ISSN: 2070-9021 La Revue du REDIF 2010, Vol. 3 www.redif.org La maternidad compartida: el reparto de tareas de crianza entre madres y cuidadoras contratadas Ana Berástegui Pedro-Viejo, Sandra Cuadrado Nicoli Instituto Univeristario de la Familia. Universidad Pontificia Comillas de Madrid. INTRODUCCIÓN El proceso de incorporación masiva de la mujer al trabajo productivo que se ha dado en España en las últimas décadas se ha producido de un modo abrupto, al igual que el resto de los cambios sociales en materia de familia, generando algunos desfases y desacomodaciones esperables frente de estos cambios repentinos de organización social (Iglesias de Ussel, 1998). Uno de los aspectos en los que se ha manifestado estos desfases es el cambio en el comportamiento cotidiano de la mujer en ausencia de un proceso profundo de redefinición de las cuestiones de género, especialmente en lo relacionado a la maternidad como dimensión central de la definición clásica de la feminidad, tanto el los roles como en el aspecto más identitario (McDonald, 1998). El aumento de población femenina con una carrera profesional y la configuración mayoritaria de familias de “doble renta” no se ha correspondido con una corresponsabilidad equilibrada de los varones en las tareas domésticas que, de media, siguen dedicando 3 horas y 38 minutos menos al día al trabajo doméstico que las mujeres (Instituto de la Mujer, 2007). Por otro lado, el régimen de bienestar español se sustenta en el supuesto de que en todo hogar existe una mujer que se encarga del cuidado del hogar y de la familia sin ser remunerada, por lo que aún no se han La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 producido grandes cambios en cuanto a ayudas económicas o de servicios para el cuidado de los miembros dependientes de la familia (Martínez Buján y Golías, 2005; Solé, Parella, Ortega, Pávez y Sabadí Brugués, 2008). Derivado de esto, la incorporación de la mujer al mercado laboral ha generado grandes dificultades de conciliación del trabajo con el cuidado de la familia, especialmente para las mujeres, ya que se han aumentado las tareas de las que se siente responsable sin llegar a cuestionar verdaderamente la tradicional división sexual del trabajo y la identidad que de ella se derivaba (García Mina y Berástegui, 2010). Han hecho falta, por tanto, otras mujeres que ocupen el puesto que han dejado las que salieron al mercado laboral y se ha empezado a notar, especialmente en familias de clase media, una importante demanda de empleadas en las “tareas del hogar” (Martinez Bujan, 2008). Algunos autores destacan cómo este modelo de importación de mano de obra reproductiva, femenina y barata, permite la incorporación de la mujer al mercado laboral sin tener que revisar el modelo de familia ni los roles de género (Solé, Parella, Ortega, Pávez y Sabadí Brugués, 2008) a lo que podemos añadir, sin tener que revisar tampoco el modelo productivo, el modelo laboral imperante ni las condiciones de sostenibilidad de nuestro Estado del Bienestar. 26 ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO, SANDRA CUADRADO NICOLI Así, “las mujeres son importadas para emplearse como mano de obra barata en aquellas ocupaciones relegadas al sexo femenino y que sus homólogas nativas ya no están dispuestas a desempeñar” (Martinez Buján, 2008, p.2). El estudio de esta realidad de las mujeres extranjeras ocupando la parte del trabajo doméstico, que antes realizaba el ama de casa, ha hecho aparecer algunos términos como, “criadas de la globalización” (Parreñas, 2001) o “mujeres globales” (Ehrenreich y Hochschild, 2004). La creciente “ausencia” de la mujer en el hogar y su consiguiente “sustitución” se hace especialmente patente cuanto mayor es la dependencia de las personas a cargo de la familia por lo que los primeros años de vida y el proceso de envejecimiento son momentos de especial relevancia para estudiar esta realidad. Sin embargo, dentro del régimen de empleados del hogar dados de alta en la seguridad social no se diferencia entre las personas que realizan las tareas de cuidado del hogar y las que se encargan del cuidado de personas, es decir, se confunde la limpieza del hogar con el inexistente sector de “cuidados a domicilio” por lo que no tenemos una estimación adecuada de cuántas personas pueden estar viviendo esta realidad. El trabajo de mujeres, especialmente latinoamericanas, al servicio de mayores dependientes ha sido un tema bastante explorado en nuestro país (Martinez Buján, 2008). Sin embargo, cuando intentamos acercarnos a los datos sobre mujeres extranjeras contratadas para el cuidado de niños a domicilio, las cifras son aún más inaccesibles o menos fiables. A pesar que la opción mayoritaria de las familias españolas con hijos menores de tres años es la utilización de escuelas infantiles o dejar a los niños al cuidado de familiares, principalmente los abuelos, cada vez es mayor el número de familias que contratan otras mujeres para el cuidado de sus bebés en el hogar familiar, una vez terminado su permiso por maternidad. Estas cuidadoras se hacen cargo, durante la jornada laboral de la madre, del cuidado del bebé durante un tiempo significativo en sus primeros años de vida llevando a cabo tareas de crianza. Esta situación implica la coexistencia de dos “madres” para el mismo niño, o al menos, dos figuras diferenciadas que realizan tareas de crianza y maternaje en una relación personal y no institucionalizada (como lo sería en la escuela infantil): la madre trabajadora y la que trabaja de madre (McDonald, 1998). Paradójicamente, esta “maternidad compartida” se da en un contexto cultural valora la “maternidad intensiva” (Hays, 1996; Oakley, 1974), que podría resumirse en la creencia internalizada de que “toda mujer necesita ser madre, toda madre necesita a sus hijos y todo niño necesita a su madre” y que en español quedaría reflejado por el dicho “madre no hay más que una”. El modelo de maternidad intensiva parte de la idea, difundida y reforzada por las primeras formulaciones de la teoría del apego sobre la importancia del cuidador primario y el “cuidado maternal”. Esta teoría, formulada a partir de los años 50 sostiene que la inmadurez en la que nace el bebé humano hace que, tras la enorme dependencia física del embarazo, se siga un periodo de dependencia afectiva igualmente relevante que se alarga hasta los 3-4 años, un periodo entendido como una extensión de la vida uterina en el sentido de que el niño permanece vinculado, ligado cuasi-umbilicalmente, por lo que la madre es la mejor preparada para cubrir este periodo esta necesidad . Esta tarea de maternaje o de figura vincular se consideró incialmente prácticamente indivisible en sus contenidos y necesitada de cierta exclusividad. En la última década, la investigación sobre el apego ha empezado a superar la concepción puramente diádica de los vínculos de apego y La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 LA MATERNIDAD COMPARTIDA: EL REPARTO DE TAREAS DE CRIANZA ENTRE MADRES Y27 CUIDADORAS CONTRATADAS a entender este vínculo en el marco de la red de relaciones de apego del niño (infants´ network of attachment relationships) (Goossens y VanIjzendoorn, 1990), recuperando, por ejemplo, el papel de los padres en la crianza (Van Ijzendoorn y de Wolff, 1997). Sin embargo, muchas de las mujeres que trabajan fuera del hogar no han puesto en cuestión este ideal de maternidad intensiva, recibido e internalizado de la generación de sus madres que hizo de este modelo su razón incuestionada de vivir, por lo que ceder parcelas de cuidado a otra mujer puede suponer para ella grandes costes emocionales e identitarios. Según McDonald (1998), para superar esta dificultad, la mujer trabajadora se aferra a una división entre las facetas materiales, consideradas irrelevantes de la maternidad y las facetas emocionales y “elevadas” de la maternidad que son consideradas más relevantes, reservándose para sí estas últimas y delegando tan solo las primeras. Esta “maternidad sublimada” queda definida por cuestiones como pasar “tiempo de calidad” con el niño, comunicarse con él, jugar con él y tener cercanía emocional y, también, encargarse de seleccionar y supervisar el cuidado material que recibe. De alguna manera, la madre considera a la cuidadora como una extensión de sí misma, ya que pone en práctica el cuidado que ella elige y decide, siendo así que es la madre quien cree alimentar vestir, consolar, coger o disciplinar al niño cuando es otra persona quien lo hace. Esta proyección de una misma se hace posible negando la relación personal, también emocional y espiritual, que puede establecerse entre la cuidadora y el niño. Por un lado, la madre queda a salvo frente a la “no-madre” por la relación laboral. La maternidad intensiva valora la entrega, la generosidad y la gratuidad de la madre, La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 considerando incompatible el amor y el trabajo, es decir, el cobrar con proporcionar un buen cuidado o un cuidado amoroso (Martinez Bujan, 2008). Por otro lado, la cuidadora tiene la obligación de actuar como lo haría la madre pero escondiendo el hecho de que lo está haciendo y desvaneciéndose en presencia de la madre para lo que se ha acuñado el término de “maternidad en la sombra” (McDonald, 1998). Así, la cuidadora no es sólo invisible para los datos oficiales (Martínez Buján y Golías, 2005) sino también, en muchos casos, para los propios familiares durante los tiempos de permanencia de las dos mujeres en el hogar. La invisibilidad de la cuidadora también está reforzada por el modo en el que queda fuera de la vida social de la familia (McDonald, 1998). Por último, en muchos casos, las cuidadoras también se encuentran en situaciones de maternidad compartida. La cuidadora emigrada que tiene hijos, tanto si los dejó en el país de origen para “sacarlos adelante” como sí, habiéndolos reagrupado, vive la tensión de cuidar de los niños de otros mientras otros cuidan de los suyos, y necesita también transformar los significados de la maternidad aprendidos en su cultura para acomodarse a estas separaciones espaciales y temporales creando nuevas retóricas sobre las pautas de maternidad y modelos de “maternidad transnacional” sobre la base de lo que vive y también de lo que ven en las casas de sus empleadores (Hondagneu-Sotelo y Avila, 1997) por lo que tiende a acomodarse en este modelo. Sin embargo, la gran paradoja de esta solución de compromiso es que, según la teoría del apego, el vínculo emocional se sostiene sobre la base de la interacción cotidiana en momentos como la alimentación, el sueño, el juego, el consuelo por lo que el niño sí reconocería a la cuidadora como figura vincular. El reconocimiento explícito de esta 28 ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO, SANDRA CUADRADO NICOLI tarea de cuidado y de la relación personal niño-cuidadora puede ser muy importante en la comprensión de su nicho ecológico de desarrollo del niño y en la configuración de las relaciones de la familia en general. El objetivo de este trabajo es evaluar cómo madres y cuidadoras perciben su relación con los niños a los que crían en común y cómo se realiza este reparto de tareas en una muestra de madres trabajadoras y cuidadoras latinoamericanas de niños menores de tres años, explorando la hipótesis de McDonald (1998) acerca del mantenimiento de un paradigma de maternidad intensiva en situaciones de maternidad compartida a través de la división de facetas “materiales” y “espirituales” de la crianza. METODOLOGÍA Muestra Los criterios de inclusión en la muestra fueron madres o cuidadoras de familias en las que hubiera al menos un niño menor de tres años, la madre trabajara fuera de casa y la cuidadora fuera de procedencia latinoamericana. La muestra final está formada por un total de 41 mujeres de las que 21 son cuidadoras y 20 son madres. La submuestra de madres y la de cuidadoras son independientes, es decir, no contestan madre y cuidadora del mismo niño sino madres que contratan cuidadoras y cuidadoras de otros niños. La media de edad de las mujeres que contestan es de 33,24 con una desviación típica de 6,391. Hay diferencias significativas en la edad entre madres y cuidadoras siendo la media de edad de las madres de 34,9 años y la de las cuidadoras de 31,6 años (U de MannWhitney=127,5; p=0,031). Las 41 familias estudiadas son familias biparentales. La mayoría de ellas tiene dos o tres hijos (31,7% en ambos casos), un 29,3% tiene un hijo único y un 7,3% tiene cuatro o cinco hijos. La edad del más pequeño de los hijos o del hijo único es de media 13,51 años (D.T.= 7,366). El 34,1% tiene menos de 1 año, el 43,8 entre uno y dos años y el 22% tiene dos años. En la mayoría de las familias no viven otros familiares. Sólo en 2 de ellas la familia convive con una abuela. Todas las madres menos una tienen estudios universitarios, son profesionales y son de nacionalidad española. En cuanto a las cuidadoras, todas proceden de Latinoamérica (Sudamérica, Centroamérica y Caribe) aunque de países muy diversos: cinco son hondureñas, tres paraguayas, tres colombianas, tres ecuatorianas, dos bolivianas, y una de Argentina, Chile, Rep. Dominicana, Perú o El Salvador. Un 71,4% lleva tres años o menos en España. Seis de las cuidadoras están casadas, una separada y 14 de ellas solteras en contraste con las madres que están casadas en su totalidad. La mayoría de las cuidadoras (62,1%) tiene hijos y, normalmente más de uno. Las edades de estos hijos varían desde los tres meses hasta los 29 años. 7 de ellas tienen niños menores de 10 años y tan sólo dos de ellas todos han alcanzado la mayoría de edad. Mayoritariamente estos hijos están en su país de origen (22% del total) mientras que sólo en el 9,7% de los casos los niños están en España al cuidado de su madre. Los niños que están en su país de origen están al cuidado de la abuela (3), el padre (3), con una cuidadora (1), o con sus propias familias o cuidando de sí mismos habiendo alcanzado la adolescencia tardía (2). Instrumentos Se elaboró un cuestionario específico para la investigación en el que se recoge información La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 LA MATERNIDAD COMPARTIDA: EL REPARTO DE TAREAS DE CRIANZA ENTRE MADRES Y29 CUIDADORAS CONTRATADAS sociodemográfica básica de la encuestada, los datos de la familia y del trabajo de la cuidadora y diversos aspectos relativos a la crianza del niño menor de tres años. En este artículo se analiza la relación madrehijo y madre-cuidadora (en ambos casos con el más pequeño de los hijos en el caso de que haya más de un menor de tres años) a través de dos ítems en los que se pedía a la encuestada que evaluara del 1 al 10, como si fuera una nota escolar, su propia relación con el niño y la relación de la madre/cuidadora con el niño. Junto con esta apreciación cuantitativa se pedía a las mujeres que calificaran la relación con una palabra, aunque la valoración cualitativa no será analizada en este informe. Por otro lado, se elaboró un cuestionario de reparto de tareas de crianza en el que se presentan 15 tareas cotidianas de la crianza de un menor de tres años y se pide al sujeto que conteste quién realiza esa tarea entre semana. Cada tarea contempla cinco posibles opciones de respuesta: “Siempre o casi siempre la cuidadora”, “Más veces la cuidadora”, “más o menos igual”, “más veces la madre/padre” y “siempre o casi siempre la madre/padre”. . A pesar de que nuestro objetivo era evaluar el reparto de tareas entre la madre y la cuidadora, incluimos en este cuestionario al padre para distinguir las tareas delegables de las tareas familiares y que la mayoría de ellas pudieran ser clasificadas en alguna de las categorías propuestas. También se incluyó una opción de respuesta de “otros” por si alguna de las tareas se realizaran fuera del hogar. Procedimiento La muestra de madres se consiguió a través del envío de correos electrónicos masivos. Las madres contestaron autónomamente el cuestionario en el ordenador y lo devolvieron vía mail al equipo de investigación. La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 La muestra de cuidadoras se consiguió en los parques infantiles de dos zonas residenciales de Madrid. A las cuidadoras se las encuestaba, para lo que se contrató a una cuidadora a la que se le entrenó para la realización de la encuesta, facilitando así el acceso a la muestra y reduciendo el efecto de deseabilidad social que podría darse en el caso de haber hecho las encuestas las investigadoras. RESULTADOS Los resultados que aquí presentamos forman parte de un estudio más amplio que explora la coexistencia de dos estilos maternales con respecto al mismo niño en situaciones de crianza compartida con una cuidadora contratada. En este artículo presentamos los resultados referidos a la relación de la madre y la cuidadora con el menor de los niños y el reparto de tareas de crianza. También se presentan los datos del trabajo de la cuidadora para contextualizar los resultados. El trabajo de la cuidadora El 75,6% de las cuidadoras de nuestra muestra son externas y el 24,4% internas. La media de horas de trabajo semanales de la cuidadora es de 49,62 horas con una desviación típica de 13,411. Las jornadas se sitúan en un rango entre la media jornada (20 horas semanales) de un 4,9% de las cuidadoras y las 78 horas semanales de un 2,4% de ellas. Son más del 70% las que tienen una jornada laboral que supera las 40 horas semanales. La satisfacción con el trabajo calificada del 0 al 10 alcanza una media de notable (X=7,90; d.t.=1,613) y tan solo en un caso es insuficiente como se puede observar en la tabla 1. No encontramos diferencias significativas en la satisfacción con el trabajo de la cuidadora que hacen madres y ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO, SANDRA CUADRADO NICOLI 30 cuidadoras p=0,380). (U de Mann Witney=177; moderada de bienes (7,3%). Ninguna relación cuidadora-hijo se califica como insuficiente. Tabla 1: Satisfacción con el trabajo de la/como cuidadora En este caso sí que encontramos diferencias significativas en la valoración de la relación cuidadora-hijo que hacen madres y cuidadoras (U=70; p=0,0001), de manera que las cuidadoras tienden a puntuarse mejor que lo que lo hacen las madres (Tabla 3). cuidadora madre Total 4 0 5 2,44 5 14,29 0 7,32 6 9,52 0 4,88 7 28,57 30 29,27 8 19,05 20 19,51 9 0 30 14,63 10 28,57 15 21,95 En la tabla se presentan los porcentajes de columna La relación de la madre y la cuidadora con el niño/a La mayoría de las mujeres califican la relación de la madre con el hijo pequeño como sobresaliente (media=9,23; d.t.=0,949) y en ningún caso, ni la madre ni la cuidadora la sitúa por debajo del 7. Ninguna relación madre-hijo se califica como insuficiente. No encontramos diferencias significativas en la valoración de la relación madre-hijo que hacen madres y cuidadoras (U de MannWitney=142,5; p=0,0053) aunque, a nivel cualitativo, podemos observar una mayor presencia de nueves entre las madres y de dieces entre las cuidadoras como podemos observar en la Tabla 2. Tabla 2: Cómo calificaría la relación madre-hijo Cuidadora Madre Total 7 4,76 5 4,88 8 14,29 25 19,51 9 9,52 35 21,95 10 71,43 35 53,66 En la tabla se presentan los porcentajes de columna En cuanto a la relación del hijo pequeño con la cuidadora, madres y cuidadoras la califican como notable alto (media=8,73; d.t.=1,323), medio punto por debajo de la relación madrehijo. La distribución de las puntuaciones en este caso es más diversa, con un menor porcentaje de sobresalientes y una presencia Tabla 3: Cómo calificaría la relación cuidadora-hijo cuidadora madre total 6 0 15 7,32 7 0 25 12,2 8 9,52 35 21,95 9 28,57 5 17,07 10 61,9 20 41,46 En la tabla se presentan los porcentajes de columna Ninguna madre piensa que la relación de la cuidadora con el niño sea mejor que la suya, un 35% piensa que es igual de buena y un 73% piensa que tiene una mejor relación con el niño que la cuidadora. Un 16,29% de las cuidadoras piensan que su relación con en niño es mejor que la de la madre, un 61,90 piensan que es igual y un 23,81% que es mejor la de la madre (Tabla 4). Todas las cuidadoras que consideran que su relación con el niño es mejor que la de la madre son madres. Tabla 4: Diferencia entre la valoración de la relación con la madre y la relación con la cuidadora en función de quién responde. Diferencia cuidadora madre Total -3 4,76 0,00 2,44 -2 4,76 0,00 2,44 -1 4,76 0,00 2,44 0 61,90 35,00 48,78 1 23,81 25,00 24,39 2 0,00 35,00 17,07 3 0,00 5,00 2,44 En la tabla se presentan los porcentajes de columna. El reparto de tareas de crianza Las tareas que hace mayoritariamente la cuidadora son dar de comer al niño (78,9%) La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 LA MATERNIDAD COMPARTIDA: EL REPARTO DE TAREAS DE CRIANZA ENTRE MADRES Y31 CUIDADORAS CONTRATADAS acostarle la siesta (76,9%), darle el desayuno (61%), vestirle (61%), cambiarle los pañales (53,7%), llevarle al parque (53,7%) y darle la merienda (51,2%). g.l.=2; p=0,002), consolar al niño cuando se hace daño (Chi=7,750; g.l.=2; p=0,023) y cuidar al niño cuando está enfermo (Chi=9,072; g.l.=2; p=0,011). Las tareas en las que no hay una clara distinción entre quién las realiza son jugar con el niño (un 36,6% dice que lo hacen por igual y un 36,6% que lo hace más la cuidadora) y consolar al niño (un 48,8% dice que lo hacen por igual y un 39% que más la madre). Las madres piensan que son ellas las que juegan más con los niños (45%) y las cuidadoras que son ellas (52,38%). Madres y cuidadoras coinciden en que la madre da más la cena a los niños pero las madres lo hacen en mayor medida (71,43 frente a 89,47%). Las cuidadoras piensan mayoritariamente que los niños los educan a medias (65%) mientras que las madres piensan que son ellas las que lo hacen (80%). De igual modo, las madres piensan que son ellas quienes consuelan mayoritariamente a los niños (60%) mientras que las cuidadoras piensan que lo hacen por igual (61,90%). Por último, las puntuaciones de las cuidadoras acerca de quién cuida al niño cuando está enfermo están bastante repartidas, siendo mayoría quienes piensan que lo hacen por igual (47,62%) mientras que las madres, mayoritariamente, piensan que son ellas las que lo hacen (75%) como se puede ver en la tabla 6. Las tareas que más frecuentemente se asignan a la madre son acostar al niño por la noche (90,2%), darle la cena (80%), bañarle (65,8%), educarle (52,5%), cuidarle cuando está enfermo (51,22%) y en menor medida elegirle la ropa (41,4%) como podemos ver en la tabla 5. Encontramos diferencias significativas en cómo las madres y las cuidadoras consideran que se reparte el trabajo en casa en las tareas de jugar con el niño (Chi=7,768; g.l.=2; p=0,021); darle la cena al niño (Chi=8,045; g.l.=2; p=0,018); educar al niño (Chi=12,527; Tabla 5: El reparto de tareas de crianza (porcentajes) Siempre o casi siempre la cuidadora El cambio de pañales Jugar con el niño/a Ir al parque / de paseo con el niño/a Dar el desayuno Dar la comida Dar la merienda Dar la cena Bañar al niño/a Acostar al niño/a la siesta Acostar al niño/a por la noche Educar al niño/a Elegir la ropa del niño/a Consolar al niño/a cuando se hace daño Cuidar al niño/a cuando está enfermo Vestir al niño/a 17,1 7,3 19,5 43,9 56,1 26,8 10,0 17,1 45,0 9,8 2,5 14,6 2,4 4,9 31,7 En la tabla se presentan los porcentajes totales La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 más veces la más o menos más veces el siempre o casi cuidadora igual padre/madre siempre el padre/madre 36,6 29,3 34,1 17,1 17,1 24,4 5,0 9,8 30,0 0,0 2,5 14,6 9,8 9,8 29,3 34,1 36,6 19,5 7,3 7,3 14,6 5,0 7,3 5,0 0,0 42,5 29,3 48,8 34,1 22,0 4,9 19,5 17,1 2,4 9,8 19,5 12,5 7,3 2,5 14,6 27,5 14,6 22,0 31,7 12,2 7,3 7,3 9,8 29,3 2,4 14,6 67,5 58,5 15,0 75,6 25,0 26,8 17,1 19,5 4,9 32 ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO, SANDRA CUADRADO NICOLI Tabla 6: Reparto de tareas de crianza en función de quién lo evalúa (madre o cuidadora) Jugar Cuidad Madre Total Cena Cuidad Madre Total Educar Cuidad Madre Total Consolar Cuidad Madre Total Cuidar Cuidad enfermo Madre Total más la cuidadora 52,38 20,00 36,59 28,57 0,00 15,00 10,00 0,00 5,00 19,05 5,00 12,20 23,81 5,00 14,63 igual 38,10 35,00 36,59 0,00 10,53 5,00 65,00 20,00 42,50 61,90 35,00 48,78 47,62 20,00 34,15 más la madre 9,52 45,00 26,83 71,43 89,47 80,00 25,00 80,00 52,50 19,05 60,00 39,02 28,57 75,00 51,22 DISCUSIÓN A pesar de que nos encontramos frente a un estudio de carácter exploratorio y descriptivo, con un tamaño poblacional que nos impide hacer inferencias poblacionales, los resultados del mismo parecen ir en la dirección de la hipótesis de McDonald (1998) acerca de la división de la maternidad en una “maternidad material”, que puede ser delegada a otros actores y una “maternidad sublimada” que sería la que ostentaría la madre y que se considera la “maternidad de verdad”. En primer lugar, tanto madres como cuidadoras consideran que las relaciones de ambas con el niño son muy buenas (oscilando entre el notable y el sobresaliente). Sin embargo, la valoración que se hace de la relación de la cuidadora con el hijo queda, de media, medio punto por debajo de la relación madre hijo. A nivel cualitativo podemos observar cómo, en el caso de las madres, esto se realiza puntuando su propia relación y dando a continuación una puntuación igual (35%) o algo más baja (73%) a la de la cuidadora, mientras que en el caso de las cuidadoras también se puntúan a sí mismas para después evaluar igual (61,9%) o un poco por encima (23,81%) a las madres. Sólo un 16,29% de las cuidadoras puntúa su relación con el niño por encima de la de la madre. En contra de nuestra hipótesis de que las cuidadoras que también viven situaciones de maternidad compartida con sus propios hijos tenderán a salvar el papel de la madre para la que trabajan, todas las cuidadoras que se puntúan por encima de la madre son madres. En cualquier caso no hay diferencias significativas entre ambas mujeres en la evaluación de la relación madre-hijo y sí que las hay en la relación cuidadora-hijo, siendo las madres las que puntúan más bajo a las cuidadoras. Podemos pensar que es así como ambas mujeres preservan la jerarquía relacional marcando, con la diferencia de puntuaciones, quién es la madre de verdad. Por otro lado, en el reparto de las tareas “materiales” de la crianza parece haber un patrón de división de tiempos en función del horario laboral de ambas mujeres. Las cuidadoras hacen las tareas de mañana y las madres las de la tarde-noche, siendo el desayuno y el vestido ocupado más frecuentemente por las cuidadoras, el medio día el punto del día del que se ocupan mayoritariamente las cuidadoras y notándose progresivamente el regreso de las madres del trabajo que empiezan a estar a la hora de la merienda aunque minoritariamente, acompañan algunas más al niño al parque, mayoritariamente están a la hora del baño, más presentes todavía en la cena y prácticamente todas a la hora de acostar al niño por la noche. Sin embargo, el reparto temporal no parece ser el patrón en las tareas que abarcan todo el día pero que incluyen aspectos afectivos como educar, cuidar, consolar o jugar. En estos casos, la madre cree realizar estas tareas preferencialmente a pesar de no estar presente para llevarlas a cabo durante una gran parte de la jornada mientras que las cuidadoras piensan por lo general que las hacen por igual, La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 LA MATERNIDAD COMPARTIDA: EL REPARTO DE TAREAS DE CRIANZA ENTRE MADRES Y33 CUIDADORAS CONTRATADAS visibilizando su participación en estas tareas pero sin rechazar el papel de la madre. Las diferencias significativas en la valoración del reparto de algunas tareas entre madres y cuidadoras apoyan la hipótesis de que la madre, para conservar intacta su identificación con el modelo de maternidad intensiva, necesita invisibilizar la participación de la cuidadora en estas funciones que considera más netamente maternales, mientras que le resulta más fácil reconocer su papel frente a las labores que considera materiales (vestir, alimentar, la higiene, etc). A pesar de ser este el patrón mayoritario, de nuestros datos también se desprende que un porcentaje relevante de madres es capaz de reconocer el papel de la cuidadora en estas taeras “espirituales”. Un 20% de las madres considera que la cuidadora juega más con el niño que ella y el 35% que lo hacen por igual; un 5% piensa que la cuidadora consuela más frecuentemente al niño cuando se hace daño y un 35% que lo hacen por igual; un 5% que la cuidadora atiende al niño cuando está enfermo más habitualmente y un 20% que lo hacen por igual y un 20% piensan que educan al niño entre ambas (en este caso ninguna piensa que lo haga la cuidadora prioritariamente). Sería interesante poder evaluar la construcción identitaria de la maternidad que elaboran estas madres capaces de reconocer la maternidad compartida en estas facetas más “espirituales” y el tipo de relaciones laborales que de ella se derivan. Desde nuestro punto de vista, la visibilización de la participación de las cuidadoras en la crianza de los niños y el reconocimiento de la misma, tiene consecuencias importantes en la construcción identitaria de la maternidad, en la comprensión de cómo se configuran los contextos de desarrollo de los niños y en la consideración social y económica del trabajo de estas mujeres. La Revue du REDIF, 2010, Vol. 3, pp. 25-35 La práctica de delegar el trabajo maternal en relación con un cuidador pagado puede cuestionar de manera fundamental tanto la compresión cultural de qué significa ser madre para ambas mujeres (McDonald, 1998; Pedone, 2006; Uttal, 1996). Esta visibilización nos permite salir del esquema de la madre única, insustituíble y omnipresente de la maternidad intensiva para posibilitar la participación “de derecho” de otros agentes que ya participan de hecho en la crianza: padres, abuelos, cuidadores contratados, etc. La comprensión a nivel identitario de que el niño se desarrolla en una red de cuidados y cuidadores (Goossens y VanIjzendoorn, 1990) permite liberar a la madre de la sobrecarga de rol a la que está sometida y reconocer y poner en valor el papel de los otros agentes de cuidado. Este reconocimiento, nos impulsa, además, a investigar cómo las múltiples influencias de crianza interactúan entre sí, creando un contexto ecológico de desarrollo para los niños. Aunque, por el momento, la opción de cuidado doméstico es minoritaria y está reservada a las clases acomodadas, nos permite estudiar la situación en la que las dos “madres” que interaccionan con el niño son de diferente procedencia étnica y cultural (madre española vs. madre latinoamericana) Las interacciones cotidianas con los niños en la tarea de la crianza están marcadas culturalmente porque están influidas por las creencias culturales acerca del desarrollo infantil (Von Klitzing, 2006) por lo que el niño será criado en un niño ecológico en el que coexisten dos “estilos maternales” diferenciables, lo que podría influir como las pautas de desarrollo de los propios niños, dependiendo no sólo de los modelos de crianza sino también de la interacción entre ambos. Por último, el reconocimiento del papel de las cuidadoras en la crianza y la educación de los niños nos debería llevar a repensar, en 34 ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO, SANDRA CUADRADO NICOLI términos sociales y económicos, las condiciones laborales de estas mujeres. La posibilidad de diferenciar los trabajos de “servicio doméstico” relativo a la limpieza y mantenimiento del hogar de los trabajos de “cuidado a domicilio” sería un primer paso en este sentido. www.inmujer.migualdad.es. 13/10/2009. Consultado el Martinez Bujan, R. (2006). El cuidado de ancianos: un nicho laboral para mujeres inmigrantes y un reto de gestión para las entidades del Tercer Sector. Revista Española del Tercer Sector, 4, 145-173. REFERENCIAS Bowlby, J. (1990) El vínculo afectivo, Paidós, Barcelona 1990 Ehrenreich, B.; Hochschild, A.R. (ed.) (2004). Global Woman: Nannies, Maids, and Sex Workers in the New Economy. New York: Metropolitan Books Berástegui, A. y García-Mina, A. (2010). 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