"Cinco Cartas", Genero Cuento Largo, Autor

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Cinco Cartas
Título del cuento: Cinco Cartas
Autor: Casper
La primera vez que Nicolás Montenegro me contó sobre los vigilantes y sobre su
aventura con ella, fue una noche lluviosa y fría. Tan fría y lluviosa que tuve que pedirle
que durmiera en casa junto a mi familia, pues temía que al salir se extraviara en la espesura
ya que las corrientes de viento eran inclementes, azotando el valle y sus caminos con dura
crueldad.
Empapado y tembloroso me pidió un poco de té. Al tomarlo lentamente pude mirar
en sus ojos la inquietud de un enamorado entristecido. Ella se había extraviado y nadie
podía encontrarla. Fue en el último sorbo de té que comenzó nuestra conversación.
-Estas tormentas repentinas se han llevado sembradíos y bestias de carga muchacho. A
veces se escucha el viento tan fuerte que los más pequeños de la casa sueñan que se
ahogan y despiertan sudorosos llamando a mi mujer- Le comenté con intención de distraer
su mente, tan extraviada como ella. Su único amor
Nicolás estaba abrumado por la incógnita que dejó en su vida Ámbar Sapienza. Una
doncella del pueblo que repentinamente se esfumó. Su habitación amaneció llena de algas
y su nodriza quien aun cuidaba de ella muy amorosamente a pesar de sus 80 años,
enmudeció desde aquella triste mañana cuando en vez de la silueta de la joven solo
encontró eso en la enorme cama matrimonial, algas. Una calma sepulcral se podía percibir
en la mansión que aunque decorada con oro, zafiro, carbunclo y muchas clases de piedras
preciosas, lucía tan gris como las flores marchitas de un verano cualquiera.
Nicolás no respondió a mi comentario. Solo me pidió un poco más de té.
-Me pregunto si esos vigilantes de los cuales ella hablaba han tenido que ver con estoComentó el muchacho- No entiendo porqué su cama estaba perfectamente tendida, como si
no hubiese dormido en su habitación- Dijo.
-Tienes rato mencionando esos fulanos Vigilantes Nicolás, pero realmente no se a que te
refieres- Respondí. Deberías descansar un poco. Mañana será otro día, alguien me dijo
que puede que siempre llueva o deje de salir el sol, en cambio siempre mañana será otro
día.
-Es que ni yo se que demonios son-Dijo en tono desconcentrado y molesto- Lástima que
extravié el mapa. De lo contrario subiría de inmediato a la cima. Posiblemente esté allá
oculta. Esperando que yo la encuentre. Tal vez se convirtió en uno de ellos y tuvo temor a
explicarme que ya no podía amarme más. He llegado a pensar que Ámbar pertenece a
algún tipo de culto secreto, sus enigmas y secretos me tienen muy desconcertado.
En ese instante interrumpió Michellete, mi mujer ofreciéndonos abrigos secos y
galletas con canela, un poco incómoda pues la conversación del muchacho parecía el
desahogo de un insano mental. Cómanse este bocado que mañana será otro día. Deberían
dormir los dos porque sino al amanecer no querrán levantarse y el grupo de pesquisa
aseguró venir muy temprano. Dios quiera y escampe que hace falta luz solar. Ya mis
orquídeas se están marchitando- Comentó.
-No tengo sueño-Dijo Nicolás- Y juré no dormir hasta saber algo de ella. Aprovecharé
para contarle como la encontré de nuevo. Antes de extraviarla otra vez.
Y así comenzó el relato de Nicolás.
Húmeda como el rocío mañanero entretejido en la hierba de los campos, apareció
ella deslumbrante y delicada, bañada por el rio de la montaña, luego de sus traviesas huidas
de la mansión al atardecer. Llegó como por accidente. Inesperada y bohemia. Parecía que
los ángeles habían otorgado inciensos aromáticos a su piel blanca y refulgente. Su aroma
era similar al de la lluvia nocturna plagada de voladoras y saltarinas migajas de pétalos de
nardos que embalsamaban la alfombra natural que caminaba. Tatuada con precisos lunares.
Su andar se dibujaba lenta y elegantemente como nubes en días de otoño y yo anhelaba
vestirme de ella como abrigo en invierno. Ella era única y a la vez misteriosa. Cuando la vi
de nuevo, escuche canticos inefables en mi subconsciente. Como sublimes notas de Di
Angelis en su guitarra apasionada. Así imaginé mis manos acariciar sus labios, cuello y
caderas. Parecía una chica de poco hablar, pero cuya hermosura gritaba pidiendo ser
escuchada. Tenía 15 años cuando la vi de nuevo, en la juramentación de pescadores del
pueblo. Iba como invitada. Ya que su padre era presidente del comité. Ámbar desfilaba con
majestuoso porte. Con indiscutible alcurnia. De rozagantes mejillas. Cabello castaño y
silueta intachable. De asolapada nostalgia. Escondía en su adolescente semblante un secreto
casi notorio y a la vez silencioso como ella. Pero nadie se ocupaba en detallarla. Era la niña
de los ojos de su padre y muchos temían la furia del frío marinero. Solo yo observé su
sencillez maquillada con impuesta presunción. Solo yo pude entender que ni sus trajes ni
sus prendas decorativas, llegaban a asemejarse a una de sus miradas llenas de mansedumbre
y bendición. No intercambiamos palabras. La extrañe sin que se fuera del lugar. Comencé a
desearla en mi memoria. Quería besar sus pies para estar en sus huellas. Y entonces
valientemente me acerqué a su mesa. Y fue allí cuando me acerqué y aclarándome la
garganta dije:
-Buen día señorita. Yo la conozco a usted. No sé si me recuerde pero nuestros padres son
amigos desde hace décadas. Soy Nicolás. Y solo me acerque para decirle que está usted
impresionantemente hermosa- Le dije casi sin parpadear.
Me observó con cierto recelo por cinco segundos y volteó su rostro hacia la montaña que se
mostraba gigante y señorial a través del patio trasero del recinto.
-Perdón. No quise molestarle-Añadí con cierto tono de vergüenza y frustración al sentirme
ignorado por aquella muchacha que quería intensamente desde mi niñez. Y a quien no veía
desde unas cuantas primaveras.
-No se supone que llueva tan seguido en los valles donde los vigilantes tienen sus guaridas,
¿no crees?- Comentó Ámbar con la mirada extraviada hacia la encumbrada cima.
Me detuve sorprendido y con evidente actitud de ignorar de qué hablaba le dije¿Disculpa?, No comprendo de qué hablas. ¿Vigilantes?
-Sí. ¡Ya te recuerdo! Eres el hijo de Beatriz la amiga de mi madre. Dios mío, el tiempo
pasa tan rápido de ni siquiera me ha dado chance de ordenar mis memorias en los
gabinetes correctos. Casi todos los tengo hecho un desastre. A veces soy desordenada.
Pero ya te recuerdo Nicolás- Respondió Ámbar, cambiando de tema y esta vez mirando
fijamente a mis ojos.
Por un momento sentí que aquella adolescente envidiada a causa de su arrebol, se
burlaba de mí. Estuve a punto de retirarme cuando ella dijo- No te vayas. Necesito
compañía. Hoy es día de paseo hacia la montaña y no quiero llegar sola tan tarde y de
noche. Cámbiate de ropa y colócate un abrigo grueso. Nos vemos en la entrada de la
pradera. Y otra cosa, no me digas usted. Solo tengo quince años.
Nicolás se detuvo por un instante y miró a través de la ventana principal y con una
sonrisa de niño exclamó: Ya se está yendo el aguacero. Hoy estoy seguro que podremos
subir a la montaña Don Gaspar.
-Pero sígame contando muchacho que hasta el sueño se me estaba quitando. Usted habla
como poeta. Ya veo como pudo enlazar a la hija del marinero- Interrumpí.
-Mañana continuamos Don Gaspar. Hablando del marinero, me parece sumamente
descarado de parte de ese ricachón que no se aperciba al trabajo de búsqueda. Siendo
ella su única hija-Respondió el muchacho.
-Tal vez está resignado hijo. Además, creo que la desaparición de Ámbar lo ha afectado
tanto que no desea hablar con nadie. Ni quiso dar declaraciones a la prensa local, ni
aceptó la visita del cura. Imagínate tu-Respondí al comentario de Nicolás, quien más
animado por el cese de la lluvia, esperaba ansioso que despuntara el alba-Además Nicolás
son las dos de la madrugada apenas. Si no piensas dormir por lo menos échame el cuento
completo par así no aburrirme porque yo si tengo cansancio y agotamiento. Han sido unas
largas 30 semanas.
-Está bien- Dijo como resignado a mi insistencia mientras disfrutaba del último sorbo de té
de manzana.
Prosiguió Nicolás con su relato:
Aquella tarde sentí que estaba soñando y a la vez que despertaba de un letargo. La
persona que tanto anhelaba volver a encontrar me había pedido un favor. Y ese favor era
nada más y nada menos que ser su acompañante a no sé dónde y no sé a qué. Estaba tan
ansioso e impaciente por verla otra vez que hasta olvide rociar colonia en mi pañuelo.
Ajusté mis botas y salí a su encuentro. La pradera estaba fresca y el viento revoloteaba
como abejas alrededor de un panal. Mientras tanto, arranque una flor de cayena y
saludándola la coloqué en su cabello largo y perfumado.
-Gracias por venir. Yo ya había soñado con esto. Por eso te hice la invitación. A este
fenómeno parapsicológico se le conoce como DejaVú y es la repetición de una sensación o
vivencia. Mi padre no sabe que estoy aquí y si llegase a enterarse te mata. Pues dice que
soy su doncella y ningún pretendiente tiene el nivel que yo tengo- Me dijo sonriente ella,
pero repentinamente su rostro demudó- A veces siento que no quiere que me case, pues solo
puedo salir cuando el sale en su barco. De lo contrario no puedo porque me tiene muy
vigilada. Solo mi nana me guarda el secreto pues desde que mamá murió me ha cuidado.
-A dónde nos dirigimos Ámbar. Muy pocas personas visitan la montaña. Y he escuchado
que algunos hasta se han perdido en sus caminos. Nunca más regresaron- Comenté muy
seguro de lo que decía, como todo un periodista, tratando de ser docto en las historias
locales.
-Pues si tu no vas yo si voy- Contestó ella con firmeza- Bien cobarde que me salió el
pretendiente. Por lo menos vamos y acompáñame hasta la entrada de la cueva. De hecho,
me esperas afuera mientras te aseguras que nadie entre. Así aprovecho a conversar con
ellos y sabré que nadie más se aparecerá por allá.
-No es cobardía jovencita- Repliqué- Es que jamás he pisado esos lados de la montaña y
menos a adentrarme en una cueva donde dices que vive gente que ni conozco. A ver dime,
¿Quiénes son esos? ¿Es que tienes algún enamorado y quieres que sea tu lazarillo? Para
eso no me prestaré. Yo pensé que esto sería una cita para conocernos más y…¿cueva?
-Ya cierra el pico parlanchín- Susurró Ámbar interrumpiéndome muy dulcemente mientras
me tomaba de la mano- Deja tus celos que los vigilantes son mis nuevos amigos y les digo
así porque tienen catalejos gigantes con los que observan la ciudad completa. Como
investigando algo. Llegaron al pueblo en busca de su padre. Su madre murió hace poco y
éste los había abandonado antes que nacieran. Sus nombres son Hefzibá y Micael. Son
gemelos y al crecer se dedicaron a viajar por el mundo en busca de su padre. Aseguran
poseer las semillas del árbol de la vida, que existieron en el Edén y da sanidad a las
naciones. Lo tienen oculto en su isla natal y solo llevan consigo unas pocas cuando salen
de travesía. Tenían años buscando estos parajes hasta que dieron con él. No conocen el
nombre de su padre. Solo saben que aquí vivió su madre antes que ellos nacieran y una
carta guardada en algún lugar del pueblo tiene información de todo lo que ellos desean
saber. La carta estaba dirigida al padre de ambos, pero no pierden la esperanza de que la
hallen para así terminar su calvario, además llegaron directo a la cueva por consejo de su
madre y conocer a ese desconocido que aunque los había abandonado, querían tener
frente a frente para comparar si se asemeja al hombre con el que siempre sueñan. Ellos
también han experimentados el Deja Vu
Intrigado por aquella historia digna de ser narrada por algún escritor de literatura
fantástica decidí acompañarla. Olvidé por un instante las alocadas cosas que Ámbar había
dicho y me dediqué a disfrutar del momento. La tenía junto a mí. Nada importaba sino ella
y su aroma exquisito. Si no hubiese sido por lo que me dijo de su padre, el marinero, la
hubiese raptado para llevarla eternamente a una de esas islas o países visitados por los
curiosos vigilantes, para tenerla por siempre junto a mí.
Cuando llegamos a la cueva me di cuenta que muy en contraste con las historias de
las viejas y ancianos de pueblo, el camino de la montaña era una de las cosas más hermosas
que había podido conocer, luego de Ámbar. El olor a mirra y canela eran maravillosos
acompañantes durante la visita. Despiertas mariposas cruzaban de sitio en sitio, dando así
una imagen deleitante a la visión. Cuando nos detuvimos en la entrada de la cueva, Ámbar
de inmediato soltó mis manos y me abrazó. Con un beso en la mejilla me dio las gracias por
haberla acompañado y dándome instrucciones de permanecer en la entrada, se adentró en la
cueva.
Eran como las 7 pm y ya había oscurecido pero la luna llena iluminada todo como
bombillo de plaza. Dos horas después salió Ámbar con un rostro perturbado.
-No lo puedo creer-Dijo-Esto no puede ser realidad. Debo estar soñando y no lo sé.
¡Necesito que me despiertes!-Comenzó a gritar en tono preocupante y a su tercer alarido se
desmayó. De inmediato la cargué en brazos y procedí a descender de la montaña.
No negaré que aproveche para oler su cabello durante todo el trayecto camino a
casa. Un profundo olor a almendras salía de la montaña y la niebla comenzó a cubrir cada
rincón de la misma. Al llegar a la entrada del pueblo, desperté my amablemente a Ámbar y
cuando despertó me dijo al oído mientras una lágrima bajaba por su mejilla:
-¿Es que acaso no existe un día en el que tenga paz en mi corazón sin que sea
perseguida por la desgracia?-Dijo.
-Cada vez me haces comentarios más extraños. No entiendo que fue lo que te
ocurrió allá arriba Ámbar y creo que me debes una explicación.-Dije.
-Lloré porque pude ver un suceso del futuro mientras estaba dentro de la cueva y
el pasado me sigue persiguiendo cruelmente. He descubierto algo que ha destrozado todo
en cuanto creía respecto a lo que consideraba perfecto. Ahora puedo comprender porque
no me sentía parte de este lugar.-Contestó.
-Y eso que descubriste tiene que ver con tus amigos los vigilantes supongo.Indagué.
-Tranquilo Nicolás que todo tiene su tiempo debajo del sol y si el universo te atrajo
a mi es porque tú has sido elegido como instrumento para liberar mi alma de las cadenas
que me ataban desde que nací.-Dijo mientras varias lágrimas brotaban de sus hermosos
pero tristes ojos.-Llévame hasta la parte trasera de la mansión para poder entrar sin que te
vean. Ya es muy tarde y mi nana debe estar preguntándose donde estoy. Tuve una
premonición donde ella se quedaba muda. No sea que se preocupe demasiado por mis
salidas y le dé un patatús.
Por mucho que aquella doncella me gustaba, comencé a preocuparme por su actitud
sin sentido, al menos para mí. Pero me dio curiosidad aquello que dijo, “Su pasado la
seguía persiguiendo”. No podía entender como alguien tan frágil y tan delicada, pero tan
bella y de tan influyente familia estuviese a su corta edad sufriendo penas similares. ¿Acaso
padecía de una enfermedad mental? ¿Acaso pertenecía realmente a algún culto secreto?
¿Quién podía ver el futuro?
Al llegar a la mansión me besó tiernamente en los labios y por un momento sentí
mis piernas temblar.-Es mi primer beso y te escogía ti por ser quien haga justicia el día de
mañana cuando cese toda esta tormenta-Dijo.
Y subiendo por una escalinata cubierta de hojas de parra Ámbar Sapienza se
despidió de mí.
Nicolás terminó su relato y quedo enmudecido mientras cerraba sus ojos y mordía
sus dientes de impotencia, al recordar que pudo besar los tibios labios de Ámbar solo una
vez para después perderla sin rastro alguno.
Ámbar Sapienza era la hija de un adinerado marinero que a los 33 años apareció en
el pueblo de La Iluminada. Llegó con sus enormes equipajes y una esposa hermosa, una
niña de unos 6 meses de nacida y una fiel servidora que luego se convertiría en la nana de
la frágil niña. Les acompañaban muchísimos sirvientes quienes diligentemente se instalaron
junto a la nueva familia en la mansión más grande del pueblo. Recuerdo que a los días de
haber visto al callado y elegante lugarteniente llegar al pueblo, me tropecé con él una
noche cerca de la plaza del pueblo. Llevaba una caja fuerte del tamaño de una caja de
zapatos. Caminaba muy rápidamente con actitud nerviosa y respiración agitada. Entró en la
casa de Arquímedes y Beatriz Montenegro, los padres de Nicolás. Nuestra casa quedaba
exactamente al frente de su casa y cada semana podía observar por la ventana mientras
agarraba aire fresco, como el marinero llegaba a la misma hora a casa de la familia
Montenegro. Luego en el pueblo se corrió la voz que doña Beatriz había sido contratada por
el marinero para ser la institutriz de la pequeña Ámbar, a sus 5 años de edad. Cada tarde
Beatriz llegaba a la mansión junto a su pequeño hijo Nicolás para cumplir con su trabajo
educativo, pues ella era en las mañanas maestra del colegio del pueblo. Fue así como
Nicolás y Ámbar fueron unidos por el destino. Destino que luego los separaría para
siempre.
Amaneció luego de la enorme tempestad que arrasó con gran parte de las casitas
más pequeñas del pueblo. Nicolás, los jóvenes más valientes e intrépidos y parte de la
defensa civil se reunieron conmigo para discutir la estrategia de búsqueda y los lugares que
deberíamos visitar. Me intrigó muchísimo el relato de Nicolás sobre esos supuestos
vigilantes. ¿Sabrían algo de Ámbar? ¿Estaría ella con ellos?, tenía que investigarlo. El
único detalle era que el paso hacia la montaña estaba totalmente obstruido debido al enorme
torrencial que había inundado los caminos. Pasaron 33 días hasta que pudimos retirar todos
los escombros que bloqueaban el paso hacia la gran montaña. Cuando ya el grupo estuvo
listo comenzamos el ascenso hicimos una oración a Dios pidiendo nos protegiera en el
trayecto y evitara que alguno de nosotros se extraviara. Ciertamente el camino era hermoso,
lleno de flores silvestres y un increíble olor a almendras que acariciaba nuestros sentidos.
No recuerdo el tiempo exacto que tardó nuestra búsqueda, pero una vez llegados a la cueva
todos sentimos un desagradable olor a mar triste. Encendimos varias antorchas y nos
adentramos a aquel desconocido lugar que aunque tuvimos cerca durante décadas, jamás
nos atrevimos a explorar. No caminamos mucho cuando comenzamos a divisar una tenue
luz a distancia. A medida que caminábamos dentro de la cueva, podíamos observar como la
luz se intensificaba. Hasta que llegamos a una parte donde claramente se veían rastros de
vida que habitó en ese sitio. Varias cajas llenas de libros y unas cuantas maletas estaban de
lado izquierdo del círculo que arriba contenía una enorme grieta por donde iluminaba la
claridad matutina. Lo más asombroso fue el hecho de no divisar ni una sola gota de
humedad o fango en el terreno, a pesar de tan terrible tormenta de invierno. Al lado de las
maletas se encontraban dos esterillas donde presumí dormían los mentados vigilantes
amigos de Ámbar. Un telescopio de unos diez metros de largo se encontraba bien guardado
y cubierto de telas. Unos cuantos dátiles y hojas de té aromático se encontraban en aquel
lugar. Pero ningún rastro de los habitantes o de Ámbar fue hallado. Tomamos todo aquello
y lo cargamos para llevarlo de vuelta a la aldea, presumiendo que los dueños de aquellas
cosas no regresarían y por ende no las necesitarían de vuelta. Fue alrededor de las seis de la
tarde cuando comenzó a anochecer y unánimes decidimos iniciar el descenso. Me llamó
muchísimo la atención un escrito hecho con tinta que muy sigilosamente había sido
dibujado en una de las partes de la redonda habitación rocosa. Se leía “No lamentamos
nuestra partida sino quien nos hará partir, mañana nuestras almas acariciarán las algas
del mar profundo”. Decidimos bajar procurando hacerlo diligentemente y unidos todos para
evitar alguna pérdida humana, pues narraba la leyenda del pueblo que los cuervos que
moraban en aquella zona eran del tamaño de una casa. Al llegar a la plaza, todos nos
felicitamos por haber regresado vivos, sanos y salvos. Nos dividimos aquel botín y
decidimos descansar. Aquella noche no cené debido al cansancio físico. Y poniendo mi
rostro en la cama matrimonial caí en un profundo sueño.
En aquel sueño, tuve visiones que recuerdo claramente debido a lo enigmático del
mismo. Me encontraba yo en un campo rodeado de fresco pasto. Decidí disfrutar de aquel
paraje lleno de flores silvestres y muchísimos árboles de almendrón. De repente tres
gaviotas descendían sobre la pradera e hicieron un círculo emitiendo un llanto lleno de
lamentos y dolor. Desde el norte comencé a ver un cuervo que bajaba a gran velocidad con
una red entre sus patas y las arrojaba hacia las gaviotas, para luego llevárselas como trofeo.
Luego un viento agresivo azotó toda la vegetación de aquel lugar y desperté. ¿Qué habrá
significado aquel sueño? ¿Dónde se encontraba Ámbar Sapienza? ¿Qué relación tenían
aquellos desconocidos y misteriosos vigilantes con todo esto? Fueron preguntas que me
hice toda la mañana. Alguien tocó a la puerta y cuando abrí, estaba la madre de Nicolás,
Beatriz.
-Buen día viejo amigo. ¿Puedo pasar?-Dijo
-Esta casa siempre fue lugar donde usted es bien recibida doña Beatriz. Pero me sorprende
que tanto tiempo sin venir, ahora usted aparezca sin avisar-Respondí.
-Necesito que conversemos viejo amigo. A veces el peso de los años y sus secretos no nos
permiten caminar libremente en el camino de la vida- Dijo
Aprovechando la ocasión. Saqué una botella de ron amargo y llené sin preguntar
dos tarros. Conocía perfectamente a Beatriz Montenegro y sabía lo mucho que le gustaba el
licor amargo cuando de conversar se trataba. Nos sentamos en el patio de la casa, pues
hacía un poco de sol en medio de la brisa de invierno.
Y así comenzó Beatriz su conversación:
Hace quince años olvide como se controlan las emociones más profundas del
corazón. Desde hace quince años llevo dentro de mi memoria un recuerdo casi increíble
que no me atormenta pero si me incomoda. He tratado de evadir la realidad que se me dio a
conocer por un accidente. Me pregunté porque se me permitió ser la red que atrapara una
verdad y no quise guardarla en mi memoria. Y si las piedras en el camino no se atraviesan
para aprender a esquivarlas y las murallas no se forman para aprender a saltarlas, ¿cómo
subiré a la montaña donde aguarda mi victorioso galardón? No he dicho absolutamente
nada pero es momento de romper con las cadenas que me han estado siendo prisión.
Hace quince años cuando Demóstenes llegó con su familia tan solo era alguien sin
malicia y sin errores para recordar como este que hoy día me subyuga y lacera. Una de esas
noches en las que el solía visitarme, noches en las que mi marido no estaba y nos
amábamos con locura. Una de esas noches antes de rayar el alba y sabiendo que Nicolás
dormía y aun no era tiempo de la llegada de mi marido encontré una carta en la chaqueta de
mi amante. Estaba sellada y decía: “Con amor Violeta”. Leí la carta y mientras lo hacía me
parecía tan asombroso el hecho que un hombre pudiese tener tantos secretos. Esa carta
oculta una historia que de ser revelada hubiese dañado la vida de la pequeña Ámbar, pero
como ya ha desaparecido me siento menos responsable por haber callado todos estos años.
Seguí yendo a la mansión como de costumbre pero ya mi admiración por Demóstenes no
era igual. Me sentí culpable. Me sentí terriblemente pecadora y mientras pasaban los días
comencé a despreciar a aquel hombre que por decisión de nuestra concupiscencia me
arrastro a bajas pasiones dignas de ser tomadas en cuenta para el día del juicio final. Un día
cuando los niños jugaban en el jardín con la nana de Ámbar, el marinero me llamó y me
hizo sentar mientras me daba un trago de ron amargo.
-Quiero que sepas que ella está muriendo lentamente-Dijo- No pienso seguir viviendo una
vida falta de honestidad conmigo mismo. He vivido una doble y hasta triple vida pero todos
me miran como un hombre de buena familia. Recatado, respetuoso y honrado. Pero creo
que la honradez se suicido en mi corazón dándole paso a la maldad y al rencor. Engaño
por haber sido engañado. Odio por haber confiado tanto y a la vez me odio a mi mismo por
defraudar la confianza hipócrita que Violeta depositaba en mí. Ojo por ojo y diente por
diente.
- Demóstenes esto no puede continuar-Interrumpí sin mirarle a los ojos- Mi corazón está
terriblemente afectado por las decisiones que hemos tomado. Muy poco duermo y lo peor
de todo es ver los ojos de Arquímedes. Su inocencia y su amor me clavan lanzas en el
pecho haciéndome sentir la más descarada de las criaturas vivientes.
-La culpa es la resaca de los que se embriagan con la traición-Dijo con una sonrisa en su
rostro pero la irada tan alejada como las estrellas- Comprendo tu posición, pero esto va más
allá de nuestros pecados. Esto es algo que está carcomiendo mis huesos y mi alma. Odio
con todas mis fuerzas a Violeta. No podrías comprender el furor de los celos de un hombre
engañado por años-Agregó.
-Demóstenes te he dicho que esto tiene que terminar y tú me habas de tu esposa. Es el
descaro más cochino que ha brotado de ti-Dije con unas cuantas lágrimas corriendo por
mis ojos- Se trata de que he estado sembrando infidelidad en mi vida. Desde hace mucho
tiempo he callado verdades y también se una que por error y curiosidad me está afectando.
Porque te amo Demóstenes, pero lo nuestro no puede continuar. Debo confesarte que
conozco tu secreto.
-¿De qué secreto hablas? Inquirió el marinero con mirada absorta.
En ese momento tocaron a la puerta llamando a Demóstenes. Era la nana de Ámbar
informando al marinero que tenía visita. Al salir pude ver que Salamandra, un viejo mago y
ocultista del pueblo esperaba sentado en la sala mientras fumaba un puro.
-Es momento de proceder con lo acordado don Sapienza-Dijo Salamandra.
-Mejor continuamos esta plática en otro momento Beatriz. Necesito finiquitar con algo que
como cáncer ha consumido mi paz-Dijo el marinero mientras invitaba al mago a su oficina.
Luego de ese día dejé de visitar la mansión y también Nicolás dejó de jugar con su
amiga a quien quería como su propia hermanita. Dos días después el pueblo se vestía de
duelo con la inesperada noticia de la muerte de Violeta Sapienza. Según el doctor del
pueblo un fulminante ataque al corazón había cerrado para siempre los ojos de la hermosa
mujer del marinero. A pesar de la culpa que me acompañaba a cada rincón de mis andares,
sentí paz al no tener que confesar mi desliz amoroso con su esposo a la infortunada esposa
de Demóstenes. Violeta fue adornada con un largo vestido color púrpura y flores de azahar
y caléndula rodeaban su féretro. A pesar de la pérdida reciente Demóstenes lucía tranquilo.
Callado y alejado de todos cuanto le rodeaba, pero firmemente solo miraba el atad abierto
de la difunta Violeta. No consideré necesario reunirme con el marinero y mucho menos que
la mansión se encontraba en tal soledad. Conservé mi secreto muy bien y pensando que
Demóstenes sabía lo que aquella carta narraba me quede en paz conmigo misma y decidí
silenciar a los demonios que acusaban de vez en cuando mi conciencia. Cierta noche
mientras dormía me despertó la melodía de una guitarra triste que gemía notas de El amor
es azul. Intrigada por aquellas notas musicales que interrumpían mi sueño me asomé por el
balcón y pude ver como el silencio y la fuerte brisa hacía tambalear las palmeras. Como
historia de terror y de manera sumamente insólita pude ver la figura de una mujer vestida
de púrpura. Me limpié los ojos para apreciar mejor la figura femenina y fue cuando como
espanto reconocí el espíritu de Violeta Sapienza. Miraba fijamente a mi ventana mientras
un querubín que la tenía atada con cadena a sus pies tocaba aquella melodía. Escuché
claramente cuando entre sollozos el espíritu errante de Violeta me gritó: El cometió un
error. La ciencia en vez de curarme ha ejecutado sentencia.
Desapareció en medio de un imponente relámpago y quedaron las calles desiertas.
Tan desiertas como mi conciencia. Tan lúgubres como mi pasado. Caí en un profundo
sueño y desperté tres días después. Mientras recibía las tiernas caricias en mi frente de
Arquímedes, cuidándome y diciendo: Al fin despertaste mi durmiente. Ya pensaba yo que
esta fiebre nunca se iba a detener.
Abracé a mi esposo y decidí olvidar aquella visión y todo lo relacionado con el
marinero. Hasta hoy que llego a tu casa para conversar Gaspar-Dijo Beatriz finalizando su
historia.
No demostré asombro al enterarme de su pasado pues era evidente para mí que las
visitas nocturnas de Demóstenes Sapienza a la casa de la familia Montenegro eran no solo
inapropiados sino misteriosos.
- ¿Y por qué me dices estas historia tan personal Beatriz?-Pregunté
-Porque te conozco desde niños y siempre supiste guardar muy bien un secreto-Dijo.
- No creo poder ayudarte a olvidar el pasado, pues algunos errores y pecados mortales
asechan hasta los tuétanos. Sembrándose en lo profundo del ser para así desgarrar el
corazón hasta vaciarlo como vampiro-Respondí.
-Es que no se trata de que necesite olvidar lo que acabo de contarte. Es que aquella carta
contenía una noticia que debo compartir, para ver si descanso de tantas verdades ocultas e
historias ceñidas a mi memoria-Dijo la ansiosa Beatriz. Como queriendo vomitar de sus
entrañas una serpiente engordada por los años. Y prosiguió explicando:
-Acaba de llegar al pueblo un personaje muy extraño y misterioso. Es un doctor extranjero
y viene en búsqueda de Demóstenes. Llegó tocando a la posada hoy mientras yo visitaba a
un huésped. Al parecer se hospedará por unos cuantos días. Lo primero que hizo hablando
su acento lejano fue preguntar por el marinero-Explicó Beatriz
-Ya los misterios e historias secretas de este lugar me están hartando. Tanto Tu hijo como
Ámbar Sapienza y tú misma, me van a enloquecer. ¿Es que acaso o existe algún ser
humano en medio de nosotros que no tenga secretos tan devastadores?-Dije.
-¿Y qué tiene que ver mi hijo en esta conversación Gaspar?
-Lo que sé es que está sumamente afectado por la desaparición de la hija del marineroRespondí.
Terminó la conversación cuando escuchamos al grupo de buscadores aparecer por el
camino. Por minutos pensé en lo impresionante que eran muchas de las personas del
pueblo. Entre secretos, misterios, desapariciones y relatos, Beatriz abandonó mi casa y yo
decidí preguntar sobre la situación de la búsqueda. Por primera vez desde la desaparición
de Ámbar pudimos ver al marinero unirse a la búsqueda. Ya mucho más descansado y con
mejor semblante llego Nicolás. Con el mismo desespero por encontrar a la joven pero con
una aparente resignación pues habían pasado muchos días y aun nada se sabía de ella.
-Don Gaspar tenemos que hablar. Hay algo que debo confesarle-Dijo.
- A pero usted también me dirá que tiene un secreto. Ya creo que debería ser cura yo y
cobrar ofrenda por cada confesión que guardo-Respondí.
Y comenzó su confesión Nicolás Montenegro:
Aquella noche que le conté sobre Ámbar, omití algunos sucesos que ocurrieron.
Mientras de regresó a su casa, ella me pidió que conservara una carta. Era una carta vieja y
al parecer contenía algo sumamente importante. Ámbar me dio claras recomendaciones
sobre cómo usar esa carta si algo le llegase a ocurrir a ella o a los vigilantes. Le pregunté
que se trataba y me dijo que esa carta era una copia que había encontrado en las cosas de su
madre. Estaba bien oculta dentro de una caja fuerte que solo su padre manipulaba. Pero
mientras el padre había salido a navegar ella aprovechó y la sustrajo. Durante el camino a
pesar de las cosas que compartimos no pude evitar ver como Ámbar lloraba a escondidas
queriendo disimular su llanto. Cuando la dejé me hizo jurar que jamás permitiría que la
verdad de la carta se mantuviese oculta de sucederle algo a ella, o a sus amigos. No
comprendí tanto misterio, pero embelesado por su dulzura y ternura triste, acepté aquel
trato. Solo me dio una específica orden. Abrir la carta cuando nadie pudiese encontrarla.Así
que habiendo trascurrido tanto tiempo sin encontrar rastros de ella, decidí anoche leer la
misteriosa carta, la cual decía así:
Estimado Sr. Sapienza. Saludos. Paz y gracia sean sobre usted.
“Como encargado de llevar la investigación que me designó, le hago llegar por medio de
este documento los resultados obtenidos. Realizamos un estudio de ADN a la muestra de
sangre de su hija Ámbar Sapienza y al compararlo con su muestra de sangre, hemos
hallado que existe compatibilidad entre ustedes de un 2 %. La niña no es su hija. Lamento
hacerle llegar esta información por esta vía. Se despide de usted su estimado amigo.
Doctor Carlos Prazuela. Salud “
Cuando el muchacho terminó de leer la carta me sentí sumamente aterrorizado al
descubrir tantas cosas y secretos guardados. Sentí un dolor inmenso por Ámbar y su vida.
Toda una vida engañada. Tantas personas con una vida mostrada al pueblo y tantas
mentiras dichas. Nicolás me miró y comprendió totalmente mi expresión. Fue en ese
instante cuando llegó corriendo despavorida la nana de Ámbar.
-Se ha suicidado don Demóstenes. Dios que tragedia tan enorme está siguiendo a esta
familia- Gritaba la anciana buscando brazos que la abrazaran pues ya eran dos las pérdidas
que sufría aparentemente.
Venía con un papel en la mano. Era una carta escrita por el marinero. Se tomó la
decisión de leer la carta públicamente. La carta decía así:
A quien encuentre mi cuerpo
Durante años me esforcé por lograr cada propósito por muy lejano que pareciera el
camino. Por muy arduo y por muy fuerte que pareciera la batalla, seguí adelante. Conocí a
mis 19 años de edad a la mujer más maravillosa del universo. Vestida de gala y de piel
deslumbrante con aroma a orquídeas. Navegué mares salpicados y peligrosos, hasta que al
fin llegué a la isla encantada. Al menos así la conocía yo. Durante mi estadía en aquel
sitio, cometí graves errores. Creo que mi conciencia no me ha permitido seguir adelante
por mucho más. Desahogo mi corazón ante Dios y sus santos ángeles, en espera del perdón
y la propiciación de mis pecados. Fue en aquel lugar donde por primera vez rompí mi
pacto de fidelidad a mi amada. Al unirme en yugo a una hermosa residente de la isla.
Estela era su nombre. Una mujer de ojos pequeños y achinados. Blanca piel. Olor a miel y
cuerpo que embriagaba más que el vino. Antes de irme le dejé mi retrato. Mis joyas y mis
palabras. Fue un romance veloz pero inolvidable. Oh, cuanto me golpeaba la memoria al
observar la mirada confiad de mi esposa en mi. Allí permanecimos un año. Hasta que mi
mujer quedó encinta. Conocimos a Arminta la nana de Ámbar. Una mujer sencilla pero
fiel. Le ofrecí viajar con nosotros y ser parte de nuestra familia, recomendada por el
doctor más respetado del pueblo. Antes de marcharme decidí realizar unos exámenes de
rutina y de ADN, ya que en el trayecto era necesario tener todos los documentos al día. Al
finalizar los resultados guarde todo muy bien en una pequeña caja fuerte que contenía
incluso las fotos de Estela. Llegamos al pueblo donde por 16 años he vivido. Justo hace
unos años, conocí en este pueblo a una mujer casada de la cual me enamoré firmemente.
Pensé que jamás le fallaría nuevamente a mi esposa pero lo hice. Por respeto a ese amor
fugaz no diré el nombre de aquella persona. Ya esta tarde para destruir lo que ha
construido por años. Pero hace un año exactamente comencé a recordar mis aventuras.
Por lo cual decidí abrir la caja fuerte. Vi la foto de Estela y unos cuantos documentos.
Recordé que mientras la visité por última vez, me dijo que tenía una importante noticia que
darme. Pero estaba tan ebrio y ansioso por salir de aquella situación que solo le di la
dirección posible de donde estaría, rogándole que me escribiera, si necesitaba mi ayuda.
Luego abrí la carta donde los datos de Ámbar se encontraban intactos por años. Mi
corazón se quebrantó de una forma increíble al conocer la realidad de mi tan apreciado
matrimonio. Si, apreciado pues, a pesar de mis pecados y aventuras, amaba a mi esposa.
Era la carta del doctor de aquella isla. Afirmando que según los resultados obtenidos
Ámbar no era mi hija. Sentí tanta indignación que es indescriptible el furor que entró en
mis venas. Pues la mujer que tanto me había hecho trizas la conciencia con su imagen pura
e intacta. Me había mentido por años. Fue cuando comencé a planificar mi venganza y
siendo informado por algunas amistades locales sobre algunos tipos de veneno. Decidí
ponerle fin a la vida de aquella hipócrita mujer. Sufrió muchísimo pues cada día le daba
certeras dosis de ponzoña. La vi desfallecer y fallecer. La vi agonizar. La vi morir y
también la vi pagar todo el sufrimiento indirecto que me causó por tanta culpa acumulada,
al pensar que ella era mi víctima, siendo yo un victimario engañado. Comencé a ver a
Ámbar con rechazo y con fiero odio. Su rostro me recordaba a su madre y podía
imaginarme cómo llego a ser concebida. Me preguntaba con quien. Me hice tantas
preguntas. Supe que Ámbar un día entró en mi habitación y a escondidas se llevó mi caja
fuerte. No le dije nada al principio, pues el código que abría el cerrojo solamente lo sabía
yo y pensé que no podría lograr descubrir mis secretos guardados. Fue una noche cuando
regresó muy tarde. Ella pensaba que yo estaba en el mar. Pero estuve oculto todo el día
meditando en mi crimen. Cuando apareció llegó llorando y me dijo que tenía algo que
decirme. Al mirarla vi el rostro de su madre reflejado en ella. Sin meditarlo dos veces la
tome por su cuello y desahogue toda mi ira en su frágil humanidad. Luego me dispuse a
llevarla a mi escondite secreto. Un lugar que por años había dejado de ubicado en la
montaña. En mis cartas a Estela le comenté sobre él. Porque olvidé mencionar que jamás
dejé de escribir a Estela. Ese lugar lo escogí para poder verla sin que nadie nos viera. Al
llegar a la cueva lance el cuerpo de Ámbar en el medio del lugar. Noté que el sitio había
sido habitado por alguien. ¿Pero cómo?, si solo yo sabía de aquel escondite personal. De
repente escuche unos pasos y desenfundé mi arma. A pesar de la luz que aquel lugar
despedía no pude divisar la figura de quienes venían. Solo disparé por temor a ser
descubierto. Al asomarme pude ver el cuerpo ya sin vida de dos jóvenes. Tendrían la
misma edad de Ámbar. En la cueva existía una gruta que me dirigía directo a la playa. Por
allí con mucha calma trasladé los cuerpos. Me llevó toda la madrugada. Al terminar de
arrojarlos en el mar, me arrojé yo. Quise que la sal limpiara mi cuerpo de los restos de
sangre. Estuve a punto de morir yo también cuando un lote de algas marinas se enredo en
mi cuerpo, pero pude salir ileso. Lleno de rabia, culpa y paz ficticia por haber consumado
mi venganza decidí buscar en el cuarto de ámbar mis cosas. Tomé la caja fuete y al
destaparla pude ver que faltaba la carta. De hecho la carta tenía otra copia, que nunca
apareció. Pero estaba tan agotado que me quedé dormido en su cama. Al despertarme mi
conciencia me gritaba el homicidio a sangre fría de tres jóvenes que no tenían culpa de
nada. Del pasado. Yo, sin moral suficiente, condené a mi mujer y a su hija solo por mi ego.
Todo este tiempo lo he pasado meditando en como vengarme de mi mismo, pues la culpa
no me abandona. Así que tomo del miso veneno que le di a mi mujer. Tomo del veneno más
fuerte, mi memoria. Descanso, no en paz. Tal vez, Dios me perdone. Amén. Adiós pueblo
querido. Adiós
Así finalizó la narración de la carta de Demóstenes Sapienza. Mientras todos en el
pueblo con rostro demudado se miraban unos a otros. No podían creer lo espeluznante de
aquella historia. ¿Quiénes serían aquellos jóvenes? ¿Cómo había sido capaz el marinero de
perder la cabeza de tal forma?. Un lamento se escuchó mezclado con llantos de despecho.
Nicolás lloraba desconsolado gritando el nombre de Ámbar. Golpeando la tierra. Botando
lágrimas sobre la arena. Solo el abrazo de su madre Beatriz pudo calmar poco a poco su
gemir y su dolor. Ámbar había sido asesinada por su propio padre, o al menos alguien que
la había criado. Nicolás no dijo absolutamente nada de los vigilantes, pero yo supe que esos
jóvenes eran ellos. Nunca conocería quienes eran. El porqué de su llegada. Fue ese instante
cuando el recién aparecido doctor, mencionado por Beatriz salió de en medio de la
muchedumbre. Su rostro era similar al de un ser extraviado en el tiempo. Sus ojos estaban
repletos de lágrimas y decía con voz leve: Fue un error, fue un error. El comisario del
pueblo se acercó a él y le inquirió sobre su comentario y actitud. Allí comenzó a decir el
desconocido personaje:
Mi nombre no es importante. Solo diré que estoy sumamente compungido por todo
lo que acabo de escuchar. Llevo casi quince años ubicando a un viejo amigo que conocí en
la isla donde vivía. Este personaje un marinero muy distinguido llegó con su esposa. Se
instaló por un tiempo e hicimos una fuerte amistad. Por años he buscado a Demóstenes
Montenegro. Por años he intentado desde mi lugar de conseguir su dirección. Nadie supo a
donde se dirigía. Hasta que un día conversando con una paisana, salió a relucir su nombre.
Yo dije lo necesario que me era conversar con él pues, antes de marcharse le dí por
equivocación un documento que contenía resultados. Pero no eran los documentos
correctos pues, habían traspapelado los archivos. Al saber del primer resultado, le hice
saber que la pequeña niña que él consideraba su hija no lo era. Infame el destino que hace
estas cosas, pues por años lo he buscado para decirle que ámbar si era su hija. Pero por
errores había dado mal la información. Cierto día una de las mujeres más hermosas del
lugar, Estela, me encontró tomando ron amargo y comenzamos a conversar. En medio de
mi disolución mencioné al marinero. Todos en la isla sabían sin conocer la razón que yo
buscaba al marinero. Estela me dijo tomándome de la mano, que ella sabía dónde podía
encontrarlo. Me dio las específicas instrucciones de el lugar, pero antes de irse con sus dos
hijos que siempre acompañaban a la madre soltera, me entregó una carta para Demóstenes.
La cargo conmigo desde hace un año. Por fin he dado con el lugar y me encuentro con esta
noticia tan terrible. Oh, miserable de mi, que he sido causante de un crimen sin
justificación. Miserable de quien por celos furiosos no medita antes de actuar.
El anciano calló mientras el comisario le arrebataba de las manos la carta que aun
sostenía en sus manos y sin pensarlo dos veces, la desnudó y procedió a leerla:
La carta explicaba lo siguiente:
De Estela tu eterno amor.
A pesar de mis años de soledad y de tú haberte marchado. A pesar de no haberme
escogido a mí. Mis sentimientos siguen intactos. Siempre te amé marinero. Duré años
esperando que vinieras. Nunca apareciste. Nuestro amor se detuvo por tu partida, pero
jamás murió. Siguió no solo creciendo en mi corazón sino en mi vientre. No te pude decir
aquella vez la noticia que me hizo la mujer más feliz y lo ha hecho por años. Durante
nuestras aventuras, quedé encinta de dos gemelos hermosos. Todo este tiempo les he
hablado de ti. Les he dado con exactitud el lugar que me mencionaste en tus cartas para
encontrarte. Les he pedido que te busquen. Ellos, tus hijos, dos retoños de nuestro amor.
Te los envío con mucho, mucho amor. Te amé siempre Demóstenes. Nunca lo olvides.
Cuida mucho de este fruto del amor. Aquí te envío lo más hermoso y tangible de nuestra
pasión. Bendice con tu amor a Hefziba y Micael. Nuestros dos retoños.
Siempre tuya. Estela.
Las miradas de los habitantes del pueblo se tornaron llenas de tristeza. Un silencio
increíble tomó al pueblo. Cada uno de los habitantes se fue marchando. Era obvio que la
búsqueda por Ámbar había culminado. Miré con actitud de asombro a Nicolás Montenegro.
Pues tanto él como yo, habíamos descubierto gracias a aquella carta, quienes eran los
mencionados vigilantes de los que Ámbar hablaba. Eran hijos de su padre. Medios
hermanos. Inocentes de los errores de la gente. Sentenciados por pecadores. Desde ese día
nadie volvió a habla del tema. Desde ese día Nicolás Montenegro, reside en aquella cueva,
recordando a su amor eterno. A la hermosa Ámbar. Sin esperanzas. Solo viendo al mar.
Quizá ella lo observaba. Quizá no. Solo sabe que aunque distante del mundo físico, su amor
la acompañaría más allá de las estrellas. Arrojó en el mar el cuerpo de Demóstenes donde
los tiburones y el leviatán lo devoraron. Haciendo justicia pues, aun en el mar reposaba su
amada y no podía ser contaminado con el cadáver de su asesino, ignorante que había
destruido todo cuanto tenía. Y todo, por una carta.
FIN
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