Radio María

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Radio María - Colombia
MARÍA
LA MADRE DE DIOS
Escuelas Radiofónicas Marianas
RADIO MARÍA DE COLOMBIA
Enero de 2015
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Indice
UNIDAD DIDÁCTICA I
Objetivo.................………...………………………7
LUGARES ITINERANTES MARIANOS
DE PALESTINA
..........................................……… 8
Nacimiento de Nuestra Señora
...………………… 8
La Anunciación
...………………………………….9
La Visitación
.…………………………….…… 11
El Nacimiento de Jesús
..………………………… 12
La Presentación en el templo
...…………………14
La Adoración de los Magos
..………………… 15
La huída a Egipto
..………………………………… 15
El hallazgo en el templo
...…………………………17
Las Bodas de Caná ...…………………………………18
Durante los viajes apostólicos de Jesús
...…………19
Jesús es arrojado de Nazaret
..………………… 20
La Pasión de Jesús. El Vía crucis
..…………….……21
EL Calvario y el Sepulcro ..………………………… 22
Después de la Ascensión de Jesús: en el Cenáculo ..….24
La muerte de María ..………………………………… 25
Taller
………..………………………………… 27
Reflexión
...…………………………………………27 Textos para leer
...…………………………………27
Bibliografía .………………………………………… 27
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UNIDAD DIDÁCTICA II
Objetivos...………………………………………...28
MARÍA EN LOS ESCRITOS DE LOS DOCE
PRIMEROS SIGLOS
..........................................29
La catequesis apostólica
..…………………………30
La maternidad de María
..…………………………31
La Virginidad de María
..…………………………41
La Inmaculada Concepción de María
..…………43
La Asunción de María
.……….…………………49
La maternidad espiritual de María ..…………………54
La mediación de María
……….………………… 67
Taller
.……………………………….…………76
Reflexión
..…………………………………………76
Textos para leer
…………………………………..76
UNIDAD DIDÁCTICA III
Objetivos........……………………………………..77
MARÍA EN LA VIDA Y EN LA CIVILIZACIÓN
DE LOS PUEBLOS
..........................................78
En la Edad Antigua
..…………………………78
Controversias y polémicas de los primeros siglos ..…79
Influencias marianas en los pueblos convertidos
..…86
La Edad Media
..…………………………………88
De San Bernardo a Dante y Petrarca
.........…… 88
La era de las grandes catedrales marinas
.....……… 89
Floración de órdenes religiosas marianas .………… 92
La Edad Moderna
.………………………………… 93
La Reforma y el Islam
..…………………………93
En el siglo de los grandes navegantes y de los grandes
descubrimientos......................................................94
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María, Patrona de los reinos y socorro
de los pueblos
..............................………………95
El Humanismo y Nuestra Señora
..…………………96
La Virgen de la Pintura
..…………………………97
El mundo protestante y Nuestra Señora
.………… 99
En el período del Racionalismo
…………………100
El Mundo Contemporáneo …………………………101
De la Revolución francesa a nuestros días …………105
Devociones particulares
…………………………106
Taller
…………………………………………109
Reflexión
…………………………………………109
Textos para leer
…………………………………109
UNIDAD DIDÁCTICA IV
Objetivos…………………………………………110
HISTORIA DE LA MARIOLOGÍA
...……… 111
I.
La Mariología en la Edad Antigua (Siglos I-VIII)
Siglo I
Siglo II
Siglo III
Siglo IV
Siglo V
Siglo VI
Siglo VII
Siglo VIII
II.
La Mariología en la Edad Media (Siglos IX-XV)
Siglo IX
Siglo X
Siglo XI
Siglo XII
Siglo XIII
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.………..……………………………… 112
...……….………………………………112
…………………………………………113
…………………………………………114
…………………………………………118
…………………………………………119
…………………………………………120
…………………………………………121
5
…………………………………………122
....………………………………………123
…………………………………………123
…………………………………………124
…………………………………………126
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Siglo XIV
Siglo XV
…………………………………………127
…………………………………………128
III.
La Mariología en la edad Moderna (Siglos XVIXVI - XVIII)
Siglo XVI
....………………………………………129
Siglo XVII ...……………………………………… 131
Siglo XVIII …………………………………………133
IV.
La Mariología en la edad Contemporánea
(Siglos XIX-XX)
Siglo XIX
…………………………………………134
Siglo XX
…………………………………………137
Taller ...……………………………………………… 141
Reflexión
…………………………………………141
Textos para leer
…………………………………141
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Unidad Didáctica
1
OBJETIVOS
¨¨ Dar a los alumnos la oportunidad de conocer de cerca
los lugares geográficos donde transcurrió la vida de
Jesucristo y de la Santísima Virgen María.
¨¨ De este modo podrá tomar conciencia de la grandeza
del acontecimiento de la salvación de Cristo y de la
sublime vocación de la madre de Dios.
¨¨ Tener conocimiento de datos de primera mano para que
nuestros estudiantes sean serios en la investigación y
adquieran fundamentos en sus afirmaciones en torno al
acontecimiento mariano.
¨¨ Comprender el modo de pensar semita, distinto a
nuestras categorías occidentales.
7
¨¨ Buscar que la presente unidad nos permita entender que
la realidad de Dios en la tierra es cierta e históricamente
comprobable. De ese modo la fe se hará más concreta y
comprometida en quienes realizan este curso.
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Unidad 1
LUGARES E ITINERARIOS MARIANOS
DE PALESTINA.
Palestina es una región montañosa, constituida
esencialmente por una doble cadena de montañas, que
descienden paralelamente hacia el sur a lo largo de casi
200 kilómetros, separadas por la depresión, cada vez más
profunda, por la que corre el río Jordán; que, naciendo a los
pies del monte Hermón, tras haber formado y atravesado
el pequeño lago Hulé y el lago de Genezareth, recorriendo
un centenar de kilómetros, desemboca y muere en el Mar
Muerto.
De esta región únicamente interesa a la geografía mariana
la cadena montañosa occidental, contenida entre el Jordán y
el Mediterráneo, región a la cual se reserva exclusivamente,
aunque no con propiedad, el nombre de Palestina. La Virgen
Santísima recorrió repetidas veces esta cadena desde las
regiones septentrionales de Galilea hasta las meridionales
de Judea. La historia evangélica nos ofrece datos suficientes
para documentar, en parte al menos, los movimientos de la
Madre de Jesús.
8
Nacimiento de Nuestra Señora
En el relato evangélico hallamos a María por primera vez en
su morada de Nazareth en el momento de la Anunciación.
No está, sin embargo, comprobado que Nuestra Señora sea
natural de Nazareth; la tradición que lo afirma es tardía,
no anterior al siglo IX. La opinión muy anterior, que la
hace natural de Belén, no tiene valor, porque se funda
exclusivamente en argumentos exegéticos.
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La tradición más antigua la hace nacer en Jerusalén. El
primer testimonio remonta al siglo III y nos lo ofrece el
protoevangelio de Santiago. Desde el año 400 al 600 nos
hablan varios testimonios de una basílica erigida en honor
de María junto a la Probática Piscina, al norte del recinto
del Templo; después del 603 el Patriarca Sofronio indicó
que aquél fue el sitio en que nació la Virgen. En los siglos
siguientes los testimonios se van haciendo más explícitos.
La Arqueología confirma la tradición: la basílica fue erigida
en aquél sitio en la primera mitad del siglo V, pero fue
precedida por un oratorio, surgido casi un siglo antes, en la
gruta que todavía se venera actualmente como el sitio del
nacimiento de María. Hemos de considerar, por ello, muy
probable que Nuestra Señora naciese en Jerusalén.
La basílica del siglo V, destruida por los persas en el año 614,
fue reconstruida entre los siglos VIII y X, y tomó, algunos
siglos después, el nombre de la madre de María, Santa
Ana, que todavía actualmente conserva. Después de haber
estado durante más de siete siglos en manos musulmanas,
fue rescatada en 1856 por el gobierno francés, que la confió
a los Padres Blancos.
La Anunciación
9
María recibió el anuncio del ángel en Nazareth de Galilea,
donde vivía (Lc., 1,26). Ignoramos cuándo y por qué
se trasladó a Galilea la Virgen (que en el momento de la
Anunciación no debía tener más de quince años).
El pueblecito de Nazareth no había sido nombrado antes
de los Evangelios; ninguna alusión a él ni en el Antiguo
Testamento, ni en Flavio Josefo, ni en el Talmud. Esto ha
parecido extraño, hasta el punto que algunos críticos lo
pusieron en duda, o negaron decididamente su existencia.
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Unidad 1
Pero las localidades palestinenses no citadas antes del
Cristianismo son centenares: incluso ciudades importantes
(como Sefforis de Galilea) no se citan en el Antiguo
Testamento. Según Flavio Josefo, Galilea contaba con
205 pueblos y con 15 ciudades fuertes; estas localidades
no aparecen en su mayor parte nombradas jamás. Es
demasiado, por tanto, poner en duda la existencia de
una pequeña localidad por sólo este motivo. Nazareth,
además, fuera de la literatura cristiana, aparece recordada
en una elegía hebrea sobre las 24 clases sacerdotales, cuya
tradición se remonta al siglo III d.C.
Galilea meridional (toda la región al occidente del lago de
Genezareth, que se extiende hacia el sur, hasta la llanura
del Esdrelón) es un macizo montañoso cuyas cimas más
altas superan apenas los 500 metros de altura. De repente
hacia el sur, falta la montaña y una larga llanura la corta
profundamente desde el Mediterráneo hasta el Jordán: la
llanura de Esdrelón Nazareth, una de las ciudades más
elevadas (casi 500 metros), está situada en los últimos
contrafuertes meridionales; apenas dos kilómetros más
al sur la montaña, en una rápida inclinación, se hunde
en la llanura, el pueblecito se extiende a lo largo de un
declive que baja hacia el sur en forma de concha; posición
encantadora en una región verdegueante de plantas y
cultivada, con amplio panorama hacia el mediodía: la
llanura con su característica cima pelada del Tabor, con el
pequeño Hermón y, más abajo, los montes de Gelboé.
10
Allí llevó el ángel su anuncio. La actual basílica de la
Anunciación, situada en el punto sudoeste de la ciudad,
pretende indicarnos la posición exacta. Efectivamente
se levanta en el sitio de una antiquísima basílica, que se
nombra por primera vez en la historia en 570, pero que
probablemente se remonta a Constantino y que encerraba
la misma gruta señalada como “la casa de María”, testigo
de la Anunciación y después de la vida oculta de Jesús. La
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basílica, destruida por primera vez por los musulmanes
y reconstruida muy pronto, fue destruida por segunda
vez en el año 1623 por el sultán Bilbars, quien asesinó a
los cristianos y dejó reducida la ciudad a un montón de
ruinas. Sólo cuatrocientos años después en 1638 surgió
una pequeña iglesia en las ruinas de la antigua basílica;
finalmente en 1730, los Franciscanos construyeron el
edificio actual orientado de manera distinta a la antigua
basílica y sin valores estéticos, pero que encierra la antigua
gruta venerada en tiempos de Constantino. La tradición
sobre la localización exacta de la casa de María se remonta
con certeza hasta el año 570, y con seria probabilidad hasta
la época de Constantino, dos siglos antes.
Poco más de un kilómetro al norte de la basílica surge una
iglesia de los griegos ortodoxos, que ha sucedido también
a una antigua basílica, que encierra la única fuente natural
de agua de la región, “la fuente de la Virgen”. Una leyenda
sitúa la Anunciación en la fuente; es cierto que, siendo la
única fuente del lugar, tuvo que ir a ella con frecuencia
la Santísima Virgen. Actualmente, un acueducto lleva el
agua de la fuente hasta fuera de la iglesia, un centenar de
metros más hacia el sudeste, y el desagüe de este canal
suele ser llamado impropiamente “la fuente de la Virgen”,
y representado como tal en las fotografías.
La Visitación
11
“Por aquellos días se puso en viaje María y se dirigió
diligentemente hacia la montaña, a una ciudad de Judá”
(Lc., 1,39). Entre las diversas localidades propuestas como
lugar de la Visitación de María a Isabel y del nacimiento
del Precursor, una sola presenta cierta aceptabilidad y está
apoyada por la tradición: Ain Karim, una pequeña ciudad a
siete kilómetros al occidente de Jerusalén, sobre una colina
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enmarcada por el verde intenso de los pinos y los cipreses,
y dominando un hermoso valle donde se cultiva la vid y
árboles frutales. En los años 1106-1107, un testimonio
del igúmeno ruso Daniel la nombra expresamente por vez
primera como el sitio de la Visitación. Desde entonces las
afirmaciones en tal sentido se van multiplicando. Pero ya un
testimonio del 700, impreciso en sí mismo, pero estimado
por los críticos, y otro testimonio implícito de gran valor del
peregrino Teodosio (530), confieren valor a los testimonios
posteriores.
La actual iglesia de San Juan se remonta al siglo XII
(restaurada ampliamente en 1672); la gruta que se venera
actualmente en el fondo de la nave izquierda era considerada
como la casa de Isabel en el siglo XII; y como la iglesia es
anterior y se levantaba sobre un antiguo lugar de culto de la
época bizantina, teniendo en cuenta la tradición, podemos
aceptar a Ain Karim como lugar de la Visitación, con
suficiente probabilidad.
De un segundo santuario, construido también sobre ruinas
de origen bizantino, ignoramos a qué memoria haya estado
dedicado antiguamente.
El Nacimiento de Jesús
12
Después de permanecer con su prima durante tres meses,
volvió María a Nazareth (Lc., 1, 56). Pero en el momento
del nacimiento de Jesús la hallamos de nuevo en Judea, en
Belén, un pueblecito a nueve kilómetros al sur de Jerusalén.
Famosa en el Antiguo Testamento, sobre todo como propia
del rey David, Belén se halla situada sobre una doble colina,
casi a 800 metros sobre el mar, y domina los valles que
existen al sur y al norte.
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Desde Nazareth llegaron a Belén María y José en un
viaje de cuatro días. Llegados a la ciudad juntamente
con muchas otras personas venidas para el censo, y no
habiendo encontrado sitio en la posada (khan o caravanera),
encontraron refugio en una gruta un poco en las afueras de
la ciudad, hacia el sur, sobre una altura, que muy pronto fue
habitada e incorporada, por consiguiente, a la ciudad. Que
Jesús haya nacido fuera de la ciudad está confirmado por el
relato evangélico. Los primeros en recibir la noticia fueron
los pastores que vigilaban sobre su rebaño.
Desde mediados del siglo II, la tradición, representada por
San Justino y por el protoevangelio de Santiago, afirma
decididamente que Jesús nació en una gruta fuera de la
ciudad. Los cristianos continuaron venerando y visitando
el lugar (Orígenes, 2,15; Eusebio, 3, 15-25) incluso después
de que Adriano, como nos refiere San Jerónimo, instaló allí
el culto de Adonis. Finalmente en el año 325, Constantino
levantó sobre aquella venerada gruta una basílica de cinco
naves, que, a pesar de las restauraciones sufridas a través
de los siglos, subsiste todavía hoy, después de más de mil
seiscientos años, única entre las construcciones de la época
constantiniana en Palestina (a diferencias de los otros
monumentos, escapó a la destrucción de los persas del 614,
y a las destrucciones árabes del 638, del 1009 y del 1187).
Bajo el altar mayor de la basílica se venera todavía hoy
aquella cueva, que en tiempos de Constantino y antes
todavía en tiempos de Orígenes (principios del siglo III) y en
tiempos de Justino (mediados del siglo II), era considerada
como la cueva en la cual María dio a luz a Jesús. Ningún
otro lugar sagrado puede gloriarse de tantos testimonios,
tan antiguos y tan seguros.
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La basílica, que recibió graves daños en 529 en la
insurrección samaritana, fue restaurada en 540 por
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Justiniano, tuvo nuevas restauraciones durante la Edad
Media, hasta alcanzar la forma actual.
La Presentación en el Templo
Después de los cuarenta días prescritos por la Ley para su
purificación, encontramos a la Virgen María en Jerusalén,
entre los atrios del Templo de Herodes, para rescatar a Jesús
y para su purificación.
El Templo estaba constituido por una amplia explanada, el
“Atrio de los Gentiles”, situada sobre la cima de la colina
oriental de Jerusalén y circundado por una fuerte muralla.
En esta explanada está contenido el verdadero Templo, un
enorme rectángulo, rodeado de pórticos. Se entraba en él
por el Este, por la “Puerta Speciosa”. La primera mitad
del rectángulo, dividida del resto por un pórtico y por una
escalinata, era el “Atrio de las Mujeres”, desde el cual,
a través de la puerta que se abría sobre la escalinata, se
pasaba a la segunda mitad, que contenía el “Atrio de los
Judíos”, el “Atrio de los Sacerdotes”, con el altar de los
holocaustos y del edificio sagrado propiamente dicho: el
Santo y el Santo de los Santos o Santísimo. Por la segunda
puerta Speciosa entró Nuestra Señora en el “Atrio de las
Mujeres”, que estaba prohibido atravesar. En esta puerta
entregó san José al Sacerdote de turno en la semana los
cinco siclos para el rescate de Jesús, y María ofrecía las dos
tórtolas y las dos palomas que los pobres tenían que ofrecer
para la purificación después del parto. Terminado el rito (del cual ignoramos las ceremonias) y ocurrido el encuentro
con Simeón y con Ana, la Sagrada Familia volvió a Belén.
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La Adoración de los Magos
Cuando los Magos, viniendo del oriente algunos meses
después del nacimiento de Jesús, llegaron a Belén, María,
con el Niño y San José, no vivían ya en la cueva al sur de
la población. Terminados los días del censo, marchaba ya
la gente a la ciudad, así José pudo fácilmente encontrar y
alquilar una habitación más cómoda y decente en la ciudad.
Y en aquella “casa” fue donde los Magos presentaron sus
dones al Niño Jesús (Mt., 2,11).
La huida a Egipto
Inmediatamente después de la partida de los Magos,
Nuestra Señora, con el Niño de pocos meses y acompañada
de San José, tuvo que hacer frente al viaje más largo de su
existencia. Para huir de la persecución de Herodes, cruzaron
la vecina frontera y se refugiaron en la provincia romana de
Egipto. Durante siglos de la historia de Jerusalén, Egipto
fue el clásico lugar de refugio para los judíos angustiados o
perseguidos. Poco a poco se había ido formando una nutrida
e importante colonia judía, que, en tiempos de Herodes, si
aceptamos los datos de Filón, llegaba al millón.
Para llegar hasta allí, María y José realizaron un durísimo
viaje de 350 kilómetros. Desde Belén hasta la frontera,
bajando primeramente hacia el sudoeste por Hebrón y
Bersabée, doblando después bruscamente hacia la costa de
Gaza y caminando entre el desierto y el mar hasta la ciudad
fronteriza Al-Arish, no había más que unos 150 kilómetros.
La Sagrada Familia podía ponerse a salvo al otro lado
de la frontera herodiana, en una marcha de tres o cuatro
días. Pero ¡qué marcha tan penosa! Después de Bersabée
había que caminar por el desierto, es decir, por la estepa
árida, desolada, falta de agua y de vegetación donde no se
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encuentra ni el más leve rastro de habitación humana. Pero
lo más duro del viaje eran los 200 kilómetros restantes, desde
la frontera hasta la región habitada más próxima en Egipto,
el Delta: 200 kilómetros de un interminable desierto de
arena. Ya no es el desierto bíblico, es decir la estepa inculta
y árida, sino el verdadero y auténtico desierto, formado por
dunas movedizas de arena, donde el pie se hunde, la marcha
es lenta y penosa, las reservas reducidas a lo poco que
pueda cada uno llevar consigo, y, sobre todo, falta el agua y
la poca agua que puede llevarse no es suficiente para calmar
el ardor que atormenta. Este es el camino que tuvieron que
realizar, en condiciones miserables, María, con el Niño en
brazos, y José, en una marcha por lo menos de unos diez
días. En Pelusio, a la entrada del Delta (350 Kilómetros
desde Belén), habían llegado ya a la meta, y los recientes
regalos de los Magos permitieron a José afrontar los gastos
más urgentes.
Ninguna tradición suficientemente antigua nos indica el sitio
donde se detuvo la Sagrada Familia (algunas demasiado
recientes, indican localidades del bajo Egipto, e incluso del
Egipto medio); es razonable suponer que no se alejarían
mucho de la región este del Delta, la región habitada más
próxima a la frontera con Palestina.
Algunos meses después, muerto Herodes, hubo de afrontar
María por segunda vez, en sentido inverso, la fatigosa
caminata. Y no sólo hasta Belén, porque habiéndose
enterado de que reinaba en Judea el hijo de Herodes,
Arquelao, José tuvo miedo, y prefirió continuar con María
otros 150 kilómetros y volver a Galilea, a Nazareth.
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El hallazgo en el Templo
De los casi treinta años pasados por Jesús en Nazareth con
María y José, no conocemos más que un episodio ocurrido
cuando el Redentor tenía doce años. Cada año, por la
Pascua María y José, como todos los judíos piadosos se
dirigen para adorar a Dios en el Templo de Jerusalén. El
viaje, de unos 130-140 kilómetros, se hacía en pequeñas
caravanas de parientes o amigos, en tres o cuatro días.
La última detención, la tarde del tercero o cuarto día, era
probablemente (según una tradición un poco tardía, pero
que se apoya realmente en la posición geográfica) en la
localidad llamada modernamente El-Bireth, a 16 kilómetros
de Jerusalén. Aquel año, la primera tarde del viaje de
vuelta, precisamente en El- Bireth, María y José se dieron
cuenta de la ausencia de Jesús. Los movimientos sucesivos
de los dos angustiados peregrinos son reconstruidos
de maneras distintas. Según algunos, después de haber
pasado el primer día en el viaje de vuelta de Jerusalén a ElBireth, transcurrió el segundo día en la vuelta a Jerusalén
y probablemente, por la mañana, encontraron a Jesús
en el Templo. Otros prefieren suponer que, advertida la
ausencia de Jesús, angustiadísimos, María y José volvieron
a Jerusalén la misma noche entre el primero y segundo día,
favorecidos por el plenilunio y por la afluencia notable de
peregrinos, incluso de noche; el segundo día transcurrió en
Jerusalén en afanosa e inútil búsqueda; hasta que, por la
mañana del tercer día, volvieron a encontrar a Jesús. Esta
segunda hipótesis hace más movida y dramática la escena,
pero resulta un poco dificultoso suponer que María y José
hayan pasado un día entero buscando por Jerusalén antes de
dirigirse al Templo.
17
Jesús fue encontrado en medio de los doctores de la Ley,
ocupado en responder y en interrogarles. A lo largo de
los atrios del Templo había habitaciones en las cuales los
rabinos enseñaban la Ley a los jóvenes, que escuchaban
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sentados sobre esteras o sobre pequeños escabeles. Aquella
vez los rabinos “se quedaban admirados” de la inteligencia
de aquel judío de doce años.
Las Bodas de Caná
Los años de vida familiar que Jesús pasó con María después
de este episodio, en la soledad serena de Nazareth, terminaron
el día en que el Redentor abandonó su patria adoptiva para
dirigirse a Judea, donde Juan estaba bautizando (Mc., 1,9).
Pero cuando Jesús volvió a Galilea, junto a Él y a sus
discípulos encontramos a su Madre, presente en el primer
milagro que realizó en Caná.
Caná se encuentra al norte de Nazareth; en cuanto al lugar
exacto, los sabios se dividen en dos opiniones igualmente
probables y basadas en sólidos argumentos. La mayor parte
identifica a Caná con la ciudad moderna de Kefr Kenna,
situada a los pies de una colina, siete kilómetros al noroeste
de Nazareth. Visitada habitualmente por los peregrinos
como la Caná del Evangelio. Otros, sabios de valor, prefieren
identificarlo como la ciudad de Khirbet Qana, situada sobre
una colina aislada a 14 kilómetros al nordeste de Nazareth.
No es fácil decidirse entre ambas identificaciones; la
cuestión no puede ser actualmente resuelta.
18
Los testimonios antiguos afirman que en Caná había sido
construida una basílica en tiempos de Constantino, para
recordar el primer milagro de Jesús, pedido por su Madre;
sobre la situación de esta construcción que ya no existe, no
está por ahora la Arqueología en situación de revelarnos
nada seguro. En Kefr Kenna edificaron los Franciscanos
una iglesia en 1789, actualmente meta de peregrinación.
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En Cafarnaúm
Después del milagro de Caná, la Virgen siguió a Jesús hasta
Cafarnaúm, donde se detuvieron, pero únicamente “pocos
días” (Jo., 2.12). La localidad es importante para María, en
cuanto que Cafarnaúm se convertirá pronto en “la ciudad
de Jesús” (Mt.,9,1; Mc.,2, 1) donde el Maestro tenía “su
casa” (Mt.,13, 1-36), y que abandonando Nazareth, había
escogido como su ciudad, porque, centro del comercio en
las orillas del lago de Genezareth (o de Tiberiades), en los
confines de Galilea con la Tetrarquía de Filipo, era muy
frecuentada, y le ofrecía mayor oportunidad para desarrollar
su ministerio, y para moverse más fácilmente por el lago.
Muchas otras veces debió bajar la Virgen para visitar a su Hijo.
Aunque se han presentado otras identificaciones, la mejor
y más aceptada por la mayor parte de los sabios es la que
reconoce a Cafarnaúm en la moderna Tell-Humm, en la
ribera septentrional del lago de Tiberiades, tres kilómetros
al oeste de la entrada del Jordán en el lago. Allí pueden
admirarse las ruinas de una magnifica sinagoga, que se
remonta al siglo III d.C., pero que fue construida sobre los
restos de sinagogas más antiguas y, por consiguiente, señala
el lugar donde Jesús se dirigía a enseñar todos los sábados.
Durante los viajes apostólicos de Jesús
19
Que María siguiese a Jesús en sus viajes apostólicos, las
Evangelios ni lo afirman ni lo niegan. San Lucas (8,2,
ss.) nombra a las Santas Mujeres que, juntamente con
los Apóstoles, acompañaban a Jesús mientras “recorría
las ciudades y los pueblos” (entre ellas no figuraba la
Santísima Virgen). Pero adviértase que los Sinópticos no
la nombran siquiera al pie de la cruz, donde ciertamente
estuvo presente, como sabemos por San Juan. Un poco de
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luz da este pasaje del Evangelio: María visita a Jesús (Lc.,
8,19ss) en una localidad indeterminada de Galilea, pero que
pudo ser perfectamente Cafarnaúm, o también un pueblo
no lejano a Nazareth, por el cual pasaba Jesús en funciones
de su ministerio. Esta visita nos autoriza a concluir que
María no seguía “siempre” a Jesús. Naturalmente, al menos
cuando su ministerio no lo lanzaba lejos de Galilea, es muy
probable que muchas veces Nuestra Señora le haya hecho
visitas, incluso prolongadas. En la cruz, un poco antes de
morir, Jesús se preocupa por confiar su Madre a Juan, señal
evidente de que hasta entonces se había ocupado de alguna
manera personalmente de su Madre. Esto nos impide
exagerar sobre la separación entre Jesús y María durante la
vida, tan trabajada, de su ministerio público.
Jesús es arrojado de Nazareth
También de cuando en cuando debía ir Jesús a casa de su
Madre en Nazareth. Los Evangelios nos hablan de dos visitas
apostólicas del Maestro a su pueblo; la primera, al comienzo
del ministerio galileo, surtió poco efecto; la segunda, hacia
el final, chocó contra la rencorosa incredulidad de sus
coterráneos y estuvo a punto de acabar trágicamente. (Los
exégetas discuten sin embargo, si se trata de dos o de una
única visita.) Al final, los nazaretanos, molestos por las
palabras claras de Jesús, lo arrastraron fuera de la ciudad,
para precipitarlo por un precipicio.
20
A tres kilómetros al sur de la ciudad, un pico escarpado
que se levanta sobre el valle del Esdrelón, es relacionado
todavía en la actualidad con este hecho, y denominado “el
monte del precipicio” (o, mejor, “del salto”). Y una pequeña
altura, situada en las proximidades entre Nazareth y el
llamado “monte del precipicio”, recibió durante la Edad
Media el nombre de “Nuestra Señora del Espanto” para
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recordar la angustia que de hecho debió producir al corazón
de la Madre, que corrió detrás de los verdugos de su Hijo.
Estas identificaciones no tienen valor alguno histórico; no
están apoyadas por ninguna seria tradición; no es creíble
que en un acceso de furor, decididos a una ejecución
sumaria, los nazaretanos se hayan lanzado a una marcha
de tres kilómetros, subiendo y bajando por las alturas;
finalmente, el precipicio por el cual pretendían precipitar
a Jesús estaba, como afirma claramente San Lucas¸ en “el
monte sobre el cual estaba construida su ciudad (4,29).
En los alrededores de Nazareth no faltaban accidentes del
terreno que se prestaban magníficamente a ello; junto a la
moderna iglesia de los griegos católicos podemos ver uno,
de una altura de 10 metros, que podía ser perfectamente el
lugar del hecho.
Jesús huyó milagrosamente de la muerte; pero después de
esto, ¿seguiría su Madre conforme con vivir en una ciudad
que había arrojado e intentado matar a su Hijo? Es difícil
responder afirmativamente. Podremos, por tanto, pensar que
se trasladó a Cafarnaúm, donde ya hacía tiempo se había
establecido Jesús, y donde estaban establecidos algunos de
sus discípulos (Pedro y Andrés de Bethsaida: Mt.,8, 14)
La Pasión de Jesús: el Vía crucis
21
En la narración evangélica volvemos a encontrar a María
al pie de la cruz (Jo., 19,25). En el momento de la Pasión
María estaba, por tanto, en Jerusalén. Como todos los años,
había ido evidentemente para la solemnidad de la Pascua.
La devoción popular hace que se encuentren Jesús y su
Madre en el Vía crucis. Efectivamente, si la encontramos
a los pies de la cruz con San Juan y las piadosas mujeres,
es muy probable que hubiese seguido al triste cortejo,
mezclada a la muchedumbre.
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Unidad 1
Del Vía crucis conocemos el punto de partida, el pretorio
de Pilato (probablemente la fortaleza Antonia, en el ángulo
noroeste del Templo) y el punto de llegada a saber, el
Calvario (en la actual basílica del Santo Sepulcro). Las
diversas destrucciones y reconstrucciones de Jerusalén no
permiten seguir exactamente el recorrido de Jesús en aquel
día, pero el camino que recorren actualmente los peregrinos,
rezando las oraciones del Vía crucis, corresponden con
cierta aproximación al que debió recorrer Jesús, y en el cual
se encontró ciertamente con su Santísima Madre. Inútil
añadir que la determinación de las diversas estaciones se
remonta a una época muy tardía.
El Calvario y el Sepulcro
María asistió a la crucifixión, a la muerte y a la sepultura
de Jesús. La tradición nos indica con impresionante
seguridad el lugar de la crucifixión y de la sepultura del
Redentor. Jesús fue crucificado en una pequeña altura,
llamada expresivamente “el Cráneo” (en arameo: Gólgota;
en latín: Calvario) que se elevaba no más de cinco metros
sobre el suelo circundante (jamás es llamado en el Nuevo
Testamento “monte” o “collado”, como la devoción popular
se lo figura, sino simplemente “lugar”). El Calvario estaba
situado en un punto al noroeste de la ciudad de Jerusalén,
fuera del recinto de los muros, pero próximo a la puerta
de Efraím y al camino que llevaba a la ciudad. Estaba
prescrito que las crucifixiones se verificasen fuera de la
ciudad, en sitios frecuentados, para que pudiesen servir de
amonestación. El sepulcro de Jesús era una gruta excavada
en la roca, situada, como se deduce del Evangelio (Jo.,
19, 41 s.), junto al Calvario; la Tradición y la Arqueología
han confirmado esta proximidad. En tiempos de Cristo, el
muro septentrional de Jerusalén, partiendo desde el ángulo
noroeste del Templo, dejaba fuera del sitio el Calvario y
22
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la tumba de Jesús; una docena de años después, el nieto de
Herodes el Grande, Agripa (41-44), construyó otro muro
más al norte, que encerró dentro de la ciudad también
aquellos lugares santos; desde entonces hasta ahora, el
Calvario y el Sepulcro han quedado dentro de Jerusalén.
Los Evangelios no especifican el punto exacto del Calvario,
pero la Tradición nos lo recuerda. En el año 326, Constantino
hizo construir allí una grandiosa basílica, que fue después
demolida. Pero la basílica actual del Santo Sepulcro se
levanta en el punto exacto de la constantiniana, a la cual
en gran parte imita, como nos revela la Arqueología. Ahora
bien, el punto en el cual hizo Constantino construir su
basílica era exactamente el que la Tradición mostraba como
sitio del Calvario y del Santo Sepulcro. En 325, el historiador
Eusebio, que asistió a los trabajos constantinianos, y San
Jerónimo, casi un siglo después, nos dicen que en el año 135
sobre el lugar venerado del Calvario y del Santo Sepulcro,
convertido en un inmenso terraplén, fue edificado por el
emperador Adriano un templo a Júpiter y a Venus. Entonces
(primera mitad del siglo II) los cristianos veneraban aquellos
lugares sagrados, que conocían con exactitud, dada la
proximidad a los acontecimientos y porque sobrevivían los
inmediatos sucesores de los testigos oculares. El templo
idolátrico de Adriano, lejos de borrar de la memoria el sitio
exacto de la muerte y de la resurrección, ayudó a recordarlos
con exactitud, de manera que en el año 325 Constantino no
tuvo más que hacer demoler el templo pagano para volver
a encontrar la prominencia del Calvario y la gruta del
Sepulcro, y levantar allí su majestuoso edifico. La basílica
actual, construida sobre las ruinas de la antigua, encierra,
por tanto con absoluta seguridad, los lugares sagrados, en
los cuales asistió María a la pasión y sepultura de su Hijo.
23
La construcción de Constantino (en su conjunto, 132 metros
de larga y 33 de ancha) constaba de tres partes principales:
el “Martirium”, la basílica propiamente dicha, consagrada
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Unidad 1
al servicio religioso; la “Anástasis” (Resurrección),
santuario de forma circular (38 metros de diámetro) –tenía
la forma de los mausoleos principescos-, que contenía
el Santo Sepulcro, es decir, la gruta, aislada por la roca
circundante y convertida en un pequeño edificio redondo;
entre la basílica (“Martirium”) y la Anástasis” (sepulcro)
había un atrio rectangular, descubierto en un ángulo del
cual se alzaba una masa rocosa, avance de la prominencia
del Calvario.
La basílica constantiniana pasó por dolorosas peripecias:
incendiada por los persas en el 614, restaurada después,
fue destruida radicalmente en 1009 por los árabes; la
volvió a edificar en el año 1048 el emperador Constantino
Monómaco, pero sobre un diseño bastante reducido; el
edificio no comprendía más que el santuario redondo de
la “Anástasis” y la iglesia (antiguo atrio) que guardaba
al Calvario. Fue de nuevo restaurada en el 1149 por los
cruzados, y después por los griegos en el siglo pasado.
Con gusto muy discutible y escasa competencia, resultó
el edificio actual, siempre; sobre el plano reducido de
Monómaco.
Después de la Ascensión de Jesús: en el Cenáculo
24
Por última vez el relato del Nuevo Testamento nos habla de
María inmediatamente después de la Ascensión del Señor:
“Todos perseveraban… en la oración, con las mujeres, y
con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos,
1,14). Esto ocurría en aquella “sala superior” (v.13) en la
cual se habían encerrado los Apóstoles después de la muerte
de Jesús, en la cual se les había aparecido Jesús, en la que
debía efectuarse la venida del Espíritu Santo, es decir, el
Cenáculo.
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Una antigua tradición, que se remonta a comienzos del siglo
IV, confirmada por muchos testimonios, ha fijado el punto
donde estaba el Cenáculo; en el lado oeste del collado alto
u occidental de Jerusalén (sería, en cambio, contrario a la
tradición más antigua identificar el sitio donde descendió
el Espíritu Santo, todavía hoy venerado como el Cenáculo,
con el sitio donde Jesús celebró la última Cena, ignoramos
el sitio exacto en que estaba enclavada la casa donde tuvo
lugar la institución del Eucaristía). En el sitio de la bajada
del Espíritu Santo, en el cual los cristianos tenían una
pequeña iglesia en los primeros siglos, fue construída una
gran basílica poco después de la muerte de Constantino
(337). Destruida por los persas en el 614 y reconstruida una
veintena de años después, incendiada nuevamente por los
árabes en el 966 y vuelta a edificar por los cruzados en el
siglo XII fue destruida nuevamente por los turcos en 1244.
Casi un siglo después, los Franciscanos reconstruyeron
el Santuario, pero mucho menos amplio que la antigua
basílica. Este es el edificio que desgraciadamente (a causa
de una leyenda infundada que ponía allí la tumba de David)
pasó a los musulmanes y fue convertido en mezquita en
1524. Todavía hoy los cristianos que desean visitar el
Santuario que indica el lugar en que descendió el Espíritu
Santo y en que María oró con los Discípulos, deben dar una
propina para conseguir que les dejen entrar.
La muerte de María
25
Desde la Ascensión del Señor hasta el día de su muerte
vivió Nuestra Señora con el Apóstol Juan, al cual la había
confiado Jesús al morir, y que “la había acogido en su casa”
(Jo., 19,27). Y como Juan se trasladó a Éfeso en la costa
occidental del Asia Menor, fue abriéndose paso la opinión
de que María lo siguió y que tal vez moriría, en Éfeso.
Esta opinión está fundada sobre todo en una afirmación
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Unidad 1
incompleta, pero clara, contenida en una carta del Concilio
de Éfeso (431), según la cual María vivió en Éfeso con Juan
y allí murió. Pero, en general, los críticos no reconocen
validez a este testimonio, porque contrasta con otra opinión
de solidez y con los datos de la Historia. Efectivamente, San
Juan no se trasladó a Éfeso antes del año 58; hasta entonces
aquella iglesia fue regida por San Pablo. Nuestra Señora
nacida hacia el año 20 a.C. (en el tiempo del nacimiento
de Jesús, 6-5 a.C., debía tener unos quince años), en el año
58 era casi octogenaria, no es, por consiguiente, probable
que haya seguido a San Juan en un viaje tan largo y tan
peligroso. Y es mucho más verosímil que San Juan se haya
trasladado a Éfeso todavía mucho más tarde, después de la
muerte de San Pablo (67).
Una antigua tradición, que se remonta a los siglos IV-V,
nos indica a Jerusalén como lugar de la muerte de María,
y como lugar de su sepultura el Cedrón, al oriente de la
ciudad, entre ésta y el Monte de los Olivos. Entre el año 453
y 458, el obispo Juvenal edificó sobre la tumba de María
una basílica de forma octogonal, de la cual hablan diversos
testimonios de los siglos V, VI y VII. Destruida en 614 por
los persas, reedificada, vuelta a destruir en el siglo XI y
reconstruida por los cruzados en 1130, fue definitivamente
destruida cincuenta años después por Saladino. No fue
reedificada más, pero se conserva todavía su cripta, que
contiene la tumba de la Madre de Jesús.
26
Una tradición más tardía, que se remonta al siglo VII, indica
incluso el sitio exacto de su muerte, en las proximidades
del Cenáculo, pero no tiene en realidad el valor histórico
de la precedente. La actual basílica de la “Dormición de
María”, que sucede (sólo parcialmente, en cuanto al sitio)
a la antigua basílica del Cenáculo, nos indicaría el sitio
exacto en Jerusalén donde María acabó su existencia sobre
la tierra.
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TALLER
Por favor, realice una investigación que demuestre que
María Santísima no tuvo más hijos. Para ello haga recurso
a distintos catecismos marianos (se pueden consultar en la
internet.).
REFLEXIÓN
¿Cuáles son sus conclusiones personales después de
haber visitado virtualmente los lugares de Palestina donde
vivieron María y Jesús?.
TEXTOS PARA LEER
Las narraciones de María Valtorta en torno a la infancia
de María en “Introducción y vida oculta de Jesús” (Se
encuentra en internet en PDF).
BIBLIOGRAFÍA
Vincent Abel, O.P., Jérusalemnoubella. Paris, 1914-1922
Idem, Bethléem.Paris, 1914.
P. Perella, C.M., I LuoghiSanti. Piacenza, 1936.
27
J. Dalman, Les itineraires de Jesús. París, 1930.
D.Baldi, O.F.M., EnchiridionLocorumSanctrorum. Jerusalén, 1935.
J. Ricciotti, Vida de Jesucristo, Barcelona.
F. Vigourouz, Dictionnaire de la Bible (cfr. nombres geográficos)
F. M. Abel, O.P., Géographie de la Palestine. Paris, 1933-1938.
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Unidad 2
Unidad Didáctica
2
OBJETIVOS
¨¨ Mostrar cómo desde los primeros siglos la Madre de
Dios es testimoniada por la más pura Tradición de la
Iglesia y en la doctrina de los Padres.
¨¨ Hacer entender al alumno que si la Virgen María, como
Jesucristo, ha sido motivo de controversia e incluso de
herejías, estas circunstancias han ayudado a profundizar
el misterio mariológico, transversal en la economía
salvífica.
¨¨ Este “excursus” histórico permitirá constatar la
centralidad de la Madre de Dios y permitirá definir
los dones de que ha sido adornada en orden a la
misión encomendada por el Señor. La presente unidad
manifestará la permanente sensibilidad del pueblo de
Dios frente a la importancia de tal acontecimiento.
28
¨¨ Ayudar al alumno a definir sus propias opciones frente
al acontecimiento mariano con base en los hechos de
carácter histórico que lo rodean y alejarlo de lecturas
supersticiosas ajenas a la realidad.
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MARÍA EN LOS ESCRITOS DE LOS
DOCE PRIMEROS SIGLOS
Nuestro amor filial hacia María Santísima querría hacerse
la ilusión de que ya desde los tiempos más primitivos del
Cristianismo todos los fieles tenían plena conciencia y
perfecto conocimiento de sus privilegios, tal y como nosotros
los creemos y admitimos actualmente; y se comportaban
para con Ella tal y como nosotros nos comportamos ahora.
Sería pretender demasiado. Aun cuando la Revelación se
cerró con la muerte del último Apóstol (alrededor del año
100) y el depósito de la fe cristiana no haya podido aumentar
después, la Iglesia, sin embargo, no se encontraba entonces
en plena posesión –queremos decir en plena posesión
consciente– de numerosas verdades reveladas. Únicamente
al pasar el tiempo –no pocas veces ante el estímulo de
alguna desviación o herejía- fue adquiriendo esa conciencia
y fue conociendo de manera explícita lo que en los primeros
tiempos estaba contenido sólo implícitamente en otras
verdades.
Es éste un principio que no podemos olvidar. Por no haberlo
tenido en cuenta, los protestantes de todos los siglos –los
protestantes ortodoxos de los siglos XVI- XVIII, así como
los de fines del siglo pasado, se fueron aproximando cada
vez más a un racionalismo ateo y han acusado a la Iglesia
de haberse desviado de su primitiva fe y de imponer a sus
seguidores dogmas que de manera alguna se leen en la
Sagrada Escritura y en los escritos de los primeras siglos.
29
Tengamos esto bien presente, también en lo que respecta
a la Madre en concreto. Ella ocupa en la Iglesia el
puesto de una Madre: es la Madre del Verbo encarnado
y la Madre espiritual de todos los fieles. Pues bien, un
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Unidad 2
hijo no es consciente ya desde el principio de lo que su
madre significa en su vida, de cuánto su madre encierra
de bondad, de belleza, de poder. Y poco a poco, conforme
va creciendo, irá adquiriendo conciencia de ello, hasta
comprender totalmente el sentido de esta maternidad. Lo
mismo ha acontecido en la Iglesia respecto de María. Por
ello es sumamente importante examinar lo que creían y
decían los fieles de los tiempos pasados y cuál era su actitud
intelectual y moral ante María.
La catequesis apostólica
María entra en la vida y en la doctrina de la Iglesia como
Madre de Jesucristo; y Jesús es la segunda Persona de la
Santísima Trinidad, el Hijo de Dios, hecho hombre para
rescatarnos de la esclavitud del pecado y del demonio,
para volver a conducirnos al Padre Celestial, restaurando
en nosotros la adopción de los hijos de Dios. Pero la
Maternidad de María es una maternidad muy especial:
ningún hombre le prestó concurso, como ocurre en las
demás mujeres. Es una maternidad virginal: fecundada por
la virtud del Altísimo, concibió en su seno al Hijo de Dios y
después de nueve meses, le dio a luz sin detrimento alguno
de su virginidad. Después no tuvo relaciones matrimoniales
que pudieran haberle hecho perder su virginidad intacta.
30
Aunque no encontramos mención de Ella en la primitiva
catequesis, o sea en la predicación ordinariamente hecha a
los fieles, y San Pablo nos diga sólo de manera incidental
que Cristo nació de una mujer (Gal, 4,4), creemos, sin
embargo, que también el nacimiento de Cristo de una
Virgen, contado por San Mateo y por San Lucas, debía
formar parte de esta catequesis primitiva. Seguramente en
una forma muy concisa, como más o menos aparece en el
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Símbolo de los Apóstoles o en el Credo de la Misa: fue
concebido del Espíritu Santo y nació de una Virgen; o;
se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María Virgen,
y se hizo hombre; o simplemente: nació de María Virgen.
Efectivamente, los primeros defensores de la fe cristiana
contra los herejes, que negaban realidad a la Humanidad
de Cristo, no se ponen a discutir con ellos, al menos en los
primeros tiempos, sino que se limitan a recordar e inculcar
esta verdad, como si se tratase de una verdad perfectamente
conocida.
La maternidad de María
Para la Iglesia católica, como sabemos ya, los primeros
siglos de existencia fueron todo menos pacíficos. La Iglesia
tuvo que sufrir mucho por parte de los judíos, que no le
podían perdonar haberse apartado de la antigua religión del
Dios de Abraham, sin comprender que la religión cristiana
era el perfeccionamiento de la religión judía; por parte del
pueblo y del Estado romano, para los cuales la religión y
la política constituían una sola cosa. Las persecuciones,
unas veces latentes, otras veces violentas hasta lo increíble,
duraron hasta principio del siglo IV, es decir, hasta que
fue reconocido el derecho de la Iglesia a la existencia.
Entre tanto, numerosas calumnias eran lanzadas contra los
cristianos, tanto por los judíos como por los Romanos. Estas
calumnias no perdonaban a Cristo y a María su Madre, a
quien llegó a acusarse incluso de adulterio.
31
Más peligrosas que las mismas persecuciones y calumnias
provenientes de fuera de la religión cristiana fueron las
insidias de los falsos hermanos, de los herejes, quienes,
bajo apariencias de corderos, pretendían inducir a los fieles
en error y apartarlos del único verdadero redil de Cristo.
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Unidad 2
Y éstos eran numerosos ya a finales del siglo primero. El
“docetismo” enseñaba que el cuerpo de Cristo era sólo
aparente, y, por consiguiente, que nada había recibido de
María, aun cuando había pasado por Ella; el “gnosticismo”
aspiraba a una salvación distinta de la salvación cristiana,
predicada por el Evangelio, y reducía el Evangelio a puro
mito.
A estas primeras herejías no podía oponer la Iglesia un
Concilio general o un poder central sólidamente organizado,
tanto más cuando que en los primeros siglos vivía en plena
percusión. La Iglesia no disponía entonces ni siquiera de
un cuerpo doctrinal sólida y claramente elaborado, y tenía,
por consiguiente, que apelar a la fe tradicional recibida de
los Apóstoles. Este camino era, además el más seguro, y
también los fieles, que se sentían con ánimos de emprender
una lucha directa con los herejes, utilizaron abundantemente
este argumento.
32
Se trataba ante todo de defender la verdad de la Encarnación
del Verbo divino, y fue la maternidad verdadera de María lo
que principalmente garantizó la verdadera Humanidad de
Cristo; la afirmación de esta maternidad se convirtió de esta
manera en el argumento decisivo a favor de la cristología
ortodoxa. Pero Cristo era Dios, y la maternidad de María
era, por consiguiente, una maternidad divina, la divinidad
de su Hijo repercutió de esta manera en su Madre.
El primero que se levantó en defensa de la Fe católica
contra el “docetismo” fue el anciano obispo de Antioquía
San Ignacio (+ ca.107). Conducido hacia Roma, donde
debía morir mártir de Cristo, fue huésped del joven obispo
de Esmirna, Policarpo, y recibió delegaciones de algunas
iglesias vecinas (Magnesia, Trallos y Éfeso). Ignacio
escribió una carta a cada una de estas iglesias. Llegado
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después a Troáde, envió cartas a las iglesias de Esmirna y
de Filadelfia. Dirigiéndose a los fieles de diversas iglesias,
no se cansa de repetir las mismas cosas, para que no
caigan víctimas de los herejes. El mejor antídoto contra su
alimento envenenado –dice- es una estrecha unión en torno
al propio obispo, depositario de la doctrina cristiana y una
fe inalterable en las enseñanzas recibidas de los mismos
Apóstoles. Esta fe nos dice, entre otras cosas, que uno es el
médico que puede curar a todos. Nuestro Señor Jesucristo,
el cual, siendo Dios de Dios, quiso encarnarse en el seno de
la Virgen María por obra del Espíritu Santo, para procurar
nuestra redención (cfr. A los Efesios, 7, 18-20; a Trallos. 9;
a los Esmirn.,1). Esta encarnación tuvo lugar en una Virgen
desposada, y esto lo quiso Dios para ocultar al demonio la
virginidad de María y los comienzos de la obra de nuestra
salvación (A los Efes., 19) 1
San Ignacio que es muy conciso, no tuvo tiempo de alargarse
sobre las pruebas de esta fe ni de demostrar por las Sagradas
Escrituras que el Mesías debía de nacer de una Virgen. Esto
lo hicieron escritores posteriores, comenzando por San
Justino (+ca.165), quien ampliamente en su Diálogo con
Trifón cita numerosos textos escriturarios para defender la
religión cristiana de las acusaciones de los judíos, reproduce
numerosos textos también de su primera Apología, dirigida
a los emperadores para exponer en cierto modo la verdad
de la religión cristiana.
33
Contra los gnósticos salieron a la arena San Ireneo, obispo
de Lyon, en Francia (+post.202); Tertuliano (+post.220) quien,
implacable contra todos su adversarios, abandonó la Iglesia
1
“Nuestro Dios Jesucristo fue llevado en el seno de María según la
economía divina, nacido del semen de David y del Espíritu Santo… Al príncipe
de este mundo (el demonio) quedaron ocultos: la virginidad de María, su parto
y la muerte del Señor: tres misterios clamorosos que se llevaron a cabo en el
silencio de Dios” (A los Efes., 18-19).
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Unidad 2
católica al final de su vida, para adherirse a un rigorismo
moral exagerado, e Hipólito, el primer antipapa, muerto
mártir en el año 235, tras haber retractado sus errores y
exhortado a sus discípulos a someterse al verdadero obispo
de Roma.
San Ireneo apela a la fe de los Apóstoles. Atenerse a esta fe es
la mejor salvaguarda contra los engaños de los herejes. Esta
fe apostólica nos enseña claramente que no hay más que un
Dios, Creador del cielo y de la tierra, y que el Hijo de Dios,
en todo igual a su Padre, ha querido, por su grande amor
hacia los hombres, nacer de una Virgen, para poder unir de
nuevo al hombre rebelde con Dios (Contra las herejías, I,
10, 1; III, 4, 1-2). En ninguna parte nos dice explícitamente
Ireneo que la Virgen María es la Madre de Dios, pero repite
muchas veces que su Hijo es de Dios. Investiga después el
motivo por el cual Cristo quiso nacer de una Virgen, y lo
encuentra en la economía de la salvación: para que Adán y el
género humano, descendiente de él, pudiesen ser salvados,
el Salvador tenía necesariamente que ser al mismo tiempo
Dios y hombre, y tomar su naturaleza humana de aquella
misma humanidad que se perdió en Adán y que debía en Él,
Cristo, recobrar la salvación. El nacimiento de una Virgen
era, además, la prueba de su origen sobrehumano. Tal
nacimiento parecía también exigencia de la misión propia
de Cristo; debiendo conducir a los hombres a un nuevo
nacimiento, el nacimiento a la inmortalidad, debía nacer
Él mismo de una manera totalmente nueva; como Adán,
primer padre y cabeza de toda la Humanidad, fue sacado de
la tierra virgen, de la misma manera también Cristo, nuevo
Adán y nueva cabeza de la Humanidad, debía tener a una
Virgen por Madre (contra las herejías, II, 21,10)2
34
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(clas herejías, II, 21,10)2 .
Era, por consiguiente, importante a los ojos de Ireneo el
nacimiento del Verbo de una Virgen; importante, por tanto,
la maternidad de María. Sí negamos ésta, no puede hablarse
de una verdadera redención.
Tertuliano debía dar golpes duros y decisivos. Escribió
numerosas obras para refutar a los adversarios de la
Encarnación, y una de ellas tiene precisamente por título
De la carne de Cristo. Pasa revista, uno por uno, a todos
los argumentos escriturísticos de los herejes, y responde
a ellos de manera perentoria. También él está convencido
de que no hay esperanza de salvación para quien niega
la maternidad de María o afirma que Cristo no tomó su
naturaleza humana de Ella. La concepción virginal de María
es de absoluta exigencia: el Verbo divino, engendrado por
el Padre celestial desde toda la eternidad, existía antes
de su encarnación; cuando quiso tomar, por consiguiente,
naturaleza humana de una mujer, ningún padre terreno debe
concurrir a ella (De la carne, 18). En suma, la ausencia de
una padre humano era la prueba de origen sobrenatural de
Cristo. Más tarde, Lactancio (+ después de 310) hablará el
mismo lenguaje (Instituciones divinas, IV, 25). Tertuliano
recoge también el paralelismo de Ireneo entre Adán y
2
35
“Como por la desobediencia de un hombre, el pecado, y, consiguientemente, también la muerte, entraron en le mundo, de la misma manera, por
la obediencia de un hombre la justicia fue introducida y se nos volvió a dar la
vida a los que en otro tiempo estábamos muertos. Y Adán fue formado de una
tierra tosca, tomó sustancia de una tierra todavía virgen (sobre la cual no había
caído aún la lluvia y ningún hombre había labrado la tierra) y fue plasmado por
la mano de Dios, es decir, por el Verbo de Dios (por el cual todo fue hecho):
el Señor tomó el fango de la tierra y plasmó al hombre; así, recapitulando en
sí a Adán, el mismo Verbo nació de María, que era todavía virgen… Sí, por
consiguiente, el primer Adán… fue sacado de la tierra y plasmado por el Verbo
de Dios, era conveniente que el mismo Verbo recapitulando en sí a Adán fuese
semejante a él en el nacimiento. (Contra las Herejías, III, 21, 10).
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Unidad 2
Cristo: Adán fue sacado de una tierra virgen, también Cristo
debía nacer de una madre virgen (De la carne, 17) Cuando
deje después la Iglesia católica, a causa de su rigorismo
moral, el escritor buscará en la concepción virginal de María
una confirmación de su ideas excesivamente rigoristas
sobre la remisión de los pecados: antes de Cristo todos
los pecados de la carne podría ser perdonados, porque toda
carne estaba infestada por el pecado de Adán, pero después
de la venida de Cristo estos pecados son irremisibles,
porque el Verbo bajó a una carne a que el matrimonio no
quitó el sello (De pudicitia, 6). Hemos de advertir, sin
embargo, que para Tertuliano, María no fue virgen más que
en la concepción, con el fin de probar mejor la verdad de la
Encarnación, negó Tertuliano la virginidad en el parto (De
la carne, 23).3
Nada especial hemos de añadir sobre la doctrina de
Hipólito; se mueve en la misma línea de los autores citados.
Únicamente tiene de propio que el Verbo, siendo ya Verbo
perfecto antes de la Encarnación, no llegó a ser perfecto
Hijo sino en virtud de la Encarnación (Contra Noeto, 15)
La doctrina de la Encarnación del Verbo de la Virgen María
no sólo es defendida en los escritos contra los herejes, sino
que la encontramos también por todas partes, y ésta es
36
3
“De una manera nueva debía nacer aquel que Inauguraba la nueva vida… Una virgen, por consiguiente, concibió y engendró a Emmanuel, es
decir, a “Dios con nosotros”. Esta es la nueva vida, cuando el hombre nace en
Dios; en el hombre Dios había nacido tomando carne del linaje humano, de
manera no humana, a fin de renovarla espiritualmente y limpiarla de la mancha
hereditaria. Pero este nuevo nacimiento, en virtud del cual el Señor nació de
una Virgen según una racional economía, tiene, como todas las demás cosas,
una prefiguración antigua. La tierra estaba todavía virgen, es decir, nadie la
había labrado o había arrojado en ella la semilla, cuando Dios plasmó de ella
el hombre vivo. Si, por consiguiente, el primer Adán dícese sacado de la tierra,
justamente el nuevo Adán, como lo llama el Apóstol, debía ser sacado por Dios
de una tierra (virgen), es decir, de una carne, la cual no había sido fecundada
por hombre alguno en orden a la generación” (De la carne de Cristo, 17).
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una razón más para afirmar que debió formar parte de la
enseñanza ordinariamente dada a los fieles. Así, por ejemplo,
san Ireneo, quien emprendió también una Exposición de
la predicación apostólica, nos refiere las mismas cosas
que podemos leer en su refutación contra el gnosticismo.
Tertuliano llama la atención de las vírgenes de su tiempo
sobre la fe tradicional y apostólica de la Iglesia. Orígenes (+
254), el gran maestro de Alejandría y de Cesarea, el asiduo
predicador también en la última parte de su vida, propone
simplemente esta doctrina, ya emprenda la refutación de
una obra escrita por el pagano Celso setenta y cinco años
antes, ya comenté la Sagrada Escritura en la escuela o la
expliqué ante el pueblo cristiano, Más de una vez enumera
entre los puntos fundamentales de la doctrina cristiana la
concepción virginal de María por obra del Espíritu Santo.
El Salvador del género humano debía, ciertamente, ser
hombre; pero el cuerpo que debía ser el instrumento de
salvación no podía dejar de estar, en su origen, inmune de
toda corrupción proveniente del pecado de nuestro primer
padre, por lo cual quiso Él encarnarse en una Virgen. De
tal modo se podía probar además su origen sobrehumano
(Hom.in Lev., 12,4). Si después escogió Dios una Virgen
desposada, esto fue para que lo que había de virginal y
sobrenatural en su origen permaneciese oculto para el
diablo (es el argumento propuesto ya por San Ignacio de
Antioquía), y María no fuese apedreada como adúltera
por los judíos (Hom.in Lucam, 6). A Orígenes finalmente,
hemos de atribuir, con gran probabilidad, el honor de haber
acuñado el apelativo “Madre de Dios” (Theotócos en griego
que los latinos traducirán por Deipara).
37
Detengámonos un poco y hagamos el balance de la doctrina
católica de los tres primeros siglos expuesta hasta aquí.
Debemos decir que asistimos a un doble triunfo: el triunfo
de la fe en la Humanidad de Cristo, y el triunfo de la fe en la
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maternidad virginal de María. Existe un nexo estrictísimo
entre estas dos verdades: la fe en la maternidad virginal de
María es el criterio de la fe en la verdad de la Encarnación
del Verbo divino. Porque María es verdadera Madre, tomó
el Verbo, no un cuerpo aparente, sino un verdadero cuerpo
de hombre; porque María es Madre virgen, su Hijo es Dios.
Si no se pudiese probar la concepción virginal de María,
Cristo no hubiera sido más que puro hombre. Y éste es
por otra parte, a nuestro humilde parecer, el significado
primario de las primitivas representaciones de María con
el Niño Jesús en las Catacumbas, la expresión de la fe en la
verdadera divinidad y en la verdadera humanidad de Cristo.
María ocupa, por consiguiente, un puesto muy eminente en
la doctrina de la Iglesia. El título, pues, de “Virgen” y “Santa
Virgen”, usado comúnmente por los doctores cristianos, y
que ese ha convertido en el apelativo equivalente de María,
indica la mujer que es virgen por excelencia, la mujer que, a
pesar de ser madre, permaneció, sin embargo, virgen, o sea,
la Madre de Dios. El nombre “Madre de Dios” es rarísimo,
si es verdad que fue dado alguna vez en este periodo a
María; pero su equivalente en la expresión: “nacido de la
Virgen” o “nacido de la Virgen María”.
El siglo IV está ocupado todo por la gigantesca lucha
contra el arrianismo, en defensa de la divinidad y de
la consubstancialidad del Verbo con el Padre. Sólo
incidentalmente se ocuparon de la maternidad de María.
Pero esta verdad era admitida como una sagrada herencia
de las generaciones precedentes, y los escritores utilizan
comúnmente, ya desde principios del siglo, el nombre de
“Madre de Dios” (Theotócos). En la segunda mitad de este
siglo, San Gregorio Nacianceno(+ 390) sostiene que nadie
puede negar, sin correr el riesgo de convertirse en ateo que
Jesucristo fue formado en el seno del la Virgen María de
manera divina y humana al mismo tiempo: divina, porque
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lo fue sin concurso de padre terreno; humana, porque fue
formado según las normas habituales de la concepción
humana (Cartas. 101).
El arrianismo fue condenado en el Concilio general de
Nicea en el año 325. En 381, un nuevo Concilio general
tuvo que convocarse porque había sido negada, en una
segunda época, también la divinidad del Espíritu Santo. En
este Concilio, reunido en Constantinopla, fue sancionada
solemnemente la fe anterior en la maternidad virginal de
María con la inserción de una frase en la profesión de fe
precedentemente promulgada en el Concilio de Nicea;
se añadió, pues, que el Hijo de Dios “por nosotros y por
nuestra salvación bajó de los cielos y se encarnó por obra
del Espíritu Santo de María Virgen y se hizo hombre”, Es
la fórmula que seguimos recitando actualmente en el Credo
del la Misa.
Menos de medio siglo después del Concilio de Constantinopla
se desencadenó la gran controversia cristológica. Nestorio
y sus seguidores, dependiendo en esto de la doctrina de
Teodoro de Mopsuestia, negaban que se pudiese llamar a
María Madre de Dios. El principal defensor de Cristo y
de María fue San Cirilo de Alejandría (+ 444), quien no
tuvo dificultad para probar que María debía ser llamada
verdaderamente Madre de Dios. Cristo es Dios; pues bien,
en Cristo no hay más que una persona, la persona divina,
subsistente en dos naturalezas. Esta persona divina tomó
de María la naturaleza humana y María lo dio a luz en
cuanto al cuerpo; María por consiguiente debe ser llamada
la Madre de Dios. Es una afirmación que encontramos por
todas partes en sus obras. Leemos además el primero de
sus doce anatemas, que fueron añadidos a la carta dirigida
a Nestorio, en el año 430, por Cirilo y por el Sínodo de
Alejandría: “Si alguno no profesa que el Emmanuel es
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verdaderamente Dios y que, por consiguiente, la Santa
Virgen es la Madre de Dios (Ella engendró según la carne
al Verbo de Dios), sea anatema” La doctrina de Cirilo, que
era la doctrina de la Iglesia, fue plenamente aprobada por
el Concilio de Éfeso en el año 431, donde fue condenado al
mismo tiempo Nestorio.
Parece que las afirmaciones de Nestorio contra María
hicieron una impresión tristísima en los fieles de Éfeso.
El hecho es que éstos manifestaron un entusiasmo y una
alegría sin precedentes ante las definiciones del Concilio,
acompañando con antorchas a los venerables Padres a sus
respectivas moradas.
El siguiente Concilio de Calcedonia, es 451, convocado
contra Eutiques, para defender la verdadera naturaleza
humana de Cristo, reconoce explícitamente la maternidad
divina de María, cuando define que el Hijo de Dios
“engendrado desde toda la eternidad por el Padre, según la
divinidad, fue también engendrado según la Humanidad, por
nosotros los hombres y para nuestra salvación, de la Virgen
María, Madre de Dios (Theotócos)…” San León Magno
(+ 461), cuya carta dogmática sobre la doble naturaleza
de Cristo fue aclamada por los Padres del Concilio de
Calcedonia, explica más de una vez a los fieles el porqué
del nacimiento de Cristo de una Virgen, y descubre en ello
un profundísimo designio de Dios, entrevisto ya tres siglos
antes. El Salvador, que tenía que ser verdadero Dios y
verdadero hombre, debía estar también fuera de la línea de
los hombres a quienes venía a salvar, es decir, debía estar
inmune de pecado original; pues bien, el único camino
para poder nacer de esta manera era el nacimiento de una
virgen a cuya maternidad no prestase su concurso ningún
padre terreno, puesto que el pecado original se trasmite
precisamente en virtud del concurso de un padre terreno. Si
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esta Virgen, pues, estaba desposada, el origen sobrehumano
de Cristo quedaría oculto para el diablo (cfr. Sermones, 22, 1-4).
En suma, con la condenación del nestorianismo y de Eutiques
había triunfado totalmente una doctrina abiertamente
revelada y sostenida siempre por los fieles y por los grandes
defensores de la fe católica: el Verbo divino se encarnó
en el seno de la Virgen María, y María, por consiguiente,
debía ser llamada Madre de Dios. Pero así como el gran
criterio de la verdad de la Encarnación había sido siempre
la maternidad virginal de María, con todo derecho puede
decirse que, ya ahora, más aún ya desde mitad del siglo III,
María había derrotado plenamente a todas las herejías. San
León Magno exalta la fe de la Iglesia y de los fieles cuando
dice: Todos los fieles estaban de tal manera impregnados en
la narración del Evangelio, que no podrían prestar oídos a
las blasfemias de Nestorio, “sabiendo que no hay esperanza
de salvación para los hombres si el Creador de la Madre no
es también el Hijo de la Virgen” (Sermones, 28,5)
La Virginidad de María
En este tiempo había triunfado ya la Iglesia católica contra
otro ataque al honor de María, a su virginidad perpetua.
En los primeros siglos únicamente algunos herejes habían
negado la concepción virginal de María, sosteniendo
que Jesús era hijo de Ella y de José, o de Ella y de algún
soldado. Basándose en la Sagrada Escritura, los defensores
de la fe católica no habían tenido dificultad alguna en
probar la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen; y
la virginidad en el parto les parecía constituir una sola cosa
con la virginidad en la concepción, o, por lo menos, no ser
más que una prolongación de ésta. Entre los sostenedores
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de la virginidad en la concepción, únicamente Tertuliano,
como hemos visto, se atrevió a negar la divinidad en el parto,
con el fin de probar mejor la verdad de la Encarnación, o
sea de la naturaleza humana de Cristo.
Pero en la Sagrada Escritura se habla algunas veces de los
hermanos de Jesús. El mismo Tertuliano sostenía que se
trataba de hijos que María había tenido de José después del
nacimiento de Jesús (De monogamia.8). Se unieron a él,
en la segunda mitad del siglo IV, los antidicomarianistas,
combatidos por San Epifanio (+403), el obispo Bonoso de
Cerdeña, Elvidio, discípulo del obispo arriano Ausencio
de Milán, y el monje Joviniano. Casi unánimemente
aquellos textos de la Sagrada Escritura habían sido
interpretados como que se trataba de hijos de José en un
primer matrimonio: así el protoevangelio de Santiago y el
evangelio de Pedro, entre los escritos apócrifos, y entre los
escritos ortodoxos, Clemente Alejandrino (+215), Orígenes,
San Hilario de Politiers (+267-268), etc. Únicamente
Hegesipo, hacia finales del siglo II, vio en ellos a los primos
de Jesús, es decir, hijos de alguna hermana de María, y
esta interpretación debía hacerse común a partir de San
Jerónimo (+ca, 420). A San Jerónimo pertenece la honra,
además, de haber dado una explicación completa de las
dificultades suscitadas por el relato de San Lucas: citando
numerosos textos de la Sagrada Escritura, explicó en qué
sentido debían entenderse las expresiones: “hasta que”,
“antes de que viviesen juntos”, “primogénito”.
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Entre tanto, se defendía abiertamente la virginidad perpetua
de María, y María podría ser presentada como ejemplo a
las vírgenes por Orígenes, Ambrosio (véase, ante todo, De
virginibus, II, 2), Agustín y otros.
En conclusión, en los cinco primeros siglos, dos grandes
verdades marianas quedaron plenamente demostradas: la
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maternidad divina y la virginidad perpetua; a ellas debemos
añadir inmediatamente que fue también entrevista de
una forma clara su maternidad espiritual respecto de los
hombres. Esto ya era mucho, pero quedaba aún mucho por
hacer, y los siglos futuros cantarían también, a su modo, las
grandezas de María.
La Inmaculada Concepción de María.
María siempre virgen, ¡sí! Pero tal vez se quería ver en esta
virginidad algo más, la perpetua pureza y santidad de la que
fue saludada por el ángel como la “llena de gracia” y de la
cual el mismo Dios, inmediatamente después del pecado en
el paraíso terrenal, había predicho que pondría enemistad
entre Ella y la serpiente. El privilegio de la Inmaculada
Concepción de María, como tal, no aparece claramente
sostenido en los cinco primeros siglos, parece más bien
que la doctrina de los grandes escritores, que son, por
ejemplo, San Agustín (+430) y san León (+461) nos lleva a
deducir la negación de este privilegio. Ellos no nos hablan
de él; pero, tratando sobre el pecado original, no conocen
más que un camino para nacer inmune de él, es decir, una
concepción milagrosa, para la cual no concurra padre
humano, y tal concepción no es aplicada a María sino por
los Colliridianos, una sexta de herejes, quienes convierten a
María en una diosa, a la cual ofrecen un sacrificio especial.
San Epifanio (+403) es un gran adversario.
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No faltan, por lo demás, escritores que, como Orígenes,
San Basilio (+379), San Cirilo de Alejandría, San Juan
Crisóstomo (+ 407), atribuyen a María, alguna falta de fe
en la misión de su Hijo (así Orígenes, Hom.in Luc., 17;
Basilio, Cartas, 260, 9; Cirilo, Comm.IN Joh., 19, 25), o
alguna pequeña complacencia por la estimación de que
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disfrutaba su Hijo entre las muchedumbres (así San Juan
Crisóstomo, Hom, in Joh., 21,2): se trata es de verdad,
de cosas insignificantes, pero que nos disuenan en la
Inmaculada; pero San Agustín piensa de distinta manera:
declara abiertamente que, para honra de Dios, no quiere
hablar de María donde trata de pecado, porque María recibió
ciertamente con abundancia las gracias necesarias para
evitar todo pecado (De natura et gratia, 26, 46). Se encuentra
aquí el adjetivo tan elocuente que muy pronto, comenzando
por Hipólito, los escritores añaden comúnmente el nombre
de “María” o de “Virgen”, y la llaman la Santa Virgen o
Santa María Virgen.
Pero no menos estaba entonces en el horizonte de la
conciencia cristiana el dogma de la Inmaculada Concepción.
Podríamos apelar al contraste que los primeros escritores
establecen entre Eva y María o al hecho de que encuentren
en Ella a la segunda Eva. Trataremos de ellos más
ampliamente un poco más abajo. Aunque es verdad que no
nos aparece claro hasta dónde llevan la oposición, es decir,
si se han limitado a ver en ella únicamente la maternidad
divina de María, juntamente con su maternidad espiritual
respecto de los hombres, o si, avanzando más, han llegado
a entrever en cierto modo una oposición absoluta, capaz
de equiparar con la oposición que existe entre Adán y
Cristo,
llamado el segundo Adán. En este último
caso, María debería ser considerada verdaderamente
como Inmaculada desde el instante primero de su
concepción. Podríamos llamar también la atención sobre el
protoevangelio de Santiago, uno de tantos apócrifos como
pulularon en la Iglesia hasta el siglo IV. El autor anónimo
pretende glorificar a María, virgen y madre, y reivindicarla
de ciertas calumnias esparcidas entre los judíos, tiene,
por ello, especial cuidado en quitar de Ella cuanto podría
mancharla, de cerca o de lejos, y, por consiguiente, excluye
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de Ella, la futura Madre del Salvador, cualquier mancha. La
manera cómo se expresa ha inducido a algunos escritores a
leer una concepción milagrosa; lo cual otros afirman que es
ajeno a su pensamiento. Hemos de advertir, sin embargo,
que el protoevangelio, ejercerá una enorme influencia en la
liturgia y en la teología mariana de la Iglesia griega.
Durante algunos siglos, las afirmaciones de los escritores
permanecen dentro de los límites de lo implícito; se trata
de insinuaciones; recorren toda la gama de los testimonios
implícitos; son todas las premisas que lógicamente llevarán
a la conclusión del gran privilegio mariano de la Inmaculada
Concepción, considerando más bien bajo el aspecto
positivo de perfecta santidad que bajo el aspecto negativo
de exención de pecado original. El punto de partida se
encontró precisamente en la consideración de la perfecta
pureza que debía competir a María, en cuanto Madre de
Dios, y fue la definición solemne de la maternidad divina en
el Concilio de Éfeso, en 431, lo que motivó las inteligencias
a reflexionar sobre el valor y las consecuencias de este
principio actualmente indiscutible. En Éfeso María fue
presentada al mundo rodeada de luz deslumbradora.
Desde entonces ningún escritor eclesiástico en Oriente
podía eximirse de pagar su tributo de alabanza a María, más
aún, todas las homilías al pueblo, pronunciadas con ocasión
de sus fiestas, que se multiplicaron desde fines del siglo VI,
ofrecían abundantes ocasiones. En occidente el dogma tuvo
una marcha más lenta, y encontró nueva oposición ante sí
en el siglo XII, cuando menos se hubiera esperado y de
quien menos podía creerse.
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Para todos, María es la Illibata, la incorrupta, la Inmaculada,
o la totalmente inmaculada, la sin mancha alguna de
pecado, la triunfadora del diablo, la justificada desde el seno
mismo de su madre, la bendita, más aún, la única siempre
bendita del Señor, un don enteramente nuevo de lo alto, lirio
o rosa entre espinas, etc., etc. Muchos de estos apelativos
podrían fácilmente entenderse por el puesto eminente y
único que ocupa María en la escuela de las creaturas, en
cuanto Madre de Dios, o por su incorruptibilidad virginal,
o por la ausencia de toda mancha de pecado original; pero
volvemos a encontrarnos desde el siglo VII ante escritores
que proclaman abiertamente la Inmaculada Concepción,
o que no pueden ser comprendidos rectamente si sus
afirmaciones no se entienden en este sentido.
Descendamos a algunos detalles. Ya en curso del siglo IV,
San Efrén (+373) dice de María en una de sus plegarias
dirigida a Ella, que Ella “fue siempre, tanto en cuerpo como
en alma, íntegra e inmaculada”, y en uno de sus Poemas
Nisibenos afirma que en Jesús no existe deformidad alguna,
ni mancha alguna en su Madre. San Ambrosio (+397)
comentando el salmo CXVIII, afirma que María fue “virgen
inmune por la gracia de toda mancha de pecado”. Teodoto
de Ancira (+antes de 446), hablando del paralelismo entre
Eva y María, no duda en decir que Ella es una virgen muy
acepta a Dios y llena de gracia, “una virgen incluida en el
sexo femenino, pero no partícipe de la culpa de la mujer,
una virgen inocente, inmaculada, libre de toda culpa, sin
mancha, santa de espíritu y de cuerpo, un lirio entre las
espinas, y que no conoció los males que nos vienen de Eva”.
San Máximo de Turín (+450) afirma que María fue “una
morada digna de Jesucristo, no por la belleza del cuerpo,
sino por la gracia original”. San Sofronio de Jerusalén (+638)
sostiene que María recibió una gracia que jamás ha recibido
nadie, y que nadie fue santificado como Ella por anticipado.
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En el siglo VII, fue instituida la festividad de la Inmaculada
Concepción, para el día 9 de diciembre; el título difiere, sin
embargo de calendario a calendario. Pero no puede haber
duda alguna sobre su verdadera significación; ésta, como
también la amplitud de su objeto, es muy clara, y más clara
aún aparece en las homilías de los oradores que explican
al pueblo su valor. Notemos que el primer canon fue
compuesto por San Andrés de Creta (+ hacia 740), y que
la primera homilía con ocasión de la fiesta fue pronunciada
por Juan de Eubea (+hacia 750). Se celebraba, por tanto, la
concepción activa de Ana –concepción milagrosa, porque
Ana era estéril-, o la concepción pasiva de la futura Madre
de Dios, que era llamada la pura, la única pura, la limpia de
toda mancha, la inmaculada bajo todos los aspectos, la en
todos los siglos inmaculada, el monte santo, el templo de
Dios, etc.
Y he aquí lo que los grandes oradores San Andrés de Creta,
Juan de Eubea, San Teodoro Estudita (+826), Jorge de
Nicomedia (finales siglo IX), el abad Teognoste (finales
siglo IX), también Focio (+897), etc., sostenían: María,
ciertamente, nació como todos los demás hombres, según
las leyes de la naturaleza; pero Dios intervino de manera
especial en el momento de su concepción, no sólo para hacer
fecunda a una mujer estéril, como lo hizo también para la
madre de Samuel y del Precursor, sino también con el fin
de alejar de María cualquier mancha de pecado original.
Tenemos por tanto, a Nuestra Señora adornada, desde el
primer instante de su existencia, con la belleza primitiva,
restablecida en la condición del primer hombre, constituida
primicia de la Humanidad restaurada; y aunque es verdad
que murió, su muerte no debe atribuirse a las causas porque
mueren los demás hombres (San Andrés de Creta). He aquí
a nuestra señora presentada como un sagrado depósito que
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pertenece a Dios, pero confiado por Él al seno de Ana (San
Germán de Constantinopla+733) o también como nacida a
la vida celestial y a la vida de la gracia al mismo tiempo que
nació a la virginidad corporal (Juan de Eubea); y también
como una tierra sobre la cual la espina del pecado no
creció, pero que, en cambio , ha producido el germen que
ha desarraigado todo pecado, como una tierra que no fue
maldecida igual que la tierra primera, fecunda en espinas y
en cardos, sino como una tierra sobre la cual descendió la
misericordia del Señor (San Teodoro Estudita). De manera
especial predestinada por Dios para ser la Madre de su Hijo,
María, hija inmaculada de nuestra raza, en vez de verse
manchada con el pecado original, adorna con su belleza a la
naturaleza humana, perfecta dueña de su alma, no conoció
los movimientos desordenados de la concupiscencia, que
son las consecuencias del pecado de origen; jamás cometió
pecado personal, sino que su santidad fue de adelanto en
adelanto… (Focio).
Desde el Oriente pasó la fiesta de la Inmaculada Concepción
a Occidente en el siglo IX: la encontramos por primera
vez en Sicilia y en Nápoles; después, en el siglo XI, en
Inglaterra, de donde volvió y se difundió por el continente.
El terreno, sin embargo, estaba ya preparado. Escritores y
oradores, como por ejemplo, Ambrosio Autperto (+hacia
780), Pablo Varnefrido (+801), Pascasio Radverto (+860),
en un opúsculo sobre el parto de la Virgen, etc., repetían lo
que en los primeros tiempos decían los escritores griegos.
Pascasio afirma explícitamente que María fue santificada
en el seno de la madre y contrajo de ella el pecado original.
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En Inglaterra la fiesta fue celebrada primeramente en los
monasterios, pero apenas intentó conquistar terreno fuera de ellos,
encontró una fortísima oposición. Es testigo digno de fe el discípulo
de San Anselmo, Eadmero de Cantorbery (+1124), quien escribió
el primer tratado a favor del Inmaculada Concepción.
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Al difundirse la fiesta surgió la gran controversia en torno
a la Inmaculada Concepción. Cuando también la iglesia
de Lyon quiso celebrar la concepción de María, se levantó
a protestar aquel de quien nadie hubiera sospechado tal
cosa, San Bernardo (+1153), quien dirigió una carta al
Capítulo de Lyon. Las razones por las cuales se oponía
a la fiesta eran las siguientes: la fiesta es desconocida en
el rito de la Iglesia, no puede ser aprobada por la razón,
está condenada por la antigua tradición, y nosotros no
debemos pretender ser más doctores o más devotos que los
Padres. Por otra parte, llena como está de títulos para que
la honremos, la Virgen no debe ser exaltada con honores
falsos e inconvenientes. Basta, por consiguiente, con decir
que María fue santificada en el vientre materno antes de
nacer, de manera que quitado cualquier pecado, fue santo
su nacimiento; pero tal santificación no la podemos admitir
para el momento mismo de su concepción. La autoridad
de San Bernardo era grande, encontró, por consiguiente,
muchos sostenedores de su opinión, a pesar de lo cual
la fiesta fue haciendo rápidos progresos, y muchos se
convirtieron en defensores de la Inmaculada Concepción.
La Asunción de María
Muy pronto se interesaron los escritores de la Iglesia por
el fin de la vida terrestre de María. El primer problema
que espontáneamente se les ofrecía era el de la muerte de
la Virgen. En una primera época aparece únicamente que
María murió; y nos lo dicen incidentalmente afirmando que
Ella permaneció virgen hasta la muerte (San Efrén, +373), o
que ella murió para destruir el pecado (San Agustín, +430:
Comm. In Ps., 34,3). Parece también que algunos pensaron
en una muerte violenta de Nuestra Señora, porque Simeón
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le había predicho que una espada traspasaría su alma. Por
tanto, San Ambrosio (+897) como San Paulino de Nola
(+431) aseguran que ni en la Escritura ni en la historia se
encuentra nada a este respecto, mientras que el sacerdote
Timoteo de Jerusalén (siglo IV) proclama explícitamente
la inmortalidad de María. Un poco diferente es la posición
de San Epifanio (+ 403) en su obra contra los herejes: él
no quiere decidir y afirmar de manera absoluta que María
permaneciese inmortal, pero tampoco asegura que haya
muerto, porque nadie sabe cuál fue el fin de la Virgen.
Respecto a la asunción gloriosa de María los primeros
Padres mantienen silencio. Pero este silencio es roto por
una voz, no del todo privada de autoridad. La voz de los
escritos apócrifos, que figuran bajo el nombre colectivo
de Tránsito de la B. Virgen María. Considerados desde el
punto de vista histórico, su valor es nulo, aún cuando el
autor anónimo afirma que toma sus noticias de un relato
primitivo. Por otra parte, las diversas contradicciones,
tanto en el tiempo y lugar de la muerte como sobre otras
circunstancias, como, por ejemplo, sobre los milagros que
acompañan al tránsito de Nuestra Señora, producen la
impresión, más aún, crean la convicción de que no existe
tradición alguna positiva que llegue hasta el tiempo de
los Apóstoles. Todo lo más, por consiguiente, podemos
considerar estos numerosos apócrifos como la expresión y
el testimonio del pensamiento cristiano en los tiempos en
que fueron compuestos, a saber en los siglos V, VI y VII.
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Pero ¿qué dicen estos apócrifos? Todos coinciden en las
líneas generales fundamentales del relato. La idea que cada
uno a su modo desarrolla de manera más o menos rica en
cuadros fantásticos, es la siguiente: María, milagrosamente
prevenida, o por un ángel o por su Hijo, sufrió la muerte;
los funerales le fueron hechos por los Apóstoles, traídos
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de antemano milagrosamente desde las diversas y lejanas
regiones de su apostolado, junto a la cabecera de la venerable
moribunda; numerosos milagros, verdaderamente trágicos,
fruto primeramente de la justicia y después de la misericordia
divina, tuvieron lugar durante el traslado de su cadáver al
Getsemaní, donde estaba preparado un sepulcro para Ella,
puesto que los judíos tenían el propósito de ultrajarlo, por lo
cual fueron prontamente castigados, pero después sanados,
tras haberse sinceramente arrepentido; pocos días después
de su sepultura, su cuerpo fue transportado milagrosamente
a la gloria del cielo.
No cabe duda de que algunos de estos apócrifos ejercieron
un influjo en la institución de la fiesta, aun cuando otros
hayan sido compuestos precisamente en el momento mismo
de la introducción de la fiesta en algunos lugares. Por otra
parte, el influjo de los mismos apócrifos sobre los Padres
griegos, comenzando en el siglo VII, será notable, aunque
los oradores no se atendrán siempre a la letra del relato.
Los primeros testimonios explícitos de una fiesta llamada
entonces la “Dormición” o la “Migración” de María, se
remontan a la segunda mitad del siglo VI o a principios
del siglo VII, del Oriente pasará la fiesta a Occidente, en
el curso del siglo VII: la volveremos a encontrar en Roma,
después en Inglaterra y en el continente. No hemos de
excluir que la fiesta de la “Dormición” de María haya tenido
como origen, al menos en muchas Iglesias, la primitiva
solemnidad mariana, llamada acá y allá “Memoria de Santa
María”, es decir la fiesta del diez natalis de María, o sea
de su entrada en la Iglesia triunfante. Como se hablaba –y
también actualmente síguese hablando en el lenguaje de la
Iglesia –de la muerte de un mártir o de un santo.
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Los oradores, apenas comenzaron a tratar de la nueva fiesta,
se detenían bien poco en el hecho mismo de la muerte de
María, porque se sentían arrebatados por la idea de su
entrada triunfal en el cielo y por la mediación universal
que allí ejerce. Por eso no es raro que las homilías –y a
veces se pronunciaban dos o tres homilías en un mismo díadesarrollen los siguientes tres puntos: un breve relato de la
muerte y de la “dormición” de la Virgen, inspirado la mayor
parte, pero en grado diverso, en los escritos apócrifos; el
relato de la resurrección y de la asunción gloriosa del cuerpo
de María a los cielos, aunque no faltaban oradores que se
inclinaban a admitir más bien un traslado de su cuerpo al
paraíso terrestre, donde se conservaría incorrupto- esto
comienza especialmente desde mediados del siglo IX, al
final, la mediación incesante de María a favor nuestro; a
lo cual hemos de añadir inmediatamente que los oradores
procuraban señalar un fundamento digamos teológico, al gran
privilegio que tocó a la Virgen; se referían preferentemente
a la maternidad divina de María, aun cuando no quedaban
excluidas consideraciones secundarias: difícilmente podían
admitir que la Virgen totalmente santa, Madre de Dios,
hubiese podido sufrir la suerte común a todos los mortales y
que su cuerpo hubiese conocido la corrupción del sepulcro.
Fue, además esta consideración, sugerida por la definición
solemne de la maternidad divina en el concilio de Éfeso
(431) la que inspiró, según parece, los primeros relatos
apócrifos sobre el final terreno de María.
52
Los oradores griegos, cuyo pensamiento fundamental hemos
expuesto, son poco más o menos los mismos de quienes
hemos hablado tratando de la inmaculada concepción.
En Occidente, el término “dormición”, adoptado en una
primera época para la fiesta, fue muy pronto cambiado
por el de “asunción”, de manera que el objeto principal
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de la fiesta parece haber sido la resurrección y la asunción
gloriosa del cuerpo de la Virgen. Entre los escritores, San
Isidoro de Sevilla (+636) se expresaba de la misma manera
como se expresaba tres siglos antes San Ambrosio respecto
a la muerte de Nuestra Señora, es decir, diciendo que nada
sabemos de cierto; un siglo después, San Beda el Venerable
(+735) confesaba también él su total ignorancia. En el siglo
IX, la literatura latina sobre la asunción es más rica, pero
nos encontramos frente a dos corrientes de pensamiento,
una más bien hostil a la resurrección anticipada de María;
la otra, en cambio, favorable.
El principal representante de la primera corriente es el autor
anónimo –tal vez Pascasio Radberto- de una carta falsamente
atribuida a San Jerónimo; es exagerado decir que el autor
es totalmente contrario a la resurrección anticipada de la
Virgen, pero él no ve en esta doctrina más que una piadosa
hipótesis, falta de apoyo de la Escritura y de la Tradición,
y afirma, por consiguiente, que es menester guardarse de
pretender incluirla entre las verdades reveladas. La corriente
favorable tiene entre sus principales representantes al autor
anónimo de un tratado sobre la Asunción de la Virgen
María, atribuido falsamente a San Agustín –según algunos,
el tratado pertenece al siglo XII-: reconoce lealmente que
las fuentes de la revelación nada nos dicen respecto de la
resurrección y de la asunción de María, pero afirma que
existe otro camino por el cual se puede buscar una solución,
a saber: el camino de la reflexión teológica o de la analogía
de la fe; en otros términos, es necesario apoyarse, al mismo
tiempo en datos de la fe, y en la luz de la razón y dejarse
guiar por la coherencia y por la armonía de las verdades
reveladas, confrontadas entre sí. Dada la gran autoridad
de que gozaban tanto San Jerónimo como San Agustín –
porque su carácter apócrifo no fue descubierto durante la
53
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Unidad 2
Edad Media-, los teólogos estuvieron divididos durante un
largo período de tiempo.
La maternidad espiritual de María
Quien lee las cartas de San Pablo queda en seguida
impresionado por la acentuada contraposición que establece
el Apóstol entre Adán y Cristo, entre el hombre viejo y el
hombre nuevo en nosotros. San Pablo nos describe a Adán
y a Cristo como dos cabezas de la humanidad, opuestos el
uno al otro y nos propone la obra de la redención como una
restauración, como una “recapitulación” en Cristo de todo
lo que Adán, en su rebelión contra Dios, había perdido para
sí y para todos sus descendientes. Adán, por consiguiente
significa desobediencia, pecado, condenación, muerte, para
cuantos naturalmente descienden de él, Cristo, en cambio,
significa: obediencia, justificación, gracia, resurrección,
para todos los que renacen en Él espiritualmente.
No es de maravillar que esta doctrina fundamental del
Apóstol haya encontrado amplia resonancia en los escritos
de todos cuantos se han interesado por la obra de la redención
y por la vida espiritual. Entre los antiguos escritores, tal vez
ninguno ha puesto tan en relieve esta doctrina como San
Ireneo de Lyon: él, efectivamente nos presenta la obra de
Cristo como una verdadera recapitulación. El “primogénito
de la Virgen” restauró el daño que nos había producido
Adán, el “protoplasto de Dios” y por ello se convirtió en
“principio de los vivientes”, como Adán, desobedeciendo,
se convirtió en “principio de los muertos” (Contra las
herejías, III, 18, 7; 32,4)
54
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Junto a Adán, sin embargo, se encontró Eva, que no tuvo
una parte puramente pasiva; junto a Cristo se encontró
María, cuya parte fue muy activa. Es, por consiguiente,
muy comprensible que los escritores cristianos, ya desde
mitad del siglo II, hayan edificado sobre la doctrina de San
Pablo y enriquecido la oposición entre Cristo y Adán con la
oposición entre María y Eva: así, vemos mencionada, junto
a la “recapitulación de Adán y Cristo” una “recirculación de
María en Eva”. Hemos dicho que los escritores cristianos
han edificado sobre la doctrina del Apóstol; convendría
tal vez decir que han referido el segundo elemento de un
concepto de la tradición apostólica, cuyo primer elemento
se lee en las cartas de San Pablo. Efectivamente, algunos
eminentes escritores de nuestro tiempo, como Teerien y
Lebon4, no dudan en llamar la doctrina de la nueva Eva una
doctrina de origen apostólico.
Los primeros escritores que oponen María a Eva son San
Justino, San Ireneo de Lyon y Tertuliano. El más amplio
es el segundo. Su doctrina puede fácilmente compendiarse
en lo siguiente: la virgen Eva, seducida por la serpiente, a
cuyo mensaje dio fe, transgredió el precepto de Dios y se
convirtió en causa de perdición y de muerte para sí misma
y para toda la humanidad; la Virgen María, por el contrario,
saludada por un ángel, a cuyo mensaje creyó, se sometió
a la voluntad de Dios y se convirtió en causa de vida y
de salvación para sí misma y para toda la humanidad (cfr.
Justino, Diálogo con Trifón, 100; Ireneo, Contra las
55
4
TERRIEN, J.B., La Mére de Dieu et la Mére des hommes. Paris, 5ª
ed., p.II, t, I, pp.22-13, 23-24 (hay versión española, donde es fácil encontrar
las citas); LEBON, J., L”apostolicite de la doctrine dela médiation mariale, en
“Rech, De Théol, ancienne et médievale” 2 (1930), 129-159.
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Unidad 2
herejías, III, 22, 4;V, 19, 1; Tertuliano, De la carne de
Cristo, 17) 5
5
56
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“(Sabemos) que el Verbo salió de la potencia y de la voluntad del
Padre antes de todas las creaturas… y que por el ministerio de la Virgen se hizo
hombre, para que la desobediencia, inspirada por la serpiente, acabase de la
misma manera como había tenido origen. Ya que Eva, siendo virgen y sin mancha, escuchó la palabra de la serpiente y con ello engendró la desobediencia
y la muerte. Por el contrario, la Virgen María saltó de fe y de gozo cuando el
ángel le anunció la buena nueva, es a saber, que el Espíritu del Señor bajaría
sobre ella, y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra, y que por
consiguiente, el Santo que nacería de Ella sería el Hijo de Dios: respondió,
pues: Hágase en mí según tu palabra. De Ella nació Aquel… mediante el cual
Dios aplasta a la serpiente y a los ángeles y a los hombres secuaces suyos, pero
libra de la muerte a aquellos que hacen penitencia por sus pecados y creen en
Él” (JUSTINO, Diálogo con Trifjón, 100).
“María se muestra obediente cuando dice: He aquí tu esclava, Señor; hágase en
mí según tu palabra; Eva, por el contrario, estando desposada con Adán, pero
siendo todavía virgen., fue, por su desobediencia, causa de muerte para sí y
para todo el género humano…, así María, teniendo como esposo a un hombre
predestinado para ella, pero permaneciendo, sin embargo, virgen, con su obediencia se convirtió en causa de salvación para sí y para todo el género humano. De esta manera… queda demostrada la recirculación de María en Eva.
Porque de otra manera no podía soltarse lo que había sido atado, puesto que el
nudo ha de deshacerse en sentido contrario… De tal manera, por consiguiente,
el nudo de la desobediencia de Eva, fue soltado por la obediencia de María. lo
que Eva, con su incredulidad, había atado, fue desatado por María con la fe”
(IRENEO, Contra las herejías, III, 22, 4).
“Como Eva fue seducida por los discursos del Ángel hasta el punto de huir de
Dios y transgredir su palabra, de la misma manera recibió María del coloquio
angélico, el anuncio de que, obedeciendo a su palabra, llevaría a Dios. Y si
aquélla se había mostrado desobediente a Dios, ésta, en cambio, se dejó persuadir de que había que obedecer a Dios, para que la Virgen María se convirtiese
en abogada de la virgen Eva. Y como el género humano había sido arrastrado
a la muerte por medio de una virgen, es salvado por medio de una virgen, y de
esta manera se restablece el equilibrio, la obediencia de una virgen compensando la desobediencia de otra virgen” (Op.cit. V.19, 1).
“Dios reconquistó su imagen y semejanza, de la cual el demonio se había posesionado, con una acción rival. De hecho en Eva todavía virgen, se había insinuado la palabra que originó la muerte, de manera semejante, debía descender
a una virgen la palabra (el Verbo) de Dios que venía a restaurar la vida, a fin de
que la Humanidad, por medio del mismo sexo, por el cual había sido perdida,
fuese conducida de nuevo a la salvación. Eva creyó a la serpiente, María creyó
a Gabriel; la culpa cometida por la una, creyendo, fue cancelada por la otra
igualmente creyendo…” (TERTULIANO, De la carna de Cristo, 17).
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Consideramos la obra de la redención en su totalidad,
nos parece que podemos deducir la siguiente conclusión
del testimonio de estos tres autores, especialmente del
testimonio de San Ireneo. Cuando Cristo se encarnó
se convirtió en el nuevo Adán, nueva cabeza espiritual
de la humanidad, que lo restaura todo; María, al dar su
“Fiat”, se unió íntima e inseparablemente a la obra de la
redención de su Hijo, iniciada propiamente en el momento
de la Encarnación, y, consiguientemente se convirtió en
la nueva Eva, la Madre Espiritual de la humanidad, que
recibía una vida nueva de Cristo. Es verdad que ninguno
de estos escritores llama a María explícitamente la Madre
espiritual de los hombres, sino su exposición se orienta en
esta dirección. Con más razón que, según San Ireneo, el
nacimiento de Cristo del seno virginal de María significa el
renacimiento espiritual de todos los que han de aceptar la
doctrina de salvación traída por el mismo Cristo (cfr. Contra
las herejías. IV, 33, 11)
La doctrina de la nueva Eva fue admitida por todas las
generaciones posteriores. No todos los escritores, sin
embargo, tratan ampliamente de ella, como trató San
Ireneo. Ocurre que la antítesis se detiene en algún aspecto
totalmente secundario, y no pocas veces la oposición se
describe en una sola frase: “una mujer fue causa de muerte,
una mujer nos dio la vida”, o “Eva nos arrojó del paraíso,
María nos volvió a introducir en el cielo”, y “por medio de
una mujer fuimos maldecidos, una mujer nos procuró la
bendición divina” etc. No faltan tampoco algunos escritores
que mencionan con frecuencia la contraposición entre María
y Eva, ya sea explícitamente, ya sea con evidentes alusiones,
como, por ejemplo, el caso de San Ambrosio (+397), quien
opone muchas veces la “virgen” a la “mujer”. Y entre estos
escritores encontramos a algunos que explícitamente dan a
María el nombre de “Madre de los hombres”.
57
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Unidad 2
Escuchemos a San Efrén (+373). A la humanidad, nos dice,
fueron dadas dos vírgenes: Eva y María; ambas fueron
visitadas por un embajador: Eva, por el diablo, María por
un ángel, ambas tuvieron influjo, pero totalmente distinto,
sobre nuestro común padre Adán y sobre toda la Humanidad:
Eva postró a su marido, y fue, consiguientemente, causa
de muerte para todos los hombres, María levantó a Adán
y se convirtió de esta manera en causa de vida para todos
nosotros; en Eva encontramos el sepulcro, y María nos
conduce al cielo. Eva escribió el decreto, el quirógrafo, en
virtud del cual se convirtió la muerte en común herencia de
todos. María, en cambio, lo rasgó, porque concibió en su
seno al Señor que quiso restaurarlo todo. Así en muchos de
sus Himnos6 .
Hemos de concederlo, en los escritos de Efrén no leemos
el nombre de “Madre de los hombres” dado a María, pero
su doctrina, que se enlaza maravillosamente con la de
Ireneo, no permite otra conclusión fuera de que María es
verdaderamente nuestra Madre espiritual.
Fue San Epifanio (+403) quien por primera vez llamó a
María con este nombre. Eva recibió su nombre de madre
de los vivientes después del pecado, y esto nos parece muy
extraño; de Eva, ciertamente desciende todo el género
humano, pero ella fue el tipo de María, que es la verdadera
Madre de los vivientes, porque la verdadera vida nos fue
58
6
“Vino (la muerte) a Eva, la madre de todos los vivientes. Esta es la
viña, cuyo cercado fue abierto por las manos de la misma Eva para comer su
fruto; consiguientemente, Eva, la madre de todos los vivientes, se convirtió, en
fuente de muerte para todos los vivientes. Floreció, en cambio María, la vida
nueva si la comparáramos con la antigua vid Eva, y en Ella habitó la nueva
vida, Cristo…, la vida que destruyó a la muerte” (Sermón sobre nuestro Señor).
Véase la edición de LAMY TH., J.,Sancti Ephrem Syrihymni et sermones, 4
vols. Malinas, 1882-1902) .
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dada por medio de ella (Panarion, 78,18)7. San Nilo (+435)
habla el mismo lenguaje, mientras que San Pedro Crisólogo
(+450) afirma en toda ocasión que María es la verdadera
Madre de los hombres. Comentado el saludo del ángel,
dice que ahora, es decir, en el momento de la anunciación,
la mujer que un tiempo se decía madre por naturaleza de
los que mueren, se convirtió verdaderamente en madre
por gracia de los vivientes. La misma aserción leemos en
un sermón sobre la resurrección de Cristo, en torno a la
resurrección de Lázaro, como también en un sermón sobre
la parábola de la levadura.
En tiempos, sin embargo, de San Nilo y de San Pedro
Crisólogo, otra afirmación bastante importante fue
pronunciada por San Agustín, a saber, que María es la
Madre del Cuerpo Místico de Cristo.
Es una verdad proclamada muchas veces por San Pablo la
del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Tomando
el punto de partida de la analogía del cuerpo humano,
con todos sus miembros, el Apóstol considera a todos los
cristianos como otros tantos miembros de un gran cuerpo,
cuya cabeza es Cristo y cuya alma es el Espíritu Santo.
Factores de unión y de unidad entre todos los miembros
son también la Eucaristía y la caridad fraterna. San Pablo
7
59
“María es quien fue nombrada de manera enigmática la madre de los
vivientes. Porque Eva fue llamada la madre de los vivientes… después de haber
cometido el pecado; es para maravillarse de que, después de la ofensa, le haya
sido dado un nombre tan excelente. Si miramos únicamente a la apariencia de
las cosas, debemos conceder que de Eva tuvo origen todo el género humano.
Pero de hecho fue María quien introdujo la vida en el mundo: engendró a la
vida, y por ello se convirtió en madre de los vivientes… Eva ofreció al género
humano la causa de la muerte, por medio de la cual entró la muerte en el mundo; María dio la causa de la vida, gracias a la cual la vida misma fue producida… la vida nos vino, por consiguiente, de donde nos había llegado la muerte;
la vida tomó el puesto de la muerte, y Aquel que quiso nacer de una mujer para
ser vida nuestra, excluyó a la muerte que una mujer nos había procurado. (Pararion 78,18)
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Unidad 2
llama a Cristo cabeza de este Cuerpo y sabemos por la
doctrina de Santo Tomás que Cristo no puede llamarse
cabeza sino porque ejerce un influjo vital sobre todos los
miembros que son los fieles, cuyo influjo consiste en la
infusión de la gracia (SummaTheol., III, q.8, a.1). también
la doctrina del Cuerpo Místico fue profundizada por los
escritores cristianos, especialmente a partir de San Agustín,
que es llamado el doctor de la gracia, pero a quien podemos
honrar también con el título de doctor del Cuerpo Místico
de Cristo. Esta verdad se halla también a la orden del día en
nuestros tiempos; basta mencionar los estudios de Anger,
Mura y Mersch, y sobre todo la encíclica de Su Santidad Pío
XII, publicada en 1943, MysticiCorporis. Correlativamente
al interés creciente por el tema del Cuerpo místico se ha
comenzado también a determinar el puesto que ocupa
María en este Cuerpo.
Digamos que San Agustín fue el primero en determinar este
punto. Muchas veces nos dice el santo que María engendró
a la cabeza y que la Iglesia engendra a los miembros, es
decir, a los fieles. Pero en una obra sobre la virginidad (c.
2-6) tiene también un texto muy elocuente en el cual afirma
que María es la Madre del Cuerpo Místico, es decir, la
Madre espiritual de los fieles. He aquí el comprendió de
sus afirmaciones. La Iglesia es Madre Espiritual de Cristo
porque engendra los fieles a la vida de la gracia; también
las vírgenes pueden ser en la Iglesia madres espirituales
de Cristo, si cumplen la voluntad de Dios, según la
afirmación del mismo Cristo en el Evangelio (Mt.,12, 4850); las madres cristianas son espiritualmente madres de
Cristo cuando dejan, con espíritu de fe y de caridad, que
sus hijos sean bautizados, pero en cuanto que engendran
corporalmente a sus hijos, a causa del pecado original, son
madres, no de Cristo, sino de Adán; finalmente María es
corporal y espiritualmente Madre de Cristo, es decir, Madre
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del Cristo físico, según el cuerpo, y Madre espiritual del
Cristo místico –o sea Madre espiritual de los fieles- porque
con su caridad quiso colaborar para que todos nosotros, que
somos los miembros de Cristo, naciésemos. Así como en el
contexto cita San Agustín el fiat de María, en respuesta al
ángel, no dudamos en afirmar que, según él, María fue Madre
espiritual de Cristo, la Madre del Cuerpo Místico y de los
miembros de Cristo – por consiguiente, Madre espiritual de
los hombres - cuando concibió al Verbo divino en su seno,
es decir, en el momento mismo de la Encarnación.
Entendida de esta manera, esta maternidad espiritual
coincide con la maternidad espiritual atribuida a María,
cuando es llamada la nueva Eva; María fue antes que
nada la nueva Eva, porque nos dio la vida misma, la vida
sobrenatural, a Cristo.
Hemos dicho que la doctrina sobre la nueva Eva fue admitida
por todas las generaciones, aún cuando todos los escritores
no hayan dado al tema la amplitud que le dio, por ejemplo,
San Ireneo. Tendremos, sin embargo, que esperar muchos
siglos antes de leer nuevamente la doctrina de la maternidad
espiritual de María respecto del Cuerpo místico de Cristo
tan claramente afirmada ya por San Agustín. Pero cuando
en los siglos XI-XII esta doctrina se trate nuevamente
de una manera plena, algunos escritores hablarán a un
mismo tiempo de María nueva Eva y de María Madre del
Cuerpo místico de Cristo. Al mismo tiempo veremos que
comúnmente esta maternidad espiritual será leída también
en el solemne testamento de Cristo moribundo cuando
dirigiéndose a su Madre y al Apóstol Juan, les dijo:
61
“! Mujer, he aquí a tu Hijo!” – “! He aquí a tu madre!”.
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En los primeros siglos no se encuentra tal exégesis.
Únicamente Orígenes afirma al principio de su comentario
al Evangelio de San Juan que “como los Evangelios son
las primicias de todas las escrituras, de la misma manera el
Evangelio de San Juan la primicia de todos los Evangelios”,
y con esta frase pretende decir que el Evangelio de Juan es
el más perfecto; “ninguno¸ sin embargo –añade- , puede
comprender el sentido de este Evangelio , a menos que
no haya reposado sobre el pecho de Jesús, o haya recibido
de Jesús a María, convertida de esta manera en su propia
Madre”, con lo cual pretende decir que para entender el
Evangelio de San Juan, es necesario ser otro Juan. Ahora
bien. Para que uno pueda convertirse en otro Juan es
necesario ser otro Juan. Ahora bien, para que uno pueda
“convertirse en otro Juan, deberá ser tal que, como ocurrió
a Juan, Jesús pueda decir que también él es un Jesús”, es
decir, que ya no sea él mismo, sino que Jesús viva en él,
de manera que pueda decirse de él a María. He aquí a tu
hijo, y a él de María: he aquí a tu Madre. No cabe duda
que Orígenes se refiera a los perfectos, quienes solamente
pueden comprender el Evangelio de San Juan; es necesario
convertirse en otro Juan, es decir, en un “perfecto”, en
otro Cristo. Pues bien: dado que Cristo fue dado a la luz
por María, ¿no podríamos ver en el texto de Orígenes
indicada una cierta maternidad espiritual de María para con
los perfectos, o mejor, para con todos cuantos deben ser
perfectos, es decir, los fieles?
62
Nos parece que a fines del siglo IV o principios del siglo V,
la maternidad espiritual de María puede leerse también en
una carta escrita por San Jerónimo a Santa Paula. Blesila,
la hija de Paula, había muerto, y Paula estaba inconsolable.
Y San Jerónimo finge un consejo de Blesila a su madre:
Paula debe comportarse como una verdadera madre y no
murmurar contra Cristo; para consolarla, le dice: “¿Piensas
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tú que estoy sola? Tengo aquí a María, la Madre del Señor,
en lugar de ti” (Epístolas, 39,6). Blesila no dice que María
es su madre, sino que la Madre del Señor está junto a ella y
ocupa el puesto de Paula. Tal vez Blesila considera a María
como Madre suya espiritual, o mejor, tal vez, San Jerónimo
llama a María implícitamente la madre de los fieles.
Ya San Efrén (+373) había suplicado a Nuestra Señora
que no apartase jamás sus ojos maternales de nosotros.
En uno de sus sermones sobre la “Dormición”, San Juan
Damasceno (+ca.750) pide a María que no nos abandone
como huérfanos; más aún, pone en labios de la Virgen
moribunda la siguiente plegaria a su Hijo: “Ahora que me
voy, sé Tú el consuelo de mis queridos hijos, o más bien,
lo que yo he sido para ellos”. En el mismo siglo, Pedro de
Sicilia llama a María la “madre de todos”, como también,
más tarde, Fulberto de Chartres (+ 1029).
Pero sólo a comienzos del siglo XII, o, con más exactitud,
desde el tiempo de San Anselmo (+1109 vemos que los
fieles llaman a María con el dulce nombre de “Madre
nuestra”, y asistimos al despertar de una literatura, casi
exclusivamente latina, en la cual las relaciones entre María
y los fieles y viceversa, son expresadas con los términos
con los que se expresan las relaciones de una madre con sus
hijos y de los hijos con su madre.
En la famosa Oración 52 habla así San Anselmo. “La
Madre de Dios es Madre nuestra; la Madre de Aquel en el
cual ponemos exclusivamente toda nuestra esperanza y al
cual únicamente tememos, es Madre nuestra”. Y el mismo
santo llama después a María “la engendradora de la vida
de su alma”, y es el primero, a lo que parece, que entendió
las palabras de Jesucristo moribundo: “He aquí a tu hijo”,
en el sentido de una maternidad universal de María sobre
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Unidad 2
todos los hombres (así en una oración compuesta para la
condesa Matilde de Canossa). Después de él, su discípulo,
Eadmero de Cantorbery (+1124), y después Ruperto de
Deutz (+1135?) y una legión de escritores explicarán en
este sentido el solemne testamento de Jesús moribundo:
lo que decía Jesús refiriéndose a Juan lo hubiera podido
decir de todos los Apóstoles, padres de la nueva Iglesia,
más aún, de todos los fieles de todos los tiempos, porque
todos aman de corazón a Jesús, como Juan lo amaba de
corazón. En suma, como dirán más tarde San Berdardino de
Siena (+1444), Dionisio de Cartujano (+1471) y otros. Juan
representaba a todos los fieles al pie de la cruz, y Jesús,
dando a María como Madre a San Juan, la dio como Madre
a todos los fieles.
En el siglo XIII, como indicábamos, aparece de nuevo,
ampliamente explicada, la doctrina de la nueva Eva y de la
Madre espiritual del Cuerpo Místico de Cristo, se trata de
dos apelativos ahora estrechamente unidos. Los escritores
son después muy numerosos.
64
Tenemos por ejemplo a Hernán de Tournai (+ca.1140)
que nos habla de esto ampliamente en su tratado de la
Encarnación. Comienza contraponiendo a Eva y María:
en el libro del Génesis Eva es nombrada “Madre de los
vivientes”, pero merece mejor el apelativo de “Madre de
los que mueren” `porque fue la causa de nuestra perdición
y de nuestra muerte; el nombre de “Madre de los vivientes”
compete, en cambio a María, que nos dio la vida perdida.
San Pablo decía que, así como en Adán morimos todos, de la
misma manera en Cristo recibimos todos de nuevo la vida,
y Hermán añade que lo mismo podemos afirmar de María:
como a causa de Eva todos hemos muerto, de la misma
manera que María todos hemos sido llamados de nuevo a
la vida. María es verdaderamente el adiutorium sibi simile
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de Dios encarnado: Dios es el Padre de todas las cosas
creadas, María es la Madre de todas las cosas recreadas;
Dios lo creó todo de la nada, pero no quiso realizar la obra
de restauración sin el concurso de María; Dios lo creó todo,
María engendró a Dios, y no sólo engendró a Dios, sino
después de Él y por medio de Él engendró también a muchos
hijos, a quienes el Hijo de María no se desdeñó en llamar
hermanos suyos… “El Hijo de María es nuestro hermano,
y, por consiguiente, también María es nuestra Madre”.
No de otra manera habla Guerrico de Igny, discípulo
de San Bernardo (+1157). En sus bellísimos sermones
pronunciados con ocasión de las grandes festividades del
año litúrgico, no pretende más que una cosa: indicarnos
cómo la vida de Jesús nace en nosotros y va creciendo hasta
alcanzar la perfección. María ocupa un puesto eminente
en el origen y en el desarrollo de esta vida. También parte
de la oposición entre Eva y María: Eva fue más bien para
nosotros una madrastra, no una verdadera madre porque nos
dio la muerte antes de la vida; por consiguiente, no merece
al nombre de “Madre de los vivientes”, sino el de “asesina
de los vivientes” o de “Madre de los que mueren”. Eva no
pudo, por consiguiente, interpretar su propio nombre, sino
que el misterio se verificó en María.
De hecho María es la Madre de la Vida, por la cual todos
viven y por ello, la Madre de todos los que renacen a la
vida; engendrando a la verdadera Vida, engendró también
a todos aquellos que recibían la vida de la Vida. Uno fue
engendrado por Ella, pero todos nosotros fuimos entonces
engendrados, porque todos nosotros estábamos en Él
“secundum rationem seminis” es decir, “propter semen
spiritualis generaltionis”, como estábamos desde el principio
en Adán “propter semen carnalis generationis”. También
continúa ahora María teniendo cuidado de nosotros, y su
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solicitud supera con mucho a la solicitud que San Pablo
sentía por sus hijos; San Pablo los engendró predicándoles
la palabra de la verdad; María, en cambio, los engendró de
una manera mucho más divina y más santa, engendrando
al Verbo mismo; y si Pablo se desvivió en su solicitud de
formar a Cristo en sus fieles, cuánto más María: Ella no
desea otra cosa más que nuestra perfección espiritual, y se
preocupa continuamente para que los fieles se conviertan
en “hombres perfectos” y alcancen la “edad viril de Cristo”.
También Amadeo de Lausana (+1159) hace uso, a su modo,
de las palabras de San Pablo. Así como todos morimos en
Eva, de la misma manera todos somos llamados de nuevo a
la vida en María. Y se comprende la afirmación de Aelredo
de Riévaux (+1166): mucho mejor hemos nacido de María
que de Eva: Ella es mucho más madre para nosotros que
la misma madre de nuestra carne; más aún, “por medio
de María hemos recibido la vida, por medio de María
recibimos el alimento que nos mantiene en la vida, por
medio de María nuestra vida crece incesantemente”.
He aquí, por tanto, el verdadero puesto de María en nuestra
vida sobrenatural, he aquí su maternidad espiritual respecto
a nosotros. Dios lo creó todo por sí sólo, y ha de ser
llamado, por ello, nuestro Padre y nuestro Señor; pero Dios,
no ha querido volvernos a crear, es decir, restaurarnos las
cosas perdidas sin el concurso de María; por consiguiente,
María, precisamente en virtud de la maternidad divina,
es decir, porque nos ha dado a Dios-Salvador, debe ser
considerada como Madre y Señora nuestra. Esto es lo que
no cesan de repetir los escritores, como por ejemplo, san
Anselmo, Eadmero de Cantorbery, Hermán de Tournais,
San Bernardo, Nicolás de Claraval (+1177), etc. Estos y
otros se expresan también de manera un poco distinta. Por
medio de María se convirtió Cristo en hermano nuestro;
66
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por tanto, María es nuestra Madre. Así, Ambrosio Autperto
(+784), San Anselmo, Godofredo de Vendóme (+1132),
Ruberto de Deutz (+1135?), Hermán de Tournais, etc.
En síntesis María es la Madre de nuestra vida, de nuestra
inmortalidad, de nuestra sabiduría, de nuestra jusficiación,
de nuestra santidad, de nuestra salvación… (San Anselmo
y Aelredo de Riévaux). No nos queda por tanto, más que
una disposición, una actitud que nos convenga plenamente:
la actitud de una confianza filia e ilimitada, como nos lo
dice San Bernardo: “Merecidamente los ojos de todos se
vuelven hacia Ti, porque en Ti y por medio de Ti y gracias
a Ti la mano benigna del Omnipotente ha vuelto a crear
todas las cosas que había creado”.
La mediación de María.
Inspirada por el Espíritu Santo, había predicho María:
“!Todas las generaciones me llamarán bienaventurada!”.
Desearíamos estar mejor informados sobre la veneración
a María en los primeros siglos. En verdad que María es
nombrada siempre junto a Jesús y a causa de Jesús; los
misterios de María son los misterios de Jesús, y los misterios
de Jesús son los misterios de María, de la misma manera
que su gloria no es más que un reflejo de la gloria de Jesús.
También es verdad que María aparece frecuentemente
representada en las catatumbas y en otros lugares: la mayor
parte de las veces aparece juntamente con Jesús, a quien
lleva Ella sobre sus rodillas; dos veces aparece pintada la
Anunciación, otras veces parece que está figurada María en
la imagen de la “Orante”. En los tres primeros siglos vemos
que los fieles invocan a los mártires de la fe, pero nadie
habla de una invocación explícita de María.
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Unidad 2
Por otra parte, cuando hacia la mitad del siglo IV podemos
constatar que, un poco en todas partes, los fieles invocan a
María y ponen en Ella su confianza, nos vemos movidos
a adelantar esta actitud; resulta tan espontánea que parece
tener ya profundas raíces en la vida del pueblo cristiano.
Y si, ya desde mediados del siglo II, vemos que María
es considerada como la Madre espiritual de los fieles –y
diremos más adelante que esta consideración se remonta tal
vez al tiempo de los Apóstoles-, ¿no sería natural que los
fieles se dirigiesen a Ella como a una Madre?
Pero citemos algunos hechos concretos, y ante todo la
convicción que poco a poco iremos descubriendo en
muchos escritores, de que todas las gracias nos son dadas
por la intercesión de María, y pretendemos decir todas las
gracias, desde la primera, recibida en el bautismo, hasta la
última o sea la gracia de la perseverancia final; además que
la intercesión de María es omnipotente.
En sus célebres plegarias a María, San Efrén (+373) –o
un seudo-Efrén, porque los escritos a que me refiero son
de dudosa autenticidad 8- llama a María “la mediadora”
de todo el mundo, después de “el Mediador”, que es su
Hijo, por medio de Ella toda la santidad, desde Adán hasta
la consumación de los siglos, fue y será concedida a los
justos; su intercesión es omnipotente para con su Hijo,
porque es la intercesión de una Madre; por eso, no tenemos
más confianza que en Ella: María es la esperanza de los que
desesperan, la única abogada y auxilio de los pecadores y de
los que no encuentran auxilio, la salvación segura de todos
los cristianos; María no deja jamás de dirigir a nosotros sus
ojos maternos. Y por esto el piadoso autor implora a María
que quiera conducirle al cielo.
68
8
Se trata de las obras en la edición preparada por ASSEMANI, J. y
Ev., 6 vols. Roma, 1731-1746.
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Hacia el mismo tiempo, San Gregorio Nacianceno nos
cuenta que la mártir Justina, seguida a todas partes por
el mago Cripriano, pedía a María conservar intacta su
virginidad, y fue oída (Sermones, 24,11). Justina murió
a principios del siglo IV; pero el hecho contado por San
Gregorio no parece merecer fe a los historiadores, porque
aparecen en él extrañas confusiones. Una cosa es, sin
embargo, cierta: en tiempo de San Gregorio se invocaba a
María en las circunstancias difíciles.
Cuando San Cirilo de Alejandría ve ante sí a tantos obispos
congregados en Éfeso de todas las regiones del mundo
católico para condenar a Nestorio y para vindicar la fe en la
maternidad divina de María, se levanta y canta las palabras
de María. Tantas cosas se han llevado a cabo y se llevarán
a cabo por medio de Ella. La predicación del Evangelio,
la conversión de las gentes, la fundación de las iglesias, el
triunfo de la cruz, la salvación de los fieles…: “Salve, oh
María, Madre de Dios, gracias a la cual toda alma fiel se
salva…” (Sermones, 4 y 11).9
Esta doctrina de la mediación universal de María tiene su
apogeo en Oriente en los siglos VI-VII; los grandes Padres
griegos Germán de Constantinopla (+733). Andrés de Creta
9
“Salve, oh María, Madre de Dios, venerando tesoro del mundo entero…: por Ella la Santísima Trinidad es glorificada; por ella la preciosa cruz
es adorada y celebrada en todo el mundo; por Ella exulta el cielo, los ángeles
y los arcángeles se regocijan, huyen los demonios; por Ella el diablo tentador
cayó del cielo y la creatura caída fue introducida en el cielo; por Ella todas las
creaturas, ocupadas en el loco culto de los ídolos, llegan al conocimiento de la
verdad, por Ella el sagrado bautismo es conferido a los creyentes…; por Ella
han sido fundadas iglesias en toda la tierra; por Ella son conducidas las gentes a la penitencia…; por Ella han profetizado los profetas, han predicado los
Apóstoles la salvación a las genes, los muertos has sido resucitados, los reyes
gobiernan…” (Sermones, 4). El sermón 11 no parece auténtico.
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Unidad 2
(+ca.740) y Juan Damasceno (+ca.750) expresan claramente
la convicción, que ya existe desde hace algunos siglos de
que por medio de María recibimos a Jesús y todo cuanto
en Jesús y con Jesús nos fue dado por el cielo. Los demás
escritores orientales se mueven siguiendo la estela de estos
tres corifeos. Basta compendiar el pensamiento de San
Germán, que sobresale entre todos: no encuentra palabras
capaces para expresar adecuadamente la medicación de
María. La Virgen es para nosotros lo que el alma es para
el cuerpo; porque ninguna gracia se nos da del cielo si no
es en virtud de su mediación: su intercesión es vida, nos da
la salvación, la penitencia del pecado cometido, la gloria
celestial; Ella nos ha dado la vida, ha vuelto a la vida porque
ha resucitado gloriosamente y se halla todavía con poder
para darnos vida; su intercesión es, además omnipotente: no
está limitada más que por su voluntad; Ella puede obtener de
Dios cuanto quiera, porque dispone de un derecho materno
sobre Él, que hace su súplica agradable siempre a los ojos
de su Hijo, y obliga a Éste, por así decirlo, a concederle
todo cuanto Ella le pide.
En Occidente, la Edad Media, a partir de San Anselmo
(+1109), marca el mismo apogeo; entonces acuña San
Bernardo (+1153) la fórmula técnica que utilizarán todos
los siglos futuros.
70
Entre las oraciones atribuidas a San Anselmo hay algunas
ciertamente auténticas; otras, en cambio, tienen por autor a
algún anónimo, que vivió antes que él, o contemporáneo, o
un poco posterior. Todas reflejan las ideas del mismo San
Anselmo. Leemos en ellas que María es más poderosa que
todos los mediadores juntos: lo que ellos pueden obtener
juntamente con Ella, Ella lo puede obtener sin ellos; de
manera que si Ella calla ninguno orará ni ayudará; en
cambio, si Ella ora, todos orarán y ayudarán, sin Ella no
existe ni piedad ni bondad.
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Citando después a San Bernardo, escuchamos la voz de
todas las generaciones siguientes. Su pensamiento está
principalmente aunque no exclusivamente, expresado en
el sermón sobre el acueducto espiritual. La fuente de la
vida es Cristo, pero las aguas vitales llegan a nosotros, no
directamente sino por medio de un canal, de un acueducto,
que las va derramando gota a gota en medida diversa.
Este acueducto es María, saludada por el ángel como la
“llena de gracia”. Únicamente la voluntad de Dios nos
da la razón suficiente de esta manera de proceder: Él ha
puesto en María toda la plenitud del bien, para que nosotros
reconozcamos que cuanto hay en nosotros de esperanza,
de gracia, de salvación , nos viene de Él; como el día no
puede ser imaginado sin el sol, de la misma manera, sin
María, la estrella del mar, el mundo entero se ve sumergido
en una oscuridad completa. Por consiguiente, si Dios ha
dispuesto las cosas de este modo, si Él ha querido que todo
lo tuviésemos por las manos de María, debemos tributarle
la medida plena de nuestra devoción y de nuestro culto. Es
verdad que Jesús es nuestro Mediador, y que siempre es
oído por el Padre, y que siempre podemos acercarnos al
Padre por medio de Él; pero tal vez el recuerdo de nuestros
pecados nos inspira temor para acercarnos directamente a
Él, porque a fin de cuentas, Él es siempre Dios; entonces
conviene que nos dirijamos a María: Ella intercederá por
nosotros y su oración es siempre oída por su Hijo. En este
momento exclama San Bernardo: “Esta es la escala de los
pecadores, ésta es mi máxima confianza, ésta es toda la
razón de mi esperanza”. Puesto que María tiene siempre
acceso a su Hijo y es oída siempre, busquemos y pidamos
la gracia por medio de Ella, jamás nos veremos rechazados.
Más no sólo para recibir la gracia debemos dirigirnos a la Virgen, debemos hacerlo también si queremos ofrecer
algo al Señor: de esta manera, nuestro ofrecimiento le será
siempre agradable.
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Unidad 2
En un pasaje, actualmente célebre, invita Bernardo a todos
a que recurran a María en todas las circunstancias de la
vida, y exalta su poder mediador; se trata del famoso pasaje
sobre “Estrella del mar”: “María es para nosotros aquella
noble estrella salida de Jacob, cuyos rasgos iluminan a
todo el mundo, cuyo esplendor hace radiantes los cielos,
penetra los abismos, se difunde por todas las regiones de
la tierra, calentando los corazones más que los cuerpos,
con un calor que hace brotar las virtudes y secarse los
vicios. Ella es la ilustre y excelentísima estrella, que es
indispensable brille, sobre este vasto mar, con los rayos de
sus méritos y con las fascinación de sus ejemplos. ¡Oh tú,
que caminas entre las olas del mundo más que sobre tierra
firme, entre tempestades y torbellinos!, no apartes tus ojos
de este espléndido astro, si no quieres verte tragado por las
tempestades. Si se desencadena los vientos de la tentación,
si chocan contra los escollos de las tribulaciones, mira a la
estrella, llama a María. Si te das cuenta de que las olas de
la avaricia o de la ira o de la sensualidad agitan la navecilla
de tu alma, contempla a María. Si eres sacudido por las olas
de la soberbia y de la ambición, por la de la calumnia o de
lo celos, contempla a la estrella, llama a María. Si turbado
por la enormidad de tus pecados, avergonzado de ti mismo,
tienes miedo de acercarte al juez divino, y está próximo
al abismo de la tristeza o al abismo de la desesperación,
levanta tu pensamiento hacia María. En los peligros, en
la angustia, en la duda piensa en María, llama a María.
Su nombre no se aparte jamás de tus labios, jamás de tu
corazón, y ten siempre ante tus ojos la contemplación de su
vida, si quieres asegurarte su protección. Siguiéndola no te
perderás, recurriendo a Ella no desesperarás, pensando en
Ella no te perderás, guiado por Ella no caerás, defendido por
Ella no temerás, guiado por Ella no te cansarás, favorecido
por Ella llegarás con toda seguridad al puerto…”
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Cuando San Bernardo hablaba de esta manera en la sala
capitular de Claraval no pretendía más que indicar a sus
monjes el camino más seguro para alcanzar la perfección de
su ideal monástico. Pero la breve y concisa fórmula con que
expresó su pensamiento debía hacer época en la historia de
la mediación universal de María: la teología católica la ha
adoptado, la liturgia la ha repetido, los Sumos Pontífices la
han aprobado en sus encíclicas…
Si todas las gracias nos son dadas por intercesión de
Nuestra Señora, podemos lógicamente deducir de aquí que
Ella es verdaderamente la “Madre de la gracia”. También
esta expresión es acogida por los escritores medievales. La
volvernos a encontrar en los escritos de Franco, de Affligem
(+1135), de Amadeo de Lausana (+1159), quienes la usan
junto a las expresiones “Madre de la salvación”, “Madre
de la misericordia”; de Ricardo de San Víctor (+1173), etc.
La explicación más completa es dada por Godofredo de
San Víctor (+1196): “María debe ser llamada Madre de la
gracia, no sólo porque intercediendo ante el Padre de las
gracias y fuente de la misericordia, Ella es capaz y siempre
está pronta a obtener para nosotros, en virtud de sus méritos
y de sus oraciones, toda suerte de gracias, sino también
porque nos dio a Cristo, es decir al Verbo encarnado, que es
la gracia increada”.
73
Muy afín a esta expresión de “Madre de la gracia” es otra de
“Madre de misericordia”. No raras veces las encontramos
unidas, como, por ejemplo en Amadeo de Lausana, en
Ricardo de San Víctor, etc. Según una bella definición de
San Agustín, “la misericordia y la compasión que sentimos
ante la miseria de los demás, es la voluntad de aliviar esta
miseria en cuanto está en nuestras manos” (De civitate Dei,
IX, 5). Tanto en San Efrén como en los escritores griegos
y latinos de la Edad Media, no aparece rastro alguno de
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Unidad 2
duda respecto al poder de Nuestra Señora: es omnipotente
por su intercesión, porque es la Madre de Dios, es la
“omnipotencia suplicante”: una expresión que vanamente
buscaremos en los escritos medievales, pero que muchas
veces se halla contenida en ellos en forma equivalente.
Ya en el siglo VII, San Sofronio de Jerusalén (+638) llamaba
a María la “fuente de la misericordia”. En Occidente,
la expresión adquiere ciudadanía a partir del siglo X.
Ateniéndonos a lo que se lee en la vida de San Odón,
abad de Cluny (+942), fue la misma Señora quien reclamó
para si este título. Lo volvemos a encontrar con mucha
frecuencia en San Anselmo (+1109). Fulberto de Chartres
(+1029),Eadmero de Cantorbery (+1124), Hermàn de Tournai (+ca.1140) Guerrico de Igny (+1157), Amadeo de
Lausana (+1150) lo tiene casi de continuo en los labios, ya
hable del milagro de la transformación del agua en vino en
Caná, ya se ponga a reflexionar sobre la maternidad divina
de María; ¿cómo no va a estar Ella llena de amor hacia
nosotros, después de que el Amor quiso habitar durante
nueve meses en su seno? Debemos citar esta exclamación de
un sermón sobre la Asunción. “No hable de tu misericordia,
¡oh Virgen bienaventurada!, quien habiéndote invocado en
sus necesidades, recuerde que no fue oído”.
Al mismo tiempo, se llama también a María “el cuello de la
Iglesia”, expresión inspirada en dos versículos del Cantar
de los Cantares (4, 4; 7, 4). Las razones de este apelativo
nos las da Hermán de Tournais (+1140) y Amadeo de
Lausana (+1150), pero también otros autores la utilizan. El
cuello está en medio entre la cabeza y el cuerpo, y une la
cabeza con el cuerpo. Así María ha unido a Cristo con la
Iglesia, cuando fue hecha Madre del Verbo encarnado; el
cuello deja también paso al impulso vital de la cabeza hacia
los miembros: recibe él primero este impulso y lo transmite
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después da a los demás miembros del cuerpo humano; así
María es llamada justamente el cuello de la Iglesia en
virtud de su mediación universal en la distribución de las
gracias.
En conclusión, Madre espiritual de los hombres y
mediadora de todas las gracias, María desempeña, en el
orden sobrenatural, respecto de la humanidad y de cada uno
de los hombres, funciones de verdadera Madre: Ella nos dio
a Jesús, que es nuestra Vida; Ella nos ha dado la vida de la
gracia en el primer momento de su infusión; Ella mantiene
y procura el incremento de estas gracias, intercediendo
incesantemente por nosotros ante su Hijo; Ella ha de darnos
la última gracia, la gracia de la perseverancia, mediante
la cual esperamos hacernos un día a la vida eterna y a la
bienaventuranza celestial.
fgfgfgfgfg
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Unidad 2
TALLER.
Por favor realice una pequeña investigación sobre el
antiquísimo himno AKETHISTOS. Describa su origen y su
propósito. (Se puede consultar en internet)
REFLEXIÓN.
De las controversias que hemos estudiado, ¿cuál le ha
llamado la atención y por qué?
TEXTOS PARA LEER
María y los primeros cristianos.
En bilbiaytradicon.worpress.como, en internet.
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Unidad Didáctica
3
OBJETIVOS
¨¨ Presentar a los estudiantes la presencia de la Madre
de Dios en la vida y civilización de todos los pueblos,
desde la edad antigua hasta nuestros días.
¨¨ Demostrar que la historia de la salvación prosigue a
lo largo del tiempo y que del mismo modo como la
Santísima Virgen, por designio de Dios, preparó la
primera venida, ella es apóstol en orden a disponer la
segunda y definitiva venida de su Hijo Jesucristo.
¨¨ Hacer entender que las polémicas y controversias
a lo largo de los siglos en lugar de apartarnos del
acontecimiento de Cristo, profundizan el dato revelado.
En ese sentido no se puede conocer a María sin conocer
el misterio de Cristo y el misterio de Cristo sin descubrir
la realidad de María.
77
¨¨ Aprovechar el momento para mirar a la reflexión de
los grandes teólogos y su riqueza doctrinal mariológica
que aclara la centralidad del acontecimiento de María
Santísima en la vida cristiana.
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Unidad 3
MARÍA EN LA VIDA Y EN LA
CIVILIZACIÓN DE LOS PUEBLOS
I.
EN LA EDAD ANTIGUA
El tránsito de María Virgen al Paraíso no significó su
muerte para los hombres. Por el contrario, desde entonces
fue creciendo; lo cual acrecentó su acción maternal sobre
la Humanidad y, al mismo tiempo, el agradecimiento
filial de los cristianos hacia la que fue proclamada Virgen
Madre, bendita por las generaciones y amada cada vez más
intensamente, según iban pasando los siglos, según iban
lloviendo beneficios de sus manos.
78
Creció la Iglesia y creció María, símbolo de la Iglesia y
Madre de ella, de tal manera que en nuestros tiempos
hemos llegado a una era que puede llamarse mariana. Su
existencia espiritual está entrelazada con la historia de
los pueblos cristianos, unas veces determinándola, otras
transformándola. Su acción sobre la sociedad se expresa de
mil maneras y ha producido por el reflejo, testimonios de
agradecimiento y documentos probatorios de mil clases, de
manera que la historia del Cristianismo está toda constelada
por astros marianos: se ha convertido, en sus grandes
rasgos, en una historia mariana.
En la Asunción, la maternidad de María, “desapareciendo
de la vista, al elevarse, se dilató universalmente.
Adondequiera que llegaba Jesús, llegaba también Ella.
Entrada en la gloria, convertida en Reina, su dominio de
gracia envolvió a toda la Iglesia; y su biografía se recortó
con intervenciones continuas, se compuso de amores
innumerables, se entrelazó con la existencia de Órdenes
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religiosas y de naciones bautizadas, orlando de poesía
y tejiendo de belleza virginal la trama de la historia del
mundo. Cuanto más fue penetrando el Cristianismo en la
historia de la humanidad, más se fue entrelazando con la
espiritualidad, con la literatura, con el arte y con la política
la intervención de la Virgen gloriosa”10
Precisamente, si pretendiésemos definir el carácter de
estas relaciones entre María y las creaturas humanas, entre
Madre e hijos, habría que situarlo en la maternidad virginal
de María y en una reacción de mansedumbre, de elevación,
de filial abandono en Ella.
Ella suaviza las durezas, aparta las dificultades, aproxima
a los adversarios, enseña el gusto y el valor de la pureza y
de la mansedumbre, llena de sonrisas el vacío de las llagas
y de los sufrimientos, pone un sello femenino de gracia
y de espiritualidad en las relaciones de los individuos,
de las clases y de los pueblos. Engendra civilizaciones al
engendrar a Jesús en ellas. No hay apóstol que trabaje tanto
como Ella para propagar el Verbo y para dilatar el Espíritu
Santo. Se ha mantenido a lo largo de los siglos como la antiEva, aparece en los acontecimientos históricos tremendos
como ejército organizado para la batalla, responde con la
variedad de sus intervenciones a las invocaciones de la
letanías, y no sólo de las letanías lauretanas, con las que
sus beneficiarios de todos los tiempos se ingeniaron para
glorificarla.
79
Controversias y polémicas de los primeros siglos
Una tradición nos dice que María, poco tiempo después de
la Ascensión, fue a vivir en Éfeso, con el Apóstol San Juan.
10
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I.GIORDANI, María di Nazareth, Firenze, pp. 199-200.
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Unidad 3
Únicamente de labios de Ella hubiera podido aprender el
Apóstol los misterios de la generación divina expuestos en
el prólogo del cuarto Evangelio. El evangelista del amor
con la Madre del Amor hermoso.
Como se descubre en alguno de los evangelios apócrifos,
el pueblo humilde que se iba convirtiendo según iba
conociendo a Jesús, repetía el grito: “Bienaventurada
aquella que te llevó en su seno”. De esta manera Jesús
anunciaba a María y María anunciaba a Jesús.
Por eso en la literatura judía de los primeros tiempos
cristianos, María es combatida con calumnias: atacando a
la Madre quieren atacar el Hijo.
Y viceversa, entre algunos gnósticos, por quienes Jesús es
llamado “hijo de María”, se disminuye la importancia de
la Redención anulando, o casi anulando, la encarnación, y
reduciendo, por consiguiente, a un simulacro la maternidad
de María. En esto Marción tendrá a su ampliador Nestorio.
80
Si María no es Madre del Hombre-Dios, la redención es
una apariencia. Por el contrario, los Padres de la Iglesia
desde el discípulo de los Apóstoles, Ignacio de Antioquía,
hasta San Gregorio Magno, la magnifican; San Hipólito
utiliza ya el célebre epíteto “Theotócos” (Madre de Dios);
San Justino y San Ireneo hacen ya resaltar que, así como
Cristo se contrapone a Adán, María se contrapone a Eva.
Esta –afirma Tertuliano- creyó en la serpiente; aquélla en
el Ángel.
Se ha encontrado una copia, escrita ya en el siglo III,
de la antífona Sub tuum praesidium…, en la cual María
es invocada como engendradora de Dios; antífona, por
consiguiente, como la repetimos nosotros en el siglo XX,
que pudo ser también recitada por Sana Inés, por San
Cripriano, por San Sebastían.
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En el protoevangelio de Santiago, escrito en parte en la
primera mitad del siglo II, se pone de relieve la devoción
popular de los orientales ya en los tiempos postapostólicos,
mientras que la devoción de los pueblos occidentales está
atestiguada, para la misma época, por la efigie de María,
Madre del Mesías, en el cementerio romano de Priscilla.
Y esto, aun cuando en los primeros siglos urgiese la
necesidad de afirmar ante todo a Cristo, de manera que,
por lo menos externamente se hablaba menos de María:
precisamente como durante la predicación de Jesús en
Palestina. Por lo demás, fue precisamente la controversia
sobre los atributos de Cristo la que puso de actualidad los
de María.
En la polémica con los herejes de los primeros siglos, los
Padres de la Iglesia –al frente de los cuales está San Cirilo
de Alejandría- defienden la Encarnación, presentando a
Jesús como el segundo Adán, nacido de María, segunda
Eva: de ella tomó Él la humanidad, y ella es, por tanto, la
causa de nuestra alegría. Se entiende cómo los gnósticos
y otros herejes, como los maniqueos, al reducir el cuerpo
de Cristo a una sombra, o de otras maneras, demolían
la Encarnación; y como María era un obstáculo –era la
refutación viva de sus afirmaciones- , intentaron eliminarla.
Por lo cual la Iglesia la puso más de relieve.
81
Análogamente a Jesús, dentro de aquellas polémicas se
convirtió María en señal de contradicción. Se ve que
disminuyendo a María se disminuía también a Jesús: no
había Madre si no había Hijo. Quitada la segunda Eva, no
quedaba más que la primera: desaparecía la Redención.
Cuando en Constantinopla el sacerdote Anastasio se puso
a blasfemar el título de Theotócos (Deipara, Madre de
Dios), y Nestorio se levantó contra ellos, desde Roma
hasta Alejandría; desde el patriarca Cirilo hasta el Papa
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Unidad 3
Celestino, precisaron los títulos de su maternidad, títulos
que el Concilio de Éfeso sancionó (431). El pueblo se asoció
a aquel veredicto con antorchas de júbilo. Y ésta fue una
manifestación típica del carácter popular de la maternidad
divina de María, cuyo nombre y cuya presencia estaban
profundamente impresas en el alma de la gente humilde.
La reacción popular volvió a repetirse en el Concilio de
Calcedonia, en 451, en el cual, discutiéndose sobre la
doble naturaleza de Cristo, se reafirmó la maternidad
divina de María. Para testimoniar la fe del pueblo surgieron
entonces grandiosas basílicas a la Virgen como Madre del
Señor: baste recordar la basílica de Santa María la Mayor,
en Roma, erigida primeramente por el Papa Liberio a
mediados del siglo IV, y dedicada bajo el título de Santa
María ad praesepe por el Papa Sixto III, las basílicas de
Constantinopla y de Tours.
Otra reacción contra la falta de amor de los herejes dio
palabras a la poesía. Pero también independientemente
de la polémica teologal, ya en Occidente San Ambrosio
había celebrado en versos el parto virginal del Redentor,
casi respondiendo a la voz de San Efrén de Siro, que desde
el Oriente había exaltado la belleza de María, definiéndola
“paraíso de Dios”. Después, San Juan Damasceno
amontonó a sus pies, como ramilletes de rosas, los epítetos
más variados: “reina de la naturaleza”, “lirio entre espinas”,
“rosa entre espinas”…
82
Romano el Músico, en el siglo VI, confesó que había
recibido el carisma de la poesía en la iglesia de la Santísima
Madre de Dios, en Constantinopla, donde la noche de Navidad
se le apareció en sueños, y alargándole un volumen le dijo:
“Tómalo y come”. Y el himno a la Virgen brotó de su corazón.
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Primeras manifestaciones del culto mariano y
sucesivos desarrollos
Sobre la popularidad del culto a María son testimonio
evidente las fiestas, sobre todo las fiestas de Navidad y de
Epifanía (confundidas en algunos ambientes), en las cuales
la Madre era honrada con su Hijo en los brazos. Y muy
pronto, las fiestas particulares de Ella. La Anunciación, (la
más antigua) y la Purificación. Tales fiestas se celebraban
ya entre los siglos IV y V; es decir, cuando los atributos
de la maternidad de la Virgen fueron negados por primera
vez, y, por consiguiente, fue necesario ponerlos más
en evidencia. En el siglo VI fue impuesta como fiesta
universal, por el emperador Mauricio, la “Dormición”, es
decir, la Asunción, de manera definitiva el 15 de agosto.
Más o menos contemporánea fue la fiesta de la Natividad de
María. El mismo emperador instituyó la llamada Panagyria,
en la cual durante una semana se celebraba a la Madre de
Dios con himnos y con representaciones sacras.
Hacia la mitad del siglo VII, el Papa Sergio prescribió
cuatro procesiones por Roma en honor de María, la
Anunciación, la Dormición, la Natividad, la Purificación.
Se desarrollaron desde la iglesia de San Adriano, en el
Foro, hasta Santa María la Mayor. Después de Carlomagno
prevaleció la fiesta de la Asunción, que conserva desde
entonces el carácter más popular de todas constituyendo
el nacimiento de María, correspondiente al nacimiento de
Jesús. En Milán se estableció desde entonces la fiesta de la
Purificación, el 2 de febrero.
83
A principios del siglo VII, en el año 626, Constantinopla,
bajo el emperador Heraclio, fue atacada por los persas y
escitas, y salvada por la Virgen, por medio de un huracán
desencadenado contra ellos. De aquel milagro brotó el
himno Acathistos (para recitar en pie), especie de letanía
que fija los misterios más grandes de la corredentora.
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Unidad 3
Otra festividad cuyo origen no es posible precisar, es la de
la Inmaculada Concepción. Aparece claramente establecida
en el siglo VIII. En Occidente aparece celebrada el 9 de
diciembre en Nápoles. Pasa, alrededor del año 1100, a
Inglaterra, de donde se extiende a Normandía y a Francia.
En Roma, por la autoridad de Santo Tomás de Aquino,
dudaban “en pronunciarse, hasta que Sixto IV, en 1476,
con la bula Prae excelsa”, dio reconocimiento solemne a la
doctrina, iniciando el desarrollo papal (llamémosle así) del
dogma, que habría de culminar en Pío IX.
También es venerada Nuestra Señora bajo otros aspectos
y títulos. El amor se hace tan denso, amplio y coral, que
siente la necesidad de concretarse, para no dejar en sombras
belleza alguna de María; por ejemplo, como Dolorosa, es
decir, bajo el aspecto de sus dolores, es contemplada por
escritores eclesiásticos e invocada con veneración especial
ya desde los primeros siglos, como nos lo recuerdan San
Ambrosio y San Efrén.
En la Edad Media, San Anselmo y San Bernardo, entre
tantos otros, escriben sobre el valor de los sufrimientos de
María, los mayores después de los de Jesús. El santuario
de Marienthal, en los Vosgos, cuyo origen se remonta
al año 1225, fue fundado para hospedar a una estatua
de la Dolorosa. “El Stabat Mater” recogió los acentos
más doloridos del “llanto de Nuestra Señora”, que los
fieles repiten en diversas formas; y fue compuesto, como
se sostiene comúnmente por Jacopone de Todi, quien
condensa una tradición popular italiana, de la cual brotaron
los Laudantes, y más tarde, los Siervos de María. Entre las
ciudades que celebraron más intensamente los Dolores de
María recordamos a Colonia.
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Oraciones particulares a la Virgen fueron el Ave María,
formada en los labios del Arcángel San Gabriel en la
Anunciación, y tal vez sea anterior al siglo XII la Salve
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Regina, atribuida posteriormente a San Bernardo, quien la
había aprendido de los Ángeles en 1130, pero debida tal vez
a Adhémar de Montell, obispo de Puy (+1098), uno de los
promotores de la primera cruzada. Y los cruzados cantaron
la Salve Regina al tomar Jerusalén.
A Hermán Contratto, monje de Reichenau, se debe tal
vez la antífona “Alma Redemptoris Mater”. “Es la época
en que los cistercienses extienden la práctica, debida a la
caballería y al amor “cortes”, de llamar a María “Nuestra
Señora” (Madonna, en italiano), y en que los trovadores y
juglares cantan los milagros atribuidos a Ella, sobre todo
los del buen Teófilo” 11
El himno “Ave Maris Stella” fue también atribuido a San
Bernardo; pero es anterior a él, porque era ya conocido en
el siglo IV, si no hay que atribuirlo a Venancio Fortunato
(+ca.601).
También en la Edad Media floreció el sugestivo uso del
“Ángelus”, con las tres Avemarías recitadas al sonar las
campanas. El uso estaba extendido desde hacía muchas
generaciones, cuando Juan XXII (+1334) fijó la recitación
de las tres Avemarías al oír el toque de las campanas al
atardecer. Después se determinó lo mismo para las campanas
de la mañana; y cuando Calixto III (+1458) introdujo el
sonido de las campanas al mediodía, se fijó definitivamente
el uso actual del Ángelus, que se hizo universal en el siglo
XVII.
85
Entre tanto la orden carmelitana divulgaba el uso del
escapulario de Nuestra Señora del Carmen, y la orden
dominicana el uso del Rosario de María, que, extendiéndose
poco a poco, llegó a adquirir una forma popular universal.
11 Daniel-Rops, L”Eglise de la Cathédrale et de la Croissade. Paris,
1952. P.68
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Unidad 3
Y María estaba situada en medio de las festividades, como
en los jeux floréaux de Toulouse, iniciados en mayo de
1324, en los cuales exaltaban a porfía los trovadores a la
Señora (y Arnaud Vidal fue el primer vencedor); y en las
fiestas venecianas de la Virgen, que se desarrollaban con
regatas por el Gran Canal hasta “el día de Nuestra Señora
de las Candelas”, en el cual el Duce cumplía todos los años
el voto de agradecimiento por la recuperación de las doce
doncellas robadas en el siglo X por los piratas. Y fiestas
eran las representaciones sagradas en las cuales se hacían
revivir en las plazas de los pueblos los misterios de la vida
de María.
En ellos se recitaba y se cantaba, y la gente lloraba y
gozaba. Hasta el siglo pasado sobrevivieron en Nápoles los
pequeños teatros, en los cuales se representaban aquellos
misterios que alcanzaron en España el apogeo del arte con
los autos sacramentales de Calderón de la Barca.
Influencias marianas en los pueblos convertidos.
Lanzados los bárbaros contra el imperio romano, la masa
de vencedores y vencidos se amalgamó bajo el imperio de
la religión, y se agrupó con especial afecto en torno de la
Madre común. Ocurrió en todas partes un poco de lo que
ocurrió en Roma, donde los bárbaros que irrumpieron en el
siglo V destruyeron el templo de Minerva (el Minervium),
pero erigieron más tarde en su mismo sitio un santuario a
la Madre de Dios, Sancta María in Minervium, que debía
convertirse en la iglesia de Santa María supra Minerva.
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En medio de los bárbaros, entre las devastaciones y las
matanzas, ella reconciliaba.
Desde los principios inculcó Ella la feminidad, como
creada por Dios, con sus características de paciencia,
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finura, intuición, en una sociedad que era, más o menos,
androcrática; es decir, donde la mujer era considerada en
general como un ser jurídica y moralmente inferior y donde
la mujer se emancipaba sobre todo con el vicio.
La nueva humanidad puso como modelo, inmediatamente
inferior al Hombre-Dios, a una mujer “Madre de Dios”,
y, por ello, más alta que toda otra creatura (“alta piú che
creatura”)- y con la dignidad de Ella comenzó a reconstruirse
la dignidad de las mujeres, que, como bautizadas, tendían
a convertirse y aparecían muchas veces como “copias de
María”. Con el ejemplo de María, entre tanto se consagraron
a Dios numerosas vírgenes, asumiendo una maternidad
espiritual, y constelaron a la Humanidad de millares de
variadísimas familias de monjas y de hermanas. Y estas
jovencitas, imitando a María, permanecieron y permanecen
vírgenes consagradas a Cristo en medio del mundo.
Santa Gertrudis vio bajo el manto de la Virgen también a
tigres, leones y otras fieras: para indicar que Ella amansaría
incluso a los más feroces espíritus.
Igualmente, el concepto de la familia se ennobleció,
produciendo una elevación moral y jurídica de ella cuando
comenzó a formarse a ejemplo de la familia de Nazareth,
agrupada en torno de una Virgen que era también Madre. Y
la maternidad, hecha casta con el ejemplo de María, tomó
algo del pudor y de la pureza virginal.
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Unidad 3
II.
LA EDAD MEDIA
De San Bernardo, a Dante y Petrarca
Durante las cruzadas, Nuestra Señora, considerada
principalmente como “Madre de los cristianos”, consiguió
elevar y afinar la aspereza de aquellas gestas. Raza de
guerreros, San Bernardo, con tres hermanos y veinticuatro
jóvenes, se hacen cistercienses, fundando en 1115 la abadía
de Claraval, pero antes que nada construyeron una capilla a
la Virgen. Él, sobre todo, escribió y habló sobre los títulos
de María, mereciendo el nombre de Caballero de María y
Cantor o Citaredo de María.
En general, todos los aspectos de la dureza viril de la Edad
Media se fueron suavizando bajo la acción de la gracia
femenina, por medio de la influencia continuada de la
Virgen, que obra en los corazones, con su devoción, cada
vez más extendida y conmovedora. La primera poesía
vulgar canta a la mujer y canta a Nuestra Señora. Tiende a
hacer de la señora de los caballeros una copia de la Señora
de los cristianos. Siguiendo el ejemplo de Orlando, los
hombres de armas se dirigen a Ella en la hora de la muerte:
“! Socorredme Vos, Santa María !”
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Son muy conocidos los cancioneros en lengua vulgar,
ricos en rimas a mujeres idealizadas. Pero no menos ricas
aparecen las antologías de versos latinos dedicados a la
Purísima, sobre la cual la nostalgia del Paraíso, típica del
alma medieval, se desahoga recogiendo las rimas más
preciosas, las imágenes más delicadas, sin cansarse nunca
de celebrarla. Verdaderamente aparece Ella como la poesía,
como la vida íntima de las generaciones, en medio de
herejías, de facciones y de miserias.
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Epígono de estos cantores teólogos hemos de considerar
a Dante, quien entona en lengua vulgar el himno más
poderoso, como conclusión de su Paraíso:
Vergine Madre, figlia del tuoFiglio,
Umileed ed alta piú che creatura,
Termine fisso d”eterno consiglio 12
En lengua vulgar cantaron también a la Virgen el cantor
de Laura, Petrarca, y el mismo Boccaccio en Italia;
Godofredo Chaucer (+1400), enamorado de la Inmaculada
en Inglaterra, y en España, Gonzalo de Berceo, Juan Ruíz,
arcipreste de Hita, y otros, como el rey Alfonso X en sus
Cantigas.
La Era de las grandes catedrales marianas
De esta manera aparece María en la Edad Media como una
estrella sonriente en medio de las tinieblas. Desgarradas
por la guerra, por epidemias, por invasiones y miserias de
todo género, aquellas poblaciones se refugian en María,
estupendas catedrales se unen a los templos románticos,
construidas por la masa anónima del pueblo, agrupada en
artes y en oficios, cuya Patrona es la Virgen.
No es posible dar aquí una lista. Recordemos algunas:
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Francia, entre sus estupendos templos marianos, cuenta
con uno en Chartres, donde se cree que los druidas habían
erigido antiguamente una estatua a la “Virgen destinada
a engendrar un hijo”; otro en París, “Notre-Dame”:
santuarios que durante siglos han despertado la imagen y el
afecto de hogares que se asentaban en medio de la furia de
12 Paradiso, XXXIII, 1-3.
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Unidad 3
los acontecimientos. Todavía actualmente, quien pretende
encontrar lo más sano de la juventud francesa, la encuentra
en peregrinación por la carretera que va de Notre-Dame de
París a Notre-Dame de Chartres.
La célebre catedral de Colonia es una joya de estilo gótico
dedicada a San Pedro, porque ya existía en la ciudad una
iglesia románica, Santa María en el Capitolio, dedicada
hacia mediados del siglo IX, a la Virgen; pero su estatua de
mármol sonríe en el coro entre los Apóstoles.
A la Virgen está dedicada la capilla central de la más amplia
basílica gótica de Francia, la de Amiens, obra maestra de la
arquitectura gótica. En ella el arte y la piedad han celebrado
a María con las estatuas de la Anunciación y de la Visitación,
que recuerdan esos misterios; es célebre la “Vierge dorée”.
También en Italia, tanto y más que en el resto de Europa,
la nueva arquitectura imprimió un impulso –casi un vueloal arte, destinado a honrar a María, para expresar en
honor suyo el amor de un pueblo que había asociado a la
Virgen íntimamente con sus propias aventuras y peripecias
renacentistas. Por decir dos nombres, citemos a Santa María
Novella, en Florencia, y la nueva iglesia de Santa María
sobre Minerva, en Roma, que fueron inicialmente obras de
Fra Adldobrandini Cavalcanti, el dominico genial que hacía
oficio de vicario del Papa Gregorio X, en el siglo XIII.
En aquellos dos magníficos templos, el “sexto agudo” es
utilizado con una gracia totalmente latina. Más próximo al
tipo originario se presenta también en el templo gótico más
suntuoso de Italia –la catedral de Milán-, que, comenzado
en 1386, corona su fantasmagórico pugilato de agujas con
la Madonnina, la estatua de la Madre de Dios más querida
para los milaneses.
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A pesar de los iconoclastas, Constantinopla siguió siendo
una ciudad mariana, y se ha hablado de una “letanía mariana
de los monumentos” de Bizancio. La mayor parte de sus
templos, capillas y oratorios consagrados a María estaban
dedicados a la “Theotócos”, y se hallaban en todos los
lugares públicos, casas nobles, monasterios. Recordemos
entre las iglesias a las dos de Nuestra Señora “Panachrantos”
(enteramente Inmaculada), y los de la Llena de Gracia y de
la Asunción…
Una moneda de Andrónico Comneno (1183-1185) lleva
una imagen de María orante.
Rusia, más que todos los demás pueblos orientales, ha
expresado su devoción marina en santuarios innumerables:
recordemos los de Kostrom, de Vladimir, de Kazan, de
Smolensko, de Moscú… Y toda casa rusa tiene, o, por
lo menos, tenía un icono de la Virgen, que era como una
persona de casa para todos los rusos.
Monte Athos, en Grecia, con sus monasterios, fue muy
pronto llamado “jardín de María”. Y precisamente con
relación a aquel monte, también Rumania tomó el nombre
de “jardín de la Madre de Dios”. Naciones de María se
califican a sí mismas Servia, Bulgaria, Siria, Egipto…
La literatura armenia florece en alabanzas a María, Madre
y Virgen; y también la etiópica, que la aclama Templo
permanente, Vestíbulo sacerdotal, Árbol verdegueante,
Esposa celestial, Incensario de oro de los serafines… Todo
el territorio se halla sembrado de milagrosas imágenes.
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Unidad 3
Floración de Órdenes religiosas marianas
No existe Orden religiosa alguna, grande, ni tal vez siquiera
pequeña, cuya historia no se halle de alguna manera
vinculada con la devoción a María.
El monaquismo de Occidente y de Oriente elabora en torno
de las Laudes una preciosa mariología. Es determinada por
la exigencia de tener una mediadora entre la humanidad
y Cristo, y es acompañada, a partir del siglo XI de una
gran devoción hacia la humanidad de Cristo. “Para alabar
a Nuestro Señor –escribe Conrado de Sajonia- hemos
necesariamente de alabar a su gloriosísima y dulcísima
Madre”. El cristiano se vuelve hacia su Madre celestial,
la Madre celestial se vuelve hacia su Hijo divino, el Hijo
divino se vuelve hacia su tierno Padre: “El Hijo oirá a la
Madre, y el Padre oirá al Hijo: he aquí la escala de los
pecadores…”, añade San Bernardo.
A San Bernardo, que se eleva en el corazón de la Edad
Media, como maestro insuperado, en el claustro de
Claraval, hemos de añadir, a San Pedro Damiano y
a
San Anselmo de Canterbury, el cual teoriza la fraternidad
de los hombres hacia Dios, en virtud de María; su discípulo
Eadmero y Ricardo de San Lorenzo, autor de aquellas
Laudes de la Bienaventurada Virgen María, que son un
verdadero tratado mariológico.
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Las órdenes mendicantes, a ejemplo de Domingo y
de Francisco, desarrollan la Mariología, mientras que
propagan el culto a Nuestra Señora; los Dominicos mueren
y los Carmelitas combaten cantando la “Salve Regina”;
los franciscanos nacen de la Porciúncula, que es la casa de
María, a cuyos pies Francisco cortó la cabellera a Santa
Clara; los Siervos de María toman de Ella su nombre.
San Buenaventura afirma por todos que es tan grande la
sublimidad de esta Virgen gloriosa, que para hablar de
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Ella y para alabarla, incluso las Escrituras y las profecías
y las parábolas, son insuficientes. Y la contempla como
la “Mediadora entre nosotros y Cristo, como Cristo lo es
entre nosotros y Dios”. A ella debemos amar y venerar
inmediatamente después de la Trinidad. Siguiendo al
alemán San Alberto Magno, que quería que nunca nos
cansásemos de alabar a María, Santo Tomás sistematiza
para todos las teorías de los Padres griegos y latinos y de los
doctores medievales, para establecer una doctrina científica
en torno a María: de Ella se derivan Antonino de Florencia,
Bernardino de Sena, Canisio, Suárez, San Alfonso.
En 1313, Bernardo Tolomei de Sena funda en el Monte
de los Olivos el primer monasterio de la Congregación de
Nuestra Señora, a cuyos religiosos se les dio el nombre de
Olivetanos.
III.
EN LA EDAD MODERNA
Debeladora de la Reforma y del Isl{ám.
San Pedro Canisio (1521-1597) nos lleva a la Reforma, la
cual así como separó la fe de las obras, separó también a
Jesús de María: dividió en pedazos al Cristianismo y separó
a la Cristiandad. Entonces apareció mucho más María
como la debeladora de las herejías y los pueblos resistieron
mejor el error y a la división cuanto más apretadamente
se agruparon en torno de la Madre común. El Santo
Doctor combatió contra más de cien adversarios de María,
oponiéndoles más de noventa Padres y Doctores de la
Iglesia de los primeros siglos, además de numerosos autores
de tiempos posteriores. En este mismo orden hemos de
situar el Mariale de San Lorenzo de Brindis, que constituye
un tratado original y seguro, rico en vis polémica, de la
doctrina sobre la “Beata”.
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Unidad 3
Mientras que la ortodoxia católica se veía amenazada por la
presión protestante, la cristiandad europea era asaltada por
la invasión musulmana, con una violencia victoriosa. Se
había llegado, a mediados del siglo XVI, al punto de que,
aprovechando las disensiones de los príncipes cristianos, la
media luna parecía destinada a sojuzgar a Europa. Entonces
fue cuando Pío V organizó la última cruzada, y, con la victoria
naval de Lepanto, cambió el curso de la historia, derrotando
definitivamente el avance turco. Mientras se enfurecía la
batalla, el Papa, impulsado por una iluminación, se puso a
recitar el Rosario, cuya fiesta se celebraba entonces (7 de
octubre de 1571), y tuvo la certidumbre de la victoria por
inspiración de María, a la cual se le atribuyó la victoria.
Desde entonces se hizo universal la fiesta de Nuestra Señora
del Rosario, bajo Clemente XI, en 1726, y la Misa propia se
extendió de la Orden dominicana a toda la iglesia universal,
bajo León XIII, en 1887.
En el siglo de los grandes navegantes y de los
grandes descubrimientos
Como los caballeros pasaban en vela la noche anterior a la
batalla, delante del altar, igualmente pasó Vasco de Gama y
también Cabral la noche que precedió a su gran viaje. Ante
sus altares confiaron a María sus viajes Magallanes y Colón,
que zarpó en una carabela llamada Santa María, y ésta fue la
que “llevó la Encarnación al Nuevo Mundo” (Sargent). La
marinería sobre el Océano desconocido cantaba todas las
tardes la Salve Regina, y Colón que entrelazaba las iniciales
de Nuestra Señora con su propia firma, llama San Salvador
a la primera isla que descubrió, y Santa María Concepción
a la segunda, y pide se le entierre en la capilla consagrada a
la Inmaculada Concepción. Y aquel otro caballero de Jesús
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y María, San Francisco Javier, se embarcó después de haber
saludado en Loreto a la Bienaventurada Virgen: recogió así
la espiritualidad de su maestro y padre Ignacio de Loyola,
que, como fruto de su conversión, al terminar su vigilia de
armas en Montserrat, colgó del altar de la Virgen su espada
y su puñal.
Sargent habla de “nuestra tierra y de nuestra Señora”
refiriéndose a América y a la Virgen. Su descubridor, el
P.Marquette, individuó y vadeó el Mississipi cantando un
oficio suyo en honor de la Inmaculada. También los pieles
rojas se acostumbraron a llamarla “Auxilium et refugium
indianorum”. A un indio de Méjico, Juan Diego, neófito de
cincuenta y cinco años, se le apareció la Virgen de Guadalupe
en 1531, mientras se dirigía a toda carrera, para oír la Santa
Misa. En el lugar de la aparición, en pleno invierno, brotaron
una rosas, y después se levantó allí la basílica de Nuestra
Señora de Guadalupe, a la cual Benedicto XV proclamó
patrona de aquella nación.
Venezuela tiene por patrona a Nuestra Señor de Coromoto
en cuya coronación envío el Papa un radiomensaje el 12 de
septiembre de 1952. En él se destaca que aquella nación ha
comprendido lo que significa la Virgen en la historia de las
naciones. Y se recordaba el caso de la Santa María, cuando
todo el nuevo conteniente fue dedicado a la Virgen del Pilar,
y aquel mar fue denominado por sus mismos descubridores
“Archipiélago del Mar de Nuestra Señora”.
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María, Patrona de los reinos y socorro de los
pueblos.
Ciudades, provincias, repúblicas, reinos, se han puesto en
todos los tiempos bajo su manto y la han escogido como
Reina. Inglaterra se llamó “dote de María”; España, en su
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Unidad 3
primera victoria contra los moros, le consagró su primer
templo; San Esteban, en un momento trágico, le consagró
el reino de Hungría.
En Polonia, cuyo corazón religioso palpita en el santuario
de Czestokowa, Micklewiz saludó a María como “Reina de
la corona de Polonia, Duquesa de Lituania”Títulos análogos volvemos a encontrar en diversas naciones
cristianas, donde, especialmente en horas trágicas, Nuestra
Señora fue considerada como auxiliadora de su pueblo.
Para los italianos, María es la castellana de Italia, para los
romanos es Salus populi romani. Y en algunas ciudades,
como Lucca, es proclamada defensora de la libertad.
El Humanismo y Nuestra Señora
Con el Humanismo no disminuyó el culto a Nuestra Señora;
corrió el peligro que al colorearse, al menos en el arte, con
colores profanos. En las poesías, incluso de prelados, se
aproximaba o era saludada con títulos o advocaciones más
propias de Venus, Diana o de Minerva; y el escenario de
su vida se llegó a representar con un fondo de columnas
o de arcos que recordaban una gracia artificial, en una
atmósfera de lujo, cuando no de lujuria. Así, el Pontano,
en sus “Himnos a María”, la nombra divam Mariam; pero,
sin embargo, dentro de aquellas expresiones clasicistas,
¡cuántos atisbos se descubren de humanidad y de veneración
y cuánta hambre de paz!...
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El Beato Bautista Mantuano canta que “Ella no es una
Driade, ni una Oriada… Tetis se inclina ante Ella, Ceres le
sirve… Vino del cielo y es Reina de los seres celestiales,
Madre de Dios y portadora de paz a la anhelante juventud”.
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Pero, como Éfeso contra los nuevos herejes, también en
Florencia, contra los nuevos paganos, el pueblo se empeñó
en defender y en salvar la pureza del concepto de Madre de
Dios, Virgen sin mancha; y con el pueblo, sus intérpretes
más legítimos. Si sacerdotes y literatos se perdían en el
dédalo de musas, gracias y ninfas, predicadores populares,
como San Bernardino de Sena (Sena, “la ciudad de la
virgen”), enamoraban a las muchedumbres evocando los
hechos y méritos de la Madre común, oponiendo su castidad
y su dulzura al tipo de Madonna Ciuffola, “Alocada y
desmemoriada, callejara y ventanera”.
Entre los predicadores populares, Jerónimo Savonarola
defendió a la Virgen de las profanaciones y del humanismo
paganizante, que la vestía “con las galas de las cortesanas”
y le daba “los rasgos de las amasías”, en cambio –según
decían-, María no iba vestida como ciertos pintores, a
manera de Lippi, la pintaba, porque “Ella iba vestida como
una pobrecita”. Para el humanismo paganizante, el terrible
fraile oponía la humanidad de Cristo, “que derrama sus
gracias sobre la Virgen y Ella la infunde en nosotros”.
De esta manera defendía a María, el sentir popular, como
las turbas habrían defendido a Jesús.
La Virgen en la pintura
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El arte de la pintura ofreció, desde los principios del
cristianismo, pasto a la devoción en cuadros de todo género.
Una antigua leyenda atribuye al Apóstol Lucas los primeros
cuadros de la Virgen. Si la atribución es legendaria (comenzó,
según parece, en el siglo VI), documentada, sin embargo,
la antigüedad del culto a las imágenes de María, al cual
aparece pintada ya en las catacumbas, y, por consiguiente,
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Unidad 3
era ya objeto de culto en tiempo de las persecuciones. ¿No
fue también Ella perseguida por causa de Cristo?
Después de las persecuciones florecieron las imágenes
aqueropintas de la Virgen, así como las del Señor. Durante
las destrucciones iconoclastas, numerosas imágenes,
transportadas por el pueblo se convirtieron en centro de
veneración y de arte.
Uno de los frutos de las herejías bizantinas, por medio
de las cuales el poder político se distanció del pueblo,
distanciándose también de la religión del pueblo, fue la
invasión de la media luna. Y, sin embargo, los invasores
aprendieron en el Corán la veneración popular hacia la Madre
de Dios, incluso como Inmaculada, pero no defendieron sus
imágenes. El Occidente fue, por consiguiente, el que pintó
en miles de actitudes diversas a María.
El Humanismo enriqueció el patrimonio pictórico. Se
filtraba alguna profanación, hizo traición al amor en una
abundancia fantástica de imágenes.
Desde Cimabeu hasta Giotto, que pintó en frescos la
“historia de la Virgen” en la capilla de los Scrovegni; desde
Fra Angelico hasta Vellini, Lippi. Ghirlandaio, Durero,
Rafael, Tizlano, Leonardo, Correggio, y más tarde. Dolci
y Murillo, por citar algunos nombres entre tantos, ¡cuántos
artistas prodigiosos gastaron lo mejor de su talento en
pintarnos la belleza de María!
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Y mientras en Florencia Brunelleschi levantaba la cúpula
de Santa María del Fiori y León Alberti embellecía con
una fachada policroma a Santa María Novella, y Ghiberi
llenaba con los misterios de la Virgen la primera puerta del
baptisterio, cerca de diez mil Vírgenes –como ha calculado
alguno 13–desembocaban, como un prado de flores, en
13
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M. OLIVA, La Vergine nell”Umanesimo. Treviso, 1951
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Radio María - Colombia
este maravilloso mayo italiano, dentro del cual Palestrina
ponía música al Stabat de Pergolesi, a cuyas notas llegaba a
conmoverse Mazzini, y las populares melodías de Schubert
y de Gounod).
El mundo protestante y Nuestra Señora.
Se ha dicho que la frontera entre el mundo protestante y
el mundo católico es una línea que separa el mundo de la
tristeza o de la excesiva seriedad del mundo de la alegría que
se convierte en fiesta. Los protestantes, al alejarse de María,
han vuelto a introducir la rigidez puritana del judaísmo
del tipo farisaico, hasta suprimir, durante cierto tiempo en
Inglaterra la fiesta de Navidad, porque era excesivamente
alegre.
Por lo demás, Lutero reconoció, incluso después de su
apostasía, los títulos de María como Madre de Dios y
Virgen Inmaculada. El culto a María es aprobado en la
confesión Augustana. El mismo Zuinglio se glorió de no
haber pensado jamás ni enseñado en parte alguna nada
“contra la pura Virgen María”. Fue en realidad Calvino
quien explícitamente se levantó contra Ella, iniciando las
acusaciones de mariolatría. Pretendiendo demoler a la
Iglesia, tenía necesidad de eliminar de ella a la Eucaristía y
a María y al papado.
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Actualmente, todo el mundo protestante, al sentir la
necesidad de una Iglesia única, vuelve a sentir también la
nostalgia de Nuestra Señora. Es notable el hecho de que
los católicos, especialmente en tierras confinantes con la
herejía, se defendieran tras el culto a la Virgen para resistir a
la herejía; y gracias a esto hubo una floración de santuarios
marianos.
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En el movimiento de Oxford, conforme se iba definiendo
el retorno a los Padres de la Iglesia, se fue aclarando, sobre
todo por los escritos y palabras de Newman, la devoción a
María. Sobre ella tuvo una polémica con su amigo Pussey. Y
Newman, como gran parte de los convertidos en las últimas
generaciones, fue ayudado por aquel culto delicado y docto
en su vuelta a Roma. No sólo entre los miembros de la alta
Iglesia anglicana, sino también entre sus correspondientes
del Luteranismo (Hoch Kirche), fue resurgiendo poco a
poco el culto a María; ya desde 1863, el protestante alemán
Dietlein se quejaba de que hubiese sido eliminada el Ave
María de la devoción luterana. En 1919, Max Jungnickel,
protestante, sostenía una idea, mantenida otras veces por
sus correligionarios: que el mundo protestante moriría de
frío porque le falta la Madre: María.
El pastor protestante Lorzing ha compuesto un volumen:
“Flores marianas”. El sueco Skredvikk, sostenido por un
centenar de correligionarios, ha pretendido introducir en
la liturgia luterana el sacrificio eucarístico y el culto a la
Virgen. “Sólo Dios sabe- ha escrito- lo que el mundo debe
a María”. Incluso los calvinistas sienten la nostalgia de
Nuestra Señora: así los pastores Saussure, Brémois, Vidal…
Hemos de añadir a la mariscala Booth, hija del fundador del
Ejército de Salvación.
Podemos afirmar que conforme va renaciendo poco a poco
el deseo de unidad, y que brota de él la necesidad de una
Iglesia visible, renace también el deseo de María, “Mater
unitatis”.
100
En el período del Racionalismo.
Incluso después del Humanismo, en el aire enrarecido del
Racionalismo, del Iluminismo y del Imanentismo, entre las
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ideologías materialistas, María se ha mantenido firme como
la Poesía (así la definieron los hermanos Tharaud en sus
Contes de la Vierge), y ha inspirado a artistas, a novelistas, a
poetas. Desde Sannazaro, que escribió “De partu Virginis”,
hasta Chiabrera, Manzoni, Mistral, Carducci mismo, que se
sintió conmovido ante la poesía Del Angelus.
En el himno al Nombre de María, de Manzoni, oímos ecos
del perfecto himno de Pontano, traducido por Carducci: “A
Tì, cuando nace el día; a Ti, cuando se hunde el sol en las
olas, todas las cosas Te colman de alabanzas”.
Pero hasta entre los acatólicos el amor a la Virgen ha
inspirado obras maestras.
Milton halla acentos delicados para Nuestra Señora, y hasta
Byron canta el Ave María, y Wordsworth, que reconoce
su Inmaculada Concepción, y Longfellow, Hawthorne y
Browning y Kipling y Ruskin: todos protestantes. Entre
éstos, Goethe se siente impresionado ante la imagen de la
Dolorosa, y parece implorar en el Fausto:
“! Oh Madre afligida, oh Madre angustiada, inclina
piadosa tus ojos a Mí!”
101
También Novalis, con sus cantos en honor de María, hiere
muchas almas de protestantes.
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Unidad 3
IV.
EL MUNDO CONTEMPORÀNEO
En los tiempos modernos florecen santuarios y basílicas
nuevas y vuelven a florecer templos antiguos.
No hay nación católica que no haya levantado un templo
o, por lo menos, una capilla en honor de María. La Madre
ha sido tenida presente doquiera ha habido y hay un
cristiano. Como en la antigüedad, estos monumentos se
hallan ordinariamente ligados a grandes acontecimientos
históricos: expresan ordinariamente la emoción del pueblo
en un periodo especialmente notable. Guerras, pestilencias,
expediciones, victorias, conquistas, conversiones…;
todo lo cual nos prueba que la persona de María se halla
íntimamente ligada con el desarrollo histórico de ciudades
y naciones.
Los santuarios más celebres de Europa siguen siendo,
en gran parte, los dedicados a la Virgen, recordando
alguna advocación o aparición suya. Montserrat,
Loreto, Lourdes, Czestakowa, Pompeya, Fátima, Oropa,
Guadalupe…, centrales de devoción, surgidas muchas
veces milagrosamente. En algunos, como en Lourdes y
Caravaggio, el agua, brotada de repente, se convierte en
vehículo de gracia. Los más antiguos fueron y siguen siendo
metas de peregrinaciones continuas, ayer para los iberos,
los francos, los longobardos y los alemanes; actualmente,
para europeos, americanos, asiáticos. Donde iban en
otros tiempos Felipe Augusto, San Luis, rey; Francisco I,
Luis XIV –Chartres- , van actualmente Claudel, Péguy,
Huysmans…: aquel Péguy, que se pasa la noche anterior
al combate en que murió en la capilla de un convento
abandonado, cubriendo las flores del altar de María…
102
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Y también en nuestros tiempos la intervención de María
con los hombres ha adquirido muchas veces el aspecto de
aparición. Y la historia está llena de sus apariciones visibles.
En 1830, veinticuatro años, por consiguiente, antes de la
definición del dogma de la Inmaculada Concepción, la
Virgen se apareció a Catalina Labouré, una novicia de las
Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, y le predijo,
entre otras cosas, los movimientos anticlericales de matanza
y destrucción de los años 1870-1871, y le encomendó la
difusión de la Medalla Milagrosa (de la Inmaculada).
Otra oparación tuvo lugar en Francia, en La Salette, en 1846,
pero fue muy discutida, aunque el obispo de Grenoble, en
1851, la declaró sincera. Pero la más famosa en Francia
ocurrió en Los Pirineos, en Lourdes, en 1858, cuando María
se apareció como Inmaculada Concepción a una niña de
catorce años, Bernardita Soubirous, en una gruta llamada
Massavielle. Surgió en aquél sitio una basílica, y el agua
brotada bajo las manos mismas de Bernardita ha producido
y sigue produciendo milagros, controlados por una oficina
médica y por científicos de todas las procedencias (Alexis
Carrel entre ellos).
La aventura de Bernardita fue narrada en un libro famoso
del judío Franz Werfel, y puesta después en una versión
cinematográfica que ha dado la vuelta al mundo.
103
Las apariciones más recientes y conocidas tuvieron lugar
en la localidad portuguesa de Cova da Iria, junto a Fátima,
a una pastorcita de diez años, Lucía dos Santos, y a sus
compañeros Francisco y Jacinta. La aparición más vistosa
tuvo lugar el 13 de octubre de 1917, cuando, mientras que
la Virgen del Rosario hablaba con Lucía, el sol se puso a dar
vueltas sobre sí mismo vertiginosamente, echando llamas,
delante de una multitud extática. La Virgen recomendó
el rezo del Santo Rosario, la devoción a su Inmaculado
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Unidad 3
Corazón, al cual deseaba fuese consagrado el mundo
entero (lo cual hizo Pío XII en octubre de 1942), y reveló
designios, todavía ocultos, respecto de Rusia.
Se anunció que había tenido lugar una serie de apariciones
a cinco muchachos en el invierno de 1932-1933, en
Beauring (Bélgica), de la Virgen Inmaculada. En Siracusa,
recientemente (en 1943), lloró una estatuita de la Virgen,
y es ahora objeto de mucha veneración, bajo el nombre de
Nuestra Señora de las Lágrimas 14
Las definiciones dogmáticas de nuestro tiempo relativas a
María son: la de 1854, cuando Pío IX, en la bula Ineffabilis
Deus, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción que
muy pronto dio origen a congregaciones religiosas (como
la Congregación de los Concepcionistas Hospitalarios,
fundada por Monti en Roma), a una literatura y a obras
religiosas y sociales de todo género. Y la definición
dogmática de 1950, cuando Pìo XII, en pleno Año Santo,
proclamó el Dogma de la Asunción corporal de María a los
cielos, mereciendo nuestro tiempo el nombre de “Era de
María”.
Ambas proclamaciones no hicieron más que dar público
reconocimiento a creencias y fiestas cuyos orígenes se
pierden en los comienzos de la Iglesia, como ya hemos
indicado.
104
El año centenario de la proclamación del dogma de la
Inmaculada Concepción (1954 fue proclamado “Año
mariano” por Pío XII, que ha querido reconocer también y
proclamar solemnemente la realeza de María.
14 Véase: A. Ortiz Muñoz, La Virgen ha llorado en Siracusa. Madrid, Ed.
Studium.
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De la Revolución francesa a nuestros días.
La Revolución francesa contempló la profanación de NotreDame, de Paris, donde en el sitio de María fue erigida
una cantante, con el nombre de diosa Razón. Pero muy
pronto, en 1901, el Concordato napoleónico, que redujo
las festividades religiosas a cuatro, puso entre ellas a la
Asunción. También en Francia, ya en 1916, después de la
furia de la revolución y de las guerras napoleónicas, Eugenio
de Mazenod instituyó los Oblatos de María Inmaculada. En
el año siguiente nacía la Congregación de los Hermanitos
de María. En 1822, el venerable G.C.Colin fundaba la
Sociedad de María (los Maristas), y G. B. Scheppers, en
1839, la Congregación de los Hermanos de Nuestra Señora
de la Misericordia.
En 1845 surgieron en Nimes los Agustinianos de la Asunción
(Asuncionistas).
También en otras naciones fue extraordinaria la floración de
institutos denominados e inspirados en María. Recordemos
que la Chiesa, Campestrini y Rosmini, en Verona, pusieron
sus institutos de hermanas bajo la advocación de la Dolorosa,
mientras que Gerosa y Capitanio ponían a sus hermanas
bajo la protección de María Niña. Don Bosco instituyó en
1852 las Hijas de María Auxiliadora, como rama femenina
de los Salesianos.
105
En 1863 se constituyó en Bélgica la Asociación Misionera
del Inmaculado Corazón de María.
Entre los sodalicios, recordemos a las congregaciones
marianas (que tuvieron origen en Siracusa, hacia 1560,
fundadas por el P. Carbassi, S.J.), y se difundieron después
por todo el mundo católico. De una ellas salió en París, San
Francisco de Sales, y de estas surgieron las Hijas de María,
que tomaron diversas formas desde comienzos del siglo
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Unidad 3
XIX, en Lombardía y en Suiza. Una de ellas fue fundada
en 1846 por el célebre orador francés P. Ravignan, S.J. Una
Congregación especialmente venerada es la de Santa Inés,
en Roma.
En la segunda mitad del siglo XIX, la devoción mariana,
reavivada por Pío IX, se enriqueció con nuevo contenido
social bajo el impulso de León XIII, quien, así como publicó
una encíclica para la elevación del trabajador, también
publicó una decena de encíclicas para propagar el Rosario.
Dos años después de “Rerum novarum” (1891), Togniolo
escribía a un amigo (José de Bonis): “Precisamente por esta
humillante, pero verdadera realidad de las cosas, me parece
oportunísimo el celo por propagar la devoción a María,
Salud de los enfermos. Las victorias que el nombre de María
recuerda y promete exigen como lógica consecuencia que
recordemos las debilidades del cuerpo social…”
Devociones particulares
Entre las devociones especiales que han adquirido en
nuestros tiempos mayor difusión se encuentran el Rosario
y el Escapulario. En los años de guerra, en millares de
casas se han agrupado los miembros de la familia para
orar rezando el Rosario. El cardenal Schuster, arzobispo de
Milán (+1954) hubo de recordar que si las regiones de su
diócesis escaparon a la destrucción preparada por los nazis
en su retirada, se debía a la devoción de su pueblo, avivada
por él.
106
El escapulario por antonomasia sigue siendo el Escapulario
del Carmen, que se dice fue entregado por la misma Virgen
al Beato Simón Stock, general de la Orden, en 1250.
No han faltado exageraciones y deformaciones del culto
(hiperdulía) a la Virgen. Típica fue la aberración de los
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Mariavitas, secta de unos 100.000 católicos, formada
alrededor de unos sacerdotes, en 1904 en Polonia, que
realizaban actos de superstición hacia Nuestra Señora y de
idolatría hacia la viuda María Francisca Kozlowska.
En compensación, en 1931, con ocasión de otro centenario
de Éfeso, se extendió la fiesta de la Maternidad de María y
se celebraron manifestaciones marianas triunfales. En 1938,
Pío XI concedió a Francia un jubileo extraordinario para
celebrar el tercer centenario de su consagración a María.
Durante la primera guerra mundial, María fue celebrada
entre los combatientes como Reina de la Paz y Madre
Universal; y se hizo popular en Italia la Madonnina del
Grappa, en unos momentos especialmente trágicos.
En la segunda postguerra, es decir, a partir de 1945, la
devoción a María ha adquirido caracteres de universalidad
con descarriados que buscan a la Madre. En estos años
todas las ciudades han celebrado la Pregrinatio Mariae, es
decir, se han agrupado en torno de alguna imagen venerada
de la Virgen para pedirle socorro e inspiración. Durante el
año jubilar de 1950, cuando el Papa Pío XII, accediendo
a los deseos del mundo católico, proclamó el dogma de la
Asunción, protestantes y anglicanos, en un sitio y en otro,
han protestado, como si se hubiese levantado un nuevo
obstáculo para la unidad de los cristianos; pero, en cambio,
los anglicanos del movimiento de Oxford hacia ya un siglo
que celebraban la Asunción y en conjunto, incluso dentro
del mundo acatólico, aquel hecho ha puesto más de relieve
la figura de la Madre de Dios, aumentando el interés por
Ella. Es sintomático el hecho de que circulase en aquel
tiempo una vida de Nuestra Señora escrita por un judío
racionalista americano (Schalom Asche, autor de Mary).
107
¡Cuántas conversiones de nuestro tiempo se deben a Nuestra
Señora, desde Claudel hasta Alexis Carrell! El comunista
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Unidad 3
Budenz, entrevistándose con monseñor Sheen, para discutir
sobre ciertos escritos polémicos suyos, oyó que le decía
de repente: “! Y ahora hablemos de la Santísima Virgen!”
El comunista se quedó de piedra, pero aquellas palabras
hicieron acudir a su mente el Avemaría aprendida en su
niñez, y anheló la paz de la Madre Celestial. Gracias a Ella
volvió a la fe.
También en nuestros días poetas y prosistas celebran a
María. Bloy, Péguy, Verlaine, Claudel, Chesterton, Hopkins,
cuya poesía más bella se titula: “La Virgen, comparada con
el aire que respiramos”. Jean Guitton ha intentado hacer
unas letanías con términos de necesidades actuales, en las
cuales invoca a María “Virgen de la reflexión”, “Reina de
las sorpresas”. “Reina de nuestras decisiones”. Pues bien,
una de sus invocaciones es precisamente ésta: “Virgen
mediadora de la Historia”.
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TALLER
Realice un breve trabajo de investigación sobre las más
importantes catedrales marianas que hay en el mundo.
Describa por favor sus características.
REFLEXIÒN
Haga su oración meditando la plegaria de San Bernardo a la
Santísima Virgen María
TEXTOS PARA LEER
Lea esto que le será de gran provecho. MARÍA, MADRE
DE DIOS, NO ERES MÁS SANTO PORQUE NO ERES
MÁS DEVOTO DE MARÍA. (San Bernardo) (caminandocon-maría,org)
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Unidad 4
Unidad Didáctica
4
OBJETIVOS
¨¨ Intentamos en esta unidad justificar la Mariología como
ciencia teológica desde el momento en que la Madre de
Dios es llamada, por participación, a la tarea de concurrir
de manera efectiva a la concepción del Mesías, nuestro
Señor Jesucristo.
¨¨ La Mariología está íntimamente unida a la Cristología,
de la que depende esencialmente. Las dos disciplinas se
reclaman la una a la otra.
¨¨ Se quiere rescatar a María Santísima como tipo de
la Iglesia, según el parecer del Concilio Vaticano II,
y como corredentora en el orden de la gracia, como
partícipe de primer orden en la acción salvadora de
Cristo. Él, como “causa primera” y Ella como “causa
instrumental” y como Madre de la Iglesia.
110
¨¨ Queremos que el alumno tenga la formación necesaria
y para un conocimiento cierto de la Madre de Dios,
sin defectos y sin excesos, y en concordancia con el
Magisterio de la Iglesia Católica.
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HISTORIA DE LA MARIOLOGÍA
La riqueza de las ideas encerradas en los datos mariológicos
que se encuentra en las fuentes constitutivas de la
Mariología (Escritura y Tradición) ha sido percibida, no
de repente, sino progresivamente, ya por los Padres, ya por
los teólogos. Tarea propia de la historia de la Mariología
es ir rehaciendo con el pensamiento este camino recorrido
en esta progresiva explicitación de las diversas verdades
o conclusiones mariológicas contenidas implícitamente en
las fuentes. Esta historia –según Laurentin- se nos presenta
“como una manera creciente en la cual se van sucediendo
olas muy distintas. Cada una de estas olas se levanta,
culmina, se detiene y muchas veces se deshace antes de que
una nueva ola venga a sustituirla” 15.
Por razones de orden práctico, dividimos la historia de la
Mariología en las cuatro Edades corrientes. Antigua (siglos
I-IX), Media (siglos IX-XVI), Moderna (siglos XVI-XIX) y
Contemporánea (siglos XIX-XX). La exposición histórica,
objetiva siglo tras siglo, del desarrollo de la doctrina
mariana a través de los siglos, además de permitirnos lanzar
una mirada panorámica a toda la Mariología, sirve para
demostrar cómo ésta, lejos de ser una teología de mala ley
–como desearían quienes acusan a la Iglesia de Mariolatríaes, en cambio, el desarrollo lógico o la explicación de las
formas escriturísticas y tradicionales que constituyen el
depósito de la revelación divina.
111
15 Le mouvement Mariologigue á travers le monde, en “la vie spirituelle”, febrero 1952, p.179
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Unidad 4
LA MARIOLOGÍA EN LA EDAD ANTIGUA (siglos I-IX)
Siglo I
El primero en escribir sobre María Santísima –además de
los hagiógrafos- es San Ignacio Mártir, obispo de Antioquía
(+107). Combatiendo contra los docetas (que negaban la
realidad de la humanidad de Cristo) y contra los gnósticos
(los cuales comprometían la realidad de la divinidad, porque
lo reducían a un eón, o sea a uno de los intermediarios
metafísicos entre Dios y el hombre), San Ignacio insiste en
dos puntos: la maternidad divina y la virginidad de María.
Tiene también alguna frase en la cual se encuentra, como
germinalmente, la idea de María nueva Eva16
Siglo II
Un notable paso de avance en el desarrollo de la Mariología
fue hecho por San Justino, por San Ireneo y por el autor del
apócrifo proto-evangelio de Santiago.
San Justino Mártir (ca.110-ca.165), además de afirmar
(contra los docetas y contra los gnósticos), como San
Ignacio, la maternidad divina y la virginidad de María,
enuncia explícitamente, el primero de todos, el célebre
paralelismo antitético Eva-María. Estas tres ideas básicas
reciben desarrollo más amplio de San Ireneo, obispo de
Lyon (ca.140-ca.202) saludado justamente como “el primer
teólogo de María”. Efectivamente, además de enunciar la
doctrina de la maternidad divina, la prueba con argumentos
sacados de las Sagrada Escritura y de la
112
16
Cfr. CECCHINI, A., O.S.M., María nell””economa di Dio” secondo
Ignazio di Antiochia. “Marianum”, 14 (1952), 372-383.
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Tradición Apostólica: afirma explícitamente la virginidad
de la Madre de Dios, tanto antes del parto como en el
parto, e implícitamente, la virginidad después del parto;
desarrolla además ampliamente el concepto de nueva Eva
o Corredentora. Habla de María Santísima como “Abogada
de Eva” y como “Aquella que regenera a los hombres en
Dios”.
El protoevangelio de Santiago, obra de autor católico,
además de los detalles sobre el nacimiento y la educación
de María Santísima en el Templo, reivindica de manera
grosera la virginidad de María Santísima en el parto. Esta
es la primera monografía escrita sobre Nuestra Señora.
Siglo III
Mientras tenemos en Oriente a Orígenes, con sus discípulos
Pierio y San Pedro de Alejandría, surgen en Occidente San
Hipólito Romano, Tertuliano y San Cipriano. Tres estrellas
brillan en Oriente y tres en Occidente.
Orígenes (ca.185-254), jefe de la escuela alejandrina,
presenta, en sus diversos escritos, sobre todo en las
Homilías al Evangelio de San Lucas, elementos para una
Mariología muy amplia. Según Sócrates (Hist. Eccl.. VII,
32: PG 67, 812), Orígenes fue el primero que utilizó el
término clásico de “Theotócos” y lo ilustró. Alude también
discretamente a la maternidad espiritual de María Santísima
antes del parto y después del parto. Orígenes es el primero
en llamar a María con el término de “Toda Santa”, hecho
posteriormente comunísimo entre los griegos. No tuvo, sin
embargo, dificultad en admitir en María Santísima algunos
pasajeros defectos morales. Fue el primero que interpretó
“la espada de dolor” predicha por Simeón en el sentido de
dudas en la fe durante la Pasión, motivándolas con el hecho
113
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Unidad 4
de que Cristo es el Redentor de todos, y, por consiguiente,
también de su Madre, la cual, si no hubiese tenido algún
pecado, no hubiese necesitado de redención.
Pierio de Alejandría (+300), según el Códice barrocciano
14217 , compuso un discurso sobre la Madre de Dios. Es
éste el primer discurso mariano conocido.
San Pedro de Alejandría (+311) parece ser el primero que
usó el apelativo –hecho después corrientísimo- “la Virgen”,
para designar a María.
En Occidente, el primero que escribió sobre María
Santísima parece que fue San Hipólito Romano (ca.160235), maestro tal vez de Orígenes. En los preciosos
fragmentos que nos quedan de él, fue el primero que usó
entre los occidentales el término “Theotocos”. Demuestra,
contra los valentinianos, la realidad física de la maternidad
divina. Describe, el primero, la Encarnación como las
bodas del Verbo con la Humanidad y ve en ella –como
ya lo había visto San Ireneo, su maestro- los principios
de nuestra regeneración sobrenatural. Para San Hipólito,
como para San Pedro Alejandrino, María Santísima es
la “Virgen” por antonomasia. San Hipólito es el primero
que une el apelativo “santa” al nombre de “Virgen” y bajo
la metáfora de “Arca hecha de maderas incorruptibles”,
expresa la absoluta santidad de María, la ausencia en Ella
de toda clase de pecado.
114
Tertuliano (ca.160-+ después de 220), contemporáneo
de San Hipólito, pone en hermoso relieve el paralelismo
antitético Eva-María, afirmando, entre otras cosas, que
Dios “reconquistó su imagen y semejanza conquistada por
el diablo, con una operación semejante a la realizada por el
diablo”, “aemula operatione” (De carne Christi, PL 2, 82717
Tixeront, Histoire des dogmes, I, p. 49, n 4. París,
1930.
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828). Niega, sin embargo la virginidad de María Santísima
en el parto y después del parto, y admite en Ella algo de
incredulidad.
San Cipriano (ca. 200-258) es el primero que, de manera
clara y explícita, interpreta en sentido cristológicomariológico el llamado protoevangelio (Gen., 3,15) 18
La razón fundamental de este modesto desarrollo de la
Mariología en los tres primeros siglos ha de atribuirse
al hecho de que la atención de los Padres y de los fieles
estaba concentrada –naturalmente- en el punto central de
nuestra fe: Cristo y sus misterios, o sea, la Encarnación y la
Redención. La Mariología, por ello, se limita a la parte que
tuvo la Virgen en estos dos misterios.
Siglo IV
Comienza, ya en Oriente, ya en Occidente, un vigoroso
desarrollo de la Mariología. Un primer impulso, notable,
vino a darlo el Concilio de Nicea (325), en el cual,
en presencia del emperador Constantino y de más de
trescientos obispos, fue solemnemente definida contra Arrio
la consubstancialidad del Verbo, o sea su verdadera y propia
divinidad. Un desarrollo mayor de las cuestiones cristológicas ha
llevado siempre consigo un impulso también en las cuestiones
mariológicas, porque, cuanto más resplandece la figura del
Hijo, tanto más resalta la figura de la Madre.
115
En Oriente surgen tres figuras gigantescas. San Efrén de
Siro, San Epifanio y San Juan Crisóstomo. Otras tres surgen
en Occidente: San Ambrosio, San Zenón de Verona y San
Gaudencio de Brescia.
18
Testimonia adversus Iuadaeos, lib. II, c.9.PL 4
272. C-733 A.
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Unidad 4
San Efrén de Siro (306-373) es el primer poeta de Nuestra
Señora. En sus “Poemas nisibenos” exalta, el primero, con
términos equivalentes, la absoluta, la inmaculada pureza
de María Santísima, su perpetua virginidad, su misión de
nueva Eva, su realeza universal, etc.
San Epifanio, obispo de Salamina (ca.315-402), es el
primero que escribe dos monografías apologéticas sobre
Nuestra Señora: su larga carta contra los Antidicomarianitas
y la otra, no menos larga, contra los Coliridianos. Es el
primero en proponerse el problema de cómo terminó María
Santísima su vida terrena. Duda de su muerte y considera
plausible su paso inmediato de la tierra al cielo. Llama a
la Virgen “Theotocos” y “Madre de los vivientes”. Es el
primer “Doctor del culto a María”.
San Juan Crisóstomo (354-407), en sus homilías y
comentarios exegéticos enseña la maternidad divina,
la perpetua virginidad y la misión corredentora de la
Virgen Santísima, admite, sin embargo, en Ella algunas
imperfecciones morales escapadas tal vez en un entusiasmo
oratorio.
En Occidente surge y domina la figura de San Ambrosio
(ca.339-397), saludado como el padre de la Mariología
latina.
116
San Ambrosio depende mucho de los escritores griegos,
especialmente de Orígenes. En su monografía De
institutione Virginitate perpetua et sanctae Mariae
virginitate perpetua nos ofrece un retrato moral maravilloso
de María Santísima, fruto de una penetración admirable de
la psicología mariana. La perpetua virginidad de María
constituye el punto central, la idea madre de toda su
Mariología.
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Desarrolla mucho las profecías marianas (Gen., 3,15; Is.,
7,14; 11,1 Mich., 5,2), las figuras y los tipos marianos
(Eva, Sara, María, hermana de Moisés; la pequeña nube,
la columna de nube, el arca, el huerto, etc…). Ningún
Padre, antes de él, desarrolló con tanta amplitud y con
argumentación tan vigorosa la doctrina sobre la maternidad
divina de María. De esta maternidad física respecto de Cristo
pasa –el primero de todos- a poner en relieve la maternidad
espiritual para con todos los cristianos fundándola en
su incorporación a Cristo, que nos viene por medio de
María: “desde el seno de María –afirma- se ha difundido
por este mundo un montón de grano” (PL 16, 341,343),
porque en aquel granito insignificante que era Cristo estaba
encerrado todo el trigo, o sea, toda la humanidad. Síguese,
por consiguiente, que la maternidad de María se extiende,
no sólo a aquel primer pedacito de grano, sino a todo el
mundo. María es Aquella que “ha concebido la salvación
del mundo”, “ha dado a luz la vida de todos” (PL 16,1.249).
Proclama la perfecta inmunidad de María Santísima “de
toda mancha de pecado” y alude de manera evidente a la
Asunción corpórea.
San Ambrosio, finalmente tiene elementos preciosos
sobre la naturaleza del culto a María Santísima, sobre la
veneración, sobre la invocación y sobre la imitación de
Ella, de forma que justifica el título de “Patrono del culto
mariano” que le ha dado Harnack. Elementos mariológicos
sustanciales (maternidad divina; virginidad perpetua,
corredención) se encuentran también en San Zenón, obispo
de Verona (+ca.372), y en San Gaudencio, obispo de Brescia
(+después de 405).
117
El progreso mariológico fue a desembocar en Siria, y
con más exactitud, en Antioquia, hacia fines del siglo IV,
en una primitiva festividad mariana, relacionada con la
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Unidad 4
Navidad19. Esta “memoria de la Theotócos” dando ocasión
a las homilías en su honor, dio también un nuevo impulso al
desarrollo de la Mariología. Son dignas de mención las dos
homilías de Severiano Gabalitano (+a princ. del siglo V), y
los himnos de Cirilón Siro (siglos IV-V).
Siglo V
Es el siglo de la “Theotocos”, o sea de la maternidad divina
–piedra fundamental de todo el edificio mariológico-,
declarada dogma de fe en el Concilio de Éfeso de 431, por
obra principalmente de San Cirilo de Alejandría (+444),
el gran antagonista de Nestorio. En diversos escritos ha
iluminado mucho la naturaleza de la maternidad divina
de María, y ha exaltado su incomparable dignidad. El
entusiasmo demostrado por el pueblo de Éfeso en esta
ocasión prueba lo arraigada que se hallaba en el alma de
todos los fieles esta verdad.
Otro estímulo para abrillantar las glorias de María Santísima
l constituye fiesta de María Theotócos, que se celebraba
en Jerusalén (el 15 de agosto), hacia la mitad del siglo V,
según prueba el Rituale Armeniorum. La maternidad divina
y virginal llena de admiración el alma de los oradores
orientales, los cuales exaltan, de manera maravillosa, a la
augusta Madre de Dios. Baste citar, además de San Cirilo,
las homilías de Teodoto de Ancira (+ca.446), de Ático,
patriarca de Constantinopla (+425); de Acacio de Mitilene
(+ca.438), de San Procio de Constantinopla (ca.390+446)
de Basilio de Seleucia (+desp, 458), Hesiquio de Jerusalén
(+ca.451), Antipatro de Bostra (+desp.451), Crisipo de
Jerusalén (+479), etc.
118
19 Righetti, M., Storia Liturgica, II. Milán, 1946, p.241. Hay trad. Española en BAC.
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En Occidente se señalan en exaltar a la Virgen Santísima
San Jerónimo, San Agustín, San Pedro Crisólogo, Sedulio,
San León Magno y San Máximo de Turín.
San Jerónimo (349?-420) es el “Doctor máximo de la perpetua
virginidad de la Madre de Dios”, habiéndola defendido
valerosamente contra Elvidio (en su libro De virginitate
Mariae) y contra Joviniano. San Agustín (354-430) ha
insistido, más que cualquier otro, sobre la participación
de María en la Redención del género humano y sobre su
maternidad espiritual, indicándonos como fundamento de
ella la generación física de Aquel que es nuestra cabeza.
“María es Madre espiritualmente… de los miembros de
Él (Cristo)…; corporalmente, en cambio, es Madre de la
misma cabeza” (De Virg., PL 40,399). San Agustín, por otra
parte, en la disputa contra el pelagianismo, es el primero en
proponerse de manera explícita y con sus propios términos
el problema de la Inmaculada Concepción, y en resolverlo
de modo, si no brillante, por lo menos –así nos parece-,
suficiente. También San Pedro Crisólogo (+ca.450), San
Máximo, obispo de Turín (+desp.465) y Sedulio Celio (el
autor de los versos con que se inicia el Introito de la Misa
de Nuestra Señora: Salve Sancta Parens…), tiene acentos
muy elocuentes, además de otros elementos mariológicos,
a la inmunidad de María Santísima de pecado original.
San León Magno (+461) en sus obras defiende la perpetua
virginidad de María y combate contra los maniqueos, que
niegan el nacimiento corporal de Cristo de María.
119
Siglo VI
En el siglo VI, se celebraran ya en Oriente las fiestas de
la Purificación y de la Anunciación (consideradas, sin
embargo, más como fiestas del Señor que de la Virgen), así
como las de la Natividad de María, de la Dormición o de
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Unidad 4
la Asunción. En Occidente, en cambio, y precisamente en
la Galia, en España y en Roma, se celebraba una festividad
mariana, festivitas Sanctae Mariae. Este desarrollo de
festividades litúrgicas contribuyó no poco, mediante
las homilías relativas que ilustran su tema particular, al
desarrollo de las ideas mariológicas.
Entre los mariólogos orientales de este siglo merecen
especial mención San Leoncio de Bizancio (ca.485-ca.543),
San Romano músico (+ca.550); Abraham, obispo de Éfeso
(siglo VI); San Atanasio I, patriarca de Antioquía (+599).
Entre los occidentales son dignos de mención: San
Fulgencio, obispo de Ruspe (ca.467-532); San Eleuterio de
Tournai (+531), San Gregorio de Tours (538-594), quien es
el primero que habla en Occidente de la Asunción corporal
de María, y el poeta San Venancio Fortunato (ca.530ca.601).
Siglo VII
En el siglo VII se instituyen en Oriente las fiestas de la
Presentación y de la Concepción. Se distinguen cuatro
grandes panegiristas de la Madre de Dios: San Modesto,
Patriarca de Jerusalén (+634); San Sofronio de Jerusalén
(+638) y Juan, obispo de Tesalónica (+ca.649)
120
San Modesto de Jerusalén testimonia explícitamente
la Asunción corporal de la Virgen y expone diversos
argumentos para ella. Otro tanto hacen en este siglo, el
pseudo-Atanasio e Hipólito de Tebas, mientas que sigue
todavía incierto –a causa de la discordancia de los códicesel pensamiento asuncionístico de Juan de Tesalónica.
San Sofronio es el primero, en la historia del dogma
de la Inmaculada Concepción, que habla de una gracia
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prepurificante, o sea, preservativa (Orat. II in Deip.,18,19;
PG 87, 3.248).
En Occidente, y precisamente en Roma, en el siglo VII,
se celebraban cuatro festividades marianas: Purificación,
Anunciación, Asunción y Natividad, como aparece por
una constitución de Sergio I (+701) (citada por el Liber
Pontificalis, I.p.379), quien la hizo más solemne con la
procesión desde San Adriano hasta Santa María la Mayor.
Entre los Padres marianos se distingue San Ildefonso de
Toledo (+669), el cual, en su tratado De virginitate perpetua
S. Mariae adversus tres infideles (PL 96, 51-110), además
de defender y de exaltar la perpetua virginidad de María
Santísima, canta el himno más melodioso a su Realeza, e
insiste sobre la servidumbre que le es debida.
Siglo VIII.
La Mariología oriental recibe, en este siglo, un nuevo
impulso de San Andrés de Creta (+740), de Juan de Eubea
(+750), de San Germán de Constantinopla (+733) y de
San Tarsio (+806). Llega al vértice especialmente en el De
fide ortodoxa de San Juan Damasceno (+ca.749). Todos
son testimonio elocuente, en sus discursos marianos, de la
Inmaculada Concepción, de la Asunción (excepto Juan de
Eubea y San Tarsio, los cuales no tienen nada sobre el tema,
de la Mediación y de la Realeza de María).
121
En Occidente se distinguen: San Beda el Venerable (+735),
San Ambrosio Autperto (+781), considerado por Morín,
como el mayor mariólogo de la Iglesia latina anterior a
San Bernardo; Pablo Diácono (+799) y el B. Alcuino (ca.
735-804), quien influyó no poco en la devoción litúrgica
mariana. Se inicia en este siglo el periodo de la discusión
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Unidad 4
en torno a la Asunción corpórea de María Santísima, y
el campo queda pronto dividido en dos partes. La de los
gnósticos (capitaneados por el pseudo-Jerónimo, con la
epístola Cogitis me, considerada como auténtica) y la de
los favorables (capitaneados por el pseudo-Agustín, con su
célebre tratado De Assumptone B. M. Virginis, PL 40, 1.143
ss.,considerado también como auténtico, una verdadera
obra maestra sobre la Asunción). Las dos partes durante
algún tiempo estuvieron equilibradas. Podemos destacar,
finalmente, que Ambrosio Autperto, en el Serm. 208 sobre
la Asunción, es el primero (adelantándose en nueve siglos a
Suárez) en esbozar los fundamentos teológicos de la realeza
de María (Madre y Esposa del Rey de Reyes).
II. LA MARIOLOGÍA EN LA EDAD MEDIA g
(Siglos IX-XVI)
Siglo IX
En Oriente se distinguen, en este siglo, San Teodoro
Estudita (759-826), Epifanio Monje (siglo VIII, autor
de la primera Vida de Nuestra Señora), Focio (+891),
Jorge de Nicodemia (+860), Teognoste (+890), Teodoro
Abukurra (+ca.820), Simeón Metafraste (+ 859) y Nicetas
David (+890). La antigua doctrina sobre la Inmaculada, la
Asunción, la Mediación y la Realeza de María no sólo es
conservada pacíficamente, sino también consolidada y cada
vez concretada y determinada más.
122
En Occidente, los benedictinos Ratramo de Corbia (+868)
y Pascasio Radberto (+865) discuten sobre el modo como
ocurrió el parto virginal de María. Ha dejado, además, varios
discursos marianos el benedictino Rabano Mauro (+856).
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Comienzan a percibirse los primeros resplandores de la
Inmaculada en Aimón de Halberstadt (+853) y Pascasio
Radberto.
Siglo X
Representan en este siglo al Oriente mariológico: León
Emperador, llamado el Sabio (+911); San Eutimio,
Patriarca de Constantinopla (+917); Cosme Vestitor,
Pedro, obispo de Argos (+desp.920); San Juan Geómetra,
San Gregorio de Naregh (951-1003), notable mariólogo.
Las posiciones anteriores son celosamente conservadas.
Es digno de especial relieve el Libro del Tránsito de la B.
Virgen María, en árabe, tal vez del siglo X, donde se cuentan
numerosos milagros obrados por María Santísima, y que
puede considerarse como la primera colección de milagros
marianos, preludio de las colecciones que florecerán en
Occidente durante los siglos XII-XIV.
En Occidente han dejado discursos marianos, en este siglo,
los benedictinos Remigio y Aimón de Auxwre, Abón y San
Odilón de Cluny (+1049), gran siervo de Nuestra Señora,
mientras que la benedictina Roswitha de Gandersheim
(+ca. 1022) escribía un largo poema sobre la vida de
María Santísima (PL 137, 1.063-1.080), parafraseando el
protoevangelio de Santiago.
Siglo XI
123
En Oriente, a pesar del cisma de la Iglesia griega
(seguida por las poblaciones eslávicas dominadas por
Constantinopla), consumado por Miguel Cerulario en 1054,
las diversas doctrinas mariológicas continúan enseñándose
y defendiéndose. Han dejado, en este siglo discursos
marianos de relativa importancia Juan Mauropus (+1050),
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Unidad 4
Jacobo Monje y Teofilacto, arzobispo de Bulgaria (+ca. 1107).
En Occidente, en cambio, dominan San Fulberto de
Chartres (960-1028), San Pedro Damiano (1007-1072), el
Cardenal Alberico de Monte Casino (+1088), autor de un
tratado –perdido- De virginitate Mariae, y sobre todo, San
Anselmo de Aosta (1033-1109) el cual, en su Meditationes
y Orationes, añade, a la solidez, una ternura desconocida
hasta entonces. Podemos también resaltar que hacia la mitad
de este siglo, respecto a la Asunción, se inicia el triunfo de
Occidente de la sentencia favorable a la Asunción corporal
de María. En este siglo, además, aparece el himno de la
realeza de María: la Salve Regina, atribuida ordinariamente
al monje benedictino Herman Contratto (+1054).
Siglo XII
La Mariología oriental se mantiene más o menos
estacionaria. Pocos (Juan Furnes, Teodoro Prodromos y
Miguel Glykas) y muy pocos hablan de María.
En Occidente, en cambio, comienza el período áureo,
dominado por la gigantesca figura de Bernardo de Claraval
(1090-1153), quien, además de sus Sermones para las cuatro
fiestas marianas celebradas entonces y de la célebre Epístola
174 a los canónigos de Lyon, ha dejado una especie de
tratadito mariológico, titulado De Laudibus Virginis Matris,
el cual está compuesto de cuatro admirables homilías sobre
el Missus est, y constituye la primera colección orgánica de
Sermones sobre Nuestra Señora. El “doctor melifluo” fue
la verdadera alma de todo el movimiento mariano de los
siglos XII y XIII. Nadie ha influído tanto como él en los
mariólogos siguientes (San Buenaventura, por ejemplo lo
cita más de cuatrocientas veces). Él es el verdadero “Doctor
de la mediación de María”.
124
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Se une a él Eadmero de Canterbury (+1124), autor del
primer tratadito sobre la Inmaculada Concepción; Guiberto
de Noguent (+1124), Hugo de San Víctor (+1141), San
Amadeo de Losna (+1150), B. Guerrico de Igny (+11511155), Pedro de Cluny (+1157), Arnoldo de Chartres
(+1160), el Doctor de la corredención B. Aelredo, abad
de Rieval (+1166), Ricardo de San Víctor (+1173). Adán
Premostratense (+1178), Serlo Abad (+1178), Pedro
Comestor (+1179), Adán de Perseigne (ca.1180), Pedro de
Celle (+1183), Felipe de Harveng (+1183), Pedro de Blois
(+1200) y Elinando de Froidmont (+1204). Esta es toda la
floración de escritores marianos, que hablan con singular
elocuencia a la inteligencia y al corazón.
En el siglo XII, mientras la sentencia de la Asunción, ha
superado el estadio de discusión, alcanza el triunfo la piadosa
opinión de la Inmaculada Concepción, tras un período de
pacífica posesión, inicia el período de discusión, producido
por la festividad de la Concepción, en Inglaterra y en
Francia. Sostuvieron el singular privilegio Pedro de Micha,
llamado Compostelano; Osberto de Clara, y especialmente
Eadmero de Canterbury (+1124?), discípulo y biógrafo
de San Anselmo, autor, además del libro De exellentia B.
M.V., de la primera monografía concepcionistica con el
título Tractatus de conceptione Sanctae Marie, atribuido
falsamente a San Anselmo (PL 159, 301-318).
125
El siglo XII, bajo el influjo de San Bernardo, marca un
notabilísimo progreso para la Mediación universal de
María, tanto en la adquisición como en la distribución de
todas las gracias. Además del hecho de la corredención, se
comienza a determinar, también, explícitamente, el modo
de la misma. El primero en poner de relieve la índole
soteriológica de la Compasión de María Santísima fue
Arnoldo de Chartres (+1160), seguido de Godofredo de
Admont (+1165).
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Unidad 4
Se comienza a hablar también, explícitamente, de la
cooperación de María Santísima a modo de mérito
(Eadmero), a modo de satisfacción (San Bernardo, Arnoldo
de Chartres), a modo de sacrificio (Arnoldo de Chartres) y
a modo de redención (Arnoldo de Chartres). Con el siglo
XIII comienzan, finalmente, a florecer las colecciones de
milagros de la Santísima Virgen, efecto y juntamente causa
de la confianza universal de los cristianos en el poder y en la
bondad de la Mediadora de todas las gracias. Las primeras
colecciones se hallan en Francia (Hugo Farsit, Gualterio
de Cluny, etc.), y posteriormente en Italia y en España, etc.
Siglo XIII
En Oriente es digno de especial mención Germán II,
Patriarca de Constantinopla (1222-1240), autor de una
larga y bella homilía mariana.
En Occidente, en cambio, el impulso dado por San Bernardo
al dogma y al culto mariano continúa vigoroso a través
de todo el siglo XIII y produce sus frutos más copiosos
por obra principalmente de Ricardo de San Lorenzo
(+desp.1275), autor del amplio Mariale seu de Laudibus
B.M.V., libri XII (falsamente atribuido a San Alberto
Magno); San Buenaventura (1221-1274); Santo Tomás de
Aquino (1225-1274), Conrado de Sajonia (+1279), San
Alberto Magno ((+1280), llamado “Secretario y escriba
de la Madre de Dios”, etcétera. Todos éstos abundan de
tal manera en elementos mariológicos en sus escritos,
que han podido dar materia a tratados orgánicos sobre su
pensamiento mariológico.
126
En este siglo, con el triunfo pleno de la Asunción, probada
con argumentos, convertidos después en corrientes, se
intensifica la discusión sobre la Inmaculada Concepción,
impugnada por ejemplo por grandes escolásticos –Alejandro
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de Halés, O Min (+1245), San Buenaventura, Santo
Tomás, San Alberto Magno, Enrique de Gante (+1293)- y
defendida por San Pedro Pascasio (+1300), Guillermo de
Ware, O. Min (+ca.1300), maestro de Escoto, demostrada
como posible (así como la doctrina contraria) y probable
por Duns Escoto (+1308)20
También la mediación y la realeza mariana, por obra
especialmente de San Buenaventura, de San Alberto
Magno y de Conrado de Sajonia, son iluminadas de manera
extraordinaria.
La cuestión fundamental de la maternidad divina, así como
la de la perpetua virginidad de María, son tratadas con tal
amplitud y profundidad, que muy poco han podido añadir a
ellas los teólogos posteriores. Aparece también puesta muy
en claro la cuestión del culto debido a la Santísima Virgen.
Siglo XIV
En Oriente nos hallamos en el Siglo de Oro de la teología
mariana. Todos los grandes teólogos bizantinos de este
siglo (Juan Cabras, Gregorio Palamas (+1360), Nicolás
Cabasilas (+1371), Mateo Cantacuzeno (+1356), Teófanes
Niceno (+1381), Isidoro Glabas (+1394), Nicéforo Chumno,
Máximo Planudes) se emulan en exaltar a la Madre de Dios
y sus singulares privilegios, especialmente la Inmaculada
Concepción y su gloriosa Asunción.
127
En Occidente, en cambio comienza la decadencia, que
se acentúa todavía más en el siglo siguiente, hasta que la
reacción contra los ataques protestantes vino a levantar el
pensamiento mariológico. Son dignos de mención en este
20
Cfr. Roschini, J., O.S.M., Duns Scote e l”immaolata. Toma, ed.
“Marianum”.
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Unidad 4
siglo: Raimundo Lull (+1316), Pedro Auriol, O. Min
(+1322). B. Pedro Tomás, O.C. (+1366) y Mateo de la
Ciudad della Pierve, O.S.M. (+1384), autores los tres de un
tratado especial, Tractatus de Conceptione B.M.V.; Dante
Alighieri (+1321), Enrique Suso, O.P. (+1365), Lorenzo
Opimo, O.S.M. (+1388), Raimundo Giordano (+1381),
autor de las Contemplationes de B. Virgine, etc.
Continúa en este siglo la discusión- a veces excesivamente
viva, especialmente en Francia y en Aragón- sobre la
Inmaculada Concepción. La sentencia favorable, como
también la fiesta relativa, va ganando continuamente terreno
de forma que hacia finales del siglo se hace común entre los
franciscanos, entre otros. Además del argumento de suma
conveniencia, comienza a aparecer en algunos el argumento
escrituristico, tomado de la salutación angélica (en Gerardo
Rondel y Pedro Thomas) y del protoevangelio (en Bacon).
Los fautores del privilegio excluyen de la Santísima Virgen
no sólo el pecado, sino incluso el fomes del pecado.
Siglo XV
La Mariología oriental está representada por Demetrio
Cidonio (+1460), traductor griego de la Suma teológica
del Aquinatense; por Manuel Paleólogo (+1425), por José
Brientos (+ca.1435), y especialmente por Jorge Scholarios,
Patriarca de Constantinopla (+1468), último gran teólogo
bizantino, autor de tres interesantes homilías marianas, que
ofrecen elementos para un solo tratado mariológico.
128
La Mariología occidental, en cambio, halla dignos
representantes en Juan Gerson (+1429), primero en hablar
de principios mariológicos, en San Bernardino de Siena
(1380-1444), autor de Tractatus de B. Virgine (el primero
que encontramos con este título comprometedor, aun
cuando no sea en realidad más que una colección de once
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discursos marianos sobre los misterios de la vida de María);
en Ambrosio Spiera, O.S.M. (+1455), En San Antonio de
Firense, O.P. (+1459); en el Cardenal Juan de Torquemada,
O.P. (+1468); en Dionisio el Cartujano (+1471), autor de
un doble tratado De laudibus B.M.V.; en Tomás de Kempis
(1379-1471) y en Gasparino Borro, O.S.M. (+1498);
Bernardino de Bustis, O.F. M. Ob. (+ca.1500) autor de un
Mariale que ha tenido numerosas ediciones.
Este siglo, a causa de la declaración del Concilio de Basilea
(1439), señalase por el triunfo de la piadosa opinión sobre
la Inmaculada, que se hace comunísima, mientras que la
facultad teológica de la Sorbona, en 1497, condenaba como
temeraria, impía, falsa y herética la aserción de fray Juan
Morcelle, según la cual no había obligación sub gravi de
creer en la Asunción de María Santísima, y le imponía una
retractación pública.
III. LA MARIOLOGÍA EN LA EDAD MODERNA
(Siglos XVI-XIX)
Siglo XVI
Es el siglo de la discordia entre Oriente y Occidente.
129
En Oriente, en la Iglesia ortodoxa greco-rusa, tras un largo
periodo de concordia en torno al privilegio de la Inmaculada
Concepción, se inicia un período de viva discordia, que
ira creciendo en proporción al favor que va siéndole
concedido por la Iglesia católica. Entre los adversarios de
la Inmaculada se distinguen Damasceno Estudita (+1577),
Juan Natanael, etcétera. Parece, en cambio, que es admitida
por Alejo Rhaturos. Comienza y se hace común en la Iglesia
greco-rusa la sentencia favorable a la Asunción corporal.
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Unidad 4
En Occidente, una violenta oposición contra la Mariología
tradicional surge por parte de Lutero, Calvino, Zuinglio y
sus secuaces protestantes, los cuales pusieron en duda la
evolución homogénea de las verdades de la fe, y negaron
la Tradición (como fuente de la Revelación) y el magisterio
vivo de la Iglesia, como norma directiva en la interpretación
de las fuentes de la Revelación. Basados en estos principios
falsos y en otros, especialmente de la naturaleza de la
justificación por medio de la fe o fiducia, la figura de la
Virgen se vio reducida a las proporciones de una mujer
común, llena de defectos, sin misión mediadora, etc.
Fue impugnado además, con especial vehemencia, el culto de
hiperdulía atribuido a la Virgen, llamado por ellos idolátrico,
lesivo del culto debido a Cristo. Se levantaron contra estos
errores el Cardenal Tomás de Vio, O.P., llamado Cayetano
(+1134); Jerónimo de Hanghest (+1538), profesor de la
Universidad de París (con su obra Praeconium sacrosanctae
Christi Matris, Virginisque Semper Gloriosae Mariae,
adversus ante Marianos propugnacuslum, París, 1529);
Tristán de Ascanio (+1540, autor del De Beatissima Virgine
adversus impíos Lutheranos, Paris, 1538, y de la Disputa
inter hominem et rationem in honorem B.M.V., París 1538);
Juan Faber, obispo de Viena (+1541), el cual, como atestigua
San Pedro Canisio, publicó una Epístola Apologética para
refutar las calumnias antimarianas de Ecolampadio, etc.;
Juan Cochleo (+1552), el cual entre otras cosas, escribió
un sermón mariano contra Lutero, rebatiéndola con la
misma Escritura; Alfonso Salmerón, S.J. (+1595) autor de
diversas monografías; San Pedro Canisio (+1597), autor
de la Apología más completa de la Mariología, o sea, de
la obra De Maria Virgine incomparabili… 21, donde refuta
más de un centenar de adversarios de la Madre de Dios,
explotando las obras de más de noventa Padres y Doctores
y los trabajos de más de ciento diez escritores.
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Bourassé, Summa Aurea, t.8
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Radio María - Colombia
Han mantenido en estos siglos e ilustrado las posiciones
tradicionales de la Mariología Filiberto Bonnet (1552),
autor de un Tractatus de B.M.V. (París, 1556): Santo Tomás
de Villanueva, O.E.S.A. (1488-1556), el “Doctor melifluo
de España”, Próspero Rosetti, O.S.M. (+1598), etc.
También el Concilio Tridentino se ocupó de la Santísima
Virgen; respecto a la Inmaculada Concepción, declaró
que no era su intención comprender en el decreto
sobre la transmisión universal del pecado original “a la
bienaventurada e inmaculada Virgen María” (secs.V, Acta,
5, 233, 235, 238, 240). No faltaron quienes pretendieron
que se definiera. En cambio, fue definida, según autores
de prestigio, la inmunidad de María Santísima de la culpa
actual (sess. VI, Acta 5, 799).
Siglo XVII
En Oriente nos ofrecen elementos mariológicos, en sus
escritos, Cirilo Lucaris, Patriarca de Constantinopla (+1638);
Gersaimo I. Patriarca de Alejandría (+1638), y Nicolás
Cursulas (+1652), todos tres defensores convencidos de
la Inmaculada Concepción, contra las negaciones de otros
contemporáneos (Metrófanes Critópulos (+1639), Melecio
Sigiros (+1664), Dositeo de Jerusalén (+1707), Sevasto
Chimenitas (+1702), etc.). También la Asunción corporal
continúa siendo admitida unánimemente y es enérgicamente
afirmada por Lucaris, por Leoncio Karpovitch (+1620) y
por Pedro Moghila (+1646).
131
En Occidente, después de la oposición protestante, surge,
en este siglo la oposición jansenista, más contra el culto
que contra el dogma mariano, codificada en los flamígeros
Monita Salutaria B. Virginis ad cultores suos indiscretos
(1673), de Adán Widenfeldt, y llevados a cabo en la reforma
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Unidad 4
litúrgica galicana. El opúsculo de Widenfeldt (de sólo
16 páginas) desencadenó inmediatamente una verdadera
tempestad: algunos lo aplaudieron, pero la inmensa mayoría
se le declaró contraria, provocando, en el breve espacio de
un año unos cincuenta escritos, quienes lo calificaron como
“ignobile panphlet”, “chiffon téméraire”, “libelle digne de
Luther”, “produit de Satan”, etcétera. Aun admitiendo la
exageración –propia de toda reacción- , no podemos menos
de ver en esos Monita un eco de los prejuicios protestantes
del siglo XVI, sobre los abusos relativos al culto mariano,
sobre el único Mediador, etc., por lo cual, en 1676, fue
puesto en el Índice. Además de Wodenfeldt se mostraron
más o menos infectados de jansenismo mariológico
G.Launoy (+1678), A. Baillet (+1706) y S. Tillemont
(+1698). Combatieron valientemente contra el jansenismo
mariológico J. Crasset, S.J. (+1692), H.M.Boudon (+1702),
San Juan Eudes (+1680), San Luis Grignton de Monfort
(+1716).
Ningún siglo como el siglo XVII (si exceptuamos el siglo
XX) ha visto una producción mariológica cuantitativamente
más abundante, aunque cualitativamente es bastante
decadente, excepción hecho del P. Francisco Suárez, S.J.
(1548-1617), el cual, el primero entre todos, trató con
método rigurosamente escolástico los diversos problemas mariológicos.
San Lorenzo de Brindis, O.F.M.Cap. (1559-1619), autor
de un Mariale clásico (el primero –a lo que parece- en
tratar el problema del primer principio de la Mariología),
San Roberto Bellarmino (1542-1621), San Francisco de
Sales (1567-1622), el Cardenal Pedro de Bérulle (+1629),
Silvestre Saavedra, O.D.M (+1642), Justino Miechow,
O.P. (1590- 1689), F. Salazar, S.J. (1576-1646), C.B.Novati
(+1648), D. Petavio, S.J. (1583-1652), Juan Olier (1608-1657),
Jorge de Roodes, S.J. (1661), Teófilo Raynaud, S.J. (15821663), Cristóbal de Vega S.J. (1595-1672), Hipólito Marraci,
O.M.D. (1604-1675), Juan CRASSET, S.J.(1618-1704), etc.
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Radio María - Colombia
En cuanto a los problemas marianos, el siglo XVII puede
ser llamado el siglo de la corredención, porque en él se
advierte, entre los historiadores (alrededor de 130), una
doctrina moralmente unánime en torno a la cooperación
inmediata de María en la llamada redención objetiva, se
comienza además a discutir sobre la naturaleza del mérito
corredentor (es decir, si es de congruo o de condigno). En
este siglo finalmente se comienza a pedir a la Sana Sede
la definición de la Inmaculada Concepción (el primero fue
Felipe III, rey de España, en 1619).
Siglo XVIII
Tanto en Oriente como en Occidente, el desarrollo
mariológico permanece más o menos estacionario.
En la Iglesia greco-rusa continúan negando la Inmaculada
Concepción Juan Lindos (+1796), Nicodemos Aghiorites
(+1809), etc., mientras que la admiten Elías Miniatis
(+1714), Macario de Patmos (+1738), Macario Scordiles y
la Academia eclesiástica de Kiev, etc. Son muchos además
los que enseñan la Asunción corporal, o sea Macario
de Patmos, Constantino Dapontes (+1770), Dionisio
Andiranopolitano, Juan Lindos (+1796), Macario Scordiles,
Josè Cornilios, Nicéforo Theótokis (+1800).
133
En Occidente, el siglo XVIII está dominado por dos
gigantescas figuras que han tenido un influjo excepcional
sobre la verdadera y sólida devoción a la Virgen: San Luis
Grignon de Monfort (1673-1716) y San Alfonso María de
Ligorio (1696-1787), el uno con el Tratado de la verdadera
devoción a la Santísima Virgen, y el otro con las glorias
de María. El punto central de la Mariología, tanto del
uno como del otro, se halla constituido por la mediación
de María, iluminada y defendida de manera singular. Las
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Unidad 4
dos obras maestras, en el breve período de dos siglos,
han sido traducidas a todas las principales lenguas y han
tenido innumerables ediciones (las glorias de María han
sido impresas alrededor de 800 veces, de las cuales 120 en
italiano). No sin razon Las glorias de María han sido llamadas
“el séptimo sacramento del culto mariano” (Juan Marín
del Campo) y el Tratado de la verdadera devoción ha sido
considerado como “la metafísica de la Mariología” (P.
Lepidi.)
Contribuyeron al desarrollo mariológico en diversos
campos J.Wenner, S.J. (+1746), a.Markel, O.S.M. (+1760),
C.M. Shguanin, O.S.M. (+1769), J.C.Trombellini (+1784),
V.Sedimayr, O.B.S., etc.
IV. LA MARIOLOGÍA EN LA EDAD CONTEMPORÁNEA
(siglos XIX-XX)
Siglo XIX
Es el siglo de la Inmaculada. Debemos reconocer, sin
embargo, que a principios de este siglo la literatura mariana
ha de lamentarse de una escasez y de una mediocridad casi sin
precedentes. El movimiento mariológico se va levantando
lenta, penosamente, hacia 1840. Entre los trabajos que
precedieron a la definición de la Inmaculada Concepción,
hecho por Pío IX el 8 de diciembre de 1854, merecen
especial mención el trabajo de Rivarola (Dissertazione, etc.,
Palermo, 1822), del Cardenal Lambrushini (L”Immacolato
Concepimento di María, Dissert., Roma 1843), del P.
Perrone, S.J. (De Immaculato Deiparae conceptu, Roma,
1847) del cual publicó, en 1849, una vigorosa síntesis
italiana el P. Bonfiglio Mura, O.S.M; de Guèranger, O.S.B.
(Mémorie sur la question de L”Immaculée Conception.
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Lyon,1854), señalada por Pío IX a los obispos como “la
expresión más competente de la fe de la Iglesia” 22.
Hemos de señalar también los volúmenes de los Pareri
Dell”Episcopato cattolico, di congregazioni, di universitá,
di personaggi riguardevoli, etc., sulla definizione
dell”immacolato concepimento della B.V. María. Roma,
1851-1854.
La solemne definición de la Inmaculada Concepción suscitó
una ola de indescriptible entusiasmo entre los católicos y una
viva reacción entre los católicos (ortodoxos, protestantes,
etc.). Entre las obras que florecieron a consecuencia de este
entusiasmo y por la reacción anticatólica, merecen especial
mención los tres gruesos volúmenes de la obra De immaculato
Deiparae Semper Virginis conceptu (Roma, 1854), del P.C.
Passaglia, S.J. (+1887); el volumen De Immaculata Mariae
origine a Dios praedicta, del P.F.S. Patrizi, S.J. (+1881);
los dos volúmenes de la obra L”Immaculèe Conception, de
Mons.J.B.Malou (+1864), obispo de Bruges; los 13 gruesos
volúmenes de la Summa Aurea, de Vourassé (Paris, 1863);
los dos gruesos volúmenes de estudios arqueológicos e
iconográficos titulados La Vierge (Paris, 1878), de Rohault
de Fleury (+1875), los cuatro volúmenes apologéticos de
Nicolás, con el título La Vierge Marie (Paris, 1857.1858), y
los nueve volúmenes de Roskovány sobre los monumentos
literarios relativos a la Inmaculada.
135
Pero el mariólogo más genial y vigoroso del siglo XIX es
indudablemente José Scheeben (1835-1888), el cual- según
Druwè- “ha consagrado a María las páginas más bellas y
más profundas de su Dogmática” 23
Poco después de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción tuvo comienzo –por consecuencia lógica22
DELATTE, Dom Guéranger. París, 1919, t.2.p.12.
23 Bull, de la Soc. Franx. d”Et., Mar., 1936, p.9.
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Unidad 4
un movimiento a favor de la definición dogmática de la
Asunción. Se publicaron diversos trabajos sobre la Asunción
y sobre su definibilidad, entre los cuales podemos citar los
del P. Remigio Busnelli, O. F.M. (en 1863), de Mons. Luis
Vaccari, O.S.B. (en 1869) de Carlos Bertani (en 1877),
de Lana (en 1880), de Iannucci (en 1884) y de Domingo
Arnaldi (en 1884), el cual en diversos escritos, puso sobre el
tapete la cuestión de la muerte de María Santísima, negándola
abiertamente, y encontró quienes le siguieron en esto.
Alimentaron no poco la llama de los estudios mariológicos:
a) Los documentos del Magisterio eclesiástico, o
sea, las Encíclicas de los Papas; la Bula dogmática
Ineffabilis Deus, de Pío IX, y las diez encíclicas
marianas, sobre el Rosario, de León XIII.
b) La publicación de diversas fuentes, como la
Colección Patrística, de Migne (en 382 volúmenes),
y otros documentos, ya patrísticos, ya litúrgicos.
136
c) La publicación de revistas marianas con fines de
divulgación, podemos contar, durante el siglo XIX,
una treintena, en varias lenguas y naciones, de las
cuales la más antigua parece la titulada Annuaire
de Marie ou le véritable serviteur de la trés sainte
Vierge, publicada en París a partir de 1838; es
sintomática la titulada Le siécle de Marie, publicada
igualmente en París desde 1863.
d) La celebración de los Congresos marianos, la serie
de los cuales comienza con el Congreso Mariano
Nacional de Livorno (1895), seguido por el de
Florencia (1897) y de Turín (en 1898).
e) Finalmente, la fundación de Academias marianas.
La “Pontificia Accademia dell” Immacolata
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Concezione”, fundada en 1835 y honrada con el
título de Pontifica en 1865 (de la cual quiso ser socio
el mismo Pío IX), y la “Academia BibliográficoMariana”, de Lérida, fundada en 1862 por el
sacerdote español José Escolá , con el fin de publicar
y difundir escritos marianos.
Todas estas causas concurrieron a alimentar, por lo menos
de manera indirecta, la llama de la ciencia mariológica,
como se ve en los diversos tratados de Teología Mariana
publicados durante el siglo XIX (Gouthier, Boucarut,
Corominas, Depoiz, Mazzola, Haenlein, Hurter, Jamar,
Kurz, Oswald) 24
Siglo XX
Es el siglo de la Asunción y, en general, el siglo de
María por antonomasia. Estimuló no poco la actividad
mariológica, precisamente en el alba del siglo, el
cincuentenario de la definición dogmática de la Inmaculada
Concepción, recordado en la admirable encíclica de Pio
X Ad diem illum y celebrado con un Congreso Mariano
internacional celebrado en Roma en 1904. Además de los
tratados marianos más divulgados (Terrien, Schutz, Maino,
Muller, Ramoni, Van Combrugghe, Bartmann, Campana,
Vassel-Philips, Melkerbach, etc.), se multiplicaron las
monografías, especialmente sobre la mediación de María
Santísima y sobre cuestiones de índole general (la cuestión
del primer principio, mariología bíblica, patrística, textos,
bibliografía, etc.)
137
24
El tratado mariológico de Oswald ha sido puesto
en el Índice.
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Unidad 4
Con la publicación de las Petitiones, hecho en 1944, con
el benévolo beneplácito de Pío XII, por obra de los Padres
jesuitas Hentrich y de Moos, la atención de la mariología fue
casi totalmente absorbida por el problema de la Asunción
y de su definibilidad como dogma de fe. Se produjo de esta
manera, en poco tiempo, un florecimiento de los estudios
asuncionista verdaderamente imponente, el cual contribuyó
no poco a preparar la definición de la Asunción hecho por
Su Santidad Pío XII el 1 de noviembre de 1950.
Ningún siglo puede gloriarse como el siglo XX de poseer
una literatura tan rica, ya por su cantidad como por su
calidad, con carácter rigurosamente científico. Las causas
de este imponente desarrollo mariológico de nuestros
tiempos son muchas. Enumeremos las principales:
1. La consagración de la Iglesia y de todo el género
humano al Corazón Inmaculado de María (coronada
después por la extensión a toda la Iglesia de la
fiesta del Corazón Inmaculado de María), hecho
por Su Santidad Pío XII el 31 de octubre y el 8 de
diciembre de 1942: fue como el principio oficial de
la era mariana.
138
2. La proclamación –por primera vez en la historiade un “año mariano”, con ocasión del primer
aniversario de la definición dogmática de la
Inmaculada Concepción, coronado por la solemne
proclamación de la realeza universal de María.
3. La erección de distintas Sociedades mariológicas
nacionales, con la publicación de sus respectivas
revistas, conteniendo los diversos estudios discutidos
en las reuniones anuales, a saber: flamenca (1931)
(por obra del profesor Bittremieux), francesa (1934),
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española (1940). Portuguesa (1944), canadiense
(1953), americana (1950), alemana (1951).
4. Centros o Institutos Marianos Internacionales: el
“Centro Internacional Mariano”, fundado en Roma
por los Siervos de María en 1938 con diversas
iniciativas mariológicas; la “Comisión Mariana
Franciscana” fundada por el P. Balic. O.F.M. en
1846, promovedora del I Congreso Mariológico
Internacional de 1950, iniciadora de unas seis
colecciones mariológicas científicas y organizadora de una “Academia Mariana Internacional”.
5. La erección de diversas cátedras de Mariología
(Universidad de Washingon, Ateneo de Propaganda
Fide, “Angelicum”, Instituto Católico de Paris,
“Antonianum”, Facultad Teológica Romana de
los Siervos de María, Menores, Conventuales,
Carmelitas, etc.)
6. La erección de bibliotecas marianas: la biblioteca
mariana “Pío XII”, de los Siervos de María, de Roma
(con cerca de 10.000 volúmenes); la de Banneux, de
Bélgica (con cerca de 10.000 volúmenes), y la de
Dayton, en los Estados Unidos (alrededor de 3.000
volúmenes)
139
7. La publicación de revistas mariológicas. El
“Marianum” (Ephemerides Mariologiae), revista
trimestral de la Facultad de Teología de los
Siervos de María de Roma, publicada desde 1939,
y las Ephemerides Mariologiae”, de los Padres
Claretianos Españoles, desde 1951.
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Unidad 4
Permítasenos terminar esta ojeada panorámica con las
palabras pronunciadas por el eminentísimo cardenal Pizzardo
en la Prolusión del Congreso Mariológico Internacional de
1950: “Esta ciencia y (la Mariología), bajo la dirección del
Santo Padre y de grandes teólogos, ha adquirido en estos
años un magnífico desarrollo, especialmente por parte de
los Padre Roschini, Balic, Filograssi… Mucho se ha hecho,
especialmente en estos últimos años, dentro del campo
mariológico. Pero mucho queda todavía por hacer. Muchas
son las metas alcanzadas, pero muchas más las que quedan
por alcanzar. No sin razón María Santísima fue llamada
por San Bernardo negotium ómnium saeculorum (In festo
Pentec., 2,4. PL 183, 328), el negocio de todos los siglos,
puesto que todos los siglos, hasta su ocaso, tendrán para
ocuparse en torno de Ella, experimentando cada día más la
realidad de aquella célebre frase: De María numquam satis.
“De María nunca habremos dicho demasiado” 25
140
25 Alma Socia
Roma, 1951.
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Christi, Acta Congessus…,
vol.I, PP.101-103.
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TALLER
Haga una breve investigación y demuestre que la Mariología
es ciencia teológica. (encuentra.com). Consultar otras
fuentes.
REFLEXIÒN
Qué provecho le ha dejado en lo personal este curso de
Mariología. Medite en los compromisos que desde esta
perspectiva surgen en su corazón. (Ojalá los redacte como
recuerdo de este esfuerzo)
TEXTOS PARA LEER
Por favor lea este interesante artículo: La Virgen María en la
formación especial e intelectual. Carta de la Congregación
para la Educación Católica (catholicchurch.org)
141
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