Hamlet o la escencia de lo teatral

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Hamlet o la escencia de lo teatral
Autor : Maximiliano González Jewkes
Fecha : 13/11/2014
Mucho se ha escrito, y se seguirá escribiendo sobre esta obra, que se ha convertido en el paradigma del
teatro en la modernidad . Por lo general los trabajos se han centrado en uno u otro aspecto de la tragedia, ya
que abordar el conjunto de temas y problemas que supone esta obra parece tarea inabarcable. Alguna vez,
Orson Welles afirmó que ésta era la tragedia esencial de Shakespeare, que forjó de una vez y para siempre
el paradigma del héroe trágico, ocupándose después de los otros trágicos más simples y abocadas a
debilidades más concretas: la envidia, los celos, la ambición, la ceguera por exceso de amor en Otelo,
Macbeth, Coriolano y Rey Lear; pero la profundidad de Hamlet reside justamente en su capacidad de
actuarse a sí mismo para llevar a cabo su venganza, cuya tragedia personal es quizás, no estar a la altura
de las circunstancias que le han tocado vivir. Así por ejemplo Wilson Knight se refiere al dolor,[1] Jaime
Rest al histrionismo[2], el trabajo de Laura Inés Echarren, versa sobre el ser y las pasiones[3] entre tantos
otros, tantísimos que ha habido a lo largo de todos estos años. Como afirma el director teatral británico Michael
Penington: Hamlet es la página en blanco sobre la cual todos nosotros reescribimos una y otra vez la
obra[4]. Esto es posible porque de lo que estamos hablando es de un clásico, al decir de Italo Calvino, un
clásico es aquel texto que nunca termina de decir lo que tiene que decir[5], y que permanentemente se
actualiza en cada comunidad con la que se cruza.
El crimen de su padre ha exiliado a Hamlet para siempre del amor, por eso no es que odie o desprecie a
Ofelia, sino más bien que no tiene espacio mental ya para ese amor pues toda la energía está puesta en
diseñar, en planear obsesivamente su venganza. Obligado por las circunstancias también se ve obligado a
poner en juego su ingenio e inteligencia y deponer la violencia directa, se propone representar frente a su
tío, quien ya se ha coronado y casado con su madre, una comedia en la que va a develar la forma en que su
padre ha sido asesinado. De esta manera para él, el verdadero espectáculo es la reacción de su tío frente a
la obra ( Obra que sarcásticamente decide titular: La ratonera). Ahora bien, además los espectadores de
esta tragedia se encuentran sorpresivamente, con que los actores que hasta ahora representaban en el
escenario comienzan a comportarse como espectadores, lo que habilitaría la siguiente pregunta: ¿nosotros,
los verdaderos espectadores de la obra, no seremos también actores? Este vaivén entre la condición de lo
ficcional y la realidad, como frontera lábil no es en realidad un descubrimiento del bardo inglés sino la
aplicación de una idea que aparece inscripta en el frontispicio de el teatro del Globo que rezaba: “Además
de éste, hay otro escenario que abarca todo el planeta”.
Es cierto que el ser o no ser puede resultar hoy formulario, ya que se ha convertido en una especie de
consigna vacua de la gran tragedia, repetida vulgar y publicitariamente, que quiere simplificar una
complejidad irreductible y que de alguna manera, nos abre al drama de la dimensión humana en su totalidad,
porque entre el comienzo traumático y el final extrañamente parece haber cierta contradicción: ¿por qué no
mata Hamlet al tío asesino de su padre al comienzo mismo de la obra? La respuesta la da Orson Welles:
porque a Shakespeare le faltaban cinco actos. Es decir, la razón de ser de la pieza es metadramática, no
hay una razón en la trama, sino en la misma factura dramática de la obra que condiciona su forma.
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Si pensamos en el teatro isabelino, generalmente lo asociamos al renacimiento inglés, al último de los
renacimientos europeos; sin embargo Hamlet tiene una gran cantidad de recursos que bien podrían ser
pensados desde el barroco, siendo el primero y más importante el de la duplicación. Todo en esta obra se
duplica: El drama de Hamlet debido a la pérdida de su padre aparece duplicado en Ofelia, ya que Polonio es
muerto por el mismo Hamlet, la supuesta locura del príncipe de Dinamarca se ve reflejada en la de su
amada que enloquece verdaderamente. La duda en sí constituye una forma de duplicación, que podría
sintetizarse en el ser o no ser, y en una gran cantidad de frases en las que se plantea la disyunción entre
dos términos a elegir. La conducta a la vez femenina y masculina de Hamlet implica una duplicación de su
comportamiento, al igual que la vacilación que se genera en la corte en torno de su presunta locura. Su
drama es ciertamente familiar pero por su condición de príncipe, también constituye una cuestión de estado,
así que Hamlet se debate entre el amor filial al padre asesinado por su tío y la corrupción implícita en que
éste ciña la corona de Dinamarca. Es decir, su vida ha quedado pendulando entre el mundo privado e
intrafamiliar y el público y político. Por eso es que, pese a sus apariencia cínica, es el único hombre
plenamente ético y verdadero en el reino.
El teatro aparece a su vez representado como teatro dentro del escenario, y esto le sirve al bardo inglés para
duplicar su propia voz en la del príncipe de Dinamarca, quien aconseja a los actores como si él mismo lo
hiciera, y es aquí, justamente, donde la obra alcanza su verdadero centro, su motivación última, los alcances
reales de lo dramático; porque, una vez que hemos visto la comedia montada por Hamlet para su tío y su
madre, vemos que él mismo actúa su locura, y luego que toda la corte actúa ante las sospechas de un rey
corrupto que ha conquistado el trono mediante el crimen, además si aquellos que eran actores comienzan a
comportarse en escena como espectadores.
HAMLET
Te lo ruego, di el fragmento como te lo he recitado, con soltura de lengua. Mas si voceas, como
hacen tantos cómicos, me dará igual que mis versos los diga el pregonero. Y no cortes mucho el aire
con la mano, así; hazlo todo con mesura, pues en un torrente, tempestad y, por así decir, torbellino
de emoción has de adquirir la sobriedad que le pueda dar fluidez. Me exaspera ver cómo un
escandaloso con peluca desgarra y hace trizas la emoción de un recitado atronando los oídos del
vulgo, que, en su mayor parte, sólo aprecia el ruido y las pantomimas mas absurdas. Haría azotar a
ése por inflar a Termagante: eso es más herodista que Herodes. Te lo ruego, evítalo.
ACTOR 1.°
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Esté segura Vuestra Alteza.
HAMLET
Tampoco seas muy tibio: tú deja que te guíe la prudencia. Amolda el gesto a la palabra y la palabra
al gesto, cuidando sobre todo de no exceder la naturalidad, pues lo que se exagera se opone al fin
de la actuación, cuyo objeto ha sido y sigue siendo poner un espejo ante la vida: mostrar la faz de la
virtud, el semblante del vicio y la forma y carácter de toda época y momento. Si esto se agiganta o no
se alcanza, aunque haga reír al profano, disgustará al juicioso, cuya sola opinión debéis valorar
mucho más que un teatro lleno de ignorantes. No quiero ser irreverente, pero he visto actores (elogiados por otros en extremo) que, no teniendo acento de cristiano, ni andares de cristiano, pagano u
hombre alguno, se contonean y braman; de tal modo que parece que los hombres fuesen obra de
aprendices de la Naturaleza, viendo lo vilmente que imitan a la humanidad.
ACTOR 1.°
Señor, espero que eso lo tengamos bastante dominado.
HAMLET
Dominadlo del todo. Y que el gracioso no se salga de su texto, pues los hay que se ríen para hacer
reír a un grupo de pasmados, aunque sea en algún momento crítico del drama. Eso es infame, y
demuestra una ambición muy lamentable en el gracioso. Anda, preparaos.
En síntesis: lo que comenzó siendo una estrategia que Hamlet lleva adelante para desenmascarar a su tío,
termina usurpando la dimensión del universo, hasta volverse la filosofía que el melancólico príncipe sostiene
sobre toda la humanidad, aquella que denuncia el irreductible carácter apariencial del mundo exterior
haciendo que la función actoral alcance a todo ser humano sobre la tierra. Quizás debiéramos agregar algo
al respecto, y es que cuanto más próximo al poder estamos, más aparece todo teñido por las apariencias,
cuanto más cerca del pueblo más auténticamente pareciera presentarse la vida. La verdad que el príncipe
intuye entonces involucra también la dimensión del poder, no es casual que él jamás llegue a ejercerlo y
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que, Fortimbras, príncipe de Noruega, afirme ante su cuerpo ya sin vida: Hubiera sido un magnífico rey.
También se trata de un hombre con un pie en la Edad Media y otro en el Renacimiento, es decir de alguien
que vacila entre una visión trascendente de la muerte propia del medievo y otra material más moderna, que
parece triunfar hacia el final de la obra. Su misma conciencia parece recreada en su amigo fiel, Horacio.
Hay un Hamlet al principio de la obra y otro que vuelve sano y salvo de Inglaterra, más maduro y que ha
añejado su odio, sin embargo descubre la muerte de Ofelia casi simultáneamente al hermano de la difunta,
Laertes. La muerte invalida las jerarquías, disuelve la ilusión que del poder tienen quienes gobiernan. Así
ante la muerte de Polonio, Hamlet afirma ante la inquisitiva de Claudio:
REY
Bien, Hamlet, ¿dónde está Polonio?
HAMLET
De cena.
REY
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¿De cena? ¿Dónde?
HAMLET
No donde come, sino donde es comido: tiene encima una asamblea de gusanos políticos. El gusano
es el gran emperador de la dieta. Nosotros engordamos engordando animales, y así estamos gordos
para los gusanos. El rey gordo y el mendigo flaco son dos viandas posibles: dos platos, la misma
mesa. Ahí se acaba.
REY
¿Qué quieres decir con eso?
HAMLET
Nada, sólo mostraros cómo un rey puede viajar por las tripas de un mendigo.
REY
¿Dónde está Polonio?
HAMLET
En el cielo. Mandad que le busquen. Si allí no le encuentra el mensajero, buscadle vos mismo en el otro
sitio. Si no le encontráis de aquí a un mes, os llegará el olor al subir a la galería.
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REY
¡Buscadle allí!
HAMLET
Os estará esperando.
Acto IV, Escena III
La respuesta de Hamlet está más allá del alcance del rey. No porque no sepa de qué se trata sino porque el
príncipe es mucho más veloz mentalmente que su tío. En realidad no sólo es una diatriba sobre la igualdad
ante la muerte, también está aludiendo a la ilusión del poder en general, y en particular al de su tío como rey.
En síntesis, también el poder forma parte de un acting en el que el príncipe no termina de creer. La ironía no
solo es un recurso particularmente actoral que despliega para hacer de ella un “decir” adecuadamente
distante y ambigüo que deja al rey en una incertidumbre conveniente, sino también la ocasión de expresarse
libremente ante un opresor que desprecia la libertad. Todo esto más allá de que Claudio se contiene contra
Hamlet, pues se trata del hijo de la reina, su esposa.
Sin serlo, también parece actuación la locura de Ofelia, quizás por efecto de lo que ya ha desplegado Hamlet
ante los ojos del espectador y del modo en que toda la corte ha decidido comportarse ante un rey corrupto y
fratricida: de este modo la actuación de alguien que finge pasa por verdadera en la corte, y la de la pobre
muchacha que no finge, puede ser contemplada como un lamentable espectáculo:
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REY
¿Cómo estás, linda Ofelia?
OFELIA
Bien, Dios os lo pague. Cuentan que la lechuza era la hija de un panadero. ¡Señor! Sabemos lo que
somos, no lo que podemos ser. ¡Dios bendiga vuestra mesa!
REY
Fantasea sobre su padre.
OFELIA
Os lo ruego, no hablemos de esto. Cuando os pregunten qué significa, decid:
[Canta] «Mañana es el día de San Valentín,
temprano, al amanecer,
y yo estaré en tu balcón;
tu enamorada seré.»
Entonces él se levantó y vistió
y a la doncella hizo entrar
que de su alcoba doncella
ya nunca saldría jamás.
REY
Linda Ofelia...
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OFELIA
Pues sí, y sin blasfemar le pondré fin:
[Canta] ¡Jesús, caridad cristiana!
Vergüenza le tiene que dar.
Si puede, un joven te goza:
¡Su potra, eso está mal!
«Juraste antes de tumbarme
hacer de mí tu mujer.»
«¡Y ya lo serías si en mi cama
no te llegas a meter!»
REY
¿Cuánto hace que está así?
OFELIA
Espero que todo irá bien. Hay que tener paciencia. Pero lloro sin remedio de pensar que lo
enterraron en la fría tierra. Mi hermano ha de saberlo. Así que gracias por el buen consejo. ¡Vamos,
mi carruaje! Buenas noches, señoras, buenas noches, buenas noches.
Acto IV, Escena V
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Pero no hace falta estar loco para actuar. La actuación se va abriendo y desplegando a lo largo de la obra
justo hasta el duelo final, donde caen de golpe todas las máscaras. El desenlace se precipita a partir de un
accidente: Gertrudis toma equivocadamente la copa con veneno que estaba destinada a Hamlet. Es curioso
que para Hamlet parece ser que la simulación sobre la tierra solo cesa con la muerte, allí se revela el
verdadero y último rostro, tal es uno de los sentidos posibles del monólogo frente a la calavera de Yorick, el
bufón que lo entretenía cuando era un niño:
ENTERRADOR
¡Mala peste de loco! Un día me vació en la cabeza una jarra de vino del Rin. Esta calavera, señor, es
la de Yorick, el bufón del rey.
HAMLET
¿Ésta?
ENTERRADOR
La misma.
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HAMLET
Deja que la vea. ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía, Horacio: tenía un humor incansable, una agudeza
asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Y ahora, ¡cómo me repugna imaginarlo! Me revuelve el
estómago. Aquí colgaban los labios que besé infinitas veces. Y ahora, ¿dónde están tus bromas, tus
brincos, tus canciones, esas ocurrencias que hacían estallar de risa a toda la mesa? ¿Ya no tienes
quien se ría de tus muecas? ¿Estás encogido? Vete a la estancia de tu señora y dile que, por más
que se ponga afeites, acabará con esta cara. Hazla reír con esto. Horacio, dime una cosa.
HORACIO
Sí, mi señor.
HAMLET
¿Tú crees que Alejandro tenía este aspecto bajo tierra?
HORACIO
El mismo.
HAMLET
¿Y olía así? ¡Uf!
HORACIO
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Igual, señor.
HAMLET
¡En qué bajos usos podemos caer, Horacio! ¿No podría la imaginación rastrear el noble polvo de
Alejandro y encontrarlo taponando un barril?
HORACIO
Sería una busca demasiado rebuscada.
HAMLET
No, nada de eso; habría que seguirle con mesura llevados de lo probable. Es decir: Alejandro murió,
Alejandro fue enterrado, Alejandro se convirtió en polvo. El polvo es tierra, con la tierra se hace el
barro, y con el barro en que se convirtió, ¿por qué no se puede tapar un barril de cerveza?
Muerto y hecho barro, el imperial César
rellena un boquete y el aire intercepta.
¡Ah, que aquella tierra que al mundo arredró
tape una pared y corte un ventarrón!
Pero, alto. Apartémonos: se acerca el rey,
la reina, cortesanos.
Lo que comienza siendo un recuerdo infantil, deriva primero nuevamente en la terrible equiparación frente a
la muerte, que en Hamlet pareciera ser el fin de la obra que cada uno representa en vida, y luego deriva
nuevamente en el carácter precario, ficcional del poder, por eso pregunta a Horacio por Alejandro mientras
sostiene la calavera de Yorick. El razonamiento es parecido al que hace con Claudio cuando éste le
pregunta por Polonio.
Por todo esto, se trata de la tragedia que más hondo cala en la condición humana: no se concentra en una
debilidad como todas las demás: la ambición en Macbeth, la envidia y los celos en Otelo, etc, sino que
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aborda la vida en su totalidad, completa, alcanzando ese imagen del universo que Italo Calvino consideraba
entre las características de los clásicos.[6]
Esta visión universal es posible dentro de la dinámica dramática de la tragedia debido a que Hamlet opera
un desvío: no actúa como hubiera actuado un caballero medieval de la época, es decir, no cobra venganza
inmediatamente asesinando a su tío, sino que adopta una actitud que podríamos calificar de “femenina” en
tanto y en cuanto se adapta a partir de artilugios mentales con los que pueda convencer a todos en la corte.
Sólo Horacio sabe la verdad, y los espectadores que poseen una visión privilegiada de la tragedia del
príncipe.
Si bien es cierto que Shakespeare ha aportado más que ningún otro escritor los cimientos de aquello que
podríamos considerar “lo humano” de nuestra especie, parece ser que es en Hamlet más que en ninguna
otra obra donde este aporte se vuelve más verificable. La humanidad puede comenzar a mirarse más
claramente en sí misma después de esta enorme tragedia.
[1]Knight, Wilson, Shakespeare y sus tragedias, Las ruedas de fuego, 1979, Fondo de Cultura Económica,
México
[2]Rest, Jaime, Mundos de la imaginación, 1978, Monte Avila Editores, Caracas
[3]Echarren, Laura Inés, Hamlet, la lucha del ser y el poder de las pasiones, www.rodolfowalsh.org
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[4]En torno a Hamlet, programa de la BBC de Londres de 1981
[5]Calvino, Italo, Por qué leer a los clásicos, 1995, Tusquets, Barcelona
[6]Idem
BIBLIOGRAFÍA
Bloom, Harold, El canon occidental, 1995, Anagrama editorial, Barcelona
Knight, Wilson, Shakespeare y sus tragedias. Las ruedas de fuego. 1979, Fondo de Cultura Económica,
México
Rest, Jaime, Mundos de la imaginación. 1978. Monte Avila Editores, Caracas
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