajo el signo apocalíptico de la post-utopía que rige
la paradójica modernidad actual de Latinoamérica.
Antes de pasar a otras reflexiones es necesario explicar que el ethos moderno significa
realización futura, idea optimista del porvenir, progreso en el marco de la realización
social. Su inserción en el tiempo no supone que se produzca en forma rápida y violenta, ni
tampoco como una propuesta de cambio absoluto.
Ubicar a Lucien Marchal en el existencialismo sartriano de la segunda guerra mundial
implica involucrarse con creencias que se
tambalean.
Los escritores existencialistas
asumen un sentimiento trágico de la vida, ante un “mundo roto” en el cual el hombre tiene
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que ir haciéndose constantemente,
tomando consciencia de su existir. Por eso Marchal
considera que los protagonistas de Canudos estaban incapacitados para sobrevivir, la
libertad que supieron encontrar en su marco histórico no fue liberación sino una libertad
heroica. El escritor sustenta un manejo doctrinario de categorías raciales, consideradas en
si mismas como parte del conflicto de Canudos.
En última instancia se nos presenta La Guerra del fin del Mundo de Mario Vargas
Llosa, arropada por el neoliberalismo de su autor, para quien la escenografía de Canudos
es contexto propicio donde desarrollar un enfoque multidisciplinario sobre los resultados
nefastos del fanatismo religioso. El hombre que participa en ritos colectivos pierde parte
de su autonomía individual y se deja regir por el espíritu y comportamientos del grupo,
aspectos irracionales sobre los cuales no se hace conciencia. El fanatismo se remonta a
épocas muy lejanas, pero en nuestros días se ha hecho frecuente en las tan en
boga
aglomeraciones de rockeros y en comunidades de “comunión mítica y actitud ritual” como la
de Charles Manson en Los Angeles, la secta del Templo del Pueblo en Guyana, la Tribu Ata
en Mindanao, para sólo nombrar algunas de las tantas existentes.
Menciono entre líneas algunos escritores, periodistas e historiadores que han luchado
con integridad intelectual por sacar a Canudos del olvido. Aún cuando los enfoques y
campos
de
interés de cada uno sean distintos, sus esfuerzos me han
servido para
complementar conocimientos y despejar dudas que las narraciones no siempre aclaran.
Tal vez este ensayo sea tan arbitrario como la Historia Oficial. Sin embargo, asumir
este trabajo, lejos de todo dogmatismo, nos ha planteado encontrarnos con el pathos de
la violencia, de la culpa sin pena, de la soberbia sin caída, que el poder y su temporalidad
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histórica imprimen
a
algunos
grupos sociales para
que se destruyan
comunidades
culturales, sobre cuyos suelos cae el hombre que siempre ha estado de pié.
Muchos aspectos han quedado sin investigar por considerarlos distantes de nuestro
proyecto. Nos hubiera gustado conocer el “Movimiento Histórico de Canudos”, que dirigía el
Padre Enoque de Oliveira
y
profundizar sobre las tendencias
de
Eucledianos
y
Conselheristas en el Brasil actual. La propuesta queda pendiente para un futuro ensayo que,
como este, será una tarea de amor, compromiso e introspección. Espero dejar esta huella
en el lector.
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Las masacres que hasta ayer azotaban a nuestro mundo latinoamericano, no sólo en
el sentido de destrucción del hombre sino como delito social y transgresión de los derechos
humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia sobre ellas supone una
doctrina básica dominante (colonialismo,
positivismo,
liberalismo,
neoliberalismo,
neocolonialismo) en los momentos históricos durante los cuales se produjeron y donde,
por lo general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres se realizan para no
interrumpir el encadenamiento ascendente en el cual se considera que la etapa histórica
presente
debe
antidialógico
ser superior
a la precedente, sin que nada la enturbie. El
del término masacre, gana una nueva
semántica
carácter
en algunos casos: el
mesianismo de quien extermina.
La heterodoxia implica, en nuestro ensayo, disconformidad con la doctrina dominante
que detenta el poder y por ende, quiere asumir los controles sociales. Significa, además,
rechazo a los exitistas que sólo aceptan las versiones oficiales. La literatura responde con
heterodoxia de pensamiento y lenguaje. Construye y constituye un alerta para los que se
niegan a transitar por caminos que pueden significar el riesgo de encontrar verdades
diferentes a las ya consagradas. Muchas veces las narraciones develan lo que la historia
esconde tras proyectos políticos inhumanos y extraños a nuestras sociedades. Las masacres
forman parte del imaginario nacional, porque son un trágico y frecuente quehacer en la vida
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latinoamericana. Conocidas unas, otras enterradas con sus protagonistas y encontradas, más
tarde, en la memoria de pueblos
cuyos testigos ayudan a construir las ficciones
literarias.
El Padre Juan de Rivero nos refiere en su Historia de las Misiones de los Llanos de
Casanare y de los ríos Orinoco y Meta la brutalidad de Alonso Jiménez cuando, en 1606,
responde a la afabilidad de los caciques Achaguas mandándolos a fusilar frente a la puerta
de la iglesia que ellos mismos habían construído. El testimonio traspasa aquí el umbral de
la trampa ideológica colonial para poder legitimar los hechos que la ortodoxia de algunos
historiadores enturbia y encubre.
Las historias de Toxcatl, Tupac Amaru, Canudos, Uncia, Cataví, los Ovejeros de la
Patagonia, La Ciénaga son referidas por correspondientes textos literarios. José León
Portilla en Visión de los Vencidos relata la matanza de los Nahuas, por orden de Pedro de
Alvarado, mientras celebraban la fiesta anual de Toxcatl. Los testimonios conservados dan
fe de la masacre, y han hecho posible que la ortodoxia oficial de la época no pudiera
desvirtuar los dramáticos detalles. Este es uno de los pocos casos en el cual el legado
precolonial llega intacto al discurso literario.
Toxcatl
tuvo
su
función
predecesora
en
Cholula, fusilamientos que justifica
Salvador de Madariaga en su historia sobre Hernán Cortés, cuando con lenguaje maleable
manipula al lector con la credibilidad de una cita del historiador inglés Munro, a quien
atribuye estas palabras: La matanza de Cholula fue una necesidad militar para un
hombre que guerreaba como Cortés. El inglés le sirve a Madariaga para apoyar su tesis
colonialista y para referirnos el porqué de una masacre con un bi-discurso que describe un
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Cortés pedante y altanero, que se sentía con derecho para atacar
cualquier aldea
desarmada, pero también era “valiente y legalista”. La distorsión que muestra el lenguaje
y la prepotencia histórica se entremezclan para desvirtuar los hechos. Es oportuno
recordar
aquí
las palabras de José Carlos Mariátegui: Sin sensibilidad política
y
clarividencia histórica no puede haber profunda interpretación del espíritu literari.
El discurso hegemónico minimizó la matanza de Toxcatl. En 1568 el conquistador e
historiador Bernal Díaz del Castillo, en Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva
España, convierte en epopeya los latrocinios y asesinatos cometidos por los españoles
en México. Bernal Díaz altera el sistema de comunicación entre texto histórico y
lector falseando
la realidad, no respeta el procesamiento verdadero de los hechos ni la
jerarquización de los mismos. La ortodoxia de la historia sirve para crear una hazaña
donde Cortés es víctima de la conspiración de los Nahuas. Los cuarenta años transcurridos
entre hechos y texto y la lejanía de México, ya que escribió la obra en Guatemala, le sirvió a
Bernal Díaz para darnos una ficción oficial donde la matanza de Toxcatl pierde sentido
crítico.
Si para Bernal Díaz, Cortés fue un héroe, para Madariaga actuó de acuerdo a una
concepción psico-social que consideraba a todos los hombres del mundo bajo los mismos
patrones de conducta y de vida; de donde se desprende que si los procesos mentales y
reacciones de los Nahuas no eran semejantes a los suyos, la culpa de la matanza la tuvieron los
otros, que no eran “otros” sino los dueños de su territorio. Cuatro siglos más tarde diría
Octavio Paz: Cuando la unidad se transforma en uniformidad la sociedad se petrifica
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Las
narraciones sobre la masacre de Toxcatl se
fraguan
en una
alquimia de
contradicciones. Para Madariaga la masacre fue una reacción de ruin a ruín”, Alvarado
contra los Nahuas. Para Bernal Díaz una lucha que caracterizaba el valor a pesar de la
maldad.
Romero
Vargas
Iturbide
en
Moctezuma
el
Magnífico fundamenta
el
protagonismo de Alvarado, mano ejecutora de la masacre, en infundir temor a través de
asesinatos colectivos.
Los exabruptos ilegales de la época enturbian la comprensión de la
historia. ¿Por qué si en 1512 se había promulgado la Ley de Burgos en defensa de los
nativos, la justicia era letra muerta para los conquistadores? Hoy la ley nos parece un
inoperante y breve texto histórico archivado en los anaqueles de la colonia.
La heterodoxia narrativa ha llegado a producir discursos superficiales e irónicos sobre
Toxcatl. En México, Historia de un viaje el escritor brasileño Erico Veríssimo considera a
Cortés como
Quien mandó asesinar estúpidamente a doscientos nobles indígenas.
Sabemos que resulta una ardua tarea construir un verosímil literario sobre estas masacres,
en virtud de los cambios de interpretación que la diacronía histórica produce. Lo ocurrido a
los Nahuas, al igual que otros casos semejantes que citaremos, nos coloca frente a hechos
terribles para los cuales debió ser difícil adecuar un sistema narrativo ético y estético. Etico
en lo que concierne a valores, a jerarquías y a evaluaciones de una sociedad. Estético
como estilo de vida de un pueblo y de una comunidad.
Cada escritor tiene su propia visión sobre las masacres. Algunos acuden al realismo
europeo tratando de dar una versión integradora y explicativa de los hechos, de manera
que el discurso no obnubile la historia verdadera. Es la propuesta de José Bonilla Amado,
para quien la vida humana aparece sometida a una lucha de pasiones y poderes en La
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Revolución de Tupac Amaru. El escritor describe la terrible matanza de Tupac Amaru y su
familia en el Perú de 1781. La crudeza del lenguaje nos coloca ante lo verídico Que excede
en maldad a todo lo narrado, según palabras del autor.
La lectura de la Historia Oficial y de sus correspondientes narraciones nos revela que
cada masacre ocurre en períodos de alta complejidad social y política: Alvarado provoca la
matanza de Toxcatl para fortalecer el poderío español en México e imponer las bases de la
nueva cultura, socavando la ya existente. La rebelión de Tupac Amaru y el consecuente
fusilamiento de su familia es coetánea con la expulsión de los jesuitas y con la pérdida de
poder de la Inquisición en América. España impone su política terrorista con el gobierno del
despotismo ilustrado de los Borbones. La masacre de Canudos, en el nordeste de Brasil en
1897, se produce a poco tiempo de establecido el gobierno positivista. Luego de la
proclama de Benjamin Constant
Botelho, Brasil
instaura una sociocracia que fue bien
llamada “dictadura republicana”. En el plano de las creencias resulta contradictorio que,
mientras en Canudos se masacraba el catolicismo, en Río de Janeiro la Iglesia comtiana
inauguraba el Templo de la Humanidad, que llegó a tener multitud de adeptos. Euclides Da
Cunha en Os Sertoes revela las gradaciones de la infamias que el ejército cometió en
Canudos. El exterminio de ese poblado del sertón brasileño representó una verdadera
demostración de fuerza de la recién nacida República. Un cambio de rumbo absoluto hacia
el “orden y progreso” y un querer enterrar violentamente los vestigios de catolicismo y
atraso cultural de los sertanejos. Si bien es cierto que el gobierno debía enfrentar los
nuevos problemas de la transformación del país hacia supuestas formas superiores de
convivencia, es importante recordar que en 1890 Brasil tenía una población analfabeta de un
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84%, a pesar de eso los republicanos no quisieron superar , poco a poco, las limitaciones
de los pobladores del sertón bahiano, capaces de desarrollar principios de comunicación
y
participación comunitaria. De esta forma hubieran podido evolucionar, en la medida de
su desenvolvimiento, hasta lograr prácticas de
trabajo más
avanzadas. Otro aspecto
contribuyó a querer desalojar a los jagunzos de sus tierras: la concupiscencia que existía entre
los representantes del gobierno republicano y los latifundistas monárquicos que aún
gozaban de poder económico.
Cuando en 1923, el gobierno boliviano manda a matar a los obreros de Uncia, en
Bolivia se había constituído una gran Federación Obrera. La zona de las minas contaba con
un periódico local: La Aurora Social, Oruro se había convertido en el centro ferroviariominero del país. Uncia formaba parte de ese conglomerado industrial que incluía
fábricas de
calzados, sastres, consejos de arte, de carpinteros, de matarifes y hasta una
Sociedad Filarmónica. La influencia social de la región estaba volviéndose una carga
fastidiosa para el gobierno.
La diversidad de enfoques con que los narradores asumen las masacres nos introducen
en lo cotidiano, lo laboral,
lo religioso, el ejercicio del poder de los verdugos sobre el
grupo destruido. Gumersindo Rivera López relata en La Masacre de Uncia, editada por la
Universidad Técnica de Oruro en 1968, el fusilamiento de los mineros y sus familias
por mandato del gobernante republicano Bautista Saavedra. Por un lado se conoce la
versión ortodoxa de las “roscas” del gobierno (término recién acuñado por Saavedra para
designar en lenguaje político los grupos de poder) por otro, la literaria, que contralee la
historia oficial y nos ofrece una ficción de los hechos reales. El escritor destruye la versión
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del gobierno republicano que hacía ver al carismático Saavedra como defensor de los
desposeídos. Ya en 1923 Latinoamérica deja vislumbrar la liberalidad política con un
gobernador corrupto, dueño de una conciencia fragmentada, que aprueba leyes a favor de los
mineros al mismo tiempo que los persigue. Rivera López, metido entre archivos y
documentos de la época, encontró la imagen de un liberalismo boliviano que entronizó la
mentira erigida en sistema y la virtud puesta en ridículo, frente a un pueblo que tenía tres
preceptos básicos de comportamiento: Ama sua, ama quella y ama llella (no seas ladrón, ni
holgazán ni embustero). Veinte años después, en la misma región ocurre la matanza de
Cataví.
Cataví significó para el gobierno el precio hacia supuestos estadios superiores de orden
y organización nacional. Bajo esta consigna, una vez desaprobada la huelga de mineros,
cuyas peticiones constan en cartas enviadas por los abogados del pueblo al encargado de la
empresa minera Patiño de Llaguallagua, el Coronel Luis Cuenca ordena el fusilamiento de
los pobladores el 28 de diciembre de 1942, el informe oficial dice así: A la ocho y quince
en momentos en que grupos de mujeres insistían en ingresar a Cataví con actitud
agresiva... Las fracciones que resguardaban el cuartel bajo la vigilancia del mayor
Bustamante, tenientes Carlos Sanchez y N. Avila, se vieron obligados a romper el fuego.
Este informe es parte de uno más extenso que figura en El Redactor de la Cámara de
Diputados de La Paz del año 1943.
Nestor Taboada Terán en La Masacre de Cataví relata los hechos con las siguientes
palabras: Cuando las mujeres de los obreros reclaman en la gerencia su deseo de
trasladarse a la feria y al mercado de Llaguallagua, para aprovisionarse de víveres,
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son ametralladas. El escritor enjuicia en su libro las características de una época que
pretendió convertirse en paradigma de un proyecto en ejecución. Una vez más la Historia
Oficial se desvanece ante el rostro acidulado de la ficción, realidad que pertenece a la
memoria colectiva de cada pueblo. La narración alimenta a los protagonistas con actitudes
que el espíritu dominante omite en la historia controlada.
En El Presidente Colgado J. Alvarez enfoca la tragedia de Cataví desde el binomio
mineral-hombre, dualidad que, según el escritor, forma parte del ser de cada boliviano.
Concepción ontológica que no por eso deja de reconocer que los mineros son la mayor base
de sustentación social del país. Nunca podrá saberse -dice Alvarez- cuántos mineros
bolivianos y sus esposas y niños murieron en Cataví el 21 de diciembre de 1942....
Había alrededor de ocho mil personas en la multitud...Nunca se ha permitido a los
trabajadores contar la historia cumplida y abiertamente de su parte. El autor establece
un símil entre los mineros y el Indio Hualipa quien, estando en la búsqueda de un carnero
perdido en pleno altiplano, se detuvo para encender una fogata que le ayudara a apaciguar el
frío, quedó atónito al ver que del fuego brotaban chispazos de plata. En medio de la noche su
voz y el eco gritaban: ¡ potojsí! La leyenda le sirve al escritor para reelaborar las prácticas
sociales de los mineros estableciendo un paralelismo de costumbres, cultura y trabajo.
Alvarez concluye con una denuncia: Todavía caminan a pié, sigilosamente, por el
altiplano inhóspito, sintiendo el mismo frío intenso que el Indio Hualipa en 1545.
La literatura no cumple en el caso de Cataví con su consigna fabuladora pero invierte
la versión oficial, la historia intercambia roles y se hace ficción donde la novela relata
realidades. ¿No es acaso la vida la que entreteje las estructuras y contenidos discursivos? El
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poder articula los documentos sobre las masacres con maquiavélicas denuncias de testigos al
servicio de sus políticas, como el Coronel Cuenca, o los miembros del ejército que
fusilaron a los peones ovejeros de la Patagonia, estigmatizándolos como “bandoleros”.
Osvaldo Bayer describe en Los Vengadores de la Patagonia los dramáticos y atroces
asesinatos, y activa la realidad para desconstruir el referente oficializado, documento donde
se notificaba como había quedado pacificado el sur argentino los primeros días de 1922,
luego que las tropas al mando del Teniente Coronel Hector B. Varela habían perseguido y
matado a los huelguistas. A pesar de que los acontecimientos fueron atenuados por la
lejanía, Bayer pudo evaluar y reproducir, con actividad creadora, los crudos aspectos de la
tragedia.
La memoria necesita de la literatura para conocer vidas y comunidades que el olvido
ensombrece. Es un intento por inscribir para el futuro relaciones institucionales, procesos
sociales, formas de comportamiento, sistemas de normas y lugar de los acontecimientos.
Aspectos que están presentes en Cien años de Soledad donde García Márquez refresca los
sucesos de 1928, cuando los obreros de la bananera United Fruit de La Ciénaga
protestaban contra las brutales condiciones de trabajo. Mientras esperaban
una respuesta fueron masacrados
pacíficamente
y declarados “cuadrillas de malhechores” , por el
decreto No 4 artículo I del 6 de setiembre de 1928. Relata el escritor: Cinco minutos dio el
Capitán a la muchedumbre allí reunida. - Un minuto más y se hará fuego. - El General
Cortés Vargas dio la orden y cuando José Arcadio Segundo gritó: -le regalamos el
minuto-, catorce ruidos de ametralladoras respondieron en el acto. Los hechos reales
adquieren, en la novela, una doble faz semántica: la del plano de la lucha laboral cotidiana de
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los obreros, y una significación simbólica que cobra plenitud con el desenlace, cuando
José Arcadio Segundo enfrenta al ejército en un lenguaje que los soldados no podían
comprender. García Márquez lo llamó “La fascinación de la muerte”. La narración deviene
en documento nacional, espacio textual donde no es necesario atravesar el lenguaje para
atrapar su sentido.
Los
discursos oficiales remiten a ocultos
contenidos ideológicos,
“bandoleros”
eran los peones ovejeros de la Patagonia, “cuadrillas de malhechores” los obreros de
la bananera, palabras que implican un corpus social ya establecido y una tipología política
previa a los sucesos. La vista de algunos documentos oficiales nos lleva a concebirlos, no
como palabras emitidas y escritas por un grupo de personas sino como producto de un
sistema que se expande, en una época histórica, de manera homogénea
y a veces
sincrónica. Frente a esta ortodoxia ideo-semántica la narrativa trata, sin reducir los textos a
una sociología del discurso literario, de darle la connotación debida a los códigos culturales
que privan en cada etapa histórica durante la cual sucedieron las masacres.
Vargas Llosa en la novela sobre la masacre de Canudos arropa sus ideas en el modelo
fundamentalista del adversario, patrones de conducta que rechaza pero que le sirven para
convivir con los juegos del fanatismo durante quinientos ochenta y cinco páginas. El
escritor simula, oculta, convive con un contexto que le repugna, estrategias discursivas
que proponen
un
modelo postmoderno, opuesto al romántico-positivista de Da Cunha
sobre el mismo tema.
CANUDOS: POLISEMIA DE UNA PALABRA.
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El pensamiento moderno, desde Niccolo Machiavelli se asienta en la eficacia política.
Las acciones comienzan a verse ya no por lo correcto o incorrecto sino por la necesidad de
llevar a cabo los proyectos propuestos. Machiavelli concibió, en 1469, el poder del Estado
como un fin en sí mismo. Hizo triunfar el criterio del oportunismo sin escrúpulos y desligó la
Ciencia Política de la Etica. La historia nos demuestra que lo propuesto por el pensador
italiano en El Príncipe, combinación de fuerza, poder y armas, estuvo y está presente
todavía en Latinoamérica. Criterio que prevaleció en 1889 en el Gobierno Republicano
brasileño recién proclamado. No era posible que dotara su política social de un sentido
diferente y asumiera compartir, en la
cartografía nacional, el orden y progreso con un
modo de vida comunitario y arcaico, organizado por los sertanejos en Canudos, alteridad que
no tenía cabida dentro de la praxis positivista.
Martín Hopenhayn refiere en Ni Apocalípticos ni Integrados que: En América Latina
la relación conflictiva con el otro tiene un suelo histórico de larga data. Se remonta al
fenómeno de la conquista y de la evangelización y se prolonga por nuestra historia
encarnando en la negación de otras figuras: la mujer, el indio, el negro, el campesino
pobre y el marginal urbano. Los canudenses se defendieron para seguir siendo ellos
mismos y no aumentar la legión de seres negados descritos por Hopenhayn.
La dimensión política del problema nos interesa en la medida en que lleva implícita la
frustración del proyecto de los sertanejos y las esperanzas puestas en él. Las tres novelas
que lo enfocan están surcadas por disímiles políticos, culturales, ideológicos y estéticos. Es
inevitable que el criterio que nos formaremos a través de su lectura surgirá del diálogo que
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se entable entre texto, lector y contexto, sin olvidar que cada uno responde a un sistema
propio y particular elaborado en épocas marcadas por la relación entre lo tradicional y lo
nuevo.
El pueblo de Canudos , en el Estado de Ceará, al nordeste brasileño, fue exterminado
por el ejército en 1897.
Los campesinos allí reunidos se dedicaban a la labranza, a
ganadería menor, construían casas e iglesias, donde practicaban la religión católica dirigidos
por Antonio Conselheiro, líder carismático de la región. El Gobierno, desconociendo la
realidad de esa comunidad, mandó exterminarlos por temor de que allí se produjera un brote
anti republicano. Luego de tres intentos infructuosos, durante los cuales los veinticinco mil
habitantes se defendieron con valentía y pocos recursos, un ejército de siete mil hombres
decide una arremetida violenta con equipos sofisticados para la época, y acaba con los
canudenses en una “epopeya gubernamental”, aplaudida por el pueblo brasileño quien,
hasta ese momento, ignoraba la existencia del poblado. Por entonces, José Martí resumía
su pensamiento sobre el proceso de democratización de los países latinoamericanos al decir:
“Si la República no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la República”.
¿Es posible pensar que el gobierno del Brasil viera amenazada su tranquilidad por las
federaciones obreras y campesinas, concretadas en Argentina en la década del noventa,
cuyas proyecciones podían ser oídas por las comunidades del nordeste brasileño, a pesar de
la distancia?.
La masacre de Canudos se efectúa también al unísono de las pugnas ideológicas del
marxismo-capitalismo en los
países europeos,
pero
a pesar de estos cambios
la
estructura socio-económica del Brasil permanecía intacta. El sistema liberal-positivista
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demostró en Canudos como la venganza del poderoso se encarniza con los vencidos. Con
el tiempo la guerra de Canudos no fue fructífera para el país, sus ciudadanos hoy la
consideran un patrimonio social inexpugnable.
A diferencia de la historia, la literatura concilia intereses y caracteriza al pueblo del
sertón, su situación social y las particularidades de los protagonistas, que en Os Sertoes son
el pueblo mismo, en El Profeta del Sertao la lucha por existir y en La Guerra del Fin del
Mundo el protagonismo está representado por el fanatismo religioso y político. Las palabras
no tienen un sentido único sino empleos diferentes, “ pueblo” representa en este espacio
el centro de la
construcción semántica, abarca una carga de contenido humano y
político, además de estar ligado a un territorio preciso: el sertón. No se trata
de una
articulación entre descripciones formales e interpretaciones históricas, el acento está puesto
en el uso que supone la autodeterminación de un pueblo, la defensa de sus derechos
humanos y la creación de un contexto social para ese mismo pueblo.
La reflexión sobre las diferentes versiones de la masacre de Canudos se volvió en
nosotros carga racional que nos fue llevando, poco a poco, a la tensión de un entendimiento
sobre el desarraigo, producido por la desterritorialización y la lucha contra ella. Los
sertanejos no querían perder el regazo materno de su sertón e hicieron lo posible por
conservar los colores y sonidos familiares y la presencia de las sombras invocadas. Para
entender ese pueblo nordestino hay que adentrarse en las casas de candomblé, donde los
espíritus de posesión se sincretizan con las representaciones de San Jorge. Resulta difícil
demarcar lo africano de lo cristiano. Las esferas psíquicas se proyectan unas sobre otras y dan
como respuesta una síntesis plasmada en figuras donde el pueblo cristaliza y amalgama sus
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esencias y aspiraciones de diversos orígenes. Todas ellas corresponden a un esfuerzo
colectivo por integrarse a lo que, para el sertanejo, es un misterio al cual no sabe responder
y que García Canclini denomina “Culturas
híbridas”.
Antonio Conselheiro,
predicador
del Sertao, fue un producto de ese contexto y el sertanejo, el jagunzo guerrero de
Guimaraes Rosa, forma parte de la magia de irrealidad, de “hombre fantástico” que se
entreteje con el hombre real.
La literatura fue construyendo el porqué del mito agresivo y violento que se vive en el
sertón. Culturas distintas y distantes dentro de un mismo país colindan en las páginas de cada
novela. Os Sertoes, El Profeta del Sertao y La Guerra del fin del Mundo profundizan el
suelo para alcanzar la fuente de la vida creada por los sertanejos en Canudos, nutrida por el
humus del ser brasileño. Los escritores ponen en evidencia la ortodoxia oficial sedimentada
en el poder, cuya base es la roca y la impermeabilidad de su lecho, oradada sólo por el
ácido destructor de la violencia.
Canudos
narraciones
engendró
preñadas
de
historias
relatos
tergiversadas, discursos políticos no pronunciados,
enmarcados
en
posiciones
sociales,
étnicas,
antropológicas. Ficciones que han recorrido la cartografía latinoamericana y europea
y
que nos permiten leer discursos extemporáneos y objetivos sobre los acontecimientos. La
posible realidad fluye en los textos más verídica que en la historia, donde se presenta
desvastada por las
relaciones
comunitario, con la consiguiente
de
dominación
y por la destrucción de un proyecto
ruptura de la continuidad histórica de la región.
Juego político que existe aún hoy, quizás con más disimulo y refinamiento, en toda
Latinoamérica. Los gobiernos justifican, elaboran programas que vitrinizan para llamar
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igualdad al privilegio. La literatura no logra acallar la protesta que la historia enmascara.
Los sertanejos surgen desde cada letra y reclaman una utopía transformadora.
Los escritores nos ofrecen un enfoque pluridisciplinario de la masacre. El Canudos de
Da Cunha de 1902 no es parecido al de Lucien Marchal de 1956, y menos aún al de Vargas
Llosa de
1981, cuando
ya
la
vida
cotidiana
estaba
impregnada
por
la
interdependencia del mercado global, por los nuevos “apartheid” culturales de la "otredad"
y las diferencias, en mundos que antes habían
sido
compartidos y respetados.
La
heterogeneidad narrativa, que encontramos sobre un mismo asunto, es el resultado de la
diversidad de las épocas históricas y de la subjetividad de cada escritor. Cabe decir que
nuestro título lo sugerimos como la desarticulación que existe entre la mentira oficializada y
la memoria colectiva revalorizada por los tres escritores.
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CANUDOS: CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS.
¿ Cómo pudo suceder la masacre de Canudos en el sertón, tierra del escritor José de
Alencar, defensor de la diversidad de su gran país, preocupado por crear un lenguaje que la
reflejase?. Región de grandes escritores como José Lins Do Rego, en quien la fuerza telúrica
se convierte en lenguaje y el corazón en poesía.
El análisis del proyecto República nos revelará que los diversos elementos que se
utilizaron para justificar la masacre, fueron considerados desde un ángulo
al crecimiento y eficacia del país moderno que
de
aportes
aspiraban construir. Ni las ideas ni los
ojos de los gobernantes estuvieron puestos en el desarrollo de una democracia donde tuvieran
cabida todos los brasileños. Los políticos olvidaron que los sertanejos estaban adheridos a
sus piedras y rocas desérticas, por eso en Canudos se sintieron como un nosotros
agredidos en su ser ontológico. El historiador Carlos Eduardo Novaes nos relata al
respecto: Sus ejércitos fueron formados por la sequía,
por
el hambre,
y por el
desempleo, en un nordeste en plena decadencia económica. Canudos desarrolló una
vida comunitaria donde todos dividían todo: rebaños, pastos, comida. Pero también
sustenta la tesis de que la guerra de Canudos fue un problema político entre republicanos y
monárquicos cuando dice: Conselheiro luchaba por restaurar la monarquía y el fín del
casamiento civil. Hay que tener en cuenta que, dada la singularidad del conflicto, el poder
comunitario de los sertanejos constituía también un lugar de hegemonía religiosa donde, a
21
excepción de algunos pocos, la
gran mayoría participaba de formas primitivas de
comunicación oral.
En el pensamiento literario los jagunzos estuvieron a merced
de los militares que los
agredieron, de los periodistas que los observaron, de los políticos camaleónicos que
fraguaron la posesión de las tierras ya cultivadas de Canudos, exaltación del privilegio en
una sociedad que aún conservaba
los modelos políticos del pasado. La jerarquía de los
personajes novelescos establece a priori, discursos que van desde el místico de
Conselheiro hasta el arrogante del Barón de Cañabrava o el despótico de los jefes
militares.
Cuando
Euclides Da Cunha publica
en 1902 su obra, ya había escrito en La
Revista Brasileña el artículo A guerra o sertao, donde relataba el asalto final al poblado y
la muerte de Antonio Conselheiro. El escritor, presente en el lugar de los hechos, reconoce
el derecho de los jagunzos a vivir con sus particularidades sociales y ambientales, pero ya
Canudos había desaparecido. Irónicamente, el Gobierno para celebrar su triunfo en Canudos
acuñó
una frase de San Agustín tomada de la Epístola a San Bonifacio: El fin de la
guerra es la paz”.
El escritor Rui Barbosa escribió un discurso para ser pronunciado en el Senado
luego de terminada la guerra, no se ha podido saber porqué ni lo concluyó ni lo
pronunció. Algunos fragmentos extraídos de sus Obras Completas dicen: Aquellos por
quienes no pude, vivos, requerir un Habeas Corpus, esto es , la justicia, me obligan,
muertos, a suplicar a Dios por mi conciencia, al país por su gobierno, al mundo
civilizado
por nuestra tierra, porque nuestra tierra, nuestro gobierno y nuestra
22
conciencia están comprometidos; nuestra tierra será indigna de la civilización
contemporánea... Hay dos afirmaciones de Rui Barbosa que apuntan al concepto del
sertanejo que más adelante nos ofrecerá Da Cunha: Raza tallada para competir con las
más fuertes de la tierra.
El punto de vista dominante en Os Sertoes es el de un campesino de formación
étnica benéfica para sobrevivir en la aridez de su medio natural y dueño de una intimidad
que lo hace fuerte y defensor de su habitat. Susceptible de alcanzar poco a poco el
progreso, sin las exigencias de adoptar una cultura prestada que pudiera oprimirlos o
atraparlos. La ideología positivista del escritor no logra borrar su conciencia nacional.
Positivismo y nacionalismo se unen en una dialéctica de aceptación-rechazo que obliga
a Da Cunha a reconocer un Brasil diferente al de la retórica oficial: Un nordeste agobiado
por una trama espinosa... hojas pinchantes. Un desolado aspecto, árboles de ramas
retorcidas y secas...Un bracear tortuoso de flor que agoniza... Se vuelca sobre el sertón la
tortura de la sequía, fustigado por los soles, torturado por los vientos. Ante tal
escenografía el lector se pregunta: ¿Por qué le temía el Gobierno Republicano a los
campesinos de Canudos? Los sertanejos estaban enfermos de beri-beri, desnutridos, Antonio
padecía de disentería y los demás, más temprano que tarde, habrían poblado los
cementerios del sertón, según comentario de Rodolfo Theofilo en la Historia da Seca do
Ceará .
El país de fín del siglo XIX nunca pensó que Canudos adquiriría
internacional, ni que el
nuevo
posteridad. Tampoco imaginaron
validez
poder progresista sería severamente juzgado por la
los republicanos que manifestaciones
culturales
23
engrandecerían la figura de Antonio Conselheiro (Vicente Antonio Mendes Maciel). En 1997
el compositor Edeor de Paula le dedicó una samba considerada entre las diez mejores del
evento, que fue cantada por la Escuela de Samba “Cima da Hora” del suburbio de
Cavalcante en Río de Janeiro. Canudos también tuvo su homenaje en el poema O Galope del
poeta Ivanildo Vilanova, cuyos versos dicen: ¡Oh Canudos! país de promisión/ Fue
injusta y cruel tu guerra/ Tú que eras abrigo de los sin tierra/ Sin familia, justicia,
lar o pueblo/ Donde jagunzo era apenas un hermano/
El fanático solamente un
compañero/...La historia hará su homenaje/ A la figura de Antonio Conselheiro . Los
brasileños no tienen duda sobre la significación social de Canudos, metáfora de la
exclusión de un pueblo que sólo pudo ser parte de la historia después de la muerte.
Da Cunha comprendió a sus compatriotas del sertón, no obstante compartir las ideas
del gobierno. Realista y justo en la evaluación del contexto y de los hechos, es severo
con Conselheiro cuando le traza un perfil de religiosidad incongruente, con poca
significación política y con expresas tendencias
asume
mesiánicas.
A momentos el escritor
un pseudocientificismo propio de la época, aplica a los personajes las teorías de
Maudsley, semejantes a las lombrosianas. Una vez realizada la autopsia al cráneo del profeta
dirá: El cráneo de Conselheiro no presentó ninguna anomalía que denunciáse trazos de
degeneraciones”. A pesar de este resultado Da Cunha sigue pensando que el fanático
religioso era un caso patológico. La ciencia empírica lo lleva también a detallar especies
vegetales y aspectos climáticos, metaseudociencia usada como recurso cultural con visos
poéticos. Otras veces se convierte en estratega ante la incomprensión de una guerra sin
24
sentido. Sus conocimientos adquiridos en la Escuela Militar de Praia Vermehia le daban
autoridad para este tipo de crítica.
Al contrario de Euclides, Vargas Llosa ironiza la guerra de Canudos, los jagunzos se
vuelven ridículos en medio de su ignorancia cuando el escritor dice: Conteniendo la
respiración esforzaban de antemano la memoria para recordar el futuro. Eran las
utopías que predicaba Conselheiro, quien para el autor Si hubiera habido lógica no hubiera
debido vivir. Vargas Llosa basa
pobladores
de
su novela en documentos y testimonios orales
la región, historias
de
que, verdaderas o falsas, existen en la sencilla
mentalidad de los habitantes del sertón. El error se entrelaza con la verdad en esta novela
que fue inicialmente un proyecto fílmico de la empresa Paramount. El narrador dijo al
respecto: El proyecto óptimo después sirvió de estímulo para continuar trabajando y
acabar haciendo una historia muy diferente. A medida que nos adentramos en La Guerra
del fin del Mundo sentimos que la superficie del lenguaje no extrae lo que existe en
profundidad, prevalece el modelo literario y la ficción convierte a la guerra de Canudos en
lo que Roland Barthes llama “ Raíces en el aire”. Quizás todo esté a punto de salir a flote
cuando el escritor muerde las rocas filosas y secas del sertón, no ya para provocar una
reacción de apoyo a los sertanejos sino para apoyar su cruzada antifanática.
Encerrar el discurso en un sincretismo de lo verdadero - falso es una técnica que
Vargas Losa reconoce desde La Historia de Mayta cuando le dice al Profesor Ubilley:
Todas las historias son cuentos que están hechas de
reflejo de la historia, de los cuentos orales
verdades
y mentiras. Es el
y de algunos aspectos de
Os Sertoes
lo que encontramos en la novela. Tal vez es más acertado decir que La Guerra del fín del
25
Mundo es reflejo de reflejos, iluminados por las visiones del autor y ensombrecidos por la
acción del tiempo, que todo lo transgrede. El fin de siglo actual lleva al escritor peruano a
estructurar su novela dentro de una rutina sistemática , donde elabora casi un organigrama
con el ánimo de realizar una narración coherente sobre hechos absurdos, con personajes
que soportan un evidente fanatismo que los lleva a la muerte.
La razón de este orden, división en partes, capítulos, subcapítulos, cada uno con su
correspondiente esquema de tiempos verbales,
es oponer la estructura narrativa a la
visión intemporal con la que describe a los jagunzos:
Todos los jagunzos eran
conscientes de ser sólo fantoches de una guerra profunda, intemporal, eterna, la del
bien y del mal, que se venía librando desde el principio del tiempo.
Otra es la visión de Canudos que se lee en El Profeta del Sertao, sobre cuyo autor,
Lucien Marchal, sociólogo belga del cual no hemos logrado conseguir información. Su
novela fue publicada
en 1956 en Santiago de Chile. Lamentablemente no tenemos más
referencias, no figura en bibliotecas ni en bancos de datos. Llama la atención en el texto la
insistencia sobre el mestizaje, como un problema en las familias del nordeste brasileño. Es
indudable el eurocentrismo en las concepciones del escritor franco parlante. Deja filtrar en
su libro algunas ideas de Kant, quien consideraba a los americanos carentes de afecto,
infecundos, perezosos y difíciles de civilizar.
La inmadurez para asumir los conflictos con el gobierno, que Marchal atribuye a los
sertanejos, puede tener también su origen en Hegel quien describe a los latinoamericanos
con “Cierta inmaturidad e impotentes tanto en lo físico como en lo espiritual”. La
única concesión del filósofo alemán es para los negros, a quienes considera mucho más
26
sensibles a la cultura europea que a los indígenas. En la ficción realista creada por el escritor
la modernidad literaria juega con conceptos universales de desarrollo, existencialismo y
antifanatismo, circunscritos a un pueblo medieval del sertón brasileño. Marchal rompe
con la vanguardia literaria agrediendo la atmósfera textual con un discurso directo, a
veces desnudo de retórica y con el uso de palabras extrañas a su lengua para vivenciar el
contexto brasileño: Cegueira, batuqué, feijoada, fazenda son términos engarzados al
francés original, pudiera pensarse en búsqueda
de exotismo, pero más bien resultan una
exhibición de veracidad de las situaciones. Aún cuando es de utilidad leer el glosario que
incluye Marchal al final del libro, esta práctica paratextual estaba ya eliminada del discurso
literario cuando la novela fue escrita. Alejo Carpentier se refiere a este recurso cuando dice
en Problemática de la actual Novela Latinoamericana: Termináronse los tiempos
de las novelas con glosarios adicionales para explicar lo que son curiaras, polleras,
arepas o cachazas... Nuestros árboles, vestidos o no de flores, se tienen que hacer
universales por la operación de palabras cabales pertenecientes al vocabulario
universal.
El realismo resuena en la boca de los personajes de Marchal,
monopoliza su
discurso para imponerlo sobre
el lenguaje
del
pero
el narrador
nativo que va a ser
exterminado. También incluye coplas con un sentido encantatario: modinhas para animar
los ánimos. Cuartetas ingenuas puestas en música sobre un ritmo simple y siempre
idéntico. A esta sencillez se oponen las prácticas discursivas del poder, ligadas a la
capacidad verbal de sus oradores. Conselheiro ordena, impone, se creía el amo del sertao .
Su personalidad se acompaña en el plano retórico de una pluralidad vocal que transformaba
27
a los interlocutores. Tan pronto daba órdenes de trabajo como invitaba a la meditación y al
rezo. Marchal tiene la capacidad de construir las inflexiones psicológicas de un vasto sector
de Canudos y del ejército para poder justificar las palabras del prólogo donde dice , entre
otras cosas,:
Canudos es sin duda un fenómeno étnico sin igual... Un curioso ejemplo
de los resultados decepcionantes que pueden producir los principios de civilización mal
asimilados por una población muy ruda. Para el escritor en los hombres del trópico el
acto precede al pensamiento, los reflejos no dejan sitio alguno al raciocinio, de esta manera
el fanatismo hace presa de ellos.
Algunos sociólogos explican la aparición del fanatismo religioso en las zonas
desérticas y paupérrimas del sertón, como un recurso para apaciguar la realidad de un
medio fatídico que han llamado “ círculo vicioso de la pobreza”. Canudos desmiente
esta visión determinista. Tanto la historia como la literatura nos presenta un pueblo que, a
pesar del hambre y la sequía, reacciona como soldado bien nutrido para defender lo que
había construído con su propio esfuerzo, sobre las ruinas de una hacienda abandonada por sus
propietarios.
El cristianismo unió a los canudenses contra la miseria, tomó cuerpo en
algunos personajes que, como Tranca-Pes, luchó con valentía para defender creencias y
tierras.
Son muchos los episodios que llevan a revisar fuentes históricas y estudios sociales
sobre esa “ciudad” que llegó a ser la mayor población de Bahía, después de Salvador. Es
interesante cotejar
el
paralelismo de El Profeta del
Sertao con publicaciones de la
época. El escritor no sólo acusa la lectura de Da Cunha, sino algunos artículos de periódicos
como el que escribió Manoel Benicio en el Jornal do Comercio en 1899, importante
28
testimonio redactado en el lugar de
los acontecimientos días después de la masacre.
Aunque enardecidas por la pasión de lo que presenciaba, las palabras no dejan de ser veraces
cuando relatan las atrocidades que se habían cometido de parte y parte. No sabemos si ese
pueblo aguerrido podría haberse convertido en agitador contra la aún vigente explotación
feudal. Lo que si nos demuestran las narraciones es que no practicaban el vicio
de la
servidumbre, lastre que arrastraban algunas comunidades como resabio de la esclavitud y
manumisión.
Tal vez el análisis de esa insólita situación social llevó a Marchal a interesarse por la
masacre ocurrida en un rincón de Brasil. O quizás porque, aunque la violencia es
patrimonio universal, quería conocer las causas que produjeron la tragedia acaecida en ese
desconocido contexto cultural. También pudo ser porque la heroica resistencia de los
sertanejos lleva a meditaciones
psicológicas sobre las reacciones de seres humanos
que crecen frente a hechos cruciales.
El
existencialismo
autodeterminación.
responsabilidad
Los
de
Marchal confiere a los
sertanejos
de defenderse.
eligen resistir,
personajes la
y
la
decisión
capacidad
conlleva
de
la
No se puede dejar de pensar que el exotismo de la árida
inmensidad del sertón pudo haber atraído a Marchal hacia Canudos, ya que su obra refleja
conocimiento de la región, de sus rutas históricas y las etnias que la poblaban. De todas
maneras como dijo Angel Rama, Canudos era: Representativo de una peculiar
estructura socio-cultural a la cual no
siempre
sirven los patrones sociológicos
extranjeros.
29
El cristianismo primitivo de Canudos, la miseria y las fuerzas naturales adversas no
significaban, según Marchal, un conflicto para la República. Los pobladores carecían de
la estructura social y de los conocimientos para asumir una posición de lucha política frente
al gobierno. Por eso impacta la desproporción
comunidad representaba
entre el peligro virtual que esa
y la gran masacre, que sabemos verdadera y que el escritor
recrudece con un discurso casi naturalista.
En el Brasil actual conmemoran el día final de la masacre como una tragedia social. Se
piensa que Canudos, sumergido bajo las aguas de la represa de Cocorobó, fue el germen de
la Ligas Campesinas que se transformaron de mutuales funerarias en Ligas para defender la
tierra. Al respecto dijo Josué de Castro que ningún pueblo en el mundo se muestra más
arraigado a su tierra, ni más profundamente ligado a su suelo natal que el pueblo del
nordeste.
El 3 de noviembre de 1997 se cumplieron cien años de la masacre de Canudos, el
pueblo brasileño recordó a los sertanejos con diversos eventos. Las obras de Da Cunha y
Vargas Losa inspiraron el recordatorio, no así la de Marchal. Diferentes manifestaciones
culturales se hicieron presentes durante varios meses. La lectura dramatizada de textos de
Graciliano Ramos y Guimaraes Rosa, por la compañía Truanesca, sirvió de estímulo para
conocer mejor la realidad del sertón. La exposición en el Museo de Arte Moderno en Aterra
do Flamengo: Sertón: la región de Canudos hoy actualizó el tema y ofreció la visión de
un Canudos excluido por la miseria, de un lugar donde el ejercicio de la libertad fue sólo un
breve sueño , lleva a imaginar cómo sería el poblado si no hubiera sido exterminado. El
cine estrenó en todo Brasil una versión apegada a la novela de Da Cunha. Su Director,
30
Sergio Rezende, presenta el conflicto como un enigma que no se ha podido comprender.
Planteamientos importantes se hacen en la virtualidad de la pantalla. Al igual que en las
novelas, las polaridades se dan la mano en una combinación de violencia y pasividad,
amor y odio; por encima de todo, vida y muerte, límites extremos de la existencia con los
cuales los sertanejos enfrentaron el ejército republicano.
El aspecto religioso inicia la película de Rezende, con el pueblo reunido en medio de
una iglesia, escenario de artesanía popular que pone en evidencia la laboriosidad de los
pobladores. El factor político aparece poco definido debido a la breve temporalidad de la
realidad fílmica. Tampoco se debate sobre los problemas que Conselheiro había tenido con
las autoridades eclesiásticas de la región. La historia confirma que la Iglesia combatía al
predicador. Conservamos en el oído palabras que pertenecen a Euclides y que la película
nos refresca: Canudos fue un crimen. Denunciémoslo. No debimos haber enviado al
ejército, sí maestros y escuelas.
El film no pretende hacer una reconstrucción histórica de Canudos pero, igual que las
narraciones, induce a la reflexión. Si a diferencia del exterminio que mandaron a realizar
los gobiernos de Floriano Peixoto y Prudente de Morais, los republicanos hubieran
analizado, con criterio
amplio
y evolucionado, la verdadera vida que llevaba la
comunidad de sertanejos, tal vez hoy sus descendientes habrían transformado la región. El
carácter social del proyecto así lo exigía.
31
CANUDOS: TRIADA IDEOLOGICA. (Os Sertoes. El Profeta del Sertao. La guerra del
fin del mundo)
La lectura de las tres novelas revela un espectro cromático genérico singular, cuyo origen
no se encuentra ni en el lenguaje ni en las formas, sino en las relaciones psico-sociales de
cada
escritor.
Aspectos
que están íntimamente
ligados
a
la descentralización
literaria de la masacre de Canudos, cuya manifestación es sí el ambiente verbal.
Campesinos sin tierras en régimen de propiedad, unas veces generosos otras perversos,
actores de tragedias humanas sobre un suelo inhóspito es la primera instancia de Os Sertoes.
En un segundo lugar se presenta la agresión de un nuevo orden político, menipea que
asume una magnitud inexplicable y que atribuye a la organización de Canudos un sentido
ideológico contrario al gobierno. El escritor profundiza la dimensión del conflicto, sin que la
visión positivista le cierre la posibilidad de otros enfoques. La obra se convierte en un
justificativo del ser sertanejo, en una metáfora de identidad regional.
La novela de Marchal está estructurada con una concepción dialéctica, donde la
contingencia es una de las pautas sartrianas que permite que los hechos sucedan sin
haberlos programado, el escritor
contradice este concepto filosófico al escribir una novela
cuyo referente conocía. Las oposiciones surgen a cada momento: la rectitud de los Mendes
Maciel frente a la
violencia
de
los
Araujo.
Amor-odio,
bandeirante. Polarizaciones que se ponen de manifiesto, desde
Marchal explica:
Los
vida-muerte, mestizoel comienzo, cuando
Araujo descendientes de portugueses amaban la riqueza, el
32
poder y la fuerza, con repecto a los hombres de color, alimentaban un odio feroz que
provenía del fondo de los siglos. En el mismo tono de las contradicciones, muestra el autor
un Brasil donde se unen, en grupos de soldados o de campesinos, idealistas con luchadores
honestos y con bandidos inescrupulosos.
La Guerra del Fin del Mundo reúne en sus páginas una erudición carnavalesca de
neoliberalismo. Exacerbación del fanatismo, en todos sus aspectos, para justificar como se
llega a la muerte. La obsesión religiosa es presentada como causa del existir y del no existir
de Canudos.
Muchas son las interrogantes que nos salen al paso desde cada novela. Recreaciones
que giran alrededor de
Antonio Conselheiro, personaje carismático, conocedor de su
ambiente, líder de una población rural desposeída. Nacido en el sertón de Ceará y convertido
en predicador, luego de terribles penurias que acabaron con su familia y diezmaron la
población. El talento de Da Cunha aporta su sensibilidad aún romántica al personaje
robinsoniano, eje de una historia verídica, así como romántico es el aislamiento geográfico del
sertón.
No es posible pensar en un Conselheiro mítico, sino en un ser humano preciso y
racional, ajustado al contexto agreste del sertón, presentado dentro de límites cronológicos y
espaciales, en la descripción que hace Lucien Marchal. El Antonio de El Profeta del
Sertao no es una víctima de la masacre, sino el asesino inocente que permite que todos
luchen y mueran por él.
Para Vargas Llosa, Antonio Mendes Maciel, el profeta, el predicador ambulante, el
fanático, es fantasmagórico,
novelesco, casi invisible. Aunque la intertextualidad
hace
33
pensar en una estrecha relación entre
Os Sertoes y La Guerra del Fin del Mundo , ya
que el escritor peruano re-inscribe frases de Da Cunha, sin embargo, el Antonio de Vargas
Llosa, impreciso, casi inédito por su flacura, contradice la versión original de un personaje
con fuerza espiritual, capaz de arrastrar multitudes.
Durante
personajes
siglos la atracción, la fuerza física y
literarios,
la virilidad,
asignadas a los
fueron sinónimos en el imaginario popular; convención que,
aunque arbitraria, ejercía influencia en el inconsciente colectivo. La literatura es explícita en
este aspecto, desde Robin Hodd hasta el Agente 007. El Antonio Conselheiro de Vargas
Llosa invierte los códigos de esta milenaria tradición. En él se conjuga una nueva mitología
física de modelo impúber, tan flaco que parecía siempre de perfil, opuesto al viril
predominante en el siglo XIX. El Antonio Vargasllosiano es transparente, célibe, misógino.
Estilo de personaje que nace con el romanticismo y que conlleva una carga de injusticias
sobre sí mismo. Para algunos lectores Conselheiro será la imagen de un asceta religioso
sometido
a ayunos voluntarios, para otros un producto de la desnutrición que venía
arrastrando por generaciones.
No es errática la cobertura del predicador que realiza el escritor peruano, ni tampoco
pretende sumergirnos en desvíos discursivos. Se trata de contraponer la debilidad física
al misticismo religioso. Un hombre que combina la sensibilidad con el poder de persuasión,
que convierte en historia una quimera y que pudo, como única recompensa, trascender la
muerte a través de la literatura y de la cultura de su país. Héroe absurdo de una guerra
absurda.
34
Igual que Marchal, Vargas Llosa construye sus personajes
en función
de
contradicciones: el revolucionario Galileo Gall, propagador del socialismo utópico de
PrudHon, frente al liberal Barón de Cañabrava, hombre con gran versatilidad política y
aparente antifanatismo, pero dueño de una evidente obsesión por la riqueza. Moreira César,
figura opuesta a Conselheiro como estereotipo del militar inescrupuloso y asesino. Seres
humanos enmarcados
en oposiciones irreversibles:
moderno-arcaico, opulencia-miseria son
izquierda-derecha, ciudad-campo,
los aspectos que rodean los personajes de Vargas
Llosa.
Los tres Antonios completan una sola persona que elabora programas de ocupaciones
diarias, dicta charlas religiosas, construye
casas
e iglesias,
declama
sermones
bíblicos. Conselheiro es el héroe trágico de Lukacs: que vive bajo la mirada de Dios , su
ser predestinado se impone a la acción real. El hombre de carne y hueso obedece a un carácter
eterno imposible de desarraigar. El sertón fue el teatro cerrado del profeta, el santuario
donde se dejó poseer por su existencia. Marchal lo describe aterrorizado por sus propias
leyes diferentes a “la anarquía del claroscuro de la vida cotidiana”. Los escritores rescatan
un ser humano atávico y lo hacen crecer
hasta convertirlo en una figura histórica que,
con la muerte, deja la contingencia cotidiana para pertenecer a la permanencia de la
leyenda. Nuestro tiempo está demostrando que el carácter acumulativo de las diferentes
manifestaciones culturales es tan importante como el progreso, y que ellas no son excluyentes
sino complementarias.
35
La puesta en práctica de Conselheiro culmina con un modelo alternativo de sociedad
rudimentaria, que llamó a la puerta de los tres escritores cuando ya era una utopía y mudó de
palabras en tres lenguas distintas: portugués, francés y español.
No es el Canudos literario un modelo social al estilo Tomás Moro, más se acerca a la
teocrática Ciudad del Sol de Tommaso Campanella, creación política donde la experiencia
se compartía con una idea psicológica, más que ontológica, de Dios. La óptica literaria ve a
Canudos como un pueblo dueño de una psiquis dominada por la idea religiosa, fanatizado
por un hombre que los escritores se encargaron de desacralizar. Marchal describe un
Conselheiro impostor, que engaña a los campesinos con afán de obtener liderazgo y poder
espiritual. No es un fanático sino un hacedor de su propia historia. Este manejo del personaje
tendría su razón de ser si pensáramos que Canudos fue fundada a contrapelo de la
realidad del sertón , con un mesianismo propio e individual que no respondía a un pasado
común sino a una visión de supervivencia personal.
Dentro
de
esa polifonía de
interpretaciones,
donde
cada escritor expresa su
subjetividad a través de algún personaje, se destaca el periodista que distorsiona con su
miopía todo lo que no quiere ver, a quien Vargas Llosa hace sentir Extraño,
hipnotizado, y le pasa por la cabeza la absurda idea de que no está viendo aquello que
ve. Persona sin nombre propio, símbolo de un antifanatismo universal al que aspira el
escritor, por lo cual en época reciente se solidarizó con el poeta iraní, Salman Rushie, autor
de Versos Satánicos, a quien el Ayatollah Khomeini condenó a muerte a la vez que prohibía
la edición de los poemas.
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El Lenguaje pulcro de La Guerra del Fin del Mundo refracta las actitudes de algunos
personajes, ni la contralectura logra comprender
el supuesto antifanatismo de un ser tan
ambicioso y terrófago como el Barón de Cañabrava. Sólo es explicable si consideramos
que estos malos atributos, presentes en todas las épocas, son premiados a quienes los
sustentan. Ni el Barón, ni los demás personajes son dueños de su propia voz, el escritor no
les da libertad de palabra.
Vargas Llosa subvierte los patrones tradicionales, contrario a lo que sucede con Da
Cunha. En Euclides la correspondencia entre ficción y realidad responde a las expectativas
del lector. El Antonio de Os Sertoes es condenatorio, inquisitorial, el de Vargas Llosa casi
no aparece en el relato, pero su presencia se deja sentir en todas partes. Es acreditado como
figura mítica para degradarlo, en última instancia, muriendo en una cama con disentería.
Desenlace que corresponde al proyecto literario y que necesariamente tiene que representar
el objetivo del mismo: la desfanatización.
La estructura de La Guerra del Fin del Mundo tiene íntima relación con el oficio de
escritor, a partir de la idea de que todas las acciones en el proyecto narrativo expresen la
vocación de escribir un verdadero objeto literario. La novela de Vargas Llosa reúne ,
además de un valor de utilidad ideológica, múltiples interacciones discursivas que van
desde la guerra hasta el nihilismo sexual. La violación de Sebastiana por parte del Barón,
en presencia de su esposa Estela, altera los valores humanos de la comunidad. El Barón
sobrepasa los límites sin reconocerse sabedor del daño que produce como consecuencia de
la infamia ejecutada. Violencia que no tuvo cabida en Da Cunha ni en Marchal, a pesar del
realismo sartriano que destila toda su novela. La sexualidad tal como se presenta en La
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Guerra del Fín del Mundo es un agregado ahistórico que introduce el escritor. La tríada
erótica de Rufino-Jurema-Galileo y la de Sebastiana - el Barón y su esposa Estela, al igual
que la misoginia
de Conselheiro, son sustitutos de la muerte, constituyen la negación del
amor, aspectos inherentes a la estructura simbólica de la novela.
Otra es la sal que pica en El Profeta del Sertao. El lector va creando con su imaginación
imágenes sucesivas de naturaleza indómita, de personajes reprimidos, de soldados con
deseos sanguinarios. La obra se corresponde con el período de post-guerra mundial que
trajo aparejados cambios en el comportamiento humano, actitudes nihilistas, marginalidad
económica y
también
nuevos
tipos de discursos. La novela, envuelta con matices
racistas, justifica la interferencia del ”civilizado gobierno” en la cultura del habitante
autóctono para destruirlo. Es esta la violencia más significativa de la novela: la incomprensión
por el orden social de Canudos.
En la “otredad” cotidiana de Canudos, en el determinismo filosófico y telúrico, en el
no derecho a la autonomía de los campesinos debido a su ignorancia y falta de recursos, en
el fundamentalismo como una esperanza para justificar la existencia deambulan las tres
narraciones. Pero sólo el escritor brasileño vive en carne propia el horror de la masacre que
lo lleva a culminar su novela con una frase polémica: Es que aún no existe un Mausley
para las locuras y los crímenes de las nacionalidades.
Con dolor poético expresa lo mismo Guillermo Toriello Garrido en La Masacre de
la aldea de Chitabray cuando dice: Ya no existe la aldea guatemalteca de Chitabray, la
arrasaron
sin piedad
los militares genocidas”. No es de extrañar la
presencia de
exterminios de grupos que no tuvieron la oportunidad de capacitarse, cuando desde
38
principio de siglo el mundo estaba regido por la teoría taylorista, con la consigna de que
sólo debían sobrevivir los trabajadores más aptos y su consecuente carga de darwinismo
social. Es comprensible la creación
de
un escenario
simbólico mediante el cual los
canudenses reafirmaban su homogeneidad de grupo, ya que un viraje hacia el positivismo
habría disuelto la comunidad.
El intento por destruir la diversidad de nuestra América fue universalizado por los tres
escritores. Da Cunha escogió el estilo testimonial. Marchal la crítica a la ignorancia y
a la barbarie. Vargas Llosa, con mayor carga
ficcional, esconde entre los ropajes de
fanatismo de sus personajes el basamento ideológico
de la novela. Tres respuestas
literarias a un mismo referente histórico- cultural. Da Cunha recrea su contemporaneidad,
Marchal y Vargas Llosa trabajan sobre la archi - huella de Canudos. Ambos escritores
rastrearon los sermones de Conselheiro, debieron leer los escritos de Rui Barbosa y las
declaraciones del médico César Zama quien dijo: “A guerra de Canudos foi o requinte de
perversidade humana ninguem ignora
que
género
de
vida
levavam
os
canudenses: Plantavam, edificavam e rezavam”. Olimpo de Sousa Andrade las cita en
Historia e interpretacao de
Os Sertoes. Aún coexisten en la geografía latinoamericana
grupos humanos con culturas diversas y desniveles de desarrollo. Las tres novelas aunque
escritas en diferentes épocas encierran estas grandes contradicciones de la sociedad, bajo
cuyo epísteme de desarrollo y productividad conviven sociedades con arcaicos esquemas
rurales. En la novela de Vargas Llosa dos dogmatismos de diferente tono manejan el
conflicto, uno en torno a lo religioso y otro al exterminio necesario en defensa del
progreso, en ninguno de los casos la narratividad pierde su predominio sobre la teoría
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planteada. A pesar de ello no le fue posible al escritor escamotearles a los sertanejos la
valentía que describen Da Cunha y Marchal. En este aspecto La Guerra del Fin del Mundo
exige una contra lectura de valores para no caer en la trampa del escepticismo.
Los canudenses no se sacrificaron voluntariamente para defender un fundamentalismo
que no practicaban, fueron agredidos y lucharon hasta que los derrotó un gobierno que no
trató de articular la alteridad de los jagunzos, y sus diferencias culturales, con las
propuestas de la República, que tenía ocho años de instaurada. Da Cunha, espectador del
final de una guerra que no fue literaria, se convirtió en la memoria de un pueblo que no
necesitaba buscar identidad porque ella se mimetizaba en cada campesino, adquirida en el
contacto con su entorno natural y en “la fusión perfecta de las tres razas...denunciando el
elemento superior del mestizaje”. El escritor brasileño somatiza el problema del sertón.
A medida que nos involucramos con los personajes reconocemos el medio natural como un
espíritu que da origen a las obsesiones religiosas. La subjetividad de Da Cunha fluye de un
discurso donde resulta difícil demarcar fronteras entre historia, crónica y ficción. Más aún,
el escritor muestra incertidumbre cuando en presencia de la masacre no le queda más
remedio que problematizar la historia. El poder estaba cerca de él, pero ¡ qué lejos del poder
estaba Canudos!
Muy poco pudieron lograr los sertanejos, a pesar de que los periódicos de Salvador y
algunas revistas los vinculaban a otros grupos del sertón. Como fuerza integradora de un
cultura sertaneja no hubo oídos que escucharan ese híbrido de mística y requisitoria social”
según lo llama el crítico colombiano Moreno Durán.
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Marchal
y
Vargas
Llosa soslayan
el
conflicto
de subsistencia, germen de la
comunidad. La ortodoxia histórica se vuelve en ellos controversial heterodoxia moderna
y
post-moderna, donde no tenía cabida crear un pueblo
con
un jefe constructor de
pueblos, conductor de comunidades como lo muestra el diario encontrado en una vieja caja
de madera después de la muerte de Conselheiro.
Según consta en archivos de Salvador de Bahía, en el Canudos de 1894 se curtían
pieles, se realizaban tareas agrícolas, se criaban animales y propagaban sus logros a los
pueblos colindantes, también rezaban. Pero los enfoques literarios parecen aceptar un destino
fatal independiente de las acciones humanas. El mismo Da Cunha fetichiza la acción de la
naturaleza sobre el ser humano, como si no fuera posible transformarla. Concepción
deciochesca de irreversible estigma de impotencia telúrica, herencia clásica que, desde
Aristóteles, divide las capacidades humanas de acuerdo al contexto natural, relacionando
clima con caracteres. En El Profeta del Sertao se defiende la misma tesis a pesar de los
cincuenta años que la separa de Os Sertoes. El escritor franco parlante enfatiza sobre un
patrón social que lo lleva a considerar la cólera como estallido que sólo se ve en regiones
tropicales, equívoco cultural y psíquico sobre una reacción que tiene nombre universal.
La pasión no domina los discursos, todos están elaborados en torno a ideas y lenguajes
preconcebidos, comprometidos
crueldad las
acciones
y planificados. En cierta medida se llevan a límites de
provocadas
por
la
venganza: degüellos, descuartizamientos,
fragmentación de miembros, producto de una guerra que se convirtió en masacre. ¿ Acaso la
guerra es normal?
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Cada novela nos deja el amargo sabor de la derrota, el dolor de un fracaso, sobre el cual
Marchal expresa su juicio en boca del General Bettancourt: ¡Qué raza!, ¡Qué energía!,
¡Qué coraje!. Si se hubiera podido llevarlos por el buen camino. ¡Cuántos servicios
hubieran hecho a la civilización!. La deformación moral de un pueblo inculto fue la
causa de esa derrota social. Extraña observación para alguien que venía de un mundo
plagado de deformaciones morales. En El Profeta del Sertao no se hibridiza el espíritu
sertanejo con la historia que deseaban vivir y el mundo del nordeste brasileño. El escritor
hubiera tenido que transformar sus códigos europeos y adaptarlos a esta otra realidad, pero no
sin antes comprenderla. El exótico primitivismo que Marchal atribuye al brasileño del
nordeste, junto a las limitaciones que implica el fanatismo enraizado en el contexto natural,
son claves en El Profeta del Sertao.
Violencia y fanatismo azotan La Guerra del Fin del Mundo . La corrupción política, el
extremismo religioso, la distorsión sexual que se manifiesta dentro del marco ritual del
fanatismo, forman parte de las contradicciones que el escritor quiere presentarnos, ideas
tejidas en medio de una arisca naturaleza y de los estragos de la guerra en sí misma. El
escritor desarrolla un peligroso concepto de fanatismo genético
ya expresado en La
Historia de Mayta que recrea, sin diversidad de juicio y con la misma referencia conceptual,
en La Guerra del Fin del Mundo. Novela donde todo es ambiguo y controversial, menos el
objetivo fundamental: ser un legado de antifanatismo donde cada uno de los personajes es
víctima de su propia obsesión.
Ningún escritor tiene compromiso con la verdad y la verdad es ¡tan relativa! Pero
dentro de esa relatividad ¿por qué no ficcionar acerca del desamparo social de los
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sertanejos? El Barón de Cañabrava nos da la respuesta: Multiplicado el sufrimiento se
vuelve abstracto y no es fácil conmoverse por cosas
abstractas . Hace dos siglos
Voltaire expresó un pensamiento semejante cuando dijo en una conferencia dictada en su
retiro de Ferney: Realmente Señores míos sois muy delicados: se matan docientos o
trecientos mil hombres y todo el mundo encuentra que eso está bien; pero se come uno
a un cosaco y todo el mundo pone el grito en el cielo . Por eso la Historia Oficial del Brasil
no habla de Masacre de una pequeña comunidad sino de Guerra de Canudos.
Nuestros escritores, porque ya son nuestros, dejan entrever la presencia histórica al
hacer uso de fechas y nombres de periódicos de la época para evidenciar la repercusión que
Canudos tuvo en el Brasil de fin de siglo, cuando la República había promulgado la
Constitución de 1891, inspirada en la Carta Magna norteamericana. Entre otras novedades
dividía los
poderes, separaba la Iglesia del Estado y consagraba como único válido el
matrimonio civil, además declaraba el derecho a elecciones directas sólo para alfabetos
de sexo masculino. Tanta convulsión y nuevas leyes repercutieron en el comportamiento de
los campesinos del sertón, a quienes se les exigía el pago de impuestos por una tierra que casi
nada producía. Es entonces cuando el amplio medio del nordeste comienza su proceso de
organización en Canudos donde los seguidores del profeta fueron capaces de cargar las armas
con el rosario a cuestas. Al respecto es bueno recordar las palabras de Camus para quien:
Siempre mueren los mejores. La ley del sacrificio hace siempre que al final sean los
cobardes y los prudentes los que tienen la palabra, porque los demás la han perdido
dando lo mejor que tenían . En Canudos la literatura quedó trunca en su elemento más
importante, crear un futuro con nuevas significaciones.
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No quedan cabos sueltos en ninguna de las novelas, no hay cruces de fluidos ni
flexibilidad en los discursos. En Os Sertoes habla la voz del testigo presencial, de la
experiencia vivida, no existen silencios ni dudas para el lector. Aunque la realidad de los
hechos turbó a Da Cunha al punto de poner en crisis la imagen que venía desarrollando en la
novela, lo que dio por
resultado
la
ausencia
de
una
posición
clara
ante
los
acontecimientos. Fue muy difícil para el escritor justificar como un disturbio periférico se
convirtió en
guerra
nacional
que Euclides resuelve cuando dice: O progresamos o
desaparecemos.
Las leyes no existen donde cambian los actores y las formas institucionales, pero las
estructuras sociales prevalecen, son las consideraciones que propone Marchal. Los Araujo
del sertón serían
sustituidos por latifundistas republicanos
que responderían al nuevo
orden político. El amplio imaginario del nordeste brasileño conserva las formas religiosas
y raciales mientras se pretende hacerlo progresar a expensas de sus vidas humanas.
Algunos intelectuales de este fin de siglo hablan con desprecio de las ideologías, y
el gran conflicto que tiene la literatura es querer vencer y superar el “mal ideológico”
siguiendo el lacerado itinerario de Nietzche. Vargas Llosa propone un código nihilista
donde los fervores del fanatismo se unen con las tristes ideas de la muerte, arraigada entre
los sertanejos a quienes la vida no les pertenecía hasta que se congregaron en Canudos.
Se da en el sertón una particular conducta frente a la muerte, la desesperación por poseer
un ataúd propio, en contradicción con el conformismo y la resignación ante su desdicha. Para
ellos sólo la muerte era futuro seguro, era su liberación ante la opresión. Por
Rescataban
a
eso
los hermanos muertos... cadáveres que, vestidos con los mejores
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trajes y embutidos en cajones fabricados a toda prisa, eran llevados al velatorio en el
Templo del Buen Jesús. “Las novelas mienten, no pueden hacer otra cosa” dice Vargas
Llosa . Pero aunque todo el sistema narrativo esté fundado sobre el engaño, las relaciones
de los sertanejos con la muerte son reales. Ella cobra su tributo en Joao Abbade, inteligente,
creador y valiente, llevado
a la inmortalidad en las palabras finales de la novela: Lo
subieron al cielo unos arcángeles. Expresión de irrealidad temporal que coincide con la
orientación teleológica de la gente de Canudos.
El escritor necesita exaltar las distorsiones espirituales, físicas y sexuales de los
pobladores del sertón. A momentos parecen expresión de su otro yo vital, La novela sería el
espacio imaginario donde se reconcilian ficción y vida concreta. La subjetividad de La
Guerra del Fin del Mundo es la de su autor, la de Da Cunha expresa una época.
La axialidad ideológica de las tres novelas se ve sustentada por los acontecimientos
reales, que si bien suceden en una apartada región de Brasil, se corresponden con
lineamientos que parte de Latinoamérica asumió como una incipiente globalización. Cada
narración
es
la representación verbal
de
una
idea
que mantuvo
un
constante
movimiento pendular en la cultura occidental, y que vista con una mirada retrospectiva nos
conduce en una misma dirección histórica, desde la ortodoxia
liberalismo y neoliberalismo hasta
la
del positivismo,
heterodoxia del regionalismo, existencialismo y
postmodernidad. Sin obesidad discursiva los tres escritores convierten a Canudos en una
metáfora de segregación dentro del proyecto social del mundo desarrollado y crean, a
través de sus personajes, un sistema de valores convertido en texto literario.
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Os
Sertoes y El Profeta del Sertao pertenecen a eras
con estrategias narrativas de
modernidad, sin que ello quiera decir que estas propuestas se cumplan a cabalidad en ambos.
Da Cunha creía en los poderes transformadores del arte y la literatura al servicio del
progreso. Marchal presenta una acción dramática donde los sertanejos son autores y actores
de la tragedia. Para Vargas Losa la masacre es motivo para desarrollar un discurso antifundamentalista. La destrucción de Canudos fue el
gubernamental que consideraba la Biblia como
resultado de
libro
dos mesianismos: el
subversivo y el sertanejo
expresión de la irracionalidad que la palabra encierra. El mismo escritor me ofrece sus
palabras para calificar La Guerra del Fín del Mundo cuando al referirse a la obra de Bertold
Bretch dice No es más que ilusión, ficción o más crudamente patraña ideológica .
Si Da Cunha veía en Canudos un poblado anacrónico, irracional, a contramarcha
de la historia y del progreso del país, que crecía sin órganos ni funciones especializadas, “ a
la manera de un polípedo humano”, nos preguntamos si son diferentes las favelas, los
paisajes caóticos de callejones estrechos y casuchas inhóspitas, signo de horror social que
pueblan el Brasil actual. Con la diferencia de que Canudos con su sentido de cooperación
representaba una esperanza. Pajeu, Joao
Abade, Macarimba y el Beatito luchan por su
tierra disfrazados por las letras negras de las narraciones.
José Miguel Oviedo compara Os Sertoes con Facundo de Sarmiento y considera que
ambas escenifican la civilización y la barbarie: ¿Quienes personifican la civilización y
quienes la barbarie? . Aún hay más, Raymond De Souza participa de un doble discurso
político cuando dice: A medida que iban afianzándose el nacionalismo, el positivismo y el
compromiso con la modernidad, fue preciso decidir, algunas veces con dolor, cuáles
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elementos sociales impedían el progreso y tenían que ser borrados. En algunos casos
el proceso se tornó brutal.
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CANUDOS: CRISIS DE UNA PARADOJA.
Mientras en Canudos , Cataví y la Ciénaga sus pobladores eran sacrificados en
función de una parodia positivista de “orden y progreso” en Río, Salvador de Bahía,
Sucre, La Paz y Bogotá se producía un proceso de transformación donde sólo “los que ríen”
tenían derecho a participar como parte de su historia.
Mientras la cultura ancestral convertía el suelo en papa, maíz
y
frijol
los
gobernantes desarrollaban un terror organizado con perfiles de fetichismo inquisitorial que,
portando las banderas de la modernidad, acababa con los bolsones culturales donde se
alojaban quienes lucharían para no absorber la derrota. Estupenda conquista que hoy se
investiga y profundiza con miras a que la aureola del triunfo del supuesto progreso no vuelva
a maltratar los derechos humanos consagrados en las Constituciones .
Las narraciones sobre las cuales hemos reflexionado estigmatizan la República en
un ejercicio de anamnesis, que más parece
recuerdo
soñado que realidad social,
un
Canudos hiper-real, un locus literario. Ni el lenguaje realista ni el nihilista agónico nos
integran al silencio total de un pueblo que dejó de existir. El fin de lo real significó el
principio de la ficcionalidad.
La variedad genérica en Os Sertoes obedece a una rigurosa funcionalidad interna. La
estructura arquitextual
antropología, sociología,
y
conceptual están
psicología
fuertemente
jerarquizadas:
aparecen como la lógica
de
naturaleza,
una construcción
literaria moderna, donde el primero y último capítulo constituyen una especie de marco
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textual para arropar el fundamento ficcional que es la guerra. Dentro del discurso se pueden
localizar rasgos ensayísticos que han contribuido para convertir
Os
Sertoes en un
clásico de la Literatura latinoamericana. Da Cunha creó su novela sobre acontecimientos
sin entidad imaginaria pero, llevado por la paradoja de presenciar su propia ficción y
consciente como todo escritor de la necesidad de inventar, fragua sus contradicciones con
un discurso poético, a veces romántico, para retratar la crisis social que se vivía en el
nordeste de Brasil. En momentos en los que la modernidad llega a su climax de poder estatal
el escritor asume un tema retromoderno que enlaza con los tecnicismos de la época para
escribir la paradoja de defender lo indefendible.
Las contradicciones forman parte, desde la Conquista, de todos los estamentos de
poder en Latinoamérica. El antagonismo con que la religión católica y su persecución
inquisitorial se involucraron con la religiosidad sincrética de Canudos significaba, en
instancias gubernamentales, poder compartir los latifundios bahianos y demostrar como el
dogmatismo religioso estaba embadurnado con altos intereses económicos.
Estos nexos ideológico- políticos se mantienen en las narraciones en un plano
marginal, entre la unión de Monarquía y República para conservar privilegios, y las
condenas a las herejías para justificar las muertes de los pobladores y apropiarse de sus
tierras. Por el contrario se prioriza la crisis de la conciencia moderna en una masacre que
reafirma el concepto de la época de que todo lo que se termina tiene que volverse a crear de
otra manera. Propuesta que se afianza en la violencia religiosa, moral, física y sexual,
excesos muy bien representados semánticamente por Vargas Llosa, quien registra su historia
con el gesto sincopado de la escritura del boom, pese a que ya en 1981, año durante el cual
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se publica la novela, mostraba signos de agotamiento. No así la modernidad cuyas
mutaciones actuales hacia el postmodernismo siguen siendo una tradición dentro de su
compleja concepción, identificada a través de tantos años por su inagotable volubilidad y
fluctuaciones en el mundo cultural. El escritor brasileño Osvald de Andrade dice al
respecto: La palabra moderno pertenece a cualquier época... porque fueron modernos
los iniciadores de todos los movimientos estéticos y filosóficos, de todos los movimientos
científicos y políticos. Paradójicamente ruptura y premodernidad forman un tejido contextual
compacto donde la rudeza de los jagunzos se vuelve subversiva en la textura discursiva de
La Guerra del Fín del Mundo .
Si hacemos un paralelo de las dos novelas escritas en la segunda mitad del siglo XX es
posible asociar y deslindar puntos de vista entre Marchal y Vargas Llosa. En El Profeta de
Sertao el escritor se apoya en las doctrinas del sustrato étnico y de la transformación universal
por medio del conocimiento, propiciadas por Bergson y Proust, manifiestas en la novela en la
impotencia del saber positivista brasileño para salvar y redimensionar la comunidad de
Canudos. Marchal traslada a un conflicto del siglo XIX la no viabilidad del progreso por
causas no sociales ni económicas sino de formación étnica. Conceptos que aún tienen sus
defensores como el filósofo alemán Günter de Anders para quien la organización mental de
los campesinos es inadecuada para adaptarse al mundo tecnificado. En la actualidad, desde
el Morro de los Pelados, las aguas emanan los efluvios de Canudos y su gente, no
fundamentalista, aboga por incorporarse al desarrollo sin perder sus valores tradicionales.
La búsqueda de lo extraordinario llevó a Vargas Llosa hasta la guerra de Canudos,
probablemente si la hubiera presenciado de verdad La Guerra del Fin del Mundo no
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existiría, en su lugar estarían escritas unas pocas palabras: “Aquí no he visto nada “. Pero el
ventrílocuo narrativo peruano cuajó en su extenso libro las debilidades estructurales de las
organizaciones de la región y la no adecuación de esas fuerzas a la compleja coyuntura
brasileña.
El proceso de reestructuración eliminó a Canudos de lo que pretendía ser un Brasil social
y políticamente homogéneo, produjo así la fragmentación cultural del nordeste. Receta
eurocentrista magníficamente adecuada en el estereotipo de cada uno de los personajes de
Vargas Llosa. Ideología liberal que se contamina en la novela con la religiosidad y los mitos
ancestrales, elementos aparentemente irreconciliables pero necesarios en el absurdo
desfanatizar fanatizando que priva en la narración.
El uso de diferentes modelos narrativos para asumir un problema
que si bien es
universal, en Canudos presenta características regionales muy particulares, nos ha dado
una pluralidad de visiones. Tuvimos la suerte de contar con una primera exégesis escrita
por un narrador brasileño que ocupó, durante cierto tiempo, la preeminencia ante los
interlocutores cultos americanos y europeos, lo que permite ante un mundo globalizado
encontrar diferentes puntos de referencia crítica.
En última instancia Canudos creó la tríada entre Historia Oficial, Historia Literaria e
Historia secreta.
Historia secreta contenida dentro del fragmento humano que cada escritor nos brinda
de sus personajes. Una noción de misterio sobre esas existencias, creada voluntariamente o
libre, tal vez, de la intencionalidad de sus creadores. Se manifiesta en gestos, frases, posturas
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que no pueden establecer una lógica de comportamientos y sin embargo testimonian unas
líneas de conducta más precisas que las conocidas a través de los documentos históricos
de la época. Por eso si en algún momento pretendemos identificar algunos personajes con los
protagonistas reales de la guerra de Canudos
será sólo una paradoja imaginaria, sin
menoscabo del carácter valorativo de cada novela.
El misterio está por resolverse en una novela que libere las fuerzas de la naturaleza hostil
y haga de la comunidad sertaneja un espacio para la participación libre, creadora de una
cultura donde las personas y los grupos sociales vayan escribiendo día a día su propia
historia.
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