12 febrero 1942

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AnoXLVHI
Pamplona 12 de febrero de 1942
Núm. 1 . I 2 Í
ÓRGANO DE LA «BIBLIOTECA CATÓLICO PROPAGANDISTA»
ADMINISTRACIÓN: ESTAFETA, 31
EN MEMORIA DEL lMSIGliÉ PROPAGANDISTA CATÚLICO
D. ADOLFO CLAVARANA
El sábado próximo, 14 de febrero, se
conmemora el aniversario del fallecimiento del esclarecido director de «La Lectura Popular» de Orihuela, D. Adolfo Clavarana, que falleció en dicha ciudad en
igual fecha del año 1905.
Queremos -hoy honrar su memoria,
después de rogar a nuestros amigos no
le olviden en las oraciones de ese día. reproduciendo en nuestras columnas uno
de sus saladísimos artículos que tanto
bien hicieron al pueblo español.
DON
91LVE » T R E
i vecino don Silvestre fue siempre uno de esos
hombres que vulgarmente se llaman echacs
paíante. En política era un camaleón de presa, en filosofía un avestruz, y en. religión un
caballo. Reunía, pues, el hombre una buena
parte de la Historia Natural.
y le traté algún tiempo, y me bastó para saber que
era intratable. Luego vinieron ciertos acontecimientos políticos, y habiendo tenido que emigrar, pasó en Francia
algunos años. El que aí marchar era ya librepensador, racionalista, ateo y majadero por más señas, no hay para
qué decir lo que sería a la vuelta, después de bañarse en
las aguas del Sena, a la sazón bastante cargadas de cieno. Don Silvestre vino escupiendo por el colmillo y hablando pestes del atraso de España, que, a pesar de sus
trescientas setenta revoluciones por año, no había aún
echado a puntapiés a todos los curas dé sus iglesias.
¡Los curas! Esa era la pesadilla de don Silvestre. Cuando hablaba de ellos había que atrancar la puerta. La bfas»
femía fluía de su boca como de su propia fuente, y ni
Dios ni los Santos quedaban sin su correspondiente injuria. Las hidrofobias antirreligiosas de don Silvestre llegaron a crecer tanto en su ánimo, que tomaron el carácter
de monomanía.
No había perro ni gato a quien don Silvestre no tratase de convencer de que el hombre no es más que un animal, y la verdad es que, si lo decía por él, tenía razón. En
seguida la espetaba contra los frailes y monjas, diciendo
cada barbaridad que temblaba el orbe, y cacareando a
voz en grito que los Mandamientos de la Ley de Dios y
de la Iglesia, Artículos de la Fe y demás capítulos de la
Doctrina Cristiana, no eran más que invenciones para sacar los cuartos al pueblo y tenerlo con los ojos cerrados.
Al llegar a esto, don Silvestre perdía la chaveta y redoblaba su cacareo.
—Es preciso—decía—aBrirfe af pushfo foS ojos', y
que sepa que con todas esas paparruchas del infierno y
de la gloria le están engañando para que no conozca sus
verdaderos derechos. Es preciso, sí señor, abrir los ojos
al pueblo y decirle que todo es mentira, y que no hay
más infierno ni más gloria que la que él se proporciona en
esra vida con sus trabajos y sus adelantos.
y en efecto: don Silvestre así lo hacía, predicando a
toda hora estas doctrinas, que unos tomaban a broma, y
Ctros por lo serio, tragándose el anzuelo y creyendo a pie
puntillas que don Silvestre tenía razón.
DIRECCIÓN: NAVAS DE TOLOSA. 21. 2.* i*q.
Uno de ios que llegaron a este caso, fue cierto pobrete,
antiguo criado de don Silvestre, que en unión de su esposa, que era otra infeliz, eran, como suele decirse, los pies
y las manos de su señor. Fieles hasta dejarlo de sobra, y
tan desinteresados como sencillos y caritativos, aquel marido y aquella mujer, que carecían de hijos, eran la pro*
videncia del viejo blasfemo, a quien sus tonterías habían
reducido a un estado de recursos bastante estrecho y
difícil.
Los haberes de don Silvestre ya casi no consistían en
otra cosa que en una haciendecilla, con cuyos productos
vivía, servido por el tío Pedro y !a tía Ramona, que a fuer
de tener /os ojos cerrados y no conocer sus den»
cBos, vivían pobre y honradamente con el escaso salante
que les proporcionaba el revolucionario predicador.
En la época a que nos referimos, don Silvestre acababa de regresar de un viaje; había recibido un golpe eji
una espinilla al bajar de un tren, y llegó a su casa bastante quebrantado de salud.
La herida de la pierna le impedía moverse, y esto atraía
alrededor de su butaca una tertulia de vecinos, a quienes
don Silvestre predicaba diariamente sus doctrinas.
El que quería oír barbaridades, no tenía más que acudir a la tertulia de don Silvestre. Allí el incrédulo vieje,
rodeado de necios que le hacían coro con sus risas y
chanzonetas, se despachaba a su gusto, burlándose de to*
do lo más sagrado y negando hasta el medo de andar ea
materia de religión y de virtud. Al tío Pedro y a su
mujer se les caía la baba.
.
-;•
—¡Qué talento el del amo!—decía el tío Pedro.
- -'—¿No ves que ha estado erf Francia?—replicaba la tía
Ramona.
—Estos hombres que entienden de leyenda y han cerno tanto mundo, lo saben todo,
' —Veas tú, ¡quién había de decir que es mentira, t¿<rJo
lo que nos predica el cura!
/
—ya; pero como el cura es rejiatario. .
\ f
—¿y qué es reflatario?
.
" _• .
:.
—Enemigo de la luz, mujer.
—Pues/hijo, ¡si ponen el altar mayor los domingos que
parece un ascua!
•
—Esas son otras luces; tú no lo entiendes. \ ' "
-\
Los comentarios de este jaez se repetían cada día.
:
Insensiblemente, el tío Pedro y la tía Ramona se iban
haciendo filósofos e iban entendiendo de (emenda.
Entre tamo, la herida de don Silvestre continuaba m
curso, más pesado de lo que el viejo creía;
Esto le fue empeorando el humor, que por último lleg»
a ser insufribleSe necesitaba toda la paciencia y abnegación cristiana
de la tía Ramona para sufrir las impertinencias de do»
Silvestre: Don Silvestre se quejaba de todo. Decía quen©
le hacían bien las curaciones; que no le daban los alimentos con tanto esmero. Había madrugada que amanecía
desmayado; apenas le daban una taza dé leche en toda
la noche.
Por su parte,, el facultativo" también notó que el enfefmo se debilitaba, y llegó a creer si efectivamente sería por
falta de cuidado. Además, bien claro se veía que las curaciones que le hacían en su ausencia eran detestables.
Sus observaciones eran olvidadas.
Esto produjo varios altercados entre el enfermo y sns
sirvientes, pero cada altercado le costaba al viejo una
recaída.
•
. . .
A
••
LA
A V A L A N C H A
Cierto día estalló uno gravísimo.
^
Don Silvestre notó que el gasto de su casa había crecido notablemente. De continuar así, estaba arruinado.
¿Dónde se metía tanto dinero? ¿Cómo se acababa tan
(w-onto el trigo?
La tía Ramona se ofendió, y casi estuvo a punto de
marcharse y de abandonar el enfermo.
Don Silvestre desconoció a su antigua y cariñosa sirvienta. Aquel rasgo de altanería le hirió en lo vivo, y al
sentirse débil y en tan triste posición, se afligió en extreDIO. Estaba en manos de los que creía sus amigos fieles, y
sus amigos fieles le abandonaban. ¿Qyé misterio pasaba
a su alrededor?
Un curioso observador hubiese podido descubrirlo, colocándose aquella noche junto a la gatera del granero de
don Silvestre.
—Carga, Ramona,—decía el tío Pedro ayudando a su
mujer a echar trigo en un saquito que ésta llevaba debajo de las sayas.
—Perico, ¿y si el amo se engaña y son verdad los Man*
damientos?
—¡Qyé han de ser verdad, tonta! Esas son invenciones
de los curas.
' . *_
—Pudiera equivocarse el amo.
" ¿>'""''- • 7
—Bueno es el amo para equivocarse. Carga, carga.
|Cómo no es leído!
—Ya sabes (o que me dijo el cura, que esto es un peoado mortal.
'—El cura es un reffatario.
•
'.*" ,. .' ^ l .
—Mira, Perico, no eches más trigo; no sea que haya
infierno.
—¡Q9 e infierno ni qué ocho cuartos! Cuando el- amo,
«fue ha estado en Francia, dice que no lo hay,-verdad
será. Rellénate también las medias.
Ya comprenderán nuestros ieetores lo que estaba pasando en casa de don Silvestre.
La tía Ramona y el tío Pedro, a fuerza de oír a su amo
predicar, habíanse convertido a sus doctrinas. De dos Heles sirvientes, don Silvestre había hecho dos ciudadanos
ifustrados.
Don Silvestre quería que el pueblo aSrisse ios ojos, y
ellos ¡os abrieron así, como platos. Tanto los abrieron
que llegaron a ver todas las cosas de una manera muy
distinta de como antes las veían.
Si no había más premio para ia virtud que las tristezas
que tienen que pasarse en esta vida, ¿qué venían a ser la
virtud y la abnegación más que una tontería?
Desde este día'Je menguaron a don Silvestre los caldos
nocturnos.
Si los sacrificios hechos en favor del prójimo no habían
de ser recompensados más que por sus impertinencias,
¿qué necesidad tenían ellos de hacer sacrificios por don
. Silvestre ni por nadie?
Desde aquel día la espinilla de don Silvestre no fue
curada más que dos veces cada veinticuatro horas.
Sí este mundo no tiene amo ni hay más gloria que la
que cada cual se proporciona mientras tiene el ojo abierto, ¿qué necesidad había de pasar estrecheces para que
don Silvestre pasase anchuras?
Desde ese día menguó notablemente el trigo de don Silvestre.
y aun hubiese menguado más, no sólo el trigo, sino
otras cosas, si la tía Ramona, a pesar de las burlas de su
amo, no se hubiese decidido un día a confesarse con el
cura para consultarle sus escrúpulos.
No hay para qué decir lo que en tal consulta pasaría
ai cómo sería evacuada.
—¿Cómo se entiende?—exclamó el cura poniéndose colorado como un tomate.—¿Cómo se entiende? ¡Atreverse
usted, una mujer honrada, a meter la mano al trigo de su
amo! ¿Cómo se entiende? [Faltar a sus obligaciones y
abandonarse en el cuidado del pobre anciano! ¿Usted no
sabe que de todas nuestras acciones tenemos que dar
cuenta a* Dios, que es la justici-i por esencia?
—Sí, señor, que !o sabía; pero como después el amo
nos abrió los o¡os...
..
. •
—¿Qué es eso de abrir los ojos?
—Sí, señor; nos dijo que todo eso que usted predica
•v V
de la Ley de Dios y de los premios y caétigos, eran mentiras de usted para tenernos con los ojos cerrados.
—¡Desdichado! El sí que tiene cerrados los ojos; pero
yo le aseguro que si de esta no los abre, ya no los abre
nunca. Vaya, van ustedes a devolverle el trigo y todo lo
que le han quitado, y a pedirle perdón por lo de las espinillas. ¡Pues no faltaba más!
—Excuso decir a mis lectores cómo saldría ía tía Ramona de la consulta. La cara le echaba fuego.
—Cuando yo decía que se equivoca el amo. Este
hombre mío todo se ío cree, Si es lo más asno-que paren
madres. ¿Qué necesidad tenía yo de estos sofocos?
Cuando llegó a su casa, se encontró al tío Perico contando las sisas del mes.
—Treinta y cuatro duros han caído, chica. ¡Treinta y
cuatro duros! Qge juntos con los ochocientos cuarenta y
cinco reales de antes, hacen ya mil quinientos veinticinco
reales, sin contar el trigo.
—Haces bien de no contar el trigo, porque lo que
cuentes te pierdes,—contestó la tía Ramona, bufando y
quitándose la mantilla.
—¿Pues qué ocurre?
—¿Qjué ocurre? Que hay un infierno más grande que
una loma, y que por burros nos lo vamos a tragar nos- •
otros entero y verdadero.
_
.-"—¿Qué estas diciendo?
'
".
—Lo que tú oyes, sí señor; que hay Dios; y que como hay Dios, hay justicia; y como hay justicia, hay juicio; y como hay juicio, hay penas para los que faltan, y
premios para los que sobran.
—Eso es mentira—exclamó el tío Perico, hecho una
furia y agarrándose como una lapa a los mil quinientos
veinticinco reales.—Eso es una mentira del cura don Lorenzo, que es un rzfíatario que debía estar en presidio.
Voy viendo que el amo tiene razón. Sí se quitaran de en
medio esas sotanas, no habría tantos disgustos de familia.
—Ni al amo le quedaría, ya trigo en el granero.
. —Pues lo que es yo no suelto los cuartos sin «segurarme bien de la verdad. Sí para los hombres no ha de
haber más justicia que la que por acá hace el tío Pitorro,
juez municipal del pueblo, que por una pava vende a su
padre, ni ei lucero de la mañana me saca a mí los mil
quinientes veinticinco reales. En cuanto al trigo no hay
que hablar. ¿Quién me convence a mí de que, pudiendo
yo comer pan de trigo, siga comiéndolo de maíz, sabiendo que no hay más gloria ni más infierno que los de este
mundo? ¿No sería yo un tanto de capirote si dejara escapar esta ocasión que se me presenta de salir del infierno,
sólo por e! gusto de que otros siguieran viviendo en la
gloria?
—Sí; pero ya habrás oído que en eta materia el amo.
dice que la propiedad es un sagrao.
— Pero como lo hay, los sagrados no se acaban—con*
testó una voz sonora, a tiempo que se abría la puerta de
la habitación para dar paso al párroco de la aldea.
Al verlo entrar, palideció el tío Pedro y cobró ánimo la
tía Ramona.
—¡Parece mentira, Pedro, que sea usted el mismo hombre!—exclamó don Lorenzo.—¡Tanta raíz ha echado en
usted la mala semilla! ¡Ayer era usted un hombre honrado y fiel, y hoy es usted un miserable! ¡Qyé cambio tan
grande! Usted mismo debe conocerlo.
—Sí. señor, que lo conozco,—contestó el tío Pedro bajando los ojos.
— Pues si lo conoce usted, ¿qué más necesita para saber la verdad? ¿No ha oído usted decir que por eí fruto
se conoce eíár6of?V\iz$, ¿cómo puede ser árbol bueno
el qtie tan amargos los está produciendo? ¿Ha visto usted
alguna vez que el árbol de la verdad y de! bien produzca
ladrones y asesinos? Ustedes eran dos cristianos honrados
de cuyo corazón, lleno de fe, brotaban obras de caridad
y de nobleza; ahora, desde que su desdichado amo ha
borrado esa fe del corazón de ustedes, sólo da de sí bajezas y egoísmos. ¡Señor, Señor, cuan verdad es que el
mundo no puede vivir sin tu Santa Ley, porque Tú eres
ía Verdad y ía Vida!Y sin embargo, aún hay quien se
atreve a atacar esa Ley, sin comprender el daño que se
hace.
LA
AVALANCHA
En aquel momento, un ruido, como eí de un cuerpo
ue cae pesadamente al suelo, cortó las últimas palabras
C don Lorenzo. E ' ruido se había sentido hacia la entrada de la habitación. Precipitóse a ella el tío Pedro, y retrocedió con el temblor de la muerte.
Su amo don Silvestre lo había oído todo, y acababa de
caer insultado detrás de la puerta: el abandonado viejo,
falto de alimento y deseando saber lo que pasaba en su
casa, había hecho esfuerzos para llegar hasta la habitación de sus criados.
Prestáronle los consiguientes auxilios, y merced a ellos
bien pronto abrió los ojos. ^
Por fortuna, al abrir los del cuerpo tenía abiertos ya
los del alma.
Tras una de esas ojeadas tan propias de los que vueU
ven en sí, don Silvestre miró a sus antiguos sirvientes y
echó a llorar,
—¡Quién me había de decir que vosotros haríais conmigo lo que habéis hecho!—exclamó don Silvestre.
—¡Pecdón, señor!—gritó eí tío Pedro, cayendo de rodillas.—Yo creí todo lo que usted me decía.
—Tienes razón, hijo, y o solo soy el culpable. Os he
enseñado a renegar de Dios y a despreciar su Santa Ley,
y vosotros habéis aprendido la lección. ¡Ojalá este ejemplo sirviera de escarmiento a los que pervienten al pueblo
enseñándole el camino de la perdición!
—Señor—exclamó la lía Ramona,—nosotros antes^ teníamos necesidades, y las sufríamos por el amor de Dios;
pero desde que nos aseguró usted que no lo había, no
hallamos ya por quien sufrirlas.
—Sí, hija mía, yo soy el culpable—replicó don Silvestre.—Quise echar a Dios de mi lado, y al marcharse se
llevó vuestras virtudes; pero desde hoy, no sólo volverá
a vosotros, sino que volverá también a mi corazón. No
tengc hijos ni parientes: sois pobres; para vosotros todos
mis bienes. Tomadlos en nombre de mí Señor Jesucristo,
que me aconsejó hacerlo así para hallar un tesoro éií el
Cielo. St los necios que hemos querido reformar la sociedad, hubiéramos predicado de esta manera, el mundo sería
ya un paraíso.
Dicho esto, don Silvestre hizo llamar a un notario, y
otorgó en e! acto una escritura de donación de todos sus
bienes.
Reducido a voluntaria pobreza, fue desde aquél día,
sin embargo, más rico y feliz que antes. Los que antes le
miraban como amo, después le miraban como padre.
Jesucristo había entrado de nuevo en el corazón de
aquella familia.
.
3
" •
ADOLFO CLAVAIÍANA.
La Virgen de Lourdes
—¿Por qué los católicos son más alegres que los protestantes?—preguntaba uno de éstos al célebre P. Roque.
y el P. Roque contestó en seguida:
—Sencillamente, porque nosotros tenemos Madre celestial, y vosotros no. ¿Qué sucede en un hogar presidido
por una madre bondadosa? Los hijos se muestran satisfechos y alborozados, mientras que, cuando falta la madre,
se apodera de ellos la más profunda tristeza. Vosotros
habéis postergado, abandonado y prescindido de la Vir«
gen, y sois presa de la más negra melancolía, al paso que
nosotros saltamos de gozo con solo el recuerdo de que
la augusta Madre de Dios es también Madre nuestra que*
ridísima.
¡y qué Madre! lina vez se la invitó a una boda en Cana de Galilea, a la que fueron también convidados Jesús
y sus discípulos. Durante elía observó la Virgen que iba
a faltar una cosa tan elemental en esos casos como es el
yino.
y por evitar un sonrojo a los esposos, dice a su Hijo:
—No tienen vino.
El Salvador le dio una respuesta con visos de negativa,
pero la Virgen estaba tan segura de conseguir lo que pretendía, que encargó a los criados hiciesen todo lo que les
indicare su divino Hijo.
y en efecto, a pesar de no ser todavía el tiempo marcado per la Providencia para verificar el primer milagro,
como io manifestó Jesús, lo realizó en atención a su
Madre.
" Al considerar un hecho tan pasmoso, comenta con ra»
zón San Bernardíno de Sena, como lo consigna el P. Fabri: «¿Qué hará la Virgen cuando se le pida, si tan gene*
rosa aparece, no pidiéndosele nada? Si esto lo hízo viviendo en este valle de lágrimas, ¿qué no hará residiendo
en el Cielo? Si esto consiguió de su Hijo cuando Jesús se
disponía a recibir de los hombres los mayores ultrajes,
¿cuánto más conseguirá del que resucitó para nunca más
morir?»
Pero así como no se escribió todo lo que hizo Jesús,
sino que, al decir de San Juan, «me parece no cabrían en
el mundo los libros que relatasen sus hazañas» <c. 2i>, cor
sa parecida podemos decir de su bendita Madre.
Créese por tradición que (a Virgen vivió en este valle
de lágrimas por espacio de unos setenta y dos años. Eln
tan largo tiempo, ¿quién podrá enumerar las que enjugó
con su poder y bondad inefables? Seguramente que comenzando por los Apóstoles, acudirían a Ella toda clase
de personas que, adoctrinadas en la Religión Cristiana,
conocían sus cualidades portentosas y su admirable santidad,
v, .
,
,
>.
Por otra parte, sabemos de muchos Santos que han- sído pródigos en beneficiar a sus semejantes, y que, como
afirman los ascetas, todas las virtudes y prerrogativas
que adornaban el espíritu de dichos siervos de Dios, los
poseía la Vi/gen de una manera eminente, por donde se
deduce no tener núme/o las gracias de iodo género que
repartió Nuestra Señora durante su estancia en la tierra.
y después que subió a los cielos para atender, por decirlo así, con más eficacia a las demandas de todos sus
hijos desparramados por el mundo y encender su devoción para con Ella, ha hecho acto de presencia y se ha
manifestado en incontables lugares y bajo muy distintas y
muy variadas advocaciones.
Entre éstas, dejando aparte la venida a Zaragoza, que
fue singularísima por ser «en carne mortal», campea Ja
de Lourdes y se conoce en toda la redondez de la tierra.
Son innumerables los favores materiales y espirituales
que desde su aparición hasta el presente concede lá Virgen en su poético escenario de Francia, como lo'acreditan los muchos y diversos objetos que penden allí de una
y otra parte, y resultan las curaciones registradas y rigurosamente comprobadas en las oficinas ad fioc establecidas en el famoso santuario, tan verdaderamente milagrosas que un ferviente católico, Mr. Artus, ha desafiado,
bastantes años hace, a toda la impiedad del orbe a que
pruebe la falsedad de los hechos reconocidos por milagrosos en una información episcopal de Tarbes, o al menos que se dé de ellas una explicación humana satisfactoria.
Dicho señor ha depositado diez mil francos en las manos de un notario público, y ha invitado, por medio de la
Prensa, ofreciendo esa cantidad—y hasta cien mil—a
quien presente suficiente prueba, siempre que ésta se declare aceptable a juicio de cualquier Academia o Instituto médico de Francia.
Pero los incrédulos se hacen los sordos.
¡Gloria a la Virgen de Lourdes! Y s ' todosv podemos
implorar su protección con ilimitada confianza, en vista
délo dadivosa que se ostenta,-de una manera especial
debieran hacerlo los de nuestra nación vecina en estos
tiempos de tribulación y de angustia que atraviesan; porque, ¿quién duda que la Virgen
Inmaculada piído aparecer en cualquiera otra parte1 del mundo, a elección suya?
y si no lo hizo, sino que se fijó en Francia entre todos
los puntos del globo, ¿qué indica esta atención sino que
quiere derramar sobre los habitantes de ese país las riquezas de sus mercedes temporales y eternas?
E L PRIOR DE RONCBSVALLES.
LA A V A L A N C H A
LOS ENTERRAMIENTOS
en la cripta del Castillo de Javier
(Conclusión) •
El segundo hijo de don Crisóstomo, José Manuel, nació en Arequipa el 13 de junio de 1775 y murió en Madrid eí 10 de octubre de 1S46. En España estudió, la carrera militar, y para perfeccionarse en ella recorrió fas
principales academias de Europa, principalmente Us de
Francia y Alemania. Al sublevarse las colonias americanas contra España, pretextando aqueffos maíos crioffos
haber sido destronado el rey Fernando VH por los franceses, Goyeneche estaba ya de vuelta en el'virreinato del
Perú, mandando las tropas fieles á la Madre Patria, y derretó a las tropas sublevadas contra España del virreinato
de Buenos Aires. Esta batalla tuvo lugar el 20 de junio
de 1811, y le valió a Goyeneche el nombramiento de Mariscal de Campo, y en 1813 fue nombrado por el Rey de
Bspaña Fernando VII primer Conde de Guaqui. Én 1814
regresó a España; a su llegada es ascendido a teniente
general de los Ejércitos; en 1815-fue condecorado con la
tos que recuerdan los días felices en que contrajeron matrimonio estos ilustres esposos. En la capilla del Carmen
se destaca también su figura en dos .grandiosas vidrieras
en colores; en la una está la de Villahermosa, vestida con
eí hábito de gran Comendadora de Calatrava y- patrocinada por el arcángel San Miguel, celeste Patrono del Cas*
tillo; y en la otra, el de Guaqui con el hábito militar de
Caballero de Santiago y patrocinado por San Ignacio de
Loyofa. fundadorde la Compañía de Jesús. También se.
leen sus nombres en la grandiosa y artística araña de la
basílica. .
*
No estará de más advertir que no han faltado algunos
maliciosos que hayan pretendido ver retratados a estos
famosos cónyuges en varios episodios de la célebre novela titulada «Pequeneces» y que fue escrita por el jesuíta
Luis Colonia. Hay otro rasgo que indica el espíritu altamente romántico de esta Duquesa. Los artistas medievales solían dejar en sus obras alguna señal que recordase
su personalidad. Pues biea; en la torre que hoy llaman del
. reloj, pero que siempra se llamó Torre del Homenaje, al
entrar en ella y antes de abrir la puerta, se puede ver hoy
día, a mano derecha, una bella crucecita, esculpida en la
piedra, hecha nada menos que por la XV Duquesa de
Villahermosa, que un día-empuñó el cincel en sus delicadas manos, y labró con martillo de plata ese signo reden-,
tor ^n señal de propiedad e
intervención.
El segundo personaje Goyeneche, sepultado en la cripta, se llamó José Sebastián.
Se dedicó principalmente a
obras de beneficencia y dejó
en su testamento, entre otros,
un legado de tres millones
de francos, para fundar un
hospital en España. Mujer
suya fue la M. I. Sra. D.-> Valentina Camacho y Lastres,
marquesa de Casas Novas.
Esta dama intimó profundamente con la Duquesa de Vi»
llahermosa en el engrandecimiento de la villa de Javier, y
fundó y dotó un colegito en
donde se eduquen las niñas
de Javier, bajo la dirección
£33
de unas,Religiosas. Las intenciones de la piadosa MarqueESCENAS DE LA VIDA CAMPESINA
sa se descubren en una inscripción, reproducida en el frontis del colegio y de su sagran cruz de Isabel la Católica; en 1816, gentil hombre de
la de visitas, y dice así: cLa muy ilustre señora doña VaCámara y gran cruz de la Orden*de San Fernando, conlentina Camachó y Lastres, Marquesa de Casas Novas:
sejero de Estado, gran cruz de Carlos III y de San Heren memoria de su esposo don José Sebastián de Goyenemenegildo, senador del Reino, grande de España de priche y Gamio y én honor de San Francisco Javier:-fundó
mera clase; el Papa Gregorio VII ie condecoró en 1832
esta santa casa en el año 1904.»
con la gran cruz de comendador de la Orden de San
Gregorio Magno, y ai nombrarse en España una regen»
Otros granHes proyectos abrigaba esta Marquesa en
cia durante la menor edad de Isabel II, aunque fue elegido
unión de la Duquesa de Villahermosa, uno de los cuales
el general Espartero, no fue poca gloria para este primer
era fundar 20 becas en Javier, en favor de niños chinos-y
Conde de Guaqui haber sido uno de los candidatos para
japoneses, que, hechos sacerdotes, retornasen a su patria
ese importante cargo.
para-proseguir el apostolado de San Francisco Javier; peroran bellos deseos ios tronchó en cierne la muerte con
. El segundo Conde de Guaqui ío fue don José Manuel
el fallecimiento prematuro de la Marquesa en 1904: la Dude Goyeneche y Gamio, que heredó en todos los títulos
quesa- murió en 1905; pero ambas con la esperanza de que
y riquezas a su tío el primer Conde de Guaqui, por haotros realizarían con el tiempo estos sus deseos en favor
ber muerto éste sin sucesión. Fue hijo el segundo Conde
de! clero indígena. Sin embargo, así como la Duquesa de
de Guaqui de don Juan Marrano de Goyeneche y BarreVillahermosa hizo cincelar la rica custodia para la basílida y de doña María Santos Gamio, quienes además fueca de Javier, así la Marquesa de Casas Novas hizo cons*
ron padres de don José Sebastián y de las Duquesas de
truir, para no ser menos, un riquísimo cáliz para la misma
Gamio y de Goyeneche, cuatro personajes que, como
basílica, el cual, en valor y en arte, no desmerece de la
queda indicado más arriba, están sepultados en la cripta
citada custodia. '
del castillo de Javier,
Madre de esta Marquesa fue doña Juana Rasa Lastres
Del segundo Conde de Guaqui José Manuel dejamos
de Gam¡o, la cual, con cariño maternal, terminó varias
consignado ya que casó en Madrid con la XV Duquesa
de las ebras, que dejó su hija sin acabar. Los tres están
de Villahennosa el ano 1862, De este matrimonio quedan
sepultados en un rico y artístico mausoleo románico de
muchos y gratos recuerdos en él Castillo de Javier, así
la cripta del Castillo de Javier.
como por ejemplo dos hermosos retratos suyos al óleo,
obra del eminente pintor español Ricardo Madrazo; retraQjjedan por reseñar dos ilustres damas Goyeneches,
CHA
que murieron* solteras y fueron hermanas a su vez de los
dos Goyeneches recién descritos- Llamóse una María
del Carmen, duquesa de Gamío; y la otra, ívfaría Josefa,
duquesa de Goyetieche. Ambas nacieron, como sus hermanos, en el Perú, y allí vivieron hasta el fallecimiento de
su tío, el Arzobispo de Lima. Después se trasladaron a
Europa y pasaron la vida en París y San Sebastián, consagradas a obras de beneficencia. E! nombre de María
Josefa está reproducido en una placa colocada en e! reoj de la torre del Castillo, para recordar su (¡beralidad, y
lleva la "fecha de 1902, año en que donó ella esa rica joya
que con sus alegres sonidos embellece los contornos del
Castillo de Javier.
Como se ve por lo expuesto, tuvo la Duquesa de Villahermosa razón suficiente para conceder hospitalidad en
la cripta de Javier a la familia Goyeneche y Gamio, por
haberla ayudado ésta en sus magnánimas empresas.
La Compañía de Jesús, agradecida a tantos- beneficios,
celebra todos los años, el 5 de noviembre, fecha de la
muerte de la Duquesa de Villahermosa, un solemne aniversario por su alma, y cada semana se ofrecen por ella
y por los bienhechores oraciones y sufragios. .
Sirvan estás memorias para que no se pierda la memo*
ria de los que yacen sepultados en ía cripta del Castillo
de Javier, ni se olviden tampoco sus deseos apostólicos.
FRANCISCO ESCALADA, S. J.
Castillo de, Javier.
LA MEDALLA DE SAN BENITO
;
\
, : í: ..'?;•>-•-
CAPÍTULO IX
.:'»..'"-".-/<-•.•'.\
Un Patronato especial de San Benito
Grande, famosa, magnífica, espléndida y singularísima
merced fue 4a que Dios Nuestro Señor hfzo a San Benito
engarzando los merecimíen.
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t o s d e s u - s a n t i d a d c o nl a v i r -
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por el mismo Espíritu Santo Tue dictada a ese varón ra*
excelso y tan singular en la Historia de la Iglesia?
Millares y millones de Santos plasmados en la fragua
de tan santísima y fecunda Regla; naciones enteras arrancadas de las sombras y de las garras del paganismo por
los apostólicos incansables hijos del gran Patriarca de
Occidente; falanges copiosísimas de santos mártires, salidas de los santos monasterios; muchedumbre incontable
de santos obispos benedicrinos que han gobernado íantas
diócesis; hermosísima, luminosa constelación de doctores
que han sido faro y antorcha de las inteligencias y espada
y cuchillo de las herejías; treinta Romanos Pontífices que
la Regla de San Benito ha dado a ia Santa Sede Apostólica; y finalmente, tantos millones de almas que durante
más de trece siglos han venido profesando aquella Regla
santísima, ¿no forman y hacen por ventura la más espléndida, soberana e inmortal diadema que puede ceñir las
venerables sienes de un Patriarca?
Gloria inmarcesible, en verdad, es la gloria que a! sublime San Benito le circunda, y para mayor abundamiento de confianza y amor en los qáe tantas maravillas y
grandezas contemplamos en él, acontece que es sello y
carácter de dulzura y bondad paternales el carácter per-'
manente que campea en medio de tanta grandeza y tanta
gloria; e! mismo que serena y mágicamente fulgura en la
vida que de él nos dejó escrita como rico legado su hijo
Inmortal el Sumo Pontífice San Gregorio e! Grande.
Un día st; apareció San Benito a la más insigne de sus
hijas, a la inmortal, a la end¡osada*virgen Santa Gertrudis.
La cual, en el colmo y como éxtasis de admiración y pasmo en que su alma se anegaba contemplando las grandezas del Patriarca sublime, tuvo alientos para recordarle su
gloriosísimo tránsito de esta vida mortal a la eterna cuando el 21 de marzo delaño de 543, allá- en la iglesia de
Montecasino, y después de haber recibido el Cuerpo y la.
Sangre del Señor..., apoyado en los. brazos de amantes
discípulos <pero de pie, como fortísimó atleta), entregó a
su divino Creador el alma.
—¡Oh amadísimo padre mío. <ie dijo entonces Santa
Gertrudis): yo te-pido ahora con amor de hija que por los
'^ ^ ^ ••'"•'" '•''? LA CIUDAD QUE PROGRESA
tud divina de la Santa Cruz,
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en la tan famosa y gloriosa
como poderosa y milagrosísima Medaffa.
Si a esto £e allega el dilu=»
vio de bienes que la gracia,
divina ha atesorado en San
Benito, para el ctial y para
sus hijos (innumerables como
las estrellas del cielo y como
' las arenas del mar), estaban
.guardadas tantas divinas empresas concernientes a la mayor honra y gloria del Señor,
al ser vi vio de !a Santa Iglesia Católica, a la salvación
de inmutas almas y a la civilización europea..,, razonable
cosa será pensar y creer que
entre lus grandes amigos de
Dios, entre los grandes proceres o adefantados de su
reino <como dirían nuestros
clásicos), pocos hay en verdad cuyo poderoso valimiento sea mayor que el del gran*
"de y máximo Patriarca de
PAMPLONA.—Galle de Leire en el Nuevo Ensanche.-(Fot. Roisin.j
los monjes de Occidente, verdadero Abraham de los Patriarcas de la Nueva Ley. Así
méritos de tan preciosa muerte te dignes asistir con tu previene a decirlo el ínclito Abad de Solesmes Dom Guesencia a la muerte de cada una de ias religiosas de este
ranger, de una de cuyas dorada» páginas «s reflejo fiel y
monasterio tuyo.
.
fidelísimo este capituló noveno.
y entonces el amabilísimo y amante Patriarca, con voz
que revelaba tanta autoridad como dulzura, hizo a su preLa admirable Regla de San Benito ha reinado sola, con
dilecta hija esta famosísima promesa;
mero mixto imperio y durante más de ocho centurias en
—Prometo asistir personalmente en la hora de la muerinfinitos monasterios de que se vio poblado durante la
te a todos los que me honren conmemorando las merceEdad media, el Occidente. ¿Quién negará, por tanto, que.
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V A L A N-C H A
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des que me hizo mi divino Maestro en mis postrimerías.
Para esos devotos míos que así me honren, yo seré en su
agonía un muro que Íes pondrá a cubierto de las asechan',
zas del demonio; y confortados con mi presencia y con
mí auxilio, burlarán los lazos de !cs enemigos de su alma
y verán el cíelo abierto.
Así lo cuenta Santa Gertrudis en el capítulo onceno
del Libro cuarto de su inmortal Legatus divinae pietatis.
Promesa tan consoladora, promesa hecha por tan vale*
roso protector, promesa atestiguada por una Santa como
la sublime virgen benedictina..., inspiró a los hijos de San
Benito la traza de una oración especial con cuya recita*
ción pueden conmemorar frecuentemente sus devotos la
muerte preciosísima del Santo Patriarca y lograr la dicha
infalible que en la referida consoladora promesa se contiene.
Oh leyentes u oyentes de estas páginas; oh amigos
míos y hermanos queridísimos, ¿dónde hallaréis, después
de esta promesa, mediador más amable y más poderoso
que San Benito, después de la Santísima Virgen y San
José, que son los Patronos natos de la Buena Muerte?
Sed, pues, desde hoy en adelante devotos perpetuos "de
San Benito; llevad siempre colgada al pecho su miiagrosí*
sima Medaífa; conmemorad todos los días, mediante Ja
referida oración, las mercedes que Dios le hizo en su tránsito glorioso; aprendedla de memoria, rezádla amorosamente con frecuencia, mandadla imprimir y reimprimir, y
repartidla y propagadla por doquiera para lograr que el
Santo os mire como acreedores privilegiados suyos, y os
ame como a hijos predilectos, y baje desde el cielo a consolaros y confortaros en Vuestra agonía.
Ved aquí ahora romanceada tan saludable Antífona,
con sus correspondientes versículos y oración.
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ANTÍFONA
Nuestro glorioso Padre San Benito, tan amado del Señor, después de haber "sido viaticado y fortalecido con él
Cuerpo y Sangre de Jesucristo, hallábase de pie en la iglesia y apoyaba sus ya desfallecidos miembros en les brazos de sus discípulos, que llenos de amor y transidos de
pena, rodeaban a su moribundo Padre. Ei cual, elevadas
las manes al cielo, entregó finalmente a Dios su alma entre palabras de oración, y luego fue visto subir a la gloria por una celestial magnífipa vía cubierta y engalanada
con riquísimos tapices e iluminada con innumerables y
espléndidas antorchas.
—Lleno de gloria te presentaste ante la faz del Señor.
—Por eso el Señor te vistió con gloriosas vestiduras.
ORACIÓN
Oh Dios, que con tantos y tan gloriosos privilegios
honraste la preciosa muerte de nuestro Padre San Benito:
dígnate conceder a los que conmemoramos y honramos
su memoria la gracia de ser con su bienaventurada presencia protegidos contra las asechanzas de nuestros enemigos en (a hora de la muerte. Lo cual te suplicamos por
Cristo Nuestro Señor. Amen.
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-
. CHAFAROTE
LAS BARDEIIAS DE HAUARRA
Solemnidad augusta. Arriba, el cielo límpido, sereno,
de brillante azul, con millares y millares de estrellas que
relucen en el firmamento; abajo, el suelo, extendiéndose en
dilatados'horizontes, onduladas llanuras cubiertas de hierba que al soplo del viento se mece; y el espacio lleno de
mil vagos rumores, signo de la vida que alienta en la Bar*
dena. Sobre estos rumores, y como por contraste, la sensación de un silencio inmenso, imponente, y el aislamiento
del hombre frente a frente de la Naturaleza entera.
Algunas estrellas fulguran pálidas por Occidente, mientras que por e! lado opuesto, una indecisa claridad rosa*
• - " /
da anuncia el nuevo día, al cual saludan (os pájaros cotí
sus gorjeos, las dores con sus arcmas penetrantes y la
Naturaleza toda con mil variadas armonías de luz y de
colores, como un himno de amor y gratitud al Ser Omnipotente que hace brotar la luz de las tinieblas, la vida de
la muerte.
Sale el sol, púrpura y oro, y la tierra se alboroza. Suenan graves y pausadas las campanas matinales en los
templos de los pueblos ribereños, y tedas, las campanadas
tiemblan como madrigales de dulzura virgiliana y anacreóntica, caminando por el ameno sendero agrícola. El contorno estético de sus campos dilatados y fértiles, sus llanuras son modelos que conciben para sus lienzos los pin* <
teres cuando quieren copiar un paisaje idealizado por la
suavidad de tonos de una planicie, como en les adustos y
señoriales paisajes velazqueñcs,
El sol sube e inunda de cálidos y rojizos rayes la inmensidad de las llanuras. El campo labrado y el más verde
de los yermos, con el mateado de los fragantes tcmíílares
y el afelpado de los cereales recién nacidos, alternan-en
la extensa planicie con disimétrico esparcimiento. Reina
un pcético silencio bajo el cielo inmaculado, únicamente
turbado por eJ ulular de ráfagas fuertes del cierzo ribereño que interrumpen frecuentemente la profunda quietud
de la Naturaleza. Bajo la luminosidad rútila del cielo, to*
da la comarca es una sincera estrofa virgiliana, que está
pronunciando la canción del honesto y abundante vivir.
Está enmarcado el amplio circuito de 42.000 hectáreas
que comprenden las llamadas Bardenas Reales de Navarra, por las urbes populosas, de creciente, vecindario, de ,
Arguedas, Buñuel, CTabanillas, Cadreita, Caparroso, C o
rella, Carcastillo, Falces, Funes, Fustiñana,' Marcilla,
Mélida, Milagro, La Oliva, Peralta, Santacára, Valtierra",
Villafranca / Tudela. Su longitud es de 47 kilómetros; su
latitud o anchura varía desde 18 kilómetros a 1,5, segúfi el
punto que se escoja. En tiempos pretéritos, tos árboles
gigantescos y seculares entrelazaban sus cabelleras umbrosas, a través de las cuales se filtraba el sol canicular; ,
perdíase en el horizonte una pradería inmensa con cuadros de verdor distinto, formando gradaciones múltiples;
ahora los fuegos del astro queman lá seca piel de la planicie ribereña. La devastación de las selvas arbóreas de
las Bardenas Reales fue obra de los siglos XVII y XVIII.
El año 1752 se extrajeron más de 6.000 pinos, sin repoblarse. Bordeadas en parte por el Aragón y el Ebro, apenas se utiliza ei líquido fertilizante; la sed las seca eñ ve*
rano, y en otoño la lluvia empapa el secano en las rastrojeras rubias. Se destacaban en tiempos sobre las verdes .
praderas, umbrosas arboledas con arroyos murmuradores, ;
con luces de todos colores, con sombras de todas tintas,
con ambientes dulces y con pájaros que cantaban; ahora.
Botan en la noche con místico anhelo,-notas apagadas
llenas de armonía; son las esperanzas de una colonización intensiva de estos terrenos bardeneros. Por su fado
septentrional, lindando con Carcastillo, se expanden estas
Bardenas Reales con las llamadas Bardenas de Cáseda,
de extensión superficial más reducida que las anteriores.
Colonizar las Bardenas es una palabra secular que (feva consigo un cortejo de sugerencias de orden práctico,,
beneficiosas para (oda España, expresando esperanzas de
cariño y gratitud para un futuro mejor. La colonización
no consiste sólo en desbravar las tierras y hacerlas cultivables y productivas; colonizar es embellecer, es mejorar
la Naturaleza, es utilizar cuanto Dios nos ha legado y
facilitado a todos. Colonizar esta amplísima faja del territorio navarro, es aumento notable de vecindario en los
pueblos gozantes; es convertir el campo yermo en dulzura dorada; ,es hacer de los terrenos un inmenso canto de
oro y esmeraldas, partido en estrofas por las aguas fecundantes; es rejuvenecer con las caricias del trabajo la
piel rugosa y apergaminada de la tierra, transformando en
vergel florido los extensos predios que se denominan «Bardenas Reales de Navarra».
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MIGUEL ANCIL.
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