C UADERNOS HISPANOAMERICANOS MADRID OCTUBRE-DICIEMBRE 1975 E N E R O 1 9 7 6 304-307 CUADERNOS H I S P A N O AM E R ICANOS DIRECTOR JOSÉ ANTONIO MARAVALL JEFE DE REDACCIÓN FÉLIX GRANDE HAN DIRIGIDO CON ANTERIORIDAD ESTA REVISTA PEDRO LAIN ENTRALGO LUIS ROSALES DIRECCIÓN. SECRETARIA LITERARIA Y ADMINISTRACIÓN Avenida de los Reyes Católicos Instituto de Cultura Hispánica Teléfono 244 06 00 MADRID CUADERNOS HISPANOAMERICANOS Revista mensual de Cultura Hispánica Depósito legal: M 3875/1958 DIRECTOR JOSÉ ANTONIO MARAVALL JEFE DE REDACCIÓN FÉLIX GRANDE 304-307 (TOMO íí) DIRECCIÓN, ADMINISTRACIÓN Y SECRETARIA-- Avda. de los Reyes Católicos Instituto de Cultura Hispánica Teléfono 244 06 00 MADRID ÍNDICE DEL TOMO II NÚMEROS 304-307 [OCTUBRE-DICIEMBRE 1975-ENERO 1976) Páginas ROSARIO REXACH: La soledad como sino en Antonio Machado ... ARMAND F. BAKER: Antonio Machado y las galerías del alma . . . . . . FRANCISCO CARENAS: En torno a la poética de Antonio Machado. ALFREDO RODRÍGUEZ, LUZ RODRÍGUEZ Y TOMAS RUiZ FABREGA: El uso de «tarde» en la poesía de Antonio Machado JOSÉ LUIS CANO: El símbolo de la primavera en la poesía de Antonio Machado MARÍA EMBEITA: Tiempo y espacio en la poesía de Antonio Machado CARLOS FEAL DEiBE: Sobre el tema de Don Juan en Antonio Machado ARNOLDO LIBERMAN: Vida, libertad y muerte de Antonio Machado. MARTA RODRÍGUEZ SANTIBAÑEZ: En tomo a una dialéctica poética en la obra de Antonio Machado , JACINTO-LUIS GUEREÑA: Antonio Machado en realidades y domU nantes LEOPOLDO DE LUIS: Antonio Machado ante la crítica JOSÉ MARÍA DIEZ BORQUE: Antonio Machado, crítico literario, enjuicia la prosa de sus contemporáneos C. G. BELLVER: Abstracto. Rafael Alberti y Antonio Machado: amistad y tributo RAMÓN BARCE: La escuela de sabiduría de Juan de Mairena ... JOSÉ GERARDO MANRIQUE DE LARA: Machado, poeta entero en el recuerdo JGSE OL1VIO JIMÉNEZ: La presencia de Antonio Machado en la poesía española de posguerra JOSÉ QUINTANA: Antonio Machado y Canarias en el primer centenario de su nacimiento LUIS DE PAOLA: Antonio Machado: Un clásico de nuestro tiempo. MANUEL ANDUJAR: Resonancias de Antonio Machado JORGE URRUTIA: Bases comprensivas para un análisis del poema «Retrato» RICARDO SENABRE: Amor y muerte en Antonio Machado (El poema «A José María Palacio») JOSÉ ORTEGA: Nueva reflexión sobre «Poema de un día. Meditaciones rurales» ANTONIO MARTÍNEZ MENCHEN: La tierra de Alvargonzález en la poética de Antonio Machado CARLOS BECEIRO: La primera versión del poema «Campos de Soria», de Antonio Machado AURORA DE ALBORNOZ: Antonio Machado: «De mi cartera». Teoría y creación LUIS ROSALES: Un antecedente de «Yo voy soñando caminos» ... GUIDO CASTILLO: El misterioso Xavier Valcarce ROBERT MARRAST: Tres versiones de un texto en prosa de Antonio Machado. «Casares», «Perico Lija», «Gentes de mi tierra». JOSÉ MONLEON: El teatro de los Machado JOSÉ LUIS ORTIZ NUEVO: El mundo flamenco en la obra de los hermanos Manuel y Antonio Machado: «La Lola se va a los puertos» LUCIANO GARCÍA LORENZO: El teatro de tos Machado o la imposibilidad de ser ... ...' LUIS GARCIA-ABRINES: Los acentos rítmicos endecasílabos en los Machado ... ... GALVARINO PLAZA: Los Machado en su centenario MANUEL QUIROGA CLÉRIGO: Vida y poesía en Antonio Machado. JOSÉ MARÍA BERMEJO: Antonio Machado, poeta simbolista ANTONIO COLINAS: En torno a los «Apócrifos» de Antonio Machado ALBERTO PORLAN: Machado en francés FERNANDO AINSA: Antonio Machado en el centenario de su nacimiento 629 647 679 690 698 716 729 741 752 76? 792 810 840 845 856 870 904 910 913 920 944 972 986 1005 1014 1029 1042 1050 1064 1088 1095 1111 1118 1137 1140 1143 1150 1152 HOMENAJE A MANUEL Y ANTONIO MACHADO (TOMO II) LA SOLEDAD COMO SINO EN ANTONIO MACHADO En su artículo «Ensimismamiento y alteración», dijo Ortega que era propio del hombre tener un chez-soi a que retirarse en oposición al animal que vivía en perenne alteración. Y ambos ingredientes se dan en ía vida humana en diferente grado. En algunos ía dosis de alteración es tan alta que apenas pueden vivir consigo mismos. En otros, en cambio, pesa tanto el ensimismamiento que andan por el mundo inmersos en su interioridad. Pocos pueden figurar en ese grupo como Antonio Machado. Hasta qué punto fue esto una condición innata, o algo más, es lo que trataremos de analizar aquí. Como inicio vaya esta conjetura. Y es que aparentemente un sino trágico pareció presidir la vida del poeta para condenarlo siempre a una soledad más allá de lo que era de esperar. Y lo curioso es que ella no estuvo desprovista de los bienes espirituales que son propicios a una vida de relación más plena. Así tuvo Machado una famitia tierna, una esposa querida y amante, una vida profesional normal y una carrera como escritor brillante. ¿Qué pasó, pues? Simplemente lo dicho. Que ía tragedia ío tocó desde eí principio para condenarlo a una soledad íntima que sería el requisito previo a su floración como gran poeta. Y con tai naturalidad que a menos que uno concatene todos los hechos no puede vistumbrar la magnitud y hondura de ese destino. Y es que, bien pensado, eso es auténticamente la tragedia. Una vida que desarrollándose naturalmente no pueds, sin embargo, escapar a su sino. Veamos cómo eso se cumplió en la vida de Antonio Machado. Anótese por lo pronto esto. Antonio Machado es el segundo de los hijos de un matrimonio al parecer feliz que vive dentro de una estructura familiar muy bien tejida. Y ceñida sin duda a valores tradicionales, por lo que el primogénito —su hermano Manuel— debe haber tenido posición excepcional dentro de! núcleo. Ya Alfredo Adíer ha señalado ía importancia que tiene ei orden del nacimiento del niño dentro de la constelación familiar. Por su primogenitura es 629 pues, Manuel, el centro de atención y sabiéndose gustado y querido y con posición predominante va a desarrollar la seguridad emocional y el carácter expansivo y extrovertido que todos conocieron después. Por lo mismo debe habérsele reputado desde ¡os inicios como encantador y simpático. Cuando Antonio nace un año después, su situación es diferente. La familia —aún fascinada con el primogénito— tendrá que poner cierta deliberación en la atención que preste al nuevo niño. Y sólo cuando éste la reclama debe habérsele dado. Desde el nacimiento,, pues, gozará Antonio de más soledad que su hermano mayor. Y este es el primer paso en el largo camino hacia su ensimismamiento. Pero no se maientienda. No quiere esto decir que Antonio no fue un niño querido. No, Sólo que desde el principio se habituó a ver y a sentir como norma! que el centro de atención fuese Manuel, mientras éi podía vacar libremente hacia la contemplación y gozar de más largos períodos de soledad. La interiorización, ensimismamiento y profundizaron de su alma se inician así. El largo viaje hacia dentro ha comenzado, pues su vida se desarrolla, como dice Gabriel PradalRodríguez, «en una serie de alquitaramientos espirituales misteriosos, y casi descarnados» (Antonio Machado, 1875-1939. Vida y obra. Hispanic instituto, Nueva York, 1951, p. 18). No es extraño por eso que desde el inicio le atraigan más las cosas y el paisaje que los seres humanos. Al cabo para éstos no era la figura principal. Pero ante las cosas y la naturaleza será todo vibración. Aprendió así desde muy pronto a gustar de las plantas y del ruido de las fuentes que tanto sabor dan a su nativa Sevilla, Que esto es así queda patente en los primeros versos del «Retrato» que abre sus Campos de Castilla: «Mi infancia son recuerdos de un patío de Sevilla / Y un huerto claro donde madura el limonero.» En definitiva, no la madre u otro ser humano. Sólo el paisaje. Por las mismas razones un algo de angustia, tristeza y desolación se irá macerando poco a poco en su alma. El lo llamará alguna vez melancolía. En «Sueño Infantil» dirá: Muda en el techo, quieta, dormida? La gruesa nota de angustia está y en la mañana verdiflorída de un sueño niño volando va {*)• £*) Antonio Machado: «Obras, Poesía y prosa». Segunda edición. Buenos Aires, 1873, p. 117. Nota. Con respecto a este poema hay que aclarar que existen diversas versiones de! mismo. En la propia página 117 se lee «negra» en vez de «gruesa». Y «pradera» en vez de «mañana». Aquí yo me he atenido a la versión más aceptada que se fundamenta en la lectura acuciosa de! manuscrito de esta poesía, que está reproducido. Se aclara también que todas las citas de ahora en adelante se harán por la edición señalada indicando la página solamente. 630 Y en el poema Vill de su libro Soledades insiste en la nota triste de ia infancia, de su infancia. Véase; Yo escucho ios cantos de viejas cadencias que ¡os niños cantan cuando en cono juegan y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra: con monotonías de risas eternas que no son alegres, con lágrimas viejas que no son amargas y dicen tristezas, tristezas de amores de antiguas leyendas. (Páginas 68 y 69.) Repárese en que ía risa no es alegre ni las lágrimas son amargas. De la lectura del poema no resalta la alegría despreocupada del coro infantil, sino un sentimiento profundo de honda melancolía que Antonio Machado, con esa difícil facilidad aparente que tan bien ha estudiado Carlos Bousoño, nos instila en e) aima, ¿Hay algo biográfico en estos poemas? En el estricto sentido sin duda no, a pesar de esa primera persona que dice «Yo escucho los cantos». Pero sí en el sentido de un sentimiento profundo gestado en los lejanos días infantiles. Lo cierto es que la nota triste, resignada y agridulce que va a ser típica de Machado ya está en esos recuerdos. El lo reconoce cuando en su libro Galerías, de 1907, dice en el poema LXXVH: Es una tarde cenicienta y mustia, . destartalada, como el alma mía; y es esta vieja angustia que habita mi usual hipocondría. La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera: pero recuerdo y, recordando, digo: —Sí, yo era niño, y tú, mi compañera. (Página 122.) La confesión es clara. Fue !a tristeza la compañera de su vida desde muy pronto. Antonio no fue sólo un niño ensimismado y soli631 tario, sino también un niño triste. Aprendió así a vivir más de sus recuerdos que de sus acciones. Fue más contemplativo que activo. Por eso la memoria se hará en él un i'nstrumento de vida. Le servirá de sustento emocional. Y por eso el tiempo humano será su gran tema poético. En el poema citado continuará: Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena, y soledad de corazón sombrío, de barco sin naufragio y sin estrella. Como perro olvidado qué no tiene huella ni olfato y yerra por los caminos, sin camino, como el niño que en la noche de una fiesta se pierde entre el gentío y el aire polvoriento y las candelas chispeantes, atónito, y asombra su corazón de música y de pena, así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre. en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla. (Páginas 122-23,} Al leer estos versos no podemos menos que imaginarnos quizás el poeta niño probablemente perdido, o sintiéndose tal, en una fiesta fin Sevilla, en Semana Santa. Pues el tono biográfico es obvio. Y adviértase. No sólo el poeta se sintió desde niño un poco perdido entre la gente, sino que también se sintió perdido en la vida y buscó el amparo paternal de Dios sin llegarlo a encontrar cabalmente nunca. Por eso en el poema «Iris de la noche» que dedicó a Valle-lnclán, escribe: Y tú, Señor, por quien todos vemos, y que ves el alma, dinos si todos un día hemos de verte la cara. [Página 264.) La duda sempiterna, como se ve, fue también su compañera. Pero, insisto, no se piense que fue Antonio Machado un niño olvidado o malquerido. De haberlo sido no habría sido bueno, como éi mismo se proclamó en su «Retrato»: «soy, en el buen sentido de la palabra, bueno» y como todos muy bien sabemos. No. Madre y padre Jo rodearon de ternura y cuidado. Sólo que nos parece que no 632 con la devoción y entrega que confirieron al hijo mayor. De ahí que la alegría, despreocupación y sociabilidad fácil de Manuel se hicieran melancolía, ensimismamiento y soledad en Antonio. Por eso no faltan ¡as referencias dulces a su madre. En las Soledades, en e! poema LXV11, encontramos esto: Ya sé que no responden a mis ojos, que ven y no preguntan cuando miran, ios vuestros daros; vuestros ojos tienen la buena luz tranquila, Ja buena luz del mundo en flor que he visto desde los brazos de mi madre un día. (Página 118.) Y en el poema LXXXV1I puede leerse: Y volver a sentir en nuestra mano, aquel latido de la mano buena de nuestra madre... (Página 129.) Y aun esto: Sí, te recuerdo, tarde alegre y ciara casi de primavera, tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena y de ¡a buena aibahaca que tenía mi madre en sus macetas. (Poema Vil de Soledades, p. 68.) Pero flama la atención cómo todas estas referencias son indirectas, casi impersonales. Son los ojos ¿de una amiga?, otra mano, o fa tarde, los que remueven el recuerdo. No la madre en sí. En cambio, las referencias ai padre suelen tener un carácter más perscnal y directo. Bien conocido es el poema en que dice: Mi padre en el jardín de nuestra casa, mi padre, entre sus libros, trabajando. Los ojos grandes, la alta frente, el rostro enjuto, los bigotes lacios. Mi padre escribe (letra diminuta] medita, sueña, sufre, habla alto. Pasea —oh padre mío ¡todavía! estás ahí, el tiempo no te ha borrado. («Mi padre», poema. Cancionero apócrifo, 633 p. 814.} O e! soneto muy divulgado en que e¡ padre lo presiente a él, el poeta, ya viejo: Esta luz de Sevilla... Es el palacio donde nací, con su rumor de fuente. Mi padre, en su despacho. —La alta frente, la breve mosca, y el bigote lacio—. Mi padre, aún joven. Lee, escribe, bojea sus libros y medita. Se levanta; va hacia la puerta del jardín. Pasea. A veces habla solo, a veces canta. Sus grandes ojos de mirar inquieto ahora vagar parecen, sin objeto donde puedan posar, en el vacío. Ya escapan de su ayer a su mañana; ya miran en el tiempo, ¡padre mío!, piadosamente mi cabeza cana. (Páginas 309-10.) No hacen falta más comentarios. El padre es para él figura más entrañable. Su sombra callada deambula por la memoria del poeta. Pero la vida da otra vuelta para acendrar la soledad y cantempíaoión en Antonio. Cuando el niño tiene ocho años, la familia se traslada a Madrid. Se sabe que ías mujeres no han visto con buenos ojos el cambio, pero, al fin, se acostumbran. Ya en Sa capital un nuevo elemento, y bien importante, se añade al proceso de profundización del alma del menor de los Machado. La familia los pone a estudiar en ía' institución Libre de Enseñanza. La intensa orientación ética del plantel en que don Francisco Giner de los Rios es figura señera, da alimento a ¡a vocación seria de Antonio. Su personalidad contemplativa y profunda halla atlí cauce y modelos. No es de extrañar por eso que a la muerte del maestro, en 1915, responda el poeta con uno de sus poemas más sólidos y sentidos. Aquel en que dice aquella frase que conmueve a toda alma sensible y que traza un programa ético para España ajeno a la ceremonia y retórica luctuosas tradicionales: «Yunques, sonad; enmudeced, campanas». En otras palabras: el mejor homenaje a! maestra es el trabajo diario, no el repiquetear vano en ¡os campanarios. Pero Madrid tiene para Antonio un riesgo. Un riesgo en su vía hacia el adentramiento. Es una ciudad con salero y plena de tentaciones. El teatro apasiona a los hermanos, Y también la vida bohemia. 634 Juntos recorren los cafés, colaboran en periódicos, y se inician en la euforia de la juventud, ¿Qué habría pasado si la vida no los separa y les dicta diferentes derroteros? Difíci! suponerlo. Pero es lo cierto que es entonces la única vez en que Antonio se produce con cierta tendencia a seguir i-a moda imperante de! modernismo en su forma más superficial. Algunos poemas de esa época recuerdan en el ritmo y la música aquellos de «la princesa Eulalia», tan sonoros, pero tan ajenos a lo mejor del alma de Darío. ¿Será necesario que recordemos aquí para ilustrar lo que decimos aquellas estrofas de «Fantasía de una noche de abril», que comienza con ésta?: ¿Sevilla?.,. ¿Granada?... La noche de luna angosta la calle, revuelta y moruna, de blancas paredes y oscuras ventanas..-: Cerrados postigos, corridas persianas... El cielo vestía su gasa de abril. {Página 104.) A qué seguir. Baste como muestra de la tentación por lo superficial y musical, pero sin real poesía, que alguna vez. visitó a nuestro poeta en Madrid durante esta etapa de su vida. Pudo ser fatal. Pero no hay temor. La tragedia presidía su vida. La tragedia que lo condenaba siempre a la soledad. Y a su mismidad. Esta vez la llamada de! destino vino vestida de un signo de profunda tristeza. Inesperadamente, cuando todo parecía sonreírie, el padre muere de una enfermedad imprevista. Había ido a América en busca de mejor fortuna. Allí enfermó y no tuvo tiempo de regresar vivo al hogar. Murió en su Andalucía querida, pero íejos de sus hijos. La muerte del padre plantea problemas a los jóvenes Machado. La existencia despreocupada y bohemia ha terminado. Hay que contribuir al diario sostén del hogar que queda regentado por la madre y ¡a abuela. Los hermanos no tienen una proíszión lucrativa. Sí abundante cuitura literaria. Por ahí habrá que ir. Después de consultar amigos y familiares deciden encauzarse como traductores. Ni pensar que en España puedan vivir como tales. Pero París está cerca. Ailí irán. Manuei va primero. Luego lo seguirá Antonio. Así fue. Cuando éste llega a París su hermano lo introduce en algunos círculos. Es e! año 1899.. Allí trabajan para la editorial Garnier. Y Antonio, en la pequeña biografía que de éi hace, dice; «Conocí personalmente a Osear Wilde y a Jean Moreas». Pero nada del brillo parisino atrae realmente a! solitario joven. Se vuelve solo a su tierra y a su Madrid. Se reincorpora a la vida bohemia y de teatro. Todavía sueña un 635 poco con ser un gran artista. La experiencia fracasa. Pero la vida continúa. El hermano también regresa. Poco después vuelven a Intentar hacerse juntos una vida de buen pasar en París. Y regresan a la Ciudad Luz, Es 1902. Conoce en esta ocasión nuestro poeta a Rubén Darío. No parece que le impresionara mucho. Pero de nuevo abandona la idea de radicarse en la capital francesa y regresa a Madrid. Y también el hermano. Para esa época ya Antonio ha pensado seriamente en encauzar su vida por un camino profesional estable. Su francés es bueno. Aspirará a profesor de esta lengua. Y se prepara para las oposiciones, mientras su hermano sigue sus andanzas bohemias, Rubén Darío vuelve a España. Es entonces que se estrecha ía amistad del hispanoamericano con los dos hermanos. Pero es a Antonio a quien él ve, a quien él siente como predestinado, porque es a él a quien dedica esa bellísima «Oración por Antonio Machado» que es un retrato anticipado de lo que el poeta será. Allí están los dísticos clarividentes: Misterioso y silencioso iba una vez y otra vez. Su mirada era tan profunda que apenas se podía ver, Y que termina con la innovación conocida: Ruego por Antonio a mis dioses ellos le salven siempre. Amén, (Rubén Darío: Obras completas, Madrid, 1953, tomo 5, pp. 1.016-17) Y bien que lo salvaron. Su primer libro de poesías, Soledades —cuyo título es tan significativo— ha salido de Jas prensas en 1902 con la fecha de 1903, Ha sido muy bien acogido por ía crítica. Pero Machado para esta época está enfrascado en hacerse de una carrera. Por fin, en 1906 gana una plaza como profesor de francés. Y esta vez su sino lo lleva a Soria, la rocosa, la árida, la señorial, la fría ciudad de la mesera castellana. Allí sueña nuestro poeta encontrar acomodo y sosiego. Y la vida serena y plácida que presiente sin realmente haberla conocido más que en ía intimidad de su alma. Pero alguna premonición íe aletea en el espíritu. Sabe, intuye, que aüí le ocurrirá algo fu-ndamentai. ¿No es eso lo que se transparenta en esos versos del poema LXX de! libro Galenas, de 1907? Y nada importa ya que el vino de oro rebose de tu copa cristalina, o el agrio zumo enturbie el puro vaso... 636 Tú sabes las secretas galerías del alma, los caminos de los sueños, y la tarde tranquila donde van a morir... Allí te aguardan las hadas silenciosas de la vida, y hacia un jardín de eterna primavera te llevarán un día. (Página 119) Y esto otro en el mismo libro: Cuando el primer aroma exhalen los jazmines y cuando más palpiten las rosas del amor, una mañana de oro que alumbre los jardines, ¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor? (Poema LXXXIV de Galerías, p. 127) Ambos presagios se cumplieron. En Soria •—como todos saben— encontró el amor que le proponía una «eterna primavera». Y en Soria también se le escapó el «sueño en flor» por la puerta trágica de la muerte un día de agosto, posiblemente luminoso como anuncia su verso. Antes había ido a París de nuevo. En esta ocasión con su esposa, que allí enferma, para venir a morir a Soria. En Francia se pone en contacto con algo que va a dejar profunda huella en su espíritu. Asiste a las clases de Bergson, ei filósofo que hizo de !a memoria y de la inteligencia el análisis más penetrante en los principios del siglo. Y que tanto cuidado dedica al problema del tiempo. El hombre que desde Materie et Memoire hasta la Pensée et le Mouvant, pasando por ¿es donnes inmediates de la concience y La Evolution Creatrice hizo un estudio más agudo de las funciones de la inteligencia y del sentido del tiempo en la vida humana. El contacto con Bergson determina, en mi opinión, una reorientación en los intereses de Antonio Machado. Estudiará Filosofía seriamente. La muerte de Leonor, su mujer, debe haber reforzado el propósito. Pues lo cierto es que otra vez, cuando nada parecía indicarlo —la esposa era casi una niña— Antonio Machado es condenado a la soledad. Y Soria, la Soria del «sueño primaveral» se le hace invivible. Tiene que huir de aquel escenario. Y se traslada a Baeza, en Andalucía. Nada se sabe al respecto. El poeta fue hombre por demás pudoroso. Pero la soledad debe haber sido demasiada. Tal vez amenazante. Porque poco tiempo después ia madre va a vivir con el hijo viudo. Ya no se separarán más y casi morirán juntos. Pero cosa 637 extraña. Tampoco entonces transparece su imagen en la obra machadiana. ¿Razones?... No las conozco. Es como para la conjetura... En una ele las profecías de Juan de Maírena —la XIX— (véase p. 445 de Obras) puede leerse esto que quizás dé una pista: Donde la mujer suele estar como en España en su puesto, es decir, en su casa, cerca del fogón y consagrada al cuidado de los hijos, es ella la que casi siempre domina, hasta imprimir el sello de su voluntad a la sociedad entera. El verdadero problema es allí e¡ de la emancipación de los varones, sometidos a un régimen maternal demasiado rígido. (Lo destacado es mío.) ¿Sintió el poeta en su vida el peso excesivo de la influencia maternal y [o consideró nocivo? Es punto a meditar. Pero un hecho es cierto. La soledad no ha terminado con esta presencia. Ya ss ha instalado en la profundidad deí alma del poeta que sóio se siente vivir en el.paisaje de su España, en el paisaje de Castilla, en oí da Soria básicamente. No sé. Siempre me he preguntado si no sería porque, en el fondo, jamás pudo asirse a la onda de otro ser humano. Porque él vibraba en una que lo trascendía y que era su tierra, esa tierra que el amó tanto y con la que se identificó de tal manera que a ella y por ella sólo legró salir, ya al final, de su esencial soledad. Pero aún es pronto para llegar ahí. Poco antes de morir su mujer ha salido su libro Campos ds Castilla. Es el comienzo dei año 1912. El gran poeta que es Antonio Machado ya está todo ahí. Ahí su gravedad serena, su hondura, su decir para todos con esa sencillez que es tan difícil realmente y tan compleja, su descripción de una España que parece hallar vida en cada roca, en cada sierra, en cada árbol, en cada río, en cada sol que asoma. Y todo para llorar y clamar con un dolor profundo y con una dignidad impresionante. Machado y, el paisaje se funden y no se sabrá nunca donde comienza, uno y termina otro. Pero en este libro también transparece algo que siempre preocupó a Machado: su desencanto frente a ciertos rasgos de! alma española en oposición a su amor y a la tierra y a la entidad histórica que es España. El hombre solitario que fue el poeta contempla a sus coterráneos desde la «barbacana» que es Soria con ojo agudo y crítico. Y deja constancia en esos Campos de Castilla de su mirar. Abundan así las descripciones de los aspectos negativos de lo humano y lo social en la vida española. Ai azar van aquí algunas muestras. En «A orillas del Duero» (p. 136) dirá: 633 Oh tierra triste y noble, la de los altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas: decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos palurdos sin danzas ni canciones... . . . y en que se ve la oposición entre su admiración por la tierra y su crítica a la apatía y falta de entusiasmo vital de! español, lo que Ortega llamaría la «vida descendente». Salto estrofas muy conocidas de Por tierras de España (pp. 138 y 139) para recordar sólo aquella final tan desoladora: Veréis llanuras bélicas y páramos da asceta —no fue por estos campos el bíblico jardín— son tierras para el águila,'un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín. O esta estrofa por demás reveladora que inicia ei poema «Del pasado efímero» (pp. 202-203}: Este hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados de melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos; el vacío de! mundo en la oquedad de su cabeza. Y basta. Para Machado el hombre de España ie ha fallado a su tierra. Es vano, envidioso, apático, sin entusiasmo. Pero ya sabemos que en esto no hacía más que responder a la orientación eticista de los hombres del 98 que tan bien ha estudiado, entre otros, Pedro Laín Entralgo. Durante su estancia en Baeza, Machado ocupa su tiempo, como siempre, dando largos paseos, escribiendo, y básicamente, estudiando filosofía. Desde que asistió a! curso de Bergson, en París, estos estudios le atrajeron profundamente. Pocas relaciones humanas, como habitualmente también. Sigue siendo un solitario. Sólo sale de su soledad en el círculo de amigos que se reúne en !a farmacia de Almazán. Pero ninguna de estas relaciones es demasiado profunda. La soledad sigue siendo su gran compañera. Y con la soledad su alma se ensimisma más cada día. Nuevas capas de profundidad van añadiéndose. Y el tiempo y la memoria que lo aquilata se van haciendo más densos. 639 Pero en Baeza tiene una experiencia que dejará honda huella en su espíritu. Un día de abril de 1917, un profesor granadino de Teoría de la Literatura que recorría varias ciudades andaluzas con un grupo de alumnos, liego a Baeza. Se llamaba don Martín Domínguez Berrueta. Y en el grupo de estudiantes iba un simpático y decidor joven de Granada. Su nombre: Federico García Lorca. El poeta maduro y el poeta joven se encuentran entonces. De ahí nacerá una estimación y admiración mutuas que nunca terminarán,. Cuando Lorca —como héroe de tragedia— es fusilado en Granada, será la voz de Antonio Machado quien clame poéticamente con más hondo acento. El eco de «El crimen fue en Granada» está siempre presente para los que una vez vibraron a su compás. Son inolvidables las estrofas que siguen: EL CRIMEN Se le vio caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aun con estrellas, de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos, rezaron: ¡ni Dios te, salva! Muerto cayó Federico —sangre en la frente, plomo en las entrañas—, ...Que fue en Granada el crimen1 sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada,.. (Página 711} Y no sé. Siempre he creído que este suceso tuvo mucho que ver con las decisiones posteriores de Antonio Machado. Se le metió muy adentro la muerte del poeta y ia radical injusticia que entrañó. En tanto, Baeza es marco estrecho en demasía para ei poeta. La soledad espiritual es demasiada y puede ser paralizadora. Machado busca una salida. En carta a Unamuno de 31 de diciembre de 1914, se desahoga y dice: Yo sigo en este poblachón moruno, sin esperanzas de salir de él, es decir, resignado, aunque no satisfecho. Para salir de aquí tendría que intrigar, gestionar, mendigar, cosa incompatible, no sé si con mi orgullo o con mí vanidad. En los concursos saltan por encima de mí, aun aquellos que son más jóvenes en el profesorado... (Página 1.018} 640 Y en la posdata a otra, dirigida también a don Miguel, el 21 de marzo de 1915, le confiesa: P. D.—'Ahora sale a concurso el Instituto de Alicante. No me atrae mucho el mar interno, pero en la esperanza de cambiar más tarde Alicante por otro lugar, voy a concursarlo. Esto no es óbice para que aguarde lleno de paciente esperanza la jubilación del señor Laserna. (Página 1£23) Es que Unamuno le ha prometido interceder para que lo trasladen a Saiamanca cuando el susodicho profesor se retire. El proceso no llega a cumplirse. Pero, en cambio, obtiene Machado el traslado a Segovia. Esta hermosa ciudad castellana representa para el poeta un respiro en muchos sentidos. No el menor que vuelve a su amada Castilla, a sus sierras y a sus parameras. Además se acerca a Madrid donde hay un ancla que lo llama: su hermano Manuel. A su vera se sintió siempre menos solo, más joven, más vital, más lleno de entusiasmo. Es un ser con quien puede hablar, compartir, soñar y hacer nuevos proyectos. Segovia no lo defrauda. Encuentra algunos amigos. Y un grupo de jóvenes que lo siguen como a un Maestro. Y con quienes funda ía revista «Manantial». En Segovia encuentra también algo que no había entrado en sus proyectos, pero que sí presintió: un nuevo amor. Amor tardío y diferente del tierno y devoto que tuvo por su esposa. Fue, creo, su único amor pasional. Tal vez si por aquello que alguna vez él mismo escribió: Se ignora o se aparenta ignorar que la castidad es, por excelencia, la virtud de los jóvenes, y la lujuria, siempre, cosa de viejos. [De un «Cancionero Apócrifo de Abel Martín». Obras, p. 320) Y en uno de sus proverbios y cantares de esta época (LV1II), dirá: Creí mi hogar apagado, y revolví la ceniza... Me quemé la mano. (Pág. 280) En este caso fue la mujer como «diosa carnal» aunque no desprovista de valores espirituales —claro está— lo que le atrajo. Casi parece imposible que fuese Antonio Machado quien escribiera estos versos a Guiomar: Hoy te escribo en mi celda de viajero, a la hora de una cita imaginaria. 641 CUADERNOS. 3 0 4 - 3 0 7 (II).—2 Rompe el iris al aire el aguacero y al monte su tristeza planetaria. Sol y campanas en la vieja torre. Oh tarde viva y quieta que opuso al panta rhei su nada corre, tarde niña que amaba tu poeta! ¡Y día adolescente —ojos claros y músculos morenos—, cuando pensaste a Amor, ¡unto a la fuente, besar tus labios y apresar tus senos! (Obras, p. 371} O el bellísimo soneto: ROSA DE FUEGO Tejidos sois de primavera, amantes, de tierra y agua y viento y sol tejidos. La sierra en vuestros pechos jadeantes, en ¡os ojos los campos florecidos, , pasead vuestra mutua primavera, y aun bebed sin temor la dulce leche que os brinda hoy ¡a lúbrica pantera, antes que, torva, en el camino aceche. Caminad, cuando el eje del planeta se vence hacia el solsticio de verano, verde el almendro y mustia la violeta, cerca la sed y el hontanar cercano, hacia la tarde del amor, completa, con la rosa de fuego en vuestra mano. (De un «Cancionero Apócrifo». Obras, p. 321] Toda la poesía que escribe entonces Antonio Machado —y tal vez debido a las experiencias agradables de su vida entre Segovia y Madrid— se hace más risueña, menos sombría, más esperanzada. La adjetivación es más diáfana. Si antes los colores preferidos eran el cárdeno y el gris, ahora no será raro encontrar el tono rosa y la mañana clara, Alguien tendrá que hacer un día el estudio cuidadoso de la evolución de la adjetivación en el poeta, pues pocos como él concedieron tanta importancia a! adjetivo y pocos lo usaron con, tanta sabiduría, mesura y ritmo. La época de Segovia va conformando también la materialización de un sueño largamente acariciado por el poeta. El ideal de la Re642 pública. La ilusión de un cambio que modifique sustancialmente la vida española. Desde hace años —como todos los hombres del 98— ha clamado no sólo en su poesía, sino en su prosa, por una vida distinta. En un artículo titulado «Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz» había escrito: Por lo pronto, nuestro patriotismo ha cambiado de rumbo y de cauce. Sabemos, ya que no se puede vivir ni del esfuerzo,, ni de la virtud, ni de la fortuna de nuestros abuelos; que la misma vida parasitaria no puede nutrirse de cosa tan inconsistente como el recuerdo; que. las más remotas posibilidades del porvenir distan menos de nosotros que las realidades muertas en nuestras manos. Luchamos por libertarnos del culto supersticioso del pasado. (Obras, p. 845) El 14 de abril de 1931 es un día de júbilo para Antonio Machado. Siente que se abre ante él una vida de tono y sesgo distintos. Está él entre los que izan la bandera de la República en Segovia aquel día. Y tras este triunfo su traslado a Madrid, su meta soñada. Va de profesor al Instituto Calderón de la Barca. Ya está cerca de Manuel y podrá disfrutar también de sus entrevistas espaciadas y furtivas con su «diosa». Pero sólo por corto tiempo. Otra vez la soledad lo ronda. Pero sólo es ronda todavía, no presencia. Así tiene tiempo de urdir nuevos proyectos como el de escribir para el teatro junto con Manuel. Nace así La Lola se va a los puertos que tiene un buen-éxito teatral y en cuya factura la imagen de Guiomar tanto, tendrá que ver. El mismo poeta se lo afirma cuando le escribe: Voy a contarte la historia de esta comedia. E! propósito de escribirla data.de hace ya tres años. La copla popular de donde salió;el. título dice sencillamente: La Lola se va a los puertos la isla se queda sola. Mi hermano Manuel la glosó: '- • ¿Y ssta Lola quién será que así Se marcha dejando la isla de San Fernando tan sola cuando se va? • < :• Cuando la Membrives —hace ya tres años— nos pidió una comedía andaluza, pensamos en sacarla de la soleariíla... Y hubiéramos hecho una comedia realista... Escrito estaba ya gran parte del 643 primer acto antes de conocerte. El propósito de sublimar a Ja Lola es cosa mía. Se me ocurrió a mí pensando en mi diosa... A ti se debe toda la parte trascendente e ideal de la obra. Porque yo no hubiera pensado jamás santificar a una cantadora. (Obras, pp. 1.035-36) Otras obras escribirán para el teatro ambos hermanos. Y alguna quedará inconclusa, como se sabe. Pero, repito. Está escrito que Machado no puede gozar de una vida íntima compartida, aunque sea parcamente. El 19 de julio de 1936 sorprende a ambos hermanos separados por puro accidente en dos ciudades claves. En Madrid, Antonio. Con la República y con su ejército de milicianos. En Burgos, la otra capital, Manuel, que ha ido allí con su mujer para disfrutar de unas vacaciones con algunos familiares. La guerra dicta a ambos hermanos diferentes derroteros. Que ambos pudieron renunciar a la separación es posible. Pero ¿quién ha podido alguna vez escapar al sino de la tragedia? ¿Y no hemos dicho que fue la vida de Antonio Machado marcada desde pronto por el signo de la soledad? Lo cierto es que ya la separación es definitiva como lo es también la de Guiomar. Ambas separaciones herirán al poeta en lo más hondo. Nunca se resignará a ellas y en ocasiones transparecerá en su poesía el dolor por estas ausencias. Aquí recuerdo uno de los sonetos que aparecen en Poesía y Prosa varia de la Guerra, el VI, en cuyo segundo cuarteto es- cribe: Mi Sevilla infantil, ¡tan sevillana! ¡cuál muerde el tiempo tu memoria en vano! ¡Tan nuestra! Aviva tu recuerdo, hermano. No sabemos de quién va a ser mañana, {Página 717) La llamada angustiosa al hermano está aquí presente. Como presente está su dolor por la reparación definitiva de Guiomar en el soneto V del mismo libro. Léase; De mar a mar entre los dos ia guerra, más honda que la mar. En mi parterre, miro a la mar que el horizonte cierra. Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre, 644 miras hacia otro mar, la mar de España que Camoens cantara tenebrosa. Acaso a ti mi ausencia te acompaña. A mí me duele tu recuerdo, diosa. La guerra dio ai amor el tafo fuerte. Y es la total angustia de la muerte, con la sombra infecunda de la ¡lama y la sonada miel de amor tardío, y la flor imposible de la rama que ha sentido del hacha el corte frío. (Página 717) ¿Quiérese una más desolada y entrañable angustia? Ya la soledad para Machado no tendrá otro horizonte que la muerte personal. Pero todavía lo sostiene una compañía, y gozosa en muchos aspectos. Se siente vibrar al unísono con su tierra. Y con su drama. Sus dolores los hace cuerpo en el suyo. Con ella se indigna y calma, se angustia y desvive. Por ella y para elia aún trina su cantar. Pero ella también se le va trágicamente. De ella también habrá de separarse. La soledad ya ahora será total, La tragedia ha cumplido su ciclo. Apenas exiliado de su suelo nativo con el dolor profundo de haber perdido ya todas sus raíces sus fuerzas no tienen por qué rehacerse. Y se doblega a la muerte. Y nas¡ solo, muere en Collioure, un día triste de febrero de 1939. Yo no encuentro mejor modo para terminar estas líneas de homenaje al gran poeta y gran hombre que fue Antonio Machado que copiar estos versos suyos en que clama por sumirse en el pueblo para escapar a ía soledad, a esa soledad angustiosa que fue su destino, y que los titula curiosamente: A y, quién fuera pueblo una vez no más I Y una vez —quién lo sabría?— curar esta soledad entre los muchos amantes como a las verbenas van (albahacas de San Lorenzo, fogaratas de San Juan!) con, el sueño de una vida elemental. Tú guardas el fuego, 645 yo gano el pan. Y en esta noche de todos tu mano en la mía está. (Coplas españolas, p. 827} Ya jamás estará sofo Antonio Machado otra vez. Está y estará por siempre con su pueblo —el que habla su lengua más allá de todas las fronteras. ROSARIO REXACH 301 East 7Stb Street NEW YORK (USA) 646 ANTONIO MACHADO Y LAS GALERÍAS DEL ALMA • Galerías del alma... ¡el alma niña! Su clara fuz risueña; y la pequeña historia, y ia alegría de la vida nueva... ¡Afi, volver a nacer, y andar camino, ya recobrada la perdida senda!...» [1] Desde hace muchos años uno de mis escritores predilectos ha sido el gran poeta español Antonio Machado, Como muchos lectores, he descubierto en sus poesías una fina sensibilidad humana que me ha tocado en las profundidades del alma. Entre las muchas poesías que me gustaban, sin embargo, había una que siempre me parecía problemática, porque no veía su relación con el resto de la obra de Machado. Me refiero al poema «Glosa» (LV1II), y no a los primeros versos que describen la admiración del poeta por Jorge Manrique, sino a los últimos versos que parecen contener una referencia a la idea de la reencarnación: Tras el pavor de morir está el placer de llegar, ¡Gran placer! Mas ¿y el horror de volver? ¡Gran pesar! (p. 110). Porque si el «placer de llegar» se refiere a fa idea de entrar en ía otra vida, e>l «horror de volver» debe ser una referencia a la idea de volver a nacer en esta vida de sufrimiento y dolor. Pues bien, aunque Machado no era lo que se puede Mamar un católico ortodoxo, siempre lo había considerado un escritor más o menos representativo de la tradición cristiana, y la reencarnación es una idea que se asocia al pensamiento orienta!. Además, como casi toda persona en el mundo occidental, nunca había tomado muy en serio la posibilidad de la reencarnación. Así, no pensé más sobre el asunto hasta que un día leí el libro de Concha Espina que contiene las cartas de Machado a Guiomar. (1) Antonio- Machado: «Obras: poesía y prosa», 2, 3 ed.; Buenos A/res, Losada, 1973, p 129. Ál citar de las «Obras» de Machado siempre cito por esta edición, y doy el número de página, y el número del poema si es posible, al final de cada cita. 647 En una de las cartas, cuando Machado intenta encontrar la causa del profundo cariño que siente por eíia, leí el pasaje siguiente: «¿O será que, acaso, tú y yo nos hayamos querido en otra vida? Entonces, cuando nos vimos no hicimos sino recordarnos. A mí me consuela pensar esto, que es !o platónico» (2). Y otra vez me pregunté si, en efecto, era posible que Machado creyera en la reencarnación. Estas palabras —«me consuela pensar esto»—parecen indicar que sí. Si esto fuera cierto, tendría unas poderosas consecuencias para la comprensión de su obra filosófica y cambiaría radicalmente la manera en que se han de interpretar muchas de sus poesías, Resolví entonces estudiar el problema sistemáticamente. Pero no iba a ser fácil encontrar una solución, porque muchas de las ideas de Machado sobre el tema estaban expresadas en lenguaje poético, es decir en metáforas o símbolos, que pueden interpretarse de varias maneras, Además, en un país tan conservador en asuntos religiosos como lo es España, pocas personas se atreverían a expresar abiertamente una creencia tan heterodoxa. Es evidente también que muchos documentos personales, donde el poeta podía haber hablado más directamente sobre sus ideas filosóficas y religiosas, se perdieron durante la confusión de la Guerra Civil. Seguí adelante, no obstante, y creo ¡haber hecho unas observaciones que, si no son definitivas, por lo menos tienen suficiente validez para echar nueva luz sobre varios puntos importantes de la obra de Machado. I. LA REENCARNACIÓN EN EL MUNDO OCCIDENTAL Uno de ios primeros descubrimientos que se hace al estudiar la idea de la reencarnación —también se llama transmigración o metempsicosis— es que no aparece solamente en el Oriente. También ha tenido muchos partidarios importantes en el mundo occidental. La metempsicosis constituye una parte importante de la filosofía griega. («A mí me consuela pensar esto, que es lo platónico», había escrito Machado) (3). Tal doctrina aparece en la Cabala, escritura esotérica de la religión judía. También hay referencias a la reencarnación en la Biblia, y ciertos historiadores creen que hay suficientes pruebas para indicar que formaba parte de la religión cristiana en sus orígenes (4). (2) Concha Espina: «Antonio Machado, a su grande y secreto amor», Madrid, Lifesa, 1950, p. 117. [3] Hay frecuentes referencias a !a idea de la reencarnación en la obra de Platón; pueden verse especialmente las obras siguientes: «La república», 614-621; «Fedro», 245-252; y «Fedón», 73-77, (4) Para un estudio completo de estos puntos, el lector puede consultar los libros «Reincarnation 'm World Thought», editado por Joseph Head y S. L. Cranston, New York, 648 Uno de los primeros padres de la Iglesia Católica, Orígenes (185-254 A. D.), predicó la transmigración de las almas, y sus ideas recibieron mucha atención, hasta que fue anatemizado en 553 A. D, Después de esta fecha, la reencarnación nunca ha sido parte del cristianismo oficial, pero ha persistido en ciertas sectas, como los Rosicrucianos y la Teosofía, y también ha vuelto a aparecer en 'las ideas de muchos pensadores individuales (5). En las últimas décadas ha habido un creciente interés en la reencarnación, y muchos libros nuevos han sido publicados sobre el tema. Varias obras, por ejemplo, el libro del profesor lan Stevenson, tratan de probar científicamente que la reencarnación es una realidad [6), ¿Y cuál es el valor de esta creencia para el hombre moderno? Para muchas personas, la teoría de la reencarnación, junto con la .Ley del karma, ofrece una explicación lógica para muchos problemas religiosos y filosóficos que el cristianismo nunca ha podido resolver. También hay evidencia para creer que, en un período u otro, estas ideas han florecido en casi todas partes del mundo. Tal universalidad parece indicar que la reencarnación es una de esas creencias, espontáneas o instintivas, por medio de las que el hombre responde a los problemas más urgentes de su existencia. II. MACHADO Y EL PENSAMIENTO ORIENTAL Hombre occidental, tu miedo al Oriente, ¿es miedo a dormir o a despertar? (p. 833). Un estudio completo de la relación entre la filosofía de Machado y el pensamiento oriental no puede caber en estas páginas, pero, para servir como base del estudio de la reencarnación, pueden señalarse rápidamente algunos puntos de contacto. Sin más investigaJulian Press, 1969, y «Reincarnatíon for the Christian, de Quincy Howe, Jr., Philadelphia, Westminster Press, 1974. (5) Según el libro «Reincarnatíon in World Thought» ya citado, la lista de los que han expresado una creencia en alguna forma de reencarnación es muy extensa e incluye, entre muchos otros, los nombres siguientes: Pitágoras, Sócrates, Platón, Cicerón, Plotino, Orígenes, Giordano Bruno, Emanuel Swedenborg, Benjamín Franklin, Immanuel Kant, j . W. Von Goethe, G. W. F. Hegel, Friedrich Von Schlegel, Arthur Schopenhauer, Víctor Hugo, Ralph Waldo Emerson, Friedrich Nietzsche, Richard Wagner, Walt Whitman, León Tolstoi, WiHiams James, james Joyce, C G. Jung, Salvador Dalí. [6) lan Stevenson: «Twenty Cases Suggestive of Reincarnatíon», New York, American Society for Psychical Research, 1966. Véanse también los libros sobre las teorías de Edgar Cayce (Cerminara, Bro, Robinson, etc.), los libros de Ruth Montgomery, y los llamados «Seth Books», de Jane Roberts: «The Seth Material», «Seth Speaks», y The Nature of Personal Reaiity. 649 ción, es imposible decir cuándo empezó o dónde se originó ¿linteres de Machado en el Oriente, pero será evidente a través del estudio que sigue que este interés aparece en los primeros poemas y desde entonces continúa hasta su muerte. En un ensayo sobre Saavedra Fajardo, Machado juega con las palabras, pero su significado es obvio: «El Occidente parece cada vez más desorientado... De buen y de mal grado, habrá que orientarse un poco» (p. 687). A veces Machado expresa una clara preferencia por el pensamiento orienta!, como en estas palabras de Juan de Mairena (7): «Yo os enseño, o pretendo enseñaros, oh amigos queridos... el respeto a la sabiduría oriental, mucho más honda que la nuestra y de mucho más largo radio metafísico» (pp. 607-608). En otras ocasiones, es más ecléctico y combina la filosofía griega, el budismo y ei cristianismo: Siembra la malva: pero no la comas, dijo Pitágoras. Responde al hachazo —ha dicho el Buda ¡y el Cristo!— con tu aroma, como el sándalo. Bueno es recordar las palabras viejas que han de volver a sonar (CLXI, Ixv, p, 282) (8). También es evidente que Machado no sólo tiene interés en el Oriente, sino que conoce bien muchas teorías específicas, como lo indica el siguiente análisis de la filosofía de Scopenhauer; habla de la teoría de Schopenhauer con respecto a la Voluntad, y viene a decir: «de ella ha brotado el mundo de la representación, el sueño búdico, la vana apariencia en que se ahoga la conciencia humana. Si de algún modo se nos revela —en nuestro yo, donde el velo de Maya alcanza alguna transparencia— es como dolor, ansia de no ser, apetencia de nirvana y de aniquilamiento de la personalidad» (p. 774). Emplea la palabra «karma» al hablar del destino del hombre moderno (p. 913), y en otras ocasiones vuelve a referirse al «velo de Maya», para expresar la idea de que el mundo sensible esconde la realidad absoluta (p. 573 y p. 800). Tal concepto es, sin duda, el origen del «doble espejismo» —el mundo de afuera y el mundo de adentro— al que Machado se refiere en el prólogo de Campos de Castilla íp, 51). (7) Juan de Mairena también dice que su maestro Abel Martín estaba «más inclinado, acaso, hacia el nirvana búdico, que esperanzado en el paraíso de los justos» (p. 494}. (8) Juan de Mairena repite la misma combinación: «La humanidad produce muy de tarde en tarde hombres profundos... (Buda, Sócrates, Cristo)» (p. 640). 650 De ahí también la idea de que «la vida es sueño», que peronea su propia obra y que no tiene su origen en la literatura española; Machado declara en una entrevista que «Calderón es el gran poeta barroco que da estructura dramática al viejo tema de la leyenda de Budha» (9). Así, Machado tenía interés y tenía además cierto conocimiento de la sabiduría oriental. Queda determinar cuáles son los resultados de todo esto para su propio pensamiento filosófico. Antes de intentarlo, señalemos rápidamente algunas diferencias básicas entre el pensamiento de Occidente y el de Oriente, Según el cristianismo ortodoxo, Dios crea el universo de la nada; lo saca de un vacío que está totalmente separado de! ser divino. Tal creación significa, desde el principio, una fundamental separación entre Dios y sus criaturas. De ahí ia necesidad de una redención que produzca la unión con Dios, al fin de la vida. Gran parte de la filosofía orienta!, por otra parte, se basa en una concepción panteísta, según la cual Dios y el universo son uno. Las almas son parte de Dios, son sus emanaciones, y no hay separación, porque todo lo que es es parte del Ser Supremo. Por eso toda criatura tiene dentro de sí, como su esencia básica, una pequeña chispa divina. La separación solamente ocurre cuando las almas toman forma material. Al encarnarse, olvidan su origen divino, pierden1 él contacto con eí Absoluto, y tienen que vivir en el mundo relativo de í«s apariencias. ASÍÍ aunque el alma nunca pierda su divinidad espiritual, en esta vida !a separación es absoluta. Siempre tiene la posibilidad de volver a unirse con Dios en ia otra vida, pero no es fácil, porque al bBjarse al mundo de la materia, e! alma se cubre de imperfecciones e impurezas. Y no basta una soia vida para limpiarse. El alma está condenada a seguir en la eterna rueda de las vidas sucesivas hasta que logre purificarse; solamente cuando esto ocurra se libra de la necesidad de renacer y puede volver a unirse con la divinidad. Con respecto a este momento de unión final, hay cierta diferencia de opinión. Algunos creen que el individuo no retiene su identidad, ni entre las sucesivas reencarnaciones, ni al unirse con Dios en el estado de nirvana. Otros más optimistas, creen que eí alma siempre retiene su conciencia personal y que, cuando entra en el estado de nirvana, es para seguir evoluctonándose eternamente en otros niveíes de ía muítiple realidad divina. Otra consideración importante que no se ha mencionado todavía es la ley del karma. Según esta ley universal, lo que hacemos en O) Citado por Aurora de Albornoz en «Antonio Machado; Antología de su prosa., fíi (Madrid, .Edicusa, 1970), p. 226. 651 esta vida determina en gran parte lo que seremos en las vidas futuras. Para los más pesimistas, esta ley representa un obstáculo casi insuperable a la purificación del alma, porque las imperfecciones seguirán perpetuándose vida tras vida. Para los que creen que el hombre es libre para escoger, sin embargo, la ley del karma no es un obstáculo insuperable y, aún más importante, explica la existencia del sufrimiento, algo que el cristianismo nunca ha podido hacer. El mal, propiamente tal, es solamente relativo, porque, visto desde la perspectiva absoluta de la voluntad divina, todo lo que ocurre tiene el propósito de enderezar al hombre en su camino hacia la perfección de su alma. Volviendo a las ideas de Machado, vemos en seguida que nuestro poeta y filósofo rechaza el concepto cristiano de la creación ex nihilo Cp, 573), porque para él, Dios no crea ei mundo; Dios es el mundo: «Dios no es el creador del mundo, sino el ser absoluto, único y real, más allá del cual nada es. No hay problema genético de lo que es. El mundo es sólo un aspecto de la divinidad; de ningún modo una creación divina... Hablar de una creación del mundo equivaldría a suponer que Dios se creaba a sí mismo» (pp, 349-350). También es evidente que la metafísica de Machado, como la de muchos pensadores del Oriente, se basa en una «concepción panteísta». Así la define Juan de Mairena (p. 531) y luego, de acuerdo con esta concepción, describe la relación entre Dios y el alma: «Imaginemos una teología sin Aristóteles, que conciba a Dios como una gran conciencia' de la cual fuera parte la nuestra» (p. 530). Esta gran conciencia panteísta también es equivalente a la mónada universal de Abel Martín: «el gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo» (p. 316); «El universo, pensado como substancia, fuerza activa consciente-, supone una sola y única mónada, que sería como el alma universal de Giordano Bruno» (pp. 316-317). A esto se refiere Machado, sin duda, en el documento autobiográfico recobrado por Vega Díaz, cuando dice: «En el fondo soy un creyente en una realidad espiritual opuesta al mundo sensible» (10). Y si todos pertenecemos a la conciencia divina, consta también que Machado cree en la divinidad del alma, tal como lo expresa en otra entrevista al declarar: «Todos llevamos un poco de Dios en eí corazón» (11). Juan de Mairena expresa idéntica idea, cuando define a Oios como «el padre de todos, cuya impronta más o menos borrosa, llevamos todos en el alma» (p. 435). (10) Francisco Vega Díaz: «A propósito de unos documentos autobiográficos inéditos de Antonio Machado», «Papeles de Son Armadáns», LIV (1969), p. 70. (11) Véase P, Pía y Beltrán: «Mi entrevista con Antonio Machado», «Cuadernos americanos», LXXm, 1 (1954), p. 237. 652 Todo esto es necesario para entender el concepto que Machado tiene dei amor: «Porque es allí, en el corazón dei hombre, donde se toca y se padece otra otredad divina, donde Dios se revela al descubrirse, simplemente al mirarnos, como un tú de todos, objeto de comunión amorosa» (p. 503}. De acuerdo con la doctrina panteísta que acabamos de examinar, el «objeto amoroso» que todos buscamos y nunca podemos encontrar en este mundo, es Dios, del cual nos hemos separado y al cual anhelamos volver. Por eso Abel Martín declara que la amada «es, en cierto modo, una con el amante, no al término como en los místicos, sino en su principio» [p. 320), Por eso también, cada encuentro amoroso trae consigo, una sensación de «pérdida de una compañía» (p. 322). Es aquí, precisamente, donde muchos críticos entienden mal el pensamiento de Machado, cuando afirman que ia separación entre Dios y el alma significa que Machado no cree en una divinidad. «Una fe negativa •—Machado ha escrito en una carta a Unamuno— es también absurda» (p. 1.016). Dios sí existe para Machado; lo que no existe es la capacidad de pensarlo lógicamente: «Quien piensa el ser puro... piensa, en efecto, la pura nada... El pensamiento lógico soló se da, en efecto, en el vacío sensible» (p. 333). Dios no es la nada, como algunos han sostenido; Dios crea la nada —«Fiat wnbra! Brotó el pensar humano»— al darle ai hombre la capacidad de pensar lógicamente. El ser divino no puede ser conceptualizado, pero Dios quiso que el hombre tuviera por lo menos una ¡dea de su naturaleza verdadera. Muchas personas no reconocen el valor dei don divino; piensan que ia lógica es lo único que importa, y su lógica les dice que Dios no existe, que el mundo no es real. Machado les responde: «¡Y qué cosa tan absurda... es la lógica!» (p. 537), y en el siguiente poema declara irónicamente: El hombre es por natura la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica. Creó de hada un mundo y, su obra terminada, «Ya estoy en el secreto —se dijo—, todo es nada» {p. 215), Pero Dios es; queda siempre detrás del velo de Maya de nuestros conceptos lógicos y el hombre tiene, a pesar de lo dicho anteriormente, dos posibilidades de una vuelta. El hombre de Oriente a veces logra entrar en un estado de unión con el Absoluto, cuando se aisla del mundo sensible durante los períodos de meditación. Para Machado, el equivalente a la meditación oriental es ei «pensar poético», ei que funciona «de sentido inverso al del pensamiento lógico» y por eso «se da entre realidades, no entre sombras» [p. 334). Es a través de 653 la poesía —que Machado define como «aspiración a conciencia integral»—^ que el hombre de occidente puede, aun en esta vida, volver a sentirse parte del Ser que es Dios: «Borra las formas del cero, / torna a ver* / brotando de su venero, / las vivas aguas del ser» (p. 337). No obstante, esta manera de volver a Dios, como toda actividad intuitiva, no es permanente. La otra posibilidad de volver, la vuelta definitiva, tiene que ser en la otra vida, en la vida de una «realidad espiritual» más alta a la que el alma llega, al término del largo ciólo de vidas purificadoras. Pero antes de llegar a este punto fina], hay varias cosas que será necesario considerar. Porque si Machado cree en la divinidad del alma, creerá también en su inmortalidad. Y si el alma es inmortal, habrá existido antes de nacer en esta vida. Así, en la siguiente sección de este estudio examinaré las ideas de Machado con respecto a\ alma y su origen divino. III. LA PAC-EXISTENCIA DEL ALMA . La vida baja como un ancho río... Pero aunque fluya hacia ¡a mar ignota, es la vida también agua- de fuente que de claro venero, gota a gota, o ruidoso penacho de torrente bajo el azul, sobre la piedra brota (p. 309).. Pérez Ferrero afirma que el incidente de los delfines descrito por Juan de. Mairena es un suceso real que ocurrió antes del nacimiento de Machado (12). Cuando termina la descripción de este incidente, Mairena comenta: «Fue una tarde de sol, que yo he creído o he soñado recordar alguna vez» (p. 559), y al comentar sobre el pasaje citado, Gabriel Pradal-Rodríguez habla de un «Antonio Machado, soñador y. atávico, para quien la propia vida comienza desde antes de nacer» (13). ¿Es cierto que Machado «recordó» este episodio de antes de su .propio nacimiento? En muchas poesías el poeta da gran importancia., a la idea de los sueños que le ayudan a recordar el. pasado: , Y. podrás conocerte, recordando , fífe/. pasado soñar los turbios lienzos, (12) "Miguel Pérez Ferrero: «Vida de Antonio Machado y Manuel», Buenos Aires, Austral,. 1953, pp. 19-20. í (13J Gabriel Pradal-Rodríguez: «Antonio Machado: vida y obra», New York, ' Hispanic Institute,' Í95Í, p. 19. 654 en este día triste en que caminas con los ojos abiertos. De toda ia memoria, sólo vale el don preclaro de evocar los sueños (LXXXIX, p. 130]. En otro poema, Machado se refiere también al alcance temporal de estos recuerdos intuitivos: Algunos lienzos del recuerdo tienen luz de jardín y soledad de campo; la placidez del sueño en el paisaje familiar soñado. Otros guardan fiestas de 'días aún leíanos... (XXX, p, 84). Hay, pues, dos clases de recuerdos: unos son de un pasado inmediato que aún es familiar; otros son vagas memorias de un tiempo más remoto. ¿Por qué Machado hace esta distinción? ¿Todos los recuerdos son de esta vida, o Machado quiere decirnos que los segundos son de una previa existencia? Si es así, bien podemos comprender la importancia de ese «don preclaro», porque en sueños el poeta tal vez puede recordar su origen divino. Esta es la idea que Machado expresa metafóricamente en el poema LXXXVIll: Tal vez la mano, en sueños, del sembrador de estrellas, hizo sonar la música olvidada como una nota de la lira inmensa, y la ola humilde a nuestros labios vino de unas pocas palabras verdaderas (p. 129). La preocupación con el origen ocurre aun en los poemas más tempranos, como en el poema «Galerías», escrito entre los años 1898 y 1902, y publicado en la primera edición de Soledades en 1903. Yo he visto mi alma en sueños, como un estrecho y largo corredor tenebroso, de fondo iluminado... Acaso mi alma tenga risueña luz de campo y sus aromas lleguen de allá, del fondo claro (pp. 32-33). Así es que en sueños el poeta descubre «cosas de ayer que sois el alma» [LXXXl, p. 120), esas cosas de su «alma vieja» (XLI, p. 94), 655 vieja, porque ha existido desde siempre, como el alma del mendigo en el atrio, del cual declara: «Más vieja que la iglesia tiene el alma» (XXXI, p. 85). Sí, el «don preclaro» de la visión intuitiva tiene a veces la gran ventaja de penetrar el velo de Maya, como en ei poema LXH: «Desgarrada la nube; el arco iris / brHIando ya en el cielo...». Pero también hay una gran desventaja, porque una visión intuitiva nunca es permanente, sino pasajera e intangible: «Y todo en la memoria se p e r d í a / c o m o una pompa de jabón al viento» (pp. 114-115). Por eso, la sensación de pérdida que también se asocia a la idea de buscar el origen: «... Alma ¿qué has hecho de tu pobre huerto?» (LXVIH, p. 118); «Tengo en monedas de cobre / el oro de ayer cambiado» (XCV, p. 133). Por eso también Machado siempre busca la fuente de la vida, lleno de nostalgia por el origen perdido: Como yo cerca del mar, río de barro salobre, ¿sueñas con tu manantial? (CLXl, Ixxxvií, p. 286). Gran parte de lo que yo he tratado de mostrar hasta aquí, Machado lo expresa en el poema LXl. En los primeros versos vuelve a cantar el valor de una «verdad divina» que se vislumbra en «Esas galerías, / sin fondo del recuerdo». Si el recuerdo no tiene «fondo», es porque el pasado del alma no tiene límite: retrocede hasta perderse en la existencia inteminable del Creador. Y no es la lógica, sino la intuición poética la que hace posible la visión misteriosa: El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto (p. 113). ¿Es una coincidencia que Machado emplee el verbo «se orienta», o lo emplea con doble sentido, como en otra ocasión ya citada, para darnos la clave a los versos que siguen? Porque el poeta siente el «laborar eterno» de las «doradas abejas» y entonces declara: la nueva miel labramos con los dolores viejos, la veste blanca y pura pacientemente hacemos... (p. 114). La explicación que se ha dado para estos versos es que las abejas, que representan la facultad intuitiva del poeta, convierten los an656 tiguos sufrimientos en nueva miel, que es la nueva poesía. Pero si tiene doble sentido el verbo «se orienta», tal vez hay un segundo nivel en el que se puede entender el resto del poema. Bien puede ser que las «doradas abejas» y su «eterno laborar» simbolizan la antigua ley del karma que nos ayuda a purificar el alma. De acuerdo con este concepto, que también aparece en otros poemas de Machado \H), el hombre tiene que sufrir los «dolores viejos» durante muchas vidas, es decir «pacientemente», para poder hacer «la veste blanca y pura» de su alma. Todo esto io sabe el poeta, pero el alma que no piensa insuitivamente estará condenada a ver solamente un reflejo de la realidad, un reflejo deformado por el velo de los conceptos lógicos: El alma que no sueña, el enemigo espejo, proyecta nuestra imagen con un perfil grotesco... (p. 114). Así, después de estudiar el tema de la pre-existencia del alma, será necesario determinar si Machado de veras tiene fe en ia posibilidad de sobrevivir después de la muerte. Veámoslo en la siguiente sección de este estudio. IV. LA ESPERANZA DE VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE En los yermos altos veo unos chopos ele frío y un camino blanco (p. 723). Mucho se ha escrito sobre ¡a actitud de Machado hacia la muerte. Algunos escritores han notado una semejanza entre Machado y Heidegger, sosteniendo que, en los dos, existe la misma actitud de resignación estoica ante la idea de ia muerte. Un escritor hasta ha creído ver en Machado una actitud de «fría serenidad» y aun «menosprecio», ante la muerte de ciertas personas conocidas (15). Tal vez la palabra «menosprecio» sea demasiado fuerte, pero si hay cierta sere(14) Una sugestión de la ley del karma se encuentra en el poema LIX: «...y las doradas abejas / iban fabricando en él, / con las amarguras viejas, / blanca cera y dulce miel...» (p. 111); y también el LXXXVI empieza con estos vesos: «Eran ayer mis dolores / como gusanos de seda / que iban labrando capullos; / hoy son mariposas negras; / ¡De cuántas flores amargas / he sacado blanca cera!» (p. 128). (15) Pablo de A. Cobos habla de esta actitud en dos artículos; «La muerte personal en Antonio Machado», «La Torre», 65 (1969), pp. 53-69; y «Una identificación en Machado», «ínsula», XXV, 279 (1970), p. 13. 657 CUADERNOS. 304-307 (il).—3 nídad estoica en la actitud de Machado, bien puede ser porque no está convencido de que la muerte represente la aniquilación del ser. Sea lo que sea su actitud en algunos casos específicos, no cabe duda de que Machado ha sufrido profundamente a causa de la muerte pero, como veremos, nunca pierde del todo su esperanza en la otra vida. A! describir la fe de los personajes de la gran novela rusa, Machado parece describir también su propia fe: «dudan, vacilan, como dudan y vacilan las almas sinceras y profundas, siempre divididas en sus entrañas; pero siempre se diría que alcanzan a ver una luz interior reveladora de la suprema esperanza» (p. 904). Aun en los poemas que la mayoría de los críticos han interpretado negativamente hay, a veces, indicios de esperanza. Y esta esperanza no se limita, como algunos escritores han sostenido, solamente al período inmediatamente después de la muerte de Leonor, sino que está presente en los poemas más tempranos, y continúa hasta el momento de su propia muerte. En vista de lo que dice en el documento recobrado por Vega Díaz, es evidente que Machado distingue entre la realidad espiritual, en la cual es un «creyente», y el mundo sensible revelado por el pensamiento lógico. En términos físicos, pues, la muerte sí es definitiva. Esto es indudablemente lo que Machado quiere expresar en el poema siguiente: ¿Dices que nada se pierde? Si esta copa de cristal se me rompe, nunca en ella beberé, nunca jamás (CXXXVI, xliii, p. 221), Juan de Mairena declara: «La muerte va con nosotros, nos acompaña en vida»; pero entonces añade significativamente: «ella es, por de pronto, cosa de nuestro cuerpo» (p. 464). Si el cuerpo, representado por la «copa de cristal», se pierde para siempre, ¿qué es lo que ocurre con el alma? Machado contesta en otro poema: Tú sabes las secretas galerías del alma, los caminos de los sueños, y la tarde tranquila donde van a morir... Allí te aguardan ' las hadas silenciosas de la vida y hacia un jardín de eterna primavera te llevarán un día (LXX, p. 119) En uno de los primeros poemas de Soledades (1903), Machado hace 'la misma distinción entre cuerpo y alma. Es el momento de la muerte: «Los golpes del martillo / dicen la negra c a j a ; / y el sitio de 653 la fosa, / los golpes de ia azada». Mas el «aura», símbolo de la vida nueva, consuela al alma —«pura veste blanca»— al decirle: «No te verán mis ojos; / ¡mi corazón te aguarda!» (XU, p. 72). Los ojos —el cerebro, el pensar lógico —ya no verán tu cuerpo en el mundo de las formas; pero el corazón —la intuición, ei pensar poético— aguarda tu alma en el mundo de la realidad espiritual. Otro poema temprano. «En el entierro de un amigo», que muchos críticos han citado como ejemplo del pesimismo de Machado, termina así: Sobre la negra caja se rompían los pesados terrones polvorientos... El aire se llevaba de la honda fosa el blanquecino aliento. —Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa, larga paz a tus huesos... Definitivamente, duerme un sueño tranquilo y verdadero (IV, p. 64). El poema presenta ciertas dificultades que !a crítica no ha resuelto. Porque si se describe aquí una muerte definitiva y total, ¿qué es el «'blanquecino aliento» que sale de la fosa? ¿Es el polvo de los terrones quebrados, o es el alma blanca y pura que vuelve a su Creador? (16). La frase «sin sombra ya», ¿quiere decir que el alma se ha librado por fin de las imperfecciones del cuerpo? Y ¿qué es lo que duerme un «sueño tranquilo y verdadero», es el alma o los «huesos»? A pesar de las dificultades con el poema IV, en otros poemas Machado expresa claramente su esperanza de otra vida. En «Horizonte», .por ejemplo, el poeta camina hacia el «ocaso», fin del día y símbolo de la muerte, y entonces siente en su corazón una promesa de renovación: Y yo sentí la espuela de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba pura (XVII, p. 76) (17). Y en otro poema temprano: La tarde todavía dará incienso de oro a tu plegaria, y quizá el cénit de un nuevo día amenguará tu sombra solitaria... (XXVII, p. 83). (16) En «Profesión de fe», Machado dice de Dios: «... su aliento es alma, y por el alma alienta...» fp. 227). (17) Juan Ferraté dice que este poema forma parte de una serie donde predomina ei tema de la renovación; también menciona los números [X, XXIíI, XXV, XLII, L, LXX, LXXX, LXXXVII: «ideas del alma», «Papeles de Son Armadáns», IV, 11 (1957), p. 190.. 659 El LXXV1II es otro poema que algunos críticos han visto como un indicio de la falta de esperanza que Machado siente ante la muerte, El poeta habla con su alma !y le pregunta si, al morir, se perderá para siempre el recuerdo del amor divino: «¿Y ha de morir contigo él mundo mago / donde guarda el recuerdo / ios hálitos más puros de la vida, / l a blanca sombra del amor primero...?». Luego termina: ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los yunques y crisoles de tu alma trabajan para el polvo y para el viento? (p. 123). Es significativo que Machado no haga una declaración negativa, sino una pregunta; se pregunta si la muerte significa el fin de la conciencia individual. ¿Es que la vida ha fundido, con elementos primordiales, una forma nueva sólo para destruirla con su muerte? En este poema solamente pregunta, pero en otra ocasión aventura Recuerdos de mis amores, quizá no debéis temblar: cuando la tierra me trague, la tierra os libertará (p. 820). La afirmación más clara de su fe en ia inmortalidad del alma, Machado la hace en el poema CXLIX, «A Narciso Alonso Cortés, poeta de Castilla». El poema contiene también una angustiosa descripción del tiempo y de su efecto corrosivo en el mundo físico: Al corazón del hombre con red sutil envuelve el tiempo, como niebla de río una arboleda. ¡No mires; todo pasa; olvida: nada vuelve! Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!... (p. 241). El hombre se angustia porque, en el mundo de los sentidos, todo es frágil y transitorio. Pero el tiempo es un efecto del «doble espejismo» por el cual estamos obligados a mirar el Ser verdadero, y, como todo concepto producido por el pensar lógico, trae conclusiones funestas para la vida humana. Aquí, como en otras ocasiones, Machado no se satisface con lo que le dice >la lógica («Confiamos / en que no será verdad / nada de lo que pensamos»), y apela de nuevo al pensar poético: «Pero el poeta afronta el tiempo inexorable, / como David a! fiero gigante filisteo...» Y, aunque su existencia se ha puesto en duda durante la época racionalista, lo que le permite triunfar es el alma: 660 El alma. El alma vence —¡La pobre cenicienta, que en este siglo vano, cruel, empedernido, por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!— al ángel de la muerte y el agua del olvido. Su fortaleza opone al tiempo, como el puente al ímpetu del río sus pétreos tajamares; bajo ella el tiempo ¡leva bramando su torrente, sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares. Poeta, el alma sólo es ancla en la- ribera... [p. 242). Esa fe es ia misma.que ie alienta a Machado en el trágico momen-. to de ía. muerte de su esposa Leonor, «Algo inmortal hay entre nosotros —Machado escribe en una carta a Unamuno, poco después de ia muerte de Leonor—• que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al mundo. Pensando esto me consuela algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es también absurda... En fin f hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar» (p, 1.016). Así lo expresa también en su poesía: «Late, corazón... No todo / se lo ha tragado la tierra» (CXX, p. 190); «Vive esperanza: ¡quién sabe / lo que se traga la tierra!» (CXXH, p. 191). En un artículo poco conocido sobre la muerte de su amigo don Blas Zambrano, Machado vuelve a manifestar su fe en la inmortalidad dej alma. Describe su último encuentro con don Blas en Barcelona y declara que, en esa ocasión, lo encontró un poco envejecido. Entonces sigue: «Parecióme, sin embargo, que lo más suyo, lo indefinible persona! que nos permite recordar y reconocer a las personas, no sólo no se había borrado en él, sino que aparecía más intacto que nunca... Y hoy pienso que si es esto lo que don Blas trajo consigo al mundo, y esto es también lo que tenía al llegar a los umbrales de la muerte, acaso sea esto, que parece dejarnos para el recuerdo precisamente lo que él se lleva. Y eüo sería en verdad consolador, si es que, como muchos pensamos, e! destino de todos los hombres es aproximadamente él mismo» (18). En el que tal vez fue su último artículo —fue publicado en «Hora de España» en Barcelona a fines de enero de 1939—• Machado expresa otra vez eí concepto de la pre-existencia del alma, al decir que es «lo indefinible personal» lo que don Blas «trajo consigo al mundo». También le consuela que don Blas conserve su personalidad, a pesar de la vejez y la muerte, porque es este mismo «indefinible personal» que don Blas mantiene «más in-. (18) p. 170. «Don Blas Zambrano», en «Antonio Machado: Antología de su prosa», I, op. ctt.„ 661 tacto que nunca», y entonces «se lleva», en el momento de su muerte. Hemos visto, pues, un aspecto muy importante de la actitud de Machado hacia la muerte: su esperanza de tener otra vida. Pero queda «lo que más importa»: descubrir lo que ocurre después de la muerte. Desde luego, nada se puede saber en esta vida, pero cabe la esperanza de que tal vez sepamos algo en la próxima. Si antes de nacer nuestra conciencia forma parte de la infinita conciencia de Dios, nuestro nacimiento en el mundo físico sería como el principio de un largo sueño. Y precisamente porque la vida es sueño, el momento de nuestra muerte, cuando dejamos atrás los límites del mundo sensible, es un verdadero despertar. Esta es la esperanza que Machado expresa en varios poemas: Tras el vivir y el soñar está lo que más importa: despertar (CLX1, liii, p. 280). Si vivir es bueno, e$ mejor soñar, y mejor que todo, madre, despertar (CLXI, Ixxxi, p. 285). ... Y cuando vino ¡a muerte el viejo a su corazón preguntaba: ¿Tú eres sueño? ¡Quién sabe si despertó! (CXXXVII, p. 225): La más clara expresión de esta esperanza Machado la pone en otra carta a Unamuno: ¿Qué es lo terrible de la muerte? ¿Morir o seguir viviendo como hasta aquí, sin ver? Si no nos nacen otros ojos cuando éstos se nos cierren, que éstos se los Nevé el Diablo, poco importa. Tal vez no sea esto lo humano... Cabe otra esperanza, que no es la de conservar nuestra personalidad, sino de ganarla. Que se nos quite la careta, que sepamos a qué vino esta carnavalada que juega el universo en nosotros o nosotros en él, y esta inquietud del corazón para qué y por qué es... ¿Que dormimos? Muy bien. ¿Que soñamos? Conforme. Pero cabe despertar. Cabe esperanza, dudar en fe (p, 1.022], V. LA REENCARNACIÓN «Volverá el Cristo a nacer entre nosotros» (p. 610). 662 Tratar de probar que Machado creía en la reencarnación es un poco como tratar de probar ia existencia de Dios: mi intuición me dice que sí, pero hasta ahora no ha sido posible demostrarlo con pruebas inequívocas. Hay muchas cosas que sugieren la posibilidad de una creencia, pero debo admitir que algunos pasajes que voy a citar quizá se refieren no a !a reencarnación, sino a la esperanza de tener nuevas experiencias en esta vida, o de tener otra vida en el sentido cristiano. No obstante, voy a presentar aquí unos ejemplos sugestivos de reencarnación, con la esperanza de que algunos, si no todos, sean suficientes para indicar una creencia verdadera. Según Juan de Mairena, una de las revelaciones más importantes del Cristo fue que «El alma del 'hombre no es una entelequia, porque su fin, su telos, no está en sí misma» (p. 528). ¿Dónde está, pues, eí fin del hombre, si no está en sí mismo? Tal vez Machado no puede contestar a esta pregunta directamente, pero sí poéticamente: la gran aventura del hombre es seguir el camino que lo conduce otra vez a la divinidad, como afirma en !a última estrofa del poema CXL1V: Tú, juventud más ¡oven, si de más alta cumbre la voluntad te llega, irás a tu aventura despierta y transparente a ¡a divina lumbre, como el diamante ciara, como e¡ diamante pura (p. 236). A) Las primeras poesías.—Algunas de fas primeras poesías parecen expresar la actitud pesimista, compartida por ciertas sectas del brabmanismo y del budismo, de que la vida es una 'larga peregrinación de vidas sucesivas de la que es casi Imposible escapar. Este es el tema central del poema «Cénit», de la primera edición de Soledades, donde el poeta oye el canto del agua: Escucha bien en tu pensil de Oriente mi alegre canturía, que en los tristes jardines de Occidente recordarás mi risa clara y fría. Escucha bien que hoy dice mi salterio su enigma de cristal a tu misterio de sombra, caminante: Tu destino será siempre vagar, ¡oh peregrino del laberinto que tu sueño encierra! (p. 37). Esta es también la única manera de entender ios últimos versos de «Glosa», el poema que cité en la introducción a este trabajo. El «placer de llegar» es el que el poeta siente ai pensar en la posibilidad de romper la interminable cadena de las vidas soñadas. El «horror de 663 volver» es el de volver una vez más a esta vida, sin esperanza de llegar al fin de la larga peregrinación (19). Idéntico concepto se encuentra en «La noria»: Yo no sé qué noble, divino poeta, unió a la amargura de la eterna rueda la dulce armonía del agua que sueña y vendó tus ofos, ¡pobre muía vieja! (XLV1, p. 99). En este poema Machado ha utilizado la noria para simbolizar la eterna rueda del renacer, antiguo símbolo oriental para expresar ia idea de la transmigración de las almas (20). La «muía vieja» es el hombre que sigue en el círculo vicioso de las vidas repetidas, sin poder alcanzar el apetecido éxtasis del estado de nirvana. El «agua que sueña» es quizá la ilusión del tiempo que pasa, mientras que ios ojos vendados representan la inteligencia finita del hombre que solamente ve la realidad a través del velo de Maya. Otro poema de la primera edición de Soledades contiene la misma actitud pesimista hacia la vida, pero en este caso la muerte ofrece la posibilidad de una salida. El poeta despierta después de una pesadilla y confronta el hastío de un nuevo día: Y a martillar de nuevo el agrio hierro se apresta el alma en. I as ingratas horas de inútil laborar, mientraé sacude lejos la negra ola de misteriosa marcha su penacho de espuma silenciosa... ¡Criaderos de oro lleva en su vientre de sombra!... (p. 41). (19] Los críticos de este poema generalmente no hablan de los últimos versos, comentando solamente sobre los primeros que se refieren a Jorge Manrique. Los pocos comentarios sobre los últimos versos son incompletos o ambiguos. Por ejemplo, Rodrigo Alvarez Molina no menciona el «placer de ¡legar» y traduce el «horror de volver» como «volver en sí»; «Variaciones sobre Antonio Machado, el hombre y su lenguaje», Madrid, ínsula, 1973, p, 31. Constantino Lascaris escribe sobre estos versos: «Me da lo mismo, para explicar estos versos, suponer una alusión a la doctrina que ese 'volver' hiciera alusión a volver., a tener conciencia, fuera en !a forma que fuera»; «El Machado que se era nada», «La torre», X l í , 45-46, p. 203. (20) Para una descripción más completa de la importancia de este símbolo, véanse «Reincarnation in World Thought», op. cit., pp. 30-31; y C. G. Jung, «Memories, Dreams, Reflections» (New York, Pantheon, 1961), p. 316. 664 El poeta lamenta su «inútil laborar», porque el tiempo pasado —«ias ingratas horas»— no le trae la esperanza de salir del laberinto soñado. Pero allá lejos avanza la negra ola que ha de envolverlo todo, y esta vez la muerte se ve como un consuelo, porque lleva en su vientre la promesa de vidas nuevas. El oro sugiere la esperanza de peri fección futura, y los puntos suspensivos indican un tiempo que nunca terminará (21). Más optimista también es «Renacimiento», poema que, como indica eí título, vuelve a tratar el tema de la vida nueva: Galerías del alma... ¡el alma niña! Su clara luz risueña; y la pequeña historia, y la alegría de la vida nueva... ¡Ah, volver a nacer, y andar camino, ya recobrada la perdida senda! Y volver a sentir en nuestra mano, aquel latido de ¡a mano buena de nuestra madre... Y caminar en sueños por amor de ¡a mano que nos lleva... (LXXXII, p. 129). Mucho se ha escrito sobre las «galerías del alma» de Machado, pero aquí como en otros poemas, la frase sugiere la idea de las distintas vidas por las que pasa el alma en su larga peregrinación. Si no fuera por lo que se dice en la tercera estrofa, éste sería uno de los poemas donde más claramente se expresa la idea de la reencarnación. Sánchez Barbudo cree que este poema expresa el deseo imposible de volver a la seguridad de la juventud perdida (22). Pero puede ser que Machado esperara tener, en una vida futura, la juventud que no ha tenido en ésta; recuérdese lo que dice en el poema L: «¡yo alcanzaré mi juventud un día!» (p. 103). Y la palabra «madre» no tiene que ser una referencia a su propia madre; habla más bien de «nuestra madre», la que bien puede ser algo como la Madre Naturaleza, origen de la vida en un sentido panteísta. Y en efecto, volver a nacer sería volver a «caminar en sueños», sintiendo otra vez la nostalgia de nuestro E21) Menos fácil de explicar es el poema XXI, El poeta piensa en la hora de su muerte y escucha la voz. del siiencio que le dice: tú no verás el fin del tiempo — «tú no verás caer la última gota j que en la clepsidra tiembla» —, y algún día tendrás otra vida — «Dormirás muchas horas todavía / sobre la orilla vieja, / y encontrarás una mañana pura / amarrada tu barca a otra ribera» (p. 80) —. Los últimos versos pueden interpretarse según la teología cristiana: dormirás por muchos años después de la muerte hasta el día del Juicio Final; o pueden significar que todavía tendrás muchas vidas en este mundo —«la orilla vieja»— antes de reunirte con Dios en el otro. (22) Antonio Sánchez Barbudo; «Los poemas de Antonio Machado», Madison, University of Wisconsin Press, 1969, p. 103. 665 Creador perdido que, a pesar de su pérdida, nos lleva todavía, y nosotros llevamos en el corazón. Siguen fragmentos de otros tres poemas que el espacio no me permite comentar; pero cada uno contiene, como el iector podrá verificar, una sugestión de reencarnación: ... el rostro del hermano se ilumina suavemente: ¿Floridos desengaños dorados por la tarde que declina? ¿Ansias de vida nueva en nuevos años?... (1, p. 61). Es una forma ¡uvenií que un día a nuestra casa llega. Nosotros le decimos: ¿por qué tornas a la morada vieja?... [XXXVI, p. 87). Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluía dentro de mi corazón. Di: ¿por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nueva vida en donde nunca bebí? [LIX, p. 111) [23). B) Poesías de madurez.—El pesimismo con ei que Machado ve la idea de la reencarnación en algunas de sus primeras poesías no está presente en las obras de su madurez. Así, cuando vuelve a Andalucía lleno de melancolía después de la muerte de su esposa, la esperanza de una nueva vida representa un verdadero consuelo. Esta es la situación que Machado describe en el poema CXXV, cuando lamenta la pérdida de su infancia: tiene recuerdos, pero «falta el hilo que el recuerdo anuda/al corazón.../ o estas memorias no son alma»; tienen, además, «señal de ser despojos de recuerdo,/la carga bruta que el recuerdo Jleva». No importa, sin embargo, que estos recuerdos sean inauténticos, no importa que sean meros reflejos del ser ori- {23} Rodrigo Alvarez Molina ha intentado demostrar que hay una relación entre el poema LIX y las «Moradas» de Santa Teresa; declara además que el poema contiene «una alegoría de las tres vías místicas»; op. cit., p. 33, Sin embargo, ni ía estructura, ni ei contenido del poema corresponden muy estrechamente a las tres etapas del proceso místico. Los símbolos principales —fuente, abejas, luz— aparecen en muchas poesías de Machado, donde no hay una sugestión de unión mística ni influencia de Santa Teresa. Ya he observado que las «doradas abejas» de la segunda estrofa pueden ser un símbolo de la ley del karma (véase la nota 14]. En fin, antes de aceptar una interpretación únicamente cristiana para este poema, habrá que estudiarlo sistemáticamente, a la luz de las ideas expuestas en el estudio presente. 666 ginal; porque, un día, el ser del pasado será recobrado con toda su pureza inicial: Un día tomarán, con luz del fondo ungidos ¡os cuerpos virginales a ¡a orilla vieja (p. 193]. Tres años después de su traslado a Baeza, Machado recibe la noticia de la muerte de su antiguo maestro en la Institución Libre de Enseñanza. Entonces escribe un poema y un artículo en prosa, dedicados «A don Francisco Giner de los Ríos». En ambas obras el tono es optimista y alentador. Cito primero del poema: ¿Murió?... Sólo. sabemos que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: Hacadme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced campanas! Y hacia otra luz más pura partió el hermano de la luz del alba.... (CXXXIX, p. 229]. En el pasaje correspondiente del artículo en prosa, Machado escribe: «Y hace unos días se nos marchó, no sabemos adonde. Yo pienso que fue hacia la luz. Jamás creeré en su muerte. Sólo pasan para siempre los muertos y las sombras, los que no vivían la propia vida. Yo creo que sólo mueren definitivamente —perdonadme esta fe un tanto herética—, sin salvación posible los malvados y los farsantes» [24). Puede entenderse por qué Machado nos pide perdón, porque pocas veces se ha expresado de un modo tan abierto, en un escrito destinado al púbíico, sobre su fe heterodoxa. Machado no cree en la muerte de su antiguo maestro; no sabe adonde va, pero piensa —intuye—, como en otras ocasiones cuando había de la muerte, que va hacia la luz, hacia la «divina lumbre» que espera al «alma» pura. Entonces Giner pronuncia estas palabras significantes: «los muertos mueren y las sombras pasan;/lleva quien deja y vive el que ha vivido». Como se dice en el texto en prosa, el primer verso significa que sólo muere lo falso, lo que no está de acuerdo con «la propia vida», es decir, con el alma. La frase «lleva quien deja» parece ex(24) «Don Francisco Giner de los Ríos», en «Antonio Machado: Antología de su prosa», J, op. cit., pp. 153-154. 667 presar la misma idea que Machado formula más tarde, al hablar deí alma de don Blas Zambrano: el que deja su alma en el recuerdo de los otros, también se la lleva cuando muere. El significado de la segunda mitad deí verso depende de la manera en que se interprete el verbo «vive»: si se entiende de acuerdo con la religión católica, significa que el alma sigue viviendo en el otro mundo, en el cielo divino; si se entiende más literalmente, sin embargo, significa que ef que ha vivido antes ha vuelto a vivir en esta vida. Por eso no hay que perder el tiempo lamentando la ida de los muertos; es mejor seguir preparándose para la nueva vida que nos espera (25). Es sig. nificativo que Machado haya puesto estas palabras en boca de Giner. ¿Es esto lo que el profesor krausista enseñaba en la Institución Libre de Enseñanza? ¿Fue a causa de la influencia de don Francisco y otros maestros semejantes como Machado adquirió su interés en la filosofía oriental? Si fuera así, ayudaría á explicar por qué estas ideas están presentes en los primeros versos del poeta, antes de que empezara sus estudios filosóficos formales (26). (25) La interpretación de Manuel Tunos de Lara, para estos versos, es excelente: «Hay quien es sólo sombra en este mundo, aunque parezca vivir; ese se muere un día definitivamente porque no vivió nunca, El que ha vivido, «vive», es decir, sigue viviendo; se lleva algo porque deja; deja su obra y su espíritu. Ese espíritu hay que honrar con el trabajo y no con ta lamentación»; «Antonio Machado, poeta del pueblo», Barcelona, Nova Terra, 1967, p. 114, No explica, sin embargo, qué quiere decir con la frase: «'vive', es decir, sigue viviendo". (26) Quiero hacer constar aquí que he emprendido ciertas investigaciones sobre este punto que hasta la fecha no he podido terminar satisfactoriamente. Estas investigaciones han tratado tres temas principales: 1) la masonería y el pensamiento antiguo, incluyendo la idea de la reencarnación; 2) la relación entre Machado y la masonería; 3) las posibles relaciones entre la Institución Libre de Enseñanza y la masonería. Con respecto al primer tema, en «Reincarnation in World Thought» hay una sección sobre la masonería donde se dice que, aunque se permite a los masones individuales mucha libertad en sus creencias religiosas —sólo en algunas logias se exige una creencia en la existencia de Dios—, muchos estudiantes de la masonería, sobre todo en los grados superiores, han mostrado gran interés en la reencarnación (pp. 166-167), También he consultado dos libros sobre la masonería donde el autor expresa su propia creencia en un concepto de reencarnación y declara, además, que esta creencia es parte de la enseñanza masónica; véanse Lynn F. Perkins, «The Meaníng of Masonry (New York, Exposition Press, 1S60), pp, 124-125; y Joseph Earl Perry, «The Masonic Way of Life and Other Masonic Addresses» (Cambridge, Masonic Education and Charity Trust, 1968), pp. 85-86. En estos libros y también en otro por J. S. M. Ward —«Freemasonry, Its Aims and Ideáis», London, Rider, 1923—, es clara también la relación entre las creencias masónicas y la antigua filosofía de Grecia y del Oriente. En cuanto ai segundo tema de investigación, se sabe que Machado fue masón; véase el artículo de Emilio González López, citado por Joaquín Casalduero, en «Machado, poeta institucionalista y masón», «La torre», X I I , 45-46 (1964), pp. 100-102. Me ha notificado González López en una carta que Machado ingresó en el invierno de 1929-1930. No he podido averiguar si pertenecía a una de las logias que exigen una creencia en Dios. No sé si su padre era masón, pero lo habrá sido su abuelo, según el libro de Miguel Morayta «Masonería española: páginas de sus historia», re-editado por Mauricio Carlavila (Madrid, Nos, 1956), pp. 341-342. El abuelo vivió con la familia de Machado hasta su muerte y también fue uno de los primeros colaboradores de la Institución Libre de Enseñanza. Sobre el tercer tema, González López dice en su carta que eran masones don Nicolás Salmerón y don Hermenegildo Giner de los Ríos, pero no sabe si lo era don Francisco. En su libro sobre la Institución Libre de Enseñanza, Vicente Cacho Viu dice que el mismo Krause fue masón, pero en cuanto a Giner y los otros profesores, cita opiniones contradictorias y dice 668 En Nuevas canciones Machado publica una segunda serie de «Proverbios y cantares» (CLXI), donde se encuentra el siguiente poema curioso: Señor San Jerónimo, suelte usted la piedra con que se machaca. Me pegó con ella (ixxiv, p. 283). De este poema y varios otros de ia misma serie, afirma Sánchez Barbudo: «son reflexiones banales que -más parecen chistes... Hay bastante de estos poemillas cuyo sentido resulta oscuro; e incluso que, ai parecer, carecen de sentido» (27). Lo único que en efecto puede decirse con seguridad del poema es que !a piedra, con la que se machaca el santo, parece representar su ira destructiva contra algo desconocido que, de un modo u otro, incluye al poeta. Es sabido, sin embargo, que una de las grandes polémicas en la que participó San Jerónimo fue la que se dirigió contra Orígenes y su discípulo Rufino, y la causa fue la creencia de aquél en <la teoría de la metempsicosis (28). Sí es cierto que Machado creía en la reencarnación, el poema pierde su oscuridad y se hace completamente claro. Y no será la única vez que Machado emplea el humor para disfrazar sus pensamientos verdaderos. El largo poema surrealista «Recuerdos de sueño,'fiebre y durmívela» contiene otro pasaje curioso. Cuando el poeta baja a la entrada del otro mundo, conversa con Caronte, y le pide permiso para entrar en su barca y pasar a los infiernos. Entonces ocurre el diálogo siguiente (Caronte habla primero): ... ¿Ida no más? —¿Hay vuelta? —Sí. —Pues ida y vuelta, ¡claro! •—Sí, claro... y no tan claro: eso es muy caro... (pp. 365-366). Sí, se entiende claramente que el poeta quiere salir del infierno y volver a esta vida. Lo que no entiende tan claramente es cómo puede ocurrir. Para entenderlo, no sirve el pensar lógico —«Sí, claro»— sino el pensar intuitivo —«y no tan claro»—. que le es itnposibe llegar a una conclusión definitiva con respecto a ia posible relación entre ta Institución y la masonería; véase Vicente Cacho Viu, «La Institución Libre de Enseñanza» (Madrid, Rialp, 1962), pp. 59-60 y la nota pp, 218-219. (27) Sánchez Barbudo, op. cit., pp. 366-367. (28) Véase «Reincarnation en World Thought», op. cit., pp. 136-137; y «Reincamation for the Christian», op. cit., pp. 62-84. 669 El último poema del Cancionero apócrifo es «Otro clima» (CLXXVI), poema altamente sugestivo de la ¡dea de la reencarnación, donde Machado examina los problemas del individuo en una escala universal. Los primeros versos nos hacen pensar de nuevo en las diferentes vidas del alma: «¡Oh cámaras del tiempo y galerías / del alma» tan desnudas!» La existencia del alma se divide en una larga cadena de galerías separadas. Son galerías desnudas porque el alma pasa de una a otra sin llevar consigo el pesado equipaje de los cuerpos materiales; sólo se lleva «lo indefinible personal» y la esperanza de volver con esto a Dios un día. Siguen otros versos sugestivos: el tiempo lleva un desfilar de auroras con séquito de estrellas empañadas. ¿Un mundo muere? ¿Nace un mundo? ¿En la marina panza del globo hace nueva nave su estela diamantina? ¿Quillas al sol la vieja flota yace? ¿Es el mundo nacido en el pecado, el mundo del trabajo y la fatiga? ¿Un mundo nuevo para ser salvado otra vez? ¡Otra vez! Que Dios lo diga... (p, 378). ¿La existencia del mundo también es cíclica como la del individuo? ¿El mundo entero gira en la rueda de los renacimientos sucesivos? Si no logró salvarse esta vez, a pesar de su trabajo y su fatiga, ¿el mundo tendrá otra oportunidad, y otra? Pero Dios no contesta, y el peregrino sigue su camino, viendo a lo lejos las señales de su destino: «Y ún nihil de fuego escrito / tras de la selva huraña, / en áspero granito, / y el rayo de un camino en la montaña...» (p. 378). La montaña de piedra con su «nihil» marca los 'límites del mundo físico. Pero más allá hay un camino y unos puntos suspensivos. No se sabe, no se puede saber, hacia dónde va el camino, pero sin duda va «hacia la luz». Siguen sin comentario otras tres poesías de las «Poesías sueltas», que Machado nunca publicó en'libro donde, otra vez, el momento de ia muerte contiene la promesa de nueva vida: Hay una mano de niño dispersa en ia tarde gris, o en la tarde gris se borra una acuarela infantil. Otoño tiene en el sueño un iris de abril. ...no sueñes más, cazador 670 cíe escopeta y galgo. Ya quiebra el albor («Otoño», I, p. 828). Golpe de martillo en la negra nave, la del galón amarillo; y en los aros de un tonel jocundo y panzón para el vino nuevo de tu corazón («Otoño», V, p. 829) (29), Sobre la maleza, las brujas de Macbeth danzan en coro y gritan: ¡tú serás rey! Con el sol que luce más allá del tiempo (¿quién ve la corona de Macbeth sangriento?) los encantadores del buen caballero bruñen los mojosos harapos de hierro («Coplas», II, pp. 723-724). C) Poesías dedicadas a Guiomar.—Desafortunadamente, ios editores de las Obras de Machado publicadas por Losada decidieron publicar, de las cartas de Machado a Guiomar, «únicamente aquellos pasajes de interés literario» (p. 1035). Así, cortaron una vez más las cartas ya mutiladas por Concha Espina y omitieron una referencia clara y directa de Machado al tema de la reencarnación. Volvamos al libro de Concha Espina, pues, y veremos si el pasaje omitido de veras carece de interés literario. La carta a la que me refiero empieza en la página 117 y, sin que la escritora lo indique, continúa en la página 49. Esta manera arbitraria de presentar las cartas ha causado cierta confusión, porque el fragmento de la página 49 no puede ser entendido sin el de la página 117. Cito el texto completo: En estas ocasiones en que un obstáculo ajeno a nuestra voluntad rompe la posibilidad de comunicar contigo, mido yo, por (29) Aurora de Albornoz ha hecho un estudio interesante de este posma. Aunque ella es de los que creen que el alma trabaja solamente «para el polvo y el viento», sus comentarios apoyan una interpretación reencarnacionista del poema. Según ella, se trata de ia barca de la muerte que contiene el vino nuevo, que es un «símbolo de ¡a vida». Ella también ha descubierto una pintura de Dionisos donde la barca negra, que está adornada de amarillo, se llena milagrosamente de uvas; como ella lo describe: «Las uvas rezumantes de vida nueva, nacen de la nave negra»; véase Aurora de Albornoz, «El olvidado 'Otoño' de Machado», «ínsula», XVII, 85, p. 13. 671 la tristeza y la soledad de mi alma, toda ia hondura de mi cariño hacia ti. ¡Qué raíces hondas ha echado! Se diría que había estado arrigando en mi corazón toda la vida. Porque esto tiene ei enamorarse de una mujer, que nos parece haberla querido siempre. ¿Cómo te explicas tú eso? Yo me lo explico pensando que el amor no sólo influye en nuestro presente y en nuestro porvenir, sino que también revuelve y modifica nuestro pasado. ¿O será que, acaso, tú y yo nos hayamos querido,en otra vida? Entonces, cuando nos vimos no hicimos sino recordarnos. A mí me consuela pensar esto, que es lo platónico (p. 117). Cuando nos vimos no hicimos sino recordarnos. A mí me consuela pensar esto, que es lo platónico. Esta teoría del recuerdo en el amor puede también explicar ia angustia que va siempre unida al amor. Porque el amor verdadero —no lo que los hombres llaman así— empieza con una profunda amargura. Quien no ha llorado —sin motivo aparente— por una mujer no sabe nada de amor. Así el amante, el enamorado, recuerda a la amada, y llora por el largo olvido en que ia tuvo antes de conocerla. Aunque te parezca absurdo, yo he llorado cuando tuve conciencia de mi amor hacia ti; por haberte querido toda la vida (p. 49). En otra carta Machado exclama de nuevo: «¡Ay! Tú no sabes bien lo que es tener tan cerca a la mujer que se ha esperado toda una vida» (p. 118). Estas referencias a! «largo olvido en que ia tuvo antes de conocerla» y a «'ia mujer que se ha esperado toda una vida» se entienden fácilmente si se sabe que Machado piensa haber conocido a su amada en una previa encarnación. Así se ha de entender también el siguiente poema de las «Poesías sueltas»: «'¿Qué es amor?', me preguntaba/ una niña. Contesté: / ' V e r t e una vez y pens a r / h a b e r t e visto otra vez'» (p, 822). Pero, ¿qué es lo que dice Machado en los poemas dedicados a su amada? En la segunda «Canción a Guiomar», se encuentra la más clara expresión de las ideas contenidas en la carta. La crítica ha interpretado este poema como una fantasía, expresión del anhelo nunca satisfecho del poeta por unirse más íntimamente con su amada. Pero, ¿es que Machado imagina un porvenir inalcanzable, o expresa más bien su nostalgia por un pasado que se ha perdido? Si pensamos en la carta, parece más probable la última explicación. Así, el jardín —«En un jardín te he soñado»— sería el símbolo de una vida previa. Es «alto... sobre el río», porque es parte de la existencia de un alma inmortal, que no está afectada por ei tiempo. Es el «jardín de un tiempo cerrado», porque la muerte y el olvido siempre esperan al alma, al fin de la galería de su vida en el mundo 672 físico. El recuerdo trae consigo la memoria de otro jardín, donde manaba la pura fuente, de la vida y la sed del amor podía satisfacerse en seguida en las cercanas aguas del amor divino: «junto ai agua viva y santa, / toda sed y toda fuente». Es el recuerdo de una vida que soñaron simultáneamente el poeta y Guiomar: «En ese jardín, Guiomar, / el mutuo jardín que inventan / dos corazones al par, / se fundan y complementan / nuestras horas...» Pero al fin de esta vida, las dos almas tienen que beber de las aguas del olvido y, como el recuerdo de su origen divino, el mutuo sueño se desvanece para siempre: ... Los racimos de un sueño —¡untos estamos— en ¡impía copa exprimimos, y el doble cuento olvidamos (p. 369). En ia tercera «Canción a Guiomar» el poeta vuelve a recordar el momento cuando el alma experimenta desde cerca el amor divino: «pensaste a Amor, junto a la fuente». Aunque el tiempo de esta vida fluya como el río de Heráclito, tiene como base la permanencia divina —«¡Oh tarde viva y q u i e t a / q u e opuso al panta rhei su nada corre...!»— en la que todas las vidas están reunidas en un estado de eterna juventud* Todo a esta luz de abril se transparenta; todo en el hoy de ayer, el todavía que en sus maduras horas se funde en una sola melodía, que es un coro de tardes y de auroras... Y es la memoria de esta permanencia divina —«Hoy es siempre todavía»— la que hace posible al poeta recordar su amor por Guiomar: «A t i , Guiomar, esta nostalgia mía» (p. 371). El último poema que tal vez se relaciona con la carta a Guiomar es el soneto «Primaveral», de Abel Martín en el Cancionero apócrifo. Cobos ve en este poema un recuerdo de ios fríos campos sorianos (30). Si es así, ia «invisible compañera» de! poeta sería su esposa Leonor. Pero si la frase «un amor intempestivo» del cuarto soneto de Abel Martín (p. 323} es una referencia al amor tardío que el poeta siente por Guiomar, parece lógico que elía sea también la mujer invisible de «Primaveral». Este soneto contiene la misma atesó) Pablo de A, Cobos: «Humor y pensamiento de Antonio Machado en la metafísica poética», Madrid, ínsula, 1963, p. 70. 673 CUADERNOS. 304-307 ( l l ) . — i mósfera de eterna primavera de las «Canciones a Guiomar», y repite la idea del amor renovado de la carta. En este caso, el «campo frío» no sería el paisaje de Soria, sino una referencia a la vejez del poeta, cuando el amor introduce en su vida una insólita sensación de juventud: «¿Por ti se ha puesto el campo ese atavío/de joven, oh invisible compañera?» Su compañera te es «invisible», porque los dos han bebido de las aguas del olvido. Pero, si sus ojos no la reconocen, como en el poema XII, su corazón responde afirmativamente: ...En mi mano siento doble latido; el corazón me grita, que en fas sienes me asorda el pensamiento: eres tú quien florece y resucita (p, 319), Para Zubiría, este poema se compone a base de la ecuación amorprimavera-resurrección, y del «doble latido» afirma: «Percibimos el alentar de una doble vida en un solo pulso, de dos existencias en una misma sangre» (31). ¿Es el latido el del poeta y el de Guiomar en esta vida, o es la señal de una existencia previa cuya relación con la vida presente está reconocida por el corazón? El último verso —«eres tú quien florece y resucita»—• refuerza la última interpretación. Se ve, en fin, que ia carta a Guiomar no sólo es indispensable para el tema de la reencarnación en la obra de Machado; también ayuda a explicar su teoría del amor. Porque, aunque Guiomar le importa al poeta como mujer individual, ella resulta ser también un símbolo del amor divino. Y en su resurrección el poeta ve la promesa de que, un día, su propia alma tal vez pueda renacer en el estado original de la unión con Dios. D) Otras obras.—-El tema de la reencarnación aparece sólo pasajeramente en los dramas de Antonio y Manuel Machado. En La duquesa de Benamejí, por ejemplo, Lorenzo habla de su primer encuentro con la duquesa, y declara apasionadamente: Yo escuché mi nombre un día en sus labios, de manera que en mil vidas que viviera nunca se me olvidaría (32). (31) Ramón de Zubiría: «La poesía de Antonio Machado», Madrid, Gredos, 1966, p. 106. (32) «La duquesa de Benamejí», en «Obras completas de Manuel y Antonio Machado», Madrid, Plenitud, 1962, p. 606. Aunque los dramas son de los dos hermanos, algunos críticos creen que el contenido se basa principalmente en las ideas de Antonio. Véanse, por ejemplo, Cari W. Cobb, «Antonio Machado» New York, Twayne Publishers, 1971, p. 147; y Alberto Gil Novales, «Antonio Machado» (Barcelona, Fontanella, 1966), nota pp. 102-103. 674 En Las adelfas, comenta: Salvador habla de! suicidio de Alberto y entonces Hace falta mucha ciencia para poder descubrir cómo se llega a morir. A mí me falta experiencia y vocación. Si algún día lo averiguo, volveré para explicárselo a usted... (33). No debe sorprendernos que Juan de Mairena toque de vez en cuando en la idea de la reencarnación, En un ensayo sobre el futuro de España, Mairena parece indicar que la nación entera puede renacer: Si algún día España tuviera que jugarse ia última carta... no la pondría en manos de los llamados optimistas, sino en manos de los desesperados por el mero hecho de haber nacido... Los otros ía perderían sin jugarla, indefectiblemente, para salvar sus míseros pellejos. Habrían perdido la última carta de su baraja y no tendrían carta alguna que jugar en la nueva baraja que apareciese, más tarde, en manos del destino (pp. 635-636). ¿Qué puede ser la «nueva baraja» sino la vida nueva? Y la idea de la carta que hay que jugar para tener otra oportunidad de jugar en el futuro, nos recuerda también la ley del karma, Porque esa !ey cósmica no solamente significa castigo para los errores; también significa acción, Los reencarnacionistas piensan que, en la nueva vida, se tendrá solamente lo que se gana en ésta; son las acciones de hoy las que determinan los sufrimientos, y también las ganancias, en las vidas que siguen. Por eso, si el alma no se aventura ahora, le será aún 'más difícil, en una, vida futura, seguir adelante en el camino de su vuelta a Dios. Últimamente, Juan de Mairena discurre sobre la muerte en la tertulia de un café provinciano y, como si quisiera inquietar ei espíritu perezoso de un amigo tradicionaíista, declara enfáticamente: Es inútil... que busque usted a Felipe li en su panteón de El Escoria), porque es allí donde no queda de él absolutamente nada. Ese culto a los muertos me repugna. El ayer hay que buscarlo en el hoy... Felipe II no ha muerto, amigo mío. ¡¡¡Felipe il soy yo!H ¿No me había usted conocido? (p. 499). (33) «Las adelfas», en «Obras completas de Manuel y Antonio Machado», p, 429. 675 No cabe duda de que ésta es, en parte, una broma. Pero, ¿cuál es la broma y cuál la verdadera intención del autor, porque es obvio que parte de esto Machado lo dice con toda seriedad? Tal vez trata de engañar con la verdad, o mejor, tal vez trata de disfrazar su verdadera intención con una exageración burlesca, Pero si es cierto que Machado cree en *!a reencarnación —alguien dirá—, ¿por qué esconde su creencia con una broma? El mismo Machado contesta en seguida: Esta anécdota, que apunta uno de los discípulos de Mairena, explica la fama de =Ioco y de espiritista que acompañó al maestro en los últimos años de su vida {p. 499). ¿También tuvo Machado «fama de loco y de espiritista» en los últimos años de su vida? La tendría, seguramente, si hablara abiertamente de las ideas que yo he tratado de señalar en el estudio presente (34). Vi. CONCLUSIONES Por vía de conclusión, pienso analizar un último poema de Machado, el que me dará la oportunidad de resumir, y aun de aclarar un poco más, las ideas que he examinado hasta este punto. Me refiero a «Profesión de fe», poema que, a pesar de su título, algunos escritores han tomado como indicio de una falta de fe, de parte de su' autor. El poema presenta ciertas dificultades, pero éstas se aclaran mucho si se ven a la luz de los conceptos presentados en el trabajo presente: Dios no es el mar, está en el mar; riela como luna en el agua, o aparece como una blanca vela; en el mar se despierta o se adormece. Creó la mar, y nace (34) En su artículo sobre los documentos inéditos de Machado, Vega Díaz declara que Azorín no los había publicado antes a causa de la actitud negativa que Machado muestra hacia los franceses. Pero Azorín indica que hay otros secretos que estos documentos no revelan; Vega Díaz cita sus palabras: «La historia debe ser verídica. Todo lo que contribuya a falsearla es delito intelectual. Hoy, entre nosotros, la historia está siendo falseada. Algún día habrá que rectificar muchas Ideas, muchos conceptos»; op. cít., p. 57. No hay el menor indicio de que Azorín hablara de la creencia de Machado en la reencamación, y es probable que no se refiera a esto. Pero yo, por lo menos, encuentro muy curioso que todo esto lo diga el autor de «Doña Inés», obra que se basa no solamente en la teoría del eterno retorno, sino en la que la protagonista se presenta como la reencarnación de una antepasada que se había muerto hace varios siglos (véase cap. 37). ¿Sería posible que Machado y Azorín hubieran hablado alguna vez sobre sus creencias personales? 676 de la mar cual ¡a nube y la tormenta; es el Criador y la criatura lo hace; . su aliento es alma, y por el alma alienta Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste y para darte el alma que me diste en mí te he de crear. Que el puro río de caridad, que fluye eternamente, fluya en mi corazón, ¡Seca, Dios mío, de una fe sin amor la turbia fuente! (CXXXV1Í, v, pp. 226-227). El mar, en la poesía de Machado, representa el enigma, el velo que esconde nuestro origen y nuestro fin —«de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos»—. Dios no es enigma, pero se nos aparece así —«en el mar»—; aparece como un reflejo de ia realidad absoluta, o como una lejana pureza inalcanzable. Dios tiene dos modos de ser: actual —«se despierta»—, y potencial —«se adormece»—; o como lo dirá más tarde Abel Martín, al hablar de la sustancia divina: «unitaria y mudable, quieta y activa« (p. 317). Creó ía nada —«Creó la mar»— al crear el pensamiento humano. Sale de la nada —«nace de la mar»— cuando 'la conciencia integral vuelve a tocar las vivas aguas del ser. Cada alma es ia emanación de Dios —«su aliento es alma»— y, porque es parte de la sustancia divina, Dios quiere recobrarla —«por el alma alienta»—.La idea de que el hombre crea a Dios •—«yo he de hacerte, mi Dios»— ha llevado a algunos críticos a interpretar el poema como una negación de la fe; para ellos, si Dios depende de la creación humana, no existe fuera de nuestra imaginación. Pero puede ser otra cosa; puede ser que Machado se refiera al concento de perfeccionar el alma, porque perfeccionar el alma es hacerse Dios, es hacerse como Dios nos hizo originalmente —«cual tú me hiciste»—, Y, si Dios le ayuda al poeta a purificar las turbias aguas de su vida imperfecta, podrá sentir otra vez en su corazón la eterna corriente del amor divino. Esta es la meta hacia la que Machado se esfuerza y la que espera alcanzar en esta vida, o en otra. ¿Qué es, en fin, lo que se ha logrado con este largo estudio de la obra de Machado? Pues bien, aunque creo haber demostrado que el pensamiento oriental ha sido muy importante para la formación de la filosofía de Machado, todavía falta el estudio completo de este aspecto de su obra. Y, aunque creo haber demostrado que Machado es más optimista —con respecto a su fe en la existencia de Dios y en ¡a inmortalidad del alma— de lo que algunos escritores han sostenido, tengo que admitir que muchas de mis observaciones en cuanto al tema de la reencarnación no son pruebas sino conjeturas. Pero yo he dado el primer paso en una nueva dirección, y tal vez produ677 eirá otros descubrimientos. Tal vez se descubrirá, algún día, otro cuaderno u otra carta, donde Machado diga claramente; «Yo creo en la reencarnación de las almas y esta creencia ha influido en mi obra desde el principio.» O tal vez no se descubrirá nada y tendremos que contentarnos con lo que tenemos, que no es poco. Porqu© lo que tenemos es toda una filosofía, ecléctica y universal, que combina lo occidental y lo oriental, lo moderno y lo antiguo. La suya ha sido una de las primeras voces, después del materialismo de la centuria pasada, en alentarnos hacia una «realidad espiritual» en la que ya no tendrá «fama de loco y espiritista» el que expresa su fe en la inmortalidad del alma y en su purificación final. ARMAND F. BAKER State University of New York at Albany ALBANY, New York (USA) 678 EN TORNO A LA POÉTICA DE ANTONIO MACHADO El presente artículo toma como punto de partida las metas alcanzadas por la crítica literaria usual. Generalmente, la crítica consiste en comparar las distintas obras de un autor encajándolas en diferentes etapas de su evolución y en señalar las diferencias de tema y estilo que le distinguen de otros escritores. Vamos a intentar marcar en un caso concreto la crítica que versa sobre Machado, como esta crítica solicita ella misma una ampliación por una vía un tanto difícil, porque se tratará de la definición de categorías utilizadas con sentido ambiguo o, mejor dicho, supuestamente dotadas de un cierto sentido, en ninguna manera claro y que requiere rectificación. Antonio Machado es un hombre que ha reflexionado sobre su propia poesía y sobre el sentido del lenguaje poético; para alcanzar nuestro objetivo, examinar al crítico, empezaremos por él mismo y enlazaremos con los demás, porque, de hecho, como se verá después, ¡a mayor parte y más selecta crítica sobre Machado se apoya en su propia teoría poética. Al tratar de establecer en qué consiste la operación de convertir el lenguaje en íenguaje poético, Machado lo hace señalando dos aspectos propios del había. Dice Machado en el prólogo a Páginas Escogidas refiriéndose a su propia labor como crítico y poeta: «Nuestra incapacidad por fallar con justicia en causa propia estriba... en la enorme distancia que media entre el momento creador y el crítico. En el primero coincidíamos con la corriente de la vida, cargada de realidades virtuales que acaso no llegan nunca a actualizarse, pero que sentimos como infinitamente posibles; en el segundo estamos fuera de esa misma corriente, y aun fuera de nosotros, obligados a juzgar, a encerrar y distribuir las vivas aguas en los rígidos cangilones de !as ideas ómnibus» {1). Subrayemos los aspectos del habla (1) Antonio Machado: «Obras. Poesía y prosa» (Buenos Aires: Edit. Losada, S. A., 1964), página 45. 679 a que se refiere Machado: por una parte, mundo vivido; por otra, mundo recordado, finalmente, mundo comunicado. La intuición de Machado es profunda al determinar el dualismo vivencia-comunicación. «Si un libro fuera una sombra de nosotros mismos sería bastante; porque realmente es mucho menos: la ceniza de un fuego que se ha apagado y que tal vez no ha de encenderse más» (2); es decir, la conciencia, la corriente de la vida es de una magnitud inabarcable; el habla, podríamos decir, consiste en la reducción parcial a signos objetivos de esas realidades virtuales a que alude Machado. La poesía no es más que un modo especial del habla caracterizado por captar el sentido de una serie de vivencias que escapan al lenguaje no-poético, insensible para ellas. Nuestro punto de partida, que será desarrollado a continuación, es diferente. Toda operación expresiva, por lo tanto el habla, consiste en poner de manifiesto un sentido, pero esto sólo es posible mediante el uso de signos inteligibles. Poesía es comunicación, ésta exige el uso de signos inteligibles. Pero no hay término medio entre signo inteligible y signo no inteligible, menos aún entre palabra con sentido y palabra sin sentido. Una poesía para ser tal ha de tener un sentido, pero entonces ha de decirse de ella que es una secuencia de signos objetivos que revelan una vivencia, la del poeta. Pero siendo esto así, es contradictorio contraponer, para diferenciar el lenguaje poético del que no lo es, una corriente de vida, original, personal, a unas vivencias comunes endosadas a un lenguaje también común. No se trata de negar la existencia de vivencias individuales, sino poner en evidencia que no existe lenguaje de lo singular, por definición. Un lenguaje no-creador no será capaz de comunicar lo individual de una vivencia, solamente aquello que previamente ya ha sido establecido en el lenguaje usual; un lenguaje creador consiste en convertir en objetivo algo que hasta entonces no era más que un estado perceptivo sin nombre, algo que había permanecido en la oscuridad de una conciencia; pero la diferencia entre lenguaje creador y no-creador no estriba en que el primero aluda a casos únicos, porque no hay lenguaje de lo singular, y el segundo a casos generales; ambos tienen un sentido determinado y en esto se basa precisamente la posibilidad de la comunicación. Precisamente este descuido consistente en usar con sentido ambiguo, aunque supuestamente claro, conceptos fundamentales para la crítica, como son los de «lenguaje», «lenguaje poético» y otros a los que aludiremos después es la causa de la disparidad y contrariedad (2) ibid 680 de las distintas valoraciones estéticas hechas por los comentaristas de una obra, en esté caso la de Machado. Cada crítico, prestando más atención a unos determinados temas y contenidos de un grupo de poesías que a otros, hace una serie de afirmaciones generales sobre la obra en conjunto que dejan insatisfecho a un consciente lector de la misma; así, muchas veces la crítica gira alrededor de contraposiciones forzadas entre conceptos, como por ejemplo realimaginario, objetivo-subjetivo, espacio-tiempo, contraposiciones recogidas simplemente de! lenguaje común, pero que en cualquier caso son ajenas a la intención del autor y al contenido de su obra considerado como lenguaje en sí. La comprobación de las afirmaciones anteriores es lo que se intentará a continuación de la siguiente manera: se examinarán rápidamente las opiniones de parte de la crítica, que consideramos fundamental, sobre los dos primeros libros de versos de Machado, Soledades (1903) y Campos de Castilla (1910). Se verá más detenidamente el desarrollo del tema del tiempo. Generalmente se considera el tiempo como el motivo de preocupación en virtud del cual Machado consigue el alto valor estético que concedemos a su poesía (3). Inmediatamente se tiene en cuenta lo eminentemente abstracto de la afirmación y se establecen distinciones, una de ellas define a la otra: El tiempo de todos El tiempo individual Pero se trata de una división artificial que conduce a resultados artificiales: s¡ queremos decir algo sobre el tiempo vivido, desde el momento en que lo decimos se establece el nombre para una vivencia, ésta toma categoría de comunicable, desde el momento en que algo es comunicable deja de ser individual. El poeta trabaja con el lenguaje que es, por definición, de todos. Apoyados en la anterior división, los críticos establecen una división de poesías y toman una clase como medida de valor de la otra. Machado trata de captar sus vivencias individuales, tratando de apartarse de los conceptos, «cápsulas lógicas»; él mismo lo dice: «El intelecto no ha cantado jamás, no es su misión... Pero las ideas de! poeta no son categorías formales, cápsulas lógicas, sino directas intuiciones del ser que deviene, de su propio existir; son, pues, temporales, nunca elementos acrónicos existencialistas, en la (3) Ramón de Zubiría: »La poesía de Antonio Machado» (Madrid: Edit. Gredos). Segundo Serrano Poncela, «Antonio Machado. Su mundo y su obra» (Buenos Aires, Edit. Losada, S. A., 1954). 681 cual e! tiempo alcanza un valor absoluto» (4). La crítica, siguiendo el camino trazado por Machado se siente segura. Pero, no hay ninguna razón por ia que el poeta tuviera que ser capaz de hallar todo el sentido de su poesía. ¿De dónde procede esta división intuición-concepto, tiempo personal-tiempo universal? Machado conoce a partir de 1911 algo sobre la filosofía de Bergson, pero él entonces ya era poeta. Ni dice mucho sobre su poesía posterior que fuera influida por la filosofía de Bergson. Basándose en este tipo de divisiones construye, por ejemplo, Bousoño su teoría poética, Según Bousoño «Llamaríamos poesía a la comunicación de un estado psíquico, imaginario o real, de contenido afectivo-sensóreo-conceptual, que el poeta establece por medio de meras palabras... Se trata, pues, de algo perfectamente individualizado, único. Pero la lengua, como dice Bergson, la lengua que llamaríamos corriente... no alude a individuos; alude a géneros... Es incapaz de sorprender la última diferencia entre las cosas...» (5). Fácilmente sorprendemos aquí la ambigüedad con la que se encubre la contradicción aneja a esta oposición y a las anteriores clasificaciones a las que hemos aludido antes. La contradicción encubierta es la siguiente: si un estado psíquico es individual, único, no puede ser comunicable; desde el momento que lo comunicamos, este mismo hecho es una prueba de que se trata de algo capaz de ser compartido, como dice, «entendido», re-vivido. Pero, precisamente para poder ser re-vivido no ha de haber diferencia entre lo vivido y el lenguaje mediante e! cual se comunica. SI yo soy capaz de reproducir las vivencias que ha vivido el poeta, esto quiere decir que mis vivencias no son distintas de las suyas; cómo sabía el poeta que su poesía no iba a enterrarse en un abismo, sino que iba a encontrar «acogedores», solamente porque estaba trabajando con el lenguaje, un lenguaje que él ha de reconstruir, tratando de reducir su vivencia a lenguaje, a comunicable, a «compartible». Esto nos abre el camino para la siguiente cuestión. La ambigüedad con la que se encubre esta contradicción podríamos expresarla así: es cierto que los estados psíquicos del poeta son únicos, pero primero de la misma manera que los de cualquier otro individuo, es decir, cuantitativamente. Segundo, concedamos que lo sean también cualitativamente, es decir, siempre habrá una diferencia entre un estado actual de mi conciencia y el otro individuo. Pero, hasta aquí aún no ha habido comunicación, no ha habido poesía. Lo que el poeta llega a (4] Antonio Machado, op. cit., p. 50. (5) Dámaso Alonso y Carlos Bousoño: «Seis calas en la expresión literaria española» (Madrid: Edit. Gredos, Biblioteca Románica hispánica, 19S3), 3.a edic, p. 190. 632 «decir» es, precisamente lo que espera que otros oigan, pero no se puede oír aquello que «a mí no me dice nada». Nadie puede oír si en cierto modo no está preparado para ello. De alguna manera han de estar en mí, aunque sea en penumbra, las vivencias a las que las palabras del poeta darán «luz». Esta explicación nuestra es precisamente la confirmada por Bousoño en otra parte, con lo que llama la ley de «asentimiento»: «Por ser el asentimiento una ley del poema, quien va a escribir un poema ha de tenerla en consideración desde un principio, ya desde la sucesiva forma interna, previa a la externa. Desde la forma interna, el lector es un coactor, un co-autor, alguien a quien esencialmente se toma en cuenta. La poesía es así comunicación incluso antes de la comunicación misma, lo que indica que la comunicabilidad de la poesía no es una anécdota, sino algo substancial a ella» (6). Pero no es necesario que el poeta tenga que esforzarse para tener en cuenta al otro, su labor es precisamente esa y si la poesía es comunicación incluso antes de la comunicación misma, esta idea ratifica nuestras consideraciones acerca de las vivencias personales. El problema se deja dentro de los mismos límites, es decir, no queda fijado en los límites correspondientes si decimos con LópezMorillas: «El artista plástico ha fijado la mirada en un objeto dado, lo ha contraído y circunscrito en un contorno, es decir, ha impuesto límites exclusivos y discontinuos a un fragmento de la realidad. El lienzo pintado o la piedra tallada son concretizaciones, solidificaciones de tiempo en espacio... Pero, a diferencia del artista plástico, ei poeta no intentará encajar su visión de la realidad en un molde separado y excluyente; el artista plástico transmuta tiempo en espacio. El poeta, en cambio, transmuta tiempo en temporalidad, esto es, tiempo cualitativo en tiempo cuantitativo» (7). Sólo, tal vez, se añade un poco de confusión al tema con esto de que «el poeta, en cambio, transmuta tiempo en temporalidad», porque realmente suena a juego de palabras: el factor «lenguaje» no puede ser reducido a temporalidad que, dicho así escuetamente, no significa nada. Tanto Ramón de Zubiría como Segundo Serrano Poncela, siguiendo la teoría poética de Machado, y, sobre todo, su ensayo «El Arte Poético de Juan de Mairena», establecen la idea de tiempo y temporalidad como motivo centra! de la poesía machadiana. Pero este criterio es muy abstracto y precisamente por eso se presta a todo tipo de ambi- [6) Carlos Bousoño: «Teoría de la expresión poética» [«Hacía una explicación de! fenómeno lírico a través de textos españoles») (Madrid: Edit. Gredos, 1962), 3.a edic, pp. 343-44 (7) López Morillas: «Intelectuales y espirituales» (Madrid: Revista de Occidente, 1961), páginas 82-83. 683 güedades. La idea de «tiempo» queda concretizada si tomamos en cuenta el factor «percepción»; es lo que hace Machado al comparar la poesía barroca representada por Calderón, y la de Jorge Manrique, en el ensayo anteriormente citado; «Terminada la estrofa, queda toda ella vibrando en nuestra memoria como una melodía única, que no podrá repetirse ni imitarse, porque para ello sería preciso haberla vivido» (8). Pero habiendo señalado este aspecto anejo a todo tipo de comunicación, Machado no puede olvidar el aspecto «lenguaje», que él sitúa en la idea de extratemporalización. «Pero no olvidemos que, precisamente, es el tiempo £el tiempo vital del poeta con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar, digámoslo con toda pompa: 'eternizar'» (9). Y aquí tenemos, fundamentalmente casi con las mismas palabras la misma interpretación del lenguaje poético a la que antes nos hemos referido hablando de Bousoño y en torno a la cual gira este artículo. Estos elementos considerados hasta aquí como importantísimos: tiempo, lenguaje, percepción son los que hay que manejar para llegar a una explicación más satisfactoria de la poesía, Si olvidamos uno de ellos o le concedemos un significado arbitrario, corremos el peligro de llegar a unos significados pobres. Veamos, por ejemplo, un caso en que la aplicación de estos elementos encajaría perfectamente, y por el uso de ambigüedades se llega a comentarios insatisfactorios para un lector consciente. Así dice Concha Zardoya refiriéndose a los versos que cita: «El espejo, pues, absorbe el paisaje, absorbe el tiempo y proyecta su imagen en un ámbito interior, completando el ensueño en que ayer y hoy se funden, a la par que vida y muerte, vejez y juventud, presencia y ausencia, realidad y sueño, en prodigiosa síntesis poética: Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde tras los húmedos cristales, se pinta, y en el fondo del espejo» (10). Se le quiere negar validez para la poesía al principio de contradicción; en un momento de arrebato se pretende ver una síntesis de juventud y vejez, presencia y ausencia, cuando el arrebato no es legítimo para un crítico y cuando Machado dice algo perfectamente inteligible y no por ello dotado de menos plasticidad poética: la tarde (8) Antonio Machado: op. c i t , p. 315. (9) Ramón de Zubiría, op. c i t , pp. 24-25 y 185. {10) Concha Zardoya: «Poesía contemporánea española» (Madrid: Edit. Guadarrama, 1961), página 195. 684 se pinta en eí espejo, es decir, en el espejo se conjuga espejo y pintura que no son lo mismo; introduzcamos las variantes percepción y lenguaje que utilizaremos con la del tiempo (la tarde) para aclararías mutuamente. Podemos decir que un espejo duplica las imágenes según se van sucediendo, a la par que la percepción, pero sucederse las imágenes no es pintarse las imágenes; pintándose se recogerían recuperándose los distintos momentos de una percepción y de distintas percepciones, ordenándolas fuera deí tiempo; la multiformidad sucesión y necesidad de organización continuas, propias de la percepción se salvan, se evitan en la perspectiva ordenada de un cuadro (11). Pintar es una creación, es presentar organizados distintos momentos que aislados no significan nada, esto es lo que hace el poeta: imaginar recogidos, pintados los distintos momentos de la tarde que se representan en el espejo, pero que realmente no «pinta», de la misma manera que no tiene percepción. Los sucesivos y multiformes momentos que presenta el paisaje, aislados en los distintos momentos perceptivos como en los distintos momentos que se reflejan en el espejo no significan nada, significan algo recogidos todos en una «pintura». El poeta intuitivamente ha localizado la palabra adecuada para una imagen, nos hace entrega de su intuición y para ello es preciso que haya tenido en cuenta nuestra posibilidad de entenderle bien. No hemos de rebuscar mucho para encontrar motivos en esta tarea de criticar al crítico, ni siquiera si queremos ceñirnos a esta cuestión del tiempo en la poesía de Machado; en el mismo trabajo de esta autora, al tratar la cuestión del «espejo del tiempo», hallamos una interpretación aventurada y parcial de algunos versos machadianos. Veámoslo a continuación: Tiene sobre la mano un libro viejo donde posa la mano distraída, Al fondo de la cuadra en el espejo, una tarde dorada está dormida (12). Si partimos de las siguientes correspondencias, continuamente manejadas por Machado para conseguir valiosos efectos poéticos: sucesión temporal es al espejo o a cualquier superficie reflejante (aguas limpias), lo que es a la percepción; pero en el complejo de la conciencia humana, algo de la percepción permanece en la memoria capaz de ser reproducido a través del recuerdo; entonces, inversa(11) (12) Merlau Ponty: «Signos» (Barcelona: Edit. Setx y Barra!, 1954), p. 60. Concha Zardoya, op. cit., p. 213. 685 mente, y según la correspondencia antes señalada, Machado atribuye poéticamente al espejo el poder de retener las imágenes que refleja tal y como lo posee la conciencia humana. En fin, hablando más sencillamente, donde haya «espejo» léase conciencia y se llegará al significado adecuado de muchos versos. Por ejemplo, los siguientes que cita Zardoya: Al fondo de la cuadra, en el espejo, una tarde dorada está dormida. Si analizamos el comentario que Zardoya hace de estos versos y hablando en general del «tiempo y el espejo en la poesía de Machado», quedamos un poco sorprendidos porque vemos el intento de convertir en lenguaje ininteligible versos que matafóricamente son perfectamente claros. Dice Zardoya: «...en la tarde se duerme en la hondura del espejo... y al dormir, el tiempo se ha detenido y, al detenerse, ha quedado eternizado» (13). Pero las palabras usadas por Machado son mucho más sencillas y con más alcance significativo. Simplemente el poeta recoge en un momento distintos momentos perceptivos, los recoge y los sostiene fuera del tiempo y fuera del movimiento, la tarde está dormida, ha ¡legado a su plenitud representativa, se ha transformado en pintura en la imaginación del poeta a través del espejo. La misma Zardoya llega, a veces, a intuir esta correspondencia espejo-conciencia, pero solamente cuando el poeta llega a insinuarlo de manera literal (14). Tiempo, lenguaje, percepción, reciben en cada crítico distintos nombres según su intención valorativa acerca de la obra que considera. Si consideramos estos tres factores en interferencia y es la única manera de considerarlos, porque no se pueden definir aisladamente, sino unos por otros, superamos la oposición subjetivo-objetivo y de alguna manera podemos criticar al crítico que se apoya en ella. Así, para Segundo Serrano Poncela, «Campos de Castilla es un extraño e híbrido libro, donde al lado de ricas intuiciones acerca del existir de España aparecen muestras de pedagogía social y soflamas de tipo político» (15); en este libro de poesías «hay materiales de arrastre y relleno obligados por el tema y demostrativos de cómo la poesía puesta al servicio de menesteres no poéticos desvirtúa su razón de ser» (16). Serrano Poncela dice esto desde su interpretación del lenguaje poético: «La poesía, intento de expresión auténtica del ser, (13) (14) (15) (16) Ibid. Ibid. Segundo Serrano Poncela, op. cit., p. 161. Ibid., pp. 160-61. 686 está empapada de temple afectivo y su ausencia implica ausencia de poesía aunque las formas poéticas se den; toma inauténtica ía voz; convierte en mera palabrería la palabra; deja al poeta sumido en la cotidianidad trivial y en el anónimo» (17). Desde el punto de vista de ia percepción, no se puede establecer un criterio que diferencie «temple afectivo» auténtico e inauténtico, sino de una visión fructificada en lenguaje, que el poeta tenga, aceptable o no aceptable; «visión» de lo que ve y deja ver a través del lenguaje. Si estrechamos la idea de «visión aceptable» al criterio que se Mama realista u objetivista, diremos con M, Tuñón de Lara que la obra «Campos de Castilla representa la obra de madurez del poeta. Una madurez que no es más que la cumbre de un proceso iniciado en Soledades. El sueño y el ensueño de Machado, del solitario que rememora fuentes y cancelas de su primera infancia, torres con cigüeñas de su juventud, que añora amores nunca vividos, se quiebra en realidad humana anunciando así lo que será el poeta en la madurez de su creación» (18). El tiempo queda concretizado en ia conciencia-perceptiva; nada dice la palabra «tiempo» por sí misma. En la percepción-conciencia hay que buscar las diferencias cualitativas que conducen a las distintas manifestaciones poéticas; inversamente, el lenguaje expresado debe conducirnos al estado de conciencia que las produjo. Apoyados en esta premisa y teniendo a la vista la revisión efectuada de la crítica, podemos decir que Soledades y Campos de Castilla son dos aspectos fundamentales y diferentes de la realidad. Diferencia que tomando los conceptos fundamentales encontrados en los anteriores análisis podría expresarse como sigue: En Soledades eí poeta se observa más a sí mismo que a las cosas que le rodean, de aquí que las poesías que las componen aparezcan con un lenguaje más rico y nuevo. Los acontecimientos externos están sobrecargados de un «pathos» evitado en Campos de Castilla. La mayoría de los poemas de Soledades parten de motivaciones, apoyado en las cuales Machado pretende dar una interpretación descriptiva de la percepción de ellas: el paso de las tardes tristes y el movimiento del agua de las fuentes van siempre unidos a sentimientos personales de melancolía sin una causa concreta provocadora de tales sentimientos. El lazo que une la conciencia a la naturaleza es el sentimiento de que ambas están sometidas a un continuo cambio. La interpretación definitiva de este sentimiento queda siempre envuelto en la duda poética, la interpreta(17) Ibid., p. 71. (18) M. Tuñón de Lara: «Antonio Terra, 1967). Machado, poeta del pueblo» (Barcelona: 687 Edit. Nova ción sugiere ideas, pero no pretende ofrecer soluciones tajantes, ni ser exhaustiva del sentimiento mismo. Veamos un poema: Era una tarde clara y amplia como el hastío, cuando su lanza blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano. La gloria de un acaso era un purpúreo espejo, era un cristal en llamas, que al infinito viejo iba arrojando el grave soñar en la llanura... Y yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba pura (XVIí). El pasar va unido a un estado emocional en el que se deja sentir algo que intenta ir más allá de la percepción. La tarde es clara y limpia como el hastío. El hastío es el resultado de una serie de vivencias como la tarde es el final del día. El elemento humano es el factor fundamental en la descripción del paisaje, por ello «el pasar» no es sólo un adorno, algo que presenta un mismo paisaje bajo distintos aspectos. Este «pasar» afecta de manera sustancial al hombre que, en una tarde clara y amplia como el hastío, siente la espuela sonora de su paso, es decir, se nota como «caminante viejo», ausculta el ritmo de su vida envuelta y arrastrada en ei ritmo transitorio de la tarde sangrienta; junto a, esta percepción el poeta ha visto también que: Y más allá, la alegre canción de un alba pura,., otro aspecto de su existencia, el «alba pura» que acariciará su conciencia con una alegre canción. En Campos de Castilla eí poeta dirige su atención hacia otros as- pectos de la realidad, parece haberse olvidado de su melancolía, pretende tomar aires de trivilización. El tiempo se observa, no como algo en que está envuelta la conciencia personal, sino que se atiende a acontecimientos depurados de las consideraciones psicológicas del poeta, o en todo caso si intervienen éstos, son respecto a ¡a importancia de lo descrito, algo puramente anecdótico y accidental. Véase, por ejemplo, cómo el tiempo no es más que un adorno en la descripción del siguiente paisaje: Olivares y olivares de loma en loma prendidos cual bordados alamares! 688 Olivares coloridos de una tarde anaranjada; olivares rebruñidos bajo la luna argentada! (CXXX11). Se trata de un paisaje visto como algo puramente perceptivo. Son unos olivares coloreados por una tarde anaranjada y una luna argentada; en fin, es algo que puede reducirse a puros colores. Obsérvese cómo la intervención del pasar del paisaje, los cambios a que está sometido no son más que cambios de colores. No puede decirse lo mismo del «hastío» y la «alegre canción del alba pura». Hemos visto cómo un punto importante en el que insiste gran parte de la crítica que versa sobre Machado es la cuestión del tiempo; tal vez, porque desde este punto de vista plantea el mismo Machado su teoría poética. Hemos encontrado que la cuestión del tiempo en lo que se refiere a creación poética está íntimamente ligada a a percepción. La percepción en sentido amplio, es decir, todo aquello que puede llegar a convertirse en motivo de creación de un signo comunicable y, por tanto, inteligible; con esto topábamos con el elemento lenguaje. Estos tres elementos hay que tenerlos en cuenta, decíamos, en interferencia, funcionalmente. Son eminentemente abstractos, es decir, aplicables a todo tipo de lenguaje; por esto mismo su valor como instrumentos utilizables por la crítica puede considerarse problemático, pero, de hecho, no tiene más remedio que utilizarlos porque la poesía como lenguaje, aunque especial, se enfrenta con ¡os problemas de cualquier otro lenguaje. En este sentido se orienta la ampliación requerida que hemos señalado al principio de este artículo. FRANCISCO CARENAS University of Missouri-St. Louis Department of Modern Foreign Languages and Literatures (USA) 689 CUADERNOS. 304-307 (il).—5 EL USO DE «TARDE» EN LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO Hace ya más de treinta años que Moreno Villa confirmó, mediante el recuento sistemático de palabras, lo que muchos lectores de Antonio Machado venían sintiendo desde la lectura de sus primeros libros: que tarde, la palabra en sí, era vocablo predilecto, el más repetido del repertorio lingüístico del poeta (1). En efecto, hemos contado hasta 140 repeticiones de la palabra en 82 poemas (2). La expresión tarde aparece, pues, en casi el 20 % de los poemas de Machado (3). Hay poema suyo con diez usos distintos del vocablo, varios con seis y con cinco inserciones de tarde; y, dato sumamente revelador, más del 20 por 100 de los poemas que usan el término lo emplean más de una vez (4). Esta ciara predilección por el vocablo concreto representa, claro está, una vertiente especial (de concreción y concretización máximas) de una predilección más extensa, de orden conceptual. Ninguna duda cabe que una perspectiva más amplia sobre esta cuestión (que incluyese la proyección conceptual, aunque faltase la concreción léxicográfica: «el declinar del día», «crepúsculo», «ocaso radiante», por ejemplo) nos permitiría aumentar sustancialmente la importancia del fenómeno literario que comentamos (5). A pesar de ello, no hemos de abrir hoy nuestra perspectiva de enfoque para trascender del estrecho criterio de coincidencia semántico-JexicográfJca que es la presencia concreta del vocablo tarde. Hemos optado contra esa amplia- da J. Moreno Viila: «Leyendo a...» (México, 1944), IX. (2) Usamos como base el texto de «Poesías completas» {Madrid, 1973J, 14 edición (Austral); pero incluyendo los poemas que no constan en ésta y que recoge Dámaso Alonso en el número homenaje de «Cuadernos Hispanoamericanos» de 1949. (3) Para alcanzar estos porcentajes, y que reflejasen una realidad verosímil, hemos descontado la numeración dej propio Machado. Nosotros contamos unos 520 poemas distintos. (4) Hay una veintena de poemas en que se repite «tarde*, (5) En efecto, podrían añadirse hasta un centenar más de giros y vocablos, entre indiscutibles y posibles. 690 ción conceptual por dos razones. Primero, porque eiio supondría la entrada en juego de juicios de índole sumamente subjetiva (6); mientras que la estrecha coincidencia que nos sirve de criterio (el sustantivo tarde) evita todo resquicio de interpolación personalista, En segundo lugar, porque pensamos que el estudio del uso machadiano de una imagen-concepto determinada ganará en precisión concisa más —por lo menos cualitativamente— de lo que pueda perder, así, de amplitud exhaustiva. Nos sujetamos, pues, al estudio de sólo aquellos instantes de la creación poética de Machado en que coinciden la intención conceptual con la expresión explícita de mayor concreción semántica: las apariciones del vocablo tarde propiamente. Ello impone, desde luego, una ¡imitación consciente al estudio temático, pero permite una fijación precisa de datos y una amplitud manejable al enfoque crítico, Como era de esperar, la predilección léxica que nos interesa ha sido observada y comentada por otros estudiosos de la obra poética de Machado (7). No nos internamos, pues, por una galería de la obra machadiana que se halle virgen del paso erudito. Gran parte de nuesr tra presentación será, por ello mismo, tarea de acopio, Iremos dejando constancia de las diversas interpretaciones que se han ofrecido del fenómeno; confrontando cada interpretación con la reducción estadística a nuestra disposición y con el juicio crítico sobre la materia que nos ha preparado lo inusitadamente exhaustivo de nuestro enfoque. Añadiremos, finalmente, lo que de innovatorio consigamos aJIegar. Siguen, pues, las seis o siete interpretaciones y explicaciones del fenómeno que se entresacan de la bibliografía machadiana. A) La antropomorfización de ¡a tarde con finalidad dialogante (8) Como afirma Zubiría, este uso de tarde, antropomorfizada, es no sólo un elemento más para el diálogo poético tan característico de Machado, sino aquel que más y mejor sirve esa función (9). Es el aspecto de la realidad objetiva que el poeta más veces humaniza para (6) Casi la tercera parte del centenar adicional comentado en !a nota anterior son de índole discutible: «plaza en sombra», «campo ensombrecido», etc. (7) Lo sorprendente en este aspecto es el número de estudiosos que hacen caso omiso de ello; el número de análisis de poemas concretos en los que ia múltiple repetición* de «tarde» ningún comentario suscita. (8) Véanse, por ejemplo, Aurora de Albornoz, «La presencia de Unamuno en Antonio Machado» [Madrid, 1968), p. 303; Antonio Sánchez-Barbudo, «Los poemas de Antonio Machado» (Madison, 1969), p. 153; y Segundo Serrano Poncela, «Antonio Machado» (Buenos Aires, 1954), p. 117. (9) A. Zubiría, «La poesía de Antonio Machado» (Madrid, 1953), p. 32. 691 efectuar el apetecido diálogo con su universo inmediato (10). Cabe puntualizar —porque no lo han hecho, que sepamos, quienes primero señalan este uso determinado de tarde en Machado—• que ese afán dialogador del poeta, que le llevaría ya maduro a un desdoblamiento heteronímico de alcance inusitado en la literatura moderna (11), tiene su primera y clara presencia en el repetido diálogo con esa tarde del primer Machado (12). Es ésta una función de tarde de indiscutible y destacada presencia en la poesía de Machado. Aciertan, sin duda alguna, los eruditos que así lo han reconocido e interpretado. B) La tarde como vestigio de modernismo machadiano (13) Aunque su identificación con la dimensión inauténtica y superliterarizada del Modernismo es en extremo dudosa, ninguna duda cabe acerca del importante contacto del poeta sevillano con los aspectos más renovadores de ese movimiento estético. Fruto de éste sería, posiblemente, esta coincidencia de poeta y escuela poética en su predilección por el mundo crepuscular. Hay, en efecto, algún refuerzo estadístico para esta posibilidad. El uso más intenso del vocablo tarde ocurre en la primera parte de la obra de Machado (14), aquella precisamente en la que se podía suponer mayor presencia del influjo modernista. Más como contrapartida a este apoyo estadístico —que dejará esta explicación modernista en un equilibrio más justo de probabilidad— cabe indicar que el repetido uso de tarde es norma en Machado hasta el final de su carrera-literaria, años después de que éste hubiese superado del todo ese primer influjo (15). (10) La importancia de tal diálogo queda consignada por los eruditos citados, y ello a su vez determina- la importancia de esta función del vocablo. (11) Entre Abel Martín, Juan de Mairena, Jorge Meneses y todo el repertorio de su «cancionero apócrifo», apenas si caben más desdoblamientos auto-extensivos en un escritor. Í12} «Estas antropomorfizaciones de la tarde, dadas casi todas ellas en «Soledades», son más o menos visibles en el resto de sus poemas.» (Serrano Poncela, p. t17). (13) Véanse, por ejemplo, R. Gullón, «Simbolismo y modernismo en Antonio Machado», «La Torre». XII (1964), 336; y G. Ribbans, «Antonio Wlachado's 'Soledades', 1903: a Critical Study», «Híspame Review», XXX (1962), 200. (14) Unos 90 usos ocurren en poemas escritos antes de «Campos de Castilla». (15) Todavía en poema tan tardío como el iil de «Canciones a Guiomar» (p. 278), aparece «tarde» tres veces. 692 C) El uso de tarde («hora melancólica») como expresión de romanticismo (16) No padece el verso de Machado, normalmente, de la intensidad estridente propia de la sensibilidad emotiva del romántico, pero no cabe dudar del contenido melancólico del vocablo que estudiamos. Lo que ocurre, a nuestro juicio, es que se halla este contenido melancólico al servicio de la dimensión sicológico-sentimental más poderosamente machadiana: lo elegiaco (17). Nos parece la repetida selección concreta de «hora melancólica» más bien una consciente preparación sentimental para el acostumbrado salto elegiaco hacia el pasado que un intento de destacar esa melancolía en sí, como correspondería al poeta fundamentalmente romántico. Creemos acertados, pues, a los estudiosos que han aislado la melancolía como factor inseparable del uso machadiano de tarde, e inacertados, en gran medida, los que han querido atribuir esa asociación indiscutible a resabios románticos del poeta. Más acertado nos parece considerar esa especial emotividad en función del carácter elegiaco de Machado, como resorte apropiado de esa nostalgia que la caracteriza. D) La utilización de tarde como expresión de temporalidad, y hasta angustiosamente sentida (18) Poeta máximamente consciente de la temporalidad («palabra en el tiempo»), de auto-catalogación en este sentido (19), Machado con^ centra su predilección léxica, es lógico, sobre vocablos de expresividad temporal (20). De éstos, tarde es el más veces seleccionado. Mas lo que pudiera parecer perfectamente obvio (que tarde sea expresión fundamentalmente temporal de un poeta cuyo eje creativo es el tiempo precisamente) aparece problemáticamnte enfocado en ocasiones. Así, por ejemplo, la confusión de valores nominal y advertís) Véase especialmente Moreno Villa, p. 87; pero también, por ejemplo, Zubiría, p. 32, y Sánchez-Barbudo, p. 32, (17) Lo elegiaco, en su acepción más amplia, de nostalgia por todo lo perdido en el tiempo, es el eje de toda la poesía de Machado, (18) Véanse, por ejemplo, N. L. Hutman, «Machado: a Dialogue wlth Time» (Albuquerque, 1969), pp. 41 y 79; y M. Tuñón de Lara, «Antonio Machado, poeta del pueblo» (Barcelona, 1967), pp. 40-41. También conviene ver Serrano Poncela, pp. 48 y 67. (19) Pueden verse los juicios estéticos del propio Machado en las páginas 251-255 del texto que usamos. (20) Entre las cinco palabras más usadas que recoge Moreno Villa, se halla, además de «tarde», la palabra «sombra». 693 bial que —erróneamente a nuestro juicio (21)— piensa ver Hutman (22); o la negación de temporalidad auténtica (erróneamente adjudicándole temporalidad histórica, por tratarse casi siempre, en Machado, de un tarde cronológicamente impreciso (23) que Villegas reserva para el vocablo) (24). Por otra parte, resulta apenas discutible —por la carga de consunción vita] que arrastra la propia palabra—la dimensión existencia! de este uso machadiano. En efecto, las aclaraciones al respecto de ios mismos eruditos («la muerte del día», «consumación del día», «otoño del día», etc.) (25) son harto elocuentes. Resulta esta categoría, a veces, más que de mera expresión de temporalidad, de captación tácita y simultánea de angustia existencia!. La relativa importancia de esta proyección de temporalidad mediante tarde habría de medirse en función de la extraordinaria importancia que posee lo expresamente temporal en este poeta. Y ello es especialmente relevante, para la sensibilidad moderna, cuando la temporalidad parece alcanzar intensidad existencia!. £) La proyección, mediante tarde, de una impresión pictórica, de prescritos tonos y colores (26) Se destaca este uso intemporal de tarde cuando, pensándola excesiva, se piensa en contrarrestar la inclinación crítica por la temporalidad en Machado. Mas ninguna duda cabe, en efecto, de que este vocablo esencialmente temporal irradia condiciones espaciales, sugeridoras de un contorno físico determinado. Hasta cabe afirmar que tarde es especialmente versátil, que no sólo sugiere condiciones espaciales determinadas, sino que lo consigue más eficientemente que cualquier otro término parecido (mañana, noche, etc.) (27). (21) El uso de «tarde» como adverbio ocurre, que hayamos podido ver, sólo una vez en ¡a poesía de Machado. Y la noción de que el sustantivo lleve automáticamente adherido, para fines poéticos, el sentido adverbial es sumamente conjetura!. (22) Hutman, p. 76. (23) Para el tiempo como factor vital, no cronológico, véase, por ejemplo, R. L, Predmore, «El tiempo en la poesía de Antonio Machado», «PMLA», LXIII (1948), 696-711. Para la consciente y anti-cronológica fusión de «tardes», véase, por ejemplo, el poema V I . (24) J. Villegas, «El tema del tiempo en un poema de Antonio Machado», «Hispania», XLVIII (1965), 446. (25) No es infrecuente en la bibliografía de Machado esta asociación: «Y al trasladarnos la emoción del ritmo del paso de las horas, de la llegada del atardecer y de la noche, nos produce la repercusión de hacernos pensar, vagamente, en el paso de nuestra vida» (E. Oroz. co Díaz, «Antonio Machado en el camino», Granada, 1962, p. 100). (26) Véanse, por ejemplo, A. de Albornoz, p. 100; y Sánchez-Barbudo, p. 125. (27) Véase D. Alonso, «Cuatro poetas» (Madrid, 1962), IV, especialmente la p. 172. 694 Con todo, hemos de hacer constar que la finalidad pictórico-espacial de tarde —por ser innegable el eje temporal del vocablo— difícilmente podrá considerarse finalidad primaria. Demasiado indirecto es el proceso —de fijación pictórico-espacial mediante palabra esencialmente temporal— para que pueda representar, a nuestro juicio, un establecido proceder estético (28). F) Tarde como valor de contraste, de fijación dialéctica (29) Esto se da de diversas formas: en contraste directo y sencillo con su opuesto inmediato, mañana; o en contraste más amplio —pero mucho más conjetural— con otro elemento temporal-vital repetidísimo en Machado, primavera (30). Esta proyección dialéctica mediante tarde, de efectismo importante en algún poema (31), de presencia tácitamente sugeridora en otros muchos (32), cuadra perfectamente con ei poeta de la otredad y la complementariedad que es Machado, El uso de contrarios —y muy probablemente como integrantes de una perspectiva dialéctica, de dinámico devenir y síntesis renovadora— es parte formal de la estética machadiana. Nada sorprende, por ello, este importante papel de su vocablo más repetido (33). La índole necesariamente subjetiva y conjetural de este posible uso de tarde (su función contrastiva, especialmente frente a primavera, pudiera resultar un tanto forzada) limita, en gran medida, la posibilidad de un juicio definitivo acerca de la importancia de todo ello en ia poesía de don Antonio. G) Atribuciones misceláneas a tarde (34) Reunimos una serie de interpretaciones aisladas —ofrecidas para casos muy concretos— e independientes, por lo tanto, de las expíi(28] Tanto ta concisión como la claridad abogan contra ello. (29) Véanse,1 por ejemplo, Rf Gullón, «Una poética para Antonio Machado» (Madrid, 1970), página 123; Hutman, pp. 87 y 142; y Ribbans, p. 202. (30) Hay diez poemas con «tarde» inserta en contexto patentemente primaveral, y otros pocos que se prestan a tal Interpretación. (31) Nos referimos a los últimos versos de «A José María Palacio». (32) Especialmente s i , además de «mañana» y «primavera», se considera el efecto contrastivo del conflicto entre luz y oscuridad que es el atardecer. Véase Zubiría, p. 33. (33) Para el fondo filosófico de este aspecto del pensar machadiano, véase «De un cancionero apócrifo», pp. 228-249. (34) No pretendemos ser exhaustivos en esto de las apreciaciones misceláneas. Entresacamos de la bibliografía machadiana algunas de las más repetidas o típicas. 695 caciones que hemos visto. Así, por ejemplo, la idea de tarde como «metafórico espejo» que GuSlón subraya (35); o la íntima asociación entre tarde y camino que señalan Ríbbans y Orozco (36); o la finalidad puramente estética (de factor unitivo) que ve Siebenmann (37). Cabe anotar asimismo que no faltan en la bibliografía machadiana algunas referencias —siempre muy imprecisas, desde luego—, a una personal y misteriosa identificación del poeta con el atardecer (38). Poco provecho ha de rendir, nos parece, el comentar la feliz atribución de finalidad estética que Siebenmann halla en una caso aislado. Menos útil aún sería analizar la relación insondablemente síquica o indescifrablemente mística que une el poeta, según algunos, a! fenómeno del atardecer. Sí será provechoso, sin embargo, algún comentario en torno a las otras dos interpretaciones anotadas. r Los estudiosos que hallan una relación especial entre tarde y camino, uno de los temas más r^elaborados por Machado, aciertan efectivamente (39). Pero ¿qué aclara ello? Ofrece, pensamos, una explicación realista de esta predilección machadiana. Poeta peripatético si los ha habido, Machado elabora creativamente durante y como consecuencia de sus paseos (40). Y ¿cuándo pasea? Pues ha de pasear, casi invariablemente, por las tardes. Hombre de trabajo diario, de país de sol atosigante, Machado camina —y crea— en el atardecer de los días. En estas condiciones, qué poco ha de extrañar la predilección por el término tarde. En cuanto al intuitivo «metafórico espejo» de Gullón, cabe añadir —aunque ya sea por cuenta propia— alguna nota adicional y, esperamos, aclaratoria. Dentro de la dirección sostenidamente elegiaca de la poesía de Machado, puede muy bien figurar tarde, en efecto, como trampolín hacia el pasado, como espejo que reflejase o permitiera reflejarse esa ya inexistente realidad pasada que canta el poeta. Y esto podría efectuarse de dos maneras. A nivel intelectual, existencia!, el acabar del día puede muy bien traer a la mente todos los días acabados. Cabe pensar que la conciencia del transcurrir del tiempo (35) «Una poética para Antonio Machado», p. 141. Gullón utiliza el más amplio concepto de ^crepúsculo». (36) fiibbans, p, 210; Orozco Díaz, p. 33. (37) G, Siebenmann, «Los estilos poéticos en España desde 1900» (Madrid, 1973), p. 142. Siebenmann utiliza ei concepto más amplio de «ocaso». (38) Véanse, por ejemplo, Orozco Díaz, pp. 33 y 25; y Serrano Poncela, «Barrosos laberintos...», «La Torre», XII (1964), 275. (39) Basta leer por encima la obra poética de Machado para observar las numerosas veces que coinciden los dos factores. (40) Junto con el tiempo, el camino es el aspecto más estudiado de ¡a poesía de Machado. Véase, por ejemplo, G. Díaz-Piaja, «El paseo-, calle, jardín y plaza», «Estafeta literaria», 565, (junio, 1975), 4-6. 696 —que se da inmejorablemente al declinar el día, al irse otro segmento vital— despierta nuestra nostalgia por tiempos transcurridos. A nivel sensoria], el atardecer ofrece condiciones sumamente propicias para Ja actualización del pasado. La oscuridad incipiente, las sombras, desdibujan el perfil fijo e insoslayable del presente, de la realidad actual. Sin esta condición, sin la disolución —cuando menos parcial— de esa realidad presente, difícilmente podría el poeta elegiaco conjurar ese pasado que cristaliza en poesía. Pues bien, si este doble efecto es posible, en algo verosímil, nada debe sorprender la repetida aparición de tarde en el vocabulario poético del elegiaco Machado. Nuestro acopio razonado de finalidades y motivaciones que la crítica ha visto y señalado en el uso machadiano de tarde destaca una verdad que ninguno de esos juicios recogidos podría revelar de por sí: la repetición de tarde en la poesía de Machado de ningún modo representa una mera reiteración. Todo lo contrario. Resultan numerosas las finalidades poéticas que hemos de asociar con el uso creativo del vocablo repetido. Aunque sea norma racional el intento de dar explicación general y única al fenómeno repetido, las lecturas de tan diferentes estudiosos nos facilitan —y !a estadística de la aparición del vocablo refuerza objetivamente— su verdadera complejidad. El estudio detenido de Jas posibilidades poéticas de tarde (objeto de -máxima reiteración en Machado) nos lleva a concluir que la repetición —de tema o topos—• no es mera redundancia en éste. La repetición léxica es condición creativa del poeta andaluz (41). AIFREDO RODRÍGUEZ LUZ RODRÍGUEZ TOMAS RUIZ FABREGA C/Alberto Plaza, 9 TABERNAS (Almería) (41) Ejemplo de variedad tonal, aún dentro de un mismo poema, véase Gullón, «Una poética,.,», p. 109. 697 EL SÍMBOLO DE LA PRIMAVERA EN LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO En una copla muy conocida de su libro Nuevas Canciones, en Baeza, nos dice Machado: escrito La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido. Le han bastado dos versos, un sencillo pareado, para expresar todo el misterio de ia aparición mágica de la primavera. A esos dos versos sigue esta soleá, en la que el poeta insiste en ¡a llegada de la primavera: La primavera ha venido. ¡Aleluyas blancas de los zarzales floridos! (1). Ese milagro, renovado cada año, de la aparición de la primavera, va a ser un tema constante en la poesía de Antonio Machado, casi desde que comienza a escribir o, al, menos, a publicar. Ya en su primer libro, Soledades (1903], en el poema XV de la serie «Del camino» (2), encontramos a la primavera personificada en una mañana que dialoga con el poeta —el uso de la prosopopeya es muy frecuente en la lírica de Machado— y le recuerda que una vez, hace muchos años, floreció en su corazón, hoy sombrío: Me dijo un alba de la primavera: Yo florecí en tu corazón sombrío ha muchos años, caminante vie}o que no cortas las flores del camino. (1) Las dos coplas forman parte del poema CL1X, titulado «Canciones», de las «Poesía» completas». (2) Al pasar a las «Poesías completas», lleva el número XXXIV. 638 Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda el viejo aroma de mis viejos lirios? ¿Perfuman aún mis rosas la alba frente del hada de tu sueño adamantino? Respondí a la mañana: Sólo tienen cristal los sueños míos. Yo no conozco el hada de mis sueños ni sé si está mi corazón florido. Pero si aguardas la mañana pura que ha de romper el vaso cristalino, quizás el hada te dará tus rosas, mi corazón tus lirios. El símbolo parece claro. La primavera es la vida luminosa que ilumina el corazón del hombre con sueños,, esperanzas e ilusiones. Es decir, la primavera es la mañana que renueva el amor, o lo resucita. Ya veremos más adelante varias muestras de ese uso del símbolo de la primavera en nuestro poeta, Pero antes recordemos que Machado, cuando llega por primera vez a Soria en mayo de 1907 para desempeñar su cátedra de francés en el Instituto, se enamora, no de una primavera simbólica, sino real; la primavera soriana, que largamente contempla en los árboles y en las tierras del Duero. A esta primavera que se le aparece en los campos de Soria la llamará unas veces mística •—así en el poema IX, Orillas del Duero», de Soledades (3): Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido, azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido, y mística primavera! Y en el poema del mismo título, «Orillas del Duero», de Campos de Castilla (4), la llamará humilde, comparándola con el sueño de un caminante: ¡Primavera soriana, primavera humilde como el sueño de un bendito, de un pobre caminante que durmiera de cansancio en un páramo infinito! Llamar mística a la primavera es llamarla pura y espiritual. Esa pureza y esa espiritualidad de las tierras de Soria, junto con su pobreza y humildad, es lo que hizo nacer en el alma de Machado, primero un {3} Este poema apareció por primera vez en «Soledades, galerías y otros poemas», y es fruto de una primera visita a Soria en la primavera de 1907, año en que sale el libro. Pero en realidad pertenece por el tono y e! tema a «Campos de Castilla». (4) Es el número CU de las «Poesías completas». 699 sentimiento de lástima y de piedad entremezclado con ternura, que no tardó en convertirse en un hondo amor por esa «pobre tierra soriana», Recordemos el poema «A orillas del Duero» de Soledades y galerías citado antes: Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario. Girando en torno a la torre y al caserón solitario, ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno, de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno. Es una tibia mañana. El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana. Pasados los verdes pinos, casi azules, primavera se ve brotar en los finos chopos de la carretera y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. El campo parece, más que ¡oven, adolescente. Entre las hierbas alguna flor ha nacido, azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido, y mística primavera! ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera, espuma de la montaña ante la azul lejanía, sol del día, claro dial. ¡Hermosa tierra de España! Es este ei primer poema de Machado en que aparece cantado el río Duero y se habla de la «pobre tierra soriana», Y por primera vez también vemos la primavera brotando en los finos chopos del camino. En el poema late ya un sentimiento de lástima y de ternura por esa «pobre tierra soriana» que el sol calienta «un poquito». Pero pronto ese sentimiento de piedad va a trocarse en amor profundo. Tal cambio está ya más claramente expresado en uno de los grandes poemas de Campos de Castilla, el largo poema Campos de Soria (CXIII), en cuya primera parte encontramos el tema de la primavera dentro de un contexto geográfico concreto: la «tierra árida y fría», las «colinas y las sierras calvas», los «cerros cenicientos». Por ellos, nos dice el poeta, «la primavera pasa/dejando entre las hierbas o l o r o s a s / s u s diminutas margaritas blancas». Las notas primaverales se reiteran: «los zarzales florecidos», «las violetas perfumadas», las margaritas blancas. Pero es en la parte Vil del poema, en el momento en que a la descripción realista de las partes I a Vi sucede un aumento de emoción lírica con la intervención del yo personal del poeta —que antes no había aparecido—, hablando ya directamente a las tierras de So700 ria y su escenario —el Duero, los árboles, los caminos...— cuando el poeta nos confiesa: ...hoy siento por vosotros, en el fondo del corazón tristeza, tristeza que es amor! ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, conmigo vais! ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas! Los tópicos castellanistas —que tanto indignaban a Juan Ramón— ya no nos parecen tan tópicos, porque sentimos que el corazón del poeta está Meno de piedad y de amor por esos pobres campos de Soria que desde entonces va a llevar siempre consigo en lo más hondo de su alma, y a los que sólo la primavera parece dar un poco de calor v consuelo. En las dos últimas partes del poema la primavera y su hechizo aparecen también. Los álamos del amor serán «mañana l i r a s / d e l viento perfumado en primavera». Y al final usa Machado por primera vez una bella metáfora para designar la primavera: la llama «verde sueño / del sueio gris y de la parda tierra». La tierra amada sueña, en los fríos días invernales, con ia llegada mágica de la primavera, que ha de endulzarla e ¡luminaria piadosamente, dando flores y ramas a ios árboles y verdor a los campos. La pobre tierra de Soria sueña con el verde primaveral, ese atavío luminoso, como dice a veces el poeta, que resucita cada año. Esa metáfora primaveral del verde sueño la va a repetir Machado en uno de sus últimos sonetos, el t i tulado «El poeta recuerda las tierras de Soria», escrito en plena guerra civil, en el pueblo de Rocafort, en la primavera de 1937. Citaré sólo los versos que nos interesan. Habla el poeta a la lejana Soria: . . . , . En la memoria mía tu recuerdo a traición ha florecido; y hoy comienza tu campo empedernido el sueño verde de la tierra fría. tCLXXXVll) Pero volvamos a Soledades. Galerías, y recordemos un breve poema que Machado publicó en la revista Helios en 1903, con un título —«El poeta encuentra esta nota en su cartera»— que luego desapareció al incorporarse el poema al libro. Lleva el número X en las Poesías completas, y dice así: A la desierta plaza conduce un laberinto de callejas. A un lado el viejo paredón sombrío 701 de una ruinosa iglesia; a otro lado la tapia blanquecina de un huerto de cipreses y palmeras, y, frente a mí, la casa, y en la casa la reja ante el cristal que levemente empaña su figurilla plácida y risueña. Me apartaré. No quiero llamar a tu ventana... Primavera viene —su veste blanca flota en el aire de la plaza muerta—; viene a encender las rosas rojas de tus rosales... Quiero verla... Este y otros poemas de esa época, comienzos del siglo, parecen recordar un amor juvenil del poeta, probablemente sevillano, a raíz de algún viaje a Sevilla en 1898 para visitar a su hermano Manuel, como ya advirtió Antonio Sánchez Barbudo (5). Desde luego, algunas notas del poema —la tapia blanquecina, el huerto de cipreses y palmeras, las rosas rojas de los rosales en la ventana— son más bien de ciudad andaluza que castellana. Como tantas veces en la poesía de Antonio Machado, el uso de la técnica del contraste sirve al poeta para vigorizar y dar relieve a una evocación, en este caso la fuerza luminosa y revivificadora de la primavera. Por un lado, notas apagadas y sombrías —la «desierta plaza», «el paredón sombrío», la «ruinosa iglesia», la «plaza muerta», todo ello evocando algo que muere; y en contraste, la llegada de la primavera con su túnica blanca —el aire primaveral— que viene a encender las rosas rojas. El uso del cultismo veste por vestido es quizá contagio modernista, pues en Rubén Darío también se encuentra (5 bis). No es la única vez que va a usarlo Machado (6). Pero lo que importa subrayar es que en este poema la primavera aparece como símbolo de la ardiente juventud, que ilumina y enciende la vida, prestándole ilusiones y esperanzas. Nótese, además, que para dar mayor fuerza a !a personificación simbólica, Machado dice Primavera, eliminando el artículo como si fuera el nombre de una (5) En su excelente übro «Los poemas de Antonio Machado», Edit. Lumen, Barcelona, 1967. Luis Cernuda, como recuerda también Sánchez Barbudo, señaló el becquerlanismo de los cuatro primeros versos de este poema: todo en él —escribe Cernuda— «lenguaje, ritmo, visión, procede de Bécquer». (5 bis) Por ejemplo, en el «Poema del otoño»: «Lavemos bien de nuestra veste la amarga prosa». (6) Asf en el poema X I I : «Amada, el aura dice / tu pura veste blanca...». Adela Rodríguez Forteza, en su libro «La Naturaleza y Antonio Machado», ha interpretado que la primavera es la amada en este poema. 702 diosa (6 bis). En otra ocasión, el poeta dialoga con la tarde primaveral, que simboliza la posibilidad del amor. Así en el poema —un romancillo— XLI: Me dijo una tarde de la primavera: si buscas caminos en flor de la tierra, mata tus palabras y oye tu alma vieja... Pero volviendo al tema de la aparición de la primavera, ai que aludimos al principio, parece claro que esa aparición va siempre unida en la poesía de Machado a una ilusión y una esperanza de amor. Veamos, por ejemplo, el poema Acaso... que es el número L de las Poesías completas: Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía. Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje, y flores amarillas, blancas, rojas, alegraban la mancha del paisaje. Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; del amplio río en el caudal sGnoro se miraban los álamos gentiles. Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente: —¡Cuan tarde ya para la dicha mía!— Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: —V todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día! Este poema, publicado por primera vez 1907 e incorporado a Soledades. Galerías, distinta de la humilde y mística de Orillas fértil y sonriente, de gran riqueza de color una primavera andaluza que castellana. en la «Revista latina» en evoca una primavera muy del Duero: una primavera y de luz. Parece más bien Y sin embargo, esos álamos gentiles que se contemplan en «el caudal sonoro del amplio río» nos recuerdan los álamos dorados que (6 bis) Encontramos el mismo uso en e! «Responso a Verlaine», de Rubén Darío: «Que tu sepulcro cubra de flores primavera». 703 acompañan al Duero, tantas veces cantados por eí poeta. En todo caso, lo que quería subrayar es que la contemplación de la aparición de la primavera en el campo lleva al poeta a pensar en que ya es tarde para el amor —aunque apenas tendría treinta años cuando escribió el poema—. Cierto que es una confesión matizada de ironía por e! adverbio «declamatoriamente», ironía que se compensa al final del poema, con ese sentir unas «alas de otra ilusión» —ilusión de amor por supuesto—. El último verso es de esperanza en ese amor que no vivió en su juventud, porque no la tuvo, o si la tuvo no vivió en ella el amor, Recordemos otro poemita, el LXXXV, en el que la contemplación de una bella primavera le lleva también a pensar en su juventud sin amor, juventud nunca vivida: La primavera besaba suavemente la arboleda, y ei verde nuevo brotaba como una verde humareda. Las nubes iban pasando sobre el campo juvenil... Yo vi en las hojas temblando las frescas lluvias de abril. Bajo ese almendro florido, todo cargado de flor —recordé— yo he maldecido mi juventud sin amor. Hoy, en mitad de la vida, me he parado a meditar... ¡Juventud nunca vivida, quién te volviera a soñar I (7). El tema de Sa juventud apenas vivida, rápida como una quimera, reaparece en Machado en sus Coplas mundanas, penúltimo poema de Soledades. Galerías: Sin placer y sin fortuna, \ pasó como una quimera mi juventud, la primera... la sola, no hay más que una: la de dentro es la de fuera. Pasó como un torbellino, bohemia y aborrascada, harta de coplas y vino mi juventud bien amada. (7) En la edición de «Páginas escogidas» de ia editorial Calleja, este poema figuraba con el título, sin duda homenaje a Poe, de «Nevermore». 704 Estas Coplas mundanas de don Antonio parecen más bien de su hermano Manuel, al que corresponde mejor esa bohemia aborrascada harta de coplas y vino. El tema de la juventud que pasa rápida como una quimera es un tema modernista, y lo encontramos también en Rubén Darío, que en el primer poema de sus Cantos de vida y esperanza, nos confiesa: «...mi juventud... ¿fue juventud la mía?» Si de Soledades. Galerías. Otros poemas pasamos a Campos de Castilla, el tema de la primavera y su mágica aparición vuelve a encontrarse en no pocos poemas, entre ellos los ya citados Orillas del Duero (CU) y Campos de Soria (CXIli). Ahora nos interesa fijarnos en el que Machado tituló «A un olmo seco», que se publicó en el periódico soriano «El Porvenir castellano», y que lleva la fecha de creación del 4 de mayo de 1912, Machado evoca en él a «un olmo viejo, hendido por el r a y o / y en su mitad podrido», al que la primavera —«con las lluvias de abril y el sol de mayo»—ha hecho brotar algunas hojas verdes. Ese milagro primaveral —la «gracia de la rama verdecida en ei seco tronco»— lleva al poeta a pensar, en contraste, con la grave enfermedad de su mujer, Leonor, a la que los médicos ya han desahuciado. Y el poema termina con un grito de esperanza en que la primavera haga otro milagro: la curación de su mujer: Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. Pero ya sabemos que el milagro anhelado por el poeta no se produjo. Leonor muere en sus brazos el día 1 de agosto de 1912, casi al mismo tiempo en que llega a Soria ei primer ejemplar de Campos de Castilla. La muerte de Leonor hundió a Machado en un estado de sombría desolación que le costó mucho trabajo superar. Pensó incluso en el suicidio, como confesaría -más tarde a Juan Ramón Jiménez en una carta. Es el momento en que grita su dolor en cuatro versos desolados: Señor, ya me arrancaste fo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. El 1 de noviembre se incorpora Machado a su nuevo destino en Baeza, en cuyo Instituto enseñará francés durante ocho largos años. Años de honda crisis en su vida —de nuevo hundida en ia soledad sin amor— y en su obra, que toma a veces rumbos menos intimistas 705 CUADERNOS. 304-307 (II).—6 y líricos, más filosóficos y abstractos. Machado se va a sentir «extranjero en los campos de su tierra», y no encuentra inspiración para cantar a Andalucía. Si sus ojos contemplan el «alegre campo de Baeza», su corazón mira más lejos, hacía la tierra amada de Soria, de la que se ha alejado al perder a Leonor. Y durante algunos años, la añoranza de esa tierra, donde tantas veces contempló la llegada de la primavera, va a inspirarle una serie de admirables y conmovedores poemas en los que, con frecuencia, la imagen de Leonor, nombrada o no, está evocada inseparablemente del paisaje soriano, y de aquella primavera que el poeta utilizará como símbolo de la esperanza en la resurrección de la amada o en un posible nuevo amor. Ya en un poema de 1913 (8), titulado Recuerdos, y escrito en el tren camino de Baeza, al contemplar la primavera andaluza, con su campo verde, sus huertos y olivares floridos, el perfume de sus naranjos y sus jazmines, evoca Machado por primera vez desde la nostalgia y la lejanía aquella otra primavera de Soria, más tibia y humilde, pero también más dulce y entrañable para su corazón. Es un fuerte contraste entre la sensual y luminosa primavera andaluza y la mística, espiritual primavera soriana: Y pienso: Primavera, como un escalofrió irá a cruzar el alto solar del romancero, ya verdearán de chopos las márgenes del río, ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero? Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas, y la roqueda parda más de un zarzal en flor... Estos versos, por cierto, anuncian ya, con el uso del futuro hipotético o de probabilidad —irá, verdearán, dará, tendrán— y la alternancia de preguntas y afirmaciones, el famoso poema A José María Palacio, al que en seguida he de referirme. Pero antes quisiera recordar un poema de los primeros meses de Baeza, en el que, aunque el poeta no la nombra, es la primavera el tema central: la primavera «que triunfa de la muerte y de la piedra, y que por ello mismo convierte en esperanza de que resucite Leonor —a la que tampoco nombra— la amargura de su ausencia: Al borrarse la nieve, se alelaron los montes de la sierra. (8) El poema está fechado »en el tren, abril de 1912». Pero en la primera edición de las «Poesías completas», figura la fecha correcta, que es abril de 1913, ya que en abril del 12 no habla muerto aún Leonor, y en el final del poema se habla de «desesperanza y de melancolía de tu recuerdo», en cuya frase está implícita la muerte de la esposa y la nostalgia de Soria. 706 La vega ha verdecido al sol de abrí!, la vega tiene la verde llama, la vida, que no pesa; y piensa el alma en una mariposa, atlas del mundo, y sueña. Con el ciruelo en flor y el campo verde, con el glauco vapor de la ribera, en torno de las ramas, con las primeras zarzas que blanquean, con este dulce soplo que triunfa de la muerte y de la piedra, esta amargura que me ahoga fluye en esperanza de Ella. Otra vez, pues, la primavera como símbolo de la resurrección de Is amada. Como en otros poemas de esos primeros meses de Baeza, Leonor es aludida con el sobrenombre Ella, con mayúscula. Y vayamos al famoso A José María Palacio, uno de los poemas de Machado que ha suscitado más entusiasmo por parte de los lectores y críticos (9). Lo transcribiré para mayor comodidad del lector. A JOSÉ MARÍA PALACIO Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, primavera tarda. ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y muías pardas en ¡as sementeras, y labriegos que siembran los tardíos [9J Entre los críticos que se han ocupado del poema con detención, recuerdo a Ctaudco Guillen, Carlos Beceiro, Vicente Gaos, Antonio Sánchez Barbudo y Ricardo Senabre, 707 con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz ba¡o las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra. No puedo detenerme a hacer un análisis detenido de este extraordinario poema, que exigiría, é! solo, un extenso estudio, pero al menos sí quiero comentarlo brevemente. En primer lugar, el poema, fechado en Baeza el 29 de abril de 1913 —su primera primavera en Baeza, tras la muerte de Leonor— tiene la forma de una carta dirigida a su amigo el periodista soriano José María Palacio, redactor del periódico «Tierra soriana», donde colaboró Machado varías veces . En el poema, Machado hace a su amigo una serie de preguntas sobre la primavera en Soria, y le hace al final un encargo que sólo se entiende si sabemos que ese «alto Espino» no es sino el sitio del cementerio donde está enterrada Leonor. Ahora bien, esas preguntas que hace el poeta a sus amigo no esperan, en realidad, respuesta alguna. Son sólo un pretexto que le permite al poeta evocar lo que ama, lo que lleva en su corazón y recuerda cada día: la primavera soriana. AI alternar preguntas y afirmaciones, como en el poema que leímos antes, el poeta va haciendo nacer o resucitar, verso a verso, la primavera, con un tempo lento, lentísimo, porque lentísima es la aparición de la primavera en una ciudad tan fría como Soria. Parece como si el tiempo quedara suspenso entre el «aún» —«aún las acacias estarán desnudas»— y el «ya» —«ya habrán ido llegando las cigüeñas»—. A cada pregunta, y a cada afirmación —para la que usa siempre el futuro hipotético —las acacias «estarán desnudas», las cigüeñas «ya habrán ido llegando», «habrá trigales verdes», las abejas «libarán del tomillo y el romero»...— brota una nota primaveral que Machado conoce muy bien, puesto que la ha contemplado muchas horas en sus primaveras sorianas. No encontrará el lector ni una sola imagen, ni una sola metáfora, pero sí riqueza de tiempos verbales, y el uso del verbo impersonal: hay, habrán. Una cosa nos asombra, tratándose de una epístola en verso a un amigo: ni una sola vez aparece en el poema el «yo» personal. Pero si lo leemos con detención nos damos cuenta de que ese yo íntimo 708 del poeta está latiendo en cada verso, en cada palabra. Y sobre todo en los versos finales en que el ruego al amigo adquiere un tono personal afectivo: Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra. La resistencia a la exhibición de la anécdota sentimental lleva a Machado con frecuencia, en esos poemas de Baeza, a no nombrar a Leonor, sino aludirla usando la técnica de la impiicitación, como en este caso en que el «su» de «su tierra» es transparente, para el que conozca la historia de la muerte de Leonor y su tumba en el cementerio soriano, en el alto Espino. Una lectura superficial del poema puede darnos la impresión, ante la sucesión de notas descriptivas —muías pardas, sementeras, labriegos, cazadores furtivos con sus largas capas...— de que se trata de un poema realista. Pero nada más lejos de un poema realista que A José María Palacio, y no sólo por esos versos finales en los que está el recuerdo de la esposa muerta y el deseo de que la tierra que la cubre se llene de flores, sino porque la primavera —tema central dei poema, ya que el encargo a su amigo Palacio hubiera podido hacerlo en una carta corriente— aparece como algo que resucita mágicamente, trémulamente, cada año. Si hay realismo en el poema, es un realismo matizado de espiritualidad, de algo mágico que el poeta contempla anhelante como pudiera contemplar a la amada cada vez que vuelve a verla tras una larga ausencia. Señalé antes cómo en los primeros tiempos de Baeza, y aun en años después, el recuerdo de Leonor surge en el alma de Machado inseparablemente unido a! de Soria y sus campos. Un ejemplo muy bello es el poema CXXÍ, en que la figura de Leonor resucita mágicamente, como un sueño vivido, en el paisaje amado: Allá en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de roídos encinares, mi corazón está vagando en sueños. ¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame 709 tu mano y paseemos. Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo. La emoción del poema está precisamente en esos versos centrales en los que Machado, usando el presente interrogativo y verbos de visión —ver, mirar—, logra una sensación de realidad vivida, aunque se trate, naturalmente, de la rápida visión de un sueño que dura ío que un relámpago. Desvanecida la visión, vuelve ©1 poeta a la desolada realidad de su corazón solitario y a su infinita tristeza que el úítimo verso nos revela. Esa misma técnica de resucitar a Leonor en el paisaje tan entrañablemente amado de Soria vuelve a usarla Machado años después en uno de sus sonetos más hermosos de la serie Los sueños dialogados, incluida en Nuevas canciones. Es precisamente el soneto que abre 3a serie, y la palabra poética tiene aquí tal poder de evocación que, verso a verso, igual que ocurría en A José María Palacio, va brotando no sólo el paisaje primavera! que ya conocemos, sino también e l balcón de la casa del poeta, desde el que don Antonio y Leonor contemplarían tantas veces las montañas que rodean a Soria. Veamos el soneto: ¡Cómo en el alto llano tu figura se me aparece! Mi palabra evoca el prado verde y la árida llanura, . la zarza en flor, la cenicienta roca. Y al recuerdo obediente, negra encina brota en el carro, baja el chopo al río; el pastor va subiendo a la colina; brilla un balcón en la ciudad; el mío, el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana, la sierra de Moncayo, blanca y rosa... Mira el incendio de esa nube grana, y aquella estrella en el azul, esposa. Tras el Duero, la loma de Santana se amorata en la tarde silenciosa. La técnica que usa Machado es la misma que en el poema transcrito antes. La aparición mágica de Leonor en el alto llano lleva al poeta a evocar el paisaje tantas veces cantado. Y el uso del presente Interrogativo —-«¿Ves?»— y de ios verbos ver y mirar vuelven a 710 darnos una sensación de realidad, de sueño vivido. Pero en este soneto la recreación de la escena está dibujada con más lentitud, la visión se demora en más detalles que en el otro poema, y dura hasta el final del soneto, sin que se produzca la amarga vuelta a la realidad que hay en el otro. Si no supiéramos que el soneto está escrito bastantes años después de muerta Leonor, se podría pensar que es un poema de recuerdo de la esposa, de ausencia y no de visión de la esposa muerta y resucitada por la palabra poética. Y obsérvese que esa visión de Leonor sucede en la primavera, como muestra esa «zarza en flor» del cuarto verso, o el «prado verde» del tercero. El tema de la primavera va a reaparecer en el Cancionero de Abel Martín con otros dos bellos sonetos que quisiera comentar brevemente. Figuran entre las que Machado llama «las rimas eróticas» de Abel Martín, aunque en el primer soneto que voy a citar no hay ningún erotismo, sino pura emoción de la primavera como símbolo de la resurrección de la amada muerta. Es el siguiente, que Machado titula Primavera: Nubes, sol, prado verde y caserío en la loma revueltos. Primavera puso en el aire de este campo frío la gracia de sus chopos de ribera. Los caminos del valle van al río y allí, ¡unto del agua, amor espera. ¿Por ti se ha puesto el campo ese atavío de ¡oven, oh invisible compañera? ¿Y ese perfume del habar al viento? ¿Y esa primera blanca margarita?... ¿Tú me acompañas? En mi mano siento doble latido; el corazón me grita, que en (as sienes me asorda el pensamiento: eres tú quien florece y resucita. El símbolo es evidente. La belleza de la primavera —el luminoso atavío primaveral— ha hecho el milagro. Leonor •—pues se trata, claro es, de Leonor— florece y resucita. La técnica del soneto es impresionista. Los dos primeros versos —«Nubes, sol, prado verde y cas e r í o / e n la loma revueltos...» nos recuerdan otros del poema LXII de Soledades. Galerías: «...y en un fanal de l l u v i a / y sol el campo envuelto»... Las notas primaverales, que ya conocemos, van surgiendo de forma dinámica: la gracia de los chopos, el perfume del habar, las blancas margaritas. El poeta siente de pronto en su mano el latido de 711 la mano de Leonor, y la mágica resurrección de ese latido amoroso, que tantas veces, cuando paseaba con su esposa, debió sentir el poeta, hace estallar de dicha su corazón. Pero no sólo en sus poemas soñaba Machado con una milagrosa resurrección de Leonor. En una carta a Unamuno, de los primeros meses de Baeza, recordando la muerte de su esposa, le dice: «... El golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse, y su enfermedad no era doíorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar...». Muy distinto es otro soneto de Abel Martín que Machado coloca a continuación en su Cancionero. Es el titulado Rosa de fuego, y al contrario del anterior no aparece en él el yo personal del poeta. La nota íntima ha sido eliminada, y domina en cambio una cierta retórica renacentista y modernista. Veámoslo. Tejidos sois de primavera, amantes, de tierra y agua y viento y sol tejidos. La sierra en vuestros pechos jadeantes, en los ojos los campos florecidos, Pasead vuestra mutua primavera y aun bebed sin temor la dulce leche que os brinda hoy la lúbrica pantera antes que, torva, en el camino aceche. Caminad cuando el eje del planeta se vence hacia el solsticio de verano, verde el almendro y mustia la violeta, cerca la sed y el hontanar cercano, hacia la tarde del amor, completa, con la rosa de fuego en vuestra mano. Dos aspectos fundamentales quisiera destacar en este soneto. El primero es el que muestran los dos primeros versos. Machado viene a decirnos, no ya que la pareja amante vive y siente la primavera, sino que están hechos de primavera, más aún, que son pura primavera. Su tejido, su trama, son los mismos que los de la primavera. Más que una imagen o una metáfora, Machado llega a la identificación total del amor y la primavera. Y al enumerar en el segundo verso los elementos vivificadores que constituyen la trama primaveral del amor, recuerda precisamente, como ya advirtió el crítico argentino César Fernández 712 Moreno (10], los mismos cuatro elementos esenciales de la Naturaleza de los que, según Empédocles, derivan todos los demás: «... de tierra y agua y viento y sol tejidos». El otro aspecto que quería destacar es la clara huella clásica y renacentista del soneto. En los versos siguientes el poeta aconseja a ¡a pareja primaveral, usando la forma exhortativa del verso —pasead, caminad— que gocen sin miedo la plenitud del amor, ahora que son jóvenes y antes de que Siegue la amenazadora vejez. Es el viejo tema clásico del «carpe diem» horaciano, del «carpite florem» de Ovidio, que pasa a toda nuestra poesía clásica —Garciiaso, Quevedo, Lope...—, y por supuesto a la poesía renacentista francesa. La inspiración del tema pudo venirle de un soneto de Garciiaso, concretamente de estos versos: Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre... dice Garciiaso, haciendo de la primavera un símbolo de la juventud. Y Machado: Pasead vuestra mutua primavera, y aun bebed sin temor la dulce leche que os brinda hoy la lúbrica pantera, antes que, torva, en el camino aceche. El paralelismo del tratamiento del viejo tema clásico en Garciiaso y en Machado está incluso en el vocabulario: «dulce fruto» en Garciiaso, «dulce leche» en Machado, y ese «antes que» usado por ambos poetas para avisar a los amantes de la amenaza de la llegada inevitable de la vejez. La pantera en el soneto de Machado parece tener un doble simbolismo. Uno es el de la lujuria y <la sensualidad, usado ya por Dante en su Infierno. Otro es el tiempo que pasa rápido y nos acerca a la vejez, cuando ya no podremos amar. Y aquí observamos de nuevo otro rasgo semejante en el soneto de Garciiaso y en el de Machado. Garciiaso escribe: «antes que el tiempo airado...» Machado, para mostrar el peligro de la vejez, usará otro adjetivo de amenaza: «antes que la lúbrica pantera —es decir, el tiempo— torva, aceche en el camino». No es esta, por supuesto, la única vez que Machado incide en el tema del carpe diem, que compartió también con Rubén Darío. Recordemos el verso rubeniano «Coged la flor del instante» del (10) En su trabajo «Análisis de un soneto de Antonio Machado: 'Rosa de fuego'», publicado en la «Revista Hispánica Moderna», año XXXVI, núm. 3-4, Nueva York, julio-octubre, 1960. 713 Poema del otoño, Y tanto ios modernistas americanos como los españoles estaban empapados de ios famosos versos de Ronsard: Vivez, si m'en croyez, n'attendez á demain, cuillez des aujourd'hui fes roses de la vie. Estas famosas «rosas de Ronsard» se convirtieron, como es sabido, en un tópico dei modernismo español, y Machado y Juan Ramón las citan más de una vez. Pero demos un salto en el tiempo y contemplemos a Machado en las horas amargas de la guerra civil, cuando, en 1937, residía en Villa Amparo, una casa con jardín en el pueblecito de Rocafort, cercano a Valencia. Desde su jardín podía ver a ¡o lejos «la mar latina», «la mar de violeta» y a Valencia, la ciudad «de finas torres y suaves noches», la «Valencia de fecundas primaveras». Pero su corazón volvía a veces al recuerdo de las lejanas tierras de Soria, de la primavera soriana, tan hondamente grabada en su alma, Y un día en la primavera de 1937, escribe este soneto, al que pone como título precisamente La primavera: Más fuerte que la guerra —espanto y grima— cuando con torpe vuelo de avutarda el ominoso trimotor se encima y sobre el vano techo se retarda, hoy tu alegre zalema el campo anima, tu claro verde el chopo en yemas guarda. Fundida irá la nieve de la cima al hielo rojo de la tierra parda. Mientras retumba el monte, el mar humea, da la sirena el lúgubre alarido, y en el azul el avión platea, ¡cuan agudo se filtra hasta mi oído, niña inmortal, infatigable dea, el agrio son de tu rabel florido! Ya en otro poema que citamos antes nos había dicho Machado que Ja primavera «triunfa de la muerte y de la piedra». Ahora insiste en la fuerza vital de la primavera, a la que evoca «más fuerte que ia guerra». Pero decíamos que la primavera evocada en este soneto es la de Soria. Lo revela e! segundo cuarteto, en el que encontramos notas primaverales ya indicadas por Machado más de una vez: así el verso «tu claro verde el chopo en yemas guarda», y los dos siguien714 tes: «fundida irá la nieve de la cima / al hielo rojo de la tierra parda», con el uso que ya conocemos del futuro hipotético o de probabilidadad: la nieve «irá», bajará fundida, desde los montes nevados a la helada tierra soriana. El último terceto: —¡cuan agudo se filtra hasta mi oído,/niña inmortal, infatigable dea, / el agrio son de tu rabel florido!»— ha hecho pensar a un crítico, Antonio Sánchez Barbudo (11), que esa niña inmortal, esa infatigable dea (por diosa) a que se dirige el poeta no es otra que Leonor. Esta suposición de mi buen amigo y excelente crítico me parece errónea. En primer lugar porque Machado no llamó nunca a Leonor dea o diosa —a Guiomar sí la llamó diosa en cartas y en canciones—, y menos diosa «infatigable» —¿por qué infatigable?—. Tampoco parece lógico que ya tan lejano el recuerdo de su esposa, y después de su nueva pasión por Guiomar, llame a Leonor «niña inmortal». Pero sobre todo, es el último verso del soneto —«el agrio son de tu rabel florido!» que todavía escucha el poeta— el que me parece aclara la duda. Usando, como tantas veces la sinestesia, Machado alude al agrio sonido de la primavera campesina de Soria, como otras veces recuerda las agrias sierras que rodean a la vieja ciudad. Y puede llamar a la primavera «niña inmortal» e «infatigable dea» o diosa, porque la primavera no muere, reaparece cada año para animar el campo con su «alegre zalema» y devolver la esperanza al corazón solitario y necesitado de amor. Ese don eterno de renovarse, de resucitar cada año es lo que justifica que Machado id llame diosa, y diosa infatigable. Pero ya es hora de terminar este paseo por los caminos y símbolos primaverales de la lírica machadiana. Si Machado empezó viendo en la primavera un símbolo —la renovación, la resurrección del amor—, no tardó en enamorarse de una primavera real: la primavera soriana, y tan honda se le entró en su corazón, que ya no dejó de cantarla, de evocarla en sus versos, como hemos visto, hasta en sus últimos días, los de la guerra civil, cercana ya su muerte en tierra francesa. JOSÉ LUIS CANO Av. de los Toreros, 51 MADR1D-28 (11) A! comentar el soneto en su libro «Los poemas de Antonio Machado», edit. Lumen. Barcelona, 1967. 715 TIEMPO Y ESPACIO EN LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado, tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado. Sin placer y sin fortuna, pasó como una quimera mi juventud, la primera... la sola, no hay más que una; la de dentro es la de fuera. Pasó como un torbellino, bohemia y aborrascada, harta de coplas y vino, mí juventud bienamada. Y hoy miro a las galerías del recuerdo, para hacer aleluyas de elegías desconsoladas de ayer. ¡Adiós, lágrimas cantoras, lágrimas que alegremente brotabais, como en la fuente las limpias aguas sonoras! ¡Buenas lágrimas vertidas por un amor juvenil, cual frescas lluvias caídas sobre los campos de abril! A/o canta de cierta sanamos que sabe ya el ruiseñor noche serena; del mal de amor llorar sin pena. 716 Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado Consiste este poema —XCV (1)— en una visión de la vida de! poeta, que tiende su mirada atrás y recapacita; nos presenta una íarga perspectiva temporal, que tiene el tono fantasmal e inexistente del pasado irremediablemsnte /do («galerías del recuerdo^). El paisaje, que sugiere indirectamente por asociación, es simbólico [«el ruiseñor» cantor en «cierta noche serena», «ía fuente» de «limpias aguas sonoras», las «frescas lluvias» «sobre los campos de abril»); símiles e imágenes son símbolos intelectuales; expresan no una percepción sensorial, ya que nada sensorial une la esfera de la realidad con la de la evocación, sino la intensidad en e! sentimiento de la juventud malograda, Las imágenes que evoca comunican una intensa vibración emotiva por su carga de asociación inconsciente, que el contraste antitético entre el ayer y el hoy subraya. En el ayer hay dos tiempos; el de la primera parte de esa juventud única, plácida y confiada, donde cantaba el ruiseñor en la noche serena y existía el amor, y el de un tiempo posterior dentro de la misma juventud ya «bohemia y aborrascada», que pasa en «torbellino». El hoy es el tiempo del saldo final, y la bancarrota del «poeta», trocado ahora por ía sabiduría del desengaño implícito en el poema en «triste y pobre filósofo trasnochado», que ve convertido el oro mágico de antaño en monedas de cobre, otro definitivo símbolo intelectual. Machado nos presenta en este poema que estudiamos un contenido de conciencia; el acento lo pone en ía imagen caíeídoscópica y en constante metamorfosis de un mundo en desintegración. El dualismo ambiguo de pasado y presente quiebra eZ concepto de tiempo y espacio de la experiencia corriente al romper las leyes propias de contigüidad y sucesión; pasado y presente escinden la realidad en dos esferas, en una fisura insalvable, de donde brota desgarradora melancolía. La continuidad de la realidad parece interrumpida y su sentido de contigüidad diluido; los dos planos temporales del poema corresponden a uno sensible, inmediato, representable naturalísticamente, y el otro visionario, intangible, fantasmal, aludible indirectamente con (1) El título de este poema es «Coplas mundanas», aunque apareció en la primera edición como «Pesadilla». Nos referiremos en nuestro estudio a la edición decimoquinta de «Poesías completas» (Madrid: Espasa-Calpe, 19741, la numeración romana corresponde por tanto a la de Ja edición referida. 717 imágenes sensoriales simbólicas {«oro de ayer», «quimera», «coplas», «vino», etc.). No puede comprenderse Ja poesía de Machado sin subrayar la importancia del dualismo al que aludimos, y que corresponde a la dualidad de la realidad donde tienen lugar las distintas partes de la representación poética, como aparece también en uno de sus más bellos y conocidos poemas: El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta, sobre ef encanto de la fuente limpia, y allá en el fondo sueñan los frutos de oro... Es una tarde clara, casi de primavera, tibia tarde de marzo, que el hálito de abril cercano lleva; y estoy solo, en el patio silencioso, buscando una ilusión candida y vieja: alguna sombra sobre el blanco muro, algún recuerdo, en el pretil de piedra de la fuente dormido, o, en el aire, algún vagar de túnica ligera. En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia que dice al alma luminosa: nunca y al corazón: espera. Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas. Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera, tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena, y de la buena albahaca, que tenía mi madre en sus macetas. Que tú me viste hundir mis manos puras en el agua serena, para alcanzar los frutos encantados que hoy en el fondo de la fuente sueñan... Sí, te conozco tarde alegre y clara, casi de primavera. La visión tan hondamente lírica que nos evoca el poeta corresponde aquí, en el poema Vil, como en el XCV, a un añorante estado de alma. Los frutos de oro en el fondo del agua limpia de la fuente, «frutos encantados», pertenecen a la ilusión infantil. Se establece sutilmente el contraste entre pasado y presente: «mis manos puras», «agua seré718 na», «frutos encantados» y «rama polvorienta», «fuente dormida», «aroma de ausencia», «fragancias vírgenes y muertas». Nos encara con dos planos de realidad: el de ayer, niño ilusionado que hundía las manos infantiles para alcanzar el reflejo de los frutos dorados en el jardín familiar; el de hoy, ya hombre, «solo» y entristecido, que vuelve al hogar desierto. Ambos planos están separados inexorablemente por la fisura irreparable de muchos años, aunque no se especifican con precisión cuántos son. En ambos poemas prevalece el sentimiento y representación del tiempo perdido irremediablemente, característico de la poesía de Machado; pero este sentimiento y representación difieren de como aparecen en la literatura clásica; no se halla entroncada tampoco con la melancolía desgarradora del ubi sunt medioeval (2); se aproxima a la literatura contemporánea y A la recherche du temps perdu. Es decir, Machado busca la vivencia temporal en su integridad. Así nos dice en el poema XCV: «hoy miro a las galerías del recuerdo», y más concretamente en el VII: «estoy solo, en el patio silencioso, buscando una ilusión candida y vieja: alguna sombra sobre el blanco muro, algún recuerdo». No busca, pues, constatar el tiempo ido per se, sino la reviviscencia del recuerdo; apela a la memoria para rescatar el tesoro de la vivencia enterrada bajo el espeso polvo del tiempo; en lugar de una sucesión progresiva de vivencias describe Machado un recuerdo fragmentado, aislado temporalmente, y que surge de la memoria merced a ese aroma que flota en el ambiente, a las fragancias asociadas en su reminiscencia del tiempo infantil lejano; decisiva es, pues, en la poesía que estudiamos la vivencia de una segunda realidad, vinculada a la experiencia norma] corriente, y que brota en las lagunas y vacíos de la realidad inmediata; se borran los límites entre espacio y tiempo ante formas de apercepción en las que el espacio reviste un carácter temporal. Se suprime así el concepto del espacio como medio estacionario, fijo, como un elemento vital sin dirección ni fin; se suprime también el tiempo en el sentido de ia literatura tradicional, donde trazaba un desarrollo del orden de los acontecimientos lineales. El espacio pierde su pasividad y finalidad, adquiere una dinámica propia e impulsiva en estudios que no son semejantes ni equiparables porque los estudios pueden representar una fase anterior o posterior en el despliegue de la vivencia espacial. (En el primer poema, que aquí estudiamos, el espacio, que se presenta en función del tiempo, aparece en aparente desorden: primero poeta en el ayer, triste y pobre filó(2) Ello a pesar de que Machado en varios poemas se refiere a Jorge Manrique y aparece repetidamente en su poesía la imagen arquetipo de la vida como camino. 719 sofo trasnochado en el hoy; joven sin placer y sin fortuna y, sin embargo, su torbellino y bohemia aborrascada en un ayer distante, aun en un tiempo anterior, feliz y serena, etc.) La yuxtaposición de espacio y tiempo se presenta en un flujo continuo y no ordenado del hoy, ayer, hoy, diferentes estadios del ayer, hoy que en su flujo constante nos indica el mañana inextricable del hoy. Asimismo Machado no evoca los objetos en un ambiente inmediato. Su espacio es el espacio universal anímico —que corresponde en las artes visuales al concepto espacial de Kandinsky y Klee (3)—, no como una representación racional y directa, sino como propiedad de la mente humana, que ha estado sumergida durante años en profundidades insondables: el espacio de Machado convoca por tanto una sensación exaraña de libertad y reposo, los objetos parecen flotar ingrávidos. Su espacio es una esfera sin límites precisos, no un espacio que contiene cosas; no es espacio encerrado, sino fluyente y sin foco, donde las cosas no se hallan inmóviles, en un espacio físico contra un fondo; rebasa todo obstáculo; el horizonte se extiende ilimitado, trascendiendo el marco preciso del marco visual pictórico; es también espacio acústico, lleno de sonidos, (3] Una concepción espacial es un registro físico automático en el reino del medio ambiente visible. Se desarrolla instintivamente, permaneciendo por lo general desconocido por sus autores. Es precisamente debido a su manifestación inconsciente, y por decirlo así obligatoria, por lo que la concepción espacial nos hace penetrar la actitud de un determinado período con respecto al cosmos, al hombre y los valores trascendentales. La actitud respecto al espacio cambia continuamente, a veces en pequeño grado, otras de forma radical, aunque ha habido pocas concepciones espaciales en la historia de la civilización, y cada una de ellas ha comprendido largos períodos; pero dentro de uno de los largos períodos temporales pueden estudiarse variaciones y transiciones porque la relación del hombre con el espacio está siempre en estado de suspensión y transición. Así vemos que la concepción espacial renacentista está dominada por el ojo del espectador y es una concepción que gráficamente se configura por la proyección en perspectiva de una visión larga y de nivel sobre una superficie plana; difiere ostensiblemente este concepto espacia! renacentista, del que somos herederos, de! egipcio, que representa en el arte aspectos diversos diferentes del mismo objeto en planos horizontales y verticales, sin modificar y en su tamaño natural, o el arte neolítico en el cual se dejan flotando en el espacio las abstracciones geométricas. En la base de las dos concepciones espaciales primeras hay un sentimiento de orden, que ha estado enraizado en nuestra naturaleza más de cinco mil años; tal sentido de orden supone —al menos desde las antiguas civilizaciones sumerias y egipcias— la relación del campo visual con la vertical y la horizontal; son los artistas prehistóricos los que nos descubren una concepción espacial que rompe las líneas verticales y horizontales. La ambigüedad, la contradicción aparente, en entrelazamiento de acontecimientos indiferente a nuestro sentido temporal (antes y después), responden al concepto espacial del hombre prehistórico, tal como lo* hallamos expresado en su arte. Kandinsky y Klee en la estructura de algunas de sus obras se ciñen a los cánones del concepto espacial prehistórico. El arte contemporáneo ha reaccionado y subraya la ambigüedad y la sugerencia, en eí lenguaje se ha luchado por recuperar la imaginación auditiva con la conciencia de la vida total de las palabras, desterrando la tiranía de las formas visuales e impresas del lenguaje, intolerante respecto a los modos complejos en su obsesión con «un significado verdaderamente claro» (véase el sugestivo estudio de Marshall McLuhan, «La influencia del libro impreso sobre el lenguaje en el siglo XVI» (Edmund Carpenter, Marshall McLuhan, «El aula sin muros» [Barcelona: Editorial Laia, 1974], pp, 119-130). También es de gran interés respecto a las diferentes concepciones espaciales del hombre el estudio de G. Giedon, «Concepto del espacio en el arte prehistórico, Ibid., pp. 45-64. 720 que le dan la profundidad del espacio acústico de donde brota el manantial de soledad machadiana (4). Machado, como observamos anteriormente, presenta la simultaneidad en la actualización del recuerdo; los recuerdos corresponden a diversos estadios temporales; funde a la vez la barrera entre espacio y tiempo fusionándolos en tal forma, que es difícil determinar a cuál de estos medios se refiere; presenta ef tiempo pasado y presente inextricablemente fundidos (5); la amplitud y significación de los diferentes períodos temporales vividos son relativos y no susceptibles de medirse uniformemente, porque el tiempo surge en fun-. ción del espacio; lugares y momentos se haíian tan íntimamente unidos en el recuerdo con los diversos instantes, que no podemos separarlos; determinado lugar en la reminiscencia de! poeta tiene significado sólo en relación con su vida particular como el huerto del limonero; este huerto, que el poeta recuerda, significa un momento de su vida, y fuera de ella no tiene sentido; el recuerdo de un período de la vida del poeta puede hallarse tan íntimamente vinculado a un lugar concreto que reviste un carácter temporal más hondo que la fecha en la que se ubicó la vivencia o la duración de la vivencia en cuestión. El relativismo de tiempo y espacio en la poesía de Machado es una faceta del relacionismo genera! dentro de la concepción del mundo de Machado. Las distintas fases temporales adquieren recíprocamente su medida y significación, las circunstancias temporales y espaciales de los acontecimientos ai fusionarse inextricablemente constituyen plurales dimensiones del mismo medio; asociándose lo (4) Ejemplariza lo que decimos el poema XLIU, que transcribimos más adelante en nuestro ensay». Efectivamente ia mirada sin obstáculos que la detengan se extiende en todas direcciones; sigue ¡a trayectoria de la nube «que apenas enturbia ana esfrelfa» y rebasa así el marco preciso del campo visual; el «canto de alondras», ia «risa de fuente», las «campanas» transforman ei espacio visual en la profundidad del espacio acústico. Vale la pena de añadir aquí que el espacio visual puro es plano de fSff grados, mientras c¡ue el espacio acústico puro es esférico. La perspectiva tradicional a la que nos referimos ampliamente en la nota anterior, tradujo en visual la profundidad del espacio acústico. Véase Ibid., pp, 87-93. (5) Los poemas que ilustran lo aquí expuesto pertenecen sobre todo a «Soledades». Tengamos en cuenta ei XXV: ¡Tenue rumor de túnicas que pasan sobre la ¡nfértil tierra!... ¡Y lágrimas sonoras de las campanas viejas! Las ascuas mortecinas del horizonte humean... Blancos fantasmas lares van encendiendo estrellas. —Abre el balcón. La hora de una ilusión se acerca... fa tarde se ha dormido, y las campanas sueñan 721 CUADERNOS. 304-307 (H).—7 que impresionó nuestra sensibilidad con cosas baladíes, que por la asociación cobran un tono emocional en el recuerdo. Es decir, la objetivación del sentimiento se halla condicionada y limitada subjetivamente. En Machado como en Proust las vivencias cobran en el recuerdo una intensidad más honda que en la realidad donde acaecieron; la vivencia se diluye en la multiplicidad del tiempo presente; adquiere todo su significado al revivirla retrospectivamente, rescatada del tiempo perdido. El tiempo ya no es, pues, el principio de disolución y exterminio; se transforma, por el contrario, en e! elemento maravilloso por el que el artista toma posesión consciente de su vida espiritual, de su esencia! naturaleza, porque lo que íntimamente se es, se viene a ser a través del tiempo. El artista es la suma de los distintos momentos de su vida, y el resultado de la forma que esos momentos tiene en cada uno nuevo. Es a final de cuentas el tiempo el que llena la vida de contenido. La existencia adquiere vida actual, dinamismo y sentido espiritual desde la perspectiva de un presente, resultado de nuestro pasado. El nuevo concepto moderno del tiempo hace que la contemplación y el recuerdo sean acaso la única manera de recobrar ia vida, de revivirla, de poseerla perennemente. La irrepetibilidad del momento único fue la experiencia fundamental del siglo XIX, que concibió el tiempo como el principio desintegrador de ideales y esperanzas (6). La nueva concepción del tiempo, y consecuentemente el de la experiencia literaria de la realidad, la debemos a Bergson, La simultaneidad de los contenidos de conciencia, la simultanéité des états d'áme de Bergson (7) es esencial en la (6) La literatura del siglo XIX presentó al tiempo como el elemento destructor; e! tiempo consume al hombre lenta e inexorablemente, y la silenciosa ruina de sus ideales tiene un carácter trágico-cómico a! no presentar estrerrtecedoras catástrofes; es el tiempo el que, descubre el conflicto entre el ensueño y la existencia cotidiana, y fuerza a la resignación como única alternativa. El hombre vive su destino como una serie de esperanzas y promesas frustradas, de energías malogradas; nada se salva de su poder desintegrador. Véase mi ensayo «Pío Baraja: una interpretación» («Cuadernos Hispanoamericanos», núm. 291, septiembre, 1974, pp. 614-630}. (7) Tomemos en cuenta su largo poema CXXVIil, «Poema de un día», y que lleva el subtítulo de «Meditaciones rurales»; en este poema, como observa Sánchez Barbudo (Los poemas de Antonio Machado [Barcelona: Editorial Lumen, 1967], p. 273) hay probablemente un eco de Bergson al referirse al tiempo vacío del pueblo en contraste con su tiempo íntimo personal; En estos pueblos, ¿se escucha el latir del tiempo? No. En estos pueblos se lucha sin tregua con el reloj, con esa monotonía que mide un tiempo vacío Pero ¿tu hora es la mía? ¿Tu tiempo, reloj, el mío? Véase también del mismo autor, Sánchez Barbudo, «Bersognismo y nostalgia de la razón» («Estudios sobre Unamuno y Machado» [Madrid: editorial Guadarrama, 1959], pp. 256-271). Es 722 dirección del arte moderno (8] que enfatiza la fusión inextricable em la psiquis de motivos simultáneos e inseparables como una composición musical con cada tono relacionado indivisiblemente con todos? los demás, anteriores y posteriores, y algunos sincronizados entre sí„ disuelta la contigüedad ficticia de verticales y horizontales. Machado es el primer poeta español moderno si consideramos que la poesía es arte, y el arte moderno se caracteriza por representar los elementos simultáneos de la experiencia en unicidad espacial y temporal; el arte moderno ignora la lógica y la relación causal de la motivación en su empeño de exponer la naturaleza multiforme; de la realidad, el carácter alógico del ser y la contradicción inherente a la existencia humana. Ya hemos explicado cómo en Machado hay entrecruzamiento e intersección temporal y espacial en la representación simultánea de diversos estadios, retrospecciones o superposiciones como constatamos en el poema XL1I1 que a continuación; transcribimos: Era una mañana y abril sonreía. Frente al horizonte dorado moría la luna muy blanca y opaca; tras ella, sugestivo también el estudio de Eugenio Frutos, «El primer Bergson en Antonio Machado^ («Revista de Filosofía», núms. 73-74, tomo XIX [Madrid, 1960], pp. 117-168). Sánchez Barbudo («Los poemas», nota 66) nos dice qué Machado asistió en París en 1911 a las clases de Bergson, si bien no se sabe cuándo comenzó a leerlo, aunque probablemente antes de 1913; al decidir estudiar formalmente filosofía ya había leído sus obras más importantes; añade: «En una carta inédita, a F. de Onís, en 1932, escribió, sin embargo, que sus estudios filosóficos 'han sido muy tardíos' (1915-1917) y que los hizo ("Oficialmente», quiere decir, eis la Universidad de Madrid) por la necesidad de adquirir un título académico. Pero agrega que-, en verdad, eso fue sólo el «pretexto» para consagrar unos años a una 'afición de toda ftíi vida'». El mismo Sánchez Barbudo señala las raíces bersognianas anti-intelectuales, paír tanto, de una versión anterior al poema «Al gran Cero», También López Morillas apunta mi bergsonismo de Machado: «Discípulo declarado de Bergson, Machado no puede resistir m tentación de levantar una interpretación temporal de la poesía sobre los cimientos de fe filosofía bergsoniana», en «Antonio Machado y la interpretación temporal de la poesía» en; Ricardo Gullón y Alien W. Phillips, «Antonio Machado» (Madrid: Taurus, 1973), pp. 251-266. (8) Fue muy difícil para el arte occidental salir de la norma de la visión de su cultura (léase la nota 3); el arte moderno ha comprendido ahora que la manera occidental tradicional de mirar las cosas no es la única; nuestros ojos han estado condicionados durante eenteñios por un planteamiento intelectual: el punto de vista único, el cual, aunque no es más intelectual que la aceptación del dominio de la vertical, se capta con facilidad mayor comocaraGterística adquirida, que es nuestra visión. El resultado óptico del único punto de vists fue el dsarrollo de la perspectiva lineal: el punto de desaparición único y la penetración de! espacio por un ojo único penetrante —mi ojo, mi ojo dominador—. Ello creó una conmoción en la manera de percibir el espacio y el paisaje y los objetos alrededor de nosotros. Así también nació el «panorama»: la penetración de la infinidad por medio de un& línea conducida. «Y la vista»; es decir, el remate del panorama organizado por un objeto de Interés, a menudo la fachada simétrica de un gran edificio que sólo podía contemplarse adecuadamente desde un punto de vista central y a cierta distancia. Todas las demás «vistas» se consideraban conscientemente o inconscientemente como adversas. La cámare; fotográfica con su ojo único fijo expresa a la perfección la perspectiva lineal. Véase Jacqueline Trywhitt «El ojo inmóvil» («El aula sin muros», pp. 69-85). 723 cual tenue ligera quimera, corría la nube que apenas enturbia una estrella. Como sonreía la rosa mañana al sol del oriente abrí mi ventana; y en mi triste alcoba penetró el oriente en canto de alondras, en risa de fuente y en suave perfume de flora temprana. Fue una clara tarde de melancolía. Abril sonreía. Yo abrí las ventanas de mi casa al viento... El viento traía perfumes de rosas, doblar de campanas... Doblar de campanas lejanas, llorosas, suave de rosas aromado aliento... ...¿Dónde están los huertos floridos de rosas? ¿Qué dicen las dulces campanas al viento? Pregunté a la tarde de abril que moría: ¿Al fin la alegría se acerca a mi casa? La tarde de abril sonrió: la alegría pasó por tu puerta—y luego sombría: Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa. El poema comienza con la descripción de una mañana espléndida de primavera; continúa en el verso doce refiriéndose al atardecer, pero no del mismo día; no se nos dice cuánto tiempo ha transcurrido desde el amanecer del primer verso y el ocaso del verso doce; en el intervalo de tiempo que sugiere una vida entera, ha pasado la felicidad ¿ante ei poeta desapercibido. Este poema ofrece un claro ejemplo de ¡cómo tiempo y espacio se entrelazan. El paisaje es una definitiva alusión en las dos primeras estrofas a la juventud; en las últimas a su declinar, aunque se habla siempre del mes de abril. El espacio que sugiere sin foco preferente, y que nada contiene —espacio no pictórico y fluyente—, tiene claramente carácter temporal (9). El sueño Intensifica esta cualidad como nos descubre el estudio atento del poema CLXIX, que lleva el título de «Ultimas lamentaciones de Abel ívlartín», y sigue inmediatamente ai «Cancionero apócrifo»: Hoy, con la primavera, soñé que un fino cuerpo me seguía cual dócil sombra. Era (9) El mismo carácter temporal-espacial tienen los poemas, que transcribimos por ser &ss que-mejor ejemplarizan el aspecto de la poesía de Machado que aquí desarrollamos, aunque éstos no son ni mucho menos los únicos poemas; por el contrario, podríamos presentar .rma gran selección de los mismos. Véase los que aquí a continuación aparecen. 724 mi cuerpo juvenil, el que subía de tres en tres peldaños la escasera. •—Hola, galgo de ayer. (Su luz de acuario trocaba el hondo espejo por agria luz sobre un rincón de osario), —¿Tú conmigo, rapaz? —Contigo, viejo. Soñé la galería al huerto de ciprés y limonero; tibias palomas en la piedra fría, en el cielo de añil rojo pandero, y en la mágica angustia de la infancia la vigilia del ángel más austero. La ausencia y la distancia volví a soñar con túnicas de aurora; firme en el arco tenso ¡a saeta del mañana, la vista aterradora de la llama prendida en la espoleta de. su granada. ¡Oh Tiempo, oh Todavía preñado de inminencias!, tú me acompañas en la senda fría tejedor de esperanzas e impaciencias (10). (10) La expresión simbólica no está dirigida a los objetos mismos, sino a las intrincadas relaciones y a su naturaleza inconstante y caleidoscópica, que se expresa en lenguaje simbólico, como en los poemas a continuación: Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje y flores amarillas, blancas, rojas, alegraban !a mancha del paisaje. Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; de! amplio río en el caudal sonoro se miraban los álamos gentiles. Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente: —¡Cuan tarde ya para la dicha mía!— Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: —Y todavía ¡yo alcanzaré mi junventud un día! (L). Ya Sánchez Barbudo señala la analogía entre los poemas X L l l l y L, aunque este excelente crítico no estudia el aspecto de nuestro ensayo. El entrecruzamiento e intersección temporal y espacial en la representación de diversos estadios, retrospecciones o superposiciones también lo vemos en e! poema XXXVI: Es una forma juvenil que un día a nuestra casa llega. 725 Claudio Guillen (11) ya apuntó muy acertadamente la fusión de tiempo y espacio en la poesía de Machado y su entroncamiento con 33 pensamiento de Bergson (12), que es de donde arranca la distinción fundamenta] de la experiencia humana respecto al espacio y al tiempo: No podemos experimentar aquel remoto paisaje castellano sino a través de la memoria; y el recuerdo se actualiza, se desprende del pasado y se refiere a un «aquí mismo», o representa un desinteréssement de la vie, une inattention a la vie. Lo que el hombre hace, que es el presente, cierra el paso a la memoria pura, más pujante cuanto más nos desinteresamos de nuestras acciones actuales: desinterés que culmina en el sueño (13), Este desinterés, al que alude el crítico, aparece claramente en el poema CLXIX, que hemos transcrito en parte. La subjetivización poética t3e espacio y tiempo se intensifica en el sueño donde tiene lugar el acaecer fantasmagórico: el fino cuerpo juvenil de antaño, que marcha s n pos del viejo de hoy; pasado y presente coexisten al unísono en el espacio temporal onírico del sueño, que hace resurgir el tiempo pasado mágicamente. La «luz de acuario» ilumina el recuerdo soñado con resplandores de alucinación; la tímida esperanza ante el porvenir está excluida por la imagen de la «senda fría», y su desconfianza Intima —(«¿Yo, capitán...?»)— que termina en la angustiosa conclusión («Más yo no voy contigo»). El sueño enf atiza la interiorización y desrealización de la visión poética, así por ejemplo e! fino cuerpo es una sombra de un cuerpo inexistente ahora y que surge a través de la distancia espacio-temporal onírica (14). Nosotros le decimos: ¿por qué tornas a la morada vieja? Ella abre la ventana, y todo el campo en luz y aroma entra. En el blanco sendero, los troncos de los árboles negrean; las hojas de sus copas son humo verde que a lo lejos sueña. Parece una laguna el ancho río entre la blanca niebla de la mañana. Por los montes cárdenos camina otra quimera. Í11) «Estilística de! silencio (en torno a un poema de Antonio Machado)», en Ricardo <GuIIón y Alien W. Phillips, «Antonio Machado», pp, 445-491. [12] Guillen se refiere en su estudio específicamente al poema CXXVI y a «Campos de Castilla». (13) Guillen, p. 461. £14) Podríamos citar muchos poemas, que ejemplifican lo que decimos; transcribimos, sin embargo, solamente algunas estrofas de! LX1 Leyendo un claro día mis bien amados versos, 726 La crítica (15) ha señalado repetidamente el papel esencial del sueño en Machado. Es sabido que la ambigüedad del ser y la problemática de la realidad son conceptos de vieja raigambre filosófica y literaria; el Barroco los expresó intensamente y no es fortuito que he visto en el profundo espejo de mis sueños que una verdad divina temblando está de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento. El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto En esas galerías sin fondo del recuerdo, donde las pobres gentes colgaron cual trofeo ei traje de una fiesta apolillado y viejo allí el poeta sabe el laborar eterno mirar de las doradas abejas de los sueños. También es muy significativa la estrofa del poema LV: Pasan las horas de hastío por la estancia familiar, el amplio cuarto sombrío donde yo empecé a soñar Del reloj arrinconado que en la penumbra clarea, el tic-tac acompasado odiosamente golpea. Este poema LV se repite con ligera variación en el poema X C i l l . Hastío. Cacofonía del sempiterno piano que yo de niño escuchaba soñando.., no sé con qué, con algo .que no llegaba, todo lo que ya se fue. El sueño llega a una disolución de las formas en su reiteración de imágenes, y que tiene por resultado el sentimiento de la fluencia y transición perpetuas, en la profunda inestabilidad del mundo objetivo físico, que se convierte en i-a esfera —insistimos espacio-temporara¡— de ios sueños en algo intangible, etéreo. Pero —y esto ío da a entender el poeta oblicuamente— es sólo ei poeta el que puede operar tal conversión, tal transformación; el poeta poseedor de dotes extraordinarias es una idea que procede de Rimbaud; se basa en lo esencial, en el sentimiento de que las actitudes espirituales normales son artísticamente estériles; de que el poeta debe superar al hombre moliente y corriente para descubrir el significado secreto de las cosas. Véase Arnold Hauser, «Historia social de la literatura y del arte», tomo 3. (Madrid: editorial Guadarrama, 1974), p. 235, [15) R. Gutiérrez-Girardot, «Poesía y prosa en Antonio Machado» (Madrid: Editorial Guadarrama, 1969), pp. 47-51; Leopoldo de Luis, «Antonio Machado: Ejemplo y Lección» (Madrid: Editorial Sociedad General Española de Librería, 1975), pp. 163-179. 727 en nuestra época vuelvan a resurgir; los síntomas de la crisis de! siglo XVII los hallamos hoy agudizados: la desintegración de las formas económicas y sociales, la mecanización de la vida, la cosificación de la cultura, la institucionalización de las relaciones humanas, la atomización de las funciones con el consiguiente sentimiento de inseguridad personal y alienación. El barroco vio en el sueño el símbolo de nuestra existencia y de la ignorancia esencial sobre la naturaleza verdadera de ia realidad, Hoy el fenómeno del sueño domina no sólo el arte surrealista, sino la poesía y la novela moderna desde Proust y Kafka hasta Joyce y parte del moderno drama [16). El sueño abre en la poesía de Machado una perspectiva de la existencia, que la muestra desconocida y enigmática en una irrealidad alucinante como señalamos en el poema CLXIX; la escisión de la psique en la vigilia y el sueño en el espacio-temporal es la proyección de la ambigüedad de la existencia y un intento de racionalizar lo irracional y organizar lo caótico y espontáneo. Debemos subrayar en Machado la ruptura de la unicidad del mundo con su fusión espacio-temporal, que pone en tela de juicio la homogeneidad de su visión del universo. Si hacemos esto y prescindimos a la vez de ios caracteres secundarios del surrealismo, reconocemos en Machado un espíritu afín con el arte moderno y el surrealismo en su ruptura de los conceptos de espacio y tiempo. MARÍA EMBEITA Sweet Briar College SWEET BBIAR, Va. 24595 (USAJ (16) Véase Hauser, pp. 281-289. 728 SOBRE EL TEMA DE DON JUAN EN ANTONIO MAGHADO Como tantos grandes escritores, Antonio Machado se interesó por el tema de don Juan. En colaboración con su hermano Manuel, escribió un drama, Juan de Manara (1927), que leído a la luz de su vida y poesía nos resulta muy valioso para aclarar —o tratar de aclarar— esenciales aspectos. Tal, nos parece, es el gran interés del tema de don Juan en el mundo del arte: pocos temas tienen la virtud de poner a su autor en contacto tan íntimo consigo mismo. Me doy cuenta, claro, de una dificultad. ¿Cómo separar la parte de Antonio y la de Manuel en su co-producción Juan de Manara? Determinados pasajes recuerdan, sin embargo, inconfundiblemente otros de Antonio. Bien mirado, no me parece, pues, que haya inconveniente en utilizar este texto de ios dos hermanos para ahondar en la obra de uno solo de ellos. Juan de Manara se basa en la historia del famoso personaje sevillano del siglo XVII, que tras una vida de escándalo acaba convirtiéndose al final. Aparte el motivo de la conversión, la historia ha sido tratada muy libremente. El número de mujeres que hacen la ronda a don Juan ha sido reducido a su estricto mínimo: dos. Primero, Beatriz, su prima, a quien un día él besó cuando tenía quince años y eíía diez. Al comenzar la obra, Beatriz muestra deseos de entrar en un convento. Pero al ver a Juan, tras largos anos de ausencia, se enamora de él y lo sigue a París, adonde el hombre huye. Beatriz —su mismo nombre apunta a eíío— representa la mujer pura, la novia angelical. Su decisión, sin embargo, de abandonar el convento y seguir a don Juan introduce características contradictorias con el tipo que se supone que encarna. Pero, más que por Beatriz, Juan se siente atraído por Elvira, un tipo de mujer aparentemente muy distinto. Elvira es la mujer fatal, antigua amante de don Juan, y casada, ai salir a escena, con un hom729 bre a quietl —dice— acaba de dar muerte. Juan recuerda este hecho en el Acto II, esc. 1: En tu mano sangre había, y la noche de verano, como una ráfaga fría, cruzó tu voz; «Aquí estoy, mírame bien», y en mi pecho se heló mi aliento: «Yo soy, Juan, la mujer que tú has hecho». La descripción tiene puntos de contacto con el poema CXXlll, de Campos de Castilla, cuyos primeros versos me permito recordar aquí: Una noche de verano —estaba abierto el balcón y ¡a puerta de mi casa— ¡a muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho —ni siquiera me miró—„ con unos dedos muy finos algo muy tenue rompió. En ambos casos se produce, una noche de verano, el encuentro de las dos figuras: el hombre y la mujer (la muerte), con la sola diferencia de que en un caso ella habla, y en el otro permanece silenciosa. La tensión del encuentro es, no obstante, similar en las dos escenas. Elvira, diríamos, es una encarnación de la muerte; nada hay aquí que pueda extrañarnos, pues efectivamente solemos representar la muerte por una mujer que da muerte. Así entendido, la atracción que Juan siente por Elvira se confunde con la atracción por la muerte. Y aquí es inevitable pensar en el hecho de que Antonio Machado se enamoró de una mujer, Leonor (a quien alude el poema CXXIII citado), muerta a los tres años de haberse él casado con ella. Que Juan y Elvira huyan a París, lugar de unión en el pasado, no hace sino aumentar las relaciones con Antonio Machado (1). Sobre la figura de Elvira se proyectaría, pues, la de la esposa muerta, Leonor Izquierdo. Vale la pena seguir con la cita del monólogo de don Juan: Hoy en París... contigo y tan solitario recuerdo el París de un día (1) Para estos datos de la biografía de A. Machado, consúltese M. Pérez Ferrero, «Vida de Antonio Machado y Manuel» (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1952). 730 en que, orgulloso y triunfante, en tus ojos me veía, ¡oh espejo que yo tenía y el odio trocó en diamante! Inequívoco acento posee ei final del monólogo, con su referencia al espejo realizada en términos muy de Antonio Machado. Cito este poema de la sección «Proverbios y Cantares», Campos de Castilla: Ya noto, ai paso que me torno viejo, que en el inmenso espejo, donde orgulloso me miraba un día, era el azogue lo que yo ponía, Al espejo del fondo de mi casa una mano fatal va rayendo el azogue, y todo pasa por él como la luz por el cristal (CXXXVI, xtíx). El cristal transparente deja paso, en la obra dramática, al duro diamante: superficie, en ambos caso, que nada refleja. Se destruye, entonces, la posibilidad de verse a sí mismo: de verse en los ojos de la amada, condición previa para verse — y sentirse— a sí mismo. Recuérdense los desolados versos del poeta tras la muerte de Leonor: «Soledad; / sequedad. / Tan pobre me estoy quedando / que ya ni siquiera estoy / conmigo, ni sé si voy / conmigo a solas viajando» («Otro viaje», Campos de Castilla). El monólogo donjuanesco enuncia, pues, el tema básico de la obra; tema, por otra parte, crucial en ia producción machadiana: el sentimiento de la incapacidad de amar. Ya antes (en el Acto I, esc. 6), dialogando Beatriz y Juan, se confiesa éste en términos bien explícitos: •—Beatriz: —Juan: ¿Dónde hay tormento mayor que en querer sin ser querido? ¿Dónde? En no poder sentir; en no darse, en no adorar, en ver sufrir y gozar sin gozar y sin sufrir. En que se vaya el momento que eterno ha podido ser, dejando el labio sediento... Y peor es no tener sed. Ese sí que es tormento. El orgullo y felicidad que siente Antonio Machado cuando se casa con Leonor va seguido de un gesto de derrota. La muerte puede más 731 que el amor, La soledad, la culpa, hacen presa ahora en el ánima del poeta. Juan de Manara, en esta versión moderna, parece reflejar un motivo autobiográfico. Por eso, aunque en ia obra la criminal es verdaderamente Elvira, Juan, en la fantasía, comparte su crimen. Así ie dice a Beatriz (Acto II, esc. 9), excusándose de no poder amarla: Mira, Beatriz, yo no soy quien tú piensas, yo he mentido aquella tarde, yo estoy atado a un crimen, unido a un triste ayer. Mi pasado un día me apareció y en un espe¡o manchado de sangre me he visto. Ahora bien, en el drama se establece una confusión entre el marido de Elvira, a quien ella dio muerte, y Juan. A éste le dice Beatriz: «Elvira ha matado al hombre / que odiaba, al que yo quisiera / resucitar en mis brazos» (Acto III, esc. 4). El hombre a quien Elvira mató, y que Beatriz quisiera resucitar, es el amante; en otros términos, Beatriz quisiera resucitar el amor de Juan, quien se muestra frío e insensible ante ella. Pero, puesto que Juan se ve a sí mismo como partícipe en el crimen de Elvira, tendríamos que el crimen de que se acusa es específicamente el de haber dado muerte al amor dentro de sí mismo. De un personaje de Las adelfas (1928) muerto en un accidente con visos de suicidio, quien por su frialdad recuerda a Juan, se dice: «él mismo fue el homicida / de su don Juan fracasado» (Acto III, esc. 4). El fracaso de don Juan —del hombre— consiste en su cerrarse al amor, equivalente a darse muerte. Juan de Manara, aunque no se dé muerte, es también —incapaz de amor— como un muerto; se ha suicidado espiritualmente. Aquí hay que mencionar un motivo que, en lectura superficial, no encuentra explicación en la obra. Más de una vez se habla de que Juan y Elvira tuvieron un hijo que falleció. Ese hijo, puro recuerdo, ¿no sería una imagen del amor extinto? Véase este diálogo: —'Elvira: —Juan: ¡Devuélveme a nuestro hijo! Tal vez porque era algo nuestro lo dejaste tú morir... (Acto II, esc. 4). La acción de dejar morir se aplica más bien al amor —creación, como el hijo, de la pareja humana— que a un hijo real de la carne. Juan reprocha a Elvira la misma falta de amor que en é! existe hacia 732 Beatriz. Elvira, por su parte, acusa a Juan: «Tú amaste como el que mata» (Acto II, esc. 4). ¿No suena aquí, según dijimos, un eco de la vida del poeta? El amor de Antonio Machado no fue capaz de devolver la salud al cuerpo enfermo de la joven esposa. ¿Insensiblemente —inconscientemente— no lleva este fracaso del amor a sentirse culpable ante la muerte del ser amado? De rechazo, esa muerte va seguida a breve plazo por la de la pasión amorosa. En el alma de Antonio no parece haber ya sitio para nuevos amores (2). Análogamente, don Juan, atraído sólo por Elvira (la muerte), fijado a ella, se nos presenta como el hombre que no puede amar, no puede aceptar el amor —la vida— que Beatriz le tiende. Dice ésta a Juan, refiriéndose a Elvira: «Aunque no la veas, / contigo, tarde o temprano, / estará; lejos o cerca, / su cita es sólo contigo. / Ella lo sabe y te espera» (Acto III, esc. 4). Ella es, a la vez, Elvira y la muerte. Hay un notable parecido con uno de los más célebres poemas de Antonio Machado (el XXXV, de Soledades): Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita son las desesperantes posturas que tomamos para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita. Al final del drama, la llegada de Ella —Elvira— coincide efectivamente con la muerte de Juan (3). Tras el breve paréntesis de ilusión, de amor, que el encuentro don Leonor supone, vemos al poeta reiterar sentimientos análogos a los que vierte en su obra primeriza. Solos ya el enamorado y la muerte. Si bien nunca Ella se revistió de tanto atractivo, pues sus rasgos borrosos cobran ahora un perfil intensamente amado: el de la esposa muerta, reflejada en Elvira. En la muerte, el hombre, a la manera romántica, recobrará su amor perdido. Los versos del drama permiten de tal modo una lectura retrospectiva del poema de Soledades, donde, conocedores de un hecho que todavía no ocurrió cuando el poema fue escrito, sus términos hallan intensidad sorprendente. La cuita existencial se cargaría así de erotismo; erotismo que ya veladamente asoma en la redacción del poema, y la trayectoria de (2] Ei conocimiento de Guiomar, de quien el poeta sí parece haberse profundamente enamorado (aunque ignoramos la naturaleza exacta de sus relaciones con ella), debió de ocurrir hacia 1927 ó 1928, o sea, en fecha próxima a !a redacción de Juan de Manara; véase José Luis Cano, «Un amor tardío de Antonio Machado: Guiomar», en «Poesía española del siglo XX» (Madrid: Guadarrama, 1960), pp. 120-121, y la introducción de José María Valverde a «Nuevas canciones» y «De un cancionero apócrifo» (Madrid: Castalia, 1971), p. 23. (3) Es interesante advertir la relación con el drama de Unamuno «El hermano Juan o El mundo es teatro» (1929), cuyo protagonista —otro don Juan— se siente atraído por una figura fantasmal, a la que llama también «Ella», y que al final, como en los Machado, confunde sus rasgos con los de la muerte. Véase mi artículo «Unamuno y don Juan», «Symposlum» 26 (1972), 733 la vida machadiana ratifica e intensifica. Ella es la amada; la cita es una cita amorosa. La incapacidad de amar, de recobrar la ilusión del amor, es lo que dicta las siguientes palabras de Juan a Beatriz, donde él trata de explicar su actitud compasiva: ... Si no hubiera mal en el mundo, y brotara la vida limpia y serena, de fuente pura, sería toda compasión superflua. ...Yo me he visto el alma a la luz de otra conciencia y vi que era turbia (Acto III, esc. 4). Las relaciones se establecen ahora con un soneto de Nuevas canciones (CLXV, ¡ii), cuyo primer cuarteto cito: ¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces! La vida baja como un ancho río, y cuando lleva al mar alto navio va con cieno verdoso y turbias heces. Así Beatriz, la mujer cuyo amor por Juan podría salvarlo, es también como una reencarnación dramática de Leonor (4). Lo turbio, pensamos, es la falta de amor en la unión con la mujer; o sea, el amor puramente físico o carnal, de que, a la vez, Juan y Antonio Machado (o su yo poético) se acusan. Frente a ello está la imagen buena de la mujer a quien el poeta amó y por quien fue amado, la mujer que lo sacó de su soledad y ensimismamiento. El poeta empañó la memoria de la mujer amada no porque quisiera a otras mujeres, sino porque fue incapaz de revivir el amor que había vivido con ella, para contentarse sólo con furtivos contactos carnales. Beatriz, repetimos, es una nueva Leonor; se explica así muy bien que Juan la haya conocido y amado puramente hace tiempo. Pero la relación amorosa con ella no puede producirse tal como antaño ocurrió: —Beatriz: Contigo, contigo siempre; sálvame, Juan, que yo pueda salvarme y salvar conmigo al hombre que tú condenas. Juan, el amor no es un sueño. (4) Hay que decir, no obstante, que se dan también coincidencias con la vida de Manuel Machado. Tras una juventud más o menos donjuanesca, éste acabó casándose con su primer amor, una prima suya; v. Pérez Ferrero, pp. 91-107. 734 —Juan: Beatriz, tus palabras entran en mi corazón con filo de verdad. Vivir quisiera ¡ay!, que la vida es un río más .turbio cuanto más cerca del mar; pero lleva el agua de la fuente en que naciera. Malhaya quien esa fuente calumnia: la vida es buena (Acto III, esc. 4). De nuevo aparece el motivo que se da también en el soneto antes citado: Pero aunque fluya hacia la mar ignota es la vida también agua de fuente que de claro venero, gota a gota, o ruidoso penacho de torrente, bajo el azul, sobre la piedra brota, Y allí suena tu nombre ¡eternamente! La compasión del poeta (y de don Juan) por los demás se vierte ahora hacia él mismo. Cesa la culpa,. la tortura, con el reconocimiento de la bondad de ¡a vida y de la propia bondad. En el ciénago de la vida se hallan también manantiales de pureza; o, en todo caso, es posible vislumbrar un manantial a lo lejos. Pese a este momento afirmativo, don Juan, sin embargo, no puede colmar el foso que lo separa de Beatriz. En el corazón de Juan (Antonio Machado), repetimos, no hay sitio para otro amor. El alma camina sólo tras la muerte o la muerta, encarnada por Elvira, con lo que la imagen buena de la mujer se transforma en una imagen mala: mala porque encadena al hombre, impidiéndole vivir nuevos amores. La traición de Leonor, de su memoria, se nos aparece así como menos grave que la fidelidad patológica a ella. Quisiera ahora dirigir la atención a un largo y enigmático poema de Antonio Machado, «Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela» (De un cancionero apócrifo, CLXXH) (5). Veo correspondencias entre este poema y Juan de Manara, de cuyo cotejo espero ganemos mayor comprensión del tema de don Juan en la obra machadiana. Al contraste, Beatriz-Elvira (resuelto finalmente en unidad) en el drama, equivale el que se establece en «Recuerdos» entre una innominada mujer, clara imagen de Leonor, y una serie de nombres femeninos que aluden a (S) Este poema ha sido objeto de un fino e interesante comentario por Luis Rosales, «Muerte y resurrección de Antonio Machado», «Cuadernos Hispanoamericanos», núm. 11-12 (sep.-dic, 1949). Véase también A. Sánchez Barbudo, «Los poemas de Antonio Machado» (Barcelona: Lumen, 1967), pp. 442-447. 735 amantes o mujeres fáciles. Por ejemplo: «¿Cuál de las tres? Son una / Lucía, Inés, Carmela». La multiplicidad de mujeres, unidas por su común condición de simples objetos sexuales, y el hecho de que una se llame Inés, hacen pensar en don Juan. Hay, además, en este poema, sobre todo en la parte que narra el descenso del poeta a los infiernos (tras su condena a muerte), reminiscencias de El estudiante de Salamanca de Espronceda lo que acentúa el aspecto donjuanesco del protagonista. Curiosamente no aluden a este hecho ninguno de ios cultos comentaristas del poema. No es sólo que don Félix, siguiendo a Elvira —en la obra esproncediana—, penetre en un mundo de ultratumba; existen puntos de contacto en detalles de la descripción. Así escribe Machado: Palacios de mármol, Jardín con cipreses, naranjos redondos y palmas esbeltas. Vueltas y revueltas, eses y más eses. «Calle del Recuerdo.» Ya otra vez pasamos por ella. «Glorieta de la Blanca Sor," «Puerta de la luna.» Por aquí ya entramos, «Calle del Olvido.» Pero ¿adonde vamos por estas malditas andunias, señor? —Pronto te cansas, poeta. —«Travesía del amor»... ¡y otra vez la «Plazoleta del Desengaño Mayor»!... Y Espronceda: Y una calle y otra cruzan, y más allá y más allá: ni tiene término el viaje, ni nunca, dejan de andar, y atraviesan, pasan, vuelven, cien calles quedando atrás, y paso tras paso siguen, y siempre adelante van; y a confundirse ya empieza y a perderse Montemar, que ni sabe a dó camina, ni acierta ya dónde está; y otras calles, otras plazas recorre y otra ciudad, y ve fantásticas torres de su eterno pedestal 736 arrancarse, y sus macizas negras masas caminar... (6). El movimiento de las torres, resuelto en danza en los versos siguientes (í.041-1.042): «y en revueltas confusiones / danzando estos torreones,» deja una huella visible en el comienzo del poema machadiano: «Las torres / bailando están en rueda» (7), En ese mundo ultraterreno se produce, en ambos casos, el encuentro con Ja amada muerta. Espronceda: y al pie de un triste monumento hallóla, sentada en medio de la estancia, sola. Era un negro solemne monumento que en medio de la estancia se elevaba, y a un tiempo a Montemar, ¡raro portento!, una tumba y un lecho semejaba... (vv. 1.347-1.352). Otra obra esproncediana (El diablo mundo, Canto IV) muestra también la visión deí cadáver de una mujer (cuyo nombre curiosamente es Lucía, como una de las mujeres evocadas en «Recuerdos»). Sabido es que Espronceda se apoya aquí en motivos autobiográficos; Y en una estancia solitaria y triste, Entre dos hachas de amarilla cera, Un fúnebre ataúd, y en él tendida Una ¡oven sin vida Que aun en la muerte interesante era. En Machado, el encuentro se produce por partida doble. No hay una, sino dos mujeres. En el primer caso, pensamos inevitablemente en Leonor: —Es ella... Triste y severa. Di, más bien, indiferente como figura de cera. (6) Parte IV, vv. 962-979. Cito por la edición de B. Várela Jácome [Salamanca: Anaya, 1966]. (7) J. M. Valverde {op. cit., p. 240) habla del «aire lorquiano o pre-Iorquiano de estos versos». El origen esproncediano no se indica, sin embargo, Sobre Ja admiración de Machado por Espronceda, basta con citar estas líneas: «Es Espronceda el más fuerte poeta español de inspiración cínica, por quien la poesía española es —todavía— creadora. Leed, yo os lo aconsejo «El estudiante de Salamanca», su obra maestra. Yo io leí siendo ñiño —a la edad en que debe leerse casi todo—, y no he necesitado releerlo para evocarlo cuando me place...», «Juan de Mairena», XXVII. Digamos aún que otra fuente posible de «Recuerdos'» es el poema de Baudelaire «Don Juan aux enfers», cuyo parecido con «Eí estudiante» Machado no deja á& subrayar en el citado texto de «Juan de Mairena». 737 CUADERNOS. 304-307 ( n ) . — S En el segundo caso, se trata sin duda de una prostituta, !o que aGrece la similitud con eí paisaje citado de El diablo mundo, pues alií el encuentro con la muerta se produce en una casa de prostitución: —Un barrio feo. Gentuza. ¡Alto!... «Pretil del Valiente». —Pregunta en el tres. —¿Manola? —Aquí. Pero duerme sola; está de cuerpo presente. Por distintas que parezcan, ambas mujeres machadianas se confunden en que ias dos están muertas («figura de cera», «está de cuerpo presente»). Teniendo en cuenta que estas escenas se sitúan en el más allá, no sorprenderá que las mujeres aparezcan muertas; pero, en otro orden de consideraciones, diríamos que a Machado las mujeres públicas con que tiene trato carnal se le asocian sin querer con Leonor —a quien busca en el fondo a través de ellas—, con el resultado de contaminarse la amada —es decir, su imagen pura— de la lascivia existente en esos tratos. No de otro modo se asocian, finalmente, en Juan de Manara, Beatriz y Elvira: «Elvira, Beatriz, os veo / juntas; las dos en la ola / de esta luz sois una sola» [Acto III, esc. 6), dice Juan. Antes (Acto II, esc. 9], Beatriz expresa su transformación, subsiguiente al enamoramiento y renuncia a los votos religiosos: salté del lecho y corrí al espejo para verme, y en eí espejo me vi desnuda, sin conocerme. La del hábito morado y el cabello recogido —pensaba— ¡cuánto ha cambiado! o acaso ¡cuánto ha mentido! El amor puro desaparece y con él la mujer pura (8). La memoria de Leonor empañada en el soneto citado tiene así que ver también (8J Habría aún que decir que esta transformación de !a mujer se da también en Espronceda, y en general en ía poesía romántica, Nadie, en efecto, como el" romántico ha cantado este tema universa! e imperecedero. Así la «inocente» Elvira, el «ángel puro de amor», se muestra en su aparición de ultratumba a don Félix: El cariado, lívido esqueleto, los fríos, largos y asquerosos brazos, le enreda en tanto en apretados lazos, y ávido le acaricia en su ansiedad: y con su boca cavernosa busca la boca a Montemar, y a su mejilla la ávida, descamada y amarilla junta y refriega en repugnante faz (vv. 1.554-1,561). Elvira no es aquí sólo una muerta, sino un ser sensual, degradado física y espirituaimente 738 con la lascivia que sobre la imagen de la mujer amada se proyecta. Diríamos, entonces, que el verso de «Recuerdos»: «Amor siempre se hiela», se refiere no sólo a la muerte del ser amado, sino también a la. muerte del amor. Más aún, puesto que el amor no se renueva en otro amor, no muere para renacer, el verso citado probablemente alude a la incapacidad amorosa, que hace sentirse culpable, o incluso reo de muerte, a juzgar por la pesadilla de «Recuerdos». El amor, insisto, queda sustituido por las simples relaciones sexuales desprovistas de ternura. Un pasaje de Juan de Manara hace esto más explícito; a Juan dice Beatriz: «quererte siempre; en tu senda / flor arrancada mejor / que fruta helada en tu huerta» (Acto líl, esc. 4). Aquí vemos que el hielo, al vivir aún Beatriz, alude sólo a su muerte en el alma de don Juan; o sea, ai olvido, ía falta de amor por parte del hombre. En fin, hay un caso donde la analogía entre «Recuerdos» y Juan de Manara es total En ía obra dramática, Beatriz explica a Juan su reacción al verlo huir con Elvira: «Quise y no pude gritar» (Acto II, esc. 9). La misma frase, en «Recuerdos», surge en labios de! propio poeta: «La vi un momento asomar / en las torres del olvido. / Quise y no pude gritar». La mujer que asoma en las torres del olvido es Leonor, la esposa muerta (9). La frase, pues, se da en ambos casos en un contexto amoroso y expresa un sentimiento de frustración ante la pérdida del ser amado. La emoción es tan intensa que ahoga el mismo grito que estaba dispuesto a salir. A la frustración y soledad del poeta corresponde, en el drama, idéntica frustración y soledad por parte de Beatriz. Los papeles se truecan. Don Juan inflige a !a mujer pena semejante a la que él, el hombre (o su autor), ha experimentado. El desamorado amó intensamente; el vacío sentimental en él sigue al desborde extenuados y debe protegerlo contra nuevos goípes deí destino. Pero, si no amor, don Juan no puede evitar sentir compasión; o sea, colocarse imaginariamente en el lugar deí ser rechazado, cuya tragedia vivió —vive— en carne propia. No escapa tampoco de sentirse culpable; culpa de la víctima transformada en victimar/o. Frente a un destino adverso, don Juan se identifica con ese destino adverso. Beatriz choca contra él. El don Juan machadíano es así imagen del hombre posterior al amor (al «gran fracaso del amor», para emplear el término del poeta), acongojado y compasivo, que defiende su alma contra embates cuya fuerza conoce. Es decir, el don Juan machadiano es retrato espiritual de! don Antonio maduro, filosófico y desengañado, que tras los años felices de Soria empieza a rumiar su soledad en Baeza. (9) Así lo entienden Valverde («Podría llamarse este trozo: 'Leonor en un sueño'», op. cít,, p. 241) y Sánchez Barbudo, p. 444. 739 Cualquiera que sea la edad de Juan de Manara, su edad espiritual es, sin duda, avanzada. A este respecto, son interesantes las siguientes palabras de don Gonzalo, padre de Beatriz, al principio de la obra: ... A/o es galante la juventud: es atlética, gimnástica, deportiva. Ya no es la mujer su tema, como en mis tiempos. En cambio, los viejos aún galantean, y asi, el amor es ya cosa de viejos, sosa o perversa (Acto !, esc. 1). Si no tiene el ímpetu del don Juan tradicional, éste de los Machado le aventaja notablemente en sabiduría. La que da la experiencia y las lecturas. «... Aunque a veces sabe Onán / mucho que ignora don Juan» (De un cancionero apócrifo, CLXVIÍ), escribe Antonio Machado. No su don Juan, desde luego. Este realiza la paradoja de ser, a la vez, Onán y don Juan, solitario sabio y seductor. La fantasía donjuanesca, que todo hombre alimenta dentro de sí (10), cuaja en Machado sin necesidad de acudir a un personaje en todo, o en gran parte, apuesto a su creador. No hay que ir tan lejos para dar con el don Juan dentro de uno. Porque nadie como Onán se fantasea en don Juan, podríamos decir en paráfrasis de Machado. Nadie, en efecto, como Onán, esto es, el intelectual solitario, dado a la misoginia, ha mostrado mayor fecundidad en \a creación de personajes donjuanescos. No es extraño, entonces, que Machado haya sentido la necesidad de añadir uno más a la serie. Y tarde o temprano, como es sabido, retratista y retrato acaban pareciéndose. CARLOS FEAL DEIBE Dept. of Spanish State University of New York at Buffalo BUFFALO, O. Y. 14214 (USA) (10) Recuérdese lo que dice Ortega: «los hombres pueden dividirse en tres clases: los que creen ser Don Juanes, los que creen haberlo sido y los que creen haberlo podido ser, pero no quisieron». «Para una psicología del hombre interesante », en O. C (Madrid: Revista de Occidente, 1962), IV, 469. 740 VIDA, LIBERTAD Y MUERTE EN ANTONIO MACHADO (Antihomenaje en cinco movimientos) INTRODUCCIÓN Y MODERATO MÁGICO 22 de febrero de 1939 Cuando recibí ia invitación de Cuadernos Hispanoamericanos para integrarme a este homenaje con el que mis amigos españoles reiteran, otra vez, su desapego por el parricidio y su capacidad de agradecimiento, pensé qué razón convincente podía esgrimir en dosis más o menos eficaces como para prescindir de m i presencia y de io subjetivísimo de mi testimonio. Desoír dicha apelación, recordar la buena aspereza de mi oído, ocultarme detrás de mi propia inseguridad, fue el primer reflejo que me asaltó, mientras una firma, José Antonio Maravall, suscribía una cálida carta de projimidad y expectativa. Ese día —no hace una semana desde entonces— vestía yo mi saco de cuero y corbata, atuendo este último indispensable para poder ingresar ai concierto de íehudi Menuhim en nuestro Teatro Colón. Mientras este violinista recorría prolijamente las corcheas que Beethoven decidió —también un día— legarnos a los hombres, no dejaba de pensar en don Antonio y en su obra gigantesca, en ese caso una obra inundada de melodías entrecruzadas y de corcheas sustanciales, una obra donde la música tenía •—como él mismo lo expresara alguna vez— numen filosófico, identidad reflexiva, como la poesía. Canto y cuento es ia poesía, se canta una viva historia contando su melodía. Esa melodía es la que penetraba desde las cuerdas mismas del violín de Menuhim, como un agua rumorosa que marcara a la vez el paso deí tiempo y el umbral de la eternidad. Su fuente, don Antonio. Pero ustedes se preguntarán qué sentido tiene enumerar mi atuendo de aquel día. No es vano. En un momento del intervalo de aquel concierto intenté buscar mi pañuelo, y al hacerlo cayó, sorpresivamente para mí, un pequeño jabón guardado en el bolsillo superior del saco; un pequeño jabón que alguna vez un amigo entrañable, un amigo entrañable mío 741 y de don Antonio, Héctor Yánover, me había regalado como singular recuerdo de su periplo por España: el jabón tenía inscripto (¿hay otra manera de decirlo?) esta leyenda que les transcribo: H. M. Leonor, Paseo de Mirón, s/n., Soria, y, de otro lado, Heno de Pravia. En un momento tan particular dó la vida en mi país, donde las situaciones mágicas tienen singular relieve —a veces la magia es directamente proporcional a la incertidumbre—, yo, psicoanalista entre otras cosas, intérprete escrupuloso de la inutilidad de la mística y de lo perverso del ocultismo, esotérico a fuerza de no querer serlo, no pude dejar de sentirme llamado por fuerzas irracionales que reclamaban algo que, como lo quería Rilke, permitiera vislumbrar insospechadas puertas en el muro. ¿Qué hace, entonces, un presunto representante de la ciencia frente a este hecho sin aparente causalidad? Lo que debe, si también tiene veleidades de poeta: interpretar con las maneras de la sangre, asentar la presencia de una circunstancia inexplicable, pero definitiva, merodear entre los bastidores freudianGS con la fantasía de encontrar al protagonista- de esa ruptura de ritmo lógico, desatar fuerzas encontradas que transitan desde la negación y desde la perplejidad, desde la pueril y omnipotente intención de hablar de don Antonio a los españoles hasta el modesto estremecimiento de tomar conciencia que en realidad quería hablar de don Antonio, es decir, de mí, a don Antonio, es decir, conmigo, reparando, quizá, la permanente e inagotable generosidad con la que él me ha hablado a lo largo de mis años. En mi habitación, junto a un dibujo del desasosegado y entrañable rostro de Beethoven, tengo un afiche que mi hermano español Félix Grande, y digo hermano porque no entiendo otra lógica ni otra filiación para nuestra amistad, me regaló allá en Madrid y que, naturalmente, pertenece al rostro querido de don Antonio. Esto, claro, antes de Maravall y su carta. Antes de Menuhim, claro. En algún lugar de mis papeles un soneto dedicado a Joan Manuel. Serrat festeja que gracias a sus canciones don Antonio es cantado en Buenos Aires por el recolector de residuos, e! taxista nocturno o el obrero metalúrgico. En una tapa de un libro que acabo de recibir, donde la música es para esa gente, está el retrato doloroso de don Antonio poco antes de su muerte. Y a veces, cuando tengo miedo a mi propia muerte y al paso hosco del tiempo y a la soledad y a esa foca regalía que Dios nos endosó y que a falta de otra onomatopeya llamamos libertad, esas veces, digo, está el pensamiento de don Antonio acompañándome, retornándome a la inteligencia, augurándome el reencuentro, propiciándome el derecho de vivir y ser lúcido y, retórico impenitente —como algún alumno de Mairena—, 742 morir cierta vez gritando contra el muro. Porque a eso estaba tratando de referirme, a la inocencia. A esa inocencia que se viste de miedo y a veces de soledad, y que, como lo aprendí de don Antonio, sólo se viste para poder guardarse mejor, para poder desnudarse, para asegurarnos de nuestro derecho al desnudo, para transformar un saco de cuero obligado en una manera de la libertad, de la libertad bien entendida. Y ei poster- de un hermano en un llamado. Y un jabón en una incitación fantasmal. Y un soneto en un homenaje. Y un miedo en una compañía eterna donde la misma letra inicial señala que muerte, miedo y Machado se solazan, se agreden, se complementan, se justifican, se aniquilan, como siempre que nos vemos es cita para mañana: nunca nos encontraremos. Nunca nos encontraremos, don Antonio, por esa especie de fantasmal abuso que llamamos muerte a falta de otra cosa, por esa especie de cita para mañana, 23 de febrero de 1939¡ que se anida despiadadamente en nuestro mismo desvelo. Pero siempre nos vemos, don Antonio, y a esa amistad quiero agradecer, porque ya lo sabemos, la amistad es más una virtud prospectiva que retrospectiva. Porque es allí, en ese futuro que nace mañana, en ese futuro que comienzo a avizorar desde mis seis recién cumplidos años, es allí, digo, donde nuestra amistad crece en medio de un endecasílabo, entre los violines del otoño de Verlaine, en lo elemental humano, en los campos de Castilla, en los enigmas del mundo y del hombre donde usted, viejo querido, gastó (o perdió: usted lo dijo) muchas horas de su vida. En esas horas en las que usted pensó su propia vida y su propio tiempo, porque fuera de uno la otra no es absolutamente nada, ¿verdad? Cómo el amor. Cómo pasear y leer sus aficiones, donde e! otro lo acompaña siempre. Mañana, en realidad, me voy a enterar que hoy se ha muerto, don Antonio, en medio de un aire fuerte y seco. Mañana hablaré en su entierro. Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio. Viejo querido, mañana es nuestra cita, mii veces ciento, cien mil, mil veces mil, un millón. Viejo don Antonio. DUELO EN SOL SOSTENIDO Y MAYOR 23 de febrero de 1939 Un viejo caminante de las perplejidades a que nos somete la vida decía algo así: la muerte de un técnico retrasa el desarrollo de ia humanidad, la de un artista lo frustra. Esta vez venimos a hablar 743 de una frustración. Una de esas frustraciones que por lo irracionales, estúpidas, tercas, inútiles, nos llenan de ansiedad rabiosa, de malentendidos íntimos, de dolor de la carne: la muerte de Antonio Machado. La idiota muerte de Antonio Machado. Cuando me llamaron para comunicármela, la muerte no me era totalmente ajena: mi padre, su propia muerte, estaba siendo ásperamente elaborada. Don Antonio, una especie de padre cómplice como los que uno se inventa para salirle a las ausencias y los silencios, se agregaba a esa realidad que muchas veces, por frágil, por pueril, por arbitraria, es realmente inelaborable. Difícil de tragar, como lo diría el mismo don Antonio. Y este mal trago es a la vez una especie de cruei paradoja: Machado muerto en Coíiioure y a la vez demasiado vivo como para acercarnos mejor en este día a él, para habitarlo en su inmortalidad tan nuestra, para decir no a su muerte violenta —¿qué muerte de un hombre como él no lo es?—, a ese golpe que de pronto nos golpea en el cuerpo y nos restituye a esa razonable y loca contingencia que nos habita a todos. Desde ayer don Antonio nos escamotea su presencia y ante ella no es fácil restituir hoy a las palabras su sentido verdadero, transparente, necesario. Don Antonio, que seguramente no deseaba la muerte porque su vida estaba viva y fecundada, se opaca de pronto, culmina su arduo camino, su áspero peregrinaje, y nosotros quedamos solos de él, pero con él, sin atinar a nada, gratuitamente vivos, desalentados, estériles, grávidos, tristes. Yo hablo hoy en nombre de un grupo humano, que es una de las maneras de la identidad de don Antonio, los poetas, una de las maneras de su pertenencia. Y cuando alguien como él muere, es bueno hacer el inventario de esas pertenencias. Ellas lo califican, lo determinan y a la vez son expresión y exaltación de su libertad. Quizá no importe mucho cuándo conocí a Antonio Machado. Cada uno tiene hoy su propio don Antonio, que se nos ha muerto adentro. No obstante, necesito hablar del mío, de ese vínculo que nació en algún momento de su obra estremecida y maestra, detrás de alguna de sus soledades (quizá en la calle en sombra) o al costado de alguna de sus canciones mientras me decía una tarde, o quizá mientras me hacía complementario decidido de los campos de Soria, fraternal insomne de Juan de Mairena, profesor de melancolía dando vueltas al atajo y a don Migue! de Unamuno, callada voz de violín de Azorín, Guiomar te amo, lo que importa es caminar, al mundo te guarde Dios, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón, y asentóla, y asentóla, y asentóme definitivamente en él, allí, junto al olmo seco. Junto a su olmo seco. Y aüí, exactamente junto a su olmo seco, aprendí para siempre que 744 la vida no es obediencia a modelos constituidos, que la vida no es crear de una vez y para siempre un sentido de la vida, sino que cada instante renueva y cuestiona un sentido siempre transitorio, Y siempre fugaz, De espaldas a los valores indiscutibles, a las existencias aseguradas o a todo otro tipo de congelamiento que va desde las indignaciones virtuosas a la moral de la eficacia. Y ese sentido transitorio, ese cartel en construcción —como decía un viejo amigo— es más fiel a nuestras agitaciones que a verdades inmutables. Porque los valores que aprendí junto a don Antonio, los valores que ¡me brotó en Rocafort, en Cerbere, en Collioure, en su última hesitación del hotel Bougnoí-Quintana, no son estados del alma. Son estados de conciencia. Y la adquisición de esa conciencia es hija del esfuerzo cotidiano, insatisfecho y terco que un hombre realiza en el mar de la historia. Frente a aquellos que, lúcidos para denunciar la trampa, no saben más que responder a ella con otra trampa de signo opuesto, frente a ellos, digo, hombres como Antonio Machado, como don Antonio, decidieron no morir de bronca sofocada, sino en la visceral y huidiza realidad de lo vivo, asumiendo con todo y contra todo esa última e intransferible validez del hombre, que es haber nacido para ser libre, es decir, para pensar, es decir, para ser poeta. Para ser libre, para pensar, para crear, rigurosamente. Y no distante ese rigor, esa disciplina, de un cálido y potente humanismo, ese humanismo que otra querida sombra nuestra, Thomas Mann, definió como lo contrario del fanatismo. Don Antonio tuvo claro todo esto: que el verso debe ser más joven cada día, que un hijo masacrado es un herido de guerra y que la guerra es una canción amarga del temblor en la piedra, que cambiar el mundo no es lo mismo que hacerlo saltar, que buena son el agua y la sed, que la pureza —aun la pureza del faquir— es una cosa clara que no es verdad. Y también que es necesario recordar las palabras viejas que han de volver a sonar. Y un corazón solitario no es un corazón. Y que yo debía en el día de su muerte decir las palabras justas y viejas que van al corazón. Y que yo no aprendí, porque siempre me sobran o me faltan, que es lo mismo. Y que en realidad no quiero ser solemne, sino travieso. Y que esto tampoco lo aprendí, pese a su esfuerzo por enseñármelo. Y que hoy sólo puedo intentar ser un dolido interrogante frente a algo que se ha cerrado definitivamente y abierto definitivamente. Frente a ese mutismo transformado en nada y eternidad. Don Antonio se ha despojado de los trucos escénicos y bruscamente, en un escenario desnudo, casi lúgubre, se ha transformado en un aguijón eternamente irritado, fiel a la historia y a la verdad —esa casi impo745 sible fidelidad—, proclamando mi Machado, mi don Antonio, que las estratagemas de la historia y las éticas mentirosas, las revoluciones traicionadas y las ideologías agotadas, lo dioses mudos y las técnicas irracionales, no son suficientes para impedir esa fidelidad a la que habrá que permanecer fiel para rehacer la vida, transformar el mundo y alojar allí, en algún recodo de la sangre, esa esperanza insistente, que es necesario pronunciar. Don Antonio, hoy, 23 de febrero de 1939, tan ajeno y cercano de aquel 26 de julio de 1875 en Sevilla, le dejo estas líneas —yo tengo seis años— para guardarlas junto a usted, aquí, en Colüoure. IRREVERENCIA EN SI Y NO MENORES 28 de marzo de 1942 Yo soy poeta, don Antonio. Claro, no un gran poeta. Apenas un tenaz diagramador de endecasílabos más o menos potables. Pero me siento su hermano, su prójimo más cercano, el amigo, que So espera siempre a la vuelta de cualquier esquina. Y lo espero porque sé que usted también me espera. Que usted es de los amigos que nos esperan para seguir dándonos, como son los amigos. Para exigirnos al límite de nuestros propios límites, para vincularnos con la coherencia y los colores de la tierra y con las corcheas que ya le mencioné antes y con la incértidumbre de esos versos necesarios y terribles que dan testimonio, denso y óseo testimonio, de nuestra residencia en la vida. Por eso usted es mi hermano, como Pablo, como Federico, como César, como León, como Vicente, como eí hermano más hermano que una entraña pueda brotar: como Miguel, claro. Por eso también voy a ser irreverente, pueril y magníficamente irreverente. Quiero, don Antonio, que usted me sirva de cómplice: ¿no es acaso nuestra amistad una manera más del guiño., y de la confesión? Hace mucho tiempo que quiero rendir mi homenaje a Miguel, allá, en su España. Un homenaje que sea, si es que hay que darle un nombre, mucho más que un homenaje, es decir, un recibimiento, como cada vez que nos encontramos usted y yo, como cada vez. que nos encontramos con nuestros restantes hermanos, como cada vez que nos encontramos con la calidez insolente y afilada de su vasto amor. Una vez escribí dos sonetos a Miguel, con- palabras que se transformaban en criaturas seráficas, omnipotentes, inalcanzables, y a la vez en poca cosa, perplejas y frágiles simbologías, anémicas para darle sentido a la emoción que 746 me habitaba. Pero ío hice, con esa especie de ambición de retratar en un trocito de espejo roto el sentido de la fractura y el caos que Miguel denunció como un escándalo de la entraña. Ese caos que usted, don Antonio, transitó con el corazón de la inteligencia y Migue! con la inteligencia del corazón. O al revés, ciaro. ¿No es, acaso, un legítimo derecho instrumentar ese caos para volcar en esta página esos sonetos? Usted sabe que los homenajes verdaderos tienen estas irreverencias. Usted, que nunca gustó de los homenajes, sonreirá frente a éste, porque su sapientosa sonrisa de maestro del vivir entenderá que yo no tenía otra alternativa. Aquí van, don Antonio. Y gracias. SONETO I A MIGUEL HERNÁNDEZ Tan hijo de la luz y de las sombras te vestían los ritos de tu duende y te ibas, señal, por esa senda de Oñhuela, con puño efervescente. Eras sólo un pájaro un fervor un trueno un Migue!, un tal Hernández, marcándote las sienes, del rocío, un hombre bueno, en la trinchera, tercamente. La piel se te cubría de morena de andar tanto la tierra y tan alegre, la intención se te hacía primavera, un surco tremebundo y transparente. Miguel, Miguel Hernández, fue tu escuela matar, así nomas, matar la muerte. SONETO II A MIGUEL HERNÁNDEZ Intentando de niño un garabato incendió su impaciencia y a su fado nos fue España en su grito y alegato, el polvo de su juego y sus soldados, Y en esto iba su sangre, su no mato, torbellino de versos al costado. 747. gendarme del amor, metal, relato del rocío y tan silbo vulnerado. En medio de los hombres va su ruego dejando su clamor, su beso al viento, su tiempo de cantar, su risa luego, su ancha voz desertando al desaliento. Semibíbiico páramo de fuego tan Miguel tu infinito mar sediento. ¿Y, don Antonio? Yo sé que usted no es celoso. Lo sé por su permanente generosidad para con los muchachos de la generación del 27, con los de antes y después del 27. Lo sé por su incanjeable amor por Manuel, su hermano, por Joaquín y José, sus hermanos. Quizá, en última instancia, porque en su tumba nunca falta una flor anónima, y qué es ese anonimato sino la expresión de ser hermano de sus hermanos. Los hermanos de su sangre, sus dicípuios en la pena, sus amigos óseos y soñadores. Y no sólo Manuel o Federico o César, sino aquellos otros que le marcaron parte del camino y que a la vez le ayudaron a discriminarse de ellos: Nietzsche, Bergson, Unamuno, el viejo y querido Unamuno, el mismo Heidegger. Filósofo a puro esternón, metafísico del cantar, dramático caminante del tiempo, usted, don Antonio, con un ojo se reía de los embelecos franceses, pero con el otro los analizaba profundamente. Eso que alguna vez usted llamó sobriedad. No es el yo fundamental eso que busca el poeta, sino el tú esencial. El hermano que ves no es hermano porque tú lo veas, sino hermano porque te ve. Perdón, don Antonio. Sigo siendo irreverente. Por eso Miguel. Por eso. AGRADECIMIENTO A CAPELLA De febrero 1939 a mayo 1975 Hay distintas maneras del agradecimiento y múltiples destinos para la identificación, quizá la manera más profunda del agradecimiento. Una de ellas es el silencio. Mi vínculo con Machado me impide asumirlo, aunque después de leerme ustedes decidan qué mejor hubiera sido. Otro es intentar decir —en versos, como él, pero sin él y lejos de é l — lo que significó allí, donde se da la más rigurosa de las certidumbres, la de su desnuda tierra donde un día yo 748 me eché a caminar. Y, esencialmente, por caminar esa tierra ardua donde hasta gritar era difícil porque cerca estaban ios centinelas, supe muchas veces que allí se muere, simplemente. Allí también supe que volar es fácil y a la vez una valiente hazaña. Supe, por último, que el acto de crear consiste, finalmente, en rehacer un universo en el que la criatura humana tenga infinitas relaciones y secretas e inagotables posibilidades; en que todas las grandes y pequeñas pasiones del hombre, sus oscuros anhelos, sus torpes y hermosas esperanzas, sus sueños, su instinto y su inteligencia, revelen el sentido siempre fecundo del cambio y la transfiguración, como la propia vida. Todo ello sólo es posible a través del único peregrinaje hondo: el de la libertad. Esa manoseada y última instancia de la justificación de estar en la tierra. Y en todas partes te encuentro sóio por irte a buscar. Viejo don Antonio. BUENOS AIRES 1975 / COLLiOURE 1939 Hace cuatro días que hay huelga de empleados municipales. Hace cuatro días que los vivos no entierran a sus muertos. Hace cuatro días que la muerte y la vida no tienen claramente discriminadas sus habitaciones. Hace cuatro días que no sabemos —que no sabemos— a quiénes debemos enterrar y a quiénes no. Hace cuatro días que bebo un vino agrio que anda por la tierra y el viento, atrapado en su colmena secreta, alza mi vida de un amanecer con muerte. Hace cuatro días que sé bien que ser vulgar y cuidadoso me identifica y sé bien que vida limitada y pueril me señafa y sé bien por qué tengo sed de cualquier agua y calles de cualquier ciudad y fracasos de cualquier verso. Y sé —lo sé bien— 749 que me han dado un juicio para que ¡o lave todas las mañanas minuciosamente, Don Antonio, soldado Don Antonio! qué arca me han destinado, qué ejército debo seguir a través de los mapas, qué luz, qué temblor, qué bando, si hay dos bandos y sólo nos arrebata el polvo. Por qué, Don Antonio, este refinado y cultísimo rencor. Porque uno ríe entre la jauría y llora en los cinematógrafos y cania en medio de los escombros y ama con una boca quemada por la arcilla. Hace cuatro días que la huelga es un largo cuchillo, que eí arado no responde, que la hembra calla, que las plegarias son labios prescindibles. Hace cuatro días que los vivos no entierran a sus muertos. Hace cuatro días, Don Antonio. FINAL PARA MUDOS EN ESPAÑA BEMOL Siempre. Esta vieja angustia que habita mi usual hipocondría. Palabras de todos mis días, don Antonio. Así voy yo, borracho melancólico. Palabras de todos mis días, don Antonio. Hace muchos años que vivo entre ellas. Hipocondría, angustia, melancolía. Unos hablarán de Machado filósofo y hombre. Otros del ser y la poesía de Machado, o de su estética, o de! diálogo de un hombre con su tiempo, o del diálogo de un hombre con el tiempo, o de su humanismo militante, o de lo que en un momento alberga el alma de un hombre que busca a Dios entre la niebla. Yo quiero mencionar, brevemente, lo mío: su angustia, su ocaso diario, su guitarra del mesón (que no fue ni será nunca poeta), o esos dolores que ayer hicieron de mi corazón colmena o- de su lectura, la mía, donde detrás de un rasgo hipocondríaco recibí el capullo de un gusano de seda, o detrás de un núcleo melancólico el agua de la fuente, o detrás de una tenaza de ansiedad un corazón sonoro. Así me mojé en el Duero, anduve la 750 tierra de Alvargonzález, tierra pobre, tierra triste, tierra del alma, sentí cómo el amor puede transformarse en teología, aprendí que puedo asociar a Joseph K. con Caríitos Chaplín sin contradecirme; que puedo ser inteligente y, a la vez útil, que no soy un ajusticiado, sino un hombre bueno; que puedo andar e! desapego, pero no el desamparo, porque ei mundo está poblado de hermanos; que la razón está pegada al cuerpo como la sangre; que Dios suele estar distraído, pero buscarlo es oficio de poeta; que alguna vez quedarse en Colltoure no fue decir basta, sino, más simplemente, ahora el turno es de ustedes. De ustedes, españoles de hoy. De ustedes, hermanos de siempre. De ustedes, invisibles hiladores de los sueños del mañana. Porque mañana hablarán los mudos. Viejo don Antonio. ARNOLDO LIBERMAN Aguirre, 295, 1.° A BUENOS AIRES (Argentina) 751 EN TORNO A UNA DIALÉCTICA POÉTICA EN LA OBRA DE ANTONIO MACHADO La obra de Antonio Machado, diversificada complementariamente en las voces del poeta, del filósofo, de sus heterónimos creados para refractar en ideas la imagen esencial, la poesía como íntima ligazón de vida y muerte, parte de un pequeño libro de poemas, Soledades (1903). Desde ese libro hasta el poema «Recuerdos de sueño, fiebre y duermiveia», que puede considerarse como la culminación del sentido de su poetizar, Antonio Machado no cesa de buscarse, no abdica en su intento de trascender a sí misma, de salir al encuentro del otro. El problema de la otredad, planteado con extraordinaria lucidez en su teoría de la esencial heterogeneidad del ser, no irrumpe de la nada en su pensamiento filosófico. El mismo poeta, a través de Abel Martín, explica su concepción a partir de su praxis poética. Indirectamente ilumina la esencia de su creación poética anterior. Si esta teoría permite la fundación filosófica de un poema escrito antes, ¿no es lícito poder trazar un círculo concéntrico entre el principio y el fin de su creación? Lo que en la reflexión filosófica aflora como motivado por Bergson o Heidegger, según han visto algunos críticos, estaba ya en su poesía. Y lo más Importante, no en forma virtual, sino en la más perfecta y acabada expresión poética: en la imagen. A partir de este primer librito de Soledades, cada uno de ios siguientes encierra una imagen de su visión del mundo. Esta situación, propia de ia dialéctica de la obra de un poeta, presenta un trayecto de opiniones entre su primer y último libro, en que las negaciones parciales de sus primeros libros se reconcilian al final, a partir de Nuevas Canciones. El poeta busca el sentido de su poetizar. No otra cosa significan los aparentes cambios de orientación. Pero la sucesividad de estos cambios no implica lo mismo para la visión del mundo. Lo que cambia es la actitud ante esta visión. 752 Soledades [1903) fue su primer acercamiento a la poesía. Un reducido número de poemas, algunos publicados en revistas (19011903), otros, por primera vez en esta edición, marcan el punto de partida. En un principio, Antonio Machado se deja cautivar por la seducción de la retórica modernista. Su modernismo se singulariza especialmente en una expresión parnasiana. Todo: metáfora, verso, rima, aliteración, sinestesia, fábula y exotismo surge en función de una plasticidad representativa y vagorosa. La presencia tutelar de Poe, en el poema Nevermore, de Baudelaire, y sobre todo de Ver¡aine se convierten en esta poesía en la atracción por «el nunca jamás», por los jardines en sombra y la melancolía otoñal. Pero temas y filiaciones esbozan un centro de preferencias no siempre concordantes con su visión pesimista del mundo (1). Tal vez por esto, de la lectura de Soledades se desprende una impresión de conflicto entre un sentimiento de vida y la forma expresiva de un estilo —el modernista— que no logra expresarlo con autenticidad. Su adjetivación revela una tendencia a la angustia, un sentido de la fatalidad, una sostenida meditación sobre la muerte. Un verso de aquella época verdaderamente sobrecoge: «Oh, para ser ahorcado, hermoso día.» en él, «el dolor» y «el ansia de no ser» reclaman una expresión distinta; la palabra austera, «aquella honda palpitación del espíritu» por sobre el ornamento del término exquisito y eufónico. Versos como éste: «...Hoy a la sombra crece de tu sueño también la flor sombría.» nos sitúa al borde de Soledades, Galerías y Otros poemas, en que la presencia aquí presentida de soledad y muerte, de tiempo corriendo hacia la muerte, se hace constante. [1) La gravitación del pensamiento de Schopenhauer fue considerable en época de Antonio Machado. En su poesía se aprecia en el problema de la representación. Digo problema porque para el poeta lo fue como se comprueba en la nota 9 de este trabajo. En sus reflexiones sobre la filosofía de Schopenhaeur explica que esta representación es «apariencia ilusoria y está divorciada de lo real, por cuanto el ser la cosa en sí es, por definición, otra cosa que conciencia, es 'voluntad'». «Si de algún modo —dice en otro artículo— se nos revela en nuestro yo (la realidad) es como dolor, ansia de no ser, apetencia de nirvana y aniquilamiento de la personalidad». En estas reflexiones también dice algo que explica el cambio hacia «Campos de Castilla»: «Nuestra coincidencia con lo real no puede expresarse en términos de conciencia. Ser es querer, ser parte de !a voluntad cósmica». Véase: "Antonio Machado, Leibniz y Schopenhauer», p. 27 y «Apuntes sobre Pío Baroja», pp. 52-55 en «Los complementarios», Losada, Buenos Aires, 1957. 753 CUADERNOS. 304-307 (II).—9 De acuerdo a un concepto de estilo, entendido como manera común de un grupo de artistas de una época y que en verdad todo artista intenta trascender (2), el estilo modernista sirve a Machado sólo como un punto de apoyo en su intento creador. El cambio es inminente. Cambio que implica la negación, si no de todo, de gran parte de su trabajo realizado. Sin saber cómo se ha iniciado !a dialéctica en su obra. Una obra que anuncia su presencia en la discordia de sus partes. No importa que el autor no la reconozca todavía, y tal vez nunca la interprete como tal (3). «No estoy muy satisfecho de las cosas que hago últimamente», dice Machado por aquella época. «Estoy en período de evolución y todavía no he encontrado forma de expresión de mi nueva poesía.» «Lo único que se domina es la forma.» Años después, en una crítica retrospectiva, Antonio Machado al referirse a Soledades, Galerías y Otros poemas, precisará las motivaciones del cambio (4). Soledades, Gaterías y Otros poemas (1907) representa el cambio. Transformación de una visión estética, que es su actitud ante su visión del mundo. Movimiento en profundidad a partir de una superficie aun no transparente. Valientemente Antonio Machado da el primer paso en su obra al negar casi todo. Entre otros elementos, perviven algunos motivos, como los de la tarde, la noche, la fuente, el agua, pero ahora con un contenido intimista más preciso (5). Los elementos modernistas que quedan han sufrido una metamorfosis. Su belleza plástica se hace transparente. No son tanto las cosas, sino el alma lo que se deja sentir en sus versos. Desde este libro todo su esfuerzo se encamina al encuentro de la unidad del mundo. El motivo del yo a! tú se da en el afán de trascendencia. La búsqueda de sentido de! mundo, ia búsqueda del amor o de Dios delimita el espacio de ia representación poética. El tema que se desprende del libro es la soledad. Pero el poeta casi no habla de soledad. La configura escénicamente. La espacializa en un conjunto de ámbitos imaginarios de tersa y melancólica quietud. Calles en sombra, laberintos de callejas, plazas solitarias, balcones, rejas... En contraste con este escenario, la figura espectral de un (2] Octavio Paz, «Poesía y poema» en «El arco y la lira», Fondo de Cultura Económica, México, 1970, p. 17. (3) La idea de «ia dialéctica de la obra» está tomada del libro de Maurice Blanchot «El espacio literario», Paidos, Buenos Aires, 1969. (4) Antonio Machado, «Poesías completas», Espasa Calpe, Madrid, 1974, p. 18. (5) «El intimismo es, pues, un «proceso» y, por lo tanto, la expresión de la intimidad o interioridad del poeta deviene en «intimismo» cuando el propio poeta se posesiona de los recursos de estilo necesarios para tal expresión». Marta Rodríguez S., «El Intimismo en Antonio Machado», Gráficas Cóndor, Madrid, 1971, p. 12. 754 hombre. Va y viene en espera de algo. Su búsqueda transparenta una angustia, una ilusión suspendida en e! vacío que agrega un tono dramático a su poesía. No es difícil evocar en el espacio desplegado —calles solitarias, laberínticas™ lugares de reposo diáfano y nostálgico. La paradoja hace de este espacio, sin embargo, no un recinto de un encuentro feliz, sino el punto de unión de un mundo hostil y desolado y del desamparo del hombre. En ía poesía de Antonio Machado el impulso lírico es tan hondo que funde en una sola realidad poética ¡as más contradictorias realidades ontológicas. El poema elegido para explicar esta situación ambigua de la poesía no es eí único en que la apariencia de reposo se transpone en hostilidad. En el poema XXX nada hace sospechar la hondura de drama exisíencíaí que encierra. Ai terminar ¡a lectura se tiene la impresión de un perfecto equilibrio, de una armoniosa constelación poética. El dolor y la angustia parecen no tener allí lugar. Y, sin embargo, se dejan sentir en la lectura: Algunos lienzos del recuerdo tienen luz de jardín y soledad de campo; la placidez del sueño en el paisaje familiar soñado. Otros guardan las fiestas de días aún lejanos; figurillas sutiles que pone un titerero en su retablo... Ante el balcón florido, está la cita de un amor amargo. Brilla ¡a tarde en el resol bermejo... La hiedra efunde de los muros blancos... A la revuelta de una calle en sombra un fantasma irrisorio besa un nardo. P. C„ XXX. Estructuraimente, el poema encierra una oposición de dos niveles de interiorización. Casi todos los poemas de Soledades, Galerías y Otros poemas parten ya de una visión interiorizada, de modo que adentrarse en ella es traspasar espacios de alma cada vez más profundos. En este poema, e1 primer nivel o espacio interior es eí de fos recuerdos. El segundo, el de la visión de la realidad. El de los recuerdos se interna en un paisaje cristiano, desmaterializado, apenas tocado por el pensamiento. La estructura sintáctica con pre 755 dominio de frases nominales elabora una secuencia de imágenes desasidas de una realidad temporal. El segundo, en cambio, enfatiza un presente: «está la cita de un amor amargo». «Brilla Ja tarde...» «La hiedra efunde.» Pero este presente se desvanece al instalar en él una figura espectral: «A la revuelta de una calle en sombra / un fantasma irrisorio besa un nardo.» Una progresiva desrealización homologiza los dos niveles. La oposición de irrealidad-realidad cede el paso a un juego de ausencia y de presencia. El pronombre indefinido «otros» marca la ausencia. El yo transpuesto en ese fantasma, una presencia evanescente que se iguala a la ausencia. El fantasma negativiza el mundo. La ironía lo hace partícipe de la objetividad. El yo sin otro —sin eí amor que busca— vuelve a sí mismo en el diseño secreto de un espacio inexistente. La sombra de hostilidad se proyecta a esta inexistencia, pero se disimula en ia ternura, en la compasiva y serena mirada del poeta. Así, el halo de soledad que fluye del poema es casi imperceptible por el perfecto equilibrio de sus oposiciones. La transparencia del lenguaje, lograda en ¡a superposición de equivalencias semánticas, sintácticas y fónicas permite presenciar el despliegue de la imaginación que alcanza el máximo de su potencialidad en la reverberación simbólica. Como se dice en los estudios de poesía, el ser implica el no ser (6). Es en esta dialéctica en la qué reconocemos el fundamento de su poesía. No puede extrañar entonces el diálogo con las cosas en esta poesía. El agua, la fuente, la mañana, la tarde, la noche, son elementos fraternos, juegos de espejos de la exploración del ser. Todas las tensiones del alma encuentran su representación en fas cosas y se simbolizan en ellas. La mañana puede ser la ilusión, en contraste, la tarde, (a desesperanza. El fluir infinito y monocorde de! agua, la fugacidad de la vida. La transparencia de la palabra permite ahora —en contraposíón a su etapa anterior— la resonancia profunda, la transposición cósmica de la interioridad. Por eso, ••el espacio de su poesía es espacio vivido, tal vez albergue de una soledad amada. Posiblemente sea esta unión de ternura y soledad la que haga nacer esa misteriosa conjunción de dolor y de conduelo, de dolor purificador que sentimos en su poesía. Soledades, Galerías y Otros poemas, tal vez, en su sentido más ¡profundo sea la visión de un hombre en lucha con su soledad (7). [6] Un aporte significativo al estudio de (a realidad estética de !a poesía es el libro de Maurice-Jean Lefebvre, «Estructure du discours de la poésie et du récit», Editions de la Baconniére, Neuchatel, Suisse, 1971. (7) En el. descubrimiento de la unidad de sentido que proyecta el libro, en esta ocasión, me he guiado únicamente: por las lecturas de los poemas de don Antonio Machado, no aisla- 756 Campos de Castilla [1912) surge como una solución a este problema de la soledad. Al mundo cerrado y opresivo de Soledades, Galerías y Otros poemas opone el mundo abierto de una naturaleza y unos seres que no son ya espejos de una subjetividad, sino que tienen una realidad más independiente. La apertura del yo al tú puede hacerse aquí más explícita. Á esta oposición se suman otras, reveladoras de ese impulso de negación que conduce su actividad creadora. Técnicamente ai diálogo contrapone el soliloquio, ai tono algo dramático, la confidencia. Hay en esta poesía un acendramiento del silencio desplegado graduabi emente en su poesía anterior. Decir que Machado en Campos de Castilla accede al éxtasis es hacer una afirmación que permite interpretar su propia vida —la elección de una vida modesta, retirada, en un rincón de provincia: Soria, Baeza, Segovia—, como una creación. Pensada así su vida, ¿no puede interpretarse acaso como una aspiración a un retiro? Retiro y silencio son inseparables y el poeta aspiraba a un silencio cada vez más propicio a la convocación de instantes plenos. Eí retiro, virtud de desasimiento, fue acrisolándose en su vida y en su obra. La aureola de misterio y silencio que Rubén Darío vio en éí parece coincidir con la búsqueda de retiro. El poeta lo busca en las plazas en sombra, en las callejas solitarias, en los caminos polvorientos, entre los álamos del río. Lo busca en el recuerdo, en «el milagro de la primavera», en la voz inaudible de Dios. «Sólo en el silencio —piensa Juan de Mairena—, que es como decía mi maestro e¡ aspecto sonoro de la nada, puede el poeta gozar plenamente del gran regalo que le hizo la divinidad, para que fuese cantor, descubridor de un mundo de armonías.» Como ios místicos, Antonio Machado participa del recogimiento de esa espera de éxtasis que hacen de !a poesía, en la creencia de Novalis «una religión en estado silvestre». Su vida y su obra se funden en la misma aspiración. Pero en su retiro no hay asomos de inconmovilidad, según exigía el Maestro Eckehart (8), Y si de algún modo, como el mismo Machado sostenía «el retiro roza tan de cerca la nada», en la obra poética de Antonio Machado esta nada se cumple en ía transparencia, en ese juego de presencias evocadoras de otras que son la sustancia de su poesía. En ellas, una corriente de afinidad mueve por igual seres y cosas unificándolos. «El campillo amarillento» encuentra su equivalencia en la humildad de «un tosco saya! de campesina». Hadamente sino en su conjunto y por !a reflexión sobrfe la poesía brindada por «Poéticas», y estudios teóricos. Intento demostrar que por sobre todo, don Antonio Machado es ur> poeta esencial. (8) «Sermón del Maestro Eckehart», versión española de Eugenio Imar en «¿Qué es metafísica?», par Martín Heidegger, Cruz del Sur, Santiago de Chile, Madrid, 1963, pp. 59-74. 757 blar de un árbo! es hablar de un hombre y del hombre. Todo parece atravesado por la misma luz de comunión cósmica y sin dejar de ser lo mismo es también lo otro. El acuerdo del yo y del otro tan afanosamente perseguido en su poesía anterior encuentra en Campos de Castilla ese instante de plenitud ansiado. La emoción surge no del descubrimiento del yo en las cosas, sino de una identificación, de un reconocimiento de un destino común con ellas, o de ellas con el ser humano: «La tierra triste y noble», «las decrépitas ciudades», «los atónitos palurdos sin danzas ni canciones». Así, sin jerarquías, el hombre no es sino un ser más de la creación, un elemento más de paisaje total. Tan triste como él en su miseria y abandono. Y viceversa, en la naturaleza despunta la humildad de esos seres que la habitan. «Brotas derecha o torcida» —dice a la encina— «con esa humildad que cede / sólo a la ley de la vida / que es vivir como se puede». «La primavera es humilde / como el sueño de un bendito.» El ser se recobra en la comunión cósmica. En ella el alma del poeta logra la plenitud del reposo tan buscado. Su búsqueda se dinamiza en un andar por senderos, por caminos «blancos» y polvorientos. No pocas veces el desaliento se apodera de su intento. En la poesía de Antonio Machado la simbolización del camino recoge matices existenciales de hostilidad o incertidumbre. Sus caminos son solitarios, fantasmales. No llevan a ninguna parte y aun se niegan a sí mismos: Caminante no hay camino, se hace camino al andar, caminante no hay camino, sino estelas en la mar. Paro cuando se traspasan los caminos y se alcanza la quietud y e silencio se siente el refluir interior de la naturaleza. El mundo interior, ia conciencia de sí pierde entonces consistencia. Antonio Machado atento al ritmo de su inspiración da cuenta de esta situación: «Somos víctimas —pensaba yo— de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo extemo pierde en solidez y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero sí, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así podremos obrar el milagro de la generación» (9). 1 (9) Antonio Machado, «Poesías completas», Espasa Caipe, Madrid, 1974, p. 18. 758 Su afirmación es importante. Permite comprender esta parte de su obra. Permite también diferenciar entre lo esencialmente poético y lo que no io es. Si bien el compromiso generacional es importante, no accede, según se ve, a estas capas de profundizaclón de! ser, en que lo uno y lo otro, el dentro y el fuera se hacen consustanciales, partícipes de ía misma corriente cósmica. Contemplación y éxtasis cristalizan en poemas de deslumbramiento ante la presencia de los seres humildes. La tierra castellana, el paisaje es el tema más importante del libro. No poco debe el poeta a Unamuno y a Azorín en su visión de Castilla y de la naturaleza. Pero este paisaje no es tanto una manifestación generacional, sino «un simple amor a la naturaleza que en mí supera infinitamente al del arte». Todo —historia, escenas cotidianas, miseria del hombre de ía tierra— está visto, dentro de este paisaje, lo verdaderamente importante. No pocos de estos poemas se inspiran en eí recuerdo que ie dejara su esposa Leonor. Posiblemente sean los que se identifican con el tono de acendrada ternura de este libro. Campos de Castilla es una obra importante en el desenvolvimiento de la creación poética de Antonio Machado. Más que como un cambio motivado por razones estilísticas se ofrece como la única solución posible a un planteamiento ontológíco. El ser que somos o mejor, «el no ser que somos» tiene que trascenderse para encontrarse. En este libro, la otredad se refugia en la naturaleza. Sólo en el intento de olvido de sí mismo se puede anular la soledad. En esta respuesta provisional radica el sentido, la afirmación de Campos de Castilla, Su negación de Soledades, Galenas y Otros poemas es su propia afirmación. Nuevas Canciones (1917-1930) y poemas del «Cancionero apócrifo» representan la condensación de formas expresivas de sus libros anteriores. Así por una parte la meditación existencia! subraya la herencia de Soledades, Galerías y Otros poemas. Por otra, la experiencia de un lenguaje lacónico, desubjetivado alude a la conquista expresiva de Campos de Castilla, La convergencia de ambos libros hacen de esta poesía, en la que se incluyen proverbios, sonetos, coplas y los poemas de los heterónimos Abel Martín y Juan de Mairena esa condensación de la que hablábamos. La constatación estilística no impide ver, sin embargo, el cambio de actitud ante la visión del mundo. Las reflexiones de Machado sobre «la poesía como palabra en el tiempo» se invisten de un alcance más amplio al dar cuenta de la imposibilidad de perpetuar e¡ instante de Campos de Castilla. La toma de conciencia es el retorno a la soledad. 759 «Recuerdos de sueño, fiebre y duermiveia», el poema que puede considerarse como culminación de su creación poética es sin embargo más que un retorno. Es una reviviscencia de sus primeras imágenes. El hombre solitario, perdido en la inmensidad del páramo es el mismo que en Soledades, Galerías y Otros poemas deambula por laberintos de callejas. El que desciende a los infiernos, el mismo que se interna por las galerías del alma. Un asombroso paralelismo de imágenes de! principio y del fin testimonian la imposibilidad de evadir el cerco de la soledad. La única diferencia: los límites de lo cósmico en los que el ser se manifiesta se han ampliado ahora hasta el infinito (10). En la conciliación expresiva, la dialéctica de lo cerrado •—Soledades—, abierto —Campos de Castilla— hace volver al punto de partida, pero no en el mismo sentido del primer libro, sino en un sentido paradójico: el esencial desamparo del hombre no tiene límites. Lo que el poeta recoge en su poetizar es la expresión poética de la soledad y desamparo del hombre y de. la correlativa ausencia de sentido del mundo. No es la obra lo que puede romper «la cascara de la subjetividad, la cárcel de cristal de roca de! yo cartesiano» (11). Es la historia. Y la historia le proporcionó al poeta Antonio Machado la ocasión de convertir en realidad el sueño de entrega tan afanosamente perseguido en su obra. Su aspiración al tú, convertido hacia el final de su vida en un «nosotros» con el pueblo español por quien lucha, ilumina sus últimos momentos sobre la tierra. MARTA RODRÍGUEZ SANTIBAÑEZ Agustinas, 1810, Dept. 703 SANTIAGO DE CHILE (10) También Gastón Bachelard plantea esta problema de la otredad cuando dice: «Precisamente la fenomenología de la imaginación poética nos permite explorar el ser del hombre como ser de 'superficie', de la superficie que separa la región de !o mismo y la región de lo otro», «No olvidemos —agrega— que en esta Zona de superficie sensibilizada, antes de ser hay que decir. Decir si no a los otros, por lo menos a nosotros mismos. Y anticiparse siempre. En esta orientación, el universo de la palabra domina todos los fenómenos del ser, los fenómenos nuevos se entiende. Por medio del lenguaje poético, ondas de novedad discurren sobre la superficie del ser. Y ei lenguaje lleva en sí la dialéctica de lo abierto y de lo cerrado. Por el «sentido», encierra, por la expresión poética se abre. AI final agrega: «Entonces, en la superficie de! ser, en esa región donde e! ser «quiere» manifestarse y «quiere» ocultarse, los movimientos de cierre y apertura son tan numerosos, tan frecuentemente invertidos, tan cargados, también, de vacilación, que podríamos concluir con esta fórmula: el hombre es el ser entreabierto». Gastón Bachelard, «La poética del espacio», Fondo de Cultura Económica, 1965, p.p. 279-280. (11) Octavio Paz, «Antonio Machado» en «Las peras del Olmo», Seix Barral, Barcelona, 1971, p. 172. 760 ANTONIO MACHADO EN REALIDADES Y DOMINANTES SITUACIÓN Y PROBLEMÁTICA 0.1. La autenticidad Aunque refugiado en máscaras, nunca se disfrazó Antonio Machado. Su «uno» es como síntesis del píuraí «muchos» y hasta, sí se apurase, «de los demás». Hay una contante en su sensibilidad: ei ser adicto a la poesía humanística, fuera de barrorales y cumbres inaccesibles. En ese sentido, es cordial su posición, pese a lo seco de su lenguaje y del juego, muy sencillo la más de las veces, de sus metáforas. Tal vez le convenga a Machado la soledad, la paisajística de par en par abierta de las horas de Castilla. Sus raíces, más que andaluzas, se sumen en terruño de Castilla la Vieja. Se rezuma angustia así, pero es su lento vivir, la odisea tranquila de sus borbollones de interioridad. El amor, la esperanza, se insertan en sus palabras, confieren unicidad a sus creaciones, le abren paso al mundo, y así expresan su secreta totalidad, su plural en «nosotros», actores y testigos, siendo, como se sabe, en la historia de fuera (nada de intra-hístoria unamunesca) que se encarna en «nosotros», una realización de la palabra de comunidades, la palabra en su sitio, esto es, «en su tiempo». Una poesía sitiada y acechada. En tradición de vida (el existir de pueblos más que el de ciudades) que se vuelve presencia y realidad. Porque la palabra «pueblo» no era limitación de clase social en Machado, y se desparramaba como siembra esperanzadora. Palabra de residencia terrestre, y que acarrea haces de mirada clara, serena, aceptadora. No hay rebeldía excesiva en su poesía. ¿Y qué es eso de rebelarse exageradamente? ¿No es mero relumbrar de ideas concisas y comunes, diría yo, asimismo triviales? Las máscaras se las puso y se las quitó siempre Machado. No sé si es 761 porque el tiempo fluía y resbalaba en su sensibilidad, como si se le escapase. En las estrofas de sus poemas no había cepo de ninguna cíase. Esa es su autenticidad. Su naturalidad. Porque se sitúa en la historicidad cotidiana del tiempo, de su tiempo. Por eso es problemática y crítica la poesía machadiana. Por darse cuenta del entorno, además de su propia soledad. Por la ecuación de soledades, que trasciende en una poesía de cultura hondamente asimilada y, por ello mismo, desprovista de espejismos y de efectismo «cara a los lectores», enfrentándose con ellos y no seduciéndolos. Sin embargo, ¿puede negársele su significación oportuna, su ejemplaridad de poeta al nivel de los días y a escala humana, sobre todo en relación con España? También de ahí, precisamente, se deriva su frontera, su alcance, de ahí surgen sus límites en cuanto a proyección y propagación de sus versos. Un poeta encuadrado en su paisajística. Una poesía con memoria activa, al servicio de las verdades del hombre, de sus exigencias. ¿Cabe mayor autenticidad? 0.2. Poeta del pueblo Las cosas se ponen en movimiento y la ruleta del existir va dando vueltas. ¿Dónde se para? ¿Quién acierta en el buen número de la suerte? Es lo que puede relacionarse con la poesía machadiana, con la afirmación de sus textos más conocidos. Incluso, añadiendo prosa, y sobre todo lo escrito durante la guerra de España en 1936-1939, prosa y verso con una dolencia desgarradora. Una poesía malherida, una prosa lúcida en su dolor. Parece ser que así se justifica el punto de vista que se concentra en la expresión «Antonio Machado», poeta del pueblo» que algunos críticos han utilizado. No estimo acertado tal enfoque. Quien «duda de su propia duda», y tal es el caso de Antonio Machado, no se acerca suficientemente al sentir concreto y avanzador del pueblo. Acaso la dicotomía la forje la cultura. Escuchemos lo dicho por ei poeta: «Escribir para el pueblo, ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para ei hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer» (Cf. Obras, p. 528). Un contenido humano-moral le alecciona, es su empuje y su meta. La consiguiente, pero no con arreglo a determinada capacidad de absorción del pueblo, ni en estructura del poema ni en el «desarrollo» de su encaminamiento expresivo. Pese a la claridad, Machado no es poeta del pueblo. 762 Pero en lo tocante a fe y a solidaridad, io es, o sea, poeta para el puebio. Los lazos son insoslayables, y, sin embargo, exígese adhesión desde muy dentro, y eso frena la lectura directa y esencialmente comunicativa. Si se compara con la poesía de Miguel Hernández, se ve acto seguido la diferencia. En Valencia, en 1937, en acto público de combatientes, obreros e intelectuales, se le declaró a Miguel Hernández el «primer poeta del pueblo». Claro que se trataba de circunstancias especiales,, no cabe olvidarlo. En Antonio Machado, no interviene como imán el poema, y las palabras machadianas no se cargan de electricidad como las miguelhernandianas. Con el pueblo, sí, naturalmente, ambos poetas se hallan en comunión profunda. Yo me refería más bien al lector popular, al lector del pueblo que es quien firma y refrenda tal aprobación, tal sentir, tai aceptación. Una poesía ética-estética, ¡o que siempre prosiguió obstinadamente Machado, es poesía de espinas, llena de dificultades. O acaso, como en determinados poemas-romances de García Lorca, es que «así, y así surgían del manantial. La prueba (¿es la prueba esencial?) es que a la gente sencilla y sin complicaciones de aldeas y pueblos les gustaba oír poesías de Miguel Hernández y de Federico García Lorca, se embelesaba incluso. Porque uno y otro, con concepciones y posibilidades muy diferentes, «oían» al latir de la naturaleza y de los hombres. En Antonio Machado hay filosofía, hay saber, hay cultura. Todo pasado por el tamiz del quehacer de la creativa poemática, desde luego, pero... ya dicho de otro modo, cantando con ritmo más seco y más serio. Poesía para con el pueblo, sí, de eso no cabe la menor duda. Le movía ai poeta su íntima convicción: «Si algún día tuviereis que tomar parte en una lucha de clase, no vaciléis en poneros al lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos» («Hora de España», Valencia, 1937). Una definición, una situación, y ahí, el papel del poeta. La función popular del poeta. La complicación surge al querer establecer alianza de unión perfecta entre este papel y el poema escrito. Hay un «yo» filosófico siempre en Machado, es su isla y su frontera. Por algo quiso que Juan de Mairena le sirviese de emisario: Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre. Ahí, las raíces más emocionadas, el hombre en su valor significativo, en lo que no puede eliminar ni borrar. En lo más auténticamente popular quiso sumirse Machado, en su caminar terco y noble 7S3 dentro de [a «sentimentalidad colectiva». Poesía, pese a todos ios pesares, la suya, que no es popular, sino de realidad de pueblo, para con el pueblo. 0.3. ¿os enfoques ¿Puede mencionarse lo de poeta ortodoxo y homogéneo en cuanto a ideal, y lo de heterodoxo y heterogéneo en lo relativo a vivir? Sí, por qué no, dadas las ansias y los sinsabores de la existencia machadiana. La fidelidad y la preocupación se unen a algunos puntos concretos: amor, esperar, lucidez. Casi pudiera hablarse de horizonte de profecía en la obra machadiana, desde su visión de España del siglo XIX hasta la más reciente y en llamas que le tocó vivir en sus años finales. Amplitud de las circunstancias, variedad de sentires y políticas, juego y paradoja de decires y pensares, que el poeta logró aunar dentro de su unidad, la que le entregaba una España día tras día. Como si fuese la tenaz tarea del campesino, por los mismos surcos siempre y con diferentes semillas y en la eterna incertidumbre de saber o no saber si habría buena o mala o mediana cosecha. Un barajar de naipes y en espera de la suerte aunque intervenga el oficio y la voluntad, la entrega apasionada de uno mismo, del «yo» cotidiano junto al «yo» filosófico. Y es que, al fin y a la postre, no se aparta deí recorrido manriqueño, dejando que en su corazón se eche ancla con eso de que «nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir». A Machado le atrae el juego teatral, el encubrirse y transformarse, con la desnudez del misterio más personal. Es poeta polifacético en su galería de máscaras y antifaces. Los ojos, los mismos, y la mirada, diversificada. La tensión de lo interior, en sus batallas exteriores. ¿Cómo darles escena y rigor? Se resume la heterogeneidad del ser poeta, del hombre que es poeta, en la suma de varios seres, convergentes y desembocadores en el mar de la unidad humana, tan insoslayablemente y verídica: ía residencia en la tierra, como dijo Pablo Neruda. Porque es alianza y síntesis de sus múltiples encaminamientos, o sea, la complejidad y la contradicción del hombre unido tan sólo en su existir solitario. ¿Conviene sacar a relucir lo de cierto y lo de apócrifo? En Antonio Machado era mostrarse en ventanales y balcones de diferente colorido o brillo solar. Eso le permitía exponer el haz de sus multiplicidades de hombre. Cronológicamente, se fueron realizando las soledades de su galería creativa, desde Jorge Meneses, Abel Martín, Pedro de Zúñiga (aunque 764 sólo fue pensamiento; en una ocasión, dirigiéndose a Ernesto Giménez Caballero, para su «Gaceta Literaria», le dijo: «Entre manos tengo mi tercer poeta apócrifo: Pedro de Zúñiga, poeta actual, nacido en 1900») y Juan de Mairena, para encontrar morada permanente en su nombre de pila y dos apellidos: Antonio Machado Ruiz. Una heterogeneidad que evoca «sentencias, donaires, apuntes y recuerdos», ya sean de poetas, ya sean de «profesor apócrifo», y así definía a su Juan de Mairena. Un poco poeta y un poco escéptico, añadía Machado. Se redondean las mil y mil posibilidades de pensar y de vivir y de escribir en aproximaciones complementarias de una «literatura^... que cada día «es más escrita y menos hablada», y que el poeta añora como más hablada y menos escrita, mutatis mutandis. Dos momentos machadianos io atestiguan {sacados de Juan de Mairena): Cuando se ponga de moda el hablar claro, ¡veremos!, como dicen en Aragón. Veremos lo que pasa cuando lo distinguido, lo aristocrático y lo verdaderamente hazañoso sea hacerse comprender de todo el mundo. Lo importante es hablar bien: con viveza, lógica y gracia. Lo demás se os dará por añadidura. Estas consejas me obligan a pensar en Max Aub y en su «Jusep Torres Campalans», un catalán u otra cosa que se llamaba José y nunca Josep, mostrado como «figura de artificio» por su autor. ¿Quién es mayor veracidad, el personaje o el escritor? Como si quisiese defenderse en curado y para realzar su cometido literario, Marx Aub da dos citas. Helas aquí. Una, de José Ortega y Gasset: «Hay que considerar cada obra de arte como un pedazo de la vida de un hombre» (Papeles acerca de Velázquez y Goya). Y ¡a otra, de Santiago de Alvarado: «¿Cómo puede haber verdad sin mentira? (Nuevo mundo caduco y alegría de la mocedad en los años de 1781 hasta 1792). Pensar, hablar, aconsejar. Lo hacía Antonio Machado, era su propia silueta profesoral, esto es educativa. Y es lo que asimismo me hace pensar en Rainer Maria Rilke y en sus «Cartas a un joven poetan. Pedazos de ¡a vida, poemas como trozos de un espejo hecho añicos, el corretear de la pluma sobre superficies blancas. La creatividad, y que se vaya a literatura más hablada que escrita. Una hipótesis, un camino. No todas las hipótesis, no todos los caminos. La homogeneidad y la heterogeneidad, la ortodoxia y la heterodoxia, sin dejar de ser nunca lo que se es, pero también en incesante búsqueda del «yo» en Jo p\ura\t en los demás, o sea, en el prójimo y en el otro «yo», que es eco de 765 espejo de ia gente, pretendiendo llegar a ser realidad y vida en ios demás, ser otro, aunque persistiendo en lo que no puede dejar de atarnos a todo y a todos: nuestra radical y tajante soledad. Antonio Machado, así, más claro en su prosa que en sus poemas, pero con indudable sentir social, en desfile de sus habitantes interiores, sus escritores que presenta como meramente «apócrifos». El poeta obtiene con ellos y gracias a ese método la comunicación intensa y profunda, que es su idea! ortodoxo y homogéneo-, junto a su posición ante la vida que pudiera aparecer como heterodoxa y heterogénea. Pero, ¿por qué tanta dualidad? Repitamos lo que dijo en Juan de Mairena: «Cuando estudiemos más despacio estos fenómenos de la lengua viva, nos habremos apartado bastante de la literatura; pero no mucho, como acaso penséis, de la poética.» Ya se ve: Antonio Machado sigue (y pro-sigue] con las suyas, en sus trece entremetido siempre. El hombre, el artista, en sus exigencias, en las contingencias. Sus «apócrifos» le sirvieron de portavoz, acaso se opoyó en ello, como si se refugiase en lo más hondo, para dar a conocer su continuidad sin tachaduras. 0.4. La poética Saqúese de los cuadernos de Juan Mairena, como ejemplo muy representativo, la siguiente frase: «No es ia lógica lo que el poema canta, sino la vida, aunque no es la vida lo que da estructura al poema, sino ia lógica.» En esas estamos, con un sol de puro Mediterráneo. A Antonio Machado le interesa el bullir y la trabazón de diversidades, para búsqueda del problema de la poesía, y es que «los poemas están excesivamente lastrados de pensamiento». ¿Los suyos, los de los demás? Siempre fue hostil Antonio Machado a la hinchazón artificial de las palabras, engarzadas en versos y estrofas, atacó lo barroco por innecesario en la comunicación abierta. Así, en «Nuevas Canciones» lo estipuló y su crítica subrayaba lo meramente gestual y alejado de la acción evidente de los hombres, Pero reconocía su intensidad interna, la acuciante acometida desde dentro. Se trata del texto poético que lleva por título «Proverbios y cantares»: Bí pensamiento barroco pinta virutas de fuego, hincha y complica e! decoro. Sin embargo —oh, sin embargo— 766 hay siempre un ascua de veras en un incendio de teatro. Las alusiones a una comunidad de sentimentalidad colectiva y nueva requieren otros senderos, otra metodología del construir inspirado y razonado, esa urgente trabazón de realidades. Le interesaba el dinamismo, y por intuición rechazaba toda presencia de fermentos cansados, aristocráticos y recargados, la presencia churrigueresca del lenguaje y de las imágenes. La tensión es elemento positivo, y sus apócrifos se resguardan en su serie titulada «Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela» (Cancionero apócrifo}. La sensibilidad, siempre al acecho. La poesía temporal, o sea, con el hombre en medio, y la vida como epicentro. Las vibraciones, acaso, ese \r y venir de las palabras en busca de sedienta libertad moral-estética, Pero, sin embargo, sin acatar normas de lo que era moda para el poeta, la irrupción nueva del poema en verso libre. Por eso, en «Nuevas Canciones», el poeta se decía y a todos pregonaba, tercamente: Verso libre, verso libre... Líbrate, mejor, del verso cuando te esclavice. ¿Qué le atraía, pues? La duda le corroía, surgían bandadas de pájaros en la áspera fatalidad, y otras veces se dejaba acunar como un niño. El gesto en su escueta apariencia nunca le, interesó; buscó ahondar más, y lo activo era para él objetivo. Pero, ¿con qué colorido, con qué ropaje? El aliño vestimentario de las estrofas era ritmo más que estructura. Tal vez convenga situarlo en versos muy célebres suyos: ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mí verso como deja el capitán su espada, famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Una poesía en busca de luminosidad y hondura. Un caminar meditado, lento, muy sosegado en su tiempo, a! escoger la savia y la significación de las palabras. Luminosamente, profundamente, tal como lo viera Rubén Darío al evocar el «El canto errante» al Antonio Machado de épocas juveniles. Poesía con círculos concéntricos de misteriosidad. En la soledad y en el diálogo solidarizado. La obstinación, y siempre la duda con sus escollos, Al fin y al cabo todo es cantar y contar. Así lo dijo Machado: 767 Canto y cuento es la poesía se canta una viva historia contando su melodía, (Obras completas, pág. 325). No obstante, el relato no es todo ni mucho menos. Se necesita esa llameante verdad del que habla y la de quien escucha, interpretándose, escudriñándose, el lenguaje es espejo aun en un verso en carne viva; así: Con el tú de mí canción no te aludo, compañero; ese tú soy yo. ¿Identidad? ¿Dualidad? ¿Y por qué una prolongación que no excluye a ambas presencias, que establece desembocadura y convergencia de dos simultaneidades del «yo»? Es la gavilla con sus mil briznas de paja que salen por aquí y aíiá, pero sin dejar de estar atadas y trabadas al mismo conjunto: al ramillete de oro que surgió de las mieses iogradas. El canto, como pensar vivido; el canto, como vida pensada. Y en el tiempo angustiado. ¿La magia? ¿Sortilegios del ahondamiento misterioso y apasionado del canto-cuento? Dándole la palabra a uno de sus «dobles», a uno de sus apócrifos, veamos lo que nos explica Machado. Es en sus Obras completas, pág. 302. «Necesita, pues, el pensar poético una nueva dialéctica, sin negaciones ni contradicciones, que Abel Martín llama lícita y. otras veces, mágica, la lógica del cambio sustancial o devenir inmóvil, del ser cambiado o el cambio siendo. Bajo esta idea, realmente paradójica y aparentemente absurda, está la más honda intuición que Abel Martín pretende haber alcanzado». Es lo perseguido por Antonio Machado, una dialéctica lírica, mágica, en su hondón intuitivo, y que nunca se consigue. O pocas veces. Cuando se lee en lectura sincera, sin dobleces. Machado, ya desde 1919 (o sea, antes, porque es texto del prólogo a «Soledades, galerías y otros poemas», 1919), ansiando y soñando nos dice que hay que sobrepasar el arte subjetivista como «una tarea común (que) apasione las almas» y es que «sólo lo eterno, lo que nunca dejó de ser, volverá a fluir». En todo, hombre y paisaje, historia y sueno, en el canto soñado que se cuenta o expone. Y si el poema tiene que cantar es porque sueña y revive, como fusión de constantes dialogadoras y en la fulguración de instantaneidades complementarias. 768 Conciencia clara para escribir poemas. Porque ei poeta es enjambre y racimo de muchos poetas. Los que lleva dentro, los que le rodean desde fuera. Y se concluye, como una firma sin arabescos, en un postulado machadiano de mucha entereza: «diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo». La pluralidad, los demás, se proyectan en el «yo» del uno, en el singular de la acción cantada y contada. Por eso, recuerda el poeta, siempre «converso con el hombre que va siempre conmigo». Lo de que no hay noria sin agua, y tampoco cielo sin nubes. ¿La «eternización de la momentaneidad» que Unamuno aconsejaba? Sea lo que fuere, Antonio Machado no es víctima de engaño o de inocencia, y en «Reflexiones sobre la lírica» escribe lo siguiente: «La poesía pura, de que oigo hablar a críticos y poetas, podrá existir, pero yo no la conozco». ¿La intuición vagabunda, proclamada por Gastón Bachelard? En Antonio Machado todo se sensibiliza en rotunda postura creativa, al confirmar que la poesía es: Ni mármol duro y eterno, ni música ni pintura, sino palabra en el tiempo. Por eso se encamina a pasos lentos, pausadamente, sin andarse por recovecos, hacía poetas serios y formales, hondos y consejeros, siendo Berceo uno que figura en la vanguardia poética de España, como acertadamente deja dicho en «Mis poetas»: £/ primero es Gonzalo de Berceo llamado, Gonzalo efe Berceo, poeta y peregrino, que yendo en romería acaeció en un prado, y a guien ios sabios pintan copiando un pergamino. Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa Marta, y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria, y dijo: Mi dictado non es de juglaría; escrito lo tenemos; es verdadera historia. Su verso es dulce y grave; monótonas hileras de chopos invernales en donde nada brilla; renglones como surcos en pardas sementeras, y lejos., las montañas azules de Castilla. El nos cuenta el repaire del romeo cansado; leyendo en santorales y libros de oración, copiando historias viejas, nos dice su dictado, mientras le sale afuera la fuz del corazón. Exactamente se refleja una poética al día, en su historia, cantando y contando. No lo meramente anecdótico, a Antonio Machado no le 769 CUADERNOS. 304-307 (II).—10 interesa, sino lo hondamente sentido y vivido, eí fuego interior de que nos hablara Unamuno y que en estos versos evocadores de Ber» ceo se transforman en luz, la luz del corazón que tiene que rezumar y salir afuera, para que los hombres y los paisajes ¡a reciban, como en la totalidad poemática. Espejeando. Con su ritmo y su melodía. Espejeante poética. La dicha de modo cabal y sencillo en «Nuevas Canciones» (la LXXJ): Da doble luz a tu verso, para ser leído de frente y al sesgo. Posiblemente, en sueños dialogados, en la presencia de mil resonancias, en esa dialéctica mágica, lírica, allanándose en la cotidianidad, porque «ia rima verbal y pobre, y temporal, es ía rica». La sencillez, la luz del corazón. 0.5. La política y ía filosofía ¿Es que el hombre de sumiso aliño indumentario y con leyenaa de manchas de colillas en el gabán supo interesarse por ¡as acotaciones ético-sociológicas y político-filosóficas de su tiempo histórico? ¿Puede ponerse en tela de juicio ese planteamiento auténticamente machadiano y ratificando que todo, en literatura, se ceñía en torno «de! Hoy que será Mañana, / del Ayer que es Todavía»? Así se lee en texto de 1924, en ia composición «De mi cartera». Hundiéndose en ía vida, y en obra peregrina, desde Andalucía a Castilla, y desde Castilla a Andalucía, y luego a Valencia, y a Barcelona, para dar con sus huesos, cerno es sabido, en tierra ya al otro lado de ía «raya catalana», en Coilioure, IVlachado estaba dentro de los problemas de su historia. Siempre lo estuve, y con raíces familiares incluso y con ia actuación de la institución Libre de Enseñanza en sus orígenes y sembradura de ¡deas. Resultaba difícil, a ratos, suponerlo. Siempre silencioso, al margen casi, lo mismo en Baeza que en Soria y Segóvia. Por cierto, que Pablo Neruda nos ha dejado una silueta de ese entonces; «A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy callado y discreto, dulce y severo como árbol viejo de España» («Confieso que he vivido», Seix ñarra\, 1974, p. 167). Una silueta que es un retrato: la placidez por fuera, y [o atormentado por dentro, Siempre merodeando alrededor de las preocupaciones; tanto es así, que se nos presenta en su obra (prosa y verso) como un autor confííctívo, vivo y clásico, enfreníán770 dose con los hechos y ensueños de nuestro tiempo, un hombre ante; las inamovibles contradicciones del existir y del pensar. «La vida española ha sido siempre muy beocia. Yo no creo que el ambiente de hoy sea de mayor incultura que el de hace veinte años, por ejemplo», declaró en interviú (El Sol, 9 de noviembre de 19343, Y ¡a permanente obsesión de la realidad problemática españoía estipulada quedó en sendos poemas. «El mañana efímero» y «A una Es?~ pana joven» son muestras rabiosamente ejemplares. Y asimismo «Del pasado efímero» y «Los olivos». Y, naturalmente, su poesía escrita durante la guerra, sobresaiiendo esa maravillosa composición que lleva por título «Amanecer en Valencia», con su serie de seis sonetos, fechados en Rocafort, marzo de 1933. Una tensa hondura en las preocupaciones de Machado. Testimonio y fidelidad. Entereza, también. De hombre lúcido, sensible y atormentado. Doliéndose todo,, ei país y sus hombres, doliéndose España, como le ocurría al vasco Unamuno. De todos modos, no puede decirse que el afán político fuese ío esencia! en Machado; es decir, no de modo coherente y partidista,, Eso no cabía en su corazón. Pero sí se alojaban en él ías eventualidades políticas del hombre-uno y del hombre-todos en una solidaridad que él ansiaba y a la que se ofrecía en sus últimos tiempos. La trayectoria queda muy definida en sus colaboraciones de «Hora de España», y lo mismo en su intervención ante eí lí Congreso Internadoña! de Escritores, en 1937 y en Valencia. En pura conciencia humana, Y con el pueblo como estandarte. Una invención machadiana (es decir, creada por su apócrifo Juan de ÍVlalrena) es ia Escuela Popular de Sabiduría, casi con Ja misma terminología que las Escuelas Popularen de Guerra que por aquellos años se fundaron en Valencia y su comarca (Godeíla, por ejemplo). Lo político, es lo ético, Así lo concebí? Machado. Y muy hondamente, pues afectaba a los días y a los trabajos de los hombres. Defendiendo, acaso con excesivo ensueño, el papel activo e independiente del hombre, encarándose con la tecnocracia ya entonces en ciernes y avasalladora. Buscaba el poeta un nuevo humanismo, con el hombre como sujeto lúcido y director y nc como vasallo u objeto. Un intimismo hecho solidaridad compartida. En los sufrimientos más que nada, pero en prólogo optimista en dos versos suyos muy característicos: La primavera ha venido del brazo de un capitán. Y que se prolongan, en la misma estrofa, en otros dos verso© 771 absolutamente complementarios y necesarios en la adhesión machadiana a la historia: Cantad niñas, en corro: ¡Viva Fermín Galán I Es que debe recordarse que el 14 de abril, en Segovia, fue Antonio Machado uno de los que en el Ayuntamiento segoviano izaron la bandera republicana. Y más tarde, en «Hora de España», lo precisaba así: «¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia»! La pureza del lino de la esperanza, y asimismo la pureza ingenua de la estrella de Joan Miró en el cartel anunciador del homenaje a Machado en Baeza y que, por cierto, no llegó a realizarse, por falta de autorización gubernativa fina!. La esperanza, y las aias abiertas de las golondrinas, la primavera... ¿Ilusiones en todos y, por lo tanto, en el poeta? Acaso, más bien, era el zumo dei vivir al deslizarse en Ja comunicación humana, exigencia muy machadiana siempre. Eticamente, Moralmente. Sociológicamente. Por proyección constante de sus preocupaciones. Hoy y ayer y mañana, lo que por intermediario personaje nos dijo Machado: «Juan de Mairena mira las cosas con su criterio de librepensador, un poco influenciado por su época de fines del siglo pasadoT lo cual no obsta para que ese juicio de hace veinte o treinta años puedan seguir siendo completamente actual dentro de otros tantos años» (La Voz, Madrid, 1938). Sí, ya lo dijo antes, en los versos del poema «Retrato» (de Campos de Castilla) voceando que en sus venas había «gotas de sangre jacobina», los ecos de la Revolución Francesa de 1789 anidaban en la esperanza popular machadiana. Evolución ideológica que, al correr de los años, le llevaría a definirse muchas veces durante la guerra española y para cantar junto al pueblo, y en análisis de político social apoyándose en el pueblo. Aunque de puro individualismo, ¿hubiese /legado a tener ideas concretamente socialistas? Es pregunta que ondea en el viento. Con respuesta posiblemente afirmativa, si... Pero no ocurrieron las cosas que la hubiesen facilitado. Pero en el semanario Ahora, de la JSU, en Valencia, y en 1937, declaró Antonio Machado que «el socialismo es ;la gran esperanza humana ineludible» y que «la revolución es siempre desde abajo y la hace el pueblo». Palabras que corresponden sin dicotomía alguna a lo dicho en «Discurso a la JSU», Valencia, 1937: «Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Veo, sin embargo, con 772 entera claridad, que el socialismo es la gran experiencia humana de nuestros días». Su concepción tenía raíces de lúcido arraigo en activa realidad del país, ¿No es lo que ya en 1912 proclamara en «Nuestro patriotismo y ía Marcha de Cádiz»? Recordémosio, y como base de introducción a las ideas ético-políticas machadianas: «Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino eí sueío que se fabra». Porque nunca estuvo Machado «au-dessus de la mélée» como años antes había aconsejado el galo Romain Roliand, sino que se situaba dentro del perímetro angustiado y esperanzado que es vivir y sentir a la altura de las circunstancias. Despegado de todo partido, como ya queda subrayado, pero entregado con júbilo casi juvenil a los albores dei mañana solidario y colectivamente sembrado y cosechado. En ese discurso citado ya, que el poeta dirigió a los jóvenes alistados en la JSU, y tras manifestar su pánico ante la mansa disciplina de la vejez, lo que él calificó como «esa vejez anárquica, en el sentido peyorativo de estas dos palabras», resume su pensamiento con las siguientes frases finales: «Tai vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por ía idea central dei marxismo: me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea eí más esencia! de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de ios privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que ésa es la gran experiencia humana de nuestros días, y que todos de algún modo debemos contribuir. Ella coincide plenamente con vuestra juventud, y es una tarea magnífica, no lo dudéis.» Antonio Machado creía que todo lo veía con entera claridad, seguro que hasta sinceramente lo intentaría, pero no cabe afirmarse que se entregaba por razón, sino por sentimiento, y la adhesión rotunda y honda se perfilaba tan sóio en cuanto aí convivir en afanes unificados, enfocados hacia un humanismo de libertad y de justicia. Ese era su horizonte, y tal fue su encaminamiento de colorido político. No es poco, claro está; presupone calor entrañable de poesía con savia de hombre y de pueb/o. Las ra/ces que sujetaban a Machado y que le dejaban intacto en lo tocante a colaboraciones definitivas de partido o sindicato, quedan reflejadas en su dudar permanente. Es más, a ello aspiraba como educador. Y nos dijo: «Yo os enseño o pretendo enseñaros a que dudéis de todo: de lo humano y de lo divino, sin excluir vuestra propia existencia como objeto de duda» (J. de Mairena, postumo, «Hora de España»), Ese era 773 si Antonio Machado más tajante y menos sometido a mutaciones de última hora. REALIDADES ÍJ, El amor No hay poesía sin amor, es inconcebible. Para Antonio Machado, y gracias a su apócrifo representante Abe! Martín, es alta teoría que no puede capitular nunca, en las estrofas y en la prosa incluso debe alzarse con vuelo garboso o sensato «el apasionante problema del amor». Fue siempre su constante, la aguja que marcaba invariablemente en su brújula de uso personal el horizonte a seguir, y al que a rajatabla obedeció. Con otro de sus autores representativos, aunque apócrifos, con su incondicional Juan de Mairena, se atrevió a decírnoslo, aunque en contexto amplísimo, el amor sin orillas: «Yo os enseño... o pretendo enseñaros el amor al prójimo y al distante, al semejante y al diferente, un amor que exceda un poco al que os profesáis a vosotros mismos, que pudiera ser Insuficiente» (Hora de España»). Rompiéndose las ataduras de la intimidad, zambullirse con ojos abiertos o cerrados, según lo exija el momento, en el amor exterior, desde dentro a fuera, volcándose, porque lo introspectivo, amorosamente, pudiera ser insuficiente. El poeta lo piensa así desde su mirador de acuciantes sinceridades. El amor, alimento y motor de su poesía. Amar, es tarea animadora, empujadora, y muchas veces homenajeante. Ante algo concreto, o ante algo borroso. De todos modos, una y otra presencia existe en función de la ausencia de io que se sustituya momentáneamente. Es su vocero Abel Martín quien lo indica atinadamente: «El amor comienza a revelarse como un súbito incremento del caudal de la vida, sin que, en verdad, aparezca objeto concreto al cual tienda», Pero no se trata de espejismo, ni mucho menos, y tampoco de desvarios quijotescos, con brillar próximo o lejano ée aguas que reverberan o de sombras que oscilan. El amor, cual necesidad, y casi sin justificación, porque sí, porque tiene que serlo. Eso, es su arranque, en su motividad, o sea, en la mente del poeta. Vida y, tal vez, espontaneidad; vida, y seguro que surge incremento del caudal suyo, vida rica en sus tensiones de amor. Que acarrea inmediatamente la soledad. Para ir luego al gozo completo, ya sea en ser, ya sea en idea ya, sea en amor a los demás, en su 774 proximidad y en su distancia siempre, respecto a esas tres posibilidades de amar, ¿Romanticismo? Tai vez haya ascuas de esa corriente en Machado, é! confesó siempre que se sentía algo romántico. Pero amor es soñar, amar es sueño. Cuando «eí amor comienza a ser consciente de sí mismo», lo reitera Abel Martín, No obstante, el contrapeso surgía de otro diálogador machadiano, de Juan de Mairena: «Estimad a los hombres por lo que son, no por lo que parecen» y que en nueva sentencia maíreniana nos obliga a darnos cuenta de la hondura del diálogo del amor, ya sea pensado, ya sea, pregonado, ya sea experimentado: «El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre, no habla a nadie». Ya estamos prevenidos, y hasta el propio Machado lo está ¿Adonde irá, pues, el amor? La situación es concreta, todo se redondea y se precisa, las palabras y los sentires de ía poesía de amor, la noria en su agua, ¿O es que cabe otro derrotero y otra recepción de los sentimientos? Amar y vivir y soñar, la ecuación más completa, Antonio Machado diseña ese perfil en dos momentos muy diferentes. Nos dice en «Los complementarios»: Entre el vivir y el soñar está So que más importa. Y en «Nuevas canciones», ya en 1924, otros versos suyos se adentraban en misterios de la psicología amorosa: Un corazón solitario no es un corazón. El alcance emocional lo proporciona el lenguaje y con tal vehículo se va de la intuición-poesía al realismo-vida. Como incremento de ía interioridad, como desdoblamiento en problemas y dichas. El amor, con los lienzos de ía memoria, naturalmente, y es lo que arde en las últimas palabras escritas por Antonio Machado, en el puertecito de Collioure, en febrero de 1939, y que en papel arrugado haíío su hermano José; me refiero a aquello de: Estos días azuies y este soí de la infancia. La expresión lírica, los lazos de los recuerdos, la inextinguible llama de lo amado, e! amor, y ía creación: Todo amor es fantasía 775 y lo vuelve a decir de otro modo: No, mi corazón no duerme. 1.2. Su madre Antonio Machado adoró a sus padres y, acaso de modo especial, a su madre. Los azares de la vida y de !a guerra de España, hicieron que pese al peso de los años y al quebranto de la salud física y mental, !a madre del poeta fuese a morir junto a su hijo, y enterrada se halla también en Coüioure. El poeta, en el viaje del exilio, con ternura la miraba y la cuidaba. Es lo que han contado testigos de aquel entonces. Pero en las galerías del alma dejó que se alojara su amor, y no en sus textos. Sólo rastreando se hallan ecos y más bien deshilacliados. Pero tenía importancia para el poeta ese querer, el que recibiera de su madre y el que él devolvía. 1.3. Leonor La gran tragedia de su existencia. El amor y la muerte. Visto y no visto, aunque dejando un poso amargo y cuya constancia duró años y años en la sensibilidad machadiana. Leonor, la jovencilla amada y muy pronto desaparecida, la herida entreabierta y de muy difícil cerrazón, arrebatada por la enfermedad. Amores en Soria, amor en la altiplanicie fría y desolada, siendo floración la mirada y la vida de Leonor. Queja y lamentación, así fue la voz machadiana, no el canto para lo presente, sino más bien para lo perdido, con «el desgarrón de las entrañas». Es en «Campos de Castilla» donde trasluce la querencia y el dolor: Sentí tu mano en Ja mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. Y en estampa de muerte, tormenta trae el tiempo para dejar atormentado al poeta: Una noche de verano —estaba abierto el balcón 776 y la puerta de mi casa— la muerte en mi casa entró. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. ¡Ay, io que la muerte ha roto era un hilo entre los dos! Soria, con fértil energía en la memoria, por aquellos campos y aquellos barrios, por allí, entre encinares y cerros, «mi corazón está vagando en sueños», nos dice. El monte, el cementerio, los paseos, El Espino, y la irrepetible alegría de vivir, tan sólo persiste, tozudamente, el fluir de la sangre en su soledad: ¿No ves, Leonor, los álamos del tío con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo- azul y blanco; clame tu mano y paseemos. «En ias «Nuevas canciones» se yergue de nuevo el recuerdo y e\ ausente diálogo en todas sus dimensiones, eí poeta añora aquel pasado feliz; porque ahora, sólo hay: ... ¡Desierta cama, y turbio espejo y corazón vacio! Antes, en carta a Juan Ramón Jiménez, en 1912, ya le contaba Machado sus temores: «Hace dos años me casé y una larga enfermedad de mi mujer, a quien adoro, me tiene muy entristecido». Tanto fue así, que esta tristeza se hará casi fiel silueta del poeta, nunca desaparecerá más de su rostro. La ternura, cuidarla, y esa tremenda ruptura que lleva por nombre «muerte», lo ciego, ío sordo, ío a/eno, lo incomprensivo, todo aquello que en machado no existía, todo cuanto el poeta rechazaba. Y al producirse la separación, eí poeta escribe, dol idamente: Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. 1 A- Guiomar Con el tiempo y nuevo verdear de primaveras, surgieron nuevas relaciones, nuevas amistades, nuevos amores. Y también otro amor femenino: Guiomar, y surgirá la oleada apasionada, el fuego de un 777 amor tardío pero intenso, con estilo machadiano, desde luego. O sea, amor más bien secreto, y platónico. Una mujer, una llamada, una relación que se cobija bajo la palabra «Guiomar». Con los años, se descubrirá la identidad. ¿Qué importancia tiene el que sea en realidad Pilar Valderrama o que tenga otro apellido? Lo interesante, es que el poeta acuda a esa llamada, que se prenda de esa mujer, que la sueñe y la cante. Así fueron surgiendo sus «Canciones a Guiomar». Una mujer como diosa y como blanco en estrofas muy hondas, iniciadas en 1929 parece ser: Tu poeta piensa en ti. O sea, una realidad para el poeta, un incendio en sus sentimientos, y al viajar desde Segovia a Madrid, y viceversa, va soñando, organizando encuentros, reuniones de amor y exaltación, la mujer siempre presente ahora en sus versos: La damita de mis sueños se asoma a mi corazón. Cartas y estrofas, afirmación que durará hasta el verano de 1936, en forzosa separación por la guerra; pero el poeta le escribe, y le dice: «Porque tú eres —no lo dudes— el gran amor de mi vida». Seguro que fue así. Las circunstancias canalizaron esos sentimientos, erizaron fronteras insalvables los destinos de la guerra: De mar a mar entre los dos la guerra más honda que la mar. En mi parterre miro a la mar que el horizonte cierra. Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre. El final de la tierra, y no el final de un amor. Eso lo escribió desde Valencia, y antes, mucho antes, le recordaba su constancia, su lealtad de amar: Guiomar, Guiomar, mírame en ti castigado: reo de haberte creado, ya no te puedo olvidar. Amor machadiano que no olvidaría, que no podía volverse ceniza: «¡Siempre t ú ! , Guiomar, Guiomar...» Pese a todo, los peligros de la duda y del olvidar, sea quien fuere y como fuera: 778 No prueba nada contra el amor que la amada no haya existido ¡amas, Pero hubo presencia, la amada axistió en carne y hueso, las citas en Madrid eran esperanza para el poeta. ¿Una fulgurante etapa? Todo es posible, pero ¿cómo quitarle lo bailado? Me refiero a una energía aumentadora de dicha, la motivada por la amada, en su presencia o en su lejanía, algo ya anclado: ¡Sólo tu figura como una centella blanca escrita en mí noche oscura! A mal tiempo, buena cara,* Machado se aferra al amor, a los vuelos de su corazón, que inventa con hermosura y gozo cuanto su vida necesita: inventa el amante y, más, la amada. Soliloquio y diálogo, ia inserción eterna de dos seres, y /o recuerda una cuarteta machadiana conocida: Los o'¡os por que suspiras, sábelo bien, los ojos en que te miras son ojos porque te ven. El amante, la amada, el amor, lo que para siempre le acompañará, meses y meses en su juego de cuatro estaciones, y ai pensar en Guiomar, en sus «Coplas» escritas en Valencia, seguramente a fines de 1937, o ya acaso en 1938, en invierno, dice: azotan el limonar las ráfagas de febrero. No duermo por no soñar. La siemprevela del poeta, la siempreveia del amor. Tormentas entre naranjales y olivares: Tengo un olvido, Guiomar, todo erizado de espinas. Hoja de nopal. 779 1.5. España Dolencia honda, aletear esperanzado, así es la senda contradictoria y normal en Machado. España, pueblo en su trabajo y en su poesía. España en arranque desde abajo, en la observación de lo andaluz y luego de lo castellano, España con cortes sociológicos, la España que es y acaso sea, junto a «la España que pasó y no ha sido». Una lenta reflexión machadiana le llevó al tuétano de las cosas del país, a la vida y sueño de los hombres en sus reglones propias, España en sentimiento preocupado y, por ende, hasta confIlativa. España en su enfrentamiento de posibilidades, las que pasan sin llegar a ser historia, y las que pueden pasar para ser médula histórica. Ideal y vivir en una España de plurales, o sea, las dos Españas, las tres Españas. Dando la palabra a Juan de Mairena, Machado explica en «De un discurso político» la hondura de su pensar, el alcance de sus realidades sentimentales, aunando la vastedad del país, sin parcelación alguna: «... la mitad de nuestro corazón se queda en la patria chica; pero la otra mitad no puede contenerse en tan estrechos límites; con ella invadimos amorosamente la totalidad de nuestra gloriosa España». Nada de limitaciones, sin embargo, porque «si dispusiéramos de una tercera mitad, la consagraríamos íntegramente al amor de la humanidad entera». Amor con diálogo, la urgencia de necesarias explicaciones. Pero... una intervención de Juan de Mairena lo respalda y con tristeza confiesa Machado: «En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse a sí mismo». Años que fueron y pasaron, años que dejaron hincadas las espinas en Machado. Y el poeta pregunta y habla y su ansia es dialogar. ¿Quién le escucha? ¿Quién va a cruzar el fuero de las palabras acarreadoras de acciones y todo en ía amplia solidaridad comprensiva? Nada de corazón en soledad, que entonces no es corazón, y afirmando siempre lo que en sus «Nuevas canciones» dijo y repitiera sin cesar: El adjetivo y el nombre, remansos del agua limpia, son accidentes del verbo en la gramática lírica, del Hoy que será Mañana, y el Ayer que es Todavía». Una gramática histórica que también es mágica y lírica, la poesía de historia del pueblo, en su recorrido que nunca se borra, eslabones de hoy hacia ayer y hacia mañana, ahí está Machado sitiado y situa780 do, como asediado en sus tentativas de captación de! tiempo de España. ¿No es puro amor? Hay una dualidad de enfoque, desde versos de «La tierra de Alvargonzález» con paisajes en el corazón de España, con «tierras pobres, tierras tristes, / tan tristes que tienen alma» hasta el grito gozoso y definitivamente machadiano de «¡Hermosa tierra de España!», pasándose en la encrucijada que es vértice y dispersión de caminos a los hombres del país, en «Proverbios y cantares»: Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes af mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Escalofrío en versos tan proféticos, tan rotundamente auténticos en su tiempo y en su situación de historia. Le cansaba así la vida ai poeta, ¡todo era dolor de España! Con aquellos «olivares polvorientos / del campo de Andalucía» y el dilema de posible tragedia entre la España que ora y la España que alborea, entre la España inferior y esa otra España que nace, «la España del cincel y de la maza... / España de la rabia y de la idea». («El mañana efímero», escrito en 1913). La distancia es vivir y soñar, la profesión de la fe en España y sin parábola alguna. Entre el vivir y el sonar, España. Siempre. Entre 1936 y 1939 no hubo sino intensificación de esta presencia, y sus poesías escritas en Valencia sobre todo lo atestiguan. Aunque más tristemente que nunca. Más dolidamente, y máxime al pensarla «vendida toda / de río a río, de monte a monte, de mar a mar» (Meditación del día). La espina ya no podría quitársela, y con ella, con España chica y grande, moriría, con esa sangre de amor. 1.6. El hombre ¿Cómo no pensar en una temática tan tercamente real y presente en Machado? Casi tentado estoy por decir que es su esencialidad. En un plan de respeto y de amor, la voz siempre dialogadora y escuchadora. Lo humano, la bandera altamente sostenida por Machado. En niveles de comparación acendrada. Sin más y sin menos. En la 781 línea paralela de lo digno, el hombre en su simbólica representativa de pueblo. Y, lógicamente, el hombre de España, el pueblo de España. Lo que Machado conocía mejor y más hondamente, en sus propios abismos. Ei hombre que trabaja frente al cacique inútil y nocivo, así se siente a lo largo de sus poesías, y de sus prosas en apócrifos y complementarios. Los años de agitación y huelga que conoció Machado en España, sobre todo en 1917, seguro que influyeron en su quehacer poemático. Se adaptaban a su propio sentir, a su propio meditar. Vayamos en recorrido junto a Juan de Mairena. Con él, Antonio Machado nos dice que «español suele ser buen hombre, generalmente inclinado a la piedad». Por ello mismo, cabe el análisis y el consejo de educador. Es io que hace el poeta: «Yo siempre os aconsejaré que procuréis ser mejores de lo que sois; de ningún modo que dejéis de ser españoles. Porque nadie más amante que yo ni más convencido de las virtudes de nuestra raza». Eso no. excluye ni severidad ni lucidez, por el contrario, más vale armarse de esas características, y socialmente hablando también. Se debe saber todo, y así por ejemplo, «hay que ser español, en efecto, para decir las cosas que se dicen contra España». Introspección que ¡lega hasta la crueldad, y posiblemente no como ventaja sino incluso como menosprecio de lo que uno es, de lo que somos. ¿Desvarío a! estilo de Don Quijote? No, pero tampoco se enderezan entuertos de este modo. Antonio Machado evoca escenas del guerrear de España, ¿y qué pueblo no ha sido guerrero, por las razones que sean? Claro, no decir tan sólo que España es esto o lo otro, lo de aquí o ¡o de más allá. Machado se siente sereno y vuelve a aconsejar ¡o que cree oportuno: «Pero pensar así es profundamente antiespañol. España no ha peleado nunca por orgullo nacional, ni por orgullo de raza, sino por orgullo humano o por amor de Dios, que viene a ser lo mismo». Tal vez exagere el buen Machado, don Antonio el bueno, aunque no se le va a escatimar su añejo humanismo, el hombre en su país. Mucho más importante, porque cala más tajantemente, es otro párrafo maireniano, ai decirnos: «... no he dudado nunca de la dignidad del hombre, no es fácil que yo os enseñe a denigrar a vuestro prójimo... Nadie es más que nadie, como se dice por tierras de Castilla.». Y Machado afirma con fuerza, fieramente, y siempre por boca de su amigo complementario y apócrifo Juan de Mairena: «Fieles a este principio, hemos andado ios españoles por e! mundo sin hacer mal pape!. Digan ¡o que digan». No cabe meterse aquí en camisa de once varas, ni entremeterse en la idealidad independiente de alguien. Quedémonos que con esa dignidad y esa fidelidad se hace y se mues782 tra el hombre de España. El hombre del pueblo, esencialmente. Un hombre iiso y llano, de gran corazón y de acogedora sencillez, Lo recuerda una estrofa de la composición titulada «El viajero» (Soledades, galerías y otros poemas}:. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo ia tierra. Vuelve a la lid el poeta gracias a los papeles de Juan de Mairena, en el texto titulado «Sobre cultura popular» (fragmentos de Los milicianos de 1936); lo que le preocupa es la «insuperable dignidad del hombre». El amor trasciende en exaltación, el poeta se apoya en la ética popular: «Nadie es más que nadie, reza un adagio de Castilla. (Expresión perfecta de modestia y de orgullo? Sí, «nadie es más que nadie», porque a nadie le es dado aventajarse a todos, pues a todo hay quien gane, en circunstancias de lugar y de tiempo. «Nadie es más que nadie», porque —y éste es el más hondo sentido de la frase—, por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre. Así habla Castilla, un pueblo de señores, que siempre ha despreciado al señorito». Es, asimismo, el replanteamiento de la vieja sentencia machad l ana: Para dialogar, preguntad primero; después..,, escuchad. Que no irrumpa nunca e! acento de superioridad, de la malquerida y pretendida superioridad. Para Machado, lo esencial, el amor, «oír y escuchar» al hombre. DOMINANTES 2.1. El camino Siempre se afanó Antonio Machado en no extraviarse, en no descarrilarse. Vivir y poetizar era función unida, unificada. Caminar, y el imprescindible camino. Para conocer y recordar, siempre en el vivir y en ei soñar, una autenticidad pareja del amor, cDn «la mano compañera», dice el poeta, la mano primeriza y grata, la de Leonor, y sirve para la intimidad y para su diálogo con todo, fundiéndole más 783 en las cosas presentes y reales o apartándolas y aislando al hombre en caso de necesidad. Un camino, y el consiguiente caminar, el lógico y lúcido encaminamiento. Con conciencia clara, y así eí escribir se asimila al caminar, o viceversa. La problemática es saber si se atina en ¡o caminado, en io escrito. Y Juan de Mairena advierte que «hemos de hablar modestamente de la poesía». En resumidas cuentas, conviene aclararlo todo, y que la lectura no sea obediencia sumisa y ciega. Sí, debéis recapacitar y en la libertad individualizada, «no toméis demasiado en serio nada de lo que os diga». De nuevo, Ja exageración machadiana. Porque, entonces, ¿para qué escribir, por qué Ir caminando? Antonio Machado, desde siempre, viajero, caminante. Por tierras de España ante todo, como lo fueron o son otros escritores: Cervantes, Azorín, Ortega, Cela... El camino y el caminante son títulos en poesías machadianas. Una identificación constante con lo humano y lo temporal, Porque no hay tachadura posible. El testigo con su mirada y sus oídos receptores, decantando lo sentido y lo vivido, reviviéndolo. Aunque haya cansancio y hay tristeza y haya desaliento. Incesante caminar, obstinación del solitario en su itinerario de soledades. Por eso mismo, en Antonio Machado, hay verbos representativos en zumo y jugo de vida e historia, para que la poesía y el arte nunca paguen de alejamiento del hombre, de una posible deshumanización; son verbos tales como «soñar», «ver», «oír», «hablar», «escuchar», «caminar». Para expresar «una honda palpitación del espíritu,,, en respuesta animada al contacto de! mundo». O sea, que Machado, con Mairena o sin él, tiene lucidez solidaria siempre. Fraternalmente. Caminos para hallarse junto al paisaje, y aunque nacido (por azar] en Sevilla, nos confiesa: yo tuve patria donde corre eí Duero por entre grises peñas, y fantasmas de viejos encinares, allá en Castilla, mística y guerrera, Castilla la gentil, humilde y brava, Castilla del desdén y de la fuerza... Romanceados versos de «La tierra de Alvargonzález», caminos para las palabras y para los hombres que las pronuncian. Lo mismo en la realidad que en el sueño, ya que, nos dice: ...caminos tiene el sueño y los tiene «sobre la tierra amarga». Por ello es cansino el caminar; no se olvide: ...yo caminaba cansado 784 y es que se recuerdan conocidos versos machadianos: He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas... Siendo, como es de veras el caminante, «suma del camino», «viajero / del áspero camino». ¿No es actividad creadora del existir? Claro que sí, el camino se forja: Yo iba haciendo mi camino A veces, ni eso; no se puede caminar, no se puede hacer el camino, no le dejan a uno. Como no te dejan íiabiar o escribir; e-i camino es libertad. Para integrarse al paisaje, y en camino de canciones o en camino coíoquiaí, o en el ssndero del nacer y del morir. Viajero eterno el hombre, y más aún el poeta. Hoy, ahora, o «cuando llegue el úía deí último viaje», caminar por loo campos de fuera, ios de España, y por los campos de dentro, los de las entrañas, Es desnudez cuando se es sincero, caminante de un «amargo caminar». Asimismo, se forjan horizontes e ilusiones. Cabe acompañarle al poeta, y su soledad ss fíena de presencias: Yo voy soñando caminos de ¡a tarde. La tarde, y la mañana, la amanecida del'hombre en su cotidiano canto de vivir, la experiencia, los caminos que le llevan hasta tierra gala, y allí en Collioure, frente al Mediterráneo, el camino es memoria, hoy y ayer y mañana, con «estos días azules y este sol de la infancia», y eran días febrerinos, en 1939... Caminar es, tal vez, la palabra más significativa de las dominantes en Machado. Lo suyo y lo de los demás, porque «el caminante es suma de camino». Lucidez y exigencia de ia participación humana. No puede olvidarse nadie de la realidad: Caminante, no hay camino, se hace camino a! andar. ¡Qué ley insoslayable! Lo recuerda de otro modo Machado y nos convence: Caminante, no hay caminos, sino estelas en la mar. 785 CUADERNOS. 304-307 (II).—11 ¿Nuestra trayectoria? ¿Lo que va borrando el tiempo? También hay caminos en el tiempo; o, por lo menos, el hombre es viajero por el tiempo. Caminar, desde el nacer hacia el morir, lento y constante camino. No cabe ausentarse de nada, es lo maíreniano, aquello de «¡Porque ya es mucho ir; volver, nadie ha vuelto!» Ya se ve, caminar hacia la nada, el camino hacia la muerte. Viajero con su dolor a cuestas, caminante con su esperanza ante los ojos. No queda más remedio que seguir así, norma de los siglos, y si acaso apasionarse en tal experiencia, proseguir sin hastío la historia que nos tocó vivir, la historia que nosotras hicimos o ahora forjamos, el caminar de todos en la ecuación viajera de cada cual. Machado va por amores y soledades, y nos da su propia impresión: Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre ía mar. Es decir, sobre la tierra. Por las moradas del hombre. Caminos por donde camina y reside el hombre. En la tierra, Soñando o sin soñar. Porque todo es transcurrir, «pasar». Para Machado, tal es ía perspectiva del hombre. Y más, naturalmente, en su España. Caminos de España, mésetenos y parameranos, junto a caminos del sur. 2.2. El tiempo Nos sirve de adecuada introducción un diálogo transcrito por Miguel Pérez Perrero (Vida de Antonio Machado y Manuel, Rialp, Madrid, 1947), no hay pérdida en las palabras empleadas, cuyo sabor general y hondo señala la huella y el rumbo de lo temporal en la concepción poética de Antonio Machado. En ambos hermanos surge la conversación acerca del fluir del tiempo en la poesía; «Tu poesía no tiene edad, dice Manuel a Antonio. La mía sí la tiene». Y éste le responde: «La poesía nunca tiene edad cuando es verdaderamente poesía». Pueden establecerse niveles de comparación y aducirse argumentos, pero lo dioho por Antonio Machado es importante. No tener edad la poesía, cuando lleva y conlleva sangre del tiempo, cuando rezuma historia del tiempo poético en su cuenta y canto. Cantándose lo contado, el lector se halla de buenas a primeras con una poesía arraigada. Y, nos dice Antonio Machado, precisamente por eso, es verdade786 ramente poesía. No tiene edad, pero no está fuera de la edad; es su esencialidad, Su solidaria y enriquecida soledad. Con Juan de Mairena del brazo, Antonio Machado esparce al viento la semilla de su poética: «La poesía es diálogo, el diálogo de un hombre con su tiempo». Al zafarse de vaguedades, queda dentro de la experiencia vivida, soñada, asumida. Y ahí surgen tres mundos temporales: a) real, cuyo itinerario es la vida sin escapatoria, lo vivido; h) poético, con símbolos y con memoria, para ir hacia el pasado, que lleva ai poeta al pretérito a ratos añorado, a ratos inventado; c) psíquico, y GÍaramente se especifica su significación, La poesía escoge su momento y sin maniobras de ninguna clase, ofreciéndose y acogiendo. En su trilogía de tiempos y mundos, los que acaban de citarse. En la claridad y en la sencillez. Todo ello acaso tenga sus raíces en la actitud pensadora del poeta, ya que es sabido que mucho le interesaba la filosofía, y durante su estancia en la capital gala asistió a cursos de Bergson, y luego, mucho más tarde, se interesó por la filosofía de Heidegger. Las nociones de «durar» y «esencialidad» siempre fueron atracción en Antonio Machado, en conciencia temporal y que nada de extraño tienen en quien se confesó como discípulo bergsoniano. Temporalidad que, pese a todo, acarrea su interpretación correspondiente. Temporalidad, fulguraciones, vibraciones, las gamas diversas y hondas del tiempo de los hombres, deí tiempo vital de historia y del pueblo. Tiempo, pues, de poesía machadiana. Tiempo de una poesía sin edad. Que [en «Los Complementarios») muestra ansia y angustia hacia ¡o que pensó en 1915-1920 y que es «captar el tiempo y eternizarlo». O sea, casi las cuatro estaciones de la instantaneidad. Así, lo temporal histórico y lo temporal existencial se funden y desembocan en el hombre-poeta, soñador solitario que puede ser testigo y actor del tiempo. ¿Contradicción en la aventura de vivir y escribir? No, ni mucho menos. Y dos estrofas nos recuerdan la postura machadiana en sus afanes concretos; por un lado: Canto y cuento es la poesía. Se canta una viva historia, contando su melodía. Y por otro lado, en cabal afirmación que se resume como demostración sin necesidad de pruebas, Machado dice: Ni mármol duro ni eterno, ni música ni pintura, sino palabra en el tiempo. 787 Todo eso es conocido, la lectura de la obra machadiana vuelve a subrayar los elementos del existir y, asimismo, la fuerza de los recuerdos, una memoria cooperadora, activa. Y cuando escribe que «por añadidura» se dará el poeta toda su resonancia anhelada, Antonio Machado recoge los latidos y las respiraciones del tiempo que se vive, y que. puede ser también «viveza lógica y gracia» en e! lenguaje, esto es, en el imperativo diálogo. Y recuérdese que en la temporalidad del verso, el poeta escribió: «converso con eí hombre que va siempre conmigo». Pensamiento y acción, Que Juan de Mairena, dándole vueltas al asunto, acertó a proclamar de otro modo: «... si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado». Tiempo de la actividad junto al tiempo da las interioridades. Ansia que también una copla dada en la prosa maireniana explica e! temar popular de! tiempo machadiano: La pena y la que no es pena, tocio es pena para mí: ayer penaba por verte; hoy peno porque te vh Fluyendo, vive la pena, y en oscilaciones de tiempo persiste y vive la pena; ¿no se retrata así e! diálogo íntimo del poeta, su preocupación? La homogeneización de! eco, la gracia canlarina del recuerdo (esto es, de lo que cabe contar) es luz. Arranque que se expone en «Retrato»: Mí infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; y el tiempo puede añadirse y sumarse, una agregación de años, muchos más de los veinte que Antonio Machado ya indicaba. Era entonces. Y siguió en tierra de Castilla hasta casi su muerte. De aquel tiempo, y sobre todo de la memoria sensible de tierras del sur, subsistía la luz. La luz de la infancia, la luz de la ciudad andaluza donde naciera el poeta. Y se recogía asimismo en la linde del morir. La trayectoria fue de mucha duración, esto es, simbolizaba su vida entera. Así: Esta luz de Sevilla... Desde esa frase, en una de ios sonetos de «Nuevas canciones» (1917-1930] se puede establecer un puente directo con el tiempo de 788 la memoria, pasándose a otra frase escrita en febrero de 1939 y que siempre irrumpe como hermosura machadiana del hombre y de su soledad creativa; me estoy refiriendo, lógicamente, a: Estos días azules y este sol de la infancia. La poesía machadiana llevaba sangre de tiempo, el poeta se sentía recorrido por el tiempo. Una anulación de años, el tiempo es instantaneidad y es eternización. Lo es para todos los poetas. 2,3. El sueño Como común medida (y no denominador común) la distancia entre tiempo y sueño, las vueltas de la noria. En madurez representativa de Antonio Machado. Soñar, y ritmos de ensueño. Cascada, o surtidor, pero nunca riada. El sueño, como arroyo lento y pausado. Algo que viene a ser un caminar fuera de existir, y a ratos casi irse fuera e! tiempo, una sueñística siempre presente en Antonio Machado. Evoquemos así: Yo he visto mi alma en sueños cual río plateado. Situación que se observa en «Soledades, galerías y otros poemas», y luego puede ocurrir que el río se vuelva espejo, pero siempre dentro de! soñar. Paisajística no puramente inventada, sino entrevista, es decir, soñada. ¿Añorada en sueños? Es muy posible. Sin excesiva evasión. El soñar esperanzados Espectáculo del vivir, que el poeta acogía y modelaba en su sentirnentalidad, y que nos dice que veía «en el profundo espejo de mis sueños» («introducción», en «Galerías»). Pero todo Machado está lleno de sueñística, y desde io concreto saltaba el poeta a lo abstracto, yendo hacia los símbolos soñados. Incluso sueños de! paisaje, el sueño del mar por ejemplo, «¡Castilla, hacia la mar!». Emoción oura y ahondante, pregonada como despertar ante la Inmensidad de lo real y de lo histórico. Es cual trampa engañosa. Y en el «cancionero apócrifo», según Abel Martín, Machado nos lo advierte: Malos sueños he. Me desperté. Es io que asimismo nombra «los sueños dialogados» (en Nuevas canciones). ¿Es por que se dirigía el poeta a su soledad, su «sota com789 pañía»? Es tensa la realidad del ser machadiano, y en uno de los sonetos de esos sueños dialogados, léese: Con el incendio de un amor, prendido ai turbio sueño de esperanza y miedo, yo voy hacia ia mar, hacia el olvido... La potencia dei soñar, la posibilidad de realizar y de escapar, • el poeta con su corazón eternamente preocupado, y acaso por ello (amores con rosa de los vientos) sin cesar de verse « p r e n d i d o / a l turbio sueño de esperanza y miedo». ¿Es, asimismo, la línea de separación entre las dos vertientes de! hombre que piensa, soñar entre la esperanza y el miedo? Con tamaña andadura de los días, el poeta adopta otra orientación: No duermo por no soñar. Nos lo dice desde Valencia, en meses finales de su existencia, tras haber recibido con la guerra el tajo definitivo a su último y tardío amor, «la soñada miel de amor tardío» y cuando «al revivir su rojo Romancero», el poeta «recuerda las tierras de Soria» o su «Sevilla infantil ¡tan sevillana!». ¡La guerra! El poeta anda sin sosiego, todo es vivir al día y muy alerta; así se lo expone a las juventudes en el himno Alerta, para que el sueño no invada todas las comarcas de la sensibilidad y deí cotidiano vivir en horas de amanecida y profunda noche: ... ¡Ay del dormido, del que cierra los ojos, del que ciega! Poesía escrita en tiempo conflictivo de guerra, en palabras rezadas a solas o en los mil sufrimientos de todos, y así piensa ei poeta, es su única posibilidad. La dictada por la vida de España. ¿Qué ensueño puede borrar la tragedia con sus zonas de esperanza y miedo? Medita en el día, «pienso en la guerra». Vivir dialogando, morir dialogando, escurridiza alegría del lenguaje, y adiós a los ensueños ante las oias azules del Mediterráneo. Con sus recuerdos en las venas. Tal- vez con imposibles sueños, retorciéndose los dedos por impotencia y con lágrimas en ios ojos, es decir, soñando de veras, el ensueño que era lo que de su existencia no se escapaba. E¡ poeta atado a su sueño de España. Su vida fue endémico soñar. Todo era empuje al ensueño. Amores apenas gozados, vejez prematura, dolor en lo hondo de las palabras más o menos secretas. Los cauces de sus 790 estrofas tenían que acarrear, por fuerza, el sueño de los hombres, el sueño de la amada, el sueño de España. Pero, ¿es que la aleteante vida intuitiva de un poeta puede ignorar ia savia del soñar? Sí, sentir lo que existe y nos rodea, ver cuanto puede acontecer, la totalidad poemática es como la totalidad vivida. Porque, ¿no se trata de convergencia? En Antonio Machado se destaca el sueño como animador de la poesía. Un sueño de no dormido, para conservar intacta la sangre vivificadora. De otro modo, durmiendo, se soñaría «mal», sería ía falsedad del sueño, \a descarnada silueta del soñar, la invención y no la palabra puesta donde debe estar: junto ai pueblo, en Ja sentímentalidad analizadora y lúcida. El poeta no puede dormir, pero el sueño es imán, el ensueño encauza verdades. Para Antonio Machado, el ensueño lleva heridas, es sueño malherido. Ensueño de amor y de esperanzas. JACINTO-LUIS GUEREÑA 37, Avenue Maree! Castíé TOULON (France) 791 ANTONIO MACHADO ANTE LA CRÍTICA* Antonio Machado es uno de esos escritores que cruzan por la historia de un país de suerte ya imborrable. Con rastro indeleble, en efecto, porque conciertan vida y obra y pasan interpretando paisajes, gentes, sentimientos, sueños, pasiones, vida... Difícilmente encontraríamos un poeta que nos transmitiera mejor el lenguaje de los panoramas más gravemente nuestros. Su voz sonando entre los árboles: los ciaros limoneros del sur, que hablan un idioma dorado de infancia. Las negras encinas de tierra adentro, con palabra de austera raigambre. Los olivos de plata, sonando a antigüedad andaluza. Los álamos en sueno de canción amorosa, a! borde de los largos ríos que cruzan Castilla y buscan la muerte azul de! mar. Machado es, en gran parte de.su obra, rabiosamente tierra. No tenía más remedio que morir tan pronto como le acosó el exilio. Murió enfermo, padecido de tiempo atrás, io sabemos. Pero la verdad es que no se concibe la mayor parte de su obra desvinculada de su tierra, errante en un peregrinaje como el de Juan Ramón Jiménez o el de León Felipe. ¿Cómo hubiera podido cantar Machado fuera de España? ¿De qué forma hubiera sonado su voz, como una rama desgajada? Juan Ramón se salva por su estética mística, por su trueque de la poesía en una suerte de religión. Por otra parte, Juan Ramón, en su gabinete de trabajo, estaba tan aislado del mundo como en un laboratorio espacia!; ya se lo dijo Rafael Alberíi, y él mismo lo reconoció. León Felipe se salvó por su alma ecuménica, por su concepto del hombre universal, único, fraterno, sin fronteras, sin pasaportes, sin trabas administrativas ni políticas. León Felipe lo mismo estaba en Almonacid de Zorita que en la Guinea Ecuatorial. Juan Ramón era un místico de la belleza. León Felipe era un anarquista lírico. Machado era un poeta del camino y del tiempo: del camino concreto que es tierra y del tiempo concreto que es vida. * Conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura. 792 El Modernismo, ai que Machado nació, proponía un afán cosmopolita, una inquietud viajera que en nadie mejor se delata que en el propio Rubén Darío. Rubén liega de lejanas tierras, como el feliz caballero de su «Sonatina», a iluminar el rostro de ía princesa de la poesía española, que estaba pálida y triste. Modernistas de primera hora, como Francisco Viljaespesa o como el propio Juan Ramón, realizarán grandes viajes. Machado, tras sus no dilatadas estancias en París (cuando fue con su hermano Manuel a trabajar en la Casa Garnier en .1899, -y a la cancillería de Guatemala en 1902), limita su radio viajero a ¡as provincias de los institutos donde profesó ía enseñanza, y a excursiones locales por los amados rincones de Castilla y de Andalucía. Pasó fugazmente otra vez por París, en í9tí T y el doloroso suceso de la enfermedad de su mujer, Leonor, quizá le amargase para siempre el recuerdo. Juan Ramón Jiménez creyó verlo así, influido por un provincianismo peyorativo, disminuido por la vida sin horizonte de las pequeñas ciudades estancadas. Para Juan Ramón, Machado se pierde al abandonar sus espejos, sus galerías, sus laberintos maravillosos en que. se aliaban la estela simbolista y el rastro becqueriano. Para Juan Ramón, se pierde Machado cuando se va a enseñar francés «con énfasis doctoral», según ía expresión exacta que emplea y que, francamente, no sé en qué !a funda, porque no me parece que haya pruebas de que don Antonio fuese dómine enfático; más bien las hay de su benevolencia y de su escepticismo también ante la propia labor docente. Está claro que para Juan Ramón, el mejor Machado es el del primer libro, el de Soledades, editado en 1902, lo que no deja de ser un juicio mortificante. Y aquí comienza la variada valoración del poeta, que va a distanciarse de buena parte del quehacer modernista; que va a pretender —según él mismo escribió años más tarde— «un camino distinto», Juan Ramón asegura que ¡os jóvenes de su tiempo habían leído a Sos simbolistas franceses antes que a Rubén Darío. También es cierto que ya en ¡as tertulias de la casa de don Eduardo Bonet, ef gramático y ex ministro de la primera República, Machado defendía con fervor juvenil las anticipaciones modernistas de Saívadcr Rusda, que el añe 1892 publicaba su libro En tropel, con el famoso «Pórtico» en endecasílabos anapésticos escrito por Rubén Darío nada más venir a España, Pero es este último quien se alza como astro solar en su firmamento de joven modernista. «Yo fui modernista del año tras», ha decJarado el mismo don Antonio, En los últimos años del siglo se escriben los poemas Soledades: Por aquellos años era Rubén «combatido hasta el 793 escarnio por la crítica al uso» —es obvio que se está aludiendo a los juicios de Clarín—, pero era también «el ídolo de una selecta minoría», «Yo admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación», concluye Machado. Como un joven modernista va a ser, pues, lógicamente juzgado en su primer libro nuestro poeta. Resulta inútil hoy persistir en la oposición de modernismo y de noventa y ocho. Antonio Machado es, al filo del siglo, modernista porque no podía ser otra cosa, porque era un joven que respiraba el aire renovador de la literatura de su tiempo. La toma de conciencia subsiguiente a la crisis del 98 se irá perfilando lentamente y haciendo girar la cabeza hasta situarse el poeta en un ángulo de visión más constatador y testimonial. Lo que ocurre es que en todos los movimientos literarios hay matices; si se me apura un poco y no se me toma a politización inconveniente, yo diría que en todos los movimientos literarios, como en todas las agrupaciones humanas, hay derechas e izquierdas, esos términos tan execrados, tan vilipendiados pero tan necesarios para definir expresivamente, y que en literatura son, en definitiva, un trasunto del inevitable clasicismo o romanticismo. Dentro de la corriente llamada concretamente Romanticismo, en el siglo XIX, también tenemos un romanticismo tradicional y conservador en Zorrilla, y un romanticismo revolucionario y trágico en Espronceda. De forma semejante se dio un modernismo sensual y colorista y un modernismo intimista y exístencial. Y eso lo va a ver muy bien en la poesía de Antonio Machado el propio Rubén Darío cuando, en 1906, al redactar su artículo «Nuevos poetas de España», escribe: «Antonio Machado es quizá el más intenso de todos. La música de sus versos va en su pensamiento. Ha escrito poco y meditado mucho. Su vida es la de un filósofo estoico. Sabe decir sus sueños en frases hondas. Se interna en la existencia de las cosas, en la naturaleza», Darío escribe satisfecho de comprobar una revitalización de la poesía española y la. atribuye a la influencia modernista. En ese nuevo florecer piensa —reparemos bien en ello—, piensa que Antonio Machado es «el más intenso de todos». Unos años después, cuando Machado ha publicado ya Soledades, galerías y otros poemas, pero antes de aparecer Campos de Castilla, Rubén vuelve a escribir sobre su amigo. En «La Nación», el año 1909. «Es silencioso y meditabundo, Heno de honda y suave filosofía», dice, recordándonos versos de aquel poema con que le retratara algo antes: Misterioso y silencioso iba una y otra vez. 794 Su mirada era tan profunda que apenas se podía ver. Y añade: «Sabe traducir por su ciencia íntima todo ío que se ha vislumbrado del oculto idioma de las cosas desde Jámblico a Novalis.» Probablemente Rubén Darío alude aquí a Jámblico por la mayor tendencia mistagógica que dio al neoplatonismo, pero quizá fuese su maestro Piotino, con ía teoría del alma unitaria que recoge y sintetiza las sensaciones de los diversos sentidos, quien pudiera enseñar a Antonio Machado a superar los aspectos más sensuales de la simbiología modernista. En cuanto a Novalis, se comprende que fuera asociable su visión de un mundo misterioso con las visiones románticas de las galerías del alma. Antes que Darío, Juan Ramón Jiménez —amigo y compañero de Antonio Machado— resalta los mismos valores de Soledades. En un artículo de 1903, con bellísima prosa cálida y lánguida, alude a unas composiciones «misteriosas y hondamente dichas con el alma», a «novias místicas y visiones que nunca han sido novias» y al «extraño personaje que se forma de la penumbra y nos mira desde el fondo de los espejos». Lo misterioso parece que es, pues, lo que más interesa a los críticos en esta primera lectura de Machado. Un misterio envuelto en halo modernista: jardines y fuentes, y con una estirpe romántica que si Rubén emparenta con Novalis, Juan Ramón casa con Heine y con Musset. Los escritores que no comparten el círculo rubeniano, incluso aquellos que, como Maragall, pueden relacionarse en su lengua con movimientos afines al modernismo, hacen, en cambio, blanco de sus reservas al libro de Machado precisamente por la proximidad modernista. Así, el autor de «La vaca ciega» alude a Soledades con cierto tono elogioso, pero advirtiendo que «esta juventud está a menudo pervertida por Rubén Darío», La crítica no comprendió, con unas cosas y con otras, que, como una cuña en este libro de melancolía modernista, agravada de angustia existencia! por la fuerte personalidad del autor, en este libro subjetivo, donde el poeta sueña recorrer galerías del alma, está penetrando ya una visión realista. Es la del poema número II, el que comienza: «He andado nachos caminos./he abierto muchas veredas...», y concluye: «Son buenas gentes que viven,/laboran, pasan y sueñan,/y en un día como tantos/descansan bajo la tierra.» En este poema se canta a ¡as gentes campesinas de los lugares que recorrió, y se comparte su humilde destino. 795 Juan Ramón no pudo reparar en ese poema porque no figuró hasta la segunda edición, la de 1907, y su artículo es de 1903 y se refiere a ¡a primera. Pero sí alude a otro poema también de veta realista: «El cadalso». (De veta realista y de temática romántica.) «El cadalso» es aquel poema que nos hace pensar en la pintura negra de.Solana. Se trata de un cuadro sucinto: llega el alba como vaticinio funesto, hacia la mañana de una ejecución. Durante la noche, alguien alzó el tinglado mortífero. Fiel a su manera de hacer, el poeta asocia los sucesos humanos al paisaje: la amanecida no'es neutral, no llega indiferente al acontecer histórico, sino que se pintarrajea siniestramente con nubes rojas que, para mayor escarnio, son grotescas. (Con la grotesca mueca de la muerte, pensamos.) Tampoco el poeta es neutral, tampoco llega indiferente. Lo más probable es que desconozca quién sea ei reo; ignorará asimismo la causa. Pero con la simple y escalofriantemente sobria descripción nos hace comprender, sin saber bien por qué ni cómo, que opone cuando menos reservas y reparos a! «arte de matar» que de legajos y diligencias se deduce en triste ejercicio. Ya a! final, un verso sorprendentemente sugestivo apunta un dato que redobla el efecto emocional. Ei patíbulo era «de fresca madera». Y vemos el pueblecito serrano; vernos los umbríos pinares, el robleda! oscuro entre cuyos troncos creció éste recién cortado —«fresca madera»— para el amargo menester al alba. Apresurada desbastación del leño: el cadalso queda tosco. Las gentes leñadoras van y vienen con sus hachas, sus sierras, sus cantares opacos. Y en el vivo paisaje rural, el tachón de la horca. Con todo este terrible material en la pequeña caja del poema, a Juan Ramón ¿qué se le ocurre? Se le ocurre ¡imitarse a los valores estéticos, a imaginar el contraste de los ojos de! reo frente a la hermosura de la mañana. Tiene la ocurrencia de sugerir a Machado que cante a la novia del condenado, «fina y blanca bajo sus rizos», dice con una casi enfermiza idealización. Juan Ramón, ya en lo sucesivo, será un crítico duro para Machado. No le perdonará que haya abandonado aquella línea intimista y nostálgica y comentará, con deje despectivo, que hablar de Castilla es seguir, simplemente, una moda de la época. No comprenderá la forma entrañable —el modo, no la moda— en que la castellanidad cala en Machado, hasta convertirlo en la voz misma de aquellas tierras «tan tristes que tienen alma». Piensa Juan Ramón que Campos de Castiüa padece un exceso de descripciones y anécdotas, «con verso casadero», Exagera, entonces, la influencia de Rubén, como si no atendiese más que a la forma, a los alejandrinos, a los serventesios de ritmo mo79G demisía, y desprecia, en última instancia, o bien no es capaz de sentir, aquellos elementos que, en la línea abierta por Machado en Campos de Castilla, constituyen un nuevo, puro y valioso realismo. Juan Ramón no se da cuenta de que Machado, al inclinarse más a una visión crítica del mundo, ai hacerse ya —para decirlo con una frase consabida y aceptada— el poeta de! 98, ha pasado ele! impresionismo modernista al expresionismo más enérgicamente caracterizader. Pero Campos de Castilla sí fue certeramente interpretado por tres grandes críticos; por tres, a su vez, poetas, Un poeta filósofo: Unamuno; un poeta prosista: Azorín, y un filósofo de prosa poética y clara: Ortega. Griega publicó en 1912 un artículo breve, no detenido ni muy profundo, pero sí de visión, exacta y aguda. Es un artículo en caliente, nada más aparecer el libro. Machado para él nace de la renovación modernista, de la que rehabilitó el materia! poético tras un deleznable prosaísmo finisecular, pero a su vez recobrada la salud estética de las palabras, que es su capacidad limitada de expresión, salvado el cuerpo del verso, Machado resucita el alma lírica, que as el'alma del hombre. Ortega ve bien cómo Machado humaniza la tierra castellana y corno solidariza trágicamente a! hombre con los destinos de pegujal trabajado. También Azorín comprendió que el gran cambio de un libro — Soledades— a otro —Campos de Castilla— es una simple mutación de términos: en lugar de darnos el poeta con e! paisaje fe de su alma, nos da con su alma fe del paisaje. Eso es lo que yo creo que viene a decimos cuando escribe: «el poeta se traslada al objeto descrito y en la manera de describirlo nos da su propio espíritu». En cuanto a Unamuno, su identificación con Machado es, en muchos momentos, plena. (Ya le dedicó elogios en el ensayo «Almas jóvenes», de 1904.) Machado reconoció siempre el magisterio del rector de Salamanca y recibió su influencia en temas corno los de preocupación religiosa. Pero la influencia, a veces, parece recíproca o, como ha dicho Aurora de Albornoz, hay presencia recíproca del pensamiento de uno en el otro. Por eso acogió muy bien aquella humanización, aquel animismo que late en los paisajes dramáticamente castellanos, y en su artículo crítico pudo comentar: «Todo tiene un alma, y ese alma exige liberación.» La poesía de Machado, en efecto, es un ansia liberadora del alma de España. Pero hemos avanzado hacia ios años veinte. El Modernismo, como tal movimiento, no es ya sino la percalina lacia y de color perdido, que flota deslucida después de la fiesta. 797 Porque en 1924, don Antonio va a publicar su tercer libro: Nuevas canciones, cuando en la poesía española se hallan fermentando las estéticas de los «ismos». Recordemos que el manifiesto ultraísta es de 1918 y que ya antes Gómez de la Serna había lanzado una proclama de futuristas españoles, siguiendo a Marinetti. Para Guillermo de Torre, a la puerta de los años veinte, la renovación viene de ia mano de Ramón Gómez de la Serna, de Rafael Cansinos-Asséns y de Juan Ramón Jiménez. Machado, en ese momento, está marginado, no sólo porque se le eluda, sino porque expresamente el crítico de las literaturas de vanguardia nos va a decir que «hablar con relación a aquel tránsito (de la poesía) del magisterio de Antonio Machado, poco oído por entonces y recoleto en su provincia, son ganas de divagar entre ramajes». El propio Rafael Cansinos-Asséns confirma ese juicio marginal de Machado. Le dedicó en «El Imparcial» —agosto de 1994— un artículo a Nuevas canciones y, como el que no quiere la cosa, tras unas referencias a «II canto novo», de D'Annunzio, y a varias exclamaciones del salmista, cree necesario aclarar que en el título del libro machadiano el adjetivo es simplemente cronológico y que no comporta «ningún nuevo evangelio de arte». AI contrario: todo es viejo para Cansinos-Asséns en este,libro, todo son «inspiraciones antiguas». Para él, el poeta de Nuevas canciones es idéntico al de Soledades —afirmación bastante miope— y se asombra de que hombres como don Antonio hayan podido alguna vez ser revolucionarios en arte y acaudillar un modernismo literario, cuando sólo están «de cara a la España antigua». Que Machado no estaba de cara a la España antigua lo comprueba quien sepa leer, y su conducta de los años posteriores se encargó de corroborarlo. Cansinos-Asséns fue testigo de ello, porque sobrevivió al poeta. Yo le visité algunas veces por los años cuarenta. Me citaba en el portal de su casa del paseo de Menéndez Pelayo, y me hacía la visita paseando por el Retiro, que era para él casi un jardín doméstico. Procuraba tirarle de la lengua, y me contó algunas anécdotas sabrosas, pero nunca tocamos ese tema. Lo cierto es que Nuevas canciones aparece precisamente cuando la vanguardia se afianza en la poesía española. El paso de Vicente Huidobro —con la publicación en Madrid de «El espejo de agua»— dejó el germen de! creacionismo, y el surrealismo de André Bretón andaba ya a la vuelta de la esquina. Las nuevas corrientes se proponían «sincronizar la literatura española con las demás europeas, corrigiendo así el atraso padecido desde años atrás» —según decían— y postulaban una temática nueva, una exaltación de la metáfora y el abandono de la anécdota y de lo narrativo, sin supe798 ditar el poema al discurso lógico. Tan claro es que don Antonio Machado no iba por ahí como que en Juan Ramón Jiménez encontrarían los mejores grupos juveniles un mentor ejemplar. Las distancias entre ambos amigos, otrora corifeos de un mismo culto, ahondábanse cadavez más. Hay un comportamiento diferente, no obstante: Juan Ramón jamás descendió a entender las razones de Machado; al contrario, le zahirió con juicios mortificantes, como hemos visto, y con otros que he pasado por alto. Machado, en cambio, se interesó, hasta en alguna época se esforzó por una comprensión que no le era fácil y a la que no llegó del todo, pero nunca por cerrarse voluntariamente a ello, como prueban sus apuntes en e! cuaderno de Los complementarios, sobre libros de Gerardo Diego, de Moreno Villa, del mismo Huidobro, y como prueban los párrafos en que volvió a intentarlo, dentro del borrador de discurso para la frustrada recepción en la Academia. A fuer de objetivo, no cabe olvidar que alguna vez Machado expresó juicios adversos a la lírica, que él consideraba demasiado conceptual o barroca, de Juan Ramón. Los jóvenes que por aquellos años de Nuevas canciones están haciendo las primeras armas, como con frase técnica suele decirse, apenas reparan en la obra de don Antonio. Lo respetan, por supuesto. También el citado artículo de Cansinos-Asséns se adorna con unas cenefas de adjetivos corteses. Le tienen en cuenta al ordenar la famosa antología de Gerardo Diego. Pero no le siguen. La llamada generación del 27 no es una generación de lectores asiduos de Machado, aunque años más tarde las circunstancias españolas y los giros que se producen en las corrientes literarias lo alcen ante los ojos de algunos de ellos. Si acaso, habría que exceptuar parcialmente a Salinas, que, por otra parte, era el mayor en edad del grupo. Un joven poeta es por aquellos años Eugenio Montes, y es verdad que escribió en torno a Nuevas canciones una larga nota en la Revista de Occidente, pero como buen vanguardista se cuidó bien de hacer resaltar que la poesía machadiana se preocupa mucho de la realidad inmediata, en una época en que el arte quiere alejarse de la circunstancia. Piénsese, por otro lado, que uno de los más comprensivos frente a Campos de Castilla, Ortega y Gasset, ha cambiado la dirección de sus prismáticos. Más interesado por los fenómenos culturales en sí que por la poesía misma, la observación orteguiana se centra en el diagnóstico de un arte deshumanizado, de un arte artístico —valga la redundancia—, de un arte lúdico. El ensayo La deshumanización del 799 arte aparece en 1925: solo un año más tarde que Nuevas canciones. Ortega miraba ya hacia otros frentes. No. l a verdad es que Nuevas canciones no halló mucha fortuna en la crítica. Sobre todo sí descontamos el elogio de un incondicional, de un espíritu en muchos aspectos afín, como Luís de Zuiueta, quien ío saludó con mesurada y fina prosa en La Libertad. El que mejor hubiera podido analizar su poesía porque era, sin duda, uno de los críticos más inteligentes de su tiempo y poeta él mismo, Enrique Diez Cañedo, se encerró en una visión limitadísima y superficial de presuntas reminiscencias orientales. El trabajo apareció en El Sol. Se titulaba «Antonio Machado, poeta japonés», que ya es de por sí un título inadecuado y casi de broma, Los cantares y los proverbios, las canciones de tierras aiías y hacia tierra baja que aparecen en este libro tienen muy poco del. «hai-kai», si es que tienen algo. A mayor abundamiento, tratar así el libro es una parcialidad, porque supone el olvido injusto de otras páginas, corno algunos poemas donde hay algo del mejor Machado, Forzoso es reconocer eí mayor acierto de Gómez de Saquero, «Andrenio», quien rechaza el orientalismo de Nuevas canciones a fuer de templo andalucisía. Además, «Andrenio» valora el dominio métrico de los poemas mayores del libro y superpone la importancia de la emoción y de ia impregnación filosófica que los poemas muestran. «Andrenio», en plena vanguardia y a despecho del magisterio juanramoniano, concedía a Machado el «título de príncipe de los poetas españoles». Este título, algo pomposo, no es, por supuesto, acogido con entusiasmo (ni mucho menos) por los jóvenes. Por ejemplo, Jorge Guillen, que entonces publicaba una sección de «Correo literario», firmada con el pseudónimo de Pedro Villa, en el diario La Libertad, de Madrid, lo aludirá brevemente diciendo: «Antonio Machado, ai que algunos llam&rx príncipe de los poetas españoles...» Ya se percibe que el tono dista de revelar adhesión fervorosa. Por los años de ia República, la generación del 27 cuenta con un excelente crítico: César Barja. César Barja se fue pronto a Estados Unidos y ejerció como profesor en la Universidad de Los Angeles. Hasta 1935 no aparecen, con otros ensayos en torno al grupo noventsiochista, sus trabajos dedicados a la poesía de Machado. Yo me atrevería a decir que César Barja es el comentarista que ofrece, hasta ia guerra civil, la más completa visión de conjunto sobre nuestro poeta. Tiene aciertos superiores a la mayoría de los que le precedieron, como es eí descubrimiento en Machado de una psicología anterior a lo propiamente filosófico, o como percibir el matiz épico que acompaña a su poesía, exaltada, a veces tópicamente, como un puro lirismo melancólico. En 800 !a inevitable opción de modernismo y noventaiochismo, Barja adelanta unas calificaciones de femenino para lo modernista, frente a masculino para lo noventaiochista, que luego resurgirán, más ampliamente, en Díaz-Píaja. También es Barja el primero que, sin ambages, reconoce que los movimientos de vanguardia —a los que caracteriza ante todo por ei inteiectuaüsmo— dificultan la plena aceptación de ía obra de Machado en aquellos tres lustros que van de poco menos del 20 a poco más del 30. Quizá se le vaya aígo la mano ai escribir rotundamente que no hay influencia alguna de Rubén Darío. Entre decir, como decía Juan Ramón, que «anda sobre Jas huefías de Darío», a decir, como dice Barja, que no hay influencia alguna, la cosa puede resultar des» orientadora. También, en mi opinión, le falta a Barja ver aquella presencia realista que apunta ya desde la segunda edición de Soledades. Pero, como digo, su va foración global es la más completa entre ¡as anteriores a 1936. Sólo a título indicativo, y aunque, en ei fondo, no sea demasiado relevante por varias razones, no deja de tener cierto interés el detalle estadístico siguiente: De ios ocho escritores estudiados por César Barja en su volumen Libros y autores contemporáneos, publicado en 1935, Machado es el que menos bibliografía logra en torno suyo. En efecto, Barja ofrece un útil repertorio bibliográfico sobre cada figura, y acopia 75 fichas para Unamuno, 42 para Baroja y para Ortega, 33 para Valle-lncíán y para Azorín, 31 para Pérez de Ayala, 30 para Ganivet... y sólo 19 para Machado. Con todas las reservas que se quieran, éste es un índice del interés desde el campo de los estudiosos y, por ende, un síntoma de ia escasa atención dispensada a don Antonio hasta la indicada fecha. Por si fuera poco, el clima polémico y de controversia en que se mueve ei país por los años treinta concita frente a don Antonio censuras como la de López Prudencio en ABC, en 1934, quien, envolviéndole en una prosa aparentemente ditirámbica, le reprocha sus huellas liberales, ínstitucionalístas y agnósticas. A la bibliografía acopiada por Barja hay que añadir —porque es justo y porque suponen una anticipación del cambio inminente— los artículos de dos jóvenes del grupo generacional recién incorporado: Leopoldo Panero, que resalta ya en 1931 el íntimo y suave equilibrio entre el paisaje y el hombre, y Enrique Azcoaga, quien ve especialmente la angustia y el dramatismo, en la poesía de Machado. Los artículos de Azcoaga aparecieron en los diarios Luz, en 1934, y Ei Sol, en julio de 1936. Pero la guerra civil se estaba echando encima, y Enrique Azcoaga es casi un p^eta de posguerra. Su interés es, repito, antici801 CUAOERNOS. 304-307 (tt).—12 pador; es, por así decirlo, la primera cabeza del puente que la juventud iba a implantar en el terreno de una crítica desatenta. En cuanto a la prosa, a las ideas desarrolladas por medio de los personajes interpuestos, los poetas apócrifos, los heterónimos de don Antonio Machado, hay que volver a Gómez de Baquero para encontrarlas acogidas con justicia. (Sabemos, desde luego, que es difícil e incómodo para la crítica valorar en otro género a quien ya se colgó una etiqueta.) «Andrenio» capta en seguida la importancia de los dos «Cancioneros apócrifos» ai aparecer en el volumen de obras completas, edición de 1928. Los considera «ensayos de filosofía de la literatura». Sabe ver un Machado filósofo y crítico literario. No es, naturalmente, el estudio a fondo que después hará Antonio Sánchez Barbudo, pero es mucho más que la superficialidad con que varios comentaristas han pasado sobre estas páginas de nuestro autor, mal leyéndolas con frecuencia.. «Andrenio» se asoma al «Arte poética» de Juan de Mairena; glosa la metafísica del amor y la lógica temporal de Abel Martín, y se siente inquietado por las aseveraciones solidarias y humanistas, a! punto de concluir: «Las opiniones de Mairena son capaces de producir una guerra civil poética.» He dicho en otra parte que no fue una guerra civil poética lo que se produjo, sino una auténtica y trágica guerra civil, tras de la cual la valoración de Antonio Machado cambiará totalmente de signo. La poesía no es algo rígido, estático, predeterminado, doctrinal. Yo la veo como un río más que como un espejo. Yo ¡a veo como una pez más que como una estatua. Como un pájaro, mejor que como un capitel. La poesía no es algo químicamente puro, sino un compuesto en el que se alian varios ingredientes. La poesía se implica en la sensibilidad, en la emoción colectivas, y si es verdad que puede influir en el gusto de las gentes, también resulta influida a su vez por esa tendencia selectiva. Si la poesía se limitara a influir, sería didáctica. Si la poesía se limitara a ser influida, sería imitación. Pero la poesía arrastra en sus fluyentes aguas rastros de vida que fueron emoción, sentimiento, placer, pena, amargura. Es una creación humana surgida de una extraña y compleja materia, y no responde sólo a razones de estética, de belleza expresiva, de acierto metafórico, de gracia verbal, de sueño sorprendido o de chispazo de imaginación, aunque todo ello le ayude y enriquezca. Tampoco responde sólo a un sentido moral, a una visión trascendente, a un pensamiento grave o a un talante ético, aunque todo ello le dé dignidad y ansiedad. La poesía pienso que es el ser humano mismo. Sólo el ser humano es capaz de crear poesía; sólo él es capaz de sentirla. Nada es poé802 tico «per se», en tanto no lo canta el hombre, en tanto no lo mira con su mortal manera de mirar vivamente. La Naturaleza no es ni deja de ser poética: es el hombre, al contemplaría, quien crea desde su contemplación la poesía. Un mundo sin seres humanos sería, inevitablemente, un mundo apoético. La poesía es, pues, una manipulación humana, un artificio humano: el artificio que elabora el hombre con sus mejores y más hondas verdades. Quiero decir con todo esto que la poesía —compleja y varia— puede ofrecer en distintas épocas distinta comprensión, Hay épocas prósperas, épocas que llamaríamos, para entendernos, felices, en que prevalece la atracción de aquellos aspectos más alambicados y artísticamente superiores y más abstractos de la poesía, cuales son los valores estéticos. Hay épocas difíciles, épocas de crisis, en las que ante todo se busca el valor moral que la poesía conlleva. Quizá podríamos reducir lo que decimos de las épocas a los grupos sociales. Las circunstancias, la actitud de unos u otros tienen que influir en !a atracción de formas del arte. Pero esto nos llevaría lejos del tema machadiano en sí. Lo que me propongo es señalar la toma de conciencia que se produce en la poesía española de los años cuarenta, en relación con los hechos históricos y con las realidades sociales, y el talante realista que va tomando cuerpo y que culmina en la década de los años cincuenta en el fenómeno, muy significativo, de la poesía social. Por su parte, la filosofía de la existencia probiematiza la vida humana y, a su luz, vuelve a sentirse la poesía como una experiencia vita!, no ya como un ejercicio intelectual. Esta es la época en que la obra de Antonio Machado entra en una valoración distinta. Primero porque, al considerarse la poesía como una experiencia humana, vida y obra se consideran unidas; después porque la visión realista devuelve a la poesía una función testimonial. También hay una parte notable de la crítica de posguerra que ve en Machado los atisbos de preocupación religiosa. La busca de Dios que aparece en los primeros libros y que vuelve a asomar como restos de un naufragio, por las breves olas de sus proverbios y cantares. Versos como el que cierra uno de los poemas más de matiz existencia!: «Siempre buscando a Dios entre la niebla» o aquellos, de índole mística, en los que sueña con una fontana, con una colmena, con un sol radiante, para concluir con e! sueño de Dios 803 mismo, dieron pie para estudiar la inquietud religiosa, de estirpe unamuniana, que convierte a Machado, parcialmente, en un poeta de angustia divina. No es posible olvidar que una vertiente de la poesía joven entonces reinstauraba por aquellos años la temática religiosa, mucho menos visible en las generaciones anteriores. AI mismo tiempo, los críticos de formación filosófica profundizaron desde una motivación metafísica en las galerías del alma que el poeta cantó, pero ya no viéndolas como una evasión modernista, semejantes a las evasiones hacia la belleza que otros discípulos de Rubén protagonizaron, sino como caminos hacia lo trascendente. Por la misma época se aborda el estudio de las huellas de la generación del 98. Ese estudio tuvo evidente oportunidad, porque las situaciones históricas no dejaban de ofrecer aspectos relacionables, y la prueba está en que algunos poetas de posguerra, saltando por encima de tres generaciones, van a conectar, por temas aun por actitudes a veces, con aquellos escritores de primeros de siglo. No podemos detenernos en este punto, pero cabría citar a poetas como Vicente Gaos, como Victoriano Crémer o como Ramón de Garciasol. El mismo Blas de Otero de los sonetos de agonía unamuniana. Un Machado noventaiochista emerge así de libros como La generación del 98, de Laín Entralgo, o Modernismo frente a 98, de Guillermo Díaz-PIaja. Machado se asemeja a Azorín y a Unamuno en «una visión y una pasión de España y de su historia que se interpone entre la pupila del poeta y la tierra que canta», convirtiendo de manera peculiar «la tierra en paisaje, la materia telúrica en materia poética». Con ello, Machado se nos presenta como «uno de los primeros configuradores de esa sensibilidad de su época». Se ha tratado con cierta injusticia a Machado, no ya al rechazar con dureza sus poemas más polémicos y realistas en torno a situaciones sociales, sino sobre todo al estimar que los noventaiochistas, y concretamente nuestro poeta, se manifiestan con un mal concepto del hombre campesino que habita las tierras cantadas. Es verdad que los versos de algunos poemas nos hablan de que «abunda el hombre malo del campo y de la aldea capaz de insanos vicios y crímenes bestiales que ba¡o el pardo sayo esconde un alma fea esclava de los siete pecados capitales,» y otras estampas feroces de las gentes de vida acosada y sombría. Pero es claro que en la poesía testimonial que Machado está escribien804 do no se condena la maldad de! hombre en principio, sino que se persigue una denuncia de la miseria, la ignorancia y, en definitiva, la injusticia que lo relegan a tan ínfima condición. La dicotomía de Díaz-PIaja es muy precisa. Los elementos modernistas se presentan nítidos y muy diferenciados de los del 93, y en estos últimos queda definido y encuadrado nuestro poeta, casi indemne de la huella rubeniana. Aunque muy escuetamente, esto lo había apuntado César Barja, como antes se anotó. Vemos, pues, una nueva consideración de Antonio Machado, que se basa precisamente en el resalto de los aspectos más testimoniales o comprometidos de su obra, y de la invasión en ella de su personalidad humana. Es indudable que Machado ha ido haciendo su ruta poética —se hace camino al andar— desde el subjetivismo idealista de sus primeras galerías del alma, de las que sale para mirar (los ojos bien abiertos, alerta la conciencia) las duras tierras castellanas, y camina hacia la objetividad y la fraternidad como elementos sustanciales de sus obras siguientes. Es cierto que del símbolo inicial ha pasado, en lenta elaboración apasionada y meditadora a la vez, a un concepto temporal y realista. Pero todo eso, en buena medida, se había producido ya en 1936. ¿Por qué es r entonces, a partir de los años cuarenta cuando su valoración cobra grados, cuando reclama el interés mayor, cuando los poetas se impregnan de su influjo y cuando la crítica se vuelve unánime a contemplar, explorar, indagar sus predios? A mi juicio acontece, ni más ni menos, que las circunstancias de toda índole: sociales, políticas y económicas del mundo, y concretamente de nuestro país, han hecho cambiar la postura del poeta ¡frente a la sociedad. «No brotan ideas de las peñas», dijo una vez —a raíz de la prímsra guerra mundial— don Antonio. Nada más cierto. Pero ios puños —de Sos que, repitamos incansablemente, no brotan ideas— trastornan las situaciones, modifican las circunstancias, obligan a nuevas posturas. Y las nuevas posturas traen consigo nuevas ideas y, sobre todo, nueva comprensión. Tras las dos guerras sucesivas, la nuetra y I-a del mundo, han cambiado mucho las cosas. El poeta ya no se puede considerar un ser superior. Se han derrumbado las torres de marfil. El poeta ya no puede sentirse como un elegido. Las rocas son muy bellas, pero crueles al lado de tanta amargura. Eí posta ya no se siente un ser aparte. La poesía no puede ser un juego para iniciados. El poeta siente que es uno más entre las gentes de su tiempo. 805 Cambia la actitud del poeta, en efecto, frente a la sociedad en que vive, y comienzan a cumplirse las que llamaríamos profecías machadianas. Los temas que se buscan están en el hombre mismo, en su vida misma; í-a manera que se busca es más directa de expresión. No hay un lenguaje específicamente poético, e incluso e! lenguaje coloquial, el habla de todos los días, entra en el poema, que desmitifica así un prejuicio de pureza artística. No se concibe la poesía como un fin en sí misma, sino como un medio de comunicación y de solidaridad. No se entiende la poesía sólo como una creación de belleza, sino como un testimonio. El posta se compromete con su tiempo, y la ética prevalece sobre la estética. No hay escape. El reino de la poesía es de este mundo. Don Antonio Machado tenía razón. Ese creo yo que ha sido el motivo principal de que proliferaran los estudios sobre su obra. Los poetas del 27 —cuyo cambio de actitud es indudable— ahora se acuerdan de él: le elogian y'comentan. Los críticos analizan su pensamiento y su fusión con el pueblo y la historia. La inclinación hacia el realismo que la poesía española muestra en los años cincuenta permite que un antologo, José M. Castellet, coloque a nuestro poeta como sombra mayor de un vasto panorama época!. La visión,, pues, ahora es múltiple. Como combinando las piezas de un puzzle se da con la estampa final, no basta hoy un solo libro de los muchos —y algunos excelentes— que han procurado reflejarlo (casi siempre atrayéndolo a un espejo de aguas propias). Hay que completar las distintas imágenes. Quizá el afán excesivo de centrar exhaustivamente el aspecto nov-entaiochista, o tal vez el temor de que sobrenade con relevancia demasiado visible su talento democrático y su actitud junto al pueblo, ha encaminado otros estudios de la crítica actual a un retorno hacia bases de partida, hacia el simbolismo. A la vez, acaso la preocupación por el supuesto deterioro de la estética en contacto cop un bagaje moral y aun político pudo hacer urgente su análisis con óptica purista, con técnicas que excluyen toda contaminación anecdótica o huella extrapoética. En ese campo de la estética se quiere ver también una falta de adecuación entré ¡as ideas renovadoras y ía forma tradicional. Eíio entraña un reproche en cierto modo semejante al que ya hteo CansinosAsséns al hablar de Nuevas canciones, como antes vimos. La base de esta reserva está en la teoría de que una poesía renovadora de fondo ha de ser formalmente renovadora también. No estoy convencido. Creo que toda gran poesía es siempre reno306 vadora. Lo que contagia renovación, !o que la propaga, es el talante, ei tono, la tesitura. Esto, de por sí, ya transforma los poemas, los versos, las palabras, en algo nuevo, en algo con valor expresivo inédito. Una misma palabra según quien la pronuncie, según cómo, puede tener diferentes sentidos. Lo que convierte a una poesía en renovadora es su capacidad de transformar la sensibilidad de los lectores, y ello puede lograrse con formas expresivas sorprendentes: por ejemplo, el superrealismo o bien con sacudimientos de conciencia mediante exposición de situaciones reales: por ejemplo, el reaíismo social. Una de las poesías más originales e inquietantes de la posguerra está contenida en el libro Ángel fieramente humano, de Blas de Otero, y su fórmula retórica es nada menos que el soneto. En el libro De un momento a otro, de Alberti, hay magníficas muestras de poesía revolucionaria escritas en serventesios alejandrinos. Y es que en esto de la estética, revolucionaria hay, creo que fatalmente, una noria que acaba por extraer la misma agua. O un círculo vicioso, para decirlo con frase convencional. Porque se pretende que un contenido revolucionario se vierta en una expresión revolucionaria también, cayendo en el peligro clarísimo de que esa nueva experiencia formal absorba la atención basta dar en otro esteticismo, esto es, en un arte por el arte de matiz ya nada revolucionario. Quizá esta sea la causa de que en los períodos de política revolucionaria se fomente un arte academicista. Pero todo esto no nos interesa hoy, en estos comentarios sobre Machado, sino para acoger con reparos, yo creo que muy fundados, ias objeciones que algún sector de la crítica actual formula a su obra. Son todos los enfoques útiles, coeficientes en la más facetada comprensión de esta alta y admirable obra poética, pero pienso que hay que ir a ella sin prejuicios. Don Antonio Machado es una personalidad recia y su obra es coherente. No es menester disculparle de nada ni pasar por alto mácula alguna. Yo me lamento de que, ya más de una vez, se haya creído necesario recordar con motivo de algún poema suyo nombres, totalmente inoportunos, de modernistas menores. Por supuesto que se hace con matiz peyorativo y aludiendo a u\\ modernismo huero, sonoro, al que asoman pasamanerías marciales, cuyo paradigma descansa en los ciaros clarines y en la espada que se anuncia con vivo refíejo desde el escenario de ¡a rubenmna «Marcha triunfal». Pero sólo aludir a ese modernismo de oropel cuando se habla de Machado es ya injusto porque, como he escrito en otra ocasión, y voy a repetirme, 307 existe una profunda diferencia. Aquel modernismo superficial está hablando en falso, está inventando y recreando tipos de leyenda imperialista, en una especie de «pastiche». Machado está hablando de verdad, está creando y viviendo auténtica historia de España. Por otra parte, no ha sabido ver la crítica en esa presencia de signos militares que con demasiada facilidad asimila a regustos modernistas la posible revelación de un rasgo del carácter machadiano que aparece oculto y desde luego contradictorio con su más acusada personalidad. Me refiero a que algún secreto ímpetu llevaba emparejado con su radical bondad. Un deseo de acción que convierte en pruebas no simplemente estilísticas versos como «dejar quísiera/mi verso como deja el capitán la espada», en el poema «Retrato». O cuando en un soneto de última época le dice a un jefe militar: «si mi pluma valiera tu pistola/de capitán, contento moriría». O, en un poema a España, ve a ésta surgir «con un hacha en la mano vengadora». No; todo esto no es lastre modernista, sino la corroboración poética de un rasgo psicológico que el mismo autor declaró en una nota autobiográfica de 1913 (dada a conocer por el doctor Vega Díaz en «Papeles de Son Armadáns», en 1965): «Mí vida está más hecha de resignación que de rebeldía, pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores.» He aquí algo que la crítica ha olvidado más de la cuenta. En fin, don Antonio, que era más bien escéptlco, si puede oímos y leernos desde algún rincón extraterresíre, seguro que se sonreirá con benevolencia y un poquito de guasa. Curado de espanto, no se asombrará de que, andando los años, después de haber llovido mucho, cuando ha pasado ya tanta agua bajo tantos puentes, vuelva hoy a percibirse el esbozo de un nuevo desvío. El arte, ya se sabe (y Juan de Mairena nos ¡o recordó más de una vez), eJ arte sufre movimientos pendulares. Hay quienes descubren el mediterráneo de audacias expresivas que no tienen por qué ser rehusadas, pero que son re-usadas; esto es: vueltas a usar y nada nuevas. Hay a quienes atraen más el interés poetas de mayor brillo imaginativo o la sorpresa de corrientes irracionalistas. Una poesía más abstracta e intemporal parece a algunos más valiosa. Frente a este deseo de intemporalidad de la poesía, nunca puede uno olvidar la parábola d° la paloma, que repetía don Antonio. La que pone de ejemplo Kant, y que soñaba volar en el vacío para eludir la resistencia del aire. Hay una paloma lírica que quiere eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno y quet como la paloma kantiana, ignora !a ley de su propio vuelo. 808 ¿Asistimos hoy a un neosurrealismo, a una vanguardia revivida? No importa. Machado dijo un día que su propósito era dirigirse a los universales del sentimiento, y supo que para hablar a alguien hay que hablar al hombre, y para hablar af hombre, hablar primero a un hombre. Ese lenguaje lo conocía bien don Antonio, Y hay un haz de sentimientos comunes, de emociones comunes que el hombre experimentará siempre. En las cuevas de Altamira o en los cohetes espaciales. LEOPOLDO DE LUIS Rodón, 12 MADR1D-20 809 ANTONiO MACHADO, CRITICO LITERARIO, ENJUICIA LA PROSA DE SUS CONTEMPORÁNEOS Antonio Machado, que ejerció en grado máximo su vocación de poeta y que explicó Literatura —a pesar de la nominación de su cátedra— no sintió excesiva pasión por las bellas letras, quiero decir una dedicación más allá de la de simple lector. La Filosofía constituyó su verdadera pasión de estudio, aunque siempre se quedara a medio camino en ese itínerar de Juan de Mairena y Abel Martín que pueden representar —como apunta Guillermo de Torre (1)— su frustración ante la filosofía; salirse por la tangente ante ei muro de los problemas filosóficos, puede que de envergadura superior a sus fuerzas. Las notas para el curso de Literatura que dictó en eS Instituto de Baeza en 1915, son un convincente documento de que Antonio Machado no sintió excesiva pasión por la docencia de la Literatura. Muy en contra de ío que, con excesiva pasión, apunta Casamayor (2), las notas para clase contenidas en su Cuaderno de Literatura, no presuponen un conocimiento meditado y reposado de Jos clásicos, antes bien, reflejan, en resumen, los juicios de Fitzmaurice Keíly en su famoso manual de Literatura, aun a pesar de que algunos juicios, como el ataque al Barroco, se encarnen en Machado como patrón y modelo de valoración durante toda su vida. Y no me interesa ahondar más en el profesor de Literatura, sino en el crítico de literatura, aspecto al que se ha prestado muy poca atención y que me parece fundamental en todo caso y ocasión para comprender y valorar rectamente la obra creativa de un escritor según su sistema de afinidades y preferencias, reeonstruibte a partir de los juicios de valor que formula. (1] Torre, G. (de): «Teorías literarias de A. M.», en «La Torre», 45-56 (1964), Recogido en «Antonio Machado» fed, R. Guílón y A. W, Phillips) Madrid, Taurus, 1973, p. 230, (2) Cgsamayor, E.: Antonio Machado, profesor de Literatura, «Cuadernos Hispanoamericanos», 11-12 (1949), pp. 481-498, 810 La prosa de Machado era un instrumento perfectamente apto para ejercer con enjundia y alcances ia crítica literaria, pero le faltó el talante crítico y él —quizá el único escritor de su época que mantuvo amistad con todos y supo mantenerse ajeno a las disputas— no adoptó ía incómoda actitud de juez del buen crítico ni, mucho menos, de¡ó que su pluma fuera conquistada por ia mordacidad, la envidia, la sátira, actitudes del mal crítico, frecuentes en sus contemporáneos. Y aun para su —en general— inofensiva crítica, Machado se oculta pudorosamente detrás de sus Abel Martín y Juan de Mairena que le permiten —como observa Gutiérrez Girardot (3]— censurar con humor inofensivo tanto acontecimiento reprobable, de la vida española y mucha nueva tendencia literaria con la que él no estaba de acuerdo. Su talante de poeta cercenó la autonomía de su prosa, de modo que ésta se supeditó a su labor creadora en verso, impidiendo un desarrollo autónomo de la agilidad e inmediatez que necesita la prosa de crítica literaria en periódicos. Machado no consiguió dar con la forma periodística y puedo adelantar que sus comentarios, con motivo de libros recién publicados o de movimientos literarios en candelera, son extraordinariamente escasos. Pero —en su caso— no puede establecerse una fácil equivalencia entre •labor periodística y labor crítica, pues los juicios de Machado no se formularon sólo en prosa sino en verso —corno muestran sus varios homenajes poéticos— y, además, junto a los esbozos de los Complementarios que se convirtieron en artículos, hay meditaciones que nunca publicó. Aunque el grueso de sus reflexiones sobre literatura lo constituyen fragmentos de Juan de Mairena, publicados en periódicos y revistas, recogidos —después— en libro por el propio autor o por editores posteriores (4), hay colaboraciones de Machado en diversos periódicos que obligan un breve excurso, antes de entrar en consideraciones sobre su labor crítica. Aunque nunca ejerciera con asiduidad la prosa periodística, la vocación de Machado es tempranera, si pensamos que ya en sus años de Soria fundó un periódico (Eí Porvenir castellano) junto con su amigo José María Palacio, director desde el año de su fundación, 1912. (3) Gutiérrez Girardot, R-: «Poesía y prosa en Antonio Machado», Madrid, Guadarrama, 1969, p. 132. Edita en cuaderno E. Casamayor, Bogotá, U. Nacional, 1952. (4) Puede verse; «Los complementarios y otras prosas postumas» (ed. G. de Torre), Buenos Aires, Losada, 1957; «Prosas y poesías olvidadas» (ed. R. Martínez López y R. MarrasL), París, CRIEH, 1964; "Antonio Machado Prose» [ed. Oreste ívlacri), Milán, Lerici, 1968; «AM. Antología de su prosa» (ed, Aurora de Albornoz), 4 tomos, Madrid, Edicusa, 5972; «Juan de Mairena», B. Aires, Losada (1949); «Los Complementarios» (ed. facsímil y transcripción de D. Ynduráin), Madrid, Taurus, 1972. Como estudio de conjunto destacaré; R. A. González: «La prosa de AÍW», Tesis Doctoral inédita, Univ. Puerto Rico, 1955, y las correspondientes introducciones a las ediciones citadas. 811 Ei periódico dura hasta 1934, en que desaparece cuando había alcanzado el número 1893. Pero las colaboraciones de Machado son muy escasas, tanto en éste como en ios once periódicos que existían en Soria por los años en que él fue catedrático de su Instituto General y técnico [5]. En 1922 volverá a colaborar —con cierta asiduidad— en otro periódico soriano que se autotituia independiente como El Porvenir castellano: La Voz de Soria, dirigido por Mariano Granados y desaparecido en 1936. Sus colaboraciones en Tierra Soriana, El Avisador numantino, son de escasísima significación. En carta a Unamuno (6) se queja, Machado, de que en Baeza no existe la intensa actividad periodística que encontró en Soria, aunque él apenas participara en ella. Colabora en el periódico de Baeza Idea Nueva, en 1915. Ese mismo año aparece una colaboración en el Boletín de la Institución libre de Enseñanza y en La Lectura, donde ya había colaborado en 1913. Hasta el año 1915 puede reducirse a lo que llevamos visto su colaboración en publicaciones periódicas, añadiendo un artículo en El País (1904), en La República de las letras (1905) y en el párlense Mundial Magazine, dirigido por Rubén Darío. Sólo en los últimos años de su vida menudearon las colaboraciones en periódicos. Podemos atenernos al siguiente índice sintomático, teniendo muy en cuenta que ni siquiera en esta escasa producción periodística lo dominante es la crítica literaria: 1917: 1920: 1925: 1928: 1929: 1930: 1934: 1936: 1937: 1938: Alfar; Nuevo mundo. El Sol; índice. Revista de Occidente. Gaceta literaria. Gaceta literaria. ABC. Gaceía literaria. El Imparcial. Heraldo segoviano. El Sol. Diario de Madrid. Ahora. Ahora. Servicio de Información (Valencia). España (portavoz de! tercer cuerpo de ejército). Nuestro ejército. 1938-39: Marzo de 1938 a enero de 1939, sección «El mirador de la guerra» en La Vanguardia (Barcelona). Mención aparte merece su estímulo a la revista segoviana Manantial, su colaboración en Repertorio americano de San José ds Costa Rica y —sobre todo— la asiduidad con que aparecen colaboració(5) «El Avisador»; «Defensor escolar»; «Heraldo de Soria»; «La Provincia»; «Tierra Soriana»; «E¡ Batallador»; «Ideal Numantino»; «Juventud»; «La verdad»; «Voz castellana». (6) Carta de AM a Miguel de Unamuno (Baeza, ¿1913?), Recogida en A. de Albornez: «Antología» (citada), I, pp. 102-107. 812 nes suyas en la revista Hora de España, desde el primer número (enero, 1937) hasta el último (núm. 23, 1939) (7). Excepto la asiduidad con que publica sus prosas en La Vanguardia y en La Hora de España ei resto de sus colaboraciones en publicaciones periódicas aparecen de forma aislada y totalmente excepcional. Incluso cuando se propuso dar vida a una sección fija —eí caso de «Los trabajos y los días» en El Sol (1920)— no pasaron de cinco las notas que envió. Machado no fue, pues, escritor de periódicos como ia mayoría de sus contemporáneos, ni para ejercer el comentario literario, ni el político, a no ser en 1938-39, cuando lo juzgó un deber a la par que ia puesta en práctica de la única actividad posible para él. Si a esto añadimos, como decía, que la mayor parte de sus colaboraciones periódicas no son de crítica literaria, podemos pensar que ia atención crítica a la labor de sus escritores contemporáneos no ocupó demasiado tiempo ni espacio en sus ocupaciones literarias, primaria y esencialmente poéticas y filosóficas. Pero dicho ya esto, podría llevarnos a engaño la afirmación de Guillermo de Torre: «de hecho no llegan a !a docena ios autores comentados por Machado con motivo de libros recién aparecidos» (8). Para comprender la actitud crítica de Machado ante la literatura contemporánea —y aquí quería llegar— habrá que echar mano, en esta ocasión, no sólo de sus colaboraciones periódicas, sino de la correspondencia, prólogos, homenajes en verso..., etc. que amplían, extraordinariamente, las perspectivas sobre el Machado crítico, y me permiten adelantar lo que debiera ser conclusión: ios juicios literarios de A. Machado no hay que buscarlos, primaria y exclusivamente, en sus .poco frecuentes prosas periodísticas, sino en el conjunto de su producción. Creo que por la altura de su creación poética, merece la pena tomarse la molestia de rastrear en su obra su sistema de estimativas, sus filias y aun sus fobias, fundamentales para enfocar su poética y su poesía desde otros puntos de ataque y aun por ei puro píacer de saber ío que gustaba y no gustaba a un poeta que nunca ejerció la crítica asidua de quienes escribieron por los años en que él nos estaba legando su «palabra en el tiempo». Enfocadas así las cosas puedo adelantar que los testimonios de su preocupación literaria son mucho más numerosos que lo que Guillermo de Torre señala. (7) Colaboraciones suyas importantes aparecen en [os números: 1; 2; 3; 5; 6; 7; 10; 11; 12; 14; 15; 16; 17; 19; 22; 23. (8) Torre, G. (del: Op. cit., p. 233. 813 LA CRITICA Aunque él no ejerciera de crítico literario, tenía ideas muy ciaras sobre la función del crítico, a tenor de ellas podemos explicar el que nunca se arriesgara a navegar por tan difíciles aguas: «Al crítico corresponde señalar todo fracaso de un propósito como defecto artístico (...) el crítico tiene el deber de señalar el fracaso con relación al propósito del artista y está obligado a descubrirlo. Guando ni por casualidad acierta a señalarlo, es el crítico quien fracasa» (Los complementarios, A. de Albornoz, Antología, II, p. 401; ed. D. Yndurain, D. 183). pero, a continuación, señala que no se podrá considerar fracaso del artista el que no cumpla un propósito que no se planteó, y esto le da pie para atacar a: «muchos pedantuelos malévolos e incomprensivos que cultivan, acaso sin saberlo, la calumnia literaria». No propugna con ello Machado la crítica benévola y meramente contemporizadora, sino que, una vez salvados los «valores» incuestionables de! XiX y XX, ataca sin medias palabras a la crítica dominante en su época y no ya sólo a los críticos que señalan fracasos con relación a propósitos que el autor no se planteó: «nuestra crítica no logra ser orientadora. Adolece de un defecto esenciai: su marcada tendencia a lo arbitrario. Suele hacer afirmaciones rotundas, sin mostrarnos el proceso ideológico por el cual llega a establecerlas. Es crítica de autoridad, en parte ' l a tonería crítica'» (La Voz de Soria, 1-IX-1922). y todavía matizará, en profundidad, ias características de la crítica do= minante: afán ditírámbico que aplaude sin haber leído; afán polémico; insuficiencia dialéctica; falta de objetividad —simpatía, antipatía—•; expresión alambicada y paráfrasis hinchada; fe en el silogismo; snobismo; narcisismo; tartarí ni smo (Ibídem). Aún serán más duros los ataques contra los espíritus malévolos que hacen crítica mezquina, los satíricos que fustigan con acritud, quienes sólo ven ausencias y no presencias. Nunca Machado defenderá e! rigor por el rigor, la inflexibilidad y no ya sólo en esa lección magistral de buen carácter a que ya me refería: juzgar la obra de acuerdo con los propósitos del autor, sino que, lisa y llanamente recomienda: «En general, yo os aconsejo que nunca os arrepintáis de los elogios sinceros que prodigáis a la obra (...) siempre estaréis con ellos más cerca de la verdadera crítica que si pretendéis de814 finir una obra por sus faltas o defectos» (Hora de.España, núrn. 22, octubre {Í938), pp. 14-15}. y todavía: «Si alguna vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no quiere decir tolerancia de ío ruin o conformidad con lo inepto» (Juan de Mairena, C, IV. A. de Albornoz: Antología, I!, p. 41). No renuncia Machado a la función esencial del crítico: juzgar, pero no sólo para señalar fracasos, sino con el ánimo templado por la benevolencia y ésta será su actitud aun cuando critique —por ejemplo— ía nueva poesía con la que no estaba de acuerdo. Pero en eí fondo sigue la inexcusable misión de juzgar, discernir para elaborar un juicio no siempre grato y esto no debió resultar demasiado tentador para un temperamento tranquilo y más melancólico que activo. Por ello no vendrán de su parte muchos intentos de renovación de esa crítica que tan agudamente definía en sus defectos, como hemos visto. SOBRE LA GENERACIÓN DEL 98 Machado consideró a los escritores del 98 como factores de progreso y renovación, hacia una España nueva y éi mismo participó de! común de ideas generacionales, en las que no hace al caso entrar aquí. No vio, porque estaba inmerso en ello, lo que en el 98 había de esteticismo y de falta de practicidad: Gíí Novales lo apunta muy certeramente: «Crearon, sí, una terminología, una conciencia de los problemas, pero en cierta manera escamotearon los verdaderos datos de la crisis española, sustituyéndolos por un vago misticismo estetizante, un falso culturalismo y el culto de sí mismos. La generación del 98 es, por antonomasia, )a generación escamoteadora [9), Muy lejos de ello, Machado afirma, con pleno convencimiento: «La llevada y traída y calumniada generación del 98, en la cual se me incluye (...) ha amado a España como nadie, nos duele España —como dijo, y dijo bien, ese donquijotesco don (9) Gi! Novales, A.: «Antonio Machado», Barcelona, Fonfarteíla, 1970, p, 33, Véase también: Rarnón Iglesias: «El reaccionarismo de la Generación dei 98a en «Cuadernos Americanos», México [1947), pp. 91-92. S15 Miguel de Unamuno— como a nadie ha podido dolerte jamás patria alguna. Pero los españoles habíamos soñado con exceso, habíamos vivido demasiado de nuestros antepasados. Nuestro sueño cayó con la bancarrota de las últimas empresas ultramarinas. La razón contundente de nuestros fracasos nos demostró que podía lucharse, pero no vencerse con lanzas de papel (...) y nos volvimos patria adentro. Había que poner un poco de orden aquí» (10). pero de modo mucho más contundente se expresará todavía: «Estos jóvenes —Mairena aludía a los que hoy llamamos veteranos del 98'— son, acaso, la primera generación española que no sestea ya a la sombra de la iglesia, si os place mejor, a la sombra de la sombra de la iglesia. Son españoles español ísímos que despiertan más o menos malhumorados al grito de: isálvese quien pueda! Y ellos se salvarán, porque no carecen de pies ligeros ni de plumas recias Pero vosotros tendréis que defender su obra del doble Index Lihrorum Prohibitorum que la espera: del eclesiástico indefectible, y... del otro. Del otro también, porque, frente a los que sestean a la sombra de la iglesia, están los que duermen ai so!, sin miedo a la congestión cerebral, los cuales llevan también el lápiz rojo en el bolsillo.» («Sigue hablando J. de Mairena a sus alumnos», Hora de España, núm. 3, marzo 1937, p. 11.) Machado, que se consideraba discípulo de los grandes maestros del 98 (entrevista en La voz de Madrid, 1938, formada por V.D.M.) aunque después —a pesar de Azorín—• se le haya considerado «el poeta del 98», ve con pasión y cierta extremosidad la actitud crítica de los escritores de esta generación que si actuaron de revulsivo en medio de la atonía general, no hay que olvidar, por otra parte, la enorme ineficacia de sus actitudes netamente individualistas. Con ellos comparte puntos de vista y actitudes que se rastrean no sólo en sus poesías sino en alguna de sus colaboraciones en periódico, aunque —como apunta Gil Novales (11)— logró superar los condicionamientos —desde el punto de vista literario— de modernismo y noventayochismo, que constituyen parte importante en la constitución de su obra literaria. Por de pronto, los dos textos dedicados al 98 nos muestran hasta qué punto interesaba a Machado España y sus problemas. No formula juicios literarios sino que valora la postura política de unos escritores, aunque en este caso sea la vía más certera de aproximación a (10) Pía y Beltrán: «Motas sobre AM», «Revista Nacional de Cultura», Caracas, 133 (3-IV-Í959). (11) Gil Novales, A.: Op. cit., p. 36 8Í6 la obra de los hombres del 98. Las prosas de los últimos años de su vida nos reveían hasta qué grado era consciente Machado de que hay cosas mucho más importantes que las bellas letras. En este sentido diré ya que ía crítica de Machado, que vamos a ir viendo, rara vez se pierde en los terrenos del análisis de formas, en exclusiva, sino que sus intereses apuntarán más aito: no sólo hacia las funciones sino hacia las explicaciones últimas, desde su voluntad y vocación de filósofo, pero con una clara conciencia del sentido, función y límites de la cultura. Interesaban aquí solamente los juicios globales sobre la generación del 98 como unidad de actitud, pues ocasión vamos a tener de comprobar que •—dentro de su escasa crítica literaria o para literaria— abundan las dedicadas, de modo individual, a los hombres deí 98 y —por encima de todos— a Miguel de Unamuno, sin olvidar a Vaileincián, Baraja, etc. LA NOVELA Para comprender la actitud de Machado ante la novela de su época y de la inmediatamente anterior, no estará de más recordar un precioso testimonio del propio Machado que recoge E. de Ontañón. Se propuso nuestro autor escribir —en 1938— una biografía del héroe anónimo y confiesa a Ontañón: «una pequeña novelita de quince a veinte páginas. Ya estoy pensando hasta cómo va a ser el personaje» (12). Todavía habría que preguntarse por lo que hay de creación novelística, de estructura narrativa, en sus dos apócrifos Mairena, Martín. Pero, en sentido estricto, podemos afirmar que Machado nunca cultivó ni la novela ni las formas más inmediatamente en torno a la novela. Creo que es importante tener esto en cuenta para comprender que la crítica de novela que efectuó, y que paso a estudiar, está forrnufada desde !a mente del poeía-fiíósofo, quiero decir por alguien que no está en el juego; el recuerdo de Clarín -—nuestro inolvidable crítico de novela— es inevitable. Forzando los límites cronológicos que me he impuesto voy a referirme a unas alusiones de Machado a Juan Vaiera, porque reflejan, con extraordinaria exactitud, la posición dei poeta ante la novela como género literario. Su preferencia de la obra de Vaiera es muy sintomática de lo que él creía que debía ser la función de la novela, frente al ensayo, pues elige —de los novelistas del XIX— al autor (12) Ontañón, E, (de): «Ultimas noticias de AM» en «España Litare», Nueva York, 1940. 817 CUADERNOS. 304-307 (H),—13 más descomprometido, partidario del arte por el arte, embellecedor de la realidad y convencido de que la fábula no sirve para demostrar nada. Sabemos muy bien que no era ese el destino que pensaba Machado para la literatura seria, y no será necesario aducir aquí los conceptos de «otredad» en su poesía, sus precisiones sobre ío folklórico o sus frecuentes alusiones a la cultura popular. Puede ser que Machado no viera en la novela una forma seria de literatura, el problema, a fin de cuentas, no sería nuevo. En Valera destaca Machado ia «gracia, ingenio, erudición», pero, una vez más, no juzga los valores literarios, sino que el sentido de esta nota periodística, publicada en La Voz de Soria [1-1X-1922), se limita a señalar que escritores de la talla de Valera necesitan varias generaciones para producirse y desaparecen señeros sin dejar descendencia. Pero, insisto, en el valor sintomático dé esta elección, dentro de su escasa prosa dedicada a la novela en la que no encontraron atención ni Galdós, Clarín, Pardo Bazán..., etc. Proust Para Machado, la obra de Marcel Proust (1871-1922) es un fruto maduro y tardío, que cierra con llave de oro la noveía burguesa del ochocientos francés. El novelista analiza su propia historia, una existencia vulgar sin ideales ni heroísmos, con una presencia deí pasado que se acumula en !a memoria y destinado a perderse, si no se rememora, por su incapacidad de convertirse en porvenir. Supo ver Machado que el verdadero protagonista de la obra proustiana es el tiempo, marcado con el signo ochocentista del siglo que se escucha a sí mismo. Intenta una definición sociológica de los protagonistas: «La burguesía con zapatos nuevos que nos pinta Baizac aparece en el alma de Proust en su período declinante y defensivo, madura de nostalgia, horra de idealidad, ansiosa de crear su propia tradición, de convertirse, a su vez, en aristocracia» (Proyecto de discurso de ingreso en ia RAE, 1931, BHM, 1951, A. de Albornoz: Antología, tí, p. 68). Formula, por fin, un juicio global sobre Proust, extraordinariamente exacto a mi entender: «Proust es un gran psicólogo, fino, sutil y autoinspectivo, y un gran poeta de la memoria, que evoca, con una panorámica visión de agonizante, toda una fenecida primavera social» (Ibid). 818 Este conocimiento directo de Proust que demuestra Machado, aparte del interés para perfilar su actitud como crítico literario, es relevante por el influjo que ejerció —al decir de Humberto Pinera (13)— sobre su poesía. Joyce Juzga, también, la obra capital de Joyce: Ulises, aunque —en gran parte— a través del ensayo de E, R. Curtius. Se le escapa el orden frío y sistemático de Joyce, aunque sí supo ver lo que tenía en común con el surrealismo: «En el Ulises de Joyce, en un solo momento literario, podemos estudiar todo lo que hoy se fiama, con equívoca y desorientados denominación, superrealismo; una definitiva desintegración de la personalidad individual por acortamiento progresivo del horizonte mental» {Ibidem, p. 69). A continuación califica y juzga ai protagonista joyceano; «El sujeto se fragmenta, se corrompe y se agota por empacho de subjetivismo. El desfile vertiginoso de sus imágenes no es ya el afluir de una conciencia, porque estas imágenes (...) pretenden valer por sí mismas, no pertenecen a nadie, no guardan relación con nadie entre sí» {Ibídem, pp. 69-70). de aquí que considere, en conjunto, al Ulises como un callejón sin salida, una vía muerta del solipsismo lírico del ochocientos que Machado había creído superar en su poesía mediante la otredad del yo, la natural comunicación propia de la poesía. Machado insiste, machaconamente, en la falta de pensamiento1 genérico, de lógica, y tanto debió sorprenderle el Ulises que llega a preguntarse si es obra de un loco, para concluir que es producto de una inteligencia superior, capaz de someter muchos cientos de páginas a un expurgo de lógica externa, y matizará estos extremos con una marcada toma de posición: «La obra de Joyce pretende ser el poema de la percepción, horra de lógico esquematismo, mejor diré de la expresión directa deí embrollo sensible, ía caótica algarabía en que colaboran, con la heterogeneidad de las sensaciones, toda suerte de resonancias viscerales. Exigir inteligibilidad a esta obra carece de sentido, (13) Pinera, H.: «Tiempo de Proust en e] tiempo de Machado», «La Torre», P. Rico (1965), pp. 137-154. 819 porque el lenguaje no tiene en eila nada que comunicar. Las palabras, a veces, se reúnen en frases que parecen significar lógicamente algo, pero pronto observamos que se asocian a! azar o por virtud de un mecanismo diabólico. El lenguaje es un elemento más del caos mental, un ingrediente del bodrio psíquico que el poeta nos sirve» {¡bídem, pp. 68-69). Machado, como decía, no captó el orden interno del Ulises y se equivocó al anunciar una salida de estos «infiernos» para rivedere le stelle como el Dante. No pudo pensar que lo que para él era caótica y satánica organización, vendría a colocarse en la base de ia renovación de la novela contemporánea, que encontraría inagotable filón en las técnicas del Ulises, de los que se servirá, a veces, hasta la saciedad. Valle-inclán En dos ocasiones escribió A. Machado sobre Valle-Inolán: con motivo de su muerte en 1936, tras el apócrifo Juan de Mairena, y en 1938, en que redacta un extenso prólogo para La Corte de los milagros. En 1936 (capítulo XLl de Juan de Mairena) apenas formula ningún juicio literario ni de valoración estética de la obra de Valle-lncíán. Con extraordinaria ternura se refiere a la conocida anécdota de Valle autonombrándose mayor honorario del ejército de tierra caliente, aunque —dice Machado—: «lo propio de este hombre, más que el heroísmo guerrero, es la santidad, el afán de ennoblecer su vida, su ardiente anhelo de salvación (...) Valle-lnclán será el santo de nuestras letras (...), Un caballero sin mendiguez ni envidia» [Juan de Mairena, capítulo XLl). Recoge un hecho fundamental para valorar las actitudes más íntimas de Valle: él, que había creado a Bradomín, cuando muere en Compostela con su catedral, su cabildo, su botafumeiro, da la orden fulminante de que lo entierren civilmente: «el santo inventor de Bradomín se debía a la verdad antes que a los inventos de su fantasía». En el prólogo a La Corte de los milagros, 1938, Machado continúa con la caracterización humana del escritor (capaz de grandes hazañas aunque no las realizara, extraordinaria resistencia para el sufrimiento físico, gran .andarín, «tan literato pero mucho más que un literato», consagración a su arte como tarea ardua y espinosa, infle820 xible lealtad a sus deberes de escriter, voluptuosidad del ayuno, etc.). Machado va contra la excesiva utilización del anecdotario de Valleinclán, dignificando a don Ramón: «Nadie llevó la pobreza y la mala fortuna del literato español con mayor dignidad y más carencia de toda mendiguez que nuestro don Ramón» (Prólogo a La Corte de los milagros, Editorial Nuestro Pueblo, 1938, A, de Albornoz: Antología, í. p. 166). Urgido por las circunstancias, quizá, sitúa políticamente a don Ramón, sin demasiada objetividad; «Don Ramón, a pesar de su fantástico marquesado de Bradomín, estaría hoy con nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa dei pueblo (...) muchas de sus hazañas soñadas se hubieran convertido en realidad» [Ibidem, p. 167). Son muy parcos, pero existen, los juicios literarios de Machado sobre don 'Ramón, en el prólogo a que vengo refiriéndome. Después de reconocer que la crítica literaria de su tiempo se ocupó muy poco de la obra de Vaile-lnclán y ayudó menos a comprender e interpretar ai escritor, resume, certeramente, lo que constituye el mayor logro de Valle: «El no fue nunca enemigo sistemático de lo específicamente académico. Al contrario. Para él, más que para nadie, la lengua era materia inapreciable e instrumento precioso del arte literario. Muchos años de su vida había consagrado a conocerla, a manejarla, a enriquecerla y hasta á puliría. Todo cuanto se relacionaba con el lenguaje, desde la fonética hasta la semántica, le interesaba» [Ibidem, pp. 165-166). Lo compara con Gaidós, para bien y para mal: «olvida, a veces, lo que nunca olvidaba Gaidós: mostrar al lector el esquema histórico en ei cual encuadraba las novelas un tanto frivolas de sus Episodios nacionales, Pero don Ramón, aunque menos pedagogo, es mucho más artista que Gaidós, y su obra es, además, mucho más rica de contenido histórico y social que ia galdosiana» [Ibidem, p. 167), extremo, este último, más que discutible. Ya decía más ariba que Machado no practica la crítica aséptica, ajena a las circunstancias materiales del escritor. Un excelente muestra de ello es la relación que establece entre la «estética» de Valle y las consecuencias económico-sociales para el escritor: 821 «consagrado (...) a una labor de formación y aprendizaje constante y profunda, a ía creación de una nueva-forma de expresión, a la total ruptura con el lugar común, a lo que él llamaba la unión de 'las palabras por primera vez', tuvo que renunciar para ello a todas las ventajas materiales que se ofrecían entonces a las plumas mercenarias, a las plumas que se alquilan hechas para el servicio de causas tanto más lucrativas cuanto menos recomendables. Desde este punto de vista ningún escritor menos fascista que don Ramón María del Vaile-Inclán» {Ibidem, p. 163). Otras relaciones literarias que no hacen al caso aquí han sido estudiadas por CarbaíJo Picazo y A. W. Philips (Í4). Un juicio de conjunto excelente de gran penetración y agudeza, aunque podamos discrepar, nos io ofrece en carta a Ramón Pérez de Ayala (sin fecha): «Muy entusiasta soy yo del maestro Vaíle; pero creo que a su obra cuadra mejor la forma expositiva que la dialogada. Su diálogo excesivamente cortado y sentencioso necesitaría un poco de dialéctica para un tal diálogo. Encuadrado dentro de la prosa descriptiva estaría mejor. Con todo, su teatro es bello por su dinamismo y por cierto ambiente popular que, a guisa de aura, acompaña a los personajes» (carta citada). Pérez de Ayala Decía más arriba que la crítica literaria de Antonio Machado resulta demasiado breve si la buscamos solamente en lo publicado, sea en periódicos, prólogos..., etc. Hay que atender, también, a la correspondencia, y esto hace al caso a propósito de Pérez de Ayaía. Nunca escribió Machado sobre Pérez de Ayala, pero conservamos dos cartas dirigidas a este autor 115), La primera (fechada en Segovía de 29 de enero de 1922) es un simple acuse de recibo de las dos úitimas novelas de Pérez de Ayala. En eíía confiesa que ya había leído Luna de miel, ¡una de hiél y formula un juicio crítico general sobre ¡a obra de Pérez de Ayala, muy de acuerdo con Jo que venimos viendo (16): «Con usted renace la novela de invención ingeniosa y olvidamos la novela realista de observación fría y anotación demorada (14) Carballo Picazo, A.: «AM y Valte Inclán», en «CHA», LIV, 16fj [1963; Phillips. «Algo más sobre AM y Valle-lnclán», «CHA», 185 (1965), pp. 557-60. (15) Fue Andrés Amorós quien descubrió las dos cartas de AM a Pérez de Ayala, entre los papeles de éste, (16) No he podido consultar: (A) F.: «Pérez de Ayala y AM» en «Argentina Libren, Buenos Aires (17-X-I940). 822 de lo externo y anecdótico, Pero en- sus obras hay una alegría madura y un doble amor a ;1as ideas y a la naturaleza que no tiene precedentes en nuestras letras» (A. de Albornoz: Antología, 1,1, página 215). Juicio que se corresponde, perfectamente, con ¡a concepción de la novela que tenía Machado y que expresa —generalizando— en Juan de Mairena («Sobre la novela») y en Matrería, postumo: «Lo que hace realmente angustiosa la lectura de algunas novelas (...) es la anécdota boba, el detalle insignificante, ef documento crudo, horro de toda elaboración imaginativa, reflexiva, estética» (Juan de Mairena, cap. XXXfí. A, de Albornoz; Antología, II, página 218), «Es muy posible que la novela moderna no haya encontrado todavía su forma, la línea firme de su contorno. Acaso maneja demasiados documentos, se anega en su propia heurística [Ibidem). «Lo que hará algún día insoportable la lectura de muchos libros actuales de amena lectura es el cúmulo de detalles insignificantes e impertinentes que en ellos advertimos» («Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos», Hora de España, núm. Í4, febrero 1938, p. 6). No cabe demasiada duda, a Sa vista de estas afirmaciones, sobre las preferencias literarias de Machado en lo que a novela se refiere. Su desprecio de la novela realista y naturalista es manifiesto, ya me refería a ésto. Pone el acento en la reelaboración artística: los juicios sobre Valera, Valle y Pérez de Ayala permiten insistir en eífo. En otra carta a Pérez de Ayala, sin fecha, precisa más sus ideas en torno ai novelista: «su obra es siempre de poeta, yo Ja encuentro tan por encima de lo que se escribe aquí (...) tan de otro clima estético y de espiritualidad tan al margen de nuestra actual novelística, que no encuentro unidad castiza con que medirlo (...). Usted, coma ef maestro Unamuno, saca poesía de las ideas, fecunda usted a las viejas madres, pero, aparte de que sus realizaciones son más logradas, su idea es muy otra, es francamente renacentista (...). Siente usted la dignidad de la naturaleza y su idealismo es helénico; su estilo cada vez más clásico, sin barroquismo alguno» (A. de Albornoz-, Antología, ll, p. 216). Abundamiento, pues, en su hostilidad por la novela que incorpora ía realidad sin elaborarla artísticamente y que será aspecto fundamental de su propio hacer poético, cuando intentó salir del intimismo en busca de la objetividad externa. 823 Pío Baroja En 1922, recoge Machado, en Los complementarios, un extenso comentario sobre la novelística de Pío Baroja, a propósito —fundamentalmente— de La sensualidad pervertida, aunque, a partir de ellaf generalizará sobre el sistema literario del novelista. Interesa, pues, ir antes a to general que a lo particular, para captar cómo entendía A. Machado la obra del «novelista del 98», lejos temperamental y literariamente de los gustos del poeta y a distancia —creo— de la concepción que tenía Machado de la novela ideal, tal y como hemos visto hasta aquí. Pero Machado, una vez más, intenta buscar ¡o positivo (recuérdense sus postulados teóricos sobre la labor del crítico) dejándose en eí tintero ios .aspectos negativos y disconformidades que, sin duda, las debió de haber, a tenor de sus juicios generales sobre novela: «La última promoción literaria señala en las novelas de Baroja algo de io que falta: invención, esmero en la forma, ingenio para combinar efectos y aventuras..., etc. Pero nadie, que yo sepa, ha señalado io que Baroja tiene sobre todos sus contemporáneos españoles. Con Baroja el hombre europeo del siglo XIX es, por vez primera, héroe de novela española. Por eso las novelas de Baroja son las únicas que no se nos caen de las manos. En él encontramos el culto de la acción, no exento de superstición, y, como problema dilecto de sus meditaciones, e! conflicto entre el pensar y el querer. El personaje central de las novelas de Baroja suele ser un intelectual decididamente anti-intelectualísta, que achaca su fracaso en la vida, su insuficiencia biológica y aun su propia inexistencia, a sus hábitos de reflexión» {Los complementarios, ed. D. Ynduráin, p. 91). Machado vuelve, insistentemente, sobre las características del héroe barojiano que calificará de intelectual convicto de fracaso, aventurero malogrado. A propósito del héroe de La sensualidad pervertida, partiendo de las actitudes de Werther de Goethe, establece un paralelo con la obra de Stendhal e intenta calificar sociológicamente las actitudes del protagonista, forma esta de hacer no nueva en Machado, como hemos tenido ocasión de comprobar: «El Luis Murguía de Baroja tiene, a mi juicio, una secreta vocación stend'haüana; el impulso erótico de la burguesía posrevolucionaria no se ha extinguido en éi, pero le falta alegría fisiológica, le sobra reflexión y desconfianza de sí mismo. Ha nacido al declinar eí mundo burgués, en época de cansancio y agotamiento de una clase que vive ya en actitud defensiva y en la 824 cual todo napoleoniamo —aun el simplemente erótico— se hace imposible [íbidem), En las características del- protagonista barojiano, Machado ve una clara influencia de Schopenhauer y su interpretación de Kant. El invocar esta influencia da pie a Machado para demorarse en largas disquisiciones sobre «lo real» que no hacen específicamente al caso del autor que comenta, pero esto prueba que su auténtica pasión —como ya dije— era la ciencia filosófica y no la ciencia literaria. Y Machado resume con soltura de lector profundo —otra cosa son sus propias formulaciones filosóficas— las. teorías de Schopenhauer, Kant, para ir a desembocar en Hegel y la influencia de todos ellos en el sistema de pensamiento del hombre moderno. No hace al caso entrar en más detalles aquí, pero sí quiero recordar que una vez más medita Antonio Machado sobre la realidad, ¡a razón, motivos que aparecen recurrentemente en sus apócrifos, y que volveremos a encontrar en sus críticas a la poesía contemporánea. Machado no alaba a Baroja, no era esa su forma ideal de novelar, pero no lo ataca, cumpliendo los preceptos que había señaiado para el crítico, sobre todo el de juzgar según los propósitos del autor» sin atribuir defectos, partiendo de lo que el escritor no se había propuesto realizar. PROSA NO NOVELÍSTICA Y ENSAYO Su admiración intelectual iba fundamentalmente hacia Unamuno y Ortega, pero antes de referirme a las relaciones de crítica literaria de Machado con estos pensadores, prestaré breve atención a los escasos comentarios sobre otros escritores. Azorín Machado acusa recibo, en verso, dei libro Castilla de Azorín, recreando la monotonía y la sensación de tiempo y ausencia en una venta castellana, la de Cidones, en la carretera de Soria a Burgos. Pero, claro, no se trata de crítica literaria, aunque es importante traerlo aquí a colación por lo que tiene de testimonio de ios gustos de Machado, en cuanto que se trata de un homenaje poético al maestro Azorín. Pero en otra composición poética, «Desde mi rincón (CXL11I»), fechada en Baeza en 1913 y dedicada, también, al libro Castilla «del maestro Azorín», Machado no sólo recrea motivos de 825 dicho libro, como dice en la dedicatoria, sino que —en verso— valora no sólo la obra sino la actitud —como es habitual en su crítica— del maestro Azorín: «Basta, Azorín, yo creo en el alma sutil de tu Castilla y en esa maravilla de tu hombre triste del balcón, que veo siempre añorar, la mano en la mejilla ( ) buen Azorín, por adopción manchego, que guardas en tu alma íbera, tu corazón de fuego bajo el recio almidón de tu pechera •—un poco libertario de cara a la doctrina, ¡admirable Azorín el reaccionario por asco de la greña jacobina!—; pero tranquilo, varonil —la espada ceñida a la cintura y con santo rencor acicalada—, sereno en él umbral de tu aventura! («Desde mi rincón», PC. CXL1II.) Antonio Machado, el bueno, absuelve —no era su camino el dei látigo— el conservadurismo de Azorín. Ya antes había señalado en un artículo publicado en El Porvenir castellano —el año de su fundación, 1912— el valor de su estilo: «Se le ha acusado de frialdad. Nada más injusto. Azorín es ferviente, cordial, apasionado; pero sabe imponerse la medida, la concisión, la justeza como férreas disciplinas (...). Sabe también que la belleza no es algo que se cuelga o se añade a las cosas, sino lo que ellas mismas tienen. Sabe que la hipérbole, la exageración, el encomio, lejos de dar, quitan...» (El Porvenir castellano, 22 julio 1912), Después se referiría Machado —como muestra J. M. Valverde (17)— al creciente reaccionarismo de Azorín, pero siempre sin descompostura y con el elogio atenuante por delante. Maeztu Machado —como muestra J. L Vázquez Dodero (18)—• felicita efusivamente a Maeztu por la publicación de su libro Defensa de la (17) Valverde, J. María: «Azorín», Barcelona, Planeta, 1972, Cap. 19. [18) Vázquez Dodero, J. L : «De AM a Ramiro de Maeztu», «ABC», 29-X-1959. 826 Hispanidad. Pero no va más allá del elogio con una crítica matizada en juicios literarios. Giménez CabalSero El 15 de mayo de 1928, publicaba E. Giménez Caballero un elogioso artículo en La Gaceta Literaria [19) sobre el valor proverbial de la poesía de Antonio Machado. En ese mismo número se incluye una carta de Machado a G. Caballero, en la que elogia la cultura sin exhibición y la meritoria labor de la Gaceta bajo su dirección, y precisa: «Ustedes, con el bendito Ortega, contribuyen a libertarnos del aparato francés que, como alimento, venimos chupando hace dos siglos» {Op, cit.). „ Después calificará a Giménez Caballero: «gran estandarte, cartelista y jaleador de un ejército juvenil» {Gaceta Literaria, 1 marzo 1929). D'Ors En el soneto «A Eugenio d'Ors» (Avila, 1921), presenta certeramente a Xenius como: «Un amor que conversa y que razona, sabio y antiguo —diálogo y presencíanos trajo de su ilustre Barcelona; y otro, distancia y horizonte: ausencia,» (Cit.) Pero interesa mucho más, a los propósitos de este artículo, un comentario, en prosa, a la obra orsiana: «El gran mérito de 'Xenius' consiste, a mi juicio, en haber sustituido en sus hábitos mentales el afán polémico, que se acerca a las cosas con una previa antipatía, por el diálogo platónico y (a mayéutica socrática» (20). J. M. Valverde (21) afirma que lo que más le interesó a Machado en la prosa orsiana fue su actitud ante los demás, su tono «de so(19) Giménez Caballero, E.: «A Occidente por Oriente. Valor proverbial de AM», «Gaceta Literaria», 15-mayo-l928. (20) «AM. Obras. Poesía y prosa» (reunidas por A. de Albornoz y G. de Torre), Buenos Aires, Losada, 1964, pp. 801-802. (21) Valverde, J. María: «Antonio Machado», Madrid, Siglo XXI, 1975, p. 206, 827 ciedad», urbano y conversacional, y supo valorar y utilizar las sugerencias formales del estilo orsiano (recuérdese el intento de sección fija en El Sol, 1920, a que ya me he referido). Conservó la simpatía hacia el estilo y la persona de D'Ors, comoen el caso de Azorín, a pesar de las divergencias políticas, pues no hay que olvidar la evolución de Xenius hacia un ideal de fascismo estético. El estilo «bien educado» de D'Ors cautivó a Machado, más allá de la ideología, que respetó aunque no compartiera; actitud que no adopta D'Ors en su Carta de Octavio de Romeu al Profesor Juan de Maireña (22). Unamuno La asiduidad, interés y fecundidad de las relaciones entre Unamuno y Machado superan en intensión y extensión los obligados límites de este artículo. A ellas han prestado importante atención A. de Albornoz, Sánchez Barbudo, López Morillas, Chaves, Ribbans, Zambrano, Cossío, Rejano, García Blanco, Rovetta (23). No es lugar éste para enjuiciar los resacados de la larga admiración de Machado por Unamuno, sus afinidades y hasta su intimidad, si hacemos caso a Concha Espina que apunta que Unamuno fue el único confidente de los amores secretos de Machado con Guiomar (24). Remito a la lectura crítica de tan amplia bibliografía, dejando para este lugar solamente un recorrido por los juicios literarios que formuló Machado. Guillermo de Torre observa, creo que con justicia, que Machado se «unamuniza» al comentar la obra de Unamuno e incluso ai contestar a sus cartas (25). Tal es así que sus notas, muchas veces, son una auténtica paráfrasis, hecha con el espíritu de discípulo encaminado a descubrir lo permanente unamuniano. Aurora de Albornoz (26) re(22) «CHA», 11-12 (1949), pp. 289-300. (23) A. de Albornoz: «La presencia de M de U en AM», Madrid, Gredos, 1968; A. deAlbornoz: «M de U y AM», «La Torre», IX, 35, 36 (1961); A. Sánchez Barbudo: «Estudios sobre Unamuno y Machado», Madrid, Guadarrama, 1959; J. López Morillas: «Intelectuales y espirituales. Unamuno, Machado, Ortega, Marías, Lorca», Madrid, RO, 1961; J. C. Chaves: «La admiración de AM por U», «CHA», 155 (1962); G. Ribbans: «Unamuno and AM», «BHS», XXXiV (1957); G. Ribbans: «Unamuno and the younger writers in 1904», «BHS», XXXV (1958); G. Ribbans: «Niebla y soledad: aspectos de Unamuno y Machado», Madrid, Gredos, 1971; M. Zambrano: «AM y Unamuno», «Sur», V I l i , 42 (1938); F. de Cossío: «Los encuentros», «Norte de Castilla», Valladoiid, 7-3-1922; J. Rsjano: Darío, Unamuno y Machado», «Las Españas», México, 1946. M. García Blanco: «En torno a Unamuno», Madrid, Taurus, 1965 (pp. 215-291); C. Rovetta: «Unamuno y AM», La Prensa, Buenos Aires, 26-IC-1965. (24) Espina, C : «De Antonio Machado a su grande y secreto amor», Madrid, Lifesa, 1950, p. 103. (25) Torre, G. (de): Op. cit., p. 234. (26) «Luz» (poema). En «Alma Española», año 1!, núm. 16, Madrid, 21 febrero 1904. — «Divagaciones (En torno al último libra de Unamuno)». En «La República de las Letras», núm. 14, Madrid, 9 agosto, 1905. — «A don Miguel de Unamuno» poema). En «Campos de Castilla», 1912. 823 coge —aparte de ia correspondencia— un total de catorce «escritos» de Machado sobre Unamuno, De ellos, solamente dos son comentarios sobre libros de Unamuno recién aparecidos, publicados en periódicos; siete son artículos periodísticos en que enfoca, globalmente, la obra y la persona de don Miguel de Unamuno. Además cuatro homenajes en verso a' don Miguel y una «nota» a su muerte. En 1905 recibía con un extenso comentario —aparecido en La República de las Letras, núm. 14, 9-IX-1905— la publicación de Vida de Don Quijote y Sancho, En él admira al sabio, su heroica y constante actividad espiritual, su admirable sinceridad, para descubrir con criterio exacto: «las notas en él dominantes son: el impulso acometedor, la ambición de gloria y la afirmación constante y decidida de su personalidad» (Art. cit.). y ¡cómo nol se refiere en tono elogioso a ía agresiva combatividad de don Miguel contra la miseria intelectual «que nos abruma», pero reconociendo que ios bellos sermones de Unamuno «no son voces de apocalipsis, sino palabras vivificadoras, como él dice, que exhortan a una interna renovación». Por otra parte no deja de prestar atención, Machado, a la «forma» y «organización» del libro: «Mucho nos recuerda Unamuno, en sus escritos, a nuestros mejores místicos, por la expresión sinuosa y asimétrica, tan castiza, por ef deseo de envolver y dominar espirltualmente y por el mucho pelear interior que no le deja punto de reposo (...) os diré que el libro de Unamuno está muy bien'escrito, (...) tiene, además, de la lengua que emplea profundo conocimiento (,..). Y reparad, ya que nos paramos en la forma, en que no es Unamuno de los que sirven su pensar simétricamente ordenado, o cortado — «Don Migue! de Unamuno» (nota sobre Unamuno atribuida a Antonio Machado), En «El Porvenir Castellano», núm. 2, Soria, 4 julio, 1912. — «Algunas consideraciones sobre libros recientes: 'Contra esto y aquello', de Miguel de Unamuno». En «La Lectura», año XIII, núm. 11, Madrid, julio, 1913. — «Poema de un día. Meditaciones rurales». En «Poesías completas», 1917, — «Leyendo a Unamuno». En «La Voz de Soria», 1 septiembre, 1922. — «Parergon». En «Nuevas canciones», 1924. — Unamuno, político». En «La Gaceta Literaria», Madrid", 1 abn'í, 1330. -— «Mairena y el 98—Un premio Nobel». En «Sol», Madrid, 17 noviembre, 1935 (incorporado después a «Juan de Mairena»). — «Los cuatro Migueles». En «Hora de España», núm, 3, Valencia, 1937. — «Miscelánea apócrifa: Notas sobre Juan de Mairena» (ensayo sobre Heidegger, en el que habla de Unamuno); En «Hora de España», número 13, Valencia, 1937.. — «A la muerte de don Miguel de Unamuno...» (nota). En «Madrid. Cuadernos de ia Casa de la Cultura», núm. 1. — «Unamuno». En «Revista de las Españas», 1938. ' ~ «De la correspondencia de M. de Unamuno, I, Cartas de A. Machado» (ed. M. García Blanco), «RHM» (1957). 829 en lonchas, (...) que a esta faena f laman algunos literatura. No es Unamuno de estos bastardos de Boileau, gente académica y desalmada, sino españolísimo en la expresión ('.,.). Cierta rudeza y montuosidad hay, no obstante, en la prosa de Unamuno, que nos hace pensar en la tierra vasca; pero esto de que un escritor recuerde a su tierra, más es virtud que un defecto» {ArL cit.}. y algo que, a Machado, siempre le preocupó y le interesó en toda obra literaria: «digo que está impregnado de tan profundo y potente sentimiento, que las ideas del pensador adquieren fuerza y expresión de imágenes de poeta (...}. Sólo el sentimiento es creador (,„.} ni las ideas de los pensadores ni las imágenes de ios poetas son nada fuera del sentimiento de que nacen (...). La pura ideología y la fría imaginativa son deleznables» (Art. cit). La última frase constituye la piedra angular de todo eí sistema estético y crítico de Antonio Machado; refleja criterios que aplicará siempre, tanto al juzgar la obra de los demás como al explicar la suya propia; a fin de cuentas, el equilibrio intuición-razón: ideal estético en que insistió —sin desfallecimiento— hasta los últimos momentos de su vida. Por fin una frase de Vida de Don Quijote y Sancho le servirá para resumir todo el pensamiento de Unamuno: «La verdad no es lo que nos hace pensar sino lo que nos hace vivir.» ¡El comentario a! libro Contra esto y aquello [La Lectura, 151, 1913) comienza con unas atinadas consideraciones a tono con lo que hoy hemos dado en llamar sociología del libro. Machado se refiere a los problemas de difusión del libro, firmemente convencido de que a él le corresponde la extensión de la cultura, más que a Universidades e Institutos. Pide que se aumente la propaganda sobre libros nuevos, iniciando al pueblo en la lectura mediante los modernos antes que ios clásicos y afirma: «fundamos, entre unos cuantos amigos, un periodiquillo con el sólo objeto de hacer la propaganda del libro» (se refiere a El Porvenir Castellano). Machado ve una base religiosa en el patriotismo de Unamuno, ajeno a todo campo político concreto pero especialmente hostil a! conservadurismo de los neocatólicos franceses y sus influencias en España. A partir de aquí dedica Machado todo su comentario a atacar lo francés, actitud que ¡e une estrechamente, con Unamuno. Con gran vehemencia llega a afirmar: «La Francia actual literaria y filosófica se caracteriza por una carencia absoluta de originalidad, por una tendencia mezquina830 mente reaccionaria y por una farsantería que sería cómica si rio estuviese mezclada con terrores de Apocalipsis» (Art cit,). De Francia solamente recibe la cultura contemporánea: sensualismo, anarquismo, pornografía, decadentismo y pedantería aristocrática. Al pensar así, Machado está haciendo una puntual paráfrasis del libro de Unamuno, pero falta —por completo—• el comentario crítico al libro. En 1922 publicó Machado en La Voz de Soria una brevísima nota sobre Unamuno: «Para curarnos de la melancolía literaria no hay como leer a Unamuno. He aquí el gran llavero que no viene a cenar, sino a abrir (...) avanza, en efecto, don Miguel, abriendo puertas y dejando siempre la llave en la cerradura» [La Voz de Soria, 1fX-1922). Años más tarde, 1937, refiriéndose a la muerte de don Miguel, caracterizó —certeramente— las invariables de su vida y obra: !e da —sin reservas— ei título de filósofo que Je habían negado y aún lo considera precursor de la metafísica existencialista, que renace en Europa en los últimos años de Unamuno. Incide en aJgo que era vital en Unamuno: la no resignación ante la muerte, su antisenequismo y su no estoicismo; a la vez que intenta una recuperación para la causa popular (Madrid: Cuadernos de ¡a Casa de Cultura, 1-2-1937) (27). En artículo publicado en La Gaceta Literaria (79, Madrid, 1930), Machado traza un apasionado retrato político de don Miguel, situándolo por encima de partidos, por encima del mero afán de acaudillar a las masas, aunque con un profundo amor ai pueblo y respeto a ios vaiores del espíritu. Político sin máscara, revulsivo de conciencias, ya con una extensa obra a fa que Machado otorga funciones muy concretas: «El ha iniciado ¡la fecunda guerra civil de los espíritus, de la cual ha de surgir —•acaso surja— uña España nueva. Yo Je llamaría el vítaüzador, mejor diré, el humanizador de nuestra vida pública» (Art cit). Las cartas que escribe Machado a Unamuno se ocupan casi siempre —en exclusiva— de problemas políticos y religiosos, volviendo, una y otra vez, sobre motivos recurrentes que preocupaban a Macha(27) Con ligeras variantes reproduce este comentario en «Carta a David Vigisdsky» en «Hora de España», númn. 4 (abril, 1937), pp. 245-250 (5-10 del número). 831 do: ataques a ia Francia reaccionaria y aí reaccionarismo en genera!; beocia nacional; indigencia cultural y espiritual; vaticanismo, clericalismo y falsa religiosidad del pueblo hispano; alabanza del republicanismo..., etc. (28). No es una correspondencia entre «literatos», pocos juicios sobre ías bellas letras, para prestar atención a problemas más acuciantes e importantes en la vida nacional. Nunca largas discusiones literarias, ante aspectos de la vida nacional que se imponía con mayor urgencia a ios corresponsales. De cuando en vez, Machado deja deslizarse algún juicio literario o paraliteraho y elogios a la obra del que considera su maestro: «Su composición 'Bienaventurados ios pobres' que me ha hecho llorar» (¿Baeza, 1913? A. de Albornoz: Antología, I, p. 102). «leí su composición sobre el Cristo de Pal encía, que encierra tanta belleza y tanta bondad como esta del éxodo deí campo» (Ibidem), «He dedicado mucho tiempo a leer y comentar sus libros. Toda propaganda de ellos me parece poca. En Soria fundamos un periodiquílio para aficionar a las gentes a la lectura y allí tiene usted algunos lectores» {Ibidem, p. 103). «comprendo también su repulsión por esas mandangas y garliborieos de ¡os modernistas cortesanos» [Ibidem, p. 104). «(.,„) los hombres que van dejando huella en el alma nacional, como usted y Costa en nuestra época, son aquellos que más desafinan en el concierto cortesano y ios que no han buscado ia cultura hecha (...). Su voz parece ruda y extemporánea, pero, al fin, comprendemos que estaban a tono con realidades más hondas y verdaderas» [Ibidem, p. 105). A pesar de lo que decía hay una carta {Baeza, Í6 de enero, 1918} que —en gran medida— es un comentario extenso a una obra de Miguel de Unamuno: Abel Sánchez, aunque ésta sea —también— el gran pretexto para una extensa meditación cordial y sentimental sobre eJ cristianismo, una emocionada visión de Cristo por el mismo Machado que tanto había escrito sobre el clericalismo,,el vaticanismo y fa falsa reügicsidad que olía a cera y sacristía. Me interesa, presentar el juicio global que sobre Abel Sánchez formula Machado: «Recibí su Abel Sánchez, su agrio y terrible Gaín, más fuerte a mis ojos que el de Byron, porque está sacado de Jas entrañas de nuestra raza, que son las nuestras, y habla nuestra lengua materna. Bien hace usted en sacar al sol las hondas raíces del erial humana; elias son un índice de ía vitalidad de la tierra y, además, (28) p. 102 Para fas cartas dfi 1913, 1915 y 1921, véase A. de Albornoz: «Antología 1» {citada], 832 es justo que se pudran al aire, si es que ha de darse la segunda labor, >fa del surco para la semilla (.,,). Es un capítulo del libro de las generaciones, o sea del libro del amor del hombre a sí mismo y a su prole (...). Yo no veo en este libro fundamental sino Ja gran lucha del hombre para crear el sentimiento de la fraternidad, que culmina en Jesús» [A, de Albornoz: Antología, 111, páginas 140-141). Como decía, el libro de Unamuno es excusa y acicate para que Machado nos presente sus propias ideas sobre el cristianismo y el amor. Proclama que entre el corazón y la cabeza éi toma abierto partido por el primero y en este sentido se acerca a la doctrina de Cristo que: «nos reveló valores universales que no son de naturaleza lógica, ¡os nuevos caminos de corazón a corazón por donde se marcha tan seguro como de un entendimiento a otro» {Ibidem, p. 144). La piedra angular de ia doctrina de Cristo es para Machado — y este es el sentido último que él ve al Abel Sánchez— la humildad en contra de! espíritu del cainismo. El amor que Cristo ordena es un amor sin orgullo, sin deleite en nosotros y en nuestra obra; es decir, no se trata de amar al prójimo porque veamos en él un espejo de nosotros mismos, eso sería narcisismo anticristiano. Machado quiere ver en Abel Sánchez la proclamación de la fraternidad que culmina en Jesús y que sólo puede aparecer cuando el hombre es capaz de superar el ciego impulso de la generación, frente a Caín que «es también un semental». Pero reconoce Machado que, a pesar de Cristo, el cainismo perdura: «pasa del individualismo a la familia, a ia casta, a la clase, y hoy •lo vemos extendido a 'las naciones, en ese sentimiento tan fuerte y tan vil que se 'llama patriotismo» {Ibidem, p. 142). Considera Machado que Abel Sánchez —en este tomar frecuente de Unamuno a! Viejo Testamento— es el libro precristiano para expulsar de nuestras almas al gorila genesíaco que todos llevamos dentro y urge a don Miguel a que escriba su novela cristiana. De la honda impresión que causó en el alma de Machado, estimulando reflexiones, es buen testimonio !a calurosa imprecación con que termina su carta: ¡Guerra a Caín y viva el Cristo! Todavía volverá a insistir Machado —en varios lugares— sobre el cristianismo y el profundo conocimiento de Cristo que tenía Miguel de Unamuno (25). (29) Véase A= de Albornoz: «La presencia de M. de Unamuno» (citada), pp. 83 y ss> 833 CUADERNOS. 304-307 (u),—U En otras cartas (30) Machado confiesa a Unamuno su gran admiración y devoción por su El Cristo de Velázquez, pero sin detenerse a comentar ni a enjuiciar ¡a obra. También en una carta de 1922 (31), Machado comunica a Unamuno su lectura de Andanzas y visiones españolas, tras haber leído Por tierras de Portugal y de España. Le promete un estudio sobre Andanzas... pero parece que no liego a publicarlo, parco como era en su producción de crítica literaria en prosa. Pero nos demuestra la asiduidad y devoción continuada de Machado hacia los libros de Unamuno, tal y como el poeta había dicho —en su más puro y perfecto medio de expresión— en 1913: «Libros nuevos. Abro uno de Unamuno. ¡Oh, ei dilecto, predilecto de esta España que se agita, porque nace o resucita! Siempre te ha sido, ¡oh Rector de Salamanca!, leal este humilde profesor de un instituto rural» (PC, CXXVIll). En artículo publicado en El Sol (17 de noviembre de 1935), vuelve a deshacerse Machado en elogios hacia eí «sabio» pero, sobre todo, vuelve a recalcar el poder de incitación de quien viene a: «dar cuerda a muchos relojes —quiero decir a muchas almas— parados en horas muy distintas y a ponerlos en hora por el meridiano de su pueblo y de su raza» (Ait. cít.). La actitud ante ía muerte de Miguel de Unamuno, su vinculación con Hesdegger y Kierkegaard, su radical y esencial cristianismo, son aspectos fundamentales de lo que Machado consideraba como «invariables» más positivas y de mayores alcance en las obra del Rector de Salamanca, y sobre ello volverá en artículos no dedicados a don Miguel (32). He de referirme finalmente a un artículo «pedagógico» que apareció sobre Unamuno en El Porvenir Castellano (2, 4-VH-19-12). Si no lo he citado antes es porque e! artículo apareció sin firma y —por tanto— aunque admitamos, con José Tudela, las pruebas de paterni(30) (31) (32) (1937) y Véase A. de Albornoz y G. de Torre-. Op. c¡t., pp. 919 y 927. Ibidem, pp. 927-928. Véase: «Miscelánea apócrifa: Notas sobre Juan de Maírena» en «Hora de España», 13 Comentario a Chantas de Joaquín Xirau, «Hcra de España», 20 [1932), 834 dad (33) es imposible tener una certeza absoluta (¡o mismo ocurre con otros breves dedicados a Azorín, Valle, Baroja, a ios que no me referí). El autor de este breve sobre Unamuno, casi con toda seguridad Machado, no hace sino resumir para el futuro lector soriano las características de la obra de don Miguel y lo hace como preámbulo a un texto de Unamuno que recoge el periódico. Frente a Menéndez Pelayo, archivo de la cultura tradicional, Unamuno bucea en la tradición en busca de ío que puede convertirse en mañana, haciendo ciencia viva, humanizando el libro, por lo que influye en todos sus contemporáneos como flagelador de espíritus en contra de la modorra nacional, lo que le aproxima a Costa y Giner de los Ríos. Califica la obra de inquietante y sugestiva y al autor de místico, poeta, pensador y maestro. Pero la intención fundamental del artículo era incitar a !a lectura, pues no sólo da la relación de obras publicadas por Unamuno, sino la editorial que lo hizo y apostilla «se venden en ías librerías de Soria». Nada he dicho hasta aquí del pensamiento de Machado sobre Unamuno novelista, pues lo que le interesó realmente fue el Unamuno filósofo hasta el punto de llegar a afirmar en una carta de 1914 que a partir del Sentimiento trágico «se puede hablar de una filosofía española, de esa filosofía tan arbitrariamente afirmada como negada antes de su libro» (34). No obstante, Machado, en carta a Unamuno de 21 de marzo de 1915, formula un atinado juicio sobre Niebla que muestra hasta qué punto se identificó y compartió el total de la obra de don Miguel: «Mii gracias por su Niebla, que leí de un tirón con e! deleite y avidez con que leo cuanto usted escribe. Portentosa me parece de honda realidad su nivola y de humorismo, aunque desoladorá. Fraternalmente simpatizo con su Augusto Pérez, ente de ficción y acaso por ello mismo ente de realidad» (35). Acierta a calar lo que es el sentido fundamental de la nivola, aunque —repito— su atención preferente se dirigiera hacia obras «de pensamiento» y no hacia la ficción. Quizá hubiera que coronar este apartado con unas consideraciones de la influencia de Unamuno en Machado y, a su vez, de Machado en Unamuno, además de prestar atención a ías numerosas ocasiones en que el propio Unamuno se ocupa de la obra del poeta. Ya (33) «ínsula», 216-217 (now.-díc, 1964). Se reproduce el artículo en este mismo número! (34) García Blanco, M.: «De la correspondencia de Miguel de Unamuno», New-York. Hispano Institute, 1957, pp. 2-22. {35) Ibidem, p. 25. • 835 dije que esto desbordaba las pretensiones de este artículo. Prefiero, como final, tomar prestados algunos versos de su «A Don Miguel de Unamuno» que recogen, esencializando en palabra poética, todo su sentir hacia e! maestro de Salamanca: «Este donquijotesco don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, lleva el arnés grotesco y el irrisorio casco del buen manchego. Don Miguel camina, ¡inete de quimérica montura, metiendo espuela de oro a su locura sin miedo de la lengua que malsina. (...) Quiere enseñar el ceño de la duda antes de que cabalgue, al caballero; (...) Tiene el aliento de una estirpe fuerte que sonó más allá de sus hogares (...) Quiere ser fundador y dice: Creo; Dios y adelante el ánima española... [PC, CU.3 Ortega y Gasset La otra gran admiración intelectual de Machado fue hacia José Ortega y Gasset. Su homenaje en verso (probablemente de 1915) es muy explícito acerca de la opinión que le merecía el «joven meditador»; «A ti, laurel y hiedra corónente, dilecto de Sofía, arquitecto. Cincel, martillo y piedra y masones te sirvan; las montañas de Guadarrama frío te brinden el azul de sus entrañas, meditador de otro Escorial sombrío. Y que Felipe austero, al borde de su regia sepultura, asome a ver la nueva arquitectura, y bendiga ¡a prole de Lutero» [PC, CXL). Por su parte Ortega había comentado elogiosamente, ya en 1912, la poesía de Antonio Machado (36). (36) Ortega y Gasset, J.: «Los versos de AM» (julio, 1912) en OC, I, Madrid, Revista de Occidente, 1961, pp. 563-66, 836 En 1915 publica Machado en La Lectura (núm. 169) un extenso estudio sobre Meditaciones del Quijote, a mi juicio pieza magistral en el conjunto de la obra en prosa de Machado. Posteriormente, y sin* que podamos fecharlo ni siquiera por aproximación, escribe una nota en Los complementarios: «Sobre Ortega y Gasset». Comenzaré refiriéndome a ella, pues se trata de una visión de conjunto sobre la obra y la persona de Ortega. Machado en la nota de Los complementarios se propone responder a una serie de preguntas que él mismo se formula: el prestigio entre la juventud «progresiva»; la impaciencia con que se esperan y leer? sus libros; lo que representa en su España el joven maestro; su voluntad de artista y pensador..., etc. Pero intenta, sobre todo, explicarse por qué se creó en torno a Ortega un ambiente de espera, impregnado de simpatía, que le permite un triunfo extenso, una difusión amplia que supera con creces la de los viejos maestros: Ganivet, Unamuno, Baroja, Azorín, Valle-lnclán —que tuvieron que luchar, a veces, contra la indiferencia y aun la hostilidad— aunque sus obras «tuvieran mucho nuevo que revelarnos». Machado, no sé sí con pieria consciencia, incide en lo que es problema medular de la obra d© Ortega, a la luz de la crítica contemporánea, y en uno de los aspectos que más se le han criticado, hasta llegar a afirmar falta de profundidad envuelta en un mañoso esteticismo. Las indagaciones de Machado no van por estos derroteros, pues comienza afirmando su fe en el talento de Ortega. Tampoco admite que la razón del éxito se deba a que Ortega fue revelado al público «en trabajos que parecían interesados en influir en la política española», pues —con cierta amargura— reconoce Machado que: «lo que interesa a los más, en política, es la perspectiva de un acta o de un destino, precisamente lo que nadie puede esperar de Ortega» (A. de Albornoz: Antología, III, p. 184). Creo que acierta plenamente — y aun lo expresa en prosa orteguiana— al presentar lo que él juzga la razón del éxito de Ortega, razón que define la obra toda del pensador: «Ortega y Gasset representa, a mi entender, en primer término o en primer plano, un gesto nuevo: el gesto meditativo; es ei hombre que hace ademán de meditar. Este es un estilo, y ei estilo es el ademán del hombre. No confundamos el ademán con lo que los franceses llaman pose, y ahorremos definiciones» [Ibidern), El extenso comentario a Meditaciones del Quijote es, más que nada, una aguda y penetrante crítica de la novela cervantina con un plan837 teamiento que —al decir de J. M. Vaíverde (37)— sería hoy envidia de Roland Barthes y demás teóricos de la écriture, porque —para Machado fa grandeza del Quijote está en su ímpersonaí/dad expresiva, en haber aprisionado «enorme cantidad de lengua hecha», no en haber manifestado ef pensamiento o el sentimiento del propio Cervantes. Machado se pregunta, en páginas —a mi juicio magistrales y muy por encima de su restante producción en prosa— por el sentido último del Quijote; medita sobre su intención-; la evolución y razón de ser de su comicidad; el arraigo en e) alma hispana cuando se interroga sobre su destino; el triunfo del Quijote —personaje— sobre el propio libro de Cervantes..., etc. A todas estas preguntas no han contestado los eruditos y filólogos de medio pelo que caen sobre el Quijote «como bandadas de estorninos en olivar» pero que dejan intacta la obra «aunque sobre ella Huevan Clemencínes de punta». Sus ataques a ¡os eruditos •—aspecto importante para conocer su pensamiento —son constantes; los considera acarreadores de material y, por ello, muy por debajo del arquitecto que elabora, construye e interpreta. En esté sentido valora extraordinariamente el libro de Ortega sobre el Quijote y, también la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno que; «derriba e¡ estrecho recinto de cartón piedra que los cervantófilos de hasta entonces habían levantado en torno al Quijote», Compara las interpretaciones de Unamuno y Ortega, para insistir en que no vienen del campo de la erudición sino del de la filosofía, por lo que el 'libro de Cervantes tiene para ellos muy distinta significación y los resultados son —a su juicio— mucho más valiosos. Si Unamuno se propuso hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para ios más literatura; Ortega se propone investigar la fuente originaria: el Quijote cervantino, ei quijotismo de Cervantes. Para ello hace un esfuerzo a fin de distraer ia vista de Don Quijote y verterla sobre ei resto de la obra, intentando apresar el estilo cervantino del cual el Quijote, obra literaria, es sólo una condensación particular, porque el individuo Don Quijite es un individuo de la especie Cervantes. En sentido global captó muy agudamente, Machado que eí intento de Ortega iba encaminado a descubrir el quijotismo del libro y no el quijotismo del personaje, intentando librarse así de los errores —a veces grotescos— nacidos de considerar aisladamente a Don Quijote, No me parece necesario aludir aquí a las enormes repercusiones posteriores de la concepción orteguiana. A propósito dal prólogo del libro de Ortega, hace Machado unas penetrantes e inteligentísimas consideraciones sobre ja concepción (37] Vaíverde, J. M.: Op. cit,, p. 162. 838 orteguiana de amor, conocimiento y moral y sus vinculaciones. En este sentido resume lo que considera la característica distintiva del pensamiento de Ortega: «Si amar las cosas no es comprenderlas, siempre será establecer con ellas una relación de intimidad. De todos modos, parece que el problema de conocer —y no de conocer por conocer, ni el de conocer para vivir, sino para construir— es el que preocupa y apasiona al joven maestro. Una preocupación arquitectónica es, a mi entender, la característica de Ortega y Gasset) [Art. cit., Á. de Albornoz: Antología, lli, p, 165). Exactamente lo contrario a la más rastrera erudición, tan denostada por Machado, no sólo por su incapacidad arquitectónica sino por el beod o desprecio que sienten hacia cuantos ponen un poco de fantasía en sus interpretaciones. Machado se detiene en el platonismo de la concepción del amor en la obra de Ortega y en sus ataques a la moral utilitaria, pues ---por su fondo de educación kantiana— considera antagónica la idea de utilidad y de moral. No es momento ni lugar este para mayor detención en el estudio de las ideas filosóficas de Machado y su manifestación, en este caso, a propósito del pensamiento de Ortega. Sí nos interesa, en cambio, señalar que Machado ejerció una crítica en profundidad de los libros de pensamiento con aportaciones muy pensadas y originales. No cabe decir otro tanto, en cambio, de sus juicios estrictamente literarios que, por otra parte y como hemos visto, suelen conducir hacia aspectos transcendentes, ajenos, casi siempre, a problemas formales y meramente textuales. En su proyecto del discurso de ingreso en la Academia de !a Lengua, había confesado con toda humildad que no era humanista, ni filólogo ni erudito, que pobres eran sus letras, que estudió con ahínco la filosofía pero no la literatura, que era poco sensible a los primores de la forma, la pulcritud y la pulidez del lenguaje cuando no había un contenido de garantía... pero lo que dijo, a otro propósito, para su poesía puede aplicarse —corno resumen en sus propias palabras— a todo su hacer de crítico: «Desdeño las romanzas de ios tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos» [PC, XCVli). JOv9£ MARÍA DIEZ BORQUE Sr.n Gerardo, 61, 3.° B iViAOfiiD-35 839 ABSTRACTO Rafael Aiberti y Antonio Machado: amistad y tributo Las amistades desempeñan un pape! significativo en fa vida y obra de Rafael Aiberti. En su juventud, eí entonces incipiente poeta, solitario y enfermizo, sin haber conseguido todavía integrarse en ía vida madrileña, nos da una prueba de la urgente necesidad de la presencia humana en su existencia, cuando intentó ganarse amistades gastando el dinero de su Premio Nacional de Literatura en invitar a desconocidos que encontraba a su paso (1). Más tarde se reveía esta misma necesidad a través de los años del «poeta en la calle», en los que importaba la solidaridad colectiva y ia colaboración entre amigos. Ya en ei exilio, fue la cordial acogida de parte de las amistades lo que permitió a Aiberti abrirse paso en e! período de su vida en Sudamérica. Sin embargo, tíe entre todos sus amigos y conocidos, a pocos ha tratado Aiberti c&n tanto respeto y ternura como a Antonio Machado. Más importante, quizá, que las posibles influencias de Machado en ia poesía de Aiberti sean el cariño y la admiración que Aiberti sentía hacia él. Aiberti primero conoció a Antonio Machado a través de su poesía, la cual el joven «marinero en tierra» madrileña recitaba y aprendía de memoria; «Con mi hermana Pepita, mi pobre hermana Pepita, hoy joven viuda de ia guerra de España, sabía de memoria sus poemas, que recitábamos en nuestras inseparables, puras mañanas del Jardín Botánico, el Retiro, la Moncíoa, frente al crestado y niveo Guadarrama» (2). Pero Machado no liego a ser amigo personaí suyo hasta mucho más tarde. Antonio Machado fue uno de los miembros de! jurado que le otorgó el Premio Nacional de Literatura de 1924 por su Marinero en tierra, entonces titulado Msr y tierra. Aunque Aiberti pudo ir a dar las gracias a todos ios miembros del jurado en ¡os primeros meses después del (1) (2) «La arboleda perdida» [Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora. 1959), pp. 214-215. «imagen primera de...» (Buenos Aír<=s: Losada, 1945], p. 41. CAO premio, no consiguió agradecer a Machado su voto porque éste se hallaba en Segovia por aqueíla época (3}. Su primer encuentro con Antonio Machado, el hombre, fue un inesperado y repentino saludo una mañana en la calle del Cisne. Alberti reconoció ¡a «sombra de hombre» que se acercaba lenta y silenciosamente y pudo tener así su oportunidad de dar las gracias a Machado por el premio de 1924. Alberti nos cuenta que cuando vio a Machado por segunda vez, en su tertulia de! café Español, Machado, después de una calurosa acogida, le selló, sin darse cuenta, un raro ejemplar de los poemas de Rimbaud, que acaba de comprar, con indelebles quemaduras de cigarrillos, las cuales, según Alberti, hacían aún más raro y valioso su libro (4), Alberti y Machado iban a verse Gon frecuencia en la época de la tertulia rnachadiana del café Várela. Se forja una verdadera amistad entre Alberti y Machado a partir de 1933, año en que Alberti fundó Octubre. Poniéndose al servicio de ía República, igual que otros intelectuales, Machado participó activamente en grupos como la Agrupación al servicio de la República, cuyo primer acto se celebró en Segovia en 1931, con Machado de presidente. Aunque Machado no traicionó su poesía para convertirse por completo en político, apoyó con su prestigiosa firma algunas publicaciones militantes. A la revista Octubre, por ejemplo, mandó en 1934 un ensayo titulado «Sobre una lírica comunista que pudiera venir de Rusia» (5). Durante este período Machado alabó la poesía de Alberti y mostró hacia él máxima simpatía, según nos revelan un artículo que publicó en La Vanguardia el 21 de octubre de 1938, así como su «Carta a David Vigodsky» (6). Esta inclinacicn por parte de Machado hacia la República y ios republicanos fue recompensada por éstos en el peligroso momento de la retirada. Alberti, como miembro de la Alianza de Intelectuales, invitó a Machado a ser evacuado de Madrid bajo la protección del Quinto Regimiento. La última vez que Alberti habría de ver a Machado fue en Valencia, en la pequeña casa con jardín a las afueras de esta ciudad, donde se había instalado Machado con su familia (7}, Es el propio Alberti quien, al citar las voces que oye resonar en su poesía, sitúa ei nombre de Machado en un lugar prominente, entre los de Gil Vicente y Garcilaso: (3] Ibid., pp. 42-44 y «La arboleda perdida», p, 204. (4) «Imagen primera de...», p. 44. Í5) Puede leerse en el número S de abril de 1934, p. 4, de «Octubre» o en Antonio Machado, «Obra: poesía y prosa.; (Buenos Aires: Losada, 1964), pp. 859-61, {6) Esta carta se publicó por primera vez en «Hora de España», Valencia, núm. 4 (abril de 1937), pp. 5-10. Para un estudio sobre la relación entre Machado y la generación del '27 y sobre todo para las opiniones de Machado sobre esta generación ver José Luis Csno, «Machado y la generación poética del '25», «La Torre», 12 (enero-junio, 1964), 483-504. (7) «imsgen primera de...», pp. 53-57. 841 Cantan en mí, maestro mar, metiéndose por los largos canales de mis huesos, olas tuyas que son olas maestras, vueltas a ti otra vez en un unido, mezclado y sólo mar de mi garganta: Gil Vicente, Machado, Garcilaso, Baudelaire, Juan Ramón, Rubén Darío, Pedro Espinosa, Góngora ... y las fuentes que dan voz a las plazas de mi pueblo (8). AJberti rinde homenaje a Machado en varias ocasiones. Le incluye en su Primera imagen de..., publica una colección de sus obras poéticas y, años después de la guerra, le recuerda todavía en poemas como «Retornos de Antonio Machado», recogido en Signos del día y «Canción 16» de Baladas y canciones del Paraná; pero en especial le dedica De los álamos y los sauces y le convierte en personaje de su elegía dialogada a la memoria de Miguel Hernández. Esta «Égloga fúnebre» al recuerdo de Hernández consiste en una dramatízación poética de la destrucción en España. En ella, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández evocan el pasado feliz español y lamentan su muerte, mientras el toro, emblema personificado de la patria, «tan herido y tan duro», agoniza «sobre una mar ensangrentada». Siendo Machado el mayor de los tres poetas que hacen de actores en esta breve tragedia, Alberti ie asigna ei papel de la voz primera. Machado se revela ante nosotros los lectores-espectadores, de manera indirecta, a través de ía transnominación; es decir, por expresiones metonímicas, en ias cuales se alude a sí mismo citando sus propios giros poéticos y sus motivos líricos predilectos. La primera vez que Machado se acerca al proscenio para tomar ía palabra es identificado con este eco de su poesía: «Yo fui "aprendiz de ruiseñor"» y un poco más tarde con esta referencia a sus Campos de Castilla: «Mi canto, estepa». Alberti prefiere asociar el espíritu machadiano con aquella poesía suya inspirada en la meseta castellana de «desnudos peñascales», «sierras calvas» y «cerros cenicientos» en vez de con aquella otra de las Soledades, primero, porque el Machado de Castilla fue el hombre a quien Alberti conoció en Madrid y el que luchó por la República y, segundo, porque dentro del contenido de este poema, el alma castellana que celebra la poesía de Machado sirve de complemento a la voz andaluza representada per Lorca. (8) «Poesías completas» (Buenos Aires: Losada, 1961], PP. 519-S2Q. 842 En la primera sección de la «Égloga» el vocabulario es machadiano. Ya en ía segunda parte, al lamentar su tierra ensangrentada, !a voz de Machado se convierte en una declaración colectiva de dolor; llora Machado, llora Alberti y con -ellos toda España. La emoción y la expresión albertianas se sobreponen a la voz de Machado para infundirle ese vocabulario, esa sintaxis y ese ritmo que son la vena característica del poeta de Puerto de Santa María. Machado es convertido por Alberti en portavoz de sus propios sentimientos y así casi en personaje de su propia creación. Las palabras finales de Machado son completamente de invención albertiana. Alberti imagina a Machado muerto allí en Francia, añorando desde lejos su patria y su hogar. Hace que el. lamento machadiano trascienda los límites personales para que alcance una síntesis del sentido de pérdida de todo desterrado. De los álamos y los sauces, poemas escritos en recuerdo de Machado, sirve de doble tributo al poeta de Campos de Castilla, primero porque usa un motivo prevaleciente en la poesía de Machado y después porque Aiberti ve en los álamos guardias erguidos, símboíos deí anhelo por la altura que Machado encarnaba y de los cuales Alberti intenta tomar fuerzas. Los álamos de Alberti concuerdan en muchos aspectos con los de Machado, pero, como en «Égloga fúnebre», Alberti termina por proyectar sobre Jas imágenes machadianas su propia subjetividad, fundiéndose así con el emblema de su amigo desaparecido. La semejanza entre el aspecto físico de los álamos de Machado y tos de Alberti es fácilmente visible. Para ambos poetas el álamo acompaña a ios muertos y baja ai mar, que es el morir. Aiberti ve desvanecerse los álamos perdidos, como aturdidos, hacia el mar y para Machado es la barca del álamo ¡a que se desliza por el río hacia el mar del olvido. La advertencia de la caducidad de nuestra vida explícita en el poema XIII de Soledades se reitera en Jas implicaciones morales del undécimo poema de De los álamos y los sauces. Si bien Alberti insiste mucho más que Machado en el valor simbólico del álamo, en ambos poetas el álamo llega a personificarse. Tanto Alberti como Machado vuelcan en el árbol sentimientos humanos que le proporcionan un alma. Los dos encuentran en el álamo un amigo con quien conversar que les consuela. También el álamo es objeto en que proyectar unos sentimientos experimentados o deseados. Los álamos «risueños» que Alberti va buscando entre los «huesos desparramados» epitomízan esa tranquilidad y paz interior que él anheia y necesita. Ai mismo tiempo, cuando Machado imagina los álamos como una delicada y gloriosa «espuma de la montaña / ante la azul lejanía», está transcribiendo su propia exaltación ante la belleza del campo primaveral. 843 Sin embargo, Alberti, a diferencia de Machado, logrará identificarse con el álamo, unir su espíritu y el del árbol, efectuando así más que una personificación, una transformación e intercambio de esencias. Más tarde, en el tributo en prosa dedicado a Machado, Alberti aplica eí mismo proceso de transformación a Machado mismo, describiéndole con términos del árbol tan querido a éste: «Hombre sufrido, socavado en lo hondo de ias raíces. Tristeza de árbol alto y escueto, con voz de aire pasado por la sombra» (9). Y Alberti ve erguirse los álamos argentinos de Ei Totoral como recuerdo vivo del poeta de los campos de Soria y su respiro le consuela y le transporta «hacia aquellos caminos y lejanías, donde la grave resonancia del poeta se perdía perdurable...» (10]. Luego, en un gesto simbólico de cariño, inscribe el nombre de Machado en la corteza de uno de estos árboles para resucitar a su querido maestro y para unirle a la vida inmortal de estos hermanos de sus álamos castellanos. Vemos, pues, que en De los álamos y ios sauces, ai expresar su dolorido sentido, Alberti proyecta su tragedia personal sobre la naturaleza y la tamiza por el recuerdo de un gran amigo y poeta para alcanzar de este modo con su poesía dimensiones trascendentales de profundía elegía conmovedora. Aíberti conmemora a un gran español y llora por un alma mansa y fina: «Descansa, desterrado / corazón, en fa tierra dura que involuntaria / recibió el riego humilde de tu mejor semilla. / Sobre difuntos bosques va el campo venidero. / Descansa en paz, soldado» (11). Lleva consigo el recuerdo de Machado a América y graba su nombre en la alameda argentina, en el aire mismo, para que ía posteridad se acuerde de él. Su gran aprecio por Machado jamás le permitirá olvidarle; más aún, hace que le inmortalice, porque al encontrar inspiración para su propia poesía en los perennes álamos de Machado y al transformar al poeta muerto en voz viva en un poema como «Égloga fúnebre» le convierte en la sustancia inmortal de la poesía. C. G. BELLVER Urtiversíty of Nevada LAS VEGAS, Nevada (USA) (9) «Imagen primera de...», p. 46. (10] fbid., p. 58. (11] «Poesías completas», p. 491. 844 LA ESCUELA DE SABIDURÍA DE JUAN DE MAIRENA En 1896, y adelantándose notablemente a Keyserling, Juan de Mairena decidió fundar en Sevilla una Escuela Popular de Sabiduría Superior. En realidad, ia única concomitancia básica sobre ías ideas de Maírena y las del elegante conde de Keyserling era la de producir un tipo de enseñanza del que estaban excluidos justamente todos ios saberes especializados y concretos en favor de una «sabiduría» superior que ios contemplase desde lo alto y que en algún grado ayudase a vivir, Pero mientras Keyserling tendía a que esa sabiduría fuese un nuevo y elevado adorno intelectual Mairena trataba de remover todos los cimientos de la personalidad y de edificar un hombre nuevo, quizá escéptico, pero sin falsías enranciadas en ías que atrincherarse. Extremando las cosas, podríamos decir que la escuela de Keyserling era un dulce y aristocrático paseo por un ficticio jardín orientalizante (semejante a muchos de los actuales contactos europeos con el ZenJ, mientras que la de Mairena era una aventura trágica y popular, incluso proletaria. Keyserling tuvo noticia de! intento de Mairena —no sabemos hasta qué punto— a través de Ortega y Gasset, si bien parece que Ortega ¡e informó sólo de ¡os aspectos más estrictamente intelectuales de la empresa, eludiendo los más humanos y sociales, en los que quizá radicaba su mayor originalidad. Es sabido que la Escuela Popular de Mairena no llegó a funcionar. Pero los materiales de que hoy disponemos nos permiten no safo historiar la gestación de su empresa, sino valorarla con detalle (1). (1) Para ésta' reconstrucción son ¡mprescindíbfes tres fibros, te valor desiguaf y discutíble, pero en los que se aportan, a veces caóticamente y con escaso mérito, los datos esenciales: CRUELLS, Vicente: «Personajes de la Sevilla finisecular», edlcion&s El Corrillo, Sevilla, 1969; SALAS VÁRELA, EusebiO; «La prensa sevillana y ios movimientos ¡nféfectuaíes entre 1870 y 1900, ediciones de la Excma. Diputación. Sevilla, 1972; y CRIADO, Samuel; «Las ¡<leas pedagógicas de Abel Martín», ed. del autor, Sevilla, 1972. 845 ABEL MARTIN No se ha hecho todavía e¡ debido hincapié en la influencia que sobre Juan de Mairena ejerció el profesor de Filosofía sevillano Abel Martín (1840-1898), 'Mairena, muy joven, recibió el tremendo impacto de la enseñanza de aquel Sócrates andaluz, que era capaz de simultanear sus interminables charlas de café con la producción 'de tratados de una metafísica singular y pintoresca, como su monumental, confuso y sin embargo interesantísimo mamotreto Sobre la esencial heterogeneidad del ser, que publicó a su costa, que apenas vendió y que pagó a pellizcos a un impresor de Sevilla, que cometió, en las mil ochocientas páginas del libro (divididas en cuatro volúmenes), cinco mil erratas. (Eso decía, al menos, e! autor.) El impresor debió hacer sólo doscientos ejemplares, y la obra es hoy rarísima y casi ínencontrable. El bibliófilo cordobés Rafael de los Santos posee un ejemplar (descabalado, pues falta el volumen segundo), y otro (éste completo) poseía el erudito seviííano Samuel Criado, que falleció hace dos años y cuya espléndida biblioteca parece que está en trance de dispersarse (2). Abel Martín fue a Mairena lo que Sócrates a Platón: una mina inagotable de ideas y sugerencias que, no obstante su valor intrínseco y absoluto, despertaban en el segundo un irresistible deseo de reelaboración. Esta patológica identificación —que es ía más profunda, y no la necia repetición por el discípulo de las ideas del maestro— impide a los exegetas una neta diferenciación de lo socrático y de lo platónico, y por la misma razón, de lo abélico y lo mairénico. El citado Samuel Criado, por ejemplo, atribuye a Abel Martín ideas pedagógicas inequívocamente mairénicas. Y, por el contrario, en un libro cuyo autor nos merece todo género de respetos y que constituye en otros aspectos una investigación ejemplar (3), se omite casi por completo a Abel Martín. Para nuestro objeto, nos importa saber en qué medida Abel Martín fue el promotor de la Escuela Popular. Dos ¡deas de Martín, clara y extensamente expuestas en Sobre la esencial heterogeneidad del ser, han pasado, evidentemente, al proyecto de Mairena.. La primera (4) es la de la heterogeneidad que da título al libro. No vamos a exponerla aquí por entero (5), sino solamente en su vertiente pedagógica. Si el ser humano sólo encuentra su completa realización {2) Dio la voz de alarma el periodista sevillano Fernando Lantiza en su artículo «Una obligación y un deber», en «El Correo de Andalucía», de! S de enero de 1975. (3) ROJAS PASTOR, Herminio: «Kant en España», ed. CorbeJIá, Barcelona, 198Í. (4) Vo!, I, pp. 225-279; vol. 11, pp. 104-111; vol. IV, pp. 360-448. (5) El lector interesado puede encontrar una exposición (incompleta pero aceptable) de !a idea de «heterogeneidad» de Abel Martín en: MARTÍNEZ COLINA, Ricardo: «Una ontología idealista en España*, ed. Torredo, México, 1956. 846 asumiendo la otredad, !a única pedagogía profunda y válida será la que despierte y desarrolíe esa asunción. Para Martín, Ja acumulación de saberes parciales y especializados contribuye, en general, a oscurecer esa otra cara del yo sin ia cual seremos siempre incompletos. Pues cada nueva suma de conocimientos es un refuerzo de nuestra falaz personalidad umrrostra, y elude más y más la necesidad esencial de desarrollar nuestro rostro oculto. No es, por supuesto, que nuestro rostro oculto sea más importante que el manifiesto; lo importante es que asimilemos explícitamente todos nuestros rostros, pues si nos empeñamos en quedarnos con uno solo, éste se convertirá en máscara. La lucha contra ¡a máscara es postulado pedagógico básico de la Escuela Popular de M a iré na. La otra idea de Abel Martín que pasa íntegra a la empresa mairénica (6) es la de la definición del trabajo superior. Dice Martín: Una sana concepción del trabajo será siempre la de una actividad marginal de carácter más o menos cinético, a la vera y al servicio de las actividades específicamente humanas; atención, reflexión, especulación, contemplación admirativa, etc., que son actividades esencialmente quietistas, o, dicho más modestamente, sedentarias. Es decir, todo lo que habitualmente entendemos por «trabajo» no es, en el fondo, sino una actividad margina! caracterizada por un rasgo un tanto ridículo: el movimiento. El hombre, trabajando, se mueve frenéticamente, y en ese movimiento de hormiguero cree encontrar, a través de cierta eficacia funcional, una justificación profunda. Sin embargo, esto es un puro espejismo. El homo faber es una pobre maquinilla histérica que cree hacer algo útil y humano. Y ni es útil (porque se trata en general de satisfacer necesidades provocadas artificialmente y de las que se podría prescindir} ni es humano, porque el homunculus mobilis (como dice Martín) traiciona profundamente lo específicamente humano al convertirse de semoviente en proyectil; es decir, de ser que se mueve por sí mismo (humano) a ser que es movido por resortes e impulsos exteriores (mecánico). Sin duda, Abel Martín hubiera empleado ia palabra robot si hubiera estado disponible en su época (7). El auténtico trabajo humano es mirar, captar, pensar. Los demás trabajos son coartadas encubridoras de la inacción; el proyectil humano que no para en (6) Vol. I!,' pp. 190-242. (7} Por cierto que Maírena orifica estas ideas de su maestro llamándolas «rancias». En la interrelación Mairena-Martín el juego de perspectivas se hace muy rico, corno sí ss tratase de una interminable galería de espejos (con alguno deformante). Una de estas perspectivas es la «vergüenza del discípulo», que de vez en cuando, por amor propio [o incluso por una necesidad dialéctica inmediata} se siente obligado a rechazar o criticar icfeas de flbef Martín que, sin embargo, admite y sigue en la práctica. No es ajena a esta actitud la idiosincrasia andaluza, y más concretamente sevillana. 847 todo el día está ocultando su radical vagancia de lo humano profundo. Este pseudotrabajo es también una máscara, y la Escuela Popular de Sabiduría Superior, ya lo hemos dicho, es una lucha contra !a máscara. SUPUESTOS BÁSICOS DE LA ESCUELA A.estas dos ideas básicas de Abel Martín que acabamos de exponer hay que sumar, naturalmente, las aportaciones originales de Mairena. Estas son, fundamentalmente, cuatro. 1) Posible actitud receptiva del pueblo andaluz.—Mairena tiene una fe exacerbadamente patriótica en sus compatriotas. Piensa que los españoles mantienen intacta una reserva de espíritu que, como el agua de un oculto manantía!, sólo espera la ocasión exterior para brotar. Tenemos —escribe— un pueblo maravillosamente dotado para la sabiduría, en el mejor sentido de la palabra: un pueblo a quien no acaba de entontecer una clase media entontecida a su vez por la indigencia científica de nuestras universidades y por el pragmatismo eclesiástico, enemigo siempre de las altas actividades del espíritu. Y, dentro de España, es la cultura meridional, andaluza, la que mejor podría asimilar este tipo de enseñanza, porque en esa región el hombre no se ha degradado todavía por el cuito perverso al trabajo, quiero decir por el afán de adquirir, a cambio de la fatiga muscular, dinero para comprar placeres y satisfacciones materiales. Esto, que escribe Mairena en 1896, es una anticipada crítica al demencial consumismo de nuestros días, consumismo o espejismo impuesto con habilidad y violencia por un capitalismo agonizante, pero que lucha aún a ía desesperada para mantener sus privilegios a costa de la imbecilidad y primitivismo de ios humanos. Según Mairena, pues, ío que nuestra sociedad critica de los andaluces •—su escasa capacidad para las grandes empresas y organizaciones laborales y, como consecuencia, su secular pobreza y conformismo, su falta de ambición y su desdén por la prosperidad material,— es justamente su mayor virtud y su intacta reserva de sabiduría. Sobre esta veta virgen, no contaminada, ha de actuar la Escuela Popular de Sabiduría Superior. 2) ¿Qué enseñanzas básicas impartiría la Escuela?—Los breves textos que conservamos de Mairena no dejan lugar a dudas. Las disciplinas habituales serán suprimidas, o si acaso explicadas para revelar su profunda inexactitud. Lo que los posibles alumnos supieran antes de entrar en la Escuela no les sería tomado en cuenta, pues no les serviría absolutamente de nada. Porque la finalidad de nuestra Escuela —escribe Mairena—, con sus des cátedras fundamentales, como dos 848 cuchillas de una misma tijera, a saber: la cátedra de Sofística y la de Metafísica, consistiría en revelar al pueblo, quiero decir al hombre de nuestra tierra, todo el radio de su posible actividad pensante, toda la enorme zona de su espíritu que puede ser iluminada y, consiguientemente, oscurecida; en enseñarle a repensar lo pensado, a desaber lo sabido y a dudar de su propia duda, que es el único modo de empezar a creer en algo. Reaparece aquí algún aspecto de la enseñanza socrática, que no necesita nunca apoyarse en ningún conocimiento específico, sino sólo en los naturales recursos reflexivos de cualquier ser humano. La división en dos disciplinas fundamentales —Sofística y Metafísica— es, sin duda, lo más origina! del proyecto y merece ser comentado. Para Mairena, la Sofística se ocuparía de roer, desmenuzar y triturar todo lo que constituye el arsenal de nuestras aparentes-convicciones y seguridades (¡la máscara!). Esta trituración es al mismo tiempo trágica y cómica, o, si se quiere, grave e irónica. Sin un ágil sentido del humor —del humor grecoandaluz de Abel-Sócrates y de Mairena-PIatón— no podría hacerse. Pero la gravedad reaparece cuando, tras de juguetear con las ideas y creaciones, Mairena se cuida muy mucho de tirarías a la papelera como asunto liquidado por la paradoja, el chiste o el argumento retorcido. No. Aquello sigue allí, maltratado pero vivo, ridiculizado pero vigente. La ganancia —la gran ganancia— es la aparición de lo otro, de la otra cosa, de ia nueva posibilidad, de la esencial heterogeneidad, en suma. Tal es el cometido —inmenso, abisma!, peligroso y delicadísimo— de la cátedra de Sofística, que Mairena había decidido adjudicarse. .¿Y la cátedra de Metafísica, que Mairena reservaba para Abel Martín? En ella.se explicaría, dice Mairena, en forma de creencias últimas o de hipótesis inevitables, los conceptos que resisten a todas ¡as teorías de una lógica implacable, de una lógica que, llegado el caso, no repare en el suicidio, en decretar su propia inania. Ciertos núcleos o huesecillos imposibles ya de roer por (a Sofística serían transferidos a la clase de Metafísica. Podemos, pues, imaginar qué tipo de problemas le estaban reservados especialmente en el proyecto mairénico al maestro Abel Martín: aquellas querencias rabiosamente hincadas en e! alma humana (¿el amor?, ¿el ensueño?, ¿el miedo?), esos materiales de arrastre ancestrales que configuran pueblos y razas, y esos elementos primarios y primordiales de un contexto metafísico fatal e ineludible como los que hoy analiza y desmenuza García Bacca (el mundo como residencia, con su secuela de trabadísimos y reticulares datos). 3) ¿Cuál sería el aprendizaje de los alumnos?—Dice Mairena a sus discípulos: Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada 849 CUADERNOS. 304-307 (II).—15 y que sólo me aplico a sacudir la Inercia de vuestra almas, a arar et barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes, como se ha dicho muy razonablemente, y yo diría mejor, a sembrar preocupaciones y prejuicios; quiero decir juicios y ocupaciones previos y antepuestos a toda ocupación zapatera y a todo juicio de pan llevar. Sin esfuerzo se reconoce aquí la concomitancia con otros dos grandes pedagogos coetáneos: con Migue} de Unamuno y con Arnold Schoenberg, de cuyas sorprendentes analogías con Mairena me he ocupado en otra ocasión (8). Los alumnos no saldrían de la Escuela con ningún conocimiento nuevo; si acaso saldrían dudando de todos sus anteriores conocimientos, Pero habrían ganado dos gigantescas perspectivas: la sofística, o posibilidad de que ias cosas (ideas, creecias, querencias, nosotros mismos) puedan ser de otra manera, y !a perspectiva metafísica, o arte de tomar en serio, profunda, poética y lógicamente, lo que de verdad debe tomarse en serio. 4) Por último, para ¿quién es la Escuela?—La Escuela es Popular. Esto es inequívoco. Ha de estar abierta a todos y al alcance de todos. Se rechaza explícitamente la élite, entre otras cosas porque no existe la élite. Ojo a esto, que es muy grave, como decía Mairena. Yo no creo en la posibilidad de una suma de valores cualitativos, porque ella implica una previa homogeneización, que supone, a su vez, una descalificación de estos mismos valores. En otro lugar escribe Mairena, con ágil talante artístico: Por muchas vueltas que le doy no hallo manera de sumar individuos. Sentada esta base, podemos entender rectamente otro texto maírénico que ha escandalizado a algunos fariseos: Nosotros no pretenderíamos nunca educar a fas masas. A fas masas que las parta un rayo. Nos dirigimos al hombre, que es lo único que nos interesa: al hombre en todos los sentidos de la palabra, al hombre «in genere» y al hombre individual, al hombre esencial y al hombre empíricamente dado en circunstancias de lugar y de tiempo, sin excluir a! animal humano en sus relaciones con ¡a naturaleza, Pero el hombre masa no existe para nosotros. Aunque el concepto de masa pueda aplicarse adecuadamente a cuanto alcanza volumen y materia, no sirve para ayudarnos a definir al hombre, porque esa noción fisicomatemática no contiene un átomo de humanidad. Perdonad que os diga cosas de tan marcada perogrullez. En nuestros días hay que decirlo todo. No existe la «minoría selecta». No existe la masa. Existe sólo, en cualquier caso, el individuo. A él va encaminada, única y exclusivamente, la enseñanza de la Escuela Popular de Sabiduría Superior. (8) Véase mi prólogo a ía traducción de! «Tratado de Armonía» de Arnold Schoenberg, ed. Real Musical, Madrid, 1974, 850 GESTIONES Mairena buscó un local para su Escuela. Encontró uno, pequeño y desvencijado, cerca de la calle Sierpes. El propietario lo alquilaba barato, pero tenía la molesta pretensión de enterarse exactamente del uso a que se iba a destinar. Mairena era incapaz de disimular, y tuvo el valor de explicarle en qué consistía aquella Escuela de Sabiduría. Incluso le insinuó ia conveniencia de que él mismo se matriculase. (La matrícula era gratuita.} El propietario se escandalizó de las para él extrañísimas condiciones de la Escuela. Propietario.—Pero ¿no es una escuela primaria, para niños? Mairena,—Es una Escuela Superior. Propietario.—¿Para Mairena.—Para adultos? que ¡leguen a ser verdaderos adultos, pero sin máscara: Propietario.—¿Cómo sin máscara? ¿Es que va a ser esto un car- naval? Mairena.—Cuando la gente se pone máscaras en carnaval es jus- tamente cuando abandonan su máscara, y, aunque no sea más que externamente, pueden vislumbrar, por unas horas, lo que es la otredad. Propietario.—¿La Mairena.—La qué? otredad. Es el deseo que usted tendría, por ejemplo, de ser el director de la Escuela de Sabiduría y que yo fuese el propietario del local. Propietario.—Querrá Mairena.—Es usted convencerme de que eí local es suyo, más mío que suyo porque yo lo necesito y usted no. Propietario.—¡Qué gracioso! Mairena, una vez apalabrado el local, tuvo la desdichada idea de hacer imprimir unas hojitas de propaganda. En ellas se las arregló para decir la mar de cosas que no podían sino espantar a los padres de los posibles alumnos. Uno de ellos1, contertulio en el café, abordó a Mairena. Contertulio.—Amigo Mairena.—Olvidar Mairena, ¿qué es eso de desaber? lo sabido, olvidar lo mal sabido, dar marcha atrás en nuestros conocimientos equivocados y hacer posible así ¡legar a saber algo. Contertulio.—O sea que mí niño va a su Escuela sabiéndose los ríos de Europa y usted se los hace olvidar. Mairena.—Puede seguir recordándolos. Pero después de aprender que la lista de los ríos de Europa es una sandez. 851 Contertulio.—¿Qué le parece, don Cosme? El amigo Mairena va contra la cultura. Don Cosme.—Pué zin curtura no ze va a ninguna parte. Mairena.—Pero vamos a ver. ¿De qué le ha servido a usted saberse la lista de los ríos de Europa? Contertulio.—Pues para tener cultura. Mairena.—-¿Cultura o curtura? Don Cosme.—Curtura. Mairena.—Es que no es io mismo. La curtura, así, con r, será obllgatoria en el examen de ingreso. Después dedicaremos un curso a transformación en cultura, con /. Y luego, en el segundo curso, se enseñará a los alumnos a olvidarla también. Dos Cosme.—Es usted un guasa. La preocupación de Mairena por la Poética como actividad creadora básica le llevó a contratar a Jorge Meneses como profesor. Meneses era un bohemio sevillano, mezcla de mecánico y de teórico, que había ideado lo que él llamaba máquina de trovar, un aparato —semejante a ciertas máquinas electrónicas actuales— que componía poemas muy •sencillos en estilo popular andaluz. La máquina estaba inventada teóricamente, pero no construida, y el propio Meneses tenía sobre su construcción material ideas bastante confusas. Mairena sintió entonces un repentino e inexplicable entusiasmo por la mecánica y propuso a Meneses que construyera la máquina y que explicara en clase su funcionamiento práctico. Meneses.—Para construir la máquina necesitaría dos mil pesetas. Mairena.—¿No serán doscientas? Meneses.—Dos mil, dos mil. ¿Usted sabe la de torniílos que líeva? Además, hay que contratar a un mecánico para que la monte, y no sé si sería mejor un ingeniero. Mairena.—¿Y no le parece que el ingeniero ahuyentaría la poesía? Meneses.—Se ve que usted no ha entendido ef espíritu de mí máquina. Lo admirable que tiene —y perdone este autoelogio— es que se eleva, desde la región de la pura mecánica, a las alturas de la creación lírica. Actúa así igual que los poetas humanos, que de sus particularísimos e insignificantes amores y angustias se elevan a la poética generalización universal. Todo hombre es, en principio, una vil máquina de ingeniería; después puede Negar el milagro de la síntesis espiritual. Mairena.—-Pero las dos mil pesetas... Meneses.—Podríamos dejarlas en mi! quinientas, pero sufriría la 852 calidad del artefacto. El ingeniero tendría que ser más modesto y económico, y los torniilitos de precio inferior. Seguramente las coplas resultantes serían menos poéticas, tendrían sílabas de más p de menos y la rima sería imperfecta. Claro que podríamos intentarlo, pero yo renuncio a toda responsabilidad sobre el asunto. Una mala máquina de trovar sería algo semejante a un poeta mediocre. ¿Vale la pena esforzarse en crear un poeta mediocre? Por mil pesetas, y sin máquina, yo mismo me comprometería a escribir las coplas necesarias durante diez años, y no saldrían peores que las de la máquina. Mairena.—Pero el experimento... Metieses.—Sería muy parecido. Yo sería la máquina. Con un poco de imaginación usted puede verme como máquina. Muy imperfecto, claro, pero podría esforzarme. Chirriaría un poco, pero es cuestión de poner aceite en los mecanismos. Mairena.—¿Mil pesetas de aceite? Meneses.—Por aceite se entiende alimentación, vestido, casa... ¿Le parece mucho precio? Mairena.—No, amigo Meneses; no me parece mucho precio. Lo que me molesta un poco es pensar que la calidad de las coplas de la máquina dependa del precio. Meneses.—Es que no depende más que hasta un cierto punto. La máquina, como todas las cosas del mundo, tiene un precio. Por debajo de él disminuye la calidad. Pero por encima no aumenta. Yo le he pedido dos mil pesetas. Si usted me da tres mil... Mairena.—Eso no puedo ni soñarlo. Meneses.—No se acalore. Si usted me dice tres mil, la máquina no mejoraría de calidad. Quizá incluso se pusiera en peligro su propio estilo y soltara coplas barrocas, que a usted le recitan tanto. No. La copla justa, popular, equilibrada, saldría con una máquina de dos mil pesetas. Un poeta bien alimentado no crea mejor poesía que uno mal alimentado. Ahora, eso sí: tiene que estar alimentado. Hay una medida justa que es inútil rebajar ni superar. ¿Conforme, amigo Mairena? Mairena.—Conforme en buscar las dos mil pesetas. En 1897 pasó por Sevilla Miguel de Unamuno. Mairena, que ya le admiraba, se las arregló para entrar en contacto con él. Los presentó un ateneísta sevillano llamado Porres, y mantuvieron una breve pero sustanciosa charla en un café. Unamuno.—Así que usted, señor de Mairena, piensa redimir a España con su Escuela Superior de Sabiduría. 853 Mairena.—Escuela Popular de Sabiduría Superior, Lo superior es la sabiduría, no la escuela. Pero no trato de redimir nada, porque sus objetivos son modestos. Unamuno.—La modestia no es una virtud. Mairena.—Es que yo no soy modesto. Modesta es la Escuela. Luego, a los profesores se les permite todo género de pedantería. Unamuno.—Hay que ser pedante; es la manera de que la gente se interese. ¿Y quién es ese Abel Martín de quien tanto me hablan? Forres.—Ah, es un filósofo, un gran filósofo, como usted. Unamuno.—Yo no soy filósofo. La filosofía es una ocupación para desocupados. Y yo estoy muy ocupado. Mairena.—Abel Martín es profesor de filosofía. Ha escrito un libro: Sobre la esencial heterogeneidad del ser. Quizá usted, don Miguel, io haya leído. Unamuno.—No, en castellano. no lo he leído. No me gusta leer filosofía, y menos Mairena.—Bueno, en realidad está escrito en andaluz. Unamuno.—Ja, ja, qué gracia, en andaluz. Ahora sí que mé apetece leerlo. ¿Y ese nombre, Abeí Martín? Es escalofriante llamarse Abel, y detrás un apellido castellano. Pero Rodríguez, o Sánchez, quedaría mejor. Por ejemplo, Abe! Sánchez. Porque se reúnen así el símbolo y lo informe, vulgar, corriente o fluyente. ¿Y qué cuenta Abel Sánchez en su ¡íbro? Mairena.—Tiene mil ochocientas páginas. No es fácil de resumir. Además, el autor no quiere que le resuman. Unamuno.—Es rnás difícil resumir o subsumir un libro que escribirlo. Y tiene razón Abeí Sánchez en no querer que lo resuman, de la misma manera que a usted o a mí no nos haría maldita ia gracia que los indios jíbaros nos redujeran o resumieran ia cabeza. ¿Y cuándo empieza a funcionar esa Escuela? Porres.—Yo creo que en seguida. Las fuerzas vivas de la ciudad... Unamuno.—<No me hable de fuerzas vivas. Esas fuerzas suelen ser más bien muertas, o por lo menos agonizantes. La única fuerza viva es el pueblo. Mairena.—Algunos individuos de! pueblo. Unamuno.—Persevere usted, amigo Manara. Su proyecto tiene sentido; eso es Jo importante. Pero no se deje arrastrar demasiado por los filósofos, sean andaluces o no. Los filósofos somos una ralea contradictoria, y lo que usted necesita ahora es lo unívoco, no lo equívoco, y mucho menos lo multívoco. 854 MAIRENA DESISTE DEL PROYECTO En 1898, Abel Martín viajó a Madrid para tomar parte, como vocal, en un tribunal de oposiciones a cátedras de Filosofía. A poco de llegar, su dolencia de hígado se agravó inesperadamente y falleció en el Hospital de San Garlos el 9 de noviembre. Mairena ío supo varios días después, y vagó, hosco, por los cafés sin hablar con nadie. En sus textos •en prosa no hay ni una sola alusión a la muerte de su maestro; parece como si Mairena se negase a aceptar racionalmente la desaparición de Abel Martín. En cambio escribió varios poemas en los que la muerte del filósofo se presenta con una desesperada emoción. Mairena alude en ellos al campo, al cielo, a campanarios y a cigüeñas, a huertos y a callejas pueblerinas, como si Martín hubiera pasado sus últimas horas en alguna pequeña población andaluza, cuando sabemos bien que, en contra de su propia personalidad, hubo de morir en una sala impersonal y gris, en la ciudad del asfalto y de las muchedumbres indiferentes. Maquinillas malolientes empezaban a asfaltar la Puerta del Sol, dando nocturno asilo caliente a los pilletes. La tradicional irresponsabilidad española recibía con asombro el desastre de la guerra con Sos Estados Unidos y j a pérdida de las legendarias colonias. Era un mal momento. Pero ¿es que hay algún buen momento para morir? La prensa —con excepción de algunos periódicos andaluces— no mencionó el suceso. Mairena mitificó a su maestro Abel-Sócrates. Como si continuara viviendo y explicando Metafísica, 'íe endosaba todo problema insoluble. Pero la Escuela Popular de Sabiduría Superior era ya un imposible. El maestro 'ideal había desaparecido y no volvería, más.' El propietario del local apalabrado lo alquiló para una churrería, que funcionó, aceitosa y humeante, hasta 1916. Meneses, no sabemos bien por qué, se disgustó y se distanció de Mairena. En 1904, Unamuno volvió a Sevilla, pero Mairena le esquivó y no quiso verle. Quizá se sentía avergonzado por no haber podido llevar a término su empresa. Pero las fantasmales columnas dóricas del proyecto se elevan aún, altísimas, al trasluz del azul cielo sevillano. RAMÓN BARCE Divino Valles, 27 MADRID 855 MACHADO, POETA ENTERO EN EL RECUERDO Lo que nos sirve de Machado Antonio Machado es un poeta «nuestro». Quiero decir que cuando nos acercamos a su obra o incluso a su significación humana, no le contemplamos desde supuestos culturales con la intención de descifrar su mundo y su circunstancia. Machado es una manera de entender España y de entender la poesía. Con una y con otra podemos fácilmente identificarnos. Se destaca de entre la media docena de nuestros poetas decisivos y su vigencia política y doctrinal le incorpora señeramente a nuestra momentaneidad. Sin embargo es embarazoso y difícil, creo yo, hablar de Machado para decir algo nuevo que justifique ia osadía de acercarse a un árbol de tan frondosa atención bibliográfica. Son varias las maneras de situarse ante los poetas para intentar su intelección. Casi me atrevería a resumir las posibles posturas receptivas en una dicotomía ciertamente tendenciosa, aunque representativa, de nuestra propia idiosincrasia. Partiendo del hecho insólito de la comunicatividad —según la teoría aleixandrina— el poeta nos sirve como elemento de traslación hacia mundos de intelectuaíización que tienden a romper con la estructura real y fenomenoiógics, Y así aceptamos el surrealismo en orden a las tendencias más esotéricas. O bien admitimos la otra gran vertiente de esa dualidad que consiste en e! valor humano del individuo y de su credo racional. Si en la primera de las vertientes se insertan Perse, Aragón o Rimbaud, en esta última el nombre de Antonio Machado nos sirve como anillo al dedo para determinar el maridaje del poeta con la verdad desnuda que, en e! fondo, es la que definitivamente satura nuestra sensibiliuad. Eso es lo que nos sirve de Machado. Eso y no otra cosa es lo que le hace estar vigente en nuestra razón, vivo y entero como poeta y como hombre en nuestro recuerdo. Este es, asimismo, el motivo de que hayamos titulado nuestro trabajo de la forma que lo hemos hecho. Hay una extraver856 sión de la sensibilidad hacia la deshumanización del lenguaje a través de esos alambiques que licúan el aire potencíador de la inspiración por medio de la metáfora, la imagen o la quebrazón del sentido lógico. Ni Antonio Machado es metafórico ni tampoco amigo de rizar el rizo de la originalidad con el riesgo de incurrir en la temida pedantería. Cuántas cautelas asediaban la intimidad mental de don Antonio cada vez que llegaban a su conocimiento las nuevas osadías de «los pedantones al paño». Sus personajes apócrifos son enmascaramientos útiles para dar pábulo a sus cogitaciones que apenas logran disimular la continencia granítica de su andadura humana. Antonio Machado no era hombre que pudiese disimular aunque tratase una y otra vez de concertar un sincretismo clandestino con Juan de Mairena o con Abel Martín, A veces se contradecía porque, en el fondo, lo que sucede es que quien alardea de llaneza está incurriendo sin darse cuenta en una cierta complicidad de mundos retóricos. En boca apócrifa, para definir lo que pasa en la calle, Machado utiliza la conocida definición cultista: «los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa». Existe un Antonio Machado socarrón y casi mordaz que, condenando esa retórica, es retórico a la vez, aunque los caminos que intenta sean muy otros. El nos dirá en su retrato: «ya conocéis mi torpe aliño indumentario», optando por la paradoja, porque lo cierto es que no hay aliño torpe, sino desaliño. Nos sirve de Antonio Machado, ante todo, su inquietud intelectual; sus mundos de despersonalización y la gravedad sustancial de sus conceptos. Nos sirven, más que su propia poesía, con ser ésta tan alquitarada, por lo que tiene Machado desde su conducta y desde su palabra de cierta e irrefutable deserción de la línea noventayochista. Machado no coincide en ningún aspecto con el decadentismo europeo en el que incurre su hermano Manuel; ni con el derrotismo creacionista del noventa y ocho. El suyo es un mensaje mucho más abierto a la verdad, mucho más fácil de contrastar. El poeta cree que ha llegado tarde a la corriente en que militan sus compañeros de generación —así lo confiesa él mismo—, y lo que ocurre es que ha llegado, de una vez y para siempre, a instalarse en los designios de la inmortalidad. En mis últimas lecturas sobre Machado, a siete años vista de la biografía que de mi viejo maestro publiqué, observo ahora en el libro de José María Valverde su propósito de combatir el tópico y de desmitificar la figura del poeta sin dejar por ello de reconocer su gran entereza. En el reciente libro de Leopoldo Luis se constata la coherencia de la turbadora personalidad del autor de Campos de Castilla. No hay que olvidar que Machado es quizá la figura más 857 enteriza de nuestra panorámica ¡iteraría actuaf, Tuñon de Lara recuerda la consabida ecuación costiana: «escuela + despensa = renovación del país». Para un republicano platónico las aspiraciones de justicia y redención de una España hosca, maltrecha y dividida tenía que asentarse sobre cosas muy sencillas, expresadas y resueltas a nivel primario, a nivel de escuela, de despensa y de intención. Qué lejos estaba don Antonio de las estructuras tecnocráticas y de esos logogrifos dialécticos que ia economía teórica —hoy tan en boga— vomita para cubrir con un telón de fondo los sucios arrabales de todo lo que se ha quedado sin hacer, sin escolarizar, sin superar, Y no dejaré de citar el último e importante eslabón bibliográfico sobre Antonio Machado que ha llegado a mis manos: ei iibro de Joaquín Gómez Burón, documento objetivo, fiel y riguroso. GENIO, PROYECCIÓN, DIMENSJONALIDAD Para conocer la densidad intelectual de Machado parece necesario escrutar el ámbito de sus admiraciones. Su Unamuno leído y paladeado desde Baeza, su Jorque Manrique recordado inevitablemente bajo el influjo de sus solitarias depresiones, recitado en alto con voz cadente y enfática con cierta propensión al latiguillo y con añoranza de ese polvo de tablado que llegó a respirar como partiquino vestido de soldado asirio. Sus cursos de Bergson entendiendo el espacio y el tiempo en su hambrienta medida receptiva porque estos dos factores preocuparon al poeta hasta el punto de consistir en su propia fórmula vital. Fuera de la obligación cotidiana, del horario profesoral y de las servidumbres biológicas irrenunciables, Antonio Machado es un caminante que se rige por ei sol y que ya ha conseguido, a fuerza de andar, el sueño dorado de Azorín: disponer de unos zapatos viejos y ahormados de esos que ya no hacen daño. Machado siempre ha tenido tiempo de ver, admirar, consentir y morir resignadamente. Y desde esa magnitud temporal que tanto ha determinado su modo de hacer, ha ido acomodando su visión y entendiendo la palabra como algo que necesita crecer rompiendo dos gravísimas intensidades: el tiempo en el que aflora y el espacio en e! que se proyecta. Bergson, que había sido capaz de definir la 'expresión literaria y poética después de haber estudiado a los simbolistas como ímpetus vitales que determinan la razón, aprendió que el espacio y el tiempo eran la verdadera heredad de su poesía. Antonio Machado no hizo más que abrir la puerta de su corazón para dejar en libertad ei ave inquieta de su esperanza. En 853 Antonio Machado todo es esperanza al tiempo que renuncia resignada y heroica, Habla al dictado con el corazón en punto muerto para hacer más fácil la arrancada definitiva. Todo es sencillo en su vida. Respeta los mundos de sus prójimos aunque no (os comparta, aunque no los comprenda. Ni él mismo se comprende muchas veces. «Comprender» es abarcar y a veces los brazos vacilan y estar contra los demás nos parece que es desertar de nosotros mismos. Antonio Machado no tuvo ocasión de claudicar viéndose manejado de un modo triunfalista con cometidos de mayor o menor responsabilidad. Nunca llegó a exceder esa noble categoría de poeta modesto satisfecho hasta cierto punto de su apartamiento y de su ruralía y conformándose con ser espectador de su entorno. A este respecto, a los veinte, años de su muerte, Guillermo de Torre publicaba en «Cuadernos»: «No conoció ¡os altibajos, y menos los eclipses, que experimentaron sus compañeros de generación. Su misma lejanía provinciana, la exigüidad material de su obra contribuyeron paradójicamente a mantener su vigencia indeclinable». No sé si Guillermo de Torre fue justo en esta apreciación. La lejanía provinciana es discutible. Sus gentes del noventa y ocho conviven con él, cuentan con su nombre. Segovia está cerca de la capital. Es fácil coger el vagón de tercera y desafiar eí gesto hostil de las Euménides (como él llamaba a las harpías que invadían los asientos) para aparecer en Madrid, en un Madrid tranquilo y peripatético que estaba como quien dice a un tiro de piedra. Pero el agudo crítico repara en (a escasez de su obra y, en cierto modo, no fe falta razón para sospechar que su parquedad sirva para sostener su inexorable vigencia, A García Lorca, que ahora es noticia editorial, se ¡e achaca que su prestigio está sostenido por las circunstancias alevosas de su muerte trágica. En cierto modo igual sucede con Miguel Hernández y, si se me apura, con el propio Machado. Pero si detrás de estas circunstancias no existiese !a realidad de unos incontestables poetas, la aseveración resulta un tanto demagógica y las mitificaciones de estos poetas son de una licitud y una lógica que no admiten rechazo. En mi libro sobre Antonio Machado publiqué una entradilla que me gustaría recordar aquí: «El tiempo consagra a los poetas por muy distintos motivos. Si Machadof además de poeta, no hubiese sido un hombre rotundamente puro y humano, hoy no sería un símbolo; si la sangre de Lorca no hubiese empapado las tierras de Víznar, el poeta de Granada no sería un mito. He puesto dos ejemplos andaluces: la permanencia clásica y el duende». S59 Hemos de convenir que existe una cierta injusticia en la certidumbre del testimonio que constituye el legado histórico de los que van a sucedemos e incluso de ese momento actual en que sobrevive la memoria de aquellos poetas que por sus tangencias con la raíz popular o por las circunstancias adversas en que su vida se desenvolvió, sus nombres quedan aureolados por algo que la sola realidad no hubiera conseguido aportarles pero que el juicio histórico retribuye con creces. Machado, académico electo, no llegó a tener recipiendario, Pero su muerte fue tan clara —él que tanto había buscado a Dios inútilmente— que cabe pensar que en algún otro lugar se le haya recibido con todos los honores. Los poetas metafísicos tienen menos adeptos. Nadie les lleva o les pasea por las esquinas porque lo mismo Saint-John Perse que Homero no se conformarían nunca con ser catedráticos de francés en una capital de provincia. Jean Cassou recuerda al poeta en ¡os últimos días de su existencia en Collioure cuando, en su manía ascensional y rampante hacia las cimas de la que también participaba el maestro Menéndez Pidal, se colocaba sobre las rocas más altas para exclamar: «esto es Grecia». Era ése su último salto, su último esfuerzo por coronar la cima más prominente. Estaba entonces a dos dedos de la muerte, quiero decir de la inmortalidad. DESPUES.DE CIEN AÑOS Hay que reconocer que el nombre de Antonio Machado puede servir para una cita brillante a la hora de hablar de España, tanto constructiva como demagógicamente, porque Machado, como Unamuno, Lorca o Ganivet, son indudables constancias que todo el mundo tiene de algo importante aunque no llegue a saber del todo en qué consisten. Pero lo cierto es que el refranero con sus apotegmas y su cruel desconfianza es ei que suele acertar y acierta sobre todo cuando dice que «al cabo de cien años, todos calvos». Calvo el recuerdo y calva la sinceridad. Las comisiones de los centenarios se organizan para llevar a cabo una labor que, de una manera u otra, se frustra y todo viene a quedar en agua de borrajas. Hemos leído algunas colaboraciones en la prensa volandera de su biógrafo Tuñón de Lara, de Julio Rodríguez Puértolas y de José Antonio Gabriel y Galán; el primero de ellos cala en su circunstancia temporal como buen biógrafo que es del poeta de «Las soledades»; el segundo ausculta el drama de España con objetiva corrección, y el tercero pone el dedo en la llaga cuando se formula la pregunta de 860 si es posible rescatar a! poeta Antonio Machado de alguna manera, al cabo de treinta y seis años. María Dolores de Asís, en un diario madrileño, ha tratado de comunicarnos las voces de Antonio Ma- . chado arrancando de su intimidad y terminando en su tragedia. Juan Rejano nos ha ofrecido un delicioso artículo anecdótico, vivaz y emocionado. Hemos seguido con él sus últimos momentos, los más difíciles, ios más determinadores de su recia estirpe totalizadora de hidalgo que subsume todo su saber y toda su andadura aceptando la muerte sin un gesto. Aurora de Albornoz, siempre machadiana desde su tesis doctoral hasta tas sucesivas publicaciones que la han convertido en erudita, aunque guapa, publicó una espléndida cronología estableciendo, además, unas catas decisivas a través de las cuales el esquema machadiano resulta nítido y aleccionador. La revista «Razón y Fe» nos ha ofrecido una visión, por Rosendo Roig, de Antonio Machado, con el subtítulo de «El español integral en cuatro tiempos». Dice Rosendo Roig algo que me ha llamado profundamente la atención: «Campos de Castilia es la versión de Antonio Machado de la España Negra, Es un aguafuerte solanesco. Conecta con Goya, con Quevedo, con Velázquez, con Gracián. Es !a España eterna. Es España. La España que Machado quería ayudar a renacer, para la que esperaba una renovación. Machado describió la España Negra desde Soria. Desde Madrid, su Universidad, la República de las Letras, el mundo de la política, la esfera clerical, también habría descrito dolidamente otros Campos de España muy similares a los de Castilla». Esto que dice Roig resulta inquietador en muchos aspectos, porque coloca a Machado como un ángulo vectorial de la coyuntura histórica entre las referencias más definidoras de nuestra idiosincrasia. Efectivamente, Machado es el hombre más sustancial y más sincero de la generación del noventa y ocho, porque ni siquiera se adscribe a su programa estético ni acepta enteramente las teorías especulativas denunciadoras de la trágica solución oe continuidad que representó la pérdida de las Colonias. Es cierta, certísima, la afirmación de que Goya está presente en el aguafuerte condenatorio de los «Campos de Castilla», en esa admonición a todos aquellos que «desprecian cuanto ignoran». Por fas o por nefas no ha sido pródigo este centenario en ejercicios ínclitos de voluntad, sino más bien, en expedientes de trámite. Y Machado no hubiera aceptado nunca la rutina burocrática porque él era tan simple y tan «corto» que no cobraba las permanencias «por no chinchorrar». El caso es que ha pasado un siglo desde su nacimiento y la razón dialéctica se ha quedado calva. Y nada más calvo que la parva memoria de los españoles. 86 í EL CASO DE LOS DELFINES Juan de Mairena nos lo cuenta; «Y fue que unos delfines equivocando su camino y a favor de la marea, se habían adentrado en el Guadalquivir». Así fue como Ana Ruiz conoció a Antonio Machado Alvarez, hijo de Antonio Machado Núñez que había sido gobernador de Sevilla en et gobierno provisional de Prim y después Rector de la Universidad Hispalense. Ana Ruiz había conocido al célebre folklorista y naturalista de codos en ei pretil contemplando las gracias de los delfines en el agua dulce. Esta circunstancia dio lugar a que Antonio y Manuel nacieran más tarde en el palacio de las Dueñas, de Sevilla. LOS DÍAS DE PARÍS París tiene la culpa del decadentismo de Manuel, al que contribuyen la brillantez de Osear Wilde, Rubén Darío y Gómez Carrillo, pero París también será el lugar de aquella escena noble en que Antonio «saca la cara por Baroja» cuando alguien, dejándose fievar de la humildad de su aspecto y de su mirada perdida en el vacío —nos lo recuerda muy bien Pérez Ferrero recogiéndoio de las memorias del novelista —se atreve a calificarle como voyou de la barífieue (randa de las afueras). En Baroja había visto precisamente el poeta el rostro más humano de ios allí, congregados. VOLVER A PARÍS Volver a París con Machado en el corazón es correr el peligro de que confundamos el Duero con el Sena sin saber a ciencia cierta dónde está la calle de la Cárcel o el hotel modesto de la rué Perronet esquina a Saints Peres. La enfermedad da Leonor, aquel trágico 14 de julio, cuando todo el mundo era feliz y ella se moría a chorros, nos coloca ante un Rubén joven y arrogante y una Francisca Sánchez con plenas facultades de belleza. Antonio Machado necesita dinero para volver a Soria. Leonor necesita su tierra para morir. En el bolsillo del rameado chaleco de Rubén tintinean las monedas de ia vanidad.' Machado se humilla. Leonor muere en Soria, Esta trágica intimidad del poeta la comprenderá perfectamente Juan Ramón Jiménez con ia lectura de una hermosa carta de Antonio Machado que todos recordamos. 862 BAEZA EN LA DISTANCIA Machado va a dar con sus huesos en ese «poblachón» —así lo llamaba Unamuno-—- vigilado por un ejército de olivos en donde puede recordarse a Jorge Manrique y al «tuno de Bergson». Machado sigue paseando al borde de las carreteras. De vez en cuando le salen al paso sus alumnos, a los que conoce por sus nombres: —Salido, Laínez, Quijano... , Machado nunca suspende. Sus «junios» son alegres aunque calurosos, y su sonrisa triunfa sobre la gravedad del estrado. EL IMPACTO DE SORIA La Real Academia Española, como es sabido, acepta el vocablo «impacto» como «choque de un proyectil en el blanco». Y en segunda acepción, «huella o señal que en él deja». Esto es todo cuanto se puede decir de esta palabreja, que se ha trasegado con tan rara fortuna. El eufemismo terminará incorporando a! diccionario una nueva intención semántica. Estoy seguro de que don Antonio no la hubiera aceptado, pero lo cierto es que Soria impactó sucesivamente a Gustavo Adolfo Bécquer, a Antonio Machado cuando fue destinado allí como profesor de Francés y a Gerardo Diego. Allí estaban y allí siguen ¡os álamos de la ribera, los chopos del camino alto con sus hojas parpadeantes. Bécquer ante Soria se muestra más narrador que poeta, pero la siente hasta tal punto, que el claustro de San Juan de Duero no le dejaría dormir mientras en su mente se iba fraguando la realización de su obra «Los templos de España». Es curioso que en nuestro poeta Gerardo Diego coincidan cuatro definitivas fatalidades con el autor de Campos de Castilla: ejercicio docente, vocación poética, amor a la ciudad y designio académico. Soria es como una vocación soterrada de belleza que espera en cualquier momento la llegada de! poeta. Antonio Machado encontró en Soria su gran.amor que infiuyó poderosamente en su obra. Se diría que Soria es una ciudad predestinada. Su quietud oferente, la majestad caminante del padre Duero, sus piedras doradas y cargadas de historia, la nobleza de sus doce linajes, ese rumor de cangilón goteante que encadena y rima venturosamente Soria con noria, vuelta a vivir con vuelta a empezar en un delirio interminable, en una sucesión que sólo el tiempo es capaz de coordinar a ritmo de rueca; esa ciudad necesitaba la voz de un poeta. Seguramente empieza a estar demostrado, y no tan tarde, sino a partir de esa vigorosa genera863 ción del noventa y ocho, que Castilla es esa madre plural e insobor nable de mano ruda y continente provecto a la que se venera en medio de una adoración que tiene sus puntos principales de apoyo en su insigne capacidad ascética y en la amplitud de sus horizontes. Algo hay que nos complica de un modo directo con Dios, con la naturaleza, cuando ésta es pródiga en luz y no nos distancia de la realidad sino que nos hace cómplices de ella de una manera irrevocable. Esa es la Castilla que esperaba recibir a un poeta único, inconfundible, que iba a corretearla incansablemente irradiando los puntos cardinales, desde una encendida rosa de los vientos, con la contera plateada de su bastón. Su bastón y su dedo índice han sido un palpo casi lascivo que zurcía, al tacto de su yema, ese torzal maravilloso de luz donde un cabo es el oriente y el otro el punto occiduo del sol. Antonio Machado era ese gran poeta que Soria necesitaba para ponerle nombre a sus anónimos rumores, para sacar de quicio el agua que besaba asiduamente las raíces de esos álamos que ahora están custodiando en vigilante centinela el parador de su nombre. Ahí están los caminos de Antonio Machado hacia San Saturio con cuatro cuadrilongas piedras dormidas en un recodo, según se va a la ermita, que no se sabe si son cuatro estaciones o cuatro huellas fosilizadas de la más perfecta y sentida de las pasiones líricas que un hombre sencillo haya podido experimentar. Ahora Soria es en su conjunto la cristalización de ¡as anhelaciones del poeta, de la misma manera que fue escenario temporal de los otros dos grandes vates: Gustavo Adolfo Bécquer, tan recordado, tan «vivido», y mi querido amigo y maestro Gerardo Diego. De cada uno de ellos he sido biógrafo, incondicional a la admiración y a la verdad, y sobre las piedras y bajo su cielo me ha cabido la suerte de poder reconstituir la tragedia de Novíercas que destruyó la vida del poeta de las «Rimas», los irreversibles caminos de Antonio, que se iban haciendo al andar en un tránsito sin posible retorno y ese paisaje de Castilla abierta que se rompía en añicos en el agua de la matinal palangana ante la pupila estupefacta de un poeta creacionista llamado Gerardo Diego. Dos cosas hay por las que yo he sentido una devoción incomparable. Dos objetos íntimos de mi viejo profesor de francés que yo hubiera querido conservar como prueba delatora de la más viva de mis emociones de niño: el bastón y los viejos zapatones de don Antonio. El bastón parece enervar de un modo genérico una idea de autoridad, de madurez, de personalidad. El bastón es en cierto modo una versión del cetro y de la garrocha. Ley y dominio. Timón y aguja de marear. El bastón de don Antonio fue un arma pacífica 864 de seducción y un íntimo apoyo que él necesitaba, hito por hito, para seguir abriendo caminos a su curiosidad y a su fantasía. Aquella contera se había arrastrado por las polvorientas sendas que antes habían sobrevolado los pájaros y festoneado en la noche las luciérnagas. Sus viejos zapatones gastados por el tacón, desportillados por el contrafuerte, habían estado en todas partes, tranquilos y sin prisas pero andariegos y desjarretados de tanto anhelar en curiosa complicidad con un tiempo que nunca se acababa, porque para un filósofo socrático y tranquilo el tiempo casi es lo de menos precisamente por eso de ser lo de más. Esos zapatos se acurrucaban bajo los veladores de mármol del café al pairo de su armazón de hierro, para evitar los pisotones de los más inquietos, chirles o no chirles, que eran capaces de llevar la contra al mismísimo San Saturio, en el Casino o en ia rebotica. Don Antonio sabía escuchar muy bien, casi tanto como sabía contemplar y devorar luces y horizontes. Qué ojos los suyos para quedarse, en una mirada, con toda el alma de Castilla, desnuda, inerme, derramada a lo ancho de sus campos casi sin pudor y casi sin rubor. Los álamos, esos álamos erguidos, que eran escolta cotidiana de las nobles «correrías» de un poeta no resignado sino sometido al imperio de sus leyes ascéticas. En 1919 recala en Segovia. El Alcázar semeja una nave fantástica que termina varando en la costumbre. San Quirce acaba siendo la universidad popular asentada sobre contrafuertes románicos. Tomando el vagón de tercera ya es fácil escapar a Madrid. En Madrid, donde Valle-Inclán pierde un brazo, por no darlo a torcer. AÑOS TREINTA Traigo aquí a colación ia forma en que conocí a don Antonio Machado. En 1932 Machado ejerce su cátedra de Francés en el Instituto de Segunda Enseñanza «Calderón de la Barca». Reproduzco unos párrafos alusivos a mi encuentro con él dos años más tarde: «En 1934 yo tenía once años y una gran confianza en mi fonética francesa. Por eso, cuando don Antonio Machado me hizo abrir el Pérrier, segundo Curso, y me oyó enunciar los verbos irregulares, me dijo: —Tiene usted buen acento para ser andaluz. El tenía un buen acento andaluz para ser catedrático de francés. Pese a mi personal insignificancia me llamaba de usted, haciendo uso de un hábito profesoral que no resultaba para mí muy alentador. El elogio no era excesivo, pero yo correspondí con un merci bien, 865 CUADERNOS. 304-307 (II).—16 mientras reparaba en ios estragos que había hecho en su traje ta ceniza del cigarrillo, contribuyendo a la exacerbación de su «torpe aliño indumentario». Don Antonio estaba rígido, inmóvil, con sus manos entrelazadas y su gesto blando y bonancible. El texto de mi traducción se titulaba «La térre». Qué bien le salía esa «é» abierta a aquel docto Mairena que decía que Bergson era un tuno y que acababa de preguntarme si yo le tocaba algo al obispo Gerónimo Manrique de Lara, mejor conocido que por obispo, por su mecenazgo en favor de Lope de Vega. Yo leí el texto francés con una entonación pastosa heredada del padre Bruno, hombre muy devoto de San Pompilio María de Pirrotti, y estaba un poco obsesionado por aquel cuello alto y anacrónico que servía como útil valladar a sus ya mórbidos alifafes, y por aquella corbata negra tan resignada a un ambiente de flotadoras pavesas, con su ancho nudo sesgado hacia la izquierda como si fuera un corazón, como el suyo tan liberal, cuyo cayado aórtico iba ahorcando en silencio su maquinal tristeza. —La térre est si grande que Y irregular ité du terrain ne l'empeche pas d'étre ronde. Y don Antonio apostillaba en los puntos y aparte: — Tres bien, tres bien, mon ami. Y una Sevilla zumbona, remota y resonante, aunque ligeramente afrancesada por las circunstancias, engastaba la voz de un profesor sin reto ni postura doctoral, que cualquier cosa podría parecerme que no fuese un hombre de irrevocables decisiones.» DEFINICIÓN URGENTE DE SU MENTALIDAD Esa frente ancha y despejada que yo contemplé en mi infancia como tratando de adivinar cuáles eran los verdaderos resortes que servían para mejor pronunciar la lengua de Moliere, estaba ocupada por dentro por los dictados del pensamiento de Bergson y por lo que podía inferirse de cuanto apócrifamente hablaba Mairena, y por ese terciar, más o menos solapadamente, en la rebotica. Machado nadaba y guardaba la ropa, como hacen los clásicos, tomando de la vida cuanto conviene y echándolo en los viejos odres que todo lo enriquecen. Para eso estaba su bastón, para no dar palos de ciego. Y esa cautela tal vez le definía en su manera de ser porque Machado era como un ciego que buscaba a Dios por todas las esquinas pero al que siempre le daban esquinazo. De que Machado es un clásico por su afición al agora, por su manera de comportarse, de conversar y de pensar, por su asepsia intelectual y por sus pudi865 bundeces lingüísticas, tenemos la prueba en sus magníficas prosas ahora felizmente resurrectas por Aurora de Albornoz. Clásico a su manera, con su modo de decir, con sus manías semánticas como ei «bueno de don Miguel» a quien tanto admiraba. Quizá sea conveniente algún día tratar de esclarecer si esa afición filológica era ía que sostenía los principales puntos de referencia de su identificación y de su amistad. Quizá había otra razón mucho más honda, que era lo perseverantes que fueron uno y otro en la búsqueda de Dios, Machgdo era lo contrario de esos emperejilados cínicos intelectuales que tratan de persuadir con sus. alharacas y la pirotecnia verbal de sus especulaciones. Le gustaba hablar muy claro y, en su fidelidad a la tradición clásica, yo le tengo por un renovador dentro de las mismas estructuras; por un neoclásico con toda la galanura que comporta el llevar al lenguaje y al pensamiento una nueva savia de reposada y reflexiva actitud filosófica. Le horrorizaban los pedantes* ¡os pedantones al paño como él les llamaba, le horrorizaban tambiéra en cierto modo las innovaciones no sujetas a disciplina. Pero era absolutamente individual y personal en su modo de producirse. Todavía no se han estudiado los neologismos de Machado, algunos de ellos de invención gratuita y caprichosa. Todavía no se ha estudiado tampoco el sesgo liberal de su criterio limpio, institucionista, honesto hasta la saciedad y con un sentido de estricta y rigurosa justicia, Machado, mucho menos sofista que Unamuno, y por lo tanto mucho, más razonador y más convincente con la perspectiva dei tiempo, se? queda en nosotros más allá de la propia naturaleza del mito. Pocas razones habrá más justas que las que hayan servido para mitificar la memoria de Machado. Hoy por hoy no solamente es el poeta que? representa una época determinada, sino que ampara como bandera estética el pensamiento de una juventud inquieta que quiere, admira y respeta su memoria. Los mitos conquistan ia supervivencia cuando el tiempo, la insidia, ía cobardía, no han sido capaces de destruirlos. Si perduran, es que tienen razón de ser, si subsisten es que se incorporan a nuestra tradición y a nuestra cultura por la puerta grande. La diferencia que puede existir entre símbolo y mito para que nosotros tratemos aquí de elucidar ambos conceptos, queda perfectamente clara en estos dos ejemplos. Machado es un símbolo más que un mito, porque el mito parece admitir una cierta peyoracíór?, Ahora se estila mucho, desde un punto de vista intelectual, la revisión de valores y uno de los verbos que están más en boga es precisamente el de desmitificar. Pero no es éste el caso de Machado porque los símbolos son inamovibles. 867 Parece que cuando un poeta se decide a ensalzar la memoria de otro poeta, en cálido y ferviente homenaje de admiración, es porque existen unas firmes razones que así lo aconsejan, razones cuyas raíces no pueden detectarse. Si yo me viese en la necesidad de escoger un poeta que tuviese que servirme como punto de total identificación estableciendo un puente entre la tradición clásica y las nuevas corrientes de la fecunda generación del 27, tendría forzosamente que escoger a Antonio Machado, pero por si esto fuera poco, las circunstancias humanas que en él concurren me obligan a participar en el ejemplo de su vida y de su muerte de una manera activa y premeditada. Solamente por su grandeza de ánimo, por su hombría y por su categoría humana, Antonio Machado mereció la inmortalidad. Los últimos instantes del poeta nos convencen del hecho heroico de su predestinación. Recordemos los días en que su hermano Manuel, tan marchoso, y la discreta Eulalia Cáceres, su mujer, han salido para Barcelona. Antonio se encamina a Valencia. Primero, Rocafort, Villa Amparo y siempre Ana Ruiz, su madre, en el último tramo hacia la muerte. El frío, la lluvia, un vagón solitario en vía muerta y, por fin, la frontera, asido ya al ropaje hediondo de la muerte como último recurso hasta quedar en su dominio «casi desnudo como los hijos de la mar». En el hotel Buñol-Quintana, una sábana amordaza el cansancio de un hombre sin orillas y dos días después muere Ana Ruiz. Era imposible sobrevivir al poeta. Con su desaliño, con su falta de prisa, con su mirada entre socarrona y amistosa, con su deseo de enraizarse y de sentir a España hasta en la médula de ios huesos y completamente opuesto a aceptar en silencio toda traición y toda decepción, Antonio Machado, el gran poeta de España, muere sin saber apenas si esa muerte acontece en el pasmo de su propia imaginación. JOSÉ GERARDO MANRIQUE DE LARA Carretas, 14 MADRID-12 TEXTOS CONSULTADOS GÓMEZ BURON, Joaquín; Exilio y muerte de Antonio Machado, Sedmay Ediciones, Madrid, 1975. LUIS, Leopoldo de: Antonio Machado, ejemplo y lección, S. G.E. L., Colección «Clásicos y Modernos», Madrid, 1975. 868 VALVERDE, José María: «Antonio Machado». Siglo veintiuno de España, editores, S. A., Madrid, 1975. ROIG, Rosendo: «Antonio Machado. El español integral en cuatro tiempos», Razón y Fe, núm. 927, Madrid, 1975, pp. 333-344. GABRIEL Y GALÁN, José Antonio: «La segunda vida de Antonio Machado», Europeo, Madrid, 1 de marzo de 1975. RODRÍGUEZ PUERTO LAS, Julio: «Machado: bondad y drama de España». Europeo, Madrid, 1 de marzo de 1975. TUÑON DE LARA, Manuel: «Antonio Machado, hombre de su tiempo». Europeo, Madrid, 1 de marzo de 1975. ASÍS, María Dolores de: «Las voces de Antonio Machado, Ya, Madrid, 9 de marzo de 1975. ALFAYA, Javier: «Machado vivo y muerto», Europeo, 14 de junio de 1975. ALBORNOZ, Aurora de: «Antonio Machado: Homenaje», Triunfo, núm. 652, Madrid, 29 de marzo de 1975. ^ REJANO, Juan: «Antonio Machado: última imagen», Triunfo, núm. 654, Madrid, 12 de abril de 1975. 869 LA PRESENCIA DE ANTONIO MACHADO EN LA POESÍA ESPAÑOLA DE POSGUERRA Ha sido Antonio Machado uno de los poetas más leídos en España durante estos últimos treinta años, y tal vez el más sostenidamente invocado; e incluso, por parte de la crítica de dentro y fuera de la Península, y junto a Juan Ramón Jiménez, aquél con mayor interés estudiado entre los que inician la tradición poética moderna en España (1). Sin embargo, desde la perspectiva de los poetas a quienes corresponde la creación de lo que por inercia seguimos llamando la lírica de posguerra, su obra significa algo más y ya en un sentido absoluto: ha representado para ellos indiscutiblemente ©I norte y el ejemplo mayor; el nombre que con mayor confianza, ínevitabilidad y respeto venía a sus labios (y a los versos); la filiación que voluntariamente se buscaba o que, espontáneamente nacida, no era en modo alguno un estorbe sino un motivo de satisfacción y de orgullo (2). Junto a Abel Martín, a su discípulo Juan de Mairena, a aquel otro poeta «imaginado» por éste, o sea Jorge Meneses, Machado rtos anunció al nonato Pedro de Zúñiga. En la serie de esos, sus auténticos «complementarios», el avance desde un rebasado idealis- Í1) No empleo aquí el término «moderno» en el específico y restringido sentido estético ^absolutamente correcto) en que lo describe, por ejemplo, Hugo FriedriGh en su muy iluminador libro «Estructura de la lírica moderna», tal como se da en lo que entendemos por «modernidad» en la literatura europea (y en general occidental) de nuestro siglo. Lo asumo como equivalente al de una poesía que, independientemente de sus enlaces expresivos con el pasado, osíá más bien abriéndose cara al futuro, donde en verdad ha de cumplirse. Con respecto a Machado, de todos modos, más tarde se tratará e! problema de su modernidad, aunque de ana manera por fuerza somera. (2) Aclaro que me refiero aquí al que en la posguerra resultó «mayor» entre los tres posibles iniciadores de la moderna poesía española, hacia principios del siglo (Unamuno, Machado y Jiménez), y en el sentido de modernidad que aclaro en la nota anterior. Sobre la poesía de estos años últimos, en general, es bien reconocido el hecho de que, desde distintos niveles cronológicos y estéticos, pesan también otras poderosas influencias mayores y bien señaladas por la crítica y los mismos poetas: Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Luis Carnuda, así como el ejemplo en cierta dirección de Miguel Hernández, dentro de la Penfíióuía. Desde América la innegable y no siempre bien destacada de César Vallejo y la, a mi ¡¿IMG'IQ menor, de Pablo Neruda. 870 mo romántico hasta una abierta estética de la objetividad y la fraternidad creció palmariamente: en el principio de tal serie, Abel Martín no había superado «ni por un momento el subjetivismo de su tiempo» (3); para lo cual no hay que olvidar las supuestas fechas que enmarcan su vida: 1840-1898. En el otro extremo, ya Meneses se nos era presentado como ei inventor de aquella máquina de trovar que producía las «coplas mecánicas» que luego Mairena daba a la estampa y donde precisamente se consumaba «la ruina de la ideología romántica» [325]. Por eso Meneses concluía su apología de esta estética de la comunión «con otro, con otros... ¿por qué no con todos?» [325], mientras esperaba la llegada de «los nuevos poetas, los cantores de una nueva sentimentalidad» [328]. «Producida la copia, puede cantarse en coro» [327], En esa amplificación del canto poético no es difícil adivinar lo que hubiera quedado para Pedro de Zúñiga. Por de pronto, y respecto a ios temores de Meneses por condicionar un nuevo público receptor para sus canciones, puede decirse que una buena proporción de los poetas de la posguerra, y tómese ello como una metáfora sólo oportuna, se hubiera integrado emocionadamente al coro que haría suyas las coplas de su curiosa máquina, Y en cuanto a la segura proyección del no nacido Pedro de Zúñiga, no andaba errado Guillermo de Torre cuando cerraba el «Ensayo preliminar» de la edición de las Obras de Machado, que vamos siguiendo, con estas palabras: «Los poetas que en los decenios de! 50 y del 60 exaltan a Machado como guía y maestro tienen la libertad para imaginar que sólo con ellos se hubiera producido el acuerdo de Pedro de Zúñiga» [14]. La presencia de Antonio Machado en la poesía de estos años es un hecho de tan rotundos perfiles que, en su peso general [lo que no obsta el pretender observarlo y registrarlo en sus matices) apenas requiere una demostración mayor. No sobrarán, sin embargo, algunas constataciones. Y vendrá bien comenzar con la de Luis Cernuda, por proceder éste de una generación, la de 1927, cuyas mutuas relaciones con el autor de Juan de Mairena anduvieron, según los términos de éste, «algo en desacuerdo» (4). En 1957, o al menos en un libro suyo publicado en ese año, escribía Cernuda: «Hoy, (3) Antonio Machado: «Obras / Poesía y Prosa», ed. de Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre, con un «Ensayo preliminar» de De Torre (Buenos Aires: Editorial Losada, S, A.), página 305. Todas las citas siguientes de Machado se hacen por esta edición; y, en los casos necesarios, se identifica la página después de la cita, colocando entre paréntesis el número correspondiente y sin ninguna otra indicación. (4] Cito, muy fragmentada, la conocida declaración de Antonio Machado: «Me siento, pues, algo en desacuerdo con los poetas del día...» [491, de la «Poética» que aquél envió a la famosa «Antología» (1931) de Gerardo Diego. 871 cuando cualquier poeta- trata de expresar su admiración por un poeta anterior, lo usual es que mencione el nombre de Antonio Machado (...). Y es que los jóvenes, y aun los que ya han dejado de serlo, encuentran ahora en la o-bra de Machado un eco de las preocupaciones dei mundo que viven...» (5). Cernuda sabía muy bien que aquél no sólo recogió e! «eco» de esas preocupaciones sino que cantó también el misterio de sus inquietudes más íntimas y menos transferibles; pero al sostener lo arriba transcripto respecto a Machado, pudo tener aquí presente una de sus primeras y conocidas definiciones de la poesía: la que, fechada en 1917, compuso para la segunda edición de Soledades, galerías y otros poemas: «[poesía es) lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo» [47]. Y en ese equilibrio entre alma y mundo, por más que con harta frecuencia se haya querido retacearlo, inventando y añadiéndole «falsos» apócrifos, está la única imagen cabal de Antonio Machado (6). Más condicionada por el signo de los tiempos (de los tiempos españoles, principalmente) es ía valoración de José María Castellet cuando, en la extensa introducción a las dos ediciones de su divulgada y discutida [y discutible) antología, dedica toda una sección a «El arte poética de don Antonio Machado», para la que se basa, según muy expresa aclaración, en el fallido discurso de ingreso de aquél en la Academia Española de la Lengua. En su empeño (¿apresurado?) por clausurar el tránsito total de la tradición simbolista hacia un absoluto objetivismo realista, por él postulado y aun «profetizado» como camino único entonces, acierta Castellet (en este punto al menos) cuando afirma: «Con la revalorización del contenido y del lenguaje coloquial, abre Machado las puertas de la futura poesía española» (7). Lo inquietante aquí, pero saie de mis propósitos, es decidir hasta qué punto fue realmente coloquial la dicción de Machado, a ía luz del universal concepto moderno de coloquialismo poético, Y también hasta qué momento esa «futura» poesía sin dudas abierta por Machado se cumplió sin grietas ni rupturas mayores. Sobre esto sí será necesario detenerse, muy dentro de poco, siquiera brevemente. [5) Luis Cernuda: «Estudios sobre poesía española contemporánea», Madrid: Guadarrama, 1957, pp. 105-106. [6] Tomo este término de «falsos apócrifos» del ensayo «Machado y sus apócrifos» de José Ángel Valente, incluido en su libro «Las palabras de la tribu», Madrid, Siglo XXI de España, 1971. (7) José María Castellet: «Veinte años de poesía española (1939-1959)», Barcelona, Editorial Seix Barral, 1960, p. 55. 872 Y aun bien entrada la década que sigue a aquella en que se produjeron las dos declaraciones anteriores, de Cernuda y Castellet, otra voz, esta ya la de un poeta de la posguerra, José Hierro, viene a coincidir con ellos en el prólogo a su Antología poética de Antonio Machado, cuya primera edición es de 1968, aunque es presumible que dicho prólogo fuera escrito con alguna anterioridad. Hay coincidencia, sí, pero comienza a haber una cierta voluntad de precisión sobre la presencia de Machado (sobre cuál Machado ha sido el que ha estado en verdad presente), lo que ya delata entrelineadamente los nuevos aires de esos años. Hierro acepta que «es innegable que el que se acerca a las páginas de Machado, hoy, lo hace a sabiendas de que se trata del 'gran poeta' español del siglo XX». Mas al no poder olvidar que los últimos treinta años, hacia atrás del momento en que escribe, estuvieron grandemente marcados en la lírica española por el compromiso y la denuncia, añade, no como rectificación sino guiado por un prurito de exactitud: «Según este punto de vista, es probable que atraiga de Machado su visión de España, lo que en Campo de Castilla, sobre todo, hay de protesta y de dolor. Y conste que no se trata de una opinión sin fundamento: basta leer o escuchar las opiniones más jóvenes sobre la poesía de Machado para darse cuenta qué pocas veces se citan, por ejemplo, poemas de Galenas o de Nuevas canciones» (8). Lo que importa, abstrayendo ahora estas acertadas puntualizaciones de Hierro y tomando su juicio todavía en bloque, es comprobar cómo aún en 1968 aquél acepta que en tales fechas se reconoce todavía a Machado como el «gran poeta» español de nuestro siglo; aunque viendo en tal estima una sustitución pendular del igual dictamen que sobre Jiménez recaía varios decenios atrás. Y adelantando de nuestra parte, como creo que al final quedará claro, que la sospecha de Hierro sobre la presencia única de una sola vertiente de Machado era no más parcialmente correcta. Son ya, de todos modos y conviene advertirlo, los años del declive en la estimativa del poeta, como se verá. Mas todavía, en el recientísimo libro Antonio Machado, ejemplo y lección de Leopoldo de Luis, aparecido en este año de su centenario, su autor lo presenta como un paradigma total. Y aclara, con toda verdad por lo justamente matizado aquí de su aserto: «Lección de acendramiento lírico, de objetivación desde la subjetividad, de gravedad, sinceridad, calidad poética» (9). 18] Cito por el prólogo de José Hierro a la «Antología poética» de Antonio Machado, 2.a edición, Barcelona, Ediciones Marte, 1971, p. XVI11. Allí se consigna el 1968 como el año de Ha primera edición. (9) Leopoldo de Luis: «Antonio Machado, ejemplo y lección», Madrid: Sociedad General Española de Librería, S. A., 1975, p. 7. 873 Sin embargo, conviene ir poniendo puertas al campo. Esa lección machadiana opera, en !a plenitud de su vigencia, por un período aproximado de treinta años, de 1936 a 1966. No será necesario demorarse mucho en explicar la razón de estos límites, en cuya relatividad sí conviene insistir. La primera, porque es la fecha generalmente tomada como de inicial (e interrumpida) cohesión de un grupo para el cual, y aquí siento no poder citar textualmente a Germán Blei'berg, de quien lo escuché en una conferencia por él dictada en la ciudad de Nueva York, lo más importante era liberarse por cualquier vía de la tutela juanramoniana, con la natural urgencia de crearse sus más afines maestros. Y porque los avatares de la guerra civil que en ese año irrumpía, y que son de todos conocidos, dio un pedestal sólido a la muy clara actitud que frente al conflicto asumió Antonio Machado. Y el 1966 puede señalarse como el del principio de una reacción a la cual no hay otro medio de calificar que de antimachadiana (aunque no, desde luego, general, como se habrá de precisar). Hacia entonces surge una nueva promoción de poetas en España a los cuales y también por inercia seguimos identificando (¿hasta cuándo?) como novísimos. Y esa promoción emerge empeñada en una ruptura radical con la tradición fuertemente ética del pasado inmediato, y en la empresa de ensayar una escritura innovadora que pudiera hacer entroncar de nuevo la poesía española con los cauces de una modernidad que sentían de mucho tiempo atrás abandonada. En ambos designios. Machado, con sus profundas preocupaciones humanistas y sus modos poéticos externos (ciertamente más bien tradicionales), era un obstáculo. Con el objeto de denostar el moralismo de las generaciones anteriores (estéticamente inoperantes a su juicio), los jóvenes no vacilaron, en algún momento de más aguda rebeldía, en calificar ese moralismo de «posmachadiano» y aun de «poscernudiano». Tampoco es este el momento de valorar aquí cuánto pudo haber, cuánto hay, de apresuramiento (la prisa, aun en el juicio: ese mal endémico del siglo) en estas postulaciones; pero el hecho, exteriormente al menos, es por hoy incontrovertible. Debido a ello, también indudable es que a partir de tal momento (1966), el cese de la vigencia total de Machado empieza a apuntarse. Se define entonces esa nueva generación joven, ya hoy puesta en pie, que cuestiona el beneficio de sus enseñanzas poéticas. Y a lo más, en los de espíritu justiciero (ya a esto se llegará), se reconocerá la entereza de su actitud humana y ia clarividencia de su pensamiento, vuelto todo ello palabra admonitoria aunque no precisamente en su poesía. Mas, en rni afirmación de hace unos instantes, he des874 tacado el calificativo total aplicado a esa vigencia. Porque lo «machadiano» más constante es ante todo un talante, y una (o una serie sucesiva y complementaria} de posiciones frente a la poesía [10). No se trata (como en Góngora, Darío o García Lorca, aunque todos ellos no puedan reducirse venturosamente a esto) de un repertorio de fórmulas verbales bridantes y fácilmente calcables hasta el punto de una mímética mecanización, y las cuales se pueden tomar o dejar al calor de las modas del día. Y, en ese sentido, poetas machadianos, en e! lato sentido del término, los hay hoy y creo que los habrá siempre. Los poetas «naturales» y de impregnación interior (Bécquer, otro caso), reaparecen o pueden reaparecer, siquiera ocasionalmente y bajo otras formas expresivas personales, pero siempre de un modo que diríamos fatal y espontáneo: Bécquer en cierto Cernuda, para seguir el mismo ejemplo. Los maestros estimados mayormente por la riqueza y originalidad de su aparato verbal, en cambio, suelen con mayor frecuencia ser «resucitados», Y las más de las veces por imperativo de grupos —de grupos juveniles principalmente— que requieren de sus «maneras» magistrales para justificar estéticas extremadas aunque muchas veces históricamente necesarias: Un arquetipo casi de esta suerte de recurrencias programadas sería el fugaz momento neogongorino de la generación del 27; y hasta el punto de que, por efímero que fuese, es ya hoy un episodio colectivo que la historia literaria ha tenido que consignar como tal. Otra vía, aún exterior, de detectar la presencia de Machado en estos años nos la puede brindar la consulta de las cuatro antologías de la poesía de posguerra publicadas por la editorial madrileña Alfaguara entre 1965 y 1969, aunque expresamente contraídas desde sus títulos mismos al cuarto de siglo que comprende el período 19391364. Sí bien regidas por un criterio excesivamente abarcador y poco riguroso, que las convierte en colecciones más que en verdaderas an- do) Lo arriba sugerido no implica que, en sus varias etapas, la poesía de Antonio Machado no se configurase en un «estilo» o maneras expresivas bien definidas y reconocibles, Y esto es cierto hasta el punto de que Gustav Siebenmann ha podido explicarnos inteligentemente lo «Qué es un poema típicamente machadiano» en un ensayo suyo así titulado, que vio la luz en «Papeles de Son Armadáns», (vo!. L l l , núm. CLVII, abril de 1969), y el cual hizo luego ingresar en su libro «Los estilos poéticos en España desde 1900» [Madrid: Gredos, 1973). En el mismo sentido, aunque con un propósito de más amplias dimensiones, Ricardo Gullón ha escrito «Una poética para Antonio Machado» (Madrid; Gredos, 1970), que es de gran utilidad para la comprensión de lo que podríamos considerar como formas interiores del estilo machadiano. 875 tologías, y teniendo en cuenta también que en general no incluyen a los poetas de la generación de 1936 fio cual es insoslayable si se quiere verificar la actividad lírica total de dicho período), tales colecciones, por las poéticas escritas directamente para eílas por Jos autores agrupados, ofrecen al- estudioso de la poesía española un testimonio valioso de! estado poético de tiempo que, en las variadas categorías temáticas seguidas —social, cotidiana, amorosa y religiosa— cristalizan en esa época. Nos es válido, pues, servirnos de esos libros en busca de manifestaciones explícitas de la huella de Machado, tanto en sus prólogos (al estudiar sus realizadores los orígenes de la respectiva categoría representada) como en las declaraciones personales de los mismos poetas (11). La primera en aparecer fue la dedicada a la Poesía social. Historiando esta tendencia desde los principios del siglo, su compilador, Leopoldo dé Luis,' nos advierte ya, de entrada, que «Machado vaticinó (...) 'la actual postura rehumanizadora y objetiva de la poesía, así como dio con su sencillez y cíaridad lecciones y preceptos conformadores de la poética que en nuestros días obtiene mayor atención» (PS, 31-32). Y entre los reclutados, Gabriel Celaya, a! abjurar de «la miserable tentación de hacer perdurable nuestro ser ensimismado» (PS, 105), y desarrollar afines conceptos a los por él mismo expuestos en la Antología consultada de la joven poesía española de 1952, está casi literalmente glosando, entre otros textos de Machado, las posiciones de Meneses en aquel célebre «Diálogo entre Juan de Mairena y Jorge Meneses». Como se recordará, su autor, en dicho diálogo, ponía en boca de este último todo un réquiem al cerrado mundo solipsista implícito en la ideología romántica y la sentimentaüdad burguesa. Y en igual sentido, aunque ya mencionándolo, se produce Ramón de Garciasol (PS, 124). Y en un breve poema de Blas de Otero, que es una de sus tantas poéticas en verso, se escuda aquéf en unas líneas de Machado. No anticipamos ahora tales constancias, porque luego, ai acercarnos individualmente a cada poeta, habrá lugar para más precisas indicaciones. Antonio Molina, que escribe el menos desarrollado de los prólogos de esta serie, no cita a Machado al presentarnos el volumen destinado a recoger la Poesía cotidiana. Y hubiera podido hacerlo con toda propiedad a partir de textos de aquél tan definitivos en esa (11) Son éstas las cuatro antologías mencionadas: «Poesía social», ed. de Leopoldo de Luis [1965); «Poesía cotidiana», ed. de Antonio Molina (1966); nPoesía amorosa», ed. de Jacinto López Gorgé (1967); y «Poesía religiosa», ed, de Leopoítío de Luís (1969): todas publicadas por Alfaguara (Madrid). Para abreviar (a todo lo largo de este trabajo) cuando reproducimos opiniones tomadas de esta serie, se indica respectivamente de este modo: PS, PC, PA y PR. 876 dirección como el significativamente titulado «Poema de un día», más conocido por su rótulo inmediato: «Meditaciones rurales». Como el concepto de poesía cotidiana, por vago que sea, viene a coincidir con el de una «poesía de la existencia», rubro bajo el cual José Luis Aranguren agrupa con acierto a los poetas del 36, aquí sí tuvo Molina el buen acuerdo de dar entrada a algunos importantes miembros de aquel grupo. Y no es casual que tres de ellos, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y José Antonio Muñoz Rojas, en sus poéticas, no puedan prescindir de la mención directa o sugerida de Machado. Eugenio de Nora llega a identificar expresamente la acentuación de lo cotidiano con «lo universal humano de Machado» (PC, 436). Y en las declaraciones de Celaya (otra vez), y de Otero y José María Valverde vuelven a rastrearse sutilmente ecos de aquél. En la que se ocupa de la Poesía amorosa, su responsable, Jacinto López Gorgé, también al revisar las manifestaciones primeras del tema en la lírica española del siglo, tiene buen cuidado en recordar la importancia precursora de 'la poesía amorosa del primer Machado, y en sostener aún que el tiempo no ha pasado sobre la misma modalidad que se da en el Machado posterior, a las que concede, junto a la análoga de Unamuno, una vigencia mayor que la cronológicamente paralela en esta área de Juan Ramón Jiménez (PA, 11). Y en este libro citan concretamente a Machado: Cami'lo José Cela, Manuel Alvarez Ortega, José M. Caballero Bonald, Fernando Quiñones y Félix Grande. Al llegar su turno a la Poesía religiosa, encomendada de nuevo a Leopoldo de Luis, éste concede varias páginas de su introducción a analizar el particular sentimiento religioso de ese «menesteroso de Dios», que, según la conocida frase de Pedro Laín Entralgo, fue Antonio Machado. Y a destacar la actualidad de su personal modo de combinar tal trágica menesterosidad con su irónico rechazo de los externos tópicos religiosos fabricados para consumo de la España inferior devota de Frascuelo y de María, y que a un tiempo ora y bosteza: los nada equívocos versos que aún siguen provocando más de un estremecimiento y aun irritación. Muy pocos son después, entre aquéllos reunidos por Leopoldo de Luis, los que se reconocen en Machado dentro de la modalidad religiosa. Entre las excepciones: Jacinto López Gorgé, quien se sitúa muy conscientemente en la misma disposición de espíritu de aquél en este sentimiento (PR, 345 y 347); y ya desde el título mismo de la primera de sus composiciones recogidas, «Dios en la niebla» (PR, 349). Otro esfuerzo colectivo, que aparece casi al final de la serie an377 teriormente resumida y nos puede ser igualmente útil, es la Antología de la nueva poesía española (Madrid: El Bardo, 1968), cuidadosamente realizada por José Batüó (12). La utilidad deriva aquí de haber sumado ya el editor algunas de las voces más valiosas y primeras entre los jóvenes del momento; y al hecho de que, por tal circunstancia, aquella crisis en 'la estimación de Machado (tal vez más aproximado sería decir; en la valoración total del hombre y el escritor) comienza a insinuarse. Batlló, como se sabe, distribuyó para ser respondidas por sus antologados unas seis preguntas, la tercera de las cuales solicitaba la mención de los poetas que, a partir de la generación del 98, hubiesen influido más en el actual panorama de ia poesía española, a juicio de cada uno de aquéllos. Positivas, en el sentido de reconocer prontamente la influencia de Machado, fueron las respuestas de Francisco Brines, Eladio Cabañero, Gloria Fuertes, Ángel González, José Agustín Goytisoío, Félix Grande, Carlos Sahagún y Rafael Soto Vergés: una buena mayoría, como se ve. Y algunas aún cargadas de entusiasmo, tal la de Eladio Cabañero: «El poeta que más me importa, no interesa solamente, es Antonio Machado» (ANPE, 335). Sin embargo, las hubo dubitativas o, más apropiadamente, rectificadoras sobre lo que en sí pudo consistir esa influencia. Fueron tres. La de Carlos Barral: «Casi todos los poetas modernos se pretenden de la familia literaria de Machado. Yo creo que eso es más producto del exceso de admiración y que la influencia de don Antonio es menos de la que se presume» (ANPE, 321). La de Joaquín Marco: «Todo el mundo habla de la influencia de Antonio Machado. Creo que ha influido más como prosista que como poeta; es decir, que han influido más sus ideas que sus poemas y especialmente su actitud vital, tan admirable» (ANPE, 351). Todo ib cual queda resumido, por su carácter lapidario, en la de Pedro Gimferrer: «De Machado creo que influyó más su ejemplo personal que su poesía» (ANPE, 340). Correcto es el énfasis en su ejemplarídad moral, que es lo que los tres, en suma, vienen a subrayar. Más innegable es también la otra, la poética, aunque en gran medida se ejerza desde la prosa, que en anchas zonas no es en Machado sino otro modo de encarar la poesía y sus problemas teóricos: lo que hoy tanto se practica desde el poema mismo, y a lo que aquél en cierto 'modo se negó como ha visto con justicia Vicente Gaos (13). Y otro poeta de hoy, José Ángel Valente, que con tantas razones viene defendiendo el principio de que la poesía no es cuestión de género sino de visión, ha intuido que tras esa exalta- (12) Cuando citamos de esta antología, abreviamos así: ANPE. (13) Cfr. Vicente Gaos: «Temas y problemas de literatura española», Madrid, Guadarrama, 1959, p. 318. 878 ción del Machado prosista sobre el poeta se esconde otro de esos «apócrifos» falsos de aquél, que el mismo Vaiente ha denunciado como el de su «supuesta esterilización creadora». Y esto no es, para Vaiente, sino «invención de profesores capaces de creer que la poesía se reduce a ciertas formas ya catalogadas, que se alimenta sólo por ingestión de más poesía y que se reproduce por partenogénesis. Machado fue hacia formas no agotadas de creación, muy ajenas por cierto a las senectas y señalizadas del poeta vestido, en el mejor de los casos, de harapos de sí mismo... (14). Si en las reticencias, dudas o silencios de los jóvenes sobre Machado se encubre sólo la voluntad de superar su magisterio, y buscarse distintos estímulos más acordes con sus nuevos derroteros estéticos, están en su pleno derecho; y nadie podrá tildar de impropio lo que, en el uso de tal derecho, proclamen. Todo buen escritor —esto lo dijo Borges, y 'lo ha recordado recientemente el poeta y crítico venezolano Guillermo Sucre (15)— se crea siempre sus propios precursores y aun los perfila y modifica desde su propia perspectiva personal y temporal. Precisamente en este juego dialéctico de aceptaciones y rechazos descansa una de las posibilidades más excitantes de la aventura artística. Es muy probable que en este año de su centenario, alguna revista literaria emprenda una encuesta sobre la valoración de Machado. Y será interesante descubrir entonces en qué punto estamos, en este 1975, de dicha valoración. Mas sin tener que esperar a ello, nada sino la verdad se afirma cuando calificamos de amplia, profunda, y aun sutilmente variada, la presencia de Antonio Machado en esos treinta años a que la hemos acotado. Vamos a seguir ratificándola, descendiendo ahora a juzgarla desde el testimonio mismo de ios poetas de la posguerra que benéficamente la sufrieron y de modo generoso la han reconocido como tal. Reconocimiento: adhesiones teóricas, filiaciones voluntarias, interés crítico en su obra. Y, dentro de este libro o aquel poema, un lema oportuno de Machado que pudo servir de móvil al autor, o que, una vez cuajada la creación, pudo parecerle que ila resumía fielmente. En ocasiones, hasta versos machadianos incrustados en el texto propio para redondear o afinar la personal intuición, o para libremente glosarlos. Formas son todas de ese reconocimiento que anunciamos, de esa voluntad noble de no ocultar la filiación. Imposible será un catálogo exhaustivo, por lo demás innecesario y aún fastidioso; y el cual, en último caso, demandaría las dimensiones de un volumen nada (14) Vaiente: «Las palabras de la tribu», p. 105. (15) Guillermo Sucre: «La metáfora incompleta», en «Plural», México, núm. 46, julio de 1975, p. 72. , 879 endeble. Por ello mismo, las omisiones no significarán aquí olvido o preterición, sino imposiciones del tiempo (no podría iniciar ahora una relectura de toda la poesía de posguerra) y del espacio (se trata de un artículo, no de un libro). Como es de rigor, un orden se nos hace inevitable en este recorrido. Y no puede ser otro que el determinado por las tres generaciones que, en ese lapso delimitado, se han sucedido en España: la de 1936, y la primera y segunda de posguerra. No ha de asombrar que los poetas de cada una de ellas, como se irá viendo, descubran en la poesía y el pensamiento poético de Machado aquello que de un modo más relevante les daba cohesión dentro del estadio en el que por razones estéticas y cronológicas se fueron integrando. La generación de 1936 —aceptemos ya su existencia sin mayor discusión— adviene a la vida literaria con una fuerte voluntad de incorporar a la poesía la experiencia temporal de la existencia, y de emprender la revalorización de la variada gama de todos los sentimientos húmanos en su grado más cálido de inmediatez. Estos designios tenían que alejarla radicalmente de los ideales de pureza y asepsia artísticas que habían regido en los años anteriores (y no aludo a toda <\a generación del 27, y ni siquiera al todo de cada uno de sus poetas, pues definir el desarrollo total de ellos como cubierto por tales ideales es un acto de injusticia que aún suele cometerse) tanto como del proceso de rehumanización que algunos de esos mismos poetas ya iniciaban a través de las libertades del surrealismo pero con el resultado de una expresión más bien hermética que directa. Todas las fórmulas que se han usado para describir a la generación del 36 revelan ese sustrato común: «poesía de la existencia» (Aranguren), «poesía de la experiencia temporal» (Castellet), «realismo existencial» (Caballero Bonald); aunque tal vez sea la propuesta por uno de sus miembros, Luis Felipe Vivanco, la que mejor resume las dos polaridades entrañadas (el yo y lo otro metafísico) de todo ese grupo: «realismo intimista trascendente». Aunque casi todos ellos habían publicado antes o en 1936, o sea en el año crucial que ha acabado por servirles de marchamo, So cierto es que (con ia excepción dolorosa de Migue! Hernández) el proceso hacia su integración definitoria y madura se concreta en la década del 40, y ha continuado hasta el presente. Hay que acostumbrarse ya a reconocer que su obra es poesía de posguerra, y a no escamotear 880 i su presencia significativa al elaborar los panoramas y los esquemas literarios de este período. Mas, a! margen de este problema de ubicación histórica, lo que nos interesa es observar cómo, al irrumpir animada de los principios estéticos antes sumariamente expuestos, tuvieron que buscarse' también sus propios nortes y caminos. No podían ofrecérselos, desde luego, los maestros del 27. En el simposio organizado en ia universidad norteamericana de Syracuse, en el otoño de 1967, sobre «La generación española de 1936», recogido después en la revista Symposium de dicha Universidad, uno de ellos, Ildefonso-Manuel Gil, precisa muy bien cómo «para apartarse de la brillante y gozosa tentación del juego poético y literario, para acercarnos a la integridad del hombre de carne y hueso» (16), tuvieron que mirar hacia Unamuno, Antonio Machado y Ortega (aunque naturalmente que, sin especificar, sería más ai Ortega paraexistencialista de Historia como sistema y El tema de nuestro tiempo que al brillante pero menos profético de La deshumanización del arte), Y se enorgullece Gil de que fue su generación la que hizo que «nombres como e! de Unamuno, Antonio Machado, Ortega, García Lorca, Migue-I Hernández, así como los de otros escritores entonces en el exilio, emergieron desde el fondo de la condenación oficial hasta el conocimiento de los jóvenes» (17). En efecto, el primer reconocimiento que en bloque, y respecto ya particularmente a Antonio Machado, hay que acreditarle a aquella generación fue 'la publicación, en estos mismos Cuadernos Hispanoamericanos, y en su número extraordinario 11-12 de 1949, de! primer homenaje al poeta que se produce en una revista literaria después de la guerra civil. Una buena parte de los que allí colaboraron estaba integrada por escritores (poetas, ensayistas y críticos) de esta generación: Julián Marías, José Luis L. Aranguren, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Ricardo Gullón, José Luis Cano y Bartolomé Mostaza; y puede decirse que, en conjunto, la concepción de dicho homenaje se debe a integrantes de la generación. En el único libro colectivo de que hoy disponemos para orientarnos en la poesía de ese grupo, la antología realizada por Luis Jiménez Martos bajo el título de La generación poética de 1936 (Barcelona: Plaza & Janes, 1972), aquél, en su «Pórtico para una generación poética», coincide con IldefonsoManuel Gil en cuanto al señalamiento de los maestros mayores de Ja misma, Miguel de Unamuno y Antonio Machado, a su juicio «sacralizados o cuasisacralizados a partir de 1939» (p. 46). Y anota la p a r t i da] Ildefonso-Manuel Gil: «Sobre la generación de 1936=>, en «Symposium», Syracuse Uni- versity, USA, vol. XXII, núm. 2, 1968, p. 109. (17) Ibid., p. 110. 881 CUADERNOS. 304-307 <n).—17 cular significación de dicho número de Cuadernos Hispanoamericanos: «Que este homenaje apareciese en una revista oficial acrecienta el mérito de la iniciativa y del logro, dada la actitud adoptada por el gran poeta sevillano durante la guerra civil» íp. 46). Después, individualmente, en el curriculum de cada uno de esos poetas, es, cuantitativa y en intensidad, muy destacada la presencia de Machado. El primer artículo de Leopoldo Panero que abre el volumen II (Prosa) de sus Obras completas, preparadas por su hijo Juan Luis Panero (Madrid; Editora Nacional, 1973) es precisamnte ei titulado «Antonio Machado en la lejanía», publicado originalmente en El Sol (Madrid, octubre de 1931). Lo que allí hace Panero, al colocar al gran poeta en el sereno apartamiento de su obra, equivale implícitamente a distanciarlo de ia estética juvenil predominante en aquellos años, lo cual en cierto modo rectificará sinceramente el mismo Panero años más tarde en su conferencia «Unas palabras sobre mi poesía», pronunciada en los cursos de verano de la Universidad de León, y luego reproducida en el homenaje que le rindiera Cuadernos Hispanoamericanos (núms. 187-188, julio-agosto de 1965), así como en el citado volumen II de sus Obras completas. Sobre este tema, tanto como sobre la evidente influencia de Machado sobre los Versos a! Guadarrama de! poeta leonés, ha escrito Celia Zapata un ensayo, «Ecos de Antonio Machado en Leopoldo Panero», al que remito al lector interesado. No hay que olvidar que los Versos al Guadarrama fueron escritos entre 1930 y 1939, es decir, en los mismos años de aquel primer artículo, aunque no apareciesen hasta 1945 y en la revista madrileña Fantasía, Por su parte, también Ildefonso-Manuel Gil, al estudiar «E! paisaje en la poesía de Leopoldo Panero», señala la profunda afinidad en el sentimiento y eí tratamiento del paisaje que se da entre aquél y Machado, lo cual ve como coincidencia más que estricta influencia, pero que es igualmente digno de ser destacado. Y ei propio Panero escribió dos relativamente extensos poemas en homenaje a Antonio y Manueí Machado, publicados también en Cuadernos Hispanoamericanos (1959) y agrupados bajo el título común de «Desde el umbraí de un sueño...», e! verso inicial de uno de los más misteriosos poemas de Soledades. Están hoy incluidos en el volumen I (Poesía) de sus Obras completas; y el dedicado a don Antonio lleva como lema uno versos del soneto de éste a su padre (Esta luz de Sevilla..,), de su libro Nuevas canciones, lo cual pudiera interpretarse casi como una voluntad de reconocimiento filial por parte de Panero hacia Machado. Y uno de sus aciertos mayores lo encontramos en el modo tembloroso como aquél combina, en dicho poema, el dato bio882 gráfico final de Machado y una de sus preocupaciones poético-filosóficas más notables: ...Ahora que ya en Colliure / le cerca el mar (su otro, / su otredad misteriosa), I completando su ser... Luis Rosales contribuye al mencionado número de Cuadernos, de 1949, con un brillante trabajo de exégesis sobre la que su autor considera, con razón, una de las «piezas más importantes, sorprendentes y extrañas en la lírica de Machado», o sea «Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela»: es el ensayo de Rosales titulado «Muerte y re.surección de Antonio Machado». Y hace aquél abrir su serie de sonetos La estatua de sal, escritos entre 1935 y 1939 e incorporada a su Segundo abril (1972), con otros populares versos de Machado: La primavera ha venido: / nadie sabe cómo ha sido. Y frente al todo de ese libro de serena vocación, el más personal e intenso de los suyos, que es La casa encendida (de 1949, con una nueva versión de 1967), coloca aquel poemita machadiano Tarde tranquila..., de melancólico ahincamiento en el recuerdo lejano. Luego, la sección II de dicho libro, que desarrolla como en un aire de sueño su estremecedor diálogo con el querido amigo muerto, Juan Panero, pudo sin dificultades ampararse otra vez en aquel mismo verso sugerente de Machados Desde el umbral de un sueño me llamaron... El prologuista de la quinta edición (1941) de las Poesías completas de Machado, que habría de ser la primera y pronta después del¡ final de la guerra, fue Dionisio Ridruejo. Y éste se apoyará después; en dos versos de uno de los textos más hermosos y esperanzados de Campos de Castilla, «A un olmo seco», para el poema «Todavía» de su libro Elegías (1948). Y en el que (creo) que habría de ser la última de sus entregas poéticas, Casi en prosa (1972), así posiblemente titulado por recoger en el más natural de los lenguajes sus docentes experiencias (¿prosaicas?) en universidades de los Estados Unidos. Toda la sección II lleva el título general de «Heme aquí ya, profesor», frase que, como recordamos, inicia el poema «Meditaciones rurales», también de Campos de Castilla, en que Machado comienza registrando vivencias similares. Y el apartado B, de esa sección, declara paladinamente el mecanismo entrañable de la evocación: «Heme aquí ya, profesor». / Cito una edición genuina / por la memoria del amor. Y en el fina! del largo texto se siente resonar de nuevo aquel tic-tic, monótono y opresivo, del reloj que a Machado contaba las horas en aquel mismo poema suyo. Escribe Ridruejo: Ahora sí: «tic-tic», siento el golpeo / del corazón mecánico y me gasta. Ildefonso-Manuel Gil, cuya poesía toda, serena y meditativa, descubre al punto su personal raíz en el autor de Soledades, le dedica 883 «A Antonio Machado» un breve poema de su libro De persona a persona (1971), en el que lírica y nostálgicamente íe acompaña en lo esenciaí-poético de su biografía de Segovia a Colliure, como reza el subtítulo. Y José Luis Cano evoca ciertamente el verso creo en la libertad y en la esperanza, que desde Machado está abriendo más de-una futura glosa poética, cuando cierra su poema «Luz del tiempo», en la sección final (1961-1962) igualmente titulada de su colección Poesía (1942-1962), manejando ambas aperturas del espíritu y enlazándolas vividamente a la patria, otra de las preocupaciones de Machado. Son estas las líneas de Cano: Tu tiempo a la esperanza, aunque tan poca I te quede ya, y a solas o con otros / tu día a ¡a libertad, tu tiempo a España. Si, en resumen por ahora parcial, hubiera que sintetizar lo que estos poetas del 36, en general, buscan en la lección poética de Machado se podría decir que es aquello que ellos llevan en sí: la profunda conciencia del tiempo, en su dimensión principalmente personal, y el temblor ante el misterio trascendente que esa misma condición temporal suscita en el hombre. Comienza a insinuársenos, así, que no es sólo el Machado de Campos de Castilla (o, por mejor decir, el Machado de la otredad histórica) quien va a estar presente en la poesía de posguerra; aunque muy pronto, en nuestra trayectoria a lo largo de su influencia, será aquél el de más vigorosa (pero nunca excluyente) proyección sobre los nuevos poetas que irán apareciendo después de la guerra civil. Y en el campo del trabajo crítico sobre su obra, además de los ensayos y prólogos de Rosales, Ridruejo y Vivanco, no podrían omitirse los varios que José Luis Cano agrupa en sus «Notas sobre Antonio Machado» incluidas en su libro Poesía española del siglo XX (Madrid: Guadarrama, 1960). Y saliéndonos del marco de los poetas, la generación del 36 nos ofrece dos ensayistas y críticos también interesados en la poesía y el pensamiento de Machado. Pedro Laín Entralgo se ocupa ampliamente de ello en La generación del 98 (Madrid: Austral, 1947); y dedica un hermoso y penetrante capítulo a los temas del «Tiempo, recuerdo y esperanza en la poesía de Antonio Machado», en su fundamental libro La espera y ¡a esperanza (Madrid: Revista de Occidente, 1962). Y quién más orgánica y esclarecedoramente nos ha iluminado «El pensamiento de Antonio Machado en relación.con su poesía» ha sido Antonio Sánchez Barbudo en la sección última de sus Estudios sobre Unamuno y Machado (Madrid: Guadarrama, 1959), que hoy tenemos ai alcance en formato de libro de bolsillo bajo el título de El pensamiento de Antonio Machado [Ma884 drid: Colección Punta Omega, Guadarrama, 1974). Ha sido también el agudo intérprete y comentarista de Los poemas de Antonio Machado (Barcelona: Lumen, 1967). * Un poeta que no ha regateado su admiración por Machado, y al cual se ha hecho costumbre (mala costumbre) adscribirlo de entrada y sin más al neogarcilasismo de los primeros años del 40, es José García Nieto. Dispongo a la mano de dos testimonios, ambos no muy lejanos, de esa admiración que es en él también, como en tantos otros, deseo voluntario de filiación. Su 'libro Memorias y compromisos (1967), tal vez el mejor de los últimos suyos, y cuya intención está definida desde su título mismo, se abre con un pensamiento de Machado: «Sólo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida ío demás; muchas son las lagunas de mi memoria». Y su libro es eso: un querer liberarse «de algunos compromisos antiguos» ai calor def recuerdo en que la precisión falla y se salva en y por la emoción. Aí año siguiente, Hablando solo (1967), ya nos detata lo que el poema fine J , «Con un verso de Antonio Machado» (que no es otro que aquél del texto inicial, «Retrato», de Campos de Castilla «quien habla solo espera hablar a Dios un día») nos vendrá a sugerir el silencio irredimible dei hombre y ía dolorida duda de ese diálogo trascendente. Como en Machado, ese «menesteroso de Dios». La que se ha venido considerando como primera generación estrictamente de posguerra puso su énfasis mayoritanamente —y en un grado tal que, con alguna parcialización en la valoración crítica se ha identificado de modo total con esos términos— en la voluntad de un realismo temático y expresivo, en el compromiso que consideraban inalienable con las circunstancias históricas de la patria, y en la ne^ cesidad de una palabra comunitaria y servicial. No es el momento éste de valorar los aciertos y los desvíos a que por estos senderos se llegó. Ni insistir en un hecho que hoy es ya historia: cuánto más dogmáticamente se aferraron a ese compromiso (vale decir: cuánto menos personalmente lo sustanciaron), más borrosamente su palabra poética de entonces se nos va alejando en el presente. Se la suele designar, con exceso de simplismo, como la generación de la poesía 885 social, sin querer advertir que muchos (algunos de los mejores) entre ellos, aun sintiendo la insoslayable vocación de realismo y de preocupación española, no sucumbieron a los peligros mecanizadores de la tendencia y hasta hubo quien expresara su disidencia frente al general concepto de poesía realista. Mas nadie puede negar que tales inquietudes, éticamente inobjetables y nobles, estaban en la base de la poética más común y abarcadora que comienza a definirse en el decenio del 40 como rigurosa novedad en el horizonte literario de la posguerra (para no hablar de los antecedentes que es natural descubrirle, de modo aislado, en el pasado más o menos inmediato). Machado, el vario Machado, tenía una rica parcela de su obra poética (digamos, aunque no muere allí, que en Campos de Castilla), una vasta teorización en prosa desarrollada en artículos, ensayos, discursos fallidos y a través del juego dialéctico de sus heterónimos, y el ejemplo de su conducta pública en años difíciles. Y todo ello, lógicamente, se erguía como ejemplo de alzada dignidad y de oportunidad histórica a seguir. No requeriría un difícil esfuerzo el demostrar que en las varias poéticas de Gabriel Celaya oímos la voz del Machado comprometido, como ya se dijo. Desde lo que escribe en 1952, al reclamar como la mayor de las urgencias del poeta de esos años «ese desentenderse de las minorías y, siempre de espalda a la pequeña burguesía semiculta...», en la Antología consultada de la ¡oven poesía española (p, 46). O más adelante: «Hay que agarrar bien sus raíces y sentir hasta la muerte del yo el 'nadie es nadie'; para después seducir y levantar ese pueblo» (PS, 104). Y aun «Ser poeta es vivir como propio lo ajeno, traspasar lo individual, vivir y hablar 'en' lo otro» (PC, 1963). Y vuelto específicamente sobre España y su dolor, el Machado fuiminador de los poemas cívicos está modulando el acento de textos de Celaya como «España en marcha» y «Todo está por inventar», por sólo citar dos de sus Cantos iberos (1955). Aun la esperanza y el gesto voluntariamente positivo hacia una España que nace y que alborea, en «El mañana efímero» de Machado, se recrea en el final del último poema mencionado de Celaya: Todo en España es anuncio. / Todo es semilla cargada de alegría florea!. / Todo, impulso hacia un mañana I que podemos y debemos dar a luz y hacer real. En Blas de Otero la compañía de Antonio Machado ha sido ininterrumpida. Muchos son los poemas que tiene sobre, con y hacia él. En En castellano (1960) hay ya unas «Palabras reunidas para Antonio Machado», basadas en aquel dístico suyo Un corazón solitario / no es un corazón, y donde Otero inserta las memorables pocas palabras 886 verdaderas de Machado, tantas veces incorporadas a las suyas por numerosos poetas de la posguerra. En Esto no es un libro (1963), colección en la que el autor de Anda incluye poemas «de diversa época que se refieren a alguna persona o aluden a algún nombre», según declara la Motivación inicial, el índice que lo cierra registra seis veces el nombre de don Antonio, sólo superado estadísticamente por el de don Quijote (en lo cual, ciertamente, no cabe parangón posible). Esas veces recurren en estos poemas; «En un lugar de Castilla»; otro brevísimo sin título y que lleva como lema aquella línea última de Machado: £sfos días azules y este so! de la infancia; «Con nosotros»; «In memorian», éste ya de directo homenaje; y una prosa emitida desde Radio París: «Colliure, 1959». Algunos de esos textos se reproducen después en Que trata de España (1964) y en la antología País (1971), preparada por José Luis Cano. No es sólo la lección de moral pública lo que reclama a Otero en el poeta admirado y querido; casi más sistemáticamente es su noble y misteriosa figura humana y su palabra misma, recortadas sobre el fondo del paisaje castellano tan íntimamente cantado por él, lo que se adueña de la evocación de Machado cuando Otero le recuerda. Un momento ejemplar lo sería el final de «En un lugar de Castilla»; ...silencioso el Arlanza / se desliza, entre chopos, hacia el Duero / igual que un verso lento de Machado. Vicente Gaos, un poeta que dentro de su generación se sintió más vocado a Ja introspección y los motivos religiosos y trascendentes, descubre en su obra una fuerte atracción por el tema de la nada, esa última y definitiva creación divina en la metafísica de Juan de Mairena: para éste, en verdad, «el tema de toda futura metafísica [323]. Numerosísimos son los poemas de Gaos alrededor de esta inquietud, corporizando así poéticamente aquel profético dictum de Mairena. Y resulta significativo que en el primer poema en que lo aborda resueltamente, un poema juvenil de sus Primeras poesías (1937-1939) que lleva como título «La muerte se pasea del brazo de la nada», viene introducido por un verso de Machado: Para que no acertara la mano con la herida. Y un soneto, éste de impulso ascensional y místico, «Inexpresable», de Arcángel de mi noche (1944), encuentra su síntesis temática también en otro momento poético de aquél; Sólo el silencio y Dios cantan sin fin. Y, curiosamente, el inicial de ese mismo libro de sonetos, «la forma», que define apasionadamente la más rígida de las estructuras poemáticas, comienza por recordar de modo oblicuo (que hubiese gustado a Mairena) la advertencia de Machado, que Gaos vuelve al revés: Verso libre, verso libre, j líbrate mejor 887 del verso, / cuando te esclavice. Lo ha estudiado también críticamente en dos. ensayos:. «En torno a un poema de Antonio Machado» [A José María Palacio'] y «Notas en torno a Antonio Machado», ambos hoy accesibles en su libro Temas y problemas de literatura española (Madrid: Guadarrama, 1959). En el segundo de ellos, Gaos interpreta el juego conceptual a que Machado somete las ideas de vida («larga» y, a la vez, «corta») y de arte («juguete», por tanto efímero, y, a un tiempo, «largo»), en aquél de sus Consejos que comienza Sabe esperar, aguarda que la marea fluya, de Campos de Castilla. A la luz del particular interés por esclarecer el sentido de este poemita de Machado, pudiera sospecharse.que el muy extenso de Gaos titulado «El arte es breve —eterno—...», de Profecía del recuerdo (1956) es un desarrollo detenido, y muy humano y vital, de aquel consejo de Machado. Lo denuncia ya el primer versículo, donde nos encontramos análoga oposición conceptual aplicada a las mismas entidades que, como hombre y artista, preocupan al poeta: El arte es breve —eterno— como la muerte, pero la vida, aunque limitada, es larguísima. Gaos, al cabo de admitir que ya se ha atendido al fulminador llamamiento de la Belleza, concluye con una indicación del poeta a sí mismo en el sentido de volver la vista a la vida y arrojarse decididamente en ella. Ampliando por nuestra cuenta las dimensiones de! poema como metáfora del proceso vivido por Machado, diríase que en éste ocurrió un tránsito simiiar: de su devoción por la palabra bella, que a él le servía para escrutar el misterio, a la prosa de variada temática desde donde asomarse a la total y compleja vida del hombre de su tiempo. Prologuista y organizador de una muy personal Antología poéticade Machado, de la que ya se dio cuenta, José Hierro también se acoge a su sombra para signar con unos versos del Machado dolido de su España (... tierras tristes / tan tristes que tienen alma) la sección II, «Una vasta mirada» de su libro Quinta del 42 (1952). Es aquélla que contiene los poemas de más seco y punzador amor por su patria, como eí conocido «Canto a España», o sus versiones, tan íntimas como las de Machado, de los lugares de la tierra: «Plaza sola», el mejor de ellos, con su fuente (sin una lágrima de agua) aún más desolada que las de aquél, y el alma también más muerta y sin esperanzas en la contemplación de los yermos sitios castellanos. Y eí poema que, por su posición de apertura en el libro y su impresión en letra cursiva (que Hierro reserva para los que en cierto modo tienen el carácter de poéticas o de claves espirituales dentro de su obra), asume el sentido.de tal en Cuanto sé de mí (1957), es el titulado.. 888 «Nombrar perecedero». Allí el poeta nos confiesa su propósito de designar, con sus nombres directos, las cosas vivas, transitorias de la realidad, sin ambicionar eternizarlas por la belleza intelectiva o conceptual. ¿No se trata, a pesar de la modestia de tal (posible) limitación, de contestar, en ía misma dirección que parece sugerir Machado, la pregunta de éste en su poema Hay dos modos de conciencia...? ¿No son esos nombres perecederos de Hierro a los que metafóricamente apuntan aquellos peces vivos, / fugitivos, / que no se pueden pescar... que persigue la «conciencia de visionario» (que no es sino la del verdadero poeta) en el breve texto machadiano? En lo más hondo del sentir de Hierro, principalmente en los tramos iniciales de su obra, se le siente sostenido por una estética de la intuición y la temporalidad, más próxima a Machado que a la de ningún otro poeta mayor de la tradición española anterior. A Victoriano Crémer y a Eugenio de Nora se les puede unir por su participación común en la aventura de la revista leonesa Espadaña (1944-1951), que luchó denodadamente por una poesía a la altura inmediata de los tiempos. Crémer, a! explicar su poética en la «A manera de introducción» de su Poesía total (1944-1966), tiene que recordar varias veces a Antonio Machado en la defensa de algunos de sus puntos. Y cierra el libro con un poema, «Fábula de la buena muerte», escrito en homenaje a los hermanos Machado y apoyado en citas de ambos, Eugenio de Nora, en su España, pasión de vida (1953), a más de acercarse, en ira y coraje, al tono levantado y no exento de cierto diapasón retórico de los poemas más encendidos en esta línea de Machado, describe en aquel libro un arco emocional respecto a su país, al que no es ajena una trayectoria de voluntad constructiva similar en el poeta de Campos de Castilla. Si el primer texto del cuaderno, «Entrega», se cierra con un verso casi machadiano y totalmente noventaiochista: amor amargo de la patria; el último se impone, ya en el título mismo, «Un deber de alegría», y es una llamada a la esperanza. Así concluye: Y enemigo, expulsado de la tristeza siento / cómo la aurora iza su bandera rociada. Llegó a ser un lugar común de la poesía social y política, pero esa imagen de la aurora nos trae otra vez la sugerencia de aquella España que nacía y alboreaba en «El mañana efímero». Igual interés tiene, en relación con ambos poetas, no olvidar la proyección hacia Machado, entre otras, de la publicación en que aquéllos con tanto fervor trabajaron: Espadaña. Aunque ya antes se había ocupado del tema, su historia nos la ha recontado, con acopio de detalles y de interpretación, Víctor G. de la Concha en su libro 889 La poesía española de posguerra. Fundada en 1944 por Antonio G. de Lama, Eugenio de Nora y Victoriano Crémer, la revista tuvo una serie de vicisitudes internas, que De Concha nos relata con minuciosidad. Uno de los episodios es significativo. En su número 36, y en la sección «Poesía y Vida», Antonio de Lama escribe, contribuyendo a definir la poética de Espadaña: «La belleza de la palabra poética no es su sonido, su música; belleza para los oídos. Ni tampoco su forma; belleza para los ojos. La belleza que la palabra trae, cuando es poética, es interior, es belleza de significado; belleza para el alma». No habrá que reproducir en su totalidad eí archiconocido prólogo de Machado a la edición de sus Soledades de 1917, del cual antes tuvimos ya que recordar también algo parciaí'mente. Bastará tener presente cómo, por entonces y examinando sus ideas poéticas en los años de las mismas primeras Soledades, Machado puntúa/izaba que «el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni ía línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma...» [46-47]. Por ello puede Víctor de la Concha añadir, al juzgar ©l anterior pasaje de Antonio de Lama, que ya aquello hacia sospechar «algo que ahora se revela palmario, esto es, que la brújula apuntaba hacia Machado» t18). Sólo que comenzaban a ser ya numerosas, y desde distintas latitudes, las brújulas que señalaban el mismo norte. Otros dos poetas que se nos permitirá vincular aquí, y no sólo por su estrecha amistad sino por las inquietudes comunes (relativamente distribuidas entre lo social y lo esencial-trascendente] que discurren en sus respectivas obras, son Ramón de Garciasol y Leopoldo de Luis. Garciasol vuelve a sostenerse en Machado cuando intenta definir lo que es el «poeta social» (PS, 124). Y en su Antología provisional (1967) incluye un texto, «imitación-homenaje a don Antonio Machado», e incluso inserta palabras de éste en su poema «Castilla». Leopoldo de Luis incorpora un «Recuerdo para Antonio Machado» en su libro poético Juego limpio (1961), y hace culminar su devoción machadiana en el todavía fresco volumen Antonio Machado, ejemplo y lección t1975], ya referido; y donde se revisan, con detenimiento y a fa vez concisión, fases, temas, libros y textos del gran poeta. Aunque en lo expresivo la influencia de Machado es casi nula en Carlos Bousoño, éste, en su otra vertiente de teórico e intérprete de la poesía, le ha consagrado especial atención en su Teoría de la (18) Víctor G. de la Concha: «La poesía española de posguerra»*, Madrid, Editorial Prensa Española, 1973, p, 336. 890 expresión poética, desde su primera salida, aunque notablemente aumentada en su quinta y definitiva edición de 1970. Al describir y explicar dos de los procedimientos poéticos por él clarificados, el símbolo y las superposiciones temporales, Bousoño concede un abundantísimo número de páginas a penetrar en la poesía de Machado. A más de lo que teóricamente ganemos en <¡a lectura de esas páginas sobre el entendimiento de tales procedimientos, respecto específicamente a Machado la contribución mayor de Bousoño puede resumirse así: tras la engañosa sencillez del estilo machadiano se descubre uno de los mecanismos expresivos más sutilmente complejos de la moderna poesía española, diseñando así la ecuación más definitoria de su -lenguaje; naturalidad (mejor que diafanidad) y hondura. Y aunque no cabe aquí que entremos en este motivo, pues nos estamos limitando a constatar los reconocimientos de Machado por quienes como taies los han expresado, algo más podría apuntarse sobre las posibles relaciones (no exactamente influencias) entre Bousoño y Machado. Como es conocido, éste en alguna ocasión sugirió que la mayor hazaña poética sería la de concebir y cantar al ser fuera del tiempo. Y Juan de Mairena se preocupaba intensamente por la metafísica de la nada, como hemos tenido que recordar de paso. En esa dirección, Bousoño ha buceado en la experiencia poética de la nada con un grado supremo de lucidez, en textos, por ejemplo, como «Comentario final» y «Sensación de la nada», de Oda en la ceniza (1967) que hubieran conmovido profundamente a Mairena. Si la nada era, para éste, la metafísica única del futuro, también habría de representar la última o más extrema vivencia poética posible. Y Bousoño la ha explorada y expresado magistralmente en esos poemas. Ya en este punto, no parecerá extraño que un poeta admirado principalmente por la alta tensión estética de su lenguaje, como es Manuel Alvarez Ortega, aunque su poesía nos entregue mucho más, venga, al esbozar la poética de su lírica de tema amoroso, a recordarnos sobre todo al Machado fraterno y antisolipsista de Caminos de Castilla. En dos ocasiones cita, o parafrasea libremente, el prólogo de su autor a este libro en 1917. Para recordar, y ahora habla Alvarez Ortega, que «Un hombre atento sólo a sí mismo y auscultándose siempre •—decía Machado— termina ahogando su propia voz en ruidos extraños» (PA, 328). Y un poco después se declarará expresamente «fiel al postulado de Machado», que no es otro que aquél por donde el poeta sevillano, en el mismo texto, comenzaba a rasgar su intimismo inicial y abrirse hacia la unidad básica del hombre de 891 todos los tiempos; «La misión de! poeta es inventar nuevos poema» de ló eterno humano». (PA, 329). En alguna ocasión llamó José María Valverde a Antonio Machada «mi inagotable maestro». Pudiera igualmente invertirse los términos, y afirmar que Machado encontró en Valverde su inagotable discípulo. Constante y paciente ha sido el deber que como tal se impuso, y granados sus frutos. Una buena selección de la obra poética de Valverde, Enseñanzas de la edad, 1945-1970 (1971), nos trae ya un breve poema, «Sensatez», con un lema de Machado: ...Porque, en amor, locura es lo sensato, Pero nos sobrecoge más el poema penúltimo de la colección, «Homenaje a algunos buenos», con el ex-ergo aquí esperable:... en el buen sentido de ¡a palabra, bueno. Los dos buenos a que homenajea aquí Valverde son el cubano José Martí (y esto no lo puedo escribir sin una honda emoción de mi parte) y Antonio Machado; y va armando los versos que a uno y o+m destina combinando las palabras propias con las síe los dos buenos poetas y h ^ b r e s buenos a quienes rinde allí tributo (19). Y el poema finaliza dejando a Machado, ligero de equipaje, pasada la dolorosa frontera de España y en su tránsito ya de la de! mundo. Tesonera atención crítica le ha dedicado también. De fecha muy juvenil es un ensayo fundamental sobre el tema que su título avisa: «Evolución del sentido espiritual de la obra de Antonio Machado», que tiene de entrada la virtud de no cercenar la estatura integral del poeta y el pensador sino de ver su relación íntima, y tener por ello muy en cuenta su prosa. Al cabo llega a preguntarse Valverde, y con razón, «cuántos pensadores ha habido en nuestra lengua de tan hondo calado, de tan terrible y en ocasiones excesiva profundidad» (20). Este ensayo de Valverde apareció en el número tantas veces citado de Cuadernos Hispanoamericanos de 1949; fue anexado después a su libro Estudios sobre la palabra poética (Madrid: Rialp, 1952); y hoy es más accesible en la valiosa colección de estudios sobre Antonio Machado, editada por Ricardo Gullón y Alien W. Philiips, que se consigna en la nota anterior. Aunando erudición y sagaz penetración analítica, Valverde ha preparado, para los Clásicos Castalia, cuidadosas ediciones prácticamente críticas de Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo y de (19) Es interesante que otro poeta de esta misma hornada, Eugenio de Nora, al defender la necesidad de una poesía nacida por modo directo de la vida, vuelva a unir ambos nombres: los de Martí y Machado. Es en la poética suya que se lee en PC, p. 436-438. Allí llama Nora a Martí «un gran hombre ante todo: clarividente, valeroso, sencillo en su genialidad». ¿No serían útiles' también estos calificativos para describir a Machado? (20) Cito por la reproducción de este ensayo a Valverde, que aparece en «Antonio Machado», ed. de Ricardo Gullón y Alien W. Phillips, Madrid, Taurus, Colección El Escritor y la Crítica, 1974, p. 323. 892 Juan de Mairena, ambas de 1971. Y no ha podido pasar por alto esta ocasión de su centenario, y nos acaba de entregar su Antonio Machado (Madrid: Siglo XXI de España, 1975), en cuya Advertencia preliminar se nos dice que el autor modestamente sólo ha pretendido escribir lo que los ingleses suelen denominar un companion book, pero que es, sin dudas, mucho más que ello. Si aquí nos obligásemos otra vez a una nueva recapitulación parcial, ahora sobre las vinculaciones entre la primera generación de posguerra y Machado, encontraríamos algo que ratifica, aunque sólo un tanto, nuestra inicial impresión. Sí es cierto que sobre los poetas más fuertemente sostenidos en el dolor histórico de su tiempo, y en ia consecuente voluntad de denuncia, es el Machado segundo el de mayor influencia; y ello es innegable. Pero tampoco puede decirse que es el único, como se ha visto. La intensidad de esa poesía de protesta pueda tal vez, en el conjunto, no dejar escuchar con igual claridad otros tonos más tenues pero no menos incisivos. A Machado está promoción lo ha recordado, ante todo, por el civismo casi patético de su airada voz crítica frente a la España de charanga y pandereta, que tristemente no fue sólo la de sus años. Pero no se le ha dejado de escuchar en su emoción serena y honda ante ei paisaje, en su preocupación por 'los más graves problemas metafísícos, en la hermosa bondad humana que sus versos transparentar Y así ha venido a hacerse entera y unánime la eficacia de su total lección. • Una nueva generación poética comienza a perfilarse hacia 1953 con los primeros libros de una serie de nuevos jóvenes poetas, los cuales lograrán su cohesión estética en los primeros años del 60. Ai ocurrir esto último, se pudo ver ya claramente los matices rectificadores que, sobre la lírica inmediatamente anterior, aquéllos traían. Un sano cuestionamiento, ante todo, de ia aplicación del principio que hacía coincidir mecánicamente poesía y comunicación; y la correspondiente restitución del concepto por el cual el acto poético es vivido primordialmente como exploración y conocimiento profundo de la realidad. Una decisión de no postergar el compromiso primero de la poesía consigo mismo, y no con la apriorística asunción del tema moralmente justo o positivo («¡Cuántos temas justos y cuántos poemas injustos!» (21}, dirá uno de ellos: Claudio Rodríguez), hasta llegar (21) Claudio Rodríguez: «Unas notas sobre poesía», en «Poesía última», ed. de Francisco Hibes, Madrid, Taurus, 1963, p. 91. 893 por aquí a señalar, como un obstáculo requerido de superar y en voz de José Ángel Valente, el formalismo temático de la poesía social erigida en tendencia, Como consecuencia de todo ello: una ampliación del mundo a conocer por la poesía, recuperando muy principalmente el de la intimidad, y un aupamiento de la tensión expresiva y el cuidado estilístico. Y aunque resulte obvia la aclaración, vale decir que se procede aquí siguiendo una simplificación dialéctica que puede llegar a ser una verdad a medias: los poetas hoy más vivos de las promociones anteriores supieron y practicaron todo esto muy a su tiempo, y nunca fueron peso muerto (o sólo éticamente justificable) en la corriente dinámica de la poesía. Mas es evidente también que lo señalado no implicaba el que los jóvenes poetas de entonces desertasen de su enraizamiento y compromiso fundamental con el tiempo histórico en que estaban inmersos y con sus aún no salvados problemas. Recogieron, igualmente, el dolor colectivo que atenaceaba a los anteriores, y recreándolo desde su mismidad intransferible, lo matizan vividamente. Tal modulación nos devuelve la poesía social enriquecida en lo que, en alguna ocasión, he llamado poesía crítica, al tratar de describir ese tránsito (22). Por aquí, entonces, su permeabilidad ante el Machado censor y abierto al otro pudo continuar la análoga disposición de sus hermanos mayores. Sin embargo, ni aun en los más comprometidos es ello lo único que de aquél van a resaltar. Ejemplar resulta en tal sentido la manifestación de Ángel González, quien analizando en 1968 la influencia de Machado en las décadas del 50 y el 60 sostiene que ella «se deriva tanto de su forma de abordar los problemas estrictamente poéticos como de su manera de interpretar la realidad y de integrarla en la obra» (ANPE, 343). Lo último de tal formulación viene a coincidir con lo que Leopoldo de Luis ha precisado como una de las modalidades de la lección de Machado: la de «la objetividad desde la subjetividad». El mismo Ángel González lo realiza, poéticamente y en relación precisamente con aquél, en su composición «Camposanto en Colliure», de Grado elemental (1962), libro que no por azar mereció el Premio Antonio Machado, fallado en Colliure el año anterior por primera y única vez. Su experiencia persona!, ante la tumba del poeta, bien pronto se convierte y dentro de tal composición, en una dolida observación objetiva: la de la humana mercancía española de hoy que, como mano de obra barata, cruza repetidamente la misma frontera, como aquél la traspasó una vez, para pagar todos, el poeta y (22) Para este tema, véase mi libro: «Diez años de poesía española, 1960-1970», Madrid: Ínsula, 1972, pp. 281-290. 894 estos seres anónimos de nuestros días, no más que el precio de una derrota, Esa traslación e identificación del yo al tú esencial, y entre ambos al nosotros, uno de los ejes más resistentes de la poética de Antonio Machado, vuelve a ser explícitamente recordada por José M. Caballero Bonald (PA, 354). Y viene éste otra vez a glosar en cierto modo los dos polos de aquella declaración de la fe machadiana en la libertad y la esperanza, que ya vimos en José Luis Cano. Ocurre en los versos finales del poema «Blanco de España» del libro de Las horas muertas (1959) de Cabailero Bonaíd: para encender con mi esperanza / la piel naciente de tu iibertad. Quien, en esta promoción, ha unido con mayor entusiasmo una ocasional asimilación poética y un empeño de penetración crítica y de divulgación de la obra de Antonio Machado, como en la anterior lo fue Va]verde, es Aurora de Albornoz. En Brazo de niebla (1957) hay ya un breve poema, «A Antonio Machado», levantado sobre los motivos de Castilla cantados por aquél. Y otro texto del mismo libro, «Violetas», arranca de Hoy, con la primavera, el verso inicial de las estremecedoras «Ultimas lamentaciones de Abel Martín». Y las prosas para niños —¿sólo para niños?— de En busca de esos niños en hilera (1967), toman su título y casi su impulso de uno de los poemillas de Galerías: ¡Y esos niños &n hilera, I llevando el sol de la tarde I en sus velitas de cera!... Y el «Epílogo» de dicha entrega es todo un sereno y emocionante homenaje, donde se aclara el sentido último de aquel verso casi postumo de Machado, en el que éste reunió su momento histórico fina! y su niñez siempre presente en la memoria. Escribe Aurora de Albornoz: A veces un poeta, de camino hacia la noche, puede abolir los tiempos. «Estos días azules y, este sol de ¡a infancia». En el terreno crítico ha estudiado con detenimiento La presencia de Miguel de Unamuno en Antonio Machado (Madrid: Gredos, 1963). Y ha contribuido de modo eficaz a la difusión del pensamiento de Machado en la serie de los cuatro tomos que, con el título general de Antonio Machado, Antología de su prosa, preparó para la editorial Cuadernos para el Diálogo (Madrid): \-Cultura y sociedad (1970); W-Literatura y arte (1970); \W-Decires y pensares filosóficos (1971); ÍV-A la altura de las circunstancias (1972). Sin olvidar algunos trabajos más lejanos: La prehistoria de Antonio Machado (Universidad de Puerto Rico: Ediciones La Torre, 1961), y su edición de las Poesías de guerra de Antonio Machado (San Juan de Puerto Rico: Ediciones Asomante, 1961). Cuando Jaime Gil de Biedma compila sus poesías completas en 895 aquel fantasmal volumen que fue Colección particular (1969), no pudo encontrar, como expresivo de la tensión que toda su poesía encierra entre vida y arte, nada mejor que colocarlo todo bajo el pórtico de aquel «consejo» de Machado (Sabe esperar, aguarda que la marea fluya...) que se mencionó antes. He de rechazar ahora también 'la tentación de verificar aquí (pues no es por hoy nuestro objetivo) cómo Gil de Biedma hace personalmente suyos, de modo especial en sus poemas políticos (los que tal vez hicieron fantasmal aquel hermoso volumen), actitudes y aun ciertos acentos del Machado en ese aspecto común. Pero no puede menos que recomendarse la lectura de textos como «Apología y petición», denuncia de una supuesta metafísica de la pobreza entendida en calidad de algo consustancial a España, y «Marcha triunfal», cargado de ese olor a miseria y sordidez de la Castilla miserable de Machado. El talante crítico y veraz de José Ángel Valente !e ha llevado a desenmascarar por sus nombres los apócrifos falsos del poeta: no sus verdaderos apócrifos, los heterónimos conocidos, sino las oportunistas parcializaciones y deformaciones de su persona humana y literaria que, una tras otra, se han sucedido en la posguerra. Es lo que hace de su ensayo «Machado y sus apócrifos», incluido en las'Pa/abras de la tribu, del cual ya tuvimos oportunidad de servirnos. En su obra poética, Poemas a Lázaro (1960), se abre, junto a otras dos de Unamuno y Jiménez, con una cita de Machado: Un hombre que vigila I el sueño, algo mejor que lo soñado, muy resumidora del equilibrio entre misterio y reflexión que se da en la poesía misma de Valente. Y en La memoria y los signos (1966) se puede encontrar uno de los más significativos poemas en homenaje a Machado que creo se hayan escrito desde los fondos del espíritu y la poesía de nuestro tiempo: es el titulado «Si supieras». Fernando Quiñones apela a Machado dos veces en su libro En vida (1964), cuando su pupila se abre al paisaje •—rural o citadino—• de las tierras españolas, castellanas o leonesas. El poema que se inicia Estas abierto, campo de Segovia, nos alza vivamente a don Antonio en sus paseos / de esta hora, ¡unto al Eresma, cuando aquél vagaba junto al río y ojeaba el Alcázar. Y el poema declara, en su lema machadiano, la identificación voluntaria: Es la misma hora / de mi corazón. En otro texto, «Seis de julio de! sesenta», caminando por los callejones de Zamora, evoca fugazmente, en una oportuna superposición de espacio y tiempo, la soriana «campana de la Audiencia» de uno de los instantes poéticos más indelebles de Machado. Al homenaje que al autor de Campos de Castilla organizara la mala896 güeña revista Caracola en su número extraordinario 84-87 (1959-1960) contribuyó Quiñones con un poema (así como varios de los poetas antes mencionados: Ramón de Garciasol, Leopoldo de Luis, Jaime Gil de Biedma y José Antonio Muñoz Rojas, entre otros). De dos miembros importantes de esta generación, Francisco Brines y Claudio Rodríguez, no conozco manifestaciones textuales sobre Machado que en este recuento pudieran aducirse. Si de lo que se tratase ahora fuere de ver su presencia en el acento de la voz, en algún momento de uno y de otro, en cambio, sí podrían descubrirse algunas afinidades. En la honda vibración temporal y emocional así como en la andadura lenta de ciertos poemas de Brines, por ejemplo. Y en Rodríguez, en el vocabuíaro preciso y aun agrio con que registra aquél la caducidad y la rutina de la realidad española en algunos de sus textos poéticos más críticos y acerados: «Por tierra de lobos», de Alianza y condena (1965), como ilustración oportuna. La devoción y las rotundas declaraciones sobre Antonio Machado por parte de Félix Grande, por ser uno de los poetas más jóvenes de esta generación y acercarse debido a ello a la siguiente y por hoy última, nos son de utilidad en grado extremo para cerrar esta sección. Cuando todavía su voz no había madurado en un estilo resaltantemente distintivo, en su libro Las piedras (1964), hay poemas en que el tono, en ritmo y léxico, apuntan aún hacia Machado: «Rondó», Paisajes..., Sentarse aquí, esta hora... En este último texto incluso parece reelaborar aproximadamente aquella imprevista pregunta (¿Quién ha punzado el corazón del tiempo?) de un corto poema de las Nuevas canciones. Grande enuncia análoga inquietud, también en forma interrogante: ¿Qué hace brillar la tarde? ¿El viejo pulso / del tiempo? En Música amenazada (1966) todavía construye todo un poema sobre el leit-motiv, repetido, de unos versos de Soledades: Hoy buscarás en vano I a tu dolor consuelo. Y en una poética suya de 1967, el año mismo en que ya, en sus Blanco spirituals, se entra de manera decidida en un lenguaje agresivamente innovador que supone el ir a colocarse en las antípodas de cualquier vertiente expresiva de Machado, Félix Grande comienza sus declaraciones enviadas a Poesía amorosa reproduciendo textualmente tres juicios de aquél («Poesía, cosa cordial», «El alma del poeta se orienta hacia e! misterio» y «La belleza no está en el misterio, sino en el deseo de penetrarlo») para añadir que en ellos encuentra «los fundamentos de lo que es para mí el fenómeno poético» (PA, 499). Y es ésta una buena ratificación de lo que, adelantándonos ya sólo muy poco, podría servir como resumen de aquello que esta generación, la cual devuelve a la estragada poesía española de posgue897 CUADERNOS. 304-307 (II) .—IS ira, en una visión panorámica, el interés en la subjetividad y en el misterio (aun cuando desde elfos, como se ha visto, se siga mirando y juzgando el mundo de fuera, tan mal hecho) viene a cifrar en algunas de sus búsquedas en el ejemplo machadiano. Todavía, para irnos aproximando a nuestro final, nos será valioso Félix Grande. Pocos años después, y en fecha aún no lejana (1970), cuando ya sonaban las primeras voces disidentes hacia Machado, nos dará la más ardorosa defensa (es inevitable y penoso necesitar esta palabra) del magno poeta. Grande recuerda con exactitud lo repentinamente moderno que se hace el pensamiento filosófico de Machado al concebir el yo y el otro como entidades radicalmente indivisibles. Y cómo «con esta negativa a escamotear uno de los dos campos del vaivén de la existencia, Machado no proporciona una solución para el estado exasperado de la poesía española; le proporciona algo mejor: un arma que es reflexión, exigencia, serenidad» (23). En estas tres últimas palabras sí puede sintetizarse, mejor que en cualquier otro comentario nuestro, lo que su generación debe a Antonio Machado. Y si ya, por esta vía que nos abre la reflexión de Félix Grande, intentásemos, simplificando la cuestión en un grado tal vez excesivo, volver nuestra mirada hacia todo lo que hasta aquí hemos observado, a alguna conclusión final aunque nunca absoluta podría arribarse. Los poetas del 36 encontraron principalmente en Machado al poeta del yo, en su vocación por rasgar y trascender el misterio que se esconde (23] Félix Grande: «Apuntes sobre poesía española de posguerra», Madrid: Cuadernos Taurus, 1970, p. 51. Frente al problema de la modernidad en Antonio Machado, acudo aquí, en nota, por proceder de una voz que no es española, al testimonio de Octavio Paz [aunque también la defiende Félix Grande en las páginas indicadas). Pero e! de Paz nos parece especialmente oportuno por ser éí uno de los abanderados (y a la vez uno de ios críticos mayores) del concepto de modernidad en nuestro mundo hispánico, por haber expresado en alguna ocasión ciertas reservas al Machado «poeta», y por su enorme ascendiente sobre los jóvenes, que son los que más cuestionan este punto. Pues bien, Paz también escribió una vez: «Machado ha intuido los temas esenciales de la poesía y la filosofía de nuestro tiempo. Nadie como él ha vido el conflicto del poeta moderno, desterrado de la sociedad y, al fin, desterrado de sí mismo, perdido en e! laberinto de su propia conciencia» (cite por la colección de estudios sobre Machado consignada en la nota 20, p. 65). Por aquí se apunta hacia algo que parece olvidarse: que el vivir, padecer y expresar poéticamente una problemática moderna es ciertamente un fenómeno más hondo y complejo que si asumirlo a base de una apropiación a veces sólo exterior de fórmulas pulverizadoras y autofágicas del lenguaje. Puede servir de aviso a quienes erigen a Antonio Machado en un símbolo de anacronismo estético perqué únicamente lo juzgan a partir de sus maneras expresivas. Y en todo caso, si se decide que en un momento dado aquél se pasó enteramente a la prosa, y que ella en él no es una forma de enfrentamiento a lo poético (lo cual es discutible, como se indicó), entonces su abstención Úrica habría que interpretarla como el más heroico acto por el que un poeta asiente ai silencio, el signo más implacable de la modernidad. 898 tras la limitación temporal del hombre. La generación primera de posguerra osciló hacia el opuesto polo extremo de la balanza: era \& otredad, pero no en la intrínseca heterogeneidad esencial del ser que" tanto empeño puso aquél por esclarecer, sino en la concreción histórico-colectiva de Jos demás [pueblo, país, humanidad), ía preocupación machadiana que, en buena mayoría (no en su totalidad, como se ha visto), le reclamaba y servía de guía. La segunda promoción vino a restituir esa misma balanza en su justo fiel: asunción del yo y del otro, pero integrados ambos en el nosotros; es decir, en el definitivo y ya no parcializado mensaje de su entera verdad, Y ésta se fue haciendo progresivamente a sí misma en su sucesiva y complementaria palabra poética y, con mayor precisión, en el rigor de sus cogitaciones en prosa sobre ia poesía. Volver a esa total verdad, sin; fragmentaciones, es la mayor ratificación de la ejemplaridad y vigencia de su lección. Es afortunado que a ella hayamos llegado ya, Y junto ai reconocimiento registrado (menciones, glosas, incorporación de sus versos en el poema propio, preocupación crítica y de divulgación de su obra), ha marchado paralelamente algo más entrañable: el homenaje. Y el homenaje desde la poesía misma: indicie? revelador de cuan sustancialmente han sentido esos poetas la palabra de Machado, pues le devuelven su admiración en palabra también poética. Creo que por decenas se pueden contar los textos en verso desde donde se le ha recordado con emoción y gratitud. Como colofón a estas notas, escojo tres de ellos. Y los he elegido por proceder respectivamente de las tres generaciones sobre las que su. benéfica influencia se ha hecho sentir. Y por realizarse desde posiciones que entre sí se completan y nos devuelven la imagen que de don Antonio nos ha llegado, en sí misma y en su continuación haste el presente. Leídos en sucesión nos entregan tres fases de esa imagen: el hombre ante sus preocupaciones trascendentes últimas, e! perfil ya borroso pero aún presente de su persona misma y sobre su mismo paisaje, y, por fin, en la poesía y el espíritu de él nacidos, E! primero es de Juan Gil-Albert, miembro al fin justamente revalorado de la generación de 1936. Tiene una nota especial este homenaje que lo -hace particularmente interesante. Pertenece a una sección; así titulada, «Los homenajes» del libro La trama inextricable (1968) de Gil-Albert. En ellos no se propuso su autor rendir, a priori, un'tributo a éste o aquél de entre los muchos escritores y artistas a quie399 nes admiraba o en deuda con ellos se sentía. Por el contrario, nos dice él mismo que cada poema le iba naciendo de un modo natural e inevitable al hilo de su personal motivación. Sólo al concluirlo se daba cuenta de que, a través de sus palabras, así espontáneamente surgidas, reconocía el eco del poeta mayor que allí también había hablado. Entonces, sólo entonces, venía la dedicatoria. El poema requería, pues, de su título propio, el que demandaba su asunto. Después, como epígrafe, se inscribiría eí nombre del así intuitivamente homenajeado. Este de Juan GÜ-Albert va en dirección del Machado intimista, trascendente y misterioso, acuciado por la fugacidad de lo temporal y por el imperio de la nada: e! primer Machado que aquí se ha contemplado. Este es el poema: EL PRESENTIMIENTO Homenaje a Antonio Machado A veces pienso: el mundo se ha acabado; desciendo por la senda de ía vida y dejo atrás el orbe luminoso que me encontré al llegar. Una fragancia sigúeme como un humo de recuerdos, mientras el pie se mueve inexorable hacia la oscura orilla silenciosa. Allí me espera un barco solitario con sus luces ocultas: nadie, nadie, ni un sólo pasajero en los andenes, ni una mano, un adiós, no, nada, nada. Sólo una línea exigua de horizonte, y opacidad, y yo, yo solo y triste, " lejos de todo aquello que en su día creí ser mío. El segundo de estos poemas a Machado es de Blas de Otero, de la primera generación de posguerra. Varios poemas, como se dijo, tiene sobre aquél escritos Otero. Tomo el titulado In memoriam, reproducido en varios libros del autor, por la manera tan fiel cómo éste, al evocar al cantor de Castilla en su persona y en su contexto histórico, recrea esa manera tan suya de aliar paisaje exterior y vibración del espíritu, que es la nota íntima y más personal del Machado paisajista. He aquí el poema de Otero: 900 1N MEMORIAM Cortando por la plaza de la Audiencia, bajaba al Duero. El día era de oro y brisa lenta. Todo te recordaba, Antonio Machado. Andaba yo igual que tú, de forma un poco vacilenta. Alamos del amor. La tarde replegaba sus alas. Una nube serena y soñolienta, por el azul distante morosamente erraba. Era la hora en que el día, más que fingir, inventa. ¿Dónde tus pasos graves, tu precisa palabra de hombre bueno? En lo alto del ondulado alcor, apuntaba la luna con el dedo. Hacia el oriente . tierras, montes y mar que esperamos que abra sus puertas. Y el tercero y último sea tal vez el más expresivo de los compuestos desde el mismo ámbito poético y espiritual de esos años en que floreció la lección machadiana. Fue mencionado ya, y lo firma José Ángel Valente, de la segunda promoción de posguerra, quien ha tenido la honestidad de denunciar la elaboración de uno de esos apócrifos falsos de Machado que hubo de ser usado para menesteres de «pancarta y propaganda». Por eso puede invocarle ahora, desde el clima moral recio y ya limpio que sus mejores enseñanzas ayudaron a conformar. Aparece en el iibro La memoria y los signos [1966); y nos trae y acerca Antonio Machado de ía mejor manera que a éste fe hubiera agradado: sin nombrarlo. Pero todos reconocemos, como en un casi involuntario collage, expresiones de las más características e imperecederas de Machado que han venido a apretarse por modo necesario en el texto. Hay además una pista explícita, y está en el epígrafe: aquella profesión de fe, elevada y permanente que hemos podido escuchar repetidamente en las páginas anteriores. Aquí se reproduce el poema de José Ángel Valente: SI SUPIERAS ... creo en la libertad y en la esperanza Antonio Machado Si supieras cómo ha quedado tu palabra profunda y grave prolongándose, resonando... Cómo se extiende contra la noche, contra el vacío o la mentira, su luz mayor sobre nosotros. 901 Como una espada la dejaste. Quién pudiera empuñarla ahora fulgurante como una espada en los desiertos campos tuyos. SI supieras cómo acudimos a tu verdad, cómo a tu duda nos acercamos para hallarnos, para saber si entre los ecos hay una voz y hablar con ella. Hablar por ella, levantarla en el ancho solar desnudo, sobre su dura entraña viva, como una torre de esperanza. Como una torre llena de tiempo queda tu verso. Tú te has ido por el camino irrevocable que te iba haciendo tu mirada. Dinos si en ella nos tuviste, si en tu sueño nos reconoces, si en e¡ descenso de los ríos que combaten por el mañana nuestra verdad te continúa, te somos fieles en la lucha. * Una aclaración final. Todas estas notas, prolongadas pero aún harto incompletas, no han podido ser sino sólo una exploración casi estadística, con algún incidental comentario valorativo, de cómo se lia hecho sensible la presencia de Antonio Machado en la poesía de posguerra. Una conclusión se nos impone: no existe en la moderna literatura española otro caso -de escritor que, muerto ya, haya despertado un eco tan unánime, justo y sostenido, no ya por parte de la crítica académica (reconocimiento extrínseco, en todo caso) sino por aquellos mismos creadores que agradecen noblemente su magisterio. Que en ello haya influido notablemente la grandeza espiritual de su talla humana, o la oportunidad histórica de ciertos avisos que emanan de su poesía crítica y de su actitud cívica, no empequeñece el hecho general. A la vista está, espero, que es el Machado integral, desde la estrecha armonía entre su poesía toda y su pensamiento (poético, existencial, filosófico y aun político) el que, en sus varia902 dos acordes, ha estado vigente. No se «mitifica» sino se constata, nada más, cuando se contribuye a hacer esto evidente. Y, sin embargo, de su longitud, todo lo dicho fue concebido inicialmente sólo como una introducción a lo que, en términos de valoración poética, importa más, El demostrar cómo su palabra y su posición (o sus posiciones) frente a la poesía ayudaron a encauzar los tonos y registros más relevantes en la lírica del período que hemos recorrido. Como del Machado intimista y abierto al misterio; de! que desde su yo iba al encuentro del otro, de /o otro (paisaje, gentes, pueblo, patria en caducidad, tiempo histórico); del que" se sumió al final en una reflexión de sesgo filosófico, pero no opuesto al de índole poética, sobre los temas más trascendentales del hombre (ia condición temporal de la existencia humana y de la condición análoga de su expresión a través de la palabra poética, (a soledad ontoíógíca y a ¡a vez ¡a heterogeneidad fundamental del ser, la metafísica insondable y última de la nada); en suma, cómo nace, de cada uno de ellos, una respectiva corriente en la poesía de esos años que atraviesa todas las promociones en ella discernibles. Para concluir que, en resumen, entre esas tres corrientes (intimista, social y metafísica) cubren el panorama poético total que en su conjunto definen, Cuando ese estudio se realice (y confío, en la medida de mis fuerzas, emprenderlo prontamente) se verá con mayor claridad, como si fuese necesario todavía, que la influencia de Antonio Machado en la lírica de posguerra sí es la que se presume, y aun mayor, JOSÉ OLIVIO JIMÉNEZ Hunter Gollege (City University of New York) NEW YORK, N. Y. 10021 CUSA) 903 ANTONIO MACHADO Y CANARIAS EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NACIMIENTO Eí título es sólo sugerente. Sin embargo, pese a que el autor de La tierra de Alvargonzález fue considerado como uno de ios poetas más importantes de la lírica hispana de la segunda mitad del siglo actual, y que son y han sido muchos los líricos que se han dejado influenciar por la cadencia rítmica objetiva del" cantor de Campos de Castilla, o por su sensibilidad, quizá, pensamos, sólo Soria —que no sus poetas— pueda tener la aspiración de pretender nuestro encabezamiento, Porque Canarias no sólo ha sentido la misma o idéntica connotación de ¡a honda poesía machadiana, sino que también descubrió a este bardo no pocas resonancias líricas, hasta tal punto de ser la tierra isleña quien diera al poeta que más pudiera acercarse a la poesía del poeta andaluzcasíeüsnc: Fernando González (1901-1972). Pero vayamos al recuerdo, ai testimonio anterior a la guzrra civil española, sin obviar a aquellos que posteriormente han permanecido fieles a la poesía de «verdad»... Antonio Machado (1875-1939) ya era un poeta conocido en las tertulias madrileñas, cuando Salvador Rueda (1857-1933) era lo más notable de la poesía «moderna». Entonces (1903) publica Machado sus Soledades, y en 1907, Soledades, Galerías y Otros poemas... Dos años después (1908) publicaría el canario Tomás Morales (1885-1921) los Poemas de la Gloría, del Amor y del Mar (refundidos luego —1922— en el libro ! y II de Las rosas de Hércules). Ambos poetas, el andaluz y el canario, se encontrarían en la frecuentada tertulia madrileña de La Colombina (Carmen de Burgos, 1878-1932). Y aquí podríamos situar los primeros contactos machadianos con Canarias {a esta tertulia acudía también Luis Doreste Silva: 1882-1971), con sus poetas y con la poesía isleña, cosa nada extraña si consideramos que ya los líricos insulares tenían su resonancia no sólo por el prólogo de Miguel de ünamuno —1864-1936— a El lino de los sueños, de Alonso Ouesada (1886-1925), sino también porque Enrique Díez-Canedo — i 079904 1944— enviaba crónicas a Buenos Aires, ya en 1923, sobre aspectos de la poesía «atlántica»... Pero a Machado le impresionaría el que Unamuño se llegara a Las Palmas, en 1910, como mantenedor de los primeros juegos florales de la capital grancanaria, en los que resultaría galardonado Tomás IVlorales con el primer premio y Alonso Quesada con el segundo. Tomás Morales era un poeta ya conocido en La Colombina, un testimonio que se agranda, intrahistóricamente, hasta tal punto de que el trato con aquella maestra de escuela, excepcional por sus dotes sociales-iiterarias, dejó en la vida del autor de Las rosas de Hércules no pocos testimonios. Unamuno fue uno de los intelectuales que pasó por esta tertulia en su etapa madrileña. Pero sería en Las Palmas donde realmente se encontraría con Alonso Quesada, un poeta de no pecas afinidades con e¡ intimista rector de Salamanca. Aunque a Unamuñe Se impresionaría mucho más el silencioso Manoiito Macías Cas a-nova... Luego vendría el prólogo de Unamuno a El lino de los sueños —1915— y la resonancia que ello supondría en los poetas, escritores y críticos de entonces. Y, por supuesto, de todos aquellos intelectuales que de alguna forma sostenían con Unamuno, como Antonio Machado, una relación fervorosa o de adhesión a sus ideas. Una de estas consecuencias sería el prólogo —1919— de Pedro Salinas (1891-1951) a Las monedas de cobre, de Saúl o Torón (1835-1974}..., que dejaría ya una relación constante entre los poetas insulares y sus prologuistas. Una relación que se agrandaría con la llegada a Madrid en 1922 de Fernando González, que no sólo conoce a Machado, sino que es quien queda encargado de vencer Sa «abulia» del poeta andaluz para que se agilizara I-a entrega del prólogo —que él había solicitado para Saulo—• de El caracol encantado —1926—, un prólogo hecho desde su profesorado en Segovia, y que establecería un puente de simpatía permanente entre Antonio Machado y Canarias. EL PROLOGO DE MACHADO Y SU REPERCUSIÓN EN CANARIAS Para interpretar ciertos aspectos que encierra el prólogo de Machado a El caracol encantado se hace preciso descender a la inírahistoria temática de la poesía peninsular de todos los tiempos. Y repetir las palabras del propio Machado para poder entender el hondón de posibles interrelaciones entre prologuista, prologado y ia motivación que sugiere lo categórico en que se encubren varios capítulos. Entonces nos parecería que Machado encuentra en la poesía de Saulo una revelación descubridora de un mundo que clarifica la lírica hispánica, un 9Ü5 mundo o un tema lírico objetivo que él no conocía en su verdadera esencia: ei tema del mar como intérprete del poema. Oigamos a Machado; «Me pide usted, querido Saulo, unas palabras que sirvan de prólogo a su Caracol encantado. Con mucho gusto se las envío. Usted escucha la voz de! mar, contempla usted el mar, piensa usted en él y lo canta. Siga usted, querido poeta, fiel a esa musa. Necesitamos de poetas marinos; hemos tenido muchos, tal vez demasiados, de tierra adentro, que olvidaron cómo esta Iberia triste no es sino un Finis-Terrae, un ancho promontorio, erizado de sierras, de la Europa Occidental. Su Caracol encantado, que usted nos envía desde ese lejano archipiélago, tiene la virtud de recordarnos la emoción atlántica sine qua non de la conciencia integral de España. Y en verdad que esta emoción —aislado el nombre de Tomás Morales— (1) parecía ya ausente de nuestra lírica cuando, recientemente, Pérez de Ayala, en su Sendero innumerable, y Juan Ramón, en sus evocaciones de la tierra tartesia en que nació, nos dieron, gracias al mar, sus más bellas canciones. Merced al mar y a las montañas, donde nacen los ríos, podemos curar a nuestra lírica de la sequedad manchega y cortesana que padece, y algo también de provincianismo, dos males que se acentúan en nuestra literatura después de Lope, e! último de nuestros grandes poetas que sabe —todavía— situar sus canciones en el trozo de planeta en que canta: Toda esa villa de Ocaña poner quisiera a tus pies, y aun todo aquello que baña Tajo, hasta ser portugués, entrando en el mar de España. El mar de España es para Lope el mar auténtico, ese mar que usted escucha, amigo Saulo, en un rincón de sus Islas Afortunadas. También el mar, que usted ama tanto, puede curarnos de nuestra afición al amaneramiento barroco, al prosaísmo conceptual, horro de toda idealidad. Ei pensamiento poético es viaje marino, más que jornada por tierra de labor, aventura y peligro. Pensando frente al mar no es fácil caer en laberinto de conceptos y de metáforas. Las ideas para marcar la ruta, el camino infinito. Siga usted, Saulo, cantando al mar. Escucha atento su Caracol encantado y le envía un cordial saludo su lejano amigo Antonio Machado. Segovia, 1926.» [1) El poeta canario Femando González nos confesaría que él —previo conocimiento de Antonio Machado— fue quien incluyó entre guiones esta aclaración de «aislado el nombre de Tomás Morales», lo que nos confirma en la creencia que Machado no era muy versado en «poesía histórica comparada»... Vid. también «El caracol encantado». 906 CAÑARÍAS, «CONCIENCIA INTEGRAL DE ESPAÑA»... Antonio Machado se ha encontrado con Canarias y está canarizado cuando se da cuenta de que su mar «es la conciencia integral de España», y que el mar «nos aparta del amaneramiento barroco» y que «pensando en el mar, no es fácil caer en laberintos de conceptos y metáforas»... Antonio Machado ha tenido un encuentro sorprendente con el mar, y el mar le descubre las islas, a sus poetas y a una nueva concepción de la lírica hispana —según sus propias palabras—, que no era la de la España que él trataba de resucitar a través de su intrahistoria de las «dos Españas»... Está, ciertamente, Antonio Machado en Ganarías, y desde entonces los bardos isleños ie guardarán el honor de alto poeta. Toman conciencia los poetas isleños de esta «integración» y de las frases inequívocas del lírico sevillano: «El pensamiento es viaje marino, más que jomada por tierra de labor, aventura, peligro»..., y de que «merced al mar... podemos curar a nuestra lírica de la sequedad manchega y cortesana que padece..., de su provincianismo»... Nace entonces una conciencia lírica que tiene su origen en la «conciencia integral de España». Los poetas insulares se sienten comunicados con Antonio Machado, le dedican poemas: Saulo Torón, en sus Canciones en la orilla, es expresivamente cordial, le dedica casi todo un libreto de este poemario, la última parte titulada «Los últimos acordes», de los que entresacamos: En todas partes estás, en todas partes te veo ...y no te puedo tocar. ...Yo sé de un hombre que pudo, sin tener alas, volar; pero soñó... y todavía no ha podido despertar (2). Y apuntilla con unos versos que parecen machadianos en su honda raíz filosófica: Razón tiene ei agua: cuando poca, dulce; cuando mucha, amarga (3). O esta otra: Horizontes, lejanías; el sol que dora los montes; (2) Torón, Saulo: «Canciones de la orilla», prólogo de Enrique Díez-Canedo («A Rafael Romero —«Alonso Quesada»—, presente siempre en mi recuerdo, dedico estas «Canciones de la orilla»). Madrid, 1932, pp. 136, 140-141. (3) Ibídem. 907 líricas melancolías del alma que vuela errante, tras de un eco alucinante de inconcretas melodías [4). Alonso Quesada siente idéntica devoción por el autor de Campos de Castilla. Introduce su Lino de los sueños con esta poesía de Antonio Machado: Sabe esperar, aguarda que la marea fluya —así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete; todo el que aguarda sabe que la victoria es suya, porque la vida es larga y el arte es un juguete. Y si la vida es corta, y no llega la mar a tu galera, aguarda sin partir y siempre espera, que el arte es largo, y además no importa (5), Y dedica «Para Antonio Machado» el poema de «Los ingleses de la colonia», El domingo: Tristeza de estos libros, sin emoción, sin alma, en un arca de hierro guardados seriamente... Oh, no sabéis cuando se es pobre, cuando se gana así la vida tan cotidianamente, la infinita amargura que rebosa en nosotros al ver en los domingos estos libros ingleses (6), Pero el poeta isleño más vinculado a Antonio Machado será Fernando González. Desde que el poeta canario llega a Madrid en 1922, y particularmente desde que publica en 1923 Manantiales en la ruta, ia crítica más exigente de entonces lo emparejó dentro de la poética mschacliana, con la misma independencia que cultivaba el poeta andaluz. Entonces, en aquellos años en que ios del 27 se adscribían a la poesía aséptica, renunciando a todo espíritu cordial y de temas humanizantes, se tenía por menosprecio el cultivo de la «lírica macha-di-ana». Y e! poeta que no entrara por el «ojo gongorino» quedaba fuera de combate. Así se explica que siendo el bardo canario uno de los primeros poetas, jóvenes de esta agrupación, de los primeros que publicó sucesivamente varios libros, cuando aún tardarían otros llegados posteriormente en mostrarse como poetas, no fuera incluido en ia «antología» de Gerardo Diego; Fernando González no se sumó al «tercer centenario de la (4) Ib ídem. (5] Rafael Romero («Alonso Quesada»), Biblioteca Canaria —poetas isleños—. Selección de poesías del libro «El lino de los sueños». Introducción de Tomás Morales. Santa Cruz de Tenerife, sin fecha. Vid. Introito y p. 67. (6) Ibídem. 908 muerte de Góngora», en 1927, porque él no «venía a resucitar muertos, sino a cantar temas nuevos y siempre viejos», cosa que le valió la más calurosa crítica. Algunas como éstas: «...uno de los más cordiales y sinceros poetas de hoy; no se alista bajo ninguna bandera» (Enrique Díez-Canedo), de El Sol —23-4-1925, Madrid—. «Que todas las manos cojan el libro de Fernando González... Don supremo de la poesía que directamente nace del corazón» (Azcrín) —27-7-23, de ABC—. Y así podríamos citar críticas de Pedro Salinas (1934) o de Ricardo Gullón (1935), para llegar al hoy de la crítica que exalta a Antonio Machado, para recordar que, cuando no es «vergonzoso» escribir a lo «machadiano», el único machadiano de verdad que ha existido en la lírica española se llama Fernando González, por los «temas del mundo interior... o por los sugeridos por circunstancias del momento», como decíale Salinas (7): Sus soledosas galerías puebla de música, recuerdos y cantares, él, que duda de Dios, y entre la niebla busca al que anduvo a pie sobre los mares... que él es silencio, soledad, camino... Y el día que la muerte lo reclame se irá, monologando, como vino (8). Poema dedicado a Antonio Machado. José García Nieto, en ABC —11-7-1972—, nos dice: «Lo hemos enterrado en Madrid. Para él, tan machadiano, el viaje tuvo que produdirse con la ligereza del equipaje.» Se refiere al entierro en Madrid, cementerio de la Almudena, del poeta canario. ABC de 25 de octubre de 1972, en la sección «...y poesía cada día», le dedica un Réquiem con estas palabras: «Fernando González —que acaba de irse de entre nosotros—... y siempre machad ianamente»... JOSÉ QUINTANA C/Sagrario, 2, 2.° dcha. LAS PALMAS DE GRAN CAÑARÍA £7) Quintana, José: «98 poetas de las Islas Canarias» (siglo XX), prólogo de José María de Cossío. Introducción y justificación del autor. Editorial C L. A, Bilbao, 1970, 600 páginas, pp. 222-225. (8) González, Fernando: «Hogueras en la montaña». Poesías 1917-1923. Madrid, 1924. Pórtico en verso de Antonio Machado, con un verso de Rubén Darío, p. 46. 909 ANTONIO MACHADO: UN CLASICO DE NUESTRO TIEMPO ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera el verso como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que !a blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Antonio Machado, como Ravel, es un artista signado por el equilibrio en una época de desquiciamiento y ruptura. No sabía si era clásico o romántico, aunque no cabe duda que se acerca más a la fuente «de manantial sereno» de un San Juan o un Manrique que a los sacudones emocionales de Bécquer o Espronceda. Además, la ordenada estructura de su poesía no da lugar a exabruptos románticos. Esta rigidez es, sin embargo, aparente, porque de pocos puede decirse que hayan cantado con el corazón como lo hizo Machado. Pero detrás había una inteligencia vigilante que no es común advertir en la mayoría de los grandes poetas de nuestro tiempo, desde Rubén a Neruda, pasando por Vallejo. Por si no bastara la existencia de su doble (Juan de Mairena), es fácil comprobar tal rigor autocrítico por el hecho de que en toda su obra no existe casi un poema prescindible, lo que no puede decirse de ningún otro poeta en nuestro siglo y en nuestro idioma. Machado fue una especie de Guevedo angélico, sin las espinas y la carcajada por momentos demoníaca del autor de El buscón, y io que le faltaba de exuberancia le sobraba de buen sentido. Era tan artista como su contemporáneo Juan Ramón Jiménez, pero con la hondura y ia humanidad de un Unamuno. Un hombre cabai, de gran corazón y gran inteligencia; yo creo que más no se le puede pedir a un poeta. Dice Heidegger que poeta es aquel que devela una zona de lo óntico (lo que existe, pero no se ve] para transformarla en realidad objetiva, accesible a los otros. Y Machado vio como nadie e! paisaje de España no en el sentido turístico de la palabra, sino en su consustanciación con e! hombre y como parte integrante del universo. S10 Es de advertir que aun cuando refiere episodios autobiográficos no deja de mirar hacia afuera, lo que por cierto revela un espíritu griego. O sea: no situándose nunca como centro de todo, sino como un pasajero que va hablando de y con cuanto lo rodea, en una interrelación permanente de realidad objetiva y subjetiva. Así, el paisaje geográfico vuelve con Machado a ser, también, paisaje humano. Creo que una pieza como Los hijos de Alvargonzález es, en este sentido, única en la poesía castellana contemporánea. Están* descritos los tipos humanos y las situaciones conflictivas con una claridad y una violencia dostoiewskianas, pero con verso sostenido, metálico. La gravedad —en el sentido de profundidad, no de solemnidad hueca™ de esta composición, sin duda acerca a Machado ai clasicismo más estricto. E! romanticismo nació de una necesidad de libertad total. Como toda revolución, trajo consigo algunos abusos como la frivolidad de confundir el juego poético con la poesía misma —lo que es notorio en mucho Juan Ramón, como lo sería después en Alberti—. Pero Machado siempre fue al hueso de las cosas, sin que le sedujera ser un hacedor de joyas. Si extrajo algo de! romanticismo fue su esencia: el ejercicio de la libertad, no del libertinaje. Es por encima de todo el poeta del equilibrio, de la austeridad, de lo imprescindible; todo lo cual es sinónimo de decantación y no de limitación. Su actitud contemplativa no nace del desencanto romántico de quien se considera centro del universo y es dejado de lado por los otros, sino de una concepción filosófica del mundo, de un vanitas vanitatum que es más piedad que desdén por los hombres. Un corazón solitario, en efecto, no es un corazón. El arte poético de Machado, a mi ver, está contenido en los cuatro versos.que sirven de epígrafe a estas consideraciones. En cuatro versos uno puede visualizar al hombre en su cosmovisión total. «¿Soy clásico o romántico? No sé.» Lo que sugiere que el poeta está nadando en dos corrientes estéticas que confluyen entre el siglo pasado y el presente, cuando ambas escuelas —el surrealismo no había llegado a España— agonizaban irreversiblemente. Su intención es dejar «el verso como deja el capitán su espada»; o sea: asumir una actitud viril ante el mundo, a la manera de los escribas bíblicos que ordenaban «someter a la tierra y poseerla». Pero la espada será «famosa por la mano viril que la blandiera», y «no por el docto oficio del forjador preciada». Es decir: el verso para grandes verdades; la espada, para la batalla, no para ser usada como elemento decorativo. En definitiva: la poesía concebida como el más augusto vehículo de 911 comunicación entre los hombres, antes que como deporte de refinados artesanos. En otro orden de cosas, quizá llame un poco la atención la creciente popularidad de Antonio Machado —hasta los cantantes de vanguardia difunden sus poemas con música que no siempre condice con el espíritu de los mismos—. Lo que ocurre es que sólo perduran los poetas que nos ayudan a vivir, no los que nos entretienen. Y Machado, en una época de catástrofe y de inseguridad generalizadas, se nos ha vuelto necesario a todos, semejante a un padre de carácter benévolo y firme que devuelve ia fe a los niños que consideraban todo perdido. LUIS DE PAOLA Avda. de José Antonio, 15, 4.° B MADRID-14 912 RESONANCIAS DE ANTONIO MACHADO «¿Qué otra cosa más grande puede ser un poeta que creador de conciencias?» «¿De qué nos serviría ia libre emisión de un pensamiento esclavo?» «Es en la soledad campesina donde el hombre deja de vivir entre espejos.» «Porque lo más frecuente es creer en lo racional, aunque no siempre por razones.» LIBRO DE CABECERA A lo largo y expectante del exilio, en Sa etapa curviempinada del retorno, !a contigüidad camaraderi! de este volumen, su inmediatez en bella, flexible encuademación color burdeos. Haz de páginas que íinor de plumas diríase cobija. Las «Obras completas de Antonio Machado», publicadas por Editorial Séneca, bajo la dirección de José Bergarnín, autor del encendido prólogo, y que cuidara tipográficamente Emilio Prados, no sin aquel inefable ensimismamiento estrófico, suyo, que unge su dosis de erratas, a simple vista de fácil enmienda. «Se terminó de imprimir el día dieciséis de octubre de mil novecientos cuarenta en los talleres gráficos Cultura de la ciudad de México». Nuestro libro de cabecera. El ensueño conduce al sueño: España, las Españas, ia España peregrina, la España anclada; abierto y cerrado el círculo mágico. Monodiálogo periódico con la obra impar, ente físico, concreto, hálito confesional por atracción e incitación. Evitó, impide, el que nos recostemos en la castiza soñarrera, en el dormir panfilo, en los despertares inertes. O en la vigilia tópica, que no crea y, en trueque engañoso, aletarga aún más. De tal suerte, sueño y ensueño se unen al sentido de nuestro tránsito, durante días contradictorios o en las márgenes hostiles de la noche. Subalterna educación que volvió a captar los desfiles ajenos, su marco de panoramas pausados, el atisbo de los prójimos, harto disímiles, que también los justifican o salpican. Y caigo en la cuenta, al expresar de este modo !a adhesión diferencial, añeja, que don Antonio Machado, hombre-poeta, no ha cesado de reavivar en nosotros •—a través de muy diversos avatares y fieles 913 CUADERNOS. 304-307 (ti).—19 modulaciones— que Concha Méndez manifestó pareja tendencia en ocasión conmemorativa (1). Agrego el encuentro, con su actitud y lírica, de José Ramón Arana, allá por la fase preagónica de la dictadura primorriverista, cuando el escritor aragonés, fraternal e insustituible amigo, se ganaba el joma! en la fundición barcelonesa de Can Girona (2): «... Las horas, transparentes cuando nada nuestro las enturbia, han pasado descalzas, de puntillas, casi sin gravedad. El mar ya no es azul, sino verdoso: tiene espejos grises en los festones y cresterías de las olas, y, arriba, sobre un fondo mestizo de azul y violeta, las estrías púrpuras, albas mitologías, pequeñas nubes trashumantes apresuradas hacia el Sur. Y el son del mar es otro... Vuelve el pero otra vez: '... pero a Juan Ramón Jiménez le rinde !a belleza...', !o posee hasta dejarlo exhausto de temporalidad —pienso premiosamente-—; entonces lo hace lengua suya. Es al revés que don Antonio Machado...» «Sí, Machado es otra cosa. No le veo arrobado ante la maravillosa externidad de la belleza. Quizá la sienta como la expresión de algo en que no acaba- de creer, pero que busca y busca no sólo con ios ojos. Los páramos, las nubes, el río, los caminos y los atardeceres, los muros y los árboles..., todo aparece en él con una cierta pulsación que dice su parentesco con el hombre. Cada golpe de pulso, ¿no es un paso en el tiempo?» Otra advertencia de la memoria: ¿dónde perdí, en mis trasiegos, la separata que, doblado 1950, me dedicó —caligrafía firme y menuda—• Juan David García Bacca, en Caracas, ensayo que iniciaba una serie de análisis, jugosamente glosadores, de la filosofía de Juan de Mairena? Inestimable privilegio poder manifestar hoy las resonancias que don Antonio Machado concita. ¿Y las voces sepultas, terrible mudez, de los soldados del pueblo que desde las trincheras, descubriéndolo, aprendieron la virtualidad de los versos que los interpretaban y acompasaban? Apunto sólo unos casos paradigmáticos, a millares de semejantes, compatriotas, extensibles. Testimonian que para los españoles de mi hornada y signo, de nuestra experiencia indeleble, la conjunción de [1) Acto en recuerdo de don Antonio MaGhado. Se celebró el 19 de febrero de 1947, en el local de la Editorial Séneca, México, D. F., organizado por la revista «Las Españas». Participaron asimismo José M. Gallegos Rocafull, Adolfo Sánchez Vázquez, Juan Gii Albert, Manuel Altolaguire, José Moreno Villa, Juan José Domenchina. En 1946 le rindieron tributo, en el mismo lugar y con el citado auspicio, Mariano Granados, Daniel Tapia, Luis Santullano; míos, unos cortos párrafos preliminares. (2) «Can Girona / Por el desván de ios recuerdos», Madrid, 1973. José Ramón Arana frecuentaría luego, en sucesión de comentarios caracterizadores y fervorosos, que recopilación merecen, los «mensajes» de Antonio Machado. 914 valores literarios y éticos que don Antonio Machado encarna, le confieren magnetismo y representatividad. Declaración ésta principalmente referida a los ciclos de la guerra civil, del éxodo y desarraigo, que simultanearían, intramuros, los silencios y las lecturas clandestinos, Independientemente de la cercana, ya predecible, trascendencia de ia obra de Antonio Machado, fuera de España (pronóstico que habré de esbozar en colofón), no tardará en ocupar aquí lugar aledaño a las quijotescas creaturas cervantinas, como nutrición mítico-existencial, cabal injerto de latido y letra, del que muy necesitados estarán los ibéricos en albor y agraz. ESCUELA Y COPLA En tanto que devotos oyentes, no feligreses, de Antonio Machado, alumnos libres, esporádicos, de su Escuela Popular de Sabiduría, intentemos cifrar las interrelaciones de lo poético y ío filosófico, los ejercicios mentales y las vibraciones líricas que nos propone. ¿Entenderemos e! solfeo de ese adiestrador «ir y venir»? ¿Seremos capaces de armonizar la reflexión —no pocas veces aligerada por rúbricas y paréntesis humorales— y la cadencia, explícita o imbricada, siempre tutelar, de la copla, de sus zumos, probablemente el único cordón umbilical de Antonio y Manuel? La copla —nos lo indican, en verbal escritura, Juan de Mairena y Abel Martín, Antonio Machado «dixit»—, más que anécdota o estribillo, pero a partir de su sencillez, se transmuta en ondulante meditación sentenciosa, de percibir-conocer ceñido al paisaje y a sus «correspondientes» .pobladores. Y entonces cobra pluralidad y ánima la tradición, no se contrafigura, ni pudre, ni estanca. Ello origina que junto a un auditorio variable, escolar y prototfpicamente señalizado, desempeñen función partera los desdoblamientos protagonísticos de Antonio Machado, los inventados maestros Abel Martín y Juan de Mairena. Tiempo atrás, para la plática con sus mercedes, tuve que sacarme de la manga, toda proporción guardada, a un modesto coterráneo, mí hermano siamés Andrés Nerja. Es pertinente, en consecuencia, que él me releve. DE LA GENERALIDAD ABSTRACTA A LA PROYECCIÓN PARTICULAR Andrés Nerja emprendió el discurso, que de oídas reproduzco, en estos o análogos términos: 915 «Tratar yo, un aficionado, de autor y tema tan preciaros, y desmenuzados, últimamente, tildable será de intrusismo, de arbitrista desfogue, sin la menor apoyatura de metodología académica. De ahí, anticipo, que algo de virtud, por ia mera intuición, alcanzará. Siéndome dilectos, el poeta, su estilo y su conducta, no ocultaré mi renuencia a esta intervención. Consta, entre mis escasos e indulgentes contertulios, la alergia que me provocan los homenajes a fecha fija, máxime si pretenden aliviar de culpa y torpor a los misceláneos olvidadizos. Un 'arrimado' seré a la pródiga lista de fundamentales estudios, a üusires ingenios y diestros peritajes debidos, a las loas y panegíricos ocasionales, a los que suponen haber pagado, con calderilla de rezagados pasmos, parte del tributo a Machado, Antonio, en la órbita oficial de una era conclusa. Han procurado manipularlo, en tesituras y exclamaciones, con velos, elipsis y pinzas, pues únicamente desean acuñar un hóspito perfil de bardo, que oculte recia porción de su vera efigie, la cívica... Temo que ahora, en tamaña restitución edulcorada, terciando las lógicas circunvalaciones del confuso ambiente, se propicie una versión que sería la cataplasma del culto —entusiasta y quizá impregnado de beligerancia—• que se le rindió en el exilio. Nos hallamos, pues, anta dos vías de aproximación fragmentadora ai hombre que asumió ia común complejidad vital y destella un misterio de finales intimidades. De tal manera han colocado en hornacina su nombre, en el «interior» del país. Propagan ciertas facetas de su temperamento y producción, mientras mellan las aristas, poéticas y humanas, de la trayectoria que presagia su desenlace imborrable. Extremosidades que habrán de obligarnos, apagadas las fogatas de! centenario, a rastrear, con voluntad de rigor, las constantes intrínsecas, comunicativas, de su verbo y peripecia. Las claves bipolares para esta pesquisa, presumible es que nos acerquen a la captación lícita de uno de los poetas más vinculados a la palabra de su tiempo. Comprenderemos, entonces, el denodado esfuerzo de su equilibrio. Y resultará vaticinabie, también, que penetremos en la congruencia de la abstracta generalización, a que se entregara, y de las proyecciones particulares, a ratos mostrencas y caricaturescas, en que abunda su pedagogía». RECURRENCiA DE LA DIALÉCTICA Incontenible este A n d r é s Nerja de mis pecares, que m e t i d o en trance pierde la noción de las reglas del diálogo, por él t e r c a m e n t e predicado. «Sin estrepita?, trepitarse, una de las flaquezas léxicas de Mairena, ni es- las disyuntivas Caín-Abel, guerra o paz, ambivalentes y pro- pincuas al fraude, prestan hilo conductor, casi obsesivo, a las espi- 913 rituales indagaciones de A n t o n i o Machado, que le orillan a derivadas tesis-antítesis. De las que más se me grabaron, citaré, y excusad que m e reduzca a enunciar, ¡as que c o m p o r t a n , para mí, pertinaces motivos de identificación y rumia; en lo anímico, la serenidad habitúa! de Antonio Machado —sustentador de lirismo su mundo; fracasaría en la épica, apuntó sagazmente, no ha mucho, Javier Alfaya— se taja con «arranques» de cólera justiciera y rebrincos de sarcasmo, muy fundados, eso s í / el tono del poeta, más que del prosista, es, por lo común, grave; raras, pero chocantes, algunas altisonancias, pronto compensadas por burlas y zumbas; al incidir en la contaminación oratoria, al gusto de la época, y notarlo, aplica el cauterio de frase o desplante satírico / fue Antonio Machado, de sus contemporáneos de fuste, el que con mayor generosidad elogiara a los famosos varones o jóvenes talentos que le rodeaban: Unamuno, Ortega, Giner, Cossío, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Joaquín Xirau, Castrovido, Grandmontagne. Proclama sus fervorosas admiraciones, enteras, sin cicaterías, aunque en algunos, ambiguos potenciales, hubieran sido precisas reservas y prevenciones... En cambio, acusa por englobamientos, con «símbolos». Le importa no puntualizar en cuanto a los transgresores, ferósticos y bellacos. ¿Abrigó la esperanza de que los genéricamente aludidos rectificasen y anduvieran caminos de salvación? ¿Jugó a la lotería altruista de la inmanente dignidad humana? / por ser de ios hombres inteligentemente terrenales —que ascienden a superior entidad metafísica—, Antonio Machado se revela en su tendencia a los grandes pareados: la muerte metaforizada queda en el mar —Jorge Manrique resurge— y la vida posible, sencilla, radicalísima, muestra su tangible vestidura en la montaña; la playa es para él pespunte y friso de la nada, de la incógnita esencial; y la serranía —árboles, roquedales, matojos, rústicos allí plantados— se erigen en certidumbre, en corroboración inconmovible / de ahí que Antonio Machado enfrente, reiterativamente, lo cortesano, postizo y artificioso —deformaciones en esta coyuntura canceradas— a la rudeza e integridad campesinas, que apenas son, ahora, reminiscencias y comparsería; en cualquiera de esas fricciones —lo áulico, contraluz de la aldea; apiñadas camarillas y pueblo distante, atrofiado— se apoya el poeta para su vicaria coordinación de ciencia y conciencia, eticismos y arte, en sufriente tensión / para Antonio Machado hay dos ópticas factibles e ineludibles: en el supuesto de que los conceptos sean «tiempos de visión», los ojos mozos «comienzan» a barajar entorno y dintorno; por el contrarío, las retinas viejas, desgastadas, han de atenerse a su métrica de percepción como un plazo, algo suspenso, en tesitura 917 subjetiva de caída o des-aparición. Aurora y crepúsculo, pivotes de sapiencia. Los arcos visuales, entendimiento y amor, sangre de su perspectiva / Antonio Machado enunció, combinadas bromas y veras, ios dilemas existencia!istas que a posteriori se institucionalizarían, ¡pedregoso vocablo! Y lo efectuó con sobriedad expositiva en su enseñanza privada o mediante un versificar que afluye hacia la verificación / la impenetrabilidad del ser individual, la falta de comunicación realmente unificadora, el hecho (pese a Leonor y Guromar) de que «¡la amada es imposible» y el amor desolada «aspiración a lo otro», naturalidades que descartan, no ya moral sino ontológicamente, a juicio de Machado, ¡a homosexualidad. Asevera, incluso, «que la poesía es el gran fracaso del amor». Ampliatoriamente: Tengo a mis amigos en mi soledad Cuando estoy con ellos ¡qué lejos están! De su heterodoxo Inquirir, en el acervo machadiano, llega A n d r é s Nerja a la brusca deducción, por vanagloria regional y localista, de que el poeta desembocó en las supradichas condensaciones a resultas de su nacencia andaluza y de su «mineralización» castellana. Nada de casual t u v o que su d e r r o t e r o mestizo lo enclavara — j i r ó n biográf i c o — en comarcas olivareras de Jaén. LA DIFÍCIL PERO PRÓXIMA UNIVERSALIDAD Retírase A n d r é s Nerja, mi colega de secretas fatigas y públicas utopías. A ú n le sobraba cuerda para desplegar las c o m p r i m i d a s disquisiciones a que es demasiado propenso. No me hubiese extrañado, por su enhebrar, que concluyera ia gimnasia acotadora en una interrogante que suele f o r m u l a r : la d i f í c i l universalidad de A n t o n i o Machado, al que se considera y esparce como creación de uso y destino españoles. A n t o n i o Machado, tan familiarizado con las c o r r i e n t e s intelectua- les y estéticas que fermentaban en el microco.smos occidental (repar e m o s en su parva conexión, excepto la simpatía por el «alma eslava»; con las ideas y sensibilidad orientales: el envés de Hermann Hesse), aplicó esas facultades, a medias ecuménicas, a su contingencia, epocal y t e r r e n a l , de españolismo cribado. Y ahí reside su aportación de servicio c o l e c t i v o , el magnífico capítulo de su humildad. A l parigual de Cervantes, en su novela manantía,), las motivaciones, simbología, personajes y escenarios de A n t o n i o Machado 913 son netamente hispánicos, exentos de afeites y vagorosidades para muelle circulación por doquier. En los miserables estertores, a que nos es dable asistir, de la sociedad de consumo y de sus remedos feudales, la búsqueda de nuevos entronques solidarios conducirá a la lectura asidua, en profundidad y sosiego, de su poesía y pensamiento, a la recuperación de su legado humanístico, más en melodía que en doctrina literal. En nuestro país la inminente vigencia de Antonio Machado contribuirá a rescatar la memoria perdida, secuestrada, antecedente. Y es previsible que también convoque atención y fervor allende los límites peninsulares. En una de sus felices teorizaciones, asentaba recientemente Francisco Ayala «que lo español es una forma histórica de manifestación humana». Por las obras y el aliento entrañables de Antonio Machado, ¿no se impone afirmar, en vía paralela, «que lo español habría de significar una forma humana, poética, de manifestación histórica»? No aventuramos una variante ordinal, una transposición lúdica, sino esta diferencia sustantiva y teleológica. Para dilucidarlo, o ensamblarlo, Juan de Mairena... MANUEL ANDUJAR Canillas, 22, 4.° C MADRID-2 919 BASES COMPRENSIVAS PARA UN ANÁLISIS DEL POEMA «RETRATO» 0. La crítica moderna, en su miedo a caer en un estudio contenidista, ha pecado numerosas veces de formalismo. En teoría, ei significado no se percibe sin una comprensión del significante (el significante no sólo se aprehende, también se comprende). Pero sólo en teoría. En la práctica, la comprensión se realiza, al menos, en dos etapas. De tai manera que únicamente entendemos la forma de una obra artística cuando hemos comprendido su contenido. Y nada de esto está reñido con la indivisibilidad de la unión fondo-forma y con que el contenido exija una forma y \a forma obligue, a su vez, a un contenido. La crítica, concebida como labor dirigida a la mejor comprensión y explicación de la obra, se asemeja, en su proceso de trabajo, a la química. Tras un conocimiento del objeto, pasa al análisis de sus constituyentes, para volver luego a una mejor observación totalizadora. En el caso de ja obra literaria, antes de proceder al estudio de las funciones que cumple cada uno de los componentes, es preciso averiguar el sentido que, paradigmáticamente, poseen. Sentido paradigmático, es evidente, dentro de la norma poética del autor. AI fin y al cabo, se trata de discernir las connotaciones propias del autor que si, en cualquier texto son importantes, en el literario resultan imprescindibles. Ya sabemos que el arte potencia extraordinariamente la connotación (tanto a nivel paradigmático como sintagmático). Este artículo se va a limitar a ia modesta tarea de buscar el sentido de los distintos elementos que se integran en el poema Retrato, de Antonio Machado. Dicho sentido habría que matizarlo en el momento de realizar un análisis que, necesariamente, consideraría la sintagmática. Aquí sólo haremos consideraciones sintagmáticas en contados casos, cuando parezcan imprescindibles. Se intentarán fijar, por lo tanto, las significaciones que manejó Antonio Machado en la escritura de su poema, las bases comprensivas, pues, para el análisis. 920 Numerosos libros sobre la poesía de Antonio Machado han sido importantes para redactar estas notas. Tan importantes que, sin ellos, no se habrían escrito. AI final figura una bibliografía a la que me remito constantemente. En ocasiones, una misma, afirmación es hecha por varios críticos; no suelo citar entonces más que a uno de ellos, por un deseo de síntesis. Seguramente habré olvidado algún trabaja importante. Confieso que no he leído toda la larga bibliografía sobre Machado, aunque, desde luego, he leído más libros de los que cito. 1. Con el poema Retrato comienza el libro Campos de Castilla, ya en su primera edición de 1912. No podemos asegurar la fecha en que Antonio Machado lo compuso. Según la opinión más admitida, por ejemplo, Sánchez Barbudo [1967)/241, se escribió cuando el volumen fue a la imprenta. Por ello aparecería fechado como de 1912 en Páginas escogidas. Otros críticos, [Ferreres (1970)/11-12, Terry (1973)/ 21, Ribbans (1975)/13] adelantan la escritura a 1907 o poco más tarde, en cualquier caso a una fecha próxima a la instalación del poeta en Soria. Ribbans afirma que Páginas escogidas no fecha el poema (*). Está compuesto de treinta y seis versos ordenados en nueve estrofas que, para Sánchez Barbudo (1967)/241 y otros, son cuartetos alejandrinos, aunque la rima ABAB deje bien claro que son serventesios. Serventesios alejandrinos, pues. La cesura se hace siempre sobre vocablos graves, salvo en los versos 21 y 27 que utilizan palabra esdrújula. En el verso 2 la cesura separa el adverbio dei verbo, en el 6 separa el adjetivo del sustantivo, en el 22 el verbo del sujeto, en el 23 el sustantivo del adjetivo y, en el 36, la cesura separa el relativo de su oración. Poemas en alejandrinos los encontramos en Soledades. Galerías. Otros poemas, pero en menor proporción que en Campos de Castilla. Unamuno (1912)/283 destaca cómo Retrato significa que el hombre Machado se ofrece desde el principio a sus lectores. Se ofrece despojado de atavíos, en una prueba de su plenaria madurez [Cobos (1972 a)/81-82]. Para Rosselli (1970) es un poema de la serie C—Poética machadiana incluyendo además elementos secundarios de las series B—Poesía filosófica A—Poes/a intimista D—Paisaje íntimo recreado y registra, también, la presencia de elemento religioso (t). (*] Ya en prensa este artículo, aparece otro de Heliodoro Carpintero en «ínsula», número 344-345, julio-agosto de 1975, que soluciona el problema ai fechar innegablemente el poema en 1908. En cualquier caso, las deducciones que yo hago sobre la fecha siguen siendo válidas. 921 1.1. También Unamuno (1912)/283 destaca la relación de este poema de Antonio Machado con el titulado Adelfos, de su hermano Manuel. Esta idea, aplicada a la distinción Modernismo frente a Noventaiocho, que le es tan cara, ha sido desarrollada por Díaz-Plaja (1975). Para Unamuno, el Retrato de Antonio es más apacible y menos arrogante. Menos arábigo, pero más El poema Adelfos ibérico. abre el libro Alma, aunque, en el volumen pri- mero de las obras completas de Manuel Machado, Alma viene precedido de —curiosamente-— Retrato. Un autorretrato de Manuel Machado que es, claro, distinto del de Antonio: Esta es mi cara, y esta mi alma; leed: Unos ojos de hastío y una boca de sed... y que aparece fechado como de 1908. El Retrato de Manuel diríase menos elaborado que el de Antonio y, personalmente, me inclino a considerarlo anterior, por lo que el poema que abre Campos de Castilla tendría que ser posterior a 1908. Más adelante razonaremos esta idea. En cualquier caso, la relación entre Adelfos, de Manuel, y Re- trato, de Antonio, se limita —a primera vista— al empleo de los serventesios alejandrinos. Sin embargo, es indudable que existe algún punto más de coincidencia. La primera estrofa se refiere al origen del poeta dentro de un sentido, por histórico, a-histórico: Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron —soy de ¡a raza mora, vieja amiga del Sol— que todo lo ganaron y todo lo perdieron: Tengo el alma de nardo del árabe español. De la misma manera, los cuatro primeros versos del Retrato, de Antonio Machado, buscan el origen, pero con un sentido histórico personal que determina el carácter. La segunda estrofa de Adelfos se refiere al amor: Mi en Mi De voluntad se ha muerto una noche de luna que era muy hermoso no pensar ni querer... ideal es tenderme, sin ilusión ninguna... cuando en cuando un beso y un nombre de mujer. Concibiendo el amor como relación física decadente, muy al contrario de la austeridad de Antonio, que se expresa también en la segunda 922 estrofa de su poema. La penúltima estrofa de Adelfos pendencia del poeta: indica la inde- Nada os pido, ni os amo, ni os odio. Con dejarme, lo que hago por vosotros hacer podéis por mí... ¡Que la vida se tome ía pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir!.., Esta independencia se expresa junto a la insolidaridad. Muy distinta es la postura de Antonio en la penúltima estrofa de su poema, aunque ambos comienzos aseguran una relación inspiradora: Nada os pido... (Manuel Machado) Y al cabo, nada os debo... (Antonio Machado). La última estrofa, en ambos poemas, se refiere a la muerte. Quedan las cuatro estrofas centrales de Adelfos y las cinco centrales de fíetrato (de Antonio) que no pueden equipararse con igual facilidad. En cualquier caso, y teniendo en cuenta otras coincidencias que pondremos de manifiesto a lo largo de este artículo, resulta evidente que el poema Retrato, de Antonio Machado, se escribe teniendo muy presentes los poemas Retrato y Adelfos, de Manuel Machado. 2, Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Cuatro versos de autobiografía sintética que posiblemente contengan todo lo fundamental [Díaz-Plaja (1951)/158], pero fundamental en el sentido de basamento sobre el que debe comprenderse la obra. Al menos eso es lo que Antonio Machado quiere que se piense de tales alejandrinos. En los orígenes de la poesía de Machado encontramos un patio de naranjos y un huerto de limoneros [Alonso Í1949)/ 132]. En verdad, fuente, patio, naranjo, limonero y huerto pasan a formar parte de la simbología del poeta. Significan siempre infancia, tranquilidad y, generalmente, espíritu feliz tintado por la melancolía del recuerdo (1). Si naranjo y limonero le sirven para simbolizar la infancia a lo largo de toda su obra, la encina y el olmo significarán (1) Es de subrayar que, para Antonio MaGhado, su infancia no es sino una suma de recuerdos. Hay una insistencia en la pérdida de !a infancia y en la selección de los momentos infantiles. Su infancia fue, cuando fue, solamente los recuerdos que en ese «ahora» son [Lascaris (1964) / 191]. Observemos que en ei soneto «Esta luz de Sevilla... Es el palacio» (CLXV), más que recordar al padre, se !e hace redivivo. 923 las tierras altas y secas de Castilla [Luis (1975 b), Pemán (1952)/ 181]. Ya en el poema Vil de Soledades, Galerías. Otros poemas: El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta sobre el encanto de la fuente limpia Y hasta en la Ultimas lamentaciones de Abel Martín: Hoy, con la primavera, soñé que un fino cuerpo me seguía cual dócil sombra. Era mi cuerpo juvenil, el que subía de tres en tres peldaños la escalera. Soñé la galería al huerto de ciprés y limonero (CLXIX). Antonio Machado nació en 1875. Se trasladó a Madrid, a los ocho años» en 1883. En Madrid o Soria (salvo cuatro meses de! año 1899, algunos otros indeterminados de 1902 y seis o siete entre la navidad de 1910 y septiembre de 1911, en los que estuvo en París) vivió hasta el primero de noviembre de 1912, en que toma posesión en el Instituto de Baeza. Total: veintinueve años en Castilla, menos uno, aproximadamente, de vida parisiense. Ahora bien, Machado siempre redondeó sus meses de estancia en París aumentándolos: Desde los ocho a los treinta y un años he vivido en Madrid con excepción de los años 99 y 902 que los pasé en París. [Vega Díaz (1969J/65.] Desde los ocho a los treinta y dos años he vivido en Madrid, con excepción del año 1899 y del 1902 que los pasé en París. [Vega Díaz (19691/69.] En 1906 hice oposiciones a cátedras de francés y obtuve la de Soría, donde he residido hasta agosto de 1912, con excepción del año 10 que estuve en París. [Vega Díaz (1969)/69.] Sí en el primer texto habla de sus treinta y un años y en el segundo de treinta y dos, se debe a que Machado ganó ias oposiciones en 1906, pero no pudo tomar posesión hasta después del 16 de abril de 1907, fecha del nombramiento oficial. En cuanto a sus estancias en París, vemos que amplía los cuatro meses de 1899 a un año, y lo mismo hace con Sos de 1902. El último de sus viajes a París no pudo hacerse antes de diciembre de 1910, fecha en la que se le concedió la beca de estudios. Los biógrafos de Machado suelen fijar la partida dei poeta, acompañado de su mujer, en enero de 1911, aunque alguno 924 la adelanta a ta navidad inmediatamente anterior. Sabemos que regresan en septiembre de 1911. Antonio Machado cuenta, por lo tanto, tres años en París interrumpiendo su vida castellana. El total se aproxima ya más a los veinte que dice su poema: veintiséis. Pero si adelantamos la fecha de composición de Retrato, no a 1907 como pretenden algunos, puesto que tiene que ser posterior al poema de su hermano Manuel, pero sí a 1908 o 1909, tendríamos veintidós, o veintitrés, que podrían fácilmente redondearse en veinte. De mantener ia fecha de escritura como 1912 y no contar las tres, estancias parisienses como otros tantos años, lo normal es que el poeta hubiera redondeado a treinta, cifra mucho más aproximada y que no hubiera significado ninguna diferencia métrica. Termina esta estrofa con un verso de difícil interpretación. Para la crítica, normalmente, se trata de una alusión a ciertos desengaños amorosos [Sánchez Barbudo (19673/241-242] que ya quisiera olvidar por encontrarse en muy distinta situación. Alguno ha llegado a pensar en el disgusto por la muerte de su esposa, lo que significaría retrotraer la escritura del poema hasta dos meses después de su publicación. Los que ven en Retrato una mezcla de ironía y seriedad, Interpretan el verso corno una irónica referencia a las aventuras amorosas de juventud [Marín (1870/454]. El verso, de indudable eco cervantino (...de cuyo nombre no quiero acordarme...) está directamente motivado por el tercero del poema Retrato de Manuel Machado: Lo demás... Nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... ¿Y qué son esas cosas que Antonio sustituye por casos? Pues son: Calaveradas, amoríos... Nada grave: Tema amoroso, por lo tanto. Y nada grave para Manuel que, como modernista, no tenía entonces preocupaciones morales (luego sí las tuvo). Manuel, con matizaciones, estaría de acuerdo con ia rotunda afirmación de don Juan Manuel Montenegro en Romance de Lobos, de VaNe-Incián: La afición a las mujeres, y al vino y al juego, eso nace con el hombre. Pero para Antonio sí era un tema grave. Un tema que no quería recordar. En unas notas autobiográficas, escritas el año 1913, dice: He hecho vida desordenada en mi juventud y he sido algo bebedor, sin llegar al alcoholismo. Hace cuatro años que rompí con todo vicio. [Vega Díaz [19693/70.] 925 Si el texto es de 1913 y se refiere a cuatro años antes, quiere decirse que rompió con todo vicio en 1909, el año de su matrimonio con Leonor. Los casos que no quiere recordar deben de ser (teniendo en cuenta los versos de Manuel y la confesión de Antonio) los que conformaron una cierta vida licenciosa antes de casarse. Mujeres (aunque pocas, posiblemente, pues aseguraba no haber sido mujeriego), vino y juego, según decía el héroe valleinclanesco. Hay en los dos últimos versos de la primera estrofa de Retrato un regusto amargo. Salvo la infancia sevillana (y sólo la sevillana a lo que parece, ¿o al llegar a Madrid piensa que acabó su infancia?). Su historia es infeliz. En especial su juventud castellana. Aunque no puede hablarse de un Machado joven encerrado en casa, sin diversiones, la verdad es que lleva a sus poemas de madurez la lamentación de una juventud triste, «no vivida» [Luis (1975a)/38]. No querer recordar algo no significa que no se reconozca su enseñanza, aunque sea negativa [Paoli (1971J/27]. 3. Ni un seductor Manara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. No hay que insistir en la personificación del donjuanismo en el famoso Miguel de Manara, luego inspirador del personaje de la obra teatral Juan de Manara, que escribirían los dos hermanos, o en el fascinante Marqués de Bradomín que creara Valle-lnclán. En su discurso, nunca pronunciado, de ingreso en la Academia, volvería a insistir sobre el tema: El hombre que en plena juventud no logró inquietar demasiado el corazón femenino, y ya en su madurez vio claro que los caminos de Don Juan no eran los suyos, se siente algo desconcertado y perplejo si, «candidior postquam tondedi barba cadet», alguna bella dama le brinda sus favores. (O. C, p. 843.) Machado une el donjuanismo a una cierta elegancia en el vestir. En ese sentido parece que, indudablemente, nuestro poeta no tenía aspecto donjuanesco. La descripción que de él hace González Ruano (1949)/94-95 es, físicamente, poco halagadora: Antonio, don Antonio; tenía un aspecto fúnebre de cómico recién desenterrado. Iba vestido de muerto de bragueta amarilla, cuello postizo y corbata hecha por su huérfana mayor en el cuello tieso. (...) Antonio, don Antonio, caminaba con los pies enormes muy abiertos, encerrados en unas botas pardas de tonto de circo y el cuerpo encorvado con algo de 926 caballo que van a llevar ya a la plaza de toros. (...) Antonio, el sombrero cazurro muy echado sobre los ojos, siempre que con entornados, hablaba poco, y se reía de las cosas de Manolo con una risa que parecía una tos. La propia Guiomar tuvo que decirle algo sobre su atuendo, según se desprende de una carta de Machado recogida por Espina [1960)/45: De mi indumentaria cuidaré también; aunque requiere algunos días. Soy tan apático para ocuparme de esas cosas y, además, me gasto en libros lo que otros emplean en indumentos. Pero de ningún modo consentiré desagradar a mi diosa. Es verdad que nada se sacrifica al halago sensorial [Díaz Piaja (1951)/158], pero también es verdad que se respira un cierto fatalismo en ei segundo verso [Ortega [1912)/570] y en toda la estrofa en general. Machado parece pensar que no hay más remedio que recibir la flecha de Cupido y hay que resignarse a ello. El cuarto verso connota una cierta misoginia, a través de un pronombre, ellas, levemente despectivo. En cualquier caso es muy significativo ei término hospitalario. Si el amor aparece en gran parte de la poesía machadiana como una obsesión, la última palabra de este serventesio puede expresarlo como ausencia [Darmangeat (1969J/34], mejor aún, como ausencia colmada. Calificar el amor de hospitalario es dar con esa parcela maternal y acogedora del amor, en la que sentirse un poco niño [Luis (1975a)/94]. No debemos olvidar los lazos del poeta con su madre, hasta el final de su vida. Pero no debe olvidarse tampoco que, para Machado, lo hospitalario es lo claro, lo luminoso, lo sin- cero, puesto que un poema titulado Moche en la primera edición de Soledades (poema XVI) dice: Siempre fugitiva y siempre cerca de mí, en negro manto mal cubierto el desdeñoso gesto de tu rostro pálido. No sé adonde vas, ni dónde tu virgen belleza tálamo busca en la noche. No sé qué sueños cierran tus párpados, ni de quién haya entreabierto tu lecho inhospitalario Y en Nevermore, nosa. el lecho hospitalario se ofrece en una tarde lumi- También en esta segunda estrofa del poema Retrato 927 encontramos una oposición con versos del poema homónimo de Manuel. El modernista ss ha referido, a su vez, a la posibilidad donjuanesca; Las mujeres... —sin ser un Tenorio, ¡eso no!— tengo una que me quiere, y otra a quien quiero yo. Frente al fatalismo de Antonio, el juego de Manuel. Frente a la dejadez indumentaria de Antonio, el cuidado exquisito de Manuel: Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero a lo helénico y puro lo «chic» y lo torero. No, Antonio no pudo escribir su poema sin ei de Manuel. Y hay otro dato que nos obliga a pensar en una redacción del poema de Campos de Castilla poco después de 1908 (fecha del poema de Manuel). ¿Cuándo pudo conocer Antonio el sentido hospitalario del amor? Indudablemente después del matrimonio con Leonor, que se verifica en 1909. Y no puede ser el poema de años después porque Antonio acaba amando realmente a Leonor o queriéndola casi como a una hija. En Retrato hay aún una distancia que sólo rompe esa relación de refugio (no una relación intelectual, no una relación de plenitud erótica] que, tal vez, fuera lo único que pudiese obtener de una niña de dieciséis años con la que realizó una extraña y rápida boda. 4. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Según e! diccionario, dícese jacobino del individuo del partido más demagógico y sanguinario de Francia en tiempo de la Revolución. Por extensión, aplícase al demagogo partidario de la revolución violenta y sanguinaria. Creo que Machado desea puntualizar bien que no toda su sangre es jacobina, sino sólo algunas gotas. Es decir que, en algunas ocasiones, las menos, es violento. El segundo verso de la estrofa es muy importante. Sin él no entenderíamos nada. Ya Paoli (1971J/27 observa que pudiera parecer superfluo si no actuase como rnatízador del primero. De ahí^que sea un error afirmar que la autodenuncia de jacobinismo es de un radicalismo ingenuo [Marín (1971)/ 274], ¿En qué sentido el segundo verso matiza al primero? pero mi verso brota de manantial sereno Ei vocablo verso debe considerarse aquí como símbolo de lo razonado, de los actos meditados. Machado cree que sus acciones meditadas 928 son serenas y ecuánimes, aunque, a veces, pueda tener prontos violentos. Recordemos que, el 1913, escribió: Mi vida está hecha más de resignación que de rebeldía; pero de cuando en cuando siento impulsos batalladores que coinciden con optimismos momentáneos de los cuales me arrepiento y sonrojo a poco indefectiblemente [Vega Díaz (19693/69-70]. Y en un poema de Nuevas Canciones: ...Entre las rejas y los rosales ¿sueñas amores de bandoleros galanteadores, fieros amores entre puñales? Rondar tu calle nunca verás ese que esperas; porque se fue toda la España de Mérimée. Por esta calle —tú elegirás— pasa un notario que va al tresillo del boticario, y un usurero, a su rosario. También yo paso, viejo y tristón. Dentro del pecho llevo un león (CLV). Glosemos las dos últimas estrofas copiadas: exteriormente soy viejo y tristón como el notario y el usurero que ves pasar, pero en realidad soy joven y fiero, vehemente. De este poema podemos deducir que sus reacciones violentas no se motivan sólo por causa política, según parece pensar Marín (1971)/453, aunque suelen expresarse poéticamente por esa causa, como en los ejemplos siguientes, entre otros: esta casa de Dios, decid, ¡oh santos cañones de von Kluck!, ¿qué guarda dentro? (CXXXil). * * * Que la piqueta arruine, y el látigo flagele; la fragua ablande el hierro, la lima pula y gaste, y que el buril burile, y que el cincel cincele, la espada punce y hienda y el gran martillo aplaste (CXXXVI). * * •& con un hacha en la mano vengadora (CXXXV). * * * hay que acudir, ya es hora, con el hacha y el fuego al nuevo día ÍCXLIIIj. 929 CUADERNOS. 304-307 (II).—20 Podría relacionarse este sentimiento jacobino oculto con ía actitud manifestada, algo más avanzado el poema Retrato, ai expresar su deseo de dejar e! verso como una espada, y que encuentra un paralelo en la equivalencia pluma/pistola del soneto a ü s t e r [Luis (1975a)/127j. EJ carácter apasionado y violento de Machado parece tan indudable que algunos críticos prefieren dudar de su serenidad [Sánchez Barbudo í1967)/242]. Mejor sería decir que su pasión política no enturbió el manantial sereno de su poesía, como tampoco su poesía, que brota de manantial sereno, no dejó de correr, saltar y hasta precipitarse en torrentera [Bergamín (1964)/261] (aunque se exprese aquí una reducción de jacobino al exclusivo sentido político, que ya hemos visto erróneo; Bergamín llega incluso a afirmar que jacobino es igual a idealismo republicano, exactamente; Gullón (1971/ 201, limita la igualdad a rebelde, y afilia esa actitud a su formación liberal, institucionalista, matiza Luis (1975a)/36). Muy pocos críticos se detienen en el tercer verso de la estrofa, en el que Machado desliza una crítica contra sus contemporáneos. Y posiblemente contra una determinada práctica cristiana, ya que doctrina debe entenderse como el código de comportamiento que enseña la Iglesia. Unas reglas de conducta que pueden practicarse sin convencimiento. En cambio Machado es bueno. Bueno en el buen sentido de la palabra, que el mal sentido es tonto («Soy bueno pero no tonto», se dice). En una trasposición muy suya, el poeta pasa del significado institucionalista, único que han sabido ver los críticos, al significado popular y cotidiano. Si es verdad que en su,poema A Don Francisco Giner de los Ríos afirma que éste dijo: Sed buenos y no más, sed ¡o que he sido entre vosotros; alma (CXXXIX). en la decimoprimera parte de Proverbios y cantares Machado escribía: Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente; escudo, espada y maza ¡levar bajo ¡a frente (CXXXVí),' La frase que atribuye a Giner es, en el fondo, demasiado purista, restringida e, incluso, teñida de aristocratismo intelectual. En cualquier caso, la bondad a la que se refiere Machado no está reñida con las gotas de sangre jacobina [Bergamín (1964}/261 ] . 5. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo hs afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 930 Desdeño ¡as romanzas de los tenores huecos y el coro de los. grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. Espina (1950)/61-62 relaciona estos versos con una carta a Guiomar en la que Machado se refiere a la nueva poesía: Sobre la poesía de los jóvenes, pienso como tú. Algo me entristece que no se.an tan buenos poetas como yo quisiera. También pretende Concha Espina relacionar estos versos con otra carta, también a Guiomar, en la que vierte elogios —según la novelista editora de las epístolas—• para la obra de Panero y Rosales. Mal podrían unos versos escritos, todo lo más, en 1912, referirse a poetas nacidos en 1910 y 1909. En cuanto a las cartas, conviene llamar la atención sobre el modo en que Concha Espina las publica. A la carta que hablaría de Rosales y Panero pertenecerían estas líneas: Ahora estoy recibiendo libros de poetas jóvenes, con dedicatorias muy cariñosas. La reproducción fotográfica suprime lo que dijera antes Machado y deja casi una línea en blanco entre jóvenes y con dedicatorias. Debemos suponer que ahí figurarían algunos nombres. De ser los de Rosales y Panero, ¿por qué suprimirlos si Concha Espina los cita en su comentario? Evidentemente esos nombres son otros. Uno de ellos pudiera ser el de Gerardo Diego, a cuyo libro Imagen dedicó Machado un artículo en mayo de 1922. Estos versos se relacionan, eso sí, con el Modernismo, aunque hermosura sea la palabra menos modernista (Díaz-Plaja (1950/158). Se ha discutido mucho la ascendencia modernista de Antonio Machado. Juan Ramón Jiménez (1962) se refiere varias veces a ello y llega a ver influencia rubeniana en los alejandrinos de Campos de Castilla. Casos de influencias concretas del poeta nicaragüense en el sevillano han sido insistentemente rastreadas (Pradal (1951 }/67 y ss.). Otros críticos, en cambio, relacionan casi casualmente a Machado con el Modernismo, del que sólo habría tomado el espíritu de libertad y las innovaciones técnicas, sin que siguiera en ningún momento a Rubén [Bai-ja (1935J/123-124]. Angeles (1970J/26 y ss. observa que Antonio Machado elimina sistemáticamente referencias, dedicatorias y caracteres modernistas al reeditar Soledades en Soledades. Galerías. Otros Poemas, y fija sus versos frecuentemente catalogados como modernistas en tres categorías: 1) per-vivencia de las primeras 931 Soledades, 2) elemento de contraste, para subrayar la gravedad de otros versos del poema, 3) homenaje a escritores modernistas. Todo esto es muy acertado y permite interpretar correctamente los dos primeros versos que ahora comentamos. En la moderna estética, en el modernismo, cortó las viejas rosas del huerto de Ronsard. ¿Pero qué rosas son~esas? Curiosamente, las influencias del poeta de la Pléyade en Antonio Machado están muy poco estudiadas. Y, sin embargo, las referencias abiertas Ronsard son numerosas en los textos del poeta noventaiochista. Cortés (1962) se limita a emparejar versos sueltos de ambos y a comparar el aubépin verdissant al olmo seco, Ferreres (1975) sólo roza el tema. Lo normal es referirse a lo habitual del tema de la rosa en Ronsard y citar Mignonne ailons voir si la rose... Efectivamente, al final de la «odelette» a Casandra, Ronsard dice: Cueillez, cueillez votre ¡eunesse: Comme a cette fleur, la vieillesse Fera ternlr votre beauté. Y es que este poema interesa, en cuanto a su relación con Machado, por sus tres últimos versos, no por el primero como parece desprenderse de lo que escriben algunos críticos [Marín (1971)/455], Se corta la juventud como se corta una rosa. Lo importante de la rosa en Ronsard es que va generalmente unida al concepto de juventud: Comme on voit sur la branche au mois de May la rose En sa belle ¡eunesse, en sa premiére fleur... (Soneto V a la muerte de María [Ronsard (1963)/335]). Celle quí morte ici repose Fleurissoit une rose hier. (Epitaphe de Rose [Ronsard (1963)/699]). O bien, se une a un concepto de alegría implícita en la juventud: Cueillez des au'iourd'huy les roses de la vie. (Soneto XXIV para Elena [Ronsard (1963)/432]). Los ejemplos podrían ser numerosísimos. No estoy descubriendo nada, puesto que Ronsard no hace sino seguir una larga tradición clásica que en España también siguieron Garcilaso (En tanto que de rosa y azucena] o Góngora (Mientras por competir con tu cabello), relacionados ya por ía crítica con el poeta francés [Alonso (1958)], 932 y cuya precedente más antiguo es el De rosis nascentibus, sonío: de Au- Collige, virgo, rosas düm flos novus et nova pubes Et memor esto sic prosperare tuum. ¿Qué rosas, por lo tanto, son las que cortó Machado en la estética moderna? Las de la juventud, naturalmente. En diversas ocasiones se ha referido a que fue modernista del año tres, o a que los años de! modernismo literario fueron los de su juventud. Rubén Darío pasó su juventud, si no en Francia, a donde no llegó hasta cumplidos los treinta años, sí entre lecturas francesas, y por ello Machado dice del poeta nicaragüense: ... que ha cortado las rosas de Ronsard en los jardines de Francia... tCXLVI!). En el poema LXVlll se expresa un sentimiento de vejez diciendo: No tengo rosas; flores en mi jardín no hay ya: todas han muerto. A su abandonada experiencia modernista de juventud se refiere en Una España joven (CXL1V), recuerda: cuando montar quisimos en pelo una quimera y en una nave de oro nos plugo navegar hacia los altos mares, sin aguardar ribera, lanzando velas y anclas y gobernalle al mar. Nos queda un problema. Está visto el significado de las rosas de Ronsard, ¿pero por qué viejas rosas? Hay, indudablemente una referencia a Sa juventud, siempre nueva pero siempre repetida. Mas la razón evidente se la copia de la estructura fónica del precedente latino que recuerda, tal vez de modo inconsciente: corté las viejas rosas... collige, virgo, rosas... Los afeites y la cosmética sirven para ocultar la falta de frescura y originalidad, por ío tanto Antonio Machado critica a los epígonos del Modernismo que sólo manosean tópicos hasta convertirlo en máscara [Guílón (197O/202 a 206; PhilJips (197U/179-180; Luis (1975a)/61 y 933 (975b); Ribbans (1975J/8; Angeles (1970)/27-28; e t c . . . ] . Juan de Maírena se refiere en distintas ocasiones al peligro del preciosismo literario. También podría pensarse en una afirmación de -la independencia propia del poeta por encima de lo puramente literario [Phillips (1.971 }/180]. En cualquier caso, esos poetas del nuevo gay-trinar (recordemos la gaya-ciencia de los trovadores), ridiculamente calificados de aves y de grillos —lo que hace pensar en los poetas-ranas de las sátiras de Forner—, no pueden ser los primeros Dice el poema: mas no amo los afeites... edición de Soledades. Galerías. Otros modernistas. Dice el prólogo a la segunda poemas: Pero amo mucho más la edad que se avecina y a los poetas que han de surgir cuando una tarea común apasione las almas. En el fondo, Machado no atacaba a los modernistas ni a sus epígonos (que practican una imaginería de cartón piedra, según afirma en el mismo prólogo), sino a todos sus contemporáneos. Porque Machado no confía nada en su tiempo, según podemos leer en Una España joven (CXLIV), pero sí en la juventud que nace, como expresa al final de ese mismo poema o en El'mañana efímero (CXXXV). Machado es poeta de temas trascendentes, por eso desdeña eí canto hueco [Cabral (1949)/429]. En voces entendemos fácilmente la referencia a los poetas originales, mientras que los imitadores se simbolizan por los ecos. En Proverbios y cantares (CLXI) dice: Despertad, cantores: acaben los ecos. Empiecen ias voces. Aunque también escribe: Cantores, dejad palmas y ¡aleo para los demás. Lo que podría justificar el que algún crítico afirme que Machado distingue la palabra del eco metafórico que se la lleva fuera de sí misma con lo que la voz única es la palabra pura, sencilla, directa [Cano (1949)/655; Pemán (1952)/178], Otra interpretación consiste en identificar la única voz con la suya propia, en una autoescucha intuitiva y expresiva [Paoli (1969)/17]. Esta idea puede apoyarse con los si- 934 , guientes versos machadianos, publicados en «La lectura», núm. 188, Madrid, agosto de 1916 (recogidos en Machado (1964b}/43): Si hablo, suena mi propia voz como un eco, y está mi canto tan hueco que ya ni espanta mi pena. Machado teme, pues, ver su voz convertida en eco. Estos versos tienen gran importancia, porque la presencia de ios términos voz, eco y hueco hacen pensar en que el autor se está aplicando a sí mismo lo que había expresado en >la quinta estrofa de Retrato. En el prólogo a Soledades, en Páginas Escogidas, había escrito: Y aún pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes. 6. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Estos cuatro versos, cuyo tema, metro y acento son de Rubén Darío según Jiménez (1944], comienzan con una interrogación. Por esa duda Machado se descubre romántico, ya que el clásico está siempre seguro [Gaos (1970/86; Peers (1954)/ll-405]. Juan de Mairena afirma que la interrogativa es la manera clásica de ser romántico. No faltan quienes sostienen que Machado es un añorante del mundo clásico [Lampreave (1964)/491]. Estos cuatro versos encierran un acto de fe poética, incluso un resumen de su poética [Ortega (1912)/570; González (1964J/367], donde io ético aparece de forma resueltamente noventaiochista [Díaz-Plaja (1950/158]. Siguiendo la teoría de Paoli (1969), encontramos aquí la manifestación de una estructura fónica mnemotécnica. La misma construcción empleada aquí: Dejar quisiera..., la había utilizado antes en el poema XVÍ: Besar quisiera la amarga, amarga flor de tus labios. Paoli (1969) da diversos ejemplos de este tipo de estructuras fónicas que Machado repite a lo largo de su poesía. Por nuestra parte añadamos, además del caso recién citado, el que se da en los poemas 935 XLVill y LV; donde ios mismos términos o sonidos se sitúan en posiciones similares: ¡Moscas del primer hastío en el salón familiar, las claras tardes de estío en que yo empecé a soñar! J Pasan las horas de hastío por la estancia familiar, el amplio cuarto sombrío donde yo empecé a soñar. Llama la atención el empleo de la metáfora bélica en la estrofa de Retrato. ¿El poeta pacifista y demócrata prefiere -la misión violenta del militar al menester fecundo del obrero? Machado es un ser pacífico, filántropo, bueno, pero no conformista y cobarde [Luis (1975 b ] ] . Desea imprimir en su poema el sello de su fuerte personalidad [Ribbans (1975)/9]. El último verso es, para Ortega (1912)/571 f admirable: el verso como una espada en uso, es decir, puesta al extremo de un brazo que lleva al otro extremo las congojas de un corazón. El brazo machadiano estaba, nos lo dijo él mismo, preparado: Mas cada cual el rumbo siguió de su locura; agilitó su brazo, acreditó su brío; dejó como un espejo bruñida su armadura... (CXLIV). La relación de esta estrofa de Retrato con el final del soneto a Líster ha sido puesta de relieve por Darmangeat (1969J/68, Luis (1975a)/35 y 135-140 y otros varios. Las relaciones, interrelacionales y la implicación entre los términos de las comparaciones pueden resumirse en el gráfico siguiente: verso — -^-> espada /fS Ni/ -í» oís- tola Diurna Lo que Machado pretende es distinguir la retórica de la poesía y realzar el contenido del poema por encima de la expresión [Ciplijauskaité [1966)/141], en evidente negación de lo que había dicho su hermano Manuel en el poema homónimo: La agilidad, el tino, la gracia, la destreza, más que la voluntad, la fuerza y la grandeza... Y, antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser un buen banderillero. 7. Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. 936 Albornoz (1968)/242-243 destaca la coincidencia de estos versos con pensamientos de Machado expresados, por ejemplo, en el ensayo Soledad; Lo mejor sería que no hiciéramos sino monologar; que es dialogar con Dios. Para Albornoz, se trata de una simple coincidencia y, en ambos casos, insincera. Ni don Miguel se conformaría con monologar sip testigos —dice— ni Machado esperaba con tal certidumbre «hablar a Dios un día». En cualquier,caso, característica machadiana es el monólogo (monodiálogo cabría decir) y el desdoblamiento de la personalidad, como demuestran sus heterónimos (2). En él podemos también leer: Mas busca en tu espejo al otro, al otro que va contigo. Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario. Con el tú de mi canción no te aludo, compañero; ese tú soy yo (CLXI). Ese soliloquio es fundamental para resolver la angustia de la incerteza sobre la existencia de Dios. Esa duda, según desprende Guüón (1971)/207-208 de la lectura de Mairena, sólo se resuelve dentro de uno mismo. Únicamente en ese sentido puede admitirse que la soledad machadiana se resuelve en la esperanza de hablar a Dios, como afirma Fernán (19521/190. Cabe hacer una distinción temporal en la obra de Machado. La conversación consigo mismo se produce, fundamentalmente, en ¡a primera parte, en las «galerías del alma». En la última parte de su obra se dan ios heterónimos [Luis (1975 b)]. El mismo trabajo de Leopoldo de Luis hace unas precisiones sobre filantropía, término generalmente no comentado por los críticos. En el sentido decimonónico, hijo de las sociedades de amigos del país del XVNI, significa el interés por una vaga concepción de la humanidad. Pero Machado habla de haber aprendido el secreto de la filantropía, que no puede ser sino el interés por el hombre real. Como dijo Mairena, quien no (2) En cuanto a su carácter, Ciplijauskaité (1962J / 75 y ss. lo considera un solitario. González Ruano (1949) / 94 dice de él: «Antonio fue pronto don Antonio; era grave y aburrido, poco o nada expresivo; la simpatía que despertaba no era por anécdota, sino por categoría del ser enormemente humano que se adivinaba en él». Rubén Darío, en un artículo titulado «Los hermanos Machado», publicado en «La Nación», de Buenos Aires, el 15 de junio de 1909 (recogido por Phillips (1971)7182-183), dice de él que era habitual mente silencioso y meditabundo. Otros muchos testimonios podrían traerse aquí. 937 habla a un hombre no habla al hombre; quien ño habla al hombre no habla a nadie. La charla de Machado consigo mismo, el buen amigo, le enseñó a amar a los demás. 8. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje de que cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en doñee yago. Un rastro de «modesto orgullo» puede seguirse por estos cuatro versos, en los que manifiesta su libertad absoluta como escritor. La sociedad nada puede exigirle, él está justificado. Escribe So que quiere y como quiere, y lo hace sin obligación alguna. Unamuno [1912)/284 encuentra en estos versos una cierta arrogancia y los relaciona con otros de su hermano Manuel, Adelfos: Besos, ¡pero no darlos! Gloria... ¡la que me deben! Nada os pido. Ni os amo, ni os odio. Con dejarme, lo que hago por vosotros hacer podéis por mí... Unamuno acierta plenamente. Incluso hay una relación fónica entre los versos de ambos hermanos. Y al cabo nada os debo; de Antonio, se construye sobre Nada os pido. cruzado con ei desplante ¡la que me deben!, del poema de Manuel. Ahora bien, el origen ideológico es institucionista. La Institución Libre de Enseñanza pretendió inculcar a sus discípulos un especial amor al trabajo. Para Giner, la decencia sólo se conseguía laborando. La práctica poética podría encerrar un peligroso «dilettantismo» de ia vida, del que Machado necesitaba huir. En varias ocasiones la poesía machadiana alude a la importancia del trabajo con el que se gana el pan. Sirvan como ejemplo: como sierva propicia a la tarea de humilde oficio con que el pan se gana (CLII1] 938 El cronista de dos mundos, bajo el so!, el duro pan se ganaba y, de noche, fabricaba su magnífico español (O. C, p. 276). 9. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. Se ha insistido mucho en el carácter profético de estos cuatro versos, como se ha insistido en el mismo carácter de aquellos otros de César Vallejo: Me moriré en París, con aguacero, un día del que tengo ya el recuerdo. No nos referiremos aquí a ello porque de poco nos serviría en un análisis (3). Vemos cómo Antonio Machado aceptaba la muerte con tranquili» dad absoluta, serenamente, casi con indiferencia; una muerte que quería que fuese, como la mayoría, sencilla, vulgar [Cobos (1972 a)/ 82; Cobos (1972b)/64; Proel (1935)/21; Ciplijaustiké [1966)/95; e t c . ) . Muerte que suele asociarse, en su obra, con el mar; un mar con dos riberas y el barquero Caronte para ayudar en el viaje [Lampreave (1964)/493]. Muerte que puede llegar sin sentir: Dormirás muchas horas todavía sobre la orilla vieja, y encontrarás una mañana pura amarrada tu barca a otra ribera (XXI). Hasta aquí lo que este trabajo pretendía ser: un simple acopio de datos que sirva de base a un futuro análisis, una búsqueda de los sentidos primeros. Podemos añadir un esquema que, al relacionar las distintas estrofas sin modificar su ordenación, sirva de guía para ese análisis futuro. Para ello titularemos, primero, cada una de las estrofas (titulaciones puramente indicativas, aunque resumidoras: 1.a) historia, 2.a) amor, 3.a) carácter, 4.a) antimodernismo, 5.a) autenticidad, 6.a) austeridad, 7.a) diálogo interior; 8.a) independencia y 9.a) pobreza. El esquema podría ser el siguiente: (3) Un tono también profético, aunque en este caso no se cumpliera, tienen los dos últimos versos del «Retrato» de Manuel Machado: «Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa / es aiegre, aunque no niego que llevo prisa». 939 RETRATO el «yo» como tema. la persona 1.a) historia 2.a) amor 3.a) carácter la poesía 4.a) antimodernismo 5.a) autenticidad 6.a) austeridad vida 7.a) diálogo interior (soledad) a 8. ) independencia 9.a) pobreza el resumen + experiencia resultado El perfecto equilibrio que se descubre, ya en el esquema, es el primer signo de una construcción enormemente pensada y elaborada en el plano sintagmático. El plano paradigmático ya hemos visto los numerosos matices y elementos culturales que comporta. Queda ahora, para otra ocasión, entrar a fondo en la paradigmática y llegar al análisis semiológico que el poema Retrato, de Antonio Machado, necesita. JORGE URRUTIA Facultad de Filosofía y Letras, CACERES BIBLIOGRAFÍA CITADA Los poemas de Machado aparecen siempre con la numeración que poseen en Machado (1964 a), que son las Obras Completas. Cuando el poema o el texto figuran en dicha edición, sin número, se indica O. C. seguido de la indicación de página. Las referencias a un autor se hacen según la siguiente fórmula: apellido ~u año de publicación - f indicación de página. ALBORNOZ, Aurora de: 1968 La presencia de Miguel de Unamuno en Antonio Machado; Madrid: Gredos. ALONSO, Dámaso: 1949 Poesías olvidadas de Antonio Machado (con una nota sobre e! arte de hilar y otra sobre la fuente, el jardín y el crepúsculo); Cuadernos Hispanoamericanos núms. 11-12, pp. 335-381. Recogido en Alonso, Dámaso: Poetas españoles contemporáneos; Madrid: Gredos, 1969 (3.a ed.), pp. 97-147, por donde cito. 940 1958 Garcilaso, Ronsard, Góngora (apuntes para una clase); incluido en De los siglos oscuros al de Oro; Madrid: Gredos. 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Con mayor decisión, Luis Felipe Vivanco afirma del poema que «seguramente no tiene par dentro de la lírica contemporánea» (2). Y Tuñón de Lara llega a calificarlo de «poema capital en la historia de ia literatura española» (3). A estos juicios se suman los estudios particulares que el poema ha suscitado (4), asedios de muy variados enfoques que intentan dar completa razón de su extraordinaria calidad. Tengo la impresión, sin embargo, de que, pese a tan valiosas aportaciones, el poema «A José María Palacio» encierra todavía zonas inexploradas. No es cosa de (1) S. Serrano Poncela, «Antonio Machado, su mundo y su obra», Buenos Aires, Losada, 1954, p. 187. (2) L. F. Vivanco, «Comentario a unos pocos poemas de Antonio Machado», en «Cuadernos Hispanoamericanos», nüms. 11-12, 1849, p. 558. (3] M. Tuñón de Lara, «Antonio Machado, poeta del pueblo», Barcelona, Nova Terra, 1967, p. 87. {4] Además del trabajo ya citado de L. F. Vivanco y de lo que sobre el poema puede leerse en ei libro de A. Sánchez Barbudo «Los poemas de Antonio Machado» (Barcelona, Lumen, 1967, pp. 264-266), conozco los siguientes trabajos, necesarios para quien desee abordar el tema y que cito de una vez por todas: C. Beceiro, «Ei poema 'A José María Palacio' de Antonio Machado», «ínsula», núm. 137, abril 1958; del mismo autor, «Sobre la fecha y las circunstancias del poema 'A José María Palacio'», «La Torre» (Puerto Rico), X I I , 1964, pp. 39-57; C. Guiilén, «Estilística del silencio (en torno a un poema de Antonio Machado)», «Revista Hispánica Moderna» (Nueva York), XXIII, 1957, pp. 260-291; V. Gaos, «En torno a un poema de Antonio Machado», en el libro «Claves de literatura española» (utilizo la edición de Madrid, Guadarrama, 1971, 11, pp. 57-78). 944 recurrir a las manidas teorías sobre el «misterio» poético. La poesía podrá tener dificultades, pero no misterios. Nunca está de más recordar que la literatura es un arte verbal y que sus logros y sus presuntos misterios se configuran mediante la utilización de la palabra. Corresponde, por tanto, a! análisis lingüístico explicar de qué manera unos usos de lengua han producido los resultados que nos impresionan o nos conmueven. Si no lo conseguimos, atribuyámoslo a nuestras propias deficiencias analíticas, sin acudir al cómodo recurso de los misterios insolubles. Se trata, pues, de intentar una nueva lectura del poema de Machado, cuyo texto se hace imprescindible recordar una vez más (5): Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, allá en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, , y muías pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra... Baeza, 29 de marzo, 1913 (5) Todas las citas de Machado proceden de la edición de «Obras, Poesfa y prosa», realizada por Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre, Buenos Aires, Losada, 1964. 945 CUADERNOS. 304-307 (II).—21 Lo primero que llama la atención es que el poema se halla explícita y minuciosamente fechado. Al final se indica que está escrito en Baeza, el 29 de marzo de 1913. Puede sorprender tanta precisión, dado que la mayoría de los poemas de Campos de Castilla no llevan fecha o, en algunos casos, se limita el autor a consignar el año y, como máximo, el mes. Aquí no .falta ningún dato: día, mes, año y lugar. Aunque esté fuera del cuerpo del poema, se trata de un factor que no podemos desdeñar. Porque una composición que lleva al final la mención de la fecha y el iugar donde se escribe y que comienza con un verso como «Palacio, buen amigo» es, inequívocamente, una carta. Esto nos ilustra sobre el «género» de la composición, pero, sobre todo, constituye un indicio de su tonalidad sentimental. El poeta evoca la primavera soriana desde otro lugar. Subrayo que es una evocación: esa primavera no está vista, sino recordada, evocada con nostalgia; es el recuerdo de un tiempo pasado y de un lugar del que el poeta se encuentra ausente. Lo decisivo no es, por tanto, la descripción de unos fenómenos, sino su inserción en el recuerdo. Si poesía es, como proclama repetidamente Machado, palabra en el tiempo, esto es, un procedimiento artístico que pone ante nuestros ojos la sensación de la temporalidad, del devenir de las cosas, esta idea se cumple en la misma concepción del poema «A José María Palacio»: en él se evocará una primavera que fue y que, por imperativos de ia naturaleza, volverá a ser. Pero, al mismo tiempo, el poeta se refiere a una época pasada y subraya así la distancia temporal que lo separa de ella. Podemos también, gracias a la fecha, situar la composición en la trayectoria vitar del poeta. Como se recordará, Machado ganó unas oposiciones a cátedra de Francés de 1907 y fue destinado al Instituto de Soria. En 1909, a los treinta y cuatro años recién cumplidos, se casó con la jovencísíma Leonor Izquierdo, de dieciséis. Tres años más tarde, el 1 de agosto de 1912, muere Leonor. A la semana siguiente, Machado solicita el traslado a la primera vacante que haya, y en octubre es destinado al Instituto de Baeza. A los pocos meses escribirá «A José María Palacio». Es, pues, la primera primavera, desde hace tiempo, que Machado pasa fuera de Soria. Es, también, la primera sin Leonor. Será conveniente tener esto en cuenta para advertir el exacto sentido del poema que nos ocupa. Esta evocación de la primavera que constituye, a simple vista, el tema de la composición, se ha distribuido con arreglo a una ordenación muy simple de los elementos. Tras el encabezamiento «epistolar» —el primer verso—, una serie alternante de preguntas 946 y aseveraciones que van desgranando con cierto orden rasgos paisajísticos primaverales: los árboles —chopos, olmos y acacias—, los montes, las flores, la hierba, las cigüeñas, los trigales, la siembra de los tardíos, las abejas... En el verso 27 se cierra esta enumeración y comienza otra parte distinta, lo que está marcado formalmente por la repetición de «Palacio, buen amigo» y la sustitución de los futuros de probabilidad anteriores •—«estarán», «habrá», «libarán», etc.— por el imperativo «sube». En ambas partes, dos momentos centrales, más elevados, que se alzan sobre el resto: la «mol'e del Moncayo» del v. 11, que domina el paisaje circundante, y el «Espino» del penúltimo verso, cuya elevación está formalmente marcada por el imperativo «sube», por el adjetivo «alto» y por su posición final en la composición, que le da un valor de clave. Una vez determinada esta estructura de composición, el análisis deberá centrarse en buscar las causas de la misma y el porqué de la elección de todos y cada uno de los elementos expresivos que el poeta selecciona. Porque tales elementos no son exclusivos de este poema. Aparecen incesantemente en la poesía machadiana, sobre todo en el libro Campos de Castilla, y será necesario relacionar a veces algunos versos con los de otras composiciones. Si no es ésta la única ocasión en que Machado habla de la primavera soriana; si no hay aquí ni un solo rasgo descriptivo o metafórico que río pueds encontrarse en otros del autor, ¿dónde reside la originalidad de la obra? ¿Cuál es el «misterio» •—es decir, la razón— de su extraordinaria calidad estética? Sólo el examen detenido podrá quizá darnos una respuesta. El primer verso, al mismo tiempo que es un equivalente poético del encabezamiento de una carta, rompe con los clisés habituales -—«Querido amigo», etc.—, para subrayar que se trata de una amístao! auténtica y no convencional. Esta amistad profunda justificará el desahogo lírico de los versos siguientes y la petición que se encierra en los últimos, cuando el poeta, ausente, encomienda a Palacio que haga algo que, como veremos, concierne íntimamente a Machado. El «buen amigo» de! verso inicial sirve, pues, para marcar eí carácter epistolar del poema y, al mismo tiempo, para justificar su contenido. En el segundo verso irrumpe ya la primavera por la que se pregunta. Obsérvese que su mención ha sido destacada formando un verso por sí sola. Además, la primavera es el sujeto de una acción. El poeta recurre a una prosopopeya y presenta a la primavera como un ser vivo; es ella quien viste las ramas de los chopos. ¿Por qué 947 elige Machado el verbo vestir y no otro más frecuente, como cubrir, por ejemplo? Se trata de prolongar y ampliar la prosopopeya sintáctica, hacerla también léxica y extenderla hasta el objeto «chopos». En efecto: frente al término más neutro «cubrir», el verbo «vestir» humaniza no sólo ai que viste, sino al que resulta vestido. La primavera es un ser animado que viste a otro ser animado: los chopos. Además, vestir es algo más que cubrir; es cubrir con cierto orden y tal vez con cierta estética. La primavera, al vestir, hermosea las ramas de los chopos. Hay que comenzar ya a plantearse las sucesivas elecciones del poeta. ¿Por qué comienza Machado por evocar ¡os chopos y no otro árbol? Naturalmente, los chopos aparecen con frecuencia en la poesía machadiana, pero ésta no es una razón suficiente. Lo que importa ahora es saber por qué aparecen aquí. Para ello convendrá examinar otros textos del autor. Por ejemplo, uno muy poco anterior, titulado Recuerdos, escrito en el tren, camino de Baeza, en el que Machado evoca también la primavera soriana en términos y con imágenes muy similares a los del poema «A José María Palacio»: Ya verdearán de chopos las márgenes del río. ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero? Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas, y la roqueda parda más de un zarzal en flor. Los chopos que verdean en las orillas son, pues, un rasgo primaveral. En otra ocasión («A un olmo seco»] se refiere Machado a «los álamos cantores / que guardan el camino y la ribera» (6). Canfores, claro está, porque la primavera trae a ellos bandadas de pájaros canoros. En el poema «Las encinas» se vuelve a insistir en ello: Los chopos son la ribera, liras de la primavera, cerca del agua que fluye, pasa y huye,.. Los chopos son, pues, para el poeta, «liras de la primavera» (recuérdense también los «álamos que seréis mañana liras / del viento perfumado en primavera», CXIII). Dicho de otro modo: la primavera convierte a los chopos en liras porque hace posible que en sus ramas se aposenten esos nuncios primaverales que son los ruiseñores. (6) Refiriéndose a los chopos y los álamos, B. Mostaza comenta: «Es notable que Machado toma por uno estos dos árboles» («El paisaje en la poesía de Antonio Machado», ^Cuadernos Hispanoamericanos», núms. 11-12, 1949, p. 632]. 948 Pero esto no es todo. Los chopos representan algo más. En la serie de poemas titulada «Campos de Soria» (CXMI) se leen estos bellísimos versos: Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas ¡Alamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña...! Estos chopos resultan conmovedores porque sus cortezas rugosas han servido para perpetuar momentos de amor. Los chopos expresan también el amor: en primavera, gracias a los ruiseñores; en otoño, despoblados de trinos, con las ramas desnudas y las hojas secas, porque las iniciales y las cifras de sus troncos hacen perdurar el recuerdo de amores pasados. Frente al amor cantado y jubiloso de la primavera, el silencioso de otras estaciones. Junto al agua «que fluye, pasa y huye», los chopos permanecen como símbolos eternos de algo que, en la realidad o en el recuerdo, es duradero. Metafóricamente, el amor se ha transferido a los chopos, de iguaí manera que la vida humana se ha transmutado en la fugitiva corriente del río. Así, con esta inicial pregunta sobre la primavera, se apunta ya la aparición de ciertas connotaciones amorosas. Desde el primer momento ambos temas brotan unidos, si hemos de atenernos a los datos proporcionados con otros poemas del autor. Conviene recordar el conocido aforismo de Machado: Da doble luz a tu verso, para leído de frente y al sesgo. El principal problema que plantea la interpretación del mensaje poético machadiano reside justamente en la proclividad, por parte del destinatario, a la lectura «de frente» sin advertir que puede haber otra «al sesgo» mucho menos obvia. Hace ya años, un comentarista alertaba sobre este punto a ios lectores desatentos, con palabras que aún son válidas hoy: «Una crítica ligera puede considerar que Machado no se sirve de un instrumental poético muy variado y que su poesía es demasiado palabra desnuda y directa. Grave error éste [ . . . ] . La poesía de Machado está llena de ¡máge949 nes» (7). Más recientemente, otro crítico, que ha estudiado la función de una de estas imágenes recurrentes, recalca la «decisiva importancia que ¡a expresión figurada y simbólica tiene en la lírica de Machado» (8). Y, si se quiere un ejemplo más reciente, bastará recordar estas palabras: «La excelencia de la lírica de Antonio Machado reside en el hecho de que en sus versos no hay una sola palabra que no posea un significado emocional» (9). Parecen afirmaciones de peso que merecen atención. Porque, en efecto, ocurre a menudo que ios ejementos paisajísticos más triviales, repetidos continuamente a lo largo de toda la obra de Machado, sólo descubren su verdadero sentido cuando los examinamos en función de su valor simbólico. Hemos visto cómo surgía este significado en el análisis del término «chopos», justamente destacado al final del tercer verso con un sabio encabalgamiento. Este encabalgamiento tiene, además, otra función, meramente espacial: permite situar en lugar prominente los árboles —que, por sus dimensiones, se distinguen en una primera ojeada— y, a la vez, separarlos del «río» y los «caminos», que sólo son visibles a continuación. La secuencia sintáctica recalca los distintos momentos de la percepción; los chopos recubiertos de verdor se ven antes que el río y los caminos a cuyos lados se encuentran; pero, al mismo tiempo, el encabalgamiento métrico distribuye en dos versos distintos los chopos, los caminos y el río, y, al separarlos así, visualiza su colocación: los chopos no están en el río y en los caminos, sino junto a ellos; cercanos, pero separados. La forzosa imprecisión semántica de la preposición de se corrige merced a un artificio métrico. En cambio, el río y los caminos aparecen situados en el mismo verso, probable indicio de que el poeta les confiere rango similar o, al menos, cierto significado común que- permite su emparejamiento. La frecuencia con que ambos elementos aparecen en la poesía machadíana permite confrontar los suficientes ejemplos como para advertir su valor simbólico. El camino es la vida de cada cual, según una venerable y antigua imagen literaria que Machado recoge (10). En cuanto al río, su significado es semejante; recuérdense (7) S. Serrano Poncela, ob. cit, p. 91. (8) E, Orozco: «Antonio Machado es e¡ camino. Notas a un tema centra) cíe su poesía», incluido en el libro «Paisajes y sentimiento de !a naturaleza en !a poesía española», Madrid, Prensa Española, 1968, p. 302. (9) J. M. Aguirre, en e! libro titulado precisamente «Antonio Machado, poeta simbolista», Madrid, Taurus, 1973, p. 341. (10] «Para Machado, pues, el mundo es camino, vivir es caminar» (E. Orozco, ob. cit., página 271); «vivir y caminar se identifican [...] porque somos nosotros mismos los que vamos haciendo nuestra vida, trazando nuestro camino y soñando nuestros posibles caminos» [id., p, 287). 950 los ejemplos examinados antes: el río es algo que nace, fluye, sigue su curso y muere; una imagen dinámica de la vida que, como la del camino, recuerda las formulaciones de Jorge Manrique (11), poeta por el que Machado sintió, como es sabido, una profunda admiración («Entre los poetas míos / tiene Manrique un altar»). Por lo que se refiere a los ríos, no es difícil aducir ejemplos de inequívoca interpretación. Así, en la «Elegía de un madrigal», poema de 1907 (XLIX), leemos ya: Recuerdo que una tarde de soledad y hastío, ¡oh tarde como tantas!, el alma mía era, bajo el azul monótono, un ancho y terso río que ni tenía un pobre juncal en su ribera. ¡Oh mundo sin encantos, sentimental inopia que borra el misterioso azogue del cristal!... (12). Adviértase cómo la aridez sentimental se iguala al río sin juncales en la ribera. Y no es ésta la única ocasión. En otro lugar (XXXlll) hallamos la misma imagen más desarrollada: ¿Mi amor? ... ¿Recuerdas, dime, aquellos ¡uncos tiernos, lánguidos y amarillos que hay en el cauce seco?... ¿Recuerdas la amapola que calcinó el verano, la amapola marchita, negro crespón del campo?... ¿Te acuerdas del sol yerto y humilde, en ¡a mañana, que brilla y tiembla roto sobre una fuente helada?... Los helada poema dos en con un juncos lánguidos, la amapola marchita, el sol yerto y la fuente están en el mismo plano que la ausencia de juncales del anterior. Estos juncos, y lo que representan, serán desplazauna etapa posterior por los chopos, elemento real, sí, pero valor simbólico equivalente. (11) «Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir»; «este mundo es el camino / para el otro que es morada / sin pesar.» (12) Vid. un ejemplo muy semejante en el poema XLll, «La vida hoy tiene ritmo». 951 En otro poema posterior, de 1913 («A Xavier Valcarce», CXLI)„ escribe Machado: En este día claro, en que descansa tu carne de quimeras y amoríos —así en amplio silencio se remansa el agua bullidora de los ríos— ... Volviendo al poema «A José María Palacio», adivinamos ahora que la pregunta sobre la llegada de la primavera era más compleja de lo que una lectura rápida permitía sospechar, Ciertamente, se habla de los chopos y los caminos, pero también del amor que renace en nuestra vida. Digámoslo una vez más: lo que en una primera lectura parecía un poema de exaltación vernal, se ha metamorfoseado desde los versos iniciales en una composición amorosa. Más adelante habrá que ver si este simbolismo machadiano tiene alguna relación con su concepción de la primavera. En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando ¡lega!... En el mismo verso que el «río» y los «caminos», la tierra aparece caracterizada como una «estepa». Aparte de que el lector tropieza aquí con la primera localización geográfica —esa «estepa del alto Duero», calificada otras veces como «páramo», «paramera», etcétera—, la elección' del término «estepa» tiene otra función: la de potenciar y exaltar imaginativamente esa primavera que constituye el eje, el centro del enunciado, como indican dos rasgos formales: su condición gramatical del sujeto —reforzada por la ausencia de artículo— y su colocación en el centro del verso intermedio. En efecto: esa «estepa» es la misma tierra que tiene un río y unos árboles que florecen en primavera; parecerá imposible, casi un milagro, que esa tierra «árida y fría» (CXIli) logre transfigurarse gracias al poder de la primavera. Por otra parte, «Primavera tarda» tiende a justificar el tono exclamativo del verso siguiente y el uso de los adjetivos «bella» y «dulce». Si la tierra es una estepa y, pese a todo, los efectos benéficos de la primavera llegan a ella, aunque tardíamente, la exclamación admirativa se presenta como una consecuencia lógica en esta fluencia de evocaciones. Otro procedimiento estilístico destacable es la aposiopesis en la entonación, marcada por los puntos suspensivos. La sensación de placidez y dulzura que el verso quiere transmitir no puede admitir una enunciación «lógica» y cerrada; por eso. 952 la frase posible se reduce a la prótasis, y el resto queda implícito, meramente sugerido. El uso de Primavera sin artículo no es infrecuente en Machado (13), ni caprichoso. Aquí sirve para reforzar la prosopopeya inicial; aparte de los datos que nos han suministrado los versos 2 y 3, la función de la primavera como objeto de la evocación y su uso como sujeto de los enunciados gramaticales son hechos que la convierten casi en un ser vivo, y ía corporeización se plasma en la ausencia del artículo y en el recurso ortográfico de la mayúscula inicial. ¿Tienen los viejos oímos algunas hojas nuevas? Los olmos, como las acacias que aparecerán en eí verso siguiente pertenecen al mismo campo semántico de los chopos, y, en cierto sentido, lo que se dice de elíos es una variación de Sa noción vestir las ramas aplicada antes. En estos dos versos hay que destacar, en primer término, la contraposición viejos olmos/hojas nuevas. Se produce un buscado paralelismo antitético; ambos sintagmas, ocupan ¡a parte final de sus respectivos versos y ambos están formados por la agrupación de sustantivo y adjetivo. Pero se trata de expresar una aparente contradicción: gracias al milagro de la primavera, de lo viejo nace lo nuevo; y esta maravilla no sólo se plasma semánticamente, mediante la oposición viejos/nuevas, sino que tiene sus correspondientes marcas formales: la colocación de ambos elementos en dos versos distintos y la diferente distribución de ios adjetivos con e! primero antepuesto y el segundo pospuesto. Hay, pues, ciertos rasgos comunes que subrayan la dependencia entre esos olmos y las hojas que les han brotado; y existen, a la vez, rasgos diferenciadores para sugerir que lo viejo y lo nuevo son notas antitéticas que sóio por circunstancias excepcionales —aquí, la presencia de la primavera, que resulta nuevamente potenciada— pueden aproximarse. Queda por explicar a qué se debe la elección de ios olmos. En la poesía de Machado, el olmo es un árbol de aparición menos frecuente que el chopo; a cambio de ello, los contextos son bastante más explícitos y homogéneos. Así, por ejemplo, la casa de Alvargonzález está entre dos olmos «que, gigantes centinelas, / s o m b r a le dan en verano, / y en el otoño hojas secas». Después de su crimen. Los hijos de Alvargonzález ya tienen majada y huerta, (13) «Primavera viene», X; «Primavera, como un escalofrío, / irá a cruzar...», CXV1; «Primavera puso en el aire», CLXVil, etc. 953 campos de trigo y centeno y prados de fina hierba; en el olmo viejo, hendido por el rayo, la colmena... Los olmos que protegen y dan por e! rayo», condenado a morir, colmena, signo de vida creadora, data el poema «A un olmo seco» sombra, así como el olmo «hendido que, sin embargo, sustenta aún la aparecen en 1912. Del mismo año (CXV) (14) que comienza: Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. Y en ía composición titulada «Recuerdos» (CXVÍ), colocada a continuación en Campos de Castilla, Machado evoca la primavera soriana: «Ya verdearán de chopos las márgenes del río. / ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquél del Duero?» Se enriquece, como es fácil advertir, la intuición inicial hasta concretarse en la comprobación maravillada de que la primavera ha hecho brotar hojas nuevas del olmo viejo. Hay, además, en el poema CXV, un detalle especial: el olmo está «hendido por el rayo / y en su mitad podrido». ¿Cómo es posible que en él renazca la vida? No se olvide que «A un olmo seco» fue escrito por Machado mientras su esposa, Leonor, condenada por la enfermedad, iba extinguiéndose lentamente. Por eso, Machado, al contemplar los brotes en el árbol moribundo, concluirá: Mi corazón espera también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. El nacimiento de las hojas nuevas es, por tanto, un «milagro de la primavera», y Machado espera «otro»: la curación de Leonor. La primavera hace nacer la vida de la muerte, y el olmo se convierte en símbolo de esa idea. Por eso, la pregunta por los «viejos olmos» en el poema «A José María Palacio» no es casual, sino que viene a completar las imágenes primaverales con nuevas connotaciones vinculadas a recuerdos de la anterior primavera. La expresión verbal, afín en ambos casos, y las similares circunstancias temporales en que (14) Un indudable recuerdo de Ronsard, como mostró ya L. Cortés Vázquez, «Ronsard y Machado. De! 'aubépin verdissant' al 'olmo seco'», en «Strenae», estudios dedicados al profesor M. García Blanco, Salamanca, 1962, pp. 121-130. 954 surgen ambos poemas, obligan a establecer una relación muy estrecha entre ellos, y proyectan sobre las sensaciones evocadas en «A José María Palacio» ¡a sombra de un doloroso trance pasado. Esta simple reiteración de elementos —que no hay que confundir con la pobreza expresiva, cíáro está— basta para introducir en el poema, que hasta ahora parecía discurrir por otros cauces, un velado tono elegiaco. En estos ocho versos iniciales se habla, ciertamente, de la primavera, pero también del amor, de la muerte y del milagro de la resurrección. Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa allá en el cielo de Aragón, tan bella! La progresión continúa en estos cuatro versos que, si al principio enlazan con los anteriores —las «acacias» prolongan las imágenes arbóreas—, dejan en seguida paso a otros elementos nuevos: los «montes», sintetizados luego, a! culminar esta primera parte, en la «mole del Moncayo». La transición de «árboles» a «montañas», lógica en este movimiento ascensional, no se realiza bruscamente, sino mediante un suti! artificio: el contraste entre la desnudez de las acacias y la vestidura nevada de los montes. Se trata de un desarrollo de la noción de «vestir» enunciada ya en el verso tercero. Existe también la minuciosa precisión de quien sabe que la flor de la acacia brota más tardíamente que las hojas de los chopos y los olmos. Pero esto no es todo; si las acacias no tienen aún sus flores (blancas), ios «montes de las sierras» conservan todavía la nieve (blanca). Cuando 3a blancura de los montes desaparezca, surgirá la blancura de ias acacias. Esta insistencia en el color blanco, reiterado a continuación al evocar el Moncayo, introduce la primera nota de color en el poema, y no es casual que esto suceda de un modo explícito en el enunciado que cierra esta primera parte, destacado por el tono exclamativo y el alargamiento del período sintáctico, que Machado logra insertando un extenso complemento circunstancial entre los atributos. Así, el artificio de estirar la oración traduce formalmente la altura y las dimensiones de la «mole». En ei lugar geográfico evocado introduce Machado, pues, una permanente nota de blancura, y este color, insinuado en las acacias «desnudas» y los montes «nevados», se hace patente al destacar sobre el «cielo de Aragón» la «mole del Moncayo» como una cima distante, hermosa e inaccesible; en definitiva, como un elevado sím955 bolo de pureza (15), que domina el espacio físico del poema y se añade a las connotaciones amorosas y elegiacas de su contextura espiritual. Por otra parte, la presencia de las acacias no se limita a ser un rasgo primaveral ni introduce tan sólo la nota de pureza en la rememoración del campo soriano, sino que reitera también otro significado que enlaza con el tema amoroso sugerido antes. Parece claro si se recuerda una de las breves «Canciones de tierras altas» escritas en 1920 (CLVlli): Se abrió la puerta que tiene gonces en mi corazón, y otra vez la galería de mi historia apareció. Otra vez la plazoleta de las acacias en flor, y otra vez la fuente clara cuenta un romance de amor. Resulta sorprendente que los comentaristas de Machado no se hayan detenido ante estos versos que, con su aparente levedad, resumen algunos de los más frecuentes rasgos expresivos del poeta y algunos de sus temas básicos: ia «galería», la «plazoleta» y la «fuente» actúan como soportes de significados simbólicos: el recuerdo, el ensueño, la esperanza, el amor que resurge con ¡a primavera (las «aca,cias en flor»]. La relación de las acacias en flor con la primavera y el amor se evidencia igualmente en otra composición breve (CLIX): La fuente y las cuatro acacias en flor ele la plazoleta. Ya no quema el sol. ¡Tardecita alegre! Canta, ruiseñor. Es la misma hora de mi corazón ' La aparición de las acacias en el poema «A José María Palacio» insiste, pues, en el tema del amor simbolizado por los chopos y le añade una nota de pureza, indisolublemente unida, por otra parte, (15) No puedo coincidir con J. M. Aguirre cuando atribuye al color blanco en Machado un simbolismo mortuorio (ob. cit., p, 308). 956 a las tierras de Soria («Soria fría, Soria pura») en el sentir de Machado. ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas y blancas margaritas entre la fina hierba? La mirada, elevada momentos antes hasta la cima del Moncayo, desciende súbitamente a ras de tierra para detenerse en menudos detalles. Ya no se trata de árboles o montes, sino de florecillas; por eso, los versos se acortan y la enumeración adquiere mayor rapidez. Pero —digámoslo una vez más— no existe la mera intención de acumular rasgos descriptivos. La selección y disposición de los elementos lingüísticos responde a designios más complejos. En primer lugar, el paralelismo de ias dos secuencias sintácticas revela que, a pesar de su distribución en versos distintos, el poeta ha decidido asignar a sus componentes idéntica función. Obsérvese: Hay zarzas florecidas / (hay) blancas margaritas entre las grises peñas / entre la fina hierba Parece obvio insistir en que estos emparejamientos (16) no son caprichosos, sino que transcriben otros tipos de semejanzas. Las «grises peñas» y la «fina hierba» tienen en común una serie de rasgos: son elementos naturales, no elevados, que acogen, a pesar de su humildad, los brotes florales; en cuanto a las «zarzas florecidas» y a las «blancas margaritas», resulta evidente que su punto de unión es ia noción de «flor» y, secundariamente, el color blanco de la misma en ambos casos. Pero los versos no se agotan aquí. Machado prolonga la sensación de blancura, iniciada con las acacias y el Moncayo nevado, con el mismo valor simbólico. Por otra parte, si el hecho de que la primavera haga brotar las flores no parece un dato especialmente poético, tampoco es esta la única información que nos proporciona el texto; su «literariedad» radica en algo que está a la vista: ¿es posible que entre las «grises peñas» —y «grises» no alude aquí sólo a su color real— haya zarzas y de ellas broten las flores? Dicho de otro modo: la primavera produce el milagro de que las flores, blancas y frágiles, resuciten de entre los ásperos espinos de las zarzas. (16) Utilizo el término en el sentido que da Samuel R. Levin al «coupling» [vid. «Linguistic Structures in Poetry». The Hague, Mouton and Co., 1962; hay trad. española reciente: «Estructuras lingüísticas en la poesía», Madrid, Cátedra, 1974. 957 Las zarzas florecidas no son infrecuentes en la poesía de Machado. Así, en la descripción de la primavera en «Campos de Soria» se lee: ... y en las quiebras de valles y barrancas blanquean los zarzales florecidos y brotan las violetas perfumadas. Y algo semejante puede afirmarse de las margaritas. En el mismo poema, la primavera pasa, dejando entre las hierbas olorosas sus diminutas margaritas blancas. Por lo que se refiere a tas «grises peñas», también es un sintagma muy utilizado en !a lírica machadiana: Entre montes de almagre y peñas grises, el tren devora su raíl de acero. ECLVI) Ya los rebaños blancos, por entre grises peñas, hacia los altos prados conducirá e! pastor, (CXVI) Se diría que no hay, pues, en estos versos novedad expresiva alguna, Todo parece repetido, trillado y hasta rutinario. Pero no es así realmente. La clave del significado reside en la interpretación de las «zarzas florecidas», y para acometer esta tarea hay, por lo menos, dos pistas reveladoras. La primera es un extraordinario soneto de «Los sueños dialogados» en el que Machado recuerda a Leonor: ¡Cómo en el alto llano su figura se me aparece!... Mi palabra evoca el prado verde y la árida llanura, la zarza en flor, la cenicienta roca. Y al recuerdo obediente, negra encina brota en el cerro, baja el chopo al río... Conviene precisar adecuadamente el sentido de estos versos. Suscitados por la evocación de la esposa muerta, aparecen elementos paisajísticos que recalcan la ¡dea de vida que resucita. Al recuerdo amoroso se une el chopo —por las razones ya indicadas—, pero también la «zarza en flor». Si, una vez más, Machado asocia en esta composición mortuoria la figura de Leonor y la zarza florecida, en e! 958 recurso a la zarza se halla la segunda pista para entender los versos que nos ocupan. La primavera logra que del espino brote la flor. Pero no hay que olvidar que el Espino es también el nombre del cementerio donde se halla enterrada Leonor, como se hace patente en los últimos versos del poema. El paralelismo aparece ahora con claridad-, junto a esa resurrección real de la naturaleza se insinúa ia resurrección soñada de la esposa muerta, flor blanca —pura— enterrada en el Espino. La idea de la primavera como resurrección, como batalla ganada contra la muerte, aparece otras veces en Machado. Así, en un poema escrito muy poco antes [CXXIVJ: Con el ciruelo en flor y el campo verde, con las primeras zarzas que blanquean, con este dulce soplo que triunfa de la muerte y de la piedra, esta amargura que me ahoga fluye en esperanza de Ella... Este tema literario se concreta más en un soneto titulado «Primaveral», que, incluido en el Cancionero apócrifo de «Abel Martín», se publicó por vez primera en la Revista de Occidente en 1926. De nuevo, la aparición de la primavera estimula la evocación de la amada, que llega casi a hacerse tangible. Es necesario citar íntegro este importante texto: Nubes, sol, prado verde y caserío en la loma, revueltos. Primavera puso en el aire de este campo frío ¡a gracia de sus chopos de ribera. Los caminos del valle van a! río y allí, junto del agua, amor espera. ¿Por ti se ha puesto el campo ese atavío de ¡oven, oh invisible compañera? ¿Y ese perfume del habar al viento? ¿Y esa primera blanca margarita?... ¿Tú me acompañas? En mi mano siento doble latido; el corazón me grita, que en las sienes me asorda el pensamiento: eres tú quien florece y resucita. Además de reiterar elementos ya familiares y de inequívocas connotaciones —e! «prado verde», los «chopos de ribera», la «blanca 959 margarita»—, el poema descubre su clave en e! último verso, cuando Machado empareja los dos verbos florece y resucita para predicarlos, no ya del campo, sino de ía «invisible compañera», de Leonor. La floración primaveral, entendida como resurrección, se traspasa imaginativamente a la esposa muerta. Concurren en esta traslación poética, como pilares de sustentación, dos elementos básicos. El primero de ellos, de naturaleza personal, se refiere al propio sentir del poeta después de ¡a pérdida de Leonor; en carta a Unamuno, probablemente de 1913, escribe Machado: «Mi mujer era una criatura angelical, segada por la muerte cruelmente ... Mientras luché a su lado contra lo irremediable, me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar» (17). El otro supuesto en que se fundamenta el paralelismo entre resurreción primaveral y resurrección de Leonor, es de naturaleza literaria y, más específicamente, mitológica. Porque subyace en el poema «A José María Palacio», como en muchas otras composiciones de Machado posteriores a la muerte de Leonor, el mito clásico de Perséfone (18), con su historia vinculada a los misterios de Eleusis. Como es sabido, Hades, señor de los infiernos, enamorado de su sobrina Perséfone, la raptó. La madre de Perséfone, Deméter, protectora de los frutos del suelo, decidió, como venganza, renunciar a sus funciones propias de divinidad. La tierra comenzó a esterilizarse. Alarmado, Zeus ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, con objeto de lograr que Deméter reanudara su habitual protección. Pero la vuelta de Perséfone era ya imposible: había comido un grano de cierta granada ofrecida por su raptor, y este hecho la ligaba a él para siempre. Finalmente, Zeus consiguió llegar a un acuerdo: Deméter abdicaría de su actitud y volvería a su lugar en el Olimpo, a cambio de que su hija Perséfone saliera de! infierno cada primavera. Pasados otros seis meses, volvería al infierno con Hades. Pero, al mismo tiempo, con su presencia, Perséfone haría germinar la simiente en los surcos y brotar las flores y los frutos, en los campos. Así, Perséfone no fue adorada como reina de los infiernos, sino como diosa benéfica primaveral, que (17) «Obras», p. 91?. (18) Hay atisbos muy agudos sobre la pervivencia de ciertos mitos clásicos en Machado en el libro de Roberto Paoli «Antonio Machado», Firenze, La Nuova Italia, 1971. En cambio, nada dice sobre este tema Blanca Lampreave en su trabajo «El mundo clásico de Antonio Machado», publicado en las «Actas» del II Congreso español de Estudios Clásicos, Madrid, 1964, pp. 489-500. Sin duda, la versión de la historia de Perséfone que conocía Machado se basa en el himno de Deméter, supuestamente homérico, aprovechado también ampliamente en el poema «Olivo del camino», de «Nuevas canciones». 960 volvía a la tierra —resucitada— para hacer resucitar, a su vez, flores y cultivos. Este trasfondo mitológico —perceptible en el soneto «Primaveral» citado antes—, unido al particular sentimiento machadiano que aparece en la carta a Unamuno y a la imagen literaria tradicional de la primavera como resurrección o nueva vida, constituyen los ingredientes necesarios para conferir a los humiídes versos sobre las zarzas y las margaritas de «A José María Palacio» una especial densidad. De este modo, lo que al principio se presentaba como una composición acerca de la primavera soriana, teñida de connotaciones amorosas, adquiere ahora, con la inclusión de las «zarzas florecidas», un patético tono funerario. Machado no sólo pregunta si ha llegado la primavera, sino que se pregunta si habrá ocurrido el milagro; si, como Perséfone, Leonor habrá vuelto a la tierra (19). En este juego de interrogaciones explícitas y ocultos deseos íntimos, donde ios límites entre la experiencia y !a irracionalidad se borran merced a la fuerte carga emotiva de la evocación, reside el extraordinario logro estético de los versos -analizados. Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Después de la larga enumeración de elementos botánicos aparece el primer animal: la cigüeña, casi imprescindiblemente unida, en la poesía machadiana, a las descripciones de la naturaleza primaveral. En efecto, la conjunción de cigüeña y campanario o torre es muy frecuente (por ejemplo, en CX1I, CX1V, CXVI, etc.), hasta el punto de que el propio Machado escribe en un poema de 1919 (20): ¿Los encinares del monte son de retórica vieja? Nunca desdeñéis las cópulas fatales, clásica, bellas, del potro con la llanura, del mar con la nave hueca, del viento con el molino, la torre con la cigüeña. Obsérvese ahora, antes de seguir adelante, la cuidada disposición de los dos versos. Se trata de expresar un proceso durativo. Para (19) Algo muy similar reaparecerá en el poema a la muerte de Rubén Darío: «Te ha llevado Dionisos de su mano al infierno / y con las nuevas rosas triunfante volverás?» (20) «Obras», p. 699. 961 CUADERNOS. 304-307 (II).—22 acentuarlo, Machado invierte eí orden sintáctico habitual. Sólo al final aparecerá el sujeto —«las cigüeñas»—, y el camino hasta llegar a él, a través de la combinación de heptasílabo y endecasílabo, se alarga mediante sabios recursos: utilización de una forma verbal compuesta y durativa —«habrán ido llegando»— y aislamiento del complemento circunstancial «por esos campanarios» en el primer verso, en una colocación que retrasa más aún la aparición del sujeto. De este modo, la tensión creada desde el principio no se resuelve hasta que eí lector tropieza con la última palabra del segundo verso. La métrica y la sintaxis ayudan, así, a mantener la amplia curva del enunciado y a recalcar la duración del proceso expresada por las formas verbales. Una vez más, el lector tiene ia impresión, ante estos versos, de que, aparte de la evidente habilidad, con que están construidos, no aportan demasiadas novedades. La frecuente aparición de campanarios con cigüeñas en la poesía machadiana convierte estos elementos en rasgos tópicos. Claro está que la frecuencia no es el único factor considerable; lo decisivo son los valores contextúales de cada caso. En éste que nos ocupa, ¿qué sentido puede tener la aparición súbita del campanario? Hay que advertir, en primer lugar, que no son campanarios cualesquiera, sino muy concretos, lo que está claramente indicado por el uso de la forma deíctica esos. Frente a los, mero presentador, esos muestra, apunta, acerca el objeto y lo sitúa en inmediata relación con el contemplador. «Esos campanarios» son, ciertamente, los conocidos de Soria. Pero la secuencia poética establece también relaciones entre los elementos consecutivos. Los «campanarios» aparecen a continuación de unos versos, en los que, como veíamos, se insinuaba un recuerdo funerario. En este contexto, y exigido por la secuencia de ideas e imágenes del poema, los campanarios no son ya únicamente lugares donde las cigüeñas suelen anidar, según nos muestra una experiencia trivial y repetida, sino que presentan, además, su faceta menos placentera: la de habitáculos donde se alojan unas campanas cuya misión consiste en ser noticieras de la muerte. El poema se articula con absoluta coherencia. El sentimiento doloroso y apasionado de ¡os primeros momentos ha ido decantándose hasta cristalizar en esta serena y nostálgica evocación, donde Machado controla y enmascara celosamente su intimidad. Los campanarios —indicio de muerte— contrastan con las cigüeñas —anuncio del renacimiento primavera!—, de igual manera que los «espinos» de las zarzas —alusión mortuoria— contrastaban con. la «resurrección» de las flores. Si, alejándonos de este contexto, examinamos en otras zonas de ia 962 poesía de Machado la aparición de campanas, advertiremos valores muy similares. Así, en una composición temprana (XII) y, en este sentido, bastante explícita: En las sombrías torres repican ¡as campanas... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda! Los golpes del martillo dicen la negra caja; y el sitio de la fosa, los golpes de la azada... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda! La asociación de las campanas con estados emotivos de dolor y deseperanza se trasluce inequívocamente en el léxico: De la campana resonó el tañido como un suspiro seco y sordo y grave. Y el son plañía de la campana (Obras, pp. 36*37) ¡Y lágrimas sonoras de las campanas viejas! (XXV) Doblar de campanas, lejanas, llorosas. (XLI1!) (21) No son necesarias más incursiones para mostrar que el sentido de los «campanarios» exigido por el contexto en el poema «A José María Palacio» no se halla muy distante del valor que habitualmente ofrece este elemento en la poesía de Machado. Lo que sucede es que, en la composición objeto de nuestro estudio, estos valores se potencian extraordinariamente al insertarse en una serie de contrastes y alternancias vida/muerte, correspondientes a la técnica alternante de preguntas y afirmaciones que vertebra todo el poema. Habrá trigales verdes, y muías pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. (21) Recuérdese también cómú, en el conocido poema «Abril florecía» (XXXVIII), Machado asocia el tañido de las campanas a la muerte de la hermana menor: «Señaló a le tarde / de abril que soñaba / mientras que se oía / tañer de campanas.» 963 La serie de los futuros de probabilidad se prolonga con la aparición de los «trigales verdes», que tienen una función similar a la de las hojas y las flores enumeradas antes; son signos de vida que surge al conjuro de la primavera, Hay, además, una importante matización: se trata de elementos que pertenecen a una naturaleza dominada y aprovechada por el hombre —de ahí la irrupción de un sujeto humano, los «labriegos»—, y añaden, por tanto, la noción de «trabajo» a la idea inicial. Pero los versos, aparentemente simples, encierran, de hecho, una complejidad que es preciso desentrañar. Detengámonos en ellos unos momentos. Por otra parte, es indudable que en las imágenes de los trigales verdes y de los iabradores que siembran se reitera el hilo conductor de la composición, es decir, el contraste entre vida y muerte expresado por la idea subyacente de la resurrección primaveral. Los trigales brotan de la tierra. Pero, al mismo tiempo, la tierra se abre para recibir la semilla de los tardíos (22); lo que se entierra en la sementera no quedará condenado al olvido y a la destrucción, sino que surgirá de nuevo para beneficio de quienes le han dedicado su fe y su trabajo. Hay en estas imágenes una actitud de esperanza muy semejante, aunque por otras razones, a la que se hace patente al final de la composición «El dios ibero» (Cl) (23): Mas hoy... ¡Qué importa un día! Para los nuevos lares estepas hay en la floresta umbría, leña verde en los viejos encinares. Aún larga patria espera abrir al corvo arado sus besanas; para el grano de Dios hay sementera bajo cardos y abrojos y bardanas. Las nociones de «trabajo» y «esperanza», generadas por los versos en que aparecen los labriegos y las sementeras, son, además, solidarias en el pensamiento de Machado, y no es difícil averiguar su pro- (22) Una variante de esta imagen puede verse en «Campos de Soria» (CXIIl), donde la vida que apunta —los «trigales verdes»— aparece simbolizada por un niño: *Dos lentos bueyes a r a n / . . . / y entre las negras testas doblegadas / bajo el pesado yugo, / pende un cesto de juncos y retama, / que es la cuna de un niño; / y tras la yunta marcha / un hombre que se inclina hacia la tierra, / y una mujer que en las abiertas zanjas / arroja la semilla». (23) Vid. las finas observaciones que ofrece, a propósito de estas estrofas y de su filiación «gineriana», R, Paoli, ob. cit., p. 61, Por su parte, A. Sánchez Barbudo, al comentar «El dios ibero», ve también en su final «una lejana esperanza» (ob. cit., p. 191). 964 cedencia si se recuerda que, en la espléndida elegía a Giner de los Ríos (CXXXIX), Machado scribe: ¿Murió?... Sólo sabemos que se nos fue por una senda ciara, díciéndonos: Macedme un duelo de labores y esperanzas. La aparición de las «abejas» en el mismo verso en que concluye el enunciado anterior indica con nitidez que entre éste y la nueva imagen existe una continuidad, o, mejor aún, cierto nexo de unión. Este elemento común es, sin duda, la misma noción de «trabajo», casi connatural a la abeja desde la literatura más remota (24); en este caso, claro está, un trabajo que domina y transforma la naturaleza. Pero no olvidemos que «A José María Palacio» es también, y fundamentalmente, un poema de amor. Y una dilatadísima tradición literaria asigna a la minúscula abeja un claro sentido amoroso, basado en el paralelismo entre el animal que clava su aguijón en la flor y el diosecillo Cupido que asaetea a los mortales (25) El frecuentísimo aprovechamiento de esta imagen a lo largo de varios siglos de literatura es un dato que no puede ignorarse. Es igualmente sintomático que, en un breve poemilla machadiano —uno de los «Proverbios y cantares» incorporados al libro Campos de Castilla—, el autor aproxime la imagen de la abeja a conceptos claramente amorosos: Las abejas de las flores sacan miel, y melodía del amor, los ruiseñores; Dante y yo —perdón, señores— trocamos —perdón, Lucía— el amor en Teología. Naturalmente, lo que se dice en «A José María Palacio» de las abejas —que «libarán del tomillo y el romero»— es real y absolutamente coherente en un poema donde se habla de la primavera. En la lectura «de frente», el dato, aunque trivial, no desentona. Lo específicamente poético es que los versos continúen manteniendo idéntica coherencia en una lectura «al sesgo» como la que aquí se pretende. En estos versos se habla, sí, de las abejas libadoras, pero también (24) Por ejemplo, en textos bíblicos: «Pequeña entre los volátiles es ia abeja, pero el fruto de su labor es riquísimo» («Eclesiástico», 11, 3). (25) Sobre este tema resulta imprescindible el artículo postumo de María Rosa Lida de Malkiel, «La abeja: historia de un motivo poético», en «Romance Philology», XVIII, 1963, pp. 75-86). 965 del amor que resurge en primavera, tema insinuado al principio de la composición y que en los últimos versos adquirirá su más alta expresión artística. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Ei lector menos atento advierte sin dificultad que este es el único verso del poema que contiene dos preguntas sucesivas. La expresión se hace más rápida, más apremiante. La segunda interrogación se precipita inmediatamente después de la primera, porque el poeta ya no pregunta si «hay» algo, sino que se interesa por saber si «quedan violetas». La elección del verbo introduce una nota de fugacidad; se pregunta por algo bello que tal vez ha dejado ya de existir, y de ahí la urgencia de la interrogación y su colocación en el mismo verso. Hay aquí también, sin disputa, la minuciosa precisión de quien conoce el dato real de que las violetas son más tempranas que la flor del ciruelo y que, cuando éstas surgen, aquéllas se encuentran en trance de desaparecer; pero no es este «realismo» el que proporciona al verso su calidad poética, sino la pregunta apremiante por un objeto bello que tal vez el tiempo ha destruido ya, así como la perfecta correspondencia entre el tono anhelante del enunciado y su «traducción» rítmica y métrica. De los ciruelos en flor, como rasgo paisajístico primaveral, hay otros ejemplos en ía poesía de Machado. Quizá lo más destacable de casi todos ellos sea una nota que en este caso el poeta ha omitido: el color. En «La tierra de Alvargonzález», al describir la primavera, apunta Machado: Ya están las zarzas floridas y los ciruelos blanquean. Y la versión en prosa del romance, muy similar en este punto, insiste en lo mismo: «Verdeaban los álamos del camino y de las riberas, y los ciruelos del huerto se llenaban de blancas flores» (26). Los ciruelos en flor se hallan, en efecto, en la misma línea significativa y simbólica de las acacias, los montes nevados, las «zarzas florecidas» y las «blancas margaritas». Lo que importa de los ciruelos en flor es la flor, y, en ella, lo decisivo no es la sustancia, sino la cualidad: su color blanco. No es necesario, después de todo lo ya dicho antes, insistir en este punto; de nuevo, una velada alusión al amor —la imagen de las abejas— ha desencadenado una eclosión de blancura. El (26) «Obras», p. 775. 966 amor que se evoca o se insinúa en el poema «A José María Palacio» lieva inmediatamente aparejado un hálito de pureza. Pero el verso no acaba aquí. La sensación despertada por los ciruelos en flor se mezcla con la pregunta sobre las violetas, y en este caso el tema es ya otro, aunque, por el hecho de hallarse en el mismo verso, traduce una intuición simultánea. Lo que resalta ahora es el carácter perecedero de las violetas, su lamentable fragilidad, que las condena, a morir al poco tiempo de haber nacido. Irrumpe, así, en esta segunda parte del verso, la imagen de la muerte, ya sugerida antes, pero que ahora se enriquece con sutiles matices; no se trata, en efecto, de la muerte en abstracto, sino de una muerte temprana que afecta a humildes y delicadas flores silvestres. Se sabe con certeza que, aunque escrito en 1913, el poema de Machado no se publicó hasta 1916 (27). Durante estos tres años debió de sufrir retoques, seguramente encaminados a celar sentimientos que, en la versión inicial, debieron de ser más explícitos. Sin embargo, este proceso ée enmascaramiento no logra impedir que en la pregunta sobre las violetas se transparente el dolorido recuerdo de Leonor, la frágil esposa muerta a los diecinueve años. Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Si la misión de los labriegos era sembrar y crear vida, la de los cazadores —nuevo sujeto humano— consiste en destruirla. Invade estos versos una sensación de muerte que enlaza con la interrogación anterior. Es evidente la extraordinaria habilidad con que Machado va articulando los temas; pero no es ia perfección técnica lo único destacable aquí. Los minuciosos detalles que acumula el autor sobre estos cazadores —son furtivos, llevan largas capas, ocultan el reclamo de la perdiz—, incluidos en el poema precisamente cuando éste se acerca ya al final, no constituyen un ejemplo de prolijidad ni están de más. Era necesario señalar en estos cazadores su carácter de furtivos, no sólo porque así lo exige la época, sino porque esto permitía a! autor añadir el dato que para él era esencial: el uso del reclamo para cazar perdices. Esta trivial nota caracterizadora revestía, en el plan constructivo y en el desarrollo del poema, una importancia decisiva. Porque es el canto de la perdiz lo que atrae al macho que acabará abatido por los cazadores. El ajeo de la hembra despierta irremisi(27) C Beceiro. en su art. cit.. de «La Torre» (vid. 'supra', n. 4). 967 blemente los impulsos eróticos del macho, del que bien puede afirmarse, salvando la banal expresión, que muere por amor. El canto preludia la muerte. En estos versos, amor y muerte se funden, indisolublemente unidos, en el recuerdo nostálgico de la primavera soriana. Y esta súbita y dolorosa fusión en el espíritu del poeta provoca inmediatamente, urgentemente, en el mismo verso, la apelación al amigo, idéntica a la del comienzo, pero teñida ya de angustioso apremio; tanto, que sirve de entrada a la pregunta más acongojada y trascendente de todo el poema: ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Los imperativos del análisis obligan a detener e inmovilizar artificialmente esta espléndida fluencia para intentar percibir su sentido.. Los ruiseñores son frecuentísimos en Machado y, especialmente, unidos a la primavera y a los árboles, como ya quedó indicado. Lo que= ©I poeta pregunta —lectura «de frente»— es si los árboles que bordean el río están ya llenos de ruiseñores, indicio primaveral. Y, sin embargo, sólo la lectura «al sesgo» que recomendaba Machado permite descifrar el exacto mensaje del endecasílabo. Después del ajeo de la perdiz, los ruiseñores canoros en «las riberas», es decir, en ambas orillas del río, tienen un significado fácilmente discernible. En primer lugar, y sin salir de la poesía machadiana, el ruiseñor aparece como cantor de la primavera —de ahí los «álamos cantores» citados antes—, lo que puede ejemplificarse con los primeros versos, del poema «A Xavier Valcarce» (CXLi): Valcarce, dulce amigo, si tuviera la voz que tuve antaño, cantaría el intermedio de tu primavera —porque aprendiz he sido de ruiseñor un día—. Pero, fundamentalmente, los ruiseñores son para Machado pájarosamorosos. Sus trinos son continuos y jubilosos mensajes de amor. Por eso, los álamos del Duero son «álamos del amor que ayer tuvisteis / de ruiseñores vuestras ramas llenas» (CXIil); y Rubén Darío será «jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares» (CXLVIII) porque canta de orilla a orilla. En otro lugar (XXXIX) escribe Machado: ¡Ay de nuestro ruiseñor, si en una noche serena se cura del mal de amor que Hora y canta sin pena! 968 El ruiseñor que canta el «mal de amor» no es una imagen exclusiva de Machado, sino un antiguo y venerable tópico literario que, desde Virgilio, ha transitado reiteradamente por buena parte de la poesía amorosa occidental (28). Si se tienen en cuenta estos hechos, el verso machadiano resulta inmediatamente comprensible. «¿Tienen ya ruiseñores las riberas?» Es decir, ¿han comenzado ya los ruiseñores a intercambiar de orilla a orilla sus «blandas querellas», su tradicional diálogo amoroso? Esta interpretación sería la única posible si el poema «A José María Palacio» tratara exclusivamente de la primavera. Pero no hay que olvidar el hecho básico de que el tema de la composición no es la primavera, sino Leonor, y que todos los elementos examinados hasta ahora han ido engarzándose en función de ese tema central. En el verso que nos ocupa —uno de los más complejos de Machado, a pesar de su aparente sencillez—, se condensan dos conceptos repetidamente usados por el poeta: ios «ruiseñores« y las «riberas». Ya hemos comprobado el sentido del primero; nos queda por examinar el otro. Naturalmente, las riberas y los ruiseñores son elementos «reales» del paisaje; pero también lo es el río y ya vimos, sin embargo, con qué facilidad adquiría dimensiones simbólicas. No se olvide, además, la vecindad entre «riberas» y «ríos». En una composición temprana (Xlll) ya había escrito Machado: El agua en sombra pasaba tan melancólicamente bajo los arcos del puente, como si al pasar dijera: «Apenas desamarrada la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera, se canta: no somos nada. Donde acaba el pobre río ¡a inmensa mar nos espera». Aquí predomina todavía el símbolo del agua fugitiva como expresión de la vida que pasa, pero se insinúa la ribera como una «orilla del tiempo». En un poema posterior (XXI), Machado ha encontrado, por fin, la expresión plena e inequívoca de la imagen: Daba el reloj las doce ... y eran doce golpes de azada en tierra... ...¡Mi hora! •—grité—... El silencio me respondió: —No temas; (28) Vid. el modélico estudio de María Rosa Uda, «Transmisión y recreación de temas grecolatinos en la poesía lírica española», en «Revista de Filología Hispánica», I, 1939, páginas 20-63. 969 tú no verás caer la última gota que en la clepsidra tiembla. Dormirás muchas horas todavía sobre la orilla vieja, y encontrarás una mañana pura amarrada tu barca a otra ribera. El texto no necesita detenidos comentarios. La «otra ribera» es ya un estado distinto: la muerte; entre ambas orillas, el río ha dejado de ser imagen de la vida que pasa para adoptar la configuración de un viejo símbolo mitológico: la frontera entre la vida y la muerte [29). Advertida ya esta contaminación de sentido, hay que volver al verso de «A José María Palacio»: ¿Tienen ya ruiseñores las riberas? Subsiste la interpretación inicial: el poeta pregunta si los ruiseñores han iniciado el aludido diálogo amoroso desde una orilla a la otra. Pero ai mismo tiempo se pregunta si no será posible, en medio de la floración primaveral, entablar un diálogo con la esposa muerta, situada en la otra «orilla» del tiempo. De este modo, el verso es más importante por lo que oculta que por lo que dice, y su patetismo se deriva precisamente de ese esfuerzo por esconder los más íntimos y aconsejables anhelos del poeta. ¿Existe esa posibilidad de comunicación entre la vida y la muerte? ¿Cómo llevar a cabo esa ofrenda amorosa, ese coloquio íntimo y deseado, paralelo a los mensajes de los ruiseñores? La respuesta se halla en los versos siguientes, que rematan el poema: Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra... La acumulación de complementos circunstanciales a lo largo de los tres primeros versos retrasa la aparición del enunciado principal y crea una tensión hacia algo todavía no expresado. No es preciso insistir en que esta tensión traduce justamente ei estado de ánimo del poeta, que parece resistirse, ya en el último instante, a descubrir sus sentimientos, o tai vez a encargar al amigo la realización de algo (29) Vid ei uso del mismo símil en el soneto «A don Ramón del Valle-lnclán» [«Obras», página 277} o en los "Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela» (id., pp. 332 y ss.], glosados por L. Rosaies («Muerte y resurrección de Antonio Machado», en «Cuadernos Hispanoamericanos», núms. 11-12, 1949, pp. 435-479). 970 tan íntimo y persona!. Por otra parte, el retraso en la aparición del verbo aumenta imaginativamente la altura del Espino y presenta la ascensión como larga y fatigosa tarea [claro está que esta ascensión no resulta penosa debido a la altura, sino a la fuerte conmoción anímica que su evocación produce en el poeta). Más allá del tiempo, más allá de esta vida, las palabras ya no sirven, y es necesario el mudo lenguaje de los símbolos florales, tan querido a Machado: Pero si aguardas la mañana pura que ha de romper el vaso cristalino, quizás el hada te dará tus rosas, mi corazón tus lirios, (XXXIV) Cuando eí primer aroma exhalen los jazmines y cuando más palpiten las rosas del amor... (LXXXIV) Tras la tierra esquelética y sequiza —rojo de herrumbre y pardo de ceniza— hay un sueño de lirio en lontananza. ÍCV1) Es el final: lirios •—ilusión— y rosas —amor— para la esposa muerta, patéticos e inevitables sucedáneos de un diálogo imposible. RICARDO SENABRE Universidad de Extremadura Facuitad de Filosofía y Letras CACERES 971 NUEVA REFLEXIÓN SOBRE «POEMA DE UN DÍA. MEDITACIONES RURALES» «Poema de un día» está incluido en Campos de Castilla, volumen que responde a lo que el propio Antonio Machado considera como un nuevo rumbo ideológico en su poética (1). La primera fase de su producción (Soledades, Galerías y otros poemas, 1899-1907) se caracteriza-por el tema paisajístico e infantil, y especialmente por un subjetivismo radical donde lo anecdótico parece haber sido eliminado. Campos de Castilla supone una nueva dialecticidad por un desplazamiento objetivo de la subjetividad (2). Los versos da «Poema de un día» emergen como lúcida síntesis de los elementos afectivo, sensorial, filosófico e histórico. Este importante poema ha producido análisis de fragmentos de algunas de sus partes (3), pero estas parciales exégesis pueden ser enriquecidas por una nueva reflexión que tenga en cuenta la totalidad del poema. «Poema de un día» se abre con una muy literaria expresión demostrativa «Heme», que irónicamente enlaza con el nuevo destino de Machado en su caminar poético. La inmediata situación espacio-temporal «Aquí, ya» se relaciona con ese lugar concreto de la vida individual (1) «En un tercer volumen, publiqué mi segundo libro, «Campos de Castilla» (1912). Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada —allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba—, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano. Ya era, además, muy otra mi ideología», Antonio Machado, «Obras Poesía y Prosa», edición de A. de Albornoz y Guillermo de Torre. Buenos Aires: Editorial Losada, S. A., 1964, p. 47. Todas las citas harán referencia a esta edición con las siglas O. P. P. (2) «En mi composición "Los cantos de los niños", "Soledades") se proclama el derecho de la lírica a totalidad de la historia humana. El libro "Soledades" estaba íntegramente proscrito lo anecdótico». O. P. P., escrita el año 98 (publicada en 1904: contar la pura emoción, borrando la fue el primer libro español del cual p. 713. (3) Robert S. Piccioto, «Meditaciones rurales de una mentalidad urbana: el tiempo, Bergson y Manrique en un poema de Machado», «La Torre», año X I I , núms. 45-46, enero-junio, 1964, pp. 141-50; Sánchez Barbudo, «Los poemas de Antonio Machado». Madison, Milwaukee and London: The University of Wisconsin Press, 1969, pp. 270-280; Eugenio Frutos, «El primer Bergson en Antonio Machado», «Revista de Filosofía», tomo XIX, núms. 73-74, 1960, pp. 121-125; José María Valverde, «Antonio Machado», Siglo XXI de España Editores, S. A., 1975, pp. 104, 125, 133-134. 972 unido en síntesis vivificadora con la intuición o emoción de la vida personal de Machado. La preterización histórico-literaria nos recuerda el pasado modernista {«maestro de gay-saber,/aprendiz de ruiseñor»), contra el que irónicamente abomina el poeta, aunque el entusiasmo modernista por la belleza, el aspecto forma! y el «sensacionismo» estuviese siempre presente en su poesía (4). Con «aprendiz de ruiseñor» parece aludir al hecho de que, a pesar de su reiterada admiración por Rubén Darío, censura a los ciegos seguidores del paladín del modernismo. Como modernista, Machado recoge igualmente la esencialidad simbolista del modernismo, la melodía interior o la naturaleza como estado del alma (5), pero sin desdeñar la lógica ni el clima filosóficoespiritual de la época y lugar donde el poema surge, «Poema de un día» —fechado en Baeza, 1913— aparece en La Lectura (XIV, í¡, 1914, pp. 47-51), para ser ampliado en 1917. Como sabemos, Antonio Machado toma posesión de la cátedra de Lengua Francesa del Instituto General Técnico de Baeza el 1 de noviembre de 1912, donde permanece hasta 1919. La relación espaciotemporal constituye una doble raíz de temporalidad porque el espacio no es estático, sino fluyente como un estar en el tiempo: «en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío entre andaluz y manchego. Invierno. Cerca del fuego.» El clima físico-espiritual de Baeza es obviamente distinto al de Sevilla y Soria, como reflejan las tres parejas de adjetivos que sobriamente se sintetizan en ese «Invierno» cuando se compone el poema. El símbolo bisémico, según la categorización de Carlos Bousoño, ofrece, frente ai significado del piano real, el emotivo. «Destartalado y sombrío», descripción física de Baeza, corresponde a la confusión y soledad del poeta. A estos dos adjetivos se une la nota de transitoriedad o falta de carácter de este pueblo «entre andaluz y manchego». Estos signos sugestionadores descargan, como hemos dicho, su carga emo(4) La rejación por contraste geográfico-telúrico que señala Piccioto nos parece de importancia secundaria. «La imagen del profesor, frente a la del joven poeta, gana significación a través del lenguaje en que se expresa: los términos provenzales de 'ruiseñor' y 'gay-saber' exponen la calidad juvenil, primavera!, emotiva, meridional, del poeta; su polo opuesto, el profesor, es menos impulsivo, más otoñal. Paralela a este contraste encontramos la referencia al pueblo ('entre andaluz y manchego'): la soleada, alegre Andalucía contrapuesta a la sombría Castilla», op. cit., pp. 142-143. (5) «Paisaje y sentimientos —modalidad psicológica— son una misma cosa; el poeta se traslada al objeto descrito, y en la manera de describirlo nos da su propio espíritu. Se ha dicho que 'todo paisaje es un estado del alma' y a esta objetivación llega Antonio Machado en sus poemas», Azorín, «Clásicos modernos», Madrid, 1913, p. 123. 973 tiva en el término «Invierno», fin de un proceso que provoca una frialdad que, a. su vez, lleva al recogimiento «cerca del fuego». «Fuego» encierra dos significados sintéticos: motivo de meditación temporal similar al agua y medio para combatir el frío físico y el aislamiento del poeta. El contraste espacio-climático «cerca-fuera», «fuego-llueve», marca la correlación interna-externa o salida del reflexivo yo a la objetivación del pensamiento, dialéctica que define toda la composición y que se conforma al ideal político machadiano de «Poesía es lo que dice el alma —si algo dice— en contacto animado con el mundo.» El piano afectivo-circunstancial —muerte de su esposa Leonor, acaecida el 1 de agosto de, 1912; traslado profesional, pueblo miserable, invierno— se objetiva en una serie de estudios que traducen la emoción de un ser solitario que dialoga (monologando) con. él mismo, la Naturaleza, la Historia, los otros (campesinos), la nada y la palabra; es decir, la poesía, el tiempo, porque «Con la palabra se hace música, pintura y mil cosas más; pero sobre todo se habla» (O. P.P., p. 808). Las sensaciones y emociones empiezan a penetrar como experiencia inmediata en la meditación del poeta. «Fuera llueve un agua fina», agua que intensifica la monotonía, lentifica el estado de conciencia, vivificando la capacidad reflexiva del poeta e introduciendo una serie de cambios («trueca», «torna») por los que este «agua fina» se hace «neblina» y «aguanieve», evolución que refleja el inicial pesimismo que embarga al autor. La lluvia, objetivación del sentimiento personal, traduce la fluidez temporal, compuesta por estadios de la conciencia que se interrelacionan entre sí. A esta primera salida externa sucede, un movimiento interno, provocado por el deseo del poeta por superar el encerramiento físico-espiritual en que se encuentra. Identificándose con «fantástico labrador», se refugia momentáneamente en la fantasía para contrarrestar su actual depresión. La fantasía, como imaginación avanzada, supone una suspensión o sobrepasamiento de lo empírico, una breve salida de la historia, pues inmediatamente retorna al «pienso en ios campos». De la contemplación de la naturaleza, como estación provocadora de alteraciones emotivas, el poeta pasa al aspecto anecdótico de ese gua que fertiliza tanto los frutos humildes, «alcaceles y habares», como los nobles «viñedos y olivares». El poeta se suma a esa colectividad («Te bendecirán conmigo / los sembradores de trigo») que depende de los caprichos de esa fortuna, que le arrebató el ser querido. Esta primera parte del poema termina con una invocación al Señor para que la «neblina» se convierta en «aguanieve» y «agua fina». La apelación del verso final, «¡Llueve, Señor; llueve, llueve!», constituye una anhelante llamada del poeta por recuperar cierta fe en el vivir que 974 correlativamente se intensifica en el «¡creer, creer y creer!» con que termina la segunda parte del poema. Después de la primera pausa se vuelve a lá determinación espacial, concreta («mi estancia»), con «esta luz invernal» que empieza a alumbrar la luz del entendimiento en una atmósfera apagada, propicia al «sueño y medito». La vida, que introspectivamente es objeto de la meditación, se le presenta al poeta dentro de una ambigüedad y vaporosidad que corresponden al plano de <la sensación de «—la tarde gris, tamizada / por la lluvia y el cristal—». A través, de esa niebla o duda el poeta intenta ahondar en ¡a verdad a través de la evanescente frontera que separa el sueño y la razón. Una vez establecida la correlación entre mundo exterior e interior, el estado de abstracción, tristeza y duda del poeta se trasciende al exterior. La actividad pensante (destemporalizadora) se liga (no identifica) al inevitable acontecer temporal del mundo fenoménico. La verdad, confusamente entrevista, es ensoñadora en tanto en cuanto se apoya en el sueño, o sea en el sentido de aspiración metafísica del ser. La problemática machadiana se debate entre el hombre que sueña y vive, pero fundamentalmente se concreta en el ser que, despierto en su sueño, intenta descifrar con su inteligencia el misterio de la existencia. Este soñar vigilante o despierto es el que permite sorprender al mundo, a las cosas, en su transformación real o fluidez. La dicotomía soñar-meditar —necesarios ambos para la cognición— aparece frecuentemente en Machado como actitudes complementarias, en imagen simbólica de la angustia. La aprehensión del mundo a través de la vigilia del sueño y la razón se resuelve dialécticamente por una tercera vía —la cordial—• en la que parece satisfacerse la angustia o aspiración metafísica del poeta, metafísica que descansa en «la incurable otredad que padece lo 'uno'» (O. P.P., p. 357). El verbo «clarea» con que se inicia la segunda estrofa trata de arrojar alguna luz a ese sujeto de cambios, o ser, que medita mientras observa las transformaciones atmosféricas del día. La temporalidad impresionista hace que la realidad se autentice, actualizándose en cada momento de transitoriedad, adaptándose a los distintos grados y momentos de la reflexión. La diferencia entre el impresionismo machadisno —realidad como actual impresión— y la «poesía pura» es que en ésta la impresión constituye la única realidad verdadera, mientras que la cosa exterior permanece inmutable. En Machado, como puede comprobarse a través de todo el poema, los planos subjetivo y objetivo se influyen y modifican constantemente. Frente al yo esencial —típico del subjetivismo de la fase de Soledades— aparece el mundo de lo 975 «otro» y especialmente el hombre solitario [el «otro»). A nivel emocional, lírico, la participación de ese «otro», o TU, es, según Machado, fundamental: «El sentimiento no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del yo con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del TU, es decir, de otros sujetos. Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien NUESTRO. Sin salir de mí mismo, noto que en mi sentir vibran otros sentires y que mi corazón canta siempre en coro, aunque su voz sea para mí la voz mejor timbrada» [O. P, P., p. 714). El pensamiento no existe sin las cosas, ni éstas sin el primero, dialecticidad que se resuelve finalmente en movimiento cordial. Esta casi luz de «Clarea» nos descubre «el reloj arrinconado y su tic-tac, olvidado / por repetido, golpea». El reloj aparentemente «arrinconado», «olvidado», va marcando inexorablemente la finitud de nuestra existencia, y su sincronismo («monótono», «aburrido»), como la lluvia, acentúa el acto reflexivo, es decir, la intuición temporal del tiempo no cronométrico. Reloj, como «corazón de metal», nos remite a la ¡dea de la obsesiva medición de un tiempo que le acerca a esa muerte (nada) o forma de eternidad: «Porque el hombre es el animal que mide su tiempo. Sí; el hombre es el animal que usa relojes. Mi maestro paró el suyo —uno de plata que llevaba siempre consigo— poco antes de morir, convencido de que en la vida eterna a que aspiraba no había de servirle de mucho, y en la Nada, donde acaso iba a sumergirse, de mucho menos todavía» (6). La vida del poeta no puede ser pensada fuera de ese tiempo lógico (mecánico) y psicológico (intuición). Irónicamente se objetiva el escritor en la próxima estrofa para plantearse una pregunta cuya negativa respuesta encierra una nota afirmativa: «En estos pueblos ¿se escucha el latir del tiempo? No.» El tiempo como acontecer histórico en estos principios de siglo se caracteriza por la eterna lucha entre las fuerzas que socioeconómicamente luchaban por el progreso y el conservadurismo reaccionario, contra el que se rompían todos los intentos por superar ese dualismo que Antonio Machado denominó de las «dos Españas» (7). (6) O. P. P., pp. 487-488. (7) «Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de segunda enseñanza, y apenas sabe leer un treinta por ciento de !a población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la 976 El tono humorístico que permea «Poema de un día» está en función del desdoblamiento, por el que el autor se dice a sí mismo lo que no le gustaría decirse. Este fecundo escepticismo representa una forma de la libertad que enfrenta constantemente dos formas de pensamiento. El poeta pretende enajenarse de este acontecer externo, aparentemente distinto, pero inseparable de la intuición interna, en los cuatro versos siguientes: *Pero ¿tu hora es la mía? ¿Tu tiempo, reloj, el mío?» La respuesta encierra una nismo marca minuto a minuto el tiempo mecánico no puede cional, al que bruscamente se nota positiva y otra negativa. El mecala aproximación a -la muerte, y por otra medir el tiempo de la intuición o emosafta en los siguientes versos: «• (Tic-tic, tic-tic.) Era un día (tic-tic, tic-tic.) que pasó, y lo que yo más quería la muerte se lo llevó.» Este único recuerdo de la esposa fallecida constituye la sola instancia temporal en el poema, que no se inscribe en la ley clásica que define el acontecer de «Poema da un día». La estrofa siguiente viene marcada por este pretérito recuerdo, que enlaza con al adverbio situacionai separativo «Lejos» para producir una vaga e insistente sensación auditiva con «clamores de campanas», apagado sonido que se confunde finalmente con la lluvia fuerte del «Arrecia el repiqueteo». El poeta, «fantástico labrador», vuelve a sus campos, es decir, a sus palabras o forma de intemporalidad, ele la que vuelve a ser sacado por ese tiempo histórico de los «sembradores de pan», antes «sembradores de trigo». Este cambio no sólo marca el proceso evolutivo temporal, sino la fructificación o maduración, cuya igualatoria participación se plantea el poeta: «Señor, ¿no es tu lluvia ley en los campos que ara el buey y en los palacios del rey?» ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la rulota. La profesión do jugador de monte se considera muy honrosa. Es infinitamente más levítica y no hay un átomo de religiosidad. Se habla de política —todo el mundo es conservador— y se discute con pasión cuando la Audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por jurados. Una población rural encanallada por la Iglesia y completamente huera. Por !o demás, el hombre trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones tan lamentables que equivalen al suicidio» (O. P. P.t p. 914). 977 CUADERNOS. 304-307 (II).—23 E! agua, anteriormente aliada al combate con la soledad presente, se convierte en depositaría de esa fe o esperar a que aspira el poeta: «/O/i agua buena, deja vida en tu huida!» La progresiva acumulación de aburrimiento, pesimismo y soledad están en íntima relación con el crecimiento marcado por agua-fuenterío, fluir que desemboca en el mar de la espera (8). El tiempo de la reflexión lleva nuevamente ai poeta a la consideración de ese agua: «corriendo a ía mar remota con cuanto quiere nacer». Más que a una igualitaria muerte en sentido manriqueño, los versos parecen referirse a esa lejanía a la que el hombre quiere Negar para sacar el mundo de la nada o ser de creación divina [9]. Este miado a la nada es lo que hace a! hombre preocuparse constantemente por ei ser en movimiento dialéctico de afirmación del yo y negación de la nada. Á Machado, como a Unamuno, ie preocupa el tiempo personal hacia la muerte, pero la obsesión del poeta sevillano está más cerca de Unarniino que da Jorge Manrique, Machado, en las numerosas alusiones que en su poética hace a Manrique está no sólo demostrando la fuerza de la tradición poética, sino prestando homenaje a una elegancia lírica basada en lo natural y profundo. La intuición del pasado —muerte de Leonor— podría relacionarse con la preocupación manriqueña del doloroso sentir o melancolía provocada por la pérdida de! ser amado. La ideología manriqueña —concepto medieval de la existencia, vida terrenal como tránsito, efimeridad de los bienes terrenales— y especialmente la idea de que eliminando la ilusión temporal el hombre puede encontrarse en lo eterno están en conflicto con el radical escepticismo de Machado. Todos los signos de ese «mar» son vitalizadores («nacer», «florecer», «sol», «primavera», «espiga temprana», «prado verde») y se cents) Para las distintas interpretaciones a que se presta el símbolo del mar en Machado, véase M. P. Palomo, «A. Machado», Madrid: Narcea, S. A. de Ediciones, 1974, pp. 84-87; Aurora de Albornoz, «La presencia de Miguel de Unamuno en Machado», Madrid: Editorial Gredos, S. A., 1968, pp. 245-251; Laín Entralgo, «La espera y la esperanza» (1954), pp. 430, 431-434; Julián Palley, "Los tres tiempos de Antonio Machado", «Revista Hispánica Moderna», I, XXX, 1964, pp. 257-260. (9) «En la teología de Abel Martín es Dios definido como el ser absoluto, y por ende, nada que sea puede ser su obra. Dios, como creador y conservador del mundo, le parece a Abel Martín una concepción judaica, tan sacrilega como absurda. La nada, eh cambio, es, en cierto modo, una creación divina, un milagro del ser, obrado por éste para pensarse en su totalidad» (O. P.P., p. 311). 978 tran en el término «espera», no esperanza, es decir, confianza en el tiempo o pasar, y no desde una categoría apriorística o bien supremo al modo manriqueño (10). Pero al. final de la estrofa el tono cambia: «y más: razón y locura y amargura de querer y no poder creer, creer y creer!» El agua aparece como signo en la vivificadora síntesis de la antinomia «razón y'locura». La inteligencia del hombre aparece como insuficiente para descifrar ei misterio de la angustia [nada, mar), anhelo que indefectiblemente puede canalizarse por la vía cordial. La repetición «creer, creer y creer» se relaciona con el interés que en esía época manifiesta Machado por la filosofía y persona de Unamuno (11). La soledad y desesperanza de Machado, más incrédulo que el pensador bilbaíno, acentúa en este período de su existencia, por un lado, su desconfianza hacia Dios, al mismo tiempo que le impulsa a una búsqueda de un lazo de amor o solidaridad con los otros, El anhelo de iluminación o fe se ve oscurecido por el paso del día a la noche, así como por la presencia de los objetos vulgarec, que desvían de ese conocimiento en que ei intelecto, a veces narcisísticamen» te, se recrea: «Anochece; el hilo de ¡a bombilla se enrojece, luego brilla, resplandece, poco más que una cerilla,» Por fin hace su aparición la referencia directa a Unamuno —sí «dilecto» y «predilecto» de «esa España que se agita, / porque nace o redo) «Vivir es devorar tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir esperando. Porque, aun la vida beata, en la gloria de los justos ¿estará, si es vida, fuera del tiempo y más allá de la espera? Adrede evito la palabra 'esperanza', que es uno dé los grandes superlativos con que aludimos a un esperar los bienes supremos, tras de los cuales ya no habría nada que esperar» (O. P. P., p. 373). (11) «La muerte de mi mujer dejp mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente, Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por !a suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Tal vez por esto viniera Dios al mundo. Pensando en esto, me consuelo algo. Tengo a veces espe. ranza. Una fe negativa es también absurda. Sin embargo el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dblorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar. Paciencia y humildad.» Carta a Unamuno, ¿1913?, O. P. P., pp. 916-917. 979 sucita»—, en relación irónica con el precario vivir español, que a principios de siglo acusa las tensiones históricas de la época (12). Esta actitud de preocupación socio-política de Machado por el problema español constituye la excepción en el grupo noventayochista, que, revolucionario en su juventud, termina apartándose de la Historia y ocultándose en el paisaje (13). Machado se identifica con la filosofía unamuniana «diletantesca», «voltaria» y «funambulesca», refiriéndose al difícil equilibrio entre razón e intuición, y a esa zona media donde se sitúa el poeta para luchar desde la angustia y la duda. La antinomia razón-fe la traslada inmediatamente al plano temporal para insinuar que el flujo, la duración, puede ser aprehendida emocionalmente por la poesía. «Agua del buen manantial, siempre viva, fugitiva; poesía, cosa cordial.» El pensamiento lógico, que es destemporalizador, no puede enajenarse de! movimiento; es decir, el poeta, que no puede pensar sino en si tiempo, sigue su orientación sentimental en el debate antinómico entre homogeneidad (inmóvil) y heterogeneidad (lo cambiante). Aunque queda destacada la importancia del factor emotivo en el poema, el pro- (12) «Cuando comienza el siglo XX, el Partido Socialista Obrero Español y la Unión Genera! de Trabajadores (dirigidos por Pablo Iglesias y Antonio García Quejido) están ya sólidamente implantados. En breves años decuplicarán su fuerza, tendrán numerosos concejales y hasta un diputado (Iglesias, a partir de 1909), dirigirán numerosas huelgas, particularmente en Vizcaya, crearán la organización de jóvenes (en 1905) y tendrán una audiencia creciente en el país. El anarquismo, que había quedado desorganizado a consecuencia de su ala terrorista (que persistirá) renace en el cauce del anarco-sindicalismo catalán a partir de 1904; en 1910 se crea la Confederación Regional del Trabajo y, al año siguiente, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Ese mismo año, la UGT, que al comenzar el siglo tenía 26.000 afiliados, pasa ya de los 127.000... Estas diversas fuerzas que en más de una ocasión toman la forma de lo que se ha llamado 'las dos Españas' —antinomia expresada y poéticamente por Antonio Machado en 1913— se enfrentan en diversas formas y ocasiones durante ¡os primeros quince años del siglo; en las elecciones legislativas, en las grandes huelgas de Bilbao en 1903, 1906, 1910, de Barcelona en 1903, en e! conato de huelga general nacional del verano de 1910, en la huelga genera) nacional de septiembre de 1911, en la huelga ferroviaria de 1912... Hay, ei choque dramático de 1909; contra la movilización de reservistas y la guerra en Marruecos, la huelga general comenzada en Cataluña se transforma espontáneamente en una insurrección, reprimida por el ejército enviado desde otros puntos del país.» Tuñón de Lara, M., «La España del siglo XX», París: Librería Española, 1966 pp. 11-12, 15. (13) «Tras la entrada en la realidad histórica que significa para Antonio Machado "Campos de Castilla" ya sabemos lo que ocurre: sin abandonar jamás su muy peculiar 'duda metódica', consciente siempre de las ambigüedades, el pensamiento de Machado va refiriéndose cada vez más directamente a lo particular histórico y sencillamente, politizándose hasta extremos inesperados en un autor de su generación en fechas tan tardías.» Carlos Blanco Aguinaga, «Juventud del 98», Siglo XXI de España Editores, S. A., 1970, p. 320. 980 blema es determinar qué elementos entran en esa elaboración cordial del lenguaje poético (14). Inmediatamente se cuestiona la función de la poesía a través de una interrogación y una objetivación en diálogo, método dialéctico por medio del cual el poeta confronta dos posiciones desde un plano crítico para la comprensión concreta de la realidad. La respuesta es aparentemente negativa —«No hay cimiento ni en el alma ni en el viento»—, l a poesía no puede reducirse ni a lo subjetivo (alma) ni a lo objetivo (viento), ambos igualmente medios etéreos incompatibles con el tiempo síquico y espacio concreto donde se forja la poesía. La dialecticidad se caracteriza en la continua relación o constante dejsr de ser lo que se era que impide todo «cimkento» o «construcción» que no sea la duda, el conflicto. La alusión manriqueña del agua que va «hace la mar sin ribera» confirma este principio dialéctico de la falta de límites en que el agua, la poesía (tiempo), aparece como suscitadora de nuevas relaciones y tensiones entre el yo y el tú. La primera mención de Bergson, cuyo pensamiento ha instrumentado parte del desarrollo de «Poema de un día», se asocia con Kant y Unamuno. El interés de Machado por Bergson (15) está en relación con la preocupación del poeta sevillano por profundizar el estado interno (emotivo) de la creación poética. La teoría de la «duración real» del filósofo francés es fundamental en la poética machadiana. El problema central consiste en la contradicción que surge al tratar de adecuar la función emotiva y conceptual de la'poesía. Los estados instantáneos del tiempo duracional del poema se permean, sin yuxtaponerse, en virtud de su heterogénea especialidad. Ya «duración pura» se traduce en acto libre en tanto en cuanto espacio y tiempo son inedintificables. Kant, en oposición al pensador francés, introduce una relación causal espacio-temporal confundiendo tiempo («yo fundamental») y espacio («representación del ego»). Kant «ha hallado el libre albedrío / dentro de su mechinal»; es decir, ha situado el yo fuera de ía duración, y, por lo tanto, fuera de la esfera del conocimiento. El «mechinal» de Kant se constituye en principio y (14) «Pero e! lenguaje es ya mucho menos mío que mi sentimiento. Por de pronto, he tenido que adquirirlo, aprenderlo de los demás. Antes de ser nuestro —porque mío exclusiva- . mente no lo será nunca— era de ellos, de ese mundo que no es ni objetivo ni subjetivo, de ese tercer mundo en que todavía no ha reparado suficientemente ia psicología, del mundo de los otros yos» (O. p. p., p. 714). (15) Machado, con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios sigue cursos de Bergson y Bédier en 1911 y sigue su afición a esta disciplina con numerosas lecturas a partir de 1913 para licenciarse finalmente en 1917 en Filosofía por !a Universidad de Madrid. A su afición filosófica se refiere Machado en e! «Proyecto de discurso de ingreso en la Academia dé ía Lengua»: «Si algo estudié con ahínco fue más de filosofía que de amena literatura» (O. P. P., p. 843). 981 fin del problema del conocimiento eliminando el objeto (16) y toda posible aprehensión del mundo exterior. La actitud.kantiana supone una regresión al subjetivismo individualista del X!XT del que Machado trataba da salvar la conciencia individual integrándola en una nueva metafísica, donde sujeto y objeto entrasen en juego dialéctico lejos de cualquier tipo de pura Introversión. El poeta busca una forma de comunicación entre el yo y las cosas que va a definir tentativamente por la vía erótica: «Mas existe —según Abe! Martín— una quinta forma de la objetividad, mejor diremos una quinta pretensión a lo objetivo, que se da tan en las fronteras del sujeto mismo, que parece referirse a un «otro» real, objeto no de conocimiento, sino de amor» (O. P.P. 296). La simple actividad del sujeto no se agota en sí ni en el objeto, sino que se proyecta activa y amorosamente a! objeto en deseo vehemente de rebasar (no eliminar) su limitación subjetiva sin agotarse o puramente reflejarse en el objeto exterior (17). En la siguiente estrofa, después de la pausa del proverbio o tradición (histórica) de la que nunca parece querer separarse el poeta, se retoma el tema manriqueño: «Algo importa que en ¡a vida mala y corta que llevarnos Ubres o siervos seamos; mas, si vamos a ¡a mar, lo mismo nos ha de dar.» La ironía introduce dos pensamientos aparentemente contradictorios: la importancia o no importancia de la libertad en esta vida y lo inaplicable de este postulado ante la iguaiatoria muerte. A Machado le importa mucho la problemática de la libertad en función de ias relaciones entre subjetividad y objetividad. La voluntad autónoma da su propia ley sin sometimiento a las leyes de los fenónemos, pero a este (16) «En el movimiento pendular que va, en las artes como en el pensar especulativo, del objeto al sujeto, y viceversa, el ochocientos marca una extrema posición subjetiva. Casi todo él milita contra el objeto. Kant lo elimina en su ingente tautología, que esto significa la llamada 'revolución copernicana', que se le atribuye. Su análisis de la razón sólo revela ¡a estructura ideal del sujeto cognoscente» (O. P, P., p. 845). (17) «La conciencia —dice Abel Martin—, como reflexión o pretenso conocer dei conocer, sería sin el amor o impulso hacía lo otro, el anzuelo en constante espera de pescarse a sí mismo. Mas ¡a conciencia existe, como actividad reflexiva, porque vuelve sobre sí misma agotado su impulso por alcanzar el objeto trascendente. Entonces reconoce su limitación y se ve a sí misma como tensión erótica, impulso hacia 'lo otro' inasequible. Su reflexión es más aparente que real, porque, en verdad, no vuelve sobre sí misma para captarse como pura actividad consciente, sino sobre la corriente erótica que brota con ella de las rnismss entrañas del ser. Descubre el amor como su propia impureza, digámoslo así como su 'otro inmanente', y se le revela la esencial heterogeneidad de la sustancia» (O. P. P., p. 305). 982 imperativo moral de ¡a voluntad (sujeto) es inseparable de las normas que impone la realidad [objeto). Libertad y necesidad no van yuxtapuestos, sino en realidad unitaria, pues pertenecen a una unidad dentro de dos mundos. Toda libertad concreta está en unidad dialéctica con la necesidad, pues en la actividad real del hombre no se da —excepto en el plano ideal— en dependencia absoluta ni independencia total. En ía poética machadiana existe por un lado dependencia de esa fuerza amorosa que presupone una inclinación exterior a !a que tiende el poeta. El método dialéctico er¡ Machado trata del conocimiento de la totalidad del proceso subjetivo e histórico. Irónicamente el sujeto de la reflexión califica sus meditaciones de tediosas («soledad de soledades, vanidad de vanidades, / que dijo el Eclesiatés») y el pensamiento bíblico, como antes el proverbio español, íe sirve de apoyatura para comentar ¡o elusivo y vacío del tiempo presente. De esta abstracción, provocada por la soledad y la melancolía, ei poeta pasa ai mundo exterior en forma de los objetos que componen la indumentaria del poeta («Mi paraguas, mi sombrero, / mi gabán... Bí aguacero / amaina... Vamonos, pues»), pues el agua •—motivo de la reflexión— ha cesado de caer, E! cambio rea!, íntimo, que nos ha ido mostrando el poeta queda descompuesto en las divisiones que marca el sucederse de! tiempo: «luz invernal», «clarea», «anochece» y finalmente el «Es de noche» con que inicia la próxima estrofa. El poeta, abandonado a su intimis¿Tio, nos introduce, mediante la tercera persona, en la tertulia de la rebotica (18). El tema del paso del tiempo (en esta consuetudinaria reunión donde se mata el tiempo), centrado en los contertulios que hablan del carácter efímero de la política española, se sintetiza con el consabido proverbio (otra forma de intemporalidad): «Todo llega y todo pasa Nada eterno» que nos realidad provoca rico, de remite nuevamente al tema manriqueño de que la única es si pasar. El recuerdo de esa lluvia, que anteriormente ia introspección, enlaza nuevamente con el elemento históforma irónica («¡Las fatigas, los sudores / que pasan los (18] «La tertulia de la rebotica de Almazán estaba integrada, además de por su dueño, don Adolfo, que era profesor de gimnasia del Instituto, por el abogado Emilio Fernández del Rincón, ef catedrático ds filosofía, de Urquía, el doctor en medicina Juan Martínez Poyatos, el concejal Manuel Oliveira, el profesar de Matemáticas Gómez Arenas, don Antonio Parra, secretario del Instituto, etc. "Amistades de Antonio Machado", Orestes Macrí, "Ínsula", número 158.» Manrique de Lara, J. G., «Antonio Machado», Bilbao: Editorial" Española Desclée de Brouwer, 1968, p. 71. 883 labradores. / En otro tiempo...»), pues no todo tiempo pasado fue mejor para estos campesinos que esperan eternamente un trabajo que les permita vivir en su tierra con dignidad. El reloj, que paradójicamente introduce la inevitable especialización en nuestro tiempo síquico descomponiendo la continuidad, cierra inexorablemente el día. El poeta retorna a su habitación, al punto de partida •—como la lluvia, las cosechas, la tertulia—, con una mayor conciencia de su diaria vivencia, de su transitoriedad. Vuelto a su soledad se enfrenta nuevamente con el volumen de Bergson que provoca la última meditación: 'Sobre mi mesa Los datos de la conciencia, inmediatos. No está mal este yo fundamental, contingente y libre, a ratos, creativo, original; este yo que vive y siente dentro la carne mortal ¡ay! por saltar impaciente las bardas de su corral.» El bergsoniano «yo fundamental» se refiere a esos raros y únicos momentos de la actividad síquica en que el yo fundamental se identifica con la duración pura. Este yo cualitativo, indivisible, viviente, se constituye en libertad tomando posesión de sí mismo. La libertad consiste, pues, en ese acto plena y totalmente incorporado a la duración (19). «Contigente y libre, a ratos», porque son pocos los momentos en que la persona se identifica con la pura duración, es decir, cuando el yo toma posesión de sí mismo (20). La libertad se inscribe dentro de la heterogeneidad e inseparabilidad que agrupan el «vive y siente», pues ¡os estados de conciencia no pueden disociarse y el conocimiento aparece como conjunción del pensamiento (vida) e intuición (sentimiento) en ese estado especial y único del yo insustituible e irrepetible (21). La aprehensión inmediata e intui(19) «Nous sommes libres quand nos actes émanent de nostre personalité entiére quand ils lexpriment, quand ils ont avec elle cette indefinissabie ressemblance qu'on trouve parfois entre l'oevre et l'artiste.» («Essai sur les données immédiates de !a conscience». París: Presses Universitaires de France, 68 ed, 1948, p. 129.) (20) «Mais ees mdments oü nous ressaisissons ainsi nous-mémes sont rares, et c'est pourquoi nous sommes rarement libres. La plupart du temps, nous vivons extérieurement a nous-memes, nous n'apercevons de notre moi que son fantñme decoloré, ombre que la puré durée projette dans l'espace homogéne» (O. P. P., p. 174). {21} «Nous verrlons que si ees états passés ne peuvent s'exprimer adéquatement par des paroles ni se reconstituer artificiellement par une juxtaposition d'états plus simples, c'est parce qu'iis représentent, dans íeur unité dynamique et dans leur multiplicité toute qualitative» 984 tiva de lo real lleva a una aspiración metafísica («por saltar impaciente») de saltar del análisis narcisista del entendimiento y del vacío de las intuiciones a la fe cordial. La aceptación de la «otro» —no su existencia externa— constituye un acto de fe en el hecho de que la realidad carece de verdad fuera de la conciencia {22). Por la intuición que capta el devenir se descubre, según Bergson, el ser, así como la libertad, pero el esperar se basa en una razón objetiva o sed del otro, fundamento de la metafísica de Machado. La comunión con la «otredad» es primordial, aunque el empeño dentro de la «carne mortal» se traduzca muchas veces en fracaso. «Poema de un día» es una muestra del múltiple diálogo que la poesía establece entre diferentes niveles de la subjetividad y objetividad para tratar de alcanzar una adecuación entre el yo y el mundo mediante una síntesis totalizadora que dé sentido a ese sentimiento de la nada como fuente de revelación del ser. La dialecticidad yo-mundo, o creencia del yo en lo otro y el otro, atraviesa una serie de enriquecedores y conflictivos estadios que indefectiblemente parece resolverse en el yo emocional, erótico, como respuesta dialéctica a la alienación o división sujeto-objeto. El escepticismo creador de la poética de Machado, después de superar las limitaciones del antiíntelectualismo bergsoniano y la estructura ideal del sujeto cognoscente del análisis kantiano, vuelve ai sujeto sentimental que siente angustiosamente esa falta de Dios u «otredad» sin llegar completamente a objetivarse. Reflexión, pues, no como huida de sí mismo, sino como subjetividad con acción transformadora del yo que se objetiva. Movimiento de dentro afuera, que descubre al otro descubriéndose a sí mismo. JOSÉ ORTEGA The Humanistic Studies División University of Wisconsín-Parkside KENOSKA, Wís. 53140 (USA) des phases de Nous verrions action á i'état unique en son notre durée réeüe et concrete, de la durée hétérogéne, de la durée vivante. que, si notre action nous a pañi libre, c'est parce que le rapport de cette d'oü elle sortait ne saurait s'exprimer par une loi, cet état psychique étant genre, et ne devant plus se reproduire jamáis.» Op. cit., p. 179. (22) «La filosofía del porvenir a que Machado se refiere, filosofía existencialista, temporatista, pero de ia que falta esa fe que él añora, no es sino un inmanentismo a secas, es decir, un deseo, una necesidad de Dios; un Dios en el corazón y sólo en el corazón; algo que él desea tener, pero que no tiene.» Sánchez Barbudo, A., «¡deas Filosóficas de Antonio Machado» en «Antonio Machado», ed. de R. Gullón y Alien W. Phillips, Madrid: Taurus, 1973, p. 198. 985 LA TIERRA DE ALVARGONZALEZ EN LA POÉTICA DE ANTONIO MACHADO El 22 de febrero de 1933 muere en el hotel Bougnol-Quíntana, de Collioure, lejos de la alta paramera, de los olivos cenicientos, del claro huerto donde madura el limonero, don Antonio Machado, el más entrañable de los poetas españoles contemporáneos. Unos días antes, como tantos de los vencidos, había atravesado la frontera por Cervére, Era el final de la más trágica expresión que puede tornar la lucha fratricida: la Guerra Civil. En e! número 9 de la Revista Mundial de París, correspondiente a enero de-1912, aparece un cuento-leyenda, firmado por Antonio Machado, que desarrolla en forma sencilla y en un lenguaje próximo a! de las viejas consejas populares, el tema cainita en el marco campesino de las pobres tierras sorianas. La historia debía ser muy del agrad,o del poeta, ya que un poco más tarde —en abril del mismo año— aparecía en la revista La Lectura una versión en verso, un largo romance que, notablemente corregido y aumentado, alcanzaría su redacción definitiva en Campos de Castilla: La tierra de Álvargonzáiez. Sin entrar en si la versión en prosa es la original o, como sostiene Garios Beceiro, la primitiva redacción es el Romance tal como aparece en' La Lectura, estando el cuento tejido sobre esta versión poética (con lo que tendríamos no un proceso de poetización de una prosa, sino de prosifícación de un poema), lo que sí resulta en todo caso extraño es que, cuando el influjo de la poesía posrnodernista incita a cultivar una lírica pura, Machado se enfrenta con un terna que también desarrolla en prosa •—y que es eminentemente narrativo—, en aparente regresión a actitudes poéticas propias del romanticismo, Claro que Machado no renunció nunca a la veta romántica. Así sus Proverbios y Cantares tienen una intención sentenciosa y filosófica no demasiado lejana —en cuanto a la intención y no en cuanto a los respectivos pensamientos— al tipo de poesía senten986 eiosa y filosófica que, en la anterior centuria, había cultivado el entonces ya un tanto olvidado y menospreciado Ramón de Campoamor. Por otra parte, el volcar en poesía una serie de preocupaciones morales, religiosas o políticas —cosa muy propia de Machado— lo era también de los románticos (recordemos a Espronceda y Núñez de Arce}. De ahí que tampoco debería extrañarnos o escandalizarnos, corno hicieron y siguen haciendo ios poetas puros, que Machado se decidiera a narramos una historia en una serie de romances, como José Zorrilla o el Duque de Rivas. No pretendo ser original al señalar estas influencias de escritores románticos en Machado. Solamente resaltar que el poeta de Campos de Castilla nunca rompió del todo con un pasado poético y que, si bien su lenguaje y su pensamiento tiene un sello persona! muy distinto del que era propio de los escritores anteriormente citados y mucho más cercano al de los hombres de su propia generación, en su concepción general de la poesía no se produce la ruptura y el rechazo que la generación modernista y posmodernista siente por la poesía romántica, sin otra excepción que la del intimismo becqueriano. También en Machado la huella de Bécquer —sobre todo en su primera obra—, así como la de Rosalía —evidente en la subjetivación del paisaje: en sentir el paisaje como propia emoción— ocupan un lugar primordial. Pero aparte de estas influencias comunes podemos resaltar en Machado esta cercanía a poetas rechazados entonces por la moda literaria y que —para mí— es más profunda y significativa que la de! propio modernismo, patente tan sólo en algunos poemas y a través de algunos giros lingüísticos y algunas influencias métricas. Naturalmente, Machado, hombre de su tiempo, no puede, estar al margen de la preocupación, muy propia de su generación, de «lo específico poético». En Juan de Mairsna, expresa esta preocupación con ese fino matiz irónico que informa su última obra. El siglo XVIII —habla Juan de Maire—piensa, con D'Alembert, que «es sólo bueno en verso !o que sería excelente en prosa». D'Alembert era, como Diderot, un paradojista muy de su tiempo. Un siglo antes, el maestro de Filosofía de M. Jordain había dicho: «Tout ce qui n'est poin vers este prose»; es decir, lo contrario de una paradoja; una verdad de Pero Grullo. Y un siglo después, Mallarmé, de acuerdo con el maestro de M. Jordain, piensa absolutamente lo contrario que D'Alembert: que sólo es bueno en poesía, lo que de ningún modo puede ser algo en prosa. Y termina Machado, en una nota a las consideraciones de Mairena: Juan de Maireña no alcanzó el reciente debate sobre «poesía pura», en el cual no fue D'Alembert, sino M. De la Palisse, quien dijo la última pa987 labra: Poesía pura es lo que resta después de quitar a la poesía toda su impureza, Gedeónico, habría comentado Mairena, «porque para eliminar de cuanto se vende por poesía la ganga o escoria antipoética que lo acompaña, habría que saber ío que no es poesía, y para ello saber, anticipadamente, lo que es poesía. Si lo supiéramos, señores, la experiencia sería un tanto superflua, pero no exenta de amenidad. Mas verdad es que no lo sabemos y que la experiencia parece irrealizable». Así habla Mairena, aunque con alguna anterioridad defina la poesía como diálogo del hombre con el tiempo, y ¡lama «poeta puro» a quien logra vaciar el suyo para entendérselas a solas qon él, o casi a solas. Pero esto —añadimos— es una aproximación, no una definición de esencias inmutables. Puede que ante versos como Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto, hundidos, recelosos, movibles; y trazadas cual arco de ballesta, en el semblante enjuto de pómulos salientes, las cejas muy pobladas. el Machado que escribió en el prólogo de las Soledades que «este es el primer libro español del que está íntegramente prescrito lo anecdótico» hubiese afirmado, como Serrano Poncela (A. Machado. Su mundo y su obra) que eso «no es poesía, ciertamente. Son materiales para una topología hispánica...», Lo que ocurre es que el Machado que escribió el prólogo de las Soledades, tuvo tiempo de revisar sus propios conceptos y renunciar a afirmaciones categóricas muy propias de la juventud, cosa que al parecer no han sabido hacer Serrano Poncela y tanto y tantos críticos actuales, no obstante lo mucho que ha rodado el mundo desde los felices veinte a estos tiempos no tan felices en que nos ha tocado escribir. En otras palabras, Machado conforme vivía y maduraba tuvo tiempo de considerar que tipologías de ese género llenan los poemas homéricos o los versos de Berceo, para limitarnos a dos ejemplos distantes de lo que convencionalmente viene considerándose como poesía. Y es esto lo que lleva al zumbón Mairena a relativizar «lo específico poético», del que tenían un concepto tan puro y celoso algunos poetas de su generación y —sobre todo— los de la generación joven que entonces irrumpía, sometiéndolo a la paradoja de los juicios contradictorios históricos en el pasaje de D'ASembert y Malíarmé que antes citamos. Y es así como Machado, con su proverbial humildad, dicta una lección a aquellos críticos que después juzgarían su obra en base a concepciones ina988 movibles. La estética, vendrá a decirnos, no es un valor absoluto, sino relativo: está más cerca de la Dialéctica que de la Metafísica. La Tierra de Alvargonzáíez ha sido considerada por muchos como un error de Machado, un ma! paso que, afortunadamente, queda como un aislado hito en su obra poética. Frente a esta postura, considero que el largo poema es uno de los más significativos de toda la obra machádiana, y uno de los que mejor encarnan su personal concepto de poesía. En el prólogo, de Páginas escogidas, de 1917, dice Machado «Y pensé que la misión dei poeta era inventar nuevos poemas del eterno humano, historias animadas que siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo romance. A este propósito responde La Tierra de Alvargonzáíez», El hecho de que quedase como única obra de este proyectado Romancero La tierra de Alvargonzáíez y el empleo del verbo en pasado (Y pensé...) ¡leva a Sánchez Barbudo (Los poemas de Antonio Machado) a aventurar que, en el 1917, Machado había abandonado esta ¡dea que tenía de ¡a misión del poeta e, incluso, que como Cernuda, podría considerar que La tierra de Alvargonzáíez era un fracaso. Digo intencionadamente que Sánchez Barbudo aventura, ya que su opinión me parece bastante aventurada. En primer lugar, que Machado no realizase a¡ anunciado Romancero no nos permite afirmar que se deba a un cambio de actitudes respecto a sus afirmaciones en relación con La tierra de Alvargonzáíez. Más bien que a un cambio de actitudes deberíamos, según mi opinión, referirnos a un cambio de circunstancia vital. Estoy haciendo mención al hecho importantísimo de la muerte de Leonor y el consiguiente traslado a tierras de Baeza. Natural me parece que la muerte de Leonor incidiese profundamente en el ánimo del poeta, llevándole al desahogo lírico y al cultivo de una poesía más subjetiva y personal. Por otra parte, su estancia en Baeza le ponen mucho, más directamente en contacto que sus anteriores experiencias con «esa España inferior que ora y bosteza vieja y tahúr, zaragatera y triste...» la España de los latifundios y la miseria, de los caciques y las sangrantes diferencias sociales; la triste herencia dei «orden canovista» levantado, como tantas y tantas veces se levantan estos «órdenes», sobre el pedestal de la injusticia. El choque que la fina 989 sensibilidad de Machado tuvo ai contacto con esta sórdida España del Sur queda reflejado en una carta a Unamuno, recogida por Aurora Albornoz (Cultura y Sociedad) y que podría fecharse hacia el 1913. En esta carta, llena de pesimismo y amargura. Machado nos dirá que «en esta tierra —una de las más fértiles de España— el hombre del campo emigra con las manos libres a buscar el pan, en condiciones trágicas, en América y en África». «En Soria fundarnos un periodiqueo para aficionar a la gente a la lectura y allí tiene usted algunos Sectores. Aquí no se puede hacer nada. Las gentes de esta tierra •—lo digo con tristeza porque, al fin, son de rni familia —tienen el alma absolutamente impermeable.» «Es la comarca más rica de Jaén y está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en ¡a ruleta.» «Una población rural, encanallada por la iglesia y completamente huera.» «Cuando se vive en estos páramos espirituales, no se puede escribir nada nuevo, porque necesita uno la indignación para no helarse también. Además, esto es España más que el Ateneo de Madrid.» «Comprendo también su repulsión por esos mandangas y garliborleos de ¡os modernistas cortesanos. A esos jóvenes les llevaría yo a la Aipujarra y ios dejaría un par de años allí. Creo que esto sería más úiiI que pensionarlos para estudiar en la Sorbona. Muchos desaparecerían del mundo de las letras, pero acaso alguno encontraría acentos más hondos y verdaderos.» Las frases entresacadas de esta carta nos explican que Machado, junto con los desahogos líricos a que le llevaba su tristeza por ia desaparición de Leonor, cultive también una poesía que es otro desahogo —no tan lírico si se quiere, pero sí poético— de la náusea que le produce la España que vislumbra desde su rincón de Baeza. Es el Machado político-social que tanto había de influir —más como bandera que como modelo-™ en ¡a poesía española de los años 50-80. Pero ei que estas circunstancias vitales muevan a Machado a cultivar un tipo de poesía distinta del proyectado Romancero al que se refiere cuando compone La Tierra de Alvargonzález, no nos autoriza a afirmar —como hace Sánchez Barbudo— que Machado hubiese repudiado por antipoético este proyecto. Pero hay más. Es precisamente por estas fechas cuando Machado comienza a interesarse de una forma cada vez más apasionada y sistemática por la filosofía. El resultado será una cierta marginación de su obra poética en favor de ese género de difícil clasificación, un tanto híbrido de literatura y ensayo, que son los Complementarios. Este nuevo interés puede también explicar el aban' xcio de un proyecto que, por su ambición, exigiría una dedicación a ;*, poesía que Machado, a partir de entonces, no iba a tener. 990 Creo que para saber si Machado consideraba o no erróneo el camino que supone La Tierra de Alvargonzáíez, nos conviene, antes que perdernos en suposiciones personales, analizar los diversos juicios que sobre ¡a poesía hace el Machado posterior a 1917, Las prosas del poeta nos brindan un material, si no demasiado abundante, sí bastante uniforme dentro del tono irónico y paradójico que caracteriza esta última parte de su obra. Sí consideramos las referencias que Machado dedica a la poesía y a la poética, tanto directamente como mediante sus Complementarios Abei Martín y Juan de Mairena, Negamos a las siguientes conclusiones: 1° Frente a un sentido elitista de ia poesía, patente, por ejemplo, en Juan Ramón, Machado defiende una concepción mucho más amplia y popular, Así, más que un arte dedicado «a ia minoría, siempre» Machado tiende a una dignificación de la mayoría mediante el arte y la cu ¡tura. «Escribir para el pueblo —dice Machado— ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que á! sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no-acabamos nunca de conocer. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Skakespeare, en Inglaterra; Tolstoy, en Rusia. Es ei milagro de los genios de la palabra,» 2.° Pero no sólo considera Machado que el arte debe de tender a! pueblo, que este es el destino de las auténticas obras maestras, sino que considera que es en el pueblo, en lo popular, donde el arte tiene su auténtica fuente y raíz. «En nuestra literatura —decía Mairena— todo lo que no es folklore es pedantería.» Mairena entendía por folklore «en primer término, lo que ia palabra más directamente significa: saber popular, lo que el pueblo sabe, tal como lo sabe; lo que el pueblo piensa y siente, tal como lo siente y piensa, y así como lo expresa y plasma en la lengua que él, más que nadie, ha contribuido a formar. En segundo lugar, todo trabajo consciente y reflexivo sobre estos elementos, y su utilización más sabia y creadora». 3.° Es lógico, dado los anteriores supuestos, que Machado desconfíe del artista encerrado en su torre de marfil y «del arte por el arte». «Si un hombre dedicado a pintar flores en una cafetera —o a esculpir quimeras en una copa— nos parece un' artista disminuido, el hombre que cultiva el arte por el arte nos parece algo tan fantástico y absurdo como una mosca que pretendiera cazarse a sí 991 misma. Por lo demás, erigir el arte en fin, no es ennoblecerlo, sino degradarlo. Ni el reino de los fines ni el reino dd Dios son de este mundo.» 4.° De los anteriores puntos, es fácil deducir que Machado prefiera una expresión popular a una expresión hermética: «Cuando se ponga de moda el hablar claro, ¡veremos!, como dicen en Aragón. Veremos lo que pasa cuando ío distinguido, Jo aristocrático y lo verdaderamente hazañoso sea hacerse comprender de todo el mundo sin decir demasiadas tonterías.» «El encanto inefable de la poesía, que es, como alguien certeramente ha señalado, un resultado de las palabras, se da por añadidura en premio a una expresión justa y directa de lo que se dice.» «Lo natural suele ser en poesía lo bien dicho y, en general, la solución más elegante del problema de la expresión,» «Sabed que en poesía—sobre todo en poesía— no hay giro o rodeo que no sea una afanosa búsqueda del atajo, de una expresión directa; que los tropos, cuando superfluos, ni aclaran ni decoran, sino complican y enturbian, y que las más certeras alusiones a lo humano se hicieron siempre en el lenguaje de todos.» Por lo mismo Machado se siente un poeta muy inclinado a respetar ia tradición y a desconfiar de ías novedades. Desconfía «de ese snobismo para el cual sólo es nuevo el traje que lieva todavía la etiqueta del sastre, y es sólo un elegante quien aquí lo usa», Y aconseja que se disuada «de ese snobismo de papanatas que aguarda la novedad caída deí cíelo, la cual sería de una abrumadora vejez cósmica, sino que os aconsejo una incursión en vuestro pasado vivo, que por sí mismo se modifica, y que vosotros debéis, con plena conciencia, corregir, aumentar, depurar, someter a nuevas estructuras, hasta convertirlo en una verdadera creación vuestra.» «Pasado que vive en la memoria de alguien, y en cuanto actúa en una conciencia, por ende incorporado a un presente, y en constante función ,de porvenir.» 5.° Poeta que se dirige al pueblo, que busca la raíz de su poesía en lo popular, que desconfía tanto del artista encerrado en su torre de marfil como del «snob» coleccionista de novedades, que croe en una tradición viva y en ia suprema elegancia de la naturalidad, Machado será también un defensor de una poesía más sensitiva y emotiva que intelectual, y de las formas sencillas y tradicionales. «Sólo el sentimiento es creador —dirá—. Las ideas se destruyen y pasan. En realidad, ni ías ideas de los pensadores ni las imágenes de los poetas son nada fuera del sentimiento del que nacen. Una idea no vale más que una metáfora; generalmente, vale menos. La pura ideología y la fría imaginativa son deleznables.» 992 En cuanto a la forma, Machado se muestra partidario de «las formas senciíias y populares que nos pongan de resalto cuanto hay de esencia! en el arte lírico». Defiende la poesía rimada, viendo con agudeza ía función temporal del verso tradicional, y habla del Romance como de «el verso que regalan las musas al poeta, y que es el verso temporal por excelencia». 6.° Porque la temporalidad y la heterogeneidad serán para Machado la esencia misma de la poesía. «El pensamiento poético, que quiere ser creador, no realiza ecuaciones, sino diferencias esenciales, irreductibles; sólo en contacto con lo otro, real o aparente, puede ser fecundo.» Machado contrapone el pensamiento lógico o matemático, esencialmente homogeneizador, al pensamiento poético, heterogeneizador. De ahí ei papel que lo intuitivo y sensible juega en la poesía, en esa operación inversa a la lógica que pretende devolver al ser su contenido. Y esta riqueza en ía intuición y en la imagen sensible, vivenciada, es esencial para que el poeta consiga su fin, que no es otro que el de intemporalizar el propio tiempo vital del poeta. Porque para Machado la poesía es ante todo y sobre todo palabra en el tiempo. En su célebre ataque al barroco español, Machado, por boca de Mairena, señala como defecto de este movimiento: 1.° Su gran pobreza de intuición. 2.° Su culto a lo artificioso y su desdeño de lo natural. 3.° Su carencia y temporalidad. 4.° Su culto a lo difícil artificial y su ignorancia de las dificultades reales. 5.° Su carencia de gracia. 6.° Su culto supersticioso a lo aristocrático. Creo que si se compara este inventario de «defectos» que Machado atribuye al barroco, con las características que yo he señalado en ía poética de Machado, en base a sus propias citas, se encontrará una semejanza que no puede deberse a la simple coincidencia, y que podemos afirmar, sin que se nos pueda tachar de aventurados, que Machado busca en la poesía lo popular, lo que gusta al pueblo y tiene su más honda fuente en el pueblo —incluso una forma de expresión poética eminentemente popular como es el romance—; que desprecia lo artificioso a favor de lo natural; que busca una poesía emotiva y vivencial frente a juegos intelectuales; que una idea, para que sea poética tiene que expresarse a través de una representación sensible. Y que el tiempo es la temática, la entraña misma de la poesía. Pienso que un gran poeta como Cernuda está en su derecho de no 993 CUADERNOS. 304-307 (ii).—24 gustar de otro gran poeta, como es Machado, en virtud de los postulados de su propia poética; de la misma manera que Machado, en virtud de su propia poética, podría no gustar de los poemas de Cernuda lo mismo que no gustaba de los de esos grandísimos poetas que fueron Góngora y Quevedo, Lo que, repito, me parece aventurado es afirmar que Machado no gustaba de uno de sus poemas, por el simple hecho de que dicho poema no esté de acuerdo con la estética del comentarista, aun correspondiendo plenamente con el concepto que, de lo que debía ser la poesía, tenía el propio Machado. «Pensé —repetímos esta cita de Machado, para recalcar que contra lo que se ha querido hacer ver, responde al más profundo sentir de lo que Machado entendía por poesía— que la misión del poeta era inventar nuevos poemas de lo eterno humano, historias animadas que siendo suyas, viviesen, no obstante, por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La Tierra de Alvargonzález... Mis romances no arrancan de las gestas heroicas, sino del pueblo que les compuso, de la tierra donde se cantaron; mis romances miran lo elemental humano, el campo de Castilla y el Libro Primero de Moisés, llamado Génesis.» Ha quedado claro la preferencia de Machado por el romance: Intentemos desmenuzar los motivos. El romance es una forma métrica que, por su funcionalidad, está muy en relación con la distribución de la palabra en el tiempo. Nacido para transmitirse mediante una tradición oral, acompañado de la música, la rima tiene ante todo una misión nemotécnica, y otra más sutil, que recuerda el propio Machado, de unir a través de un puente temporal conceptos dispares. La métrica y rítmica es de la más idóneas —por no decir la más idónea— a que puede someterse el castellano. Volviendo a la rima en asonante, es mucho más fácil, sencilla y, por eso mismo, natural que una combinación acosonantada. De ahí que sea la más adoptada por el pueblo, la más frecuente en las composiciones populares. La existencia de una única rima aumenta su musicalidad, y da esa impresión de monotonía -—lo siempre igual y siempre diferente, tal el agua de ¡os ríos o de la l l u v i a tan cara al poeta. (dice la monotonía del agua clara al caer: un día es como otro día; hoy es ¡o mismo que ayer.) 994 En esta monotonía de la cantinela del romance lo que le da esa impresión de temporalidad definitiva. Pero lo temporal está no sólo en su estructura, sino en su propia historia. Forma derivada de la primera manifestación literaria castellana, forma adoptada por ,fíj, pueblo, en razón de su sencillez y naturalidad, es también propia de las tierras que iban a constituir el núcleo aglutinante de lo españoL Están, pues, unidos al nacimiento de nuestra lengua y de nuestra historia. Y es esto lo que da una nueva dimensión a la temporalidad del romance: La temporalidad histórica, que viene a enriquecer este sentido de temporalidad intrínseca de su estructura que antes hemos señalado. Pasando ya al análisis de La Tierra de Alvargonzález, una vez señalada la coherencia de esta idea de construir un nuevo Romancero dentro de! pensamiento de Machado, vamos a señalar sus principales rasgos y su relación con los más característicos temas y motivos del autor. 1.° La degradación histórica. El sentido temporal viene marcado por la más absoluta decadencia. Recordemos el principio del poema: Siendo mozo Alvargonzález, dueño de mediana hacienda, que en otras tierras se dice bienestar y aquí opulencia, en la feria de Berlanga prendóse de una doncella y la tomó por mujer al año de conocerla. t El tono está directamente inspirado por el de los cantares de ciego. El cantar de ciego supone un degradación del primitivo romance. El ciego se nos presenta como un juglar degradado; el primitivo cantor del poema, de la canción de gesta, se dirige a una casta aristocrática y guerrera, que ocupa la cúspide de la pirámide social. El juglar, cantor de romances, se dirige al pueblo. Hay ya un descenso en la función social de! cantor. Pero este descenso se acentúa cuando, siglo después, el mendigo ciego dirige su canción a los elementos más bajos y marginados de la escala social, en un lenguaje que también ha sufrido un inmenso deterioro. Pero esta degradación no es sólo del autor del poema y del público a! que el poema se dirige. Alcanza también a la temática de! poema. El tema del romancero tradicional es épico. Son las grandes hazañas de los héroes guerreros, que se presentan como espejo de virtudes dentro de la sociedad que produce esta clase de poema. 995 El romance de ciego ha perdido al héroe guerrero y toma como protagonista de sus hazañas a un hombre de pueblo, un hombre de pueblo generalmente ai margen de la ley, ya que la hazaña cantada por el romance de ciego suele ser el crimen de sangre. Un crimen de sangre —el más horrible para la conciencia popular: el parricidio— es también e! tema de La Tierra de Alvargonzález. Machado sigue, pues, de una manera muy consciente, este camino de la degradación que lleva del viejo Romancero a la copla de cordel. Con ello, la meditación —meditación no lógica, sino poética, hecha de sensaciones y emociones; del manejo de un viejo vehículo literario aplicado a una estructura diferente y degradada— sobre el tiempo histórico se tiñe de ese sentimiento que informa la obra de los hombres de su generación, para los que este tiempo histórico español es un largo camino hacia la más absoluta decadencia. 2.° La decadencia de un paisaje. La decadencia se hace palpable en la contemplación del paisaje castellano. Este tiempo histórico que conduce de la grandeza a la miseria, que ha llevado al vehículo de la gesta histórica a ser el vehículo con que ciegos mendigos cantan crímenes sangrientos y ruines, es el que ha deteriorado también un paisaje —el de los campos de la gesta—, convirtiéndolo en estos campos malditos y desolados que llenan de melancolía el espíritu del poeta. El paisaje para Machado guarda en su configuración restos de la antigua historia gloriosa, de su historia del cantar épico: La hermosa tierra de España adusta, fina y guerrera Castilla, de largos ríos, tiene un puñado de Sierras entre Soria y Burgos como reducto de fortaleza, como yelmos crestonados y Urbión es una cimera. Fortalezas, yelmos crestonados, cimera. Referencias a un pasado histórico que el paisaje parece aún conservar cristalizado en piedra. Es esta pervivéncia, este saber del tiempo histórico que tiene el poeta, contemplador de este paisaje testigo de las antiguas gestas, la que se proyecta en su percepción configurando la roca informe, la piedra, en estos símbolos guerreros, lo mismo que proyectamos nuestras vivencias más profundas en las informes manchas del Rorschach. El no ver esto, el considerar estas imágenes como simple producto de una moda literaria que hoy no nos parece de buen gusto y malogra la sencillez de la descripción, supone el no ir más allá de las modas; el 996 no darse cuenta que el poeta no está con esta ciase de imágenes ejerciendo una simple función retórica —desgraciadamente ia más abundante en la poesía—, sino dando a su voz una dimensión temporal, que es la que en última instancia concede a la descripción su valor poético. Todo el paisaje soriano de Machado está salpicado de este género de imágenes. Unas veces son referencias al lejano origen guerrero, a la épica del cantar de gesta y del romance. Tenemos: la redonda ¡orna cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra —harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra— de A orillas del Duero; o —también de A orillas de! Duero— ese fantasma errante «de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra». Otras veces —«Por tierras de España»— será el «arquero / la forma de un inmenso centauro flechador», el que se presenta como numen sanguinario y fiero de estos campos. Y no sólo el campo: ríos y ciudades tienen también este carácter épico. El Duero «traza / su curva de ballesta, en torno a Soria»; Soria será «una barbacana / hacia Aragón en castellana tierra...» Otras referencias no serán tan directamente bélicas, sino que tomarán la forma de animales, símbolos de esta nobleza, de este héroe superior que encarna la esencia histórica de Castilla. Tendremos ios agudos lebreles, las águilas caudales, los pacientes toros. Finalmente servirán también de referencia las virtudes de estos hombres, de este pueblo de señores perdidos, como calificativos a inanimados elementos del paisaje. La tierra «triste y noble», la «adusta» tierra; ¡os «agrios» serrijones; los «infinitos» páramos... Todos estos elementos están destinados a insuflar en el paisaje reflejos de esta pasada grandeza de la Castilla histórica, solar del romancero. Pero estos son vestigios históricos, porque hoy, junto donde reina el águila, busca el cuervo su infesto expolario; junto a las imágenes guerreras, estas tierras también nos ofrecen las de la pobreza y descomposición; y si a veces la tierra se nos presenta como evocación de arreos de un pasado guerrero, otras son «tosco sayal de campesina», o «retazos de estemeñas pardas»; los colores serán los colores de la humildad, la monotonía, la pobreza, la decadencia —pardo, gris, herrumbre, plata...—, los adjetivos insistirán en esta melancolía visión —sierras calvas, tierra árida y fría, esquelética y sequiza, estéril y raída—. Es la pobreza del presente sobre la que tan sólo hacen que superponerse, como visiones fantasmagóricas, aquellos restos de las glorias pasadas. 997 El nuevo romance, el romance que canta no la heroica epopeya, sino el crimen sórdido y artero, e l romance que canta un ciego ante los torpes y agrios dibujos de un pintado cartelón, es el que corresponde a esta tierra degradada, degradada por las talas, el pastoreo, el paso implacable de los años... estas pobres tierras que harán exclamar al poeta: ¡Oh tierras de Alvargonzález, en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma! Páramo que cruza el lobo aullando a la luna clara de bosque a bosque, baldíos llenos de peñas rodadas, donde roída de buitres brilla una osamenta blanca; pobres campos solitarios sin caminos ni posadas ¡oh pobres campos malditos pobres campos de mi patria I 3.° El hombre degradado. La tierra degradada es sólo el telón de fondo sobre el que este nuevo juglar cuenta su historia. Y esta historia es la de la más profunda degradación humana: la historia del primero de los crímenes. Machado hace referencia expresa, al hablar de La Tierra de Alvargonzález, al libro del Génesis. Con independencia de algunas alusiones ai sueño de Jacob, y de forma más indirecta a la historia de José, el motivo bíblico que inspira directamente La Tierra de Alvargonzález es el tema Cainita. Naturalmente, este es un tema subyacente, ya que la historia narrada es una historia que se presenta en un tiempo próximo al del narrador y en el marco de las tierras sorianas. Es la historia del romance de ciego al que antes hicimos referencia. Pero esta historia, que puede ser real, está narrada con una serie de alusiones fantásticas que le prestan su aire de vieja leyenda y la entroncan directamente con ios viejos mitos. , La historia real es la de un parricidio. Posiblemente Machado tuvo conocimiento de algún crimen campesino que le impresionó profundamente, ya que en Campos de Castilla hace varias referencias a este «hombre malo del campo y de la aldea —capaz de insanos vicios y 998 crímenes bestiales». En Un criminal recoge un hecho similar al de La llera de Alvargonzález: la muerte del padre, para heredarlo, empleando el mismo instrumento para el crimen; el hacha de hierro. Pero si en Un criminal todos los elementos manejados son absolutamente realistas, en el largo romance están envueltos en un clima de fantasía y de leyenda. Sobre la descripción realista de la historia, Machado va yuxtaponiendo estos elementos fantásticos —sueños, apariciones, coplas que canta el pueblo o que parece decir el agua— que envuelven este cuadro realista en un ambiente onívico e Irreal, dándole ese tono intemporal, de lo eterno humano, que tienen los mitos. Posiblemente el poeta, gran admirador de Shakespeare, tuviese muy en cuenta al hacer su poema el procedimiento usado por el autor inglés para dar ese clima atemporai y mítico a algunas de sus obras, muy concretamente a La tragedia de Macbeth, Como en Macbeth, los remordimientos de los asesinos se personalizan en silenciosas apariciones. Como en Macbeth, «las hadas hilanderas», las parcas, han tejido desde el principio de ia historia el trágico destino de los hombres. Hay un trágico destino común a todos los humanos. Es el paso de! tiempo, ese eterno fluir de! agua que arrastra al hombre hacia la muerte. El hombre duerme, sueña a la vera de la fuente. En la simbología del poema, el agua que fluye, el agua que canta o cuenta ia historia es la vida, la vida hecha de tiempo, que lleva hacia esa otra agua quieta, eterna e inmutable: la Estigia, la Laguna Negra. ES tiempo está presente a lo largo de todo e! poema. El tiempo que lo cambia, que todo lo transforma, pero que en su unicidad, hace que todo permanezca. Cambia la naturaleza. Las estaciones se suceden a las estaciones. En este sentido, la Tierra de Alvargonzález se nos presenta como un Libro de Horas, con líricas referencias a los ciclos agrícolas. Otoño, Primavera, Invierno y Estío tienen su lugar en el poema. Pero esta presencia del cambio de las estaciones, aunque enmarque real en cuanto descripción paisajística de las tierras del poema, sirven para concederle su clima de temporalidad, de lo fugitivo en lo permanente. Es en este sentido donde el mito se introduce en el poema. Ese crimen lugareño es viejo como el mundo. Alvargonzález es el bíblico Dios, que acepta los sacrificios de uno de sus hijos y rechaza los del otro. Tan sólo uno de los hermanos será capaz de hacer brotar el fuego del hogar. Los hijos de Caín, la maldición de los hijos, de Caín está en esos hermanos asesinos que en vano se inclinan sobre 999 los surcos, que en vano trabajan la tierra, porque, como canta el< pueblo «Cuando el asesino labre será su labor pesada; antes que un surco en la tierra tendrá una arruga en la cara.» Los hombres pasan. La vida es como un sueño junto a una clara fuente. Pero como las primaveras se suceden a las primaveras, los hombres se suceden a los hombres. Y esa fugacidad de la vida, ese pasar de la alegría de la boda, del soñar la figura rosada y risueña del primer hijo, a las aguas profundas de la muerte, choca con ese otro misterio de lo eterno humano que, como el viejo crimen bíblico, a lo largo de los tiempos, a través de los hombres y los hombres, permanece inmutable. Y otra vez Machado engarza lo particular, la propia visión lírica individual, con esa visión colectiva de la patria, tan propia del 98. Esa familia soriana que Machado pinta en La Tierra de Alvargonzélez no sólo nos muestra a través de las referencias míticas algo relacionado con lo eterno humano, sino que, mediante unas alusiones precisas, lleva al lector a considerar la historia de] pueblo español, a meditar sobre los hechos que originaron esta historia degradada a la que hicimos referencia. Varias veces Machado sostiene en sus escritos la necesidad de acudir al pueblo de entender a! pueblo —ese pueblo labriego, campesino, que en su época constituye la gran mayoría de los e s p a ñ o l e s si realmente quiere comprenderse de verdad a España. «Los elementos dominantes en España —dirá Machado— son esencial y casi exclusivamente rurales. Una visión superficial de la vida española parece sostener implícita la afirmación contraria. Clásico es ya el cuadro de la España que sufre y trabaja, arrancando con sudor el pan a la tierra y sobre cuyas nobles espaldas viven unas cuantas colonias parasitarias de ociosos y mangoneadores. ¿Es esto cierto? Concedámoslo. Pero bien pudiéramos corregir el cuadro pintado, a nuestra vez, a este mismo campesino envilecido y explotado, luciendo pomposos y honoríficos disfraces y encaramado en las cumbres del poder.» Con agudeza señala Machado la clave de una política minada por vicios que tienen su origen en una determinada estructura agraria. «De los elementos que nos empuja —no dirigen, porque no pueden; dirigir lo inconsciente—, que nos mueve o arrastra a un porvenir más o menos catastrófico, están ausentes las huellas de ciudadanía. Ambos; 1000 son campesinos. Estos elementos son la política y la Iglesia o, por decirlo claramente, los caciques y los curas. En algunos casos los vemos confundidos. En otros, diferenciados; a veces, en pugna; pero siempre compartiendo el dominio, sobreponiéndose, dando el color, el carácter, marcando la dirección de la vida nacional.» La visión que Machado tiene de este pueblo español no es precisamente idílica. Si —dirá— «de las ciudades pasamos a los pueblos, y de los pueblos a las aldeas y a los campos dande florecen los crímenes sangrientos y brutales, sentimos que crece la hostilidad del medio, se agrava el encono de las pasiones y es más denso y sofocante ía atmósfera de odio que se respira». Pero porque Machado sabe que la ruindad española sólo puede explicarse desde esta ruindad campesina producto de nuestra estructura agraria, ve la necesidad de «enviar también investigadores del alma campesina, hombres que vayan no sólo a enseñar, sino a aprender» a este campo abandonado. Y es así como se acerca a uno de esos crímenes sangrientos y brutales para, a través de ese conocer vivencial e intuitivo que es el poema, aproximarse no sólo a la esencia del hombre abstracto, sino a ese hombre concreto que es el español. Para comprender, a través de la poesía, esa larga degradación (del Romancero al cantar de ciego; de la tierra de las águilas caudales a los páramos, por donde el cuervo busca su infecto expoliario) que es la historia de esas tierras: nuestra historia. Nos muestra Machado en primer lugar una sociedad inmóvil, rígidamente estratificada, donde cada hombre tiene fijado su destino desde la cuna. Feliz vivió Alvargonzález en el amor de su tierra. Naciéronle tres varones que en el campo son riqueza y, ya crecidos, los puso uno a cultivar la huerta, otro a cuidar los merinos y dio el menor a la Iglesia. Pero bajo esa quietud inmovilista se esconde algo tremendamente dinámico, algo que hará saltar esa falsa placidez de la aldea, tan cantada por los desengañados poetas cortesanos. Y es precisamente ese vicio que estos desengañados poetas señalan como caracterís1001 tico de la Corte y que Machado, agudamente —en este aquí y ahora de lo español, tan característico de toda su poesía—, hace radicar en la aldea, el que dará su dinámica de tragedia a la falsa e inmóvil placidez del cuadro campesino, el que marcará para siempre estos campos con la maldición de la sangre derramada. Bajo la quietud de la cantada Arcadia, agazapada como un animal traicionero, se encuentra la codicia. El numen de estos campos es sanguinario y fiero al declinar la tarde, sobre el remoto alcor veréis agigantarse la sombra de un arquero la forma de un inmenso centauro flechador. Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta —no fue por estos campos el bíblico jardín— son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín. Sí; es la codicia, ese cuervo de negras alas (Machado gusta de las alegorías, esa —para Elliot— máxima capacidad del poeta de reflejar conceptos abstractos en imágenes sensibles); es la codicia, digo, la que va a romper ese falso inmovilismo de la historia —de nuestra historia—, llevándonos a través del odio y de la envidia al violento estallido del crimen cainita. Machado, como en la obsesión de un lejano sueño infantil, verá en una lejana tarde parda y fría de invierno, en un cartel de la clase «a Caín / fugitivo y muerto Abel / junto a una mancha carmín». Esa sombra de Caín es una de sus obsesiones. ¿Y cómo no iba a serio para un hombre del 98, para un hombre que ha visto los últimos años de la historia de su patria con una grotesca e initerrumpida sucesión de luchas civiles? Y es a este tema dei cainismo al que dedica el más largo de sus poemas. Pues bien, aún habrá críticos que considerarán que este poema queda un tanto alejado de su obra.,. Cuando don Ramón Menéndez Pida! dice que «La Tierra de Alvargonzález, de A. Machado es otra obra moderna del romancero moderno, pero cuyo vuelo poético lleva pesado plomo: la eiementalidad vulgar de un parricidio a secas, sin la profundidad del crimen de Caín, que Machado imita» está, ciertamente, ejercitando una de ias más señaladas prerrogativas del erudito especializado: la de la más crasa incomprensión de todo aquello que no entra en el campo de su especialidad. Porque es precisamente esta eiementalidad vulgar del parricidio la que da al romance su último sentido. Es la degrada1002 ción de un mito histórico la que hace vivo y auténtico —no mera guardarropía imitativa— La Tierra de Alvargonzález. Y es esta temática fratricida la que nos explica un paisaje y un empobrecimiento físico y moral. Todo dentro de una perfecta unidad, de un contexto en el que cada símbolo se abre a la múltiple interpretación que nos ofrece el mundo de Machado. En esta tierra empobrecida por los odios fratricidas que Machado nos pinta en su poema, vaga, fantasmagórica, la sombra «de! viajero / que se fue a lejanas tierras». Es el viajero la figura que nos introduce al mundo poético de Antonio Machado. Recordemos: «Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño Infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano.» También Miguel, el menor de los Alvargonzález, el viajero, que partió a lejanas tierras, vuelve un día a la tierra pobre y ensangrentada. Largos años de exilio, largos ringleros de españoles arrojados de su patria por sus ideas o por su hambre, parecen volver con él. Machado hará que la tierra maldita, la tierra estéril de los asesinos, vaya a sus manos. El viajero echó —al f i n — raíces en su propia patria. En la tierra en que ha nacido supo afincar el indiano; por mujer a una doncella rica y hermosa ha tomado. La hacienda de Alvargonzález ya es suya, que sus hermanos todo lo vendieron: casa, huerto, colmenar y campo. ¿Hay en este hombre que vuelve a la escena del crimen, en este inocente de la sangre derramada, una alusión a la España nueva que tanto deseaba el poeta? Es posible; en todo caso, aquella obsesión por la angustia de la tierra abandonada iba a ser premonitoria. Como también iba a ser premonitoria aquella otra obsesión por la sangrienta historia a la que dedica el más extenso de sus poemas. En el invierno de 1939, como tantos y tantos españoles al final de la más trágica expresión que puede tomar el odio cainita, la 1003 guerra civil, Machado partía hacia una lejana tierra; la más lejana de todas las tierras, la de la forzada expatriación. No habría de volver. En nuestra conciencia, dolorosamente, se clava hoy aquella copla de su poema, aquella copla que, trágica y profetica, cantaba el pueblo... «La tierra de Alvargonzéíez se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra.» ANTONIO MARTÍNEZ MENCHÉN Avda. del Manzanares, 68, 7° B MADR1D-11 1004 LA PRIMERA VERSIÓN DEL POEMA «CAMPOS DE SORIA», DE ANTONIO MACHADO En los primeros meses del año 1912, año crucial —en ío humano y en lo literario— para Antonio Machado, un periódico de Madrid, La Tribuna, dio cabida dentro de sus páginas a una primera versión del poema «Campos de Soria», que el poeta incluyó poco después en su libro Campos de Castilla. Era la época de la enfermedad de su esposa, Leonor, que había de morir en agosto del mismo año. Miguel Pérez Forrero se refiere a las inquietudes del poeta, que coartaban su inspiración, y escribe: «En lo que va de año apenas si ha publicado algo en «La Tribuna», diario de reciente fundación en Madrid». La versión que damos a conocer ahora no ha sido recogida por Oreste Macrí en su edición de las Poesie di Antonio Machado obra de valor fundamental para el estudio de la obra machadiana y cuyas ediciones primera y segunda me ha tocado reseñar. Tampoco en la tercera y, por el momento, última edición, de 1969, aparece citada la versión que comentamos y, mucho menos, recogidas sus variantes. El extenso poema «Campos de Soria», con sus nueve partes, es evidentemente una de las composiciones fundamentales del primer Campos de Castilla, que finalizaba con «La tierra de Alvargonzález» (CXIV, de Poesías completas) y en el que faltaban los poemas del CI al CVI, que el poeta incluyó cinco años después, en la primera edición de Poesías completas, de 1917. No figuraban, pues, todavía esos poemas de extraña profundidad que son «Orillas del Duero», «El Dios ibero» o «Las encinas». Dentro del núcleo primitivo de 1912, y a1 lado de «Campos de Soria», los poemas esenciales son, sin duda alguna, «A orillas del Duero» [núm. XCVIII de Poesías completas), «Por tierras de España» (XCIX) y «La tierra de Alvargonzález» (CXIV), dejando aparte el «Retrato» inicial, de muy diferente significación. Utilizando términos unamunianos, podríamos decir que los dos primeros conllevan un tema de paisaje y otro de paisanaje, y el último, en principio, un tema de 1005 envidia campesina. Frente a ellos, «Campos de Soria» simboliza el amor, un tanto franciscano, hacia la tierra soriana que, de tierra por donde pasa la sombra de Caín, en poética denuncia, se alza a mística y guerrera, amada por el corazón del poeta. Son dos polaridades, cuya síntesis parece apuntarse en el último de los poemas citados, «La tierra de Aívargonzáiez», en que están presentes el tema dé denuncia («mucha sangre de Caín tiene la gente labriega») y el tema del amor («tierras pobres, tierras tristes,/tan tristes que tienen alma»), aunque este último tema aparezca muy débilmente y en versos que Machado añadió en el último momento. «Campos de Soria» se publicó en el número 29 de La Tribuna, Madrid, 2 de marzo de 1912, y en su página segunda. Esta primera versión contiene sólo las seis primeras partes de las nueve que componen actualmente el largo poema. Pero, además, entre la 5.a y la 6.a, se incluye un poemíta, el CXI de Poesías completas, que fue después segregado del conjunto por el poeta. Como este poemiila constituía un pequeño enigma, por lo que después diremos, respecto a su localización geográfica, su inclusión aquí, en «Campos de Soria», resulta reveladora. Pero el poema, en esta versión de La Tribuna, se titula no «Campos de Soria», como en su versión definitiva, sino «Tierras de Soria», Advirtamos, en principio, ese gusto de Antonio Machado por la palabra tierra. Si repasamos los títulos de otras poesías, encontramos «Por tierras del Duero» —rectificado después en «Por tierras de España»— y «La tierra de Aívargonzáiez», a ios que se sumó también, como vemos, «Tierras de Soria». En mi recuento de sustantivos de Antonio Machado, tierra aparece en 22 composiciones de Soledades, Galenas y otros poemas y en 45 de Campos de Castilla, en su extensión actual de Poesías completas. En cambio, campo sólo en 18 poemas de Soledades y en 33 de Campos de Castilla, No vamos a entrar aquí en ningún estudio semántico, que necesitaría abundante ejemplificación. Pero notemos que, en relación con tierra y siempre con menor utilización, la palabra campos se acerca más a la frecuencia de aquella en Soledades, Galerías y otros poemas, mientras decae en Campos de Castilla. Sin embargo, si comparamos las dos ediciones de Campos de Castilla, la primitiva de 1912 y la ampliada de 1917 en Poesías completas, campos vuelve a ganar en frecuencia, aunque sea escasamente. Se da, pues, un fenómeno de ida y vuelta, en relación con los intereses poéticos de las distintas épocas de producción del escritor. Pero, incluso en este momento, que va de 1908 —aparición del primer poema que podemos fechar, «Fantasía iconográfica»— y 1912, fecha de la publicación del libro, da la impresión 1006 de que en el estado naciente de la creación, en lo que pudiéramos llamar la obra en bruto, a Antonio Machado se le ofrece a la mente la palabra tierra, que —unas veces— rectifica secundariamente en campos, pero que otras mantiene tenazmente, en su voluntad de estilo. El cambio de título está determinado, por otra parte, por la analogía con el título general del libro, Campos de Castilla, título que, como es sabido, procede de su primer poema afectivo, «A orillas del Duero» (XCV1I1 de P. C.) que tuvo ese encabezamiento en su primera aparición en La Lectura, 1910. Si tenemos en cuenta esa particularidad y, además, el paralelismo de titulación de los dos poemas —«Campos de Castilla» y «Campos de Soria—, podemos intuir veladamente que Antonio Machado quiso ponerlos en correlación. En ambos hay una visión de Soria, muy particularizada en el primero, con su aspecto material de apuntes y meditaciones de un paseo hasta la altura de la loma del Castillo —como puede deducir fácilmente quien se haya acercado a Soria— y no menos concreta, salvo en su parte final, en el segundo. Pero las reflexiones incluidas en «A orillas del Duero», extendidas a cuan ancha es Castilla y el tono indicado de denuncia, contrastan con la restricción localista y el tono del amor. Soria sirve, en eí primer caso, de palanca —y no académica: geográfica y popular— de la visión de Castilla de Antonio Machado y, en el segundo, de objeto de efusión amorosa. Extensión, pues, y restricción. Soria, sin dejar de formar parte de la visión general castellana queda, de alguna forma, exceptuada por obra del amor. Advirtamos, de nuevo, un fenómeno de retorno: ese tono del amor estaba ya presente en el primer poema machadiano dedicado a Soria, el IX de Soledades, Galerías y otros poemas, de 1907, el que empieza «Se ha asomado una cigüeña a lo alto de! campanario». «Campos de Soria» presenta hoy, en su versión definitiva, tres partes que pueden distinguirse claramente. La parte central, «Soria fría, Soria pura...», señala la divisoria entre las otras dos, la primera de las cuales constituye una pintura impresionista de las estaciones del año en tierra soriana, y la última, una efusión lírica del poeta hacia Soria, su paisaje y su gente. Es, precisamente, esta última parte, la que falta en esta primera versión que comentamos. La parte primera está subdividida en otras cinco partes que, temáticamente, presentan la primavera, el otoño y el invierno. Estos dos 1007 últimos ocupan sólo las partes IV y V. En cuanto a la primera, la primaveral, se le concede mucha mayor atención. Es sabido que en Soria primavera-verano son términos casi parejos: «En la estepa de! alto Duero / primavera tarda», dirá Antonio Machado en el poema «A José María Palacio». El tema primaveral es, además, una de las preferencias del poeta, uniendo los datos de Soledades, Galerías y otros poemas con los de Campos de Castilla, la voz primavera aparece 25 veces, frente a las otras estaciones, que dan las cifras siguientes: 15 para el complejo verano-estío, 12 para otoño y 7 para invierno. Los adjetivos correspondientes apenas añaden nada nuevo: primaveral, estival, otoñal e invernal conllevan frecuencias mínimas: 1, 1, 3, 2. Ya Geoffrey Ribbans, al estudiar la influencia de Verlaine en A. M. había advertido la preferencia de éste hacia el momento primaveral. A la primavera se le dedican las tres primeras partes del poema, expresada claramente por las menciones «al empezar abril» (parte l), «las hojas nuevas» (parte II] y, probablemente, la parte lll, en que los «montes de violeta» tienen aún «las cumbres de nieve sonrosada». Pero ya hemos indicado que en Soria el verano sigue casi sin transición a la breve aparición de la primavera. Los montes —según las circunstancias climáticas— se desnudan más o menos tardíamente de su manto de nieve. No vamos a analizar cada una de estas partes. Baste decir que la mirada del poeta —sin duda alguna desde la altura del Castillo— va replegándose, desde la lejanía del paisaje de sierras y colínas, a la visión próxima de prados y tierras de labor a orillas del Duero, para acercarse a los caminantes que vuelven a sus casas al caer de la tarde. El proceso de acercamiento visual prosigue en la descripción pormenorizada del campo en el otoño (bueyes, el labrador y su mujer, la cuna del niño pendiente del yugo) y, más aún, en la escena de interior •—junto al hogar y la olla— del invierno, con los viejos padres del arriero muerto y la niña que sueña con la llegada de la primavera mientras, al exterior, cae la nieve. Las variantes son escasas en estos primeros cinco poemas, excepción hecha del inicial, el que comienza «Es la tierra de Soria árida y fría». El segundo verso, «por las colinas y las sierras calvas», que hoy presenta ese esquema de paralelismo no progresivo en su par de sinónimos, era, en la versión de La Tribuna, de tipo antitético, «las estepas y las lomas», en un afán de totalidad espacial progresiva. Los acentos del endecasílabo han continuado en los mismos lugares; los versos son, pues, métricamente equivalentes. Sólo podríamos notar una mayor variación en el color vocálico. Desde el punto de vista significativo, probablemente Machado pensaba en lomas calvas, pero no en 1008 estepas calvas, con ese adjetivo que Machado nunca empleó para la llanura y sí sólo con palabras como sierras, serrezuelas, lomas, roquedas, según mi cómputo de adjetivos. Ahora, el adjetivo, en la lectura definitiva, modifica por igual a colínas y a sierras, en un apretado sintagma, «las colinas y las sierras calvas». Además, la visión que Antonio Machado tenía del paisaje real le hacía sentir colinas y sierras (en mención gradual, de proporción de alturas] más de acuerdo con el lienzo de paisaje vivido en ¡a experiencia. Nuevas variantes hay en los versos 8 y 9, que en la versión primeriza eran «ai expirar abril están nevadas / las crestas de los agrios serrijones» y que hoy se leen «al empezar abril está nevada / la espalda de! Moncayo». Ahora, el afán de realidad, la mimesis pura cede ante la formulación poética. La primera versión muestra significativamente la situación real, Ja tardanza de la llegada de la primavera •—«al expirar abril»— y se demora expresivamente en «las crestas de los agrios serrijones», que constituye uno de esos versos llenos de durezas en que A. M. puso su complacencia más de una vez. Pero, en su redacción secundaria, el poeta prefirió una mayor apertura a la connotación estilística. Al duro invierno reflejado por la primera versión, Machado sustituyó una primavera más amable, con la sugerencia contenida en «al empezar abril», que excluía, además, la otra cara —ominosa— de ía palabra expirar; y todas las rr de los serrijones fueron reemplazadas por una mención más apretada y concreta, más válida poéticamente, en «la espalda del Moncayo», con esa voz espalda en que, aparte del efecto de personificación, se oía un subvocablo, falda —tal como quería Valle-Inclán—, convocado por el automatismo de la lengua. Advirtamos que, hasta este poema «Tierras de Soria», Machado había evitado cuidadosamente las menciones de sabor geográfico. El mismo Moncayo aparece aludido en el primer poema de Campos de Castilla (XCV1I1) en la expresión «Yo divisaba a lo lejos un monte alto y agudo», sin citar su nombre, y así ha permanecido, desde 1910, fecha de su primera publicación. Pues ios cuatro famosos versos Í19 a 22) «las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero / para formar la corva ballesta de un arquero / en torno a Soria —Soria es una barbacana / hacia Aragón, que tiene la torre castellana—», son posteriores en fecha y añadidos a la versión de 1910 en el libro, Campos de Castilla, de 1912. El poema XCV1II no contenía, así, otras menciones geográficas que las muy amplias del Duero, Castilla, iberia o España, de acuerdo con su intención impersonal de callar la singularidad geográfica para elevaría a símbolo general de Castilla y, a ésta, de España entera. Los poemas siguientes tampoco introducen menciones geográficas directas,.salvo, otra vez, en el título «Por tie<0Ü9 CUADEENOS. 304-307 (II).—25 rras del Duero». Los poemas que siguen (CVII a CXI1) no contienen ningún indicio de localización, aunque los sintamos también sorianos (y podríamos apoyarlo, sólo con establecer un «Machado concordado», con los motivos reiterados en unos poemas y otros). Tan sólo a! llegar a «Campos de Soria», coincidiendo con una diferente actitud mental del poeta, advertimos la apertura a la localización geográfica, incluso en esa primera versión de La Tribuna. Soria se repite cinco veces dentro de los versos; el lema de la ciudad, «Soria pura, cabeza de Extremadura», pasa a informar Nanamente una de sus partes; el edificio de la Audiencia soriana entra sin rebozo en la composición. Y este proceso será mucho más notorio cuando, en Ja edición de 1912, se añadan otras concreciones de lugar en la versión más amplia dei mismo «Campos de Soria» con San Polo y San Saturio, los dos edificios religiosos de la otra margen del Duero. También en los versos 11 y 12 hay vanantes; pero es una simple permutación de adjetivos, en función de mimesis de lo real: !os caminantes y los pastores, que aparecían cubiertos por sus bufandas y envueltos en sus capas, pasan, de manera más apropiada, a entrar envueltos en sus bufandas y cubiertos con sus capas. Las otras partes, II a V, apenas tienen otras variantes que las acostumbradas, de cambios de puntuación, supresión o adición de la conjunción y, y algunas menciones (violas, undulado, vv. 24 y 25} que pasaron a la edición de 1912 y que A. M. sólo rectificó más tarde, en ediciones sucesivas (violetas, ondulado). Sólo un verso, el 30, «que el lienzo de oro de la tarde manchan», pasó a «el lienzo de oro del ocaso», sin duda con mayor poder de sonoridad o instrumentación verbal, con un mayor color vocálico. Pero queda tratar del poema intercalado, que aparecía con el número VI dentro de esta primera versión. Es un poema corto, pero muy significativo, que recuerda otros de Soledades, Galerías y otros poemas. Sólo que el probable color sevillano de aquéllos está ahora sustituido por el tono castellano. La actitud espiritual deí poeta es semejante; Es una hermosa noche de verano. Tienen (as altas casas abiertos los balcones del viejo pueblo a la anchurosa plaza. En el amplio rectángulo desierto, bancos de piedra, evónimos y acacias, simétricos dibujan sus negras sombras en la arena blanca. 1010 En eí cénit, la luna y, en la torre, la esfera del reloj iluminada. Yo, en este viejo pueblo, paseando solo, como un fantasma. El tema de la soledad amorosa, paseando e! poeta entre las calles* aparece también en otros poemas de Soledades. El final del poemilía estaba preludiado en «malvestido y t r i s t e / v o y caminando por la calle vieja» (LXXI1) o en el «pesa y duele el corazón» del poema XV, en que se añade el motivo del eco en la calle de los pasos del poeta (XV, LIV). Las dudas acerca del pasaje castellano descrito resultan aclaradas por su inclusión en «Tierras de Soria». * El poema más modificado es el que empieza «Soria fría, Soria pura...» (Vil en La Tribuna y VI en Campos de Castilla). En primer lugar, se iniciaba con cuatro versos que Machado eliminó, seguramente con muy buen acuerdo. Decían: Soria, mística y guerrera, de vieja estirpe cristiana, fue hacia Aragón barbacana de Castilla en la frontera. Restos de estos versos aparecen hoy en Sa continuación de! poema, donde se lee «tardes de Soria, mística y guerrera» (v, 106, Vil) o bien en «que a Dios guardáis como cristianas viejas» v. 142). En cuanto a la conocida metáfora que presenta a Soria como «barbacana hacia Aragón», no es posible decidir si procede de estos versos suprimidos o no; pero sí que esta imagen y la del poema XCVIil fueron formuladas en una fecha semejante. Las otras variantes ocurren en los vv. 81, 86, 87 y 96 de la versión actual de Poesías completas. Sustituyen e! «castillo roquero» inicial, propia de una visión realista, por «castillo guerrero» (v. 81] y, por influjo de esta corrección, los «señores / guerreros y cazadores», —primera intuición machadiana, de sentido pleno— por «señores / soldados o cazadores», sin duda inferior intuitivamente, pero algo más cerca de la realidad actual que los señores guerreros del pasado histórico. La paiabra portones, del v. 87, también de tipo realista, fue sustituida por portales, con un resultado semejante al cambio mencionado de «castillo roquero» por «castillo guerrero». 1011 Pero, los efectos más característicos, que modificaron fuertemente la tonalidad dei poema, se encuentran en el conjunto de versos 81-8384 y en el v. 96. La lectura inicial decía: Soria fría, Soria pura, cabeza de Extremadura, con tu castillo guerrero arruinado, sobre el Duero, con tus murallas roídas y tus casas denegridas, que convertía toda esta parte VI del poema en una invocación y las referencias a Soria en vocativos. El poeta modificó los posesivos de segunda persona en posesivos de tercera persona, y los vocativos —con su carga patética— quedaron en simples exclamaciones. El verso 96 colaboraba a la tensión dramática. La versión de La Tribuna decía: Soria fría. La campana de ¡a Audiencia dio la una. El poeta hablaba con la ciudad, y se despedía de ella con la mención de lo avanzado de la hora. En el momento actual, el presente durativo «la campana / de la Audiencia da la una», contribuye a la nota melancólica y agria de la descripción de «la ciudad decrépita», que se dirá más adelante (v. 138). Tsjos resta una última consideración. ¿Qué diferencia existía entre la primera versión y la actual? La versión primitiva, con la inclusión del tema del andar solitario del poeta, entre una descripción de la tierra —siempre pobre, a despecho del cambio de estaciones— y, después, el motivo de la ciudad decrépita, al finalizar el poema, prestaban al conjunto una tonalidad de caída de la ilusión, de vacío, a tono con el carácter que fantasma que se asignaba el poeta. Es el tema del largo peregrinar —entre la naturaleza, las estaciones, las calles de la ciudad— en busca de una ilusión, que alumbra a veces para desvanecerse siempre, tema propio de la sección «Del camino» de Soledades, Galerías y otros poemas. Aquí el camino aparece sembrado, no de elementos simbólicos, sino de figuras e ingredientes del paisaje castellano. Se mantiene, soterradamente, el espíritu de denuncia; pero no dentro de una actitud distanciada, como en los poemas iniciales * 1012 de Campos de Castilla, sino más hermanada, incluyéndose el poeta como «fantasma», dentro de un entorno que apenas deja cauce a la ilusión. La versión definitiva revela una actitud muy diferente. Los tres nuevos poemas añadidos modificarán sustancialmente la densidad del contenido poético. En el primero de ellos (Vil: «Colinas plateadas...»), los motivos diseminados en las partes ya publicadas en La Tribuna son sometidos por el poeta a una rápida, cálida recolección, que da paso a la formulación de un tema nuevo, no aparecido hasta aquel momento en la obra de Antonio Machado: el tema de la tristeza como signo o argumento del amor. El poeta desamorado se enamora. El breve poema, concebido como una larga serie exclamativa en comunión de amor con la naturaleza, acaba con la reiteración anhelante y entrecortada de los versos iniciales. Tras de esa confesión amorosa, en el poema siguiente (VIH: «He vuelto a ver los álamos dorados...»), el poeta deja correr su ilusión, en amplia onda efusiva; pero la dispersión a toda la naturaleza va a concentrarse ahora en el paisaje sabido, en los «álamos del amor» del camino tantas veces recorrido, entre San Polo y San Saturio. El ritmo precipitado de estas dos partes se remansa en el poema final (IX: «¡Oh, sí, conmigo vais, campos de Soria...»), menos exclamativo: 'la agria realidad de la «ciudad decrépita», celada por el torrente de amor de los dos poemas anteriores, vuelve a reaparecer; en acto de conciencia, el poeta renueva su fe en la tierra pobre, en Soria y sus gentes, a las que desea la más ancha ventura. Eliminado el tema del caminante cansado y tristón —que, como se ha dicho, pasó a otra parte del libro, segregado de «Campos de Soria»— concitando a todos los seres naturales en su llamada amorosa, apresurada y feliz, el poeta acabó lo que en principio era monótono andar vagabundo, similar —aunque más realista— al de otros de sus caminos de soledad, en un final orquestal en que las notas más puras están mantenidas por la presencia de la naturaleza y por la confesión amorosa, tema este último de vieja raigambre romántica —«tristeza que es amor»—, pero extrañamente matizado, entre amarga pobreza real y místico ensueño franciscano, en el decir creador del gran poeta de Campos de Castilla. CARLOS BECEIRO Av. Vicente Norter, 2 VALLADOLID 1013 ANTONIO MACHADO: «DE MI CARTERA». TEORÍA Y CREACIÓN Siempre he creído que, en ciertos casos, las «poéticas» de un poeta pueden servirnos de algo a la hora de penetrar en su creación. Si ese poeta es, además, un pensador que ha meditado mucho en torno a la poesía, el aproximarnos a su teoría es indispensable. Tal me parece el caso de Antonio Machado. No pretendo en esta ocasión llevar a cabo un análisis exhaustivo de la poética de Machado, sino sólo acercarme a un poema que considero «teoría» y «poesía» a la vez. Se trata del titulado De mi cartera, de Nuevas canciones (1). Intentaré, ante todo, contemplar el poema en sí, como unidad poética plenamente lograda; mas será inevitable hacer referencia a otros escritos en prosa del Machado teórico para mejor penetrar en ei mundo poético del creador, resumido, parcialmente, en este poema que, para mayor facilidad del lector, transcribo a continuación: I NI mármol duro y eterno, ni música ni pintura, sino palabra en el tiempo. li Canto y cuento es la poesía. Se canta una viva historia, contando su melodía. (1) Me ocupé parcialmente de la poética de Antonio Machado en «Notas Preliminares», en «Antonio Machado. Antología de su prosa» (vol. I I : «Literatura y Arte», «Cuadernos para el Diálogo», Madrid, 1970). Recojo algunas notas relacionadas con el mismo tema en «Antonio Machado, crítico de poetas», «El Urogallo», núm. 34. Madrid, julio-agosto, 1975). 1014 il! Crea el alma sus riberas; montes de ceniza y plomo, sotillos de primavera. IV Toda la imaginería que no ha brotado del rio, barata bisutería. V Prefiere la rima pobre, la asonancia indefinida Cuando nada cuenta el canto, acaso huelga la rima. Vi Verso libre, verso libre... Líbrate mejor del verso cuando te esclavice. Vil La rima vefbal y pobre, y temporal, es la rica. El adjetivo y el nombre, remansos del agua limpia, son accidentes de! verbo en la gramática lírica del Hoy que será Mañana, del Ayer que es Todavía. De mi cartera cierra el libro Nuevas canciones, publicado en 1924. En la primera edición del volumen lleva el poema, a manera de subtítulo, la siguiente indicación: «Apuntes de 1902». A! pie, entre paréntesis, otra fecha; 1924. Al pasar a Poesías completas —en 1928— pierde el subtítulo. Podríamos plantearnos, como primera cuestión, qué sentido tienen esas dos fechas, colocadas una al comienzo, otra al final de De mi cartera. No creo que Machado quiera indicar que el poema, tal como se publicó, naciese en 1902; pero sí parece apuntar con esta 1015 \ " / indicación que, en 1902, existían, en germen, algunas ideas elaboradas posteriormente. Sin negar del todo esta posibilidad última, me atrevo, sin embargo, a sugerir que el concepto de poesía expresado a través de los versos publicados en 1924, es producto de muchos años de creación y reflexión. Y que sólo en parte, pudo tener algún atisbo de algo de ello ei joven creador de principios de siglo. De mi cartera constituye un conjunto poemático, con una gran unidad, Pero —como el autor hace en otras muchas ocasiones— el conjunto —como puede verse— está dividido en estrofas, separadas unas de otras por medio de números romanos. Soleares —principa!» mente—, copla —en una ocasión— y romance —parte final del conjunto—, de por sí estrofas-poemas, son las elegidas por Antonio Machado para lograr este poema unitario; unitario, a pesar de que es posible aproximarse a cada uno de sus fragmentos y analizarlos en forma —relativamente— aislada. Como está a 'la vista del lector, el poema consta de siete estrofas en total. En el presente trabajo —y utilizando una terminología que creo muy del gusto de Machado—• me referiré a cada una de ellas como «apunte». Respetando —aquí necesariamente— ei orden establecido por el autor, comencemos por el principio. PALABRA EN EL TIEMPO A través del «Apunte I» Machado define la poesía. Observemos que, desde el primer verso, sin mencionar el término poesía, comienza a definir, primero partiendo de negaciones, y llegando a una afirmación en e! verso tercero, Todo esto, dicho así, parece muy lógico, muy racional. Nada más falso, sin embargo; el creador está llamando a nuestra intuición. Si funcionáramos en forma lógica, racional, tendríamos que pasar al «Apunte II» para enterarnos de que el poeta está hablando de poesía. Mas no es necesario porque, en forma intuitiva, lo sabemos desde ei principio: el poeta lo ha querido así. Intentemos ver cómo lo ha conseguido, Creo que la reiteración de la partícula negativa ni —repetida tres veces en dos versos— al tiempo que niega «algo» parece sugerir la posibilidad de una afirmación de «otra cosa». Además, la enumeración de términos que evocan o nombran directamente tres artes —escultura, música, pintura— parecen otros tantos indicios que nos llevan, inconscientemente, a sentir —más que a pensar— que la esperada afirmación —tras las tres negaciones— podría tener alguna relación con el arte no mencionado, ni directa ni indirectamente. Asís 1016 cuando la afirmación «palabra en el tiempo» —tras la conjunción adversativa sino— aparece, no necesitamos que ei creador aclare que se está refiriendo a poesía. Finalmente, si observamos bien este «Apunte 1» en su totalidad, podemos ver en él mucho de «adivinanza», empleando el término con su doble sentido: el que le da el pueblo —es decir: acertijo— y el de adivinación; es decir: descubrimiento de lo oculto. Por el camino de la «adivinanza», Machado invita al lector a hacerse «adivino». Más adelante me aproximaré al contenido de la definición machadiana de poesía, pero hay que decir aún algo más de los dos versos iniciales. En el verso primero —de manera muy clara— rechaza Machado el concepto parnasiano de poesía como escultura; rechaza, igualmente, la poética simbolista. El término música parece una clara alusión a un conocido verso verleniano. Sin embargo, una nota de 1924, recogida en el cuaderno Los complementarios, creo que ilumina el verdadero significado del término. Al referirse Machado al material que sirve de base a la'poesía, señala: «Una solución grosera de este problema se ha intentado con la interpretación literal —literal y calumniosa, claro es— del precepto verleniano «de la musique avant toute chose», hacer de las palabras mero conjunto de sonidos modulados para recreo del oído» (2). Podríamos deducir, pues, que no niega Machado la necesidad de la musicalidad del verso, sino la poesía que pretende ser —o hacerse— sólo música. Ahora bien, el rechazo a la poética simbolista lo veo, especialmente, en el intento deliberado de marcar límites; de establecer fronteras: recordemos que uno de los principios básicos, tanto de! simbolismo, como de otros movimientos —poéticos, pictóricos, musicales— afines, es la defensa de la interrelación de las artes. Hacia el momento de creación de los poemas de Nuevas canciones comienza Machado a elaborar muchas de sus reflexiones en torno a la poesía. Una, muy importante —a mi juicio—, sobre el material que cada artista emplea como materia prima, figura en las páginas De un cancionero apócrifo, atribuida a Abel Martín (3). Pero antes —con variantes mínimas— la misma reflexión se recoge en el cuaderno Los complementarlos. De acuerdo con el pensamiento de Machado, entre la poesía y las otras artes tienen que existir diferencias fundamentales porque hay diferencias fundamentales entre la. materia prima que emplea el poeta y el material que los otros artistas utilizan. En la página de Los complementarios a la cual hice referen[2) (3) Véase «Los complementarios», Ed. cíe Domingo Ynduráin, Taurus, Madrid, 1972. Recogida en «Poesías completas», a partir de la edición de 1928. 1017 cía, ío expresa en estos términos: «La materia en que las artes trabajan, sin excluir del todo a la música, pero exceptuando a la poesía, es algo no configurado aún por el espíritu: piedra, bronce, sustancias colorantes, aire que vibra, materia bruta, en suma, de cuyas leyes, que la ciencia investiga, el artista, como tal, nada entiende», «Sin embargo, al poeta le es dado su material, el lenguaje, como al escultor el mármol o el bronce, En las palabras ha de ver, por de pronto, lo que aún no ha recibido forma, lo que va a ser, después de su labor, sustentáculo de un mundo ideal. Pero mientras el artista de lo práctico, comienza venciendo resistencias de la materia bruta, el poeta lucha con otra suerte de resistencias: las que ofrecen aquellos productos espirituales, las palabras, que constituyen su material. Las palabras, a diferencia de ias piedras, o de las tierras colorantes, o del aire en movimiento, son ya por sí mismas significaciones de lo humano, a las cuales ha de dar el poeta, necesariamente, otra significación» (4). Si pensamos que estas relexiones en prosa son —aproximadamente— contemporáneas del poema De mi cartera, podemos percibir hasta qué punto se unen en Machado el sentido crítico y la intuición creadora; hasta qué punto, por tanto, es Machado, en este aspecto —dentro de nuestro país— uno de los precursores, junto con Juan Ramón Jiménez, de la preocupación —que nos empeñamos en creer novísima— por crear una poesía crítica de la poesía. Y, pasando ya al contenido de la definición machadiana, comenzaré advirtiendo que —a mi ver— para captar plenamente el complejo sentido que «palabra en el tiempo» encierra, es imprescindible un buceo en algunas ideas, recogidas —antes o después— en unos cuantos textos en prosa. De gran interés me parece una nota de! cuaderno Los complementarios. Dice así: «Es evidente que la obra de arte aspira a un presente ideal, es decir, a lo intemporal. Pero esto de ninguna manera quiere,decir que pueda excluirse el sentimiento de lo temporal en el arte. La lírica, por ejemplo, sin renunciar a su pretensión a io intemporal, debe darnos la sensación estética del fluir del tiempo. Es precisamente el flujo del tiempo uno de los motivos líricos que la poesía trata de salvar del tiempo, que la poesía pretende intemporalizar». Un poco más abajo, entre paréntesis, aclara: «Lo intemporal es la obra de arte, no lo representado en ella: en este caso, el fluir de! tiempo». Algunos años más tarde, en Ei «arte poética» de Juan de Mairena (4) Aunque la versión atribuida a Abel Martín está más elaborada, doy la de «Los complementarios» por estar, cronológicamente, más cercana al poema «De mi cartera». 1018 —recogido en la edición de Poesías completas de 1928— hallamos esta variante —más elaborada— de la nota citada anteriormente: «Todas las artes —dice Juan de Mairena en la primera lección de su «arte poética»— aspiran a productos permanentes, en realidad, a frutos intemporales. Las llamadas artes del tiempo, como la música y la poesía, no son excepción. El poeta pretende, en efecto, que su obra trascienda de los momentos psíquicos en que es producida. Pero no olvidemos que, precisamente, es el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibración) lo que el poeta pretende intemporalizar, digámoslo con toda pompa: eternizar». Con un típico lenguaje «maireniano», en el capítulo IX de Juan de Mairena, refiriéndose al trabajo del poeta —pescador de palabras— escribe Machado-Mairena: «El poeta es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos; entendámonos: de peces que puedan vivir después de pescados». Con mucha frecuencia, «poesía: palabra en el tiempo» se ha interpretado —más o menos— como un llamamiento a buscar un arte que refleje el momento histórico. Es decir: tiempo ha sido interpretado como tiempo histórico únicamente. Sin rechazar de plano esta posibilidad de lectura —que, por supuesto, no está en contradicción con lo esencial del pensamiento tota! de Machado— creo que no es ésta la interpretación justa de las palabras del poeta. Quiero decir: de estas concretas palabras del poeta. Si nos detenemos un poco en los citados comentarios en prosa, podremos observar que —en todos ellos— el problema que se plantea es el de la palabra misma; el problema de cómo hallar palabras vivas que sigan viviendo; o quizá, palabras que puedan producirnos la ilusión de que siguen viviendo, latiendo, vibrando, una vez fijadas en el poema. Mas, para que esta ilusión de vida se logre, es imprescindible —según el pensar machadiano— que la palabra produzca «¡a sensación estética del fluir del tiempo». Creo necesario recordar ahora que, en toda la creación de Machado, el tiempo es inseparable de la vida: captar —eternizar— la vida-tiempo, sería, pues, la función primordial de la palabra poética (5). La definición machadiana de poesía como «palabra en el tiempo», se repite —ya en la misma forma; ya con algunas variantes— en textos ' (5) A través de la creación poética de Antonio Machado creo que podemos captar cómo «vida» y «tiempo» son conceptos inseparables en su cosmovisión. Pero una nota del cuaderno «Los complementarios» puede servirnos como aclaración lógica de la intuición poética. En «Apuntes para una teoría del conocimiento, espacio y tiempo», el pensador hace estas consideraciones: «Un tiempo sin hechos, sin acontecimientos, sin historia, es inconcebible. Sin sucesión de movimientos, sin vicisitudes, casos, sucesos, no hubiéramos nunca podido hablar de tiempo». 1019 i i i posteriores al poema publicado interesa destacar la recogida en pañola contemporánea. Antología, define !a poesía como «palabra esencial es aclarador, aunque no en 1924. Entre otras variantes, me la Poética que figura en Poesía esde Gerardo Diego. En ella, el poeta esencial en el tiempo». El término lo considero imprescindible. CANTO Y CUENTO Así como creo que la definición de poesía como «palabra en el tiempo» pertenece al poeta-pensador maduro, podría aceptar que la intuición de lo que en la poesía hay de canto y de cuento •—tema del «Apunte II»— es antigua. En Soledades (1903) hallamos unos versos —en este sentido— muy reveladores. Aunque el poeta no se refiera a la poesía, dice algo que, intuitivamente, sentimos como una posible reflexión sobre ella. En su primera versión, el poema llevaba como título Los cantos de los niños. Estaba dedicado a Rubén Darío (6). Comenzaba con los siguientes versos: Yo escucho las coplas de viejas cadencias, que los niños cantan en las tardes lentas... Y estos sus versos finales: Cantaban los niños canciones ingenuas, de un algo que pasa y que nunca llega, la historia confusa y clara la pena. Vertía ¡a fuente su eterna conseja: borrada la historia contaba la pena. Se me ocurre pensar que el lector que, con mentalidad «lógica» me haya seguido hasta aquí, podría objetar que el autor de Los cantos de los niños no habla, en ese momento, de poesía. Ello es muy cierto. Sin embargo he de confesar que desde —acaso— mi primera lectura del poema, vi en los cantos de los niños y en su desdoblamiento (6) Pasa a «Soledades. Galerías. Otros poemas», con muchísimas variantes, además de perder el título y ia dedicatoria. 1020 en el cuento de la fuente —o viceversa— un valor simbólico: muchos otros lectores habrán tenido la misma impresión. Un apunte —hallado posteriormente— en Los complementarios vino a confirmar la validez de aquella intuición primera. Según el poeta, había, en aquel poema, algo más que lo que parece decir. Las frases que en primer término quiero destacar, son estas: «En mi composición «Los cantos de los niños» escrita en el año 98 (publicada en 1904: Soledades) [sic], se proclama el derecho en la lírica a contar la pura emoción, borrando la totalidad de la historia humana». En toda la lírica de Machado hay siempre una realidad, una historia, que sirve de base, de tierra. Pero —al menos, en su poesía mejor— lo que de esa historia queda —lo que el poeta quiere que permanezca— es la «melodía»; lo que en Los cantos de los niños era «la pena». En una palabra, en este «Apunte II», Machado proclama el derecho del poeta a abolir ia anécdota. Si leemos unas frases pertenecientes a ia citada nota de Los complementarios, haHaremos que don Antonio, tan poco dado a jactarse de sus logros poéticos, se ve a sí mismo, en este aspecto, como iniciador —al menos, en su país— de una novedad importante: «El libro Soledades —escribe—• fue el primer libro español del cual estaba íntegramente proscrito lo anecdótico». Esta afirmación del autor es, desde luego, muy discutible. No creo que en Soledades esté siempre proscrito lo anecdótico. Sí lo está en algunos poemas, cosa que podemos observar, igualmente, en gran parte de 'la poesía del Juan Ramón de los mismos años. En todo caso —y una vez más tenemos que unir sus nombres-— son estos dos creadores los precursores —al menos, en la literatura peninsular— de una poesía que —por muy diversos caminos— llega a abolir totalmente la anécdota. Creo que queda claro —por otra parte— que la «melodía» a que el poeta se refiere en el «Apunte !!», nada tiene que ver con un «conjunto de sonidos modulados para recreo del oído», es decir: con la «música» de! «Apunte I». En esta «solear» hay, sin duda, una gran musicalidad: las palabras canto, cuento, canta, cantando, con su sonido y su sentido, contribuyen a crearla. Mas la música que aquí se busca es un canto, nada lejano a aquellos de los lejanos niños que jugaban al corro; muy cercano al cante popular; y, quizá sobre todo, un canto próximo al rumor de las aguas... De las aguas de las primeras fuente de Soledades; de las aguas de algún río —oculto— que, en algún momento, puede brotar en el poema; de las aguas, siempre —en toda la poesía machadiana— símbolo del pasar, del fluir del tiempo. 1021 ALMA-AGUA Entre los Apuntes II y III hay un aparente salto irracional; «Crea el alma sus riberas...». Hasta este momento, habíamos asistido a un intento de definir la poesía, con un tono objetivo. La aparición de la palabra «alma», primero, «sotiilos», después, ponen una cierta nota de subjetivismo. Sentimos la impresión de que el poeta, inesperadamente, ha querido introducirnos en un mundo más íntimo. A pesar de las apariencias, no sólo no existe el supuesto salto irracional a que acabo de referirme, sino, por el contrario, hay un nexo —casi imperceptible, más no por ello inexistente— entre estos tres primeros «Apuntes». Si volvemos ahora al verso primero del «Apunte I», sospechamos que los dos adjetivos que califican a mármol •—duro y eterno— se proyectan —por contraste, podríamos decir •—en el verso tercero. Quiero significar que, a mi juicio, contribuyen a hacer que la palabra —de «palabra en el tiempo»—parezca aún más fluida, más semejante ai «pez vivo» —que diría Mairena— dentro de un tiempo que fluye. La dureza y la eternidad del primer verso, siguen proyectándose a través del «Apunte II». Es decir, por contraste, sentimos más profundamente la fluidez del canto-cuento porque aún resuenan en nuestra subconsciencia los ecos de lo duro y eterno, Y —dicho sea de paso— el calificativo viva, antepuesto a historia, contribuye a acentuar el contraste. Al llegar al primer verso del «Apunte III», los términos alma —cercano, fonéticamente a agua— y riberas —sugeridor, claro está, de río— nos sitúan dentro de un mundo en movimiento. Lo duro y lo eterno han desaparecido para dejar paso a lo que fluye. Y si el término agua no ha sido aún dicho, aunque sí sugerido, la presencia del agua —concretamente, del río— se adivina. Una vez más, el río •—con el simbolismo tradicional, manriqueño, que Machado hace suyo— es aquí vida-tiempo. No me parece difícil deducir por qué el poeta hace la sustitución de agua por alma, que, más que sustitución es fusión. En primer lugar, Machado, a través de todo el poema, utiliza una técnica de sugerencias: lo hace en el «Apunte III», como lo había hecho en el «Apunte I». Alma —con su sonido, y con sus «riberas»— se transforma, inconscientemente, en agua. Pero el término alma es aquí más íntimo, más personal. Y es, precisamente, en este momento cuando Antonio Machado quiere ser más subjetivo; cuando, en cierta forma, va a revelar algo de sí mismo. Obviamente, el alma que crea es alma de creador. Cuando nos 1022 asomamos al mundo creado —«montes de ceniza y plomo/sotillos de primavera»— podemos advinar sin mucho esfuerzo que el creador de ese mundo es el poeta Antonio Machado: esos dos versos son, en cierto modOi una resumida autosémblanza vital-lírica, a través de la cual entrega algo de su alma y nos habla de lo creado por su alma. Como en otras ocasiones, es el contraste el recurso empleado para autodefinirse y definir su creación; su poesía. Hay un fuerte contraste entre los «montes de ceniza y plomo», del verso segundo, y los «sotillos de primavera», deí tercero. Contraste visual, que conlleva un profundo contraste psíquico. CUANDO NADA CUENTA EL CANTO Así como el término poesía —definido en e! «Apunte U, no se menciona hasta el «Apunte II», hay que llegar al «Apunte IV» para encontrar el término río, nombrado. Cuando leemos; «Toda la imaginería/que no ha brotado del río...», sabemos ya, ciertamente, que ese río es el alma del poeta; la vida-tiempo del poeta. Tanto el «Apunte IV» como los siguientes expresan puntos de vista del teórico Antonio Machado, con relación a aspectos muy concretos de la poesía. En general, el material-tema, por así decir, es ahora mucho más limitado y, por ello, en el poema hay menos poesía. Sólo en el «Apunte Vil» —último—, volverá el poeta al principio; volverá a acercarse y a acercarnos de nuevo a la esencia de la poesía; y la poesía latirá con fuerza. Vamos por partes, y retomemos el «Apunte !V». Las hoy muy conocidas opiniones de Machado sobre las imágenes poéticas, son motivo de reflexión en gran parte de su prosa. Quizá el teórico empezó muy pronto a pensar sobre ello. Quizá la primera vez que encontramos un comentario sobre e! particular sea un artículo publicado en 1905, bajo el título: Divagaciones en torno al último libro de Uñamuno (7), Ya en aquel momento afirma que «ni ¡as ideas de los pensadores, ni las imágenes de los poetas, son nada fuera del sentimiento de que nacen...». Y concluye que: «La pura ideología y la fría imaginativa son deleznables». Es curioso observar que en fecha tan temprana esboce ya Machado algunas ideas que van a reaparecer en su poética, muy posteriormente, desarrolladas. En esas palabras está anticipada su crítica al barroco, tanto como su crítica a lo que llamará «poesía del intelecto». (7) Publicado en «La República de las Letras», núm. 14. Madrid, 1905. Está recogido en «Antonio Machado. Obras. Poesía y prosa», Ed. Losada, 1964. 1053 Aparte de los comentarios de 1905, no hay —o no conozco— nuevas opiniones de Machado sobre este punto hasta fecha muy posterior. Concretamente, hasta ¡a segunda década de siglo, coincidiendo con sus estudios de filosofía y —no lo olvidemos— con la aparición de una serie de corrientes estéticas. Pienso que el creacionismo —con su sobrevaloración de la imagen— debe haber estimulado bastante al meditador. A Vicente Huidobro y a Gerardo Diego se refiere más de una vez. También convierte en motivo de reflexión los nuevos caminos que —por aquel entonces— comienza a explorar Juan Ramón Jiménez, y cuya validez, su viejo amigo y admirador, pone en duda (8), En Reflexiones sobre la lírica: El libro «Colección» del poeta andaluz José Moreno Villa. (1924), publicado en 1925 —que es un documento imprescindible para conocer las ideas machadíanas en torno al tema que examino— establece la diferencia entre «imágenes-cobertura de conceptos» e «imágenes-expresión de intuiciones» (9). Algunos años más tarde, en El «arte poética» de Juan de Mairena, explica detalladamente la diferencia entre la Imagen brotada de! río —es decir: la imagen intuida— y aquella que sirve sólo para disfrazar conceptos: la «barata bisutería» del «Apunte IV». Si recordamos las críticas de Juan de Mairena al barroco literario español, veremos que uno de ios puntos principalmente atacados es la «pobreza.de intuición» que se manifiesta en la profusión de imágenes que son sólo elemento decorativo, y muy pocas veces producto de intuiciones. Comentarios tales como; «Las imágenes de! barroco expresan, disfrazan y decoran conceptos, pero no nacen de intuiciones»; o: «Con ellas —dice Mairena—• se discurre o se razona, aunque superflua y mecánicamente, pero en ningún modo se canta»..., son frecuentes en el Machado teórico y crítico (10). Por supuesto, no se trata de un rechazo total de la imagen. Imágenes y metáforas «son de buena ley —escribe en un texto de 1916 (11)— cuando se emplean para suplir la falta de nombres propios y de conceptos únicos que requieren la expresión de lo intuitivo, nunca para revestir lo genérico, lo convencional». Es decir: cuando han brotado del río. (8) Casi todos estos comentarios a que hago referencia permanecieron inéditos en vida de Machado. Están recogidos en «Los complementarios». (9) Habla ya de «imágenes-cobertura de conceptos» en una breve nota de 1917, en la que hace referencia a «Estío», de Juan Ramón Jiménez. (10) En tas citadas «Notas preliminares», en «Antonio Machado. Antología de su prosa», vo!. I I , estudio con bastante detenimiento todos ios juicios que Machado hace sobre nuestro barroco literario. Sugiero, además, cómo al criticar el barroco, está, en gran medida, criticando algunos aspectos de la poesía de la generación poética de 1927. (11) Sobre las imágenes en la lírica «Al margen de un libro de V. Huidobro». El apunte pertenece a «Los complementarlos». 1024 Los dos siguientes «Apuntes» guardan entre sí una estrecha relación. A mi ver, ya desde el «Apunte IV» el clima poético baja un tanto, quizá en parte debido a que el material temático es ahora menos «noble», sí se me permite traer un término que pertenece a otro campo del arte. La «poesía» se esconde un tanto tras la —necesaria-— teoría. Pero, con fuerza, reaparecerá al final del poema. Los «Apuntes V y VI» son «consejos», «sentencias». Sentencioso es su tono. Creo que tanto el tono, como el empleo de la segunda persona —«Prefiere la rima pobre»... «Líbrate mejor de! verso / cuando te esclavice»— son recursos distancíadores y universaiizadores. Un tono más subjetivo, o el empleo del «yo», en lugar del «tú», harían de estas dos estrofas, más que «sentencias» o «consejos», opiniones individuales. Si exceptuamos un texto inédito de 1914 •—al que luego me referiré más extensamente— no recuerdo ningún otro momento —anterior a este poema— en que Machado hable tan concretamente del verso en sí. Más tarde, son frecuentes las alusiones a la rima, ya sea para defender la «rima pobre», la «asonancia indefinida»; ya para justificar su necesidad. Sobre este último punto —necesidad y porqué de la rima— se extenderá bastante Machado en El «arte poética» de Juan de Mairena. Afirma allí que la rima «es el encuentro más o menos reiterado de un sonido con el recuerdo de otro» y que es «un buen artificio, aunque no el único, para poner ia palabra en el tiempo». El artificio, sin embargo, presenta sus peligros, que MaGhado-Mairena condensa en estas palabras: «Pero cuando la rima se complica con excesivos entrecruzamientos y se distancia, hasta tal punto que ya no se conjugan sensación y recuerdo, porque el recuerdo se ha extinguido cuando la sensación se repite, la rima es entonces un artificio superfiuo», La preferencia por las formas sencillas —¿formas aprendidas en los cantares del pueblo?—; la preferencia por ia «rima pobre» —es deci, la asonancia— se pone de relieve muchas veces, a través de las páginas de Juan de Mairena. A manera de ilustración, recojo unas palabras de un capítulo en el cual Machado hace referencia a Bécquer: «Recordemos hoy a Gustavo Adolfo, el de las rimas pobres, la asonancia indefinida y los cuatro verbos por cada adjetivo definidor». También al «verso libre» se refiere Machado en El «arte poética» de Juan de Mairena, en los siguientes términos: «Los que suprimen la rima —esa tardía invención de la métrica— juzgándola innecesaria, suelen olvidar que lo esencial en ella es su función temporal, y que su ausencia los obliga a buscar algo que la sustituya; que la poesía 1025 CUADERNOS. 304-307 (n).—26 lleva muchos siglos cabalgando sobre asonancias y consonancias, no por capricho de la incultura medieval, sino porque el sentimiento deí tiempo, que algunos llaman impropiamente sensación del tiempo, no contiene otros elementos que los señalados en la rima: sensación y recuerdo». Porque cree en la rima como elemento necesario para reforzar la temporalidad en el verso, Machado escribe su poesía en verso rimado. Cuando todo verso «te esclavice» —es decir: cuando necesites liberarte de toda norma— líbrate de él; de todo verso, y no necesariamente de la rima: también pueden esclavizar —parece sugerir Machado— las normas a que todo verso, aún el que se llama «libre», tiene —necesariamente— que someterse, EL «VERBO» Y SUS ACCIDENTES La «poesía» vuelve a imponerse sobre la «teoría» —sin anularla— en eí breve romance —«Apunte VII»—• que constituye el final del poema: La rima verbal y pobre, y temporal, es la rica. El adjetivo y el nombre, remansos del agua limpia, son accidentes del verbo en la gramática lírica del Hoy que será Mañana, del Ayer que es Todavía. Con una pequeña variante en el último verso, este «Apunte» está parcialmente recogido —desde el verso tercero hasta el final— en e! cuaderno Los complementarios, como ilustración a una reflexión sobre poética —fechada en 1914—, cuya primera parte es, otra vez —y acaso, la primera vez— un comentario sobre las imágenes: «Bajo la abigarrada imaginería de los poetas novísimos —escribe—• se adivina un juego arbitrario de conceptos, no de intuiciones. Todo esto será muy nuevo (si lo es) y muy ingenioso, pero no es lírica. Eí más absurdo fetichismo en que puede incurrir un poeta es el culto a las metáforas». A continuación recoge los seis versos citados —los seis finales del «Apunte Vil»— y, tras ellos, este otro comentario: «Tal era mi estética en 1902. Nada tiene que ver con la poética de Verlaine. Se trataba sencillamente de poner Ja lírica dentro del tiempo y, en lo posible, fuera de lo espacial». 1026 No nos detengamos demasiado a divagar sobre si era esa, realmente, la «poética» del Antonio Machado creador de Soledades, o sobre las posibles —yo diría más bien: ciertas— influencias de Verlaine en el joven poeta. Digamos, sin embargo, que ya en Soledades hallamos un «sentimiento del tiempo», y la presencia de una serie. de elementos simbólicos para sugerirlo: cantos de los niños, o cuentos de las fuentes, por ejemplo. Es curioso notar e! empeño que muestra aquí el teórico-crítico en separar su estética de la simbolista, resumida en el nombre de Verlaine. A primera vista, si consideramos que la citada nota está fechada en 1914, podíamos pensar que se trata de un intento de mostrar su originalidad —remontándola ya a 1902—• justamente en los mismos años en que el simbolismo comienza su decadencia y otras corrientes artísticas aparecen, o se afirman. Quizá hay mucho de todo esto. Pero, fundamentalmente, creo que Machado —que en esos años comienza a mostrarse como preocupado pensador y lúcido crítico de poesía—, empieza por reflexionar sobre la propia. Estas reflexiones —en cierto modo— le van a llevar a una profundízación: a una exploración en algunos caminos, hallados intuitivamente, mucho antes de 1914. Hallados —alguna vez— en las primeras Soledades; hallados, muchas veces, en Soledades. Galerías. Otros poemas. Y, si en la poesía que coincidiendo con esos años fecha en Baeza —muchos de esos prosaicos y anecdóticos poemas incluidos en la primera edición de Poesías completas (1917)— no consigue «poner la lírica dentro del tiempo», creo que el intento? —consciente ya— lo logrará en gran parte de Nuevas canciones, o en los versos dedicados a Guiomar, o —'-más plenamente aún— ere aquellos poemas que el maestro Juan de Mairena dedicó al maestro Abel Martín: bástenos recordar Muerte de Abel Martín, como ejemplo máximo. Es innegable que a través del romance de 1914, ampliado en su aparición en 1924, Machado dice sobre su poesía cosas fundamentales y nos da valiosas claves para interpretarla. Los dos primeros versos del «Apunte VII» son una ampliación —o„ mejor, profundízación— del «Apunte V». Observemos que lo que allí es «rima pobre», se transforma ahora en pobre, verbal y témpora!. Si pobre puede interpretarse como un mero contraste con rica —«rima rica»— verbal y temporal añaden nuevos matices. Verbal —lo que ahora voy a sugerir se aclarará unos versos más abajo— creo que significa, en este contexto, esencial; temporal —el adjetivo derivado de tiempo— contiene todas las significaciones que en el sustantive deposita siempre Machado. 1027 Verbal, pobre, temporal —además— dispuestos en forma enumerativa y enlazados por la conjunción y —con valor no sólo copulativo, sino además, acumulativo y reiterativo— producen la sensación de continuidad y de fluidez; son lo continuo que fluye. Y así, una vez más, captamos el fluir del tiempo. Y el fluir del agua que, con su nombre, reaparece en el verso cuarto: «remansos del agua limpia». A partir del tercer verso, con un aparente tono de recitación infantil, el poeta canta una lección de «gramática lírica». En realidad,, está mostrando —líricamente— su definición de «poesía-palabra en el tiempo». Creo que verbo —que aparece en el verso quinto— es una palabra-clave. Por una parte, es sugeridora de acción, de movimiento. Esa acción será aquí un pasar: un fluir del tiempo que —en los dos versos finales— va del presente al futuro; de! pasado a un «Todavía» contenedor de Ayer, Hoy y Mañana. Pero verbo es además —y, sobre todo— palabra. Palabra esencial, 8S decir: Verbo, El Verbo sufre modificaciones —accidentes— que pueden llamarse sustantivos, adjetivos, verbos o adverbios. Pero —sea cual fuere la forma adoptada —son palabras vivas; peces que siguen viviendo después de pescados. Viviendo en un tiempo —señalado por cuatro adverbios temporales •—donde se borran las fronteras del tiempo cronológico: el tiempo vital del poeta con su propia vibración. TODAVÍA... Con un «Todavía», se ha cerrado el poema como unidad poemática. UMas como vida-tiempo; como río que fluye, sigue corriendo, convirtiéndose —por obra y gracia de la palabra final— en un poema «abierto». «Todavía» es y queda siendo. En el transcurso de su decir, el poeta nos llevó desde lo más universal —la definición de poesía— hasta el íntimo mundo poético del «Apunte 111»; desde su visión amplia de la esencia de la poesía hasta una serie de personales ideas sobre aspectos concretos del poema. Tras lo general, fue hacia lo particular, para mostrarnos al final —de nuevo— su lírica definición de la «palabra en el tiempo». Y, siempre, haciendo «palabra en el tiempo» de lo que, fácilmente, podría haber sido sólo un «arte poética». AURORA DE ALBORNOZ México, 15, 2.° F •MADRID 1023 UN ANTECEDENTE DE «YO VOY SOÑANDO CAMINOS» De vez en cuando se repite un milagro, y esta tarde, a trancas y barrancas, intentaremos probarlo. El más antiguo y universal de los procedimientos utilizados por la poesía, desde que el. mundo es mundo, es la armonización de los contrarios. Este procedimiento se puede registrar tanto en ías gestas primitivas como en ¡a ¡trica de los poemas más recientes. Tropezamos con él a cada paso y a veces de manera inesperada, ya que se encuentra en los lugares más diversos: en los himnos y en las murgas de Carnaval, en las charangas y en [as misas de réquiem, en los poemas culteranos y en las canciones populares, Continúa siendo desparpajado, joven, antiquísimo y flagrante pues su virtud poética parece aún positiva e inagotable. En nuestro Siglo de Oro, sus principales cultivadores fueron el conde de Salinas, ei conde de Villamediana y Lope de Vega. Eligiendo entre pares, quisiera recordaros uno de los más conocidos y radiantessonetos de este último poeta. (Advertiremos de pasada, para que nadie se Mame a engaño acerca de ía pureza de nuestras intenciones, que sólo vamos a recordarlo para que nuestros oyentes puedan tener en cuenta, por sí mismos, a qué grado de finura poética puede llegarse con la utilización de este procedimiento): Ir y quedarse y con quedar partirse, partir sin alma e ir con alma ajena, oír la dulce voz de una sirena y no poder del árbol desasirse: arder como la vela y consumirse haciendo torres sobre tierna arena, caer de un cielo y ser demonio en pena y de serlo jamás arrepentirse; hablar entre las mudas soledades, pedir, pues resta, sobre fe, paciencia, y lo que es temporal llamar eterno, 1029 creer sospechas y negar verdades, es lo que llaman en el mundo ausencia, fuego en el alma y en la vida infierno. La innegable eficacia de este procedimiento (artístico, que ustedes por sí mismos habrán podido apreciar), creo que depende, ante todo, de tres causas mayores: la primera es el hechizo de la reiteración paralelística (que tan bien ha estudiado mi maestro Dámaso Alonso); es decir: el hechizo de ver que se repite en la lectura de un poema un valor, o un sistema de valorea ya conocidos: En definitiva: la reiteración paralelística es ese encantamiento que sentimos ai ver volver de nuevo hacia nosotros lo que nos ha gustado alguna vez. La segunda es la tensión de sorpresa que nos produce la armonización de ios contrarios, pues ya sabéis que en la lectura de un poema, y en la vida, toda sorpresa tisne valor poético. La tercera es el establecimiento de una nueva sintaxis de la realidad donde aún Jos elementos más dispares (confraternizan y) se aunan. Todas las cosas, y todas las personas, tienen un nudo de afinidad en algún sitio de sus almas: sóio es preciso encontrarlo. Tal vez consiste en esto Ja más honda tarea de los poetas. Como vamos deprisa no nos podemos extender, y no comentaremos estas causas mayores; sólo quisiéramos añadir que, en gran parte, de ellas depende la buena gracia del soneto que hemos puesto de ejemplo. Veamos ahora, también quemándonos ios píes, y sin volver la vista a los recodos del camino, cómo utiliza el pueblo este procedimiento artístico. Entre los maestros de la poesía contemporánea ninguno ha valorado el folklore como Antonio Machado. No solamente lo valora, lo practica. Muchos de sus poemas se asemejan a coplas; muchas de sus sentencias, nos parecen refranes: tienen su acierto, su sorpresa y su honda sencillez. Pondremos dos ejemplos. El primero un poemilla que se repite hoy día de labio en labio como un refrán: la primavera ha venido: nadie sabe cómo ha sido. Y estas palabras memorables de su Juan de Mairena, que andando e! tiempo probablemente se van a convertir en copla. «Reparad en esta copla popular: quisiera verte y no verte, quisiera hablarte y no hablarte, quisiera encontrarte a solas y no quisiera encontrarte. 1030 Vosotros preguntad; Bueno ¿pero en qué quedamos? Y responded: Pues en eso.» Lo que Machado quiere decir, y lo que dice con suma precisión, es que tenemos que asumir, ai mismo tiempo, la suma de todas estas actitudes sentimentales que nos parecen contrapuestas. Mo se puede elegir entre ellas pues son complementarias, sucesivas e inseparables, con lo cual quiere decir que cada una de ellas sólo vive, sólo puede empezar a vivir, a expensas de la otra. Más que verdades complementarias yo diría que son verdades sucesorias. Veamos más de cerca en qué consiste el acierto de esta contundente contestación. Ei pensamiento racional no acepta nunca un juicio cuyos términos se contradigan lógicamente. En cambio, el pensamiento poético puede aceptar contradicciones (y vive a expensas de ellas), pues sólo trata de establecer la afinidad de las cosas creadas y devolverle al mundo su inocencia. La poesía, como la vida (sobre la cual se apoya), suele ofrecernos situaciones de afirmación contradictoria. Bien sabéis que un amante puede desear, a! mismo tiempo, ver a su amada y no verla; y en otro plano, puede desear estar a solas con ella, y no atreverse a abrir la puerta de su cuarto cuando la amada ¡al fin! se la deja entreabierta. No hay nada extraño en esta situación. Nada ajeno al amor. Tanto el deseo como el temor de verla, se funden en un mismo sentimiento y constituyen una misma tensión. Mo lo olvidemos, pues sería inútil pretender olvidarlo. En todo amor, si es verdadero, hay siempre algo excesivo, algo penúltimo e irrealizable. Algo que no se sacia con vivir: hay que seguirlo mereciendo. Hay que seguirlo esperando. Hay que seguirlo inventando pues el amor es siempre una antesala que sóio puede traspasarse para llegar hasta otra puerta. Por muchas puertas que traspasemos, siempre quedará alguna por abrir. Cuando se acaban las puertas es que el amor agoniza y ya no puede recrearse. La avidez amorosa es insaciable y por ello nos ¡leva de su mano con desesperación tranquila y confiada. Lo propio del amor es, justamente, esta tensión, esta avidez siempre penúltima, siempre satisfaciéndose y siempre irrealizable, Y ahora sigamos nuestro camino. A este tipo de canciones populares vengo llamando, desde hace muchos años, coplas de afirmación contradictoria. Son frecuentísimas y en la mayoría de los casos acertadas. Su acierto hace que se repitan, y su repetición las convierte unas veces en ejemplo y otras veces en tópico. Téngase en cuenta que únicamente dentro del mundo de las artes, la ejemplaridad suele seguirla todo el mundo, y por seguirla todo el mundo se llega a convertir en tópico. Es admirable que así sea. ¡Lástima que no ocurra lo mismo en la vida político-social, en donde nadie sigue a nadie, los triunfos se justifi1031 - can por sí mismos, y el éxito no va frecuentemente acompañado de ejemplaridad! Tal vez sería pedir peras al olmo. Ahora bien, este tipo de coplas a que venimos refiriéndonos —las coplas de afirmación contradictoria— suelen andar de casa en casa y transmitirse de boca en boca. Se encuentran entroncadas, como hemos visto en la vieja tradición poética de la armonía de los contrarios que nace en el arranque de los tiempos y llega, sin pérdida de su luz, hasta nuestros días. Para ceñirme al tema quisiera recordaros, ahora, la que ningún hablante de nuestra lengua desconoce: Ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio, contigo porque me matas y sin ti porque vne muero. Todos habéis vivido la situación vital que describe esta copla. Todos habéis sufrido su tenazón en vuestros labios, su quemazón en vuestra sangre. Es natural. Cuando el amor es verdadero, duele. Cuando el amor es verdadero, ilumina nuestras raíces, tal vez las queme alguna vez, pero nos da conciencia de vivir. Nos hiere, desde luego, pero nos llena, y al perder el amor nos sentimos vacíos. Nos parece que hemos perdido el paraíso más difícil de recobrar, que hemos perdido el paraíso de nuestra propia identidad. Sin amar no sabemos quién somos. Nos desposesionamos de nosotros. ¡Cuántas veces hemos sentido que ni podíamos soportar el martirio de la tensión amorosa, ni la podíamos olvidar! La destrucción o el amor se llama el más hermoso libro del poeta Vicente Aleixandre. Es de un acierto estremecedor pues todo amor, en cierto modo, es un naufragio, y en cierto modo una supervivencia. Yo me he quemado muchas veces con la lectura de este libro y aprendí en él la ley del náufrago: la posesión se desvalora, la pérdida se añora. El naufragio es constante: ,hay que olvidar continuamente al ser amado, para volver continuamente a recrearlo. En última instancia, el amor muere o se recrea: tiene que destruirse para crecer: Ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero. Hagamos lo que hagamos, siempre estaremos dentro del horizonte de esta ley. Nadie puede salvarla. La unidad de la vida amorosa ha de ser sucesiva. La sucesión depende, en fin de cuentas, de esta tensión, continuamente renovada y renovadora, entre la quemazón de 1032 lo que se tiene y el dolor de lo que se pierde. Sin haber naufragado alguna vez, sin estar como un náufrago, entre las olas, no sentiremos la alegría superviviente de llegar a la costa. Si el amor no es un juego, sólo puede tener un punto de partida: ser la supervivencia de un naufragio. Quede aquí el comentario a la copla. Pues bien, en la poesía moderna la situación anímica que hemos descrito ha dado origen a dos poemas magistrales y afortunados, cuya comparación es el punto final de la presente conferencia. El primero de estos poemas se publica en el año 1880 y pertenece al libro Follas novas. Su autora es Rosalía de Castro. El segundo se publica en 1907 y pertenece a otro libro también inolvidable: Soledades, galerías y otros poemas; su autor es don Antonio Machado. Veamos el primero: Unha vez tiven un cravo cravado río corazón, y eu non m' acordó xa si era aquel cravo d' ouro, de ferro ou d' amor, Sóyo sei que me fixo un mal tan fondo, que tanto m' atormentou, que eu día e noite sin cesar choraba cal chorou Madanela ría Pasión. «Señor, que todo o poded es —pedinlle unha vez á Dios— daime valor pra arrincar d' un golpe cravo de tal condición». E doum'o Dios arrinquei-n-o, mais... ¿quén pensara?... Despois xa non sentin mais tormentos nin soupen qué era delor; soupen só que non sei que me faltaba en donde o cravo faltou, e seica... seica... tiven soidades d' aquela pena... ¡Bon Dios! este barro mortal que envolve o esprito ¡qué o entenderá. Señor! Ya dijimos que este poema es magistral y afortunado. Debo aclarar que es magistral por su realización y afortunado por su logro. No es igual una cosa que otra. Anotemos su diferencia puesto que el Paraíso no es el caos, como saben muy bien los descreídos, que nunca faltarán en esta sala. Lo que nosotros, con un poquito de humildad y otro poco de cazurrería, hemos llamado realización se refiere a la técnica del poema, lo que llamamos logro se refiere al 1033 valor. Todos hemos leído numerosos poemas perfectamente realizados que son chupaletrinas, y conocemos otros poemas que son defectuosos pero admirables. A los poetas nos ocurre lo que a los enfermos: padecemos dolores y no sabemos precisarlos. O dicho de otro modo: escribimos malos poemas, justamente porque no conocemos sus defectos. Sin embargo, ¡siempre hay un sin embargo!, es conveniente recordar que de modo indudable no bastaría conocer sus defectos para escribir un buen poema, de modo que lo que no va en lágrimas va en suspiros. Conviene consolarse de lo que no sabemos, si no queremos angustiarnos por io que nunca lograremos saber. Todo esto viene a cuento para decir que el poema de Rosalía es un poema perfecto, tanto por su realización como por su logro. En él, ambas apreciaciones se realizan, y, por tanto, no necesitan justificarse. Antes por el contrario, somos nosotros los justificados, de manera vital y personal, leyendo este poema. Nos sentimos andar. Nos sentimos vivir y su lectura nos acrecienta y nos recrea. Se ha incorporado a ese telón de fondo que va constituyendo nuestra existencia, día tras día, y nos hace vivir en estado naciente. Pero, de otra parte, tampoco nos debemos entregar al entusiasmo. Tal vez no es lo mejor que hay en nosotros. El entusiasmo hay que vivirlo maniatándolo, hay que vivirlo exigiéndole cuentas. No lo dudéis: si es un peligro desatenderlo, es aún más peligroso sobreestimarlo. Decía D'Ors que cuando ya no somos jóvenes no tenemos derecho a equivocarnos. Pues bien, vayamos paso a paso en su lectura, refrenemos nuestra emoción, para que el entusiasmo nos aliente, pero no nos confunda. Yo quisiera enfriaros un poco. Yo quisiera deciros que hay que leer este poema de una manera despiadada y estricta. Lo merece. En fin de cuentas, hay que disciplinar nuestra mirada si queremos enriquecer nuestra lectura, pues quien llora no ve. Por su tonalidad, este poema está dentro del ámbito del Romanticismo pero padece «el mal del siglo» sin quejumbre. Carece de retórica y- se diría que no maneja emociones, describe sentimientos. Guarda el calor humano y en su composición todo está reducido a lo esencial: es como un esqueleto de palabras. A pesar de los puntos suspensivos, que en él son tan frecuentes, su expresión no se ¡limita nunca, se precisa. Tiene los huesos mondos, lijados, descarnados como cantos de río. Para evitar equívocos, debo manifestar que nadie debe confundir un esqueleto con un osario. No hay nada más orgánico que un esqueleto, ni hay nada más orgánico que este poema. A causa de ello, amigos míos, ¿nunca habéis observado que, cuando forman un esqueleto, los huesos están vivos y son benévolos y sonrientes y nos parece que de un momento a otro va a empezar a andar? Tal vez lo 1034 hacen a alguna hora. La perfección de un organismo implica movimiento, y este poema no se aquieta un momento hasta su fin. Su estructura tiene una gran fijeza que yo diría que es objetiva pero además objetuai y casi, casi fenomenológica. Nada más contrapuesto al Romanticismo que ese deslumbramiento de rigor que tiene este poema donde cada palabra camina dentro de su órbita y se va evidenciando como el cuadro dentro del marco. Sus palabras se juntan desde su fondo racional, pero también se aprietan desde su fondo emocional. Son claras y empañadas al mismo tiempo. Esta es la gran característica de Rosalía de Castro, la poetisa que ha dicho de sí misma que no estudió nunca en «mais escola qu'a d' os nosos probes aldeans». Tal vez, por ello, tiene este rigor. Pero también tiene el poema una veladura que nace de otra causa: es una veladura de pudor. Rosalía está casada y el dolor que nos describe en su poema queda dicho y no dicho, pero no insinuado sino expresado. Rosalía no recuerda, no quiere recordar, qué origen tuvo. Rosalía no recuerda si aquel clavo era de oro, era de hierro, o era de amor. No dejaremos de apuntar que la ambivalencia de estos términos es una enumeración caótica modernísima y afortunada. Rosalía dice únicamente, y únicamente sabe, que cada día y cada noche se le clavaba un poco más adentro, traspasándola, y haciéndola llorar continuamente como María de Magdala había llorado en la Pasión. La alusión a María Magdalena no es una imagen literaria y decorativa, es un telón de fondo, pues se refiere a la naturaleza de su herida: una pena de amor. (Hoy día sabemos que, en efecto, Rosalía tuvo un amor fuera del matrimonio.) Como no puede soportar esta pena, le pide a Dios que se la arranque de una vez, y el tiempo y Dios la fueron desclavando de su herida hasta que "¡al fin! la dejó de sentir. Pero entonces, ¿quién lo pensara?, sintió añoranza de! tormento y comprendió que aquel dolor era lo más viviente y lo más suyo que tenía. La vida humana no resiste el vacío sino pudriéndose, y como dijo don Antonio Machado, un corazón deshabitado ya no es un corazón. Esta es la ley. Rosalía comprendió, oscuramente, que en donde el clavo le faltaba, le faltaba la vida: sólo encontraba su propia sequedad, su humana invalidez, su íntima frustración. Así tenía que ser, ya que no pueden arrancarse del corazón nuestros dolores, ni pueden olvidarse nuestras culpas: es preciso asumirlos de nuevo en nuestra vida para darles un sentido distinto y redentor. Y entonces supo para siempre que el amor duele y el barro mancha, pero abriga. No lo pudo entender sino sintiéndolo y arropándose en ello. Tal vez no importe demasiado que no sepamos su sentido. Tal vez, sentirlo, basta. Como no soy amigo de afirmaciones resolutas, ya que respeto, en 1035 io posible, la opinión ajena, considero que este poema de Rosalía no es sólo magistral y afortunado: es ía puesta de largo de la poesía romántica española. Cierto es que no se encuentra sólo en este empeño. Todo lo hacemos entre todos y nadie puede darle la menor importancia a su propia opinión, puesto que el pensamiento tiene sus límites insalvables, que son, por otra parte, muy estrechos. Nadie puede saltar sobre su sombra y yo menos que nadie. En este caso, sin embargo, y por excepción, quiero creer en lo que digo, porque me encuentro acompañado por un maestro, y este maestro es, nada menos, que don Antonio Machado. El fue el primero en valorar el poema de Rosalía, y en valorarlo, radicalmente, recreándolo. Para mí al menos creo que es cierto, y por ello os lo digo, que este poema ha motivado una de sus composiciones más benditas y afortunadas: Yo voy soñando caminos. Como antes de opinar hay que tentarse la ropa, me agradaría decir, para que nadie se confunda un poco más con mis palabras, que todos los poetas tenemos influencias. Cuanto más grande es un poeta, es más sensible, también más inocente, y cuanto más sensible e inocente, más receptor será. Tiene que recoger en su testimonio cuanto hay de bueno en torno suyo. Lo malo no es tener muchas influencias, lo malo es tener pocas, y lo malísimo, tener una. A Machado, que sabe lo que hace, le influyen muchos poetas de su tiempo, y por carta de más, es decir, por carta de generosidad, los anteriores y posteriores a él. Se diferencia en esto, y en tantas cosas más, de Juan Ramón Jiménez, pues Juan Ramón consideraba la originalidad como el valor supremo de la poesía. Esta fue su poética y esta la cruz que el premio Nobel no le pudo quitar. Don Antonio Machado hubiera preferido, sin duda alguna, la oriundez a la originalidad, pues io importante de la poesía está en su origen, en la región del alma donde nace, y no en su resultado. Machado prefirió testimoniar ia vida de su tiempo y Juan Ramón prefirió testimoniar su propia vida. Machado nunca intentó influir en las generaciones posteriores a él, y Juan Ramón, en cambio, se lo jugó todo a esa carta. Hoy no sabemos si acertamos en nuestra elección eligiendo a Machado, pero es nuestro elegido. Justo es decir, para que nadie considere que nos pasamos de la raya, que esta elección no implica un orden de valor, sino de afinidad vital. Esto es, para nosotros, lo importante, y a este respecto debe anotarse un hecho. Desde hace muchos años, y hoy por hoy, todos llamamos a Machado, don Antonio, y sería literalmente inconcebible que nadie pudiese llamar a nuestro premio Nobel don Juan Ramón Jiménez. Decimos don Antonio, sentándole a la mesa de nuestro corazón: es nuestro modo de llamarle, al nombrarle. Es nues1036 tro modo de personalizarlo, y esta manera de referirse a él, implica cierta intimidad, implica una elección. Añadiremos que esta elección era muy importante para nosotros cuando la hicimos sin darnos cuenta de eüo. Todas Sas decisiones importantes de! corazón se toman sin pensarlo, se toman sin saberlo. Tal vez las nuevas generacione cambien de brújula, y elijan de otro modo. Probablemente, así será. Todo tiene su hora, ya que no da la luz al mismo tiempo en todo el mundo. Por lo cual, y por muchas razones más, no haremos aún mayor nuestra ignorancia, defendiéndola. Repetimos: todo tiene su hora, Todo tiene su haber, pero para nosotros la cosa es clara. Quien vivió de su tiempo y para su tiempo ha perdurado, y esto es todo. Quiero decir que esto es lo que está vivo, por ahora. Por vivir para su tiempo y de su tiempo, don Antonio tuvo influencias y nosotros consideramos que ésta es una. Debió de impresionarle mucho el poema de Rosalía. Se miró en él como quien ve su rostro en un espejo. Se miró en él reconociéndose. Pero no adelantemos la voz a las palabras, pues no somos políticos, sino poetas. Vayamos paso a paso y hagamos juntos la lectura de su poema para que ustedes puedan establecer de manera legítima, y personal, la certidumbre, o ¡ncertidumbre, de todo juicio humano. En este caso, el mío. Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas! ¿Adonde el camino irá? Yo voy cantando viajero a lo largo del sendero... —la tarde cayendo está—, «En el corazón tenía la espina de una ilusión, logré arrancármela un día, ya no siento el corazón.» Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando, suena el viento en los álamos del río. La tarde más se oscurece, y el camino, que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. 1037 Mi cantar vuelve a plañir: «aguda espina dorada, quién re pudiera sentir hasta el corazón clavada». El poema de Rosalía y el de don Antonio tienen el mismo asunto. No nos extrañe su coincidencia: los que van por el mismo camino se encuentran. Dejando aparte el tema, que es evidentemente el mismo, parece que sólo hay entre ellos otros nexos de unión. Una sola palabra: es el verbo arrancar que se repite dos veces en «unha ves tiven um cravo», y una vez en el poema de don Antonio. Consideramos que esta palabra es un nivel testigo, una huella, ün arrastre de la lectura de Rosalía. El verbo utilizado por Machado habría debido ser distinto para atenerse a la expresión oral tan propia del maestro. Todos sabéis que las espinas se sacan, no se arrancan. «Hay que sacarse esta espina» dice la voz del pueblo,. Por su función, la palabra arrancar parece referirse a un objeto más grande que una espina: «Como se arranca el hierro de una herida», escribe Bécquer. Pues bien, esta ligera variante rememorativa es el lazo de unión de ambos poemas. Poco, muy poco, casi nada, pero a mi juicio basta. Es suficiente para relacionarlos. Sin embargo, para nosotros carece de interés poner de manifiesto su relación de dependencia. Esto son zarandajas y bachillerías. Lo que sí nos importa es comparar ambos poemas. Lo que sí nos importa es saber lo que ha hecho don Antonio con un tema tomado de otro autor para darle su estilo propio. Las innovaciones introducidas por Machado convierten su poema en una obra distinta, totalmente distinta y personal. Sólo comentaremos las principales. Son tres, a nuestro juicio: el tema del camino, las variantes del diálogo existencia! y el tema del paisaje. Vamos a comentarlas con apremio y en.este mismo orden. EL TEMA DEL CAMINO Don Antonio era bueno y por serlo le gustaba escuchar. Se le notaba en ¡a mirada la conciencia tranquila. Miraba siempre de frente a su interlocutor, y con los ojos muy abiertos, para darle calor, para abrigarle. Tenía la voz pastueña, los ojos de tabaco recién mojado, los labios gordezuelos. Andaba con soltura y minuciosidad. Se le no taba la costumbre, pues le gustaba mucho pasear, y este poema nos describe uno de sus paseos: Yo voy soñando de la tarde. 1038 caminos Esta frase inicial es muy ambigua. No sabemos si Machado camina soñando o sueña caminar. El poeta no lo precisa. No sabemos, tampoco, qué pueden ser esos caminos de la tarde. ¿Son caminos reales? ¿Son caminos que se puedan andar? No podemos saberlo. Lo que quiere decirnos don Antonio es que es más importante, en el paseo, la ensoñación que el caminar. Tal vez, a causa de ello, no sabe a donde ir. No se dirige a parte alguna. Se pasea y no se mueve. Podría decirse, y es cierto, que en este demorado caminar el cuerpo del poeta es como un báculo que le sirve de apoyo a la imaginación. Su caminar es un adentramiento que sólo va a llevarle hacia sí mismo. En la lectura del poema sólo asistimos al viaje del corazón. El es quien se traslada, y quien viaja, puesto que, en un momento de la tarde, pasa desde la angustia a la esperanza, desde la sequedad a la resurrección. VARIANTES DEL DIALOGO EXISTENCIAL El momento crucial del poema de Rosalía lo constituye una oración: Señor, que todo o podedes, pedinlle un ha vez a Dios. En el poema de Machado esta oración se sustituye por una copla. Con este cambio, la queja cobra gracia, y en cierto modo tiene una intimidad despersonalizada que parece aliviar el dolor. No hay tirantez alguna en esta queja, sino mesura, contención. No pierde intensidad, gana distancia, es como si el dolor nos doliera más lejos. Recordemos, también, que Rosalía de Castro habla con Dios. Dios es el término de nuestro diálogo cuando ya no tenemos con quien hablar, cuando la vida humana nos muestra, y nos demuestra, su invalidez. En el poema de Rosalía, Dios es el último término del diálogo: el ser con quien hablamos cuando hablamos a solas. En el poema de Machado, el tú absoluto con quien se comunica estando a solas es el alma del pueblo, la canción popular, y dialoga con ella para sobrevivir, para encontrar en la palabra ajena y colectiva el apoyo que necesita para volver a reencontrarse consigo mismo. Voz del pueblo, voz de Dios. EL TEMA DEL PAISAJE El poema de Rosalía es un poema amoroso y lo que en él se nos revela es la memoria del corazón. El poema de Machado es un poema 1039 descriptivo y lo que en él se nos describe es un paisaje. Téngase en cuenta que este paisaje es un paisaje viviente que al mismo tiempo es exterior y es interior, pues corresponde a la Naturaleza que le rodea y corresponde, también, a su estado de ánimo. Esta es la principal aportación que hace Machado a! tema: establecer la correspondencia entre el ritmo de la Naturaleza y el latido del alma, La consideración del paisaje como estado de ánimo tiene su origen en Amiel, y en la voz de Machado va a encontrar una de sus revelaciones deslumbrantes. Este es el nuevo elemento que actualiza el poema y le da fecha y data: la incorporación del paisaje y el descubrimiento de su valor emocional. Mirar es un milagro: puede bastarle al hombre para resucitar. En el poema de Machado, como en los cuadros de los pintores impresionistas que se pintan en serie para aprehender las variaciones de !a luz —recordemos la serie sobre la catedral de Rouen de Claude Monet— hay dos momentos netamente diferenciados. El primero es el arranque de la atardecida: Yo voy soñando caminos de ¡a tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas! El segundo es el arranque de la noche: Y todo el campo un momento se queda mudo y sombrío meditando; suena el viento en los álamos del río, la tarde más se oscurece, y el camino que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. Parece natural que la acomodación de nuestro estado de ánimo al paisaje, fuese más sonriente con !a luz, más opresora con la sombra. Así io interpretaron los románticos. Pero Machado cambia esta interpretación, radicalmente, y este es, para nosotros, su gran acierto. La noche en el paisaje natural es como el sueño en ios ojos del hombre. Le restaura las fuerzas, le descansa. Cae la sombra borrando los senderos, como el sueño va redimiéndonos del dolor. Cae la noche en el mundo unificándolo, como el sueño cierra los párpados restablecien1040 do la unidad de la vida. No ver, para temblar. No ver, para nacer. Esta es la ley. Mi cantar vuelve a plañir: Aguda espina dorada, ¡quién te pudiera sentir en el corazón clavada! Como la tierra se restaura en la noche, el corazón se renueva en el sueño. Se sucede a sí mismo. Parece liberarse de toda ajenación y va acunándose en la sombra. Con el descanso vienen la sedación y la alegría. Tal vez los ojos lloran porque ven, pero en la noche se restauran, se adentran, resucitan. En ei poema de Machado, el corazón se hace de tierra y sigue el ritmo vital de la Naturaleza. Una y otro se van armonizando poco a poco. Van cayendo en eS sueño, que le descubre ai mundo su unidad y al corazón su identidad. La noche es el descanso. Tras el descanso esperan !a llamada y la vida. Y con la vida, vuelve el dolor, pero ya deseado. Asistimos a nuestra propia resurrección. Es sencillo, como un milagro. Y esto es todo. Debemos terminar. El poema de Rosalía es un acierto definitivo y el poema de Machado también. Sí, es cierto, como decíamos en el arranque de nuestra conferencia, de vez en cuando, se repite un milagro. LUIS ROSALES Altamirano, 34 MADRID-8 1041 CUADERNOS. 304-307 (II).—27 EL MISTERIOSO XAVIER VALCARCE A José L. Fonsecs Pocas cosas son tan propicias para engendrar, conservar y evocar recuerdos como un poema. La poesía, que los antiguos rapsodas hacían hija de la memoria, es también madre de ella. Y hay. poetas que ejercen ese poder mágico con una fuerza particular. Antonio Machado es uno de ellos. Nacidos de los recuerdos —estremecidos por la nostalgia—, sus versos memoriosos se unen a lo más recordable de nuestra vida, como si el pasado revivido por el poeta fuese paralelo e inseparable de los distintos pasados de todos sus lectores. Yo, por lo menos, lo siento así, y soy incapaz de leer algunos de los poemas de Machado, sin que me hagan retroceder en el tiempo —en mi tiempo—, hasta el día lejano en que, por primera vez, los leí, los oí, o llegué a comprenderlos. Junto con mi primer encuentro esencial con la voz del poeta, vuelven los seres, los objetos, los lugares queridos de aquel entonces, como fantasmas entrañables conjurados por el canto. Hay un poema, entre todos, que me es singularmente evocador: se trata del que Machado escribió a Xavier Valcarce y que publicó con ese título, como uno de sus «Elogios». Lo leí, por vez primera, en 1935, cuando devoré a todo Machado, con la maravillada torpeza de un niño de trece años. Lo volví a leer en el 39, o a principios del 40, cuando, motivado por la muerte del poeta, sometí su obra a una segunda carnicería alucinada. En ninguna de esas dos ocasiones «A Xavier Valcarce» me pareció un poema memorable, causa, probablemente, de mi escaso interés por los poemas compuestos para una persona determinada. Suponía, puerilmente, que todo poema había sido escrito, en cierta medida, para mí, y que ese hecho dejaba de cumplirse cuando el poeta se refería a alguien con nombre y apellido. Confieso que he conservado, hasta ahora, una sombra de ese prejuicio infantil. Lo cierto es que no volví a leer «A Xavier Valcarce», a 1042 pesar de haber llegado a considerarme un buen conocedor de la obrai de Machado, de haber publicado estudios sobre ella y de haber analizado su poesía en la enseñanza superior. Alrededor de treinta años después de aquellas primeras lecturas, descubrí la importancia del poema por boca de un amigo, José L Fonseca, quien, sin proponérsela, me enseñó a tener más cautela con mis juicios y a desconfiar del alcance y del rigor de mis conocimientos en los temas que conozco. Con mucha frecuencia —por temporadas, tres o cuatro noches a la semana—, un grupo de amigos nos reuníamos en la casa que Pilar y Juan Ignacio Tena tenían en Garrasco, barrio montevideano de espléndida tristeza, con enormes árboles en las aceras y bellos jardines junto al mar del gran río. No formábamos un cenáculo literario, ni un círculo de intelectuales, ni ninguna de esas cosas por el estilo* tan horribles y tediosas. El tenor de nuestras conversaciones no era ajeno, por lo común, a esa saludable y apacible frivolidad, propia délas personas que han alcanzado cierto grado de cultura, de Inteligencia y de buen gusto. Como es natural, la poesía fue muchas veces, sin premeditación ni alevosía, nuestro tema. Cambiábamos ideas, discutíamos, con placidez o con calor, según las circunstancias, y leíamos en voz alta Sos poemas que cada uno prefería de los autores antiguos y modernos. La competencia sobre quién leía mejor tal o cual poema llegó a ser una de nuestras diversiones favoritas. Recuerda que una de las composiciones poéticas más empleadas en estas contiendas fue «En el entierro de un amigo», de Antonio Machado. Para todos era una prueba particularmente difícil saber decir los famosos versos: Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio, Como para decir bien un poema es imprescindible entenderlo bien —hasta que se logra asumirlo y uno se consustancia con él— 3 tanto nos esforzamos en la comprensión de !os versos citados que,, alguna vez, el ataúd golpeó —con perfecta seriedad—, en la tierra de nuestros corazones, perturbando, por un momento, la amabilidad" de nuestro juego. De la misma manera que eí dueño de casa, Juan Ignacio Tena, era imbatible en la lectura de «Aídebarán» —quizá porque su voz y su estatura eran las más adecuadas a la grandiosidad cósmica de los versos de Unamuno—~, Pepe Fonseca no tenía rival diciendo «A Xavier Valcarce», Con su extraña elegancia y su especial manera de no to1043 marse nunca demasiado en serio a sí mismo y a ninguno de sus actos, el querido Pepe leyó el poema, después de declarar que lo consideraba uno de los mejores de Machado y el que más lo conmovía. Me sorprendió la declaración de mi amigo, pues conocía, desde mucho tiempo atrás, su extraordinaria sensibilidad y su gran tajento, que é! sabía disimular con una semi indiferencia aparente por todo. Cuando terminó la lectura y comprendí el valor de lo que había oído, me sentí avergonzado y furioso conmigo mismo y con Pepe, como si me resistiera a reconocerle el derecho a ser más sagaz que yo, conocedor de todo Machado. Fue una dura lección para un presunto profesional de la literatura —Pepe Fonseca nunca habría podido ser un estricto profesional de ninguna disciplina—, y tuve la cobardía de no confesar mi ceguera de tres décadas. Más aún: me referí al poema, recién descubierto, como si fuese un viejo conocedor de su importancia. Debo a Pepe Fonseca este reconocimiento público de haberme enseñado —entre otras muy pocas personas—, que quienes presumen saber todo de algo suelen no saber casi nada de nada. Por eso dedico a mi amigo las pocas reflexiones que siguen, como una invitación a continuar, en el comentario y desde lejos, ¡a antigua competencia de lecturas. No me extrañaría ser derrotado por segunda vez. Desde que dejé al Uruguay y vine a España ha sido una de mis preocupaciones averiguar quién fue —o es— Xavier Valcarce. Por la cuñada dé Antonio Machado —viuda de su hermano José— supe que, probablemente, Xavier Valcarce era un joven vecino del poeta en Baeza. Parece ser que tenía un huerto y es posible que empezara a escribir versos bajo la influencia del autor de Soledades. Todas estas informaciones no hacen más que confirmar, en muy pequeña medida, lo que se puede suponer a través del poema mismo, tenida en cuenta la época de su composición. Estuve a punto de ir a Baeza para buscar datos concretos sobre Xavier Valcarce y saber de su paradero, si acaso todavía estaba vivo, pero, a último momento, me detuve y desistí de mis averiguaciones por dos motivos: 1.°) el conocimiento del personaje real al que el poema se refiere, si bien podría aclarar el sentido de algunos versos un tanto ambiguos, no agregaría nada a la comprensión esencial; 2.°) la indagación sobre Xavier Valcarce y, en el mejor de los casos, el conocimiento de su persona, si a alguien pertenece es a José L Fonseca. Hacer por mi cuenta lo que a é! corresponde sería la usurpación de un derecho bien adquirido y ei aprovechamiento, casi traicionero, de la ventaja que me otorga mi cercanía a las fuentes de información. Me gustaría, sí, ser testigo mudo de un posible encuentro entre Fonseca y Valcarce, 1044 viejo ya y recordando la juventud perdida, que se conserva intacta, con melancolía intemporalidad, en los versos que para él escribió su buen vecino de Baeza, el profesor de francés. Muchos de los principales temas de Machado se reúnen en «A Xavier Vaícarce» con un especial temblor y con ese calor vivo y cordial que tienen algunas cartas. Porque el poema parece una carta en verso a un joven poeta, y se podría buscar más de una coincidencia con las que Rilke -^nacido también en 1875— escribió catorce años más tarde. Comienza diciendo Machado: Vaícarce, dulce ^migo, si tuviera la voz que tuve antaño, cantaría el intermedio de tu primavera —porque aprendiz he sido de ruiseñor un día—, y el rumor de tu huerto —entre las flores el agua oculta corre, pasa y suena por acequias, regatos y atanores—, y el inquieto bullir de tu colmena, y esa doliente juventud que tiene ardores de faunalias, y que pisando viene la huella a mis sandalias. La poesía y la juventud perdidas, el milagro fugaz de la primavera, el huerto rumoroso por el zumbido de las abejas y por el canto del emplea Machado dos años antes, en 1913, recién llegado a Baeza, como profesor de francés, al poco tiempo de la muerte de Leonor: «Heme aquí ya, profesor / de lenguas vivas (ayer / maestro de gay-saber, / aprendiz de ruiseñor),...» . La poesía y la juventud perdidas, el milagro fugaz de Sa primavera, el huerto rumoroso por el zumbido de las abejas y por el canto del agua escondida y pasajera... En su voluntad de aconsejar a su joven amigo con su ejemplo, Machado ha querido juntar lo esencial de su vida entera en un solo poema, y esos doce primeros versos evocan gran parte de su poesía más característica y muchos de sus asuntos preferidos. «A Xavier Vaícarce» parece un poema de Soledades, escrito después de la experiencia real de la muerte de Leonor y de la experiencia poética do Campos de Castilla, No me atrevería a decir, como Fonseca, que es éste uno de los mejores poemas de Machado y, quizá, el más representativo de la totalidad de su obra, pero sí que hay en él uno de los momentos supremos de su poesía: Mas hoy... será porque el enigma grave me tentó en la desierta galería, 1045 y abrí con una diminuta llave el ventanal del fondo que da a la mar sombría? Inmediatamente vienen a nuestra memoria: «En esas galerías, / sin fondo, del recuerdo,...», «... Y avancé en su sueño / por una larga, escueta galería,...», «Tú sabes las secretas galerías / del alma, los caminos de los sueños,...», etc. Pero aquí, además de la galería, aparece una llave, instrumento de secretos que también figura en un poema muy conocido de Soledades: «Rechinó en la vieja cancela mi llave...» Sin embargo, esta segunda llave, ahora diminuta, alude, sobre todo» a la que es objeto principal de un viejo cuento infantil, creo que el de Barba Azul, que acaso Machado escuchó, en su niñez, por boca de su abuela. Recordemos que el poeta se ha referido, también en Soledades, a las «cosas de ayer que sois el alma y cantos / y cuentos de la abuela!...» Los primeros versos de ese mismo poema —«Tocados de otros días, / mustios encajes y marchitas sendas;...»— reaparecen «A Xavier Valcarce», donde se invierte la situación de los sustantivos y, por lo tanto, la calificación de los adjetivos: «la must i a seda y el marchito encaje». Pues bien, si mal no recuerdo, en Barba Azul hay una recién casada a quien su cónyuge, al ausentarse, permite recorrer todos los rincones y galerías de la gran casa solitaria y entrar a todas las habitaciones, salvo a una, so pena de perder la vida. La joven, movida por la curiosidad y atormentada por una oscura premonición, abre, con una pequeña llave, la puerta prohibida y encuentra ios cadáveres de las antiguas esposas de su marido, vestidas con las sedas mustias y los encajes marchitos de sus fúnebres trajes de novia. Es más que probable que mi versión no sea muy fiel y esté influida por la poesía de Machado, pero la relación, en lo sustancia!, entre el poema y el cuento es innegable. El poeta, por supuesto, al asociarlos a su propia obra, ha trasmutado los elementos de Barba Azul, dándoles ía significación de su pensamiento poético: así, la puerta prohibida se convierte en «el ventanal del fondo», en la puertaventana donde desemboca y termina la desierta galería del alma. La visión de la muerte, que ia protagonista del cuento tiene en Sa horrenda habitación, se transforma en ia presencia tenebrosa del mar. Porque el ventanal «da a la mar sombría», como los ríos de Manrique «van a dar a ia mar, / que es el morir». La diferencia está en que mientras los ríos manriqueños anticipan, en cierto modo, la mar, el ventana!, que oculta el enigma, golpea al intruso con la brusca revelación mortal de las aguas sombrías. Y el poeta hace una segunda 1046 pregunta, también en cuatro versos, referida a la muarte de Leonor y a una soledad más terrible que la que cantó en Soledades: Será porque se ha ido quien asentó mis pasos en la tierra, y en este nuevo ejido sin rubia mies, ¡a soledad me aterra? La mar sombría se cambia en el paisaje desolado de una estéril tierra de nadie y sin nadie, que espanta y enmudece al que había sido «aprendiz de ruiseñor». Esas dos revelaciones de la muerte traen, como consecuencia, la muerte de la poesía, ya insinuada al comienzo del poema: No sé, Valcarce, mas cantar no puedo; se ha dormido la voz en mí garganta, y tiene eí corazón un salmo quedo. Ya sólo reza el corazón, no cania. AI hombre que io ha perdido todo sólo le queda Dios, y en la noche del alma no hay más que una oración casi muda. La búsqueda de Dios recorre, como una larga herida, toda ia obra de Antonio Machado, por lo cual relacionar este aspecto de «A Xavier Valcarce» con otros poemas sería una tarea muy extensa y, por tan evidente, casi innecesaria. El tema religioso, con su consecuente .modificación en el tono de la voz, se reitera en dos endecasílabos pareados, que dividen la composición poética en dos partes: Mas hoy, Valcarce, como un fraile vie\o puedo hacer confesión, que es dar consejo. No son los versos más afortunados del poema, pero sirven, como hemos dicho, para indicar un cambio de tono y de tema y para introducir la segunda parte, en la que Machado deja de hablar de sí mismo y habla a Xavier Valcarce, proponiéndole una conducta a seguir. Merece señalarse, de paso, que, como es su costumbre, el poeta se siente viejo antes de tiempo, pues cuando escribe «A Xavier Valcarce» no tiene más de cuarenta años. Esa VQ¡ez, dolorosamente temprana, es la consecuencia de una juventud no vivida —«Juventud nunca vivida, / quién te volviera a soñar»—, y el viejo prematuro siente que debe aconsejar a! joven para que haga lo que él no hizo y para que sea io que éí no pudo ser: 1047 En este día claro, en que descansa tu carne de quimeras y amoríos •—así en amplio silencio se remansa el agua bullidora de los ríos—, no guardes en tu cofre la galana veste dominical, el limpio traje, para Henar de lágrimas mañana la mustia seda y el marchito encaje, sino viste, Valcaree, dulce amigo, gala de fiesta para andar contigo. Y cíñete la espada rutilante, y lleva tu armadura, el peto de diamante debajo de la blanca vestidura (•*). ¡Quién sabe! Acaso tu domingo sea la jornada guerrera y laboriosa, el día del Señor, que no reposa, el claro día en que el Señor pelea. Los últimos cuatro versos tienen una indudable influencia de la poesía y la prosa de Unamuno. Son fuertes y diáfanos y sirven de antídoto luminoso y de conjuro primaveral para las sombras desoladoras e invernales, que nos han asaltado en la mitad del camino abierto por el canto. Ai apartarse de su pasado presente, para pensar en el presente futuro de su «dulce amigo», Machado parece obligar a la esperanza a renacer en su corazón o, por lo menos, en su boca, de donde las palabras brotan como animadas por un vino nuevo. Yo, sin embargo, he quedado preso en ¡as galerías del recuerdo, en los laberintos del sueño. Aquí, en la querida España, en la tierra de Antonio Machado (adonde siempre he querido llegar, para terminar de encontrarme a mí mismo), «A Xavier Valcarce» me dice que mi pasado está doblemente muerto, allá en el Uruguay, por ia distancia del tiempo y por la del espacio —el espacio también mata—•, y que casi no tengo futuro. Sólo me queda, entonces, la memoria: «el don preclaro de evocar los sueños». Y contemplo a mis amigos y me contemplo a mí mismo entre ellos, como fantasmas felices, dejan- t e Todos recordamos estos versos del primer poema de «Galerías»: «En estas galerías, / sin fondo, del recuerdo, / donde las pobres gentes / colgaron cual trofeo / el traje de una fiesta / apoliüado y viejo, / allí el poeta sabe ¡ el laborar eterno / mirar ¡as doradas / abejas de los sueños. / Poetas, con el alma / atenta al hondo cielo, / en ia cruel batalla / o en el tranquilo huerto, / la nueva miel labramos / con los dolores viejos, / la veste blanca y pura / pacientemente hacemos,/y bajo e> sol bruñimos / ei fuerte arnés de hierra». 1048 donos vivir, sin apuros, en una ciudad dichosa, que parecía un invento de nuestra fantasía. De pronto, ¡a felicidad se quiebra y, en mi óélirio onírico, se me aparece el misterioso Xavier Valcarce —tan amigo nuestro, allá, en Montevideo, cuando «en casa de los Tena» era la frase ritual para los encuentros más hermosos—, y lo veo convertirse en Pepe Fonseca, quien, elegante siempre, aunque sigiloso ahora, camina, con una llave en la mano, por una desierta galería, larga como un río. Quiero gritarle que vuelva atrás y no puedo, porque, en los sueños, la voz se duerme en la garganta. GUIDO CASTILLO Sancho, Dávüa, 36, 6.° C MADRID-28 1049 TRES VERSIONES DE UN TEXTO EN PROSA DE ANTONIO MACHADO «Casares», «Perico Lija», «Gentes de mi tierra» A J., por todo lo que ella sola sabe. E! texto en prosa Gentes de mi tierra se dio a conocer en la Obra inédita del poeta, y como primero de los que figuran bajo el epígrafe De «Papeles Postumos» y Obra Varia, en el número 11-12 de Cuadernos Hispanoamericanos (septiembre-diciembre de 1949, pp. 265-272), dedicado a la memoria de Antonio Machado. Al pie del texto figura (pág. 272) la siguiente nota de los editores: «Reproducimos el texto autógrafo de Gentes de mi tierra, aunque se encuentra publicado fragmentariamente.» En el citado número de la revista no constan ni dato alguno sobre el tal autógrafo ni precisión sobre dichas «publicaciones fragmentarias». Ocho años más tarde vio la luz el volumen titulado Los complementarios y otras prosas postumas. Ordenación y nota preliminar de Guillermo de Torre (Buenos Aires, Ed. Losada [1957], Biblioteca Contemporánea, núm. 47), cuyas páginas 78-86 contienen el texto de Gentes de mi tierra (reproducido del número 11-12 de los Cuadernos Hispanoamericanos, sin la nota final que hemos citado), que luego fue incorporado a las Obras de Antonio Machado, publicadas por la misma casa editorial en 1964, a cargo de Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre. Por su parte, mi distinguido colega y amigo Oreste Macrí me confirmó en una reciente carta que no sabía de otras versiones de Gentes de mi tierra. Hace algunos años me llamaron la atención las siguientes palabras de Miguel Pérez Ferrero: «y en lo que va de año [se refiere a 1912] apenas si ha publicado [ A . M.] algo en La Tribuna, diario de reciente fundación en Madrid». (Vida de Antonio Machado y Manuel. Prólogo del Doctor Gregorio Marañón, Madrid [Ed. Rialp, 1947], p. 139; hay reedición en Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1952). Poco después, 1050 repasando en la Hemeroteca Municipal de Madrid el primer semestre de la colección de La Tribuna, diario independiente, que empezó a publicarse en febrero de 1912, encontré en efecto algunas colaboraciones de Manuel y Antonio Machado, entre ellas un largo texto en prosa titulado Casares, que ocupa las cuatro columnas del folletín del número del 20 de febrero de 1912, Comprobé que se trataba de una versión distinta de Gentes de mi tierra. Y, más recientemente, gracias a la copia que tuvo la gentileza de facilitarme el señor don Alberto Porlan, pude ver que las variantes entre ambos textos eran importantes. Pero existía una tercera versión impresa (adornada con cuatro ilustraciones de Basté y una letra florida inicial firmada «r») de la prosa que nos ocupa: la que lleva el título Perico Lija y vio la luz en la revista que Rubén Darío dirigía por aquel entonces en París, Mundial Magazine (tomo V, páginas 112-117, que corresponden a las primeras del número 26 de junio de 1913, cada tomo llevando una paginación correlativa]. Como se sabe, esta revista es la misma en que Antonio Machado publicara también la versión en prosa de La Tierra de Alvargonzáiez en un número anterior. Resulta difícil —al menos para nosotros— fijar la cronología de las tres versiones que a continuación presentamos. Haremos constar, sin embargo, una variante que puede ser interesante a este respecto (aunque no puede constituir una prueba absoluta de la anterioridad del manuscrito] entre el texto reproducido en los Cuadernos Hispanoamericanos en 1949, por una parte, y las dos versiones impresas en La Tribuna y Mundial Magazine, por otra parte; MANUSCRITO VERSIONES IMPRESAS En efecto, yo había conocido a Casares en una pequeña capital de provincia, hacía ya ocho o diez años. En efecto, yo había conocido a Casares en una pequeña capital de provincia, hacía ya diez o doce años. No podemos aquí comentar detenidamente las diferencias entre los tres textos. Sólo notaremos: que en Casares y Perico Lija no aparecen los dos párrafos iniciales de Gentes de mi tierra; que la alusión a Rubén Darío sólo consta en Casares; que los títulos de los periódicos dirigidos por Casares son distintos en la versión de Mundial Magazine y de La Tribuna; que Perico Lija, ex condiscípulo de Casares en Mundial Magazine, lo es del autor en el manuscrito y en La Tribuna; en fin, que en las versiones publicadas, el título indica que Machado ha querido dar papel de protagonista, en La Tribuna a 1051 Casares, en Mundial Magazine a Perico Lija, mientras que en la versión del manuscrito ambos personajes tienen poco más o menos igual importancia, siendo Gentes de mi tierra un relato menos anecdótico, digamos, por ios dos primeros párrafos que dan una dimensión más amplia y general al conjunto. Por razones evidentes de tipografía, y porque son pocas las variantes entre Casares y Perico Lija, reproducimos en la columna de la derecha el texto del manuscrito según consta en el número 11-12 de los Cuadernos Hispanoamericanos; en la de la izquierda, eí de La Tribuna (por ser Sa primera publicación); en pie de esta última hacemos constar las variantes que aparecen en Mundial Magazine, precedidas de la abreviatura; MM (prescindiendo de las de puntuación) ROBERT MARRAST 75, Bd. de Charonne 75 PARÍS XI [France) 1052 GENTES DE MI TIERRA Durante el tiempo que he vivido en París, más de dos años, por mi cuenta, he tratado pocos franceses, pero en cambio he podido observar algunos caracteres de mi tierra. La mayoría de los españoles que he conocido en Francia son gentes para quienes se cerró la frontera española. Algunos abandonaron la patria perseguidos por delitos políticos, los más son desertores del ejército; no faltan golfos, que se dicen bohemios y, entre ellos, espíritus inquietos y hombres de fantasía para quienes la suerte de vivir en París compensa de no pocas fatigas. Generalmente, estos emigrados españoles vienen de !as grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Valencia... Pero también he conocido en París gentes provincianas, de capitales de tercer orden, cuyas vidas me interesaron mucho por lo castizas. Una tarde que conversaba en un café del Ouartíer con un amigo mío, se me acercó un joven a quien yo no acertaba a reconocer, pero a quien sin duda había visto en alguna parte. —¿No se acuerda de mí?... Casares. CASARES (1) Una tarde que me encontraba en París, tomando cerveza con mi amigo ei poeta Rubén Darío en (2) la terraza de un café del «Quartier», se me acercó un hombre cuya traza no me era desconocida y a quien, sin embargo, yo no acertaba a reconocer. —¿No se acuerda de mí.... —Y como no le contestara, añadió: Casares. Era un joven alto y delgado, de rostro imberbe, de ojos verdes, inquietos y sin cejas. Vestía un gabán bastante raído. Era un hombre alto, delgado, de rostro imberbe, con ojos verdes inquietos y sin pestañas. Llevaba un sombrero hongo y abollado y un gabán bastante raído. En efecto, yo había conocido a Casares en una pequeña capital de provincia, hacía ya ocho o diez años. Casares entonces era un jo- En efecto, yo había conocido a Casares en una pequeña capital de provincia, hacía ya diez o doce años. (11 (2) MM: Perico Lija. MM: cerveza con un amigo en. 1053 Casares era entonces un muchachuelo bastante presumido, que redactaba un periódico conservador titulado el «Avisador de X», sostenido por el cacique de la comarca. Casares se peleó con el cacique, ignoro por qué causa, y fundó «El Desmoche» (3), periódico radical, furibundo defensor de los intereses del pueblo. Aquel papelucho fue el terror de la ciudad. En él arremetía Casares contra todo el mundo; denunciaba el juego del casino, los cha[n]chullos de la Hacienda, las piraterías (4] de los usureros. Durante los primeros meses respetó a los curas, temeroso de una excomunión del obispo que ie hubiese privado de suscriptores; pero los curas lanzaron a su vez un periodiquiilo titulado «El Triunfo de la Fe» y arremetieron (5) a Casares. Casares, entonces, embistió fieramente a los curas. Entre ambos papeles trabóse una lucha enconada. venzuelo bastante presumido, que dirigía un periódico titulado «El Eco de X», que sostenía el cacique de la comarca. Casares se peleó con el cacique y fundó entonces «El Desmoche», furibundo defensor de los intereses del pueblo. «El Desmoche» fue. el terror de la ciudad. En él arremetía Casares contra el alcalde, el gobernador los concejales, los magistrados; denunciaba el juego del Casino, los chanchullos de la Hacienda, las piraterías de la usura y sacaba todo lo feo escondido a la vergüenza pública. En los primeros números Casares respetaba a los curas, temeroso de una excomunión del obispo, que le privase de lectores, pero los curas, que redactaban otro periodiquillo titulado «El Triunfo de la Fe», se metieron con «El Desmoche», y Casares entonces embistió fieramente contra «El Triunfo de la Fe». Entre ambos papeles se entabló una lucha enconada. «El Triunfo de la Fe», encabezaba su editorial con palabras de este jaez: «Cuando una repugnante larva, un sucio gusarapo entre la baba infecta y el inmundo lodo...» Y «El Desmoche» respondía: «Si en la sagrada cátedra vierais aparecer una muía sarnosa, llena de esparabanes...» La muía a que «El Desmoche» aludía era canónigo, director y redactor de «El Triunfo», y la repugnante larva de que hablaba «El Triunfo», mi amigo Casares. No se citaban nombres para eludir querellas cri- Casares combatía sin tregua a un canónigo de la catedral, director y redactor de «El Triunfo de la Fe» [6). No citaba su nombre por miedo a querellas criminales; pero lanzaba toda suerte de dicterios a un supuesto don Juan Chupalcuzas. El canónigo le pagaba en igual moneda, poniendo como un guiñapo a un imaginario Tiberio Lechuguino. Merced a este ardid, se machacaban y fundían recíprocamente sin que (7) nadie pudiera prever el fin de aquella lucha. Decía «El Triunfo de la Fe» ( 8 ] : «Cuando una repugnante larva, un es) (4) (5) (6) (7) (8) MM: MM: MM: MM: MM: MM: y fundó por su cuenta y riesgo «El Desmoche». Hacienda, las intrigas de la política local, [as piraterías. titulado «El Sabueso de Cristo», y en él arremetieron. catedral, fundador y director de «El Sabueso de Cristo». y tundían a su sabor entrambos adalides sin que. Decía «El Sabueso de Cristo» 1054 sucio gusarapo, entre la baba infecta y el inmundo Iodo...» [ 9 ] . Decía «El Desmoche»: «Si en la sagrada cátedra vierais aparecer (10) una muía sarnosa, Mena de esparavanes...». , A Casares se le fue un día la pluma y citó el nombre del canónigo. El canónigo (11) entonces le ¡levó a los tribunales, y Casares fue condenado por injuria y calumnia a dos años de destierro. mínales; y de este modo, el rojo y el negro se machacaban a su sabor. Pero al pobre Casares se le fue un día la pluma y estampó en «El Desmoche» el nombre del canónigo, acompañado de unos cuantos piropos. El canónigo entonces le llevó a los tribunales, y Casares fue condenado por injuria y calumnia y desterrado de la provincia. Los curas quedaron dueños del campo. Casares lanzó el último número de su «Desmoche», y desapareció de la capital. Los curas quedaron dueños del campo. Casares lanzó el último número de su «Desmoche» y desapareció de la capital con las palabras que puso Zorrilla en boca de Don Pedro el Cruel: ... Volveré algún día. y ¡ay del que entonces a aparecer se atreva! Y éste era el hombre que tenía delante de mí. Pero Casares no era ya el joven presumido y decidor que yo había conocido. El tiempo hizo de él un hombre reservado y sombrío. Al descubrirse para saludar noté que tenía la cabeza calva. —Siéntese y tome algo, amigo Casares —le dije. Casares sentóse a nuestra mesa y pidió café. Y este era el hombre que tenía delante de mí. —Siéntese y tome algo, amigo Casares —le dije. Casares se sentó a nuestra mesa y pidió café. No era ya el joven presumido y decidor que yo había conocido. Su aspecto ahora era de hombre reservado y sombrío. —Cuénteme de su vida. —Muchas calamidades. Un hombre como yo no puede medrar. Para hacer fortuna es preciso doblarse y arrastrarse, y Casares no se dobla ni se arrastra. —Cuénteme de su vida. —Muchas calamidades —me respondió—. Los hombres como yo no pueden medrar. Para hacer fortuna es preciso doblarse y arrastrarse, y Casares ni se dobla, ni se arrastra. Sus hábitos de periodista provinciano le hacían hablar de sí mismo en tercera persona. Y cuando de- Casares hablaba a veces de sí mismo en tercera persona, y cuando decía: «Casares no hará esto», (9) [10) (11) MM: entre la baba inmunda y el infec 3 lodo...» MM: «Si vierais aparecer en la sagrac i cátedra, MM: el nombre del canónigo, prendido de una ristra de improperios. El canónigo. 1055 «no pensará Casares», era como si dijese: «nuestro digno director...». Casares me contó las peripecias lamentables de su vida que precedieron a su expulsión definitiva del territorio español. En la capital de un distrito minero fundó un periódico titulado «El Zurriago»; emprendióla con patronos y capitalistas y 'lo (12) metieron en la cárcel. Cuando recobró la libertad, ofreció su pluma a un periódico que aparecía en una capital andaluza y fue su redactor en jefe durante algunas semanas. Pronto se declaró independiente y fundó «El Vergajo», periódico francamente libertario, donde Casares aconsejaba a los trabajadores del campo que se comieran crudos a los propietarios rurales. Los propietarios rurales le propinaron una enorme paliza por mediación de los trabajadores de! campo, y Casares salió de allí sin un hueso sano, para hacer en Valencia campañas antimilitaristas. De Valencia se escapó como pudo, y en Barcelona, a raíz de la semana sangrienta, fue perseguido y tuvo que pasar la frontera. cía; «Casares no hará esto..., no pensará Casares...», era como si dijese: «Nuestro digno Director...» Casares me contó las peripecias de su vida que precedieron a su expulsión definitiva del territorio español. En la capital de un distrito minero fundó un periódico titulado «El Zurriago», y la emprendió con patronos y capitalistas. El resultado de esta campaña fue dar con sus huesos en la cárcel. Cuando recobró la libertad, ofreció su pluma a un periódico de una capital andaluza, y fue su redactor en jefe durante algunas semanas. Pronto se declaró independiente, y fundó «El Vergajo», periódico comunista donde Casares aconsejaba a los trabajadores del campo que se comieran crudos a los propietarios rurales. Los propietarios rurales !e propinaron una enorme paliza por mediación de los trabajadores del campo, y Casares huyó a Valencia donde hizo campaña antimilitarista, y después a Barcelona, donde fue perseguido a raíz de la «Semana Sangrienta» y tuvo que pasar la frontera. Su vida en Francia había sido también lamentable. Tuvo que pedir trabajo en fábricas y almacenes, y fue embalador de botellas, barrendero, cargador y hasta bestia de tiro, pues durante algún tiempo anduvo por las calles de París arrastrando un carricoche, con grave riesgo de morir aplastado por tranvías y ómnibus. Por fin, había conseguido algunas lecciones de español que le permitían vivir, aunque con mil apuros. Pero como asistía a mítines y a asambleas anarquistas y la policía francesa tenía malos informes suyos, pensaba que de pronto le expulsarían de Francia y se vería obligado a Su vida en Francia no había sido más afortunada. Tuvo que pedir trabajo en fábricas y almacenes y fue embalador de botellas, barrendero, cargador y hasta bestia de tiro, pues durante algún tiempo anduvo por las calles de París arrastrando un cochecillo, con gran riesgo de ser aplastado por ómnibus y automóviles. Hoy vive de unas lecciones de español que se ha procurado; mas como asiste a reuniones y mitins anarquistas, la policía, que tiene malos informes suyos, lo (13) vigila de cerca, y pronto, según piensa él, le expulsarán de Francia. (12) (13) M,M: íe. MM: le. 1056 pasar la frontera de Bélgica. A España no podía volver. Los hombres como Casares tienen un billete circular para andar por el mundo, que no les permite parar dos veces en la misma estación. Yo no sé si los hombres como Casares, de rígida mentalidad y tan definitivos que en nada ios modifica su propia vida, hombres batalladores y románticos, siempre dispuestos a tomarse, como Don Quijote, con Satanás en persona, son los rezagados de una raza incapaz y absurda o, por.el contrario, los supervivientes de un gran pueblo desaparecido y que pudieran convertirse, acaso, en precursores y progenitores de otro gran pueblo del porvenir. Lo cierto es que me inspiran profunda simpatía. En Cuenca, o en Soria, en Segovia o en Albacete, en Jerez de la Frontera o en Fregenal de la Sierra, no falta nunca un Casares dispuesto a fundar un periódico para defender !a idea y pelearse con su propia sombra. Bajo una apariencia vulgar, humilde y trasnochada, persiste en este hombre eí fiero individualismo de nuestra raza. No preveía Casares que el medio haya de ser necesariamente más fuerte que el individuo. Allí donde la uniformidad mental ejerce la presión más formidable, y donde un elemento de rebeldía se encuentra en el más absoluto desamparo, el hombre casares lucha solo, arremetiendo valientemente contra todos. Yo he presenciado esta épica lucha durante años enteros, y hasta en ocasiones me parecía la victoria indecisa. AI fin un puntapié unánime, al que concurren los que parecían indiferentes y aun los be- No sé si admirar o compadecer a estos hombres que, entre otras cosas, tienen para su vida un billete circular que no les permite parar dos veces en la misma estación. Sí haré constar, que el caso de mi amigo Casares no constituye una rara excepción en nuestra tierra. En algunas capitales de tercer orden, y en algunos pueblos he podido conocer a muchos hombres del temple y laya (14) de Casares. Este hombre batallador y romántico, absurdo si queréis, y capaz de tornarse (15) como Don Quijote con Satanás en persona, me inspira profunda simpatía. Bajo una apariencia vulgar, humilde y trasnochada, el fiero individualismo de nuestra raza persiste en estos hombres, para quienes el medio no ha de ser necesariamente más fuerte que el Individuo. Allí donde la uniformidad menta! ejerce presión más formidable y donde un elemento de rebeldía se encuentra en el más absoluto desamparo, el hombre-Casares lucha solo y a cuerpo limpio contra el obispo y el cabildo catedral; el gobernador, el alcalde, los concejales, los jueces, los caciques y los usureros, contra el pueblo entero, si es preciso. Yo he presenciado esta épica lucha, durante años enteros sostenida y en alguna ocasión, hasta me pareció la victoria indecisa. A! cabo, un puntapié unánime, al que concurren aun aquellos que parecían afectos, da con Casares en tierra. Cierto... Pero a los pocos meses de la desaparición de Casares y de la muerte definitiva de «El Desmoche», veréis a un joven con el pelo largo y el rostro sombrío, que se (14) (15) MWl: del temple y talla. MM: de tomarse. 1057 CUADERNOS. 304-307 (n).—28 pasea por Jas calles con un enorme garrote en la mano. Es el director y fundador de! «Luchador», «El Alacrán», que viene dispuesto a pelearse con su propia sombra. nevólos, da con Casares en tierra. Pero, a los pocos meses de la desaparición definitiva de Casares y de la muerte de «El Desmoche», veréis a un joven mal vestido y con cara de pocos amigos que se pasea por las calles con un grueso bastón en la mano. Es el fundador, director, redactor y repartidor de «El Alacrán» o de «La Escoba», periódico radical, digno sucesor de «El Desmoche»... Pasados algunos meses volví a ver a Casares en otro café de París. Tenía el rostro más pálido, el sombrero más abollado y el gabán más raído. Estaba acompañado de un joven andaluz, de ojos saltones de una movilidad inquietante, que accionaba con ademanes descompuestos, dando a su rostro una expresión de agresividad y de burla, alternativamente. Discutían acaloradamente y Casares parecía acorralado por el andaluz. —A la horca os mandaba yo. —¿Por qué? —preguntaba Casares con expresión ingenua mientras se enjugaba el sudor de la calva con el pañuelo. —Porque sois fieras —tronaba el andaluz, mirando a Casares fieramente con sus ojos saltones. Después, cambiando bruscamente de tono, añadía: —Pero ven acá, pedazo de alcornoque... Vosotros ¿no matáis?, ¿no predicáis la violencia y el crimen contra una sociedad?... Pasados algunos meses volví a ver a Casares érela terraza de otro café del Barrio Latino. Tenía eí rostro más pálido y el gabán más raído. Tomaba cerveza en compañía de un joven andaluz picado de viruelas, de ojos saltones, de una movilidad inquietante, que accionaba con ademanes descompuestos y cuyo rostro expresaba tan pronto odio agresivo como burla y menosprecio. Ambos discutían; pero Casares parecía acorralado por el andaluz. —A la horca os mandaba yo. —¿Por qué? —preguntaba Casares con expresión ingenua mientras se limpiaba el sudor de la calva con el pañuelo. —Porque sois fieras —respondía el andaluz con voz íonante, mirando a Casares fijamente con los ojos inyectados en sangre—. jFieraaas! Y después de una larga pausa, añadía: •—Pero ven acá, pedazo de alcornoque; ¿vosotros no predicáis la violencia y el crimen contra la sociedad constituida? —Sí, contestaba Casares. Contra una sociedad infame. —Y vosotros, angelitos patudos, ¿qué esperáis de esa sociedad? ¿Queréis que os convide a merengues? Y el andaluz dio a Casares —Sí —contestaba Casares— contra una sociedad infame. —Y vosotros, angelitos patudos ¿qué esperáis de esa sociedad?, ¿confites? Y el andaluz dio una palmada en 1058 la calva a Casares, que, algo corrido, sonreía bondadosamente. Yo conocía también a! poeta interlocutor de Casares. Perico Lija era (16) hoy un golfo bohemio, si queréis, pero había sido un chico aprovechado. Estudiaba en Sevilla el último año del Bachillerato, y era el chico más distinguido de una clase en que yo (17) era un alumno menos que mediano. De aquí el aire de superioridad con que siempre me (18) trataba. La vanidad escolar no se cura nunca. Después, Perico Lija pasó a estudiar en el Sacro-Monte de Granada, donde cursó leyes1 y obtuvo una beca o pensión para Italia. He aquí cuanto yo sabía de Perico Lija. Después he sabido otras cosas, y él me ha contado muchas un tanto fantásticas. Perico Lija es embustero y trapalón, charlatán y polemista. Tiene lo que los andaluces [laman fantasía. La fantasía andaluza es única en ei mundo; no sirve ni para reproducir ni para crear, es algo que tiende a deslumhrar y a aturdir, es una aiarma moruna, combinada con fuegos de artificio que termina siempre dando un golpe al candil para llevarse algo. La inconsistencia mental de Perico Lija, le lleva a discutirlo todo, tomando siempre el punto de vista contrario a su interne) MM: Perico Lija es. [17} MM: en que Casares. fl8) MU: que siempre 1&. una palmada en la calva. Casares, algo corrido, sonreía bondadosamente. —Bueno —añadió el andaluz—; si me pagas otro bock, cuenta conmigo para ponerle un petardo al propio Maura en el trasero. Yo conocía también, de antigua-,, al joven andaluz interlocutor de Casares. Perico Lija era hoy un perdis, bohemio, si queréis; pero había sido un chico aprovechado. No es extraño que ios chicos aprovechados acaben en golfos; lo contrario, sí, aunque también hay casos. Nos conocimos siendo niñot» en un colegio de Sevilla, donde estudiábamos ef último año del Bachillerato. Perico era el más aventajado alumno de la clase. Yo era entonces un estudiante menos que mediano. De aquí el aire de superioridad con que siempre me trató. La vanidad escolar no se cura nunca. Después, Perico Lija pasó a estudiar leyes en el Sacromonte de Granada, donde obtuvo una beca o pensión para líaiía. Esto era laque por mí mismo y por informes fidedignos sabía yo de Perico Lija, Después he sabido otras cosas que no le favorecen, y él me contá mil historias, en las cuales no creo.. Perico Lija es embustero, charlatán y polemista. Tiene, sobre todo, fantasía, fo que llamamos fantasía los andaluces. La fantasía andaluza es única en el mundo. No sirve para reproducir ni para crear; es algo que tiende a deslumhrar y a aturdir; , es una alarma moruna,, combinada con fuegos de artificio y que termina siempre con un golpe al candil para llevarse aígo, Ls inconsistencia mental de Perico Lija íe permite discutido todo, tomando siempre el punto de vista 1059 locutor. Frente a Casares, Lija es ardiente defensor del orden y de la tradición; entre gentes sensatas y tranquilas, Lija se muestra anárquico y subversivo partidario, sobre todo, del amor libre. Dispone de gran cantidad de lugares comunes que combina con chistes de almanaque, y es un formidable dialéctico de café. No obstante su afán de pelea, acaba siempre diciendo lo que le conviene, y jamás se indispone con nadie si antes no ha obtenido alguna utilidad. contrario de su interlocutor. Frente a Casares, Perico defiende el orden y la religión; frente a gentes tímidas y aburguesadas, se muestra anárquico, subversivo, partidario, sobre todo, del amor libre. Dispone de gran cantidad de lugares comunes, que combina con chistes de almanaque; es un formidable polemista de café. No obstante su afán de pelea, acaba diciendo siempre lo que le conviene decir, y procura no indisponerse con nadie antes de obtener alguna ventaja o utilidad. El hombre-lija, también frecuente en nuestra tierra, es un emancipado por egoísmo de trabas y obligaciones. Perico tenía a sus padres en España. Sus padres •—ricos ayer, hoy viejos y pobres— habían hecho por é! toda suerte de sacrificios para educarle y atender a sus necesidades y a sus caprichos, Perico Lija no se acordaba de sus padres. Perico Lija había abandonado a su mujer y a dos niños en España y vivía en París amancebado con una joven, de la cual tenía un hijo. Según confesión propia, pronto rompería este último lazo, porque —lo que él decía— el hombre debe ser libre. Perico Lija es uno de estos hombres desdichados por un exceso de egoísmo, unido a una sensualidad bestial, y a quienes muchas veces falta para comer y rara vez para emborracharse; de esos hombres que explotan la miseria accidental a que íes llevan sus vicios, acudiendo a la benevolencia del prójimo y pensando que la humanidad entera no tiene otra misión que ayudarles y sostenerles. Estos hombres sienten un gran El hombre-Lija es también frecuente en nuestra tierra. Es un emancipado por egoísmo de todos los deberes que a la mayoría de los mortales se nos imponen. Perico Lija tenía a sus padres en España y no se acordaba de ellos. Habían realizado toda clase de sacrificios para educarle, y para atender a sus necesidades y a sus caprichos. Habían sido ricos y hoy eran pobres. Perico Lija no se preocupaba de la situación de sus ;p adres. Perico Lija era casado en España y tenía un hijo; y en París vivía amancebado con una joven, próxima a dar a luz, a quien también pensaba abandonar. Perico Lija vivía de traducciones, copias a márquina y, sobre todo, como parásito de sudamericanos ricos. Era uno de estos (19) hombres dotados de un egoísmo bestia! y de una sensualidad desenfrenada, a quienes algunas veces falta para comer y casi nunca para emborracharse y (20) divertirse; de esos que explotan la miseria accidental a que sus vicios íes llevan para acudir a la benevolencia del prójimo, y piensan que la humanidad no tiene otra 119) MM: Era uno de esos. £20) MM: emborracharse o. 1060 misión que ayudarles y sostenerles. Estos hombres sienten un profundo desdén por aquellos desventurados que, como mi amigo Casares, carecen de vicios, tienen pocas necesidades y a quienes la vida trata maí porque, sobrados inocentes, luchan sin ventajas y sin embustes. Lija dice que Casares es un burgués en el fondo, con lo cual cree haber dicho bastante en contra de su amigo. Casares dice de Lija que es un chico muy instruido y de muy buena imaginación. Casares, después de pagar otra consumición a su amigo, le propone fundar un periódico en París, para hacer ía revolución en España. Lija trata de disuadirle de este propósito. Lo (21) que conviene es fundar una revista para explotar la vanidad de los americanos, poniendo al frente de cada número el retrato de un general o de un doctor. A Casares no le seduce esta idea. Lija lo (22) mira con desprecio, y pasa a otro tema. desdeño por los ingenuos del tipo Casares, entes sencillos, de escasas necesidades y sin vicios, que luchan sin embustes y sin ventajas, y a quienes la vida trata muy duramente. Lija, pues dice que Casaros es un burgués en e! fondo, con lo cual cree haber dicho bastante contra su amigo. Casares, ere cambio, dice de Perico Lija que es un chico muy instruido y de muy buena imaginación. Casares, después de pagar otra consumición a su amigo, fe propuso fundar un periódico en París para hacer !a revolución en España, Lija trataba de disuadirle. Lo que conviene era fundar una revista para explotar ¡a vanidad de los americanos, poniendo al frente de cada número el retrato de un general o de un doctor. La idea era excelente y él contaba ya con ei caballo blanco. A Casares no le entusiasmaba la proposición, y Lija, después de mirarle con desprecios pasó a otro tema. —Como comprenderás —dijo Perico Lija—, tenemos que asistir mañana al baile de Quat'Z-arts. En París celebran los artistas todos los años un baile monstruo, a[ que asisten los hombres disfrazados y ¡as mujeres desnudas. Es una? fiesta de pretensiones paganas, que admira a los rastacueros. Casares no está muy persuadido de la necesidad de asistir a aquella bacanal. Lija insistía: —Es necesario que me procures cuarenta o cincuenta francos. Yp me encargo de conseguir bíííetes gratis. Por los disfraces, no te apa- •—Como comprenderás, dice Perico Lija, tenemos que asistir mañana al baile de «Quat-z-arts». En París se celebra todos los años un baile monstruo a que asisten los pintores disfrazados y las modelos desnudas. Es una fiesta de pretensiones paganas que admira a los rastacueros (23). Casares parecía no comprender ia necesidad de asistir a aquel baile. Lija insistía. —Es necesario afanar cuarenta francos, por lo menos. Yo me encargo de conseguir los billetes gratis. Por los disfraces, no te apures; (21) MM: Lo. (22) MM: ie. £231 MM: los «snobs» 1061 í ú irás de «higorrote» (24) y yo de «pielroja», es cosa sencilla. ignoro si los dos amigos asístie^ ron al baile. res. Yo tengo el mío de higorrote, y a ti te disfrazo de piel roja por menos de dos francos. Tú sabes que dentro de unos días tengo guita: conque apoquina. Ignoro si consiguió Lija sacar al pobre Casares su menguado caudal, ganado con 'lecciones de españo! a franco la hora, y si a la siguiente noche asistieron al baile. * Pasados algunos meses volví a ver a Casares y le pregunté por Perico. —Es un canalla, m e contestó. Hace cuatro días que lo (25) ando buscando para romperle ia crisma. —¿Qué pasa?, le pregunté. —Que es un canalla. Al fin, logré que me explicara la causa de su indignación. Perico Lija había abandonado a la muchacha con quien vivía, cuando ésta acababa de parir un niño. —Me consta que Perico había cobrado una cantidad. En casa tengo al niño.y a la madre. Le juro a usted que ese sinvergüenza se ha de acordar de mí. Pasados algunos meses volví a ver a Casares, y le pregunté por Lija. —Le tenía por persona decente; pero es un canalla —me dijo muy serio—. Sí, es un canalla; no lo dude. Ya sabe usted que Lija vivía con una pobre muchacha de quien tiene un hijo de algunos meses. Muchas veces me dijo que pensaba abandonar a la mujer y al niño. Yo no le creía. Pues bien; ayer se me presentó en casa la pobre muchacha con la criatura en brazos, diciéndome que Lija la había abandonado y que no sabía su paredero. A mí me consta que Lija había cobrado una cantidad hace unos días. ¿Qué le parece a usted? Es un malvado. En mi casa tengo a ia mujer y al niño y ando buscando a Lija por todo París, y si lo encuentro le juro a usted que le rompo la crisma. Después no he vuelto a tener noticias de Casares. ¿Lo habrán expulsado de Francia? ¿Estará en la cárcel? ¿Habrá vuelto a España para fundar «el Zurriago» en Mataporquera? No sé... Acaso ha muerto en la cárcel o en el hospital. A Perico Lija lo vi algunos años más tarde, en una barraca de Mont- No he vuelto a ver al amigo Casares. ¿Lo echaron de Francia y marcharía (26) a América? ¿Habrá vuelto a España y fundado en Casquera o en Segovia otro «Desmoche»? ¿Habrá terminado en el hospital o en la cárcel? No lo sé. Los hombres como Casares tie- (24] MM: «igorrote». (25) MM: le. (26) MM: y marchó. 1062 nen una psicología de toro de lidia. La vida les torea; ellos embisten, y casi siempre se les mata a traición. Pasados dos años, creo haber visto otra vez a Perico Lija... Sí, aquel Jonás que, en la feria de Montmartre, salía del vientre de una ballena de cartón, tocando la guitarra, era Perico Lija. martre. Sí, aquel Jonás que salía del vientre de una ballena de cartón tocando la guitarra, era Perico Lija. ANTONIO MACHADO 1063 EL TEATRO DE LOS MACHADO Quizá no sea ocioso comenzar diciendo que el teatro de los Machado no se representa en España desde hace mucho tiempo. Es decir, que ha dejado de ser realidad escénica para convertirse en literatura dramática, analizada periódicamente por críticos y estudiosos. La lectura de tales análisis nos conduce de inmediato a una conclusión global: si el nombre de Antonio Machado, nuestro más grande poeta contemporáneo, no respaldase esta dramaturgia, buena parte de los comentaristas pasarían de largo por puntos que, por estar él, han de considerar con detalle y respeto. Seguro estoy, por ejemplo, que si las siete obras, firmadas por ios hermanos /levaran sólo el nombre de Manuel, desde la misma noche del estreno habrían recibido un trato bien distinto, desembarazados los críticos serios de la necesidad de justificar la presencia de Antonio; libres de decir llanamente lo que pensaban acerca de las obras, sin esa solapada pero evidente tensión provocada por las disonancias entre el teatro de Jos Machado y la entrañable figura humana y literaria de! autor de Soledades, El debate posee, por lo dicho, un tono inevitablemente equívoco. A menudo, se habla de los méritos y de los límites de esta dramaturgia sin atreverse a plantear la cuestión subyacente: cual es la aportación de Antonio, en qué medida participó en su concreción literaria y hasta dónde pudiera estar limitado por su hermano Manuel. No es difícil encontrar comentarios en los que se ensalza la colaboración de los Machado, como si en ellos se repitiera el caso de los hermanos Alvarez Quintero. Miguel Pérez Ferrero, en su Vida de Antonio Machado y Manuel (1), afirma: (1) «Vida de Antonio Machado y Manuel», de Miguel Pérez Ferrero, Ed. Rialp, Madrid, 1947, pp. 247 y 248. 1064 A! escribir conjuntamente para el teatro, sus estros se funden y forman una unidad armónica que no acusa discrepancias de forma ni de concepto. No sólo I-a mutua comprensión, sino ©1 punto idéntico de partida para el ejercicio de la poesía, la formación igual, y la convivencia muy estrecha durante tantos años, realizan el prodigio de perfecto acoplamiento. Las mismas esencias que constituyen las características 'fundamentales de cada uno se contrapesan de tal modo, que el equilibrio es su resultado. Y las esencias y ios elementos tan diversos logran, combinándose, la ondulante línea dramática y melódica que ofrecen sus producciones teatrales. Ningún problema, pues, para «combinar lo diverso». El mismo biógrafo nos explica el procedimiento seguido en el trabajo (2): Las cortas estancias de fin de semana de Antonio las utilizan para planear, para discutir, para rectificar en compañía io que cada cual escribió por su lado, el uno en Madrid, y en Segovia el otro. De esta manera los dos van fabricando escenas que sehan repartido previamente. Después se las leen, se hacen las objeciones que estiman oportunas, introducen Jas correcciones que acuerdan, y dejan los borradores en disposición de ser puestos en limpio. Naturalmente, para muchos críticos esta explicación resulta sencilla. Las personalidades de Manuef y Antonio, si lógicamente, como hijos de un mismo hogar, tuvieron comunes puntos de partida, fueron luego cada vez más antagónicas, según vino a probar e! opuesto papel elegido por cada uno en nuestra Guerra Civil. Volveremos sobre este punto, pero queremos recoger aquí la explicación que de ello da Pérez Ferrero (3): Verano. Mediados de julio de 1936. Manuef Machado y Eulalia Cáceres deciden ir a Burgos para visitar a una monja, hermana de ésta y prima del poeta, en un convento de la ciudad. Antonio se queda en Madrid. A los dos hermanos, eí que sale de viaje y e! que se queda, les ha separado definitivamente el destino. Sus estrellas de parejo rumbo hasta el momento, se apartan y distancian infinitamente para trazar el final derrotero, Manuel y Eulalia marchan para pasar solamente unos días, pero el tren de regreso no arranca, porque en España ha prendido* y crece con vértigo, la llamarada, que forma hoguera, de la guerra civi<l. [2) Ob. Cit., pp. 248 y 249. Í3) Ob. cit., pp. 309 y 310. 1065 Los historiadores escribirán las páginas de esos años de sangre y fuego. Lo que importa a nuestra Historia, a nuestra crónica, es que a los hermanos los separa una hecatombe que ha abierto una profunda, insondable sima, en el suelo de su patria, Y cada cual ha de seguir su suerte dispar ordenada por el capricho geográfico. No, no es eso. La vida y la palabra de Antonio y de Manuel, desde aquel mes de julio del 36 hasta el día de su muerte, no pudo estar regida por un capricho geográfico, Contó en la vida de cada uno el destino de Burgos y de Madrid en la guerra civil española, pero ni la literatura de Antonio ni la de Manuel podrían atribuirse, sin insultarles gravemente, a esa circunstancia. Porque ios dos, a fin de cuentas, se negaron a ser simples comparsas. Y mientras uno escribía poemas al asesinato de García Lorca (4) o artículos antifascistas para «La Vanguardia», de Barcelona [5), y salía con el exilio camino de la muerte (6), el otro ingresaba en la Academia (7) y dedicaba poemas al General Mola, al General Franco, a la Pilarica y a José Antonio Primo de Rivera (8j. José Antonio, ¡Maestro!,., ¿En qué lucero, en qué so/, en qué estrella peregrina montas la guardia? Cuando a la divina bóveda miro, tu respuesta espero. Sería tonto pensar que este antagonismo nació en ios avatares de la guerra. Tales avatares lo único que hicieron fue potenciar, generar el estallido, de cuanto ya era una realidad. Cotejemos ios versos de Antonio con los de Manuel. Asumamos de nuevo la mirada y el sentimiento crítico de Antonio frente a la sociedad castellana. Comparemos, por ejemplo, la reflexión de Antonio sobre Baeza con todos (4] «El crimen fue en Granada. A Federico García Lorca», en «Ayuda»,, de Madrid, el 17 de octubre de 1936; en «El Liberal», de Murcia, el 23 de octubre de 1936. Í5) A estos trabajos pubficados en «La Vanguardia», de Barcelona, bajo ei iítuio general de «Desde el mirador de la guerra», desde marzo del 38 a enero de! 39, cabría agregar ¡os artículos de «Hora de España» y otras muchas manifestaciones en el mismo sentido, como, por ejemplo, ej texto que apareció en !a revista del «Ejército del Ebro» titulado «Antonio Machado, insigne poeta, manifiesta a nuestros soldados su inquebrantable fe en la victoria». {Citado en el número de «La Torre», revista de !a Universidad de Puerto Rico, dedicado a Antonio Machado, enero-junio de 1964.) (6] Antonio Machado murió en Colliure (Francia) el 22 de febrero de 1939, en un hotel donde se había refugiado con su madre. Esta murió en el mismo hotel tres días después, (7) La elección tuvo lugar en una sesión celebrada en Salamanca el 5 de enero de 1938. E! acto de ingreso se celebró en San Sebastián, el 19 de febrero del mismo año. Al discurso de! nuevo académico respondió José María Pemán con otro titulado «La poesía de Manuel Machado como documento humano». £8) «Poesía, Opera Omnía lyrica», de Manuel Machado, Editora Nacional, MCMXLÜ, páginas 391 y ss. 1066 ios versos andalucistas de Manuel: frente a la sentimentalización colorista, frente a la Andalucía mítica y pasional, la Andalucía enajenada por el sistema, la Andalucía emigrante y hambrienta, donde e! cante es amargura mucho antes que madrigal. Dice Manuel (9): La noche sultana, la noche andaluza, que estremece la tierra y la carne de aroma y lujuria. Comenta Antonio en una carta dirigida a Miguel de Unamuno (10): Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de segunda enseñanza, y apenas sabe leer un 30 por ciento de la población. No hay más que una librería, donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y ¡la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de jugador de monte se considera muy honrosa. Es infinitamente más levítica y no hay un átomo de religiosidad. Se habla de política —todo el mundo es conservador— y se discute con pasión cuando 'la Audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por jurados. Una población rural, encanallada por la Iglesia y completamente huera. Por lo demás, el hombre de campo trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones tan lamentables que equivalen al suicidio. La distancia es tal, que no basta decir que una cosa son versos y la otra el fragmento de una carta. Estamos, obviamente, ante dos modos de sentir y ver Andalucía, ante dos discursos Ideológicos que la guerra civil no hará —inevitablemente— sino radicalizar. Los términos del problema deben, pues, replantearse. Si el teatro de «los» Machado acusa una serie de contradicciones de las que en seguida hablaremos, es porque la personalidad de los hermanos era contradictoria y porque nosotros mismos, como lectores, estamos sometidos a esa incompatible referencia. La irrealidad de esa idílica colaboración de que hablaba Pérez Ferrero nos parece patente, tanto en función de los autores como de las características de sus obras. Es, en todo caso, interesante citar un párrafo de la carta que Joaquín Machado, testigo de excepción, di[9) Ob. Cit., pp. 179. (10) «Los. complementarios y otras obras postumas», de Antonio Machado. Editorial Losada, de Buenos Aires, 196, pp. 164 y 165. 1067 rigió al hispanista Manuel H. Guerra, contestándole a una pregunta sobre este punto (11): Tanto Pérez Perrero como otros andan bastante descaminados en cuanto a la forma de colaborar los poetas. Los que lo sabemos con exactitud no consideramos discreto revelarlo. Quede la discriminación para los que estudien a fondo la obra individual de cada uno, su psicología, su estilo, etc. No sé si valdría la pena llevar hasta sus últimas consecuencias la investigación que Joaquín Machado nos propone, ni por qué, puestos a realizarla, no contamos con su apoyo. Comprendemos que sus revelaciones puedan ser indiscretas por atentar contra lo generalmente aceptado; pero, al mismo tiempo, no entendemos una discreción que se opone a la verdad. En todo caso, y más allá del malestar que produce ese amago de indiscreción aclaradora, lo que tiene interés es ratificar que el teatro de «los Machado», en el sentido unitario que tiene el de «los Quintero» — y podríamos volver a citar las líneas de Pérez Fer.rsro— no existe. Por el contrario, se trata de una propuesta con abundantes e indisolubles tensiones que explicarían buena parte de la diversidad de juicios que ha suscitado. Estamos ante una especie de teatro dual, ante una suma de complejos enfrentamientos que intenta resolverse a lo largo de los siete dramas. El verso «poético» y el verso «prosaico» disputan a menudo entre sí; disputa el interés introspectivo con la estampa colorista; el testimonio histórico con la anécdota arbitraria; algunos puntos de la teoría dramática de los autores (12) con los dramas mismos; el espíritu del 98 con la Andalucía de los Quintero; todo anda un poco revuelto y enfrentado, como «si fueran dos los autores y no se entendieran bien entre sí». Es decir, dicho de un modo perogrullesco, como si las comedias fueran realmente lo que son y de quien son en lugar de ser de un sólo autor o de dos autores afines entre sí. LOS LIMITES DE UNA TEORÍA Los Machado habían participado, sumando a veces su nombre al de otros esporádicos colaboradores (13), en ia adaptación de una (11) «El teatro de Manuel y Antonio Machado», de Manuel H. Guerra. Editora Mediterráneo, de Madrid, 1966, p. 188. (12) ¿Podían tener una misma teoría dramática dos hombres tan distintos? Digamos, pues, por haber suscrito ambos un mismo texto teórico, en el 33, que hay una teoría de «los» Machado, pero con la misma reserva con que nos referimos ai teatro de «los» hermanos. (13) Manuel Machado había escrito, con Enrique Parada, «Tristes y alegres» (1894), y, con José Montoto, «Amor ai vuelo» (1904). Adaptaciones y traducciones: «Hernani», de 1068 serie de obras románticas y de nuestro Siglo de Oro. Antonio incluso había tenido una breve experiencia como meritorio en la Compañía de María Guerrero, en 1897 (14). Y el teatro era un tema cotidiano —los Machado, por ejemplo, habían firmado el famoso manifiesto de 1905 contra la obra de Echegaray (15)—• en la vida de los dos hermanos. Manuel incluso había ejercido la crítica en El Liberal, publicando en 1917 un volumen con los juicios que le habían merecido ias obras estrenadas aquel año (16)... Este es un extremo sobre el que ponen mucho énfasis los defensores del teatro de los Machado (17), viendo en ello la prueba irrefutable de que ia obra no surgió de un modo accidental sino como ía maduración de un proceso gestado a lo largo de muchos años. Manuel Machado teorizó sobre el Teatro Poético; Antonio escribió El gran climatérico, una disertación de su apócrifo Juan de Mairena sobre «una futura renovación del teatro»; los dos firmaron en el 33, respondiendo a la encuesta de un periódico madrileño, lo que Pérez Ferrero no vacila en calificar de manifiesto teatral (18). De todos estos textos, es, sin duda, el de Juan de Mairena el más conocido y el que se esgrime como síntesis del pensamiento de Antonio Machado frente al teatro español de su época. Migue! de Unamuno —tan admirado siempre por Antonio Machado— había hecho otro tanto en un polémico y famoso trabajo (19); y, en general, puede decirse que todos los escritores del 98 se pronunciaron, con mayor o menor vigor, echándose el peso a la espalda, como en el Víctor Hugo, por Manuel, Antonio Machado y Francisco VNIaespesa (19241; «El aguilucho», de Edmond Rostand, por Manuel Machado y Luis Oteyza (1920); «El Príncipe Constante», de Calderón, por Manuel, Antonio Machado y José López; «Hay verdades que en amor...», de Lope, por Manuel, Antonio Machado y José López (1925); «El condenado por desconfiado», por Manuel, Antonio Machado y José López (1924); «La niña de plata», de Lope, por Manuel, Antonio Machado y José López (1926); «El perro del hortelano», de Lope, por Manuel, Antonio Machado y José López (1931). (14) «Antonio ingresó, allá hacia fines de 1897, en ia Compañía de María Guerrero, pero fue sólo una brevísima temporada. El mundillo de entre bastidores le repugnó ¡o suficiente para no pensar más en ser actor.» (De la carta de Joaquín Machado a Manuel H. Guerra, ob. cit., pp. 188 y 189.) (15) En la campaña contra el teatro de Echegaray se distinguieron, entre otros, Azorín, Unamuno, Rubén Darío, Maeztu, Valle, Baroja, además de los hermanos Machado. (16) Manuel Machado hizo crítica en «El Liberal» (1915-1919) y «La Libertad» (1920-26). Las críticas del 17 aparecieron en un volumen bajo el título de «Un año de teatro» (ob. cit. de Manuel H. Guerra, pp. 42 y 57). (17) Refiriéndose especialmente a Manuel Machado («Manuel Machado y el lirismo polifónico», por Nicolás González Ruiz, en «Cuadernos de Literatura Contemporánea», Madrid, 1942), A cuenta de los dos hermanos, se cita este antecedente teatral en casi todos los trabajos que están a favor de su obra dramática. Ver libros citados de Miguel Pérez Ferrero y Manuel H. Guerra, (18) «El gran climatérico» («Diario de Madrid», 5 de marzo de 1935), recogido en «Juan de Mairena», Espasa-Calpe, 1936, pp. 121 y ss, El «Manifiesto» del 33 aparece en el citado libro de Pérez Ferrero, pp. 260 a 266. (19) «La regeneración del teatro español». 1069 caso de Unamuno, saliéndose por la tangente, vista la mala salud del enfermo, como en el caso de Baroja, ante la realidad escénica española. No hay, pues, que ver en las preocupaciones teatrales de Antonio Machado nada excepcional, asentada como estaba su obra en una relación crítica con nuestra sociedad, fatalmente obligada a considerar el fenómeno del teatro. Esto aclarado, reproducimos aquí algunos de los puntos fundamentales de El gran climaterio, título de la hipotética obra que permite a Machado exponer sus ideas teatrales: 1) Restablecimiento de los monólogos y los apartes. Y esto, así: — Nada tenemos ya que adivinar en los personajes, salvo io que ellos ignoran de sus propias almas, porque todo lo demás ellos ¡lo declaran, cuando no en la conversación, en el soliloquio o diálogo 'interior, y en el aparte o reserva mental, que puede ser el reverso de toda plática o «interloquio», — Desaparecen del teatro el drama y la comedia embotellados, de barato psicologismo, cuyo interés «folletinesco» proviene de la ocultación arbitraria de los propósitos conscientes más triviales, que hemos de adivinar a través de conversaciones sin substancia o de reticencias y frases incompletas, pausas, gestos, etc., de difícil interpretación escénica, — Se destierra del teatro a;l confidente, ese personaje pasivo y superfiluo, cuando no perturbador de la acción dramática, cuya misión es escuchar —para que el público se entere— cuanto los personajes activos y esenciales no pueden decirse unos a otros, pero que, necesariamente, cada cual se dice a sí mismo, y nos declaran todos en sus monólogos y apartes. Piensa Antonio Machado que antes de intentar la comedia «no euclidiana de dimensiones», es decir, antes de investigar sobre las posibilidades de un nuevo teatro, se impone desarrollar el que ya se tiene, la «comedia cúbica», cuya tercera dimensión debe restablecerse y perfeccionarse. «Y reparad, amigos, en que el teatro moderno, que vosotros llamáis realista, y que yo llamaría también docente y psicologista, es el que más ha aspirado a la profundidad, no obstante su continua y progresiva planificación». Habría, pues, según Mairena, tres elementos esenciales de! teatro «cúbico»: 1/0. Lo que los personajes se dicen unos a otros cuando están de visita, el diálogo en su acepción más directa, de que tanto usa y abusa el teatro moderno. Es la costra superficial de las comedias, donde nunca se Intenta un diálogo a :la manera socrática, sino, por el contrario, un coloquio en el cual todos rivalizan en insignificancia ideológica. 1070 2/0. Los monólogos y apartes, que nos revelan propósitos y sentimientos recónditos. La expresión de todo esto necesita actores capaces de sentir, de comprender y, sobre todo, de imaginar personas dramáticas en trances y situaciones que no pueden copiarse de la vida corriente. 3/0. Agotado ya, por el diálogo, el monólogo y el aparte, cuanto el personaje dramático sabe de sí mismo, el tota! contenido de su conciencia clara, comienza lo que pudiéramos llamar «táctica oblicua» del comediógrafo, para sugerir cuanto carece de expresión directa, algo realmente profundo y original, el fondo inconsciente o subconsciente de donde surgen ios impulsos creadores de la conciencia y de la acción, la fuerza cósmica que, en última instancia, es el motor dramático. En la imaginaria obra El gran climatérico debía haber música. Sobre eüa se hace Mairena-Machado las s i g u i e n t e s consideraciones: No estaba puesta la música sin intención estética y psicológica. Porque algún elemento expresivo ha de llevar en el teatro ¡a voz de lo subconsciente, donde residen, a mi juicio, los más íntimos y potentes resortes de la acción. Unas- páginas más adelante (20) retomaba Mairena el t e m a de! teatro para hacer estas inequívocas a f i r m a c i o n e s : jo) — Nuestro deseo de renovar el teatro no es un afán novelero, sino que es, en parte y por de pronto, el propósito de restaurar, muíatis mutandis, mucho de lo olvidado o injustamente pretendo. Es la dramática un arte literario. Su medio de expresión es la palabra. De ningún modo debemos mermar en él los oficios de la palabra. Con palabras se charla y se diserta; con palabras se piensa y se siente y se desea, con palabras hablamos a nuestro vecino, y cada cual se habla a sí mismo, y al Dios que a todos nos oye, y al propio Satanás que nos salga a! paso. Los grandes poetas de la escena supieron esto mejor que nosotros; ellos no limitaron nunca la palabra a la expresión de cuantas naderías cambiamos en pláticas superfluas, mientras pensamos en otra cosa, sino que dicen también esa otra cosa, que suele ser lo más interesante. — Lo dramático es acción, como tantas veces se ha dicho. En efecto, acción humana,- acompañada de conciencia y, por ello, siempre de palabra. A toda merma en las funciones de la palabra corresponde un igual empobrecimiento de la acción. Sólo quienes confunden la acción con el movimiento gesticular y el trajín de entradas y salidas pueden no haber reparado en que la acción dramática —perdonadme la redundancia—• va poco a poco desapare«Juan de Mairena», Ed. cit., pp. 132 a 135, «Sobre teatro». 1071 ciendo del teatro. El mal lo han visto muchos, sobre todo el gran público, que no es el que asiste a las comedias, sino el que se queda en casa. Disminuida la palabra y, concomitantemente, la acción dramática, el teatro, si no se le refuerza como espectáculo, ¿podrá competir con una función de circo o una capea de toros enamorados? Sólo una oleada de ñoñez espectacular, más o menos cinética, que nos venga de América podrá reconciliarnos con la mísera dramática que aún nos queda, Pero esto no sería una resurrección del teatro, sino un anticipado oficio de difuntos. Si leemos despacio estos textos, desde la perspectiva de nuestros días, descubriremos una clara tensión. Está Antonio Machado contra el diálogo coloquial, ideológicamente insignificante, del que usan y abusan las comedias de la época; está contra ia ocultación arbitraria de datos y propósitos cuya adivinación se propone al espectador corno razón sustancial de la obra; está contra el confidente que escucha las largas parrafadas destinadas a enterar al espectador de lo que conviene al dramaturgo; está contra el barato sicologisrno... Y frente a ello señala: a) De un lado, la necesidad de sugerir «cuanto carece de expresión directa» a través de lo que llama «táctica oblicua», y una vez «agotado por el diálogo, el monólogo y el aparte, cuanto el personaje dramático sabe sobre sí mismo, el total contenido de su conciencia clara». El hecho de que su Mairena pensara incluir música en «El gran climaterio», porque «algún elemento expresivo ha de llevar en el teatro la voz de lo subconsciente», refuerza esta idea de que el drama llega siempre a un punto —cuando es bueno— en el que la palabra se subordina a otro orden expresivo, en el que encuadra, y no en sí misma, en su conciencia clara, su sentido y su fuerza reveladora. b) De otro modo, la afirmación tajante de que la dramática es un arte literario, acción acompañada de conciencia y, por ello, siempre de palabra. Creo yo que entre ambas afirmaciones existe una buena dosis de contradicción. El hecho de que a Antonio Machado le preocupara seriamente la mediocridad de nuestros actores, hechos a la medida del teatro de los Quintero (21) y solicitara la aparición de actores «capaces de sentir, de comprender y, sobre todo, de imaginar personas dramáticas en trances y situaciones que no pueden copiarse de la vida corriente», indica también que era consciente del alto pape! que correspondía a la actuación en la conformación del hecho dra(21) Carta de 15-1-1929, «Los complementarios...» (Ed. cit., p. 186j. 1072 mático. Todas las palabras podían ser inútiles si el actor no «sentía, imaginaba y comprendía», no las palabras sino «personajes, trances y situaciones». Lo que quiere decir, en resumen, que Antonio Machado quería asomarse a la poética dramática, que intuyó su existencia, que vislumbró incluso algunos de sus problemas, pero que no pudo, en el marco de nuestra mediocre realidad escénica-, abandonar la concepción «literaria» del teatro. De una encuesta celebrada en 1933 es una respuesta de los Machado que Pérez Ferrero llega a calificar de Manifiesto (22). Encontramos muchas de las ideas expuestas en El gran climatérico, aunque, a mi modo de ver, con ciertas precisiones específicas. Recordemos la parte fundamental de este texto: En el teatro, arte de tradición, hay mucho que hacer, mucho que continuar, Lo que el porvenir más inmediato aportará a la escena es una reintegración de acción y diálogo, una nueva síntesis de los elementos constitutivos del drama, en los cuales hoy aisladamente se trabaja con gran ahínco y éxito mediano. La acción en verdad, ha sido casi expulsada de la escena y relegada a ia pantalla, donde alcanza su máxima expresión y, digámoslo también, su reducción al absurdo, a ia ñoñez puramente cinética. Allí vemos claramente que la acción sin palabra, es decir, sin expresión de conciencia es sólo movimiento, y que el movimiento es —estéticamente— muy poca cosa. Ni siquiera señal de vida, porque lo vivo puede estarse quieto, como lo inerte ser movido y cambiar de lugar. Ei cine nos enseña cómo el hombre que entra por una chimenea sale por un balcón y se zambulle después en un estanque; lo cual no tiene para nosotros más interés que una bola de billar rebotando en las bandas de una mesa. El diálogo, por otra parte, tiende a enseñorearse del teatro; pero, divorciado de la acción, pierde su valor poético, aunque conserve alguna vez su valor didáctico; se convierte en conversación trivial o pedante, casi siempre en palabra insincera que alude a sentimientos, pasiones o conflictos morales supuestos por el autor y que, en verdad, están ausentes de la escena y del alma de los personajes. Y, sin embargo, al comediógrafo actual hay que exigirle gran hondura de diálogo, que conozca sus límites; pero también sus nuevas posibilidades, porque la psicología moderna, cavando en lo subconsciente, nos ha descubierto toda una dialéctiva nueva, opuesta, y, en cierto modo complementaria de la socrática. Hoy sabemos que nuestro dialogar osería entre dos polos: ei de la racionalidad del pensar genérico, que persigue el alumbramiento de las ideas, las verdades de todos y de ninguno, y el de la conciencia individual, cúmulo de energías y experiencias vitales, donde la mayéutica freudiana —llamémosle así para darle un (22) Véanse notas 12 y 18. 1073 CUADERNOS. 304-307 (II).—29 nombre moderno— opera con nuevos métodos para sacar a luz !as más recónditas verdades del alma de cada hombre. En et hábil manejo de estas dos formas dialécticas: ía que nos muestra el tránsito de unas razones a otras y la que nos revela el juego dinámico de instintos, impulsos, sentimientos y afectos, estriba el arte nada fácil de dialogar. A estos dos elementos del diálogo corresponden dos aspectos de la acción. Todo hambre en la vida, como todo personaje en escena, tiene ante sí una o varias trayectorias, cuyos rieles, anticipadamente trazados, limitan y encauzan su conducta. Su acción es, en pa.rte, lógica y mecánica, consecuencia de asentadas premisas, o resultante previsible de prejuicios, normas morales, hábitos, rutinas y coacciones dei medio. Pero todo hombre, como todo personaje dramático, tiene también un amplio margen de libertad y de acción original, imprevisible, inopinada, desconcertante. Es ese aspecto de la vida, esencialmente poético, el que llevado al teatro puede hacer de 'la escena una encantada caja de sorpresas. En el hábil manejo de lo que se espera y de !o que no se espera, de 'lo previsible y de lo imprevisible, de lo mecánico y de lo vita!, consiste toda la magia de la acción dramática. El teatro volverá a ser acción y diálogo; pero acción y diálogo que responden, en suma, a! conocimiento de lo humano, que ha sido posible hasta ahora. Se renovará el teatro, haciéndose más teatral que nunca. Y se escribirán dramas nuevos, que parecerán viejos a los snobs. También nuestros actores han de renovarse, ahondando en su arte. Lo corriente entre los cómicos españoles es la aptitud para representar personajes copiados, sin esfuerzo, de la realidad superficial. Cuando los personajes no pueden ser copiados, porque es preciso pensarlos e imaginarlos —un Hamlet, un Segismundo, un Brand—, nuestros actores suelen no acertar. No carecen de inteligencia ni de fantasía; pero no han adquirido el hábito de ejercitarlas. De ellos ha de ocuparse con preferencia toda nueva escuela de actores. El texto, firmado por los dos hermanos, es sustancialmente idéntico al que puso Antonio, dos años después, en boca de su apócrifo Juan de Manara. Se apuntan ya ios dos mundos, el de ia conciencia clara, que equivaldría al tránsito de unas razones a otras, y el de! fondo inconsciente, definido aquí como las más recónditas verdades del alma de cada hombre. Ambos mundos constituyen dos aspectos de !a acción dramática, que ei diálogo, atento a su diversa naturaleza, debe abarcar. Sólo así el diálogo dejará de ser un elemento superficial, divorciado de ía acción, «que alude a sentimientos, pasiones o conflictos morales supuestos por ei autor y que, en verdad, están ausentes de la escena y de! afma de los personajes». Desde la perspectiva actual, las observaciones de los Machado 1074 nos hacen pensar en un médico que, después de descubrir la enfermedad de su paciente, quisiera curarlo cambiándolo de habitación. Porque, bien mirado, el diagnóstico es exacto y el sentimiento machadiano acerca de la disociación entre la acción y la palabra en el teatro de su tiempo podría tomarse como base para alzar un lucido juicio contra la mayor parte de la dramaturgia española contemporánea. Ahora bien, ¿por qué, ante el divorcio entre la palabra y la acción dramática, depositar en la primera el «rescate» teatral en lugar de preguntarse si aquel divorcio no ha surgido de su impotencia como instrumento único de la «mayéutica freudiana»? ¿Esa «psicología moderna, cavando en el subconsciente» no nos habrá planteado la necesidad de contar con medios y signos de expresión más complejos que la explicitud de los conceptos? ¿No postula indirectamente el texto de los Machado io que hoy llamamos la «organicidad» de ur) diálogo o una palabra cuando se refiere al «segundo aspecto o elemento» de las formas dialécticas? ¿No se nos está hablando, tanto en la encuesta como en El gran climatérico de un tipo de palabras que, llegado eí caso, pueda- responder a una verdad interior, en nada equiparable a la lógica coloquial o a la exaltación genérica de los sentimientos? ¿Pero qué palabra puede ser esa, cuándo será el momento en qué nos haga falta, qué criterios tenemos para entenderla dado que no posee un valor general y es inseparable de la situación en que se pronuncia? Quizá hemos llegado al punto clave en el análisis de la teoría teatral machadiana: la ausencia de un concepto, a menudo desatendido en el teatro español, y una de las causas de su general insinceridad; me refiero al de situación dramática. Todo el debate de Mairena en favor del soliloquio, del monólogo, y, en suma, de la palabra, como instrumento de revelación, quizá se frustra al no encarar la «expresión» de la situación dramática, a través de la cual puede, por ejemplo, descubrirse que el «comportamiento» de un personaje es mucho más dramático —contiene la verdadera acción— que su discurso verbal, o que el grito o el silencio pueden alumbrar como no foliarían las palabras, en la situación propuesta, de un personaje determinado, esas «recónditas verdades del alma» que tanto importaban a Machado para salvar al teatro de su trivialidad. Es interesante relacionar la contradicción machadiana que supone rechazar el «teatro verbalista» a la vez que se define la dramática como «un arte literario» con su desprecio a la expresión cinematográfica. Quizá la torpeza y la insensibilidad ante las imágenes, cuanto hay en esta actitud de «negación visual» —es decir, de su capacidad para acceder a una poética que escapa de la abstracción literaria y 1075 nos propone formas concretas de representación—-, de confusión deí cine con el espectáculo gratuito o la barraca de feria, podría ayudarnos a entender por qué, tanto en la respuesta de los dos hermanos al periódico madrileño como en las afirmaciones de Antonio a través de su Juan de Mairena, existe esa especie de rodeo y vuelta a la literatura. Por lo demás, si uno piensa en lo que ya era el cine en los años 33 y 35 y en lo que ha sido después, no será arriesgado señalar la ceguera —literalmente hablando— de nuestros dos escritores en este punto. Ceguera que les lleva a subvalorar tanto la expresión cinematográfica como la expresión teatral, puesto que si la primera es bastant e más que movimiento, también el hecho escénico es bastante más que literatura. Toca ya preguntarse por la parte de Manuel y de Antonio en toda esta teoría. Es seguro que algunas ideas de la declaración al periodista —buenas o malas—• eran comunes. Pero otras tenían su matiz personal. Importa, desde luego, tener en cuenta que Antonio Machado, dos años después, se atreve a poner en boca de Juan de Mairena mucho de lo que antes apareció firmado por él y por Manuel. Lo que quiere decir que el texto anterior era fundamentalmente suyo. Conviene también recordar que en el no pronunciado discurso de ingreso en la Academia (23), y a cuenta de Don Juan Tenorio, Antonio JMachado hacía esta afirmación, tan contraria a la concepción puramente literaria del arte dramático y, por tanto, de gran interés para ver hasta qué extremo estuvo siempre atrapado por el problema: Yo quisiera que dejásemos a un lado la literatura, que importa mucho menos de lo que vosotros creéis, y viéramos qué elementos estéticos contiene esa obra tan amada del pueblo y tan despreciada por los doctos. ¿Dejar a un lado la literatura? ¿Qué elementos —por tanto no literarios— contiene? Una vez más, sentimos a Antonio Machado bordeando una verdad poética con la que nunca llegó a encararse. En cuanto a la posición, en solitario, de Manuel Machado, Manuel H. Guerra (24) cita un texto enormemente expresivo: Séanos permitido, sin embargo, lamentar la desaparición del verso en el teatro, ya que la necesidad de rimas y rimar el diálo(23) «Los complementarios,..» (Ed. cit., p. 1281. Í24) «Teatro poético-Poesía dramática», de Manuel Machado. Citado por Manuel H. Guerra (ob. cit., p. 43). 1076 go tenían, entre otras, la ventaja de dificultar la aparición de mucho comediógrafo mediocre y la de mantener en toda su pureza la condición de nuestra historia literaria. La afirmación va más allá de cuantas hizo Antonio a propósito de¡ la condición literaria del arte dramático. Antonio hablaba del diálogo y del monólogo; Manuel habla del verso, y sus palabras —por más que también escribió: «Si el teatro no es poético no es nada. Pero teatro poético, no lírica aplicada al teatro»—, desprovistas de la tensión que tenían las de Antonio o las que firmaron ambos en et treinta y tres, nos remiten más que a un «teatro de la palabra» a un. teatro de la «belleza literaria». Volveremos, al final, a reconsiderar las figuras de Antonio y de Manuel en sus últimos años. Pero conviene decir aquí que si Antonio no escribe solo ninguna obra dramática, Manuel, después de su separación, escribe y estrena —exactamente en el Teatro Principal de Zaragoza, el 12 de octubre de 1944— una obra titulada El Pilar de laVictoria, exaltación de la Virgen del Pilar, de la jota aragonesa, y de una concepción «folklórica» —y pongo la palabra entre comillas porque en otros casos no expresa este degradado populismo— que define el autor en muchos versos como estos: Cantares de España, cantares que nacen porque quiere Dios como sangre y vino en la pura entraña, tierra y corazón. Cantares que guardan sabor de romero, cantares de luz que dicen la plata de los olivares y de ¡as naranjas y el oro. Cantares del campo andaluz... ¿Qué tiene que ver todo esto con la «mayéutica freudiana»? ¿A. dónde han ¡do a parar esas verdades recónditas del hombre que el teatro debía alumbrar? Conviene tener presente a estos efectos que en versos como loe que acabamos de transcribir se encierra la ideología fundamenta! de La Lola se va a los puertos, obra firmada por los dos hermanos, y quizá su mayor éxito. Lo que supondría que la personalidad de Manuel Machado, destacada ya y en libertad cuando escribe El Pilar de la Victoria, está actuando y pesando decisivamente cuando trabaja con Antonio en La Lola se va a los puertos. 1077 Pero cortemos aquí las consideraciones, no vayamos a caer en cualquiera de los males que Machado asigna a la crítica y, muy concretamente el de advertir «no lo que hay en las obras de arte, sino lo que falta en ellas», o «pretender imponer al público sus preferencias o aversiones» (25), Mi propósito era señalar, a partir del contenido de la teoría teatral de los Machado: 1] Sus contradicciones internas, por cuanto se rechaza la preceptiva vigente, se aspira a la expresión de una verdad más honda, y jamás se cuestiona el mito del verbo, De las situaciones dramáticas no se habla —cuando son ellas las que condicionan la significación de la palabra— y se confunde el valor de la imagen, tan importante en toda la historia del teatro, con el espectacularismo o-la cinética de barracón. 2) El acrecentamiento de tales contradicciones a la hora de escribir los dramas, por cuanto la presencia de Manuel Machado subraya —y no hay más que leer su poesía— el carácter externo y verbalista de la obra. Lejos de encontrarnos ante una dramaturgia que ejemplifique las tensiones de la teoría de Antonio Machado, nos encontramos ante un teatro escrito en colaboración, que, a menudo, niega e! carácter renovador encerrado en aquellas tensiones. 3) Naturalmente estas desarmonías entre Antonio y Manuel, expresadas en eS plano de la poética dramática, traducen una distinta concepción y sentimiento del mundo. Por lo demás, la incapacidad de Antonio Machado para resolver el problema que con tanta agudeza se planteó no debe sorprendernos. Se trata de un fenómeno que pertenece a buena parte de los autores españoles, del 98 y de después. Asombra, por ejemplo, el analfabetismo escénico de Unamuno, Baroja o Azorín frente a su vasta cultura literaria, incluyendo en ella la lectura de los más grandes autores extranjeros. Antonio Machado no podía ser una excepción. Su inteligencia los rebela contra el aparato teatral español, pero el medio no les permite conocer y seguir el profundo movimiento de renovación escénica —es decir, teatral— iniciado en Rusia a finales de siglo, en el que se cuestionaban las relaciones entre el personaje y la palabra, el personaje y la acción dramática, el actor en tanto que ser humano concreto y el personaje que interpretaba, entre el texto y el comportamiento... Una historia que ha dado muchas vueltas por el mundo y a la que sigue aún reacia buena parte de nuestro teatro moderno. (25) De las manifestaciones del 33 (véase nota 18). 1073 ALGUNAS POSICIONES CRITICAS Si leemos las seis críticas que Enrique Diez Cañedo dedicó a los correspondientes estrenos (26] de ios Machado •—ía última obra, El hombre que murió en la guerra, pese a escribirse en 1928 no se estrenó hasta 1941, cuando ya Antonio había muerto y Diez Cañedo era uno de tantos vencidos en nuestra guerra civil —-encontraremos frecuentes frases que reflejan ía existencia de un prejuicio favorable, Estaban nuestros escenarios ocupados a menudo por obrítas de consumo, sin más pretensión que divertir con el enredo o emocionar con el melodrama, mal escritas, tramposas, ante las que el bueno de Diez Cañedo —el mejor crítico teatral español con que contaba ía prensa de la época— se desahogaba con comentarios generalmente agudos e irónicos. En ese cuadro era forzoso que el nombre de los Machado apareciera en los carteles como una garantía, y que el crítico adoptara ante sus obras una posición preestablecidamente admirativa. Esto último explicaría, en parte, a mi modo de ver, el desconcierto que ha seguido después. Frente a (a libertad y contundencia de otras críticas de Diez Cañedo, las dedicadas a los Machado están revestidas de un molesto envaramiento, de un retoricismo soíemne, oscuramente acomodado al espíritu de los textos que se considera obligado a defender. En cuanto a la convivencia autoral de dos personalidades tan distintas como las de Antonio y Manuel es obvio que a Diez Cañedo tiene que hacerle pensar más de una vez. Y así, por ejemplo, la crítica de Las Adelfas, tercera obra de los hermanos, comienza con estas palabras: Un verso de Antonio Machado, en su «España, en paz», me ha dado siempre la más cabal definición del poeta: «dos ojos que avizoran y un ceño que medita». No es necesario el ceño, sino la meditación a frente serena; ni únicamente los ojos, sino todos ¡os sentidos han de estar avizores, despiertos. ¿Y el corazón?, preguntarán los amantes de ia poesía a io romántico. El corazón escande el ritmo, lleva el compás de la poesía. Manuel y Antonio Machado se encuentran poseedores de los más vivaces sentidos, de la más serena mente poética con que se enorgullece hoy nuestra lírica. Y al concertarse para escribir sus obras dramáticas, las cualidades del uno refuerzan las deí otro; pero se diría que el entendimiento ordenador, el «ceño que medita», empuña la dirección de la empresa. í26) Enrique Diez Cañedo, «El teatro español de 1914 a 1936», Editorial Joaquín Moritz, •de México, vo!, [(, pp. 137 a 157. 1079 De un lado, pues, se formula la teoría de la «colaboración perfecta»; del otro, al crítico le nace la necesidad de buscar ¡a personalidad dominante. Y, en definitiva, Diez Cañedo no ve o escamotea la tensión de las tres primeras obras de los Machado, provocada por el choque entre el conflicto interior de los protagonistas y las concesiones al «teatro poético» de la época. Quizá entre el «ceño que medita» (Antonio) y el que «lleva el compás de la poesía» (Manuel). Es aquí donde toca decir que resulta imposible concluir en nuestros días, tras la lectura de la dramaturgia machadiana, que no existen en ella esas «escapatorias líricas de las que tanto abunda nuestro teatro en verso» (27), elogio de Diez Cañedo que, por infundado, nos sirve más para condenar la inmensa mayoría del «teatro poético» de la época que para defender el teatro de los Machado. De los versos de «Juan de Manara» llega el crítico a decir (28):: Tienen, con su severa elegancia, con su claro fluir, con su sonoridad nunca liada a efectos de relumbrón, en que la palabra es vestidura exacta del pensamiento jugoso, noble siempre, acerando, a veces, su delicadísima expresión^ en más fuertes latidos, tienen lo que sólo se puede concentrar en un vocablo de que se abusa mucho: raza. Nunca en versos modernos fue menos visible la imitación, más evidente la alcurnia, Los versos y el corte mismo del drama, saltando por encima de la fogosidad de nuestro romanticismo, van a entroncarse con los de aquel teatro clásico, tan lozano aún en su olvido, que no es maravilla verle retoñar en brotes como el de Juan de Manara. Juicio éste que nos interesa recoger para señalar hasta donde el nombre de los autores —especialmente el de Antonio— determinaron un tipo de crítica, cuyas estimaciones y cuyo lenguaje resultan sorprendentes en un hombre serio como Diez Cañedo. Distinto es el caso de, por ejemplo, las valoraciones que Alfredo Marquerie hizo del teatro de los Machado. El que fuere, durante casi un cuarto de siglo de posguerra española, el más influyente de nuestros críticos, afirmaba en un homenaje a Antonio Machado, celebrado en julio del 51, dentro de un curso para extranjeros en Segovia (29): Antonio nos legó en unión de su hermano Manuel, el tesoro literario de siete comedias que gozaron del favor del público y la. (27) Ob. cit. De la crítica de «Desdichas de la fortuna o JulianiiJo Vaicárcei», p. 139. (28) Ob. cit., p. 142. (29) «Homenaje a Antonio Machado», Segovia, 1952, p. 43. Este juicio favorable contrasta' con ía severa opinión del mismo crítico ante los autores del 98, a los que calificó en otrolugar de agónicos y minoritarios. 1080 estimación de la crítica, siete comedias, que por su fondo patético, su calidad literaria y humana, su emoción y su interés, figuran con justicia a la cabeza de la creación teatral contemporánea. Elogio éste que, a mi modo de ver —y no olvidemos el antagonismo que existe entre el pensamiento de Diez Cañedo y el de Marquerie, y, por tanto, su también opuesta relación ideológica con el derrotado Antonio Machado—, está dicho con una sinceridad liberada del agobiante respeto con que formula el suyo Diez Cañedo. Por lo demás, este último nos habla en sus críticas de estrenos triunfales, cuyo ambiente nada tiene que ver, pongamos por caso, con eí de los escasos y difíciles de un Migue! de Unamuno, autor por el que Antonio Machado expresó su admiración más de una vez, y con cuyo teatro uno podría creer que el de este último debería guardar cierta afinidad. Recordemos el estreno de La Lola se va a los puertos (30): El público se mostró sensible a las finas cualidades de La Lola; sobre todo cuando el halago de Ja rima perfecta, sustituyendo aiasonante que campea de ordinario en la obra, le recrea el oído con viveza mayor. Así, las escenas centrales del acto segundo fueron una sucesión no interrumpida de murmullos y aplausos, que cortaban la representación para reclamar la presencia de los autores. Estos, en ei acto primero y en el último, recogieron también desde el proscenio aplausos unánimes; pero el éxito culminó en las ovaciones del segundo. ¿No es ésta la imagen perfecta de un teatro de comunicación epidérmica, de exaltación retórica y regocijo cultural? ¿No está mucho más cerca la idea de «recrear el oído» de la personalidad de Manuel que de las preocupaciones de Antonio por ía relación entre diálogo y acción dramática? ¿No nos recuerda el testimonio de Diez Cañedo —¡esos aplausos cortando ia representación para reclamar la presencia de los autores!— la ceremonia de las «grandes noches» de estreno de nuestro teatro más palabrero? La defensa, pues, de este teatro parece acordarse más con los gustos del público teatral español —es decir, la pequeña burguesía que aclamó La Lola se va a los puertos— que con la personalidad crítica de Antonio Machado. Y más justo, por tanto, resulta que lo defiendan quienes han sintonizado con los intereses de ese público que quienes los han combatido (31). (30) Diez Cañedo, ob. cit., pp. 150 y 151. (31) La defensa que hace Antonio Machado del público no cuadra —ateniéndonos a otras de sus afirmaciones— con la composición social del pübiicg teatral español. Antonio 10
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