de la sociedad oftalmológica hispano-americana

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ARCHIVOS
DE LA SOCIEDAD OFTALMOLÓGICA
HISPANO-AMERICANA
1926 – Julio
Edmundo Landolt ha muerto
M. Márquez357
Tratamiento de la atrofia tabética de los nervios ópticos
Ch. Abadie361
La visión cromática de los daltonianos
E. Schaaff366
Afecciones del nervio óptico y percepción de los colores
Arnold Verrey373
Dacriocistorrinostomía
J. Basterra385
ARCHIVOS DE OFTALMOLOGÍA
HI S P A NO - A M E R I C A N O S
T omo
I
SEGUNDA
I. — T R A B A J O S
S E R IE
N úm. 7
O R IG IN A L E S
¡EDMUNDO L A N D O L T HA MUERTO!
Sería preciso en estos m om en to s poseer la brillante plu m a
del maestro que acaba de traspasar los um brales de lo d esco n o ­
cido para poder trazar unas líneas que estuviesen a la altura de su
mérito. M erecería un artículo necro lógico co m o aquellos m em o­
rables que él escribiera acerca de D o n d ers y de Snellen, verd a­
deras obras maestras en su g én ero . E llo no es posible. H a de
ser mi torpe plu m a quien le rinda este último tributo, lleno ele
sincera em oción al m enos.
H e tenido la triste satisfacción, cu a n d o he ido a P a r ís en
mi último viaje
con la idea de co n v ersa r y de aprender, como
siem pre, de él, de llegar a tiem po para asistir a sus funerales.
S e in a u gu rab a el C o n g r e s o anual de la So cied ad francesa de
O fta lm o lo g ía en el anfiteatro g ra n d e de la F a cu lta d de M edicin a
de París, y corrió la noticia co m o un reguero de pó lvora entre
los asistentes, cau sa n d o la natural consternación : ¡ L a n d o lt aca ­
ba de m o r ir!
El sentim iento era g en era l.
Una
figura de tal
relieve no se encuentra todos los días, por lo que su pérdida es
m u y sensible para la ciencia, a c u y o p rog reso tanto co n trib uyó
el g ra n
maestro.
La
noticia causó,
adem ás,
cierta extrañeza,
porque nos h abíam o s hecho a la idea de un Lan dolt eternamenARCHIVOS
DE
OFTALMOLOGÍA
26
te joven, ya que com o tal se nos aparecía en casi todos los co n ­
g reso s, pues era tan asiduo, que y o no recuerdo uno solo en que
no estuviera presente, c o n tr ib u y e n d o siem pre con su alta auto­
ridad a la a claración de las dudas y cuestiones que su rg ía n .
D r.
E
dmundo
L
andolt
H a muerto L a n d o lt a los setenta y nu eve años, habiendo
co nservado — com o hacía notar el P r o f. de L a p e rs o n n e en la
sentida oración fúnebre que le dedicó en sus fu nerales — «un
v i g o r intelectual y físico, una alta conciencia del deber que le
b a b ía n colocado entre los prim eros de ios o fta lm ó lo g o s france­
ses». L an do lt, en realidad, a un qu e no era francés de nacimiento,
sino suizo, se identificó de tal m odo con F ra n cia, que inm ed iata­
mente se colocó a su lado en los días tristes de la derrota de
1870, naturalizándose, y desde en tonces su fervor patriótico por
la g ra n nación ha sido intenso y continu ado, hasta el punto de
que su más legítim o o rg u llo era el haberla dado sus d o s hijos
en la g ra n g u e rra, durante la cual uno de ellos — el m ayor, F e r ­
nando,
notable
o to r rin o la r in g ó lo g o — fu é
g ra vem en te
herido,
de lo que conserva h o nrosas m u tilacio nes.
L a n d o lt era un espíritu <<ele elite», y com o ejem plo de su
finísima ironía, recordarem os el cu m p lim ien to que hizo en Norte
A m é r ic a a un operador que ejecutaba una de las m ás delicad as
o peraciones sólo con el cuchillo : «estoy adm irado de ver la ha­
bilid ad con que usted vence las dificultades que usted mismo
se crea». E sta fina espiritualidad, su d istin ción natural, la am e­
nidad de su charla
en el trato social, unid os a su severo espíri­
tu científico, a su s a g a c id a d clínica y a su rica y profun d a e x p e­
riencia, hacían de él el co nsu ltor o b lig a d o en todos los casos
o bscuros o difíciles.
L a n d o lt ha sido un reform ador en casi todos los d om inio s
de la O fta lm o lo g ía , y p rin cip a lm en te en aqu ellas partes que por
ser más obscuras y difíciles necesitaban más aclaracion es : los
m ovim ien to s o cu lares norm ales y p a to lóg ico s,
las operaciones
de estrabism o, en las que no tenía rival. « C ’est moi le prem ier
qui aíe ex p liq u é la c o n v e r g e n c e co m m e une fonction speciale.
Jusque la on ne parlait que des droits internes», me decía en su
últim a carta de 21 de febrero pasado, a la ve z que me en viaba
su última fo tog ra fía , hecha expresam ente para mí, y que es la
que aco m pa ñ a a esta nota n e c ro ló g ic a ...
¿Y
la' a g u d e za visual ? E n la m em oria de todos están las
sabias consideracion es que en co n g re so s y artículos ha e x p re­
sado el maestro y que son hoj^ clásicas, jun to con su optotipo :
«el aro truncado de L a n d o lt...»
¿ Y la refracción y la a c o m o d a c ió n ? L a primera explicación
racional de la esqu iascopia ha sid o la su y a , que en lo fu n d a m en ­
tal subsiste, recordando aún nosotros con em oción cómo en el
ú ltim o c o n g re so de B r u se la s tuvo frases de elog io abrum ador
para la que y o he dado, d iciénd om e : usted 'ha ido aún m ás lejos,
y recordándole y o la frase de C l. Bernard, de que los en an os s o ­
bre los h o m b ro s de los g ig a n t e s ven aún más lejos que éstos...
¿Y
tantas y tantas dem ostraciones de aparatos y procedi­
m ien to s? H a b r ía que recorrer todas las cuestiones im portantes
de nuestra especialidad, y v e ría m o s qué rara es aquélla en la q u e
no queda im presa la huella de su talento investigador.
C o m o maestro, su s lecciones eran la claridad y el método
mismo, y aun recordam os aqu ellas adm irables (ccauseries» con
las que en su clínica de la rué S t. A n d r é des A r ts nos en cantaba,
hace va alg'unos artos, cuando, b u sc an d o enseñanzas, a cu día m o s
a la g ra n ciudad, no d ejan do jam á s de hacer una visita a aquella
clínica para adm irar siem pre, b a jo nuevos aspectos, su sa g a c i­
dad d ia g n ó stica y su eleg an cia operatoria.
L an d o lt es de la ca tego ría de los g ra n d e s maestros de la se­
g u n d a m itad del s ig lo x i x ( a lg u n o s han llegado hasta el s ig lo
xx), que, co m o H elm h o ltz, v o n G raefe, D ond ers, Snellen, F u ch s,
B o w m a n n , Java!, de W e c k e r , han contribuido a elevar a la O f ­
talm olo gía al r a n g o preem inente que actualmente ocupa entre
las especialid ad es de la M ed icin a . M aestro s ilustres que a b a n ­
donaron casi todos la vida terrenal, pero que sig u en viv ie n d o
entre nosotros con las e n señ an za s que, com o sa g ra d o depósito,
legaron a las g en era cio n es del presente y del futuro...
A l morir E d m u n d o L a n d o lt, entra por derecho prop io en la
inm ortalidad. A la d am a respetable que fué la co m pañ era de su
vida ; a mis entrañables a m ig o s , sus h ijo s F ern a n d o y M arcos,
este último, heredero legítim o del nom bre g lo rio so de su padre
en nuestra especialidad, así com o tam bién a nuestros queridos
co le g a s de F ra n cia y a la ciencia o ftalm o ló gica universal,
de
la que fué L a n d o lt u n o de los más nobles representantes, en
nombre de los oculistas esp añ o les c u v a honrosa representación
me perm ito a b r o g a r m e en estos m om entos, van d irigid a s todas
nuestras más sinceras cond olen cias.
D
r
. M.
M
á r q u e z
.
TRATAM IENTO DE L A A T R O F IA TA B É TICA
DE LOS N ERVIOS ÓPTICOS <»
P o r el D
r
. C h . A b a d i e (París)
D e Graeffe, en su Clínica Oftalmológica de 1866 (2), fué el
p rim ero en describir com pleta y perfectam ente b a jo e! nombre
de atrofia esencial
y
p r o g r e siv a
de los nervios ópticos,
una
fo rm a de atrofia que m ás tarde C h a rc o t d esig n ó con el nombre
de atrofia tabética.
D e G ra effe describió claram ente los trastornos funcionales
y la evolución de esta va rieda d de atrofia : precisó la reducción
p rog resiva del ca m p o visual, la aparición de la enfermedad, pri­
m eram ente en un o jo su p rog resió n lenta, y finalm ente la inva­
sión del se g u n d o ojo cu and o la visión del primero está perdida
casi por com pleto.
S e ñ a ló el a d elg a z a m ien to de las arterias, co m pro bable con
el oftalm oscopio, el aspecto blanco g risá ce o de la papila, que
siem pre conserva sus bordes bien lim itados y su anillo escle­
ral. In sistió sobre su m archa fatalm ente p ro g resiva y el fracaso
absoluto de todas las tentativas terapéuticas. Éstas son sus pa­
labras textuales sobre este a su nto :
<(Las fo rm as de am a u rosis en las cu a les el prim er ojo se
pierde con u n a lentitud que varía de unos meses a unos años,
presentando los sín to m as de una reducción (en la m ayo ría irre­
g u la rm en te lateral) del
ca m po visual,
u n a d ism in ución de
la
a g u d eza visual y una d ege n eració n atrófica de la papila, m ien­
tras que el s e g u n d o ojo, a lg ú n tiem po después del com ienzo
de la enferm edad en el prim ero, raramente d espu és de su pér­
dida com pleta, em pieza a debilitarse de u n a manera a n á lo g a,
son de un pron óstico fatalm ente fu nesto. E s to s casos están ya
definitivam ente j u z g a d o s ; constitu yen,
en efecto,
un noli me
(1) Comunicación a la Société F ran çaise d ’O phtalm ologie, sesión del 12 de m ayo d e 1926.
(2) Clinique O phtalm ologique, por A. de G raeffe, París, 18Gfi. J. B. Baillière e t Fils,
edito r.
tángete para el m édico pruden te y experim entado, porque es
m u y difícil hacer bien y m u y fácil acelerar el mal.»
M á s tarde, en 1877, C h a rcot, en sus lecciones clín ica s de
la Salpétriére, describió a su vez esta variedad ele atrofia, sin
quitarle pu n to s ni com as, m as a s ig n á n d o le un origen particular
y a socián dola a la tabes d orsal llam ándola atrofia tabética.
P a r a él tam bién es fatal el pronóstico.
L a atrofia esencial y p r o g r e siv a de de G r a e ffe se convierte
en la atrofia tabética de C h a rc o t. H e aquí la relación de una a
otra.
C u a n d o de G ra effe p u blicó sus prim eros trabajos,
estaba
todavía en su infancia el estudio de las en ferm edad es nervio­
sas ; fué m ás tarde que D u c h e n n e
de B o u lo g n e
y C h a rc o t em ­
pezaron a d esem brollar el caos de las en ferm edades de la medula
espinal y a d iferenciar la tabes, que ellos llamaron ata x ia loco­
motriz p ro g resiva , de las otras variedad es de mielitis.
Señ a la ron la atrofia óptica com o una de las m anifestaciones
de la tabes.
B a jo el puntn d e vista anátom oclín ico, los herm osos traba­
jo s ele D u c h e n n e
rápidamente,
de B o u lo g n e , y de C h a rc o t se v u lga riza ro n
haciéndose c l á s i c o s ; pero presentaban
una gran
lagu na : la de la etiolo gía .
C h a rc o t no creía en el o rigen sifilítico de la en ferm édad ; no
fué descubierto este o rig en hasta m ucho m ás tarde por F ou rnier
y la escuela de S a in t - L o u is .
¿ P o r qué esta etiología, que ahora nos parece tan evidente
e indiscutible, ha sido tan mal conocida por clínicos tan em i­
nentes ?
C r e o que puede explicarse del sig u ie n te m odo : la tabes y
la atrofia tabética sobrevienen , principalm en te, en sifilíticos que
han presentado p o ca s o casi n in g u n a manifestación prim aria o
secundaria. E n to n c e s no se conocía la reacción de B o rd et - W a s serm ann aún . E l tratam iento de la sífilis consistía en aquellos
tiem pos sim plem ente en
píldo ra s de p r o to yo d u ro
o de su b li­
mado, sin acción sobre la sífilis nerviosa, que no cede más que
a las inyeccio nes intravenosas de cia n u ro de mercurio, a d m in is­
tradas durante
largo tiempo,
po dríam o s decir que indefinida­
mente.
E ste erróneo co n o cim ien to de la verdadera causa de la en­
fermedad, el fracaso de todas las tentativas terapéuticas, ju s ti­
fican m u y bien el epíteto de p r o g r e s iv a y el som brío pronóstico
a sig n a d o a esta afección.
E n to n ce s se veía a los d e sg ra c ia d o s tabéticos, abandonados,,
no tratados, a n d an d o con la m a y o r dificultad, a p o y a d o s en sus
muletas, lanzando sus piernas a diestra y siniestra, atorm enta­
dos por dolores fu lg u r a n te s atroces, term inando a m enudo cie­
g o s v finalmente aca ban do sus días en Bicétre y en la Salpétriére,
con todos sus m iem b ro s contracturados, paralíticos y averiados..
A c tu a lm e n te y a no v e m o s esos atá x icos tan desgraciados,
porque se les ataja al prin cip io y se les trata en érgicam ente por
los m edios más potentes de que d isponem os actualmente para
com batir la sífilis.
P ero no nos a le g r e m o s d em asiado pron to. Si no encontra­
mos apenas form as g r a v e s de ataxia locomotriz, por el contra­
rio las form as frustradas, b en ign as, apenas esbozadas,
m ante­
nidas a rava g ra cia s a un tratam iento específico intensivo, son
quizá m ás frecuentes que antañ o .
P articularm en te las atrofias
tabéticas que a co m pañan v a veces preceden a estas tabes, ate­
nuadas hasta el punto de ser a m enudo mal conocidas. D e s g r a ­
ciadam ente, aun h o y día el pron óstico de estas atrofias es tan
som brío com o anteriormente.
C reo poder afirmar, a p o y á n d o m e en num erosas o bservacio ­
nes clínicas, que este pes im is m o tan absoluto no tiene ya razón
de ser, y v o y a indicar un tratam iento que me ha dado resulta­
dos lo suficientem ente satisfactorios para perm itir g ra n d e s es­
peranzas. V a , en diferentes ocasiones, he pu blicad o in v estiga ­
ciones sobre este asunto ( i) (2).
H e d em ostrado que, en la atrofia tabética, la degeneración
del nervio sería debida a un espasm o perm anente de la arteria
central de la retina.
il) «D iagnostic d ifféren tiel e t tra ite m e n t de c ertaines form es d ’atrophies des nerfs op­
tiques». Bulletin de la Société d ’O phtalm ologie de París, marzo de 1924.
(2) «Du spasm e des a rtè re s c en tra les de la retine», Presse M édicale, agosto d e 1025.
Este espasm o entraña un déficit en la circulación que, a su
vez, representa un déficit de nutrición en la porción orbitaria
del nervio óptico.
C h arcot, en su s lecciones clínicas, había hecho notar que
«en las autopsias había en con trad o la degeneración , primero limi­
tada a la extremidad ocular del nervio óptico, y extendiéndose
desde allí, más o menos, hacia los centros cerebrales, según la
.antigüedad de la afección.
L a lesión ev o lu cio n a desde la periferia hacia el centro, y
no del centro a la periferia. S e halla, pues,
condicion ada por
un proceso mórbido, localizado en su origen en la porción del
nervio que recibe su nutrición de la arteria central de la retina.
Si en este pu nto h a y un déficit de nutrición por d ism in u ción del
calibre de la arteria central de la retina, forzosam ente habrá a l­
teración de la porción del nervio deficientemente regad o.
Adem ás,
la pérdida de la visión,
que siem pre se efectúa
bajo la forma de una reducción concéntrica del cam po visual,
indica bien que es la periferia de la retina la que sufre en pri­
mer lugar, por ser donde se hace sentir más particularm ente el
espasm o arterial.
¿ C u á l es el pu nto de partid a p rov ocad o r de este es p a s m o ?
Ha}' m otivo para creer que se halla al nivel del centro cilioespinal m edular (dos p rim eras dorsales), de donde a la vez em a ­
nan los filetes vasom o to res del sim pá tico que regulan la nutri­
ción del ojo, y los que ponen en j u e g o los m ovim ien tos pupilares. A h o r a bien, es sabido que la atrofia tabética se acom paña
de pérdida del reflejo ó cu lo p u p ila r y de m iosis.
F ina lm en te,
la terapéutica viene a confirm ar en todos sus
pu ntos estas concepciones, que podrían parecer un poco teóricas
a primera vista.
H ace a lg ú n tiempo que he som etido todas las atrofias ó pti­
cas tabéticas que he hallado, con tabes manifiesta o frustrada,
a la acción de la atro pina. P rim er a m en te con a lg o de timidez,
a la dosis de i m ilig ra m o diario por vía interna, luego en in­
yección
subcutánea,
y
finalm ente en
inyecciones intravenosas
diarias, a la dosis de 2 m ilig ra m o s disueltos en 2 g ra m o s de a g u a
d estilada esterilizada.
E s ta s in y eccio n e s se toleran
ordinariam ente m u y
bien
y
son m u y eficaces. P ero en estas atrofias tabéticas, que no son, ni
prim itivas, ni esenciales, com o creía de G ra effe, o de naturaleza
desconocida, co m o lo pen saba C h a rcot, sino de origen infeccio­
so y debidas al espiroquete de S c h a u d in n , o a otros microbios
tod avía no aislados, siem pre 1íay que unir al tratamiento por la
atropina que com bate el espasm o, un tratam iento general contra
el estado infeccioso que p rovoca.
L a s inyecciones intravenosas de cianu ro de mercurio, a la
dosis de 1 cen tig ram o en días alternos, practicadas sin interrup­
ción, o, por decirlo así, indefinidamente, son el verdadero tra­
tamiento de elección.
H e visto num erosos en ferm o s que, tratados desde un prin­
cipio por sifiló gra fo s com petentes, ya
por arsenobenzoles,
ya
por sales de bism uto, lian llegado, sin e m b a rg o , a la ceg u era
absoluta.
E sta s atrofias ópticas tabéticas son m ás frecuentes de lo que
se cree, y se las encuentra más a m enudo en los servicios de
o fta lm o lo g ía que en los de neuro lo gía.
B u sc á n d o la s sistemáti­
cam ente por todas partes, no he podido hallar un solo caso, en
el espacio de tres meses, en el servicio de n euro lo g ía del pro­
fesor G u illa in , en la Salpétriére, m ientras que en el mism o es­
pacio de tiempo he hallado varios en cada servicio de o ftalm olo ­
g ía que he frecuentado : P r o f. T errie n , en el H otel Dieu ; F u n ­
d ación R o th sch ild , C lín ic a M o n th u s , en L a e n n e c .
E llo es así porque estas atrofias tabéticas co nstituyen a me­
nudo, a lo m enos aparentem ente, toda la enferm edad, so b rev i­
niendo a veces insidiosam ente entre los treinta y cincuenta años
en hom bres o m ujeres que pretenden g o z a r de una perfecta sa­
lud, que no presentan n in gú n otro síntom a de tabes v sin nin­
g ú n estigm a de sífilis, ya sea adquirida, ya hereditaria. E s t o s
enfermos, por lo demás, fuera del estado de su visión, es natu­
ral que v a y a n a co nsu ltar antes a un oculista que a un neuró lo go.
P ara terminar, creo deber insistir sobre este punto impor-
tante de !a práctica. L a s in y eccio n e s intravenosas de atropina
y de cianuro co m b in a d a s,
no actúan siem pre inm ediatam ente.
.4 veces no empiezan a comprobarse sus efectos hasta al cabo
de uno o dos meses. P o r lo tanto, tanto el enfermo com o el mé­
dico, deben arm arse de paciencia y perseverancia ; h a y cjue sos­
tener la mora) del enferm o, que a m enudo se desanim a, se nos
va, esperando encontrar cosa m ejor en otra parte, cam bia a cada
m om ento de m édico y de tratamiento, convirtiénd ose así en el
artífice de su ceg u era.
L o s resultados de la terapéutica que preconizo
serán, ev i­
dentemente, tanto m ás brillantes cuanto m enos a v a n zad a sea la
atrofia óptica en el m om ento de la intervención.
L A VISIÓN CROM ÁTICA DE LOS DALTONIANOS *
P o r el D r . E . S
chaaff
(E strasbu rgo )
E s una cosa m u y difícil hacerse c a r g o de lo que es exacta­
mente la visión de los d altonianos,
y aun m ás difícil,
si no
im posible, a ellos concebir las sensaciones del ojo normal.
E l normal y el d alto n ia n o »hablan distintos idiomas».
S i h a y un buen n ú m ero de d a lton ia n os que no dudan al
denom in ar los colores, no lo hacen por experiencia propia, sino
por convencim iento,
y sus prob ab ilid a d es de acertar son casi
las m ism as que de equ ivocarse, de tal m odo que su enferm edad
m u ch as veces no les es revelada hasta m u y tarde por un exam en
m édico co ncienzudo, es decir, cu a n d o se han metido va en una
profesión para la cual no son aptos. S e g ú n de qué profesión se
trate, pueden ver, a co nsecu en cia de este exam en, su porvenir
tronchado.
E n materia estética pu ede pasar d esapercibido el daltonism o
sin prejuicios sensibles, v puede, a veces, dar lu g a r a prod u c­
* Comunicación al XXXIX Congreso de la Soc. F ran ç. d ’O phtalm ologie, París, 12 m ayo-
ciones a las cuales se atrib u ye un sello de orig in a lid ad . S in em ­
bargo, no debem os o lv id a r que si un dalton ia n o llega a exp re­
sarse por m edio del color, será poco m ás o m enos com o un sor­
d om u d o al que hubiesen en señ ad o a articular, pero al cual nu n ­
ca podrá enseñársele la dicción.
E l d altonism o,
en ciertas profesiones
liberales,
puede
no
presentar inconveniente a lg u n o , pero cu a n d o se trata de profe­
siones que im pliqu en una responsabilid ad ante un tercero, en ­
tonces cam bia co m pleta m ente de aspecto la cuestión. Éste es el
caso de un m aq uin ista, de un motorista, de 1111 piloto, de un
qu ím ico o de un fa rm a céu tico... e incluso del médico, si su es­
pecialidad e x ige una percepción precisa de los colores.
G en eralm en te se adm ite que el d alton ian o ve el rojo y el
verde en amarillo ; sin em b a rg o , es difícil de probar, tanto más,
cuanto que no sa b e m o s exactam ente cóm o lo percibe amarillo ;
estas in v estiga cio n es serían eviden tem en te m ucho m ás sencillas
si hubiesen casos de d alton ism o m onolaterales. E sta s o b serv a ­
ciones son extrem adam en te raras, y el único caso de d altonism o
absoluto m onolateral bien descrito, se refiere a un enferm o que
adem á s era m u y a m b lío p e del ojo afecto de daltonism o. E n este
caso, publicad o por H ip p e l, el rojo, el verde y el amarillo se
veían com o pardos. E l d alton ism o relativo m onolateral, por el
contrario, es más frecuente, pero g en era lm en te debe pasar d es­
apercibido,
lo m ism o que a lg u n o s casos de am bliopía
mono-
lateral m u y pron u ncia da , se descubren a veces por casualidad.
P oseem o s una o b serv ació n del D r . R eich e rt, atacado él m is­
mo de d alton ism o para el verde, y casos a n á lo g o s de S u lzer y
de S a m o y lo f f.
E l caso de R e ich e rt parece m u y interesante, por d ar la v i­
sión de sus dos o jo s las s ig u ie n te s diferencias :
j j
.j
L o n g i tu d d e o n d a
627
y 488
d efi n id a p o r el O. I.
(n o r m a l) c o m o
.
. _ ^ .
m i e n t r a s el O. D. la v e
ro jo
a zu l v e rd o s o
m ucho más a m arilla
b la n co (in co lo ro )
S e trata, pues, de un ca so bien caracterizado de daltonism o
monolateral para el verde sin acortam iento del espectro. P ero es
difícil sacar co n clu sio n es precisas en cuanto a la visión, bajo el
punto de vista práctico, porque las definiciones son tan pronto
im precisas : am arillo con trazas de rojo, verde amarillo débil,
verde,
amarillo, etc.,
co m o b a sad as en su
notación
numérica
sobre un aparato especial, el aparato para la m ezcla espectral
de los colores de H elm h o ltz, del que no existen más que raros
ejem plares.
O s tw a ld se esfuerza a remediar este inconveniente creando
un atlas de los colores que perm ita reconstituir los ex p erim e n ­
tos en las co nd icion es caracterizadas sem ejantes con una exacti­
tud m atem ática.
A falta de datos sim p les v precisos, es evidentem ente im po­
sible reproducir las o bservacio n es hechas sobre ellos m ism os por
los autores precitados, p o rq u e se ignora, por ejem plo, el valor
numérico de los colores amarillo, verde, etc., su bjetivo s en cues­
tión, y que, por otra parte, no puede uno ciarse cuenta de la s i g ­
nificación de su tabla num érica sin poseer un aparato espectral
idéntico a los em pleado s por los autores.
C o m o aparato espectral, el que nos parece m ejor es el anom aloscopio de N a g e l, por la extrem a sencillez de sus d atos nu­
méricos.
Prácticam en te,
un ex a m en g eneral
por
medio de nuestros
tipos (i), nuestros cu adros m osaicos v tarjetas crom áticas, es­
tablecidas en colaboración con el S r . P a b lo Blurn, com pletado
y c o m p ro b a d o por m edio del a n o m a losco p io, o de un aparato
a n á lo g o, tal com o el que H a a s s (de París) ha ideado, nos parece
lo m ejor para el fin bu scad o en los ex á m en es de aptitud profe­
sional, y para el estudio del sentido crom ático.
D e cíam o s que sería m u y co n v en ien te conocer m ayo r nú m e­
ro de casos de d alton ism o m onolateral, pero casos de d altonism o
co n g èn ito bien caracterizados, pues tenem os fu n dado s m otivos
para su po n er que el dalton ism o ad qu irid o se manifiesta, en la
m ayo r parte de los casos, de una manera sensiblem ente dife­
rente.
(1) T ableaux - mosa'ique e t c a ite s crom atiques pour la reclierche du (laltonism e. E di­
ción Istra , 15, rué .des Juifs. Strasb o u rg .
P uede decirse que en el d alton ism o co n g én ito se trata de
un defecto de localización esencialm ente central, en el a d q u i­
rido de una afección local, c u y o s efectos podían ser, en rigor,
sensiblem ente los mism os, con esta diferencia que la afección
puede ser curable, m ientras que la tara es incurable.
J u zg a m o s pruden te no llevar más lejos la discrim inación y
de no insistir sobre el térm ino tricom asia anorm al, término que
im plica una hipótesis sobre la cual se está lejos de establecer un
acuerdo ; preferim os no hacer, pues, distinciones más que entre
un daltonism o absoluto caracterizado por la acrom atopsia y uno
relativo caracterizado por una a m b lio p ía para los colores. E sto s
dos últim os térm ino s no im plican hipótesis a lgu na,
sino
que
co n stitu yen una sim ple co m pro bació n d e hechos observados, sin
extenderse sobre particularidades, que pueden ser m u y c o m p le­
jas. S o bre esta cuestión pu ed en encontrarse preciosas indicacio­
nes en los trabajos de E n g e l k i n g , en los cu ales se hallan las más
notables in v estiga cio n es m od ernas sobre esta cuestión.
E l hecho de que con el em pleo de cristales de colores se
puede, hasta cierto punto, co m pensar los defectos del d alton is­
mo, com o lo han dem ostrado D u fo u r y más tarde C esarini, po­
dría hacer su po ner que con filtros apropiados, por ejem plo ver­
des y rojos, podría el normal ponerse en las condiciones de un
daltoniano.
A h o r a bien,, este procedim iento no da el resultado supuesto
m ás que b a jo ciertas restricciones que v a r io s autores nos parece
que han dejado de señalar. En efecto, h a y una falta esencial de
a n a lo g ía entre el efecto de los filtros verde y rojo y el d altonis­
mo co rrespondiente para el rojo y el verde : el hecho es que el
em pleo de un filtro verde corresponde sensiblem ente a la visión
de un d altoniano para el rojo con el espectro reducido, puesto
que el filtro verd e nos hace ver el rojo en negro y que el dalto­
niano para el rojo con espectro reducido ve tam bién el rojo en
n e g ro ; pero en donde falta por com pleto la a n a lo g ía , es en el
em pleo de filtros rojos para reproducir el d alton ism o para el ver­
de. E n este caso, el verde nos parece negro, del mismo m odo que
nos lo parecía e! rojo en el caso anterior, m ientras que, en real i-
dad, el d alton ian o para el verde no percibe el verde com o negro,
sino que nota una sensación lum inosa casi incolora. En este caso,
pues, el filtro rojo da al norm al una sensación casi contraria a
ia del daltoniano, es decir, «negro» en lu g a r de «blanco».
P o r otra parte, la su pu esta sensación de amarillo que se
extiende, para las dos clases de daltonism o, a toda la zona c o m ­
prendida entre el rojo y el verde inclusive, falta tam bién por
com pleto bajo estas condicion es, puesto que no se puede perci­
bir el am arillo ni a través de un filtro rojo, ni a través de uno
verde.
E n resumen, el em pleo de filtros nos hace cieg o s para el
rojo, com o un dalton ian o para el rojo, pero nos hace tam bién
cieg os para el verde,
lo que no corresponde en absoluto a la
visión del d alto n ia n o para el verde, porque aquí no se trata de
una am aurosis, sino de una acrom atopsia.
E l uso de filtros coloreados no tiene, pues, para nosotros,
m ás que un va lor m u y restrin gid o, si buscam os con ellos hacer
inteligible el le n g u a je de los d altonianos.
O tro medio, pero a p lica b le solam ente por medio de los atlas
de O s t w a ld y a ser po sible por el intermedio ele verd adero s dal­
tonianos
m onolaterales,
podría
ser
im ag in a d o
del
sigu iente
m odo : se presentaría ai ojo dalton ian o un número del círculo
de los colores p u ros de O s t w a ld y sim u ltáneam ente al ojo nor­
mal colores d eg r a d a d o s co rrespo nd ientes esco g id o s en el resto
del atlas de O stw a ld .
E n el caso de R eich e rt, por ejem plo, h ay que suponer que
al verde puro visto con el ojo normal, correspondería al ojo
anorm al u n blanco d egra d a d o, es decir, un g ris neutro de la
m ism a intensidad lum inosa que el verd e en cuestión. S ie n d o el
verde y el g r is exactam ente definidos por las cifras índices de
O stw a ld , la visió n del ojo normal de R eich ert
podría ser siem ­
pre exactam en te reconstituida y co m p ro ba d a con un atlas de
O stw a ld . L o mism o ocurrirá para con los rojos que R eich ert
pretende ver sensib lem en te m ás am arillos del lado anorm al,
y
así su cesivam ente.
V e m o s , pues, que, prácticam ente, sólo en casos raros y con
m edios e x cep cion ales pued e un in d iv id u o normal reconstituir la
percepción de los colores tal co m o un d alton ia n o.
P o r esto es difícil im a g in a rs e las sensaciones crom áticas de
uno de mis a m ig os, lig era m en te h iperm étrope y dalton ian o re­
lativo p ron u n cia d o para el rojo, que no se dió cuenta de su en­
ferm edad hasta los veinte años, con ocasión de un exam en prac­
ticado por el m édico del distrito para la obtención del perm iso
para cond u cción de m otocicleta. A n te s no se había apercibido
nunca de su defecto, pero c u a n d o m iraba p intu ras o alfom bras,
por ejem plo, tenía siem pre la im presión de que las partes que
se denom inan rojas se destacaban del fondo y le recubrían como
una especie de velo o ndulante, y que danzaban y se a gitab an ,
lo que le era m u y d e sa g r a d a b le y le fa tig a b a . Esta sensación se
producía sobre todo c u a n d o el rojo estaba constituido por ele­
m entos esparcidos.
A p lic a n d o
filtros coloreados delante de nuestros ojos,
no
podem os obtener este fenóm eno, que se ex p lica tal vez por el
crom atism o del ojo señ a la d o por P o la c k .
O tra observación m u y interesante me ha sido prop orcion a ­
da por un d altoniano a bso luto para el verde, que sentía un gran
placer al observ ar el follaje de los árboles. D is tin g u ía tinas ma­
sas de tinte que él había o bserv ad o que no podían discernir los
normales, y es que para los normales estos tintes son a h o g a d o s
por el verde que los u niform a.
D e este ejem plo se po día deducir que un d erm atólogo dal­
toniano que ten g a que apreciar eczem as, podría d istin gu ir más
detalles que el normal, que será molestado por el enrojecimiento
debido a la hiperhem ia, enrojecim ien to que en este caso debe ser
co n s id era d o co m o un tinte parásito o accesorio ; el dalton ian o
en este caso rendirá el m ism o servicio que el em pleo de crista­
les de color preco nizad os por B roc a. Ig u alm en te que en la apre­
ciación de ciertas afecciones ocu lares (inyección ciliar), fo ndo del
ojo, el d alton ism o puede ofrecer una cierta ventaja y substituir
ia luz aneritra.
E s m u y difícil de realizar, para el ojo normal, la reconsti­
tución de la v isió n de los d alton ian os ; por lo demás, no presen­
ta (y h a y que insistir sobre este hecho), en general, más que un
interés p u ram en te teórico, pero hace deseable el investiga r el
daltonism o unilateral practica n d o el exam en del sentido crom á­
tico en cada ojo separadam ente.
L o que es eviden tem en te im portante en la práctica, es la
com probación se g u ra y rápida de la existencia del defecto en sí
y de sus diferentes g ra d o s . E s ta com probación basta a m p lia m e n ­
te para establecer la a ptitu d profesional del individuo que se
exam ina y para d ecidir si se le pueden confiar o no las fu n cio ­
nes y las responsabilid ad es a las cuales quiere o v a a ser des­
tinado.
F u era de este fin sencillo y práctico que hem os p ersegu ido
en la constitución de nuestros tipos,
hem os buscado e1 m odo
de permitir una determ inación del g ra d o de la anom alía, a fin
de limitar los casos de d alton ism o que en rigor pueden ser uti­
lizados en ciertos em pleos lo m ism o que la forma, puesto que
en diferentes profesiones será ve n tajo so al d altoniano saber para
qué color es m ás sensible.
N o tenem os la pretensión de haber establecido unos tipos
que escapen a toda crítica, pero creem os haber lograd o sim pli­
ficar el problem a, haciendo más se gu ro el descubrim iento de los
daltonianos,
que podrían burlar en g ra n
núm ero las pruebas
hasta h o y utilizadas.
En resumen, el D r . S c h a a f f ha señalado las dificultades para
•concebir las sensacio nes crom áticas de los d a lto n ia n o s : «El d al­
toniano y el normal se expresan en distinto lengu aje.» S eñala
la rareza del d altonism o co n g é n ito monolateral, que sería el único
susceptible de perm itir precisar la visión de los d altonianos ; el
em pleo de filtros de colores v la com paración con la visión cro­
mática de enferm os afectos de d altonism o adquirido, no perm i­
ten establecer conclu siones sin reservas. P recon iza la in v e stig a ­
ción de las alteraciones del sentido crom ático, tanto co n g én ita s
com o a dqu irid as, e x a m in a n d o separadam ente uno de los ojo s
con a yu d a de n u evos tipos establecidos por él en colaboración
con el S r . P aú l B lu m .
AFECCIONES DEL NERVIO ÓPTICO
Y P E R C E P C I Ó N DE L O S C O L O R E S
V
a r ia c ió n
d e l
A D Q U IR ID A S .
—
s e n t id o
c r o m á t ic o
E Q U IV A L E N C IA
DE
en
las
ESTOS
D IV E R S A S F O R M A S D E D IS C R O M A T O P S IA
P o r el D
r
. A
rnold
V
errey
d is c r o m a t o p s ia s
E S T A D O S CON L A S
C O N G È N IT A
( L a u s a na)
¿ Q u é hom bre es el que tiene un sentido crom ático normal,
y a quién tenem os el d erecho de poner ¡a etiqueta de a n o r m a l?
P arece que aun pueda discutirse la cuestión, después de haber
leído los trabajos de H ess, excelentem ente resum idos por nuestro
c o le g a R e d s lo b , de E s tr a sb u r g o , en los A míales d ’ OcuUsUqiie
d e ju n i o de 1923.
E s tim a n d o que las relaciones entre los ca m p o s visuales para
los diversos colores
dan u n a noción del sentido crom ático de
un individuo, equ ivalente a la que indican las relaciones éntre­
los u m bra les de se n sib ilid a d para estos m ism os colores,
H ess
adm ite que ciertas p erso nas que encuentran anorm ales las ecua­
ciones de R a y l e i g h , son especies de «supernormales», en l u g a r
de ser «anormales».
D a d o que pueden ser co n sidera do s poco más o m enos ig u a ­
les, en g en era l,
los ca m p o s v isu a les para el rojo y el verde,
parece adm itir que el que tiene un cam po para uno de estos dos
colores, m ás extenso que el normal, es más sensible que la g e ­
neralidad para este color. S i este mism o individuo, bu scan do la
ecuación de R a y l e i g h , no g u a r d a las p rop orcion es normales de
verde v rojo, sino que tiene necesidad para su ecuación de una
proporción -más débil del color que le d a b a un ca m po visual
m ayor, H e ss adm ite que el tal in d ivid uo es normal, aun dando
una ecuación de R a y l e i g h ano rm al.
P o r ejem plo : U n in d iv id u o presenta un cam po visual para
(1)
Comunicación al X X X IX Congreso de la Société Française d’Ophtalmologie, París,
1*2 de mayo de 1020 .
ARCHIVOS
DF. OFTALMOLOGÍA
; 7
el rojo m ay o r que d e costu m bre ; pone d em asiado verde en su
ecuación de R a y l e i g h . H e s s lo considera, no como debilitado en
su percepción para el verde, sino aum entada su percepción para
el rojo. En vez de una se n sib ilid a d d ism in u id a para un color,
dicho autor admite, pues, en ciertos casos, una sensibilidad a u ­
mentada para el color opuesto.
D e aquí a sacar la conclusión de que tales ind ivid uos son
más que normales y que se les hace injusticia al excluirlos de
servicios en los que la respo n sa bilid ad se basa sobre un sentido
crom ático normal, no h a y más que un paso, y H e ss lo da. D e
estos hech os saco y o ia conclusión que en los países en que se
emplea el a n o m a losco p io de N a g e l para el exam en del sentido
de los colores en los cand idatos a la m arina y a los ferrocarri­
les — aparato
basado
en
la ecuación de
R a y le ig h — hay
que
revisar los regla m en tos concernientes a la aptitud para estos
servicios.
A h o r a bien, S u iza es uno de estos países, y vo mismo em ­
pleo este aparato hace diez años. C o m p ru e b o las respuestas que
■clan con el an o m a losco pio,
por el exam en con otros procedi­
mientos de investigació n, y co m pru eb o que cu alqu ier individuo
que halle una ecuación de R a y l e i g h rigu rosa (i), pero situado
anorm alm ente, y a en la zona d e rojo, v a en la verde, comete
siem pre errores en la lectura de las tablas isocromáticas,
por
ejem plo.
N o niego que pueda haber ind ivid uo s que, al lado de lím i­
tes normales de sen sib ilida d para casi todos los colores, no ten­
g a n un límite de sensibilidad
para un color principal, dism i­
nuido, no presentan do así una sensib ilidad m ayo r que la nor­
mal para este color, pero creo que estos ind ivid uo s son va ano r­
males. E n presencia de cu a lqu ier método de investigación de
su sentido cromático, cometerán errores com o un tricrómata anor­
mal. S e rá n p eligro so s para los servicios m encionad os v h a y ra­
zón, si su ecuación de R a v l e i g h con el a n o m a losco pio no es nor­
mal, de exclu irlos de d ich os servicios.
(1)
Por «ecuación rigurosa» entiendo que el candidato examinado no tiene jamás «re­
gión de igualación», pero nota la menor diferencia de tin ta que sobrevenga en la mezcla,
por el aporte mayor o menor de rojo o de verde.
Y o no discuto las o b serv acio n es de H ess, sino que no estoy
d e acuerdo con las dedu ccio nes que él saca. P a r a mí, un hombre
que tiene una percepción normal de los colores, es un individuo
que debe, no solam ente tener una sensib ilidad normal para cada
color, sino que debe adem ás presentar, entre los diversos co lo ­
res, ias relaciones de sen sib ilida d norm ales sin d ism in u ción ni
e x a gera ción d e uno ele los límites de sensibilidad.
H e aquí un p reám b ulo bien largo para expresar el valor en
que ten g o el exam en del sentido crom ático por medio del anom aloscopio de N a g e l y de la ecuación de R a y l e i g h . P ero como
que los ex á m en es de que haré m ención aquí se fundan todos en
in v estiga cio n es hechas con el a nom aloscopio,
no me ha pare­
cido inútil insistir de nuevo sobre la im portancia de este instru­
mento, no solam ente para descu brir la d iscrom atopsia, sino para
dia g no stica r la clase de discrom atopsia de que se trate.
Generalm ente, en clínica se recurre al cam po visual para
los colores, para se g u ir las fluctuaciones de una discrom atopsia
adquirida, sirvien d o los apara to s especiales más bien para des­
cubrir las d iscrom atopsias co n g én ita s.
M e ha parecido intere­
sante em plear el a n o m a losco p io para s e g u ir las variaciones del
sentido crom ático en ciertas afeccio nes oculares, v de las que me
v o y a ocu par particularm ente ahora, son de las que atacan los
nervios ópticos. M e ha ch o ca d o el hecho que las d iv ersa s dis­
crom atopsias adqu irid a s que pueden hallarse, reproduzcan ex a c­
tamente las form as co n g én ita s, y he pen sado que material de
esta especie no sería inútil para la elaboración de teorías que se
constru yen pen osam en te a través de los años.
S i co nsu ltam o s la E n ciclo p ed ia francesa de O fta lm o lo g ía ,
y se intenta, s e g ú n esta obra m ag istral, formarse una opinión
sobre las d ic ro m ato p sia s adquiridas, nos quedam os en se gu id a
perplejos al ver que parecen hacerse luz ideas bien diferentes.
M o r a x y V e n n e m a n n , por ejem plo, creen que las retinitis y
coroiclitis d eja n
intacto el sentido crom ático ; segú n ellos, las
m odificaciones señalad as no serían diferentes de las que sufre el
sentido normal con las va r ia cio n es de ilu m inación. Creen que
solam ente ba jo esta reserva se puede adm itir, con ciertos autores,
que la d ism in ución del sentido crom ático es tan constante como
la dism inución del sentido lum inoso.
P o r otra parte, D u fo u r y G o n in , pareciendo estar en esto
de acuerdo con N uel, escriben que a veces se observa en las reti­
nitis una ceg u era para el azul, lim itada a la región central del
cam po visu a l. P a r a ellos, a ia degeneración pigm en taria, a la
retinitis de Berlín o al d esprendim iento de la retina, va ligada
una percepción im perfecta del azul, a veces una dism inución de
percepción del rojo v del verde. Si, com o acabam os de subra­
yar, las opinion es parecen diferir en lo que concierne a las varia­
ciones del sentido crom ático en las enferm edades de la' retina y
de la coroides, no ocurre lo m ism o en las del nervio óptico ; todo
el m undo parece estar de acu erd o en que atacan, aun qu e m u y
d iversam ente, el sentido de percepción de los colores ; primero
es atacada la se n sib ilid a d para el verde y el rojo, más tarde la
del azul. N o h a y apen a s más que la esclerosis en placas que d is­
m in u ya paralelam en te la percepción de los tres colores, y aun
solamente en casos de lesiones m u y a v a n z ad a s y, por co n s ig u ie n ­
te, con una notable reducción de a g u d e za visual.
Si co n su lta m o s los autores alem anes, parecen limitar m u y
bien el ataque de la percepción del azul con el de la del rojo
y del verde. A
las en ferm eda d es del nervio óptico pertenece­
rán las d icrom atopsias que a taqu en el rojo y el verde, a las
de la retina las que producen trianopsia, aunque sea d ism in u id a
solam ente la percepción del azul.
U h th o ff, R o lln e r, E n g e l k i n , para no citar más, creerán de
buena fe que, si en una afección del nervio óptico llega a ser
atacada la percepción p ara el azul, es que la retina ha tom ado
parte.
¿ E s posible «sacar una c o n c lu s ió n ? L o s dos casos de ceg u e­
ra para el azul que v o y a citar, no parecen responder ex a ctam en ­
te a n in g u n a de las indicaciones que acabo de resumir.
O b s e r v a c i ó n I. — Señora F ., de treinta y nueve años, enferm a en fe­
brero de 1916 de neuritis retrobulbar aguda Hípica del ojo izquierdo ; en
febrero de 1917 de neuritis retrobulbar típica del ojo derecho. Todos ios
análisis (lúes, sistem a nervioso, senos, sistem a dentario, etc.) no presen-
taban, entonces ni ahora, ningún síntom a que concierna a la etiología de
la afección. L a agudeza visual en cada ojo ha llegado a 2/3. La percepción
de los colores ha dism inuido mucho, el campo visual para los colores re­
ducido concéntricam ente después de haber desaparecido los extensos escotomas centrales. U n año después sólo el am arillo resultaba un poco visi­
ble. L uego m ejoró poco a poco, con los años, la percepción de los colores,
pero quedaron blancos los nervios ópticos.
El campo visual para el' blanco, norm al hasta 1926, se reduce ; la
agudeza visual baja a o ’j en el ojo derecho y a o ’4 en el izquierdo, y el
exam en de los colores da los siguientes resultados : ojo derecho, verde,
rojo, azul, entre 50 v 10o ; ojo izquierdo, verde 50, azul 10o y rojo 20o, redu­
cido a 5o hacia el punctum coecum,.
Anom aloscopio : O jo derecho ni ojo izquierdo igualan verde-am arillo ;
igualan rojo-am arillo a 90/15 (1) ; no hay una rigurosa igualación, sino una
región de igualación sensiblem ente igual para ambos ojos 30-65/23 (2).
Espectro (3) : O jo derecho, longitud ligeram ente dism inuida en la e x ­
trem idad roja, fuertem ente dism inuida en la extrem idad azul (A = 480) ;
zona neutra entre 589 y 570. O jo izquierdo, espectro acortado en la extre­
midad roja (no empieza hasta A = 660), el rojo solam ente es percibido como
rosa ; zona neutra como para el ojo derecho ; acortam iento todavía más
acentuado en la zona de las ondas de pequeña longitud, puesto que el es­
pectro aparece gris a partir de A = 530, que todavía corresponde al verde,
y se extiende hasta A = 500. L a región m acular del ojo izquierdo no dista
mucho de tener acrom atopsia total.
E n la discrom atopsia c o n g è n ita no pueden los en ferm os de­
nom inar los colores ; en cam bio, aquí se trata de una d iscrom a­
topsia adqu irid a ; po dem o s adm itir que los nom bres que da la
enferma a los colores son los que corresponden a las sensacio­
nes que experim enta. C o m o se trata de u n a enferma m u y inteli­
gente, se da perfecta cuenta de que ciertos azules le dan una
sensación de verde, m ientras que otros una de g r is solamente.
L o s espectros están claram ente acortados en la zona del azul ;
(1) Indico como refracción lo que en realidad es una ecuación y podría escribirse
90 = 15. El nu m e r ad or da el valor de las dos aberturas de mezcla. En el anomaloscopic
construido en Berlín, el 90 corresponde a la abertura completa de la hendidura del rojo
y al cierre de la del verde; el 0, por el contrario, cja el verde puro. Entre o y 90 se
encuentran todas las proporciones de mezcla de esos dos colores. El de n om in ad or da el
valor del amarillo puro; 90 luminosidad máxima de amarillo, y o cierre de la abertura.
(2) L a ecuación normal de mi aparato, con la ilum inación que empleo (lámpara eléc­
trica argenta de 50 bujías) se encuentra a 52/22. E l numerador (30 - 05) indica aquí una
región de igualación sobre la zona verde y la roja. Esta fracción denota, pues, una debi­
litación muy marcada para el verde y el rojo al misino tiempo.
(3) El modelo I I del anomaloscopio se construye de tal manera que el tubo que lleva
el ocular puede girar alrededor de su base para recoger cualquier radiación del espectro
de uno de los tres prismas contenidos en el cuerpo central del aparato.
Se trata, pues, de un defecto «cuantitativo», no solam ente «cua­
litativo».
E n resumen, tenem os actualm ente lo sigu iente : atrofia de
los nervios ópticos ; ausen cia de sín to m as oftalm oscópicos de
afección de la retina ; a g u d e za visual de unas o ’5 ; cam po visual
para el blanco bastante bien co n serva d o aún, reducido para los
co lo r e s ; discrom atopsia caracterizada p o r :
i.° d esaparición de
la percepción m acular de la zona fría del espectro, con zona
neutra en límite del a m arillo verde ; 2.0 debilitación, más o me­
nos considerable se gú n el ojo ex a m in ad o , de la sensibilidad m a­
cular para el rojo y el verde.
S e g ú n los autores a lem anes que hem os citado antes, en este
ca so se trataría de atrofias ópticas con participación de la retina.
K o lln e r, en un caso parecido, con acrom atopsia total (en el cual
la ceg u era para el verde y el rojo había precedido a la del azul),
se inclina a una afección de la retina, a pesar de la falta de s i g ­
nos que lo dem uestren.
A b o r a bien, en nuestro caso tam poco h a y sig n o s o ftalm oló ­
g ic o s que puedan indicar una participación de la retina, pero
adem ás la ceg u era para el azul está m ucho más a v a n zad a que la
del verde y el rojo.
S e g ú n los autores de la E n ciclo p ed ia francesa de O fta lm o ­
logía, debiéram os pensar en este caso en la esclerosis en placas
com o etiología de las
neuritis retrobulbares a g u d a s y
de las
atrofias co nsecu tivas de los nervios ópticos. P ero aun en esto no
concuerda nuestro caso con las indicaciones dadas :
no esta­
mos en presencia de lesiones muy avanzadas con notable reduc­
ción de la agudeza visual. P o r otra parte, los exám enes del es­
tado general hechos hasta ahora, parecen excluir la existencia
de una esclerosis en placas y no parecen demostrar más que una
insuficiencia ovárica.
N o quiero, por ahora, inclinarm e a un lado ni a otro, y es­
peraré con paciencia a u n q u e sean diez años más, si es preciso,
co nfiando que llegará un día en que podrem os a v e r ig u a r la etio­
logía del caso.
O b s e r v a c i ó n II. — Señor D ., de sesenta y dos a ñ o s; atrofia incipiente
de los nervios ópticos, ningún signo oftalm oscópiro de afección de la re­
tina. Con correccFón la agudeza visual e s : O . D. = o ’6 ; O . I. = o ’6.
Cam pos visuales : Para el blanco, disminución concéntrica de 15o, salvo
para la parte superior del lado nasal. Para los colores, disminución, sobre
todo para el rojo y el verde, especialm ente en la parte nasal. El azul es
percibido como verde, estando disminuido concéntricam ente su campo.
Anom aloscopio : -(4-55/22; por lo tanto, pequeña región de igu ala­
ción, sobreponiéndose a las zonas roja v verde.
Espectro : Poco m ás o m enos norm ales en su parte roja ; O . D ., zona
neutra de A — 600 a A = 564 ; espectro gris desde A = 480, extendiéndose
basta A = 444. O. I., zona neutra de A = 576 a A = 560 ; espectro gris des­
de A = 460, extendiéndose hasta A = 414.
En resumen, t e n e m o s :
1 .° atrofia incipiente de los nervios
ópticos ; ausencia de afección de la retina, a g u d eza visual o ’6 ;
ca m p o s visuales para el blanco tod avía bien conservados, menos
reducidos para los colores que en el caso precedente ; discromatopsia caracterizada por : desaparición de percepción m acular de
la extrem idad fría del espectro ; zona neutra en el límite del am a ­
rillo verde ; 2 ° d ism in u ción poco co nsiderable de la sensibilidad
para el rojo y el verde.
N o s hallam os incontestablem ente en presencia de un defecto
cu antitativo y no tan sólo cu alitativo. A d em á s , si
g u n d o caso, igu al que el primero,
en este se­
la percepción del azul
no
existe, por el contrario, la del rojo y del verde, m u y afectadas
en el prim er caso, m enos en éste.
Esta ve z es, pues, m u y claram ente la percepción del azul
la que primero se ha visto co m pro m etid a. S e g ú n los autores ale­
manes, aqu í no se trata de una atrofia óptica en la cual com en­
zase a participar la retina. N o se trata tam poco de una afección
de la retina que dé lu g a r a la atrofia incipiente de los nervios ó p ­
ticos, puesto que los s ig n o s o ftalm oscó picos de una afección de
la retina faltan por com pleto. E s ta discrom atopsia es de origen
nervioso (nervio óptico y cerebro). C o m o se halla en j u e g o la lúes,
podría tratarse y a de una sífilis del sistema nervioso, ya de una
tabes o una parálisis g eneral en sus com ienzos. E l exam en de
este enfermo, bajo el punto de vista g en era l, no se ha practica­
do aún, y, por lo tanto, no sé fijar aún el diagnóstico del caso.
S o lam en te he co m p ro b a d o la ausencia del s ig n o A r g y l l - R o b e r t ­
son,
a-
La
la existencia de los reflejos rotulianos.
E n ciclo p ed ia
francesa
de
O fta lm o lo g ía
tam poco
nos
a clara el caso, puesto que, s e g ú n ella, el primer síntom a de d is ­
crom atopsia notado es la debilitación de la percepción del rojo
y el verde en las atrofias descendentes del nervio óptico. Ú n ica ­
mente P eltesoh n , citado por D ü fo u r y G o nin , parece haber in­
dicado la d ism in ución de la sen sib ilida d para el azul com o fre­
cuente en la tabes, pero, ¿ ha sido señalada com o primera m a­
nifestación de esta a fe c c ió n ? N o lo creem os y debem os a gu a rd a r
a que la clínica nos lo aclare.
O p o n g a m o s a estas o bservacio n es
la de otro enfermo de
neuritis b u lbar a g u d a típica, en este caso unilateral,
con d is ­
crom atopsia infinitamente m enor
O b s e r v a c i ó n III. — Señor F ., de treinta y siete años, presentaba, en
1919, una ligera discrom atopsia congènita, que se traducía al anomaloscopio por la obtención, en lu gar de una rigurosa igualación, de una región
de igualación situada en la zona del verde (28-35/26) (1). En enero de 1920,
neuritis retrobulbar aguda típica del ojo izquierdo. Después de curación
con V . = 1, hallam os, para la percepción de los colores, lo siguien te:
Cam po visual : Azul disminuido por el lado nasal inferior ; rojo redu­
cido concéntricam ente con escotoma alrededor de la m ancha de M ariotte ;
verde falta en toda la extensión del campo.
Anom aloscopio : No hay igualación verde am arillo o rojo am arillo ;
región de igualación en la zona verde (24-48/23) (2).
Espectro : Norm al.
L a ú nica diferencia que co m pro bam os, pues, en el ojo que
ha estado enfermo, es que, en el a n o m a losco p io este ojo en cu en­
tra una región de igu a la ció n tres veces m ay o r que antes de la
afección. N o tem os que si no conoce el verde en color p ig m e n ta ­
do, lo ve herm oso y bien en color espectral.
Esta d iscrom atopsia
a dqu irid a
unida
a la discrom atopsia
c o n g e n i t a 'es m ínim a, puesto que queda en el orden de las tricrom asias anorm ales.
N a d a nos im pide hacer aquí un d iagnó stico de neuritis re­
tro bu lbar a g u d a de o rigen infeccioso.
(1) Véase la nota de la pág. 377.
(2 )
Ver nota pá». 377
Co nsiderem o s, ahora, a lg u n o s casos de neuritis retrobulbä­
res crónicas de o rig en claram ente tóx ico (alcohólico, tabáquico).
V e r e m o s que,
m edidas por el a n o m a losco p io las discrom atop-
sias adqu irid a s que presentan, reproducen exactam ente formas
de d iscrom ato psia c o n g é n ita s. E s to s pocos casos sim ulan tricróm atas a no rm ales y
no d iscróm atas. S o n especialm ente intere­
santes las o bservacio nes V I I v V I I I . S e refieren a hom bres que
no han tem ido dejar el alcohol y el tabaco, y en los cuales hemos
visto dism in u ir p ro g resiv a m en te la discrom atopsia. C a d a nueva
m edición con el a n o m a lo sco p io
dem ostraba
un nuevo cuadro
de d iscrom atopsia, y, en su m archa hacia la curación, estos di­
ferentes estados reproducían exactam ente tipos diversos de tricróm atas anorm ales co n g én ito s.
O b s e r v a c i ó n IV . — Señor F ., de
bebedor y fum ador.. A gudeza visual
de 1922, a : O . D ., V . = o'5 ; O . I.,
miento, a : O . D. V . = o ’75 y O . I.
O . D ., V . = o ’s, y O . I., V . = o ’6.
cuarenta años, fogonero de C . F . F .,
con corrección disminuida, en mayo
V . = o ’6. Sube, en seguida del trata­
V . = o ’g, después vuelve a bajar a :
A nom aloscopio: 50-60/19, o sea región de igualación en la zona del
rojo.
O b s e r v a c i ó n V . — Señor B . , de cuarenta y cinco años, capataz, bebe­
dor. A gudeza visual con corrección en el O . D . (que es el mejor), V . = o ’5
(O . I., fuerte miopía desde la infancia).
Anom aloscopio: 43-58/23, o sea región de igualación sobre la zona
verde y la zona roja.
O b s e r v a c i ó n V I. — Señor R ., de cincuenta y dos años, jefe de tren,
bebedor. Agudeza visual O: D. V . = o ’6, O . 1. V . = o'y.
Anom aloscopio : Iguala lo m ism o el verde puro que el rojo puro, con
el am arillo.
O bservación
V I I . — Señor S ., de cuarenta y ocho años, jefe de tren,
bebedor y fum ador. D iciem bre 1925, agudeza visual con corrección ambos
ojos, V . = o ’8.
A nom aloscopio: 3 0 -5 5 2 0 , o sea región de igualación, sobre todo en
la zona verde.
Mayo de 1926..— Agudeza visual con corrección = a 1 en ambos.
Anom aloscopio : 41 -56/22, o sea región de igualación disminuida la
mitad.
O bservación
V I I I . —-M r. J., de cuarenta y dos años, conductor del
C . F. F ., bebedor v fum ador. Junio de 1924 : A gudeza visual con corrección
O . D ., = o ’7 ; O . I., = o ’8.
Anom aloscopio : o - 60/23, 0 sea región de igualación que comprende
toda la zona verde y un poco de la zona roja.
A gosto de 1924.— A gudeza visual con corrección O. D ., V . = i ’25;
O . I., V . = 1.
A nom aloscopio: o — 55/20; la región de igualación comprende todavía
toda la zona verde, pero ha dism inuido sobre la zona roja.
Enero de 1925. — Agudeza parecida.
Anom aloscopio : 20 - 35/22 ; la región de igualación ha disminuido con­
siderablemente, no sobrepasa la zona verde, ya no igu ala el verde puro con
el amarillo.
Julio de 1925. — A nom aloscopio: 26/28; ya no hay región de igu ala­
ción, sino una igualación bien lim itada, situada en la zona verde.
M arzo de 1926. — A nom aloscop io: 20-35/28; vuelve a haber una
pequeña zona de igualación, situada en la zona verde, parecida a la encon­
trada un año antes.
E s ta s d iversas o b serv acio n es no necesitan com entarios. N o ­
temos tan sólo que de 10 exám enes, 6 presentan un defecto de
percepción del verde y del rojo, 3 del verde solo v 1 del rojo
solo. D e ellos, g presentan una alteración del orden de la tricrom asia anorm al y
t solo (observación V ) de la dicrom asia :
las cifras halladas con el an o m a lo s co p io pueden hacer pensar en
una deuteranopía.
Si me v a l g o de la term ino logía u sad a en la discrom ato psia
congènita, es para dem ostrar m ejor la equ ivalencia de los de­
fectos a d q u irid o s en la percepción de los colores, con los defec­
tos co n g én ito s.
N o tem os nuestras o b serv acio n es de d iscrom ato psias a d q u i­
ridas, a p o y é m o sla s sobre d ia g n ó stico s clínicos lo más precisos
posible, y no ten g a m o s reparo en pu blicarlas. N o dudo que no
h a g a n dar un g ra n paso al cono cim iento de la fisiología de la
percepción crom ática. T a m b ié n ,
antes de terminar este traba­
jo, me g u stará citar el resumen de a lg u n o s exám enes.
N o se
trata de neuritis retrobulbares, sino de casos distintos que inte­
resan el nervio óptico. V ie n e n a corroborar la tesis que sosten­
g o : la d ism in u ción de percepción crom ática en estos in d ivid u o s
reproduce tam bién tipos de discrom atopsia co n g èn ita .
O b s e r v a c i ó n IX . — Señor L ., de treinta y nueve años, jefe de estación.
Atrofia del nervio óptico izquierdo; con corrección O .I ., V . = o ’6.
Anom aloscopio : 3 0 -75/2 2; zona de igualación sobre las zonas roja y
verde.
O b s e r v a c i ó n X . — Señor D ., de cincuenta años, m ecánico. G lau co m a;
agudeza visual con corrección o'6 ambos ojos.
A nom aloscopio: 35-60,21 ; región de igualación sobre la zona roja y
la verde.
O b s e r v a c i ó n X I. — Señor Z ., de cincuenta y tres años, jefe de tren
O . I., atrofia óptica con V . = o ’4 con corrección.
Anom aloscopio: 0 -7 2 /2 5 ; zona de igualación que ocupa toda la zona
verde v la m itad de la roja (se trata aquí, según la anam nesis, de una
discrom atopsia adquirida, unida a una discrom atopsia congènita).
O b s e r v a c i ó n X II. — Señora R. F ., de treinta y ocho años. Atrofia de
los nervios ópticos que han comenzado a declararse después de una ence­
falitis letárgica en 1920. El padre m urió ciego, a consecuencia de atrofia
de los nervios ópticos ; tiene un herm ano de cincuenta años, con atrofia de
los nervios ópticos. Con corrección, V . = o ’6 en ambos.
Cam po visual : M uv reducidos para el blanco y los colores ; el azul
más reducido que el rojo.
A nom aloscopio: Igualacion es normales, 51/25
Espectros norm ales : El am arillo es indicado como blanco y se pro­
longa, más que norm alm ente, hacia el verde (1).
L a s tres prim eras observ acio n es de esta últim a serie sola­
mente presentan los defectos de percepción en la porción calieníl) En resum en : los 17 exám enes hechos con el anom aloscopio. citado s en este tra­
bajo. podrían clasificarse del sigu ien te modo en lo que concierne a su discrom atopsia m acu­
lar. (V éase el trabajo publicado en Fevue Générale cVOiihtalmoloaie, m ayo de 192G, en el
cu al in ten to clasificar los diversos casos de discrom atopsia congènita que he v isto en diez
años.)
Hem os hallado :
I. Tricromatopsia (percepción normal de los colores).
Una vez.
II. Discromatopsia.
.4 ) Discrom atopsia parcial :
1 . Tricrom asia anorm al.
a) Sin zona de igualación .
Una vez en el verde.
b)
Con zonas de igualación :
Una vez en el rojo.
Tres v eces en el verde.
Ocho v eces sobre el rojo y el verde.
2. D iscrom atopsia :
Una v e z deuteranopia.
B) Discrom atopsia to tal :
Dos veces (un caso tendiendo a la acrom atopsia to ta ’).
te del espectro. T o d a s las zo n as de igu alació n halladas con el
an o m a losco pio se hallan sobre las dos zonas, roja y verde. A q u í
no h a y dificultad de interpretación corac en las dos primeras
observacio nes de este trabajo : estando atacado el nervio óptico,
también lo está la percepción del rojo y la del verde.
P o r el contrario, en el últim o caso h a y absoluta disociación
entre el resultado de los exám enes con el a nom aloscopio y el
de los ca m p o s visu a les. C o n este últim o aparato la percepción
m acular para el rojo y el verde se encuentra intacta. A lo más,
puede p r eg u n ta rse uno si el hecho de que sea el amarillo visto
blanco, y que esta zona clara se extienda sobre el com ienzo del
verde,
los
es un a va n ce de la zo n a neutra que se encuentra en
en ferm os
que
tienen
abolid a
la
percepción
macular
del
azul. S e podría hallar una confirm ación de este m odo de ver en
el sigu iente hecho : al llegar en el espectro al límite entre el ver­
de y el azul, la enferm a a n u n c ia que el color que percibe se
v u elve a lg o g ris.
E s to y p ersu a did o que si en las afecciones del nervio ópti­
co, de la retina y de la coroides, la d ism in ución de la percepción
crom ática pudiera ser estudiada, no solam ente con a y u d a de los
ca m p o s visuales, sino en sus relaciones con la ecuación de R a v leigh ; si, por otra parte, la percepción en la porción fría del
espectro pudiera ser bu scad a más m etódicamente con a y u d a de
un espectroscopio, com o el que va a dju nto al anom aloscopio,
por ejem plo, pronto nos hallaríam os ante una serie de casos m uv
instructivos.
N o s perm itiría ver m ás claro desde un principio en el s i g ­
nificado de las d iscrom ato psias adqu irid as.
P o d r ía m o s p ro fu n d iz a r más en la pa to log ía de ciertas enfer­
m edades oculares v nerviosas.
L a pato logía, en fin, aclararía la fisiología, v nuestros su­
cesores podrían, tal vez, g ra cia s a nuestras observaciones, des­
embrollar m ejor el caos que actualm ente presentan nuestras ad­
quisiciones en el sentido de la percepción cromática, c u y o centro
nos es todavía descon ocid o.
N o quiero term inar sin rendir h o m enaje a todos los que,
por sus pacientes in v estig a cio n es con a y u d a del perímetro, han
hecho a v a n z a r un g ra n paso a nuestros conocim ientos en el d o ­
minio de la p a to lo g ía ocular, pero creo que es hora de que otros
métodos de in v estiga ció n v e n g a n en a y u d a de la clínica.
C reo que el m odelo II del a n o m a losco p io de N a g e l viene en
a y u d a del perímetro, sin su p la n tarlo . E ste aparato ensancharía
los limites de in v estiga ció n de m u ch o s in v estiga d ores que hasta
su d escu brim iento se hallaban confin ad os a los laboratorios de
física.
DACRIOCISTORRINOSTOMÍA
S
im pl ifica ció n
P o r el D
r
de
. J. B
mi
t é c n ic a
asterra
A l final de unas no tas adicionales a mi trabajo «D acriocistorrinostom ía. M od ifica cion es a la técnica de D u p u y - D u t e m p s
y B ou rget» (Tribuna Médica Española, enero v febrero 1925;
A rc h iv o s
IQ 2 5 ,
de
O fta lm o lo g ía
H isp a n o - A m erican o s,
y Anales de Oftalmología, abril
1925),
m a y o de
decía : « H em o s
tenido dos casos en los cu a les la sutura de las m ucosas se ha
realizado, por necesidad, de forma d istin ta a la señalada, y da­
dos los bu en os resultados obtenidos, creem os co nvenien te indi­
carlo, por si en otros en ferm os nos vem o s o b lig a d o s a proceder
del mism o modo, en c u y o caso, y de tener éxito com o hasta a h o ­
ra, las consideraciones clínicas que habrían de deducirse serían
de un g ra n valor.
»La enferm a historiada núm ero 6 tenía un saco tan pequ eñ o
que era im posible, a pesar de la a m p lia osteotomía, obtener dos
co lg a jo s de pituitaria que pudiesen suturarse con los respectivos
bordes del saco lag rim a l. E n esta situación optam os por obtener
de la pituitaria un solo y a m p lio co lg a jo , de forma rectangular
con pedículo nasal, que fué m u y bien suturado al borde anterior
o temporal del saco la g rim a l. L a enferm a, en el m om ento ac­
tual, hace nueve m eses y medio que fué operada, y la curación
es com pieta.
»En otro caso, operado hace un mes, no fué posible, por
rotura de la pituitaria, obtener los dos co lg a jo s que resultan de
la incisión de la m ism a s ig u ie n d o el eje m ayor de la elipse ósea,
y nos c o n fo rm am o s con el c o lg a jo nasal, p o rq ue el temporal,
por lo irregu lar de la rotura de la pituitaria, resultaba en g ra n
parte de él m u v p eq u eñ o . E ste c o lg a jo tem poral fué excind ido
y sus bordes regu lariza d os, y el nasal se suturó al borde ante­
rior o tem poral del saco. H asta ahora, la perm eabilidad es com ­
pleta ; pero dado el poco tiempo (un mes) que hace que se prac­
ticó la operación, corto todavía, se gú n nuestro criterio, para j u z ­
g a r del resultado definitivo, no querem os ser optim istas aunque
nuestra im presión, por el mom ento, sea m u v buena.
»Estos dos casos nos han llam ado tanto la atención, que los
tendremos m u y presentes en nuestra práctica ulterior para poder
ju z ga r más tarde de los resultados o btenidos en casos parecidos.»
L o s d o s casos que a c a b am o s de recordar fueron operados el
6 de abril y el 18 de d iciem bre de 1924, respectivam ente. A m ­
bos están, en el m om ento actual, co m pletam ente bien.
*
*
*
N u estra s esperan zas han tenido plena confirm ación y nos
han perm itido sim plificar uno cíe los tiempos más im portantes
de la dacriocistorrinostom ía. D e esta modificación dim os cuenta
por prim era ve z en una conferencia, en Bilbao, en el H ospital
C iv il, el 30 de ju lio de 1925. E n to n c e s teníam os tod avía pocos
casos operad os con la nu eva técnica. R ecientem ente, en la R ea l
A c a d e m ia de M edicin a (sesión del 27 de febrero de iqaó), he­
m os presentado una co m un icació n sobre este tema, a p o y a d a en
la experiencia de m ás de sesenta casos. D e este núm ero de en ­
fermos, en cuarenta y cuatro se ha se g u id o el cu rso postopera­
torio a partir de tres meses después de la operación (para m ayor
g a r a n tía del éxito). L o s h a y de más de un año de fecha ; de doce,
diez, nueve, ocho, etc., meses de o bservación.
P ara darse cuenta de nuestra últim a modificación recorda­
rem os brevem ente lo que antes hacíam o s : A is la d o el saco la­
g rim al, y antes de trepan ar la apófisis ascendente del m axilar
superior v el u n g u is, para d arnos cuenta de su s condiciones, lo
incin díam os de arriba abajo , desde la cú pu la hasta la entrada del
canal nasal. D e esta incisión resultaban dos labios o c o lg a jo s
del saco lag rim a l ; uno, nasal, y otro, temporal, que se sutura­
ban, respectivam ente, a los c o lg a jo s temporal y nasal de la pi­
tuitaria.
D e sd e hace más de un año, sistemáticam ente, procedem os
del modo sig u ie n te : A isla d o el saco lagrim a!, por su cara in­
terna, de arriba abajo, desde la cúpula hasta su entrada en el
canal nasai, y po'r detrás hasta descubrir el fondo de la gotiera
lagrim al, se trepana la apófisis ascendente del m axilar superior
y el u n g u is en una extensión, en el sentido vertical, proporcio­
na! a la longitud del saco. D e s p u é s de la trepanación, v si se
quiere antes (con nuestra sim plificación este detalle deja de te­
ner el interés que antes tenía), se incinde el saco totalmente, o
sea de arriba abajo, a p ro x im a d am en te por la mitad de su cara
interna.
C o m o las d im en sio n es del saco son m u v va riables v su luz
no suele m u ch as veces g u a r d a r relación con ellas ; es decir, que
la cavidad del saco, en m u ch os casos, no es proporcional a su
aspecto exterior, por en g r a sa m ie n to o d elg a d ez de su s paredes,
por la presencia de b ridas cicatrizales en su interior, etc., es con­
veniente,
antes de hacer la incisión del saco y para que nos
sirva de g u ía , introducir una so n da por el punto lagrim al infe­
rior hasta que se note su presencia en la cara interna de' saco.
P racticada la incisión del saco, se excinde con unas tijeras la
mitad posterior de su cara interna (fig. i). C o n esta excisión
queda el saco transform ado en una cavid ad a m p liam ente abier­
ta, en una situación parecida a la que quedaría un g lo b o que
fuese seccionado por su eje (fig. 2). En esta figura no está m u v
bien d ib u ja d a la d isposición del saco, una vez ex cind ido ; pero
da una idea bastante ciara.
A n tes,
obteníam os de la pituitaria dos co lg a jo s
haciendo
una incisión que se gu ía, a p ro x im a d am en te , el eje m avor de la
elipse ósea, y otras dos en los extrem os de ésta, en form a de pa­
réntesis. A h o r a se hace una incisión en form a de C (fig. 2),
abierta hacia la parte nasal, y se obtiene un solo y am p lio co l­
g a jo que perm ite en todos los casos, aunque el saco sea pequeño
o hallemos células etmoidales, o ambas cosas a la vez, realizar
una buena sutura de las m u cosas del saco y pituitaria sin n in gú n
apremio, detalle, a mi juicio , de g ra n d ísim o valor,
por ser la
F ig . 1
Excisión con las tijeras de ]a m itad posterior de la cara nasal del saco.
sutura el factor m ás im portante y del cual depende, en prim er
término, el éxito operatorio. T o d o s los casos de fracaso que he­
mos tenido han sido d e b id o s a que la sutura, sea por la causa
que fuere, se ha deshecho,
y entonces la pituitaria v u elve a
ocluir la abertura ósea que hem os practicado,
qu ed an do inte­
rru m pida la com un icació n con la fosa nasal, m anifestándose a
continuación la im perm eabilidad lag rim a l y, por co nsiguiente,
la epífora. U n a pru eba de ello es lo s i g u ie n t e : Si en todo caso
de fracaso se introduce una sonda por uno de los canalículos
lagrim ales, se tropezará con una resistencia m em branosa que,
si se violenta, se llega a vencer, y entonces la sonda penetra en
la fosa nasal e inm ediatam ente hallarem os perm eabilid ad la g r i­
mal si se hace un lavad o. E sto es lo que hace D u p u v - D u te m p s
en los casos de fracaso ; m ejor dicho, desbrida dicha m em brana
con un cuch illo de W e b e r , y dice que de este modo ha conse­
g u id o curar casos que en un p rincipio habían fracasado. N o s ­
otros, hasta la fecha, no h em o s tenido la suerte de curar defini­
tivamente n in gú n caso de éstos. E n todos hem os desbridado,
sig u ie n d o los co nsejos de D u p u y - D u te m p s, la pituitaria, y d u ­
rante v a rios días hem os procurado,
introduciendo una sonda,
que no se uniesen los bord es de la herida. L o s resultados han
sido m u y bu en os al p rincipio ; pero, a cierto plazo, en todos ha
fracasado. E s te fracaso no nos sorprende, puesto que un enfer-
F ig . 2
Saco la grim a l excindido. T alla del colgajo de la pituitaria.
mo d acriocistorrin ostom izad o en el que ha fracasado la inter­
vención, y a quien se pretende curarle con el desbridam iento de
la pituitaria, se halla en parecidas circu nstancias que si se le
hubiese hecho la o peración de T o ti, y es sabido que esta inter­
v ención, co m o la de W e s t - P o l y a k , si dan buenos resultados,,
son inmediatos, pero no definitivos, y éstos en escaso número,,
a pesar de lo que d ig a n a lg u n a s su g e s tiv a s estadísticas.
M á s co n v in cen te de la causa del fracaso, a nuestro modo
de ver, en los operad os de d acriocistorrin ostom ía, es el caso
— y a citado en nuestro anterior trabajo — de fracaso con repro­
ducción de la su p u rac ió n , y que fué operado de nu evo a los sie­
te meses de la dacriocistorrin ostom ía. A l intervenir de nuevo, ha­
llamos la abertura ósea obliterada (y, por lo tanto, la co m u n i­
cación con
ARCHIVOS
la fo sa nasal) por una
DE OFTALMOLOGÍA
m em brana constituida por
28
pituitaria y tejido cicatrizal, y adherido a esta m em brana, for­
m an do con ella u n a ca v id a d cerrada, se h a lla b a el saco lag rim a l.
T a lla d o el co lg a jo de pituitaria en fo rm a de C , se sutura
con c a tgu t con el saco lagrim al (fig. 3).
A h o r a ponem os tres
puntos en lu g a r de dos, com o h a cíam o s antes,
en cada labio.
L a s p equ eñ as a g u j a s de D e sch a m p s, pa ra el paso de los hilos
de catgu t por la pituitaria, las hem os su b stitu id o por la a g u ja
de H e ss b e r g . Esta a g u ja , adem ás de ser m ás fina que la de D es-
F ig . 3
S utura del saco y pitu ita ria .
ch a m p s, perm ite con más facilidad y com odidad poner los hilos
de c a tgu t a través de la pituitaria igualm ente equidistantes.
L a fig u ra 4 es u n a demostración esquem ática d e las inci­
siones de la pituitaria y los co lg a jo s que de ellas resultan, segú n
D u p u v - D u t e m p s y nosotros.
R
H a s ta
la fecha
esultados
hem os
o b t e n id o s
practicado
107 dacriocistorrinosto-
mías. E n nuestra estadística prescindimos de todos los casos cu y o
curso postoperatorio no ha sido posible se g u ir y de los que
tienen m enos de tres meses de fecha. El que m enos de nuestros
casos tiene, por lo tanto, tres meses de observación, y el que
más, veintiséis meses. S u m a n , en total, 83 dacriocistorrinostom ías observadas, que se dividen en dos g ru po s : 39 casos ope-
rados con nuestra técnica anterior,
ya conocida, y 44 con la
m odificación que hem os introducido últim am ente.
L o s 39 casos operad os s e g ú n la primera técnica, se reparten
del m odo sig u ie n te :
C u ra cio n e s
Idem
com pletas
. . .
28 ( 7 1 ’ 7 por 100).
p a r c i a l e s .........................
F ra ca so s
.
6 ( 1 5 ’3 por 100).
. . . .
5 ( i a ’S por 100).
L o s 44 casos operad os con la últim a modificación, se repar­
ten co m o s ig u e :
C u ra cio n e s co m pleta s
Idem
. . .
37 (84’g por io o 1).
p a r c i a l e s ........................
F ra ca so s
5 ( n ’3 por 100).
.....................................
2 ( 4 ’5 por 100).
L a m odificación introducida reporta po sitiva s v e n taja s so ­
bre la técnica anterior : reduce el tiem po de la operación, per­
mite en todos los casos hacer una buena sutura de la pituitaria
y saco, y, por últim o, los resultados, a j u z g a r por las cifras de
nuestra estadística, son co nsiderablem ente mejores, p o rq ue los
éxitos aum entan de 7 1 ’ 7 a 84’g por 100, las curaciones parciales
se reducen de 15*7 a 1 1 ’3 por 100 y los fracasos d is m in u y e n de
i 2 ’8 a 4*5 por 100. L a causa o razón de estos m ejores resultados
no po d e m o s darla ; creem os preferible confesar, noblemente, que
la ign oram os, que no dar una explicació n m ás o menos ve ro sí­
mil. P o d r ía m o s darla en el caso de tener ocasión de hacer la
autopsia a un dacriocistorrinostom izado.
P ra ctica m o s la excisión del saco, en prim er término, para
evitar que el borde nasal del saco,
que quedaría sin suturar,
pudiera replegarse y contraer adherencias, transfo rm ánd o le de
nuevo en una ca vid ad cerrada, y , en se g u n d o lugar, para con­
vertir al saco en una c a v id a d a m p liam ente abierta.
L a com un icació n del saco con la fosa nasal, una vez excind id o aquél y suturado a la pituitaria, tiene los límites s ig u ie n ­
tes : una pared anterior, form ad a por la pituitaria v el saco la­
g rim a l ; otra interna, que es la osteotomía o abertura ósea ; otra
externa o tem poral, form ad a por la cara externa del saco, y otra
posterior, m u y reducida, constituida por el fondo de la gotier-j
lagrim al y una parte d e la cara posterior del saco.
A l conceder a la su tu ra de las m ucosas del saco y pituita­
ria un va lor de prim er orden, p o rq u e de ella depende, sobre
todo, el éxito operatorio, no d eb e extrañar que dem os bastante
im portancia a la incisión de la pituitaria en form a de C .
Al
practicar esta incisión se obtiene un solo co lg a jo , de d im en sio ­
nes m ucho m ayo res, que eq u iva le a la sum a de los dos que a n ­
tes obteníam o s. U n c o lg a jo de tal am p litud permite, en todos
los c a s o s — hasta ahora
no hem o s encontrado
inconvenientes
en n in g ú n en ferm o — realizar una buen a y cóm oda sutura sin
tirantez de los labios por falta de a m p litu d de los m ism os. U n a
sutura com prom etida, por excesiva tirantez, puede o rig in a r d e s­
g arro s de la pituitaria o saco o necrosis de los bordes de las mu­
cosas, com o sucede, por ejem plo, en la piel si se aprietan dem a­
siado los puntos de su tu ra. C o m o consecuencia,
m u y natural,
de una deficiente sutura, p u ed en soltarse los pu n to s antes d e ci­
catrizar los bordes de las m ucosas, y fracasar la o peración. L a
razón de que nosotros m odificásem os las incisiones liberatrices
de D u p u v - D u t e m p s fué,
precisam ente, el tropezar con casos
en los cu ales la sutura qu ed aba m u y a d isgu sto nuestro. C o n
nuestras incisiones liberatrices hem os sa lva d o bastantes situa­
ciones co m pro m etid as ; sin e m b a rg o , tam bién hem os tropezado
er. a lg u n o s c a s o s — a u n q u e no en tantos com o antes — con difi­
cultades.
L a s dificultades para una correcta sutura pueden depender
del saco v de la pituitaria, o de a m b o s a la vez. S i el saco lag ri­
mal es pequeño, los labios que se obtienen despu és de su inci­
sión son, naturalm ente, poco a m p lio s. L a falta de am p litud por
parte de los labios del saco h a y que su plirla h aciendo una amplia
osteotomía en el sentido horizontal, v no en el vertical. IEn el
sentido vertical — y esto es de sentido com ún — basta con que la
abertura ósea corresponda, com o m ínim o, a la lon gitud del saco
lag rim al, que es lo que hay que hacer en toda dacriocistomnos-
tomia ; en cam bio, horizontalm ente, puede am p liarse la abertura
ósea h a sta ciertos límites, dada la conform ación anatóm ica de
la regió n . A u n q u e se am p líe la osteotom ía y se p o n g a , por lo
tanto, al descubierto m ay o r cantidad de pituitaria, puede suce­
der, principalm en te por la co n form ació n de la nariz, que el col­
g a j o nasal de la pituitaria — ha bla m o s bajo el supuesto de que
se tallen d o s c o lg a jo s — no llegue con d esa h o g o al labio corres­
pondiente del saco lag rim al, porque a la pituitaria no podem os
m ovilizarla caprichosam en te, com o m ov ilizam o s los c o lg a jo s de
la piel en las blefa rop la stias con pedículo.
P o r parte de la pituitaria preséntanse a veces serios incon­
venientes cu and o se tropieza con célu las etm oidales en el cam po
de la osteotomía,
lo cual sucede en un 25 por
C u a n d o se encuentran célu las etm oidales,
hay
100 de casos.
que destruirlas
sin temor n in gu n o , p o rq ue la pituitaria se halla detrás de ellas.
E n estos casos no está la pituitaria, com o ocurre en los norm a­
les, dispuesta com o una cortina de color grisáceo, lisa, u niform e
y de bastante espesor, sin o d e sig u a l, con depresiones, a veces
bastante profundas, que correspond an al lu g a r que o cu pab an las
células etm oidales. A d e m á s , es m ás d elg a d a y, por co n s ig u ie n ­
te, más friable. E n general, la d isposición de la pituitaria en el
ca m po de la osteotomía, cu a n d o h a y células etm oidales, d epen­
de de la situación y tam año de d ich as células. L a s c a u sa s seña­
ladas suelen im pedir sacar de la pituitaria co lg a jo s regulares y
suficientem ente a m p lio s para afrontarlos, sin em barazo,
a los
labios del saco la g rim a l.
E x c u s a d o es decir que los o bstá cu lo s para una correcta su­
tura serán m ayo res si, adem ás de tropezar con un saco pequeño,
nos en con tram os con célu la s etm oidales. E n general', y en estos
casos difíciles en particular, es d on de he podido apreciar lo prác­
tico y útil de la incisión ele la pituitaria en forma de C .
C o n la modificación que p u b licam o s en este trabajo nuestra
técnica de la dacriocistorrinostom ía varía, en todos los tiem pos
de verd adero interés de esta meticulosa intervención, de los pro ­
ced im ientos p u b licad o s hasta la fecha. E n ella queda de com ún
lo que en todas, o sea la idea fu n dam ental y feliz de T o ti, de
hallar una nu eva v ía de d esa g ü e de las lág rim a s a fosa nasal
perforando la apófisis ascendente del m axilar superior.
I I .— SO C IE D A D E S
R
SO C IE D A D
BELGA
5 1 .a
en
e u n ió n
celebrada
B
DE
ruselas
C IE N T ÍF IC A S
O FT A L M O L O G ÍA
el
29
df.
n o viem bre
de
1925
Dr. Marbaix : «Hipertensión craneal en e! estasis papilar».
En presencia de un éstasis 'papilar, la m ayoría de los oftalmólogos;
(entre ellos el autor, hasta estos últim os años), acostum bra perder el tiem ­
po precioso en tratam ientos insuficientes, como son punciones lumbaresy, sobre todo, una cura antisifilítica llam ada de prueba. Los cirujanos neu­
rólogos que conocen la oftalm ología nos han hecho ver la necesidad de
una trepanación decom presiva precoz, para salvar la visión de nuestros
enferm os. Es muy probable que los oculistas lleguen a franquear las barre­
ras de la órbita^ para lanzarse a la cirugía nerviosa cuando se encuentre
am enazada la visión de sus enferm os.
Ante todo, es preciso tener la seguridad de que se trata de 1111 éstasis
papilar. H ay que confesar que la vacilación está a veces permitida, bien sea
cuando asistim os al principio del edem a papilar, cuyo relieve apenas es
característico m ás que a la lupa binocular de G ullstrand, o bien cuando
este edema se haya transform ado en papilitis. El autor ha observado que,
a la lupa binocular de G ullstrand, la papila edem atosa es m ás translúcida,
m ientras que la papilitis es m ás o'paea. En caso de duda, el diagnóstico
debe inclinarse hacia la papilitis, cuando no exista ningún otro signo de
hipertensión craneal, porque, según C h ristiansen, el éstasis papilar nunca
es un síntom a aislado. Adem ás, existe con frecuencia una desproporción
notable entre la extensión de las lesiones v la buena agudeza central y pe­
riférica del enferm o. U n a vez reconocido el éstasis papilar, puede .afirmarse
que existe hipertensión intracraneal. E sta hipertensión depende con mucha
frecuencia de un tum or cerebral o de un seudoturnor, es decir : de una m e­
n ingitis serosa o de una ependim itis con dilatación ventricular. En la m e­
ningitis tuberculosa, en la sifilítica y en los traum atism os craneales es rara
la hipertensión. El autor la ha observado recientem ente en un caso de ure­
mia y en un adulto afectado de una antigua supuración del oído. L a cura­
ción radical de la dolencia perm itió ver un extenso coleaston n , cuya cura­
ción fué acom pañada de la del estasis unilateral de la papila.
T errien acaba de recordar que el éstasis papilar es tanto m ás frecuen­
te cuanto más alejada del nervio óptico está la región del encéfalo en que
leside el tum or. Christiansen había ya demostrado la razón de esta dife­
rencia de la residencia de los tum ores sobre la aparición del edema papilar.
Un tum or que se desarrolla en una zona m uda, puede evolucionar durante
bastante tiempo sin despertar la atención del enferm o, pues únicam ente
por su volum en, por su rápido crecim iento y por la dilatación ventricular
provoca síntom as generales de hipertensión, siendo uno de ellos el estasis
papiiar. En cambio, un tum or que se desarrolla en la zona m otora, en la
vecindad del quiasm a o la protuberancia, se revela por síntom as tan pre­
cisos, que puede establecerse el diagnóstico antes de presentarse el edema
de la papila. Por últim o, no hay que olvidar que tumores que se desarro­
llan en la vecindad de las vías ópticas provocan alteraciones directas qui­
se revelan por atrofia. Entre los quince enfermos observados por el autor
en estos últimos años, con tum or probable del cerebro, cinco no presenta­
ban estasis porque tenían lesiones del quiasm a o de su vecindad.
En la hipertensión craneal existen, adem ás del estasis papilar, otros
síntom as, como son : cefalea, vóm itos, diplopia, alteración del líquido
cefalorraquídeo. Esto requiere la purtción lum bar, que sólo ofrece peligro
en los tum ores de la parte posterior del cráneo, cuando se practica estando
el paciente sentado, cuando se extrae demasiado líquido, o bien se hace
bruscam ente, empleando una agu ja gruesa. D e M artel ha mostrado re­
cientem ente la necesidad de hacer un exam en completo del líquido cefalo­
rraquídeo : investigación de la tensión, de la hiperalbum inosis, elem entos
celulares, Bordet - YVassermann. Es de notar la frecuencia con que, al
mismo tiempo que la fibrinosis, resulta positiva la reacción de Bordet, aun
cuando no haya razón algu n a que perm ita pensar que sea sifilítico el en­
fermo, lo cual dem uestra la im portancia de un exam en completo del líqui­
do, cosa que antes se descuidaba.
El autor no insiste en la investigación de los signos de localización
de los tumores, signos que m uchas veces faltan. C u sh in g ha vuelto a en­
contrar en la autopsia lesiones de la hipófisis en los tumores cerebrales.
D ice que, entre sus quince casos de tum or probable, cinco presentaban
signos de localización : tum or del ángulo pontocerebeloso ; tum or de la
zona m otora derecha ; tum or de la región del quiasm a ; tum ores de la
parte anterior, en las inm ediaciones del quiasm a. L os demás presentaban
únicam ente síntom as generales de hipertensión, m ientras que la radiogra­
fía indicaba la existencia de grandes tum ores.
Aunque la radiografía m uestra raram ente el tum or (cuando éste es
óseo o calcificado), no deja de ser indispensable. Entre los casos radiogra­
fiados, es notable que, en uno de tum or de la hipófisis con síndrome adi­
posogenital. la silla turca era pequeña y norm al, m ientras que en muchos
casos de tum ores cerebrales sin signo de localización por parte de la silla
turca, ésta se m uestra m uv agrandada, con desaparición de las apófisis
clinoides. Christiansen ha puesto de relieve que, en casos graves de com ­
presión general del cerebro, pueden encontrarse alteraciones evidentes de
la silla turca por desgaste del tejido óseo sin alteraciones de las vías ópti­
cas basales. El conferenciante presenta una radiografía de un enfermo,
con la silla turca muv agrandada, sin otro signo más que cefalea y un es­
tasis papilar, para que sus oyentes puedan com probar el agrandam iento
de la silla. Es un error que hay que evitar en la interpretación de las modi­
ficaciones halladas en la radiografía de la silla turca.
Com o quiera que ei enferm o que se nos presenta con un estasis pa-
p ilar no acostum bra presentar m ás que síntom as generales de hipertensión,
tenem os el deber de impedir que llegue a ser ciego, apelando para ello al
medio más eficaz, que es la trepanación decomprensiva. V elter lim ita a ocho
días el período de espera ; pero el conferenciante se inclina al parecer de
Henri Co'ppez, que les opera al día siguiente. El oculista debe influir so­
bre los enferm os, ya que éstos están siempre inclinados a retardar su de­
cisión hasta el mom ento en que la disminución de la visión haga inútil
la intervención desde el 'punto de vista visual. Nunca podremos saber
cuánto tiempo de existencia lleva un estasis papilar ; pero sabemos que una
visión normal puede descender irremediablemente en algunos días durante
un tratamiento de prueba, casi siempre ineficaz.
En dos de los enferm os del conferenciante, una visión normal bajó a
la m itad en el espacio de cinco a diez días. T am bién ha observado con
frecuencia lo que recuerda de M artel : «que el tratamiento especifico m e ­
jora momentáneamente a enfermos afectados del síndrome de hipertensión
intracraneal de origen no específico, pudiendo llegar hasta a dar la impre­
sión de la curación. Esta mejoría, producida bajo la influencia del trata­
miento específico, así como la presencia de la reacción- de Wassermann
en el líquido cefalorraquídeo en el curso de la evolución de ciertos tumores
no específicos, han hecho perder un tiempo precioso para el enfermo v
diferir una intervención quirúrgica, que es lo único que hubiese podido
salvar la vista del paciente.»
Es, por lo tanto, perjudicial perder el tiempo en un tratam iento es­
pecífico antes de la decompresión, puesto que, precedido de ésta, resulta
mas eficaz. Es inútil repetir las funciones como fin terapéutico. Von Hippei no conoce caso alguno en que el estasis papilar se haya curado defini­
tivam ente por la punción lumbar, habiendo verdaderam ente tumor. Las
curaciones señaladas por otros autores son verdaderas rarezas en com pa­
ración con la eficacia tari regu lar de la decompresión. A sí, pues, debe
recurrirse decididam ente a la trepanación subtem poral de C u sh in g o a la
trepanación parietal u occipital. Lo que nos autoriza a practicar la trepa­
nación nosotros mismos, es la im portancia dom inante de la conservación
de la visión en los casos de hipertensión intracraneal ; su utilidad, aun en
los casos en que ulteriorm ente sea posible localizar el tu m o r ; la incertidumbre del diagnóstico de tum or, pues, según dice Christiansen : «nunca
es absolutamente seguro el diagnóstico de tumor cerebral, pudiendo siem­
pre suponerse que se trata de una meningitis serosa o de una ependiinitís.n
Esto explica las curaciones obtenidas por la trepanación, con o sin radio­
terapia. en ciertos casos de seudotum ores. En la Sociedad Francesa de
O ftalm o logía, el año 1923, mostró C h ailloux tres enferm os trepanados
seis, ocho y nueve años antes, con agudeza normal, o siendo capaces de
ejercer su profesión. A veces ocurre que persisten los síntom as de hiper­
tensión y el estasis, a pesar de la decompresión. M artel, en las fuertes
hipertensiones, practica, algun as sem anas después, otra decompresión del
lado opuesto, sin abrir la duram adre hasta esta segunda decompresión.
El autor lia tenido que practicar la segunda decompresión en una de sus
enferm as.
t
L a trepanación de la fosa subtem poral no da tan buenos resultados
cuand o se trata de hipertensión ve utricular : ésta puede existir con o sin
hipertensión del líquido céfalorraquídeo captado por punción lumbar, y
Duede tenerse sospecha de ella si, d u ra n te el curso de la trepanación decom presiva, se observan ciertos signos notados por B ollak : desaparición
de ios latidos cerebrales, tendencia a la hernia cerebral, que puede des­
aparecer por ia punción lum bar en la hidrocefalia abierta. Podem os vernos
obligados a hacer la punción del ventrículo lateral, bien sea por el cuerpo
calloso, bien por la región occipital. P or más que dice Bourguet que la
punción del cuerpo calloso no ofrece peligro, es mucho más fácil una pe­
queña trepanación practicada al nivel del occipital. M arbaix ha practicado
siete veces la trepanación descongestiva, unas veces en la región subtem ­
poral, oirás en la región parietal. D esde el punto de vista visual, el resul­
tado ha sido excelente en los dos úitim os enferm os, debido a haber desis­
tido del sistem a de hacerse ilusiones por una m ejoría ficticia obtenida por
punciones lum bares o por un tratam iento de prueba.
Debe tenerse en cuenta que once de las quince enfermas observadas
eran m ujeres de m enos de cuarenta años, y entre ellas dos chicas de quince
años, en una de las cuales se encontró, en la autopsia, que era portadora
de un extenso sarcom a que había destruido el lóbulo temporal derecho y
se hallaba adherido al peñasco. Diez enfermos presentaban estasis papilar
v síntom as generales de hipertensión, sobre lodo cefalea ; entre ellos, dos
solam ente m ostraban signos de localización : síndrome pontocerebeloso ;
epilepsia jaeksc.niana seguida de parálisis del lado izquierdo. L a sífilis no
existía con certeza m ás que una vez en que resultó positivo el W asserm ann
de Ja sangre, lo mismo que el del líquido cefalorraquídeo. M uchas veces
este últim o encontróse la prim era vez ligeram ente positivo, y esto hizo
perder tiempo. En opinión de M artel, es reducidísimo el número de tumores
cerebrales extirpables, siendo por lo general inoperables ; esto nos explica
los ensayos de la terapéutica actual por la radioterapia profunda, de la
cual Henri Coppez nos ha presentado resultados dem ostrativos : Entre
ocho de los enfermos de M arbaix, som etidos a la radioterapia, solam ente
tres habían sufrido la trepanación para com batir el estasis papilar ; los
cinco restantes presentaban alteraciones de degeneración por acción directa
del tum or sobre las vías ópticas basales.
L a acción de los rayos X parece ser eficaz er. los dolores de cabeza de
m uchos enferm os ; la que ejercen sobre la visión, es difícil de dilucidar
cuando se ha hecho la trepanación, no pudiendo determ inarse si es úni­
cam ente lá trepanación decom presiva la que ataja el descenso de la visión,
o si hay que atribuirlo también a la radioterapia. M arbaix pasa a referir
el éxito obtenido por él en -1 caso siguiente, en el cual no fue practicada *
la trepanación.
M adam e D ., de edad cuarenta y cinco años, se quejaba, en septiem ­
bre de 1923, de disminución de la visión, que había empezado a notar des­
de hacía dos meses. U n oculista le dió seis inyecciones en el brazo izquier­
do. En mayo de 1924 la enferm a sufrió pérdida del conocimiento durante
veinticuatro horas, y desde entonces padece cefalea violenta, localizada
sobre todo en la sien v en la trente izquierdas. M arhaix la vió en junio
del mismo año. N ada de exoftalm ía, ni soplo en la sien. N ingún síntoma
de parálisis ni por parte de la inteligencia. H em ianopsia bitemporal neta.
Visión del ojo derecho reducida a o ’3 ; la del ojc izquierdo reducida hasta
no poder siquiera contar los dedos. No había estasis papilar. A grandamiento de la silla turca. Se ensaya el jarabe de Gibert y es preciso dejarlo
por idiosincrasia al yodo (hinchazón de la nuca y de la ga rg an ta, romadizo).
R adioterapia profunda durante treinta a cuarenta m inutos, en conjunto
siete sesiones. Desde la últim a sesión, m ejora la visión central y perifé­
rica, la visión del ojo derecho sube a o'6, la del ojo izquierdo permite
reconocer los dedos a 30 centím etros. L o m ás notable es la m ejoría del
campo visual, que se había restringido por el lado temporal hasta más
allá de! punto de fijación a la izquierda y hasta 10 grados a la derecha,
y se ha ensanchado hasta 40 grados a la izquierda y 70 grados en el ojo
derecho.
D escribe luego un caso de tum or del ángulo pontocerebeloso con estasis papilar doble, diagnosticado por él y curado por H. Coppez, mediante
una trepanación descongestiva seguida de un tratam iento radioterápico.
He aquí la historia de otra enferm a sum am ente aliviada desde hace
un año por una trepanación decom presiva :
M adam e M ., de treinta y cinco años ; se presenta en septiembre de
1924 con los trastornos siguientes : C efaleas, sobre todo tem porales y en
el vértice, diplopia desde hace cuatro sem anas, obnubilaciones frecuentes.
Se comprueba una parálisis del recto externo, estasis papilar doble, vi­
sión central y periférica norm al. F atig a general, disminución de mem oria,
exageración de ios reflejos rotulianos. N o hay B abinski ni clonus del pie.
L a punción proporciona un líquido que empieza saliendo en surtidor.
W asserm ann positivo, lo que induce a M arbaix a hacer un tratam iento
por el jarabe de G ibert e inyecciones intram usculares de B iquinyl M eurice,
con lo que dism inuye la cefalea, pero las obnubilaciones son más frecuen­
tes. A fines de diciembre, en cinco días, la visión baja a la mitad en el
ojo derecho, y en el izquierdo hasta o 'i . No hay cam bio en el campo vi­
sual y el estasis papilar es m ás evidente. El 31 de diciembre practica M ar­
baix una am plia trepanación decom presiva subtem poral derecha, resecando
una superficie de hueso de 5 - 6 centím etros. El cerebro está m uv tenso, las
venas hinchadas hacia el centro de la región puesta al descubierto ; un
adelgazam iento de la duram adre m uestra una salida de la substancia cere­
bral del tam año de un guisante. El cerebro late m anifiestam ente. Con la
operación han desaparecido la fatiga y los dolores de cabeza. L a visión
periférica continúa siendo normal ; la visión central ha subido a o ’9 en
el ojo derecho, y a o ’5 en el izquierdo, restableciéndose a como estaba
cuando la prim era visita el 15 de noviem bre de 1925.
La
En el caso descrito, no ofrece duda alguna $1 diagnóstico del tumor.
radiografía muestra una silla turca agrandada; el saliente tem poral
dei rerebro aum enta, no obstante la persistencia del bienestar y del pro­
greso visual. Este caso viene a dem ostrar el peligro de esperar, para ha­
cer una trepanación, los resultados de una cura específica y la posibilidad
de conseguir un aum ento de la visión, a pesar de abandonar este trata­
miento.
El último enferm o operado por M arbaix, hace dos meses, presentaba
una visión normal a la derecha ; a la izquierda, la visión había descendido
a o ’4, y el campo visual estaba reducido. L a s m anifestaciones que se ob­
servaban eran una gran fatiga, cam bio de carácter, que se había vuelto
sombrío y triste. Silla turca norm al, y norm ales también el W asserm ann
de la sangre v del líquido cefalorraquídeo. Habiendo descendido la visión
a o ’s en el espacio de cinco días, la existencia de un estasis papilar típico
decidió a M arbaix a practicar una «trepanación parietal derecha». L a vi­
sión subió a la normal en el lado derecho, pero bajó a o ’ i en el izquierdo.
El líquido cefalorraquídeo que estaba m uy tenso, cesó de estarlo después
de algun as punciones com plem entarias. Después de las dos últim as pun­
ciones, el cerebro se deprime francam ente para adquirir al día siguiente
la tensión habitual.
Los otros cinco trepanados, operados demasiado tardíam ente, no han
m ejorado absolutam ente en cuanto a la visión que tenían al practicarles
la trepanación, que sólo ejerció influencia sobre la cefalea. Todos ellos
m urieron en el término de tres meses a dos años. Rochon D uvigneaud ha
señalado una trepanada cuva visión, reducida a contar los dedos a 20 cen­
tím etros, m ejoré de un modo inesperado. P or lo tanto, siempre puede in­
tentarse una trepanación, cuyo resultado desde el punto visual será tanto
m ejor cuanto m ás antigua sea la reducción de la visión.
M arbaix term ina diciendo que a los oculistas nos incumbe la misión
de conservar la visión de los enferm os afectados de estasis papilar, em ­
pleando para conseguirlo el tratam iento m ás eficaz, que es la trepanación
decom presiva.
D
iscu sió n
:
H.
Coppez (Bruselas) : H a escuchado con vivo interés las com unica­
ciones de los D res. W ibo v M arbaix, y ruega le perm itan resum ir breve­
mente la técnica que ha adoptado en los casos de esta especie y los resul­
tados que ha obtenido.
Según los trabajos más modernos, parece que el estasis papilar está
bajo la dependencia directa de un edem a o de una hidropesía ventricular.
Esta retención de líquido resulta por lo general de una oclusión de los ori­
ficios de com unicación entre el líquido ventricular y el líquido subaracnoideo, por cuya razón los tum ores de la parte posterior provocan con m ás
frecuencia que ios de la parte anterior el estasis papilar, y por la misma
razón, la punción lum bar que se practica en el espacio subaracnoideo,
apenas ejerce influencia en el estasis papilar. Lo m ism o ocurre con la tre­
panación decom presiva ; pues si bien da m ás juego al cerebro, no- obra
sobre la causa m ism a del estasis papilar que, como ya se ha dicho, es de­
bido a la retención ventricular.
Con objeto de actu ar lo m ás pronto posible sobre el estasis papilar,
tiene también la costum bre de hacer una punción ventricular tan pronto
como está resecado el p ostigo óseo, y para ello utiliza un trocar especial
romo, inventado por el Prof. D ustin, introduciéndolo en el ventrículo late
ral por una brecha de unos 5 centím etros escasos, practicada en la dura­
madre. De esta m anera evacúa de 20 a 50 centím etros cúbicos de líquido
ventricular, siendo m anifiesta la acción sobre el estasis papilar del segundo
al tercer día. E sta punción ventricular puede repetirse, y es preferible a la
cranectom ía del lado opuesto, que se acostum bra a aconsejar cuando no
han desaparecido, después de la intervención, los fenómenos de compresión.
P asa a dedicar algun as p alabias a la radioterapia profunda, diciendo
que, según el D r. W ibo lo ha recordado, hace unos dos años que han sido
publicados los primeros resultados obtenidos por los Dres. Brem er, Sluvs
v por el conferenciante. Estos resultados, sin ser sum am ente brillantes,
no dejan de ser en conjunto satisfactorios, y ciertos enferm os tratados
por el m ism o M arbaix, parecen curados. Pero donde se m uestra más
eficaz la radioterapia profunda es en los gliom as y en los tumores difusos
y no operables. V em os, tam bién, que la exéresis y la radioterapia tienen
c id a una sus indicaciones determ inadas, sin ser incom patibles.
La radioterapia profunda de los tum ores cerebrales es de muy deli­
cada aplicación ; el D r. Sluys ha dejado bien sentados los principios en un
trabajo aparecido en el Cáncer. H av que tener presente que las dosis in­
suficientes son perjudiciales, activando más bien el desarrollo del tum or.
Probablem ente es esto lo que ha hecho decir a algunos que la radioterapia
no es recomendable, cuando se trataba sencillam ente de una m ala técnica.
En cuanto a las reacciones violentas que acompañan a veces a las
prim eras aplicaciones, no deben causar gran alarm a, sino que en estos
casos hay que dosificar y espaciar las sesiones.
T erm ina M arbaix diciendo que, si nos colocam os en el terreno de la
oftalm ología, es decir, considerando únicam ente el estasis papilar y su
desenlace final, que es la ceguera, tenem os con la trepanación decompresiva, la punción ventricular y la radioterapia, arm as poderosas y nuevas
que no podemos dejar de emplear.
III. — P R E N S A
OFTALMOLÓGICA
K L IN IS C H E M O N A T S B L A E T T E R F. A U G E N H E IL K U N D E
R e s u m e n p o r e l D u . H . O roz
1
M a y o - junio de
L in te rn a
1925
de d e s t e l l o s c r o m á t i c o s . — P
rof.
H j.
S c h ió t z
E ste aparato, construido según indicaciones del autor, por la casa W urach, de Berlín (Neue Prom enade, 5), sirve para la exploración del sentido
del color, en m arinos, m aquinistas de tren, etc. T iene, respecto a las lin­
ternas hasta hoy usadas, la ventaja de presentar las luces bajo un ángulo
visual m uy pequeño y con corta exposición.
D elante de la lám para de una linterna eléctrica de bolsillo, provista
de contacto a presión y de deslizam iento, hay dos 'placas deslizables de m e­
tal, provistas de discos de vidrio de diversos colores, visibles a través de
un orificio de 3 m ilím etros. En la placa superior van el verde, rojo, am a­
rillo y gris. En la inferior, situada por delante de la otra, el azul, lechoso,
m ate v gris. El número de colores que pueden presentarse al reconocido
es de 25. Aunque un análisis completo del sentido crom ático exige en m u­
chos casos el empleo de varios m étodos (tablas seudoisocrom áticas, anom aloscopio, etc.), este procedimiento tiene un indiscutible valor práctico y
ha dado buenos resultados.
C o m p o r t a m i e n t o de los m o n o c r ó m a t a s en el fe n ó m e n o e s t e r e o s ­
c ó p i c o de P u l f r i c h . — P r o f . D r . E. Y V ó l f f l i n
El fenómeno de Pulfrich se presta especialm ente para dilucidar la tan
debatida cuestión de si los ciegos crom áticos totales tienen solamente bas­
tones en su retina, o poseen también conos, aunque de funcionalism o rudi­
m entario, ya que el estereoefeeto es expresión de la diferente rapidez de
im presionabilidad entre am bas clases de células visuales.
R ealizadas las pruebas del valor estereoscópico de los diferentes colo­
res, y determ inada la profundidad de dicho efecto, tanto a la luz, como
tía s adaptación a la obscuridad, deduce el autor que los m onocróm atas no
poseen un aparato visual doble norm al, sino que deben considerarse clíni­
cam ente como sólo poseedores de bastoncitos. El sistem a de conos, si es
que en estos individuos existe, es m uy rudim entario v de tan perezoso fun­
cionam iento, que no juega ningún papel.
S o b r e la e s t e r e o s c o p i a c r o m á t i c a . — D
r.
E.
A mmann
En este interesante trabajo expone el autor, en form a clara y am ena,
todo lo que al p articular se refiere, partiendo del curioso fenómeno que
en 1868 se ofreciera casualm ente a los ojos de Donders.
D istingue tres clases de estereoscopia : una dependiente de la diversa
refrangibilidad de los rayos rojos y azules ; otra resultante de la no coin­
cidencia entre la línea visual y eje ocular, y la tercera, contrapuesta a las
anteriores : la estereoscopia crom ática real, que sería debida a la desigual
reflexión que los colores sufren en los medios opacos.
C ircu lación s a n g u ín e a
ca s o
de
v i s i b l e e n los v a s o s de
retin itis
leu cém ica. — D
r.
A.
la
r e ti n a , e n un
W e in tra u r
La observación que aquí se relata dem uestra la evidente superioridad
de la oftalm oscopia con la luz verde, para distinguir la circulación retiniana. Explorado el enferm o con la luz ordinaria, nada de particular se
descubría en los vasos, y, en cambio, con la luz sin rojo, no sólo se aprecia­
ba la circulación en las gruesas venas, sino también en sus finas ram as
y en las arterias : en éstas el m ovim iento era regular, sin sacudidas pul­
sátiles. Los leucocitos resaltan de la colum na negruzca de los hem atíes,
como puntitos brillantes.
Piensa el autor que, si se emplea este método de exam en, se verá el
mismo fenómeno en muchos casos de retinitis leucémica.
Un n uevo tonóm etro. — D
r.
W.
W endt
De entre los diversos tonómetros propuestos 'hasta el día, es el de
Schiótz el que ha logrado extenderse y consolidarse en la práctica. Su sen­
sibilidad y la claridad de sus indicaciones le hacen merecedor del favor que
goza. Pero tiene im perfecciones : unas derivadas de la construcción v por
lo tanto evitables, pero otras inevitables, pues son consecuencia del siste­
m a de palanca del indicador. En el aparato que aquí se describe, la trans­
misión de los m ovim ientos, del vástag'o deslizable a la agu ja indicadora,
se realiza m ediante ruedas dentadas, que amplifican cuarenta veces el m o­
vim iento. L a agu ja gira en una esfera graduada de o a 40, protegida por
una cubierta de celuloide. L os pesos son de 5 ’75, 10 y 25 gram os, pudién­
dose cam biar con m ucha facilidad, aun estando colocado el tonómetro so­
bre el ojo. Se construye y vende por la casa Diel, de Leipzig, Albertstrasse,
28 ; vale 68 ¡VIk.
L a c o n j u n t i v i t i s de los n a d a d o r e s en s u s r e l a c i o n e s con el t r a ­
c o m a , la b l e n o r r e a por i n c l u s i ó n y l a g o n o r r e a , — D r . E. EnGEI.KING.
Y a en el año 1921, con ocasión de una pequeña epidemia acaecida en
una de las sociedades deportivas de F riburgo, expuso el autor a la A cade­
mia local de Medicina su criterio de que la conjuntivitis de los nadadores
es de origen genital, y que, tanto en su aspecto clínico, como en el anató­
mico v bacteriológico, se parece m uchísim o a la blenorrea por inclusión.
Aunque en la conjuntiva tarsal y la de los fondos del saco se desarrollan
gran número de folículos de aspecto y constitución histológica análogos a
los del tracom a, la enferm edad nada tiene que ver con esta últim a afec­
ción : nunca dan lugar a cicatrices. L a transm isión sería en la m ayor parte
de los casos indirecta, por mediación del agua de las piscinas : también
pueden intervenir los útiles del aseo, de gim nasia, etc. Esto explica poi­
qué la casi totalidad de los atacados son hom bres y jóvenes. Sería muy de
desear se estudiase m ás de cerca la blenorrea por inclusión, para ver si
se comprueba su identidad con esta variedad de conjuntivitis.
El gonococo no ju ega ningún papel en la dolencia.
¿Qué es la co n ju n tiv itis de los nadadores? — D r. R .
P a d e rste in
L os prim eros casos de esta enferm edad fueron tenidos por tracom a,
y en este sentido se expusieron por Schultz el año 1899. Porteriorm ente,
el curso constantem ente benigno de la afección hizo que, al menos por los
dualistas, se considerase este proceso como distinto de la conjuntivitis g ra ­
nulosa, a pesar de dem ostrarse en casos típicos la presencia de los corpúscu­
los intracelulares de Prow aczek.
H oy son m uchísim os los casos estudiados, destacándose del cuadro clí­
nico un cierto número de particularidades que permiten asignarle un lu g ar
propio e independiente en la patología de la conjuntiva. Estas peculiari­
dades son : la unilateralidad, el curso prolongado, la escasez de secreción
y de trastornos subjetivos, la estrechez consecutiva de la hendidura palpebral (ptosis), el resultado negativo de los exám enes bacteriológicos y la
presencia de corpúsculos de inclusión. E s m uy frecuente la tumefacción
del correspondiente gan glio preauricular y el catarro tubario.
O tros dos hechos bien comprobados son : su transm isión por el agua
y los beneficiosos efectos de la desinfección del agua de las piscinas por el
cloro ; esta medida hace desaparecer rápidam ente los contagios.
Contrariam ente a la opinión del vu lgo, el autor cree que la blenorragia
para nada interviene en la etiología de esta afección, sin tam poco n eg ar
que entre las afecciones genitales, tracom a y conjuntivitis de los bañistas,
existan ciertas relaciones, principalm ente representadas por la presencia
en todas ellas de los corpúsculos de inclusión.
T u b ercu lo s is en d ó ge n a del c a r t í l a g o tarso.
—
D r. A.
K reik er
Son m otivo del artículo, dos casos en los que parecen bien definidas la
vía vascular y la naturaleza tuberculosa del proceso. En las porciones excindidas no pudo dem ostrarse el bacilo, pero tanto el aspecto macroscópico,
como la estructura fina de los cortes, eran característicos. El curso, segui­
do en ambos casos con detenim iento, es enteram ente distinto al de chalación, por lo que tenemos una razón m ás para rechazar la naturaleza tu­
berculosa de esta últim a afección. Si se cogen antes de que sobrevengan
fenómenos destructores, la roentgenoterapia conduce a la curación total.
G la u com a por c a lc o s is con e x tra cció n poco co rrien te del cuerpo
extraño. — D r . K . P i s c i i e l
El paciente se presenta doce años después de haber sufrido una herida
del ojo izquierdo por explosión de pistones : se queja de disminución de la
vista a partir de un año. Coloración verdosa de la lente, cuerpos flotantes
y excavación glaucom atosa. Se pretende extraer un cuerpo extraño, locali­
zado por el método de Sw eet en el cuerpo ciliar : como no se consigue, se
hace una ciclodiálisis y posteriorm ente iridectom ía. Á los dieciocho días
de esta últim a intervención, el microscopio corneal descubre un pequeño
cuerpo extraño subconjuntival, que se extrajo fácilm ente. La espátula en
la prim era intervención debió em pujarlo a la cám ara anterior, y al hacer
la iridectom ía filé arrastrado por el hum or acuoso, quedando enclavado en
la conjuntiva. Era una partícula de m etal con g8 por 100 de cobre.
T r a b a jo s clín ico s y ex p er im e n ta le s sobre la a cció n de la
a d r e n a lin a en la tensión ocu lar. — D k. A . J . S a m o j l o f f
V aliéndose de un m anóm etro sistem a W essely, pero perfeccionado y
con registrador óptico, el autor realiza un detenido estudio de los efectos
de la adrenalina sobre el ojo del conejo y del hom bre, llegando a los si­
guientes resultados :
1.° En el ojo del conejo la adrenalina determ ina una curva de dos fa ­
ses : la prim era fase, de depresión, aparece media hora a tres cuartos de
hora tras la adm inistración del preparado, siendo precedida de una pequeña
v corta elevación de tono ; esta fase de depresión es m ás m arcada tras
la infección subconjuntival que tras la aplicación de una tableta del fár­
maco en el fondo de saco conjuntival. A esta prim era fase sigue una se­
gunda, de la que el tono ocular se rehace, quedando siempre, sin em bargo,
con valores m ás o m enos bajos.
2." L a hipotensión ocular, constante v duradera, no está directam ente
relacionada con la hipertensión general, que, por otra parte, es m uy poco
m arcada con las inyecciones subconjuntivales y aplicaciones típicas del
preparado, únicos medios de adm inistración utilizados en estos experi­
mentos.
3.0 En el ojo norm al sobreviene, tras la aplicación de la adrenalina,
una m arcada hipotensión : la fase de reposición o 110 existe o es tan poco
m arcada, que no la denuncia el tonómetro.
4.0 L os ojos glaucom atosos, en los períodos iniciales de la enferm e­
dad, se com portan, en general, frente al remedio, como los norm ales. En
el glaucom a absoluto no aparece la característica hipotensión ; en cambio,
la hipertensión prelim inar, seguida de la aplicación del medicam ento, se
presenta m uy pronunciada.
5.0 L a adrenalina ni reduce el escotom a arqueado característico del
glaucom a, ni tiene influencia apreciable sobre el campo visual periférico.
ARCHIVOS
DE
OFTALMOLOGÍA
29
I m á g e n e s r a d io g r á fic a s de las v ía s la g r im a le s tra s su repleción
con lipiodol. — P r o f . Dr. v a n d e r H o e v e y Dr. D. J. S t e e n h u i s
L a radiografía, como método de exploración de las vías lagrim ales,
fué utilizada 'prim eramente por Ewing', en 1909 : usaba el subnitrato de
bismuto y radiación bitem poral. Posteriorm ente, trabajaron sobre este m is­
mo asunto A ubaret y von Szily, este últim o con el ácido de torio anhidro,
sulfato de borio, ácido de cerio, etc. C ada una de estas substancias ado­
lecía de algún inconveniente, que hacía se desease algo mejor.
E l lipiodol es un aceite de papaveráceos yodados, que tiene distintos
grados de fluidez según la tem peratura, propiedad que perm ite que en cada
caso podamos obtener la deseada : se m antiene largo tiempo estéril y siem ­
pre está listo para su empleo. Se adhiere regular y fácilm ente a la super­
ficie de la m ucosa, y da im ágenes m uy claras, como lo prueban las radio­
grafía s que ilustran el trabajo.
Sobre la ex tirp a ció n de la g lá n d u la la g r im a l
Dr. R. F r i e d e
accesoria
De los métodos operatorios en uso, el de A xenfeld es el que ha logra­
do imponerse por su sencillez. En lo que respecta al lagrim eo, sus resulta­
dos son altam ente satisfactorios, pero se dan casos en los que, tras la supre­
sión de la glándula, sobreviene un pertinaz catarro de la conjuntiva, seco
o con secreción m ucosa, de predominio en las proxim idades de la glándula
extirp ada, que m olesta grandem ente a los enferm os, en especial al cam biar
la tem peratura am biente. A chacado por diversos autores a colg'ajitos m u­
cosos form ados por defectuosa coaptación de la herida, cree el ponente
que en su génesis tam bién interviene la excesiva longitud del corte conjun tival, y los inevitables estiram ientos y aplanam ientos de la mucosa en la
operación.
T ra s un m eticuloso estudio de las relaciones anatóm icas de la porción
palpebral de la glándula con los tejidos que la rodean, especialm ente en
lo que a la consistencia de las conexiones se refiere, expone su método
operatorio, en el que la extirpación se realiza con un mínimum de incisión
conjuntival. Em pieza con una cantotom ía externa, v, una vez que se descu­
bre el polo inferior de la glándula, sigue su disección subconjuntival con
tijeras hasta lleg ar al otro polo. L a pequeñez de ia herida conjuntival y su
situación fácilm ente accesible hace que queden elim inadas las causas que,
dificultando la coaptación, conducen a la conjuntivitis postoperatoria antes
mencionada.
L a refracción esférica de los conejos en ei período de crecim iento
Dr. O. P l a n g e
E l problem a de la génesis de la m iopía, y, en general, de las refrac­
ciones esféricas, a pesar de haber preocupado a las mejores cabezas de
n uestra especialidad, no ha encontrado solución. Puede decirse que hoy se
ha llegado a un punto m uerto por la contraposición equilibrada de las teo­
rías que pretenden aclararlo. El autor, movido por los conceptos críticos
que Steiger vierte en su obra sobre «La génesis de las refracciones esféri­
cas en el ojo hum ano», piensa que un estudio de cómo evoluciona el es­
tado refractivo del ojo en los anim ales podría traer datos aprovechables.
M ide la refracción corneana y total en varios cientos de ojos de conejo,
desde los veinte días hasta los doscientos veinte de edad, sirviéndose del
oftalm óm etro para m edir el valor de la prim era, y de la oftalm oscopia d i­
recta y la esquiascopia para la segunda, teniendo cuidado de utilizar para
la medida de la refracción total siem pre un mismo punto del fondo, situa­
do inm ediatam ente debajo de la papila, libre de m ielina, que supone es el
de m ayor agudeza.
L a córnea, de un valor refractivo inicial de 72 dioptrías, se va apla­
nando a m edida que el anim al crece, para llegar a 45 dioptrías a los dos­
cientos veinte días. E sta.p é rd id a de refracción corneana se ve compensada
por el crecimiento del ojo, en tal form a que éste se va haciendo cada vez
menos hipermétropp. L a refracción total es al principio de + 5 a + 8 diop­
trías, y al final de o +2 dioptrías.
E l aum ento del diám etro sag ital del ojo debe hacerse a saltos, pues
siendo regu lar el aplanam iento progresivo de la córnea, la curva que re­
presenta los valores sucesivos de la refracción total acusa pronunciados
dentellones. En algun as fam ilias pudieron observarse tendencias a la m io­
pía y aun miopías, aunque débiles, que no tienen otra explicación que la
de adm itir factores congénitos y hereditarios.
Córnea p lana congènita y f a m ilia r .— D r . C . H. Félix
Describe dos casos de esta afección en herm anitos de nueve y doce
años, sanos, sin antecedentes fam iliares ni personales de ninguna especie.
L a refracción de la córnea, que norm alm ente alcanza 43’03 dioptrías, ve­
nía a tener en éstos un valor medio de 27 dioptrías. Un em briotoxon de
predominio en los extrem os del diám etro vertical, daba a estas córneas
el aspecto de m icrocórneas, pero los diám etros eran normales. T ien e a esta
afección como anom alía de desenvolvim iento, fundándose :
1. E n el carácter fam iliar ;
2. En la falta completa de toda fuente de infección que pudiera haber
actuado en la vida intrauterina : ni sífilis, ni blenorragia, ni enfermedades
infecciosas ;
3. En la presencia de algunos otros defectos oculares congénitos (epicantus, ectopia pupilar y restos de la m em brana pupílar), y, por último,
4. En que pueden elim inarse con toda seguridad las causas que pue­
den m otivar un aplanam iento de la córnea en la vida extrauterina (ptisis
bulbi, extensas v profundas úlceras). El em briotoxon debe estar en íntim a
relación causal con este objeto, pues existe en todos los casos descritos.
Contribución al estudio de las relacio nes entre «dientes y ojo»
Dr. F. P i n c u s
D a a conocer un interesante caso de celulitis orbitaria, de localiza­
ción predom inante en el vértice del cono m uscular del ojo derecho, con
exoftalm os, estasis papilar, dism inución de agudeza y perturbación m arca­
da de las funciones de los rectos superior e interno. Todos estos trastor­
nos, que duraron unos seis m eses, cedieron al fin con la extracción del
penúltimo molar, que había sido em pastado v recubierto con una corona
de oro, pocos días antes de la iniciación de la enferm edad. En la cavidad
así cerrada de una raíz se originaron productos tóxicos que por la vena
oftalm ofacial, y sin interesar el seno m axilar, llegaron a l i órbita, deter­
minando el proceso inflam atorio. El caso tuvo derivaciones m édicolegales,
result-ando condenado el dentista, por el improcedente tratam iento de la
caries.
Noticia h istó rica sobre el refo rza m ien to de la esclerotoniía
anterio r. — P r o f . D r . S. S. G o l o w i n
M otiva esta nota el trabajo de H andm ann, publicado en el número
de ju h o -a g o s to .d e 1924 de esta revista «Sobre la esclerocorneotom ía en el
glaucom a». En ella reclam a el autor para el profesor ruso M a kla ko ff, no
sólo la prioridad de este método, sino el de todas las operaciones que tien­
den a crear cicatrices filtrantes. F u é el precursor del L ag ran g e v del Elliot.
Y a desde el año 1887 operaba a los glaucom atosos del siguiente .m o d o :
incisión lim bar con la lanza entre el recto superior v lateral. No bien lle­
gada la punta del instrum ento a la cám ara anterior, desviaba el corte ha­
cia la esclera, en una extensión de unos 5 m ilím etros, v con unas fuertes
tijeras de W eck er resecaba un trocito triangular de esta m em brana, de
1 a 15 m ilím etros de base con el vértice en el limbo. A 'pesar de que la in­
cisión de la esclera afectaba la porción anterior del cuerpo ciliar, nunca
se observaron consecuencias desagradables. Llam ó a su operación esclerotom ía (o iridectom ía) oblicua, especificando en sus trabajos que una cicatriz
filtrante, lejos de representar una técnica im perfecta, era el desiderátum de
la esclerotom ía.
Un ca so de infección tard ía tra s la operación de E llio t: panoftalm itis, mening-itis, m uerte. — Dr. D. A. S w i z e w
E nferm a de cincuenta y cuatro años, trepanada por el método de Elliot
el 21 de enero de 1924 con buen resu ltad o ; sale de alta pocos días después.
En abril se presentan fuertes dolores de ojo y cabeza. G ran invección conjun tival, tum efacción de párpados, tem peratura alta v vómitos.
A su ingreso en el hospital, se aprecia en el ojo derecho : edem a de
ambos párpados, fuerte quem osis, exoftalm os v m ovim ientos del globo
limitados. L a córnea, transparente, aunque algo punteada. En la parte
superior del limbo vese el orificio de trepanación, de 2 m ilím etros de diá­
metro, recubierto de una tenue película de pus. Gran hipopión. A los dos
días se hace la evisceración del globo, y a los otros dos fallece. N unca se
observó rigidez de nuca.
Desde que se realizó el E lliot, hasta iniciarse la infección, transcurrie­
ron dos meses y medio.
El punto de entrada fue indudablem ente el orificio de trepanación, fran­
queado a través de la conjuntiva por el neumococo de F ran kel, desde don­
de, una vez infectado el ojo, se extendió a las m eninges. En favor de esta
interpretación hablan :
1. L a presencia de una panoftalm itis desde el principio del proceso.
L as panoftalm itis m etastáticas que a veces se presentan en la m eningitis
epidémica no tienen curso tan violento, y lo mismo ocurre con las neumocócicas. Aquí la panoftalm itis fué prim itiva.
2. Los hallazgos bacteriológicos. El diplococo de F ran kel es un m i­
crobio que se encuentra con m ucha frecuencia en el ojo y el responsable
de ia m ayer parte de las infecciones tardías.
3. L as alteraciones anatóm icas observadas en la sección y el exam en
histológico del ojo.
Aunque las infecciones tardías representan el punto negro de la ope­
ración de E lliot, casos como éste son de una extraordinaria rareza, pues
la invasión m eníngea sólo excepcionalm ente ocurre a partir de una panof­
talm itis, sea ésta de la naturaleza que quiera.
Un caso afo rtu nado de q u erato p la s tia perforante parcial
Dr. W. P. F i l a t o w
El injerto, procedente de un ojo extirpado por glaucom a absoluto, se
aplicó según el método de Hippel : disco de 5 m ilím etros de diám etro adap­
tado a un orificio del mismo calibre practicado con el trépano en la cór­
nea leucom atosa del operado. Antes se extrajo con la cucharilla el crista­
lino turbio, perdiéndose bastante cantidad de vitreo.
Al prim er cambio del vendaje (seis días) vióse el injerto turbio, pero a
los doce empezó a aclararse ; poco después aparecieron vasos periféricos,
que progresáron lentam ente hacia el centro, quedando éste siempre bas­
tante transparente.
En los meses que s :guieron, fueron disfum ándose los vasos poco a poco,
quedando turbidez periférica. El epitelio se presentó siempre muy delicado,
descam ándose con facilidad, lo que obligó en algun as ocasiones a vendar
el ojo.
U n ano después de la operación, siguen m anteniéndose los resultados
en su m áxim um , gozando el paciente de una visión 3/eo con + 10 dioptrías.
Sobre t a r so r ra fia interna y tra sp la n ta ció n de fa sc ia en el
la g o fta lm o p a ra lítico . — Dr. R. B a c h m a n n
En el lagoftalm o por parálisis facial, la tarsorrafia externa es insufi­
ciente, por la flaccidez de los párpados v su tendencia al eetropión. La
tarsorrafia interna, según el método de T erson, es mucho más eficaz y pro­
tectora : bien realizada, los beneficios que reporta al paciente compensan
con exceso la ligera deform ación que produce. L a tarsorrafia media (Panas)
es un precioso medio en algunos casos (en los que también hav parálisis
del trigém ino o del recto superior).
M ás com plicada, pero de m ejores resultados, es la trasplantación de
fascia lata según el método de L ex er - Burian : en los casos de simple pa­
rálisis facial, basta con aplicarla al párpado inferior. Describe dos casos
operados según este procedimiento por el Prof. Axenfeld.
IV . — Í N D I C E
Y
A N Á L ISIS
B IB L IO G R Á FIC O S
E x t r a c c i ó n por el i m á n de u n c u e r p o e x t r a ñ o i n f r a o c u l a r de 66
c e n tigra m o s
de peso.
C o n s e r v a c i ó n del ojo. — D
res.
R
ollet
y
COLKAT.
L os autores presentan un obrero herido el 26 de mayo de 1925, en
el ojo izquierdo. Com pruébase la existencia de una herida córneoescleral
extendida desde las doce a las cuatro, con ligera salida de vitreo y hem o­
rrag ia en la cám ara anterior. El herido fué exam inado dos horas después
del accidente. Aplicado el imán gigante, se saca con facilidad un pro­
yectil de 66 centigram os, de form a lanceolar, que medía 9 m ilím etros en
su m ayor longitud, 8 m ilím etros de ancho y 2 m ilím etros de espesor. C on ­
secuencias operatorias m uv sencillas. Después de reabsorción de las he­
m orragias, se comprueba la existencia de una catarata traum ática con
buena proyección.
Este caso dem uestra que con intervención precoz puede a veces con­
servarse un globo ocular que parece que tendría que considerarse como per­
dido. (So c. d’ Ophtahn. de Lyon, 9 de junio de 1925.)
El
fe n ó m e n o d e
M arcus
Q u n n (sin ergia
fu n c i o n a l
en tre
la
de­
p r e s ió n de la m a n d í b u l a y l a e l e v a c i ó n d e l p á r p a d o s u p e r i o r ) .
D
r.
V
il l a r d
.
Este fenómeno, descrito por prim era vez en 1883 por M arcus Gunn,
con cuyo nombre es conocido, está caracterizado por el hecho de que el
párpado superior, siem pre en estado de ptosis m ás o menos acentuada, se
levanta cuando se abre mucho la boca, habiendo, por lo tanto, una sinergia
entre los m ovim ientos de la m asticación que provocan el descenso de la
m andíbula y el m ovim iento de la elevación del párpado superior. E sta si­
nergia, siempre involuntaria e inconsciente, reside en un solo lado v siem ­
pre al nivel del párpado, que está m ás o menos caído.
L os individuos afectados del fenómeno de M arcus G unn, no presentan,
aparte de esta anom alía palpebrai, particularidad alguna que merezca ser
mencionada, ni por parte de los ojos ni del estado general. L os casos deeste género son sum am ente raros, siendo el que refiere V illard el 9o.0 de
los publicados, y se refiere a un hom bre de veintiocho años que presentaba
esta anom alía desde la infancia. E n ciertas circunstancias, este fenóm eno
se presenta en una época m ás o m enos tardía, pero casi siempre es congè­
nito. E s tam bién definitivo, no resultando influenciado por tratam iento al­
guno, y su patogenia es obscura. L a unión que debe existir forzosam ente
entre los dos sistem as de la ram a m otora del trigém ino y del m otor ocular
común puede estar situada en diferentes puntos, bien sea al nivel de los
centros prim arios de estos nervios, o al nivel de los centros interm ediarios
coordinadores o al nivel de las vías de asociación que existen en la región,
del fascículo longitudinal posterior. (Société Frane. d ’ Opht., X X X V I I I Con­
greso de B ruselas, 1925, 4.a sesión.)
V é r t ig o de M eniére derecho con p a re sia fa cia l derecha
H ipertensión del líquido céfalorraquíd eo
D
res.
B
arré,
H
off
y
M
o r in
Se presentaron crisis anunciadas por trastornos especiales que indican
una irritación del coclear, del vestibular y del facial.
El titubeo, según estos autores, laberíntico y no cerebeloso, fue el pri­
mero de los trastornos. El estudio de las reacciones clínicas aporta preci­
siones relativas a las vías vestibulares.
H ipertensión notable del líquido céfalorraquídeo (53 centím etros cú­
bicos en posición sentada) ; beneficio pasajero después de la punción.
D iscusión del tratam iento : Brom uro, gardenal, quinina, adrenalina,
belladona, trepanación occipital de A boulkar. — (Soc, de íieurootoociilistica
de Estrasburgo, sesión del 20 de m avo de 1925.)
V. — N O T A S
TERAPÉUTICAS
L a su e ro te ra p ia de la sífilis.
— D r.
D av id
Por dos veces, el 2 de diciem bre y el 10 de marzo de 1925, el doctor
Doleris ha dado cuenta a la A cadem ia de M edicina de las investigaciones
Y de los descubrim ientos hechos por el Dr. Jáuregui y L ancelotti, de Bue­
nos Aires, en el campo de la sífilis experim ental. Aunque con algunas lagu­
nas, que m odestam ente reconocen los autores, estos trabajos son m uy
trascendentales, tanto desde el punto científico como en el terreno prác­
tico v terapéutico, por lo cual parece interesante el hacer un resumen de
ellos.
Los autores argentinos han elegido, como anim al de experiencias, a la
llam a, camélido que se encuentra m uy propagado en la Am érica del Sur,
■donde se le utiliza como bestia de carga, como productor de leche y como
proveedor de lana. Esta elección ha sido dictada por consideraciones his­
tóricas (i), pues es de notoriedad pública que es susceptible de contraer la
sífilis y aun se le acusa de haber contribuido, en otros tiempos, a su propa­
gación ; pero es, desde luego, un sujeto m ucho m ás m anejable que los ani­
m ales de laboratorio, a la vez que m ás sensible y resistente que los em ­
pleados hasta ahora, y particularm ente los antropoides.
L os autores han realizado sin dificultades una sífilis experim ental en
la llam a, cuya evolución reproduce exactam ente la de la sífilis hum ana,
casi en el mismo grado de rapidez, habiéndoles sido también posible aislar
y cultivar m etódicam ente el germ en de esta sífilis.
H a cia el 15.° día después de la inoculación, aparece el chancro, v al
cabo de cuarenta o cincuenta días, el exantem a secundario ; después, du­
rante cinco o seis m eses, se asiste a la sucesión de los fenómenos secunda­
rios, que es particularm ente tum ultuosa en la llam a.
El período terciario, que es latente, por lo general, acarrea la produc­
ción de gom as en el hígado o en los riñones, sifilom as destructores de los
pulmones, esclerosis vasculares diversas con hipertrofia del corazón izquier­
do, lesiones ósteoperióstieas, alteraciones nerviosas ; veinticinco o treinta
m eses después de la desaparición de los accidentes secundarios, y sin
otros preludios que un decaim iento del estado general, se m anifiestan ac­
cidentes nerviosos graves, parálisis progresiva de los m iembros, a la que
siguen muy pronto crisis convulsivas, sobreviniendo sin tardanza la m uer­
te, siendo la duración total del ciclo evolutivo de tres años, por término
medio. D u rante este tiempo se m uestran siempre netam ente positivas las
reacciones biológicas correspondientes.
L os autores han podido realizar todas las modalidades y todas las v a ­
riantes de la sifilización, habiendo llegado a su 62.a transm isión.
Sim ultáneam ente han llegado a obtener cultivos de espiroquetos. Este
problem a, insoluble cuando se parte del espiroqueto humano, es posible,
gracias a la inoculación a la llam a. Aunque la técnica es sum am ente deli­
cada, puesto que un 95 por 100 de siem bras no llegan a dar resultado, hav
procedim ientos con los que se puede obtener un espiroqueto, hasta cierto
punto ¡(típico», siempre idéntico a sí mismo, que no degenera en los cul­
tivos, que conserva su virulencia y se m uestra en todo parecido al que se
encuentra en los tejidos morbosos ; tanto es así, que en el transcurso de
doce años, 150 transm isiones sucesivas por reinoculación, no le han hecho
perder ninguna de sus propiedades.
E ste espiroqueto, que es evidentem ente patógeno para la llam a, cosa
fácil de com probar por medio de la inoculación, lo es también para el hom ­
bre, como lo ha probado un accidente de laboratorio.
U na vez en posesión de este espiroqueto, los autores han tratado, como
es natural, de m odificar su virulencia por el procedimiento clásico de calen(I)
morial.
H ay cine notar que la sífilis es conocida en la América del Sur desde tiempo inm e­
ta r los cultivos, y obtenida ya la atenuación y m antenida iii vitro, se apre­
suraron a vacunar a una llam a sana, utilizando a este objeto cultivos de
virulencia creciente, en número de diez o quince, obteniendo la completa
inm unización, y lo han comprobado por tres veces : inoculación de jugo
chancroso, inoculado con un cultivo de espiroqueto, reacción biológica de
G ardi y Sivore. L a s dos prim eras pruebas resultaron negativas, y la ter­
cera mostró la ausencia casi com pleta de antígenos en contraste con la ri­
queza en anticuerpos. E l W asserm an n resultó tam bién negativo.
H ay que observar que esta inm unización no es definitiva, y que, para
hacerla así, b asta practicar, con un corto intervalo, dos o tres inoculaciones
más, o, a lo sumo, cuatro.
U na vez confirm ada la inm unización, el suero del anim al está ya en
disposición de servir para el tratam iento de las llam as sifilizadas.
Se han instituido experiencias en todos los períodos de la sífilis, ha­
biéndose practicado las inyecciones de suero cada dos días, en dosis de
2 centímetros cúbicos, repetidas de diez a cuarenta veces, según la evolu­
ción del V ernes - W asserm an n. Bajo la influencia del tratam iento, retro­
cedieron rápidam ente los accidentes. El tratam iento ejerció la m ism a ac­
ción favorable en la heredosífilis, y m ás aún : el tratam iento sueroterápieo
ha sido aplicado al hombre, en el servicio del D r. Sem inario y en el del
D r. L ancelotti, ambos en Buenos Aires, con resultados netam ente risue­
ños v com parables a los que se obtienen en el anim al reactivo.
L a técnica es análoga. Después de W asserm ann positivo, se practica
en la línea axilar posterior una inyección hipodérm ica de 2 centím etros cú­
bicos de suero cada dos días, continuándolas hasta que resulte el W asser­
mann negativo. N unca se ha observado reacción local ni choque anafiláctico.
Aplicado el tratam iento en período prim ario, no impide la aparición de
la adenopatía, ni la de la roséola, pero todos los accidentes evolucionan
con rapidez y no tardan en desaparecer com pletam ente. En período secun­
dario, en dos enferm os, el exantem a había desaparecido al octavo v al
décimo día del tratam iento.
En resumen : los D res. Jáuregui y L ancelotti parece que han encon­
trado un anim al reactivo ideal, abriendo así am pliam ente el cam ino de la
experim entación, que hasta ahora no disponía de un medio favorable al
estudio del espiroqueto sifilítico, toda vez que han podido cultivarlo en serie
v m anejar los cultivos según su deseo, habiendo conseguido preparar un
suero curativo para la llam a, que parece ser igualm ente activo para el
hombre afectado de sífilis.
L a importancia de estos descubrim ientos será grande, si, como hay de­
recho de esperar, se ven confirmados por los trabajos de comprobación, ya
que son de naturaleza que permite elucidar algunos puntos obscuros de la
sífilis y, sobre todo, de cam biar com pletam ente la terapéutica de esta afec­
ción. (/. de s. med. de Lille, 17 de m avo de 1925.)
L a auto h em oterap ia. —
D
r.
E
beks
El autor se ocupa especialm ente en la utilización local de este méto­
do, según L aw en . Se trata, por decirlo así, de acorralar los procesos a gu ­
dos invasores, principalm ente ántrax graves, por medio de inyecciones
(i a s) de san gre del enfermo.
L os tejidos, así infiltrados, se oponen -i la penetración de los m icro­
bios patógenos y de los productos antitóxicos y antibacterianos ; pudiendo
ser capaces, tal vez, de ejercer una inm unización activa, son, sin duda,
liberados por la coagulación de la sangre in y e cta d a ; en fin, la proteinoterapia interviene indudablem ente también.
El campo de acción de este método se ha ensanchado recientem ente,
pues han sido som etidos a esta medicación una serie de estados patológi­
cos (artritis, sabañones, úlceras específicas, tuberculosas, varicosas, etc.),
habiendo llegado a considerarse superfluo el bloqueo preconizado por L a ­
w en, pensando que sería suficiente introducir la sangre lo más cerca posi­
ble del foco morboso.
El autor recoge la sangre en el pliegue del codo y reinyecta inm ediata­
mente (6 a 6o centím etros cúbicos), inyectando después en la región sana ha­
cia el codo para constituir así una especie de cojinete resistente. Cuando se
trata de operar en la región labial, se anestesia previam ente por el cloruro
de etilo : precaución superflua en cuanto a las otras regiones. En todos los
casos, excepto uno, se logró una rápida elim inación del pus, sin que que­
dara cicatriz. En casos de furunculosis generalizada, sólo se obtienen re­
sultados en el furúnculo tratado. U n a sola intervención bastó para ablan­
dar, en el espacio de cuatro días, una infiltración dolorosa del paquete gan ­
glionar de la axila derecha que había resistido a la proteiñoterapia.
Una bartolinitis gonocócica fué dominada en veinticuatro horas, sin
recidiva ; pero fueron tratadas sin éxito otras m anifestaciones gonocócicas. Pústulas de im pétigo fueron tratadas, unas por los procedimientos
clásicos, y otras por la autohem oterapia, curando estas últim as en pocos
días, m ientras las otras no experim entaron cambio : se les sometió enton­
ces, con igual éxito, al nuevo tratam iento. En otro enferm o se obtuvo la
curación menos fácilm ente. En el zona, las vesículas tratadas reaccionan
con un aumento pasajero de los dolores, y desaparecen al cabo de doce
horas.
El tratam iento fracasó en un caso de herpes labial complicado con
conjuntivitis : curación por la luz solar.
El autor, que nunca ha encontrado en sus enferm os ni la más leve
reacción general, insiste en el efecto puram ente local v completamente
inofensivo de esta medicación. (M. Med. II'och., 3 de abril de 1925.)
P ro fila x is de los accid e n tes de esfacelo co n secu tiv o s a las
in y eccio n e s de a d ren alina. — D r . G u i l l a u m i n
Cas! todos los prácticos tienen conocim iento de los accidentes de esfa­
celo consecutivos a las inyecciones de adrenalina. E l autor, que ha estu­
diado a fondo su patogenia, aconseja atenerse a las reglas siguientes, para
evitar esta clase de accidentes :
1.a E vita r el empleo de la adrenalina en tejidos fundam entalm ente
m al irrigados : en la práctica evitar su empleo en la piel v en el tejido celu­
lar, y particularm ente en la piel de las regiones de las extrem idades ; por
ejem plo, del dedo, que es la peor irrigada de todas las regiones de los teg u ­
mentos.
2.a No diluir la adrenalina en un líquido que, sirviendo de vehículo
a la substancia, extienda sus efectos a una gran extensión vascular.
3.a E vitar, en cuanto sea posible, el uso de la adrenalina en todos
los casos en que existan razones que hagan sospechar del buen funciona­
miento de la irrigación local.
4.a C u an tas veces esté indicada la adrenalina, em plearla siempre en
un tejido fácil y, sobre todo, ricam ente irrigado.
L a aplicación de estas reglas conduce a las conclusiones prácticas si­
guientes :
1.° Supresión de la adrenalina en las soluciones destinadas a la anes­
tesia local.
2.a Supresión de las m ezclas sueroadrenalina, reem plazándolas por la
inyección sim ultánea, en el mismo punto, de suero v de adrenalina en
inyecciones separadas, practicadas, una de ellas (suero), en el tejido celu­
lar, y la otra (adrenalina), a distancia de la precedente invección v en el
músculo.
3.a Inyección sistem ática de la adrenalina en el m úsculo en todos los
casos en que se considere indicada la adm inistración de la adrenalina por
una vía circulatoria. (BitU. Medicaí, 4 de abril de 1925.)
El suero de lla m a co ntra la sífilis. —
P
rof.
K
apf
El autor hace presente que en el X I V Congreso internacional am erica­
nista, celebrado en Stu tgart durante el verano de 1904, llam ó él la aten­
ción de los médicos sudam ericanos allí presentes, sobre una obra del pro­
fesor K aerger, publicada en 1901, que trataba de la agricultura y de la
colonización en la América española. Este autor, agregado a la Sección
agrícola de la em bajada alem ana en Buenos Aires, se expresaba en estos
térm inos : «La caracha, enferm edad que unos consideran que es como una
especie de sarna, y otros sífilis, causa generales estragos entre los alpa­
cas, etc.». K a p f, que durante la discusión había emitido la opinión de que
podría buscarse por medio de dichos anim ales un suero antisifilítico, se
pregunta ahora si no serán sus sugestiones las que havan inspirado a Jáuregui y a L ancelotti en la génesis de sus sensacionales trabajos. (M. ined.
Wocli., 22 de m ayo de 1925.)
VI. — V A R I A
Patogenia del desprendim iento retiniano (investigaciones
experim entales). — Dr. W e c i c e r s
W eckers ha conseguido provocar experim entalm ente en el conejo un
desprendim iento retiniano, que evoluciona exactam ente lo mismo que el
desprendimiento idiopàtico en el hom bre. Puesta al descubierto la escle­
rótica, practica una cauterización m uy superficial en la parte superior, con
la punta fina del galvanocauterio. Inm ediatam ente después, compruébase
al oftalm oscopio un edema retiniano, adem ás de un desprendimiento en la
parte alta del fondo ocular. Pasadas unas horas o unos días, se ve que
el desprendimiento se dirige hacia abajo : cuando ha llegado al fondo de la
cavidad ocular, persiste allí indefinidam ente. A lgun as veces se ve que la
bolsa retiniana sc< hace m enos saliente y aunque la retina se vuelve a
adherir en algún punto, nunca llega a ser completa la curación.
Los exám enes anatóm icos e histológicos permiten dilucidar el m eca­
nismo de este desprendim iento. En el punto donde se hizo la cauterización,
apenas está lesionada la esclerótica, pero en cambio reside en la coroides
una enorm e congestión : un exudado procedente de la coroides levanta la
retina. B a jo la influencia de este peso, el exudado corre hacia abajo, hen­
diendo la retina ; ésta presenta un lugar de m enor resistencia al nivel de
la capa p igm entaria, y en este lugar se hiende con deplorable facilidad.
El exudado procedente de arriba se acum ula en el fondo de la cavidad
ocular, sufre alteraciones de degeneración, persiste y se interpone a la
manera de un cuerpo extraño e impide la curación del desprendimiento.
Al nivel de la cauterización escleral, el desprendimiento retiniano se cura
rápidam ente v por completo ; únicam ente no se cura el desprendimiento
cuando se ha propagado secundariam ente a una región que no esté pre­
parada de alguna m anera por una lesión de la coroides.
En la retina desprendida se observan aberturas hechas como con el
sacabocados, que son idénticas a las del desprendimiento idiopàtico. Estos
desgarros no tienen la significación que se les ha atribuido, pues, al con­
trario de lo que se creía, estos desgarros no son prim itivos y no provocan
el desprendim iento, sino que es al desprenderse cuando se desgarra la re­
tina. En el anim al, lo mismo que en el hombre, se comprueba la aparición
de quistes en la retina desprendida ; siendo éstos provocados por los plie­
gues de la retina y por los trastornos de la circulación que de ello resultan.
E l exam en anatóm ico perm ite analizar el proceso de curación parcial
que se produce en algunos sitios : m anifestaciones inflam atorias m odera­
das, que tienen como punto de partida la coroides, terminan por la reab­
sorción del exudado subretiniano. Prim eram ente la retina se une en un
punto lim itado, extendiéndose luego paulatinam ente a la retina vecina.
Estos hechos m uestran el cam ino que ha de seguirse para obtener la cura­
ción del desprendimiento.
Exitos y fracasos en el tratam iento operatorio del
desprendim iento retiniano. — P r o f . G o n i n
El Prof. Gonin determ ina con precisión las condiciones de éxito y las
causas de fracaso en el tratam iento operatorio que él emplea para el des­
prendimiento retiniano, cuyos resultados publicó en 1921 (,-lmi. d ’ Occul.),
y en 1922 (Rcv. génér. d ’ Oplit.). El tratam iento en cuestión consiste en
provocar una adherencia de la retina a la coroides por medio de una pun­
ción escleral seguida de term ocauterización profunda. Para ser eficaz esta
adherencia, debe tener por objeto la obliteración del desgarro retiniano,
que perm ite pasar el líquido del vitreo detrás de la retina ; pero con fre­
cuencia resulta imposible ver el desgarro y, aun siendo visible, no siemrjre
es fácil lleg ar a él. Por lo tanto, toda ten tativa operatoria tiene que ir
precedida de un exam en m inucioso al oftalm oscopio, y si es preciso, de
una prolongada observación.
Esta investigación del punto exacto a donde debe llevarse la interven­
ción, tiene m ayor im portancia que la cuestión del procedimiento (termocauterización, electrólisis, inyección de líquidos irritantes, etc.), para pro.
vocar la reacción adhesiva. No dirigiéndose al punto deseado, cada uno de
estos procedim ientos está condenado al fracaso, ya que no es posible es­
perar una adhesión duradera de la retina m ientras el líquido pase por la
abertura retiniana. El no ihaberse aplicado con bastante método el trata­
miento operatorio del desprendim iento retiniano, ha sido la causa de que
haya habido hasta aquí más fracasos que éxitos. En apoyo de esta tesis
general el Prof. Gonin refiere cuatro ejemplos de desprendim ientos retinianos tratados en la form a que él recom ienda : concernientes dos de ellos
a un desprendimiento traum ático y a un desprendimiento espontáneo,
dem uestran cómo puede obtenerse en pocos días y con una sola termocauterización, una curación completa ; otro de los ejemplos es el de un
caso m ás com plejo, que ha requerido una intervención com plem entaria,
y el cuarto ejem plo dem uestra las dificultades resultantes de una bolsa m uy
saliente con amplio desgarro, así como las causas de fracaso inherentes a
este tipo de desprendimiento.
L as particularidades de cada uno de estos casos especiales v su as­
pecto oftalm oscòpico anterior y posterior a la intervención están demos­
trados en dibujos originales. (S o c . Franf. d ’ Opht., X X X V I I I Congreso,
4.a sesión, B ruselas, 1925.)
La diplopia vertical en la p arálisis aislada de los rectos externo
e interno. — D r. D upuy D utf.mps
En los tratados y en los m anuales recientes no se hace mención de la
desnivelación vertical de las im ágenes en ciertas posiciones de la m irada,
en las pará’ isis puras de uno u otro de estos músculos. Está generalm ente
admitido que una difeiencia de altura significa que, por lo menos, se halla
afectado un m úsculo. Los autores antiguos habían señalado esta desnive­
lación, que luego ha caído en olvido, y que el autor cree ser útil recordar,
indicando su causa, porque el desconocim iento de este carácter puede ser
motivo de vacilación o de error, permitiendo creer en una parálisis com ­
pleta no existente.
Cuando la m irada va directam ente «hacia arriba o hacia abajo en el
plano vertical medio, o lateralm ente en el plano horizontal, el desdoblam ien­
to 'en estas posiciones se hace exactam en te en el sentido lateral y sin incli­
nación. Pero cuando la m irada se dirige oblicuamente hacia arriba o hacia
abajo, en la dirección lateral del músculo paralizado se produce, además
de la separación horizontal, otra vertical de las im ágenes (a veces con
ligera inclinación), de modo que la im agen más desviada, bien sea hacia
arriba o hacia abajo, en el sentido de la m irada, pertenece al ojo sano.
L a diferencia de altura es tanto m ayor, cuanto más com pleta sea la
parálisis.
En la parálisis del recto externo izquierdo, por ejemplo, si la m irada
está solicitada hacia arriba y a la izquierda, las im ágenes quedan en diplopía hom ónim a, siendo la m ás alta la del ojo sano : puede existir tam ­
bién una ligera inclinación hacia la izquierda del extrem o superior de la
im agen izquierda ; en efecto, es fácil observar en el enferm o, que en esta
posición la pupila del ojo izquierdo, que no ha podido seguir al objeto
en su desplazam iento lateral, está situada m ás alta que la del derecho,
que corresponde al sentido de la desnivelación de las im ágenes. Se hacen
comprobaciones del m ism o orden para la m irada dirig'da hacia abajo y
a la izquierda, encontrándose entonces más b aja la im agen del ojo sano,
cuyo eje está menos bajo. L o m ism o ocurre respecto a la parálisis del recto
interno, salvo que la diplopía es cruzada.
Para explicar el m ecanism o de esta diplopía vertical, correlación de la
diferencia de altura de las pupilas, basta considerar la acción de los m úscu­
los rectos externos o internos cuando el ojo se desvía hacia arriba o hacia
abajo. E l plano de esos m úsculos, a causa del desplazam iento vertical
de su inserción escleral, resulta entonces oblicuo con relación al plano ho­
rizontal que pasa por el centro de rotación ; conservando una acción lateral
predominante, se han convertido en depresores para el ojo dirigido hacia
arriba, y en elevadores cuando está dirigido hacia abajo.
L a diplopía com pleta con desnivelación e inclinación de im ágenes, que
se acaba de describir, corresponde perfectam ente a la insuficiencia de su
acción completa en la posición indicada y puede descubrirse inm ediata­
mente. Es p articular este tipo, a la parálisis de estos músculos, v no de
ninguno más. (Soc. Franc. d’ Opht., X X X V I I I Congreso, 4.a sesión, B ru ­
selas, 1925.)
La Escuela de los ciegos de guerra de M ontpellier
D
r
. V
ia l l ef o n t
En la prim era parte de este trabajo, que sirve de introducción al m is­
mo, el autor se extiende respecto a las condiciones generales y a las par­
ticularidades de los ciegos de guerra. Éstos, que en F rancia son unos 3,000,
tienen una m entalidad especial ; su ceguera es completa casi siempre! y
suelen presentar otras m utilaciones.
L a segunda parte es la M storia de la Escuela de M ontpellier, creada
-desde el principio de la guerra por el grupo regional de la Asociación V a ­
lentín H aüv. Bajo la dirección del P rof. T ru c, ha funcionado sin inte­
rrupción desde el mes de marzo de 1915 hasta el 31 de marzo de 1919.
E l autor estudia la situación anterior de los 84 alum nos de la Escuela
y las causas de su ceguera (heridas, 88 por 100 ; enferm edades, 12 por 100).
L a escolaridad ha sido de trece v medio meses por término medio. Pro­
fesores civiles ciegos han enseñado los oficios siguientes : cepillería (73 alum ­
nos), sillería (64 alumnos), cestería (17 alum nos) y zapatería (6 alumnos).
L os cursos de B raille han reunido 72 alum nos 3' los de dactilografía
64 alum nos. H a sido m uy atendida, alcanzando gran desarrollo, la reedu
cación gen eral, tanto física como moral.
Adem ás, ha sido la E scuela un centro de protección y vde patronato,
con vestuario, libretas de C aja de Ahorros y diversas gratificaciones. A lo­
jam iento en la ciudad de las fam ilias de los alumnos.
Este patronato se extiende en la actualidad a todos los ciegos de la
región, antiguos ex alum nos o no, y comprende una asistencia m oral, inte­
lectual, pecuniaria y profesional.
Después de un relato financiero, el autor expone los resultados gene­
rales y la situación actual de los alum nos. Éstos son casi todos casados y
ejercen un oficio con el que se procuran un suplemento más o menos im ­
portante de recursos.
Este trabajo viene a dem ostrar que la E scuela de M ontpellier ha sido,
después de las de P arís y de L yón , una de las prim eras escuelas de reedu­
cación, y que los resultados de esta reeducación son m uy satisfactorios des­
de el punto de vista general, social y profesional. (Tesis de Montpellier.)
M idríasis e in m o v ilid a d p up ilar, seguido de zona oftálm ico
D
r
.
G
enet
El autor refiere la observación de una enferm a, de cincuenta y cinco
años de edad, sin pasado patológico interesante, en la que, después de al­
gunos meses de estar sufriendo un zona oftálm ico, se presentó una m idría­
sis con inm ovilidad pupilar : no estaba interesada ninguna otra ram a
del III. E l autor adm ite que la inflam ación del filete de la ram a nasal del
oftálm ico que se dirige al gan glio, repercutió sobre la nutrición da este
gan glio. En el caso referido han sido particularm ente tenaces la hiperem ia
conjuntival y el edema palpebral. Si el gan glio ha sido afectado de trastor­
nos de! mismo orden que los que se habían observado en la piel y en la
conjuntiva, han podido ir seguidos de cicatrices ganglionares v de trastor­
nos pupilares. El autor recuerda la experiencia de fisiología, en la cual la
im pregnación de la nicotina va seguida de parálisis pupilar. (S o c. d ’ Ophtaim.
de Lyon, 5 de m ayo de 1925.)
Trastornos visuales posthemorrág'icos de tipo hem ianópsico en
un canceroso. — D r e s . R o l l e t , L a u g e r o n y C o l r a t
T rá tase de la observación de un enfermo afectado desde algunos años
de cáncer del estóm ago con frecuentes melenas v que desde hacía algunos
meses se quejaba de trastornos visuales. E l exam en objetivo (reflejos y
fondo del ojo) es n egativo, pero el enferm o presenta una hem ianopsia de­
recha indiscutible. A nem ia de 1.735.000 G. R . por 1 m ilím etro cúbico. Muer­
te. L a autopsia m uestra un volum inoso cáncer del estóm ago. Com o no
hav lesión cerebral alguna que pueda explicar la hem ianopsia, parece que
se trata de trastornos visuales hem ianópsicos desarrollados a favo r de las
hem orragias repetidas. (Soc. d ’ OphtaUn. de Lyon, 5 de m ayo de 1925.)
A c r o m e g a lia y
d ia b e te s . — D r. Jost
El Dr. Jost presenta la observación de una m ujer, de cuarenta y siete
años, que lleva tres años sufriendo de acrom egalia típica, complicada con
glicosuria. Desde el punto de vista ocular, la enferm a presentaba :
1.“ E x o fta lm ía b ila te r a l; 2.° A nisocoria; 3.° N euritis ó p tic a ; 4.° Reducción
concéntrica del campo visual; 5.° Una p arálisis, muy rara en la acrom egalia, que
es la del V I par.
Aparte de la anisocoria y la reducción del campo visual, desaparecieron
todos los síntom as y hasta la glicosuria, después de un tratam iento por
rayos X . (Soc. de neurootooculistica de Estrasburgo, sesión del 20 de m ayo
de 1925.)
A tr o fia
b ite m p o r a l d e la s p a p ila s . — D
res.
B arré
y M etzger
L os autores presentan un caso de atrofia bite ¡jipo nil de la papila, com­
probada después de un accidente, que dió origen a una úlcera serpiginosa
de la córnea izquierda. L t atrofia papilar no puede estar relacionada con
el traum atism o re cie n te : ninguna de las investigaciones realizadas son
favorables a la hipótesis de accidente de origen sifilítico. L a esclerosis en
placas tiene a su favor la hiperalbum inosis del líquido céfalorraquídeo.
L a neuritis retrobulbar de origen sinusiano es sospechada por el aum ento
de la m ancha del seno esfenoidal.
Los autores discuten la cuestión desde el punto de vista médico legal
y clínico. (Soc. de neurootooculistica de Estrasburgo, sesión del 20 de mavO'
de 1925.)
E l D r . M . M á r q u e z , d e la F a c u l t a d d e M e d ic i n a d e M a d rid , ha si do in vi­
ta d o p o r la « I n t e r s t a t e P o s t - G r a d u a t e A s s e m b l y o f N o r t A m e r i c a » p a ra d a r
una C o n f e r e n c i a en C l e v e l a n d ( E s t a d o d e O h i o ) , en el p ró x im o o c t u b r e .
E s una a l t a d is tin c ió n r e s e r v a d a a lo s p r o f e s o r e s m á s c a r a c t e r i z a d o s d e la s
F a c u l t a d e s d e M e d i c i n a , p o r c u y o m o tiv o su s i g n ific a c ió n e s a l t a m e n t e h o n o ­
ríf ic a . F e l i c i t a m o s al D r . M á r q u e z p o r tan h o n r o s a d e s ig n a c ió n , y n os f e l i c i ­
ta m o s d e que s e h a g a j u s tic ia en el e x t r a n j e r o a n u e s t r o s h o m b r e s de m é rito.
E r r a t a . — En el artículo Anomalías vasculares del fondo ocular, pu­
blicado en el número de m ayo, apareció un error en el epígrafe de la figu­
ra 20, en la página 272. Donde dice: ((En la parte exterior de la carótida
superior», debe decir : «En la parte exterior de la rama superior.»
L a
N eo tipia.
— R a m b la d e
C a ta lu ñ a .
n6.
T e lé fo n o
G
908. — B
arcelona
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