laicidad y democracia

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LAICIDAD Y DEMOCRACIA
Intervención Álvaro Cuesta Martínez
Secretario Federal de Política Municipal y Libertades Públicas del PSOE
23 y 24 de Junio de 2008
Organizado por la Fundación Pablo Iglesias con la colaboración de la
Secretaría Federal de Política Municipal y Libertades Públicas del PSOE
LAICIDAD Y DEMOCRACIA
Madrid, 23 de julio de 2008
Álvaro Cuesta Martínez
Presidente de la Comisión de
Justicia.
Secretario Federal de Política
Municipal y Libertades Públicas
Las Jornadas que tengo el honor de inaugurar junto con el Director de
la Fundación Pablo Iglesias y el Secretario de Estado de Justicia, se
enmarcan bajo un título especialmente sugestivo “Laicidad y Democracia”,
un binomio, desde mi punto de vista, realmente indivisible.
Con un muy interesante discurso titulado “Democracia: ¿Voluntad del
Pueblo o Voluntad de Dios?”, recibía Sartori hace dos años el Premio
Príncipe de Asturias en Oviedo. En ese discurso se hacían dos reflexiones
muy interesantes sobre la integración social y la democracia desde la
defensa de la laicidad y la denuncia de los monoteísmos teocráticos.
Sartori se preguntaba: “¿Qué es lo que hace rígida, impermeable,
una identidad cultural? ¿El factor religioso, el monoteísmo? Y respondía:
“mientras permanece la voluntad de Dios,… la democracia no penetra”…
“ese monoteísmo puede ser neutralizado y detenido -como sistema de
dominio teocrático- por la rebelión de una sociedad laica que separa la
religión de la política”.
Como he puesto de manifiesto en diversas ocasiones, el principio de
laicidad se configura como el único marco adecuado para garantizar la
convivencia democrática en condiciones de igualdad. La laicidad garantiza la
neutralidad del Estado y de sus instituciones respecto al hecho religioso y la
estricta separación entre el Estado y las confesiones religiosas. La estricta
aplicación del principio de laicidad debería conllevar, por un lado, la no
ingerencia del poder público en la autonomía de las confesiones y de las
creencias ciudadanas y, por otro, que los valores e intereses religiosos no
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pudieran erigirse en parámetros para medir la legitimidad o justicia de las
normas y actos de los poderes públicos.
En la medida en que nuestra Constitución reconoce la libertad de
conciencia -ideológica y religiosa-, la igualdad de los ciudadanos con
independencia de cuáles sean sus convicciones, y la no discriminación por
motivos de conciencia, la laicidad se configura como el marco más
adecuado para la convivencia pacífica y la integración social sobre la base
de un proyecto común de asunción de los valores constitucionales que sea
respetuoso, a su vez, con los valores que nos hacen diferentes, siempre y
cuando éstos no contradigan los primeros.
La laicidad afirma la condición de “IGUAL”, de todos los miembros de
la sociedad.
En palabras de Fernando Savater:
“La Laicidad es una determinada forma de entender la política
democrática y también una doctrina de la libertad civil consistente en
afirmar la condición igual de todos los miembros de la sociedad,
definidos exclusivamente por su capacidad similar de participar en la
formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no
políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc...) no deben ser
tomadas en consideración por el Estado”.
El compromiso del Estado, por tanto, con la libertad de los ciudadanos,
con la potenciación de conciencias libres, activas y comprometidas con el
pluralismo de ideas y creencias inherente a todo sistema democrático, exige
consolidar el principio de Laicidad como el marco común donde pueden
desarrollarse el pacto por la convivencia y los valores que integran la ética
pública: la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son
inherentes, la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político.
La Constitución española del 78 diseñó un modelo que se alejaba del
régimen confesional propio del franquismo; llamado modelo de “laicidad
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positiva” por el Tribunal Constitucional, y de promoción de la Libertad
Religiosa; y los avances en esta materia han sido muy notables en estos
años de democracia, especialmente durante los años de gobierno socialista,
pero la sombra del confesionalismo es alargada…, y no son pocos los flecos
y contradicciones que perviven en nuestro ordenamiento jurídico y en
determinadas prácticas hasta la fecha asentadas en nuestra ya madura
democracia.
Las Jornadas que hoy comienzan pretenden ser un foro abierto a la
reflexión sobre la efectividad del principio de laicidad, reflexión obligada tras
treinta años de democracia y dos menos de vigencia de la Ley Orgánica de
Libertad Religiosa.
Como ha anunciado la vicepresidenta primera del Gobierno, es hora
de abordar reformas inaplazables en nuestro ordenamiento jurídico. Los
principios constitucionales de laicidad e igualdad, no pueden seguir viéndose
resentidos por acuerdos adoptados, en buena medida, en aras al consenso
constituyente.
La ciudadanía española es cada vez más plural en lo ideológico y en
lo religioso, la secularización de la sociedad es un hecho y no cabe seguir
apelando a argumentos de índole sociológico para conceder una valoración
privilegiada y contraria al principio de igualdad, a convicciones de una
determinada índole por encima de otras, sean o no de carácter religioso. La
democracia se resiente, el pacto por la convivencia se ve amenazado.
Varias son las cuestiones que deben ser objeto de deliberación y el
objeto de estas Jornadas consiste en abordar su debate con rigor. Es
acreditada la experiencia y el conocimiento de los ponentes sobre cada uno
de los temas propuestos, por lo que en mi intervención me limitaré a poner
sobre la mesa algunas reflexiones propias sobre algunos de ellos.
Uno de los temas que más preocupa a la ciudadanía, es la campaña
orquestada por algunos representantes de la Iglesia católica y asociaciones
a ella vinculadas, contra la nueva materia de Educación para la
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Ciudadanía. Ya lo dije hace un año en otro foro, pero hoy vuelvo a
repetirlo: plantear la objeción de conciencia al seguimiento de una
asignatura integrada como obligatoria en el currículo educativo, es una
auténtica barbaridad desde una perspectiva jurídico-constitucional. Y con el
fin de justificar mi afirmación, trataré de desmontar jurídicamente los
principales presupuestos sobre los que se cimienta la reciente Sentencia del
Tribunal Superior de Justicia de Andalucía respecto de las órdenes dictadas
por la Consejería de Educación para hacer posible la impartición de una
asignatura prevista en la Ley Orgánica de Educación. Sentencia, dicho sea
de paso, que, aunque distinta de otras pronunciadas por los TSJ de
Cataluña y Asturias, ha dado alas a comportamientos contrarios al Estado
de Derecho de alguna presidenta de Comunidad Autónoma.
Rebatiré los fundamentos de la Sentencia andaluza con argumentos
extraídos exclusivamente de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos que, como es sabido, posee un carácter vinculante para
la interpretación de los derechos consagrados por nuestra Carta Magna.
A) El primero de los argumentos empleados por la Sentencia apela a
la vulneración de los derechos de libertad ideológica y religiosa (art. 16.1.
CE) de los padres y al derecho de éstos a que sus hijos reciban la
formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias
convicciones (art. 27.3 CE). Según el TSJ de Andalucía, la Ley Orgánica de
Educación y los Reales Decretos que la desarrollan emplean conceptos de
indudable trascendencia ideológica o religiosa que pueden contradecir las
convicciones paternas, lo que justificaría la objeción de conciencia a que
los menores a su cargo cursen la materia.
Para dar sustento a la citada afirmación, el TSJ de Andalucía invoca
dos recientes Sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de
29 de junio y de 9 de octubre de 2007, y realiza una interpretación
torticera y tendenciosa de sus argumentos jurídicos, los cuales, en
realidad, lo que vienen es a ratificar una jurisprudencia constante de la
Corte de Estrasburgo que se remonta al año 1976 y que afirma
precisamente lo contrario a lo sostenido por el Tribunal andaluz.
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Según el TSJ andaluz, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
reconoce el derecho de los padres a que se respete en la educación de los
hijos sus convicciones religiosas y filosóficas, y el deber del Estado de
respetar las convicciones tanto religiosas como filosóficas de los padres en
el conjunto del programa de la enseñanza pública.
Esta afirmación es incorrecta pues lo que ha hecho el Tribunal de
Estrasburgo en sus Sentencias del 2007 es reiterar su doctrina acuñada en
los casos Kjeldsen, Bush Madsen y Pedersen, de 7 de diciembre de 1976 y
Lena y Anna Angelini c. Suecia del año 1983, en los que estableció que el
respeto del derecho de los padres a adoptar la educación que consideren
más adecuada para sus hijos de conformidad con sus convicciones religiosas
o filosóficas impide toda actitud proselitista o de carácter adoctrinador
proveniente de los poderes públicos. Sin embargo, dicho deber de respeto a
las convicciones paternas no impide al Estado, en el ejercicio de sus
competencias en materia de programación general de la enseñanza,
introducir
disciplinas
o
contenidos
que
puedan
contrastar
con
las
convicciones paternas siempre y cuando la exposición de los mismos se
realice en observancia de tres requisitos: objetividad, pluralidad y
carácter crítico, requisitos, todos ellos, que ofrecen a los alumnos la
posibilidad de contrastar opiniones y de formar un espíritu crítico,
permitiendo, en suma, el libre desarrollo de su personalidad y la libre
formación de su conciencia, fin último al que se halla encomendado el
derecho a la educación del cual el menor es el único y principal titular.
En resumen, el Estado, en el ejercicio de sus competencias en
materia educativa, no se encuentra constreñido a satisfacer plenamente las
convicciones paternas, teniendo únicamente vedada la persecución de un fin
de “adoctrinamiento”.
De acuerdo con ello, de la jurisprudencia de Estrasburgo puede
extraerse que, en la medida en que el Estado considere que la introducción
de una determinada materia en los contenidos curriculares de la enseñanza
básica obligatoria responde a un interés público -el de asegurar al menor
una formación integral que contribuya al libre desarrollo de su personalidad
(artículo 27.2 Constitución Española)- y la misma sea organizada sobre la
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base de los requisitos de objetividad, pluralismo y carácter crítico, el
derecho
educativo
de
los
padres
no
puede
verse
conculcado
sino
meramente limitado en aras a la satisfacción del derecho fundamental
prevalente.
Con la introducción en el currículo básico obligatorio de la Educación
para la Ciudadanía y los Derechos Humanos el legislador no hace sino
introducir una materia que pretende coadyuvar a la transmisión de aquellos
valores
que
favorecen
el
ejercicio
de
la
ciudadanía
democrática,
responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la formación de
conciencias libres y la consiguiente constitución de sociedades avanzadas,
dinámicas y justas.
Además, afirmar que la nueva materia va a ser utilizada como un
instrumento de adoctrinamiento por parte de los poderes públicos lleva
implícito un ataque frontal a la objetividad y a la libertad de cátedra de
todos los profesores de Filosofía y Ciencias Sociales de este país, que van a
ser los encargados de impartir los contenidos de la nueva materia. Los
cuales, según se deduce de la postura defendida por los sectores
conservadores de nuestra sociedad, corren el riesgo de renunciar a su
profesionalidad para quedar abducidos por el código ético del Gobierno.
B) En segundo lugar, la sentencia afirma: “Podemos concluir que, en
el ordenamiento español, la Ley puede regular el derecho a la objeción de
conciencia, pero la falta de regulación, de reconocimiento legislativo no
puede
impedir
su
ejercicio
cuando
están
en
juego
derechos
fundamentales”. Esta argumentación, apoyada nuevamente sobre una
interpretación tendenciosa y errónea de la jurisprudencia de nuestro
Tribunal Constitucional, choca frontalmente con lo sostenido por las voces
más acreditadas del constitucionalismo de este país.
Existe,
obediencia
por
al
imperativo
Derecho
constitucionalmente
constitucional,
válidamente
admisible
frente
un
genérico
producido
a
y
la
eventuales
deber
de
respuesta
normas
inconstitucionales no es, en ningún caso, la objeción de conciencia
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individual, sino la utilización de los procedimientos de invalidación
previstos por el ordenamiento –recurso y cuestión de inconstitucionalidad,
en este caso-. No es constitucionalmente admisible afirmar que las
personas tienen derecho a formular objeción de conciencia frente a
cualquier deber público que le resulte moralmente inadmisible.
Hay pues, desde mi punto de vista, una confusión entre objeción e
insumisión.
En este sentido, algún miembro de la doctrina ha llegado ha sostener
que el TSJ de Andalucía, al saltar por encima de la interpretación que las
Cortes Generales han hecho de la Constitución en la Ley Orgánica de
Educación
y
al
admitir
la
objeción
de
conciencia
sin
elevar
la
correspondiente cuestión de inconstitucionalidad sobre la mencionada ley
ante el intérprete supremo de la Constitución, está cometiendo un delito
de
prevaricación,
pues
es
imposible
que
desconozca
cuál
es
el
procedimiento constitucionalmente correcto.
El segundo de los temas sobre el que me gustaría realizar alguna
observación es el relativo a la eliminación de los símbolos religiosos
del conjunto de las prácticas legales, institucionales y sociales de
nuestro país. Como es bien sabido, el debate social y político está abierto
en torno a cuestiones tales como la utilización de fórmulas religiosas en
determinados juramentos exigidos para el acceso a la función pública; la
participación de las Administraciones públicas en entidades dependientes de
las confesiones religiosas, como la participación del Cuerpo Nacional de
Policía en Cofradías religiosas católicas en calidad de Hermano mayor; o la
celebración de funerales de Estado. Cabe plantearse, a este respecto, si este
tipo de prácticas es compatible con el principio de laicidad.
En
mi
opinión,
las
respuestas
que
encontremos
deben
ser
proporcionales al grado o, mejor, al tipo de implicación de las autoridades
públicas en actos dotados de cierta religiosidad. No es lo mismo la
participación de las autoridades locales en determinadas procesiones, que
puede estar justificada por razones culturales, que dotar de contenido
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religioso a las ceremonias de Estado, práctica que no tiene encaje alguno en
nuestro marco constitucional. Y a este respecto deberíamos reflexionar, y a
ello dedicamos estas Jornadas, acerca de cuál es la manera más adecuada
para acabar con todo aquello que implique una confusión entre funciones
públicas y religiosas.
Por otro lado quiero hacer una breve referencia a una de las iniciativas
más importantes que el Gobierno se ha propuesto acometer en la presente
legislatura: la reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa del año
1980, ya anunciada por la Vicepresidenta primera del Gobierno. La finalidad
de esta reforma no debe ser otra que la de adaptar la legislación vigente a la
realidad social del momento, realidad que requiere el reforzamiento y la
reafirmación del principio de laicidad constitucional. En su comparecencia ante
la Comisión de Asuntos Constitucionales del Congreso de los Diputados, la
Vicepresidenta anunció que nos proponemos revisar la Ley Orgánica de
Libertad Religiosa para adecuarla a las nuevas circunstancias y al pluralismo
religioso que caracteriza a la España de hoy; una ley que, sin olvidar las
peculiaridades de la libertad religiosa, sea también expresión del Derecho
Común de Libertad de Conciencia.
Sobre esta cuestión me gustaría señalar que la reforma de la Ley
Orgánica de Libertad Religiosa que se lleve a cabo debería conducirnos, en
todo caso, a la aprobación definitiva de en una auténtica “Ley de Libertad
de Conciencia o de Convicción” (Derecho Común de la Libertad de
Convicción), que garantice que todas las manifestaciones de la libertad
ideológica o de creencias de los individuos obtengan una misma atención y
protección por parte de los poderes públicos.
Por último, y de manera telegráfica, me gustaría hacer seis últimas
precisiones:
1. El PP, tras su Congreso de maquillaje, y su decimosexto intento de
“viaje al centro”, sigue anclado en un “integrismo” confesional y en lo
que en Madrid se podría denominar REGIONALCATOLICISMO.
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Me explicaré:
En Madrid se apuesta por la Enseñanza Privada Concertada (el 80%
es confesional) y no por la Escuela Pública.
En Madrid se adoctrina a los profesores de Educación para la
Ciudadanía para negarles la “libertad de cátedra” y exigirles que
adulteren, censuren y dejen de impartir el programa de la asignatura
Educación para la Ciudadanía.
La Comunidad Autónoma de Madrid quiere convertir la EpC en clase
de religión, y la Comunidad Autónoma Valenciana, en clase de inglés.
Unos plantean la conjura de la objeción, de la DESOBEDIENCIA CIVIL
y otros la del Fraude de Ley, adulterando los contenidos y
estableciendo LA CENSURA.
En el Congreso del PP del fin de semana se llega a definir la
Educación para la Ciudadanía de la forma siguiente:….“Peligroso
instrumento de adoctrinamiento y de manipulación ideológica
incompatible con la exigencia de un Estado Democrático”.
El PP defiende la objeción INSUMISA y sigue anclado en la antigua
liturgia ¡“de espaldas”!.
2. La ofensiva confesional contra la Educación para la Ciudadanía
acorrala a los poderes públicos.
La libertad de conciencia, la no confesionalidad y la laicidad quedarán
heridas de muerte sino se defiende la asignatura Educación para la
Ciudadanía.
La pugna entre el Estado confesional o laico se juega en el tablero de
la EDUCACIÓN PÚBLICA y con la Educación para la Ciudadanía.
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Es preciso defender el mínimo ético constitucional y los cimientos de
la convivencia del futuro.
Es fundamental una ACTITUD ACTIVA de las autoridades públicas en
defensa de la EDUCACIÓN PÚBLICA y de la Educación para la
ciudadanía.
3. El modelo confesional conspira contra la mujer y contra la igualdad
entre hombres y mujeres.
Sin la cultura y los valores de la laicidad, el objetivo de IGUALDAD
queda MUTILADO.
IGUALDAD Y LAICIDAD VAN DE LA MANO.
La apuesta por la IGUALDAD no tendrá crédito o credibilidad,
sino se pone el mismo énfasis en defender la laicidad.
La Ley Integral de Igualdad y el desarrollo de la Ley de Igualdad es
indisociable de laicidad.
4. En la asignación Tributaria a la Iglesia Católica ha habido avances:
Pero…. La terminología o el concepto de “APORTACIÓN DEL ESTADO
AL SOSTENIMIENTO DE LA IGLESIA CATÓLICA”, no me parece
correcta.
El 0’7 que recibe la Conferencia Episcopal no puede describirse o
fundarse en expresiones como “APORTACIÓN del Estado para el
SOSTENIMIENTO….”. Eso es tanto como un sistema “dotacional”.
Esa terminología es la misma de la vieja “RETRIBUCIÓN de culto y
clero” y es preconstitucional.
El que un Estado aporte para el sostenimiento de una confesión, lo
convierte en confesional, es tanto como decir que “TODOS ESTAMOS
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OBLIGADOS A CONTRIBUIR AL SOSTENIMIENTO DE LA IGLESIA
CATÓLICA”. Se diga como se diga.
TODOS CONTRIBUIMOS AL SOSTENIMIENTO DE LA CONFERENCIA
EPISCOPAL, y digo Conferencia Episcopal, pues lo que se paga con el
0’7 no es Obra Social de la Iglesia.
Yo respeto a las Hermanas de la Caridad y su trabajo: las admiro.
Pero no están en la Agenda de Rouco.
5. SOBRE LOS COMITÉS DE ÉTICA ASISTENCIAL, Una cosa es la
asistencia religiosa a los pacientes y otra, la participación de los
“ministros” de las religiones en las decisiones médicas sobre los
cuidados paliativos.
6. Cuando algunos prelados exigen la intervención del Estado contra lo
que consideran “ofensas” y “agravios” o “irreverencias”, ¿qué
defienden?
¿Quieren que el papel del Estado se convierta en un guarda jurado de
una gran superficie, en un gendarme, en la “espada justiciera”?
Yo creo que la mayoría de los católicos tienen un gran sentido de la
convivencia en libertad, son generosos, no son excluyentes, y no
arrojan a nadie a la hoguera. En suma, son mucho más fraternales
que los sectores ultras de la Conferencia Episcopal.
La
Comunidad
cristiana
no
está
representada
por
la
Conferencia Episcopal.
No existe un conflicto con la Iglesia Católica.
Existe una actitud extrema de agresión de la Jerarquía Católica contra
el Gobierno legítimo de España y contra el Parlamento.
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A la Conferencia Episcopal española hay que decirle alto y claro que
las Leyes de un Parlamento Democrático ni disuelven la
democracia ni retroceden en los Derechos Humanos.
En suma, considero que en España es necesario ganar más espacios
de Laicidad. Con diálogo y prudencia, pero teniendo claro que tarde o
temprano hay que reformular la relación con la Santa Sede y los
Convenios, porque son piezas que contradicen nuestro sistema
constitucional y generan conflictos innecesarios.
No me queda más que agradecer a la Fundación Pablo Iglesias y al
Director de este Seminario, así como a todos los ponentes que en él van a
intervenir, su desinteresada participación en unas Jornadas para la reflexión
en torno a una cuestión, la de la laicidad, cuyo fortalecimiento se hace
ineludible para seguir avanzando en la garantía, protección y ampliación de
derechos y libertades ciudadanos.
Nada más y muchas gracias.
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