Hacia una literatura nacional 1800-1900, Historia de la literatura

Anuncio
CRÍTICA
BIBLIOGRÁPHICA
Revista Crítica de Reseñas
de Libros Científicos y Académicos
COORDINACIÓN
Cristina Luna Segalà
EDICIÓN
www.academiaeditorial.com
A
LIBRO RESEÑADO
Cecilio ALONSO,
Hacia una literatura nacional 1800-1900,
Historia de la literatura española, vol. 5,
dirigida por José-Carlos Mainer,
Barcelona, Crítica, 2010, 839 pp.
ISBN 978-849-892-14-96
AUTORÍA DE LA RESEÑA
Jesús MAIRE BOBES
Madrid
FECHA
11 mayo 2011
&
ISSN
1885-6926
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
CRÍTICA
BIBLIO
GRÁPHICA
Revista Crítica
de Reseñas
de Libros
Científicos y Académicos
&
N
adie deja de advertir que el sector editorial en papel sufre una
crisis debida no sólo a los tiempos económicos actuales, sino
también al avance de las nuevas tecnologías. En una época
donde resulta fácil la consulta de una enciclopedia virtual de testimonios biográficos y bibliográficos, así como la edición en formato electrónico del catálogo de cualquier exposición (por señalar un ejemplo)
no parece necesario que un historiador de la literatura aporte datos que
ya se antojan redundantes: es preciso responder a otros enfoques y criterios que satisfagan las sensibilidades de los lectores contemporáneos.
Por ello, José Carlos Mainer, director de esta original historia de la literatura que abarca nueve volúmenes, ha juzgado más oportuno ofrecer
un estudio divulgativo y no un conjunto de notas y formas análogas.
Así, el proyecto se concibe más como ensayo que como historia propiamente dicha. La ordenación de los contenidos responde a una concepción innovadora de los estudios literarios. Actualiza las investiga2
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
ciones, pero incluye puntos de vista inéditos: se abordan asuntos como
los vínculos del patrimonio con la tradición; la imagen pública de los
escritores; el pensamiento del momento; la relación entre el poder, la
literatura y las demás artes; la industria cultural; el concepto de los
géneros literarios, etc. A ellos se suman numerosos textos de apoyo, es
decir, documentos que facilitan el buen entendimiento de los contenidos de cada época, aclarando polémicas, sugiriendo interpretaciones y
ofreciendo un sugestivo panorama del momento social, político y personal de los escritores.
Cecilio Alonso, gran conocedor del siglo XIX, se ocupa del quinto
volumen de la serie, dividida en varias secciones. La primera de ellas
se centra en la formación del mercado literario. Para ello, estudia los
hechos históricos del siglo XIX, las relaciones con el sistema educativo,
los conflictos lingüísticos entre puristas y partidarios de los neologismos, las tendencias editoriales, la situación del escritor y los límites
entre periodismo y literatura, entre otros aspectos dignos de mención.
Datos elocuentes aclaran el lamentable estado de la ciencia y la educación a comienzos de la centuria: nueve décimas partes de la población
eran analfabetas y la economía continuaba basándose en un mundo
rural, dominado por nobleza y clero. El pueblo podía consolarse espiritual y corporalmente (había un cura por cada cincuenta habitantes);
incluso podía divertirse con las corridas de toros, además de ilustrarse con las coplas y los romances de ciego. Los hechos literarios supusieron un aldabonazo en las conciencias de estos sectores sociales desfavorecidos. A juicio del historiador, mientras que el romanticismo
observaba el pasado “con afán de totalidad, idealizando y mitificando
las raíces del genio nacional con nostalgia de la edad dorada del cristianismo, el realismo examinaba el entorno inmediato analizando con
metodología positiva las tendencias e intereses que regían el nuevo
modelo de sociedad capitalista, incluidos los islotes que sobrevivían
dramáticamente a las tempestivas transformaciones provocadas por
aquél” (pág. 13).
Ahora bien, el panorama editorial se transformó paulatinamente al
compás de la configuración del sistema educativo. De esta forma, los
libros que se leían en las escuelas públicas a comienzos de siglo se
reducían mayormente a vidas de santos. En los años cuarenta, la
Biblioteca de Autores Españoles publicaba obras de Cervantes. A esta
mejoría progresiva de la educación colaboraron los colegios, los institutos públicos (donde se formaron Clarín, Blasco Ibáñez y Pío Baroja,
entre otros), las universidades y las bibliotecas públicas. A mediados
de siglo, la literatura se había desarrollado de tal modo que las lecturas
3
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
orales, recitadas en medios laborales y familiares, alcanzaron incluso a
los grupos menos favorecidos socialmente. Al mismo tiempo, el impulso de las artes de impresión favoreció el cambio, ya que los nuevos
inventos (el papel continuo, el tintado automático, la estereotipia y la
xilografía) multiplicaban la capacidad de producción.
Asimismo, Cecilio Alonso subraya el importante papel que desempeñaron determinados editores (Cabrerizo, Bergnes de las Casas), el
fenómeno del consumo literario de ciertos géneros (costumbrismo y
novela social), las tendencias editoriales de la Restauración y el auge
editorial de fin de siglo. Todo ello trajo consigo un cambio en las relaciones entre escritores y editores, cuyos vínculos comenzaron a establecerse mediante contrato. Las leyes de propiedad intelectual (1847 y
1879) trataron de establecer el régimen jurídico de un ámbito tan complejo como variado, donde no siempre estaban claras las circunstancias
de los derechos de autor, ni el valor mercantil del producto, ya que no
existía correspondencia entre calidad literaria y precio del texto original, por ejemplo. Esto no fue exclusivo de la época, pero muestra el desamparo en que se hallaban muchos escritores, obligados a depender de
su familia (García Gutiérrez) o de la caridad pública (Zorrilla). Para
sobrevivir, tal vez, algunos se acogían al sistema de novelas por entregas o aceptaban exigencias de los editores respecto al título, extensión
y argumento. No era general dicha situación, pues Clarín, aunque
aceptase algunas correcciones del editor, “despreciaba el dinero si lo
recibía a costa de imposiciones” (pág. 87). En consecuencia a este panorama, músicos y escritores llegaron a un acuerdo para fundar, en 1899,
la Sociedad de Autores Españoles. Dicha emancipación no resultó sencilla, aun cuando las cortes de Cádiz hubiesen aprobado un decreto que
permitía la libertad de imprenta. La Iglesia católica, que tanto sabe de
esto, restableció su influencia después de 1840, y sus publicistas empuñaron la pluma apostólica. No obstante, la literatura anticlerical dio sus
frutos: Cornelia Bororquia o la víctima de la Inquisición, La bruja o cuadro de
la Corte de Roma, y numerosos relatos y folletines que aparecieron en
semanarios y revistas gráficas.
La prensa, que en buena medida servía de medio para encauzar
estas campañas irreverentes, alcanzó un gran desarrollo en el siglo,
como es bien sabido, y favoreció la difusión de obras de Dickens, Víctor
Hugo, Dumas, Valera, Bécquer, Galdós y otros autores no menos destacados. Cecilio Alonso, experto en la prensa decimonónica, detalla las
características de los medios de comunicación, cuyos propósitos oscilaban entre el deseo de mejorar el bajo nivel de instrucción popular (El
Imparcial); el nacionalismo (Semanario Pintoresco Español); la sátira
4
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
(Guindilla) y el compromiso ideológico e intelectual, que afectaba bien
a la literatura realista (Revista de España), bien al pensamiento conservador (Revista de Madrid), bien a la voluntad europeísta (La España
Moderna), y que insertó novelas de Galdós, Valera y Pardo Bazán.
Autores de prestigio al margen, es evidente que se imprimía un variado conjunto de literatura de ínfima calidad, es decir, un corpus de pliegos sueltos, jácaras, devocionarios y folletos que causaba las delicias de
un sector considerable de la ciudadanía, no demasiado exigente en
cuestiones intelectuales o estéticas, pero ansioso de episodios truculentos y morbosos. Entre esta variada producción, que no debe despreciarse, ya que refleja los gustos populares y constituye un documento
sociológico muy valioso, cita el investigador las formas orales, que se
transmitían de memoria y viva voz: romances, aleluyas (pliegos sueltos
con viñetas que ilustraban al pueblo en asuntos literarios e históricos),
pliegos de cordel, que difundían reivindicaciones sociales, etc.
Asimismo, se divulgaban asuntos de la literatura universal: fábulas,
mitos, aventuras de libros de caballerías, argumentos de obras dramáticas y narrativas.
La segunda parte de la obra estudia la sociedad literaria. Cecilio
Alonso examina el mundo de los escritores, el grado de profesionalización que alcanzaron, las relaciones entre ellos, los lazos familiares y los
modelos sociales que constituyeron los liceos, las tertulias y los casinos.
Algunos de estos centros, como los ateneos, se convirtieron en foros
culturales y contribuyeron a guiar los primeros pasos de autores en
ciernes (Galdós, Clarín). Otros se orientaron a las prácticas artísticas, a
los estudios eruditos o a las charlas de salón. En este apartado, el historiador menciona también las impresiones –no siempre atinadas y
objetivas– que los viajeros extranjeros dejaron sobre España; las señas
de identidad del canon literario del romanticismo y del realismo,
donde la presencia femenina era más bien escasa; la importancia social
que iban adquiriendo los literatos; las relaciones de la mujer con el
mundo cultural, donde empezaron a introducirse redactoras que atendían las secciones que los periódicos concedían a la moda; la difícil convivencia entre los escritores, tan llena de afectos como de rencores, y los
espacios comunes entre música y literatura: “Hacia 1840 una burguesía
remilgada en fase de acuñación se espantaba de la música plebeya y
abandonaba los teatros antes del baile. Pero si la primera mitad de siglo
fue filarmónica la segunda redescubrió las raíces nacionales, aunque en
pocos momentos llegó a tener público suficiente para sostener el ideal
romántico de la música pura como arte supremo” (pág. 239).
La tercera parte del volumen se dedica a la historia literaria, entendida al modo tradicional; esto es, ofrece una narración cronológica de
5
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
las obras, aunque sobre todo se privilegia su análisis (La viuda de Padilla,
de Martínez de la Rosa; El doncel de don Enrique el doliente, de Larra; Don
Álvaro, del duque de Rivas; El estudiante de Salamanca y El Diablo
Mundo, de Espronceda, El sombrero de tres picos, de Alarcón; Pepita
Jiménez, de Valera; La Regenta, de Clarín; Fortunata y Jacinta, de Galdós
y Los pazos de Ulloa, de Pardo Bazán, entre otras ). Se divide en varios
apartados: literatura y revolución liberal, el romanticismo, el medio
siglo y los grandes narradores. En el primero de ellos, Alonso pasa
revista a la nueva sensibilidad novelesca; las resonancias patrióticas de
Pelayo, de Quintana, y demás poemas contemporáneos; los usos propagandísticos del Semanario Patriótico y de El Español, la publicación mensual de Blanco White; el abundante repertorio teatral que se orientaba
a la creación de toscas obras dramáticas, alusivas a las circunstancias
políticas; y los procesos, censuras y destierros que sufrieron los escritores afrancesados y constitucionalistas durante el sexenio absolutista. En
capítulos sucesivos, el investigador aborda la polémica sobre los modelos artísticos que definían el teatro antiguo y el moderno, la imaginación romántica (el suicidio, los ecos patrióticos de los comuneros), las
invectivas y sátiras que aparecían en la prensa, la influencia que ejerció
el exilio de los liberales en la causa romántica, la actividad literaria en
el interior del país, el costumbrismo, el auge del espectáculo teatral, la
novela histórica y la lírica.
Son muy oportunas las menciones a textos que, como El patriarca del
Valle, sirvieron de precedente a los Episodios nacionales de Galdós; así
como las alusiones a determinados autores secundarios y desconocidos
por el gran público (Antonio Flores), cuyas aportaciones al costumbrismo y al folletín no son despreciables. Naturalmente, se dedica mayor
espacio a los autores consagrados (Fernán Caballero, Alarcón, Tamayo
y Baus, Bécquer, Campoamor y Rosalía de Castro). Al llegar al tramo
de fin de siglo, periodo en que se renovaron los géneros narrativos,
encontramos distintos conceptos de novela. De este modo, Valera
declaraba: “Yo soy más que nadie partidario del arte por el arte. Creo
que la novela tiene en sí un fin altísimo cual es la creación de la hermosura. Creo que la poesía, y por consiguiente la novela, se rebajan
cuando se ponen por completo a servir a la ciencia; cuando se transforman en argumento para demostrar una tesis” (págs. 493-4). Años después, Galdós, cuyas novelas Doña Perfecta y Marianela son analizadas
con detalle, hacía hincapié en las relaciones entre novela y sociedad:
“La novela es producto legítimo de la paz: al contrario de la literatura
heroica y patriotera, no se cría sino en los periodos de tranquilidad, y
en nuestros tiempos rara es la pluma que no se ejercita en las contiendas políticas” (pág. 494).
6
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
Ciertamente, según señala el historiador, la literatura debía cumplir
una misión social, pues la política de Cánovas del Castillo eludía dicho
cometido. La minoría intelectual no sintonizaba con las formas populares, chabacanas y vulgares, y exigía no sólo calidad literaria, sino
también un compromiso ideológico: “Los debates se encadenaban y no
todos eran discursos inocuos. Discutir la consideración literaria del
naturalismo, por ejemplo, aparejaba la necesidad de conocer el estado
real de la sociedad y la posibilidad de abordar reformas para corregir
sus defectos” (pág. 534). La pobreza de las ideologías contemporáneas
causó otros efectos en la literatura: auge de las páginas anticlericales,
morales y críticas. Alonso cita y examina obras de los autores de prestigio (Clarín, Galdós…), aunque no se olvida de los secundarios, ni de
los distintos géneros literarios: Palacio Valdés, Picón, Joaquín Dicenta
y demás “dioses menores”.
En la última parte del libro se incluyen textos de diferente condición y fortuna, divididos en: “Años de transición (1801-1828)”,
“Romanticismo y eclecticismo (1828-1854”, “Realismo y naturalismo
1854-1885” y “Hacia fin de siglo (1886-1900”. Los lectores curiosos dispondrán de valiosa información, que no siempre está a su alcance: cartas en defensa del español, memorias de las tertulias madrileñas, versos militantes, canciones exaltadas, fragmentos de la querella calderoniana en torno a Schlegel, revelaciones sobre la censura, discursos en
torno a la literatura nacional, testimonios contemporáneos sobre la
poesía, prospectos referidos a la utilidad y función de la literatura,
recuerdos de escritores, ecos de la conciencia social, pliegos anónimos,
confidencias epistolares, observaciones de los narradores sobre la
novela contemporánea, documentos personales que afectaban a los
derechos de autor y fragmentos de polémicas varias. Los textos incluidos recogen conferencias, prólogos y otros escritos de Capmany,
Blanco White, Alcalá Galiano, Mora, Espronceda, Durán, Mesonero
Romanos, Larra, Ferrer del Río, Zorrilla, Ayguals de Izco, Ruiz
Aguilera, Bécquer, Palacio Valdés, Menéndez Pelayo, Sawa,
Campoamor, Clarín, Galdós, Pardo Bazán... En definitiva, se trata de
un complejo y variado panorama de documentos muy interesantes
para situar, evaluar y comprender mejor el contexto histórico, social y
personal en que se desarrolló la literatura decimonónica.
En las últimas páginas de su magnífica obra, Alonso cita la bibliografía, parcelada en “Ediciones y testimonios”, “Autores” y “Contextos
y panoramas generales”. El volumen, excelente aportación a los estudios literarios, se completa con un índice de nombres, guía imprescindible para atinar en la búsqueda no sólo de autores, sino también de
7
© Editorial Academia del Hispanismo · Crítica Bibliographica · Vol. A · ISSN 1885-6926
tendencias, títulos, poemas, publicaciones periódicas, artículos y nombres de sociedades artísticas y literarias. Se detalla, asimismo, la procedencia de las ilustraciones, alojadas en la parte central de un libro que
revitaliza los estudios de literatura española, refresca las perspectivas
tradicionales y reacciona positivamente frente a un sector con el que
obviamente no está reñido, el de las nuevas tecnologías. Aun cuando
parece evidente el triunfo del mundo virtual, todavía hay sitio para las
bien ordenadas, compuestas y cuidadas historias de la literatura en
papel, como es el caso que nos ocupa.
&
8
Descargar