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EL CAMPO DE LA MODERNIZACIÓN
Lic. Tomás Palmisano1.
Introducción
Las ideas de la modernidad y, más específicamente, la de progreso tuvieron y tienen un
importante lugar en las producciones discursivas de las elites y sus intelectuales. Su
aplicación ha servido tanto para beneficiar y promover ciertos procesos y agentes
sociales como para desvalorizar y justificar la exclusión de otros. Así lo prueban los
grupos adjetivales moderno-atrasado o tradicional; progresivo-retardatario; de puntaobsoleto; salvaje-bárbaro-civilizado; etc. Pareciera subyacer en ellos el conflicto entre
lo que fue y será, o mejor dicho entre aquello que se cree como avanzado y lo que
afortunadamente ya forma parte de un capítulo más de esa interminable carrera que es el
desarrollo o el progreso2. Este trabajo intentará mostrar las configuraciones de estos
procesos discursivos, e inevitablemente sociales, en un período muy particular de la
historia argentina: la segunda mitad del siglo XIX; y en ciertas obras literarias (y no por
ello de menor carácter político) escritas por esos años. Asimismo, acuno la esperanza de
que este análisis sirva para pensar el papel de las ideas en el marco de la afamada
dicotomía campo-ciudad y sus consecuencias sociales, no solo en aquellas remotas
décadas sino también en la Argentina contemporánea.
Acaso al releer clásicos argentinos del siglo XIX tan dispares como el Facundo
de Domingo F. Sarmiento y el Martín Fierro de José Hernández lo primero que se hace
evidente son las opiniones opuestas frente al personaje central de ambos relatos: el
gaucho. Sin embargo esta ponencia antes que rupturas busca continuidades y considero
que es en la idea de modernidad o progreso donde se pueden hallar. Si Sarmiento quería
desterrar al gaucho y reemplazarlo por inmigrantes "cultos", no es menos cierta la
crítica denodada de José Hernández tanto a los pampas y su modo de vida, como al
Estado bárbaro, argumentos que servirían como respaldo "literal” y literario a la
Conquista del desierto que Julio A. Roca estaba planeando en esos años. Pero no es
bueno adelantarse en el relato y las conclusiones por lo que, dejando de lado por un
momento al Martín Fierro, comenzaremos a desandar los argumentos del afamado
maestro sanjuanino.
Sarmiento o la barbarización del gaucho
En primer lugar, parece importante realizar una salvedad. Aunque el siguiente
desarrollo hará críticas al Facundo, es necesario reconocer que sería un anacronismo
“castigar” al autor por sus afirmaciones positivistas. Sin embargo, si bien no es tarea
fácil escapar del lugar y tiempo al que cada autor pertenece, el pensamiento crítico
siempre es posible. Por lo tanto, las observaciones rondarán en torno a la utilidad
discursiva del antagonismo civilización-barbarie y sobre las consecuencias que el autor
deriva del pensamiento positivista tan en boga por su época. Asimismo, habrá que tener
en cuenta que el Facundo es un libro de destierro, escrito por un intelectual que se ve
desplazado de la escena pública para refugiarse tras las fronteras. La pasión en el texto
1
Estudiante de la maestría en Investigación en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (UBA),
integrante del Grupo de Estudios Rurales, Instituto de Investigación Gino Germani. UBA. Dirección de
correo electrónico [email protected]
2
Es importante hacer una salvedad con respecto al concepto de desarrollo pues el mismo no adquirió relevancia hasta
mediados del siglo XX (Esteva: 2000). Es por ello que no encajaría con el análisis hecho en los primeros apartados
del ensayo pero será retomado hacia finales del mismo.
puede entenderse a partir del encierro generado por el exilio sin retorno inmediato y el
odio hacia sus lejanos y ausentes carceleros.
Si bien Facundo parecería ser una biografía del famoso caudillo riojano Juan
Facundo Quiroga (1788-1835), ya su subtítulo, Civilización y Barbarie en las pampas
argentinas, nos adelanta que las intenciones van más allá. De hecho la primera parte del
texto está dedicada a la descripción de la Argentina de la primera mitad del siglo XIX.
En ella se habla de sus particularidades geográficas, sus potencialidades económicas, de
los habitantes que rondan la campaña y moran en las ciudades de la insipiente nación. El
relato se asemeja a un proceso por medio del cual una compleja y amalgamada sociedad
es taxonomizada y reordenada en dos componentes principales: civilización y barbarie.
La una encarnada en el adelanto, la dirección hacia el progreso, la ciudad, la educación
formal y el modo de vida europeo; la otra en el atraso, lo retrógrado y la permanencia en
un incómodo statu quo. Estos significantes incluyen sistemas de gobierno, creencias,
culturas, intereses y diversas condiciones de vida.
Más allá de la indisimulable admiración por ciertas cualidades físicas e
“instintivas” de algunos personajes como el rastreador o el baquiano, Sarmiento es
contundente en su crítica a la barbarie, principalmente en su forma gubernamental o
pública. El gobierno en manos del gaucho embiste, como lo caracterizó Martínez
Estrada, la forma de una organización fraudulenta, acosada por los vicios del octavo
círculo del Infierno del Dante (Martínez Estrada: 1969, 111): hipocresía, robo,
escándalos, cisma, herejía, falsedad y traición. Estos defectos exacerban más aún los
ánimos del sanjuanino en cuanto su origen es un pueblo europeo y civilizado (la España
imperial), el cual corrompido por el ambiente y el mestizaje con la habitantes
autóctonos y africanos había sucumbido en la ociosidad. En este sentido, Sarmiento
lleva la génesis de la dicotomía civilización-barbarie hacia los tiempos anteriores a la
revolución de 1810. Desde su punto de vista, estos acontecimientos políticos nacidos en
las ciudades desencadenaron la lucha interna que “culminó” con el gobierno de la
barbarie asentado sobre una autoridad férrea, casi monárquica o despótica que acalla la
libertad y la responsabilidad de poder impulsada por los intelectuales de la revolución.
“Las ciudades triunfan de los españoles, y las campañas de las ciudades” (Sarmiento:
1955, 61).
Es una obviedad decir que Sarmiento se ubicaba dentro de lo civilizado, desde
donde se protegía y daba batalla por medio de sus símbolos: los libros, el frac, el
cálculo, la ciudad y el orden. La negación frente al modo de vida rural se correspondía
con una construcción de extrema simplificación encandilada con respecto a las
potencias extranjeras. Estados Unidos, Francia e Inglaterra devenían en modelo
perfecto, en paradigma del progreso y las luces. He aquí la idea constantemente
repetida a lo largo de la historia argentina según la cual la importación de los elementos
tangibles de la civilización, el progreso o el desarrollo mejora directamente nuestra
forma de vida. La tecnología, principalmente, se presenta neutral y abstraída de sus
condiciones de producción y consecuencias sociales. Este mecanismo invisibiliza los
procesos de exclusión desplegados en la historia de los países civilizados tanto en sus
territorios como fuera de ellos. El poderío militar, el desarrollo económico, comercial y
tecnológico son la contracara de la explotación fabril de niños y mujeres, la dislocación
de las familias rurales por los procesos de cercamiento y su traumático reasentamiento
en las periferias rurales, entre otras consecuencias que desde el siglo XVIII adquirieron
el nombre de la “Cuestión Social”.
Además, este argumento tiende a olvidar vínculo entre la situación de las
potencias de la revolución industrial y el despojo sistemático al que eran sometidos las
regiones consideradas como periféricas. Esta modernidad garante del progreso, tiene
como correlato la construcción de la hegemonía cultural, económica, social e incluso
epistémica de Europa por sobre otros mundos de vida alternos. La consolidación de lo
que dio en llamarse capitalismo necesitó de la constante incorporación de tierras al
mercado internacional. En el caso de Argentina, hacia los albores del siglo XIX la
práctica de la vaquería (arreo y cacería masiva de ganado vacuno cimarrón para extraer,
principalmente, el cuero) estaba agotada por lo que fue necesario comenzar con el
proceso de privatización y explotación de la tierra, el cual Karl Marx consideraría como
un hito de la acumulación originaria. Esto desencadenó la paulatina destrucción de
formas locales de apropiación del territorio que eran incompatibles; el gaucho pasó a
trabajar de manera efectiva o esporádica a las estancias y las poblaciones originarias
tras la frontera del Río Salado (actual provincia de Buenos Aires) comenzaron a sufrir
desplazamientos hacia el sur.
Más allá de la lucha entre la civilización citadina y la barbarie rural, Sarmiento
dedica pocas líneas a este personaje central del contexto socio-poolítico del siglo XIX:
los pueblos originarios. Como hemos visto, la dicotomía civilización-barbarie excluía
de plano a las naciones pampas, como se las solía llamar, las cuales compartían el status
con las fieras que asechaban a los transeúntes de la interminable llanura. Según el autor,
su “ociosidad” no puede quebrarse ni siquiera con la más justa compulsión, por lo que
la consolidación de una cultura del esfuerzo se mostraba imposible. Luego de estos
comentarios solo se oye el silencio de Sarmiento sobre este tema; los nativos se
presentan peores que los gauchos, son salvajes.
Sin embargo, estos protagonistas ausentes de las pampas vagan libres por una
dimensión espacial que existe en cuanto extensión física y geográfica, pero que
semánticamente prohíbe toda presencia de seres humanos: el desierto. Pareciera que,
tanto por certeza etimológica como por sospecha política, la palabra resume por
completo el proceso de exclusión. El de-sierto sería ese lugar privado de todo ser, sin
más vida que la de los verdes pastos que llenaban la vista de quien buscaba el horizonte
y de las bestias que desde allí asechaban. He ahí el espectáculo solemne, grandioso,
inconmensurable, pero sobre todo callado, con una total ausencia de voces y una
infinidad de ruidos. La lucha por la civilización, el progreso y la modernidad reduce a
los diferentes a la inexistencia y los “bestializa” para convertir las vidas humanas en
entidades prescindibles. Se pone en funcionamiento de esta manera lo que algunos
autores denominan como colonización del ser, la cual no es otra cosa que “generar la
idea de que ciertos pueblos no forman parte de la historia, de que no son seres”
(Mignolo: 2005, 30). En resumen, sería interesante ampliar el par civilización y barbarie
con un componente más, el salvaje. De esta manera se completan las etapas del proceso
evolutivo que Sarmiento esboza: en primer lugar está el ser devenido en modelo de
progreso y modernidad: un hombre civilizado, citadino, educado formalmente y amante
de la cultura y los gustos europeos. Luego la traba y el enemigo de la modernización
encarnado en el gaucho, un bárbaro mal entretenido que se pasa el día sobre su caballo
sin más ocupación que satisfacer sus impulsos naturales. Finalmente, en la figura del
pampa encontramos al gran ausente, aquel a quien se le ha negado la capacidad de ser,
los salvajes que “aguardan las noches de luna para caer, cual enjambres de hienas, sobre
los ganados que pacen en los campos y sobre la indefensa población” (Sarmiento: 1955,
22).
Hernández o la re/deconstrucción del desierto
El texto que tradicionalmente conocemos como Martín Fierro engloba dos poemas (El
gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro) publicados con siete años de
diferencia, 1872 el primero y 1879 el segundo. Si bien en sus orígenes, y mientras vivió
José Hernández, ambas obras fueron consideradas independientes la tradición y ciertos
recursos editoriales las emparejaron hacia fines del siglo XIX. Estos detalles son
importantes a tener en cuenta pues el tiempo que separa los textos coincide con la
preparación y los albores de un importante episodio histórico que deja huellas
imborrables en la región sur de América Latina: La campaña o conquista del desierto.
De hecho, La vuelta de Martín Fierro se encuentra bastante influenciada por esta
avanzada militar sobre territorios controlados por diversos pueblos originarios, entre los
cuales figuran ranqueles, mapuches, boroganos, tehuelches, que el hombre blanco
homogenizará bajo el nombre de “pampas”. Como veremos más adelante, hay
numerosos vestigios que anticipan los resultados políticos y militares de la Conquista.
Sin embargo, Hernández tiene como principal objetivo de la obra presentar su
imagen del gaucho, contando no solo sus trabajos y forma de vida sino también “todos
los abusos y todas las desgracias de que es víctima esa clase desheredada de nuestro
país” (Hernández: [1872] 2008, 11 y 12). Como recurso hay una constante idealización
del pasado completamente dislocado frente a una nueva organización local que lo
aniquila. El poema puede pensarse como una tardía respuesta frente a las acusaciones
que Sarmiento desarrolló en su Facundo e incluso hace eco de la extendida dicotomía
campo-ciudad (Hernández: 2008, 96 y 97).
Como parte de la defensa del mundo rural el personaje describe positivamente su
vida anterior a las penurias en la frontera; Martín Fierro disfruta de su rancho, una
familia y un sistema de trabajo que le permite una relativa libertad. Una lectura atenta
nos permite recomponer la idea de las condiciones de vida de un sector social bastante
extendido que goza de ciertas comodidades. Al contrario de la idea dominante, Martín
Fierro parecería integrar una población cuya vida económica gira en torno al auto
consumo, pero con una situación cercana a un sector social medio. Al relatar las
penurias de su familia tras su forzada ausencia del pago el personaje afirma: “Después
me contó un vecino / que el campo se lo pidieron / La hacienda se la vendieron / pa
pagar arrendamientos...” (Hernández: 2008, 46). Podríamos arriesgar que la imagen
creada por Hernández amalgama la vida errante del gaucho con un arrendatario de
cierto capital para mantener su familia produciendo en tierra arrendada de límites
difusos y trabajando para otros en importantes encuentros económicos y sociales que
marcaban su vida. La yerra (actividad en la cual se marcan las crías orejanas de vacunos
y equinos) era el ejemplo más cabal de estos procesos.
Contra este idílico escenario se erige una serie de sucesos que destruyen la vida
de Martín Fierro. La expansión progresiva-progresista de la frontera hacia territorios
controlados por los “pampas” hizo necesario un continúo proceso de leva forzosa que
arrojaba a miles de personas a los fortines en condiciones muy precarias. El cambio
rotundo no solo produce la pérdida de su modo de vida tradicional sino también la
destrucción de los lazos comunitarios. Asimismo, se muestra una importante socavación
de la legitimidad del Estado o el Gobierno en tanto la utilización de sus estructuras para
satisfacer los deseos de ciertas autoridades se hace impunemente evidente. Más aun
cuando el personaje comprueba en carne propia la falsedad de las promesas de relevo,
sueldo o mejoría en las condiciones de vida. En resumidas cuentas quienes corrieron la
suerte de Martín Fierro se convirtieron en la mano de obra barata para la puesta en
producción de los campos recientemente apropiados cuya defensa requería de cierta
estructura militar. Así, “los milicos se hacen piones, / y andan por las poblaciones /
emprestaos pa trabajar / los rejuntan pa peliar / cuando entran Indios ladrones”
(Hernández: 2008, 39).
La ley de vagos fue el instrumento normativo que permitió esta reubicación
masiva de personas y la posibilidad de ponerlas a trabajar para el Estado u obligarlas a
someterse a una relación salarial que les aportara la papeleta que los eximía de los
castigos del fortín de frontera. Fue un claro proceso de disciplinamiento que junto con la
continua delimitación de la propiedad de la tierra permitió la desaparición de los
gauchos. El final de La vuelta de Martín Fierro puede pensarse como una clara
metáfora de esto. Cuando el personaje principal, sus hijos y Picardía (el hijo del Cruz,
amigo y compañero de Martín Fierro) se retiran hacia el campo, resuelven enterrar su
pasado y casi como rúbrica del cruel proceso de disciplinamiento cambian sus nombres
“para poder trabajar en paz” (Borges: 2005, 91).
Podría decirse que el poema retrata la tragedia y los medios del progreso para
con la población blanca. Sin embargo, y a diferencia del Facundo, Hernández ocupa
importantes y numerosos versos para tratar el tema del indio. Replicando la idea de
desierto a través del cielo y el horizonte en el inmenso campo verde sostiene la noción
del vacío tras la frontera, a la vez que considera inmediatamente la necesidad de gente
para defender todo nuevo avance sobre él. Ahora bien, si aquellos eran campos baldíos
¿por qué era necesario llevar soldados? La respuesta es clara, ese desierto que para
Sarmiento sólo alojaba animales, bestias y salvajes en realidad es habitado por el
pampa. Es en este punto donde la idea de continuidad del relato entre ambas obras toma
consistencia en tanto la cualidad bárbara asignada por Sarmiento al gaucho es
desplazada hacia el habitante originario cerrando el círculo de exclusión.
Si recordamos los datos del contexto histórico de producción del poema, este
tema adquiere mayor relevancia aún. Teniendo en cuenta que toda la década de 1870
estuvo signada por las continuas avanzadas hacia los territorios controlados por los
“pampas”, la imagen que el Martín Fierro construye de estos pueblos ayuda a justificar
la destrucción de los mismos. Principalmente porque el relato en primera persona y la
experiencia de “primera mano” de Martín Fierro, en cuanto encarnación del gaucho, se
convierten en irrefutables. La barbarización de estos pueblos originarios es mostrada en
la vida diaria que debe compartir este gaucho y su amigo Cruz durante los cincos años
que dura su exilio en las tolderías.
Al igual que en el caso de Sarmiento con el gaucho, es inevitable que Hernández
le conceda una serie cualidades al personaje antes de desprestigiarlo. Así resalta la
paciencia y la ternura con que los “pampas” tratan a sus caballos a igual que su ligereza;
la destreza en el manejo de las armas; la igualdad que impera como criterio de justicia al
repartirse los botines producto de los malones; la laboriosidad de sus mujeres. Como
contrapartida, su modo de vida se presenta completamente ajeno y cruel, su única
ocupación es el robo. Cuando están inactivos son dormilones y no existe en ellos el
sentido de progreso en tanto “Es tenaz en su barbarie, / no esperen verlo cambiar, / el
deseo de mejorar / en su rudeza no cabe / el bárbaro solo sabe / emborracharse y peliar”
(Hernández: 2008, 113). No solo son sucios sino que desconocen la cultura del esfuerzo
y obligan a sus mujeres a hacer el trabajo pesado. Este carácter beligerante y desdeñable
lo convierte en un ocupante incómodo e inútil de un territorio que necesita ser
incorporado a la moderna producción capitalista, a la vez que justifica la manutención
de grandes ejércitos y el ascenso social de los oficiales victoriosos. La Campaña del
Desierto asentó la propiedad sobre los “incuestionables” fundamentos del heroísmo y la
sangre derramada en pos de la construcción de un Estado-Nación.
Justamente la palabra que más se reitera para describirlos es bárbaros, el mismo
adjetivo con que las elites citadinas e ilustradas calificaban al gaucho. La vuelta de
Martín Fierro habla incluso del exterminio, relatando la dispersión de las tribus, la
captura de los caciques y la muerte sus comunidades y guerreros. Esta segunda parte se
publicó en 1879 casi simultáneamente a la avanzada final de la Campaña del Desierto
por lo que seguramente Hernández al igual que gran parte de la sociedad estarían al
tanto de ello. Justamente el reposicionamiento del enemigo bárbaro que plantea El
Martín Fierro desde el gaucho, casi extinto por el cambio en su entorno de vida, hacia
el “pampa”, en activo proceso exterminio, fue por demás funcional a la consolidación
del Estado-Nación otorgando la posibilidad que el progreso fuera regado con la sangre
de aquellos que no tienen voz. Efectivamente y a pesar que el poema tiene varios versos
dedicados a la vida en la toldería nunca le es asignada la facultad de habla a los
habitantes de los pueblos originarios, solo se ponen en sus bocas gritos desarticulados y
repetidos mecánicamente.
Reflexiones finales
Quizá a lo largo de las anteriores líneas no puedan encontrarse demasiadas novedades,
sin embargo a veces es necesario repetir hasta el hartazgo aquello que por conocido es
naturalizado.
Acaso sea indispensable repetirlo porque muchos pueblos o miembros de
comunidades nativas son calificados y atacados con las mismas características y
argumentos que Martín Fierro usa, aun cuando más de un siglo ha pasado ya. En
realidad ese tiempo transcurrido no hizo más que reforzar la opresión. Los adjetivos son
los mismos aun cuando la figura del Otro a quien se aplican es reconstruida y
redefinida. Al parecer la estrategia “natural” es justificar la posibilidad de exclusión
inferiorizando a aquellos sujetos cuya identidad quedará, en el mejor de los casos,
cercenada o imposibilitada cuando no completamente destruida y negada. Esto es
claramente visible en la continuidad del relato entre El Martín Fierro y Facundo; el
status barbárico no pasa solo en términos nominales sino también con su contenido. El
bárbaro es holgazán, sucio, improductivo, imperfectible, en resumidas cuentas es lo
antimoderno, el obstáculo al progreso.
Así se reproduce la falsa teleología de la historia del desarrollo y el progreso,
donde el escenario último nunca se alcanza, siempre hay un paso más para dar hacia el
destino de ser un país moderno, desarrollado y “progresado”3. El velo a la exclusión de
3
No es menor el detalle que la lengua castellana carezca de un adjetivo derivado de progreso para señalar algo o
alguien que ya alcanzó este estadio, mientras en su cualidad de sustantivo: progreso, o verbo: progresar, encierra un
movimiento infinito.
los atrasados o bárbaros deviene en necesario para que las víctimas acepten su destino
con altruismo o resignación, pero también para que victimarios o cómplices puedan
encolumnarse tras una causa que se presenta elevada. Esto último se ve claramente en el
Martín Fierro cuya primera parte vendió, hasta 1879, 48000 ejemplares lo que
significaba un ejemplar por cada 10 personas alfabetizadas y cada 40 de la población
total del país4. La difusión refleja la contemporaneidad del tema y la clara coincidencia
con un clima de época donde las clases dirigentes tendían a reforzar la necesariedad del
exterminio de los habitantes nativos de la llanura pampeana. Si con el gaucho se
produjo la imposición de los sujetos hacia una lógica económica e individual, la
solución con los pampas fue final: su sacrificio en el altar del progreso y un impuesto
sentido de rechazo de la propia historia e identidad de las poblaciones sobrevivientes.
Resumidamente, modernidad, progreso y modernización son argumentos que
incluso hoy en día mantienen intacta su vigencia como manifestación indiscutible a un
escenario de exclusión. El salto temporal es incluso posible para comparar las
construcciones sobre el futuro que se proyectan tanto en el escenario rural argentino de
la segunda mitad del siglo XIX como en los albores del XXI. Con esto, no afirmo que lo
ocurrido entre períodos no sea importante, sino que el interés de este trabajo se centra en
lugares comunes en torno a un mismo concepto o idea pero en contextos históricos
divergentes, a la vez que intenta la comparación entre el rol de la elite modernizante
hacia mediados y fines del siglo XIX, y la hipótesis de la resignificación constante del
mecanismo excluyente que puede rastrearse en el discurso de ciertos empresarios,
burócratas e intelectuales de nuestros días.
De hecho, además de repetir la calificación y adjetivos bárbaros hacia los
pueblos originarios de hoy en día, podríamos decir que la extendida tesis de la sociedad
del conocimiento plantea que al estar la riqueza en la creación y gestión de los recursos
intangibles, aquellos campesinos, chacareros, nativos, etc. que no se puedan adaptar
tienen que desaparecer. En no pocas situaciones, la dicotomía atraso-modernización es
desarrollada como efectiva fuente de explicación de la exclusión y el despojo
contemporáneo, mientras las reglas del modo de acumulación predominante en el
campo argentino impulsan la constante concentración de tierras y capital. Los
argumentos del know-how y los recursos intangibles tienden a obviar la inversión
monetaria que debe hacerse para poner en marcha la producción. Este “detalle” permite
hacer un rodeo retórico que crea un sentimiento de propia responsabilidad frente a la
expulsión de productores y campesinos que no pueden ni quieren adoptar el modelo de
producción imperante. Si en épocas anteriores se demonizada a ciertas poblaciones para
poner en juego el proceso de disciplinamiento o aniquilación-exclusión, hoy se
conjugan esas estrategias con discursos donde el lugar de ganadores y perdedores es
inexpugnable para los propios afectados. Sin embargo, la capacidad creadora de sujetos,
comunidades y movimientos aun nos permiten mantener las esperanzas en la resistencia
que, a su vez necesita plantearse como un modelo alternativo a la pura apropiación
mercantil del territorio.
4
Datos tomados del Primer Censo Nacional y de la carta firmada por J. Hernández que antecede a La vuelta de
Martín Fierro.
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