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Violencia
en la
Literatura
Violencia en la Literatura
La
Elías Letelier
vorágine valor
Muchos teóricos han logrado establecer e insisten en las raíces de la histórico y
estructura
violencia y luego se ven contrariados, violentamente, por otros
estudiosos de esta conducta. La medicina, por otra parte, con la "teoría conceptual
Seguridad
del desequilibrio químico en la zona del hipotálamo"[1] ha aportado
dudosas conclusiones en torno al carácter hereditario de la violencia. Si Política &
bien estos científicos establecen que la eliminación de esta conducta en Seguridad
Estratégica
el individuo puede ser revocada mediante el empleo de químicos
(fragmento)
regulatorios (medicamentos), por otro lado, otros científicos y
El poeta y
pensadores establecen que tal acto es y constituye una expresión
el miedo: la
violenta contra la naturaleza del individuo, estableciéndose, de esta
negación de
manera, el polivalente carácter a la interpretación de violencia.
la realidad
El término medio entre violencia y no-violencia es un eufemismo
Notas del
filosófico. El acto de violencia intermedia; violencia pasiva o menos
Holocausto
violencia, no existe; pese a que muchos pueden aseverar lo contrario, Tehuelche
este aspecto de moderación o regulamiento compartamental de la
El
conducta está lejos de una demostración elocuente. Por tanto, al
indigenismo
referirme a la violencia, ignoraré los enfrentamientos físicos o reyertas, y la lucha
por la
por cuanto estas expresiones sociales son unos meros síntomas de
libertad
causales más complejas. Aquí, en éste estado de la realidad, los
muertos y los sobrevivientes son una expresión que se desarrolla a
partir del medio, y éste, a su vez, está determinado por factores
naturales como también por la incapacidad del hombre para poder
comprender o sintetizar la información adecuada que le permita un
mejor vivir.
En este ensayo me referiré a "El tema de la violencia en la estética
literaria", haciendo referencia a las obras: Los de abajo; La vorágine;
Don Segundo Sombra; Alsino; Doña Bárbara y brevemente a La
invención de Morel. Estas producciones literarias, a pesar del universo
cargado de violencia, son una profunda expresión en busca de
equilibrio social y justicia. Mediante el recurso a la denuncia,
representan un estadio de libertad creadora en el continente latino y los
estados psicosociales que el hombre alcanzó entre las dos guerras
mundiales. Pero, paradojalmente, las multitudes que morían, parecieran
mostrar un espíritu contrario.
Más allá de la violencia, estas obras tienen otro pilar en común y el
que no puede ser omitido: toman a la realidad como referencia, en
contraposición de las posturas que asumen los nihilistas, quienes
toman a la literatura como referencia y se disocian de la realidad.
Al buscar las causales en la novela, veremos al individualismo, como
la expresión responsable de actos desastrosos, que trata, por lo
general, de imponerse mediante la sumisión y los actos coercitivos.
Este aspecto fue tocado con acuciosidad por parte de los naturalistas,
quienes afirmaban que la literatura servía para hacer un diagnóstico de
la realidad, transformándola en instrumento auxiliar de la sociología
antropológica.
Mariano Azuela, escritor mexicano nacido en 1873, testigo de miseria
y atropellos cometidos durante la nefasta dictadura de Porfirio Díaz
(1880-1910)[2]; nos muestra en su obra publicada en 1915[3], la
psicología social imperante a la época, retratando al individuo como a
un ser ególatra que se incorpora a la guerra por mero fin personal,
ajeno de todo contexto histórico y responsabilidad colectiva. En esta
obra, Demetrio Macías es el personaje que sufre a manos de las tropas
federales los excesos contra su familia, y luego, después de carear a la
soldadesca, en la huida que lo obligan a refugiarse en la sierra, sufre la
pérdida de sus bienes materiales.
Demetrio, inspirado por el deseo de venganza, busca a otros seres
marginales, a quienes incita a que le ayuden a obtener su propia
justicia.
—Si Dios nos da licencia —dijo Demetrio—, mañana o esta misma
noche les hemos de mirar la cara otra vez a los federales. ¿Qué dicen,
muchachos, los dejamos conocer estas veredas?[4]
Demetrio, sin ideales ni pensamiento ideológico que pudieran
otorgarle un asidero para establecer metas específicas, es retratado
como un ser sediento de venganza y castigo, quien enfrenta a las
tropas federalistas, saliendo aireado, y al mismo tiempo, ganando un
prestigio y popularidad por sus lides triunfales. Este nuevo caudillo,
degenerado por el ansia de poder y la motivación personal, él termina
víctima de la codicia, donde otros miembros de sus filas lo traicionan,
por la envidia que causa el poder.
Es la desolación social aquello que empuja a las multitudes a
seguirlo. Él se transforma en el jefe de la anarquía y hábil continuador
de la violencia colectiva, la cual tiende a hacer desaparecer las
directrices de la sociedad. Mariano Azuela nos muestra en esta obra
realista y escalofriante, la psicología destructiva del individuo, donde la
muerte es un mero elemento pasajero con un profundo sentido
materialista, analizando el problema social en su conjunto. Azuela, con
su realismo social pareciera estar preocupado por mostrar y denunciar
el fraude de la revolución.
En esta obra, la violencia es un estado general, el instinto está por
sobre la razón, imponiendo un carácter abstracto a la violencia
psicolectiva.
Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa como pórtico de
vieja catedral, Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue
apuntando con el cañón de su fusil...[5]
El problema en torno a la violencia es determinar que es violencia y
cuando esta se manifiesta. Esta situación ha hecho a pueblos enteros
caer en el barbarismo físico para poder defender las nociones que
poseen en torno al fenómeno de la realidad. De esta manera, es como
podemos ver la disimilitud de apreciación y la ambivalencia que se
produce al enfrentar las nociones de libertad que el hombre posee; y es
así, como la literatura ha logrado ilustrar con una compleja arquitectura
estética tales estados. Aunque la precisión de esta no corresponde a un
método científico, tampoco existe una ciencia de la violencia que
permita ejercer una función reguladora sobre ella.
En 1923, La vorágine[6] produjo un gran revuelo en las aulas
intelectuales[7]. El escritor venezolano nos muestra al hombre como
víctima de la naturaleza, la cual le impone una forma azarosa de vivir.
Aquí la violencia está determinada por el medio y el fatalismo que
terminan por imponer y conducir al hombre a cruentas luchas de
supervivencia.
Lenta y oscuramente insistía en adueñarse de mi conciencia un
demonio trágico. Pocas semanas antes, yo no era así. Pero pronto los
conceptos de crimen y los de bondad se compensaban en mis ideas, y
concebí el morboso intento de asesinar a mis compañeros, movido por
la compasión. ¿Para qué la tortura inútil, cuando la muerte era
inevitable y el hambre andaría más lenta que mi fusil? Quise libertarlos
rápidamente y morir luego."[8]
En esta obra, la violencia está retratada a nivel del instinto, donde la
caracterización psicológica de los personajes está exenta de
demarcación, predominando una preocupación por ilustrar los
acontecimientos y formas de vida del hombre en determinado sector
geográfico.
El uso que los naturalistas otorgan a la literatura sirve para hacer un
diagnóstico de ella, contrario a lo que afirmaban los románticos, que
establecían que la literatura era para edificar espiritualmente al hombre.
La doctrina positivista, en la cual se fundamenta el naturalismo, no
considera al hombre como un ser espiritual, sino, como algo material.
Aquí, el ser humano como cualesquier animal, es sólo un ser fisiológico
movido por la fuerza de los impulsos y su temperamento. Es así como
la literatura naturalista ejerce una función cognoscitiva de denuncia
social, contraria a la opinión de algunos conservadores que la tildan de
protesta social, especialmente cuando esta caracterización conlleva un
tono despectivo contra la creatividad de América latina.
La voráginese sitúa en el contexto histórico de la apatía y el espíritu
de derrota que empuja al hombre a buscar otras modalidades de vivir,
tratando, al mismo tiempo, de evadirse del drama en que vive.
la posguerra mundial supuso el acceso de estas naciones a una
situación de democracia formal, y a una dialéctica desdichada de
conatos revolucionarios y dictaduras militares. Esta dialéctica todavía
subsiste, y proyecta la ieja tradición de la literatura social, indigenista y
telúrica, hacia concreciones de tipo más conflictivo.[9]
El carácter crítico de esta novela, contra la explotación de las
caucherías, impone al autor una fuerte sanción de violencia, al grado
que éste termina víctima de un fallido atentado contra su vida por haber
denunciado las atrocidades en esta zona.
Pero el drama de la violencia, no fue circunscrito a la escritura de las
sabanas venezolanas, sino que también se extiende a las pampas
argentinas. Durante este mismo periodo, otro autor preocupado por la
realidad, retrata la violencia con una elaboración mucho más compleja.
Don Segundo Sombra[10], obra publicada en 1926, retrata la vida y
las costumbres de los habitantes de las pampas argentinas, con un
lenguaje distinto y también, con un final que elude la concepción fatal
de la realidad y la vida.
En esta obra existe una carencia descriptiva de la realidad política y
sociológica; sólo se sume en la caracterización psicológica de la
interacción y en el retrato simbolista de sus personajes. Aquí, el estado
espiritual del hombre constituye una preocupación del autor, quien,
recurre a los elementos místicos o sobrenaturales para poder explicar
los niveles y estados del individuo.
Pasé al lado del cementerio y un conocido resquemor me castigó la
médula, irradiando su pálido escalofrío hasta mis pantorrillas y
antebrazos. Los muertos, las luces malas, las ánimas, me atemorizaban
ciertamente más que los malos encuentros posibles en aquellos
parajes[11].
Es este tipo de descripción psicológica, donde se refleja la condición
de desamparo y fragilidad interior, nos permite ver el nivel de
observación que el autor pretende llevar a fin, ignorando o dejando de
lado aspectos más concretos relacionados con el mundo geográfico.
Aquí existe un drama parecido al de La vorágine. El hombre se ve
amoldado a la realidad a causa de la hostilidad del mundo externo y
que está compuesto por la naturaleza. Aquí existe una hostilidad en el
lenguaje subjetivo y el estado de superioridad que adopta el
protagonista frente a los demás, mediante el empleo de los
mecanismos de defensa de la presunta indiferencia:
De los cuatro presentes sólo Don Segundo no entendía la alusión,
conservando frente a su sangría un aire perfectamente distraído. El
tape volvió a reírse en falso, como contento con su comparación. Yo
hubiera querido hacer una prueba y ocasionar un cataclismo que nos
distrajera. Don Pedro canturreaba. Un rato de angustia pasó para
todos, menos para el forastero, que decididamente no había entendido
y no parecía sentir siquiera el frío de nuestro silencio.
—Un barroso grandote —repitió el borracho—, un barroso grandote...
¡ahá! Aunque tenga barba y ande en dos patas como los cristianos... En
San Pedro cuantan que hay muchos d'esos bichos; por eso dice el
refrán: San Pedrino El que no es mulato es chino."[12]
Este extenso párrafo de psicología descriptiva nos habla de los
rasgos áfros de Don Segundo Sombra, y al mismo tiempo, en breve,
nos introduce a una atmósfera que se describe colma de violencia. En
esta descripción, la victima y el victimario son elementos activos en una
lucha psicológica. Es el racismo, ágilmente presentado, el elemento que
se utiliza para minar la identidad y talante de Don Segundo.
Aquí el sentimiento de malevolencia es el cinismo que se traduce en
un menosprecio consciente, exteriorizado en la agresividad hacia las
jerarquías y relaciones de valores de otros hombres; siempre se lleva a
cabo con la intención de herir a los demás en sus sentimientos. Es
importante destacar que el cinismo es un estado de maldad primitiva, la
cual consiste en hacer daño a los demás, destruyendo la plenitud vital y
la seguridad que han obtenido en determinados valores de identidad.
El recurso del cinismo, como instrumento descriptivo de la violencia
primitiva en la obra de Güiraldes, permite una sofisticada forma estética
para poder entregar información al lector y así, reflejar el estado moral
de la época, y en lo fundamental, la del individuo. Aquí, al margen de
los enfrentamientos brutos, la violencia está en estado subjetiva, y en
esta misma forma, se introduce al drama externo del mundo
circundante que moldea la personalidad del rústico hombre de las
caucherías.
Es importante hacer un paralelo entre Don Segundo Sombra y La
vorágine. En esta última, el hombre que es víctima de la naturaleza,
desaparece arrastrado por el instinto de la fatalidad como en un privado
nihilismo moral:
El último cable de nuestro Cónsul, dirigido al señor Ministro y
relacionado con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros, dice
textualmente:
"Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos.
¡Los devoró la selva!"
En Don Segundo Sombra, el hombre progresa, se refina y pasa a un
desarrollo superior.
A todo esto, poco a poco, me iba formando un nuevo carácter y nuevas
aficiones. A mi andar cotidiano sumaba mis primeras inquietudes
literarias. Buscaba instruirme con tesón[14].
El hombre adquiere un aprendizaje del mundo circundante, procesa la
realidad y la amolda a su necesidad. Es así como la determinación de
los valores de violencia en La vorágine caen en lo concreto, y en Don
Segundo Sombra, en lo subjetivo.
Pero, para profundizar el problema de la violencia en las obras
citadas, considero fundamental referirme al período histórico en que
fueron escritas, como también a las condiciones económicas del
continente. Es durante éste lapso que las guerras civiles y los asaltos
por el poder terminan por producir una apatía colectiva en América
latina. El individuo se transforma en una entidad cerrada. Este período
de ecléctica conducta social, produce las observaciones y acusaciones
que terminan por dar un giro completamente distinto a la visión de la
problemática.
Otra obra alucinante con su veredicto de la realidad sintomática, es
Alsino[15], la cual opta por un camino espiritual y metafísico, con un
final trágico como en La vorágine, donde Arturo Cova al tratar de
construir una vida mejor, después de comprender el drama que lo
rodea, desaparece consumido por la selva. En Alsino, el protagonista,
después de comprender la realidad, se volatiliza en la caída de su
suicidio[16]:
Y como quien desata sus ligaduras, extiende tembloroso sus manos, y
echando sus alas hacia adelante y hacia abajo, en su desesperación,
las toma y aprieta entre sus brazos como un círculo de hierro.[17]
Nuevamente nos encontramos con un espíritu decadente, noista y
cruel. Su egoísmo de ser, su identidad de pájaro, no son diferentes al
pragmatismo del cura, del policía, del hacendado que pretendía ganar
dinero con él, o a la niña que murió de amor. Alsino es un personaje
que reviste un aparente grado de inocencia, pero en la realidad, él es
un resultado del medio mezquino y ciego en que vive. En él existe el
instinto del placer y el sentido de la violencia:
Pronto Alsino les da alcance; vuela sobre la manada en fuga. Auriga
que azuza los corceles de su carro invisible, los azota con gritos
violentos que zumban en el aire como el látigo de una fusta implacable
que estalla.[18]
Más adelante, de esta descripción, el placer de Alsino se encuentra
en el dolor:
Cuando ve que el potro, sudoroso, comienza a cubrirse de espuma, y
lejos de mermar la distancia que lo separa de sus compañeros, va
quedando cada vez más y más distanciado, abre sus alas, afloja sus
piernas y, despreciativo, dejándolo libre, lo abandona para escoger una
presa más digna.[19]
Alsino es un niño de naturaleza triste, violentado desde la infancia y
su tristeza encierra un verdadero sufrimiento existencial, el cual gravita
con todo su peso y lo empuja hacia la nada: la muerte. Pero es el
sentimiento metafísico, el sufrimiento, el dolor del alma, aquello que le
impone a Alsino ir en busca de la paz eterna. Aquí aparece la figura de
Dios, donde el instinto místico del ser busca su último horizonte.
Durante este período, los escritores sin ser desconformistas sociales,
alarmados por el mundo y realidad que vieron, tratan de crear obras
que retraten la identidad nacional en su estado natural, sin inventar
sociedades que negaran la realidad. Esto produjo grandes
complicaciones para algunos, que gracias a los atrevimientos que les
eran propios, lograron plasmar, junto al espíritu rebelde de la época, un
excelente retrato de la sociedad que conocían y también del individuo.
Aquí nació Doña Barbara[20], una obra orientada por el determinismo
de la geografía inmediata, la cual, amolda la conducta y la realidad de
sus personajes. Es la historia de una joven mujer que se enamora de
un vagabundo que le enseña a leer y a escribir y que es mandado a
asesinar. Esta acción, sin duda, produce un sentimiento de desamparo,
de tristeza, de abandono; una frustración psíquica, que luego sería
aumentada por la violación que sufre a manos de unos insurgentes:
Ella sólo recordaba que había caído de bruces, derribada por una
conmoción subitánea y lanzando un grito que le desgarró la garganta.
Lo demás sucedió sin que ella se diese cuenta, y fue: el estallido de la
rebelión, la muerte del capitán y enseguida la de el Sapo, que había
regresado solo al campamento, y el festín de su doncellez para los
vengadores de Asdrúbal[21]
Es el instinto salvaje determinado por la naturaleza hormonal del
hombre, lo que impone una drástica actitud y carácter de supervivencia
al mundo de la protagonista. Ella, al igual que Demetrio Macías y Arturo
Cova, sufre los trastornos que le imponen un violento mundo circundate
y entra, de esta manera, a la agonía indomable de la barbarie que,
eventualmente, al igual que Demetrio y Cova, termina por consumirla.
Si el mundo circundante, destructivo, cargado de miseria es producto
del hombre, éste pasa a ser el enemigo inmediato de Doña Bárbara, la
cual vive en busca de venganza, empleando para ello, todos los medios
y astucias.
La mujer que se había hecho indómita, la antihombre de las sabanas
venezolanas, sufría la desdicha de ser ignorada por el hombre que ella
amaba, imponiéndole a esta frustración de su carácter, el sentimiento
frío de la ausencia: "Pero como Santos Luzardo no aparecía por allá,
ella andaba cavilosa,..."[22]. Éste es un elemento clave, aquí se
encuentra la lucha del bien y el mal. Luzardo es el futuro, la luz de la
justicia; el idealismo creador que termina por domar la hostilidad
exterior, como en Don Segundo Sombra, y Doña Bárbara, es el
materialismo irracional, la pugna permanente de la amargura y la
hostilidad.
Es así, como la violencia que se retrata en Doña Bárbara, se
transforma en una condición humana que cubre todos los estadios del
temperamento victimado, como el de Demetrio Macías.
En estas obras podemos ver diferentes matices de violencias, las
cuales desembocan a un mismo afluente de miseria y crueldad. El
ángulo con el cual se observe a estas conductas y realidades,
dependerá, fundamentalmente, de la capacidad anímica y racionalismo
espiritual[23] del lector.
Otra obra que se adhiere a este drama, tardíamente, muestra rasgos
escuetos de violencia[24], donde predomina el carácter lacónico[25] del
narrador, quien mediante los recursos fantásticos de la novela de
ficción, trasluce con racional cuidado la historia. Bioy Casares, con su
técnica de narración psicológica, nos muestra a un narrador que lee de
su diario y exprime sus concepciones de denuncia, refiriéndose a la
corrupción de la cual se evade. Este elemento de persecución que lo
aprisiona, es una hostilidad que concluye como en las obras anteriores,
transformándolo en un ser marginal. Cuando nuestro protagonista se
refiere a aquello que rechaza, acusa al lector el drama que arrastra y
levemente nos menciona:
con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del
periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable
cualesquier error de la justicia, es un infierno unánime para los
perseguidos.[26]
Pero la necesidad de plasmar la realidad y denunciar el barbarismo
social que el hombre y la mujer ejercen en la sociedad y la naturaleza,
obliga a otros escritores a buscar modelos estéticos adecuados para tal
fin, que termina por amoldarlos a un trágico tono violento. Otros
escritores, desesperados por el drama de sus naciones, desprovistos
de consideraciones estéticas, escriben apresurados sobre la violencia.
La invención de Moreles un enjuiciamiento al estado y sus normas, y
aunque se refiere a Caracas[27] y para el lector pareciera una evasión,
el valor es el mismo. La realidad y estados políticos de "los países de
América del sur, se encontraba violentados por el saqueo de la
oligarquía nacional y extranjera"[28].
La invención de Morel está centrada en un escapismo, lejos del
materialismo que toa la violencia.
Al concluir este trabajo en torno a la violencia y amparado en mi
experiencia personal y las obras referidas, es importante establecer que
la violencia es una condición humana y negar tal condición es reprimir
el ser, creando violencia innecesaria. La solución, a mi juicio, está en
ejercer la violencia como si esta fuera un sentimiento o un sentido como
los que ya poseemos y de los que estamos conscientes. Esto nos
permitiría practicar diariamente el carácter fisiológico de tal conducta sin
tener más victimarios que el placer de saberse libre del daño a otro ser.
Solucionar el problema de la violencia no radica en polarizar esta
conducta por la irracionalidad del pacifismo, como tampoco, omitir el
sentido e importancia que esta manifestación de la conducta tiene para
el hombre, pues éste aspecto contribuiría a un desequilibrio de mayor
complejidad en el individuo o colectividad. La negación de la violencia y
la lucha contra ésta es una contradicción y por ende un acto violento en
sí. El drama de la violencia no está en eliminar tal conducta, sino en
canalizar a través de ella, los diferentes estados de la humanidad para
así, poder ejercer un control e impedir resultados que terminan por
sacrificar a gran parte de la humanidad.
Obras consultadas
•
Arango L., Manuel Antonio. Gabriel García Márquez y la
novela de la violencia en Colombia. México: Fondo de Cultura
Económica, 1985.
•
Araujo, Orlando. En letra roja: la violencia venezolana literaria
y social. Caracas: U. Católica Andrés Bello, 1974.
•
Azuela, Mariano. Los de abajo. México: Fondo de Cultura
Económica, 1986.
•
Bioy Casares, Adolfo. La invención de Morel. 7a ed. Madrid:
Alianza Editorial, 1991.
•
Conte, Rafael. Lenguaje y violencia: introducción a la nueva
novela hispanoamericana. Madrid, Al-Borak, 1972.
•
Gallegos, Rómulo39a ed. Calpe, 1991.
•
Güiraldes, Ricardo. Don segundo sombra. 7a ed. México:
Editorial Porrúa, 1986.
•
Ianni, Octavio. Imperialismo y cultura de la violencia en
América latina. México: Siglo XXI, 1970. Trans. del
Portuguese.
•
Lesvery, Eduard. América latina: Paz y Justicia. México:
Terreno Libre, 1991.
•
Neremberg, Elías. Violencia y desequilibrio químico.
Jerusalem: Ediciones Latinas, 1987. p 37.
•
Ortiz, Orlando. La violencia en México. 2a ed. México: Editorial
Diogenes, 1972.
•
Pavia, Joaquín. Contra la violencia, el dolor y la miseria.
Madrid: Abierto, 1977.
•
Portal, María Rulfo. Dinámica de la violencia. Madrid: Cultura
Hispánica, 1984.
•
Prado, Pedro. Alsino. 8a ed. Santiago: Editorial Nascimento,
1963.
•
Quintana, Rolando. Arte y revolución. Bolivia: Patria Libre,
1975.
•
Rivera, José Eustasio. La vorágine: Edición, prólogo y notas
de Fernando Rosemberg. Buenos Aires: Editorial Losada,
1985.
•
Sánchez, Luis Alberto. La violencia. Lima: Mosca Azul, 1981.
•
Suárez Rondón, Gerardo. La novela sobre la violencia en
Colombia. Bogotá: Serrano, 1966.
•
Yepes Boscán, Guillermo. Violencia y política. Caracas: Monte
Avila, 1972.
Citas:
[1] Elías Neremberg. Violencia y desequilibrio químico. Jerusalem:
Ediciones Latinas, 1987. p 37.
[2] Rolando Quintana. Arte y revolución. Bolivia: Patria Libre, 1975. p
56.
[3] Mariano Azuela. Los de abajo. México: Fondo de Cultura
Económica, 1986.
[4] Azuela 10.
[5] Azuela 140.
[6] José Eustasio Rivera. La vorágine. Edición prólogo y notas de
Fernando Rosemberg. Buenos Aires: Editorial Losada, 1985.
[7] Aulas intelectuales: Bares. Los escritores de la época se reunían en
bares.
[8] Rivera 143.
[9] Rafael Conte. Lenguaje y violencia: introducción a la nueva novela
hispanoamericana. Madrid: Al-Borak, 1972. P 41.
[10] Ricardo Güiraldes. Don Segundo Sombra. 7a ed. México: Editorial
Porrúa, 1986.
[11] Güiraldes 7.
[12] Güiraldes 9.
[13] Rivera 303.
[14] Güiraldes 128.
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violenta contra la naturaleza del individuo, estableciéndose, de esta
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la realidad
El término medio entre violencia y no-violencia es un eufemismo
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este aspecto de moderación o regulamiento compartamental de la
El
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indigenismo
referirme a la violencia, ignoraré los enfrentamientos físicos o reyertas, y la lucha
por la
por cuanto estas expresiones sociales son unos meros síntomas de
libertad
causales más complejas. Aquí, en éste estado de la realidad, los
muertos y los sobrevivientes son una expresión que se desarrolla a
partir del medio, y éste, a su vez, está determinado por factores
naturales como también por la incapacidad del hombre para poder
comprender o sintetizar la información adecuada que le permita un
mejor vivir.
En este ensayo me referiré a "El tema de la violencia en la estética
literaria", haciendo referencia a las obras: Los de abajo; La vorágine;
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cargado de violencia, son una profunda expresión en busca de
equilibrio social y justicia. Mediante el recurso a la denuncia,
representan un estadio de libertad creadora en el continente latino y los
estados psicosociales que el hombre alcanzó entre las dos guerras
mundiales. Pero, paradojalmente, las multitudes que morían, parecieran
mostrar un espíritu contrario.
Más allá de la violencia, estas obras tienen otro pilar en común y el
que no puede ser omitido: toman a la realidad como referencia, en
contraposición de las posturas que asumen los nihilistas, quienes
toman a la literatura como referencia y se disocian de la realidad.
Al buscar las causales en la novela, veremos al individualismo, como
la expresión responsable de actos desastrosos, que trata, por lo
general, de imponerse mediante la sumisión y los actos coercitivos.
Este aspecto fue tocado con acuciosidad por parte de los naturalistas,
quienes afirmaban que la literatura servía para hacer un diagnóstico de
la realidad, transformándola en instrumento auxiliar de la sociología
antropológica.
Mariano Azuela, escritor mexicano nacido en 1873, testigo de miseria
y atropellos cometidos durante la nefasta dictadura de Porfirio Díaz
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obra, Demetrio Macías es el personaje que sufre a manos de las tropas
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soldadesca, en la huida que lo obligan a refugiarse en la sierra, sufre la
pérdida de sus bienes materiales.
Demetrio, inspirado por el deseo de venganza, busca a otros seres
marginales, a quienes incita a que le ayuden a obtener su propia
justicia.
—Si Dios nos da licencia —dijo Demetrio—, mañana o esta misma
noche les hemos de mirar la cara otra vez a los federales. ¿Qué dicen,
muchachos, los dejamos conocer estas veredas?[4]
Demetrio, sin ideales ni pensamiento ideológico que pudieran
otorgarle un asidero para establecer metas específicas, es retratado
como un ser sediento de venganza y castigo, quien enfrenta a las
tropas federalistas, saliendo aireado, y al mismo tiempo, ganando un
prestigio y popularidad por sus lides triunfales. Este nuevo caudillo,
degenerado por el ansia de poder y la motivación personal, él termina
víctima de la codicia, donde otros miembros de sus filas lo traicionan,
por la envidia que causa el poder.
Es la desolación social aquello que empuja a las multitudes a
seguirlo. Él se transforma en el jefe de la anarquía y hábil continuador
de la violencia colectiva, la cual tiende a hacer desaparecer las
directrices de la sociedad. Mariano Azuela nos muestra en esta obra
realista y escalofriante, la psicología destructiva del individuo, donde la
muerte es un mero elemento pasajero con un profundo sentido
materialista, analizando el problema social en su conjunto. Azuela, con
su realismo social pareciera estar preocupado por mostrar y denunciar
el fraude de la revolución.
En esta obra, la violencia es un estado general, el instinto está por
sobre la razón, imponiendo un carácter abstracto a la violencia
psicolectiva.
Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa como pórtico de
vieja catedral, Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue
apuntando con el cañón de su fusil...[5]
El problema en torno a la violencia es determinar que es violencia y
cuando esta se manifiesta. Esta situación ha hecho a pueblos enteros
caer en el barbarismo físico para poder defender las nociones que
poseen en torno al fenómeno de la realidad. De esta manera, es como
podemos ver la disimilitud de apreciación y la ambivalencia que se
produce al enfrentar las nociones de libertad que el hombre posee; y es
así, como la literatura ha logrado ilustrar con una compleja arquitectura
estética tales estados. Aunque la precisión de esta no corresponde a un
método científico, tampoco existe una ciencia de la violencia que
permita ejercer una función reguladora sobre ella.
En 1923, La vorágine[6] produjo un gran revuelo en las aulas
intelectuales[7]. El escritor venezolano nos muestra al hombre como
víctima de la naturaleza, la cual le impone una forma azarosa de vivir.
Aquí la violencia está determinada por el medio y el fatalismo que
terminan por imponer y conducir al hombre a cruentas luchas de
supervivencia.
Lenta y oscuramente insistía en adueñarse de mi conciencia un
demonio trágico. Pocas semanas antes, yo no era así. Pero pronto los
conceptos de crimen y los de bondad se compensaban en mis ideas, y
concebí el morboso intento de asesinar a mis compañeros, movido por
la compasión. ¿Para qué la tortura inútil, cuando la muerte era
inevitable y el hambre andaría más lenta que mi fusil? Quise libertarlos
rápidamente y morir luego."[8]
En esta obra, la violencia está retratada a nivel del instinto, donde la
caracterización psicológica de los personajes está exenta de
demarcación, predominando una preocupación por ilustrar los
acontecimientos y formas de vida del hombre en determinado sector
geográfico.
El uso que los naturalistas otorgan a la literatura sirve para hacer un
diagnóstico de ella, contrario a lo que afirmaban los románticos, que
establecían que la literatura era para edificar espiritualmente al hombre.
La doctrina positivista, en la cual se fundamenta el naturalismo, no
considera al hombre como un ser espiritual, sino, como algo material.
Aquí, el ser humano como cualesquier animal, es sólo un ser fisiológico
movido por la fuerza de los impulsos y su temperamento. Es así como
la literatura naturalista ejerce una función cognoscitiva de denuncia
social, contraria a la opinión de algunos conservadores que la tildan de
protesta social, especialmente cuando esta caracterización conlleva un
tono despectivo contra la creatividad de América latina.
La voráginese sitúa en el contexto histórico de la apatía y el espíritu
de derrota que empuja al hombre a buscar otras modalidades de vivir,
tratando, al mismo tiempo, de evadirse del drama en que vive.
la posguerra mundial supuso el acceso de estas naciones a una
situación de democracia formal, y a una dialéctica desdichada de
conatos revolucionarios y dictaduras militares. Esta dialéctica todavía
subsiste, y proyecta la ieja tradición de la literatura social, indigenista y
telúrica, hacia concreciones de tipo más conflictivo.[9]
El carácter crítico de esta novela, contra la explotación de las
caucherías, impone al autor una fuerte sanción de violencia, al grado
que éste termina víctima de un fallido atentado contra su vida por haber
denunciado las atrocidades en esta zona.
Pero el drama de la violencia, no fue circunscrito a la escritura de las
sabanas venezolanas, sino que también se extiende a las pampas
argentinas. Durante este mismo periodo, otro autor preocupado por la
realidad, retrata la violencia con una elaboración mucho más compleja.
Don Segundo Sombra[10], obra publicada en 1926, retrata la vida y
las costumbres de los habitantes de las pampas argentinas, con un
lenguaje distinto y también, con un final que elude la concepción fatal
de la realidad y la vida.
En esta obra existe una carencia descriptiva de la realidad política y
sociológica; sólo se sume en la caracterización psicológica de la
interacción y en el retrato simbolista de sus personajes. Aquí, el estado
espiritual del hombre constituye una preocupación del autor, quien,
recurre a los elementos místicos o sobrenaturales para poder explicar
los niveles y estados del individuo.
Pasé al lado del cementerio y un conocido resquemor me castigó la
médula, irradiando su pálido escalofrío hasta mis pantorrillas y
antebrazos. Los muertos, las luces malas, las ánimas, me atemorizaban
ciertamente más que los malos encuentros posibles en aquellos
parajes[11].
Es este tipo de descripción psicológica, donde se refleja la condición
de desamparo y fragilidad interior, nos permite ver el nivel de
observación que el autor pretende llevar a fin, ignorando o dejando de
lado aspectos más concretos relacionados con el mundo geográfico.
Aquí existe un drama parecido al de La vorágine. El hombre se ve
amoldado a la realidad a causa de la hostilidad del mundo externo y
que está compuesto por la naturaleza. Aquí existe una hostilidad en el
lenguaje subjetivo y el estado de superioridad que adopta el
protagonista frente a los demás, mediante el empleo de los
mecanismos de defensa de la presunta indiferencia:
De los cuatro presentes sólo Don Segundo no entendía la alusión,
conservando frente a su sangría un aire perfectamente distraído. El
tape volvió a reírse en falso, como contento con su comparación. Yo
hubiera querido hacer una prueba y ocasionar un cataclismo que nos
distrajera. Don Pedro canturreaba. Un rato de angustia pasó para
todos, menos para el forastero, que decididamente no había entendido
y no parecía sentir siquiera el frío de nuestro silencio.
—Un barroso grandote —repitió el borracho—, un barroso grandote...
¡ahá! Aunque tenga barba y ande en dos patas como los cristianos... En
San Pedro cuantan que hay muchos d'esos bichos; por eso dice el
refrán: San Pedrino El que no es mulato es chino."[12]
Este extenso párrafo de psicología descriptiva nos habla de los
rasgos áfros de Don Segundo Sombra, y al mismo tiempo, en breve,
nos introduce a una atmósfera que se describe colma de violencia. En
esta descripción, la victima y el victimario son elementos activos en una
lucha psicológica. Es el racismo, ágilmente presentado, el elemento que
se utiliza para minar la identidad y talante de Don Segundo.
Aquí el sentimiento de malevolencia es el cinismo que se traduce en
un menosprecio consciente, exteriorizado en la agresividad hacia las
jerarquías y relaciones de valores de otros hombres; siempre se lleva a
cabo con la intención de herir a los demás en sus sentimientos. Es
importante destacar que el cinismo es un estado de maldad primitiva, la
cual consiste en hacer daño a los demás, destruyendo la plenitud vital y
la seguridad que han obtenido en determinados valores de identidad.
El recurso del cinismo, como instrumento descriptivo de la violencia
primitiva en la obra de Güiraldes, permite una sofisticada forma estética
para poder entregar información al lector y así, reflejar el estado moral
de la época, y en lo fundamental, la del individuo. Aquí, al margen de
los enfrentamientos brutos, la violencia está en estado subjetiva, y en
esta misma forma, se introduce al drama externo del mundo
circundante que moldea la personalidad del rústico hombre de las
caucherías.
Es importante hacer un paralelo entre Don Segundo Sombra y La
vorágine. En esta última, el hombre que es víctima de la naturaleza,
desaparece arrastrado por el instinto de la fatalidad como en un privado
nihilismo moral:
El último cable de nuestro Cónsul, dirigido al señor Ministro y
relacionado con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros, dice
textualmente:
"Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos.
¡Los devoró la selva!"
En Don Segundo Sombra, el hombre progresa, se refina y pasa a un
desarrollo superior.
A todo esto, poco a poco, me iba formando un nuevo carácter y nuevas
aficiones. A mi andar cotidiano sumaba mis primeras inquietudes
literarias. Buscaba instruirme con tesón[14].
El hombre adquiere un aprendizaje del mundo circundante, procesa la
realidad y la amolda a su necesidad. Es así como la determinación de
los valores de violencia en La vorágine caen en lo concreto, y en Don
Segundo Sombra, en lo subjetivo.
Pero, para profundizar el problema de la violencia en las obras
citadas, considero fundamental referirme al período histórico en que
fueron escritas, como también a las condiciones económicas del
continente. Es durante éste lapso que las guerras civiles y los asaltos
por el poder terminan por producir una apatía colectiva en América
latina. El individuo se transforma en una entidad cerrada. Este período
de ecléctica conducta social, produce las observaciones y acusaciones
que terminan por dar un giro completamente distinto a la visión de la
problemática.
Otra obra alucinante con su veredicto de la realidad sintomática, es
Alsino[15], la cual opta por un camino espiritual y metafísico, con un
final trágico como en La vorágine, donde Arturo Cova al tratar de
construir una vida mejor, después de comprender el drama que lo
rodea, desaparece consumido por la selva. En Alsino, el protagonista,
después de comprender la realidad, se volatiliza en la caída de su
suicidio[16]:
Y como quien desata sus ligaduras, extiende tembloroso sus manos, y
echando sus alas hacia adelante y hacia abajo, en su desesperación,
las toma y aprieta entre sus brazos como un círculo de hierro.[17]
Nuevamente nos encontramos con un espíritu decadente, noista y
cruel. Su egoísmo de ser, su identidad de pájaro, no son diferentes al
pragmatismo del cura, del policía, del hacendado que pretendía ganar
dinero con él, o a la niña que murió de amor. Alsino es un personaje
que reviste un aparente grado de inocencia, pero en la realidad, él es
un resultado del medio mezquino y ciego en que vive. En él existe el
instinto del placer y el sentido de la violencia:
Pronto Alsino les da alcance; vuela sobre la manada en fuga. Auriga
que azuza los corceles de su carro invisible, los azota con gritos
violentos que zumban en el aire como el látigo de una fusta implacable
que estalla.[18]
Más adelante, de esta descripción, el placer de Alsino se encuentra
en el dolor:
Cuando ve que el potro, sudoroso, comienza a cubrirse de espuma, y
lejos de mermar la distancia que lo separa de sus compañeros, va
quedando cada vez más y más distanciado, abre sus alas, afloja sus
piernas y, despreciativo, dejándolo libre, lo abandona para escoger una
presa más digna.[19]
Alsino es un niño de naturaleza triste, violentado desde la infancia y
su tristeza encierra un verdadero sufrimiento existencial, el cual gravita
con todo su peso y lo empuja hacia la nada: la muerte. Pero es el
sentimiento metafísico, el sufrimiento, el dolor del alma, aquello que le
impone a Alsino ir en busca de la paz eterna. Aquí aparece la figura de
Dios, donde el instinto místico del ser busca su último horizonte.
Durante este período, los escritores sin ser desconformistas sociales,
alarmados por el mundo y realidad que vieron, tratan de crear obras
que retraten la identidad nacional en su estado natural, sin inventar
sociedades que negaran la realidad. Esto produjo grandes
complicaciones para algunos, que gracias a los atrevimientos que les
eran propios, lograron plasmar, junto al espíritu rebelde de la época, un
excelente retrato de la sociedad que conocían y también del individuo.
Aquí nació Doña Barbara[20], una obra orientada por el determinismo
de la geografía inmediata, la cual, amolda la conducta y la realidad de
sus personajes. Es la historia de una joven mujer que se enamora de
un vagabundo que le enseña a leer y a escribir y que es mandado a
asesinar. Esta acción, sin duda, produce un sentimiento de desamparo,
de tristeza, de abandono; una frustración psíquica, que luego sería
aumentada por la violación que sufre a manos de unos insurgentes:
Ella sólo recordaba que había caído de bruces, derribada por una
conmoción subitánea y lanzando un grito que le desgarró la garganta.
Lo demás sucedió sin que ella se diese cuenta, y fue: el estallido de la
rebelión, la muerte del capitán y enseguida la de el Sapo, que había
regresado solo al campamento, y el festín de su doncellez para los
vengadores de Asdrúbal[21]
Es el instinto salvaje determinado por la naturaleza hormonal del
hombre, lo que impone una drástica actitud y carácter de supervivencia
al mundo de la protagonista. Ella, al igual que Demetrio Macías y Arturo
Cova, sufre los trastornos que le imponen un violento mundo circundate
y entra, de esta manera, a la agonía indomable de la barbarie que,
eventualmente, al igual que Demetrio y Cova, termina por consumirla.
Si el mundo circundante, destructivo, cargado de miseria es producto
del hombre, éste pasa a ser el enemigo inmediato de Doña Bárbara, la
cual vive en busca de venganza, empleando para ello, todos los medios
y astucias.
La mujer que se había hecho indómita, la antihombre de las sabanas
venezolanas, sufría la desdicha de ser ignorada por el hombre que ella
amaba, imponiéndole a esta frustración de su carácter, el sentimiento
frío de la ausencia: "Pero como Santos Luzardo no aparecía por allá,
ella andaba cavilosa,..."[22]. Éste es un elemento clave, aquí se
encuentra la lucha del bien y el mal. Luzardo es el futuro, la luz de la
justicia; el idealismo creador que termina por domar la hostilidad
exterior, como en Don Segundo Sombra, y Doña Bárbara, es el
materialismo irracional, la pugna permanente de la amargura y la
hostilidad.
Es así, como la violencia que se retrata en Doña Bárbara, se
transforma en una condición humana que cubre todos los estadios del
temperamento victimado, como el de Demetrio Macías.
En estas obras podemos ver diferentes matices de violencias, las
cuales desembocan a un mismo afluente de miseria y crueldad. El
ángulo con el cual se observe a estas conductas y realidades,
dependerá, fundamentalmente, de la capacidad anímica y racionalismo
espiritual[23] del lector.
Otra obra que se adhiere a este drama, tardíamente, muestra rasgos
escuetos de violencia[24], donde predomina el carácter lacónico[25] del
narrador, quien mediante los recursos fantásticos de la novela de
ficción, trasluce con racional cuidado la historia. Bioy Casares, con su
técnica de narración psicológica, nos muestra a un narrador que lee de
su diario y exprime sus concepciones de denuncia, refiriéndose a la
corrupción de la cual se evade. Este elemento de persecución que lo
aprisiona, es una hostilidad que concluye como en las obras anteriores,
transformándolo en un ser marginal. Cuando nuestro protagonista se
refiere a aquello que rechaza, acusa al lector el drama que arrastra y
levemente nos menciona:
con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del
periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable
cualesquier error de la justicia, es un infierno unánime para los
perseguidos.[26]
Pero la necesidad de plasmar la realidad y denunciar el barbarismo
social que el hombre y la mujer ejercen en la sociedad y la naturaleza,
obliga a otros escritores a buscar modelos estéticos adecuados para tal
fin, que termina por amoldarlos a un trágico tono violento. Otros
escritores, desesperados por el drama de sus naciones, desprovistos
de consideraciones estéticas, escriben apresurados sobre la violencia.
La invención de Moreles un enjuiciamiento al estado y sus normas, y
aunque se refiere a Caracas[27] y para el lector pareciera una evasión,
el valor es el mismo. La realidad y estados políticos de "los países de
América del sur, se encontraba violentados por el saqueo de la
oligarquía nacional y extranjera"[28].
La invención de Morel está centrada en un escapismo, lejos del
materialismo que toa la violencia.
Al concluir este trabajo en torno a la violencia y amparado en mi
experiencia personal y las obras referidas, es importante establecer que
la violencia es una condición humana y negar tal condición es reprimir
el ser, creando violencia innecesaria. La solución, a mi juicio, está en
ejercer la violencia como si esta fuera un sentimiento o un sentido como
los que ya poseemos y de los que estamos conscientes. Esto nos
permitiría practicar diariamente el carácter fisiológico de tal conducta sin
tener más victimarios que el placer de saberse libre del daño a otro ser.
Solucionar el problema de la violencia no radica en polarizar esta
conducta por la irracionalidad del pacifismo, como tampoco, omitir el
sentido e importancia que esta manifestación de la conducta tiene para
el hombre, pues éste aspecto contribuiría a un desequilibrio de mayor
complejidad en el individuo o colectividad. La negación de la violencia y
la lucha contra ésta es una contradicción y por ende un acto violento en
sí. El drama de la violencia no está en eliminar tal conducta, sino en
canalizar a través de ella, los diferentes estados de la humanidad para
así, poder ejercer un control e impedir resultados que terminan por
sacrificar a gran parte de la humanidad.
Obras consultadas
•
Arango L., Manuel Antonio. Gabriel García Márquez y la
novela de la violencia en Colombia. México: Fondo de Cultura
Económica, 1985.
•
Araujo, Orlando. En letra roja: la violencia venezolana literaria
y social. Caracas: U. Católica Andrés Bello, 1974.
•
Azuela, Mariano. Los de abajo. México: Fondo de Cultura
Económica, 1986.
•
Bioy Casares, Adolfo. La invención de Morel. 7a ed. Madrid:
Alianza Editorial, 1991.
•
Conte, Rafael. Lenguaje y violencia: introducción a la nueva
novela hispanoamericana. Madrid, Al-Borak, 1972.
•
Gallegos, Rómulo39a ed. Calpe, 1991.
•
Güiraldes, Ricardo. Don segundo sombra. 7a ed. México:
Editorial Porrúa, 1986.
•
Ianni, Octavio. Imperialismo y cultura de la violencia en
América latina. México: Siglo XXI, 1970. Trans. del
Portuguese.
•
Lesvery, Eduard. América latina: Paz y Justicia. México:
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•
Neremberg, Elías. Violencia y desequilibrio químico.
Jerusalem: Ediciones Latinas, 1987. p 37.
•
Ortiz, Orlando. La violencia en México. 2a ed. México: Editorial
Diogenes, 1972.
•
Pavia, Joaquín. Contra la violencia, el dolor y la miseria.
Madrid: Abierto, 1977.
•
Portal, María Rulfo. Dinámica de la violencia. Madrid: Cultura
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•
Prado, Pedro. Alsino. 8a ed. Santiago: Editorial Nascimento,
1963.
•
Quintana, Rolando. Arte y revolución. Bolivia: Patria Libre,
1975.
•
Rivera, José Eustasio. La vorágine: Edición, prólogo y notas de
Fernando Rosemberg. Buenos Aires: Editorial Losada, 1985.
•
Sánchez, Luis Alberto. La violencia. Lima: Mosca Azul, 1981.
•
Suárez Rondón, Gerardo. La novela sobre la violencia en
Colombia. Bogotá: Serrano, 1966.
•
Yepes Boscán, Guillermo. Violencia y política. Caracas: Monte
Avila, 1972.
Citas:
[1] Elías Neremberg. Violencia y desequilibrio químico. Jerusalem:
Ediciones Latinas, 1987. p 37.
[2] Rolando Quintana. Arte y revolución. Bolivia: Patria Libre, 1975. p
56.
[3] Mariano Azuela. Los de abajo. México: Fondo de Cultura
Económica, 1986.
[4] Azuela 10.
[5] Azuela 140.
[6] José Eustasio Rivera. La vorágine. Edición prólogo y notas de
Fernando Rosemberg. Buenos Aires: Editorial Losada, 1985.
[7] Aulas intelectuales: Bares. Los escritores de la época se reunían en
bares.
[8] Rivera 143.
[9] Rafael Conte. Lenguaje y violencia: introducción a la nueva novela
hispanoamericana. Madrid: Al-Borak, 1972. P 41.
[10] Ricardo Güiraldes. Don Segundo Sombra. 7a ed. México: Editorial
Porrúa, 1986.
[11] Güiraldes 7.
[12] Güiraldes 9.
[13] Rivera 303.
[14] Güiraldes 128.
<span style='font-size: 9.0pt;font-family:Arial
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