El Hada Sofía está preocupada y habla con Doña Luna

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Capítulo 1
El Hada Sofía está preocupada
y habla con Doña Luna
Érase una vez un hada que se llamaba Sofía y vivía en el mundo de la ilusión. ¿Qué donde está ese mundo? Eso ya os lo conté
ayer, en la parte que los mayores llaman introducción.
Pues bien, el Hada Sofía tenía unas alas muy bonitas y el pelo recogido en una trenza. Sus zapatos eran unas gominolas verdes
y cuando llovía se ponía en la cabeza un sombrero que era una fresa. Su vestido era azul, por eso, a veces, cuando el cielo estaba
también muy azul, las nubes no la veían y se tropezaban con ella y le decían:
—¡Hada Sofía, ponte un vestido de color rojo o amarillo, o lila, o marrón porque si te vistes del mismo color que el cielo, no te
vemos! Pero a Sofía le gustaba mucho el color azul y nunca les hacía caso; además, las nubes le hacían cosquillas en la barriga y
se moría de la risa y, al Hada Sofía, cuando sonreía, le nacían flores en las alas y se llenaba de colores.
Allí vivía también Doña Luna, con los duendes, y las hadas, y las estrellas quietas, y los cometas, y las estrellas fugaces. Por
la noche, se paseaba Doña Luna por el cielo y lo iba coloreando de azul muy oscuro, casi negro, y había niños a los que eso les
daba miedo. Ella cada tarde se maquillaba y se ponía toda guapa, cogía su bolso y su paraguas y se pintaba los labios de color
blanco.
Una noche, cuando volvía de alumbrar en el cielo y se acababa de poner su camisón para irse a dormir, vio al Hada Sofía a lo
lejos y le pareció que estaba un poco triste. Doña Luna tenía mucha prisa, porque ya todas las estrellas habían apagado la luz y
se habían acostado. El cielo estaba empezando a pintarse de color rosa y eso quería decir que el sol, Don Lorenzo, estaba a punto
de llegar y se iba a enfadar si la veía todavía sin dormir. La luna daba todo el rato vueltas alrededor de la tierra y así cuidaba
a los niños mientras dormían, y vigilaba que las estrellas estuvieran cada una en su lugar. Por eso, ella lo sabía todo, porque
de tantas vueltas que daba, todos los días, lo veía todo. Algunas veces salía a alumbrar las noches toda llena de
luz y paseaba por el cielo redonda, redonda; otras veces se asoma a la ventana de su cuarto de estar y sólo se le
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veía media carita, como un trozo de sandía, y otras veces, se le veía todavía menos, casi
como si fuera un platanito delgadísimo colgado del cielo.
Ese día Doña Luna estaba muy cansada pero, como el Hada Sofía tenía la carita tan triste, le dio pena
y le dijo:
—Sofía, ¡ven de prisa!
En un periquete el Hada Sofía se puso a los pies de Doña Luna y le dijo:
—Pero, ¡qué camisón tan precioso tienes Doña Luna! Dime, ¿qué quieres?
—Pues quiero saber qué te pasa, que te veo la cara muy seria. Vamos a ver, ¿por qué tus alas que no tienen ninguna flor?
El Hada Sofía se puso toda colorada, agitó sus alitas, y se mordió las uñas, y además no paraba de moverse. Eso quería decir
que estaba nerviosa.
—Pues… Pues… ¡Pues sí, Luna Lunera! Estoy preocupada porque los niños de la tierra no saben el Gran Secreto y eso es muy,
pero que muy triste.
—Sofía, ya te conté una vez que los niños de la tierra sí lo saben, pero se olvidan.
—¿Se olvidan?
—Sí. Olvidarse es una cosa que les pasa allí a los niños, bueno, y a los mayores, se olvidan de las cosas de verdad y de las cosas
importantes, y por eso no pueden estar siempre felices.
—Eso es imposible, ¿cómo se van a olvidar de los secretos? ¿Es que no les cuentan cuentos antes de dormir?
—Mira, Hada Sofía, es que allí en la tierra todo va muy deprisa. Los mayores no tienen tiempo para contestar a las preguntas que
hacen los niños cuando escuchan cuentos, y por eso nunca llegan a descubrir los secretos. Además, a veces, los niños de la tierra
juegan solos, con máquinas y no con otros niños, y por eso no saben inventar canciones, ni historias maravillosas y…
—¿Qué podemos hacer, Doña Luna? —preguntó Sofía un poco confundida.
—¡Sofía! Pero, ¿no eres un hada? ¡Pues venga! A los niños les falta la magia, las hadas y sueños y duendes... ¡Huy! Me tengo que
ir, ya te dije que yo no me puedo entretener, ya me tengo que ir a la cama. Venga, venga, piensa un poquito. Tendrás que hablar
con los niños como hablan las hadas, no puede ser de otra forma.
—Sí…—dijo muy bajito—. Pero, espera, no te vayas todavía, Doña Luna, sólo dime una cosita, ¿cómo hablan los niños de la tierra? Yo nunca he hablado con ninguno, no sé si entenderán mi idioma, no sé si voy a saber hacerlo….Y además, en la tierra hay
muchos idiomas y yo no se hablarlos todos…
—Sofía, claro que ellos te van a entender. Todos los niños entienden a las hadas, pero lo hacen sin darse cuenta, ¿me comprendes? Tú conversas pero ellos no saben que un hada está hablando con ellos.
—¿Ah, no?
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—No, Sofía. Escúchame con atención porque ya está saliendo Don Lorenzo y no puedo estar más tiempo aquí: ellos te entenderán cuando les hables a través de su imaginación.
—¿Su qué?
—Su imaginación, Sofía. Los niños de la tierra tienen una cabecita y con ella piensan, y tienen un corazón y con él quieren a los
demás. Su imaginación vive dentro de su cabeza y de su corazón. Y para saber lo que hay dentro de sus cabecitas y sus corazones,
tienes que asomarte a dos ventanas llenas de luz que tienen en sus caritas: se llaman ojos.
Todos los niños, los negros, los blancos, los amarillos, los rojizos, todos los niños del mundo, tienen esas ventanas. Con los ojos
observan y también hablan. Sonríen cuando están contentos, otras veces están enfadados o tristes y se les saltan unas gotitas de
agua que se llaman lágrimas, y si salen muchas se dice que los niños lloran. Otras veces tienen miedo, y de sus gargantas salen
unos sonidos feos que se llaman gritos, o se quedan callados y empiezan a correr y se esconden en alguna parte.
Ese lenguaje lo hablan todos los niños de la tierra, y todas las hadas y todos los duendes lo entienden. Tienes que saber que hay
niños que no tienen esas dos ventanitas encendidas, porque están ciegos, o mudos y no hablan, o sordos y no oyen. Entonces te
hablarán a través de sus deditos. Tendrás que estar atenta y ver cómo se mueven sus manos, sentirás que sus caricias se iluminan
con una luz impresionante.
¿Ves? Podrás comunicar a todos los niños el Gran Secreto si entras en su imaginación; tendrás que mecerte en sus sueños y
pasear por sus dibujos y visitar sus juguetes y participar en sus juegos. Todo lo que se ve en ese mundo se llama imaginación, y
cuando un niño tiene imaginación entiende todos los secretos del mundo.
—¿Y como sabré si tiene imaginación?
—Huuummmm… ¿Cómo te lo explicaría yo? Un niño sin imaginación está aburrido, no entiende el mundo de las hadas o de
los duendes o de las estrellas; un niño sin imaginación no sabe hablar con los animales o no sabe jugar con una rama, no sabe
inventar colores... ¡Me tengo que ir Sofía! Guíate por esta idea: cuando un niño no cree en la magia, en las hadas o en los duendes,
no habrá magia, ni hadas ni duendes para él. Cuando un niño cree en la magia, todo ese mundo existe para él y sabe pasárselo
muy bien. Adiós, Sofía, mucha suerte, yo tengo ya tanto sueño...
Y se fue Doña Luna corriendo y bostezando.
Y nosotros hemos acabado el primer capítulo de este cuento de mayores y tenemos que terminar por hoy. En el próximo capítulo
vamos a ver cómo Don Lorenzo, el sol, ayuda a Sofía.
Bueno, amiguitos míos, os voy a dar una gran noticia: como ya todos conocéis al Hada Sofía y a Doña Luna, ya podéis ser
sus amigos. Sí, ¡vosotros sois ya amigos de Sofía y de Doña Luna!
Bueno, ahora si alguno se ha olvidado, puede ir a lavarse los dientes, y luego apagad la luz. ¿Conforme? ¡Buenas
noches chicos!
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