75 años después de la noche de los cristales rotos sigue habiendo

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75 AÑOS DESPUÉS DE LA NOCHE DE LOS CRISTALES
ROTOS SIGUE HABIENDO CRISTALES ROTOS
Hace 75 años, durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 y con el pretexto del asesinato
de un diplomático alemán en París a manos de un judío polaco desesperado, Goebbels organizó un
pogromo “espontáneo” por toda Alemania. La explosión de
violencia, que horrorizó al mundo, incluyendo a buena parte de los
alemanes que habían votado a Hitler, fue un aquelarre de destrozos,
agresiones y asesinatos que dejó un saldo de más de un centenar de
judíos asesinados, muchos otros heridos, 30.000 más detenidos y
deportados, amén de una interminable lista de destrozos, que
abarcaban sinagogas, comercios y hogares judíos. Para mayor
escarnio, los judíos fueron obligados a pagar con posterioridad una multa millonaria por los
incidentes. El mundo no reaccionó más que con palabras indignadas. Hitler tomó buena cuenta de
ellas y, para evitar soliviantar a la opinión pública
internacional y sobre todo a sus votantes más
moderados, ordenó mantener las formas en adelante
y procurar no golpear delante de testigos. Sólo
cuatro años más tarde, las juderías de toda Europa
desparecían una tras otra en científicos exterminios.
La Agencia Europea de Derechos Fundamentales
(FRA), organismo dependiente de la Unión
Europea, presenta hoy 8 de noviembre, víspera del 75 aniversario de la Kristallnacht, su informe
sobre experiencias y percepciones de los judíos europeos sobre el antisemitismo, la
discriminación y los crímenes de odio. Es decir, ¿qué piensan los judíos europeos acerca del nivel
de antisemitismo que les toca padecer? Tras entrevistar a cerca de 6.000 judíos de 8 países europeos
que cubren el 90% de la población judía europea, las conclusiones son descorazonadoras: tres
cuartos de los entrevistados consideran que el antisemitismo se ha incrementado durante los últimos
cinco años. El informe concluye que «la Unión Europea afronta todavía serios retos en forma de
creciente racismo, discriminación y antisemitismo».
http://fra.europa.eu/en/event/2013/fra-present-its-survey-jewish-peoples-experiences-andperceptions-hate-crime
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Si a ello se añaden otros prestigiosos informes recientes, como el de 2011 de la Fundación Ebert
sobre Intolerancia, Prejuicio y Discriminación en Europa (que estima que unos 150 millones de
europeos
albergan
algún
tipo
de
prejuicio
antisemita:
http://www.uni-
bielefeld.de/ikg/IntolerancePrejudice.pdf) o el de 2012 de ADL (Anti Defamation League, que
marca
niveles
altísimos
de
antisemitismo
en
varios
países,
entre
ellos
España:
http://archive.adl.org/Anti_semitism/adl_anti-semitism_presentation_february_2012.pdf),
se
impone una afirmación: el antisemitismo goza de una pervivencia incomprensible en la Europa del
siglo XXI, habida cuenta de que la visibilidad de los judíos se ha reducido al mínimo como nunca
en su historia (sólo queda un 15%, apenas un millón y medio en
todo el territorio europeo, de los que había en 1933).
Expresados de una u otra forma, aquí los tenemos de nuevo, los
más rancios prejuicios antisemitas, que se levantan incansables de
sus tumbas como apestosos zombies: la conspiración judía (“Los
judíos tienen demasiado poder o influencia”), la usura y el
ventajismo (“Los judíos sacan partido de su papel de víctimas
durante la era nazi”, “Los judíos hablan demasiado de lo que les
sucedió durante el Holocausto”), la deslealtad (“Los judíos no se
preocupan sino de sí mismos”, “Los judíos son más leales a Israel
que a su propio país”), y ahora también, la demonización del estado
de Israel, acusándole de racista, nazi o genocida. Todos los anteriores tópicos son los que se
preguntan en las encuestas e informes periódicos que se realizan. Más de la mitad de algunas
poblaciones (por ejemplo, España, que se halla en esta infame ránking nada menos que en segunda
posición europea, según las últimas encuestas) responden afirmativamente a algunas de ellas. Otras
(Alemania, Francia), de manera igual de preocupante, alcanzan porcentajes que en cualquier caso
superan el 20%. Pero en todas ellas los porcentajes no dejan de crecer pese a todas las medidas
―tampoco muchas― que se les dedican para combatirlos.
Algunas datos añaden todavía más sombras a este
panorama: las encuestas señalan que el prejuicio se
incrementa entre los más jóvenes y no sólo ya entre los
mayores como era tradicional; que afecta a todos los estratos
sociales (de los más educados a los menos) y que se extiende
por todo el espectro ideológico, desde la extrema derecha a la extrema izquierda.
Es evidente que, pese a todo el esfuerzo educativo, a las leyes antinegacionistas y a la popularidad
de Schindler y Ana Frank, algo está fallando en el terreno de la prevención. Si, como decía Sartre,
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el antisemita es un cobarde que tiene miedo, de sí mismo, del mundo, de todo menos del judío que
le sirve de pantalla, está claro que Europa se halla cada vez más asustada. Como los monos
aulladores, que disparan sus excrementos ante una situación de amenaza, el antisemita utiliza los
detritos de sus miedos como arma arrojadiza.
Javier Quevedo
Noviembre 2013
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