la maternidad espiritual de maría en jn 19,25-27

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ANDRE FEUILLET
LA MATERNIDAD ESPIRITUAL DE MARÍA EN JN
19,25-27
En los últimos años la teología ha estudiado el papel de María en la historia de la
Salud. En este artículo se estudian las posibilidades que ofrece el texto de San Juan a la
luz de la moderna exégesis, para deducir del mismo la Maternidad Espiritual de María.
Su sentido afirmativo queda sobradamente patentizado al relacionarlo con otros
pasajes bíblicos. Son valiosas las previsiones que hace el autor sobre María, como
Madre Universal de los redimidos, y su relación con la Iglesia.
Les adieux du Christ à sa mère (Jn 19, 25-27) et la maternité spirituelle de Marie,
Nouvelle Revue Théologique, 86 (1964), 469-489.
La piedad cristiana ha tenido siempre una cierta predilección por la escena de la
despedida entre Cristo y su Madre. Es curioso, sin embargo, que los autores que han
comentado el pasaje no le han dado la misma explicación y el mismo alcance. Hasta el
siglo XII, como se desprende del estudio de Th. Koehler (Maternité spirituelle de Marie,
Bull. de la Soc. Fr. d'Etudes Mariales, 1959, pp. 119-155), poquísimos fueron los que
llegaron a darle un sentido mariano al pasaje evangélico. De los tres grandes
comentadores del cuarto Evangelio en la antigüedad (Crisóstomo, Cirilo de Alejandría y
Agustín) ninguno vio en la escena de despedida más que la acción de un hijo amante,
que antes de morir confía su madre al discípulo preferido.
No obstante, no hay que extrañarse, puesto que tampoco acerca de la maternidad
espiritual de María nos ofrece la tradición teológica anterior al siglo IX más que algunas
rápidas instrucciones. San Bernardo, el gran devoto de la Virgen, tiene a María por su
Reina, no por su madre. Hay que llegar a Anselmo de Lucques (?1086), Anselmo de
Cantorbery (?1109) y Ruperto de Deutz (? 1130) para que las palabras del crucificado a
su madre sean claramente comprendidas como la proclamación de una maternidad
mística que a través de Juan nos llega a todos los discípulos de Jesús. También hay entre
los exegetas modernos, el P. Lagrange por ejemplo, quienes no son favorables a la
interpretación mística y prefieren ver únicamente la expresión de un amor filial. Este
punto de vista nos parece estrecho, sobre todo tratándose como se trata de un texto del
cuarto Evangelio.
Se repite a menudo, y con razón, que únicamente la Tradición permite comprender
plenamente las Escrituras; pero a veces sé olvida que las Sagradas Escrituras
constituyen un tesoro inextinguible que vivifica y enriquece, a su vez, a la Tradición.
Apoyándonos en numerosos estudios, católicos y protestantes, vamos a proponer una
explicación de Jn 19,25-27. Si resultase ser la verdadera, podríamos pensar que una
verdad importante y claramente sugerida por dicho pasaje fue desconocida para la
antigua Tradición y ha salido a la luz del día gracias a la exégesis moderna, tanto
católica como protestante.
Sentido humano y sentido mesiánico de la escena del Calvario
La primera constatación que debemos hacer es la de que el evangelista pretende
narrarnos algo más que un simple gesto de la piedad filial de Jesús. Ciertamente, no
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debe éste excluirse, pues sin negar una acepción más profunda, lo más probable es que
la expresión "el discípulo la recibió en su casa" signifique en primer lugar que Juan
veneró a María como una madre y que los dos vivieron bajo un mismo techo.
En efecto, una de las características más definidas del cuarto Evangelio es la de que la
narración tenga dos sentidos, pretendidos ambos por el autor, y que se sostienen
mutuamente. Por una parte, un sentido sencillo que podía ser plename nte comprendido
por los testigos de la escena, y por otra un sentido simbólico que debe ir aflorando con
el desarrollo ulterior del misterio de Cristo y la vida de la Iglesia. Veamos algunos
ejemplos:
Es evidente que en las bodas de Caná (2,1-12) Cristo quiso socorrer a los recién casados
que se encontraban en un trance difícil. Pero el milagro, tal como se nos narra, tiene
evidentemente un alcance sacramentario y eclesial. Significación sacramentarla
semejante a la de la multiplicación de los panes (6,1-13). Sin embargo, no queremos con
ello decir que el autor olvide o tergiverse las circunstancias históricas que llevaron a
Cristo a hacer dicho milagro (en este caso la piedad hacia las gentes que por seguirle
tenían hambre). Algo parecido ocurre con la despedida de Jesús. Del mismo modo que
en Caná y en la multiplicación de los panes hizo Cristo una obra de bondad humana,
que revestía, sin embargo, en su intención una significación mucho más alta, así en la
cruz Cristo tiene para con su madre un gesto de exq uisita delicadeza que esconde una
significación tan profunda que sólo el porvenir debía revelarla. Juan en aquel momento,
sólo comprendió una cosa: que debía recibir a María en su casa. Pero más tarde, a la luz
de los acontecimientos pascuales (cfr. lo que se dice en 2,22; 7,39; 12,16) advirtió que
Jesús había hecho algo mucho mayor.
Las palabras: élaben ho mathètès autén eis ta ídia (19,27), que recuerdan curiosamente
estas otras: eis ta ídia èlthen kai hoi ídioi auton ou parélabon (1,11), sugieren ya este
doble sentido.
La escena tiene alcance mesiánico. Si Jesús no quiere más que invitar al discípulo
amado a que cuide de su madre ¿ por qué se dirige primero a ella pidiéndole que
considere a Juan como hijo? Además, todas las otras palabras de Jesús agonizante
tienen alguna relación con la misión del Salvador. Seria inconcebible que, en un
contexto tan cargado de sentido teológico, la escena de la despedida de Cristo y su
Madre fuese la única excepción, trasladándonos a un orden de preocupaciones
estrictamente familiares. Las dos exclamaciones: "He aquí a tu hijo", "He aquí a tu
madre" han de tener un alcance doctrinal de la misma clase que "Ecce Homo" y "He
aquí a vuestro Rey" (19,5.14). Es decir, hay que considerarlas como la proclamación
solemne de unas realidades mesiánicas ocultas.
El cuarto Evangelio está lleno de la idea de revelación. Una de las fórmulas de
revelación en San Juan consiste en que un enviado divino vea a una persona, cuyo
nombre indica, y para presentarla pronuncie un oráculo. Es decir, proclama algo que
claramente sobrepasa el objeto de la visión material, pues dicha visión revela el misterio
de una misión o de un destino. El primer ejemplo se lee en Jn 1,29 y ss.: El Bautista ve
venir a Jesús y dice: "He aquí el cordero de Dios". En 1,35 y ss., tenemos un segundo
ejemplo. Encontramos otro en 1,47ss: Jesús ve acercarse a Natanael y dice -haciéndonos
comprender que desde el punto de vista de la historia de la salvación nos encontramos
ante el tipo del nuevo Israel- : "He aquí un verdadero israelita en quien no hay dolo".
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El mismo esquema de revelación aparece en Jn 19,24-27; Jesús viendo... dijo. Con lo
cual, queda patente que Jesús hace algo más que confiar su madre al discípulo amado:
Quiere revelar en María la existencia de una maternidad sobrenatural y oculta, y en
Juan la presencia de la filicación espiritual correspondiente. El empleo del meta toûto
(inmediatamente después de esto) y del tetélestai (finalizar) del versículo 28, corroboran
esta manera de ver. El tetélestai de dicho versículo y el del 30 nos remiten, como anota
Bultmann, al eis télos ègápèsen autoús de 13,1, cuando se inicia la narración de la Hora
de Jesús. Lo cual indica que la Despedida de Jesús a su Madre constituye el télos (la
cima) de las obras que hizo Jesús por amor a los suyos.
Al leer el resto de la perícopa conviene tener siempre presente que es el mismo
evangelista quien en 19,28 quiere que veamos en la escena, que acaba de narrar, la
cumbre de la obra mesiánica de Jesús y la suprema manifestación de su amor salvífico.
Hay que añadir que todo nos inclina a creer que el discípulo presente en el Gólgota es
un personaje representante de todo un grupo. Es frecuente hallar en el cuarto Evangelio
personajes de este género: Nicodemo, la samaritana, el ciego de nacimiento y los
mismos judíos. Ahora bien, San Juan recalca la equivalencia entre los títulos de
discípulo y amigo de Jesús: para ser uno u otro, es necesario guardar los mandamientos
(14,15.21.23; 15, 13-15; 1 Jn 2,5). Lo cual nos induce a creer, con el P. Braun, que el
discípulo amado de Jesús, que recibe a María por Madre, es la figura de los cristianos
que guardan los mandamientos y son amados por Jesús y por el Padre, y son los
miembros del pueblo mesiánico proclamado en Is 40-66.
María, nueva Eva
Al hablar de la maternidad espiritual de María, no hemos hecho mención del título de
"Mujer" que le da Jesús y que para muchos autores es, por su referencia al Protoevangelio (Gn 3,15), la prueba más fuerte del sentido teológico del pasaje.
Es cierto que el título de "Mujer" dado por Jesús es anormal. Cuando un judío se dirigía
a su madre, la llamaba Imma, madre en arameo. Y aunque es cierto que era común en el
mundo griego el empleo del vocativo gýnai (mujer), aún tratándose de mujeres de alto
rango, nunca un hijo se dirigió así a su madre.
Si Jesús habla de esta forma a su madre, es porque hace abstracción, por alguna razón
que Él conoce, de su cualidad de hijo. Es el Mesías quien llama "Mujer" a su madre, y
da, por consiguiente, a esta palabra el contexto de su mesianismo. Las demás mujeres
debían ser llamadas así por Jesús, y no hay por qué atribuir a este hecho una
significación especial. María, por el contrario, según la costumbre, no debía ser llamada
mujer y, por tanto, dicha apelación tiene un alcance especial, determinado por el
contexto, que es mesiánico.
Partiendo sólo de los textos citados por el P. Braun (8,44; 13,2. 27; 1 Jn 3,8) la
referencia del Evangelio al Gn 3,15 no pasaría de conjetura difícil de probar. Más eficaz
será la demostración si tenemos en cuenta 6,21, pasaje en el que Cristo contrapone a los
dolores del parto la alegría de que haya nacido un nuevo hombre (ánthrópos). Esta
palabra resulta extraña, pues lo normal sería decir hijo. Un pasaje semejante se halla en
el Génesis 4,1: Eva, después del nacimiento de Caín, dice: "He alcanzado de Yahvé un
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hombre" (ánthrópon). Relacionada con la primera gestación de aquella a quien Adán
llamó "Madre de los vivientes", esta frase nos parece cargada de sentido: a pesar de los
sufrimientos que lleva consigo, la maternidad es un honor, una participación en la obra
redentora de Yahvé.
Relacionando Gn 3,15-4,1 con Jn 19,25-27, podemos designar a María como la nueva
Eva, la nueva madre de los vivientes, mientras que Cristo sería el "primogénito" de una
multitud de hermanos (Rm 8,29) representados por el discípulo amado.
Además, Juan comparte con el cristianismo primitivo la idea de que la Pasión fue como
un parto y la Resurrección un nacimiento. En el Apocalipsis (1,5) y en Colosenses
(1,18) se llama a Jesús el primogénito de los muertos. Según Jn 20,17 uno de los frutos
del sacrificio redentor consiste en que los hombres puedan ser llamados "hermanos de
Jesús".
Todos estos datos parecen sugerirnos la idea de que el Calvario hizo que María tuviese
otros muchos hijos además de Jesús. Allí se la proclama a la vez madre de la Cabeza y
de todos los miembros del cuerpo místico de Cristo.
María y la maternidad metafórica de Sión
Hoskyns considera que en el episodio que estudiamos María es figura de la Iglesia. Del
cap. 12 del Apocalipsis se deduce claramente que San Juan y toda la tradición joanea
designaron como Mujer y Madre de Cristo y de los cristianos a la Sion Ideal de los
profetas, que había de ser nuestra Iglesia.
No vemos que Ap 12 se pueda aplicar directamente a María, sino que se refiere a la
Sión ideal de los profetas que nos entrega al Mesías. Y como en realidad éste nos ha
sido dado por María, también a ella. hace referencia aunque secundariamente. Por razón
del vínculo que existe entre los dos pasajes, Ap 12 autoriza una exégesis eclesiológica
de Jn 19, 25-27, a la vez que éste permite una interpretación mariana del primero.
Además, si es cierto que el discípulo amado representa al pie de la cruz a todos los
cristianos que aman a Jesús y guardan sus mandamientos, parece que también María
debe ser un personaje representativo. ¿No tienen en común el no ser nunca llamados
ninguno de los dos por su propio nombre? Ahora bien, todo el contexto de Jn 19,25-27,
hace clara referencia a la Iglesia y a los sacramentos que deben prolongar en la tierra la
acción salvífica del Hijo de Dios.
Por otro camino llega Lightfoot a una interpretación semejante. Pone en relación Jn
19,25-27 con el pasaje de la Cena en que Jesús compara su Pasión a un doloroso parto
(16,21). En ambos se trata de maternidad, de mujer, y de hora. Pero éste último texto es
como una réplica al alumbramiento metafórico de Sión anunciado por los oráculos de
Isaías (Is 26,17 ss; 66,7 ss). La fórmula de consolación: "Os volveré a ver y vuestro
corazón se alegrará" (v 22) parece textualmente tomada de Is 66,14, y el "un poquito"
del v. 19 nos recuerda el mikron hóson hóson (por un poco), que debe durar la cólera
divina antes de que nazca el nuevo pueblo.
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De esta comparación entre textos se deduce que Jesús presupone la identificación de su
hora con la hora de la mujer (Sión) que debe ser madre de un nuevo pueblo de Dios
representado por sus discípulos. Ahora bien, en Caná y de la misma forma, Jesús había
presupuesto la identificación de su hora con la de la Virgen (a la que llama Mujer).
Cuándo llegue aquella hora ambos tendrán que llevar a cabo una obra común.
Bueno será recordar los principales textos de Isaías relativos al alumbramiento de Sión:
unos son gozosos (49,21; 54,1; 66,7-8), otros dejan entrever la espera angustiada del
parto mesiánico (26,9.16-18).
Si como parece indicar Jn 16,1922, el evangelista, y antes que él Jesús, vieron en el
drama de la Pasión el cumplimiento de las profecías relativas al nacimiento del pueblo
mesiánico de la Mujer-Sión, nos podemos explicar mejor el título de Mujer atribuido
con énfasis por Jesús a su Madre, tanto en el Calvario como en Caná, que no es más que
un preludio de la escena de la Cruz. En efecto, las profecías acerca de la Mujer-Sión se
cumplen en el momento en que María, como Sión, recibe unos hijos a los que ella no ha
dado a luz, y en que Cristo le da como hijos a todos sus discípulos en la persona de San
Juan.
El amor "maternal" de Dios por sus hijos
El sermón de la Cena, principalmente en los capítulos 14-16, es una charla de
consolación en la que Cristo, antes de partir, promete a sus discípulos, a los que llama
"hijitos", que no los abandonará como huérfanos, que los volverá a ver, que les enviará
el Espíritu Consolador y que cambiará su tristeza en gozo. Estas promesas escatológicas
son muy semejantes a las que se leen en el libro de la Consolación (Is 40-66). En dicho
libro, Dios anuncia a los hijos de Sión que tendrá para con ellos las ternezas de una
madre (Is 49,14-15; 66,12-13). Al pie de la cruz empieza a realizarse esta promesa,
como otras anunciadas en el libro profético (Is 52,13).
Cuando en el Calvario Jesús entrega su propia madre a los suyos, siendo como es María
figura de la Iglesia, empieza a cumplirse para ellos una de las consolaciones mesiánicas
que esperaban, bajo la forma ya prevista en los oráculos de Isaías relativos a la
maternidad de Sión. (Is 66, 13-15).
Privados de la presencia sensible de Jesús, los cristianos serán amados por Dios, como
por la más tierna de las madres, y esto gracias a María y gracias también a la Iglesia (la
Sión de los profetas), a la que María representa, y que prolonga en la tierra la acción
salvífica de Cristo.
La perspectiva de la unidad de la Iglesia
San Juan traba fuertemente con las partículas men...dé, las dos escenas del reparto de las
vestiduras (19,23-24) y la despedida de Jesús a su Madre. Hoskyns y Barret asignan a
los dos episodios una misma significación teológica.
Para comprender el alcance que el evangelista quiso dar a la escena de los soldados, es
necesario recordar cuántas veces a lo largo del cuarto Evangelio hombres, aun
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malvados, realizan inconscientemente los planes de Dios. Caifás anuncia la Redención,
Pilatos proclama la realeza de Cristo. Al evitar rasgar la túnica del Salvador, los
soldados llevan a cabo una acción de elevado simbolismo, que expresa la unidad
indisoluble de la Iglesia (cfr. 21,11 y comp. con Le 5,1-11). Ajías de Silo había
predicho la división del reino de David rompiendo en doce pedazos su manto nuevo. El.
reino de Cristo, perspectiva ambiental de toda la escena de Pilatos, no debe jamás
dividirse.
La escena del adiós de Cristo a su Madre nos sugiere la misma verdad. La nueva
relación que Jesús instaura entre María y el discípulo amado figura e inaugura los
vínculos de afección maternal y filial que deben siempre existir entre la Iglesia y sus
hijos guardando y causando su unidad.
En la unidad veía el P. Lagrange el fin de la Pasión redentora. Jesús debía morir "para
reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos". En la tierra, los lazos que
atarán a los hijos de Dios a su madre la Iglesia, o sea a la nueva Sión representada por
María, constituirán siempre un motivo y una invitación a la fe, pues dichos lazos son un
signo y un reflejo de la unidad del Padre y del Hijo, y un signo de que Jesús es
verdaderamente Hijo de Dios.
La perspectiva de la nueva alianza
En el fondo, la fórmula de reciprocidad: "He aquí a tu hijo, he aquí a tu madre", es una
fórmula de adopción mesiánica. Es muy semejante a las alianzas: "Seréis mi pueblo y
yo seré vuestro Dios" (Os 2,25; Jer 24,7; 21,33; Ez 36,28) "Yo seré para él un padre, y
él será para mí un hijo" (2 Sam 7,14).
Si Dios ama como un Padre a los israelitas fieles a la alianza, la Sabiduría Divina, por
su parte, ama como madre a los que la quieren (Prov 8,17.32). La implícita evocación
de la alianza en Jn 19,25-27, significa que Jesús, al dar como madre a sus discípulos a
su propia madre María, que es la encarnación de Sión y prototipo de la Iglesia, reconoce
en ellos a auténticos hijos de Dios y hermanos suyos.
Las palabras del Resucitado a María Magdalena demuestran la exactitud de este punto
de vista. Por primera vez, Cristo llama a los discípulos "sus hermanos", y por primera
vez también Cristo hace notar, con una manifiesta instancia, que como fruto de su obra
redentora su Padre y Dios se ha convertido de una manera especial en Padre y Dios de
los suyos. "Ve y diles a mis hermanos: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y
vuestro Dios" (20,17).
Antes de pasar de este mundo al Padre, Cristo da a los suyos como Padre su propio
Padre celestial; como madre a María, su propia madre: les llama hermanos. Todos estos
hechos se esclarecen mutuamente. Forman parte de la manifestación suprema del amor
divino, anunciado por el evangelista al comenzar el relato de la Hora de Jesús:
"Habiendo amado Jesús a los suyos que estaban en este mundo, les amó hasta el fin"
(13,1). El "todo se ha consumado" (tetélestai) de 19,30, que sigue inmediatamente a la
escena de la despedida desde la Cruz, corresponde al "hasta el fin" (eis télos) de 13,1.
Jesús ha acabado de mostrar hasta qué punto amaba a los suyos.
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El libro de Baruch presenta a Jerusalén como la madre de los israelitas dispersos, en el
mismo versículo en que se recalca que Yahvé es su padre. Para su madre, la señal de la
suprema glorificación se dará en el momento en que sean salvos. Como la cautividad, la
prueba de la Pasión dispersó a los hijos de Dios. María y la Iglesia asistirán a la
"reunión de los Hijos de Dios dispersos" (12,52), reunión en la que aquéllos volverán a
encontrar a su Padre celestial a la vez que a su Madre en el orden de la Gracia. Tal es el
fruto del sacrificio redentor y de la nueva alianza.
La comparación de Jn 1,11-12 y de 19,27 sugiere también la idea de que recibir a Jesús
y recibir a la Madre de Jesús (o a la Iglesia) es una misma cosa. El Logos encarnado
vino a los suyos (eis ta ídia èlthen) y los suyos no le recibieron. Por el contrario, el
discípulo amado recibió en su casa (élaben... eis ta ídia) a la madre del Logos
encarnado. Por eso, se nos muestra como el ejemplar de los hijos de Dios de la era de la
Gracia. Los hombres que creen en Jesús se convierten en hijos de Dios mediante una
generación que no tiene nada que ver ni con la carne ni con la sangre, pero no reciben
esta gracia insigne de la filiación divina sin mediación de María o de la Iglesia. María,
recibida por Juan en su casa como protegida según el sentido humano del pasaje
(sentido que de ninguna manera hay que olvidar), es recibida también como protectora
si nos fijamos en el plan de las realidades mesiánicas.
Los hijos de la Iglesia, que lo son también de la Virgen, no deben olvidar que, a través
de María y de la Iglesia, llega a ellos el amor paternal a la vez que maternal de Dios.
Conclusión
Estas consideraciones las admitiremos fácilmente si tenemos presente que Jesús y su
evangelista han querido hacer ver en María un símbolo de la colectividad, la Mujer,
madre del nuevo pueblo de Dios, del cap. 12 del Apocalipsis. Dos escollos hay que
evitar. No hay que transformar los datos evangélicos en puras construcciones teológicas
sin relación con la historia. No hay que proyectar nuestras ideas actuales en estos viejos
textos. En consecuencia, nos parece "anacrónico" sostener que Juan había podido
ensalzar una maternidad espiritual de María que seria como autónoma, sin relaciones
estrechas con la maternidad de la Iglesia.
Esta monografía no pretende llegar a tesis rigurosamente demostradas, pero no
pensamos que nuestros puntos de vista vayan más allá de las posibilidades de la
exégesis literal, por los siguientes motivos: los cap. 18-21 del cuarto Evangelio,
consagrados a la Hora de Jesús, son verdaderamente la cumbre de la obra; están
cargados de una significación a la vez cristológica, eclesial y sacramentaria; ¿cómo
suponer que la escena de Jn 19, 25-27 sea una excepción? Por el contrario, el
evangelista lo ha tratado como uno de los elementos esenciales de la Hora de Jesús. Esta
verosimilitud es aún más patente si recordamos el episodio de Caná que nos remite en
su conjunto a la Hora de Jesús y a 19,25-27.
Añadamos las narraciones de la infancia, de San Lucas. María se presenta como la Hija
de Sión, y la concepción milagrosa de Jesús en el seno de María se asimila a la
inhabitación escatológica de Yahvé en el seno del pueblo de Dios, como estaba
prometido por los profetas. Se sabe que estos textos del tercer Evangelio son muy
joaneos por su forma y por su contenido. Esto supuesto, ¿puede dudarse el atribuir al
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Evangelio de San Juan un carácter teológico que se inscribe exactamente en la misma
línea y se presenta como un complemento admirable de las perspectivas mariales de San
Lucas? Es bastante paradójico constatar que muchos comentadores protestantes del
cuarto Evangelio no dudan en afirmar el sentido eclesial de Jn 19,25-27.
Añadamos algunas reflexiones a Le 2,35. En el tercer Evangelio Simeón predice la
transfixión real del Salvador que debe transformarse en espiritual para su Madre; no se
trata de una simple compasión natural, ni de una división interior a consecuencia de la
opción entre maternidad humana. y maternidad mesiánica, sino más bien de un
prolongamiento en el alma de María de la Pasión de su Hijo, de un sufrimiento especial
y fecundo que la hace entrar en la historia de la Salvación.
Las consideraciones del P. Benoit sobre María, Hija de Sión, que lleva en su persona el
destino del pueblo y que queda verdaderamente desgarrada por la incredulidad de sus
compatriotas, corroboran, según nos parece, nuestras afirmaciones. Creemos, con el P.
Benoit, que Lucas se preocupa más de María en su papel en la historia de la Salud, que
en su aspecto psicológico.
Es esta entrada de María en la historia de la Salvación, la que relata el cuarto Evangelio:
mientras llora a "su Hijo único", "su primogénito", María es elevada por Jesús a la
dignidad de prototipo de la Iglesia, Madre de todos los fieles.
No se trata de sumergir completamente a María en la Iglesia: María es anterior y está
por encima de la Iglesia gracias a su maternidad propiamente divina. Hacemos nuestras
las reflexiones de K. Rahner: "Es demasiado poco pensar que el desarrollo de la
eclesiología pueda enriquecer la mariología; como si una teología exhaustiva de la
Iglesia, determinando a partir de sus propios principios el lugar de María en la
existencia y la función de la Iglesia, pudiese aportar mucho a la mariología, y preservar
a ésta de una caricatura sentimental, y de un aislamiento subjetivista. Se puede pensar
exactamente lo contrario: la mariología fecunda la eclesiología.... Conocemos la Iglesia
en proporción a la ciencia con que conocemos a María".
Recientemente se ha propuesto resumir toda la doctrina marial en los dos títulos de
"Madre de Dios" y de "Prototipo de la Iglesia": "Madre de Dios es el principio. último
en el orden de la causalidad formal. Prototipo de la Iglesia es, sin duda, el principio
último en el orden de la causalidad final" (A. Patfoort). Si la maternidad divina de la
Virgen María se pone de relieve en San Lucas, el Prototipo de la Iglesia queda
subrayado en San Juan.
Tradujo y condensó: TOMÁS LORENZO
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