¿Por qué? Sigo siendo católica Jannina Troyo 1 ¡Cómo amar, a lo que me hace temer! 2 “Hombres necios que acusáis, a la mujer sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Fragmento del poema “Hombres necios que acusáis” Sor Juana Inés de la Cruz 3 Orgullosamente… Soy Mujer, sé perfectamente que desconozco de teología, dogmas, leyes y hasta de la Biblia. Soy una mujer, que quiere contar lo que le hubiera gustado ver y sentir, sintiéndose católica y más aún… practicante. De niña en la radio, durante la cuaresma, me gustaba oír “la vida y pasión de Jesús”. Me encantaba escucharla; recuerdo esa emoción de esperar la hora en que la pasaban y a escondidas de mi mamá (pues no era costumbre que los niños escucharan radio) sigilosa llegaba al cuarto de pilas (lugar dónde se plancha y se lava) ahí… había una gran mesa a la que me subía, ponía el radio y día con día no me perdía un solo capítulo que oía y vivía con gran respeto, emoción, alegría y también tristeza. Tendría unos siete años de edad, así continué hasta mi adolescencia, es tal vez ahí, donde mi concepto de Dios y la iglesia cambió. Jesús predicaba el amor, perdón, aceptación y respeto hacia los demás. Qué diferente a lo que nos enseñaban, veía y oía de niña y que aún… hoy en día… he llegado a escuchar. ¡Cuánto temor a Dios se nos inculcaba! ¡Qué Dios tan castigador!, cómo sentirnos libres y felices ante tales amenazas, ¡cómo amar a lo que tememos! Retrocediendo en el tiempo es curioso como al ir escribiendo van aflorando momentos que pensabas carecían de importancia y al irse engarzando comprendes que no es así, que todo es parte de nosotras… Sólo necesitamos terminarlo, armarlo y darle cuerpo. Ahora recuerdo que era una niña un poco solitaria, tenía muchas preguntas… que se quedaron sin respuesta. En el ayer… y hoy, siempre he pensado que el castigo divino no existe y que es una total falta de amor y caridad amenazar a un niño con las llamas del infierno y peor aún con un ser diabólico, vigilando y esperando el primer tropezón para castigar. Qué bello hubiera sido enseñarnos que Dios nos ama, nos perdona. Que debemos respetar y aceptar a quienes piensen, sientan o sean diferentes a nosotras. Unir, no desunir; amar, no juzgar; igualdad, no desigualdad. Al ir escribiendo a mi mente viene el recuerdo amoroso de mi abuelita, ella era católica, quizá… apostólica y romana, pero con una mentalidad abierta al cambio, a los sucesos, a la vida, una mujer que no se asustaba o escandalizaba por nada, aceptaba las situaciones sin juicios arcaicos y severos. A pesar que no conviví con ella, por vivir fuera del país, en mi momento me dio ese apoyo silencioso, honesto, sincero, amoroso. Ese intercambiar miradas que lo dicen todo. Si recibiera ese intercambio de amor de parte de la iglesia, entonces me sentiría católica. Basada en la apertura, en la aceptación y en el respeto y derecho de cada Ser Humano de decidir y elegir con responsabilidad sobre su vida y persona. Empiezo este ensayo sin haber escrito uno jamás; desconociendo todo, lo que uno debe llevar. No sé cómo empezar y recuerdo los exámenes de mi escuela. Así que empezaré contestando las preguntas que nos hacen: ¿Por qué sigo siendo católica? Honestamente… ¿Lo he sido alguna vez? 4 Nunca he estado de acuerdo con sus ideas arcaicas, cerradas, carentes de humanidad y sí exceso de hipocresía. Cerrando los ojos ante lo que pasa atrás de sus puertas y juzgando, estigmatizando, rechazando y castigando lo que está fuera de ella. ¿Qué me mantiene en la iglesia? Nada, absolutamente nada. ¿Por qué sigo siendo católica? No lo sé, y jamás pensé, se pudiera renunciar a ella. Ahora… Yo me pregunto: ¿Por qué estoy aquí, contestando estas preguntas? En verdad, no lo entiendo. Se me hacen difíciles de comprender, no sé exactamente su verdadero significado, si es en contra o a favor; o cada una de nosotras da su punto de vista libremente. ¡Qué puedo decir! Que sí sigo siendo católica, creo… que en mi caso… hace muchos, muchos años que no lo soy. Otra pregunta es, ¿Por qué sigo siendo católica? Si esta no nos ofrece nada. Contestaría: Nunca he sentido su apoyo ni de niña… ni de mujer. Recuerdo una ocasión, tendría unos nueve años de edad. Después de un pleito verbal y físico en mi casa, ésos que se repetían con frecuencia; por no decir diarios. Mi mamá, mujer devota asidua a la iglesia, hablaba con el sacerdote, ella lloraba, yo sabía perfectamente el motivo de su llanto y sabía también que sólo por un motivo muy fuerte acudiría a pedir consejo. Al ver su cara comprendí su desaliento, tal vez ella quería o esperaba otra respuesta, otra actitud de su confesor o consejero. Mientras seguían hablando vi la obediencia en su cara. Mi mamá aceptó lo que le dijo, aún contra su voluntad. Creo, estoy segura que en ese instante rompí con todo lazo que me ligara a la iglesia. Fue mi mayor desilusión, enojo y frustración. ¡Qué sabía él, del infierno que se vivía noche a noche, día a día!… Cómo aconsejaba sobre algo que desconocía, cómo le pedía aceptar lo que él no ha vivido, cómo dice que el deber de una esposa es ser paciente, obediente y tener resignación y que tenía que practicarla, porque es la voluntad de Dios. Yo… una niña, pensaba que eso no era cierto que era mentira; que Dios nos amaba. Jesús predicaba el amor, la felicidad y ser libres, dignos, valientes. Ver su silencio… me dolió; ver su aceptación… me enojó. Pensaba que tenía que luchar por ella, por su felicidad y por algo que yo no entendía qué era, hasta muchos años después que lo sufriera en carne propia, ese algo… ¡es tu respeto! Pero ella… obedeció siempre y aguantó, aguantó y aguantó. Yo… cada vez más y más y más alejada de la iglesia. Hoy al estar escribiendo y recordando… me quedé pensando y llegó a mi mente un dicho que oía y desconozco su autor: “Para que la cuña apriete debe ser del mismo palo”. ¡Soy Católica, Apostólica y Romana! Eso me decía mi mamá, que teníamos que decir. Sin embargo no sabía que significaban realmente esas palabras. De niña no me las explicaron, de mujer, sencillamente no me interesaron. Jamás se me hubiera ocurrido que hoy… me esté preguntando ¿Qué significan realmente esas palabras? Nunca me he sentido católica, ni apostólica, mucho menos romana; ni de niña, menos hoy… que soy una mujer adulta y mayor. Tal vez alguien se pregunte ¿En qué… creé esta mujer? ¡Me preguntarán! ¿Qué si creo en Dios? ¡Claro que sí! En ese Dios que no nos limita, ni juzga ni acusa. Ese Dios sin barreras sin puertas sin muros. 5 ¿Creo en los milagros? ¡Claro que sí! Somos nosotras mismas, vivas, valiosas, con sueños, con metas, con luchas, con quebrantos, con dolor, con rabia, con fe, con esperanza. Busqué en mi diccionario, la palabra “esperanza”. f. Confianza en lograr una cosa. Diccionario básico. Esfinge. Creer en los milagros son esos pequeños y grandes detalles que se nos presentan día a día. Es esa luz que aparece en la oscuridad profunda. O cuando veo al sol nacer y la luna brillar. O cuando sin oír, percibo el canto de un pajarillo. Creo en los milagros, cuando esa oportunidad llega justo en el ahora, o cuando esa mano se extiende y nos presta ayuda… aun sin conocernos. Me siento sola, cuando en esa soledad me pierdo en la falta de fe, de esperanza y a veces de caridad. Sé, que esto no es lo que se pregunta. Pero lo quería decir. Me quedé pensando en la preguntas y un remolino de ideas me llegan; también por qué no decirlo el temor y la duda. El continuar o dejar todo este desorden de ideas, vivencias en el cajón del olvido. ¿Qué por qué sigo siendo católica? No lo sé. Ni siquiera sé qué es ser católica en su verdadero y amplio significado. Entonces cómo voy a afirmar que lo soy, pienso que al afirmarlo porque únicamente se me bautizó y se cumplió con algunos sacramentos, aún sin que yo los entendiera y a base de pellizcos, jalones de pelo y frases amenazadoras de parte de la catequista y de mi mamá no basta, no es para mí suficiente. De nuevo me pregunto: ¿Cómo amar a lo que nos hacen temer? Cómo disfrutar de un día de alabanza a Dios si el sermón de domingo a domingo era sólo para regañar, amenazar, pedir; amén de un evangelio explicado tan inexplicablemente aburrido, monótono y larguísimo, que lo único que deseaba era que se terminara y se callara. Pretender decir que soy católica llena de orgullo por ello sería falsa. Así, así fui creciendo con mis observaciones y creencias. Desde niña, tuve una visión diferente, estaba convencida de que si Dios nos ama no puede castigarnos con el fuego eterno y toda clase de tormentos habidos y por haber. Los domingos me negaba ir a misa, ponía mil pretextos, que desde luego no funcionaban. El sacerdote era un hombre grosero, mal educado y le gustaba humillar a quien se dejara. Cada domingo estrenaba zapatos o vestido o una bella cajita de pañuelitos que esa época se usaban para la nariz o alguna otra emergencia que se presentara. Y ni así me motivaba; hoy que los recuerdo, tal vez esos regalos eran algo motivador. Así seguía creciendo, con mis propias creencias y convicciones. Me molestaba muchísimo que el sacerdote como chiste, y creyéndose simpático, pellizcaba o jalaba las orejas a los niños que se dejaban, por miedo a faltarle el respeto o a la condenación eterna… y que las mamás lo permitieran. Esto se me hacia una total falta de respeto y agresión hacia los niños. Mi manera de pensar, era muy diferente a la de mi mamá. Esto me traía regaños y uno que otro grito de desesperación de su parte. Me costó mucho hacer la primera comunión, más de un pellizco soporté y mil lágrimas derramé, cada vez que asistía a las clases de catecismo y ya sabía con anticipación que llevaría un recado a mi mamá que debería firmarlo y enseñarlo la siguiente clase ¡Dios! Cómo me costaba aprenderme las oraciones, los mandamientos que confundía 6 con los sacramentos. Creo que si me calificaban me reprobaban, es más creo que sí lo hice… Reprobé, pero de todas maneras hice mi primera comunión, junto con mi hermano mayor y mi prima. Desde ese momento de mi primera comunión sería obligación bajo pena de arder en el infierno; comulgar cada viernes primero de mes, con la confesión obligatoria, por supuesto de nuestros “terribles pecados”, los mismos mes con mes, ejemplo: digo malas palabras, soy malcriada con mi mamá, tengo malos pensamientos, peleo, desobedecí, digo mentiras y el más temido no me gusta confesarme, y el peor, falté a misa un domingo. Este es un pecado mortal, nos decían que si moríamos sin confesión y en pecado mortal, nos ganábamos la condenación eterna. Cada primer jueves, le repetía a mi mamá la misma cantaleta igual a la de los domingos: “sí Dios está en todo lugar” para qué voy a misa y “sí Dios todo lo ve y perdona” para qué me confieso. Los resultados eran los mismos –“usted va y obedece punto y aparte”. Los domingos me llamaba la atención que muy pocos señores y señoras no estaban atentos a las palabras de padre, pues o se pasaban corrigiendo a los hijos o viendo quién entraba y salía, otros moviéndose todo el tiempo en un afán de que éste se dé cuenta y termine pronto su aburrido y repetitivo sermón. El sacerdote en el púlpito sin la menor alegría ni intención de motivarnos, es más, se veía aburrido. De regreso a la casa le decía a mi mamá que qué caso tenía ir a un lugar donde siempre se debe estar en silencio, donde no hay risas, donde todo es pecado. Y su habitual contestación “obedezca y no insista más, no sea necia”. Llega ese primer jueves y ni loca me confesaba con ese padre. Así que tenía un plan a seguir, “secreto de confesión”. Cada jueves primero de mes; mi confesión y mi confesor eran un misterio, una aventura, pero también un riesgo; hoy… así lo veo. Un sentimiento extraño se apodera de mí, quién lo diría que es hasta hoy, sesenta años después, que comprendí y amé a esa niña valerosa, que quería defender su punto de vista… hoy… lloré porque no lo sabía. Pues bien, el jueves corría, corría, corría, tenía el tiempo justo para llegar a la casa y a la iglesia, que me quedaba muchísimo más lejos que la que me quedaba cerca de mi casa. Lo que hacía la diferencia era el padre, un familiar lejano (con el hice la primera comunión) así que ya sabía mi manera de pensar y la aceptaba. Llegaba… seguro haciendo un estruendo, jadeando acalorada o mojada dependiendo del clima. Él, sentado muy en su papel, como si me esperara en el confesionario, me veía, sonreía; yo me acercaba un poco desconfiada, pero presurosa antes de que llegaran otras personas, me hincaba y sin decirle nada, él en voz muy baja me bendecía “puede ir en paz sus pecados están perdonados; de penitencia un padre nuestro, ave maría y un gloria”. Me levantaba de nuevo… tal vez me decía adiós. Quedarme a rezar la penitencia, ¡imposible! Así… que de nuevo salía como una exhalación a emprender la carrera de regreso, corría, corría y corría. Creo, que él pensaba que con solo esa carrera ya mis pecados veniales y mortales estaban perdonados de por vida. Él sería... amigo en la distancia por siempre. Así fue pasando el tiempo, pasó mi niñez, mi adolescencia y me convertiría en esposa y mamá, cada vez más y más me alejaba de la iglesia. Jamás les impuse a mis hijos la religión, ellos escogerían lo que quisieran. Sí se bautizaron y cumplieron con otros sacramentos, porque tal vez en mí era costumbre, no porque comprendiera su significado. Qué extraño, ahora comprendo tantas cosas, esa imposición, era lo que a mí me molestaba, y no quería que a mis hijos se les exigiera lo que ellos no querían. 7 Recuerdo una ocasión en que me dijeron que ya no iban ir a misa, pues asistieron un domingo y jamás regresaron, porque el sacerdote en la misa se burló de ellos diciéndoles “güerejos desabridos” y la catequista los pellizcaba. Fui a la iglesia, hablé con ellos y ya mis hijos no volvieron a ir. Viene a mi mente, como se nos inculcaba el respeto y obediencia a los mayores. No obedecerlos y respetarlos era un grave pecado. Hoy me pregunto, ¿cuántos niños y niñas se habría salvado de abuso físico, mental y espiritual de haber desobedecido a estos adultos abusivos, depredadores que existen en todas las áreas? ¡Qué abuso, alevosía y ventaja es esta obediencia a los mayores! Que se les inculca a los niños so pena de castigo. Vivíamos en un pequeño pueblo de Michoacán, hoy ciudad, hablo de hace cincuenta años. Veía con tristeza y coraje cómo no se apoyaba a las mujeres, al contrario se les exigía más de los que podían y resistían. ¿Eres mujer? Callar y obedecer lo que sea, maltratos, insultos, llenarse de hijos, sin derecho a quejarse, resignación y cumplir con la voluntad de Dios, tal parece el único camino. Pensaba… que en todos lados era igual, lo viví de niña y lo viví de mujer y nada ha cambiado, ¡qué horror! Pensar que yo, sin darme cuenta, iba por el mismo camino de resignación y aceptación. Ausente de mi propia vida. Un día decidí que me operaría, que ya tenía cinco hijos maravillosos y que yo también tenía derecho a elegir sobre mi cuerpo y mi vida; y nadie ni nada iba a intervenir. No fue fácil, pues hubo momentos en que me sentía culpable, pero lo superé. Esquivé las indirectas de religiosos y religiosas. ¿Qué pueden opinar ellos? Me decía. No permitiré que me cuestionen y no permitiré sentirme mal. Al contrario hice lo que tenía y debía hacer, en el momento preciso. Disfrutaré a mis hijos y disfrutaré de mí, de mi tiempo, de mi espacio, de mi vida… Al tiempo vi a mi amigo en la distancia, habían pasado muchos años desde la última vez. Él siempre como esperándome, adelantándose a mí. Le conté y su respuesta fue solamente: “tú como ser humano, sabes lo que decides y puedes, tanto si es físico como materialmente. Ya cumpliste con Dios y la sociedad con tus bellos y amorosos hijos”. El tiempo ha pasado, otras generaciones han llegado y he tenido que ir amoldándome y modernizándome un poquito para estar presente en la distancia con mis seres amados. Así que tengo mi cel… con mi whatsapp y mi laptop. Si yo… simple mortal me he tenido que adaptar con tropezones y victorias a estas máquinas o aparatos electrónicos que día a día, segundo a segundo va cambiando la tecnología, ¿cómo es que la iglesia no se moderniza y se queda estancada? Si hoy con mi pequeño celular, puedo comunicarme a cualquier parte del mundo; si con mi lap, puedo ver y saber lo que deseo buscar del tema que sea. Si ya hay niños, que manejan estos aparatos con tal maestría, que me quedo asombrada. Si ya hay niños, que en la televisión han visto cosas que yo no había visto en toda mi vida. Si ya no existen los tabús, ni los secretos, porque con un solo “clic” se entera uno de todo; ¿Cómo es que la iglesia no se abre a esta nueva generación, donde ya los niños parecen adultos? Observo, ¡cuántas niñas que apenas están entrando a la adolescencia ya tienen a sus espaldas la responsabilidad de un hijo! Niñas jugando a ser mujeres, he llegado a ver. Pero no es un juego, es una realidad terrible; expuestas a mil enfermedades y peligros, desinformadas y a veces empujadas por las circunstancias, sean las que sean. Cómo me gustaría, y desconozco, si la iglesia realiza talleres para niños y niñas, puesto que ya la mayoría tiene acceso a esta tecnología, para hablarles claro sobre cualquier tema y ponerlos en alerta con el apoyo de sus papás. 8 En este instante me pregunto de nuevo ¿por qué estoy contestando y participando? Quiero ser un granito de arena que juntas haremos una montaña desde donde se pueda ver un nuevo amanecer. De una iglesia flexible en un abrazo solidario, justo de aceptación y respeto mutuo, sin hipocresías. Abierta al ser humano, una iglesia sin puertas las veinticuatro horas del día, sin temor a que las roben, abierta para quien busque consuelo, sufra o sienta tal soledad que le congela la sangre. Una iglesia con puertas y ventanas abiertas llena de luz, amor, convivencia, felicidad; una iglesia con bullicio de niños riendo y corriendo; una iglesia de mujeres libres, felices para decidir. Quiero una iglesia con flores e incienso… con velas y cantos… cantos de amor llenos de esperanza y futuro de amor. Ma. Jannina 2015. 9