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AÑO X
BARCELONA 1.» DE MAYO DE 1933
NUM. 239
LA REVISTA BLANCA
ADMlNI»THACIdN,
SOCIOLOGÍA
- CIENCIA - ARTE
Cali* aulnsrdd. 37
T a l é r o n * BtTaO
REVISTA OniNCENAL ILUSTRADA
NÚMERO
SUELTO I
O'SO pesetas
SUSCRIPCIÓN,
3
pesetas trlm.
S
I I t^ / \ D I f ^ • NUEVAS PUBLICACIONES SOBRE BAKUNÍN Y KROPOTKIN : DOCUMENTOS DE
W i I r ^ r \ I V ^ . ,848 A 1851, QUE PRECEDEN A LA CONFESIÓN DE 1851, por M. Nettlau. —
FASCISMOS, por Federica Monlseny. — LITERATURA Y PERIODISMO (VIH), por ?e\ipe A\á\Z- — LA SOTANA
Y LA CHAQUETA, por Hem Day. — LA MU|ER ANTE LA VIDA Y LA HISTORIA, por Santtago Locasao. — LA
EDUCACIÓN ACTUAL EN ALEMANIA, por £/isa Plumas. - - E L PREDOMINIO DE LOS INTELECTUALES, por Joaquín
Hucha.
— HISTORIA DE LA PINTURA EN ESPAÍ^A, por F. P» y Margall. — DOCUMENTOS PARA HISTORIA DE LA
GUERRA EN AMÉRICA, por Campw Carpió. — «FRENTE A FRENTE^, melodrama, por Fedenco Urales. —
ILUSTRACIONES: Alhambra (Granada): interior del Mirhab u oratorio del Portal. — La agitaaón social en España. — Cacería en el nuevo coto Doñana Bará'Creixeü. - Pueblos en comunismo libertario. —
Un hermoso ejemplo de solidaridad proletaria.
NUEVAS PUBLICACIONES SOBRE BAKUNÍN Y KROPOTKÍN
Documentos de l 8 4 8 a l 8 5 l , que preceden a la confesión de l 8 5 l
Hay oMsioncs en que el materia] histórico nuevo
inunda con tanta profusión al historiógrafo, que
apenas se atreve éste a abordar la masa abundante en tan buena hora llegada. De momento, sólo le
«s permitido lanzar frases de júbilo, que unos comprenden y oíros encuentran desplazadas, j No importa I Tal es mi caso ante la aparición de un libro reciente.
Se tra'a de la obra Materiales para la biografía
de M. Bakunín, según documentación de los Archivos ojiciales de Moscú, Praga, Dresde y Viena.
La obra está editada y anotada por Viaíchcsiao
Polonski, 2." tomo, fech,ido en MosctJ, año actual.
Tiene VIII y 7^3 páginas de t,imafio grande.
El infatigable Polonski murió el año pa.sado y
su viuda cuidó la edición. También murió hace
dos años c! hisloriador Kornilov, a quien debemos
dos copiosos volijmenes sobre los años de juventud y circel de Bakunín, sin que pudiera escribir
el tercer tomo sobre la vida de Bakunín en Occidente a partir de 1861. También murió Boguicharski, el otro historiador independiente que puso en
claro un ciimulo documental sobre los movimientos
rusos relacionados con el esfi-ierzo de Bakunín y su
proximidad histórica.
Un profesor austríaco, Cari Grucnberg, alemán
después, se propuso publicar los documentos de los
archivos de Dresde, Praga y Viena. Le fué imposible dar cima a su empeño por faltarle salud. La
prioridad de Grucnberg impidió que trabajara yo
sobre «us documentos — sólo vistos por mí a distan-
cia y en masa en la morada tnisma del profesor.
En vano esperé la publicación documentada de
Gnjcnbcrg. Sin la traba del conocimiento que tenía yo respecto a la prioridad que ostentaba aquel
profesor, pudo Polonski seleccionar entre el volumen de docuinentos, devueltos ya a los Archivos
los de más interés y copiarlos. Publicó fragmentos
en distintas ocasiones, ya que redactaba la gran
revista histórica y cultural Prensa y Revolución,
aunque el conjunto de documentos es;á en el volumen reciente, con textos alemanes, franceses, suecos y otros vertidos al ruso. La iniciativa de presentar el libro en idioma ru.so parece que no podía
rectificarse. Aunque Ico el texto ruso, no favorece
éste la familiaridad con el contenido de las 723 páginas ni la interpretación rápida de lo que es en
rcalid.id importante y nuevo.
L-as primeras 495 páginas tienen relación con la
vida de Bakunín de 1848 a 1851, objeto también
en gran parte de la Confesión escrita por él a petición del emperador Nicolás en verano de 18') 1, hallándose Bakunín preso en una fortaleza.
En las 493 páginas se incluyen las cartas halladas en una maleta; las réplicas a los jueces instructores; la correspondencia con el defensor; las
epístolas que recibió Bakunín estando en la cárcel
y varios documentos judiciales y policíacos en relación con él.
Comprende una parte de la obra, ordenada por
Polonski como más importante, los justificantes relativos a la actitud de los Gobiernos de Sajonia y
7o6
Austria, expresados en comunicaciones y copias de
documentos, formando una selección limitada con
\o que aquellos elementos gubernamentales, como
el zar, creían saber a los dos años de tramitación
judicial, con intervención de otros acusados y también de testigos que hicieron manifestaciones sobre
Bakunín. La documentación relativa a los coacusados y testigos tiene valor diverso y creo que inexplorado en parte.
Cuando redactó Bakunín su Confesión no ignoraba lo que había contra él, pues tenía documentación auténtica y de primera mano en la correspondencia enviada y recibida; conocía también las deposiciones ajenas sobre alguna insinuación que
pudo refutar o no, pero que casi siempre había
desviado por ser difícilmente verosímil.
A la Confesión pniblicada en 1921 y al texto correcto ruso de 1923. obra de Polonski, siguieron en
1926 y 1932 las traducciones alemana y francesa
respectivamente, esta última editada en París. Fué
criticada aquella obra por los primeros lectores con
un completo desconocimiento de causa, es decir, sin
conocer k» hechos de la vida de Bakunín hasta
1851, ni particularmente su actividad en 1848-49,
como tampoco los procesos de 1849 a 1851. Afirmaban aquellos lectores la conclusión absurda de que
Bakunín hacía el máximum de revelaciones. A esta
conclusión opuse siempre que escribí sobre el asunto de 1922 a 1931, según el conocimiento incomI^to que tengo aunque fundamentado en gran número de hechos, que para mí era cierto que Bakunín presentó en la Confesión un mínimum de
hechos, todos conocidos, interpolando relatos de
proyectos y reflexiones que eran completamente
personales, sin que por consiguiente perjudicaran a
nadie.
Las 493 páginas documentadas demuestran, por
k> que respecta a los años 1848-49, que todo cuanto contiene la Coitfesión de Alemania como de Austria era conocido por los Gobiernos. No hice todavía el trabajo minucioso de comparación, pero recorrí una parte del interrogatorio de Bakunín y las
cartas. He leído mudias reseñas de procesos políticos y raras veces observé que ningún procesado
diera tanta tarea a sus inquisidores como Bakunín;
pocas veces hubo un encartado que se defendiera
con parecida habilidad.
De parecerse todos a Bakunín hubiera sido nulo
el resultado de los dos procesos: el de Sajonia y
el de Bohemia. Acepta la re»ponsabílidad de hechos
palpables cuatKk> afectaban a él solo; sobre la
respoitsabildiad ajena, desvía el interrogante, se niega a responder, reduce el hecho en cuestión o
despista la acometividad del juez; se conduce siempre en sentido favorable al detenido o al que está
libre; lo hace por boiKiad y a la vez por cálculo,
y dándose cuenta de que el inquisidor no dejará de
hacer deducciones aunque parezca atribuir escasa
importancia a la declaración, cortj la maniobra del
juez en el momento mismo de iniciarse. Se ve per-
N
judicado en extremo por la debilidad o desfallecimiento de otros que declaran, pero a nadie perjudica él. Tales son mis primeras impresiones de lectura. La Confesión será ahora mucho más comprensible que antes y cada detalle tendrá su explicaaón.
Los «Matétiaux» de 1933 tienen el siguiente contenido: detención de 10 de mayo 1849 y primer interrogatorio, cuando cuenta su vida el día 14 de
aquel mes y no sabe si será o no fusilado; los
interrogatorios de Dresde hasta el 31 de julio; los
diálogos con el juez en La fortaleza de Koenigstein,
desde el 19 de septiembre al 20 de octubre; sus
escritos: el segundo Llamamiento a los Eslavos (que
permanecía en completo olvido hasta que se exploró el sumario) y varios manuscritos fragmentarios ; pasaportes, probablemente falsos; una colección de cartas, entre las que sobresalen por su interés Las de Adolfo Reichel, Muller-Struebing v el
conde de Storjevski; hay reseñas de varios interrogatorios (páginas ioS-215) sobre las relaciones de
Bakunín con polacos, alemanes, checos, etc., y algunos testimonios contra él.
Figura también el manuscrito-guión de Bakunín
dando instrucciones a su defensor, obra que quedó
sin termirur y se refería a Rusia, Polonia, Alemana, Austria, etc. (páginas 222-287); c" las páginas
287-302 consu que el defensor presentó de manera
abreviada el caso al tribunal; éste hace declaraciones largas (páginas 303-332); el defensor escribe
extensamente (páginas 332-352).
Los únicos que de vez en cuando le escribían
con intimidad a la fortaleza eran Adolfo Reichel y
su hermana MatiUk, amigos predilectos del preso.
Reichel escribía desde París. Matilde incluso estuvo
en Dresde y quería visitar al amigo cautivo. Hay
contestaciones en el volumen, que son las cartas
publicadas por mí en otro tiempo, según los originales (páginas 353-410). También figura la misiva
dirigida por una mujer desconocida a Matilde Reichel, que el hertnano de ésta, Adolfo, envió a La
destinataria. La carta en cuestión, que quiero examinar en detalle, parece ser escrita por la mujer
casada que fué amada por Bakunín, y a quien ella
correspondió, aunque sin esperanza. No se me dijo
quién era ella, pero en el Quai de París hallé un
volumen pequeño de versos y vi en la dedicatoria
de una poesía un nombre... Escribí inmediatamente a la viuda de Reichel, que me confirmó el hecho, siendo informado posteriormente con detalles.
Condenado a muerte Bakunín en Sajonia, fué entregado a Austria, donde se le juzgó por la conspiración de Bohemia. Se reproduce únicamente el
úkuno interrogatorio largo a que le sontetieron eft
Olmuet en abril de 1851 (páginas 414-469) constando también otros documente». La reseña del juicio
fué ya pul>licada en ios «Matériaux», I, de 1923,
lo mismo que otras cartas halladas en la maleta.
Los Gobiernos cambiaron una serie de notas sobre la extradición (páginu 479-493) y se le conde-
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R
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nó a muerte por segunda vez, llegando después a
la fortaleza de Petersburgo. Meses después le pidió
el zar que escribiera su Confesión. Pasados 28 mc'
ses de reclusión entre trámites procesales y con
abundante documentación podía escribir sin desviarse. sin cometer la más leve indiscreción. Todo parece demostrar que no se desvió, en efecto, y no
dejaré de comprobarlo en otra ocasión. Los que
tengan alguna duda harán bien en comprobado
directamente ellos mismos.
En la serie de documentos de Polonski se intercalan muchos sobre Bakunín acerca de la estancia
de éste en las dos fortalezas rusas; como lo que
sigue, fué ya publicado en parte por él en revistas
históricas rusas, revistas que me envió sucesivamente. Son cartas escritas desde Siberia a Katkov,
que no se conocieron en su verdadera significación
{1858-61, páginas 500-514). Polonski diseca después
algunos relatos discutibles o tal vez falsos sobre la
huida de Bakunín de Irkutsk al Japón y América
(páginas 514-33) y la relación con el polaco Kukel
que Kropotkín conoció en Siberia (páginas 533-50);
sigue el viaje de su compañera para reunirse con él,
en 1863, asunto que se complicó un tanto; figuran
en la serie unos documentos sobre la estancia de
Bakunín en Succia en 1863 y sobre las publicaciones policíacas basadas en la Confesión, que la policía secreta rusa propuso lanzar contra Bakunín en
1863 y en 1870 para desacreditar a éste ante la
opinión (páginas 627-640) la i^rimera vez para castigar su actividad sobre Polonia; la segunda, para
obstaculizar su acción de 1869-70 que fué de propaganda revolucionaria en Rusia. Polonski no halló
en los archivos de la policía secreta rusa (página
629) ningún documento, ningún justificante que explicara el motivo por el cual las publicaciones policíacas intentadas contra Bakunín no pasaron del
intento. Creo que ailguna persona inteligente de altas esferas gubernamentales evitó la publicación porque Bakunín, en pleno vigor y libre entonces, hubiera contestado con un escrito formidable de acusación contra ios dos zares, por lo que hubieran
quedado éstos en evidencia ante el mundo. Se puso
freno al excesivo celo de la policía secreta.
Termina el volumen explicando las relaciones, o
mejor dicho, la animosidad entre Bakunín y Pctraskevsky, el deportado a Siberia en 1848.
Quedan consignadas las evocaciones de Polonski,
quien hubiera podido ampliarlas, sin duda, de tener vida más dilatada. Publicó en 1928 otro tomo,
el III, de 602 páginas, que desconozco, aunque por
índices al margen de la publicación sé que contiene
aquel tomo III textos y cartas del períc«Jo 18651873, material conocido, extractos de ptihlicaciones
que no son rusas.
Otro libro apareció sobre Bakunín en el curso del
año 1932; BakuninsUuiíen de Josef Pfitzner (Praga.
1932, 244 páginas). Aunque no conozco la obra, me
consta que es un texto de discusión sobre los acontecimientos de 1848-49, en Praga principalmente y
B
L
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C
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707
en Dresde. Se refiere a documentación de archivo,
utilizando además lo que establecieron las publicaciones históricas checas respecto a Bakunín.
Puedo añadir que las carias cruzadas entre Pedro Kropotkín y su hermano Alejandro, de 1857 a
1862, se han publicado en ruso en un volumen del
Museo Kropotkín de Moscú en 1932, preparándose
actualmente el segundo tomo. Serán las palabras
juveniles de Kropotkín, las palabras de la adolescencia, de 15 a 20 años. Sigue después su Dnevuik,
memorias o diario de Siberia de 1862 a 1867 publicado en 1923.
Ya que nos referimos a temas de carácter histórico, consignaré que el camarada Luigi Fabbri considera injustas las observaciones contenidas en mis
artículos sobre Malatesta (1932) y que L'Agitazione,
qeu se publicó en Roma desde el 2 de junio de
J901, represente un matiz más moderado que el
de la publicación del mismo título aparecida en
1897, continuada en 1898, renovada en 1900 y año
siguiente en Ancona.
M.
(Tr,aducción de F. AlúiZ.)
NETTLAU
,,
..
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..M^¡^~
- .Jauto»»
mTElilOK
DEL MIRHAB U
DEL
PORTAL
ORATORÍO
Otra de las maravillas del rectnio de la Alhambra,
llamado también Carmen de la Mezquita.
Sirvió
para los parientes de los reyes, visires y arráeces
que habitaban^ en la no lejana Torre de las Damas.
Él mirador de la izquierda esiá encarado al Gene^
ralije y desde la puerta se disfruta una deliciosa
vista hacia la vega.
7o8
N
FASCISMOS
Lo que de tiempo presentíamos y aparecía
en lontananza en el horizcnte alemán, se ha
realizado ya, con su secuela de persecuciones,
de crimen organizado, de bároarp ensañamiento contra los elementos que son las grandes banderías de odio, alrededor de las cuales
han conseguido agrupar multitudes serviles
los impenalistas germánicos: los comunistas
y los judíos.
El fascismo en Alemania ofrece características distintas del fascismo italiano. Con
prodigiosa ductilidad y singular instinto de
adaptación, esta postura social adoptada por el
capitalismo en su defensa y agonía, cambia
de aspecto, según son las posibilidades y las
condiciones del medio.
La forma adquirida en Alemania, aunque
ofrece una semejanza — la línea de unidad —
con el fascismo de Mussolini, se diferencia
de él en la apariencia, en el asp)ecto exterior.
Ha debido buscar otras razones populares
que en Italia para amontonar una masa agresiva y amorfa. La combatividad contra el comunismo le ha servido para agrupar a la burguesía, la anstocracia y la clase media; el
antisemitismo le ha atraído una masa de
pueblo inculto, tradicionalmente obsesionado
por el rencor a los hebreos, a causa de su riqueza material y de los prejuicios religiosos
bien alimentados.
A mi entender, éste será el punto flaco de
la política hitleriana: haber necesitado, para
atraerse multitudes populares, dar la batalla
a los judíos, magnates de la Banca y de la
Bolsa en Alemania, grandes capitalista;5 muchos, sacrificados a la razón de Estado o de
existencia que hace preciso el remedio heroico
del fascismo en los países amenazados en su
orden social o en su economía, por las convulsiones traídas pwr la crisis y im del régimen capitalista.
Además, Francia y Alemania, con sus impenalismos respectivos, han de preparar la
gran comedia asesina que preludiará la nueva guerra, única bárbara solución o intento
de solución capitalista al problema universal
de! paro forzoso.
Esta vez, con claridad terrible, vemos los
hilos de esa gran farsa que las nacicmes burguesas están urdiendo para justificar otra vez,
con algunos tópicos hueros, la próxima carnicería.
Fn París vi por mí misma de qué modo,
alimentando el odio a Alemania y haciendo
servir de banderín de combate las persecu-
ciones contra los judíos, se incuba la futura
sruerra. En Alemania prepárase a su vez el
estado de agitación y de agresividad precisos
para desencadenar esa guerra, indispensable,
cuestión de vida o muerte para el régimen
burgués y los intereses creados de todo ese
mundo de financieros, de militares, de políticos y de burócratas que del trabajo, de la
explotación y del engaño ajeno viven.
El triunfo de los nazis en Alemania no
«ignifica más que esto: LA GUERRA, avanzando lenta, pacientemente, cerniéndose sobre
los millones de brazos y de bocas dejados sin
ocupación por el exceso de maquinana, por
la racionalización del trabajo, por la quintaesenciación del sistema industnal capitalista.
Cuál será el pretexto de ella, qué justificación pomposa, patriotera en Alemania, otra
vez democrática y pseudo-revolucionaria en
I-rancia, no nos interesa. Quizá será Italia la
que encenderá esta vez el fuego; quizá la
misma Inglaterra. ¡ Quién sabe y qué importa !
Lo interesante para nosotros es el hecho en
5Í y la posibilidad monstruosa de este hecho...
Posibilidad, sí. que esos 30 millones efectivos
de hombres con que cuenta Hitler en Alemania ; que esc espíntu francés feroz y chauvinista, engendrado por el daño moral y
el envilecimiento de las victorias, la hacen
posible, serán la masa que se lanzará a la
matanza y tras la cual, en el mismo vértigo
y extravío de 1914, (xxirían seguir otras...
%• •
No atravieso ninguna crisis de pesimismo.
Examino los hechos fríamente y tengo conciencia de la necesidad de enfocarlos en toda
5U realidad cruda.
Hay algo que me inquieta sobremanera
en este momento. No es ya esa erupción general de fascismos, en cuya manifestación,
1 pesar de su gravedad, no hemos de ver más
que los últimos estertores de una sociedad moribunda. Si el fascismo se limitase a dar la
batalla al proletariado: si sólo incubase, alrededor de mitos imperialistas y de odios salvajes, la propia guerra; si el fascismo se limitara a ser un régimen de fuerza, por brutal, por despótico, por criminal que fuese, no
me importaría mucno su advenimiento en no
importa qué países europeos o americanos.
Pero hay otra labor, de infiltración, de ambiente, de aire moral, podemos decir, que es
la que me aterra, la que puede marcar una
N
709
época espantosa. Si no hubiera más fascismo bre y otro hombre; la personalidad moral, la
que el fascista, podríamos respirar tranquilos. mdependencia del pensamiento y de la indiSin embargo, desde el comunismo de Es- vidualidad; en una palabra; ese Yo, devenido
tado hasta el propio anarquismo, se ven su- anticuado por obra y gracia de los que lo
tilmente penetrados por esa influencia fas- convirtieron en un egoísmo y de los q^e
cista de la hora; reconozcámosla en esa ten- han querido hacer de él un prejuicio burgués.
dencia a la uniformidad, a la línea de unidad,
al hombre intercambiable, ideal de Mussolini,
como de Hitler y de Stalin; ideal de cuanHasta en el arte, esa tendencia fascista
tos, perdiendo la perspectiva individual de la a la uniformidad, al hombre intercambiable,
Eersonalidad, de la especie humana, sumen al se manifiesta. Al arte personal, individual,
ombre en esa abstracción monstruosa de la creador con estilo e instinto propio, de un
colectividad, amanerada y aborregada...
Miguel Ángel, de un Renoir o de un Zuloaga
El ideal fascista: legiones de camisas ne- - - tres épocas, tres escuelas, tres concepciones
gras ; miles de brazos extendidos, realizando artísticas — ha sustituido esa horrible uniforuniforme y mecánicamente el mismo gesto midad del arte moderno, sin rasgos, sin made saludo; ideal de multitudes dóciles, en las tices, sin tonalidades, con la ngidez del dique la individualidad humana desaparece, se bujo en madera — Alberto Durero, antepasafunde, no existe, no es sólo el ideal fascista do artístico de Hitler. Al arte personal, individe Mussolini, Hitler lo amplía y lo reduce a dual, creador con estilo e instinto propios, de
la vez: legiones de camisas pardas, con una una Isadora Duncan o de una Loe, FüUer,
cruz idéntica e idénticamente altos, fornidos, suceden esos ejércitos de «girls», uniformadas,
rubios, de ojos azules. El semita es el mo- moviéndose al'unísono, enorme mecanismo
reno, el flaco, el sanguíneo, inquietud y ner- humano de brazos, de piernas y de torsos
vio, que lo mismo puede llamarse Marx y - desnudos.
padre moral de la propia concepción fascisY así... todo. Se ha querido hacer desapata-— que Heine, el inquieto, que Nordau, el recer al genio, al que se adelanta a la especie,
anti-alemán e irreverente.
al que corre demasiado, al que lleva en sus
Y el mismo ideal de unidad y de unifor- entrañas, latente y vivo, el embnón del hommidad, de sumisión multitudinaria a los tó- bre del mañana. Los rebaños tienden a la
picos, del fascismo, es el ideal industrialista unidad de paso; han sido siempre implacade Norteamérica, el ideal bolchevique de Ru- bles, feroces, con los que caminan con exceso.
sia ; el ideal republicano y socialista de la No ha habido jamás perdón para el que ha
propia España. ¡ El ideal incluso de no pocos osado tener, frente al bloque granítico de un
pseudo-anarquistas en la misma Iberia i
criterio colectivo, de una idea hecha de époEs el aire, el vértigo y la influencia sutil ca, de un concepto adoptado por un tiempo,
de la hora, la adaptación fulminante de los una idea propia, individual, audaz, en pugna
hombres y de las concepciones de los hom- con el juicio general. No es que yo comparta
bres a los climas morales, a las líneas de ese criterio ae que: las minorías siempre
Ecuador y de meridiano que se cruzan.
tienen razón. Es que hay una razón de las
Y alrededor de esto, la obra, más sutil y minorías, habrá en todas las épocas una ramás perdurable, de toda una fraseología y de zón de las minorías o de un hombre solo, que,
toda una educación tendiente al mismo fin: siempre también, pugnará con la razón vulgM^,
a uniformar los cerebros, después de haber admitida, lógica noy, no sabemos si mañana
uniformado a los hombres; a hacer inter- también, de las mayorías de hoy, de mañana
cambiables los pensamientos, cuando ya se y de ayer.
ha conseguido que todos los hombres vistan
Y el fascismo quiere ser esto: La unidad
igual, lleven la misma cruz o la misma hoz y monstruosa dentro del criterio espejista de
martillo en el pecho, o la misma corbata en una mayoría uniformada y sometida, que unie! cuello...
forma y somete. Esto es el espíritu esencial
Una amiga mía, judía alemana, de viva in- del fascismo, al margen ya y por encima de
teligencia y ardiente corazón, me hablaba con su cometido social; el espíritu mfiltrado en la
profunda lucidez de todo esto, viendo todos hora del mundo, reflejándose en la mentalos peligros, sintiendo, como yo, la angustia lidad moderna, en las propias concepciones de
y el anhelo vehementes de salvar, de las in- hombres colocados en la vanguardia ideal.
fluencias del medio, del aire, cargado de los
Ante esta jascistactón sutil, ante esta tenmiasmas de una peste moral, esa flor azul, dencia al uniforme y a la uniformidad, me
ese edelweis que antaño se cultivó en Ale- siento levantar yo con todas las fuerzas salmania y que hoy van convirtiendo en un mito vajes, de independencia y de indomabilidad,
romántico: la diferenciación, entre un hom- de mi ser. Es esta la gran ventura y la gran
7IO
V
/
5
gloria de España en este m o m e n t o : el zíngaró trotamundos, el hebreo sanguíneo, el
beduino aventurero que llevamos dentro, sedientos siempre de nuevos horizontes, reacios
a toda unidad, sana y ferozmente individualistas, hablan, traducidos en millones de ejemplares, en la rebeldía de mi alma, de mis nervios y de mi sangre contra lo que, en nombre
d e no importa qué, se me quiere imponer. En
España, ni la felicidad queremos, impuesta
por algo ajeno a nuestra iibérnma voluntad.
Pero esto no quiere decir que no tengamos
conciencia, que no hayamos de tener angustiosa conciencia de lo que se va consumando
en la vieja Europa, de lo que puede intentar
consumarse, con peligro para el porvenir de
la especie humana^ aún en la propia España.
No es, repito, el procedimiento brutal del
fascismo, triunfante y en el Poder, lo que me
inquieta. Precisamente los regímenes de fuerza, produciendo situaciones de fuerza; precisamente esa misma confabulación estatal-bureuesa, con vistas a conseguir una prolongación indeterminada de su agonía, podrían contribuir a precipitar el estallido final, a romper
T
L
A
N
C
A
la tirante cuerda por el punto mis débil.
Lo que temo, lo repito también, es esa obra
sutil de fascistamiento, esa unifonnización de
los pensamientos, de los hombres, de las ideas,
en la cual se reúnen y concuerdan todas las
grandes ramas colectivistas. ¿Qué diferencia
esencial hay entre el marxismo realizado de
Rusia, el fascismo del renegado marxista Mussolini, la teoría de masas del nacional-socialismo hitleriano y la concepción unitaria y disciplinada del sindicalismo puro y de ese propio
anarquismo de multitudes, en pugna con la
concepción individual, libertaria, antiautoritaria, antidogmitica y antidirectorial del anarquismo eterno, instinto y aspiración de los
hombres que quieren ser libres y pugnan por
ima libertad propia, inalienable e integral?
j Ah ! j Si no hut>iera más fascismo que el
armado y en el Poder, que el de las hordas
con cruz svástica o con camisa negra; si no
hubiera más procedimiento fascista que la persecución, el asesinato de los hombres de izquierda, que la mordaza violenta puesta a los
pueblos!
Contra el otro, el invisible, el inconsciente,
c¡ que arrebaña a los hombres, el que uniforma a las almas, el que apaga el instinto salvaje, fiero, indomable, de la individualidad
humana; el que castra los ímpetus creadores
del hombre suelto y libre dentro d e sí mismo ; el que nos asemeja: el que quiere sometemos a un mismo paso y a un nivel común : el que hace desaparecer el Hombre,
principio, íin y síntesis d e la Humanidad,
dentro de la colectividad, abstracción enorme
y peligrosa, ecuación sin suma efectiva, ejército de ceros, al fin y a la postre sumados
Siempre a u n guarismo; contra ese fascismo
hemos de iniciar sin pérdida de tiempo una
cruzada interior, defendiéndonos d e él con
tanto coraje, tanto valor y tanta rabia como
del otro, el que acogota materialmente, el que
esclaviza por medio d e la fuerza bruta, el que
tortura, explota, encadena y mata,
i Guerra a los fascismos, a todos los fascismos y a rodas las manifestaciones del fascismo, materiales y morales, de violencia y de
influencia! El hombre ha de ser libre, fuei-a
¿c sí mismo y en sí mismo; ente pr<K>io, indivisible e insumable; pimto suspendicio en el
espacio, origen y finalidad 'de sí propio, como
individuo y como Humanid,id, personal y colectivamente considerado. Sólo así la Libertad
LA AGirACIÓN SOCIAL EN ESPAÑA
no será wn mito y la Anarquía, fórmula suLos guardias de Asalto llevando detenido en su ca- prema de ella, se traducirá en una realidad
mión a m%o de los que intervinieron en k protesta manifestada en cada guarismo humano.
popular cotttra las derechas en el mitin de éstas en
el Teatro de la Comedia, de Madrid.
FEDERICA M O N T S E N Y
CACERÍA
EN" EL NUEVO C O T O DONANA BARA=CREIXELL
Los cazadores contemplando
Los cazadores
que más se distinguieron
¡as piezas
cobradas.
en los blancos, particularmente
un I y un 2.
•'
los señalados
con
B
'L
N
Literatura y periodismo
VIII
Los elementos de contraste que ofjonían en
las publicaciones nuevas los actos a las actas
fueron interpretados rápidamente en el sector
a que se dedicaban. Aquella interpretación
constituyó un estímulo solidario tan poderoso
cue todavía hoy prescinde del balance y sostiene publicaciones a pesar de no cubrir a
veces su presupuesto de gastos el ingreso de
venta.
En la época más comprometida de la diC'
tadura de l'rimo de Rivera, cuando hacíamos
Tierra y Libertad y teníamos que llevar a
cuestas incluso el metal de la composición desde el pie de la linotipia a la máquina andando dos quilómetros entre sombras, no siempre libres de espionaje policíaco, escribiendo
como descosidos y preparando original ajeno
después de las horas de trabajo de cada cual,
llegó cierto día una carta de Andalucía. Un
campesino pedía el estado de su cuenta. Era
un campesino de Fernán-Nuñez, del pueblo
cue visitó el bolchevique errante Erenburg
para decir unas cuantas naderías del anarquismo y probar que lo desconocía.
El campesino de Fernán-Nuñez contestó
días después a la carta o circular q u e justificaba el descubierto diciendo que remitía un
giro postal de ocho pesetas para cubrir aquél;
añadía q u e faltaban treinta céntimos y que
nc completaba la cantidad total porque no
tenía los céntimos del pico. Dos semanas después, cuando ya no recordábamos nada, el
campesino de Fernán-Nuñez, tal vez el mismo q u e Erenburg desestimara por faltarle
pedantería y cascote de Moscú, envió otra
carta a Tierra y Libertad con un sello de
treinta céntimos dentro y unas palabras cordiales de compañerismo.
Este episodio piodrá parecer insignficante.
pero no lo es. La escrupulosidad del campesino de Fernán-Nuñez no equivale a excepción sino a regla, y teniendo en cuenta q u e
para q u e puedan sobrar o hacer que sobren
treinta céntimos en dos semanas, hay que
vivir en fjermanente miseria. De manera distinta viven los turistas bolcheviques, empleando la noche de juerga en una catedral
de vino como Villa Rosa y paseando su displicencia por la tráeica Andalucía, en la q u e
es mucho más intelectual y mucho más cfig,io q u e Erenburg el campesino de FernánNuñez.
Con hombres como éste, (fquién no se rier-
te reconfortado? Yo he pedido presenciar
como un entusiasta llegaba a Tierra y Líber'
lad caminando nueve quilómetros para hacer
entrega de una suma como donativo de vanos camaradas. dándose el caso de que el
campesmo era anciano, carecía de la más insignificante moneda para locomoción y no
quería gastar en tranvía de lo que iba a
entregar ni invertir un sólo céntimo en giros
o comisiones.
Los que son radicalmente adversarios de la
política como de la autoridad y del capital,
esperan con asidua avidez las publicaaones
afines. Si bien la escasez de lectores es una
traba considerable — porque lo normal d e bería ser aauí tirar trescientos mil ejemplares — quedan siempre ¡srecedentes animosos
y optimistas.
La palabra sonora tiene muchos más partidarios q u e la palabra escrita. Es doloroso
comprobarlo, y mucho más doloroso tener que
¿tribuirlo a pereza, al hecho de que sea más
cómodo y espectacular oír q u e leer, y a q u e
se olvida que es más útil para el ideal y la
eficacia de la lucha un lector ganado q u e un
cotizante analfabeto que no puede ganarse
de ninguna manera.
SI este último sostiene publicaciones q u e
no puede leer, ¿P*'*' <l"^ " " aprende la cartilla más elemental? Tal vez no lo hace porque se cye llamar masa constantemente;
porque le dicen q u e ya será moldeado según
!a consigna de la covacha pública o del partido con escuela, que sólo es escuela de partido. El Estado es una institución de asalto.
A pesar de sus fracasos y de su falta d e
escrúpulos, hay quien declarándose enemigo
Luyo pwde escuelas o espera que las haga construir el ministro, cuando es preferible el eslado de analfabetismo agudo a la escuela oficial, aunque se instale en un fxalacio. Ya dijo
Guerra junqueiro a u e la escuela oficial sólo
producirá luz cuando se queme.
La escuela oficial nos dio seres incapaces de
leaccionar contra el mando, incapaces incluso del instinto de conservación que tienen los
animales. Soldados, cotizantes y electores han
malogrado siempre los intentos más rectos. El
recluta hace a la fuerza lo que le enseñan
porque él quiere, y al volver de la guerra
cansado de matar, es muy posible que cscri'
ba un L'.iro pacifista: el elector se desengaña
iimbién después de votar; el cotizante se
R
llama a engaño cuando precisamente al imponer su pasividad y al sostener la burocracía, tan vil si se llama revolucionaria como
SI se llama fascista, se engaña a sí mismo. El
que a sí mismo se engaña — recluta, elector
o cotizante — no tiene derecho a creerse víc
tima de los demás.
El principio de las publicaciones libertarias
fué relativamente fácil por la generosidad de
los que editaban las hojas volanderas y también por la resistencia a las persecuciones. Se
trataba generalmente de un grupo desinteresado o de una individualidad no destacada
por aclamación ni por sí misma sino proyectada, muchab veces de manera anónima, sobre el panorama de cerco por la necesidad de
una crítica continua, homogénea y eficiente.
Toda negación vital es cuestión previa ineludible para afirmar. La masa beocia, la muchedumbre de procesión, toros, carnaval y
elecciones, sólo vio en la crítica libre signo
negativo, adustez dialéctica y severidad. Estaba acostumbrada a las manotadas, al rataplam latinista, a los trenos judíos heredados
por el clérigo católico, al efectismo espectacular, al mcsianismo de quejido y r^ignación. Una doctrina que dignificaba sólo al
individuo capaz de dignificarse él mismo, tenía frente a ella a los incapaces de todo esfuerzo en favor de la propia estimación.
La tragedia inicial de las expresiones libres
consistió y consiste todavía en tener que parecer siempre quien las profiere un descontentadizo, como si se convirtiera en criticón
destemplado y lo fuera premeditadamente.
.Sin embargo, gracias a la expansión vehemente de las ideas contrarias a la autoridad
ha quedado probado que los primeros pacifistas integrales; los primeros amigos cíe la
fraternidad; los primeros convencidos de la
cooperación y del apoyo mutuo; los primeros enemigos del alcohol, de las fronteras y
de las toxinas; los primeros amigos de la
Naturaleza y los primeros entre los primeros
leales a la cultura son los anarquistas, aparte
de ser los únicos que aspiran a una convivencia sin autoridad y por ello combaten implacablemente la supeditación económica,
cultural o política; verdaderos revolucionarios son sin miras de albacea ni de heredero.
<rcycndo únicamente en la solvencia directa
cíe los hombres para manumitirse ellos mismos. Con los anarquistas están las mejores actividades en distintos sectores y en distintas
latitudes : todo lo no forzado, todo lo no apabullado, el ingenio, la sinceridad y el arte sin
falsilla.
Las caricaturas que producen y reproducen las publicaciones gráficas tienen un fon<lo característico de sinceridad en la crítica:
N
713
ayer se burlaban de la familia considerada
institución artificial o demostraban el engolamiento de un profesor; hoy subrayan el
cinismo de un banquero o la venalidad de
un político. En la crítica de costumbres, en
el hecho social menos controlado por el Estado, la caricatura es sangrienta dentro del
marco de jovialidad aparente del género. Expresa la verdad con desparpajo y generalmente contradice todo el resto de la publicación. He aquí una exótica muestra de sinceridad patente, una flor en el barrizal.
Los saínetes papulares tienen casi siemp>re
una burla contra la fuerza, el apetito autoritario y los humos o pretensiones de los ¡sersonajes infatuados. La seña Rita en «La Verbena de la Paloma» ¿no hace como la pastera Marcela una apología del amor libre?
Bl policía que aparece a última hora para intervenir en el alboroto haciéndolo crecer, llega
y dice: «Estoy enterado de todo, lo sé todo».
IJn segundo después pregunta: «¿Qué ha
pasado aquí?» ¡ Hermosa caricatura del polizonte ! Afirma saberlo todo y no sabe nada
de nada.
El teatro infantil de muñecos no riene obra
ni episodio sin usurero desorejado, gendarme
vencido o pedante descalabrado. Un sentimiento justiciero, sostiene enhiesta la fuerza
rebelde. Si la justicia oficial y los galones no
fueran en el teatro de polichinelas c^jeto de
rechifla, desaparecería ese género maravilloso
en el que los adultos pueden aprender tanto
como lo^ menores.
Los cantares del p»ueblo, como las réplicas
incisivas de algunos payasos inteligentes y
en general todas las manifestaciones no sometidas a la autoridad o a la coacción, guardan también un fondo de rebeldía vital y
una insurrección latente. El mundo vive por
el esfuerzo constante y perfeccionado, por el
anhelo de los que cada día crean y construyen, por los que nada deben a ningún gobierno. Los bolcheviques de cuchara que hay
en España creen seguramente que las espigas
esperan en territorio soviético un decreto para
crecer y que quienes las siegan viven por
decreto.
Un profesor de la Sorbona, Seignobos, ha
escrito un libro sobre el francés medio, estableciendo la conclusión de que a él se debe
el progreso del país y no a ninguna manifestación o iniciativa de los gobiernos. Por
francés medio entiende Seignobos todo hombre de actividad constructiva útil y coherente
ajeno a la urna electoral y al parasitismo económico. He aquí una coincidencia clara con
e' pensarftiento anarquista y con otro profesor : Gillc.
El alemán Nicolai en su «Biología de la
•14
guerra» descubre el vasto panorama del
mundo bélico y sin emplear cascote de exclamaciones hace más en favor de la paz que
c:en Congresos pacifistas. Todo entendimiento ávido de verdad y pacifista por instinto
halla en la obra de Nicolai una justificación
admirable que coincide con el pacifismo anarquista, al que da siempre beligerancia la ciencia pura.
Si la ciencia, el teatro popnilar y el infantil, como la caricatura sincera y la literatura
más solvente y directa — costumbnsmo de
Dickens, discurso sobre la edad dorada del
«Quijote», diatriba contra el usurero en «Eugenia Grandet» de Balzac, reportaje insuperado sobre la mala vida rusa en «Yama» de
Alejandro Kuprin, lo mejor de Mirbeau,
etcétera — coinciden con la pureza de los pensadores anarquistas y son como alcaloides de
obras maestras; si el arte ajeno a medallas,
privilegios y escuelas ha perdido categoría y
precio como valor comercial, siendo tan bella
una flor como un friso griego y mereciendo
tanto entusiasmo el brinco de una trucha
como el pañuelo estampado, la bicicleta o la
Venus de Milo; si Reclus llena los siglos y
los mundos con su obra sin par, madre de
millones de iniciativas, luz y corriente de
verdad y de armonía; si los Estados mismos
intentan seguir las iniciativas libres supwimiendopí herencia por el impuesto de transmisión y,otros que equivalen en una generación al io6 por aento de la riqueza acumulada,
aunque sólo*^ favorece a la burocracia; si la
expropiación se decreta forzosa por utilidad
pública f sin indemnización, al menos teóricamente; si el pacifismo de Ginebra es la
caricatura del pacifismo libertario, como el
divorcio la caricatura del amor libre y las reratas la caricatura del trabajo marinero; si
a pasión por la Naturaleza tiene referencias
tan permanentes en el sentimiento libertario;
si todo lo que no es coacción, en fin, se une
a la armonía latente de la vida y del trabajo,
e! exponente estricto de las convicciones de
ayuda mutua y libre acuetdo tuvo entronque directo con las manifestaciones afines
siempre que éstas carecieran también de estampilla. ¿Qué ¡dea puede tener mayor derecho a la consideración de los hombres, incluso a la consideración de los que no h profesan?
Las primeras publicaciones de signo libertario acumularon junto a la idea articubda
las experiencias del esfuerzo puro de los siglos, la filosofía sin yugo, las luchas sin caudillo, las conductas intachables, la afinidad
temperamental y el trabajo útil. Creyeron que
el interés no sobrepasa a la autoridad en la
Zarabanda de apetitos y que nadie como los
Í
N
señores feudales y los magnates de industria
practican la intecpretación materialista de la
Historia. Con socialistas y comunistas comparten feudales y magnates hoy aquel materialismo después de convertirse los marxistas en electores y los comunistas de fila en
ñervos, todos en reclutas de b burguesía o
del Estado propietano contra el interés de
los hombres no propietanos.
Si Marx discutió con Proudhon y con Bakunín, observemos hoy la bancarrota del fwetendido profeta prusiano junto a la supervivencia de Proudhon y Bakunín y a la cada
día mis bella fertilidad de Reclus. Marx,
mantecoso y engreído, con Engels de asis'
lente, es el profeta que no acierta ni una.
Proudhon, Bakunín y Reclus repwesentan tres
valores sin halo ptoíéúco. El socialismo político descompone los acontecimientos para
que se de la profecía. Es como el calenaario
zaragozano de la revolución, pero de la que
no se hace. Como si se tratara de una limonada divide las etapas de la economía hasta
la perseverancia y formula ima revolución fatal, diciendo como los vendedores de específicos : «agítese». Luego resulta que no se agita nadie y que de una revolución pacifista,
no marxista ni provocada por marxistas, salen varios sargentos que la aprovechan para
dejar de traba¡ar unos y seguir en la holganza otros como Lenín, imponiendo el látigo zarista con otro nombre. ¿Dónde está
la sucesión de etapas que formula el marxismo para todas las revoluciones, incluso para
la anrizarista que provocó la guerra y consumó el {nieblo ruso, sin que Lenín el teórico
hiciera nada mis que parlamentar con Kerendcy y apoderarse después de la revolución — no hecha por él — para deshacerla
y volver a la economía tarifada para los pro'
ductores, ilimiuda para los parásitos?
La disidenaa de Bakunín respecto a Marx
era un anticipo de op<»ición a lo que harían
después los marxistas galoneados. Bakunín
tuvo una visión acertada deUsargentismo marxisu sin creerse profeta. Marx se equivocó
en todo con su pedantería grasíenta. Los dogmas de Marx tienen hoy un recodo repleto de
mentiras p>robadas. inservibles. Su teoría de
la concentración industrial fracasa a la vez cjue
se generahza el transporte y la conducción
relativaraente fácil de comente. La etapa
bancaria, formulada como última agonía ael
capitalismo por Marx y hasta por cT sedicente anarquista Fierre Búnard, se desmiente en
América por el industrialismo de Ford y en
Europa por el hecho de que el crecimiento o
bancarrota de las finanzas está determinada
por la abundancia o escasez de mineral, algodón, petróleo, trigo, etc., no por la abundan-
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A
cía o escasez de ventanillas bancarias como
cree el sindicalismo marxista y el marxismo.
Anotemos como preliminar obligado que
las primeras publicaciones anarquistas se an'
ticiparon a establecer la pugna con el marxismo porque quería éste como las religiones
apasionar el porvenir, y como las religiones
establecía un purgatono •— la dictadura —
para merecer el cielo, que según Marx, n o
según todos los marxistas, está en la desapa'
nción del Estado. La dictadura es fascismo
siempre y los dictadores laisos sólo quieren
dictar ellos. Si hay que gobernar a los hombres ¿quién gobierna a los gobernantes? ¿ O
son éstos los únicos seres ungidos para no
equivocarse? Es curioso que después de más
de sesenta años de publicidad, toda la teoría
del mantecoso calumniador de Bakunín quede
reducida a sostener la falacia jesuítica y burguesa de que los hombres que gobiernan no
se equivocan y que en cambio los gobernados
se equivocan precisamente cuando no obede'
cen. El descubrimiento de esta verdad, el mazazo corttra el socialismo político, se debe a
aquellas admirables publicaciones anarquistas
que desde el principio de su expansión supieron unir la crítica pura a la conducta no
B
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C
715
menos pura y ver la vitalidad diferencial entre la burocracia y la competencia, entre la
coacción y la solidaridad, entre el socialismo
político y el socialismo integral, entre la economía del proletariado sometido y la posibilidad del hombre libre como tal y como productor.
Del tropel de marxistas pedantes que pululan ahora de acá para allá sólo destacará el
marxista desconocido como lector de «El Capital». Hoy, Labriola y otros economistas fascistas se declaran discípulos de Marx. Va a
resultar que el marxismo tendrá en breve una
escuela de intérpretes fascistas y una masa
de electores a las órdeaies de la diplomacia,
bolchevique para movilizarse siguiendo las
pautas exactas — véase lo que ocurre en
Oriente — que seguía el zarismo. Los catecú-'
menos y los energúmenos podrán igualarlo,
pero las publicaciones anarquistas iniciales, sin
literatura y sin melaza, ya calificaron el mar- •
xismo como se califica otra carroña imperialista cualquiera. Esta es la primera enseñanza
de la bibliografía libertaria confirmada por la
realidad al embrutecerse el marxismo con el
poder.
.
.
.
F E L I P E ALÁIZ
ALGUNOS DE LOS COMPAÑEROS Y COMPAÑERITAS QUE COMPONEN EL ATENEO
LIBERTARIO DE ALCALÁ DE GUADAIRA {SEVILLA)
El marcado con una X es el enmarada corresponsal de la Prensa obrera. Foto sacada en el espacioso patio del local donde tienen su domicilio el Ateneo y el Sindicato Único de Oficios y
Profesiones Varias de dicho simpático pueblo.
7i6
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La s o t a n a y la ckaq[ueta
Han Ryner se enfrentó frecuentemente en los
clubs, en las tribunas llamadas olibres», con oradores de distintas opiniones filosóficas, religiosas o
sociales, y fue requerido en otras ocasiones para
presidir torneos oratorios. La evocación de tantos
debates quedará ahora condensada en un amable
libro del autor de Piré DtOgéne y titulado, con
una punta de ironía. La soulane et le veston.
Tiene la obra estructura de novela y es muy posible que se haya visto obligado Han Ryner a forrar la
nota en algunos parajes, ideando una trama amorosa para mantener despierta la atención del lector
en lugar de desvanecerla con un grave rcporuje o
bien aderezando una reseña estricta de las polémicas,
susceptible de producir mis o menos fatiga.
No sé si cabe elogiar a Han Ryner por haberse
decidido a usar la narración novelada; merece píácemes en todo caso el Sócrates de París por darnos
un nuevo libro. Es siempre placentero conocer una
producción de Han Ryner, príncipe de las narraciones filosóficas. En ¡os recodos nos espera siempre la sorpresa que se convierte en vivero de irom'a sonriente...
En unas doscientas páginas describe Han Ryner
las experiencias propias y las captadas en la tribuna, ya sea popular o «aristocrática», añadiendo
reflexiones empapadas de discreción y sensatez.
Abramos el libro: Sala de Societés Savantes. Dice
el autor: «La multitud se impacienta, hacinada y
expectante. Va a medirse el abate M. Joseph de
Sourdouland con el camarada Lucien Troussillet discutiendo un tema que tantas veces fué objeto de
controversia y a pesar de ello congrega voluminoso
auditorio: ¿Existe Dios?»
La exposición de! abate es, según Han Ryner,
«banal como desfile de seminaristas por un pasco
de pueblo grande, aunque el acento del orador tiene
cierto atractivo hasta cuando se expresa con osadía, cuando desafía, desprecia o habla desde la cima
del desdén».
Descrito el clérigo con maestría que no deja de
tener sarcasmo, y calificada su elocuencia de «belleza dogmática», bosqueja Han Ryner el retrato del
antagonista; retrato irónico y grato por cierto; descubre en el contradictor el dogmatismo, la injuria
agria y despreciativa en la argumentación, más contut>dente que persuasiva y más incisiva que convincente.
N o detallaré los argumentos de la polémica, las
tesis en oposición. Detengámonos en las conclusiones que se ve obligado o deducir Han Ryner para
satisfacer al auditorio que las reclama con imperio
y súplica a la vez. El autor de Cinquiime Evangile
habla en el sentido de no pretender conclusiones. El
51 y el no le parecen ingenuamente próximos. Escri-
bió Montaigne: "ni como esto, ni como aquello, ni
de otra manera». Han Ryner se inspira en Montaigne y no acepta una afirmación que estima desnivelada para el estable equilibrio de su individualidad, evocando a Renán para decir: «Lejos de la
ligera negación y de la grave responsabilidad afirmativa libertó Renán su juicio hasta la gracia de b
duda y de! ensueño matizado...»
juego multicolor que asombra y admira al auditorio, acostumbrado a aprobar en bloque o a ser zarandeado. Aprovechó dignamente Han Ryner el momento propicio para explicar el mito del valle profundo con objeto de que todos, unos y otros, se
identifiquen contemplando las figuras descritas.
Que el matrimonio Troussillet no viva en paz,
nada tiene de particular. Es cosa frecuente una desavenencia conyugal como la cié los esposos Troussillet y no ha de distraernos en exceso. Han Ryner
describe la bella compañera del propagandista Troussillet y pinta luego La fisonomía del abate, agregado a una parroquia como subalterno. Lleva una vida
precaria y la acepta como fiel servidor de la divinidad, mientras se indigna contemplando el lujo del
párroco. El propagandista Troussillet se reveló un
buen día orador mientras se consumía haciendo sumas y balances en un escritorio.
La controversia, organizada por L'ldée Libre y
su director, A. Lorulot, se tomó taquigráficamente,
editándose después. Troussillet resplandece de gozo
junto a la pequeña Suzy, que no toma las cosas
con tanto calor. Discuten los esposos el mérito del
abate, trabando otra controversia, mientras comparece el clérigo ante el arzobispo para explicar su
celo apostólico y se le premia con una reprimenda
almibarada, por de^ar en labios del «abogado del
diablo» et último turno. Aunque las palabras se las
lleva e! viento, no cabe permitir que se publique
un folleto sin autorizaaón del arzobispo.
Amaina el temporal casero de los esf)osos Troussillet. El club Fructidor organiza una controversia
sobre «El verdadero [esús». No puede negarse Troussillet a intervenir en ella. Suzy le obliga cuando
precisamente acaba de renunciar él a discutir creyendo complacer con la inhibición a la pequeña
Suzy. El abate se compromete a hablar, después de
pensarlo mucho, con objeto de difundir la palabn
No precisa insistir mucho sobre la atmósfera moral del a n o . «Audüorio superior apenas a un púbfico americano, y que cuando se trata de u i u controversia quiere presenciar asaltos violentos...» Que
rtxaerde el lector las obras de Barbusse sobre Jesús,
las mismas de Han Ryner, los estudios de Proudhon,
de Renán, de Drews, de Goguel, y en fin, el Myvlere de ]csus, de Couchoud, y Le Dieu jésus, de
E. Dujardin.
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La manera que tiene Han Ryner de situar a los
oradores, como las reflexiones que atribuye al pii'
blico, tienen una veracidad incontestable y están
expresadas en tono medio sarcástico y medio irónico que no deja de agradar. ¡Con qué palabras
subraya el discurso, un alboroto que crispa los nervios, el parlamento de Troussillet, desenterrando
textos antiguos de Plinio el Joven, Suetonio y Tácito para nreunir en fajo triunfal y burlesco las innumerables pruebas de la inexistencia de Jesús». El
abate, con sosegada elocuencia y ligereza dominadora o tiránica gracia, encanta al auditorio, sobre
el que cae un discurso vacuo, concluyendo el abate
por «elevarse hacia Jesús mediante una especie de
plegaria linca, de unción penetrante y brillo literario». ¿A qué seguir? Es preferible consignar los razonamientos de Souzy contestando a Troussillet:
«... Idioteces... En el Evangelio hay muchos ataques
contra los clérigos y también muchos con,sejos que
los propios clérigos .se guardan de seguir. Si los librepensadores no fueran todos unos perfectos idiotas I con qué solicitud conservarían la figura de
Cristo, el más potente enemigo de los clérigos 1 »
Suzy se enamora del abate. No es un episodio muy corriente pero tampoco nuevo. Han Ryner lleva las cosas un poco lejos, si los escritos
de Guinebert, Couchoud y Goguel no convencieron
por completo al abate, quien se interesa por la
compañera de su adversario y precisamente tras una
controversia sobre amor libre y matrimonio cristiano.
El abate .se ha convertido en confesor de Suzy,
habiéndose iniciado el idilio a la sombra de la confesión. Surgen reproches en los labios de la pecadora arrepentida, pero por fin todo .se arregla. El
clérigo, prcnd,ado de la compañera de Troussillet,
habla confidencialmente con su confesor y amigo,
el abate Lelievre, quien tranquiliza al otro sobre la
pequenez del pecado y le convida a comer, recordando tal vez la frase de los españoles del siglo XVII :
"Hágame la merced de quedarse a hacer penitencia
conmigo.»
La penitencia es copiosa, y al dar las doce oen
el austero reloj de mármol negro coronado por una
virgen», s¡éntan.se los dos tonsurados ante una mesa
bien provista, sucediéndose aperitivos y plato.s suculentos rociados al final con licor de los benedictinos.
El genio culinario de la cocinera y el vino añejo
de la bodega de Lelievre hacen perder la cabeza al
abale enamorado que no tarda en transitar por
las viñas del Señor con café y licores, buenos conductores de la conver.sación.
El abate enamorado se apartaba de minuto en
minuto de su compañero para congraciarse con la
casta Susana, con Suzy. Ésta se había separado del
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propagandista Troussillet ofreciéndose al clérigo nada
menos que como cocinera. ¡Trance delicado! ¿Qué
hubiera hecho el lector, en caso de vestit traje talar
y llamarse Sourdoulaud? Cuelga éste la sotana, como
hombre galante y denodado, para seguir el camino
de la libertad. Un pariente del abate está a punto de morirse y quiere ser asistido por un Sourdoulaud seglar. Razón de más para conservar el ropaje laico.
Que el propagandista Troussillet dudando de su
lógica impotente y pretenciosa halle al clérigo convertido en .seglar cuando va precisamente buscando
auxilio de confesión en el recién convertido, llega
al límite de la irrisión. EJ ex clérigo Sourdoulaud
se casa' con Suzy, y para gloria de Dios todo se
arregla a las mil maravillas. El ex propagandista librepensador se pone la sotana mientras el abate se
la' quita. ¿Qué ha querido decirnos Han Ryner?
¿Qué clave encierra su maliciosa filosofía? Le veo
con gesto burlón escribiendo, pensando en la sonrisa que su.scitarán sus palabras. «Aligerados de su
gravedad afirmativa, se convertían los dogmas arbitrarios, dice Psicodoro, en valores más prestigiosos entre ráfagas de sonrisas y música.»
Me acuerdo del autor de Contre ks dogmes y
me regocijo con él al cerrar La souiane et le vestxin
evocando la silueta del buen Sócrates viejo del
«quai des Celestins». Pienso y escribo, pues ; «Conócete a ti mismo.»
'
LOS PUEBLOS
"
HEAI DAY
QUE VIVEN
LIBERTARIO
EL
COMUNISMO
En Vílviestre del Pinar, como en Covaleda, en Sa»
Leonardo, en Netkt y en Quintanar, se trahaja en
común en todas las actividades. He aquí una serréría de VilviesLre, sin patrón, sm encargados, en ifl
cual \os obreros se reparten la faena, para repartir'
se, luego, los beiieficios del trabajo.
7i8
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La mujer ante la vida y la Historia
El problema palpitante de todas las éfxxas
es el de saber la función que desemjjeña la
mujer en la vida de las sociedades a través de
todas las etapas históricas.
Se ha considerado siempre que la gran madre de la humanidad debía ser colocada dentro de un cofre marfileño para qtie los pnieblos la miraran como a una virgen vestal, dc'
fxjsitaria obligada de todas las virtudes y le
confiaran la lámpara sagrada como símbolo
de la eterna pureza y de la eterna bondad,
Jara que los hombres le entregaran su aboengo como prenda preciosa en manos vir'
ginales. ,
.
,
,
Y la hermosa cnatura humana, engendradora de todas las humanas criaturas, se ha
hecho digna de tan elevada misión, y ha sido,
fx* los siglos de los siglos, la encamación vi'
viente del espíritu de sacrificio, de humildad
de grandeza, y la portadora de la paz y de
a ventura.
Y aquí haré resaltar 'a la mujer heroica de
todos los tiempos, a la mujer exquisitamente
elevada sin hacer distinciones de ideales; hablaré de la mujer espiritualmente exaltada
para el ^sacrificio, como de la de nuestra épo'
ca que sin ser aguijoneada por la vida del espíritu y del más allá, se sublimiza por un ideal
terrenal y materialista con contamos lumin(>
sos de ética espiritual. Espero de la tolerancia
de los lectores, que no se desvíe el sentido
de la equidad para juzgar los sacrificios que
ha sido capaz de soportar la mujer en todos
los órdenes de la vida, y para todos aquellos
postulados que llevaban en sus reconditeces los
sanos sentimientos de una perfección moral.
Y aquí va la larga lista que se haría intermi'
nable si a nosotros se nos antojara no cerrar
el libro de la historia después de una prolija
glosa.
• • •
Es la buena y lánguida María, de la tribu de
los Esenios, la que envuelve en el sudario de
la muerte a su nijo espiritual que baja de la
cruz después que el alma volara hacia su pa'
dre eterno y celestial, esa alma consagrada a
la vida interia-, completamente desconocida
por aquel mundo pagano.
E%'Ja Magdalena arrepentida, la que sigue
entre espinas y zarzas al hijo de Dios úiüco
en I? tierra venido pora redimir a los humanos, dedicados a la sazón al más repugnante
epicureismo.
Es la alegre Samaritana la que en un ful'
gido relámpago intuye el pensamiento divini-
I
í
zzdo del hijo de Galilea, y corre hacia su distraída gente para anunciarle la llegada del
hombre nuevo, del Mesías esperado. Corre,
llevando en sus ojos la luz de una nueva aurora, y en su corazón la inflamación de un nuevo
amor.
Es la noble enfermera, cubierta con el manto de la piedad, la que consuela a los sufrientes " les hace sentir a sus oídos, macerados
por la congoja de la muerte, las palabras
evangélicas de la Mater dolorosa, simbolizada
en la buena María de los Esenios, madre espiritual del Dios-Hombre que encama la perfección humana, guía dolorosa de la cansada
humanidad.
Es la que da la palabra primera, los prístinos besos cálidos a la criatura que nace a la
vida, aliviada f)or la voz sonora y armoniosa
de su creadora, dulcificada por los cálidos
amplejos de su íntima cuidadora.
Es la omnipotente madre del hombre, la
amable pobbdora del hogar, el alma exquisita de la vida, el símbolo de la alegría universal y de la belleza eterna.
Es la inspiradora y la musa de los poetas,
de los filósofos y de los pensadores.
Es la angelical Beatriz del divino Dante;
C3 la Laura del torturado Petrarca; es la virtuosa Carlota que enloquece y mata al Werther del inmortal Goethe. Es la elección divina
de John Ruskin que pospone su creencia en
Dios al amor de Rosita, de la niña {«edilecta,
ofreciéndole una corona de olivos silvestres.
Es el Sol que alumbra a la humanidad toda.
Es la Estrella fulgurante en la noche eterna.
Es b virtud encamada en su alma dc esfinge por la exuberancia de la fecunda selva de
las soledades infinitas.
Es el heroísmo de una Juana dc Arco y la
mansedumbre de una santa Rosa de Lima.
El amor heroico de una Aniu Garibaldi y
el sacrificio sublime de Mis Cawell.
El ardor poético de Ada Ncg;ri y la muerte
voluimiosa dc Delmira Agustini.
Es Madama Roland, que sube al patíbulo
vestida de blanco con sus cabellos negros tendidos hasta las rodillas y que ante im compañero de suplicio, un anciaiio lloroso, pide al
veidugo el favor de ejecutarlo jMnmero que
ella, porque «si viera correr su sangre, sufriría
dos veces la muerte, queriendo así evitar el
horrible espectáculo de ver rodar su cabeza».
y su noble biógrafo, nuestra excelsa compañera de ideales, la insigne escritcM^ hispana
Soledad Gxistavo, al referirse a su martirio
R
exclama: «| Ah! En vano los detractores de
la inteligencia de la mujer pretenderán encon'
trar en el organismo nuestro, voliciones superficiales que entraña un temperamento débil,
apocado y, por consiguiente, ajeno a profundizaciones cerebrales. La sola figura de Madama
Roland bastará para justificar las aspiraciones
de la mujer moderna si otras justificaciones no
tuviera.» El ejemplo de esta heroica girondina,
fué imitado por toda ima pléyade de revO'
lucionanas de su época y de las épocas posteriores a la gran jornada comenzada en 1789.
Es Paulina Rollan, revolucionaria de 1848
y madre de tres tiernos niños, la que inspira a mi excelso astro poético, Víctor Hugo,
el sigTjiente verso que suena cual bronce reivindicador a los oídos del mundo, y que yo
traduzco pedestremente:
•<Un día uno de los carceleros dijo a la pobre madre
En el charco de fango de la celda sofocante:
¿Quiere usted ser libre y volver a ver a sus hijos?
Pida gracia al Príncipe. — Y esta mujer fuerte
Dijo: Yo los volveré a ver cuando estaré muerta.»
Es Sofía Perovskaia, la joven revolucionaria de la Santa Rusia de los Zares, la que
perece en el cadalso para la salvación de su
pueblo. «Sofía Perowskaia como vengadora
tea pasó por las regiones desoladas de Rusia,
y llevada a la horca, enroscó, con la serenidad de los mártires, su cabecita blonda en la
feral cuerda j sus ojos azules suavemente tocaron el horizonte infinito y grande, y su
alma voló por las regiones del mundo sufriente y pensante. Sofía Perovskaia tenía
cubierta bu cabecita dorada por la caperuza de
la muerte; sus manos, las blancas manos, acariciadoras y febricientes, estaban aherrojadas,
oprimidas por las cuerdas del presidio; su yesta gris la cubría un denso velo negro; la
vista fija y sonriente, sonreía a sus hermanos
en la muerte, sonreía y daba coraje a los que
padecían ante el dolor de la desaparición eterna. [Soberbia virgen I ¡Que los siglos te
sean livianos, que tu recuerdo sea la salud
de los pueblos libres!» (i).
Es la virgen roja, Luisa Michel, la oue desafía a los reaccionarios de Francia, después
de Sedán, y conduce al pueblo parisino a la
proclamación de la Comima. Prisionera, después del desastre, al enfrentarse con el feroz
GaUiffet, en el momento de ser conducida
con los soldados de la Comuna en fila de
prisioneros y al dirigirle éste sus aullidos de
tigre: «j Parisienses: Yo soy Galliffet!», como para aterrorizar a los encadenados; se
cuadra tranquilamente ante el terrible fusilero y con una ironía espartana le contesta:
(I) Santiago Lócaselo: «Apunte» cronológicos
sobre la Revolución Rusa» (Buenos Aires, 1919).
N
719
oYo soy Lindoro, pastor de este rebaño».
Ante el consejo de guerra dijo: «Yo no quiero defenderme, ni quiero ser defendida; he
hecho todo aquello que he podido para hacer triunfar la Revolución comunal y ahora
si vosotros no sois cobardes, fusiladme, porque los corazones que palpitan por la libertnd no merecen otra cosa que plomo. Yo también quiero mi parte». Los reaccionarios de
Francia, a pesar de la implacable represión de
los trágicos días de mayo de 1871, respetaron la grandeza de alma de la rebelde mujer
que haoía ofrendado su preciosa vida para
colaborar eficazmente en la edificación de un
mundo nuevo que debía surgir de las llamas
de la Comuna.
Es en la tragedia de Chicago, el horrible
martirio de los propagandistas obreros de
Chicago, en donde aparece el alma grande
de la mujer. Es la señorita Nina Van Zandt,
joven rica americana, la que al tener conocimiento del proceso y al asistir a sus sesiones,
vio en los acusados a seres inteligentes, bondadosos, simpáticos, y guiada por su espíritu
de justicia, resolvió abrazar las mismas ideas
y colocarse en el mismo sitio de los procesados por un delito que no habían podido cometer. «Mis simpatías por los acusados, dice
en el prefacio del libro AutohiogrAfía de
Sities, hizo germinar en mi corazón un principio de amor por míster Spiés, y poco después sentía por él una inmensa pasión.» Esa
pasión la llevó hasta a decidirla a casarse con
el procesado, unión no empujada por el ardor de la carne, sino por los impulsos generosos del corazón. «Mis padres, continúa diciendo, no se opusieron a mi casamiento...
pero una cuadrilla de periodistas, valientes
bandidos, se enfurecieron y me insultaron. Si
yo fuera una niña pobre y extranjera, no
nubieran dicho una palabra; pero soy una
joven americana que na seguido los impulsos
de su corazón. Yo prefiero l a censura de una
sociedad moral que no puede comprender un
verdadero amor duplicado por la mancomunidad de ideas y por la desgracia. En cambio me enorgullezco de mis nuevos amigos,
que son personas capaces de apreciar un
amor puro y desinteresado.» ¡Cuánta belleza
íntima encierran estas palabras! ¡Que romance delicado podría escribirse ante la inmolación de esta niña que surge a la vida
para el sacrificio y la lucha...! Su gesto fué
grande y su acto produjo la sensación de algo
como extraña transformación del mundo por
arte mágico de un nuevo sentido humano
hasta el momento mantenido oculto por voluntad ide madre naturaleza.
Y en esa misma tragedia la esposa de otro
de los acusados, la esposa de Parsons, supo
N
R
colocar sobre la memoria de su generoso conserte la giiirnalda imperecedera que la forrnan las siguientes palabras: «Si de mi depende que Alberto pida p>erdón, que lo ahorquen». Y la madre de Lingg dirigió a su hijo
antes de la muerte la siguiente esquela: «Yo
también, como sabes, he luchado duramente
para tener pan para ti, para tu hermana y
para mi misma, y es tan cierto como ahora
existo, que después de tu muerte estaré orgullosa de ti, como lo he estado durante toda
tu vida. Declaro que si yo fuese hombre, hubiese hecho lo mismo que tú». Y una tía del
mismo mártir, le decía: «Suceda lo que quiera, aunque sea lo más malo, no te muestres
débil ante esos miserables». La tragedia de
Chicago tuvo sus Marías, sus Magdalenas y
suí Samantanas. pero ellas fueron, por imposición ideológica humana, más grandes que
las de Cristo, porque el credo de los Mártires de Chicago lleva en sí un altruismo absoluto sin recompensa en otra vida que la que
aquí se vive, y sin otra mira que la de la
perfección de los que quedan.
Es la baronesa austríaca Berta de Suttner
la que escribe el libro más vahente ciue se
haya escrito en las postnmerías del siglo pasado: ¡Abajo las armas\ Es la traducción
del libro de Suttner la que conduce a la mujer
del pueblo español a declarar guerra a la guerra y a impedir que marchen los ejércitos para
el combate en las áridas llanuras de las regiones marroquinas.
Es la mujer española la que con un gesto
heroico detiene la marcha de los trenes cubriendo con sus cuerpos las vías d e la línea
férrea. Su cuerpo puede ser triturado por el
engranaje de las ruedas d e la máquina empujada por el vap>or, pero la máquina se detiene y no anda ya, el maquinista no mata
a su madre, la mujer del pueblo español es la
madre del pueblo, el maquinista es parte integrante del pueblo.
Es la hermosa Soledad Villafranca, amante
de Francisco Ferrer, la que desafía la moral
de la época y se ime libremente al hombre
llamado a marcar huellas imperecederas en la
historia del humano martirologio.
Es Laura Marx la que sigue al sepulcro a
su compañero Pablo Lafargue el que convencido de la inutilidad de vivir en la vejez de
su vida y n o queriendo ser una carga pesada
para sí mismo ni para los otros se aplica tranquilamente una inyección hipodérmica de ácido prúsico. Laura Marx, hija de Carlos Marx,
no ppdo sobrevivir a su esposo y sacrificó su
vida en holocausto d e su amor. Amor que
no era puramente sentimental y sexual, sino
intelectual e ideológico.
Es Flor de Oro, la reina india, la generosa
Anacaona, del tiempo de la Conquista d e
América, la que sufre la horca con la dulce
sensación del nirvana ante la cruel actitud y
cobardía del miserable Ovando.
Es la Sacerdotisa Inca, la que recita su sermón ante las mudas paredes del templo de
sus dioses : « ¡ Oh, paredes silenciosas; oh,
muros sagrados; oh, templo de Pachamac;
oh, sacerdotes del astro fulgente; reunid todas vuestras energías, haced que todo vibre
ixjtencialmente sobre esta tierra fecundada
|x>r la sangre generosa del Inca, dad al pueblo el valor que impone el momento solemne, inoculad en su alma, la fe, la audacia para
la coronación del triunfo sobre el implacable
enemigo. Preparaos todos para la decisiva batalla. Salvad el imperio, salvad a Atahuelpa
nuestro padre y señor!» Y orando al S o l :
' ¡ Oh, padre inmortal, proteja tu esplendor
la suerte de tu hijo, el Inca encerrado en el
castillo maldito de los malditos invasores! Yo
te inmolaré mi vida y la vida de todos tus
predilectos hijos, ilumina al pueblo, ilumina a
los sacerdotes, ilumínanos a todos, oh padre
Sol», (j)
Es la India de Talca, b que con peligro de
fii vida atraviesa el campamento enemigo y
corre a dar aviso al general San Martín de la
sorpresa que le preparaba el general Osorio
en Cancha Rayada, haciendo así menos jjeligroso el desastre de esa noche fatídica. Es esa
inisma heroína americana que nosotros recordamos en un drama trágico, y que representa
en la escena sangrienta de nuestra epopeya
revolucionaria a las más grandes heroínas d e
la historia, la que siguiendo al ejército libertador y al aproximarse su última hora d e
vida, implora el cumplimiento de su última
voluntad y dice a su confidente: «Cuando
usted, junto con el ejército, entre en Talca,
corra a ver a mis hijos, béselos por m í ; al
regimtarles ellos por la madre, dígales q u e
e emprendido un largo viaje, que estaré de
• uelta después que ellos sean grandes y tengan hi)os... hijos hndos como son ellos hoy...
y que tengan una madre que los cuide, que
los quiera, que los beáe... yo estaré de vuelta
entonces, cuando ese pedazo de tierra sea la
tierra libre de los hijos de America...» (2). Es
h. heroína anónima de las batallas d e la Libertad. Es b hija de Bogotá, Policarpa Salabarrieta, denominada "La Pola», inmortalizada por la historia con la corona del martirio. Escuchad a M i t r e : «Era una joven bella
de 25 años de edad, de ojos azules y caTsellos
E
( I ) Santiago Lócaselo: 'Jalpa... Tragedia incaica.
Manuscnlo (1913).
(2) Santiago Locascio: «La Mujer del Godo»,
Tragedia Épica (Buenos Aires, 1922).
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rubios, dotada de una imaginación poética y
corazón sensible, en quien las blancias virtU'
des de su sexo se hermanaban con la forta'
ieza de su alma varonil. Indujo a su amante,
Alejo Savarain, oficial del ejército República'
no, que había sido destinado a servir como
soldado en las tropas realistas, a desertar de
las banderas del rey para llevar comunicacio'
nes para los guerrilleros de Casanare. Sor'
prendido Savarain en su fuga y vendida «La
P'ola» por los papeles de que era portadora,
la joven fué reducida a prisión y sometida a
un consejo de guerra. Condenada a muerte,
oyó su sentencia con serenidad. Puesta en
capilla, un fraile, enviado por el virrey Simano, le ofreció el perdón si confesaba quiénes le habían proporcionado los papeles reveladores de los estados de fuerza de los i-ea>
listas. Ella no confesó. Marchó al suplicio con
paso firme, encadenada con su amante (i).
Es Manuelita, que el poeta Mármol inmorlaliza, la niña mimada del tirano Rosas, la
que alegra el li'igubre hogar del siniestro per'
sonaje, y la que seca algunas lágrimas de las
(i) Bartolomé Mitre: nHisloria del General San
Martín».
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721
que tantas hacía derramar el alma de su perverso padre.
Y cierro el libro de la historia para volar
con el pensamiento a las regiones de la infinita perfección encarnada en la buena madre de los hombres, no de los hombres que
sólo miran a la mujer como una posesión necesaría, sea para objeto de lujo, o simplemen'
te como ama de nuestra doméstica mansión;
y sí de los hombres quijotes que en su e x '
traña locura, más extraña que la locura de
los cuetxios, se forjan sus dukíneas, adornando así sus ensueños fantasiosos con la áureola del amor, libres de todo contagio dominador y de perversa posesión.
Las dulcineas de los modernos Quijotes serán las mujeres de u n mañana grandioso, y
sobre la tierra en lugar de miserables ventas,
surgirán jardines dionisíacos y mansiones de
encanto. Las dulcineas serán Hadas de buenaventura, y los Quijotes nobles caballeros de
un ideal superior al de desfacer entuertos, por
haberse trocado los entuertos en hombres y
Ids rústicas venteras en madres amantes cariñosas de los hoinlbres.
SANTIAGO LOCASCIO
LOS PUEBLOS QUE VIVEN EL COMUNISMO LIBERTARIO
De WM manera silenciosa, lenta y paulatina, se va proclamando el conmmsmo Ubertario en los
pueblos agrarios españoles. La misma Prensa burguesa, asombrada, no puede hacer más que
constatar el hecho, comentando con admiración la espontaneidad de este movimiento. He aquí
los leñadores de Qmntanar de la Sierra, pueblectto de la Sierra de Urbtón, en el corazón de
Castilla, que trabajan en común, repartiéndose los bencjicios por igual y consumiendo común.mente del acervo colectivo. ¡Escena tranquila y bucólica] Los bueyes pacen, mientras los /lombres cortan los árboles en el corazón del bosque. «Aquí no hay pobres m ricos — declara un
campesino —. Ni cuestión .social, «j obreros paradas. Aquí se reparten por igual los productos
y todos, trabajando, vivimos tranquilos y jeltces.»
UN
HERMOSO
HJEMPLO DE SOLIDARIDAD
PROLETARIA
Grupo de conjunto de los campesinos de Algtiaire, que han tomado sobre sí la responsabilidad gustosa de cuidar las tierriis
de sus compañeros, presos en ¡a cárcel de Lérida a consecuencia del último motmmento comunista libertario del 8 de enero.
Fotografía tomada en las tierras de sus hermanos, durante un alto en la jornada, con los útiles de trabajo y las bestias que
les ayudan en su labor solidaria. Otro jalón de este movimiento caynpesino, honor, gloria y espcran;^a de la cei'olíícióii social
en España.
R
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723
La educación actual en Alemania
A fin de exponer a la vista española la educación actual de la juventud en Alemania, es
preciso explicar el modo de educación ante
rior. En Alemania, y no sólo en Prusia, sino
en toda Germania y también en Austria, el
ideal de la educación de los jóvenes varones
fué la instrucción militar. Walther Rathenau,
el ministro asesinado alemán, escribió después
de la guerra a un leader demócrata, que en su
juventud no conoció otro designio que ser
oficial militar o al menos oficial de reserva.
La educación femenina no tuvo otro ideal
que formar compañeras y juguetes para los
oficiales y madres de héroes u otros oficiales.
Mientras que los muchachos de los colegios y
también cíe las escuelas normales, estudiaban
una multitud, una barbaridad de ciencias, algunas necesarias y otras sobradas, de entendimientos y ccMiocimientos superfluos e inaplicables, nunca olvidaron las habilidades militares, de sostenerse tiesos, de tener las manos
en los costurones del jpantalón, de marchar
con las rodillas yertas, cíe saludar con la mano
tiesa levantada a la altura de la sien, de juntar los tacones de un golpe, y de hacerlo
todo uniformadamentc, de forma que todos
fueran lo más parecidos posible a los otros,
no solamente en su exterior y conducta, sino
también en su interior, su pensamiento, su
alma, sus sentimientos. Un profesor de colegio
de este tiempo, hombre muy inteligente, de
espíritu libertario e independiente, <njo: «En
los colegios y escuelas de hoy tenemos que
formar aiadnláteros de muchachos».
Es verdad. Era el ideal de las escuelas anteriores el formar cuadriláteros humanos con los
muchachos y jovencitos confiados a su educación.
La educación de las muchachas no pareció
de tanta importancia. Se les antojó mejor a
los padres, como a los tutores, que las muchachas no aprendieran demasiado, no tuviesen
el espíritu en exceso desarrollado. No agradó
ni a los padres ni a las madres, que las hijas
aprendieran a pensar con independencia. \ Que
la mujer esté sumisa al hombre, al esposo, al
padre, al hermano I La mujer no tenía derecho
de juzgar por sí misma, de elegir por sí misma, a ser un ser humano. El escritor holandés
Multatuli, Un satírico formidable, escribió en
sus Cartas de Amor: «El chacal vive por los
despojos del león; ¿vive la mujer también
por los despojos del hombre?» No dieron
contestación a esta pregunta los tutores de
aquellos tiempos — fue una pregunta poco
agradable y conveniente para eflos—pero nos-
otros, juzgando hoy, tenemos que contestar
con un «Sí» muy claro.
La guerra mundial hizo un gran cambio
en todos estos aspectos. La educación heroica,
si se nos permite designarla con esta palabra,
tuvo su realización y al mismo tiempo su
anulación. Se mostró la debilidad del heroísmo. La guerra también dio una posición totalmente distinta a la mujer. En Alemania, y
también en los otros países guerreantes, las
mujeres tuvieron la gran culpa de hacer posible esta terrible guerra mundial por sus
trabajos auxiliares. La lucha femenina por los
derechos humanos, las dio, durante la guerra,
el terrible derecho de hacer todos los trabajos
varoniles, que los hombres, soldados, separados de su país, de su obra cotidiana, de su
vida natural, no pudieron realizar. Esta mujer, que tuvo que hacer todo el trabajo varonil, ya no estuvo dispuesta a contentarse con
el papel de la compañera y madre de héroes,
de satisfacerse con los «despojos del hombre».
Tenemos desde la guerra mundial una nueva
mujer en Alemania independiente, con conciencia propia y activa.
¿Y los hombres? ¿Son los hombres nuevos
y han cambiado también? ¡Si, y no! Han
cambiado, ciertamente, han cambiado de mucho. Tienen hoy un desprecio para las ciencias,
para la inteligencia, para las fuerzas mentales,
que es nuevo y asombroso en el pueblo alemán, que quiso llamarse, especialmente durante la guerra mundial, el pueblo de los poetas
y pensadores. Tienen ahora estima y admiraaón hacia fuerzas semicorpóreas, para un
ideal caballeresco de Edad media sin educación espiritual y mental, pero sí con educaci*ki
física, y con un ideal corpóreo germano, de
estatura alta, de pelo rubio y de ojc» azules,
de piel blanca y clara y movimientos fuertes
y dominados.
La educación mental no ha de ser más que
una educación a la obediencia absoluta para
con el guía, el héroe, que tiene que reemplazar
todo pensamiento independiente y personal.
A fin de alcanzar este ideal, es preciso eliminar todo ensayo de educación de la personalidad. Solamente son aceptadas las personalidades de 1<» guías, que ocupan el sitio de los
héroes antiguos, de los señores feudales de la
Edad media. Los del séquito no necesitan y
no osan tener una personalidad independiente.
Su inÍQativa limítase a las acciones corpóreas,
a las demostraciones de obediencia y a las luchas con los adversarios. Adversarios son todos, los que de cuerpo o de espíritu, no perte-
N
724
necen a este ideal, que no tengan esta obediencia, este extenor corpóreo, este desprecio
hacia toda independencia.
Por esta razón han de cambiar los métodos
de instrucción, de educación. Después de la
guerra, en esta «república impenal» de Alemania existían algunos profesores y catedráticos, que no tuvieron este ideal «cuadrilátero»
de antes de la guerra, que no temieron a discípulos un poco triangulares, que tuvieron un
ideal de educación libre, algo semejante al
ideal educador de Ferrer. Se abrieron escuela» y colegios libres, ajenos a la instrucción
religiosa. Los padres y también los discípulos
de cierta edacl pudieron separarse de la instrucción religiosa, tuvieron derecho de elección en este respecto. Existía una aspiración de
espíritu moderno, de acción libertaria, en estas escuelas, recientemente fundadas y abiertas
en Alemania.
Con la exaltación al p)oder de Hitler y de
su partido fascista, todo ese primer paso espiritual moderno ha sido anulado. Las escuelas libres sin compulsión religiosa son cerradas, los profesores y catedráticos jóvenes
y modernos, republicanos, algunos revolucionarios expulsados, detenidos y castigados. La
obligación de someterse a la educación religiosa ha sido restablecida y también extendida a las escuelas profesionales, que antes
de la guerra eran libres o al menos semilibres.
Y no es un síntoma subalterno y sin importanaa, que ya en las pnmeras semanas de la
dictadura fascista en Alemania se hayan confiscado los libros de mstrucción histórica antes usados, para cambiarlos. Era una ayuda
eficaz del impeno alemán a su ideal heroico,
la instrucción histórica de antes de la guerra,
que no era objetiva ni verdadera, sino teñida e influenciada por el Gobierno y sus sujetos. Los libros al uso de las escuelas de la
república alemana intentaron ser más modernos, más conformes a los hechos y menos
influenciados por este espíritu retrógrado heroico. El nuevo ideal hitleriano de la dictadura fascista, no puede sufrir estos libros,
bastante modernos y verdaderos, como no
puede sufnr a los profesores de espíritu independiente y Ubre. Los han recogido. Los
cambian con libros del ideal fascista inculto,
desaliñado, obediente, sin personalidad ni independencia individual. Deteriorarán y atontarán a la juventud cducanda de hoy. La darán
ideales tan tontos, tan ajenos a la mteligencia
c individualidad independiente, como los tienen ellos mismos. La educarán e instruirán a
su imagen y semejanza.
I Pobre juventud alemana de hoy! ¡ Pobre
País, puesto en manos de estas hordas racistas, fascistas, asocíales, de espíritu esclavo,
aunque se crean libres 1
ELISA PLUMAS
YA predominio de los intelectuales
«La única autoridad que los pueblos respetarán en el porvenir será la autoridad del
talento» dijo nace largos años Tarrida del
Mármol. No obstante, a pesar de la afirmación del malogrado inolvidable maestro, es
justo definamos este punto, por cuanto en
estos tiempos, esjsecialmentc los que defienden la dictadura llamada del «proletariado»
pretenden justificar la dominación intelectual
y hay hasta anarquistas <^ue defienden esa
teoría Compteniana. La tesis vertida por Tarrida hace más de treinta años, consiste en
que en la sociedad del porvenir, que preconizan los anarquistas, cuando una agrupación
humana quisiera realizar una obra determinada, claro está que las personas capacitadas
en la materia expondrán la mejor manera de
llevarla a la practica; es decir, trazarán el
método más eficaz para efectuar lo que se
propongan, y como no intervendrán intereses pecunianos, como sucede en la actuali-
dad, el que posea mayor capacidad expondrá
su pensamiento a los demás, sin otro interés
que llevar a feliz término lo que se propuso
efectuar la colectividad para el bienestar
general; sin que por eso el más capacitado
predomine como autoridad coercitiva sobre
los demás, puesto que en la sociedad futura,
tanto manuales como intelectuales tendrán
los mismos derechos e iguales deberes en el
seno de su agrupación de afinidad y de la
sociedad entera respectivamente.
Actualmente, a pesar de la revolución libertadora que se está operando en el mundo
entero, la cual exterminará los privilegios de
casta y de clase, aun no escasean los partidarios de las teorías de Augusto Compte,
que proclamaba el dominio de una aristocracia intelectual, auncjue dichos defensores
de la filosofía Compteniana no sean más que
malos escribidores de crónicas y defectuosos
versificadores, tienen estos aires de sabios y
N
725
pretenden imponer su dominio intelectual famoso senado de intelectuales que está consobre las acciones del proletariado, procla- vertido en un cuerpo de servidumbre obemando como necesario que el gobierno del diente a todos los antojos y caprichos del bárfuturo sea compuesto de una denominada baro dictador. Lo mismo que en Rusia, que
aristocracia del talento. Cuyo dominio resul- a pesar de que quieren hacerle ver al mundo
tará posiblemente peor que la dominación exterior que el pueblo moscovita tiene un
burguesa de nuestros días.
gobierno de «obreros, campesinos y soldaAl respecto, intercalamos entre comillas los dos», la verdad es otra, porque el gobierno
siguientes párrafos de Carlos Malato, cuyo dictatorial de Rusia está compuesto de intecriterio concuerda con el nuestro sobre el tó- lectuales mediocres y los obreros, campesinos
y soldados rusos están para producir y defenpico que estamos tratando:
«Bueno es que los sabios no tengan, co- der a los gobernantes y a la clase parasitaria
mo lo soñaba Augusto Compte, el gobierno como en cualquiera otro país del mundo.
exclusivo de la humanidad, porque con el
Nosotros no pretendemos por esto negarle
espíritu dogmático que existe, naturalmente .valor a la intelectualidad, por el contrario,
que él se cree superior a los demás, su sa- a las ciencias, a las artes y a las letras es a
piencia se convertiría poco a poco en una los únicos dioses que rendimos culto y veteocracia, su ciencia degeneraría en religión. neración ; pero lo que queremos es ciue los
Así es, por otra parte, cómo se formaron hombres del talento se coloquen en el lugar
primitivamente las religiones, ellas eran la que les corresponde. Los hombres que tratan
ciencia de su época.»
todas las ramas del saBer humano deberán
«Las ciencias, a excepción de las matemá- estar exceptuados de toda influencia de doticas, están sometidas a las fluctuaciones de minio autoritario sobre los pueblos. Las cienlos tiempos y de los medios, sin hablar de la cias, las artes y las letras, para cumplir su
historia, que hasta la fecha no pasa de no- misión tienen que estar libres y autónomas
vela ; del derecho, ciencia convencional ávi- en su desarrollo y desenvolvimiento.
da, tan torpe como la teología. Cuántos abuActualmente observamos a los mismos sesos no han sido erigidos en dogmas intangi- ñores académicos que se reúnen en sus clausbles en nombre de la fisiología, de la física, tros y apelan a las formas retóricas para sosde la química, de la Teología: El espiritua- tener los privilegios de clase; nos hablan en
lismo, el libre albedrío, la existencia de flui- forma velada del porvenir, pero tienen estos
dos eléctricos, de un fluido magnético, la de señores intelectuales la pretensión de hacer
los cuerpos simples, permanencia del estado perdurar el presente. Pero es tarde, señores,
del oxígeno, del hidrógeno, etc. Todo esto porque el progreso, el impulso de los tiempos
ha sido enseñado solamente, y el investiga- que corren, las necesidades que azotan cada
dor que se permitía dudar era anatematizado vez más a las multitudes y la visión clara del
por los sabios oficiales de un modo casi im- futuro que ya han adquirido los pueblos, a
placable como lo era para un concilio el he- despecho de todos los impedimentos, engañireje que no creía en el dogma de la inmacula- fas académicas y promesas gubernativas, el
da concepción o negaba la infalibilidad del proletariado se encamina hacia la revolución
papado.»
social, porque en ella está su única tabla de
«So pena de agotarse y estrecharse, a imi- salvación para implantar sobre la tierra una
tación de las religiones, en un conjunto de nueva era de equidad y de justicia.
dogmas proclamados infalibles, cuanao los coEl trabajo fue y será siempre la principal
nocimientos humanos están en su mayor par- fuente de vida de la especie humana; y en
te sometidos a una revisión perpetua, la cien- el trabajo es preciso que marchen unidos el
cia debe, pues, haciendo constar hechos y brazo y el cerebro. Equivale decir que, en el
sentando hipótesis, abstenerse de conclusio- seno de la sociedad son necesarios y precisos
nes absolutas.»
tanto los obreros manuales como los intelecSócrates, afirmó también que «sólo los sa- tuales; pero sin predominio autoritario de
bios son aptos para gobernar a los hombres» unos ni otros. Esta es la base en que los obrey Platón prestigiaba el dominio de una aris- ros del músculo-y del talento deberán fundatocracia del talento. Cuya escuela fué defen- mentar sus principios para el futuro.
dida a principios de este siglo por Max
En el desarrollo del movimiento revolucioNordau, José Ingenieros y continúa sostenien- nario que se está operando en el orbe entero,
do esta tesis aun hoy D'Annunzio y otros in- los intelectuales deberán ser completamente
telectuales. Y queremos creer aue en esta es- indepondientes para realizar su obra; pues,
cuela se basan los actuales dictadores para su acción, para que resulte eficaz y proficua
imponer sus dominios, especialmente Mus- debe concretarse a elevar el ambiente tanto
solini que tiraniza al pueblo italiano con ese en el orden moral como en lo intelectual, sin
726
rebajarse a las multitudes ni pretender que
estas se supediten a su inteligencia. De esta
manera es como perdurará su obra, prescindiendo de toda idolatría, f)or cuanto, a núestro entender, los ídolos de carne son tanto o
más perniciosos que los de barro. Por cuya
razón, los intelectuales, si quieren hacer obra
perdurable, deben hacer comprender al puc'
blo la no adoración ni endiosamiento a ningún ser mitológico, ni material. El intelec'
tual debe demostrarle desinteresadamente al
obrero manual que es hombre y como tal,
tiene que tratar de responsabilizarse de sus
acciones, sin someterse a ningún dominio o
caudillaje de ninguna especie.
En estos momentos, que el obrero va adquiriendo cada vez mayor independencia de
criterio, aun se introducen en las organizaciones proletarias ciertos elementos que solamente aspiran a medrar a costa de quienes
trabajan. Nos referimos a esos embaucadores
que generalmente no tienen cabida en los
partidos políticos burgueses o en sus medios
de simulación intelectual; los cuales, vienen
a las filas de los trabajadores, que en determinados momentos les hablan de emancipación y al día siguiente de política y le hacen
recordar al obrero al que exhortaban anteriormente a ser solidarios con sus compañeros de
infortunio para obtener mejoras en el trabajo,
que ese esfuerzo los trabajadores deben recompensarlo depositando su boleto electoral
en las urnas comiciales para llevar al comedero parlamentario y a los sillones ministeriales a sus directores. A esos mercenarios de
la intelectualidad debemos los proletarios desterrarlos de nuestros organismos de combate
a latigazos, como dicen que Cristo echó a los
mercaderes de su templo; porque esos intelectuales mediocres y medias tintas sin ideas
definidas y carentes de convicciones, que vienen hacia nosotros sólo con el afán de lucrar; esos son: «Los salteadores del ideal.»
«La emancipación de los trabajadores deberá ser obra de sus propios esfuerzos». Este
aforismo, proclamado con altura de miras por
la primera internacional, constituye la lógica
de la concepción revolucionaria de nuestros
tiempos y ese propósito no podrán lograrlo
los médicos sin clientes, ni los abogados sin
leitos, y menos los políticos fracasados y amiciosos de puestos presupuestívoros. Este fin
será realizado por medio de la acción revolucionaria ejecutada con mano firme y decisión por el proletariado. La revolución social
la harán sin duda alguna los trabajadores,
porque estos son los directamente afectados
por el malesUr que los agobia, la explotación
y la prepotencia de la clase dominante, a cuya extirpación se dirigen los ataques del mo-
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vimiento revolucionano que tiende a exterminar para siempre a tocios los privilegios y
desigualdades, tanto económicas como políticas.
Hay quienes se dicen anarquistas y afirman que eso de que «la emancipación de los
trabajadores debe ser obra de los trabajadores
mismos», es un criterio estrecho de la lucha
social. Estos enmaradas que discurren en tal
sentido entienden (o al menos así lo manifiestan), que esa tesis va hacia el dominio de
una autocracia obrera; pero a nuestro entender, este criterio es completamente erróneo,
por cuanto el fin que perseguía la primera
internacional, que es el mismo que prestigiamios y defendemos nosotros hoy, no es la
retensión del dominio del proletariado sobre
LS demás clases sociales, como pretenden endilgárnosla los bolchevikis, pues en ese caso
sena dejar la estructura de la sociedad futura
en la misma forma que la presente; diferenciándose solamente los dominadores. Pero
nuestros fines son los de «destruir para crear»,
destruir el presente orden de cosas para crear
la sociedad nueva, basamcntada en la igualdad económica y social. Y si decimos que ésta
será obra exclusiva de los trabajadores, es
porque razones históricas así nos lo demuestran; y no porque desechemos la obra y la
cooperación de los intelectuales en esta gran
contienda subversiva contra la opresión, la
chusma y la tiranía, sino porque entendemos
que los intelectuales deberán imitarles a Bakunín, a Cañero y otros, pues ellos dieron
su fortuna, su vida y su saber para capacitar a los pueblos, a fin de que el proletariado sea capaz por medio de su inteligencia, organización, solidaridad y fuerza conquisur su completa liberación en todo sentido.
He ahí definida nuestra tesis de la lucha
de clases, que como dijo Kropotkine, «Desde
los albores de dos grandes revoluciones — la
revolución inglesa 1648-1688, y la gran revolución francesa 1789-1793 — quedó este
fran principio: Cualesquiera que sean las
ivisiones y subdivisiones que se cjuicran esublecer, no ha habido siempre mas que dos
grandes clases en la sociedad, dos partidos
Senté a frente en todas Us revoluciones; el
de los que trabajan y quieren vivir del producto de su trabajo, y el de los que no traba(an y quieren vivir del trabajo aieno; el pue)lo, la gran masa desposeída y los que quieren
vivir ncamcnte, haciendo trabajar a ese pueblo, despojándolo de la mayor parte' del mito
de su trabajo. Patricios y plebeyos, esclavos
y propietarios, caballeros y pelones, aristócratas se refíereh a esta misma división, el
pueblo, la masa de una parte, y de la otra los
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ricos, que quieren gobernarle y explotarle».
Esta misma tesis de la lucha de clases
expuesta por Kropotkine, fué y es sostenida
por la casi totalidad de los sociólogos contemporáneos, desde Bakounín hasta nuestros
días; y así interpretamos nosotros el actual
momento histórico y deducimos que el proletariado debe capacitarse en todos los órdenes de la vida y del saber humano, tanto para realizar la revolución social que ha de dar
por tierra con el actual orden de cosas, como
para saber vivir después de la revolución, organizando y dirigiendo la administración de
la producción y del consumo, apelando al tecnicismo necesario para regir la nueva sociedad hbre, emancipándose de todos los intermediarios que pretendan imponer autoridad.
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Pues, nuestro lema está definido, en que cada
persona apta para el trabajo, sea este manual
como intelectual, emplee las fuerzas físicas e
inteligencia que posea en la rama de la producción y del saber que más le agrade, o que
esté más en concordancia con su temperamento y tenga a su disposición lo que precise para la satisfacción de sus necesidades,
obrando cada cual libremente, sm imposición
ni obediencia a nadie. Por eso pues, somos
anarquistas comunistas, porque cuya idealidad interpreta fielmente la última expresión
de la ciencia social conocida hasta nuestros
JOAQUÍN
HUCHA
Montevideo, 1933.
LOS PUEBLOS QUE VIVEN EL COMUNISMO LIBERTARIO
En las provincias de Burgos y de Soria, como en Andalucía y Extremadura, se suceden ¡os
pueblos que realizan el ideal de una sociedad sin Gobierno, sin autoridad alguna, de trabajo
libre, de mutuo apoyo y de acuerdo recíproco. He aquí cuadrillas de obreros de los pueblas
agrarios que han proclamado el comunismo libertario, prescindiendo sencillamente del Ayunta^
miento, de toda autoridad y de todo patronaje, saliendo para el trabajo diario, gozosos y entusiastas. La faena, libertada de la imposición y del salario, se convierte en un placer. Después,
del producto colectivo, cada individuo y cada familia consumirá de acuerdo con ¡as existencias
y con sus mcestdades. Y esto asL espontánea, serenamente, sin necesidad ni aun de Itacer
una revolución violenta.
728
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Historia de la pintura en España
Por FRANCISCO PI Y MARGALL
(Continuación)
El grabado en madera, usado en España
cuando menos un siglo antes que la imprenta, pertenece, para nosotros, a las artes de
pura imitación, y estamos firmemente convencidos de que, lejos de inclinar el desarrollo
sucesivo de la pintura, sigue p>or mucho tiempo a tan larga distancia de ella que se hace
inapreciable el lazo que forzosamente debe
unirlos. Los dibujos iluminados con que solían adornar en aquella época, no sólo los
artesones de los techos y los muebles de los
palacios, sino hasta los jaeces de los caballos
y las armaduras de los jinetes, podrían tal
vez arrojar más luz sobre la obscura senda
que tan penosamente recorremos; mas o han
desaparecido ya del todo, o los escasos restos
que de ellos quedan están desfigurados hasta
el punto de no poder formar por ellos juicio
alguno. Hemos agotado todos los medios d e
que nos cabía disponer para apreciar bajo todos sus aspectos el estado que durante la
Edad media ha presentado el arte en nuestra
patria: no tenemos más v nos vemos obligados a cerrar este capítulo, que ha crecido
bajo nuestra pluma aún mucho más de lo
que nos fjeirmitían esperar los escasos datos
q u e en un principio llevábamos reunidos.
¿Deberemos, empero, dejar ya para siempre
la Edad media? ¿Hemos examinado bastante
sus ímprobos trabajos, su carácter, sus tendencias, sus resultados? Hemos hecho sobre
ella numerosas citas y conviene evacuarlas;
no la hemos manifestado sino en detalle y
conviene que la manifestemos en conjunto;
nos hemos comprometido a poner en evidencia el punto de unión que media entre lo
que se ha llamado arte cristiano y lo que se
ha llamado arte moderno, y conviene, para
cumplir nuestra palabra, que, echando una
ojeada retrospectiva a esos doce siglos calificados de bárbaros, procuremos comprender la
síntesis bajo cuya influencia llegaron las naciones de Europa a esa decantada restauración
del siglo XVI, punto de partida de la civilización de que tanto nos envanecemos. Es difícil, dificilísima la emp>resa que acometemos;
mas faltaríamos a uno de nuestros primeros
deberes si, arredrados ante los obstáculos que
resenta, desistiéramos de llevarla a cabo o
1 omitiéramos con la esperanza de que nuestros lectores no habían de notar este vacío.
E
Débiles son aún nuestras fuerzas para sacar
de entre tanta confusión como hubo en aquella época principios luminosos; mas llegaremos hasta donde podamos; en materias difíciles nunca son los fjrimeros los que coronan
la obra. La naturaleza del arte cristiano puede
salir de este estudio perfectamente apreciada
y definida; y es ya conocido nuestro objeto
al escribir este libro. N o sólo son para nosotros útiles las investig^iones a que vamos
a consagrar algunas páginas, son necesarias,
son indispensables. Debemos p>nncipalmente a
ellas las ideas que constituyen nuestra manera
de ver el a r t e ; nos es imposible, de toda imp>osibilidad, dejar de transcribirlas.
E S T U D I O S SOBRE LA EDAD MEDIA. R E F L E X I O -
NES SOBRE EL CAR,ÁCTER DE LA PINTURA EN
AQUELLA ÉPOCA
Bajo la denominación de Edad media viene
comprendido unos de los más obscuros períodos que abraza la historia de la civilización
de Europa. Empieza en el siglo III y acaba en
el siglo XV; comprende el establecimiento de
la silla de San Pedro en Roma, la translación
del solio de los Césares a Constantinopla, la
invasión de los germanos, la constitución de
Las nacionalidades europeas, la organización y
el dominio del feudalismo, el origen y el desarrollo del poder temporal en el pontificado,
la irrupción del Oriente solare el Occidente,
las cruzadas, la creación de las comunidades
y las cartas-fueros. La lucha entre los pontífices y los emperadores. La excLaustración de
la ciencia, la abolición de la servidumbre, las
invasiones sucesivas de la clase media y el
origen del proletariado, el triunfo definitivo
de la monarquía sobre la aristocracia y de
Jesucristo sobre el Profeta, la invención de la
imprenta y la libertad del pensamiento. Presenta en toda esa larga serie de sucesos tres
divisiones capitales: la formación del imperio
de Carlomagno, h de las repúblicas de fulia
y la concentración de todos los poderes públicos en la corona de los reyes; la creación
de los Estados romanos, la preponderancia absoluta del pontificado y el primer grito de la
reforma; el origen de la escolástica, el [wedominio de la universidad sobre el claustro
y la popularización del saber por medio de la
A
prensa; los cantos bárbaros del Norte, las
trovas provenzales y el último poema román'
tico escrito al otro lado de los Alpes.
Ofrece en cada una de estas divisiones un
aspecto particular; tiene algo modificado en
cada una: su faz política, su faz religiosa, su
faz científica y literaria; p«ro marcha en to'
das bajo la influencia 4e una idea que le im'
prime cierta unidad de sentimiento, de pensamiento, de acción, de carácter. Camina como
al azar, mas lleva evidentemente una direc'
ción fija yconstante. Los pasos que da hacia
atrás no los da sino para tomar carrera; los
grandes acontecimientos que señalan sus di'
versas épocas no son más que las crisis de su
incesante desarrollo. Es falso que haya en
ella transiciones violentas; lo es igualmente
que esté separada de la restauración y de la
antigüedad por un abismo. La historia no es
más que una sucesión no interrumpida de
causas y efectos; es tan imposible que haya
transiciones que no sean naturales, como lo
es el que haya un hecho que no derive inmediatamente de otro. El hombre muere, pero
la humanidad vive y la humanidad es una
en el tiempo y en el espacio. Están íntimamente enlazadas entre sí, no sólo las épocas,
sino las edades, no sólo las naciones, sino
los vastos imperios de la tierra; una época es
la continuación de otra época, una generación
de otra generación, un pueblo de otro pueblo.
La humanidad y el hombre son esencialmente
perfectibles y obedecen a una ley de prO'
greso que es por naturaleza y por su origen
del todo irresistible; tienen una senda tra'
zada por la fuerza misma de las cosas, y la
siguen aun cuando creen apartarse de ella, la
siguen aun sin querer y a pesar suyo. No
desconocemos que en el hombre puede haber
voluntad, es decir libertad de obrar conforme
a sus propios pensamientos y a sus propios
sentimientos; pero no la hay, absolutamente
hablando, ni en la humanidad ni en el hombre como individuo de ella; prueba incontestable de que no es posible que existan en
la historia las transiciones de que hemos hablado, prueba incontestable también de que
lo que llamamos períodos históricos apenas
son más que divisiones hechas per razón de
método.
Estas verdades son ya muy conocidas, pero
han sido ignoradas por mucho tiempo. Cada
edad, cada época, cada pueblo, han sido examinados aisladamente como si pudiesen haber
tenido una vida aparte de la especie humana ; y hay quien ha llegado a creer que la
Edad media no ha sido más que un largo y
funesto episodio in.gerido entre la antigüedad
y la época moderna. En la caída del imperio
— se ha dicho — empieza la barbarie, y no
N
729
concluye hasta el siglo XV; las artes, las ciencias, el entendimiento, yacen, durante este
triste período, envueltos en las tinieblas de
una inmensa noche. Penetra uno que otro rayo
de luz en el fondo de los monasterios, no
para alumbrar el mundo, sino para morir bajo
las sombrías bóvedas del claustro. £1 cristianismo pretende modificar la sociedad, y a
pesar de su poder no lo alcanza sino parcialmente ; su semilla ha caído entre ruinas y escombros y no produce en muchas naciones
más que frutos de sangre. El choque de las
espadas y de las lanzas confunde todo acento
de amor; el odio apaga todo sentimiento generoso. No hay más ley que la fuerza, no
hay más libertad que el privilegio, no hay
otra colectividad que la familia. Si se reúnen
de vez en cuando los hombres poderosos, es
para repartirse como una herencia suya el
patrimonio de los pueblos; si los débiles, es
para ir a exhalar su último suspiro bajo el
hierro de los que la religión les da no p)or
enemigos, por hermanos. Obscurecen la inteligencia del hombre las más groseras supersticiones; vician y corrompen el corazón los
más graves errores. El sacerdocio, que debía
predicar la castidad, vive en medio del libertinaje y de la crápula; trae a la tierra una
misión de paz y deja a menudo el sayal por
la armadura, la iglesia por el campo de batalla. Un fanatismo ciego ocupa el lugar de
las verdaderas creencias; se hacen necias y
ridiculas exterioridades y apenas se sabe adorar a Dios en el silencio y recogimiento del
espíritu; se lleva la impiedad en el corazón
y la caridad en los labios. No se ve un solo
rasgo de civilización en el espacio de tantos
siglos; un exclusivismo fatal impide constantemente la comunicación de que tanto necesitan los hombres para su progreso. Despiértase en un algo de Europa el deseo de reconquistar la libertad perdida y hasta ese deseo
se localiza, se aisla, es exclusivo. Caen con
furor unas repúblicas sobre otras cuando no
tienen contra quien combatir; desgarran su
propio seno con discordias fratricidas. Barbarie, sólo barbarie reina en todas partes;
todos los derechos están conculcados, la razón
extraviada, la imaginación perdida en el campo de la exageración y del absurdo. No hay
para aué estudiarla esa Edad media; no puede arrojar de sí una sola chispa de luz que
alumbre la senda por donde hemos de llegar
a alcanzar nuestro destino. La antigüedad habla aún con voz elocuente desde el fondo de
[US ruinas; sigamos la voz de sus filósofos,
de sus hpmbres de gobierno, de sus poetas;
identifiquémonos con ella y llegaremos a hacer
olvidar la bárbara obscuridad de nuestro
erigen.
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Cuando ha empezado a conocerse la ley
de la perfectabilidad humana, han sufrido
estas ideas una revolución completa; mas no
por esto ha sido más estudiada ni mejor defi'
nida aquella época notable. Se ha exagerado
su importancia; se la ha considerado como
la expresión fiel del cristianismo; se le ha
atribuido el desarrollo de todas las virtudes
y el de todas las instituciones; se ha preten'
dido ver en ella un crisol por donde habían
de pasar, depurados, todos los elementos de
la civilización antigua; se la ha mirado con
entusiasmo hasta por sus mismos defectos or'
gánicos, en los que no pocos escritores han
creído distinguir el confuso bosquejo de un
sistema aplicable a la sociedad de nuestros
tiempos. La Edad inedia — se ha dicho — es
la época más brillante y más fecunda. Los
vicios de los antiguos están sepultados bajo
las ruinas de los pueblos: un noble sentí'
miento de dignidad anima desde un principio
todas las hordas bárbaras. Sucumbe de día
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en día la esclavitud ; el más humilde plebeyo
puede aspirar a dirigir los reyes acogiéndose
a la sombra de la Iglesia. Entra desde luego
el elemento democrático en la organización
de las naciones; el poder legislativo reside
casi exclusivamente en los concilios, y éstos,
en su mayor parte, están compuestos de prelados elegidos directa y universalmente por
/os pueblos. Crece y llega a la mayor exaltación el sentimiento religioso; todos los corazones están abrasados de amor, todo cristiane
se siente dispuesto a sacrificarse por su Dios
y por su patria. El caballero ve en la mujer
su bello ideal y no su esclava; justa por ella
en los torneos, lucha con ardor por ella en los
campos de batalla, acomete por ella empresas
y aventuras llenas de peligros. La corona que
ganó en la estocada a su.=. rivales, el botín
que recogió entre el polvo del combate, la
erpada que templó en la sangre de sus enemigos, todo lo rinde, a su vuelta, al pie de
sus amores.
{Continuará)
LOS PUEBLOS QUE VIVEN EL COMUNISMO LÍBERTARÍO
En Asturias el movimiento campesmo, anUautoniano, de apoyo mutuo y de libre acuerdo, se
ha mamjestado también. En Cóbrales y los anco pueblos que componen el Concejo —• Arenas,
Carreña, Ttelve, ¡nguanzo y Sotres — se ha prockmúdo kimbién el comunismo libertario. El
Ayuntamiento ha sido depuesto por la actitud del pueblo y se ha organizado la nueva vtda a
base igualmente del trabajo colectivo y del reparto de las productos, de acuerdo con las necesidades de cada núcleo jamiltar. La vida, apacible y serena, se ha librado de esas obsesiones
campesinas que son el pago de la contribución, los impuestos, las quiniAs. He aquí un grupo
de viejos campesinos, gustosamente adaptados a este nuevo régimen de vida, tomando el sol
en la Plaza de Carreña de Cab'ales.
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731
Documentos para la Historia de la
guerra en América
El continente americano es un reguero de
pólvora. Políticos y gobernantes se aprestan
para la lucha. Los comerciantes del Norte y
Sudamérica, también. Dos naciones se están
esquilmando moral y materialmente sin que
nadie levante la voz. Hoy son Bolivia y el
Paraguay; mañana se agregarán Colombia,
Ecusdor, Perú y el BrasiC quizá. Norteamérica está a la expectativa y pwocura ser el intermediario de esta operaaón de vidas y millones, con el fin de sacar el interés como lo
hizo en la guerra europea. Los sucesos se
están agravando de día en día y no son de
esperar resultados fructíferos.
La forma como se pretende embaucar la
posición pública es en verdad ridicula, pero
está bien encaminada. Los pretextos son siempre los mismos. Hoy es Leticia — y mañana
será Cuba — que el tratado Salomón-Lozano
puso en manos de Colombia y que el gobierno peruano en virtudes que él cree y que se
atribuye, desea que se reconsidere, ya que no
poh'ticamente, por las armas.
Ehirante la presidencia provisional, en el
Perú, de don Serapio Calderón se suscribió,
con fecha 6 de mayo de 1904, el protocolo
Pardo-Tanco Argácz, por el cual, con el fin
de evitar rozamientos, se convenía en establecer entre ambos países una zona neutral,
comprendida entre los ríos Ñapo y Caquetá.
El dominio peruano estaría limitado por el primero de dichos ríos y el colombiano por el
segundo.
!Un año más tarde, en 1905, ejerciendo la
presidencia de la república el doctior don José
Pardo, se firmó, el día 12 de septiembre, el
«ímodus vivendi» Velarde-Calderón-Tanco, en
el cual se acordó designar la linca del Putumayo como límite provisional entre las dos naciones. Este documento, como se advierte, se
aproxima bastante a la actual demarcación, por
lo menos en lo que atañe a este río.
En 1906, siempre bajo la misma administración peruana, el día 6 de julio se firmó otro
«modus vivendi», el Predo-Velarde-Tanco, en
virtud del cual ambos países renunciaban a la
línea del Putumayo, abandonando la zona que
comprende este río y sus afluentes al retirar
guarniciones y autoridades. Este arreglo fué
denunciado el 9 de octubre de 1907 por la legación de Colombia acreditada en Lima, como
fórmula inestable y sin valor. Después de esto
sobrevino el lamentable encuentro de La Pradera. Cuatro años más tarde, el 19 de julio de
1911, se suscribió el convenio Tezanos PintoOlaya Herrera, por el que se comprometía el
Perú a desviar hasta el Putumayo sus guarniciones, después de haber admitido a Colombia
en su soberanía sobre el Caquetá, dándole la
administración de las aduanas y consintiendo
en el establecimiento de una euamiaón.
Durante varios años no se hicieron nuevas
tentativas para poner término a las disputas
de fronteras entre los dos países, y se mantuvo
el «statu quo» convenido, pero desgraciadamente se suscitaban frecuentes dificultades que
ponían en constante estado de tirantez las relaciones diplomáticas de los dos países. Finalmente, durante la presidencia de don Agustín B. Leguía, y siendo ministro plenipotenciario de Colombia en el Perú don Fabio Lozano y ministro de Relaciones Exteriores el
doctor Alberto Salomón, se convino en el tratado que se firmó el 24 de marzo de 1922
y que fué ratificado oportunamente por las Cámaras del Perú y de Colombia.
De acuerdo con el artículo primero del instrumento de referencia, la línea fronteriza entre la república del Perú y la de Colombia
quedó acordada, convenida y fijada de la siguiente manera: «Desde el punto en que el
meridiano de la boca del río Cuhimbé en el
Putumayo corta al río San Miguel o Sucumbios, sube por ese nusmo meridiano hasta dicha boca del Cuhimbé ¡ de aUí por el «thalwem» del río Putumayo hasta la confluencia
del río Yaguas j sigue por una línea recta que
de esta confluencia vaya a la del río Atacuarí
en el Amazcnas, y de allí por el «thalwcg»
del río Amazonas hasta el límite entre el Perú
',' el Brasil establecido en el tratado peruanobrasileño del 23 de octubre de 1851.»
En ese mismo artículo declaraba Colombia
que pertenecían al Perú los territorios comprendidos entre la margen derecha del río
Putumayo, hacia el oriente de la boca del
Cuhimbé y la línea establecida y amojonada
como frontera entre Colombia y el Ecuador
en las Hoyas del Putumayo y acl Ñapo, de
acuerdo con lo establecido entre ambas repúblicas, en su tratado de límites de 15 de
julio de 1916. Igualmente declaraba Colombia
que se reservaba respecto del Brasil sus derechos situados al oriente de la línea Apoparis-
7?2
A
Tabatinga, pactada entre el Perú y el Brasil
en su tratado de 23 de octubre de 1851. Es
precisamente hacia esta parte donde se encuentra Leticia, a pocos kilómetros de Tabatinga, correspondiendo la (jrimera localidad a
Colombia y la segunda al Brasil, fxw obra de
los convenios refendos.
Esto es, más o menos, el sentido de la cuestión en que se fundan los políticos, pero sería
curioso averiguar los hilos que se mueven en
la Casa Blanca sobre este asunto.
Perqué, ¿es la extensión territorial lo que
está provocando la guerra en Aménca? ¡ N o !
Lo que se oculta es la verdad de los hechos;
que Norteamérica desea invertir más millones en el nuevo continente, hoy casi dominado por la rubia Albión, o sea, las consecuencias de ceguera política establecida entre Gran Bretaña y los Estados Unidos.
Los dos gigantes millonarios desean extender su poderío omnímodo afuera de su territorio, y para conquistarlo no regatean esfuerzos. Todos los recursos son buenos, inclusive el retiro de las tropas norteamericanas de
Nicaragua, de donde han sacado lo mejor
para dirigirles a Cuba.
Nunca Estados Unidos tomó cartas en los
diversos crímenes cometidos en Cuba hasta
ahora que parece dispuesta a ello, p>ero es de
tener en cuenta que es debido a que en Nicaragua no tiene más que hacer ni robar, y
debe dirigirse ahora a las Antillas, encubriendo, bajo el proteccionismo, su carácter
imperialista, como lo va haciendo indirectamente con las repúblicas centroamericanas.
En la Cámara de Diputados de Washinton, el representante republicano por Nueva
York Mr. Fish, ha presentado una moción a
fin de que se solicite al presidente Hoover
que influya en la forma más conveniente en
la política cubana «para poner término a la
larga serie de crímenes y atentados terroristas ocurridos de un año a esta parte, y hasta
para intervenir en la isla a fin de restablecer
los derechos civiles de los cubanos», de acuerdo con la enmienda Platt, que ha sido la
eterna amenaza de la soberanía de la república.
Al evacuar Cuba las tropas españolas en
enero de 1899, se hizo careo del gobierno
de la isla el general Leonardo Wood, quien
el 5 de noviembre de 1900 convocó una convención en la Habana, para redactar la constitución de la república y celebrar un tratado
con los Estados Unidos. Por inspiración de la
secretaría d e guerra, que desempeñaba el político estadounidense Elihu Root, el gobernador dispuso, que no solamente en el tratado,
sino también en la carta fundamental debía
establecerse que Cuba no pwdría nunca con-
N
certar un tratado que perjudicara la independencia de la isla, que no p>odría contraer deudas más allá de sus rentas ordinarias, que los
Estados Unidos tendrían el derecho de intervenir para proteger su autonomía y mantener
un gobierno adecuado, y que los actos de
ocupación militar debían ser reconocidos como legales.
Mientras se discutía la constitución en la
Habana, las sugestiones del >ninistro Root
se hacían efectivas en Washington por el senador de Conecticut M. Platt, introduciéndolas como corolario a la ley de crédito para
e! ejército, de 2 de marzo de 1901. La enmienda Platt se aprobó antes de que la conocerá la convención cubana; fué incorporada
a la constitución de la república el i." de julio
de 1Q02, y luego fué objeto del tratado entre
las dos naciones que se firmó el 2 de marzo
de 1903.
El artículo que pxxlría aplicarse en el momento actual y que ya se ha aplicado antenormente, es el tercero de dicha enmienda, que
dice : "Que el gobierno de Cuba consiente en
que los Estados Unidos pueden ejercer el derecho de intervenir, para conservar la independencia de Cuba y un gobierno adecuado,
para la protección de la vida, la propiedad
y la hbetiad individual;
y para cumplir las
obligaciones respecto a Cuba que el tratado
de París impone a los Estados Unidos y que
ha de asumir y emprender el gobierno de
Cuba^»
Pese a las afirmaciones del ministro Root,
con motivo de la protesta de la convención
cubana y de todo el país, en que dijo que la
cláusula tercera de la enmienda Platt «no significaba intromisión en los negocios del gobierno cubanoi-, fácil es comprender que el
artículo de referencia deja paso libre a la intervención, en lo tocante a los puntos que seríala, de índole basunte elástica. Sin embargo,
las declaraciones recientes de la cancillería de
Washington, y la orientación que ha venido
imprimiéndose a su política con los países
latinoamericanos, hacen suponer que no se llegará a la intervención.
De todos modos el gdbiemo de Cuba estaba en la obligación de poner de su parte
cuanto sea posible para evitar un hecho tan
lamentable. Debe recordar que los mandatarios tienen obligaciones nacionales e internacionales, muy sagradas ambas. Velar por los
mtereses del Estado que les ha confiado sus
destinos es deber primordial; pero no lo es
menos evitar todo aquello que pueda redundar en jjerjuicio de otras naciones. Los gobiernos de Europa están en la obligación de
mantener la paz, en bien de sus propios países,
pero también para evitar una guerra general.
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que es la eterna amenaza del continente eurO'
peo. Los de América deben velar y evitar,
con sus errores, a intervenciones que afectan,
por lo menos moralmente, a todos los países
del mismo origen. Esto, que es muy seno en
término general, reviste gravedad suprema
cuando se trata de un país que, como Cuba,
está vinculado a tina nación poderosa por un
documento tan trascendental y compróme'
tedor.
La guerra bolivianO'paraguaya, se sostiene
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con los millones de Londres y Nueva York.
Norteamérica vende material y presta dinero
para la pelea, pagando la comisión a los po'
líticos. Londres hace lo mismo, pues a pesar
de todo ambos leones aprovechan el momento
como un compás de espera para ganarse la
partida mientras ya los millcnes entran en sus
arcas a cuenta de lo que esperan obtener en
lo futuro.
CAMPIO CARPO
LOS PUEBLOS QUE VIVEN El COMUNISMO UBERTAiUO
He aqui a los que el Gobierno ceniral considera cabecillas del movimiento icomumsta libertario
de Cahraks y de los CIIKO pueblos del partido: Entre ellos hay el médico, que trajo a Cabrales
la inquietud y Ict perspectiva de que, sin Ayuntamiento, sm caciques, sm juez, sin Guardia
civü, sin contribuciones y sin quintos se podría vivir mejor. Prohado el nuevo método, ha
dado tan buenos resultados, que estos bravos asturianos no piensan disjrulMr de Ayuntamiento
m de autoridad alguna por los siglos de los siglos. Y la felicidad de su vida se compendia en
la exclamación de una vieja campesina, que prorrumjnó, ante un periodista de los muchos que
acuden en busca de reportajes sensacionales a estos pueblecüos: <'¿También ustedes, los de
Un papeles'? ¿Pero es que no pueden dejarnos trabajar en paz^M
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FRENTE A FRENTE
Melodrama en s e i s acios, divididos e n i r e c e cuadros, e s c r i i o e n prosa
por Federico Urales
(Continuación)
Pedro. — Era un revólver. Se me cayó de
las manos. Allí debe haber quedado.
Juez a Escribano.— Preguntado que con qué
arma había atentado contra su vida, contestó
aue con un revólver que había abandonado
después. {Pausa.) Después de esta declaración
de usted, sólo nos resta averiguar el paradero
del arma suicida e inspeccionar el terreno.
(Erttreabre una puerta.) Señorita Amelia, ya
puede usted acercarse a Pedro.
{Amelia pasa al gabinete)
Amelia. — ^Quién le ha herido, señor Juez?
Juez. — Mujer y enamorada, indiscreta segura.
Amelia.—¡Dispense usted!
JueZ- — No, no, si se lo voy a decir. También se lo diría Pedro, y así le ahorraremos
palabras. Ha sido él mismo, según dice, porque, loco por usted, ha querido matarse.
Amelia. — ¿De veras? ¿eso ha dicho?
{Alegre)
Juez.— ¿Sospechaba usted que pudiera decir otra cosa?
{Con intención)
Amalia.—¡No, no!
Juez- — ¿Pues cómo la sorprende a usted
tan agradablemente?
Amelia. — ¡ Siempre alegra saber que hay
un hombre capaz de matarse por una I
Juez. — 1 Vamonos, Escribano! Ustedes lo
pasen bien, y celebraría que el herido mejore
tan rápidamente como usted quiere, señorita!
(Posan al recibidor)
Amelia. — Muchas gracias.
{Amelia sigue con la vista al señor Juez)
Juez {al Escribano, en el recibimiento). —
¡Qué gente! ¿eh! ¡Uno no sabe si son ángeles o demonios! ¡Aunque de todo hay en
esta casa; ahora, al pasar, veremos a uno de
los demonios!
{Mutis izquierda)
Amelia {arrojándose a los pies de Pedro y
besándole las manos).—¡Gracias!
¡gracias!
Pedro. — i Por ti, amor mío, por ti f
TELÓN RÁPIDAMENTE
ACTO SEGUNDO
Personajes que iniervienen en el
HOMBRES
PEDRO
ANTONIO
JUAN
ERbESTO
mismo
MUJERES
RUFO
POLICÍA
GUARDA
MONTSERRAT
ROSALÍA
ANGELA
AMELIA
CUADRO TERCERO
(La escena represen/a an camino vecinal en medio de} campo. Aparecen de la izquierda Juan,
Aníonio, Rosalía y Angela i ésfas con an ramo de flores cada una -. iodos con (raje dominguero)
ESCENA I
Juan. — ¡ Si queréis más flores, por más iremos!
Aníowio. — Y traeremos las más bonitas
aunque no lo serán tanto como vuestras caras, que son monísimas.
Kosdxa. — Hoy no debes haberte burlado
de nadie.
ArAonio. — ¡ Ni ahora tampoco, clavellinas!
Juan. — ¿Sabéis lo que pienso?
Vanos. — ¿Qué piensas?
Juan. — ¡ Qué es una lástima coger más
flores!
Rosdltd. — i No sé por qué!
Angela. — ¡Ni yo tampoco I
Juan.— ¡ Porque es ponerlas en el tormento!
A
Angela. — Si no hablas más claroRosa. — No te entendemos una palabra.
Juan. — Pues es muy fácil de entender.
¡ Cogeremos nosotros más flores; os las pondréis vosotras al pecho y luego, las flores, al
encontrarse tan cerca de vuestras caras, querrán compararse con ellas y morirán de pena
al intentarlo!
Rosalía.— [Chico! ¿Sabes que has aprendido mucho?
Angela. — ¿De dónde sacas tú esas galanterías?
Juan. — ¡ Me las inspira el querer que te
tengo, Angelita!
Rosalía (a Antonio). — ¡ Anda, échame tú
ahora una flor! ] A ver si me quieres!
Antonio. — ¡Que si te quiero! ¿Sabes por
que me gusta que retrates tu cara en el agua
cristalina de la balsa grande?
Rosalía. — ¿ Por qué?
Antonio. — Pues porque así me hago la ilusión que son dos las Rosalías que me quieren.
Rosalía. — ¡ Ah, picaro!
Antonio. — ¡ Verás, temo que el amor de
una sola no sea tan grande como el amor que
yo siento por ti, vida mía!
Angela. — j Vamos, vamos, que no puedes
quejarte por falta de flores!
Rosalía. — ¡A mí me gustaría oir las que
debe echarle Pedro a Amelia! ¡Tan galante
y poeta como es!
Ji4an. — IY siendo ella tan hermosa, mejorando lo presente, que no lo cambiaría yo
por todo el oro del Potosí!
Angela. — Debemos llevarles flores también.
Antonio. — Lo que debemos hacer es impedir que lo trasladen a Barcelona.
Juan. — Eso no puede ser ni será. Dentro
de un rato nos reuniremos los albafiiles para
discutir la manera de oponemos a que Pedro
sea echado de aquí, sin que esté bien curado,
y después ya veremos en qué condiciones ha
de ser despedido.
Rosalía. — Haced por vuestra parte cuanto
podáis para impedirlo, que nosotras, las jóvenes, haremos también cuanto se nos alcance
para que Amelia y Pedro no sean separados.
Angela. — Ahora nosotros iremos a verles.
Nos explicarán lo que les ocurre, y luego, según sea ello, reunidas todas las mujeres del
pueblo, n<» presentaremos ante don Rufo.
Antonio. — A pedirle...
Angela. — Que se les deje casar, si se quieren.
Juan. — Esto no lo conseguiréis.
Rostdía. — I Ya lo veremos!
Juan. — Don Rufo antes permitirá que se
muera su hija.
N
735
Antonio. — Lo principal es que Pedro salve la vida, y puesto que la herida va bien, no
hemos de permitir que se le encone de nuevo por separarlo de su amada tan injustamente.
Juan. — No debemos permitirlo, y si es necesario ir a la huelga, a la huelga iremos. ¡ No
faltaba más! Yo no tengo muchas cosas en
la cabeza, pero lo que es en el corazón sí
tengo. ¡A mí lo mismo me da ganar dos
pesetas que diez reales, pero ¡ moño 1 no pniedo sufrir injusticias!
Antonio. — Claro que diez reales son más
ue dos pesetas y que seis veces dos son
oce, y que con ocno pesetas se le puede comprar una sortijilla que parezca de oro a la
novia, ¡pero, vamos! de una sortija prescinden las que bien quieren; mas de lo que no
se puede prescindir es de tener buen corazón,
y como lo tengo, por esas malas contra Pedro
y Amelia no paso.
Rosalía (a Antonio). — Y si así no fuese,
tampoco yo te quisiera.
Angela (a Juan). — Ni yo pondría buenos
ojos a los muy indiscretos de este, si no los
creyese capaces de echar una lágrima por la
desgracia.
Antonio. — Bueno, pues: las jóvenes por
vuestra cuenta y los jóvenes por la nuestra,
a impedir, de cualquier manera, que se separe
a dos que se quieren y que se les separe tan
sin piedad.
Rosalía. — ¿Vamos allá?
Juan. — ¡ Vamos! Que cada cual cumpla
con su deber.
Antonio. — Y con su amistad.
Rosalía. — Y con su amor.
(Todos mutis por la izquierda)
3
CUADRO CUARTO
La decoración de este cuadro representa una
sala cuadrada, como de clase media. A la
derecha dos pueHas: la primera conduce al
jardín; la segunda a la habitación de Pedro.
A la izquierda, una puerta que conduce a
la salida principal.
En la escena Pedro solo, sentado, luego abO'
rece Anielia de la izquierda. Pedro habla
pausadamente.
ESCENA II
PEDRO, AMELIA
Amelia, — Buenos días, Pedro. ¿Cráno te
encuentras?
Pedro. — Ahora muy hien; es decir, ahora
mejor que antes, porque ahora te tengo más
cerca.
736
Amelia. — Ello me disgusta y agrada al mismo tiempo.
Pedro. — ¿Por qué?
Amelia. — Me agrada, porque demuestra
que recobras la salud y que me quieres, y me
disgusta porque pronto te separarán de mí.
Pedro. — ¡ Y tan pronto !
Amelia. — ¿ T e ha dicho algo mi padre?
Pedro. — Sí; me ha dicho, que según el
médico, puedo va irme a Barcelona y que he
de hacerlo esta misma tarde.
Amelia. — ¡ Ah, sí! Una herida tan grave
quieren darla por curada en quince días. ¡ Pero
ese médico!
Pedro.— i Qué quieres que haga! Temerá
correr la suerte del juez, que ha sido trasladado, p>orque no creía en mi suicidio. ¡ Y dicen
de los reyes absolutos! ¡ Qué más absolutismo
que el que ejercen esos caciques en los pueblos!
Amelia. — Pero tú no estás en disposición
de emprender un viaje y no has de emprenderlo.
Pedro. — Si tu padre me echa, ¿qué fuerza oponerle en este pueblo?
Amelia. — ¡La de negarte a marchar!
Pedro. — Vendrá la pareja, me acompañará
hasta la primera estación, y ¿qué remedio
queda?
Amelia. — Antes diré yo a mi padre la
verdad de tu herida.
Pedro. — No hagas tal cosa, porque entonces me perderás para siempre. Yo quiero que
tú seas mía por mis propios merecimientos y
por lo mucho que te estimo; no por gratitud ;
mi silencio no se vende.
Amelia. — Un hombre como tú había yo
soñado. Infinito en grandeza, infinito en bien,
infinito en valor.
Pedro. — En cuanto a valor... ¡ Ya ves, tu
hermano por poco me mata, sm que yo le
opusiera la resistencia que la oveja opone al
lobo!
Amelia. — Sí, sí; pero yo ya sé de tus hechos pasados. Me los han contado algunos de
los amigos que han venido a verte.
Pedro. — ¿Qué te contaron?
Amelia. — ¡ Tantas cosas me contaron !
i Con decir que conozco toda tu vida! Eres
un héroe y un santo en una pieza.
Pedro. — ¡ Tontilla! Pero mira, de todas
maneras, bien será que tu hermano no me provoque de nuevo.
Amelia. — No, no te provocará ; ¡ te t e m e !
Te teme, porque yo he procurado que conociera alguna de tus valentías. Lxj que creo, es
que, sin dar la cara, te hará todo el mal posible.
Pedro. — Viviremos alerta pues, por más.
B
N
que, desgraciadamente, me queda pKXo tiemp)o
de esta vida avisada.
Amelia. — Eso ya lo veremos. Yo estoy dispuesta a todo para impedir que te separen de
mí.
Pedro. — ¿Y qué piensas hacer?
Amelia. •— ¡ Lo q u e discurre una mujer
enamorada!
Pedro.— ¡Cuan digna eres de un hombre
como yo, ángel mío! j Y mira si soy orgulloso
t n mi inmenso amor por t i ! i Más que por mí,
por ti habría de sentir el que no pudieras casarte conmigo!
Amelia. — Dime, dime ; ¿por qué? (Aieere.)
Pedro. — Porque otro hombre no te daría
la felicidad que tú mereces.
Amelia. — De ahí, porque yo, para no perder la felicidad que tú representas para mí,
esté disfjuesta a todo.
Pedro. — ¿A todo?
Amelia. — ¡ Sí, a todo!
Pedro. — ¿A huir conmigo, quizá?
Amelia. — \ Quiá ! La huida es imposible;
vigilan nuestros pasos la mar de gente.
Pedro. — No comprendo.
Amelia. — Ponte bueno y cuando lo estés
te lo contaré.
Pedro. ^ ¿Por qué no ahora?
Amelia. — Porque... (Con mucho
mtmo.)
¡ Porque ahora no, vaya !
Pedro {le coge la cabe:;^a y le da un beso en
L frente). — ¡ Eres más grande que y o !
Amelia {con los o¡os baps y pudorosos). —
¿Me querrás?
Pedro. — ¡ En el mundo no habría ser más
Despreciable que este que te está mirando, si
después de lo que encubren tus intenciones
p.o te quisiera hasta la muerte!
{Dentro se oyen las voces de Rosalía y Ángela.)
Amelia {con algún disgusto). — ¡ No me
había acordado! Son Rosalía y Angela que
vienen a buscarme para que, juntas, demos
muestro habitual paseo dominguero.
{Salen de la izquierda Rosalía y Ángela; van
llenas de flores; en la mano llevan un ramtto cada una que entregan a Amelia;
é^ta pone uno de eUos en el o]al de Pedro.)
ESCENA m
PEDRO. AMELIA, ROSALÍA y
ÁNGELA
Rosalía. — Buenos días.
.Angela. — ¿Cómo se encuentra usted?
Pedro — Muy bien, gracias.
Amelia. — ¿Quieres acompañamos, Pedro?
Pedro. — Si no me hicieran ustedes andar
mucho, sería para mí gran placer ir entre jóvenes tan bellas.
(Continuara)
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